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Sherri L.

King Archivo Sterling I

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Sherri L. King Archivo Sterling I

SHERRI L. KING

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Sherri L. King Archivo Sterling I

ARCHIVO
STERLING I

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Sherri L. King Archivo Sterling I

ÍNDICE

Argumento............................................................................... 5
Prólogo..................................................................................... 6
Capítulo 1................................................................................. 8
Capítulo 2............................................................................... 11
Capítulo 3............................................................................... 15
Capítulo 4............................................................................... 23
Capítulo 5............................................................................... 28
Capítulo 6............................................................................... 31
Capítulo 7............................................................................... 36
Capítulo 8............................................................................... 41
Capítulo 9............................................................................... 48
Capítulo 10............................................................................. 54
Capítulo 11............................................................................. 59
Capítulo 12............................................................................. 66
Capítulo 13............................................................................. 70
Epílogo................................................................................... 72

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ARGUMENTO

Las personas no siempre son lo que parecen. Este


antiguo dicho es especialmente cierto con respecto al
vigilante superhéroe Johnny Vicious.
Después de salvar a Enya de un par de asesinos,
Johnny y ella sienten una atracción inmediata y
tensa. Pero John Spada, un poli destrozado, se ha
puesto entre los dos amantes sin suerte; y ahora Enya
debe escoger entre el sensato y sensible John o el
salvaje y tosco Vicious.
Es una pena que no pueda tenerlos a los dos.
Claro que, puede que…

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Prólogo

John Spada se recostó contra la pared de lo que parecía un almacén abandonado;


se había mordido la lengua y un fuerte sabor a cobre le llenaba la boca. No tenía ni
idea de cómo había llegado hasta allí; no recordaba haber salido de su habitación
desde por la noche, después de haberse metido en la cama.
Bajó la vista hacia las manchas pringosas y rojas que le cubrían las manos. Sangre.
¿Pero de dónde? Se tocó, comprobando a ver si estaba herido y dándose cuenta con
horror de que la pregunta no era de dónde venía la sangre, sino de quién. Estaba
claro que no era suya.
John miró cómo iba vestido: de negro entero; camiseta ajustada, vaqueros y botas,
además de un abrigo largo. También llevaba un sombrero de contrabandista de ala
ancha; de esos que habría llevado un contrabandista pícaro, de forma desenfadada,
en plena prohibición. Se acordó de que el sombrero era el de su abuelo, y el abrigo se
lo había comprado hacía poco; pero no había visto el resto de la ropa nunca, y no
tenía ni idea de cómo había llegado a llevarlas puestas. Parecían nuevas. Se metió la
mano en el bolsillo del abrigo y encontró un montoncito de tarjetas de visita:

Johnny Vicious
Vigilante
Nada más. En letra Copperplate negrita, pequeña y sencilla. Pero John no tenía ni
idea de quién era ese tal Johnny Vicious ni por qué tenía tantas tarjetas de visita
suyas en el bolsillo del abrigo.
Mirando a su alrededor, consiguió reconocer la arquitectura que le rodeaba.
Estaba en el centro de Cleveland, a media hora de su casa, en Akron. ¿Pero cómo
demonios había llegado hasta allí? Miró a su alrededor con el gesto descompuesto,
esperando ver su coche aparcado cerca, cuando los gritos llegaron hasta sus oídos.
Osó mirar por una esquina del edificio y vio un grupito de matones de aspecto
hosco; estos le vieron y empezaron a correr hacia él. Uno de ellos empuñaba un arma
y disparó; la bala fue a dar contra la fachada de cemento del edificio con tal fuerza
que trocitos de ella golpearon a John, rasgándole la mejilla y haciéndole sangrar.
Sin pensarlo, sacó de debajo del abrigo las dos gigantescas pistolas que escondía, a
cada lado, en el cinturón trasero, y las empuñó. Jamás había visto aquellas armas, no

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tenía ni la más remota idea de por qué las tenía. Era policía, su Beretta reglamentaria
era arma más que suficiente para él. Por lo que sabía, no tenía más armas.
Los tres matones giraron en la esquina y el que llevaba el arma volvió a disparar.
Un cegador subidón de adrenalina le recorrió el cuerpo y el tiempo pareció
detenerse. Los segundos se convirtieron en minutos, y estos en horas. John vio cómo
la bala volaba por el aire hacia él, directamente desde el cañón de la pistola del
matón. Se apartó del camino de la bala con la misma facilidad con que habría
esquivado a alguien en la calle. La bala silbó al pasarle de largo y retomó su
velocidad normal, dejándole estupefacto.
—Alto, soy de la policía —gritó, pese a que sintió cómo apretaba los dedos en los
gatillos.
Los matones le ignoraron; el de la pistola aprovechó y disparó varias veces. Los
dedos de John se sacudieron sobre los gatillos y las pistolas temblaron. Luego, una
especie de acero le recorrió la columna vertebral. Apretó la mandíbula y gritó una
advertencia, al tiempo que disparaba instintivamente una de las pistolas.
Golpeó de lleno en la muñeca al matón de la pistola con una fuerte explosión; el
matón gritó y se llevó la mano ensangrentada al pecho, dejando caer la pistola
inservible al suelo. Los otros dos miraron el tamaño de las pistolas de John, se
miraron el uno al otro y salieron de allí corriendo, llevándose a su amigo herido
prácticamente en volandas.
John miró las pistolas que tenía en las manos como si fueran monstruos, pero no
pudo resistir el impulso de volver a enfundarlas en el cinturón con diestra
familiaridad.
¿Qué estaba ocurriendo?
El mundo desapareció abruptamente y John Spada no fue consciente de nada más.

