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GUSTAVE FLAUBERT
Un corazón simple
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Esta se había casado con un guapo mozo sin fortuna En el primer piso se hallaba, en primer luga¡ la habi-
que murió a principios de 1809 dejándole dos hijos muy tación de la <<señoror, muy amplia, tapizada con papel
pequeños y cierta cantidad de deudas. Vendió entonces de flores pálidas y con el retrato del <<seño»> en traie de
sus inmuebles, menos la fir.rca de Toucques y la finca de muscadins. Comunicaba con otra habitación más peque-
Geffossesl, cuyas rentas ascendían a lo sumo a 5,000 ña, en la que se veían dos literas de niño, con colchones.
francos', y abandonó su casa de Saint-Melaine6 para vivir Después venía e1 salón, siempre cerado y atestado de
en otrá menos dispendiosa que había pertenecido a sus muebles cubiertos con sábanas. Luego un pasillo con-
antepasados y estaba situada a espaldas del mercado. ducía a un gabinete de estudio; libros y papelotes guar-
Esa casa, revestidá de pizarras, se hallaba entre un necían los estantes de una librería que rodeaba por tres
pasaje y una ca1le1a que daba al ¡ío. Dentro había dife- de sus lados a un amplio escritorio de madera. Los dos
rencias de nivel que provocaban tropezones. Un estre- paneles enfrentados desaparecían bajo dibujos a pluma,
cho vestíbulo sepárába la cocina de la sdla donde la paisajes a la aguada y grabados de Audrane, recuerdos de
señora Aubain pasaba todo el día sentada junto al ven- un tiempo mejor y de un lujo desvanecido. Una lucera
tanal en un sillón de paia. Conra el revestimiento de iluminaba, en el segundo piso, el cuarto de Félicité, que
madera, pintado de blanco, se alineaban ocho sillas daba a 1os prados.
de caoba. Un viejo piano soportaba, balo un baróme- Ella se levantaba con el alba, para no faltar a misa, y tra-
to, una pila piramidal de cajas y cartapacios. Dos buta- bajaba hasta la noche sin interrupción; después, una vez
cas tapizadas flanqueaban la chimenea de má¡mol acabada la cena, ordenada la vajilla y bien cerrada la puer'
amarillo y estilo Luis XV El péndulo, en el cenro, repre- ta, hundía el leño baio las cenizas y se dormía delante del
sentaba un templo de VestaT; y todo el aposento olía un hogar con el rosario en la ma¡o. En los regateos nadie
poco a humedad porque el suelo estaba más bajo que el mostaba más terquedad. En cuanto a limpieza, el bruñi-
jardin. do de sus cacerolas causaba desesperación en las oüás
criadas- Ahorrativa, comía despacio y recogía de la mesa
4. Estas dos fincas, con esos mismos nombrcs, pertmecieron a la un pan de doce übras,
familia de Flaubelr, que heredó la primera; en 1875 la vendió por con el dedo las migas de su pan
200.000 fra¡cos (J0.490 eu¡os aproximadamente) pata aytáar al
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cocido expresamente para ella, que duraba veinte días.
marido de su sobrina Caroline a evitar una quieb¡a. Como la seño¡a
Aubain. Flauber cambici enlonces su pi.o parisino por orro menos 8- Nombre dado du¡ante Ia Revolución v el Directorio a los elegantes
lujoso, compartido con esa sob¡ina. de finaJe. d. siglo de aruendos rebuscaJos. que se perfumaban < orr al
5. Aproximadamenre I1.414 euros. mizclc 1mu,d ¡ defendran opiniones realisras: organizados en banda''
(r. En las alueras de Pont-l'Evéque. seeofrentaban, con porras, a los partidarios dc la Revolución.
7. Vesta fue para los romanos la diosa del hogar, de la casa y de la 9 Podría trat¿rse dle Gérard Ii Audran (1640-1701), miembro de
far¡ilia. Como deco¡ación. ¡esulta anticuada: cor¡esoondía de fi¡¿les una familia de famosos pinlores y grabadores que cultivaron el esrilo
del siglo XVlt a principios del xrx. Luis XIV;o de ]ean Audran (lot7 I75ól
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En cualquier estación llevaba un pañuelo de indianaro aldea, las luces en los árboles, el abigaramiento de los ves-
prendido por un alfiler a
la espalda, un gorro que le ocul- tidos, los encaies, las cruces de oro, toda aquella masa de
taba el pelo, medias grises, falda cona, y, encima de la blu- gente saltando a un dempo. Se mantenía apaftada con mo-
sa, un delantal con peto, como las enfermeras de hospital.
áesti, c,rarrdo un ioven de ap^úerrcia acomodada, y que
Su rostro efa eniuto y su voz aguda. A los veintici¡co
fumaba en pipa acodado sobre Ia lanza de rma carreta, se
años aparentaba cuarenta. A partir de los cincuenta no
acercó para i¡ütarla a bai.lar La convidó a sidra. a calé a
reveló ya ninguna edad; y, siempre silenciosa, de talle gdletar, l. compró una pañoleta e, imaginando que ella
erguido y gestos mesurados,
- parecía una mujer de made-
adiünaba su intención, se ofreció para acompañarla En
ra que funcionara de un modo automático.
la linde de un campo de avena la derribó brutalmente' Ella
sintió miedo y se puso a gritar, Él se aleió.
Otra noche, en el camino de Beaumontrr, iltentó ade-
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lantar a una gran cafreta de heno que ávanzaba despa-
cio, y al rozar las ruedas reconoció a Théodore'
Había tenido como cualquiera su historia de amor Él la abordó con aíre tranquilo, diciendo que debía
Su padre, albañil, se había matado al caerse de un an- perdonade todo porque era <.culpa de la bebida»'
damio. Luego murió su madre, sus hermanas se disper No supo qué responderle y sintió ganas de huir
saron, y a ella la recogió un granjero que, muy niña, la Luego él habló de las cosechas y de los notables del mu-
puso a guardar las vacas en el campo. Tiritaba baio los
n¡c¡pio. porque su padre había delado ColJeville para irse
harapos, bebía echada de bruces el agua de las chárcas,
a la finca de los Écots, de modo que ahora eran vecinos
la pegaban por nada, y finalmente la echaron por un «¡Ahl», dijo ella. É1 añadió que querían casarlo Pero
robo de t¡einta sozsrl que no había cometido. Entró en -no tenía prisa y esperaba a una mujer que fuera de su gus-
ofta granjá, se convirtió en ella en moza de comal y, como
to. Ella baló la cabeza. Entonces é1 le preguntó si pensaba
agradaba a los amos, sus compañeros le tenían envidia.
en el matrimonio. Sonriendo, contestó que estaba mal
Una tarde del mes de agosto (tenía entonces dieciocho budarse. «¡No, no me burlo, se lo juro!>>, y con el bra-
años), la arrastraron a la fiesta de Colleville1r. Quedó inme- -
zo izquierdo 1e
rodeó el talle Ella cami¡aba sostenida por
diatamente aurdida, atónita por el ruido de los músicos de
su ab'razot moderaron el paso. La brisa era blanda, las es-
tellas brillaban y delante de ellos oscilaba la enorrne ca'
10.. Tela de al€odon de vivos colores y precio bararo. mu1 <Je moda rretada de heno; al arrasÚar sus pasos los cuatro caballos
ea Ia década de los 40.
11. Aproximadamente, 0,2i euros. levantaban polvo. Luego, sin que se lo mandaran, torcie-
12.. Aldea de Ia zona de Pont,l'Évéque, en el depanamento de Cal,
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ron a la de¡echa. Él la besó ura vez más; ella desapareció En su lugar, encontró a uno de sus ámigos.
en la sombra. Este le hizo saber que no iba a volver a vedo. Para li-
Desde la semana siguiente, Théodore obtuvo citas. brarse del servicio, Théodore se había casado con una
Se encontaban en el fondo de los patios, detrás de una ta-
vieja muy rica, la señora Lehoussais, de Toucques.
pía, bajo un árbol solita¡io. Ella no era inocente como lo son
Fue un dolor desordenado- Se tiró al suelo, gritó, invo-
las señoritas los animales la habían enseñado pero có a Dios y gimíó completamente sola en el campo hasta
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la razón y el instinto del honor la impidieron caer Esa re- -; el amanecel Luego regresó a la granja, anunció su inten-
sístencia excitó el amor de Théodore, hasta el punto de que, ción de marcharse y, al cabo de un mes, tras recibir su
para satisfacerlo (o tal vez ingenuamente), le propuso ca- cuenta, metió todos sus pequenos enseres en una paño-
sarse. Ella dudaba en creede. Él hizo grandes,uramentos. leta y se drngro a Pont-l .bvéque.
