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V i a j e s e n l a F i cc i ó n
Un libro es más que un objeto. Es un encuentro entre dos personas a través
de la palabra escrita. Éste es el encuentro entre autores y lectores que Chiado
Editorial busca todos los días, trabajando en cada libro con la misma dedicación,
como si fuera el único y último, siguiendo la máxima de Fernando Pessoa “pon
cuanto eres en lo mínimo que hagas”. Queremos que este libro sea un reto
para usted. Nuestro reto es merecer que este libro forme parte de su vida.
www.chiadoeditorial.es
Título: Cascabel
Editor: Lucía Nosti Marín
Coordinador Editorial: Susana Blaya
Composición Gráfica: Manuela Duarte
Portada: A DEFINIR
Revisión: A DEFINIR
Impresión y Acabado:
Chiado
P r i n t
Cascabel
Capítulo I...................................................................... 9
Capítulo II - La Ordeña................................................. 37
Capítulo III - La Bienvenida......................................... 51
Capítulo IV - Doña Lucha............................................ 81
Capítulo V - Mariana.................................................... 121
Capítulo VI - Los Desposados...................................... 143
Capítulo VII - El Regreso............................................. 157
Capítulo VIII - Los Quince Años.................................. 183
Capítulo IX - Doña Hortensia....................................... 211
Capítulo X - El Huapango............................................. 225
Capítulo XI - Chepa...................................................... 241
Capítulo XII - La Indita................................................ 263
Capítulo XIII - Matanga................................................ 283
Capítulo XIV - La Limpia............................................. 295
Capítulo XV - El Pájaro vaquero.................................. 317
Capítulo XVI - El Tío Matías....................................... 327
Capítulo XVII - La Arbolaria........................................ 345
CapítuloXVIII - Alba.................................................... 355
Capítulo XIX - Jordan................................................... 367
Capítulo XX - La Venta................................................ 383
Capítulo XXI - Secretos Revelados.............................. 399
Capítulo XXII - Premonición........................................ 417
Capítulo XXIII - El Toloache........................................ 431
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Capítulo XXIV - La Tormenta...................................... 445
Capítulo XXV - El Reencuentro.................................. 457
Epílogo.......................................................................... 483
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Este libro está dedicado:
A Dios Todopoderoso
a mi madre Amandita,
a mi esposo José Ángel,
a mis hijos José Enrique y Nidia Jade,
a los desfallecidos con voces apagadas,
a los ausentes sin voces,
a los que tienen voces pero están oprimidos,
a los que alzan la voz a pesar del ruido
Y a mis amigos llámense familia, hermanos musicales,
luchadores sociales, ángeles con capacidades extraordina-
rias para amar, justos y pecadores.
Capítulo I
Con su tosca mano Apolinar hizo la señal de la cruz y proce-
dió a santiguarse. El ritual era muy diferente al que se acos-
tumbra en la iglesia católica, pues empezó en su boca subió
hacia la nariz, se detuvo en la frente, tocó la cabeza, llegan-
do hasta atrás de la misma y de regreso hacia la cara bajando
hasta el pecho, este acto lo repitió tres veces. La necesidad
de tal diligencia se debía a la presunta convicción de quedar
totalmente protegido de los espíritus chocarreros, del mal de
ojo, conjuros, maldiciones y mala suerte que pudiera causar-
le daño alguno a su apreciado cerebro. De sus gruesos labios
recitó una oración que era una mezcla entre padrenuestro y
ave maría. Se calzó con sus chanclas de piel y se levantó del
lecho rumbo al baño; no sin antes, alzar la voz con el primer
grito del día:
—¡Hortensia!, ¡Hortensiaaa! —Se escuchó una voz res-
ponder desde fuera de la habitación:
—¡Ya voy! ¡Ya voy!
Una mujer regordeta y de corta estatura entró apresurada-
mente, llevaba en su mano un vaso con leche y una pequeña
caja de medicamentos. Vestía un delantal sobre su vestido
floreado color violeta; su larga y crespa cabellera estaba
recogida en un chongo alto.
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y es inmenso mi quebranto:
que basta y sobra mi llanto
¡Para inundar mi trinchera!
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Capítulo II
La Ordeña
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Capítulo III
La Bienvenida
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Capítulo IV
Doña Lucha
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Capítulo V
Mariana
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En un jardín primoroso
corté esta fragante flor,
para entregarte mi amor
en perfumado alborozo.
