Está en la página 1de 17

Por que el mundo Maquetacion.

indd 1 19/3/12 22:27:22


Por que el mundo Maquetacion.indd 2 19/3/12 22:27:22
Por qué el mundo funciona
perfectamente sin mí

Por que el mundo Maquetacion.indd 3 19/3/12 22:27:22


Por que el mundo Maquetacion.indd 4 19/3/12 22:27:22
Por qué el mundo funciona
perfectamente sin mí

Joost Vandecasteele

Traducción de Gonzalo Fernández

Por que el mundo Maquetacion.indd 5 19/3/12 22:27:22


Tropo Editores S. L.
Estudios 15-17, 5.º A 50001 Zaragoza, España
www.tropoeditores.com
info@tropoeditores.com

©Joost Vandecasteele, 2009


©de la edición original: Uitgeverij De Arbeiderspers, 2010
©de la presente edición: Tropo Editores 2012
©de la traducción: Gonzalo Fernández Gómez

ISBN: 978-84-96911-55-0
Código IBIC: FA
Depósito legal: Z-816-2012
Título de la edición original: Hoe de wereld perfect functioneert zonder mij.
De Arbeiderspers, Amsterdam, 2010.

Esta obra ha sido publicada con el apoyo financiero del Fondo flamenco
de las letras (Vlaams Fonds voor de Letteren - www.flemishliterature.be)

Impreso en España - Printed in Spain


Colección Voces, N.º 22
Diseño y maqueta: Oscar Sanmartín Vargas
Ilustración de cubierta: Oscar Sanmartín Vargas

Impreso en marzo de 2012 en


Gráficas Lizarra S. L.
Carretera de Tafalla km 1
31132 Villatuerta, Navarra
Tel. 948 55 64 10

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o


transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización
de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.
Diríjase a CEDRO
(Centro Español de Derechos Reprográficos,
www.cedro.org <http://www.cedro.org> )
si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Por que el mundo Maquetacion.indd 6 19/3/12 22:27:22


Índice

Cómo le extirpé a Dios del cuerpo a una chica............... 9


Génesis: CityBis..................................................................... 18
Ya nunca habrá paz.............................................................. 29
Por qué el mundo funciona perfectamente sin mí.......... 51
De la mano a la boca............................................................ 116
Última conversación con Berridita..................................... 129
Otro día sin aprender nada................................................. 148
Por qué hago lo que hago.................................................... 156
Nueve..................................................................................... 166
Pseudohumano..................................................................... 199

Por que el mundo Maquetacion.indd 7 19/3/12 22:27:22


Por que el mundo Maquetacion.indd 8 19/3/12 22:27:22
Cómo le extirpé a Dios del cuerpo a una chica

Y a la mañana siguiente todavía me olía el cuerpo a tabaco


y a lubricante barato. Así fue como pude recordarlo todo, has-
ta los detalles más nimios.

Detalle numero uno. Era una chica completamente distinta


a las demás: alta, morena, limpia y muy, muy creyente. Llevaba
una vida entera adorando a Dios, hasta que se cruzó conmigo
aquel fin de semana. Aunque, según ella, yo no tuve nada que
ver con su crisis espiritual, sino que fui un simple instrumen-
to, una herramienta para terminar de sacarle a Jesucristo de la
cabeza. Y lo único que tuve que hacer para ello, fue follármela has-
ta no dejar en su cuerpo un solo resto de veintiocho años de
devoción cristiana.

Dos. Fui yo quien inició la conversación, por mucho que


ella afirme lo contrario. Fui yo quien se acercó a ella en un gari-
to demasiado lleno con una barra cubierta por una capa pega-
josa de alcohol derramado. El público estaba formado por dos
tipos de borrachos: clientes habituales y clientes ocasionales.
Nosotros pertenecíamos al segundo grupo. Era un sitio de esos
en los que entran mujeres de cincuenta años perfectamente

Por que el mundo Maquetacion.indd 9 19/3/12 22:27:22


arregladas y maquilladas para, cinco martinis rojos más tar-
de, subirse a bailar a una mesa y ponerse a decir a voces que
en México ganaban dinero haciéndoles mamadas a los estu-
diantes de intercambio. Cuando yo llegué, ella ya estaba en el
bar. No tengo ni idea de cuánto tiempo llevaba allí ni de cuán-
tos hombres habían intentado seducirla antes que yo. Pero, a
juzgar por los vasos vacíos alineados delante de ella y su mi-
rada entre aburrida y molesta, era evidente que yo no era el
primero.

Tres. Me llevó a un hotel que casi no merecía ese nombre.


