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BróónarlaS
II,LTS'I'RAt)AS
César
Julio
El hombre
dad de tierras públicas sobre las que fundar nuevas colonias, procediendo
a un conveniente reparto de su territorio. Campania con unas 20.000 fa-
milias; Cartago, Corinto, que habían permanecido deshabitadas desde
que fueran destruidas a mediados del siglo II a.C. y que no era la pri-
mera vez que se intentaba crear una colonia en ellas. Se proyectó ha-
cerlo ya en época de los Graco y posteriormente la idea fue retomada
en varias ocasiones; Hispania, donde algunas ciudades vieron elevado
su estatus al de colonia, corno Ulia en el valle del Betis, y Cartago Nova,
Tarraco y Celsa en la Citerior, e Hispalis, Urso, Itucci y Ucubi en la Ulte-
rior. En el África Vetus, aparte de Cartago y de La Malga, también se es-
tablecieron colonias a lo largo de la costa en Carubis, Clupea, Carpis e
Hippo Dirrhytus, y tal vez también en Thysdrus y Neápolis. Más occi-
dentales serían Cirta y probablemente Rusicade Chullu y Milev. También
la Galia, origen del imperio militar de César, recibió un cierto número de
colonias, como Arelate y Forum Iulii. El estatus de estas colonias y su ca-
rácter y funcionamiento, lo conocemos fundamentalmente gracias a las
llamadas Leyes de Urso, procedentes de la colonia hispana, formadas,
probablemente, por nueve tablas de bronce, la mayoría de las cuales por
desgracia se han perdido.
No todos los excedentes de mano de obra encontraron acomodo
en la colonización. Un importante porcentaje de ella buscó otras sa-
lidas, y a este respecto jugó un papel destacadísimo la intensa labor
edilicia de César, que requería una mano de obra considerablemente
numerosa para poder llevarse a cabo. Estas obras públicas dieron
comienzo a partir de año 54 a.C., con la construcción de los Saepta
Julia, para la celebración de los comicios, al tiempo que se res-
tauraba la basílica Emilia y se construía la basílica Julia, una frente a
otra en el Foro, cerca de la Curia; en el 51 a.C. se comenzó la cons-
trucción del Foro de César, y dentro de éste, en el46 a.C., el templo
de Venus Genétrix. A ello se añadieron los trabajos de restauración
de numerosos edificios y templos, como la realizada en el mismo
Foro, la del templo de Quirino; las nuevas construcciones de los tem-
plos de la Felicidad, la Clemencia, la Concordia y la Libertad; la del
templo de Marte; la pavimentación y la construcción de numerosas
calles; los trabajos en la canalización del Tíber para evitar las inun-
daciones en el campo de Marte; el derribo de una parte de la mura-
lla serviana para ampliar la ciudad. Fuera de Roma, según apunta
Suetonio, pretendía ·desecar el pantano Pontino, vaciar el lago Fuc-
cino, construir una vía desde el mar Adriático, atravesando los Ape-
ninos hasta el Tíber, cortar con un canal el istmo de Corinto y exca-
var un puerto en Ostia•.
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Pero, sin duda, una de las reformas de César que tuvo una mayor
repercusión, pues ha llegado con muy leves variaciones hasta nuestros
días, fue la reforma del calendario.
El primitivo calendario romano sufrió numerosas modificaciones a
lo largo de la Historia. Sabemos que en un primer momento, instituido
según la tradición por el legendario Rómulo, el año constaba de diez
meses regidos por el ciclo lunar, y que en conjunto sumaban 304 días,
empezando en marzo y terminando en diciembre. Thdavía el nombre
de los últimos cuatro ·meses de nuestro año, septiembre (séptimo), oc-
tubre (octavo), noviembre (noveno) y diciembre (décimo) tiene su ori-
gen en este primitivo calendario que numeraba los meses, a excepción
de los cuatro primeros dedicados a los dioses Marte (Martius, marzo),
Júpiter (Maius, mayo) y Juno (lunius, junio). El mes de abril es algo más
complejo y su etimología aún insegura. En los calendarios rústicos este
mes aparece bajo la protección de Venus, aunque es comúnmente acep-
tada la opinión de Varrón, Cincio y Macrobio de que su nombre pro-
cede del vocablo latino aperire (abrir).
