Las grabaciones videográficas obtenidas por particulares
en la jurisprudencia del TS (Comentario al Auto AP de Pontevedra de 28 de enero de 2009 - ROJ 1039/2009)
Juan José López Ortega
Magistrado AP Madrid
El Auto de la Audiencia Provincial de Pontevedra (ROJ AAP PO 1039/2009), que
examina la conducta de un particular que instala una pequeña cámara para grabar la entrada de un garaje situado en la vía pública, ofrece un buen ejemplo de la generalización de las actividades de vigilancia, consecuencia de la miniaturización y el reducido coste de los sistemas de grabación, y nos proporciona una buena oportunidad de concretar el régimen jurídico de estas actividades cuando son ejecutadas por particulares, ya sea utilizando cámaras móviles o recurriendo a instalaciones fijas de videovigilancia. La jurisprudencia del TS ha distinguido hasta cuatro hipótesis diferentes de grabación a cargo de particulares: (A) Instalación de cámaras de seguridad en establecimientos abiertos al público El TS no ha dudado en reconocer la validez de las grabaciones efectuadas por cámaras de seguridad en establecimientos abiertos al público. La instalación de este tipo de dispositivos se encuentra prevista en la Ley 23/1993 de Seguridad Privada, que contempla la competencia de las empresas de seguridad para la instalación y mantenimiento de aparatos, dispositivos y sistemas de seguridad, con el fin de desarrollar su actividad de protección en establecimientos privados (art. 5); y en el art. 13 de la Ley Orgánica 1/1992 de Protección de la Seguridad Ciudadana, que establece la posibilidad de que el Ministerio del Interior ordene la adopción de medidas de seguridad para prevenir la comisión de hechos delictivos, que podrá consistir tratándose de establecimientos y oficinas de entidades de crédito, en la instalación de “equipos o sistemas de captación y registro, con capacidad par obtener las imágenes de los autores de delitos contra las personas y contra la propiedad”. La existencia tales registros ha merecido, además, la atención de la Agencia Española de Protección de datos que ha dictado una Instrucciónm de fecha 8 de noviembre de 2006, sobre el tratamiento de datos personales con fines de vigilancia o a través de sistemas de cámaras o videocámaras, cuya regulación se caracteriza por: consagrar el principio de proporcionalidad (sólo debe acudirse a la videovigilancia cuando la finalidad pretendida no pueda obtenerse con otros medios menos intrusivos); limitar la captación de imágenes a los espacios públicos; excluir la captación subrepticia de imágenes obligando a colocar un distintivo informativo; y establecer plazos breves de conservación de los soportes con las imágenes que estarán exclusivamente a disposición de las autoridades judiciales y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad. Por su parte, el TS al pronunciarse sobre la legalidad de estas captaciones de imágenes, ha excluido rotundamente que precisen autorización judicial: “En cuanto a los clichés pretende el recurrente negarles validez como piezas de convicción, por no haber sido autorizada judicialmente la grabación de la que derivan la secuencia por la que fueron identificados. Olvida el recurrente que lo supuestos en los que es preceptiva dicha autorización judicial son aquéllos en los que se proceda clandestina o subrepticiamente a captar imágenes de personas sospechosas en los lugares que deban calificarse de privados por desarrollar en ellos tales sospechosos su vida íntima. Nada obsta, en cambio, a que un establecimiento privado decida dotar sus instalaciones con mecanismos de captación de imágenes, en su propia seguridad y en prevención de sucesos como el enjuiciado, siempre que las videocámaras se encuentre en zonas comunes, es decir, excluyendo aquellos espacios en los que se desarrolle la intimidad (v. gr. aseos) (ATS 11 enero 2007). (B) Grabaciones videográficas realizadas en el ejercicio de la actividad periodística. La segunda hipótesis de captación de imágenes por un particular que ha examinado la jurisprudencia del TS se refiere al ejercicio de la actividad periodística, en concreto a propósito de un vídeo grabado por un cámara de una cadena de televisión, que casualmente se encontraba en el lugar de los hechos realizando un reportaje. La validez de la grabación ha sido establecida por TS, añadiendo a su doctrina referida al carácter público del espacio grabado, dos nuevos criterios que condicionan la validez de estas actuaciones: la grabación no constituye una prueba distinta que la propia percepción de quien la realiza; y la grabación constituye un episodio ocasional. “La validez de las grabaciones videográficas legítimamente obtenidas, están admitidas pacíficamente por una consolidada doctrina de esta Sala (…) aun cuando en las mismas se hayan seguido directrices tanto para evitar invasiones de derechos fundamentales, que atenten contra la intimidad o dignidad de la persona o personas afectadas por la filmación, de ahí que sea preceptiva la autorización judicial previa cuando se trate de domicilios o lugares privados similares, considerados como tales, como para garantizar su valor probatorio a base de adoptar medidas de control dirigidas a evitar la mistificación de la película, a partir de una sustitución espuria de la producida como por el intercambio de voces, palabras o imágenes para lograr un conducto diferente al real (montaje). “Por otro lado, conviene destacar, y