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Capítulo 1

Un año después
Los pies desnudos de Enya golpearon con fuerza la acera húmeda mientras corría
el trecho que separaba su edificio del de al lado. Se atrevió a mirar hacia atrás y el
corazón le dio un vuelco cuando vio a los dos corpulentos hombres que seguían
persiguiéndola.
Corrió más deprisa, hasta que el corazón le ardió y los pulmones le quemaron.
Pero los asesinos a sueldo seguían detrás de ella; giró a la derecha y corrió por otra
calle más, esta vez buscando desesperadamente un lugar donde esconderse; no
encontró ninguno. La calle terminaba en una verja, dejándola efectivamente
encerrada. Estaba atrapada y no tenía dónde ir.
Enya se estremeció bajo la fría llovizna. No llevaba puesto más que la camiseta y
los pantalones cortos con los que normalmente dormía. No quería morir con el
pijama puesto. Con feroz determinación, puso un pie sobre la verja y empezó a
escalarla; sus preciosos pies gritaron ante el abuso, pero Enya estaba tan decidida a
escapar que no sentía el dolor.
—Ahí está —oyó que gritaba uno de sus perseguidores, y volvió la vista para ver
cómo giraban la esquina y se acercaban a ella con rapidez. Enya apretó el paso y
llegó al otro lado de la verja en tiempo récord; golpeó con fuerza el suelo con los pies
al llegar al otro lado y se volvió para correr.
Se dio de lleno contra el pecho de un hombre que había de pie, justo detrás de ella,
con tal fuerza que a punto estuvo de caerse.
El hombre alargó las manos enseguida y la agarró para que no se cayera.
—¿Está usted bien? —le preguntó con voz oscura y humeante.
Enya intentó verle el rostro tras el sombrero de ala ancha, pero las sombras
escondían sus rasgos.
—Esos hombres me persiguen —le dijo con prisas, señalando al otro lado de la
verja—. ¡Tenemos que salir de aquí! ¡Ya mismo!
—No hay por qué correr —le dijo con tranquilidad.
—Van a matarme, y a ti también si te ven conmigo —jadeó.
—No tengas miedo.
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El hombre la puso tras él justo cuando uno de los perseguidores bajaba de la verja.
El abrigo largo y negro del hombre destelló tras él, haciéndole cosquillas a las piernas
frías de ella con una extraña especie de calor.
—Quédate detrás de mí —le dijo por encima del hombro.
—¿Quién cojones eres? —preguntó el asesino a sueldo.
—Soy Johnny Vicious, y ya te estás largando.
El corazón de Enya latió descontrolado en su pecho.
El tipo se rió y sacó una pistola.
—No creo que estés en posición de decirme que me marche.
Disparó el arma y algo milagroso sucedió.
Johnny la empujó a un lado mientras su cuerpo parecía volverse confuso, débil.
Un pestañeo y se lo habría perdido; se movía tan rápido que era poco más que una
neblina para los ojos de ella.
El asesino a sueldo gruñó al ver que algo le agarraba de la mano y le hacía soltar la
pistola, que salió volando por los aires y aterrizó junto a los pies de Enya. Esta
recogió el arma y se aferró a él por si la necesitaba después; no había usado un arma
en su vida, pero confiaba en apuntar y disparar contra algo, lo que fuera, si se veía
obligada.
Johnny volvió a aparecer tras el hombre y le golpeó con fuerza en los riñones, de
forma que cayó al suelo jadeando. Justo entonces, el segundo matón bajó de la valla y
disparó su arma contra Johnny, así, sin más.
De alguna forma, Johnny se apartó de la línea de tiro con movimientos tan rápidos
que Enya apenas podía seguirle con los ojos. Era como si hubiera desaparecido
completamente para volver a aparecer después, a salvo y fuera del camino de la bala.
Se echó hacia atrás cuando una segunda bala pasó zumbando junto a él. El asesino
volvió a disparar, pero Johnny esquivó las balas con graciosos movimientos que
parecían mágicos, moviéndose tan rápido que era como si apareciera y desapareciera
a voluntad.
Johnny dirigió el puño contra la cara del hombre, aplastándole la nariz en un
montón de sangre. El hombre gritó de rabia y dolor y disparó varias veces su arma.
Johnny pareció volver a desaparecer y, cuando reapareció, estaba ahogando al
hombre. El hombre se desvaneció casi de inmediato y cayó sin sentido al suelo, junto
a su compañero, que seguía presa de su propio dolor.
Enya abrió mucho los ojos cuando Johnny se volvió a mirarla. Pareció volver a
desaparecer y, al segundo, le había quitado la pistola de las manos. No había podido
evitar que lo hiciera.
—Deberías volver a casa, ojos preciosos —le dijo, quitándole el cargador y
volviendo a dejar la pistola en el suelo—. Ya me ocupo yo de estos dos.
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—Si me voy a casa, enviarán a alguien más a buscarme —le dijo con voz
temblorosa, consciente de que era cierto.
—Me aseguraré de que las autoridades pertinentes se enteren de esto. Estarás a
salvo, confía en mí. Puedes irte a casa. —Un minúsculo rayo de luz iluminó la
comisura de los labios de Johnny, que sonreía. Se acercó aún más a ella y movió las
manos delante de su cara; con un movimiento de muñeca, hizo aparecer una tarjeta
con la que le acarició la mejilla, un movimiento sensual que hizo que se quedara sin
aliento. Retrocedió y le mostró la tarjeta, esperando a que la recogiera.
—Vete a casa, ya —le dijo con franqueza, y su sonrisa desapareció de golpe.
Enya apretó la tarjeta con fuerza entre las manos, se giró y corrió por el callejón en
busca de su casa, sin volverse ni una vez a mirarle.

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Capítulo 2

Aquella misma noche


—Así que el FBI montará guardia en su puerta día y noche, y tendremos un coche
de incógnito aparcado fuera a todas horas. Estará a salvo aquí.
Enya apretó los dientes, sacudiendo la cabeza al detective que le hablaba. Odiaba
que su privacidad se viera invadida de aquella manera; ¿pero qué otra cosa podía
hacer? Johnny Vicious había llamado a los polis en su lugar, de manera anónima, por
supuesto, y estos a su vez habían llamado a los federales a los que asignaron su caso.
No tenía otra elección más que aceptar que la pusieran en el microscopio.
—Señorita Merritt, estamos haciendo todo lo posible para asegurarnos de que esto
no vuelva a suceder —le dijo el detective a la defensiva.
Enya se obligó a sonreír.
—Lo sé, y se lo agradezco. De verdad. Sólo tengo que acostumbrarme a todo esto.
El detective le devolvió la sonrisa.
—Comprendo cómo se siente.
Enya pasó de largo y se abrió paso entre los oficiales uniformados que reunían
toda las pruebas posibles. Fue a su habitación y se la encontró llena de más policías
aún. Con una mueca de dolor, se volvió hacia el cuarto de baño.
Vacío. Por fin un lugar tranquilo y en silencio.
Se sentó en la taza, colocó los codos sobre las rodillas y apoyó la cabeza en las
manos. Odiaba aquello. Era una freaky solitaria de los ordenadores; un code
monkey, una programadora. No tenía la paciencia necesaria para aguantar a todos
esos extraños dentro y fuera de su casa. Enya se encontró con la horrorosa sensación
de no saber quién aparecería por su casa los próximos días.
Una ducha. Necesitaba una ducha. Un buen rato a remojo bajo el chorro de agua
caliente le ayudaría a aclimatarse a su nuevo entorno.
Se levantó la camiseta, exponiendo sus pechos al aire frío. Enya dejó que la
camiseta cayera al suelo; los pezones brincaron con fuerza al sentir el contacto con el
aire. Bajó la vista hacia su amarillenta piel, regalo de sus ancestros árabes, y decidió
que no le vendría nada mal perder diez kilos.

