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Introducción
Desde tiempos inmemoriales las comunidades y sociedades humanas se han ocupado del
bienestar y la salud de sus miembros de diferentes formas. Algunos de estos modos se
han consolidado como cuerpos de conocimientos específicos. Esta preocupación
-acompañada de una consiguiente ocupación por mantener o restablecer la salud-
trasciende el espacio de lo que llamamos “científico” y cuenta con una mística que le
confiere un enorme poder: el poder de curar, controlar los cuerpos y dominar los aspectos
vitales para los humanos.
Como una operación de poder este conocimiento científico con pretensión de verdad
objetiva y neutralidad valorativa definió a través de un sistema clasificatorio los límites de lo
normal y lo patológico no sólo en términos fisiológicos sino también en términos sociales.
Este sistema clasificatorio tendrá consecuencias negativas desde un punto de vista social y
de la salud de las poblaciones, los comportamientos que se desvían estadísticamente del
valor promedio se los etiqueta como una enfermedad o desviación peligrosa para el
equilibrio biológico y social, negando de esta manera la existencia de una pluralidad de
comportamientos en la naturaleza y en la sociedad que no pueden reducirse a una norma
estadística. Por lo tanto, aquellas dimensiones de lo social, como la orientación sexual que
se manifiesta diferente a la media, o los problemas y/o violencias del comportamiento
escolar, o conflictividades sociales que ponen en discusión determinadas formas
hegemónicas de organización social, son clasificadas como patológicas cuando en realidad
tiene que ver con el orden de lo sociocultural que lejos está de poder ser abordado
científicamente desde un punto de vista orgánico o moral. Estos fenómenos son los que
hoy denominamos la medicalización de la sociedad, que tiene como fin “normalizar” las
conductas de los sujetos, que resulta como un contrabando pseudocientifico que se monta
bajo el mandato funcional de la reproducción del orden social capitalista, patriarcal y
etnocentrista.
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Una pregunta necesaria para entender la importancia del positivismo en el campo de la
salud es ¿cómo se inició la teoría iatromecánica que configura la idea del cuerpo humano
como máquina y que sigue vigente en el sentido común del saber biomédico en la
actualidad? Siempre es interesante ir a la génesis histórica de tal representación para
clarificar sus consecuencias en el presente: en ese recorrido histórico queda claro que el
positivismo -como cosmovisión- nos propone al mecanicismo como un modo dominante de
explicar la realidad, y por isomorfismo, al cuerpo humano.
“Durante los siglos XVII y XVIII se origina la metáfora del cuerpo humano como máquina,
idea que se mantiene hasta la actualidad a pesar de las evidencias científicas que la
niegan. En el siglo XVII se inicia el paso de lo cualitativo a lo cuantitativo. Hasta entonces,
la cuantificación en la medicina era casi inexistente. Es durante el renacimiento y el barroco
que la medicina asiste a una serie de cambios en la ciencia, que tienen repercusión en su
constitución. Así, la centralidad de la máquina –fuelles, bombas y válvulas– impulsa a la
fisiología, el método experimental se consolida con las obras de Francis Bacon, René
Descartes y Galileo Galilei” (Spinelli; 2018:486).
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De humani corporis fabrica libri septem (De la estructura del cuerpo humano en siete libros) es una obra de texto, con
profusión de imágenes alegóricas sobre anatomía humana. La obra está compuesta por cerca de setecientas páginas,
siendo considerado uno de los más influyentes libros científicos de todos los tiempos, es conocido sobre todo por sus
ilustraciones, algunas de las más perfectas xilografías jamás realizadas. Vesalio basó sus estudios anatómicos en la
observación directa y en la práctica quirúrgica, rechazó algunos errores anatómicos presentes en obras anteriores y
aportando nuevos descubrimientos revolucionó los círculos de la época, llegando a ser considerado el fundador de la
anatomía moderna.
