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nuestro concepto, el capitalismo es una fuerza de aglomeración fría, interna-

cional, sin patria ni corazón. Es, en otras palabras, la aglutinación de lo espurio


del dinero. Es también el acaparamiento de la riqueza.
El patrimonio es la herramienta del hombre honrado que cumple la sentencia bí-
blica de ganarse el pan con el sudor de su frcente. La diferencccia entre el capitalismo
y el patrimonio es la misma que existe entre el almacén del noble extranjero, alma-
cén que conocimos en nuestra infancia, y la fría sucursal de un negocio en cadena.
En nuestro contacto constante con las realidades de nuestro pueblo, hemos po-
dido percibir una leve sensación de intranquilidazd por parte de ciertas clases de
holgada situación económica.
¡Temen los avances sociales que estamos realizando!
No debe ser temido el zxx de la ciudadaníarf; no debe ser temido porque se
apoya en la razón que asiste al pueblo para reclamar la justicia que desde años atrász
se le adeudaba, y en el convencimiento de que, en paz y armonía, la justicia llegará
a todos los hogares en vez de pasar indiferente ante la puerta de los humildes, dexxx
los que más necesitados están de ella. He de advertir empero que esta justicia que
se adeuda a los que hasta ahora no la han disfrutado, no será en desmedro de nin-
gún otro derecho legítimo. Si así fuese, sería arbitrariedad y no justicia.
No olvidamos tampoco a las fuerzaszs patronales, porque ellas representan la
grandeza de la patria y no queremos tampoco que los patronos puedan sentirse
amenazados por peligros inexistentes.
Los pueblos pueden labrar su riqueza; el patrimonio privado agrandarse con el
trabajo y la protección del Estado; pero es necesario comprender también que
ha llegado la hora de humanizar el capital. Pensamos que el capital se humaniza
de una sola manera: haciendo que se transforme en un factor de colaboración
para la felicidad de los semejantes; y cx no es posible, en esta hora que vivimos,
olvidar lo que dijera el Divino Maestro: “Es más fácil que un camello pase por el
ojo de una aguja, que un rico entre en el reino de los cielos”.
Aspiramos a que en nuestra tierra no tenga razón de ser aquella sentencia bí-
blica; y que los capitales, en lugar de ser elemento de tortura que conspiran

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