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Un ruido justo detrás de la puerta le hizo dar un brinco. Sus ojos volaron hacia el
pomo de la puerta... ¡que no tenía el pestillo puesto! Corrió desesperada y lo cerró
justo cuando empezaban a girar el pomo desde el otro lado. Enya ahogó un suspiro
de alivio y se apoyó contra la puerta, antes de proceder a quitarse el resto de la ropa.
El agua cayó contra su cabeza con toda la fuerza de una tormenta. Ajustó el
chorro, poniéndolo en modo masaje, y se soltó el pelo largo y negro.
Varios minutos después, Enya soñaba despierta cuando la imagen de Johnny
Vicious apareció de pronto en su mente.
Lo único que había visto de él era su boca, ¡pero qué exquisita era! Lo
suficientemente rellena como para que pudiera chuparse, lo suficientemente dura
como para que fuera completamente masculina. Su cuerpo era una imagen borrosa y
negra en la noche, pero su imaginación completó lo que su abrigo negro no había
dejado que viera.
Le sacaba al menos una cabeza, aun sin el sombrero de contrabandista. Tenía las
piernas largas y delgadas por las pantorrillas, pero más gruesas en la parte del
muslo. Mucho más. El pecho amplio, igual que sus hombros. Y el pelo de un
delicioso color chocolate; brillante y húmedo por la noche, igual que el resto de su
cuerpo.
Enya recordó el momento en que le había pasado la tarjeta por la mejilla. Sintió
una desesperación salvaje y estuvo a punto de jadear de placer. ¿Quién era ese
Johnny Vicious? ¿Un buen samaritano? Bastante poco probable con esos trucos que
hacía. Pero entonces, ¿quién era?
No conseguía imaginarlo.
Pero, oh, cómo deseaba saberlo.
¿Le había rozado el pecho con el brazo cuando la puso detrás de él? Ardía con el
recuerdo, porque le había rozado. Había luchado contra sus enemigos como un
héroe, pero la había tratado como una libertina; casi la había levantado con la fuerza
de su brazo.
Enya no recordaba haber estado tan cachonda nunca. ¿Y por un hombre cuyo
rostro desconocía? La dejaba alucinada. Estaba alucinando. Se frotó las manos contra
los pezones erectos y tuvo que ahogar un gemido. No creía haber estado así de
caliente en mucho tiempo.
Dejó que una de sus manos retorciera suavemente el pezón mientras se llevaba la
otra a los labios de su sexo. Estaba húmeda por sus propios jugos y el agua, de forma
que sus dedos resbalaban con facilidad. Rozó apenas el clítoris con los dedos y sintió
que le fallaban las rodillas.
Liberando el pezón, levantó la mano para coger la alcachofa de la ducha. El fuerte
chorro que desprendía la recorrió, acariciándole cada rincón de su cuerpo. Ajustó el
chorro, lo enchufó hacia arriba y lo sostuvo contra su conejito.
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Imaginó que los chorros de agua eran los dedos de Johnny Vicious.
Con una mano sujetaba la ducha mientras con la otra abría los labios del cono,
abriéndose para recibir el chorro de agua. Separó el dedo corazón del resto y lo
deslizó dentro de su conejito, gimiendo de placer entre el vapor que desprendía la
ducha.
El agua le acariciaba el clítoris, golpeándolo con oleadas de líquido hasta que se
volvió pesado y palpitante. El dedo doblado entraba y salía de su cuerpo, moviendo
las caderas a ritmo constante contra su mano.
Y a punto estuvo de derretirse con el orgasmo. El cuerpo se estremeció y una
increíble liberación de tensión hizo que cayera de rodillas sobre el plato de la ducha.
Varios minutos después, apagó el agua y se secó con el albornoz que colgaba del
gancho de la puerta. Puso la tarjeta de Johnny, que empezaba a estar ya sobada, en el
bolsillo de su pecho izquierdo. Se dio cuenta, con cierta sorpresa, que aún no le había
contado a nadie lo de Johnny Vicious.
Eran las tres de la madrugada y su protección policial cambiaba de guardia a las
tres y cuarto. Enya supuso que el coche de incógnito se iría mientras otro ocupaba su
lugar. Miró por la ventana, hacia la calle donde el actual coche patrulla esperaba.
Observó cómo se marchaba y esperó a ver llegar el otro; pero le sorprendió que
llamaran a su puerta.
Respondió esperando que fuera el guardaespaldas del FBI, el agente Danvers. Y lo
era.
—¿Puedo entrar, señorita Merritt? —preguntó.
Enya frunció el ceño al ver que vacilaba al preguntarle.
—Claro, por supuesto. —Abrió la puerta para que entrara e intentó que no le
rozara el cuerpo cuando pasó junto a ella.
—Supongo que estará usted muerta de miedo en estos momentos —le dijo, tras
haber carraspeado.
Enya sonrió.
—No con ustedes por aquí. Y con mi guardia policial —dijo, apuntando hacia la
ventana.
—¿Hay algún guardia ahí abajo ahora? —preguntó el agente.
Enya volvió a mirar por la ventana, pero no vio ni rastro del otro coche aún.
—No —dijo, y le pilló completamente desprevenida el darse la vuelta y
encontrarse con que el agente estaba justo detrás de ella.
Abrió las cortinas, miró y asintió para sí mismo.

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—Bueno —suspiró el agente Danvers con fuerza—, pues debería estar muerta de
miedo, ¿sabe? Aterrorizada.
Enya se quedó helada cuando el agente se volvió y la miró con ojos amenazantes.

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Capítulo 3

Enya corrió hacia la puerta, pero el agente la atrapó, le rodeó el cuello con las
manos y tiró de ella. Cayó al suelo y se golpeó en la cabeza, con fuerza. Sorprendida
y asustada, reunió aire para gritar, pero el hombre le cubrió la boca con la mano
antes de que pudiera emitir ningún sonido.
Forcejeó y se retorció, tratando de liberarse, pero el hombre se sentó a horcajadas
sobre ella, sin soltar la mano de la boca y atrapándola con fuerza.
El destello de una hoja plateada le indicó que llevaba un cuchillo; se lo pasó
suavemente por la mejilla, igual que había hecho Johnny Vicious antes con su tarjeta
de visita. Pero así como la caricia de antes le había seducido, ésta le provocaba
náuseas.
—Vamos a mantener una charla, tú y yo. Vas a contarme todo lo que les has
contado a los federales acerca de Siren; vamos a contarme hasta la última prueba que
les hayas dado, y yo te contaré cómo tratamos a los traidores como tú en este
mundillo.
Aflojó un poco la mano y Enya aprovechó para morderle con todas sus fuerzas,
haciéndole sangrar. El hombre gritó y retiró la mano, se cayó para atrás y le brindó la
oportunidad salir de allí. Se puso de rodillas y se escurrió hacia la ventana que daba
a la calle; pero no lo consiguió antes de que el agente la agarrara del tobillo y tirara
con fuerza de ella.
Enya se agarró a las cortinas mientras él tiraba de ella, que cayeron sobre sus
cuerpos en pleno forcejeo.
Volvió a montarla a horcajadas, golpeándole en la cara con tanta fuerza que vio las
estrellas. Cuando se le aclaró la visión, miró a su atacante. El único arma defensiva
que le quedaba era su orgullo.
—Cuéntame todo, y no te dejes nada o te juro que te corto la garganta. ¿Me oyes?
—le dijo jadeando.
Enya le escupió en la cara.
—Que te jodan. ¿Qué crees? ¿Que no van a saber quién lo hizo? ¿Que no van a
perseguirte como a un perro? Soy el principal testigo y tus colegas del FBI llevan más
de una década preparando este golpe. ¡Tienen las mismas ganas que yo de ver caer a