No tardó en confesar una cosa desagradable: el año an- Delante de la posada preguntó a una burguesa con ca-
terior sus padres le habían comprado un hombre,a; pero pellina de viuda y que precisamente buscaba una cocine-
cualqüer día podrían llamarlo; la idea del servicio lo es- ra. La joven no sabía demasiado, pero parecía tener tanta
pantaba. Aquella cobardía fue para Félicité una prueba buena voluntad y exigencias tan escasas que la señora
de ternura; la suya aumentó. Se escapaba por la noche y, Aubain terminó por decir:
llegada a la cira. Théodore la tor¡uraba con sus inquietu
-¡Bueno, la acepto!
des y sus instancias. Un cuano de hora después Félicité se hallaba instalada
Terminó anunciándole que él mismo iría a la prefectu- en la casa.
ra a pedir información, y al domingo siguiente, entre las Al principio, vivió en ella con una especie de temblor
once y 1as doce de la noche, se la comunicaría. causado por <da clase de la casa> y el recuerdo de1<<señoD>
Llegado el momento, ella voló hacia el enamorado. planeando sobre todo. Paul y Virginiel', de siete años el
uno y apenas cuatfo la ofta, le parecían hechos de una ma-
14. Un sustituto. De 1688 a 1905, Francia urilizó el sistema de ¡eclu,
teria preciosa; los llevaba a horcajadas como un caballo, y
Lamiento por sorteo oegün los oúmeros *maloso. Lo> que lenian me-
dios econdmicos podia¡..compr¿r un hombre- que los sustirrve.e.
siruaci<in que creó el oGcio de..tr¿fic¿¡tes de hombres,, en.argado.
15. Paul et Viginie foe una novela mo¡aliza¡te de Bemardin de Saint-
de buscar sustitr¡to al que pagase esa labor con dlnero. queáaban Pierre 177)7 1814), publicada en 1787, que todavía gozaba de popu-
exenlos. adem¿i. de los que sacaban un.buen numero-, Ioi cas¿dos
laridad en la primera mitad del siglo )«x- Narra el amor trágico de esa
y los que ya ten¡an un hermano en el ejérciro. como fue poco mas pareja de jóvenes criados cono he¡manos, aunque no lo son, en los
tatde el caso de Jean Ar.thur Rimbaud. É¡ h novela de Flaubert I_¿ paisajes tropicales de la actual isla Mau¡icio. Es una de las lecturas
edt¡ractón :¿ntimennl ejerce e\e trab¿io de *rrafica¡te ,le h"-b.".-
preferidas de Emma Bovary La infalcia de los Paul y Virginie de «Un
el padre de charlesDeslauriers. el mejor amigo de Fréderic Moreau,
corazón simple» sigue de cerca la propia infancia del escritor y de su
protagonistá de la obra. (Véase mi edición: li edacacióx sentimentai
hermana Caroline, nacida en 1824; tres años más jovm que é1, moriría
pág. 507. noras l7 y I8. tdirorial Valdemár,2013.) de parto en 1846.
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Un corazón simPlc
El patio está en cuesta, la casa en el medio;y a lo leios formidable. Era un toro, que la niebla ocultaba. Ava¡zó
hacia las dos mujeres. La señora Aubai¡ iba a echar a co-
eJ mar aparecra como una mancha gris.
rrer <<¡No, no, no tán deprisal» Apretaban sin em-
Félicité sacaba de su capazo unas lonchas de carne -
fría, y desayunaban en una caseta pasada la lechería Era bargo el paso, y tras ellas oían un resoplido sonoro que
el único resto de una casa de recreo ya desaparecida- El se acercaba. Sus pezuñas golpeaban como martillos la
papel hecho jirones de la pared temblaba con 1as co- hierba del prado. ¡Y ahora galopabal Féücité se volvió,
rrientes de aire. La señora Aubain bajaba la frente, abru- y con las dos manos atancaba terrones que le tiraba a
mada por ¡ecuerdos. los niños no se atrevian siquiera los ojos. Bajaba é1 los morros, sacudía los cuernos y tem-
a hablar, «Venga, id a jugar», decía ella; y ellos echaban a
blaba de furia mugiendo de manera horrible. La señora
corlef. Aubain, en la li¡de del pastizal con sus dos pequeños,
Paul subía al gran ero, atrapaba páiaros, hacía cabrillas buscaba enloquecida la forma de franquear el alto talud.
en la charca, o golpeaba con un palo los enormes tone- Félicité seguía retocediendo ante el toro, y continua-
les, que resonaban como tambores, mente lanzaba matojos de césped que lo cegaban mien-
Virginie daba de comer a 1os conejos, se precipitaba a tras gritaba: «¡Deprisa, deprisa!».
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La señora Aubai¡ bajó ala zan1a, empujó a Virginie y
coger acianos, y la velocidad de sus piernas dejaba ver
sus pantaloncitos bordados. después a Paul, se cayó varias veces tratando de escalar
Una tarde de otoño regresaron a través de los pastos. el taludl y a fuerza de coraie Io logr<i.
En cua¡to creciente, la luna clareaba una parte del cie- El toro había acoralado a Félicité contra una empali-
1o, y una niebla flotaba como un chal sobre las si¡uosida-
zada; las babas 1e s altaban ala cara; un segundo más y la
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En esa época no eran frecuentados. La señora Aubain un camino, giró un portillo, aparecieron dos muchachos,
se informó, consultó con Bourais e hízo preparativos y se apearon delante del estercolero, en el umbral mismo
como para un largo viaje. de la puerta.
Los bultos patieron la víspera, en la carreta de Lié- Al ver a su ama,la tíaLiébard prodigó las manifesta-
bard. Al día siguiente, este trajo dos caballos, uno con ciones de alegría. Le sirvió una comida en 1a que había
silla de mujer, provista de un respaldo de terciopelo; so- lomo de vaca, callos, morcilla, una pepitoria de gallina,
bre 1a grupa del segundo un manto enrollado formaba sidra espumosa, una tarta de compota y ciruelas en aguar-
una especie de asiento. La señora Aubain montó en este, diente, todo ello acompañado de cumplidos a la señora
detrás de Liébard. Félicité se encargó de Virginie, y Paul que parecía estar mejor de salud, a la señorita que esta-
montó a horcáiadas el bumo del señor Lechaptois, pres' ba <<magnfic»>, al señor Paul, singularmente <<rollizo>>,
tado a condición de que lo cuidasen muy bien. sin olvidar a sus difuntos abuelos, a quienes los Liébard
El camino era tan malo que sus ocho kilómetros exi habían conocido por estár al servicio de la familia des-
gieron dos horas. Los caballos se hundían hasta las cuar- de hacía varias generaciones. Como ellos, \a grania te-
tiIlas en el barro, y para salir hacían bruscos movimien- nía un cárácter de ancianidad. Las viguetas del techo
tos de ancas; o bien tropezaban contra las rodadas, estaban carcomidas, las paredes negras de humo, los
otras veces tenían que saltar En ciertos lugares, la ye- cristales grises de polvo. Un aparador de roble soporta-
gua de Liébard se paraba ., ...o. Él esperaba pacien- ba toda clase de utensilios, picheles, platos, escudillas
temente a que de nuevo se pusiera en marcha; y habla de estaño, trámpas Para lobos, esquiladoras para los
ba de las personas cuyas propiedades bordeaban la corderos; una jeringa enorme hizo reír a los níños. Ni
carretera, añadiendo a su historia reflexiones morales' un solo árbol de los tres patios dejaba de tener setas en
Así, en medio de Toucques, cuando pasaban bajo una su base, o un manto de muérdago en sus ramas. El vien-
ventana rodeada de capuchinas, dijo encogiéndose de to había derribado algunos. Habían retoñado por el
hombros: «Ahí hay una tal señora Lehoussais, que en medio, y todos se doblaban baio 1a cantidad de frutas.