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El ejercicio anatómico de Motu Cordis et Sanguinis en Animalibus (latín para "Un ejercicio anatómico sobre el
movimiento del corazón y la sangre en los seres vivos"), comúnmente llamado De Motu Cordis, es el trabajo más conocido
del médico William Harvey. El libro es un hito en la historia de la fisiología. En De motu cordis, Harvey argumentó que la
sangre fue bombeada alrededor del cuerpo en una "doble circulación", donde después de ser devuelta al corazón, se
recircula en un sistema cerrado a los pulmones y de regreso al corazón, donde se devuelve a la circulación principal.
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la resistencia que generó el texto y de que el autor haya sido considerado como un loco,
William Harvey instala un modelo explicativo que transciende la medicina e impacta en la
biología. Esta teoría, sustentada en principios de ingeniería hidráulica, se complementa con
los descubrimientos de Marcello Malpighi quien, en 1661, a través del microscopio,
describe la circulación capilar en los pulmones. Harvey, con su trabajo sobre la circulación
sanguínea, es el primero en involucrar a las matemáticas a través de pruebas y
cálculos en el estudio del cuerpo humano. Eran tiempos de proliferación de autómatas,
lo cual expresa la asociación entre lo humano y la máquina –isomorfismo simbólico– que
reinaba en el campo de la ciencia.
René Descartes adhiere a ideas que no hacen más que sostener la visión mecánica del
cuerpo, construyendo su modelo teórico a partir de los principios de la física. Al cuerpo lo
entiende como habitado por un alma racional que le da mayor complejidad, sin negar su
creación divina. Así surge el dualismo cartesiano del espíritu y la materia, la mente y
el cuerpo, al cual Descartes trata de sortear asignándole a la glándula pineal la función de
interconectar lo corpóreo con lo incorpóreo”. Por eso, cuando hablamos de salud parece
ser Descartes quien se ha convertido en una referencia obligada, desde el momento en
que se le atribuye la “invención de una concepción mecanicista de las funciones orgánicas”
(Canguilhem, en Caponi, 1997).
Por lo tanto, esta concepción mecanicista del cuerpo que se halla presente en el saber
biomédico deja excluido del cuerpo al deseo y todo vestigio de subjetividad, reduciendo el
objeto de las ciencias de la salud a la enfermedad y no la persona, produciéndose una
inversión donde la enfermedad es mirada como una entidad con vida propia y a la persona
como a una cosa, como una maquina orgánica. Por ello, el discurso médico positivista
tratará “de que el enfermo no hable, ni reciba mucho tiempo en la atención y, en general,
solo será escuchado a partir del propio discurso médico” (Spinelli, 2018).
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(Restrepo, 2011).
“Para invalidar tales asimilaciones, Canguilhem destaca funciones del cuerpo humano
inexistentes en la máquina como la polivalencia de los órganos, la vicariancia de funciones,
y distintos fenómenos como la autoconstrucción, la autoconservación, la autoregulación y
la autoreparación; para lo cual respalda sus argumentos en Immanuel Kant, quien
sostiene: “En una máquina, cada parte existe para la otra, pero no por la otra; ninguna
pieza está producida por otra, ninguna pieza está producida por el todo, y ningún todo por
otro todo de la misma especie. No hay un reloj que haga relojes. Ninguna parte se
reemplaza por sí misma. Ningún todo reemplaza una parte de la que está privado. La
máquina posee, pues, la fuerza motriz, pero no la energía formadora capaz de
comunicarse a una materia exterior y propagarse”.
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equilibrio dinámico y de respuesta activa, se restringe pura y exclusivamente al ámbito de
lo biológico, de lo orgánico y así acaba reduciendo el fenómeno de la salud a un
mecanismo adaptativo sin detenerse a problematizar el hecho de que muchas veces es el
propio medio el que determina y condiciona la aparición y la distribución social de las
enfermedades (Caponi, 1997).