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Siren por las cosas que hicieron! No pienso dejar que un topillo como tú sepa qué les
he contado, ¡ni lo que aún me queda por decir!
Él la golpeó y Enya reconoció el sabor de la sangre en su boca. La de ella.
De pronto, la puerta principal se abrió con estrépito. Un oficial con uniforme
negro entró corriendo en la habitación y enseguida se hizo cargo de lo que sucedía
allí. Le quitó a su asaltante de encima y le golpeó en la cabeza con su porra; el agente
del FBI cayó inconsciente al suelo.
—Oh, Dios mío, ¿cómo se ha dado cuenta? —jadeó Enya, alejándose a gatas del
enemigo caído.
—Vi cómo caían las cortinas desde abajo. —La ayudó a levantarse con mano firme
y fuerte—. ¿Está usted bien?
—¿Por qué ha llegado tarde? —Le miró fijamente, pasando del miedo al enfado en
dos minutos.
—No he llegado tarde. Mi predecesor tenía prisa por volver a casa y se marchó un
par de minutos antes; algo que no volverá a suceder, se lo prometo.
—Un par de minutos le habrían bastado para matarme —dijo, frotándose el
chichón que ya se le empezaba a formar en la cabeza.
—Soy John Spada, voy a ocuparme de usted, no se preocupe —le dijo. Sus labios
esbozaron una sonrisa mientras se agachaba y esposaba al asaltante aún inconsciente.
A Enya le vino un recuerdo a la memoria, pero al instante desapareció.
La ayudó a atravesar lo que quedaba de su puerta principal y la llevó hasta el
ascensor. No dijeron nada una vez allí, pero era un silencio casi agradable, como si
los dos estuvieran acostumbrados a ese tipo de cosas. Enya se dio cuenta de que
seguía descalza y con el pijama puesto, y casi se echa a reír.
Estaba entrando en shock. Hasta ella sabía eso.
Dos ataques en una misma noche destrozaría los nervios de cualquiera.
John Spada la llevó a su coche, agarrándola fuertemente del codo, y guiándola por
si tropezaba y se caía. Abrió la puerta del copiloto y Enya agradeció brevemente en
silencio que no la obligara a ir en el asiento de atrás, encerrada. No creía poder
soportar eso aquella noche.
Enya se acomodó en el asiento del coche patrulla y, en los pocos segundos que
tardó John en dar la vuelta, ella ya se había llenado los pulmones con su fragancia,
que prevalecía en todas y cada una de las fibras del coche, envolviéndola en una
esencia deliciosa y a madera que la tranquilizó aún más que la ducha que se había
dado.
John arrancó el coche y condujo despacio por la carretera. Apretó un botón del
walkie-talkie que llevaba prendido de la chaqueta.

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—Control, pásame con el jefe.
Pasó un minuto en silencio, y luego:
—Jefe, soy Spada. Estoy con Enya Merritt; el agente Danvers la atacó. Creo que
estaba contratado por Siren, le he dejado esposado en el apartamento de Enya.
Escuchó unos segundos antes de soltar el walkie-talkie.
—Vamos a la comisaría —le dijo.
—No quiero ir allí —se apresuró a contestar—. Quién sabe cuántos más quieren
matarme. Si Siren tiene el poder suficiente como para contratar a la gente del FBI,
dudo mucho que un par de polis puedan hacer nada por mí.
—No tiene a todo el FBI, sólo a un poli corrupto.
—Podría haber más. Joder, este es precisamente el tipo de cosas que quería evitar
cuando empecé con esto.
—¿Qué sabes para que quieran verte muerta?
—Trabajé para ellos y, mientras tanto, descubrí un par de asuntos turbios acerca
de ellos. Así que he destapado su malversación de fondos y el blanqueo de dinero
que llevan a cabo. Han mentido, engañado y robado para llegar hasta lo más alto:
pruebas genéticas, armamento nuclear, asesinos a sueldo... lo que se te ocurra, andan
detrás de todo ello. Está pringado hasta lo más alto de la compañía.
—Iremos a la comisaría y veremos si podemos trasladarte a otro lugar. Después de
eso, prometo quedarme cerca de ti para asegurarme de que esto no vuelva a suceder.
—John conducía por el tráfico matutino de Cleveland como si fuera un profesional.
—No necesito una niñera, sino una máquina del tiempo. Quiero volver al
momento en que llamé al FBI y no hacerlo jamás.
—No digas eso; nunca. Esos bastardos de Siren pagarán por lo que han hecho; ten
un poco de fe en el sistema.
—Se me ha acabado toda la fe por esta noche —le dijo cansinamente.

Siete horas más tarde


—Hemos preparado un refugio seguro para usted: una cabaña tranquila a las
afueras de la ciudad. El oficial Spada y yo somos los únicos que sabemos dónde está.
Enya miró al jefe de policía con desconfianza.
—¿Puedo llamar a un detective para que ayude a protegerme? Quiero decir que
un policía de la calle a lo mejor no puede...

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—John Spada sigue patrullando las calles porque quiere; es uno de mis mejores
hombres. Cuidará bien de usted.
Enya se tranquilizó.
—¿Cuánto tiempo tendré que pasar en esa cabaña?
El jefe suspiró.
—Si le soy sincero, no lo sé. Un par de días, tal vez; o una semana. No lo sé.
—Mi vida no debía de verse interrumpida así; el FBI me prometió que estaría a
salvo.
—El FBI está ocupado encargándose de su topo. En cuanto estén seguros de que
no tienen a nadie más trabajando para Siren, retomarán el caso. Hasta entonces, su
seguridad depende de mí, y tengo intención de mantenerla a salvo. Ahora, Spada la
está esperando en la puerta, así que si le parece...
Enya quería decir un millón de cosas, pero le bastó una mirada al rostro
endurecido del jefe para contener la lengua.
Llevaba casi veinticuatro horas sin dormir; estaba cansada y le dolía el cuerpo
entero por su encontronazo con el agente Danvers, además de la irritación que todo
ese asunto le provocaba. Sólo esperaba que a Spada no le importara que se quedara
dormida en el coche, de camino hacia la cabaña. Al menos alguien le había llevado
algo de ropa y unos zapatos de su apartamento; Enya no estaba segura de haber
podido soportar el seguir medio desnuda en aquellos momentos.
Para colmo, le seguían doliendo los pies magullados y ensangrentados, aunque
estuvieran ahora a salvo en sus zapatillas de deporte blanditas y desgastadas.
Salió de la sala en la que llevaba refugiada las últimas siete horas y se chocó contra
Spada.
Otro recuerdo le asaltó a la memoria, pero desapareció enseguida.
—El jefe dice que debes venir conmigo —le dijo amablemente. La miró de arriba a
abajo con sus ojos verde claro, como si estuviera decidido a que no le pasara
absolutamente nada mientras estuviera bajo su protección. Enya agradecía eso al
menos.
Se metió una mano en el bolsillo y manoseó la tarjeta que guardaba allí, y al
hacerlo sintió algo de valor.
Spada le puso una mano cálida en la espalda mientras la guiaba por la ajetreada
oficina llena de policías uniformados y de calle. Una vez en el coche, se relajó en
cierta medida y sintió que los espantosos y estresantes sucesos de aquel día la
desbordaban. Lloró en silencio; tomó el pañuelo que Spada le ofreció amablemente y
se secó las lágrimas hasta que dejaron de salir.
—Lo siento —dijo al final.