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vez de casatse con un ,oven.. .>>. Félicité no oyó el resto; Los techos de paja, parecidos al terciopelo oscuro y
los caballos trotaban, el burro galopaba, todos enfilaron desiguales de espesor, resistían las borrascas más fuer-
tes. Sin embargo, la carretería se caía en ruinas. La se-
la descmbocaduta dei Toucques. Situada a 11 Lm de Pont l'Évéque,
em un pequeño puerto de pescadores frecuentado en vacaciones por
ñora Aubain dijo que pensaría en ello, y mandó enjae-
l, tr-ii¿ ilauben. .rue con quince ,nos conocio alli a la que seria la zar de nuevo los animales.
ceeria Je su r id¿, Eli'a Schlésingcr tMez,rl¿' de u¿ loct't Se puso dc Tardaron media hora todavía en llegar a Trouülle. La
-.,du.omo e,tacion belnearia dulanre el Segundo lmperio frecuen_ pequeña caravana echó pie a tierra p ata pasat los Écores;
Lada oor un pequeño grupo de pinLores y.rnistas A firales de siglo
tue eil,rga,j. uacaciones habitual de la ir-rvenrud de Marrel Prou'¡' era un acántilado suspendido sobre los barcos; y tres mi-
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nutos después, al final del muelle, entraron en el patio gresaban por ahí, Trouville crecía a cada paso a1 fondo,
áe| Agneau d or, en casa de la tía David. en la pendiente de la ladera, y con todas sus casas desi-
Desde los primeros días, Virginie se sintió menos dé- guales parecía dilatarse en un desorden alegre.
bil, resultado del cambio de aire y de la acción de los ba- Los días que hacía demasiado calor no salían de su
ños. Los tomaba en camisón, por falta de bañador, y su cuarto. La deslumbrante cla¡idad del exterior ponía ba-
criada volvía a vestirla en una caseta de aduanero, que rras de luz entre las láminas de las celosías. Ningún ruido
utilizaban los bañistas. en el pueblo. Abajo, en la acera, nadie. Ese silencio ex-
Por la tarde, iban con el burro más allá de Roches-Noi pandido aumentaba la tranquilidad de las cosas. A lo le-
¡es, hacia Hennequeville. El camino ascendía al princi jos, los martillos de los calafates taponaban las carenas, y
pio entre unos terrenos ondulados como el césped de un una brisa trala el olor del aJquirrán.
parque, luego llegaban a un llano en el que alternaban El principal entetenimiento era el regreso de las bar-
pastizales y campos labrantíos. En las lindes del camino, cas. En cuanto habían pasado las b alizas, empezaban a
ent¡e marañas de z arzas se alzabanTos acebos; acá y al1á, bo¡dear Sus velas descendían a dos tercios de los másti
un gran árbol muerto zigzagueaba con sus ramas sobre les y, con la mesana inflada como un globo, avanzaban,
el aire azti,. se deslizaban en el chapoteo de las olas hasta Ia mitad
Desca¡saban casi siempre en un prado, con Deauville del puerto, donde de pronto caía el ancla. La barca se
a la izquierda. Le Havre a la derecha y frente a 1a alta pegaba luego contra el muelle. Los marineros lanzaban
mar. Esraba brillante de sol. lisa como ur espejo. tan sua por encima de la borda unos peces palpitantes que una
ve que apenas se oia su murmullo: ulos gorriones escon hilera de ca¡retas esperaba, y mujeres con goros de al
didos piaban, y la bóveda inmensa del cielo lo cubría godón se abalanzaba¡ para coger las cestas y abrazar a
todo. La señora Aubain, sentada, trabajaba en su labor; sus hombres.
iunto a ella, Virginie trenzaba juncos; Félicité escardaba Una de ellas abordó un día a Félicité, que poco des-
flores de lavanda. Paul, que se aburría, quería irse. pués entraba en la habitación, muy contenta. Había en-
Otras veces, tras pasar el Toucques en barca, buscaban contrado a una hermana, y Nastasie Barette, señora Le-
conchas. La marea baia dejaba al descubierto erizos, viei- roux, apareció, llevando un bebé al pecho, y de la mano
ras, medusas; y los niños corrían para coger copos de es- derecha otro nino. y a su izquierda, un pequeno grumete
puma que el viento amastraba. Las olas adormecidas se con los puños en las caderas y la gora sobre la oreja.
desplegaban al caer sobre la arena a lo largo de la playa, Al cabo de un cuarto de hora, la señora Aubain la des-
que se extendía hasta perderse de vista; pero del lado de pidió.
tierra tenía por límite las dunas que la separan del Ma- Siempre se los encontraba alrededor de la coci¡a, o en
rais, vasta pradera en forma de hipódromo. Cuando re- los paseos que daban. El marido no aparecía.
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Un corazón simple
Félicité les tomó cariño. Les compró una manta, cami- de1Niño Jesús, y, detás del tabernáculo, un retablo de
sas, un hornillo; evidentemente, la explotaban. Esa debi madera representaba a san Miguel derribando al Dra-
lidad irritaba a la señora Aubain, a quien desagradaban gón".
además las familiaridades del sobrino porque tuteaba El cura hizo primero un resumen de la Historia Sagra-
a su hijo;
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y como Virginie tosía y la estación ya no era
- da. Ella creía ver el paraíso, el diluvio, la torre de Babel,
buena, regresaton a PontJ'Évéque. ciudades en llamas, pueblos que morían, ídolos derriba-
El señor Bourais aconsejó sobre la elección de un cole- dos; y de ese deslumbramiento conservó el respeto al A1-
gio. El de Caen pasaba por ser el mejor A él fue enviado tísimo y el temor a su cólera- Luego lloró al escuchar la
Paul; y se despidió muy animoso, satisfecho de ir a vivir Pasión. ¿Por qué lo habían crucificado, a á, que amaba
a una casa donde tendría camaradas.
a los niños, alimentaba a las muchedumbres, sanaba a los
La señora Aubain se resignó al alejamiento de su hijo, ciegos, y por dulatra había querido nacer entre los po-
porque era indispensable. Virginie pensó en é1 cada vez
bres, sobre el estiércol de un establo? Las siembras, las
menos. Félicité echaba en falta su alboroto. Pero una cosechas, los lagares, todas aquellas cosas famiüares de
ocupación vino a disraeda; a partir de Navidad, llevó las que habla el Evangelio se hallaban en su vida; el
todos los dias a la pequeña al catecismo. paso de Dios las había santificado; y amó con más ternu-
ra a los corderos por amor al Cordero, y a las palomas
por el Espíritu Santo'r.
) Le costaba imaginar su persona; porque no era solo pá-
jaro, sino también fuego, y otras veces soplo2a. Acaso es su
Después de hacer en la puerta una genuflexión, avanza-
luz la que revolotea de noche a orillas de los pantanos,
ba bajo la alta nave entre la doble hilera de sillas, abría el su aliento lo que empuja las nubes, su voz 1o que \rrelve
banco2t de la señora Aubai¡, se sentaba y paseaba en de- armoniosas las campanas; y permanecía en adoración, go-
medor sus ojos. zando del frescor de los muros y de la tranquilidad de la
Los niños, a la derecha, y las niñas, a la izquierda, lle- iglesia.
naban las sillas del coro; el cura estaba de pie junto al
atil; en una vidriera del ábside, el Espíritu Santo domi 22. Descripcrdn de la ielesia de esriJo flamrgero de San l\4iguel de
naba a la Virgen; ora la mostraba de rodillas delante Pont-l'tvéque. que exisriendo aunque sus r idrieras fueron Jeq
'igue
truidas en 1944 durante la II Gue¡ra Mu¡dial.
23. En Ia iconografía c¡istiana, Cristo es «el Co¡de¡o de Dios», y la
paloma simboliza al Espí¡itu Sánto.
21. La posesión de un «banco» en la iglesia, separado del pasillo por
24. Tras la Asce¡sión de Cristo, el Espíriru Sanro, rambién llámado
un poftillo, era una muestra de riqueza y respetabilidad que perviüó
<<soplo de Dios", se manifiesta según los Evangelios en forma de len
mucho tiempo en ptovincias.
guas de fuego que descienden a los apóstoles.
