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Todos sabían que nadie era capaz de mantener por sí mismo una de aquellas zonas

replantadas, pero aceptaron la propuesta del joven. Al hacerlo, aceptaron la revolución más
grande jamás vivida en el pueblo. El joven, muy querido por todos, no tardó en encontrar
manos que lo ayudaran a replantar. Pero todas aquellas manos salían de otras zonas, y
pronto la suya no fue la única en la que había necesidad de más árboles. Aquellas nuevas
zonas recibieron ayuda de otras familias, y en poco tiempo ya nadie sabía quién debía
cuidar una zona u otra. Simplemente, se dedicaban a plantar allí donde hiciera falta.

Hacía falta en tantos sitios que comenzaron a plantar incluso durante la noche, a pesar del
miedo ancestral que sentían hacia los malvados podadores. Aquellas plantaciones nocturnas
terminaron haciendo coincidir a cuidadores con exterminadores, pero solo para descubrir
que aquellos “terribles” seres no eran más que los asustados miembros de una tribu que se
escondían en las laberínticas cuevas de los acantilados durante el día. Acudían a la
superficie

Había una vez un pequeño pueblo enclavado entre montañas. Sus calles empedradas
estaban bordeadas de casas de colores vivos, con tejados de tejas rojas y ventanas
adornadas con flores. En el centro del pueblo, se alzaba una antigua iglesia de piedra, con
un campanario que resonaba en las mañanas y tardes.

En este lugar vivía Martina, una joven apasionada por los libros y las historias. Pasaba sus
días en la pequeña biblioteca local, rodeada de estanterías llenas de aventuras y misterios.
Martina soñaba con viajar a lugares lejanos y vivir sus propias historias.

Un día, mientras hojeaba un libro de cuentos antiguos, encontró un mapa escondido entre
las páginas. El mapa mostraba un camino que llevaba a una cueva en lo más alto de la
montaña. Según la leyenda, en esa cueva se encontraba un tesoro perdido hace siglos.

Martina no pudo resistirse. Empacó una mochila con provisiones y se adentró en el bosque,
siguiendo el sendero marcado en el mapa. El camino era empinado y lleno de obstáculos,
pero Martina estaba decidida a descubrir el tesoro.

Después de horas de caminata, llegó a la entrada de la cueva. La oscuridad la envolvió, y el


aire se volvió más frío. Martina encendió una linterna y avanzó con cautela. Las paredes de
la cueva estaban cubiertas de musgo y las estalactitas brillaban como diamantes.

Finalmente, llegó a una gran sala subterránea. En el centro, sobre un pedestal de piedra,
yacía un cofre de madera tallada. Martina tembló de emoción al abrirlo. Dentro encontró
monedas de oro, joyas centelleantes y un antiguo pergamino.

El pergamino estaba escrito en una lengua desconocida, pero Martina sintió que contenía
algo importante. Lo enrolló con cuidado y lo guardó en su mochila. Decidió regresar al
pueblo y buscar a alguien que pudiera traducirlo.

Al llegar al pueblo, Martina se dirigió al anciano bibliotecario, quien era conocido por su
sabiduría. El anciano examinó el pergamino y sonrió.
“Este es el mapa de otro tesoro”, dijo. “Un tesoro aún más valioso que el oro y las joyas. Es
el tesoro de la sabiduría y el conocimiento. Si sigues las indicaciones del pergamino, te
llevará a un lugar donde encontrarás respuestas a tus preguntas más profundas”.

Martina agradeció al anciano y partió nuevamente, esta vez siguiendo las instrucciones del
pergamino. El camino la llevó a una cascada escondida en lo alto de la montaña. Allí, bajo
la luz del sol, encontró un libro antiguo con páginas de oro.

Martina pasó sus días leyendo el libro y aprendiendo sobre la historia del mundo, las
estrellas y la naturaleza. Se dio cuenta de que el verdadero tesoro estaba en el conocimiento
y la comprensión. Y así, Martina se convirtió en la guardiana de la cueva, compartiendo su
sabiduría con todos los que la visitaban.

Y así termina nuestro cuento, con Martina como la nueva protagonista de una historia que

trascendería el tiempo y el espacio, llevando consigo el tesoro más preciado: el saber. 📚✨

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