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—Me preocuparía más que no lloraras —le dijo con tranquilidad—. Son
demasiadas cosas que asimilar, el que le pongan a uno el mundo al revés así. Estaba
claro que el estrés iba a poder contigo antes o después.
—Cierto —admitió. Volvió a meter la mano en el bolsillo para, esta vez, sacar la
tarjeta. El simple hecho de mirarla le hacía sentirse mejor.
—¿Has oído hablar alguna vez de Johnny Vicious? —le preguntó.
Las manos dieron tal respingo sobre el volante que el coche dio un bandazo, pero
John recuperó el control inmediatamente.
—Ya veo que sí —dijo con curiosidad.
—¿De dónde has sacado ese nombre? —le preguntó con voz grave.
—De ningún sitio —mintió—. Me encontré esta tarjeta de visita con su nombre en
ella y me intrigaba.
—Déjame verla —gruñó.
—No. —La sujetó con fuerza.
—Dámela, Enya —le exigió. Echó el coche hacia el arcén y apretó los frenos con
fuerza—. Ahora.
Enya se la entregó sin ganas. John le echó un vistazo y bajó la ventanilla; Enya vio
lo que pretendía hacer y gritó en protesta, pero él la tiró por la ventana y volvió a
poner el coche en marcha, ganando velocidad enseguida.
—Idiota —le dijo—. Era mía.
—No te interesa nada ocultarme algo así.
—¿De qué estás hablando? No era ningún secreto, sencillamente me la encontré
en...
—No te la encontraste —replicó.
—Bueno —rebatió—, ¿qué sabes de Vicious, el supuesto vigilante, que tanto te
preocupa?
—Mis colegas y yo llevamos tiempo oyendo hablar de las hazañas de Vicious; sólo
es cuestión de tiempo que le pillen. Sé que no trae nada bueno, y deberías mantenerte
alejada de él.
—Ya juzgaré yo eso —le dijo sin más—. Me salvó la vida, ¿sabes?
—¿Le viste la cara? —preguntó, de pronto muy interesado en su respuesta—.
Nadie le ha visto jamás la cara.
—Vi sus labios. —Estuvo a punto de suspirar con el recuerdo.
—Dudo mucho que puedas identificar a una persona por sus labios —le dijo con
burla.

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—A lo mejor sí; eran unos labios dignos de recordar. —Sonrió.
—Oh, Dios, te has enamorado de él —le dijo, aterrado.
—No es verdad —mintió. Spada la miró fijamente y ella se echó a reír—. Vale, a lo
mejor un poquito, pero a ti también te habría pasado si le hubieras visto en acción. Se
mueve como una especie de mago; es sorprendente.
—No eres la primera que me lo cuenta —respondió—. Siempre que salva a
alguien los deja ansiando más; tanto a hombres como a mujeres. Es patético.
—Pues yo creo que es salvajemente romántico.
—Oh, Dios, dame un respiro —gruñó.
—Bueno, lo es. Un vigilante que va por ahí salvando vidas, ¿qué hay de malo en
eso?
—Se toma la justicia de su mano; eso es completamente ilegal —le dijo
severamente.
—¿Y qué? Ayuda a la gente.
—Infringir las leyes no ha ayudado nunca a nadie.
—Ahora mismo estaría muerta, de no ser por él —replicó—. Esos matones que me
perseguían anoche, iban a dispararme, pero Vicious me salvó de ellos. Y fue
sorprendente ver cómo lo hacía.
—Se mueve como un rayo, o eso dicen —dijo Spada suavemente.
—Así es, es la cosa más increíble que haya visto nunca. ¡Esquivó las balas! Y estoy
segura de que, si hubiera querido, habría caminado entre las gotas de lluvia. Si le
vieras, te darías cuenta de lo guay que es.
—Si le viera le esposaría y le encerraría.
—Oh, por favor —bufó—. ¡No puedes ser tan ñoño!
—Hombre que si puedo... —Se interrumpió maldiciendo fuertemente al ver que
una camioneta se estrellaba contra la parte posterior de su coche.
Enya gritó al ver que el coche se salía de la carretera a cien kilómetros por hora. La
camioneta aceleró y volvió a golpearles, esta vez haciéndoles dar un trompo. Spada
volvió a controlar el coche agarrando el volante con firmeza y aceleró, dejando la
camioneta atrás.
—Control, aquí Spada. ¡Nos están atacando, repito: nos están atacando! Solicito
refuerzos inmediatamente —habló con rapidez al walkie-talkie.
«¿Dónde estás, Spada?», le llegó la vocecilla del otro lado del micrófono.
Spada apretó los dientes y miró a Enya.

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—Si les digo dónde estamos, seguro que adivinan a dónde vamos. La cabaña está
cerca.
—¿Y podemos despistar a estos tipos? —preguntó, volviendo la vista para mirar a
la camioneta que seguía persiguiéndoles.
—Un segundo, lo intentaremos —respondió Spada, y aceleró a tope.
El motor del coche rugió y se pusieron a ciento setenta kilómetros por hora;
dejando la camioneta tras ellos.
—Debían de estar esperándonos en comisaría y nos siguieron hasta aquí —gruñó
Spada.
—Estamos dejándolos atrás —dijo Enya, sin dejar de mirarlos—. Corre.
—Estoy corriendo.
—Bueno, pues corre más —le instó.
El coche aceleró un poco más mientras Spada lo llevaba al límite; la camioneta se
perdía en el horizonte, incapaz de alcanzarles.
—Creo que ya está —dijo Enya al cabo de unos minutos—. Dios —exclamó—, ¿de
qué demonios iba todo eso?
—Deben de quererte desesperadamente para probar algo así, pero he prometido
mantenerte a salvo y eso es lo que voy a hacer. Ya casi hemos llegado.
Entraron en un caminito de gravilla que se adentraba en el bosque, lejos de la
autopista.
Condujeron en silencio varios minutos eternos mientras los kilómetros pasaban; la
carretera giraba en curvas profundas, adentrándose más y más en el bosque hasta
que llegaron a una cabaña oculta entre los árboles.
—Hogar, dulce hogar. Al menos una temporada —dijo Spada. Salió y sacó del
asiento de atrás la mochila con la ropa de Enya, así como su maletín plateado—.
Llamaré al jefe para contarle lo sucedido.
Enya miró la diminuta cabaña y suspiró:
—Bueno, vamos allá. A ver cuánto dura esto.

