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Un espacio para los adolescentes

por Ana Somoza


¿Cuáles son algunos de los principios que
tenemos que tomar en cuenta y que pueden ser
de utilidad para el ministerio con adolescentes? La
autora nos brinda prácticas respuestas y consejos
para fortalecer el ministerio juvenil.

«Yo vengo a la iglesia a calentar el banco», me dijo un adolescente de 15


años el primer día en que me hice cargo del grupo.

«Me encanta tu sinceridad. Me parece bien que vengas», le contesté.

Se sorprendió ante mi respuesta. Creo que esperaba un sermón. En ese


momento sólo me interesaba que estuviera allí, pues confiaba en que Dios
podría actuar en su vida. La adolescencia estaba siendo el agujero por el que
salían de la iglesia muchas niñas y niños con los que habíamos trabajado, por
eso había decidido dejar otras de mis ocupaciones pastorales y trabajar con
los adolescentes en forma directa. Un joven y una joven me ayudarían
ocupándose de los juegos, los deportes y las salidas, mientras que aprendían
cómo llevar a cabo un ministerio con los adolescentes.

En el primer encuentro organizamos algunos juegos para que se presentaran


y se conocieran mejor, lo que les encantó. Les propusimos buscar un nombre
para nuestro grupo. Tenían que encontrarlo por consenso y no por votación.
Tomar una decisión por consenso ayuda a la cohesión de un grupo en tanto
que hacerlo por votación puede llevarlo a su fragmentación.

Cuando llegó el momento de abrir la Biblia, no mostraron mayor interés.


«¡Qué aburrido!» dijeron casi todos. Sin embargo, cuando terminó el
encuentro, estaban sorprendidos. Vieron una presentación en powerpoint,
hubo preguntas de nuestra parte y de parte de los adolescentes acerca de los
principios bíblicos que trabajamos, discutimos acerca de casos y situaciones
en que podrían aplicarlos en sus vidas, propusimos una dramatización que se
negaron a hacer, hicimos un afiche. En fin, nada más alejado del sermón que
estaban esperando por parte de la pastora.

En el próximo encuentro, la cantidad de adolescentes se duplicó. Se «corrió la


bolilla» de que se habían divertido. El grupo continuó creciendo en cantidad,
pero lo más interesante fueron los cambios que empezaron a producirse en
sus vidas. Sus propios padres y madres dan testimonio de eso. Algunos
entregaron sus vidas a Cristo y otros se comprometieron con él en forma más
profunda. ¿Cuáles son algunos de los principios que tenemos que tomar en
cuenta y que pueden ser de utilidad para el ministerio con adolescentes?

Fomentar la formación de un grupo de adolescentes

Los adolescentes necesitan de un grupo como el aire que respiran. Están


viviendo una etapa de transición que no siempre es fácil. No son niños o
niñas, pero tampoco son adultos. En ocasiones quieren los beneficios de la
niñez y en otras los de la adultez. Están dejando de lado su identidad infantil y
se están desprendiendo de la dependencia de sus padres. Empiezan a
transferir a otros de su edad la dependencia que antes tenían de sus padres,
de ahí la importancia que otros adolescentes de su edad cobran. Muchos
adolescentes se acercan a las iglesias y organizaciones cristianas buscando
pertenencia, lazos profundos, amistades e identidad. Allí pueden encontrar
distintos modelos de cómo vivir la fe cristiana, tanto en otros adolescentes
como en los jóvenes o adultos que lideran los grupos. Pueden encontrar amor
y aceptación como en ninguna otra comunidad cuando se viven los valores del
Reino de Dios.

En nuestro grupo fomentamos la amistad. Esto los fortalece para resistir las
presiones de otros adolescentes no cristianos con quienes están en contacto
en la escuela, en el barrio o en el club, quienes tienden a incitarlos a hacer
cosas que no son convenientes para sus vidas. En el grupo de la iglesia
tienen la posibilidad de compartir momentos de sano esparcimiento y
diversión, en campamentos, paseos, encuentros o fiestas. En otras palabras,
pueden disfrutar de verdadera y saludable comunión cristiana.

