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Neuquén y Limay eran dos jóvenes amigos, hijos de dos importantes caciques mapuches de la región.
Una tarde, mientras estaban en el bosque, oyeron una canción que provenía de una región cercana a
las orillas del lago Huechulafquen, ubicado al pie del mítico volcán Lanín. Los jóvenes, atraídos por la
melodía, se dirigieron hacia el lugar. Allí se encontraron con Raihué (flor nueva), una joven de grandes
ojos marrones y cabello oscuro, que los cautivó al instante. Neuquén y Limay se enamoraron
profundamente de Raihué y, dominados por la euforia del amor, no pudieron evitar competir por
ella.
Los celos fueron erosionando una entrañable amistad de muchos años y la distancia se hacía cada
día más evidente. Los padres de los jóvenes, preocupados, consultaron a la Machi (hechicera) la causa
de la enemistad de sus hijos. Tras sus consejos, los Loncos preguntaron a Rahiué – “¿Qué es lo que
más te gustaría tener?” – “Una caracola para escuchar el rumor del mar”, contestó la hermosa joven.
Entonces los padres sentenciaron que el primero de los jóvenes que vuelva con una caracola del mar
sería digno de su amor. Así, con el poder de la hechicera, Limay y Neuquén fueron convertidos en ríos
para alcanzar el mar.
Aún hoy, después de más de 50 años, H.A.M. dice que él lo vio a través del cerco de ligustros esa noche en que,
desafiando el mandato familiar, decidió seguir jugando, solo, en el jardín de la chacra de la tía María.
-Era grandote, harapiento, llevaba colgadas unas bolsas y hacía un ruido así, como el de los chanchos. Yo lo vi, lo
sentí, y salí disparado hasta la cocina donde todos estaban reunidos, pero a pesar de que el susto me hacía saltar
el corazón por la boca, no dije nada.
La aparición de “El Chancho” en una chacra cercana al pueblo podía despertar algunas suspicacias porque
por aquellos años la gente señalaba sus dominios en el Barrio Hospital, más precisamente en el extenso terreno
que rodeaba al nosocomio y en la calle San Martín, la que estaba atravesada por un canal bordeado de una
frondosa arboleda y que en las noches nubladas se convertía en una virtual “boca de lobo”, o, para ser más
precisos, en “la boca del chancho”.
¿Quién vio efectivamente a “El Chancho”? Muchos de los que en esos tiempos eran muchachitos y hoy son
abuelos dicen que escucharon sus resoplidos y sus pisadas en medio del viento, de los crujidos de las ramas de
los árboles, de los chistidos de las lechuzas y del ruido chillón de la lámpara que cada 100 ó 150 metros se
bamboleaba tratando de horadar, sin suerte, la negrura de la noche. Algunos confiesan que llegaron a sus casas
mojados de sudor en pleno invierno y con una locomotora en el centro del pecho.
¿Cómo era? ”Un loco”- dicen unos. “Un monstruo, mitad hombre, mitad chancho”- dicen otros. “Un invento
de alguien para divertirse con el miedo ajeno”- aventura alguien que, a la distancia, se muestra más racional.