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Capítulo 4

Dos días después


John Spada miró a Enya, que dormía en la cama. Tenía el pelo moreno esparcido
por la almohada, lo que le daba un aspecto lascivo y salvaje con su pijama de
algodón. Su rostro estaba lleno de carácter: cejas negras y profundas sobre los
cerrados ojos marrones, una naricilla respingona y labios rellenos y sonrosados. Era
tan pequeñita que le llegaba por los hombros, pero no era delgada, sino rellenita,
redonda y completamente femenina. Era bastante adorable; se había dado cuenta de
ello enseguida.
Pero aún no sabía la fortaleza que demostraría en los próximos días. Se veía a la
legua que empezaba a cansarse de todo aquello, encerrada como estaba. Aunque no
podía hacer nada por ello; se había propuesto mantenerla a salvo y eso implicaba
quedarse donde estaban.
Siren la quería muerta, y ya lo había intentado tres veces. John sabía que le habían
puesto precio a su cabeza: un millón de dólares para el hombre que la callara para
siempre era una recompensa muy considerable, y Siren podía permitírselo de sobra.
El FBI estaba dispuesto a acabar con Siren; el conglomerado gigante había burlado
demasiadas veces la ley, y ahora uno de sus propios empleados les había pillado con
las manos en la masa. Se habían descuidado, y esta vez ni todo el dinero del mundo
podría salvarles.
Aun así, querían a Enya muerta. Por venganza, sin duda; para castigarla por
cantar y haber hecho lo correcto. Antes o después, si el FBI no hacía algo por
solucionarlo, alguien conseguiría acabar con ella.
John sabía que cuando volvieran a la ciudad no permitirían que estuviera con ella
las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana, como ahora, pero aun así
estaba decidido a mantenerla a salvo, aunque para hacerlo tuviera que romper un
par de normas.
Enya le gustaba como nunca le había gustado una mujer. Era inteligente, ingeniosa
y a veces completamente adorable. Sabía que odiaba tenerle todo el día encima, como
un perro guardián, pero también sabía que estaba intentando facilitarle el trabajo;
nunca se alejaba demasiado cuando salía a dar una vuelta y se pasaba la mayor parte
del tiempo merodeando por la cabaña, limpiando esto o lo otro, viendo la tele o
leyendo.
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Era fácil de vigilar.
Observó su manita fina y delgada, que apoyaba sobre la almohada junto a la
cabeza, y se dio cuenta de que llevaba demasiado tiempo mirándola. ¿Qué pensaría
si se despertaba? No le agradaría saber que iba a verla cada hora, todas las noches,
sólo para cerciorarse de que siguiera allí. Salió de la habitación y volvió a la cocina a
prepararse un tentempié.
No había demasiadas provisiones. De pronto, ese hecho le preocupó; sabía muy
bien que debía quedarse y protegerla, pero la cabaña parecía haber encogido en la
última hora. Lo pensó un par de minutos antes de soltar un suspiro largo y frustrado;
seguro que a Enya no le pasaba nada si salía un momento. Al fin y al cabo, era casi
media noche, no podía meterse en problemas a esas horas, ¿no? Decidió que debía
salir, aunque sólo fueran unos minutos, por su propio bien; e ir a comprar
provisiones al veinticuatro horas más cercano era razón más que de sobra. Cogió las
llaves del coche y salió de la cabaña en silencio, con cuidado de no despertar a Enya.
Se puso al volante y condujo el coche por el largo camino de entrada. Iba camino
de la autopista cuando todo se esfumó.

La cabaña era pequeña y estaba poco iluminada. Sólo había un cuarto y una cama,
y John había insistido en que Enya durmiera en ella, mientras que el policía había
estado durmiendo en el sofá. El bosque que los rodeaba propiciaba una intimidad
que Enya jamás había experimentado antes, acostumbrada como estaba al bullicio
constante de la ciudad. Por las noches, el sonido de los grillos era ensordecedor.
La cocina era pequeña, con una diminuta mesa de desayuno en medio. No tenían
demasiadas provisiones, sólo lo básico: pan, leche, queso... ese tipo de cosas. Habían
estado subsistiendo a base de sandwiches de queso tostados y sopa de tomate; era
casi como estar de acampada.
Durante el día, Enya intentaba ver alguna telenovela en la tele, pero no había
conseguido pillar el hilo de ninguna. Las telenovelas eran demasiado complicadas y
requerían demasiado tiempo para su gusto. Trató de leer alguno de los libros que
había en las estanterías, pero su mente se negaba a concentrarse el tiempo suficiente
para que el libro la enganchara.
De puro aburrimiento, Enya había paseado por los bosques que rodeaban la casa.
John la había acompañado a una distancia, decidido a no perderla de vista en ningún
momento.
Nunca había tantos árboles juntos. Había un arroyo a pocos metros de la cabaña, y
Enya se había quitado los zapatos para meterse en él y disfrutar de la sensación de
estar mucho más cerca de la naturaleza de lo que había estado nunca.

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John la acompañaba cada minuto del día, observándola como un halcón. Al
principio le había molestado un poco —John no le dejaba salir ni a la puerta de la
cabaña, sin su supervisión—, pero enseguida se había acostumbrado a tenerle
siempre cerca. Lo cierto era que tampoco tenía opción.
El estar encerrada con John Spada resultó ser mucho más divertido de lo que Enya
habría pensado en un primer momento. Era un hombre ingenioso, encantador y
considerado, por no hablar de lo atractivo que le resultaba. Se preocupaba de que no
le faltara de nada y la trataba con amabilidad. Enya no se había sentido tan segura
desde que empezó todo ese follón.
Por eso mismo cuando, pocos minutos después de media noche, se despertó y
descubrió que no estaba, le entró el pánico. No estaba su maleta, ni el coche. Se había
ido. Así, sin más. Sin una palabra.
No tenía ningún teléfono para llamar a la comisaría y preguntar dónde podía estar
Spada; no tenía forma de contactar con él directamente. Estaba encerrada en mitad
de la nada, perseguida, muerta de miedo y completamente sola.
Buscó por la casa y el terreno que la rodeaba. Llamó a John una y otra vez, pero no
obtuvo respuesta a sus gritos. No le había dejado ninguna nota, nada que le indicara
que fuera a volver pronto. Enya cogió una botella de agua de la nevera y volvió a su
habitación, intentando ignorar la sensación de aprensión que la embargaba.
Y lo que encontró allí la dejó de piedra.
—Hola de nuevo —dijo Johnny Vicious de entre las sombras, y la punta de su
cigarrillo encendido era el único punto de luz en la oscuridad. Su voz era oscura y
ronca, completamente masculina.
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó, tratando de que los ojos se le adaptaran
a la oscuridad y sorprendida de verle sentado en la mecedora que había junto a su
cama.
—Tengo mis medios —le dijo, y por el tono de voz supo que sonreía. Apagó el
cigarrillo en el tacón de la bota. El ala ancha de su sombrero, apenas visible en la
oscuridad, le escondía la cara y le daba un aire místico imposible de ignorar.
—¿Qué haces aquí?
—Asegurarme de que estás bien —le dijo dulcemente—. No he dejado de pensar
en ti desde aquella noche. Quería... necesitaba saber que estabas a salvo.
—No sé cómo de a salvo estoy; el oficial Spada se fue sin decir nada.
—Lo sé. Estoy seguro de que no pretendía asustarte. Probablemente no creyera
que fueras a despertarte mientras estaba fuera.
—A lo mejor tenía prisa. Es que no parece muy propio de él abandonar su puesto
así, eso es todo.
—Oh, John Spada es muy categórico en lo que se refiere a sus responsabilidades.
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Enya frunció el ceño.
—¿Conoces a John?
—Somos viejos conocidos, aunque no creo que él lo sepa aún —le dijo
misteriosamente.
—A lo mejor no quiere verlo —ofreció, sonriendo.
—No lo sabes tú bien —le dijo.
La sonrisa de ella desapareció.
—¿Quién eres, Johnny Vicious?
—No soy nadie. Soy vaho, un recuerdo. Nadie me conoce, así que apenas existo.
—Debe ser solitario —le dijo con suavidad.
—No lo era... hasta la otra noche, cuando te vi marcharte.
Aquellas románticas palabras hicieron que las rodillas se le derritieran como
mantequilla.
—¿Puedo encender la luz? —preguntó, temblorosa.
—No —respondió con una voz tan firme que le habría provocado un escalofrío si
no supiera que había ido allí para seducirla—. Déjala apagada. Me encanta el
misterio.
—No voy a acostarme con un hombre cuyo rostro desconozco —le dijo entre
dientes.
Johnny se echó a reír.
—¿Qué te hace pensar que quiero acostarme contigo? Te aseguro que en lo último
en lo que pienso es en dormir.
—Es gracioso; aun así, tengo que pedirte que te vayas. No soy de las de usar y
tirar. Ya tengo bastante en lo que pensar, sin las complicaciones, gracias.
—Un beso, entonces. Concédeme un beso y me marcharé.
Enya sintió que el corazón le daba un vuelco. Cubrió el espacio que quedaba entre
ellos en silencio. Aun sentado, la cabeza de él estaba a la altura de la de ella. Sintió su
aliento en la cara, dulce y cálido, como un rayo de sol, y suspiró de deseo.
—Un beso. —Inclinó la cabeza hacia él, retirándole un poco el ala del sombrero
para conseguir llegar a sus labios; aunque aun así no consiguió verle el rostro. Cerró
los ojos y dejó que el momento la llevara.
Su boca era como la seda en llamas contra sus labios. Sabía a cigarrillos aromáticos
y a virilidad picante. Olía a lluvia y al viento. Se acurrucó en sus brazos, buscando
más calor.