Fomentar la formación de un grupo que vale la pena

Un ministerio con adolescentes no puede limitarse a proporcionarles


oportunidades de compañerismo y amistad. Como todos los cristianos, ellos
necesitan crecer en su vida cristiana por medio del discipulado, necesitan
aprender a servir, a evangelizar a sus pares y a adorar a Dios. Así ellos y el
ministerio pueden crecer de modo saludable. En el discipulado recordamos
que durante la adolescencia se produce un replanteo profundo de la fe. La fe
infantil, la creencia en el Dios de la infancia son puestas a prueba. Por eso
generamos situaciones en las que pueden plantear sus dudas, sus
cuestionamientos e interrogantes sin ser juzgados ni condenados por ello. Hay
discusiones y debates en torno a la fe, y los guiamos a encontrar en la
Palabra de Dios las respuestas a sus dudas.

Código de valores

Otro aspecto importante es la construcción de un código de valores, de una


moral autónoma, que no sea impuesta. Una adolescente siempre me
pregunta: «¿se puede esto?» «¿se puede aquello?» Anteriormente, había
estado asistiendo a una iglesia en la que se entendía el cristianismo como una
serie de reglas a cumplir, lo que había producido mucha rebeldía en ella. Yo
siempre evito responderle con un sí o con un no. En lugar de eso le hago
preguntas acerca de la situación, acerca de los motivos para actuar de ese
modo, acerca de cómo se sentiría si lo hiciera. O la llevo a encontrar algún
principio bíblico del cual pueda extraer la respuesta y le pregunto, «¿vos qué
pensás, teniendo en cuenta esto que dice la Biblia?» Por lo general, su
respuesta coincide con la que yo le hubiera dado, pero tiene más valor pues la
descubrió ella, no se la impuse yo. De esta manera la ayudo a construir
principios de vida y valores acordes con la voluntad de Dios.

Preparamos estudios bíblicos participativos en los que tienen que descubrir


qué dice la Biblia. Planteamos casos y situaciones que son semejantes a los
que las chicas y los chicos viven para discutir cómo aplicar los principios
bíblicos a sus vidas. Les encanta participar en estas actividades, y poco a
poco están asumiendo el compromiso de obedecer lo que encuentran en la
Biblia. Al mismo tiempo están cambiando los prejuicios que tenían acerca de
la Palabra de Dios como un libro aburrido. Tratamos de establecer vínculos
estrechos. Las chicas y los chicos se han identificado mucho con los líderes
juveniles que coordinan el grupo entablando una buena amistad con ellos. Se
animan a hablar de sus problemas, comparten momentos con nosotros,
proponen distintas actividades en las que podemos compartir la vida, como
aprender a hacer pizza, organizar un paseo u otras. De este modo informal,
están aprendiendo a vivir la vida cristiana.

Les brindamos oportunidades de servicio. Los adolescentes se motivan


mucho y son capaces de hacer importantes aportes a la comunidad o a la
iglesia cuando se les dan oportunidades para ejercer sus dones y poner en
juego sus muchas habilidades. Los estimulamos a preparar una cartelera, a
colaborar con programas para niñas y niños, a presentar una obra de teatro,
entre otras actividades. El ejercicio de sus dones los ayuda a crecer
espiritualmente y en todas las áreas de su vida. Los animamos a evangelizar
a otros adolescentes. Cuando empezaron a sentirse cómodos en el grupo y a
crecer en la vida cristiana, se empezaron a atrever a invitar a sus amigos no
cristianos al mismo. Así crecen ellos y el grupo.

Los animamos a participar en la adoración. Buscamos canciones con letra y


música que les gusten. Los estimulamos a tocar la guitarra, la batería y otros
instrumentos no sólo en las reuniones exclusivas para adolescentes sino
también en las de la iglesia. Ponen ritmo y alegría que nos inspiran a adorar a
Dios. ¿Tan fácil fue todo? ¡No! Hubo idas y venidas, crecimiento y
«bajonazos». En ocasiones vienen todas las chicas y los chicos al grupo,
otras veces «se hacen la rata», como en la escuela. A veces están eufóricos
de alegría, otras están deprimidos, como todos los adolescentes. Pero si hubo
algo que aprendimos es que tenemos que ser fieles siempre, y dejar el
crecimiento espiritual y numérico del grupo en las manos de Dios.

«Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios» (1 Cor. 3.6).

Ana Somoza es pedagoga y formadora de docentes. Actualmente


desarrolla un programa. Tomado de Alcanzando a la niñez, año 7,
número 28. Un ministerio de Red Viva, www.redviva.org , Todos los
derechos reservados. Este suplemento de Alcanzando a la niñez se
publicó en Apuntes Pastorales, volumen XXIII, número 2. Todos los
derechos reservados.

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