Los principales exponentes del pensamiento positivista en medicina fueron John Snow,
Claude Bernard, Joseph Lister, Louis Pasteur, Robert Koch quienes contribuyeron
sustancialmente a sustentar las bases científicas de la medicina. Esta manera de abordar
los problemas médicos estuvo acompañada de grandes éxitos en el área terapéutica y
abrió camino a la investigación de numerosas medidas de control y de fármacos que
hicieron posible el tratamiento individual del enfermo. Sin embargo, ayudó poco a descifrar
enteramente las causas de la enfermedad. En la actualidad ha quedado demostrada la
insuficiencia del modelo unicausal para explicar y resolver los grandes problemas de salud
(cáncer, diabetes, enfermedades cardiovasculares o mentales, etc.), en los cuales resulta
estéril seguir buscando “la causa”.
Otro de los aspectos a considerar especialmente fueron las consecuencias que tuvo la
concepción de la naturaleza como el ámbito de lo permanente e inmutable. Si la naturaleza
estaba en equilibrio, todo aquello que alterara ese equilibrio era considerado algo
pernicioso, maligno tanto para la vida, principio que se extrapoló al orden social.
Esta forma de abordar la cuestión social tuvo su origen en el siglo XIX plena expansión de
la sociedad industrial, donde la medicina se instituye como política de Estado
registrando un conjunto de enfermedades ligadas a los problemas laborales y al
hacinamiento en las ciudades. A las epidemias y enfermedades generadas por las míseras
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condiciones de vida de las poblaciones trabajadoras aparecen otras categorías de
enfermedades que los médicos higienistas llamaban la enfermedad “moral”: la prostitución,
la locura, el robo, el homicidio, la huelga, entre otros, vemos aquí como se expresa la
valoración moral oculta bajo el juicio científico en función de un orden social racional. Se
erige en un saber capaz de curar las enfermedades físicas y morales que aquejan a la
sociedad. La población y los individuos pasan a ser considerados problemas a conocer,
diagnosticar y curar en sus probables enfermedades físicas y/o morales (Murillo,2012).
A esas problemáticas del inicio de la sociedad industrial se las describe como “La cuestión
social” que se define como la brecha entre los principios proclamados por el ideario liberal
y la realidad efectiva de desigualdad y miseria de las y los trabajadores. Como afirma
Murillo, “Esa brecha se la va a considerar como la “enfermedad” que corroe el cuerpo
social y de la que emergen los diferentes síntomas plasmados en protestas y formas
diversas de resistencias. Tales remedios han sido las diversas políticas sociales que, en la
historia del capitalismo, a partir de fines del siglo XIX, han intentado mantener, al tiempo
que contener, las diversas formas de desigualdad. Lo social como trama contenedora y
reparadora de las desigualdades se hace entonces visible cuando los ideales de la cultura
del siglo XVIII que habían sostenido ideológicamente la libertad y la igualdad se vieron
tronchados durante el desarrollo de la sociedad industrial y la expansión neocolonial de los
Estados más poderosos de la tierra”.
En este contexto histórico las ciencias de la salud se empiezan a constituir como un saber
de control social. Como nos aporta Murillo “Para ello se trata de saber cuáles son, por un
lado, a nivel poblacional, los índices de mortalidad, morbilidad, nacimientos de hijos
ilegítimos, delitos, prostitución, locura, etc. todo aquello que pueda significar riesgo para el
buen orden que conduce al progreso. Complementariamente, se trata de conocer la
historia, la biografía de sujetos individuales, a fin de detectar si entrañan un nivel de
peligrosidad para esos flujos de bienes y hombres que se despliegan fuertemente en la
sociedad industrial. Así el conocimiento y el tratamiento de enfermedades sociales tomará
un doble rumbo: totalizante e individualizante. La idea de riesgo es adjudicada a grupos y
la peligrosidad, a individuos”.
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biopolítica. La finalidad de éstos (familia, escuela, hospitales, fabricas, cárceles, hospicios,
etc.) es fundamentalmente construir sujetos dóciles, socialmente productivos y útiles al
orden social dominante (Murillo, 2012).
