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Clase Nº 4: El pensamiento positivista en el campo de las ciencias de la salud

En esta clase vamos a desarrollar el impacto del pensamiento positivista en el campo de la


salud.

Los objetivos de esta clase son:

● Comprender el impacto que tuvo el positivismo en la historia del objeto de


conocimiento de las Ciencias de la Salud;
● Identificar el origen positivista de la metáfora del cuerpo máquina como un modo de
explicación lineal y monocausal;
● Vislumbrar la función social del saber positivista de la salud;
● Comprender las principales características de la biomedicina.

¡No te olvides de acompañar la lectura del texto de la clase con la guía


correspondiente!
El pensamiento positivista en el campo de las ciencias de la salud

Introducción

Desde tiempos inmemoriales las comunidades y sociedades humanas se han ocupado del
bienestar y la salud de sus miembros de diferentes formas. Algunos de estos modos se
han consolidado como cuerpos de conocimientos específicos. Esta preocupación
-acompañada de una consiguiente ocupación por mantener o restablecer la salud-
trasciende el espacio de lo que llamamos “científico” y cuenta con una mística que le
confiere un enorme poder: el poder de curar, controlar los cuerpos y dominar los aspectos
vitales para los humanos.

La pregunta que nos interesa elucidar es lo que distingue al positivismo en su modo de


tratar al bienestar y a la salud desde la revolución industrial hasta la actualidad. Por eso es
necesario historizar el surgimiento de las ciencias de la salud por fuera de la mera
cronología de sucesos e hitos científicos protagonizados en el marco de la racionalidad
científica imperante, y centrarnos en el enfoque que produce el positivismo a través de su
cosmovisión biologicista y sus consecuencias en la atención y cuidado de la salud. Un
aspecto relevante del Positivismo es que extrapoló los conocimientos del campo de la vida
al tratamiento de la cuestión social de las sociedades industriales, dándole a la medicina
una función de control social de las poblaciones y los individuos.

Como una operación de poder este conocimiento científico con pretensión de verdad
objetiva y neutralidad valorativa definió a través de un sistema clasificatorio los límites de lo
normal y lo patológico no sólo en términos fisiológicos sino también en términos sociales.
Este sistema clasificatorio tendrá consecuencias negativas desde un punto de vista social y
de la salud de las poblaciones, los comportamientos que se desvían estadísticamente del
valor promedio se los etiqueta como una enfermedad o desviación peligrosa para el
equilibrio biológico y social, negando de esta manera la existencia de una pluralidad de
comportamientos en la naturaleza y en la sociedad que no pueden reducirse a una norma
estadística. Por lo tanto, aquellas dimensiones de lo social, como la orientación sexual que
se manifiesta diferente a la media, o los problemas y/o violencias del comportamiento
escolar, o conflictividades sociales que ponen en discusión determinadas formas
hegemónicas de organización social, son clasificadas como patológicas cuando en realidad
tiene que ver con el orden de lo sociocultural que lejos está de poder ser abordado
científicamente desde un punto de vista orgánico o moral. Estos fenómenos son los que
hoy denominamos la medicalización de la sociedad, que tiene como fin “normalizar” las
conductas de los sujetos, que resulta como un contrabando pseudocientifico que se monta
bajo el mandato funcional de la reproducción del orden social capitalista, patriarcal y
etnocentrista.

El origen de la metáfora positivista de la salud biomédica: el cuerpo como máquina

1
Una pregunta necesaria para entender la importancia del positivismo en el campo de la
salud es ¿cómo se inició la teoría iatromecánica que configura la idea del cuerpo humano
como máquina y que sigue vigente en el sentido común del saber biomédico en la
actualidad? Siempre es interesante ir a la génesis histórica de tal representación para
clarificar sus consecuencias en el presente: en ese recorrido histórico queda claro que el
positivismo -como cosmovisión- nos propone al mecanicismo como un modo dominante de
explicar la realidad, y por isomorfismo, al cuerpo humano.