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Primero tenía ella el control, empezando el beso, y al minuto siguiente estaba en
su regazo, con sus brazos fuertemente alrededor de ella. La boca de él en la de ella,
su lengua entre sus labios, jugando con la de Enya. El sabor de Johnny creció en su
boca como una flor que se abre al sol.
Los labios de él se endurecieron sobre los de ella, tomando ahora en lugar de dar,
y Enya jadeó, abriéndose a sus besos apasionados. Le quitó el aliento y se lo
devolvió, llenándola de la esencia de su vida. El cuerpo de Enya se llenó de deseo y,
por cómo le notaba la polla de dura contra su trasero, supo que sentía más o menos
lo mismo que él. La fiereza con que le metía y sacaba la lengua de la boca le hacía
sentirse débil de deseo.
Se frotó contra su erección y le agradó oír cómo contenía el aliento. Dejó que sus
manos vagaran por el cuerpo de Johnny desde sus hombros, increíblemente anchos,
hasta la cintura, acariciándole. Era fuerte, todo músculo y fibra, un hombre duro.
De forma abrupta se separó de ella y volvió a ponerla en pie.
—Debería irme. He ido demasiado lejos.
—¿Dónde vas? —preguntó.
Le acarició la mejilla con los dedos.
—Estaré cerca, no te preocupes.
Con eso, se marchó como un rayo de luz, sin dejar rastro de haber estado nunca en
la habitación.

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Capítulo 5

Johnny Vicious, alias John Spada, llamó a la puerta del despacho de Ryan
Murdock. Abrió la puerta y metió la cabeza dentro.
—¿Tienes un minuto?
—Para ti, Vicious, siempre. Siéntate. —Le indicó una silla que había frente a él—.
Has estado ausente estas últimas noches.
—John ha estado muy ocupado —le dijo con una sonrisa desenfadada—. No he
tenido ni un minuto para mí en más de cuarenta y ocho horas.
Ryan Murdock se negaba a dejarse intimidar por el hombre claramente peligroso
que tenía enfrente.
—Tienes que llamarnos cuando vayas a ausentarte.
—Por si no te has dado cuenta, no puedo tomar el control sobre él así, tal cual. —
Chasqueó los dedos—. Sólo entro en juego cuando está en peligro o cuando se
impacienta, y últimamente John ha estado de capa caída.
—Tiene una mujer —dijo Ryan con comprensión.
Vicious intentó contener su sorpresa, pero no lo consiguió.
—Sí que sois rápidos, chico —dijo—. Estoy impresionado.
—Tratamos de controlar a nuestros "vigilantes". Y, Johnny, te agradecería
profundamente que dejaras de repartir tarjetas de visita; no queremos llamar la
atención, ¿no crees?
—Pero es muy romántico, ¿no te parece?
—Lo que hacemos no tiene nada de romántico —suspiró Ryan—. Sólo di que
intentarás llamarnos cuando no vayas a aparecer una noche, y que dejarás de repartir
tarjetas. Venga, dilo, aunque no lo digas en serio.
Johnny esbozó una sonrisa que se parecía demasiado a la de un tiburón.
—No me gusta mentir —dijo chasqueando la lengua.
—Por favor, Vicious, te lo estoy pidiendo amablemente.
—Vale, puesto que es tan importante para ti: intentaré llamar y olvidarme de las
tarjetas.

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—Bien —dijo Ryan con cierto alivio—. Ahora, ¿para qué querías verme?
—¿No lo sabes ya? —bromeó Vicious.
Ryan sonrió.
—Anda ya —dijo Vicious.
—Venga, suéltalo de todas formas, para que nos entendamos.
Vicious asintió.
—Quiero a Enya, y John también. Quiero que venga aquí, bajo vuestra protección,
mientras se resuelve el temita ese de Siren.
—Los de Siren están decididos a matarla —dijo Ryan con franqueza.
—Pero Siren no es ninguna amenaza para vosotros, y sé que os ocuparéis de Enya
perfectamente bien. Aquí estará a salvo.
—¿Le has preguntado si eso es lo que quiere?
—No he encontrado el momento de hacerlo, no —dijo Vicious, y sonrió con ironía
—. Pero quiera o no, la traeré aquí en un par de días. Cuenta con ello. Podéis haceros
cargo del FBI; promételes que cooperarás, cómprales o haz lo que sea para que se
retiren y dejen que se quede aquí. Sé que puedes hacerlo.
—Vaya, pareces creer que tenemos muchísimo poder sobre la ley.
—¿Y no es así? —replicó Vicious.
Esta vez fue Ryan Murdock quien esbozó una sonrisa irónica.
—Es posible.
—Bueno, entonces, ¿qué me dices? —presionó Vicious.
—¿Cómo se sentirá Spada por eso? ¿No querrá saber por qué de pronto nos
hacemos cargo de su caso?
—No me importa. Se dará cuenta de que está a salvo aquí. Debe hacerlo, no te
preocupes por ello.
—¿Estás intentando convencerme de ti? —preguntó Ryan a propósito.
—Buena pregunta —admitió Vicious—. ¿Sabes qué? Ni siquiera yo sé la respuesta
a eso.
—Pues será mejor que la encuentres rápido —dijo Ryan.