Es así como en el campo específico de la salud se empezó a pensar que todo lo que
alterara el “normal” funcionamiento del cuerpo era algo “patológico” que había que
erradicar para restablecer el equilibrio del funcionamiento tanto del organismo como del
orden social. Estas ideas, que además permearon todo nuestro sentido común, llevaron a
pensar como patológico todo lo que se desviara del funcionamiento “normal”. Lo normal,
por una parte, puede definirse como la normalidad estadística: la de la mayoría; obviando
que la naturaleza es variada y que los casos poco frecuentes son una característica de las
poblaciones y no necesariamente representan patología. Por otro lado, la llamada
normalidad puede definirse en función de un “deber ser” expectativas o parámetros
esperados (en los que suelen permearse los valores imperantes de aquellos sectores
sociales que están participando de la definición de los criterios de normalidad). El problema
fue que además se agregó un componente moral a estas apreciaciones, se le asignó una
valoración negativa a todo aquello que se desviaba de lo “normal”, y por ende se lo trató
como una enfermedad. Fue así como se empezaron a tratar como enfermedades todos los
comportamientos que eran considerados anormales. Este fue el fundamento de un proceso
de patologización del comportamiento humano, y de la utilización de la medicina como una
institución de control social (Conrad, 1982).
Así, el saber biomédico se erige como una forma de control social. El cuerpo es entendido
como una máquina. El desarrollo tecnológico y farmacológico como garantía de eficacia
terapéutica y formas preponderantes de restituir la normalidad. El positivismo en el campo
de la salud se expresa, entonces en un modelo de pensamiento que se caracteriza por ser
asocial, individualista, biologicista, centrado en una medicina del órgano y monocausal.
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Menéndez se refiere a que fue la peor crisis que atravesó la biomedicina la que dio origen a la propuesta integral de APS
en Alma Ata. Esta crisis se dio entre mediados de los 60 y finales de los 70, y las críticas se orientaban en denunciar la
pérdida de eficacia del modelo biomédico, basada en el desarrollo de una relación médico – paciente que negaba la
subjetividad del paciente, y en que las acciones estaban dirigidas en forma casi excluyente hacia lo curativo, en desmedro
de las acciones preventivas.
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de cobertura de atención alcanzados, al número de profesionales, al número de camas de
hospitalización, al número de partos atendidos institucionalmente, al número de cesáreas,
a la cobertura de inmunización, etc., etc., etc.
Pero además la expansión opera a través de lo que se denomina proceso de
medicalización, es decir un proceso que implica convertir en enfermedad toda una serie
de episodios vitales que son parte de los comportamientos de la vida cotidiana de los
sujetos, y que pasan a ser explicados y tratados como enfermedades cuando previamente
sólo eran cuestiones de la vida cotidiana. Este proceso implica no sólo que los sujetos y
grupos vayan asumiendo estos acontecimientos en términos de enfermedad y que pasen a
explicarlos y atenderlos, en gran medida a través de técnicas y concepciones biomédicas.
Esta medicalización por ejemplo supone convertir en problema de salud determinadas
situaciones, que antes eran tratadas como parte de la vida cotidiana, como por ejemplo el
déficit de atención en los niños en la escuela, la depresión posparto, la disfunción eréctil, la
calvicie, la sexualidad, la menopausia, y largos etc. Incluso es este proceso el que ha
llevado que tanto el nacer como el morir sean cuestiones de incumbencia médica, tan es
así que en la actualidad casi todas las personas nacen y mueren en establecimientos de
salud, cuando antes esto ocurría en los hogares.