La habitación estaba equipada con todo lo que cabe esperar
de un lugar para pasar la noche —una cama, un armario y un
lavabo—, pero ninguno de aquellos atributos parecía tener la
consistencia suficiente para llegar entero a la mañana siguien-
te. En el espejo, agrietado y lleno de recuerdos de acné juve-
nil, contempló su tatuaje recién hecho. Ella lo consideraba un
gran fuck you a su antigua secta. Para mí no era más que
un buen chiste. Al levantar el papel transparente que cubría su
cadera y parte de su espalda, quedó a la vista una representa-
ción de la última cena con una serie de cambios. El más llama-
tivo era que, en vez de doce apóstoles, había doce retrasados
mentales con la baba colgando, y que el lugar de Jesucristo
lo ocupaba una polla erecta con una pajarita justo debajo del
capullo.

Cuatro. En cuanto la abordé en el bar, ella aseguró cono-


cerme de la televisión. Yo le seguí el cuento, y contesté que
era posible. Mucha gente me confunde con cierto humorista
de pelo rizado, pero la realidad es que mi única experiencia en
el mundo de la televisión se reduce a una ocasión en la que
rechacé una entrevista en plena calle para las noticias de las

10

Por que el mundo Maquetacion.indd 10 19/3/12 22:27:22


tres. Ya sabes, esas entrevistas en las que agarran al primero
que pasa, le piden una opinión y concluyen que todo el país
comparte el mismo parecer. El humorista en cuestión estaba
últimamente todo el día en la tele, y era imposible no verlo,
aunque uno no quisiera. A mí, mientras me sirviera para tener
una admiradora borracha de vez en cuando, no me importaba
mucho que me confundieran con él.

Cinco. Cuando nos quedamos un rato transpuestos, soñé


que ya no vivía solo. Había gente escondida detrás de mis cor-
tinas, con la espalda pegada a la pared. Y por las noches, cuan-
do yo me metía en la cama, se sentaban en mi cocina a beber
en silencio, porque por las mañanas encontraba latas de cerve-
za en el fregadero y colillas en la alfombra. Al principio intenté
encontrarlos, pero ellos no querían que los buscara. Al menos,
eso fue lo que escribieron en la nevera con letras magnéticas.
Acabé aceptando que compartía el piso con otras cinco per-
sonas, a las que nunca veía y nunca me molestaban. Lo único
malo era que jamás dejaban recogido lo que usaban.

Seis. Entre pecado y pecado ella derramaba abundantes lá-


grimas creyendo que yo no las veía. Pero en una habitación
tan pequeña como la nuestra cada gota se ve, se siente y a ve-
ces hasta se huele. Tras varias horas follando en silencio que-
damos agotados, sobre todo yo, tirados en la cama mirando
la pintura desconchada del techo. Ella se limpió las lágrimas
con un movimiento rápido y yo, para animarla, propuse bus-
car formas en las manchas de humedad del techo. Nuestra
bóveda celeste estaba formada por un elefante tropezando, el
alcalde de nuestra ciudad con sombrero y un perro celoso es-
piando a dos pingüinos charlatanes. Conseguí hacerla reír.

11

Por que el mundo Maquetacion.indd 11 19/3/12 22:27:23


Siete. Para completar mi misión, lo único que me faltaba
por hacer aquella noche era conseguir que comiéramos algo.
A ella le daba igual dónde. Claro que, a las cuatro de la ma-
drugada, nadie se anda con exigencias culinarias. Estas son las
historias de guerra de nuestra generación, historias que tie-
nen lugar en restaurantes y sitios de comida rápida. Nuestros
antecesores impresionaban a sus interlocutores con batallas
épicas; nosotros nos tenemos que conformar con hablar de
comidas legendarias y mitos de credibilidad cuestionable so-
bre los menús infectos que nos hemos atrevido a consumir.
El lugar adonde fuimos a celebrar nuestra cena de despedida
encerraba una anécdota en potencia.

Ella pidió una cosa con patatas fritas y yo una cosa con
arroz. Comimos patatas fritas y arroz. Por primera vez aquella
noche, me preguntó qué tal estaba y quién era. Me pidió que
le contara algo de mi pasado, aunque fuera inventado, si bien
dijo que prefería oír una historia real. Mientras trataba de pen-
sar en algo, ella se dedicó a levantar con un dedo humedeci-
do con saliva los últimos granos de arroz que quedaban en mi
plato. Y por fin empecé a hablar, pero en voz muy baja, para
que ella se tuviera que acercar mucho a mí.

