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El oficio de Grenko Vicich

Antes de las seis empecé a abrir el puesto. Era un lunes muy frio y los dedos
endurecidos eran torpes para manipular las pequeñas llaves de los candados.
El contacto helado con el metal se coló en el cuerpo. Nadie en la calle. Las
luces opacas del alumbrado público me acompañaban en medio del silencio
del barrio. Me interné en el estrecho espacio del puesto y fue como si entrara a
un congelador. Prendí la luz y encendí lo más rápido que pude la hornalla de
la garrafa para ambientar un poco y poner agua para el mate. Cerca del
fuego, a resguardo de la hora y de la inclemencia del día sentí la incomodidad,
absurda e innecesaria a esa altura de seguir trabajando. Hasta cuándo? Esperé
en silencio el siseo de la pava buscando alguna razón. Habían pasado unos
minutos cuando oí la frenada del camión de reparto y el golpe del bulto de
diarios y revistas sobre la vereda.
- Qué pasa Fito? – el vozarrón del oso me sacó del letargo. Cuando me
asomé a la vereda el camión se perdía a la derecha rumbo a la Avenida Mitre.
Acerqué el paquete y me metí otra vez en el puesto para cebar los primeros
mates. Recién ahí, con unos tragos cortos y el sabor amargo de la yerba me
sentí mejor.
A eso de las siete el hijo del gallego empezó a abrir el bar. El galleguito
iba y venía de una cortina a otro con esa cara de recién levantado y los ojos
hundidos en algún sueño repitiendo los pasos zigzagueantes de su padre
entre mesas y sillas, Por último encaró la ochava y abrió la puerta. “El
Odeón” con tres grandes ventanales sobre la Avenida Belgrano y uno sobre
Acha, seguía igual a cuando yo era chico. Había resistido los cambios. El asfalto
había reemplazado al empedrado, achicaron las veredas, ensancharon la
avenida y se llevaron el buzón rojo que tanto le gustaba a mi hermana menor.
Faltaba el gallego, los que se mudaron, los que murieron, toda la gente que a
esa hora invariablemente llegaba al lugar impregnado de olor a café y aliento
a alcohol. De los viejos vecinos el único sobreviviente era Grenko un hombre
que en esa época no frecuentaba el bar –es para bacanes decía - y pasaba
en su bicicleta bien temprano para ir al doque a cruzar trabajadores en bote
hasta el viejo frigorífico Anglo. Ya retirado empezó a venir al bar desde aquel
día en que se encontró con su hijo. Con el hijo no se volvió a ver pero todas las
mañanas, como un ritual viene a tomar su desayuno.
Todavía estaba oscuro y faltaba poco para que amaneciera. Abrí la otra
puerta del puesto, corte la atadura de los paquetes y empecé a armar los
diarios y a agruparlos por su nombre, los lomos apenas separados igual que
naipes orejeados por un tahúr. Nunca leía las noticias, escuchaba la radio y
eso me bastaba. Apenas memorizaba los títulos para comentar con los clientes
por si acaso. Así que a medida que fui acomodando los diarios miré los titulares.
La foto de un domingo de futbol llenaba las portadas, política y economía
tenían su lugar. Una foto impresa y una leyenda al pie de “El Popular” me
llamaron la atención. “Rosario: cae banda de piratas del asfalto”. Nada
especial en estos tiempos, pero había algo en la foto, lejano al principio, familiar
y revelador después cuando reconocí la cara, los pómulos flacos y la nariz
aguileña de Mirco, el hijo de Grenko. Abrí el diario en la página que
desarrollaba la noticia. Daba detalles de cómo habían atrapado a la banda,
nombres y alias de los detenidos entre los que se encontraba “el ruso” como le
decían sus amigos. Conocía a Mirco desde que había nacido, lo había visto
crecer junto a los otros pibes del barrio. Siempre había sido bravo, un pibe
rebelde y algo pendenciero pero nunca un delincuente. Esta vez había ido
demasiado lejos.

Estuve un rato sin saber qué hacer, revise otros diarios para ver si decían
algo. Nada. No dejaba de pensar en cómo iba a reaccionar Grenko, un tipo
grande ya, cuando se enterar. Seguro que le iban a avisar, podía enterarse en
la radio o la televisión pero no iba a ser yo quien le vendiera el diario con la
noticia. Me parecía una falta de lealtad, un código no escrito me decía que
ofendía al barrio y a sus amigos, a su gente. Junté todos los ejemplares, los até
bien atados y los escondí lo más adentro que pude del puesto, lejos de la vista
de cualquier intruso, en un lugar en donde ni yo pudiera encontrarlos.