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En cuanto a los dogmas, ni comprendía nadá ni trató una tras offa la hostia, y en el mismo orden regresaban a
siquiera de comprender. El pámoco disertaba, los niños su recün¿torio. Cuando le llegó la vez a Virginie, Félicité
recitaban, ella termi¡aba adormeciéndose; y se desperta- se inclinó para verla; y, con la imaginación que da la ver-
ba de golpe, cuando, al irse, hacían resonar sus zuecos dadera ternura, le pareció que ella misma era aquella niña,
sobre las losas. que su cara se volvía la de ella, que su vestido la vestía
Fue de ese modo, a fuerza de oído, como aprendió el y que era su corazón el que le latía en el pecho; en el mo-
catecismo, pues su educación religiosa quedó desatendi- mento de abri¡ la boca cerrando los párpados, estuvo a
da en su juventud; y desde entonces imitó todas las prác- punto de desmayarse.
ticas de Virginie, ayrrnaba como ella, se confesaba con Al día siguiente, muy temprano, se presentó en la sa-
ella. El día del Corpus hicieron juntas una estación2t. cristía para que e1
señor cura le diera la comunión. La re-
La primera comunión la torturaba por adelantado. ¡Se cibió devotamente, pero no saboreó las mismas delicias.
desvivió por los zapatos, por el rosario, por e.l libro, por los La señora Aubain quería hacer de su hija una persona
guantes I ¡ Con qué temblor ayudó a su madre a vestirla ! pedecta, y como Guyot no podía enseñade ni inglés ni mú-
Durante toda la misa sintió angustia. El señor Bourais sica, decidió meterla intema en las ursulinas de Honfleur.
le tapaba un lado del coro; pero, iusto enfrente, el rebaño La niña no puso ninguna objeción; Félicité suspiraba, la
de vírgenes con sus coronas blancas sobre los velos echa- señora le parecía insensible. Luego pensó que ml vez su
dos formaba como un campo de nieve; y de lejos recono- amatennrazón. Aquellas cosas superaban su competencia.
cía a la pequeña por su cuello más gracioso y su actitud Por fin, un día, se detuvo ante la puerta una vieja jardi
recogida. Sonó la campanilla y las cabezas se inclinaron. nera'7; y de ella se apeó una reJigiosa que venía a buscar
Al fragor del órgáno, los chantres y la muchedumbre en- a la señorita. Félicité subió los equipaies a la ímperial,
tonarcn el Agnus De?6; luego comenzó el desfile de los hizo recomendaciones al cochero, y puso en el baul seis
chicos; y, tas ellos, las chicas se levantaron. Paso a paso, tarros de confitura y una docena de peras, junto con un
con las manos juntas, iban hacia el a.ltar completamente ramillete de üoletas.
iluminado, se arodillaban en el primer escalón, recibían En el último momento, de Virginie se apoderaron los
sollozos; abrazába a su madre, que la besaba en 1a frente
25. En Ia liturgia católica, aftar adornado de flores y follaje, levantado repitiendo: <<
¡Vamos, valorl ¡Valor!». Levantaron el
en el reco¡¡ido de una procesión -sobre todo las delJueves y Viernes -
estibo, el coche partió.
Santo-, y sobre el que el sacerdote expone el Santo Sac¡ammto cu¿n-
do se detiene delante.
26. Expresión latina que significa 'Cordero de Dios' y que designa en
la religión cristiana aJesucristo; sirve de título a una oración ca¡tada 27. Carruaje ligero de caballos que sewía para el transporte público;
o recitada durante la misa, antes de la comunión. musicada desde la estaba abierto por sus cuatro lados, pero cubieno por el techo (la az-
Edad Media. perial), que se*ía para los equipajes.
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el barco de la línea de
Honfleu¡ a embarcarse en su go- Al pasar cerca del Calvario, Félicité quiso encomendar
leta, que pronto debia zarpar de Le Havre. Ta1 vez se a Dios lo que más quería; y rezó largo rato, de pie, el ros-
marchaba por dos años. tro bañado en lágrimas, los ojos vueltos hacia las nubes.
La perspectiva de semejante ausencia afligió a Félicité; La ciudad dormía, los aduaneros paseaban; y por los
para despedirse otravez de é1, el miércoles por la noche, aguieros de la esclusa, con un ruido de torente caía sin
después de la cena de la señora, se puso 1os zuecos y se cesar el agua, Sonaron las dos.
tragó las cuatro leguas que separan PontJ'Évéque de El locutorior2 no abría antes del amanecer. El ¡etraso
Honfleur enÍadaría con toda seguridad a la señora; y, pese a su
Cuando llegó delante del Calvario, en lugar de dirigir- deseo de abruzar al otro niño, regresó. La mozas de la
se a la izquierda, fue a la derecha, se perdió en unos asti fonda despertaban cuando ella entró en PontJ'Évéque.
lleros, y volüó sobre sus pasos; personas a las que abor- ¡El pobre chiquillo iba a roda¡ sobre 1as olas dura¡te
dó le aconsejaron que se diera prisa. Dio Ia wrelta a la meses! Sus anteriores viajes no la habían asustado. De
dársena llena de navíos, tropezaba con las amamas; luego Inglatema y de Bretaña se volvía. Pero América, las Co-
el terreno descendió, se entrecruzaron unas luces, y cre- lonias, las Islasr1, eso se hallaba perdido en una región
yó que había enloquecido al üslumbrar unos caballos en incierta, en la otra punta de1 mundo.
el cielo. Desde entonces, Félicité solo pensó en su sobrino. Los
En el borde de1 muelle otros relinchabañ. asustados días de sol la atormentaba la sed; cuando había tempestad
por el mar Un aparejo que los izaba los b ajaba a unbar- temíá por él al rayo. En inviemo, al oír el viento que brama-
co, donde los viajeros se atropellaban entre barricas de ba en la chimenea y se llevaba las tejas, lo veía azotado por
sidra, cestos de queso y sacos de grano; se oía cácarear a esa misma tormenta, en la punta de un mástil roto, con todo
unas gallinas, el capitán soltaba juramentos, y un grume- el cuerpo hacia atrás, bajo un manto de espuma, o bien
te permanecía acodado en Ia serviola, indiferente a todo. recuerdo de la geografía en láminas -
era comido por los
Félicité, que no lo había reconocido, gritaba: <<¡Victorl>>. -
salvajes, cazado en un bosque por unos monos, o moría en
Él alzó la cabeza; y ella echaba a comer cuando de pron- una playa desiefta. Y nunca hablaba ella de sus inqüetudes.
to retira¡on la escala. La señora Aubain sentía otras por su hija.
El paquebote, que unas mujeres halaban cantando, sa, A las buenas monjas les parecía que era afectuosa,
lió del puerto. Sus cuadernas cruiían, pesadas olas azota- pero delicada. La menor emoción la abatía. Hubo de
ban su proa. La velahabía gitado, ya no se venía a nadie; abandonar el piano.
y, en la mar plateada por la luna, el barco formaba una
-mancha negrá que iba palideciendo, y se hundió, desa- )2 Del convento de las ursuli¡as donde se e¡cuent¡a Vi¡ginie
pareció. 13 Del mar de las A¡tillas.
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-ll lr
Un corazón simple
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El I
Hubo un silencio. El bueno de Liébard juzgó conve- Virginie se debilitaba.
niente reti¡arse. Opresiones, tos, una fiebre continua y manchas amo-
Entonces ella dijo: ratadás en los pómulos ocultaban alguna afección pro-
-¡A ellos no les importa nada! funda. El señor Poupart había aconsejado una tempora-
Su cabeza volüó a caer; y de vez en cuando levan¡aba da en Provenzar4. La señora Aubain se decidió, y de no
maquinalrnente las largas agujas sobre el costurero. ser por el dima de PontJ'Évéque al punto habría raído
Unas mujeres pasaron al patio con unas angarillas de a su hija a casa.
las que goteaba la ropa. Llegó a un areglo con un alquilador de coches, que la
Al verlas por los cristales, se acordó de su colada; la ha- llevaba a.l convento todos los martes. En el jardín hay
bía hecho la víspera, hoy tenía que aclararla; y por eso urTa tertaza desde donde se divisa el Sena. Virginie pa-
sa.lió de la casa. seaba por ella cogida de su brazo, sobre 1as hojas de
Su tabla y su tonel estaban en la orilla del Toucques. pámpano caídas. A veces el sol, atravesando las nubes, la
Tiró a la ribera un montón de camisas, se arremangó, co- obligaba a entornar 1os párpados, mientras miraba las
gió la paleta; y los fuertes golpes que daba se oían en los velas a lo lejos y todo el horizonte, desde el Castillo de
otros jardines cercanos. Estaban vacíos los prados, el Tancarvillel' hasta los fa¡os de Le Havre. Luego descan-
viento agitaba el río; al fondo,las altas hierbas se mecían saban baio el cenador Su madre había conseguido un
como cabelleras de cadáveres flotando en el agua. Con- barrilito de excelente vino de Málaga; y, riendo con la
tenía su dolor Hasta la noche fue muy valiente; pero, idea de emborracharse, bebía dos dedos. No más.