así lo hacen las sentencias de 5 de mayo de 1997 y 27 de febrero de 1996, que los vídeos no suponen una prueba distinta de una percepción visual, en tanto que la grabación no hace otra cosa que perpetuar la de una o varias personas. Si la declaración en juicio oral de quienes obtuvieron las grabaciones videográficas, resulta coincidente a efectos identificatorios de las personas intervinientes en la acción delictiva y con relación al propio desarrollo de los hechos que confirman dicha acción –visualizada en el plenario- no parece reprobable tener por válido el contenido de tales manifestaciones de tanto que el cámara tuvo una percepción directa de los hechos en el mismo momento en que ocurrían y sus afirmaciones y explicaciones estuvieron sometidos en dicho acto a los principios de publicidad, contradicción, oralidad e inmediación (…), por lo que, no afecta a lo expuesto que la filmación haya sido efectuada por un particular, bien con carácter privado, o en el desarrollo de tareas informativas, con tal de que quede garantizada su integridad o autenticidad, y que sea ocasional, la que no estando preordenada a la prevención o investigación de los hechos delictivos, pueden evidenciarlos de forma casual” (STS 17 julio 1998). En realidad se trataría de una aplicación específica de la doctrina del “hallazgo casual” en este caso a la captación audiovisual. La actuación del periodista era legítima, pues se encontraba desarrollando una función informativa, no se realizaba clandestinamente, sino de un modo público y perceptible por todos los transeúntes y la obtención de la evidencia fue casual o, más bien, fruto del azar (“ocasional”), pues en modo alguno la actividad periodística estaba preordenada a la investigación de un concreto hecho delictivo. Un supuesto radicalmente diferente lo constituyen las grabaciones obtenidas con “cámara oculta”, pues en tales casos es evidente que la información no se obtiene de forma casual, sino que es el resultado de una actividad investigadora. No sólo esto, sino que la investigación periodística se desarrolla subrepticiamente, ocultando la condición de periodista del interlocutor y el hecho mismo de la grabación. Al engaño, se añade el carácter persistente de la intervención sobre la persona objeto de la información, pues ni el hallazgo informativo es casual ni el contacto con la persona objeto de la actividad informativa es ocasional, sino el resultado de una investigación exhaustiva, que muchas veces se producirá a través de sucesivos encuentros y entrevistas. Y, por último, se trata de una actividad planificada, dirigida a la investigación de un hecho, por lo que no es extraño que se incluya esta técnica periodística en el llamado periodismo de investigación. Por todas estas circunstancias este tipo de actividad informativa, en mi opinión, constituye una intromisión especialmente grave en el derecho a la intimidad (art. 18.1 CE), pues la información se obtiene prescindiendo del consentimiento del afectado, que ignora que está siendo grabado e, incluso, la condición de periodista de la persona con quien trata. Por ello, la vulneración se mantiene aun cuando al difundir la información se evite identificar a las personas ocultando sus rostros o alterando su voz, pues la afectación del derecho a la intimidad no es la consecuencia de la divulgación de la información, sino que se produce en el proceso seguido para obtenerla. A pesar de ello, existe una opinión muy generalizada partidaria de considerar que en estos casos son prevalentes los derechos vinculados a la libertad de prensa (art. 20.1 d CE), aplicando los criterios de validez a los que se sujeta el ejercicio del derecho a difundir libremente información: la veracidad, la existencia de un interés social relevante y la proporcionalidad a la finalidad informativa. Se olvida, sin embargo, que estos criterios sólo son operativos en el proceso de divulgación de la noticia, es decir, para establecer las condiciones de validez de la información que se difunde, pero no rigen en el proceso de obtención de la información, el cual, por sí, ha de ser legítimo, pues el derecho a acceder a las fuentes informativas no autoriza al periodista a obtener la información ilegalmente ni constitucionalmente se protege la información obtenida de un modo ilegal, mediante “revelaciones indebidas” (STC 13/1985). Resulta, pues, impresicindible establecer las condiciones en las que es admisible recurrir al reportaje con cámara oculta para obtener la información, lo que, en mi opinión, sólo puede considerarse justificado cuando se respete el principio de proporcionalidad, atendiendo, por un lado, a la relevancia de la información obtenida y trasmitida (“interés general cualificado”); por otro, a que el acceso a la fuente informativa no sea posible utilizando técnicas periodísticas tradicionales. Tan solo si se cumple de un modo estricto la exigencia de proporcionalidad podrá entenderse que los intereses vinculados a la libertad de información son prevalentes. (C) Videovigilancias realizadas por detectives privados La tercera hipótesis se sitúa en el ámbito de la actuación profesional de los detectives privados. Reiteradamente, la jurisprudencia ha avalado su declaración testifical y la grabación videográfica viene siendo considerada un elemento corroborador de su testimonio (SSTS 12 marzo 1990 y 13 julio 1992). La actuación de estos profesionales, sin embargo, se encuentra limitada por