Spinelli lo sintetiza de la siguiente manera:

“Durante los siglos XVII y XVIII se origina la metáfora del cuerpo humano como máquina,
idea que se mantiene hasta la actualidad a pesar de las evidencias científicas que la
niegan. En el siglo XVII se inicia el paso de lo cualitativo a lo cuantitativo. Hasta entonces,
la cuantificación en la medicina era casi inexistente. Es durante el renacimiento y el barroco
que la medicina asiste a una serie de cambios en la ciencia, que tienen repercusión en su
constitución. Así, la centralidad de la máquina –fuelles, bombas y válvulas– impulsa a la
fisiología, el método experimental se consolida con las obras de Francis Bacon, René
Descartes y Galileo Galilei” (Spinelli; 2018:486).

A la vez que se construyen nuevos instrumentos como el microscopio y el termómetro,


diferentes teorías intentan explicar la enfermedad, tales como la iatroquímica, la
iatromecánica, el animismo y el vitalismo. Esto produce duros enfrentamientos
conceptuales de los que surgen las primeras sociedades científicas, que conviven con la
astrología, la inquisición y la alquimia como expresiones de la razón, la religión y lo mágico.
Todas compiten para explicar los modos de enfermar y de morir. La teoría iatromecánica
(siglos XV y XVII) se basa en la física mecánica y concibe el cuerpo humano como
máquina. Así, las partes sólidas del organismo se entienden regidas por leyes de la
estática, mientras las líquidas por leyes de la hidráulica. Iván Illich plantea que, en esa
manera de entender el cuerpo humano, “el dolor se convirtió en una luz roja y la
enfermedad en una avería mecánica”. En el año 1543, se imprime la obra cumbre de la
anatomía, escrita por Andreas Vesalio, con un título acorde a los tiempos De humanis
corporis fabrica1. Otro hito en la concepción del cuerpo como máquina, lo marca William
Harvey, médico inglés, quien entre 1616 y 1618, a través de la anatomía comparada
describe la circulación general de la sangre, contradiciendo las “verdades” de Galeno. El
libro aparece en 1628 con el título Exercitatio anatómica de motu cordis et sanguinis in
animalibus2. Las 70 páginas de la publicación producen un fuerte impacto, ya que
constituyen la primera aplicación de la lógica experimental en la biología. A pesar de

1
De humani corporis fabrica libri septem (De la estructura del cuerpo humano en siete libros) es una obra de texto, con
profusión de imágenes alegóricas sobre anatomía humana. La obra está compuesta por cerca de setecientas páginas,
siendo considerado uno de los más influyentes libros científicos de todos los tiempos, es conocido sobre todo por sus
ilustraciones, algunas de las más perfectas xilografías jamás realizadas. Vesalio basó sus estudios anatómicos en la
observación directa y en la práctica quirúrgica, rechazó algunos errores anatómicos presentes en obras anteriores y
aportando nuevos descubrimientos revolucionó los círculos de la época, llegando a ser considerado el fundador de la
anatomía moderna.
2
El ejercicio anatómico de Motu Cordis et Sanguinis en Animalibus (latín para "Un ejercicio anatómico sobre el
movimiento del corazón y la sangre en los seres vivos"), comúnmente llamado De Motu Cordis, es el trabajo más conocido
del médico William Harvey. El libro es un hito en la historia de la fisiología. En De motu cordis, Harvey argumentó que la
sangre fue bombeada alrededor del cuerpo en una "doble circulación", donde después de ser devuelta al corazón, se
recircula en un sistema cerrado a los pulmones y de regreso al corazón, donde se devuelve a la circulación principal.

2
la resistencia que generó el texto y de que el autor haya sido considerado como un loco,
William Harvey instala un modelo explicativo que transciende la medicina e impacta en la
biología. Esta teoría, sustentada en principios de ingeniería hidráulica, se complementa con
los descubrimientos de Marcello Malpighi quien, en 1661, a través del microscopio,
describe la circulación capilar en los pulmones. Harvey, con su trabajo sobre la circulación
sanguínea, es el primero en involucrar a las matemáticas a través de pruebas y
cálculos en el estudio del cuerpo humano. Eran tiempos de proliferación de autómatas,
lo cual expresa la asociación entre lo humano y la máquina –isomorfismo simbólico– que
reinaba en el campo de la ciencia.

