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Nuestras palabras han sido claras; nuestras intenciones son compartidas por

todos los sectores sociales.


Juramos respetar todo aquello que se había conculcado dentro de nuestros dere-
chos y de nuestra Constitución, para entregar al país una verdadera democracia
en la que los hombres que asuman la xxxresponsabilidad del Gobierno sean, no
sólo talentosos, sino que su talento esté acendrado y ungido por la virtud, sin la
cual los talentos pueden ser diabólicos y estar al servicio del mal.
Nuestro pueblo necesita, no sólo de talentos, sino de paradxxxigmas morales. El
mal de los pueblos no está, a menudo, en la falta de capacidad de sus gobernan-
tes, sino en la ausencia de ética de sus hombres.
Los pueblos grandes en la historia del mundo han sido siempre los más virtuosos.
Estas son nuestras miras para lograr una patria de 100.000.000 de argentinos,
como lo soñara Sarmiento. Pero 100.000.000 de argentxxdinos con un corazón lim-
pio y una mente despejada, capaces de forjar la felicidad de la patria sin benefi-
ciarse con bienestar material, porque los únicos bienes eternos son los espirituales
que hacen grandes a los pueblos y constituyen el único blasón que deben ostentardd
quienes cargan con la responsabilidad del gobierno sobre sus espaldas.
No es la inteligdddffencia, sino el corazón, el único manantial copioso de las grandes
obras, ya que sólo en él reside el talismán que mueve y cautiva voluntades, que
congrega a los hombres y los saca de su soledad para sumarlos a las grandes em-
presas colectivas. La inteligencia establecxxerá los resortes para que las organiza-
ciones se formedn, consoliden y prosdsqssperen; pero el único motor capaz de mover
las voluntades es el corazón, porque en él reside la fuerza creadora e inconteni-
ble del amor. Apreciarán si xxxxxxes o no es cierto lo que decixffewsmos con sólo pensar en
cuál es el sacrificio que no somos capaces de soportar por el amor a nuestra
madre o por el amor a nuestra patria.
Debe ser así y no de otra manera, porque los últimos años vividos en la ficción
y el disimulo han creado un estado de espíritu propicio a todas las deformacio-
nes del pensamiento y a todas las adulteraciones de los sentimientos.
Que se convenzan los díscolos, los descreídos, los intransigentes; que se convenzan
los resentidos, los amargados, los envidiosos; que se convenzan los impacientes y

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