-
en su cuarto, se dejó llevar, boca abajo sobre el colchón, Las fuerzas reaparecieron. El otoño tanscumió dulce-
con la cara en 1a almohada y los dos puños contra las mente. Félicité tanqui.lizaba a la señora Aubai¡. Pero una
sienes. tarde en que había estado por los alrededores haciendo
Mucho más tarde, de labios del capitán mismo de Vic- un recado, encontró delante de la puerta el cabriolé del
tor, conoció las circunstancias de su fi¡. Lo habían san- señor Poupart, que estaba en el vestíbulo. La señora
grado demasiado en el hospital, por la fiebre amarilla. Aubain se anudaba el sombrero.
Cuatro médicos 1o sujetaban a la vez. Habia muerto in- -¡Deme el calientapiés, el bolso, los guantes ! iMás de-
mediatamente, y el jefe había dicho; prisa!
-Bueno, ¡otro más!
Sus padres siempre 1o habían tratado con brutalidad.
Ella prefirió no volver a verlos; y ellos tampoco hicieron 34. En la época, seprescribía alos pacientes de enfermedades puJrno-
nares el reposo en Ia Costa Azul dr¡rante el invie¡no.
ningún intento, por olvido, o por endurecimiento de mi- 15. Tancarville, comuna fra¡cesa de la región de Normandía, a una
serables. t¡ei¡rtena de kilómetros de Le Havte, y a odllas del Sena.
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I T
Virginie tenía una fluxión de pechor6; era tal vez deses- bezahacia atrásbajo una cruz negra inclinada hacia ella,
perádo. entre las inmóviles cortinas, menos pdidas que su cara.
-¡Todavía no! -dijo el médico; y ambos montaron en La señora Aubain, al pie de la cama, que abarcaba con
el coche bajo copos de nieve que formaban remolinos. sus brazos, soltaba hipos de agonía- La superiora estaba
La noche iba a caer. Hacía mucho frío. de pie, a la derecha. Tres candelab¡os sobre la cómoda
Féücité se precipitó a la iglesia, para encender un cirio. formaban unas manchas rojas, y la bruma blanqueaba las
Luego corrió detrás del cabriolé, que d.canzó una hora ventanas. Unas monjas se llevaron a la señora Aubai¡.
más tarde, saltó con agilidad a la tasera, donde se suje- Félicité no aba¡donó a la muerta durante dos noches.
taba a las cinchas cuando se Ie ocurrió una idea: <<e1 patio Repetía las mismas oraciones, echába agua bendita sobre
había quedado sin cerrar; ¿y si se metían ladrones?». Y las sábanas, volvía a senta¡se, y la contemplaba. Al final
se apeó. de 1a primera vigiliá, observó que la cara había amarille-
Al día siguiente, de madrugada, se presentó en casa cido, que los labios se habían amoratado, que la nariz se
del doctor Este había regresado y había vuelto a irse al aguzaba, los ojos se sumían. La besó varias veces, y no
campo. Luego ella se quedó en la fonda, creyendo que habría sentido un asombro inmenso si Virginie hubiera
unos desconocidos traerían una carta. Por fin, al amane- wrelto a ábrirlos; para almas así lo sobrenatural es total-
cer tomó la diligencia de Lisieux. mente sencillo. La lavó, la envolüó en su sudario, la bajó
El convento se hallaba al fondo de una calleja escarpa- al ataúd, le puso una corona, extendió sus cabellos. Eran
da. Hacia la mirad. oyó unos sones extraños. un loque a rubios y de exraordinaria longitud para su edad. Félici
muetto. <<Es por otros>>, pensó; y Félicité golpeó violen- té le cortó un grueso mechón, cuya mitad se guardó en el
tamente la aldaba. pecho, decidida a no desprenderse nunca de é1.
Al cabo de unos minutos se arastraron unas zapatillas, El cuerpo fue llevado a Pont-I'Évéque, siguiendo los
se entreabrió la puerta y apáreció una religiosa. deseos de la señora Aubain, que iba detrás de la caffoza
Con aire compungido la hermana dijo que <<acababa fúnebre en un coche cemado.
de pasa». En ese momento doblaba a muerto la campa- Después de la misa se necesitaton res cuartos de hora
na de Saint-Léonard. todavía para llegar al cementerio. Paul iba al frente, y so-
Felicité llegó al segundo piso. llozaba. El señor Bourais caminaba detrás, luego los veci-
Desde el umbral del cuarto diüsó a Virginie tendida nos principales, las mujeres cubiertas con mantos negros,
de espaldas, con las manos juntas, la boca abiertá y la ca- y Félicité. Pensaba en su sobrino, y, por no haber podido
rendirle aquelJos honores. su tristeza era mayor. como si
16. Expresióo antigua párá el constipado, la neumonía o la bronco lo enterrara con la otra.
neumonía. La desesperación de la señora Aubain fue i¡finita.
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Primero se revolvió contra Dios, encontrándolo in- Luego pasaron los años, todos semejantes, y sin más
había he- episodlo lue la llegada de las Fiestas mayores: Pascua, 1a
,usto por habede quitado a su hija, - nunca
.ho -ul, ¡y.rry" .onciencia era tan pura! ¡Pero no, e1la Asunción, Todos los Santos. Sucesos domésticos marca-
habría debido llevarla a1 Surl ¡Oros doctores la hubie- ban una fecha, a 1a que se remitían más tarde Así, en
ran salvadol Se acusaba a sí misma, quería reunirse con 1825, dos vidrieros enlucieron el vestíbulo; en 1827,
ella, gritaba angustiada en medio de sus sueños' Uno, una parte del teiado estuvo a punto de matar a un hom-
sobre todo, Ia obsesionaba. Su marido, vestido de ma- bre cuando se cayó al patio. El verano de 1828 le tocó a
rinero, volvía de un largo viaje, y le decía llorando que la señora ofrecer el pan benditor'; por esa época Boutais
había recibido la orden de llevarse a Virginie Entonces se ausentó misteriosamente, y las antiguas amistádes se
se concertaban para descubrir un escondite en alguna fueron yendo poco a poco: Guyot, Liébard, la señora
parte, Lechaptois, Robelin, e1 tío Gremanville, pamlizado ha'
Una vez volvió del iardín alterada. Acababan de apare- cía mucho tiempo.
cérsele (y señalaba el lugar) el padre y la hija uno mas Una noche, el conductor del coche correo anunció en
otro, y no hacían nada; la miraban. PontJ'Évéque la Revolución de Juliors. Pocos días más
Perma¡eció inerte vados meses en su cuarto Félicité tarde se nombró un nuevo prefecto, el barón de Larson-
la sermoneaba dulcemente: tenia que seguir viva para su niére, ex cónsul en América, y que tenía en su casa, ade-
hijo, y para la otra, en recuerdo <<de
ella>. más de su muie¡ a su cuñada con res señoritas ya bas-
-¿Ella? --exclamaba la señora Aubain, como desper- tante crecidas. Se las divisaba en el césped de su jardín,
tándose-. ¡Ah, sí, sí! ... ¡Ustednola olvidal vestidas con blusas holgadas; poseían un negro y un loro'
Alusión al cementerio, que Ie habían prohibido escru- La señora Aubain recibió su visita y no dejó de devolvér-
pulosamente. sela; por más lejos que aparecieran, Félicité corría a pre-
A él iba Félicité todos los días. venirla. Pero solo una cosa era capaz de conmoverla, las
A las cuat¡o en punto, bordeaba las casas, subía la cartas de su hijo.
cuesta, abría la cancela y llegaba ante la tumba de Vírgi Abso¡bido por los cafés, no podía seguir ninguna ca-
nie. Era una pequeña columna de mármol rosa, con una rrera. Ella \e pagaba las deudas; él contraía otras; y los
losa en Ia parte ilferio¡ y unas cadenas alrededor cerran-
17. Ttadicióo católica de la época practicada en Francia: dura¡te la
do un jardincillo. Los arriates desaparecían baio un man- bendet ia pan aporra<Jo por lo' fiele" y disrri
-i., rnrror. .l .r..rdrte
to de flores. Regaba sus hoias, renovaba 1a arena, se arro- h,,,, .r.i.ozos. ou. e.tos por lo qeneral llevaban a casa En oc¿siones
ü hr.,rn tn-biá ,.p.""in,rn,". de las lamilias pudiente"' lil acro
dillaba para trabajar mejor Ia tiera' Cuando la señora marcaba Iá rupturá d;l a,Trno eucaostilo. La cosrumhre sigue r iva en
Aubain pudo ir a1 cementerio, sintió alivio, una especie las iglesias de briente. en especial las de riro bizant iro
de consuelo. 18. En 1810.