En mi alma no cabe el gozo
al contemplar tu mirada,
profunda y enamorada
pues mi corazón es tuyo
y se abre como capullo
al vislumbrar la alborada
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Capítulo VI
Los Desposados
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Capítulo VII
El Regreso
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Capítulo VIII
Los Quince Años
—Doña Hortensiaaaa.
Unos golpes en el mosquitero hicieron que Doña
Hortensia y Mariana dejaran la labor de tejido que tenían
en las manos. Ambas se encontraban sentadas en las confor-
tables mecedoras tlacotalpeñas frente al gran ventanal que
daba al jardín, en la amplia sala del caserón. La joven nuera
a instancias y por consejo de su madre, intentaba “ganar-
se” el aprecio de sus suegros. La estrategia empleada por la
recién desposada fue puesta en práctica en una de sus visitas.
Mariana sin duda alguna desempeñó su papel de actriz sin
ningún trabajo: pues con excesiva emoción alabó una y otra
vez los hermosos tapetes tejidos que decoraban por doquier
los antiguos muebles del hogar de los Mendoza. A la señora
se le iluminaron los ojos de orgullo y comenzó a mostrarle
toda una gama de tejidos con diferentes decorados; caminos
de mesa, carpetas, fundas, orillas, cortinas y hasta colchas.
Al final con un gesto de súplica le pidió a su suegra que le
enseñara a tejer; doña Hortensia dándose su importancia res-
pondió con orgullo en la voz pero claramente complacida:
—Pues…solo que sea por las tardes, porque en las maña-
nas ¡Tengo mucho que hacer!
Mariana podía no sentir gran aprecio por su suegra, pero
reconocía que en el arte del tejido la señora era una excelsa
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artesana, así que esa tarde armada con hilo y gancho de tejer
tomaba su primera lección.
Se escuchó de nueva cuenta la voz en la puerta y doña
Hortensia con su aire imperativo; le ordenó a la joven sir-
vienta sentada en un pequeño banco a su lado que atendiera
la puerta:
—¡Esta niña! fíjate a ver quién es.
Por alguna extraña costumbre doña Hortensia parecía
olvidar los nombres de las criadas a su servicio. Mariana
expectante se acomodó en la mecedora, mientras Chepa
entreabría el mosquitero para responder con prontitud:
—Es doña Bartola y su hija Chole.
—Diles que pasen —respondió enseguida.
Al escuchar la indicación, Chepa abrió totalmente el mos-
quitero permitiendo la entrada a las recién llegadas. Con aire
tímido las visitas se dirigieron hacia la mecedora donde se
encontraba doña Hortensia con sus pies levantados. Chepa
las siguió pero no se sentó, las mujeres vestían humildemen-
te y se notaban nerviosas, parecía como si fuesen a pedir un
favor y no supieran por donde comenzar.
—Buenagh taaardegh doña Hortensia.
Doña Hortensia levantó la vista y después de observarlas
pareció comprender que la razón de la visita tenía que ver
con alguna solicitud de índole económica. Un gran suspiro
salió de sus labios y hasta entonces contestó el saludo:
—¡Buenas tardes, Bartola!, siéntate ¡Te noto muy
acalorada!
—¡Ay sí! Qué calor ejta haciendo ¿verdad? Eso le venía
yo diciendo a Chole ¡Yo ya no aguanto ejta calor!, ejtá muy
re que te dura la sequía ¡Por estoj tiempoj ya teníamos el
agua encima!
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—¿Doscientas personas?
La señora frunció la boca expresando su disgusto. Ya no
pudo agregar nada, solo volvió a respirar hondo, como para
tragarse el susto. La joven nuera a su lado medio sonreía,
aparentando inocencia ante el profuso y aguerrido comba-
te desplegado frente a sus ojos y reflejando una inequívoca
complacencia por el resultado de la visita. De pronto, los ojos
de Bartola se posaron en la testigo involuntaria; Mariana se
puso seria, intuyendo que ahora le tocaba a ella ser el blanco
de sus pretensiones:
—Sí, doña Hortensia, maj o menoj docientaj, pero…,
también vine a ver a Arnulfo y a su mujé, así que aprovecho
que ejta aquí, aunque no la conojco a ella, pero ya ve que yo
hajta cuidé de Arnulfito:
Bartola sonreía mirando directamente a Mariana:
—¡Ay muchacha! quería pedirte que fueraj la madrina de
zapatillaj, ya su tía Leonor le regaló el vejtido, está retechu-
lo es de color rosado, pero le faltan laj zapatillaj, loj guantej,
el ramo y el tocado pa la cabeza, ¡Ah! También le falta laj
pulseraj, loj aretej y el collar pal pejcuezo.
