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BIBLIOTECA
Extranjero en todas partes
Por Raquel Garzón | Enero 1, 2024

Mercedes Halfon
Extranjero en todas partes. Los días argentinos de Witold Gombrowicz
Colección Vidas Ajena. UDP
159 páginas

Tres «performances invisibles» de 1947 ejemplifican para Mercedes


Halfon el tono transgresor, de a ratos disparatado y decisivo de los 24
años que vivió Witold Gombrowicz en Argentina, escribiendo la mayor
parte de su obra y empujando la literatura más allá de las páginas,
mientras se convertía en leyenda.
La primera de esas escenas es la traducción colectiva al español de su primera novela,
Ferdydurke, publicada una década antes, realizada en la confitería Rex de Buenos Aires, donde el
escritor jugaba al ajedrez por horas. Traducción que financió Cecilia Benedit, amiga de
Gombrowicz y encomendada a latinoamericanos que no hablaban polaco (el cubano Virgilio
Piñera, entre ellos) y a un polaco, el autor, que manejaba un castellano de batalla. El resultado,
rico en palabras inventadas (cuculeito, facha…), fue una reescritura alucinada que fascinó a
Gombrowicz, porque ponía en acto su deseo imposible de hallar una forma para la inmadurez. La
crítica ignoró el libro.
Una segunda «chiquilinada genial» es la conferencia «Contra los poetas», escrita en español y
pronunciada en la librería Fray Mocho. Frases como: «Declaro que a mí los versos no me gustan
en absoluto y hasta me aburren», merecieron insultos e incluso un bastón que arrojó alguien del
público, para satisfacción de Gombrowicz, polemista decidido a cuestionar las formas cristalizadas
de la cultura. «A veces me gustaría mandar a todos los escritores al extranjero, fuera de su propio
idioma y fuera de todo ornamento y filigrana verbales para comprobar qué quedará de ellos
entonces», afirmó a modo de manifiesto en la nota introductoria.
Ricardo Piglia, que consideraba a Gombrowicz un escritor argentino y lo homenajeó en Tardewski,
un personaje de su novela Respiración artificial (1980), caracterizará ese español aprendido en
los bares del puerto a partir de «la circulación sexual y el encuentro con desconocidos» como un
«idioma de la desposesión». La extranjería al cuadrado.
Un conde polaco en Buenos Aires
«Vagamente conde, pero auténticamente aristócrata», como lo llamaba Ernesto Sabato,
Gombrowicz recaló en Buenos Aires en agosto de 1939 «por casualidad». Había sido invitado
como periodista junto con otras personalidades al viaje inaugural del Chobry, un crucero de
bandera polaca.
Cuando días después le ordenaron al barco volver a Inglaterra (los nazis acababan de invadir
Polonia y la Segunda Guerra Mundial empezaba a rugir), en un impulso que tardaría en explicarse,
eligió el exilio. Bajó a la carrera del buque con dos maletas y 200 dólares (unos 4000 € de hoy). No
hablaba castellano; no tenía red ni trabajo en Argentina, pero podía oler las trincheras y las
prefería lejos.
Ese es el comienzo cinematográfico de la existencia suramericana del autor de El casamiento
(1945), un rapto de casi un cuarto de siglo, que incluyó bohemia y privaciones inimaginables y lo
llevó a malvivir en pensiones, almorzar en velorios de desconocidos y ocuparse alternativamente
como periodista, profesor particular (dentro y fuera de la comunidad polaca) y oficinista para
ganarse la vida.
Ese es también el inicio de Extranjero en todas partes. Los días argentinos de Witold
Gombrowicz, la investigación de Mercedes Halfon que sigue a «Witoldo» desde su fascinación y
largos paseos iniciales por el barrio de Retiro y el puerto de Buenos Aires hasta las marcas
actuales del escritor en la ciudad, cuando nombrarlo es santo y seña de la literatura descentrada y
la creatividad libérrima.