René Descartes adhiere a ideas que no hacen más que sostener la visión mecánica del
cuerpo, construyendo su modelo teórico a partir de los principios de la física. Al cuerpo lo
entiende como habitado por un alma racional que le da mayor complejidad, sin negar su
creación divina. Así surge el dualismo cartesiano del espíritu y la materia, la mente y
el cuerpo, al cual Descartes trata de sortear asignándole a la glándula pineal la función de
interconectar lo corpóreo con lo incorpóreo”. Por eso, cuando hablamos de salud parece
ser Descartes quien se ha convertido en una referencia obligada, desde el momento en
que se le atribuye la “invención de una concepción mecanicista de las funciones orgánicas”
(Canguilhem, en Caponi, 1997).

Por lo tanto, esta concepción mecanicista del cuerpo que se halla presente en el saber
biomédico deja excluido del cuerpo al deseo y todo vestigio de subjetividad, reduciendo el
objeto de las ciencias de la salud a la enfermedad y no la persona, produciéndose una
inversión donde la enfermedad es mirada como una entidad con vida propia y a la persona
como a una cosa, como una maquina orgánica. Por ello, el discurso médico positivista
tratará “de que el enfermo no hable, ni reciba mucho tiempo en la atención y, en general,
solo será escuchado a partir del propio discurso médico” (Spinelli, 2018).

El proceso de biologización de las ciencias de la salud

En este sentido, el positivismo se constituyó en el paradigma dominante en la medicina


moderna -como de otras disciplinas-, instituyendo los límites respecto de lo que se
considera digno de la ciencia, fundamentalmente quedaron incluídos en el campo del
pensamiento científico todos aquellos fenómenos susceptibles de medición y control
experimental. Bajo esta perspectiva, la medicina moderna ha asumido la salud y la
enfermedad como fenómenos relativos a un organismo mecánico, ahistórico, analizable
y que puede ser explicado mediante leyes que permitan establecer relaciones
causa-efecto.

Desde la perspectiva positivista, la salud queda entonces reducida a la enfermedad, al


plano de lo individual, y de los fenómenos empíricamente observables y a la simplicidad
unidimensional de un orden mecánicamente determinado (Breilh, 2003).

Inscripta entonces en el campo de las ciencias naturales, la salud es un fenómeno


determinado por condiciones que, estando fuera o dentro del organismo, se encuentran, en
todo caso, por fuera del sujeto. Entonces para el positivismo las realidades naturales,
pueden reducirse a explicaciones causalistas, objetivas, de carácter determinista

3
(Restrepo, 2011).

Georges Canguihem (1904-1995) fue un médico francés, filósofo (epistemólogo) e


historiador de las ciencias biológicas y médicas, será uno de los principales críticos del
siglo pasado que cuestionó la visión mecanicista del cuerpo fundada en la visión
cartesiana. Este médico y filósofo francés construirá su argumentación planteando que es
imposible e inaceptable pensar la salud, y por ende el cuerpo humano, como una máquina.
La salud, dirá, no es un concepto científico, es un concepto vulgar. Esto no quiere decir
trivial sino simplemente común, al alcance de todos. Podemos decirlo de otro modo, la
salud no pertenece al orden de los cálculos, no es el resultado de tablas comparativas,
leyes o promedios estadísticos y, por lo tanto, no pertenece al ámbito de los expertos. Es,
por el contrario, un concepto que puede estar al alcance de todos, de ahí la denominación
de “vulgar” (Canguilhem, en Caponi, 1997).

Este autor cuestiona la asociación cuerpo-mecanismo ya que para él el funcionamiento de


una máquina no representa su salud, así como su desregulación nada tiene que ver con la
enfermedad, entonces debería excluirse del concepto de salud las exigencias de cálculo
(Caponi, 1997). Siguiendo en esta línea Spinelli lo señala de la siguiente manera:

“Para invalidar tales asimilaciones, Canguilhem destaca funciones del cuerpo humano
inexistentes en la máquina como la polivalencia de los órganos, la vicariancia de funciones,
y distintos fenómenos como la autoconstrucción, la autoconservación, la autoregulación y
la autoreparación; para lo cual respalda sus argumentos en Immanuel Kant, quien
sostiene: “En una máquina, cada parte existe para la otra, pero no por la otra; ninguna
pieza está producida por otra, ninguna pieza está producida por el todo, y ningún todo por
otro todo de la misma especie. No hay un reloj que haga relojes. Ninguna parte se
reemplaza por sí misma. Ningún todo reemplaza una parte de la que está privado. La
máquina posee, pues, la fuerza motriz, pero no la energía formadora capaz de
comunicarse a una materia exterior y propagarse”.