Pronto quedaría desfasado este primigenio calendario romano, dado
que no tenía en cuenta la sucesión de las estaciones climatológicas. La
tradición atribuye al rey Numa Pompilio su reforma, que llevó a cabo
añadiendo dos nuevos meses, enero (Ianuarius) y febrero (Februa-
rius), dedicados a }ano y Februo, respectivamente. Así mismo modi-
ficó la duración de todos ellos, obteniendo un año de 355 días. Como
el nuevo año obtenido de este modo seguía sin coincidir con el solar
de 365 días, decidieron intercalar entre febrero y marzo un mes de 22
o 23 días (Mercedino). Todo ello llevó a que resultara un año medio
de 366 días y cuarto, en esta ocasión algo superior al año solar, lo que
tuvo como consecuencia que el año civil así establecido tuviera un mes
de adelanto cada 35 años.
En época de César el desfase entre las estaciones y los meses era tal,
que se hacía imprescindible una reforma. Esta reforma, con pequeños
retoques, es la que ha llegado hasta nuestros días y es la que usamos
en Occidente.
El desbarajuste se había ido agravando por las correcciones ar-
bitrarias que hacían los pontífices. César, en el año 46 a.C., encargó
al matemático Sosígenes el estudio de una concordancia precisa y
reglamentada entre el año civil y el solar. El primer paso era solu-
cionar el desfase acumulado, por lo que su primera medida para cua-
drar el desfase estacional fue intercalar, en septiembre del 46 a.C.,
un periodo de 67 días. Después estableció un año de 365 días en lu-
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g;¡,r de los 355 que duraba hasta el momento; para ello, esos diez días
de diferencia deberían repartirse entre los doce meses, con lo que
desaparecía la igualdad en la duración de los meses. Aun así, que-
daba todavía una diferencia de poco menos de un cuarto de día en-
tre el año civil y el solar. Para solucionar este problema, Sosígenes
propuso que se añadiera cada cuatro años un día más. El resultado
fue un año en el que los meses impares tenían 31 días, y los pares
30, a excepción de febrero que contaba 29 ó 30 en el año.en que se
debía añadir el día complementario, y que recibió en nombre de año
bisiesto.
Esta estructura sufrió una leve vari;tción en época de Augusto,
motivada más por la vanidad que por la necesidad. El mes de Quin-
tilis había sido dedicado a César tras su muerte, y para que el orgu-
llo de Augusto no se sintiera herido, se decidió dedicarle a él el mes
de Sextilis (julio y agosto en adelante), pero la dedicación debía ser
en todo igual, así pues, como julio era mes impar contaba con 31
días, por lo que era necesario que agosto contara con el mismo nú-
mero de días, así que se le quitó uno a febrero, que contó a partir de
entonces con 28. Por otro lado, para evitar la coincidencia de tres
meses seguidos con 31 días se decidió cambiar la duración de los
meses siguientes y así septiembre y noviembre pasaron a tener 30,
y octubre y diciembre, 31.
Pero este calendario aún tenía un pequeño problema, y es que
posee unos minutos más que el solar, lo que le lleva a adelantarse
en un día cada 128 años; la solución llegó con la reforma gregoriana
de 1582, en la que se decidió que cuando el año bisiesto coincida
con el final de siglo, esto es en los múltiplos de 100, no será consi-
derado como tal, y por tanto febrero tendrá 28 días, con la excep-
ción de aquellos que sean múltiplo de 400, que sí contarán con el
día añadido.
Con la llegada del año 44 a.C., los acontecimientos se iban a enca-
denar unos con otros e iban a jugar en contra de César. La oposición
política al dictador había crecido dentro de la ciudad de modo consi-
derable, sobre todo favorecida por el acaparamiento de poderes y de
honores que estaba realizando. No es de extrañar que en este ambiente
enrarecido, en el que el dictador organizaba una nueva expedición mi-
litar, esta vez contra los partos, se preparasen numerosas tramas, unas
para atentar contra su vida y otras simplemente para quilarle el poder.
Tampoco es de extrañar que, finalmente, una de éstas pudiese llevarse
a cabo y tener éxito.