Al elegir la extranjería, Gombrowicz escogió el EXTRAÑAMIENTO, la EXCENTRICIDAD, la
PERIFERIA. La tercera acción de 1947 subrayada por Halfon va en esa línea. Publica como broma,
un único número de Aurora. Revista de la Resistencia, en la que dispara contra la revista Sur,
Parnaso de la cultura argentina, e ironiza acerca de algunos de sus escritores consagrados: Borges,
Victoria Ocampo, Arturo Capdevila y Enrique Larreta (Borges, recordemos, decía no haber leído
nunca a Gombrowicz aunque ambos ganaron con el tiempo el premio Formentor, que Witold
recibiría ya en Europa, en 1967, un año antes de su candidatura al Nobel).
Elogio de la inmadurez
Cuando llegó a la Argentina, tenía 35 años y era conocido en los salones de Varsovia por
Ferdydurke (1937), una novela satírica y experimental en la que exploraba, con el tono del teatro
de marionetas, los que serían sus grandes temas: un elogio de la imperfección y la inmadurez, lo
inacabado y la juventud, frente a la opresión de la cultura y de la Forma (así, con mayúscula),
como estereotipo.
El libro de Halfon, pródigo en estampas imborrables, se lee como una novela de aventuras: las
peripecias de un escritor al que la guerra deja varado en el fin del mundo, donde escribe una obra
de vanguardia prohibida en su país e ignorada por casi todos hasta que, décadas después, la
traducción al francés de Ferdydurke, en 1958, y la representación parisina en 1963 de El
casamiento, una de sus obras teatrales, dirigida por Jorge Lavelli, inician el camino del
reconocimiento global.
Quienes busquen el origen del mito lo encontrarán (spoiler: el «Maten a Borges» con el que se
despidió en el puerto antes de regresar a Europa en 1963, no se ha verificado), pero hallarán
también herramientas (preguntas, relaciones) para pensar la literatura, su detrás de escena,
formas de consagración y circulación.
El anecdotario es jugoso: de la huída nocturna de una pensión que no pudo pagar por falta de
dinero a la tranquilidad que le granjearon sus siete años como empleado del Banco Polaco, donde
escribió bajo la mirada crispada de algunos compañeros su segunda novela Trans-Atlántico
(1951), ambientada en Argentina. Esa sátira en la que habla de polonidad y de exilio mientras
«una nave corsaria contrabandea una fuerte carga de dinamita para hacer saltar los sentimientos
nacionales», fue pionera al presentar «un personaje abiertamente gay en una obra de ficción y
seguirlo en una larga travesía».
Halfon criba testimonios (directamente o a partir de libros
esenciales como Gombrowicz en Argentina, de Rita
Gombrowicz, con quien se casó en 1968). Revive los viajes
debidos al asma y su mala salud (se detiene en Tandil, entre
1957 y 1960, donde conocerá a lectores jovencísimos de su
obra, Rubén Vela, Mariano Betelú y Jorge Di Paola, escritor que
alimentará su legado). Recorre lo que queda de sus lugares
porteños (el Club Polaco que aloja la «Gombroteca», con sus
libros y archivo personal; el edificio de Venezuela 615, en el
barrio de Monserrat, entonces una pensión y en el cual existe
hoy «Witolda», una librería a puertas cerradas) y elabora su
matizada versión del que Deleuze consideraría junto con Joyce y Witold y Rita Gombrowicz
Borges «el tercer mosquetero de la vanguardia».
Escritora atípica ella misma, como lo prueban los sutiles El trabajo de los ojos y Diario pinchado
(que abre con una cita del Diario argentino), no edulcora peculiaridades ni contradicciones del
biografiado. Gombrowicz era un hombre difícil. Veía en toda conversación una ocasión de esgrima
y no parecía haber sosiego en su idea de la amistad. «No quería mucho a las mujeres» y algunas
de sus opiniones sobre ellas son generalizaciones pobres. Egocéntrico sin hipocresía (basta leer la
primera entrada de su Diario), leía poco y la política no le interesaba nada.
Los 50 son años fecundos. En 1951, publica por entregas como escritor en el exilio Trans-
Atlántico en Kultura, revista principal de la emigración polaca en París. Está prohibido en Polonia,
pero lo leen; es alguien sobre quien hay que pronunciarse. A partir de 1952, cobra por estas
publicaciones y sus finanzas mejoran. Para esa revista escribirá su Diario, inspirado en el de André
Gide, libro que le ha recomendado Alejandro Rússovich, uno de sus más entrañables amigos
argentinos.