Canguilhem propone tres concepciones para comprender la noción de enfermedad: la


ontológica, la dinámica y la social. La concepción ontológica considera al enfermo como un
hombre al que le ha penetrado o se le ha quitado algo. La enfermedad es entendida como
un “morbo”, como una entidad con existencia independiente capaz de provocar un mal.
Esta concepción toma fuerza en la segunda mitad del siglo XIX con el enfoque biologista e
individual predominante aún hoy en la medicina occidental. Con el desarrollo de la
microbiología se hace irresistible el modelo unicausal de la enfermedad. Los investigadores
se dan a la búsqueda del agente patógeno productor de cada enfermedad y se establece
una unidad entre “la causa” y la bacteria, visión que responde a la interpretación ontológica
de la enfermedad (Moreno Altamirano, 2007).

La concepción dinámica de la enfermedad propone un equilibrio entre el organismo y el


ambiente. Se trata de una concepción de tipo naturista de la enfermedad, que contempla la
salud como el resultado de una relación armoniosa entre el hombre y su ambiente. El
equilibrio entre el organismo y el medio es, quizás, el modo más antiguo de conceptualizar
la salud. La crítica más frecuente dirigida a este concepto dirá que aun cuando se hable de

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equilibrio dinámico y de respuesta activa, se restringe pura y exclusivamente al ámbito de
lo biológico, de lo orgánico y así acaba reduciendo el fenómeno de la salud a un
mecanismo adaptativo sin detenerse a problematizar el hecho de que muchas veces es el
propio medio el que determina y condiciona la aparición y la distribución social de las
enfermedades (Caponi, 1997).

La concepción dinámica de la enfermedad propone un equilibrio entre el organismo y el


ambiente. Se trata de una concepción de tipo naturista de la enfermedad, que contempla la
salud como el resultado de una relación armoniosa entre el hombre y su ambiente. El
equilibrio entre el organismo y el medio es, quizás, el modo más antiguo de conceptualizar
la salud. La crítica más frecuente dirigida a este concepto dirá que aun cuando se hable de
equilibrio dinámico y de respuesta activa, se restringe pura y exclusivamente al ámbito de
lo biológico, de lo orgánico y así acaba reduciendo el fenómeno de la salud a un
mecanismo adaptativo sin detenerse a problematizar el hecho de que muchas veces es el
propio medio el que determina y condiciona la aparición y la distribución social de las
enfermedades (Caponi, 1997).

Podemos decir que en el positivismo coexisten y se combinan la concepción dinámica


(naturista) de la salud y la concepción ontológica (bacteriológica) de la enfermedad. La
visión de la medicina que predomina actualmente es herencia directa de la llamada
medicina occidental, que a partir del siglo XIX se ha venido alimentando de diversas
ciencias.

Los principales exponentes del pensamiento positivista en medicina fueron John Snow,
Claude Bernard, Joseph Lister, Louis Pasteur, Robert Koch quienes contribuyeron
sustancialmente a sustentar las bases científicas de la medicina. Esta manera de abordar
los problemas médicos estuvo acompañada de grandes éxitos en el área terapéutica y
abrió camino a la investigación de numerosas medidas de control y de fármacos que
hicieron posible el tratamiento individual del enfermo. Sin embargo, ayudó poco a descifrar
enteramente las causas de la enfermedad. En la actualidad ha quedado demostrada la
insuficiencia del modelo unicausal para explicar y resolver los grandes problemas de salud
(cáncer, diabetes, enfermedades cardiovasculares o mentales, etc.), en los cuales resulta
estéril seguir buscando “la causa”.

El campo de la salud y la cuestión social

Otro de los aspectos a considerar especialmente fueron las consecuencias que tuvo la
concepción de la naturaleza como el ámbito de lo permanente e inmutable. Si la naturaleza
estaba en equilibrio, todo aquello que alterara ese equilibrio era considerado algo
pernicioso, maligno tanto para la vida, principio que se extrapoló al orden social.