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I
suspiros que la señora Aubain lanzaba, mientras hacía Cuando oía en la calle los tambores de un regimiento
punto junto a la ventana, llegaban a FéJicité, que hacía gi en marcha, se ponía delante de la puerta con un cántaro
rar su rueda en la cocina, de sidra y ofrecía de beber a los soldados. Cuidó a enfer-
Paseaban juntas a lo largo de la espa.ldera; y siempre mos del cólera. Protegió a los polacos]e, y hubo uno in-
hablaban de Virginie, preguntándose si tal cosa le habría cluso que declaraba querer casarse con ella. Pero se en-
gustado, qué hubiera dicho probablemente en tal o cual fadaron; porque una mañana, al volver del ángelusao, 1o
ocasión. enconffó en su cocina, donde se había metido y prepara-
Todas sus pequeñas cosas ocupaban un armario en la do una vinagretarr que comía tranquilamente
habitación de dos camas. La señora Aubain las inspec- Después de 1os polacos fue el tío Colmiche, un vieio que
cionaba 1o menos posible. Un día de verano, se resignó; pasaba por haber cometido horrores en el 9J¡'? Los chi-
y de[ armario echaron a volar mariposas. quillos 1o miraban por las grietas de la tapia, y le tiraban
Sus vestidos estaban ordenados bajo una tabla donde piedras que caían sobre el camastro en que yacía, conti-
había tres muñecas, unos aros, un juego de cocina, la pa- nuamente sacudido por un catarro, con unos pelos muy
langana que empleaba. También sacaron las faldas, las largos, los párpados i¡flamados y un tumor más grueso
medias, los pañuelos, y los extendieron sobre las dos ca- que su cabeza en el brazo. Le procuró ropa, tató de lim-
mas antes de volver a doblarlos. El sol iluminaba aque- piar su cuchiril, pensaba alojado en el horno del pan, sin
llos pobres objetos, dejaba ver las manchas y los pliegues que molestára a la señora. Cuando el absceso reventó, lo
formados por los movimientos del cuerpo. El aire era cá- vendó a diario, le llevaba tortas, 10 ponía al sol sobre un
lido y azul, un mirlo gorjeaba, todo parecía vivir en una haz de paja', y el pobre vieio, babeante y tembloroso, le
dulzura profunda. Luego encontraron un sombrerito de daba las gracias con su voz apagada, tenía miedo a perder-
felpa, de pelo largo, color marrón; pero estaba todo co' la. esdraba las manos cuando la veía aleiarse Mur6; ella
mido de polilla. Félicité lo reclamó pa¡a sí misma. Se mi- mandó decir una misa por el descanso de su alma.
raron di¡ectamente a los ojos, se echaron a llorar; por ú1-
timo, el ama abrió los brazos, la criada se arrojó a ellos; y 39. Tras ser aplastado el levantamimto de Poloni¿ contra la domina_
se abrazaron, satisfaciendo su dolor en un beso que las ción rusa, muchos polacos se refugiaron en Francia dutante la década
igualaba. de 1810; con la coionia polaca de Ruán mantuvo Flaubert cont¿ctos
en su juventud a través del músico Orlowski, profesor de su hermana
. Fue la primera vez en su vida, dado que la señora
Caroüne.
Aubain no era de natural expansivo. Félicité se lo agra- 40. Breve oración que se inicia con la palabralatina axgelas, q.uelos
deció como un favo¡ y desde entonces la quiso con una católicos ¡ecitaba¡ á h salida del sol, al mediodía y al crepúsculo.
41. Plato popula¡ hecho por regla general a base de carne de buey y
resignación animal y urra veneración religiosa. acompañado de una salsa vinagreta.
La bondad de su corazón aumentó. 42. Iiurante el periodo revolucionario conocido como «el Terroo'.
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Ese día se llevó una gran alegría: cuando iban a come¡ Intentó insruirlo; pronto el loro repitió: «¡Niño en-
el negro de la señora de Larsonniére se presentó con el cantadorl ¡Servidor, señor! ¡Dios te salve María!». Siem-
loro en su jaula, con la percha, la cadena y el candado. pre estaba junto a la puerta, y muchos se sorprendían de
Una nota de la baronesa anunciaba a la señora Aubain que no respondiese al nombre de Jacquot, dado que to-
que, habiendo sido ascendido su marido a una prefectura, dos los loros se llamanJacquot. Lo comparaban con una
se marchabar.r por la tarde, y le rogaba aceptar aquel pája- pava, con un tarugoi ¡eran otras tantas puñaladas para
ro como un recuerdo y en testimonio de sus respetos. Félicité ! Extaña obsti¡ación de Lulú la de no hablar en
¡
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de ]a camisa. Fabu amenazaba con retorcerle el pescue- lo alto de la cuesta, ¡nadal Un buhonero Ie aseguró que
zo, aunque no fuera cruel pese al tatuaje de sus brazos y acababa de verlo en Melaine en la tienda de la tía Simon.
de sus grandes patillas. ¡AI contrario!, sentía más bien Corríó allí. No sabían de qué les estaba hablando. Regre-
incli¡ación por el loro, hasta el punto de intentar ense, só, por último, agotada, con las chanclas deshechas, la
ñarle, como humorada, a soltar juramentos. Félicité, muerte en el alma; y, sentada en medio del banco, junto
asustada por esos modales, lo puso en la cocina. Le qui a la señora, estaba contando todas sus andanzas cuando
taron la cadena, y él andaba por la casa. un peso ligero cayó sobre su hombro. ¡LuIú! ¿Qué dia-
Cuando bajaba la escalera, apoyaba en los escalones la blos había hecho? ¡Tal vez había salido a pasear por los
curva del pico, alzaba la pata derecha,luego la izquierda; alrededores!
y ella temía que aquella gimnasia le causara mareos. Se Le costó trabajo reponerse, o más bien no se repuso ja-
puso malo, ya no podia hablar ni comer. Era un bultoa, más.
debajo de la lengua, como los que a veces tienen las ga- A consecuencia de un enfriamiento, le vinieron unas
lli¡as. Ella 1o curó, amancándole aquella película con 1as anginas; poco después, un dolor de oídos Tres años más
uñas. Cie¡to día el señor Paul cometió la imprudencia de tarde, estaba sorda y hablaba muy alto, incluso en la igle-
soplade en las narices el humo de su puro; en orra oca- sia. Aunque sus pecados habrían podido difundirse, sin
sión en que la señora Lo¡meau lo molestaba con la punta deshonra para ella, ni inconveniente para el mundo, por
de su sombrilla, él le atapó bruscamente la virola; por todos los rincones de la diócesis, el señor párroco consi-
último, se perdió. deró oportuno recibir su confesión solo en Ia sacristía.