Implacable y de humor corrosivo, el Diario es su obra mayor; en él se recrea y escenifica una
relación íntima entre literatura y vida. Empieza a escribirlo en 1953 y no lo abandonará hasta poco
antes de morir, en 1969. Pero a contramano de los papeles de escritor habituales, no nace
privado sino público, confiando en que lo hará célebre. Escribe desde el Cono Sur, pero sabe que
su público está en otra parte. «Es como un diario en el aire», afirma Alan Pauls, autor de Cómo se
escribe el diario íntimo, entrevistado por Halfon. «Le permite decir cualquier cosa y eso es algo
muy atractivo, modifica mucho las reglas del género». Pauls invita a leerlo como el diario de un
impostor.
El artefacto que construye Halfon multiplica sus resonancias con las miradas de otros autores
sobre la onda expansiva de Gombrowicz (César Aira, Luis Gusmán…). La marca, si la hay, es haber
aprendido de él a desmarcarse, la desmitificación y el humor. En su testimonio, Martín Kohan,
autor de La vanguardia permanente, se detiene en el «cortocircuito» Gombrowicz: es en sí
mismo un margen, señala, PORQUE ES EUROPEO, PERO PERIFÉRICO. Siempre opera así,
desarmando algo. Desestabiliza, pero no propone otra centralidad.
Gombrowicz dejó Argentina en 1963 con intención de regresar, invitado por la Fundación Ford a
Berlín. Poco antes de su partida y veinticuatro años después de su llegada, la revista Eco
Contemporáneo publicó el primer dossier sobre su obra. Nunca volvió. Murió en Francia, en 1969.
Había escrito y vivido con desparpajo, al margen de cualquier canon. Ese talante pervive: en 2014
el Congreso Gombrowicz reunió en Buenos Aires a 600 ponentes internacionales y más de mil
asistentes. Ciertas apropiaciones y recreaciones del legado gombrowicziano propuestas allí
desconciertan a sus seguidores más devotos.

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"Extranjero en todas partes" de Mercedes Halfon reconstruye el paso del escritor por nuestro
país
Witold Gombrowicz en Argentina
Desde su llegada al país en 1939, el autor de Ferdydurke fue un enigma: escribía en polaco y se
traducía, era gay, no entró en el canon ni fue reconocido por Sur, fue candidato al Nobel.
Reconstruir esos años fue para Halfon una pesquisa de contradicciones detrás de una figura
esquiva.
Por Imanol Subiela Salvo | 27 de agosto de 2023

Alrededor de la figura de Witold Gombrowicz, el escritor


polaco que pasó poco más de dos décadas en la
Argentina, hay cientos de rumores que nunca se terminan
de desentrañar. Por ejemplo: dicen que cuando se fue del
país, antes de que zarpara el barco, gritó “¡Maten a
Borges!”. Pero esto es apenas un mito. Pasan los años y la leyenda sobre este personaje que vivió
en la pobreza, al mismo tiempo que cenaba con los ricos del país, se vuelve más conocida y
popular ya que hay detectives que quieren tratar de reconstruir, lo más que se pueda, el
rompecabezas de la vida de este autor. Y entre esos detectives está Mercedes Halfon, la escritora
que publicó recientemente Extranjero en todas partes, un libro editado por la Universidad Diego
Portales que reconstruye los días que Gombrowicz pasó en la Argentina.
Halfon hilvana diferentes instantáneas de la vida de este autor en el país. Desde su llegada en
1939, hasta una crisis de asma que tuvo poco antes de morir 30 años después, pasando por los
años de pobreza absoluta a comienzos de la década del 40 y las tardes jugando ajedrez en el bar
Rex. El trabajo de Halfon logra algo que pocas veces sucede en este tipo de textos biográficos:
revive Gombrowicz, lo hace caminar otra vez por Buenos Aires, lo deja habitar su vida cotidiana.
Extranjero en todas partes no es una enumeración de hechos, una entrada de Wikipedia, sino un
relato íntimo que da cuenta del humor con el que Gombrowicz recorrió las calles de esta ciudad y
de otras también –como Tandil–. Este es un libro que se siente como un diario íntimo, pero
escrito por otra persona.