Cerca de las diez los rayos de sol caían en la vereda. A esa hora Grenko
llegaba al bar. Podía imaginarlo acomodándose el abrigo y la gorra y cruzar
en diagonal desde la casa hacia la esquina. Miré una par de veces deseando
no verlo. No me gustaba la idea de ocultarle la verdad porque él siempre había
sido noble conmigo, una persona gentil en un mundo que no lo es. Un buen
vecino, un buen hombre. Cuando me quise acordar lo tenía parado frente a mí.
-Buen día- dijo y le echó un vistazo a los diarios.
–Lindo eh!- dije medio cortado. Grenko estaba tranquilo, iluminado, la luz
parecía resbalarle en la cara recién afeitada.
- y el Popular ? No lo veo - dijo, sin sacar los ojos de la bandeja.
- Parece que hubo problemas con la edición. Lleve este, es lo mismo –
dije y le extendí lo primero que tuve a mano.
- Si, igualito - dijo. Se inclinó, estiró el brazo y levantó de otra pila. Cuánto
es? – dijo, después metió la mano en el sobretodo y sacó un billete.
- Hoy paga la casa. Dije. Grenko ya estaba de costado apuntando a
la esquina
- Pensé que con este día no iba venir -
- Por, Es igual a otros o no? Hubo una pausa.
- Si, si, claro pero está más fresco - dije mientras me frotaba las manos.
- Esto no es nada Fito. Lo quiero ver un día como hoy cerca de la boca
del riachuelo - dijo y enfilo para la ochava. Antes de entrar se acomodó
los anteojos y hecho un vistazo como de costumbre a hacia Acha y
después a la avenida.

Grenko se acomodó en la mesa del ventanal que da ahí nomas del puesto,
hermanados desde que achicaron la vereda. Extendió el diario y se hundió en
las primeras noticias ya viejas, del día de ayer. Pensé en los diarios como un
remedio vencido. Daban ganas de decirle que no leyera más, que para qué,
si con el café con leche y las medialunas era suficiente . Movi un poco los pies
en el lugar como para sacarme esa sensación de congelado que traía desde
la madruga. Incomodo en el lugar de siempre me sentí ajeno por primera vez
en tantos años.

El Tucu desde la barra me hizo señas y levantó una copita. Como no había
nadie, ni siquiera venían los clientes que paraban a menudo con el auto, me
metí en el bar. Los ojos de Grenko me siguieron hasta que me acodé en la barra.
De un trago terminé la ginebra.
- Tu amigo es el único q me llama por el apellido, Galarza, me dice – dijo
el Tucu
- Y, cual es el problema? peor que te diga mozo - le conteste. El Tucu
movió la cabeza y dejo la cara en ese punto agrio que pone cuando
algo no le gusta. Mientras cargaba en la bandeja el pedido de Grenko
le dije que yo se lo llevaba.

El bar estaba en silencio, con pocos clientes, entrando en calor por las estufas
y la luz que se metía por los ventanales. El clima de sosiego y el efecto
inmediato de la ginebra me acomodó. Con la bandeja en la mano, di unos
pasos y estuve frente a las cejas levantadas y la mirada de asombro de
Grenko.
Descargué el café con leche y las medialunas tratando de esquivar el diario
desplegado en la mesa.
- La propina es para mí – dije, una vez que dejé todo.
- Por supuesto! La plata es para el que se la gana. Dijo. No quiere
sentarse? Se pasa todo el día parado.
- Es que estoy yendo y viniendo …
- Si hoy no tiene trabajo Fito, no se haga el mártir - Al fin corrí la silla y
me senté, cosa que nunca. El hijo del gallego y el Tucu miraban y
hablaban entre ellos. Les hice una seña y enseguida me acercaron
una copita.

Grenko se puso serio. Me miró con cierta malicia o así lo entendí en ese
momento como si quisiera decirme algo.
- Alguna vez estuvo arriba de un bote? – dijo. La pregunta me sorprendió.
- Si, en los lagos de Palermo – dije y saque una carcajada corta y seca de
vaya a saber dónde. La cara que puso lo decía todo.
- No, no, algo serio le digo. No dije nada. El siguió.
- Me quedé pensando en lo que le hablamos hace un rato. En el rigor del día.
De los días es mejor decir para cualquiera que trabaje al aire libre pero remar
en el riachuelo un día como hoy se la regalo. La vida de un botero como fui
yo, es una vida a cielo abierto, enfrentando frio o calor, viento, el oleaje que
provocaban los barcos grandes, el olor irritante del riachuelo o la lluvia para
cruzar cien metros cuanto menos. Grenko hizo una pausa. Yo lo miraba
tratando de adivinar hacia donde iba. Echó dos sobrecitos de azúcar en el
café con leche y hundió la cucharita. La llevaba de un borde a otro,
levantaba y volvía a hundir, pensativo. Así lo repitió varias veces. No revolvía
en círculos, no había remolinos en la superficie, pero debajo los cristales de
azúcar se deshacían en el líquido. Al fin levantó la vista.

- Un día la niebla no dejaba ver más allá. Yo llevaba gente desde


muelle donde paraba hasta la Anglo. Tenían que entrar en horario así
que salí del embarcadero. La proa se fue internando de a poco y a
los metros de salir no sabía dónde estaba, todo alrededor era blanco,
una blancura fría y húmeda que se pegaba en la cara. Yo cortaba el
agua con los remos y el bote iba con el silencio de los pasajeros.
Atento a los mínimos movimientos más allá de la embarcación. Iba
tanteando en la densidad de la niebla tratando de no perder el rumbo,
imaginando que el camino estaba allí adelante y que de tanto ir y
venir el bote llegaría solo por esa costumbre de llegar que tenía, Así fui
viajando esos minutos, flotando en el agua y en el aire, me mantuve
sereno pero lleno de incertidumbre porque no estuve seguro hasta
que pude reconocer el frente del otro muelle y maniobré para amarrar.
En esos momentos Ud. no siente frio ni calor, solo alivio, un gran alivio
donde descansar hasta el próximo viaje.

