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El dique como vía fluvial navegable, dio paso a mucha gente que
pasaban en canoas, troncos, balsas, remolcadores, johnson, buques
y hasta aviones acuáticos, hechos vivenciados normalmente en el
cuerpo acuático de ese torrente fluvial. Al mismo tiempo, su orilla
fue la vía de viajeros hacia Calamar y San Cristóbal, camino a pie y a
pata, apoyados algunas veces en burros, mulos o caballos,
desafiando en algunos sectores la aparición de espantos al pie de
ceibas o bongas plantadas por muchas generaciones en los caminos
que obligadamente había que seguir para llegar a los pueblos de
interés. Ante esa situación, quien tenía que pasar por esos sitios, lo
que hacían era encomendarse a Dios y los santos, rezaban sus
oraciones y secretos como instrumentos protectores espirituales,
empleados para alejar todo tipo de mal hacia los viajeros. En ese
sentido, ningún caminante estaba exento de enfrentar un espanto
o figura inmaterial cerca de su entorno corporal.