Paradójicamente, el propio Gombrowicz escribió un diario sobre sus días en la Argentina, pero
Halfon tomó ese material únicamente como una posible línea de investigación. Sobre esto, en
diálogo con Página/12, la autora dice: “Lo central de su diario es que tenemos anécdotas de la
vida Gombrowicz contadas por él. Sin embargo, cuando empecé a contrastar con otras fuentes
había incongruencias en su relato. Por eso para el libro trabajé con aquellas escenas en las que
encontraba, además de lo que él dijo, dos o tres fuentes más que las respaldaran”. En este
sentido, hay una decisión estética muy marcada en el libro y es la de priorizar la investigación
periodística por sobre el color de la chismografía. Extranjero en todas partes permite pensar a
Halfon como una gran narradora, pero también como una gran periodista, capaz de encontrar en
medio de múltiples versiones flojas de papeles un puñado de certezas.
“Gombrowicz es un personaje complejo. Siempre tuvo mal carácter, era misógino y tenía muy
mala relación con muchas figuras importantes de su época, yo menciono eso en el libro pero mi
intención no fue contar su vida juzgando desde el presente, ni desde una concepción moral –dice
Halfon–. Cuando iba leyendo los testimonios de sus amigos, o de la gente que hablaba mal de él,
sentía mucha cercanía con esa cualidad de ser tan odioso y a la vez tan simpático y cautivante. Por
eso, trabajé ambas cosas: mostrar toda su faceta detestable y a la vez la otra que es muy
luminosa”.
Lo que propone Extranjero en todas partes es, por un lado, un repaso por la vida de Gombrowicz
y, por otro lado, distintas claves de lectura de sus textos.
Mientras estuvo en el país, este autor creó la mayoría de
su obra. Si bien su primera novela, Ferdydurke, había sido
publicada en 1937, gracias a un trabajo de traducción
colectiva –tardes enteras en el bar Rex dedicadas a esta
tarea– este libro también apareció en el país. Halfon
entrelaza el análisis de la obra de Gombrowicz, con
momentos de su vida. Esto genera que el libro transforme
el relato en un material híbrido que se escapa de los
géneros. No es sólo una investigación periodística, o una biografía, o un libro de crítica literaria. Es
todo eso al mismo tiempo.
A lo largo de su vida Gombrowicz publicó: un libro de cuentos, cinco novelas, tres obras de
teatro y sus diarios. También dio conferencias, clases de filosofía para “señoritas bien” y pasó
horas enteras discutiendo acerca de todo en diferentes bares de la ciudad de Buenos Aires. A
excepción de su libro de cuentos, su primera novela y su primera obra de teatro, todo el resto lo
produjo mientras estuvo en la Argentina. Sin embargo, su trabajo nunca ingresó de lleno al canon
oficial del país. Incluso hay algunas discusiones sobre la pertenencia identitaria de este escritor:
escribía primero en polaco, después traducía al español y publicaba en Buenos Aires. Esta
discusión es retomada por Halfon en Extranjero en todas partes y para “intentar” saldarla cita
una conferencia que dio Ewa Kobyłecka-Piwońska –investigadora polaca que dedicó su trabajo a
pensar la influencia de este autor– en el Congreso Gombrowicz: “Ustedes [los argentinos] lo
consideran suyo –basta con ver dónde lo ubican en las librerías, siempre en los estantes con la
literatura argentina–. Así que no es la lengua de la escritura lo que decide la pertenencia a un
canon o una tradición nacional, sino un modo de lectura”.
Más allá del abrazo cálido de lectores y libreros, que comentan y comparten la obra de
Gombrowicz, su obra continúa teniendo un espacio marginal dentro de la literatura. “Las
dificultades para entrar al canon tienen que ver con que él quería hacerlo en sus términos, que no
eran los de la escena argentina –dice Halfon–. Además, su literatura tampoco es tan fácil de leer.
No es de fácil acceso. Es un escritor de vanguardia. Por ejemplo, sus obras de teatro se pueden
pensar dentro de lo que se conoce como ‘teatro del absurdo’, pero las hizo 10 o 15 años antes de
que eso apareciera”.