Mariana abrió la boca, pero no pudo responder y doña
Hortensia lo hizo por ella:
—Yo se lo diré a Arnulfo, ahora te dejo, porque no me
siento muy bien con este calor, así que me iré a acostar.
Doña Bartola entendió la indirecta. Se paró de inmediato
y sonriente agradeció a ambas por haber aceptado ser las
madrinas:
Puej muchísimaj graciaj y que sigan bien eh?..¡Ah!
Chole calza del número cinco ¿Verdá mija?...Toncej por
aquí lej traigo laj invitacionej.
—Ándale Bartola.
Contestó la señora exasperada.
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Anoche te me paseabas
con tu rebozo y me sonreías
y no te incomodabas
cuando era otro al que preferías.
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Capítulo IX
Doña Hortensia
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Capítulo X
El Huapango
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Capítulo XI
Chepa
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más por lo que le había acontecido ese día, sino por la fría
actitud con que doña Hortensia había tomado la noticia de
la muerte de una persona que le servía a diario. Nunca había
visto a nadie que mostrara tal desinterés e indiferencia ante
un suceso tan infortunado y terrible como la trágica muerte
de esta joven, casi niña.
Mariana no podía apartar de su pensamiento la imagen
de la chiquilla… Chepa siempre fue tímida y callada, poseía
un cuerpo esbelto como el de una gacela. Su andar nervioso
y ágil le permitía realizar las más insólitas tareas. Muchas
veces al caer la tarde se le veía perseguir a las gallinas para
encerrarlas o bien se trepaba a los árboles a cortar los fru-
tos que su patrona le pedía. Su boca grande emitía una voz
melancólica y dulce, que a veces se tornaba graciosa cuando
vocalizaba unos ruidos raros para llamar a los cerdos. Sus
ojos eran pequeños y de forma rasgada. Las pocas veces que
sonreía, mostraba unos dientes blanquísimos, que ilumina-
ban su puntiagudo rostro, ahuyentando momentáneamente
esa máscara de tristeza que exteriorizaba a menudo, debido
seguramente a que en su corta vida la desdicha había visi-
tado a su puerta de una forma violenta y cruel, por abusos y
maltratos. Todos en aquellos llanos conocían las circunstan-
cias del infame ultraje de Chepa, y aunque nadie se atrevía a
mencionarlo en su presencia, por detrás había sido contado
un millón de veces…
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¡Pisoteaste mi inocencia!
Me arrastraste hasta el abismo,
del oscuro cataclismo
alcancé a pedir clemencia
y con cruel indiferencia
¡Desdeñaste mi tormento!
Pero llegará el momento
de escupir sobre tu tumba
y ver como se derrumba
tu maldad…¡Polvo en el viento!
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Capítulo XII
La Indita
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Capítulo XIII
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El Llano de Sotavento
me trae de la lejanía,
una antigua melodía
que se mezcla con el viento.
Y con efímero acento
que mi pensamiento anuda,
va despejando la duda:
Mi alma vuelve a palpitar,
porque vuelvo a respirar
Aromas de albahaca y ruda.
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Capítulo XIV
La Limpia
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gallinero, para eso está la gente que trabaja aquí…, todo ese
quehacer estoy seguro que te tiene nerviosa y cansada y yo
necesito que te concentres en lo más importante de nuestras
vidas… ¡Dame un hijo Mariana!, mi pequeña, eso sería la
culminación de nuestro amor y la cimentación de nuestro
matrimonio.
Mariana aun llorando le respondió:
—Yo no creo estar lista para eso, además ¡No sé qué
quieres que haga! A lo mejor es que no puedo… ¡No puedo
tener hijos!
Un nuevo acceso de llanto le impidió continuar, por lo
que Arnulfo la abrazó con fuerza limpiándole las lágrimas
con suaves besos, la mecía en sus brazos con infinita ternura
hablándole suavemente:
—Tonterías mi amor, ¡Claro que puedes! No necesitas
hacer nada, todo va a estar bien, a veces cuando se desea tan-
to un hijo, el mismo estado nervioso impide la fecundación,
solo necesitas reposar y relajarte, la única preocupación que
debes tener es…, o más bien ocupación es… ¡Amarme,
como yo te amo a ti!