los derechos del sujeto cuya imagen se capta. En concreto, el art. 19.4 de la Ley 23/1993, de 30 de julio de Seguridad Privada, les prohíbe terminantemente “utilizar para sus investigaciones medios materiales o técnicas que atenten contra el derecho al honor, la intimidad personal o familiar o la propia imagen o al secreto de las comunicaciones”. Por ello, de acuerdo con la orientación imperante en nuestra jurisprudencia, sólo se autoriza la captación de imágenes en vías o espacios públicos y, por supuesto, no son admisibles las filmaciones de situaciones que son provocadas o inducidas con la finalidad de perjudicar a la persona grabada. Ejemplo de esta doctrina lo constituye el caso resuelto por la STS 11 diciembre 2006. Ante una acusación por un delito de agresión sexual, la defensa pretendió aportar la grabación realizada por un detective sobre distintos aspectos de la víctima: seguimientos de su vida diaria y una supuesta entrevista de trabajo a la que acudió engañada y en la que el entrevistador fue el propio detective. Con esta prueba se pretendía rebatir el dictamen psicológico en el que se afirmaba que la víctima sufría un cuadro compatible con el síndrome de estrés postraumático. La prueba fue rechazada, porque como afirma el TS adolece de ilícitud en su génesis: “Con engaño y desconocimiento de la afectada se simula una entrevista para conseguir un puesto de trabajo. También se visionaban secuencias de su vida privada. Estas, aunque se hayan producido en público, están amparadas por el derecho a la intimidad y a la propia imagen, que no deben utilizar terceros en su propio beneficio. Tampoco el origen de la prueba y su desarrollo ofrecen garantías, ya que se realiza por una de las partes con un enfoque parcial y preparado y con finalidades de preconstitución probatoria programadas con antelación. Consecuentemente, el sentido, contenido, desarrollo y circunstancias de la entrevista se han materializado desde una óptica interesada” La provocación ciertamente, convierte la grabación en inadmisible y, desde este punto de vista, también son inadmisibles las actividades encubiertas que consisten en provocar una declaración, pues el engaño o la deslealtad en la obtención de la pruebas, lisa y llanamente, deben considerarse prohibidas como medios de investigación encubierta. (d) Grabaciones obtenidas por la víctima Por último, se admiten sin restricciones las las grabaciones realizadas por la víctima. El TS suele basarse en el estándar establecido por la STC 114/1984 sobre la grabación de conversaciones por uno de los interlocutores. Aplicando esta doctrina, la grabación de las conversaciones entre interlocutores ha sido admitida por una nutrida jurisprudencia del TS, como la STS 29 septiembre 1999, en la que se examina la constitucionalidad de una grabación magnetofónica realizada subrepticiamente: “Esta Sala admite la legitimidad de la grabación subrepticia de una conversación entre personas realizada por una de ellas sin advertírselo a la otra ya que no ataca a la intimidad ni al derecho al secreto de las comunicaciones: cuando una persona emite voluntariamente sus opiniones o secretos a un contertulio, sabe de antemano que se despoja de sus intimidades y se las transmite, más o menos confiadamente a los que escuchan quienes podrán usar su contenido son incurrir en ningún tipo de reproche jurídico. Pretender que el derecho a la intimidad alcance inclusive al interés de que ciertos actos, que el sujeto ha comunicado, sean mantenidos en secreto por quien ha sido destinatario de la comunicación, importa una exagerada extensión del efecto horizontal que se pudiera otorgar al derecho fundamental a la intimidad” Idéntica argumentación se aplica para resolver el conocido caso del “Padre Coraje”, pues recuerda el TS que “no cabe apreciar, en principio, que la grabación de una conversación por un interlocutor privado implique la violación de un derecho constitucional, que determine la prohibición de valoración de la prueba así obtenida” (STS 6 julio 2000). Dicho de otro modo: “el art. 18 CE no garantiza el mantenimiento del secreto de los pensamientos que un ciudadano comunica a otro” (SSTS 11 mayo 1994, 30 mayo 1995, 1 marzo 1996, 27 noviembre 1997 y 2 mayo 1998). En todos estos casos, en mi opinión, la grabación realizada por el particular es admisible, mas no porque la protección de la intimidad haya de circunscribirse a la “información intima”, sino porque cuando un particular transmite la información voluntariamente a un confidente, que no se encuentra vinculado por una obligación de secreto, no puede afirmarse que exista una expectativa razonable de intimidad, ya que con la revelación el titular del derecho pierde el control de lo comunicado, que se acentúa a causa de la generalización del uso de los sistemas de vigilancia. Así pues, asistimos a un nueva forma de prevención basada en el control audiovisual, provocada por la digitalización de los sistemas de vigilancia. Ya no son un instrumento control puesto en manos exclusivamente del Estado o de las grandes corporaciones. El caso resuelto por la Audiencia Provincial de Pontevedra es un buen ejemplo de este nuevo contexto en el que se desarrolla la tecnología de la vigilancia e invita a reflexionar sobre la permisividad de la jurisprudencia en permitir su uso por los particulares y sobre la suficiencia de la protección civil como instrumento suficientemente eficaz para prevenir los abusos.