Esta forma de abordar la cuestión social tuvo su origen en el siglo XIX plena expansión de
la sociedad industrial, donde la medicina se instituye como política de Estado
registrando un conjunto de enfermedades ligadas a los problemas laborales y al
hacinamiento en las ciudades. A las epidemias y enfermedades generadas por las míseras

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condiciones de vida de las poblaciones trabajadoras aparecen otras categorías de
enfermedades que los médicos higienistas llamaban la enfermedad “moral”: la prostitución,
la locura, el robo, el homicidio, la huelga, entre otros, vemos aquí como se expresa la
valoración moral oculta bajo el juicio científico en función de un orden social racional. Se
erige en un saber capaz de curar las enfermedades físicas y morales que aquejan a la
sociedad. La población y los individuos pasan a ser considerados problemas a conocer,
diagnosticar y curar en sus probables enfermedades físicas y/o morales (Murillo,2012).

A esas problemáticas del inicio de la sociedad industrial se las describe como “La cuestión
social” que se define como la brecha entre los principios proclamados por el ideario liberal
y la realidad efectiva de desigualdad y miseria de las y los trabajadores. Como afirma
Murillo, “Esa brecha se la va a considerar como la “enfermedad” que corroe el cuerpo
social y de la que emergen los diferentes síntomas plasmados en protestas y formas
diversas de resistencias. Tales remedios han sido las diversas políticas sociales que, en la
historia del capitalismo, a partir de fines del siglo XIX, han intentado mantener, al tiempo
que contener, las diversas formas de desigualdad. Lo social como trama contenedora y
reparadora de las desigualdades se hace entonces visible cuando los ideales de la cultura
del siglo XVIII que habían sostenido ideológicamente la libertad y la igualdad se vieron
tronchados durante el desarrollo de la sociedad industrial y la expansión neocolonial de los
Estados más poderosos de la tierra”.
En este contexto histórico las ciencias de la salud se empiezan a constituir como un saber
de control social. Como nos aporta Murillo “Para ello se trata de saber cuáles son, por un
lado, a nivel poblacional, los índices de mortalidad, morbilidad, nacimientos de hijos
ilegítimos, delitos, prostitución, locura, etc. todo aquello que pueda significar riesgo para el
buen orden que conduce al progreso. Complementariamente, se trata de conocer la
historia, la biografía de sujetos individuales, a fin de detectar si entrañan un nivel de
peligrosidad para esos flujos de bienes y hombres que se despliegan fuertemente en la
sociedad industrial. Así el conocimiento y el tratamiento de enfermedades sociales tomará
un doble rumbo: totalizante e individualizante. La idea de riesgo es adjudicada a grupos y
la peligrosidad, a individuos”.

Es así como el positivismo como cosmovisión va configurando lo que Michel Foucault


denomina tecnologías de intervención sobre las poblaciones y los individuos: la biopolítica
y la anatomopolítica. El campo de las ciencias de la salud fueron el escenario
privilegiado, no único, donde se desarrolló en forma inédita esta estrategia de análisis y
control de las poblaciones y de los sujetos que la conforman. Su fin fue y es controlar los
procesos de la vida, dejarlos actuar, pero dentro de los márgenes deseables y óptimos, que
no son otros que aquellos que conserven el orden social tal como está establecido. El
positivismo como reino de la cuantificación, desarrollará un arsenal estadístico sobre tasas
de natalidad, mortalidad, morbilidad, delincuencia, etc. que establecerá el parámetro de lo
“normal” o “tolerable”. El concepto “normal” y el de “anormal” surgen así de la estadística
que registran los eventos que han caído dentro de la media esperable para la población o
se ha desviado de ella. Desviado o anormal es aquel sujeto que cae fuera de la media
normal esperable para la población y que al hacerlo pone en peligro a los demás o a sí
mismo. (Murillo, 2012). En cuanto a la anatomo-política es la constitución de múltiples
dispositivos disciplinarios que toman ya no a las poblaciones sino a los cuerpos
individuales para moldearlos, “normalizarlos” de acuerdo con las normas derivadas de la

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biopolítica. La finalidad de éstos (familia, escuela, hospitales, fabricas, cárceles, hospicios,
etc.) es fundamentalmente construir sujetos dóciles, socialmente productivos y útiles al
orden social dominante (Murillo, 2012).