El corrimiento por parte de Gombrowicz de la escena local no tenía únicamente que ver con su
manera de escribir, es decir, no era sólo una cuestión formal sino también temática. En Trans-
Atlántico, una novela publicada en 1953, el autor escribió una suerte de parodia de su propia
travesía marítima, la que lo había depositado en el puerto de Buenos Aires décadas atrás –el
narrador de la novela lleva el mismo nombre que el autor–, pero la particularidad del libro no es
esa, sino la inclusión de un personaje llamado Gonzalo, alias “el puto”. Este personaje está
pensado como un alter ego del propio Gombrowicz, que pasó noches enteras deambulando por
Retiro en busca de la compañía de jovencitos encantadores. Escribe Halfon sobre Trans-Atlántico:
“Esta novela fue pionera al presentar abiertamente en una obra de ficción a un personaje gay y
seguirlo en un larga travesía. Parecería otra de las formas encontradas por Gombrowicz de ir
empujando la vida, cada vez más, hacia adentro de la literatura”.
Incluir un personaje abiertamente homosexual en una novela y llamarlo “el puto” genera un
doble corrimiento por parte de Gombrowicz. Primero, puede funcionar como una ofensa o un
ataque contra las buenas costumbres de la época, que ponderaban -y ponderan- la
heterosexualidad como forma ideal de vínculo. Segundo, y de manera paradójica, Gombrowicz no
realiza una valoración de la homosexualidad, justamente porque Gonzalo es “el puto”, es decir,
utiliza un término despectivo para referirse a él –y por qué no a sí mismo–. Dicho de otro modo: a
Gombrowicz no le importaron las buenas costumbres, ni tampoco las maricas.
Para Halfon, Gombrowicz se armó como un escritor muy contestatario y muy beligerante dentro
de la escena argentina. “Hoy, en el arte o la literatura, no se dan peleas tan fuertes. Pareciera que
la corrección política, la amabilidad, los buenos modales, tomaron el campo. Por eso mismo creo
que hay que leer a Gombrowicz, porque es una figura que pone la discusión donde hay que
tenerla, como para no pacificar tanto, sigue habiendo enemigos, aunque parezca que no, que
somos todos muy amigos”.
A la vuelta de la esquina
De la ciudad que Gombrowicz habitó no queda nada. Apenas un
eco o una ilusión. En los bares donde jugó al ajedrez o tradujo
con amigos Ferdydurke, ahora hay “cafés de especialidad” o
carteles que dicen “Coffee & Co.” como si ese “& Co” significara
algo para las personas que pasan por esas mesas a diario. El
recorrido que realiza Halfon en Extranjero en todas partes por
reconstruir la vida de este escritor es también un recorrido para
contrastar la escena cultural de aquel entonces con la Buenos
Aires de ahora. Lo que queda es un mito, un susurro y una
escritora que camina esas mismas calles imaginando la vida de
alguien que murió en 1969. Witold y Rita Gombrowicz
Entre las personas consultadas por Halfon para contar esta
historia está el escritor César Aira. Cuando tuvo que contestar a la pregunta sobre cuál es la
influencia que podría tener Gombrowicz en la escena literaria, dijo: “¿Quién dijo que existen las
influencias de unos escritores sobre otros? ¿No será una invención de los críticos para tener algo
sobre lo que hablar? (...) ¿No será que nos estuvimos autoengañando siempre al hablar de
influencias, quizás con el deseo inconsciente de pertenecer a una gran familia prestigiosa?”.
A esto, Halfon agrega: “Las características propias de su personalidad y de su obra generaron que
no se convirtiera en un escritor central, como Borges. A su vez, tuvo una vida muy marginal
durante los primeros años en la Argentina y después, cuando le empezó a ir bien, hubo algunas
resistencias: hay rumores que dicen que desde el gobierno polaco se presionó para que no se le
diera el Nobel de Literatura, al que fue nominado mientras estuvo vivo. Sólo con eso ya tenés
toda una zona que también atentó contra su posibilidad de trascender”.