«Mi padre nunca se ha preocupado mucho por mí. Según


mi madre es una consecuencia de la falta de atención que su-
frió él por parte de su propio padre. (Cuando nació, mi abuelo
no consideró necesario hacer acto de presencia y le ofreció a
un vecino un franco la hora por sentarse en la sala de espera y
entregarle un puro a su mujer si era un niño. Después de ocho
horas de contracciones, el vecino decidió fumarse el puro y
decir que había sido una niña preciosa. Mi abuelo tardó seis
años en enterarse de que lo habían informado mal). Por eso, la

12

Por que el mundo Maquetacion.indd 12 19/3/12 22:27:23


perspectiva de pasar un día juntos —yo con diez años, mi pa-
dre con edad desconocida— era para los dos motivo de cier-
ta intranquilidad y, aunque hicimos lo posible para que no se
nos notara, los silencios duraban demasiado. Sin un plan con-
creto en la cabeza, me sentó en el asiento del copiloto y em-
pezó conducir sin rumbo. En la radio sonaban los compases
edulcorados de una chanson francesa ya olvidada, algo sobre un
amour que quiere ser para toujours. Salimos de nuestro barrio y
giramos a la izquierda, en vez de a la derecha, que era lo que
había que hacer para ir al centro, y nos metimos en un terreno
todavía desconocido para mí, una mancha blanca en el mapa.
A medida que avanzaba el viaje, la intriga inicial se fue trans-
formando en preocupación. Sé que suena muy mal lo que voy
a decir, pero empecé a sospechar de mi padre y a imaginar
todo tipo de escenarios siniestros. Por ejemplo, que me iba a
tirar al canal atado a una piedra. Hubiera bastado con que me
diera alguna explicación, aunque solo fuera una palabra, para
que aquel momento me resultase un poco más soportable.
Pasaron los minutos. Recorrimos kilómetros. El terreno
industrial se transformó en un paisaje rural. Luego volvimos
a ver casas, otra ciudad, más o menos como la nuestra pero
distinta, y otro barrio más o menos como el nuestro pero dis-
tinto. Uno de esos barrios en los que las casas son todas idénticas
e intercambiables. Lo único que las diferenciaba eran los bu-
zones, expresiones de la individualidad de cada propietario.
Nos detuvimos ante una casa con un pequeño tronco de árbol
lleno a rebosar de folletos publicitarios.
—Ya hemos llegado.
Yo asentí, como si desde el primer momento hubiera sa-
bido que aquel era nuestro destino final. Me condujo por el
camino de gravilla con una mano sobre mi espalda. Cuando
todavía estábamos a unos metros de la casa, se oyó el chirrido

13

Por que el mundo Maquetacion.indd 13 19/3/12 22:27:23


de la puerta de entrada (madera maciza) y en el vano apareció
una mujer muy rubia con el pelo cortado a cepillo. Su aspecto
era cualquier cosa menos atractivo, pero ella se aferraba con
fuerza a su idea de belleza juvenil. Una sola mirada me bas-
tó para comprender que aquella mujer, con independencia de
cuál fuera su significado en mi vida, me producía rechazo, y
que ella y yo nunca llegaríamos a entendernos.
Mi padre me obligó a darle la mano. Tenía la piel suave y
cubierta de crema hidratante recién aplicada. Me dio un beso
en la mejilla con sus labios medio resecos y, sin soltarme la
mano, me arrastró hacia el interior de la casa. El salón estaba
lleno de juguetes para edades muy por debajo de la mía. Tras
una montaña de piezas de Duplo asomaba la cabeza un niño
que resultó ser poco más que un bebé, un mocoso con me-
nos de la mitad de mi edad. Y sin que yo dijera nada, mi padre
contestó la pregunta que no me atrevía a formular.
—Este es tu nuevo hermano.
Volví la mirada hacia mi padre, que entretanto había aga-
rrado a la desconocida por la cintura.
—Y esta es tu nueva madre. El próximo fin de semana,
cuando tu madre se vaya, quiero que hagas las maletas y te ven-
gas a vivir aquí conmigo, con Rosanne y con el pequeño Pieter.
A partir de entonces, todos esos juguetes también serán tuyos.
Lo único que recuerdo es que me puse a gritar. Muy fuerte
y mucho rato. Quién sabe cómo consiguió mi padre meter-
me otra vez en el coche y cuántos Big Macs tuvo que em-
butirme en la boca para conseguir que me callara. La nueva
situación no me gustaba lo más mínimo, pero yo era un niño y
mi opinión no tenía tanto peso específico como los orgasmos
que Rosanne le proporcionaba a mi padre.
Cuando volvió de su fin de semana de convivencia con la
gente de su trabajo, con las piernas cubiertas de arañazos de