Es así como en el campo específico de la salud se empezó a pensar que todo lo que
alterara el “normal” funcionamiento del cuerpo era algo “patológico” que había que
erradicar para restablecer el equilibrio del funcionamiento tanto del organismo como del
orden social. Estas ideas, que además permearon todo nuestro sentido común, llevaron a
pensar como patológico todo lo que se desviara del funcionamiento “normal”. Lo normal,
por una parte, puede definirse como la normalidad estadística: la de la mayoría; obviando
que la naturaleza es variada y que los casos poco frecuentes son una característica de las
poblaciones y no necesariamente representan patología. Por otro lado, la llamada
normalidad puede definirse en función de un “deber ser” expectativas o parámetros
esperados (en los que suelen permearse los valores imperantes de aquellos sectores
sociales que están participando de la definición de los criterios de normalidad). El problema
fue que además se agregó un componente moral a estas apreciaciones, se le asignó una
valoración negativa a todo aquello que se desviaba de lo “normal”, y por ende se lo trató
como una enfermedad. Fue así como se empezaron a tratar como enfermedades todos los
comportamientos que eran considerados anormales. Este fue el fundamento de un proceso
de patologización del comportamiento humano, y de la utilización de la medicina como una
institución de control social (Conrad, 1982).

Así, el saber biomédico se erige como una forma de control social. El cuerpo es entendido
como una máquina. El desarrollo tecnológico y farmacológico como garantía de eficacia
terapéutica y formas preponderantes de restituir la normalidad. El positivismo en el campo
de la salud se expresa, entonces en un modelo de pensamiento que se caracteriza por ser
asocial, individualista, biologicista, centrado en una medicina del órgano y monocausal.

Biomedicina: algunos rasgos y limitaciones

La biomedicina resultó ser entonces la expresión del pensamiento positivista en el campo


de la salud. Respecto de la biomedicina, sus características y sus crisis3, Menéndez señala
que es este saber el que está en permanente cambio y que lo más notable es el proceso
de expansión que la caracteriza. Su expansión constituye una de las más notables
expresiones que asume el proceso de acumulación capitalista, pero este proceso no puede
ser reducido en sus aspectos económicos, sino que deben considerarse las dimensiones
ideológicas y políticas que lo caracterizan (Menéndez; 2009:38).
La biomedicina, como modelo teórico y como práctica, ha continuado con su expansión
impulsada por una parte por el desarrollo de la investigación y la producción de fármacos, y
por el incremento en la demanda de atención, anclada en el proceso de medicalización de
la vida cotidiana. Este proceso de expansión se da básicamente en dos niveles; por una
parte, a través de las actividades profesionales que se realizan y que refiere a los niveles

3
Menéndez se refiere a que fue la peor crisis que atravesó la biomedicina la que dio origen a la propuesta integral de APS
en Alma Ata. Esta crisis se dio entre mediados de los 60 y finales de los 70, y las críticas se orientaban en denunciar la
pérdida de eficacia del modelo biomédico, basada en el desarrollo de una relación médico – paciente que negaba la
subjetividad del paciente, y en que las acciones estaban dirigidas en forma casi excluyente hacia lo curativo, en desmedro
de las acciones preventivas.