El biologicismo, en el que se basa la fundamentación científica de diagnóstico y
tratamiento, constituye la principal característica de este modelo de pensamiento en el cual
la dimensión biológica termina subordinando y a veces excluyendo los aspectos
socioculturales y psicológicos del proceso salud - enfermedad. Las formas de atención
biomédicas están basadas en la producción científica del campo de la biología, la
bioquímica y la genética, el trabajo clínico cotidiano aparece como un campo de aplicación
de saberes subordinado, entonces los profesionales de la salud no tienen una formación
sobre los procesos sociales y culturales, económicos y políticos que determinan el
desarrollo de la mayor parte de los padecimientos que aquejan los conjuntos sociales, y
por lo tanto estos aspectos son dejados de lado en sus intervenciones clínicas, aunque
algunos puedan reconocerlos no son objeto de sus intervenciones.
Otro de los aspectos fundamentales a la hora de analizar la biomedicina lo constituye la
asimetría en la relación médico – paciente. En esta relación se ha ido perdiendo el peso
que se le otorga a la palabra, sobre todo en el acto clínico. El tiempo destinado a la
consulta, es cada vez menor y actualmente casi no se le reconoce ninguna utilidad a la
anamnesis4 médica. Esto lleva también a que, a la hora de diagnosticar, estos
profesionales estén renunciando a sus habilidades para detectar síntomas de
padecimientos y solamente se guíen por las pruebas objetivas producto de la introducción
de tecnologías cada vez más sofisticadas en las pruebas diagnósticas.
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incorrectas de utilizar los antibióticos, durante las décadas de los 50' y 60' los pacientes lo
aprendieron del personal de salud; que el amamantamiento al seno materno fue
cuestionado por parte del equipo de salud durante las mismas décadas sobre todo por
razones de higiene e influyó junto con otros factores en el reemplazo de la leche materna
por las fórmulas lácteas, o que el consumo de ciertas drogas psicotrópicas actualmente
consideradas adictivas fueron impulsadas por los tratamientos médicos inclusive desde la
primera infancia respecto de padecimientos como la hiperkinesis (Menéndez; 2009).
La aplicación de la dimensión histórica posibilitaría observar la gran cantidad de éxitos
farmacológicos generados desde la biomedicina, pero también la cantidad de usos
incorrectos que la población aprendió directa o indirectamente de la intervención médica,
entre ellos el de la polifarmacia.
Otro aspecto que subraya estas relaciones es la exclusión de la dimensión cultural en la
práctica médica, ya que esta dimensión suele ser utilizada para evidenciar los aspectos
negativos de los conjuntos sociales, y sus saberes, justificando de algún modo por este
atajo su ineficacia. Si bien el uso de formas de atención “tradicionales”, fue propuesta por
las estrategias de atención primaria y se han generado investigaciones al respecto, las
mismas han sido escasamente impulsadas por el sector salud, salvo en determinados
contextos y sobre todo en función de una concepción de ampliación de cobertura a bajo
costo y para poblaciones marginales rurales. Es a través de tomar en cuenta los procesos
culturales, que podemos observar la existencia de otras formas de atención de la
enfermedad, cuyas principales diferencias radican en el sentido y significado cultural con
que se las utiliza.
Bibliografía
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epistémico”. En: Polis. Revista Académica Universidad Bolivariana V(3) 8. Chile.
Menéndez, Eduardo Luis. (2009). Capítulo I “Modelos, saberes y formas de atención de los
padecimientos: de exclusiones ideológicas y articulaciones prácticas.” en De sujetos,
saberes y estructuras. Introducción al enfoque relacional en el estudio de la salud colectiva.
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teóricas y articulaciones prácticas. Ciência & Saúde Coletiva, . 185-207.
http://www.redalyc.org/pdf/630/63042995014.pdf
Murillo, Susana (2012) Prácticas científicas y procesos sociales. Una genealogía de las
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Buenos Aires
Restrepo, D. A. (2011) “La salud pública como ciencia social: reflexiones entorno a las
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Pública; 29(1): 94-102.
Stolkiner A. (1987) La influencia del positivismo en las prácticas y acciones en salud. Mesa
Redonda.
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