Ella lo había dejado sobre la hierba para refrescarlo, se Unos zumbidos ilusorios acababan pol alterada. Su
<<
señora le decía con frecuencia: ¡ ¡
¿usentó un momento; y, cuando regresó, ¡adiós loro! Dios mío ! Qué ton-
Prime¡o 1o buscó en los matorrales, a la orilla del agua, y ta es usted!>>. El1a replicaba:
- <<Sí,
señoro>, mientas
en los tejados, sil escuchar a su ama que le gritaba: buscaba algo alrededor
-
«¡Tenga cuidado! ¡Está usted loca!». Luego revisó todos - El pequeño cí¡culo de sus ideas se estrechó todavía
los.lardines de PontJ'Évéque, y paraba a los tanseúntes. más, y el carillón de 1as campanas, el mugido de los bue-
<<Por ¿no habrá visto alguna vez a mi yes, ya no existían. Todos los seres funcionaban con e1
-loro?» Y casualidad,
a quienes no conocían al 1oro, se Io describía. silencio de los fantasmas. Un solo ruido llegaba ahora a
De pronto creyó distinguir detrás de los molinos, al pie sus oídos, la voz del loro
de la cuesta, una cosa verde que revoloteaba, Pero desde Como para distaerla, él teproducía e1 tic-tac del asa-
dora6, la llamada aguda de un vendedor de pescado, la
45. La <<pepita», que forma rma película bajo la lengua, y que afecta
a meoudo a las gallinas. 46. Espetón de asar movido por un mecanismo de relojería
78 79
r Un corazón simple
sierra del carpintero que vivía enfrente; al ruido de Él escribió a Le Havre. Un tal FellacheraT se encargó
¡
la campanilla, imitaba a la señora Aubain; « ¡ de la tarea. Pero como la diligencia extraviaba a veces
Félicité ! , la
puerta, la puerta!». - los paquetes, decidió llevado ella misma hasta Hon-
Mantenían diálogos, él repitiendo hasta la saciedad fleur.
las tes frases de su repertorio, y ella respondiéndole Los manzanos sin hojas se sucedían a orillas de la ca-
con palabras si¡ ilación, pero en las que su corazón se rretera. EI hielo cubría las cunetas. Alrededor de las
desahogaba. En su aislamiento, Lulú era casi un hijo,
casas de labranza aullaban los perros; y con las manos
un enamorado. Trepaba por sus dedos, le mordisquea_ bajo su manteleta. con sus pequeños zuecos negros y su
ba los labios, se aferraba a su pañoleta; y cuando ella capazo, camirraba deprisa, por e1 centro del empedrado.
inclinaba la frente meneando la cabeza como las nodri Cruzó el bosque, pasó el Haut-Chéne y llegó a Saint-
zas, las grandes alas de la cofia y las alas del pájaro tem_
Gatiena8,
blaban.juntas. Tras ella se precipitaba como una tromba un coche co-
Cuando se amontonaban las nubes y el rayo retumba_ rreo a galope tendido, envuelto en una nube de polvo y
ba, él lanzaba gritos, por recordar tal vez los uguaceros desbocado por la cuesta abajo. A1 ver a aquella mujer
de sus bosques natales. El chomear del agua excitaba su que no se el conductor se levantó por encima
delirio; revoloteaba enloquecido, se subía al tejado, lo ti_ ^partab^,
de la capota y también gritaba el postillón, mienras sus
raba todo, y por la ventana se iba a chapotear en el jar_
cuatro caballos que no podía contener aceleraban la
dín. Pero pronto volvía sobre r¡no de los morillos, y, dan_
marcha; y los dos primeros la rozaban; con un tirón de
do saltitos para secarse las plumas, mostraba unas veces sus riendas, los lanzó hacia un lado, pero, furioso, levan-
la cola, otras el pico. tó el brazo, y con el r.uelo de su gran látigo le cruzó tal
Una mañana del temible invierno de 1g37, en que ella golpe desde el vientre hasta el moño que ella cayó de es-
lo había puesto delante de la chimenea, por el frío, lo en_ paldas.
contró muerto, en medio de su iaula, cabeza abaio, y las
Cuando recobró el conocimiento, su primer gesto fue
uñas en los alambres. Una congestión lo había matado,
abrir la cesta. Por suerte, Lulú no tenía nada. Sintió una
sin duda. Ella creyó en r¡n envenenamiento con pereiil; y,
quemazón en la mejilla derecha; las manos que llevó has-
pese a la ausencia de cualquier prueba, ,rs sospech"s
s. ta ellas estaban rojas. Sangraba.
dirigieron a Fabu.
Lloró tanto que su ama le dijo: «¡Bueno, manda di_ 47 . Burla y venganza de Flauberr: es el apellido del copista al que dos
secadol>>- - años antes había entregado su manusc¡ito de P¿t les Chanps et pat les
Entonces pidió consejo al boticario, que siempre había gréues, y q'tehabíatardado mucho en su tarea, como aquí, que tarda
seis meses en disecar el lo¡o.
sido bueno con el loro.
48. Pobl¿ción a 7 km de Pont-l'Évéque.
8o 8r
Se sentó sobre un metro de piedrasae, se restañó la
cara Un gran armario estorbaba para abrir la puerta. En-
con su pañuelo, luego comió un mendrugo de pan, que
frente de la ventana que dominaba el iardín, una lucera
por precaución había metido en el ."p^ro, y ,. .o.rrolr-
miraba hacia el patio; ;unto al catre de tijera había una
ba de su herida mirando el pájaro.
mesa, con una jarra para el agua, dos peines y un trozo de
Llegada al alto de Ecquemauvillero, divisó las luces de jabón aml en un plato desportillado. Sobre las paredes
Honfleur que centelleaban en la noche como estrellas;
se veían rosarios, medallas, varias vírgenes, una pila de agua
más lejos. el ma¡ se extendia confusamente. Entonces un
bendita hecha de un cocor sobre Ia cómoda, cubierta con
desfallecimiento la detuvo; y la miseria de su infancia, la
un paño como un altar, la caja de conchas que le había
decepción de su primer amor, la marcha de su sobrino v
dado Victor; además una rcgad,eru y un globo, cuader-
la muerte de Virginie volvieron a la vez, como lu, olu, dá
nos de caligrafía, la geografía en láminas, un par de boti-
una marea, y, subiéndole a la garganta, la ahogaban.
nas; y en el clavo del espejo, prendido por unas cintas, el
Después quiso hablar con el capitán del barco; v sin
sombrerito de felpa. ¡Llevaba Féücité tan leios esta clase
decir Io que enviaba. Ie encareció su cuidado.
de respeto que conservaba una de las levitas del señor!
se quedó mucho tiempo con el loro. Siempre
,¡o FeUacher Todas las antiguallas que ya no quería la señora Aubain,
prometiá para la semana siguiente; al cabo de seis me_
las recogía para su cuarto. Y así había flores artificiales
ses anunció el envío de una caja; no se supo más. Era
en el borde de la cómoda, y la cara del conde d'Artoistr en
como para creer que Lulú no volvería nunca. <<¡Me lo
el vano de la lucera.
habrán robadol», pensaba ella.
Mediante una tablilla, Lu1ú quedó colocado sobre un
Por fin llegó y recto sobre u¡a rama de
- espléndido, cuerpo de chimenea que avanzaba hacia el aposento,
árbol que se atomillaba a rrna peana de caoba, con una Cada mañana, al despertarse, lo veía con la claridad del
pata en el aire, la cabeza inclinada y mordiendo una nuez.
alba, y entonces recordaba los días idos, e insignificantes
que el disecador, por amor a lo grandioso, había clorado.
acciones hasta en sus menores detalles, sin dolo¡ llena
Lo encerró en su cuarto.
de sosiego.
Este luga¡ en el que admitía a muy pocos, parecía a un
Como no trataba con nadie, vivía en un torpor de sonám-
tiempo una capilla y un bazar, por la cantidad de objetos
bula. Las procesiones del Corpus la reanimaban. Iba a
religiosos y cosas heteróclitas que contenía.
49. Monrones de güiarros que 51. Charles-Phfippe de France, conde d'Anois (1757-1836) y her-
se dejaban de ¡recho en trecho en ca
mmo5 o cárreterac empedradas para su mantenimienlo; Ios
mano de1 rey Luis XVIII, terminaría sucediéndole e¡r el t¡o¡o con el
monrones nombre de Carlos X; reinó dc 1824 a 18i0, fecha en Ia que fue des-
se ¡Jrsporuán por met¡os cübicos r]e modo que las ca¡ridades
factu tronado debido_ a sus comportamientos anticonstitucionales por las
radas por los proveeJores de piedra rcsultaran láciles
de conrolar tres Jomadas Gloriosas (la Revolución de Julio de l8l0) y enviado al
50. Locajidad a 3 hm al none de Honfleu¡.
exilio. Se¡ía el último de los Bo¡bo¡es franceses.
82
83
I l' llll
pedir a las vecinas antorchas y pajotes para embellecer el un inspector le había ofrecido su hija, prometiéndole su
monumento que levantaban en la calle. protección.