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de cobertura de atención alcanzados, al número de profesionales, al número de camas de
hospitalización, al número de partos atendidos institucionalmente, al número de cesáreas,
a la cobertura de inmunización, etc., etc., etc.
Pero además la expansión opera a través de lo que se denomina proceso de
medicalización, es decir un proceso que implica convertir en enfermedad toda una serie
de episodios vitales que son parte de los comportamientos de la vida cotidiana de los
sujetos, y que pasan a ser explicados y tratados como enfermedades cuando previamente
sólo eran cuestiones de la vida cotidiana. Este proceso implica no sólo que los sujetos y
grupos vayan asumiendo estos acontecimientos en términos de enfermedad y que pasen a
explicarlos y atenderlos, en gran medida a través de técnicas y concepciones biomédicas.
Esta medicalización por ejemplo supone convertir en problema de salud determinadas
situaciones, que antes eran tratadas como parte de la vida cotidiana, como por ejemplo el
déficit de atención en los niños en la escuela, la depresión posparto, la disfunción eréctil, la
calvicie, la sexualidad, la menopausia, y largos etc. Incluso es este proceso el que ha
llevado que tanto el nacer como el morir sean cuestiones de incumbencia médica, tan es
así que en la actualidad casi todas las personas nacen y mueren en establecimientos de
salud, cuando antes esto ocurría en los hogares.
El biologicismo, en el que se basa la fundamentación científica de diagnóstico y
tratamiento, constituye la principal característica de este modelo de pensamiento en el cual
la dimensión biológica termina subordinando y a veces excluyendo los aspectos
socioculturales y psicológicos del proceso salud - enfermedad. Las formas de atención
biomédicas están basadas en la producción científica del campo de la biología, la
bioquímica y la genética, el trabajo clínico cotidiano aparece como un campo de aplicación
de saberes subordinado, entonces los profesionales de la salud no tienen una formación
sobre los procesos sociales y culturales, económicos y políticos que determinan el
desarrollo de la mayor parte de los padecimientos que aquejan los conjuntos sociales, y
por lo tanto estos aspectos son dejados de lado en sus intervenciones clínicas, aunque
algunos puedan reconocerlos no son objeto de sus intervenciones.
Otro de los aspectos fundamentales a la hora de analizar la biomedicina lo constituye la
asimetría en la relación médico – paciente. En esta relación se ha ido perdiendo el peso
que se le otorga a la palabra, sobre todo en el acto clínico. El tiempo destinado a la
consulta, es cada vez menor y actualmente casi no se le reconoce ninguna utilidad a la
anamnesis4 médica. Esto lleva también a que, a la hora de diagnosticar, estos
profesionales estén renunciando a sus habilidades para detectar síntomas de
padecimientos y solamente se guíen por las pruebas objetivas producto de la introducción
de tecnologías cada vez más sofisticadas en las pruebas diagnósticas.

Por último, la ahistoricidad en la práctica médica ha contribuido a un notable proceso de


medicalización de la vida cotidiana, incluyendo la automedicación y el manejo discrecional
de los factores de riesgo desde las políticas preventivas, fortaleciendo las relaciones de
hegemonía / subalternidad. Estos procesos no aparecen incluidos en la práctica biomédica,
de tal manera que se genera un efecto interesante en la relación médico/paciente, por el
cual los profesionales de la salud suelen achacar a la ignorancia o falta de educación de
las personas, lo que más de una vez fue consecuencia una recomendación que la gente
aprendió en forma directa o indirecta a través del propio personal de salud. Una simple y
no demasiado profunda indagación histórica posibilitaría observar que algunas formas

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incorrectas de utilizar los antibióticos, durante las décadas de los 50' y 60' los pacientes lo
aprendieron del personal de salud; que el amamantamiento al seno materno fue
cuestionado por parte del equipo de salud durante las mismas décadas sobre todo por
razones de higiene e influyó junto con otros factores en el reemplazo de la leche materna
por las fórmulas lácteas, o que el consumo de ciertas drogas psicotrópicas actualmente
consideradas adictivas fueron impulsadas por los tratamientos médicos inclusive desde la
primera infancia respecto de padecimientos como la hiperkinesis (Menéndez; 2009).
La aplicación de la dimensión histórica posibilitaría observar la gran cantidad de éxitos
farmacológicos generados desde la biomedicina, pero también la cantidad de usos
incorrectos que la población aprendió directa o indirectamente de la intervención médica,
entre ellos el de la polifarmacia.
Otro aspecto que subraya estas relaciones es la exclusión de la dimensión cultural en la
práctica médica, ya que esta dimensión suele ser utilizada para evidenciar los aspectos
negativos de los conjuntos sociales, y sus saberes, justificando de algún modo por este
atajo su ineficacia. Si bien el uso de formas de atención “tradicionales”, fue propuesta por
las estrategias de atención primaria y se han generado investigaciones al respecto, las
mismas han sido escasamente impulsadas por el sector salud, salvo en determinados
contextos y sobre todo en función de una concepción de ampliación de cobertura a bajo
costo y para poblaciones marginales rurales. Es a través de tomar en cuenta los procesos
culturales, que podemos observar la existencia de otras formas de atención de la
enfermedad, cuyas principales diferencias radican en el sentido y significado cultural con
que se las utiliza.

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9
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