Mientras le hablaba la cubría de besos despertando la
pasión en su joven mujer en cuyo cerebro iban desaparecien-
do las necesarias prioridades de su antigua vida de soltera,
perdiéndose en la languidez y abandono de los labios de ese
hombre que ahora era su marido.
De esta forma, Arnulfo con precisión y claridad, había
dictado un axioma poniendo punto final a la discusión,
minimizando con claridad y vertiginosidad las querencias
de ella, haciéndolas parecer absurdas y permutándolas por
las necesidades imperiosas de ponderar la familia antes que
cualquier otra cosa. Sus divergencias en cuanto a prioridades
habían quedado claras, por lo que Mariana se cuestionaba si
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Capítulo XV
El Pájaro vaquero
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Capítulo XVI
El Tío Matías
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Capítulo XVII
La Arbolaria
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CapítuloXVIII
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Capítulo XIX
Jordan
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—¡Sí! Sí me gustaría.
—Muy bien, ponte un pantalón y botas porque hay lodo
en el corral.
Mariana, como siempre se puso sus pantalones holgados,
su camisa de cuadros y sus botas. En unos minutos ya estaba
lista y siguió a su marido rumbo a la faena, olvidando el
resentimiento del día anterior.
El corral construido de recia madera de corazón de moral
y chicozapote aún tenía una treintena de animales esperando
ser herrados. Antes de entrar, Arnulfo le indicó a su mujer:
—Súbete a la baranda para que veas mejor, pero no te
vayas más allá de la cerca pues en la vega estamos soltando
a los toretes.
Mariana obediente, se subió a los travesaños del recio
corral, emocionada por presenciar algo que nunca antes
había visto.
Con mucho interés siguió paso a paso el procedimiento.
El enorme corral estaba dividido en dos, de un lado esta-
ban los novillos sueltos; un vaquero a caballo lazó uno y lo
jaló llevándolo a través de la “manga” (un estrecho pasaje
que conduce al corral principal) para posteriormente atarlo
al bramadero; un recio palo clavado en el centro del mismo,
en cuya parte superior le habían dejado dos pequeños brazos
que formaban una Y para facilitar el amarre. Entonces otro
vaquero de “a pie” con una reata corta realizó un maneo, es
decir, primero ató las patas traseras y después las delante-
ras con la misma reata, de tal forma, que el animal caía sin
poderse mover, los dejaban así unos cuantos minutos, mien-
tras lazaban otros para hacerles la misma operación. En una
esquina del corral, en leña seca, se calentaban los fierros,
éstos con leña debajo y por encima, se calentaban de forma
uniforme. Después de unos diez minutos cuando ya tenían
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Capítulo XX
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Ya no te asombre mi canto
que entre tanto desvarío,
al querer llorar, yo canto,
al querer cantar, yo río.
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Secretos Revelados
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El Toloache
El amo corrió a su criado
De palos por el zaguán
Porque quería bailar
Con la niñita el can can
Me llevan al Paredón
Me llevan a fusilar
Por orden de un cobarde
que le llamaban Terán
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La Tormenta
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Epílogo
Era una hermosa fiesta, los niños corrían por doquier alrede-
dor de la amplia piscina y los adultos reposaban en sus sillas
alrededor de las mesas instaladas en el precioso jardín de la
mansión frente al mar.
Se encontraban reunidos todos los miembros de la gran
familia de Arnulfo y Mariana y la razón lo ameritaba. El
pequeño Arnulfo disfrutaba de su segundo cumpleaños
mientras saboreaba el delicioso pastel sentado en las piernas
de su abuela Hortensia; quien orgullosa, lo besaba expresan-
do lo bien parecido que era.
—¡Es igualito a Arnulfo a esa edad! ¡Tan guapo!
Su consuegra le daba toda la razón, pero añadió para no
quedarse atrás:
—¡Sí! ¡Pero también mi Mariana puso lo suyo! ¡Siempre
fue una niña preciosa!
Mariana tumbada en un sofá y rodeada por los brazos de
su esposo contemplaba la escena complacida, él con ternura
acariciaba su abultado abdomen, a la vez que le murmuraba
al oído palabras colmadas de cariño:
—¿Te he dicho mi preciosa flor cuánto te quiero?
— Sí, esposo, pero ¡Me gusta que me lo repitas muchas,
muchas veces! –respondió ofreciéndole sus labios.
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