Hizo silencio. Yo me quedé callado. Respire profundo. Los brazos de la


silla y el asiento sostenían el peso del cuerpo.

- Anoche me acosté recordando ese día. Dormí con una sensación rara
y no descanse bien. Aunque le parezca mentira ahora que se lo cuento
me siento un poco mejor.
- una pesadilla. dije
- No sé. Ud. sintió alguna vez esa inseguridad. Un desconcierto. La
incertidumbre de que perdió de vista las cosas? Había preocupación
en el tono en que preguntaba.
- Más de una vez. – dije.

Los dos al mismo tiempo vaya a saber por qué miramos hacia el ventanal y los
ojos se fueron a la calle.

- Ve, todos andamos un poco entre la niebla.


Nunca lo había escuchado hablar asi. Sabía algo? De solo
pensarlo me dio una puntada en la boca del estómago. Las imágenes
se sucedían. La cabeza en alto de Mirco, las manos esposadas en la
espalda pasaron delante de mí como en una rueda de reconocimiento.
Las mesas, la barra, el piso de baldosas blancas y negras como un
tablero de ajedrez se balanceaban como en un suave mareo. Todo
parecía flotar en medio del rio. Grenko sentado en su silla, remaba
acompasadamente. Pensé que la vida lo había traicionado. Que Mirco
lo había traicionado.

- Tiene gente Fito. me dijo y me saco del trance.


- Ahora vuelvo –dije. Me levante como pude y enfilé para la calle.
Cuando salía entró un hombre alto vestido con ropa de operario.
Llevaba un bolso colgado al hombro y un ejemplar de El Popular en la
mano. Titubeo antes de elegir una mesa y al final se sentó en la que da
a Acha. No quise darme vuelta pero desde el puesto me di cuenta que
Grenko lo seguía con la mirada. Estaba arrepentido de haberle ocultado
lo que sabía, qué había ganado con eso?

Atendí unos clientes. Una señora ojeaba una revista, parecía que la
vida había vuelto al barrio. La conversación me daba vueltas en la
cabeza. Cuando me quise acordar Grenko ya tenía el Popular sobre la
mesa. Estaba serio. Iba de la portada a las páginas interiores y movía la
cabeza negativamente como si no pudiera creer lo que veía. La cara
sintetizaba la preocupación y la tristeza que tenía. Giró la cabeza y me
miró. Apenas pude, volví a entrar.

El bar estaba vacío. El Tucu de espaldas acomodaba la billetera cerca


de la barra. Grenko me hizo señas para que me acercara. El ejemplar
del Popular descansaba doblado en el ancho marco del ventanal.
- Vio el hombre que estaba sentado allá - dijo señalando con el
dedo índice hacia el lugar que había ocupado el tipo. Gire un
poco la cabeza hacia el lugar siguiéndole el juego.
- Ahora no hay nadie, pero el hombre tenía el diario mío/que
compro yo. No le digo siempre que el suyo no es un negocio serio.
- Un boliche de cuarta me dice que es.
- Y tengo razón.
- Y si - dije y sonreí mientras me mordía la lengua. Grenko me
miraba.
- Ud. Sabía – el tono era más una afirmación que una pregunta.
Moví la cabeza aceptando. Hubo un larga pausa/largo silencio.
Avergonzado me costaba mirarlo
- Anoche me llamaron del juzgado para avisarme. No imaginé que
se iba a conocer tan rápido.
- Vio así dicen, que las malas noticias no tardan en llegar.
- Grenko movió la cabeza como resignado. Tenía una mirada
serena, agradecida, benevolente, como una mirada papal. Me
ofrecí para lo que necesitara.
- Va a ver que todo se va a solucionar pronto - dije.
- Gracias Fito. Ojala. Mañana viajo a verlo, así que por unos días no
voy a estar. Cuídeme el lugar para la vuelta.
- Esta mesa no la ocupa nadie. dije. Le palmeé el hombro, me
levanté y salí a atender a los que esperaban. Grenko se incorporó
detrás de mí para enfundarse el abrigo y salir. Pasó delante del
puesto ensimismado en su pensamiento, me saludo con un
ademán y se alejó por donde había venido.

Esa despedida concluyó un tiempo perfecto. El día continuo como si


nada hubiera pasado y aunque el sol brillaba en lo alto no alcanzó a diluir
el sentimiento de final que traía desde la madrugada. Había decido
vender. En una hora cerraría el puesto por última vez. Después iría a
almorzar con mi mujer y mi hija. Quería compartir la mesa con ellas,
contarles la decisión que había tomado. Sabían lo importante que
siempre habían sido para mí.

MSN

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