Gombrowicz fue un francotirador que desde su casa en Tandil disparó contra todo el mundo,
mientras creaba su obra. Su compromiso, al parecer, era consigo mismo y con la escritura. Su
incapacidad para ceder un poco, tan solo un poco, lo convirtieron en lo que es: un personaje
curioso, con un aura misteriosa alrededor. Incluso tras la publicación de Kronos, un diario suyo
que apareció en 2013 en el que se relatan sus aventuras sexuales y escenas de su vida más íntima
y casi secreta, este escritor continúa siendo una caja de sorpresas por descubrir. Y tal vez esto
tenga que ver con algo que escribe Halfon en su libro: “Gombrowicz será aquí en Argentina un
autor de culto, esto quiere decir: desconocido para casi todo el mundo”.

Recuadro
Lo bajo y lo alto: un fragmento de Extranjero en todas partes
Por Mercedes Halfon
Mastronardi era cercano al grupo Sur y colaborador de la revista. Tenía
muy buenas relaciones con Victoria Ocampo y su hermana Silvina –
pertenecientes a una de las familias patricias más importantes de la
Argentina–, con Adolfo Bioy Casares –novelista y marido de la última–
y, por supuesto, con Jorge Luis Borges, quien tenía en alta estima la
poesía del entrerriano. La revista, y posteriormente editorial Sur,
comandada por la imponente Victoria y un comité de renombre
internacional, marcaron, desde su fundación en 1931, el rumbo de la
literatura argentina por más de dos décadas. Fueron el canon, tanto
por lo que iluminaban de la escena local, como por lo que traducían de
lo extranjero. Borges, con el paso de los años, ocupará el centro. A Gombrowicz no le hubiera
venido nada mal hacerse de esos vínculos, quizás publicar en la revista. Por eso Mastronardi
organizó una cena, en la casa de Silvina y Bioy, a la que también acudió Borges.
La secuencia fue contada por Gombrowicz en el Diario y también comentada por los anfitriones,
pero de modos muy distintos. El primero le dedica varias páginas, reflexiona sobre estos
figurones, no del todo amablemente. Escribe: “¿Cuáles eran las posibilidades de comprensión
entre esa Argentina intelectual, estetizante y filosofante y yo? A mí lo que me fascinaba del país
era lo bajo, a ellos lo alto. A mí me hechizaba la oscuridad de Retiro, a ellos las luces de París”.
Gombrowicz se siente incómodo en el encuentro, habla poco, no mira a nadie, no saca temas de
conversación, no es amable con los anfitriones. Su español es defectuoso, el francés de ellos, dice,
le resulta inaudible. Se impacienta, se resiente. Su orgullo, su dolorosa extranjeridad lo hace
cerrarse sobre sí mismo como un candado.
En los años setenta, mientras hacía la investigación para su libro Gombrowicz en Argentina, Rita
Gombrowicz, su viuda y albaceas, entrevistó a Silvina Ocampo. Tuvieron el siguiente diálogo que,
con mucha perspicacia, Rita transcribió tal cual:
RG: Hábleme de esa famosa cena evocada por Gombrowicz en su Diario.
SO: ¿Por qué famosa?
El malentendido era obvio. Mastronardi, artífice del encuentro y nexo entre los dos bandos, dio
algunas explicaciones. En particular del comportamiento de Gombrowicz. Los demás, pareciera,
no tenían necesidad de dar explicaciones.
En Argentina no buscó ni tampoco fue rechazado por aquellos que ornaban el Olimpo literario;
más bien habría que decir que estaba muy a gusto en otros medios. Nunca quiso, ni aquí ni en su
patria, entrar en la Cultura como se entra en un templo en el que los fieles rezan de rodillas.
Como cierre de su visita y de su reflexión sobre el grupo Sur, epicentro de la literatura argentina
en el tiempo que Gombrowicz estuvo en el país, escribe una de las formulaciones estéticas más
bellas de su Diario. Se termina de comprender que su diferencia con ellos no es de clase, ni de
nacionalidad, ni de estilo, ni de escritura. La diferencia está en el lugar a donde cada uno va a
dirigir la mirada:
El arte es ante todo un problema de amor, si queremos conocer la verdadera posición del artista
debemos preguntar ¿de qué está enamorado?

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