En la iglesia contemplaba siempre el Espíritu Santo, y Paul, convertido en hombre formal, 1a llevó a casa de
observó que tenía algo del loro. Su parecido le resdtó su madre.
más evidente todavía en una estampa de Épin#, que re- Ella denigró las costumbres de Pont l'Évéque, se dio
presentaba el bautismo de Nuesro Señor Con sus alas aires de princesa, hirió a Félicité. Cuando se marchó, la
de púrpura y su cuerpo de esmeralda, era realmente el señora Aubain sintió alivio.
reÚato de Lulú. La semana siguiente se supo la muerte de1 señor Bou-
Después de comprada, la colgó en el lugar del conde rais, en Baja Bretaña, en una posada. El rumor de un sui-
d'Artois de suefte que, con una sola mirada, los veía cidio se confirmó; surgieron dudas sobre su probidad.
juntos. Se - asociaron en su pensamiento al encontrarse La señora Aubain estudió sus cuentas, y no tardó en co-
sacrificado el loro por esa relación con el Espíritu Santo, nocer lá sarta de sus perfidias: desfalcos de atasos, ven-
que a sus ojos se volvía más vivo e inteligible. El Padre, tas de madera encubiertas, falsos recibos, etc. Además,
para anunciarse, no había podido escoger a una paloma, tenía un hijo natural y <<relaciones con una persona de
porque estos animales no tienen voz, sino más bien a uno Dozulár».
de los antepasados de Lulú. Y Félicité rezaba mirando la Estas bajezas la afligieron mucho. En el mes de marzo
imagen, pero de vez en cuando se volvía un poco hacia el de 1851 tuvo un dolor en el pecho; su lengua parecía
pájaro. cubierta de humo, las sanguijuelas no calmaron la opre-
Tuvo deseo de hacerse de las hijas de María. La señora sión; y a 1a novena noche expiró, con setenta y dos años
Aubain la disuadió. recién cumplidos.
Ocurrió un acontecimiento notable; la boda de Paul. La creían menos vieja por su pelo castaño, cuyos ban-
Después de haber sido al principio pasante de norario, dós rodeaban su c ara pálida, marcada por la viruela. Po-
luego trabajar en el comercio, en la Aduana, en Conni- cos amigos 1a lloraron, sus modales eran de una altivez
buciones, e i¡cluso haber hecho gesriones para enrrar en que distanciaba.
Aguas y Bosques, a los treinta y seis años, de pronto, por Félicité la lloró como se llora a los amos. Que la señora
una inspiración de1 cielo, había descubierto su camino: muriese antes que ella perturbaba sus ideas, le parecía
¡el registo ! Y demostraba en él facultades tan altas que contrario al orden de las cosas, inadmisible y monstruoso.
Diez días después (el tiempo para acudir desde Be-
52. Ciudad francesa en el departamenro de los Vosgos, co¡rocida por
sanEon), llegaron los herederos. La nuera hurgó los cajo-
sus eslámpa5 de lema popuJar y üvo.olorido. Comn expresidn. r,",?gp
J Lpinal ha termin¿do dclignanJo una r ioron enfarica, ¡radiciona] e
irpcnua. con d ré¡mino cl'rá¿ r'ono .inrjnimo. 5 ). Localidad a lr)kmdePonr-l tvéque.
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nes, escogió algunos muebles, vendió los demás, y luego Por miedo a que la despidieran, Félicité mrnca pedía
regresaron a1 regisÍo. que se reparara. Las traviesás del tejado se pudrían; du-
¡El sillón de la señora, su velado! su calientapiés y las rante todo un invierno cayó el agll.a sobre su cabecera.
ocho sillas habían desaparecidol El lugar de los grabados Después de Pascua, escupió sángre.
se dibuiaba en cuadros amarillos en medio de los tabi Entonces 1a tía Simon recurrió a un médico. Félicité
ques. Se habían llevado las dos literas, con sus colchones, quiso saber lo que tenía. Pero demasiado sorda para oír,
¡y en el aparador ya no se veía ninguno de los enseres de oyó una sola palabra: <<Neumonía>. Le resultaba conoci-
Virginiel Félicité volvió a subir los pisos, ebria de tristeza. da, y contestó dulcemente: «¡Ah, como la señoral>>,
Al &a siguiente había sobre la puerta un cartel; el bo- -
pareciéndole natural seguir a su ama.
ticario le gritó al oído que la casa estaba en venta. Se acercaba la época de los monumentos.
Se tambaleó, y se vio obligada a sentarse. El primero estaba siempre al pie de la cuesta, el segun-
Lo que sobre todo la aflryía era abandonar su cuarto do delante de correos, el tercero hacia la mitad de la ca-
tan cómodo para el pobre Lulú. A1 envolverlo en una lle. Hubo rivalidades a propósito de este; y las feligresas
-mi¡ada de angustia, imploraba al Espíritu Santo, y con- terminaron eligíendo el patio de la señora Aubain.
tajo la costumbre idólatra de decir sus oraciones arrodi- Las opresiones y las fiebres aumentaban. Félicité se
llada delante del loro. A veces, entrando por la lucera, el apenaba por no hacer nada para el monumento. ¡Si al
sol daba en su ojo de cristal, y hacía brotar de él un gran menos hubiera podido poner algo en é1! Entonces pensó
rayo luminoso que Ja ponía en éxtasis. en el loro. No era adecuado, objetaron las vecinas. Pero
Tenía una renta de trescientos ochenta francos, lega- el pároco concedió ese permiso; se sintió tan feliz que le
da por su ama. La huerta le proporcionaba hortaLizas. En rogó que aceptara, cuando estuviera muerta, a Lulú, su
cuanto a la ropá, tenía para vesúrse hasta el fi¡ de sus días, única riqueza.
y ahomaba alumbrado acostándose con el crepúsculo. Del m¿rtes al sábado, víspera del Corpus, tosió con
Apenas salía, a fin de evitar la tienda del chamarilero, más frecuencia. Por la noche su cara estaba contraída,
donde se exponían algunos de sus antiguos muebles. Des- sus labios se pegaban a las encías, aparecieron los vómi-
de su desvanecimiento, arrasffaba una piema; y, al men- tos; y al día siguiente, al amanecer, sintiéndose muy de-
guar sus fuerzas, la tía Simon, amuinada en la tienda de caída, mandó llamar a un cura.
ultramarinos, acudía todas las mananas a partirle la leña y Tres buenas mujeres la rodeab¿n durante la extre-
sacade el agua. maunción. Luego declaró que necesitaba hablar con
Sus ojos fueron debilitándose. Las persianas ya no Fabu.
abrían. Pasaron muchos años. Y la casa no se alquilaba, Llegó con el raje de los domingos, incómodo en aque-
ni se vendía. lla atmósfera lúgubre.
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A intervalos todo callaba, y el golpeteo de los pasos, que luego cemó Ios párpádos. Sus labios sonreían. Los movi-
las flores amortiguaban, hacía el ruido de un rebaño so- mientos del corazón se hicieron más lentos, uno a uno,
bre la hierba. En el patio apareció el clérigo. La Simonne más vagos cada vez, más suaves, como se agota un ma-
se encaramó a una silla paru alcanzar 7a claraboya, y de nantiál, como desaparece un eco; y cuando exhaló su úl-
este modo dominaba el monumento. timo suspiro, creyó ver, en los cielos entreabiertos, un
Guirnaldas verdes pendían sobre el altaq adornado loro gigantesco planeando por encima de su cabeza
con un volante de punto de Inglaterra'7. En el centro ha-
bía un pequeño marco que contenía reliquias, en los ex-
remos dos naran,os: y, a todo lo largo, candelabros de
plata y jarrones de porcelana, de los que sálían girasoles,
lirios, peonías, dedales, matas de hortensias. Ese montón
de colores brillantes descendía oblicuamente desde el
primer piso hasta la alfombra, prolongándose sobre los
adoquines; y unas cosas atraian la vista. Un aaJcareÍo
de plata dorada tenía una corona de violetas, colgantes de
piedras de Alenqons8 brillaban sobre el musgo, dos pan-
tallas chinas mostraban sus paisajes. Lulú, ocultado bajo
unas rosas, solo dejaba ver su frente azul, semejante a una
placa de lapislázuli.
Los fabriqueros, los chantres y los niños se colocaron
en fila en los tes lados del patio. El sacerdote subió len-
tamente los escalones, y puso sobre el encaje su gran sol
de oro'e, que irradiaba. Todos se arrodillaron. Se hizo un
gran silencio. Los incensarios, a pleno melo, se desliza-
ban sobre sus cadenetas.
Un vapor azulado ascendió al cuarto de Félicité. Ade-
lantó la nariz, husmeándolo con una sensualidad mística;
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PUNTOS DE REFLEXIÓN SUGERIDOS