14

Por que el mundo Maquetacion.indd 14 19/3/12 22:27:23


ortigas y un dolor de cabeza importante a causa del excesivo
entusiasmo con el que habían cantado en el autobús, mi ma-
dre no encontró una nota encima de la mesa, sino una revista.
A mi padre no se le había ocurrido nada mejor que enviar su
carta de despedida a una revista. La publicaron íntegra en la
sección de Nuestra última Semana Santa juntos, y puesto que ha-
bía enviado a la revista el único ejemplar de la carta, escrita a
mano, y era demasiado vago para volver a escribirla de nuevo,
dejó la revista con un post-it en la portada: «Lee pág. 81, un
saludo». Mi madre biológica cayó en una depresión, lo cual era
comprensible, y el juez la declaró incapacitada para encargarse
de mi tutela. Ocho años después he roto toda vía de contacto
con mi padre y he dejado atrás todo lo que él me impuso.
Hasta que no cumplí los quince años no conseguí reunir el
valor necesario para buscar a mi madre. Aunque el verdadero
culpable era mi padre, para mí era una traición haber esperado
tanto. El encuentro no transcurrió tal y como lo habría guioni-
zado la televisión. Tras tantos años de silencio, mi madre me
consideraba una especie de reliquia de un pasado lejano ya olvi-
dado. Yo todavía era su hijo, qué duda cabe, pero entretanto ha-
bía tenido otros con un hombre que conocía el significado de la
palabra fidelidad. Tal vez mi madre veía en mi cuerpo, todavía
inmaduro, demasiados rastros de mi padre. Prefirió que no en-
trara, de modo que nuestra gran escena emocional sin grandes
emociones tuvo lugar en la terraza delantera recién construida.
Me ofreció un vaso de té helado hecho por ella misma, su nue-
vo hobby, e iniciamos una conversación de puras banalidades.
De él no quería saber nada, y de mí, no demasiado. Sin embar-
go, se mostró más que dispuesta a explayarse sobre cómo le ha-
bía ido sin nosotros y cuánto había crecido como persona.
—Aquella depresión fue lo mejor que me ha ocurrido en la
vida. Gracias a ella solté lastre y me deshice de muchas cosas

15

Por que el mundo Maquetacion.indd 15 19/3/12 22:27:23


que en realidad no había querido nunca. Pero hasta que no
pasó todo no me di cuenta de la cantidad de tiempo que había
desperdiciado. Ahora dedico mis días a las cosas importan-
tes de verdad: mis hijos, mi trabajo de voluntaria en la tien-
da de comercio justo y mi huerto. Soy feliz, y quiero seguir
siéndolo.
Tal vez yo no fuera todavía un adulto, pero tampoco era idio-
ta. La reconciliación con la que había soñado no llegaría nunca.
Para aquella mujer yo no era más que una especie de test que sin
lugar a dudas había superado con nota. Desde aquel momento
volví a estar en mi derecho de odiar fervientemente a mis dos
progenitores, que es el único privilegio del auténtico púber».
La antigua creyente ni siquiera preguntó si todo aquello era
verdad. Ya se podía imaginar la respuesta.

Ocho. Nos hicimos todo tipo de falsas promesas sobre lo


nuestro y el futuro. Que la metería en mi casa y cuidaría de ella.
Que ella me elegía a mí y renunciaba a todo lo demás. Que jun-
tos expulsaríamos los demonios de nuestro cuerpo y viviríamos
liberados de toda carga. Que aquello era el comienzo de algo
fantástico. Que aquella noche y las anécdotas sobre cómo nos
conocimos serían algo que recordaríamos siempre y nos haría
reír durante muchos años. Reiríamos de felicidad por habernos
encontrado, nosotros que no éramos más que dos almas mor-
tificadas en una ciudad sin alma. Entonces ella dijo: «Gracias
por la historia de tus padres», y me dejó solo en aquel tugurio
de comida rápida para ir a recoger sus cosas al hotel. Más tarde
me llamaría.
Mi tarea había llegado a su fin. Le había extirpado a Dios
del cuerpo a aquella chica con sexo guarro e historias tristes.
Mi primer exorcismo completado con éxito.

16

Por que el mundo Maquetacion.indd 16 19/3/12 22:27:23


Nueve. Cuando la policía la encontró ya llevaba cuatro ho-
ras muerta. Antes de tomarse la sobredosis de pastillas había
cubierto el fondo de la bañera de frases escritas con pintala-
bios negro. Luego abrió el grifo y se metió dentro. El agua y
los espasmos de su cuerpo durante los últimos segundos de su
agonía borraron todas las letras, que quedaron impresas en su es-
palda desnuda como un mensaje en código morse cubriendo
su tatuaje. Y todo con el único objetivo de no dejarme dormir
por las noches, sabiendo que ya nunca podría borrar de mi ca-
beza el misterio que ella representaba para mí.

17

Por que el mundo Maquetacion.indd 17 19/3/12 22:27:23

También podría gustarte