A la mañana siguiente, cuando Enya despertó, John Spada había vuelto. Le pilló
durmiendo en el sofá y aprovechó para estudiarle.

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Era muy alto, eso ya lo sabía. Pero lo que no sabía era que su cara, dormido, era
casi demasiado bonita como para ser la de un hombre. Tenía la piel bronceada por el
sol, el pelo marrón chocolate inundado de destellos dorados; las pestañas largas
como ventiladores oscuros sobre las mejillas; una nariz recta y estrecha, y la
mandíbula cuadrada y fuerte.
Tenía el cuello grueso por los músculos que le llegaban hasta la espalda. No era
excesivamente grande, pero estaba perfectamente en forma. Las caderas estrechas,
las piernas largas y musculosas bajos los vaqueros, con los muslos mucho más
gruesos que las pantorrillas.
No quería sentirse atraída por él en aquella situación; de momento seguía
enfadada con él por haberla dejado sola en mitad de la noche.
Cogió un cojín del sofá y le golpeó con él en la cabeza; John se despertó con un
sobresalto y se puso en pie tan rápido que la sorprendió.
El susurro de un recuerdo la engañó en lo profundo de su mente.
—¿Dónde estabas anoche? —exigió.
Él la miró.
—Salí a comprar más provisiones. No sé tú, pero yo ya estoy harto de la sopa de
tomate y los sandwiches de queso.
—¿A medianoche? ¿Saliste en mitad de la noche para comprar provisiones? —
preguntó sin dar crédito a lo que oía.
—No pensé que fueras a despertarte mientras no estaba.
Se miraron el uno al otro.
—Vale —dijo Enya al final—. Pero no vuelvas a irte así; quise morirme de miedo
cuando vi que no estabas.
—Lo siento. ¿Pasó algo digno de mención mientras no estaba?
—No —mintió—. Me levanté a por un vaso de agua y volví a la cama. ¿Qué otra
cosa iba a hacer?
La miró como si no la creyera en absoluto.
—Si hubiera pasado algo me lo dirías, ¿verdad?
—Por supuesto. —Intentó no sentirse culpable por mentirle tan descaradamente,
pero no lo consiguió.
John suspiró y se pasó las manos por el pelo.
—Venga, ¿qué te parece desayunar Cap'n Crunch?
—Me parece genial. —Le siguió hasta la cocina para ayudarle a prepararlo.

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Capítulo 6

—¿Tienes algún dos?


—Robas.
John cogió una carta del montón.
—¿Algún siete? —preguntó Enya.
—Joder. Toma. —Le entregó una carta.
—¿Soy yo o estamos aburridísimos? —le preguntó. John se echó a reír.
—La claustrofobia es malísima.
—Vamos a ver un poco la tele —sugirió Enya, dejando las cartas sobre la mesa.
Pasaron al cuartito de estar y encendieron la televisión, que volvió a la vida para
mostrar las noticias. Lo que escucharon hizo que el corazón de Enya se pusiera a
tamborilear como loco y tuviera que dejarse caer en el sofá, junto a John.
«El portavoz de Siren Corporation no ha querido hacer ningún comentario, pero
ahora que dos de sus directivos están arrestados por investigaciones dudosas no es
raro que el conglomerado quiera guardar silencio. Los federales han requisado la
oficina central de Siren, aquí en Cleveland, y aún no se sabe si habrá más arrestos,
aunque es muy probable que así sea.»
John cambió de canal y unos dibujos animados de colores llamativos llenaron el
silencio que se había hecho entre los dos.
—Estás haciendo lo correcto, ¿lo sabes? —le dijo con amabilidad.
—Al principio creía que así era, pero después de todo esto casi desearía haber
mantenido la boca cerrada.
—La justicia nunca es fácil. Soy policía desde hace nueve años y muchas veces me
pregunto si de verdad merece la pena. Son tantos los criminales que se cuelan por las
grietas del sistema que lo sorprendente es que tengamos a ninguno entre rejas.
—¿Qué pasará conmigo cuando todo esto haya terminado? Ya ni siquiera tengo
trabajo y, de todas formas, ¿quién iba a contratar a una soplona como yo? Yo no lo
haría, desde luego.
—No todos los negocios son igual de corruptos que Siren. Encontrarás otro trabajo
—le dijo para animarla.
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—Ojalá estuviera tan segura como tú —respondió, mirando los dibujos de colores
llamativos que aparecían en pantalla.
—Ya verás como todo se arregla.
—Sólo desearía... —Se le quebró la voz y tuvo que intentarlo de nuevo—: Sólo
desearía no haber sido yo; que otro hubiera descubierto todo esto. Eso deseo.
—Pero te ha sucedido a ti, y ahora no puedes retroceder. Además, estás haciendo
lo correcto; eso te convierte en una persona muy valiente y honesta, si me permites.
Es mucho más de lo que habría hecho la mayoría de la gente, créeme. —John la tomó
de la mano.
Una llama de deseo cobró vida cuando la tocó y los dos retiraron la mano
apresuradamente, como si hubieran hecho algo malo. Era como si una corriente que
ninguno de los dos pudiera negar o ignorar estuviera pasando por debajo de ellos.
Enya sintió que los pezones se le endurecían de anticipación; sabía que el deseo
era la consecuencia lógica de estar tanto tiempo encerrada con un tío que estaba
buenísimo, pero no le importaba. Se deleitaba en ello.
Los ojos de John se encontraron con los de ella y volvió a tomarla de la mano. Se la
llevó a la boca y le dio un suave beso; su cálido aliento corrió por el cuerpo de Enya,
haciendo que se le pusiera la piel de gallina. Todo ello sin que John apartara la vista
de ella: el centro de esos ojos verdes eran un aro de fuego.
Con un hambre que la sorprendió por su intensidad, Enya se dio cuenta de que le
deseaba.
Mucho.
Aquello no era sólo una consecuencia; era una necesidad muy real y peligrosa.
Le dio la vuelta a la mano y depositó un beso en la palma, prolongándolo de tal
forma que Enya sintió cada matiz de su caricia.
—No deberíamos hacer esto —murmuró contra la palma de su mano—. Estás
angustiada.
—Sé lo que quiero —le dijo, derritiéndose en él—. Y la situación en la que me
encuentro no tiene nada que ver con ello —dijo mientras se comía con los ojos el
cuello fuerte y gordo de John, quien tragó con fuerza.
Le besó las muñecas y sintió su pulso con fuerza contra los labios. Levantó una de
las manos para jugar con un mechón de su pelo largo y moreno; le recorrió el brazo
con la boca para llegar, enseguida, a la unión del hombro con el cuello, donde hundió
la boca, quemándola.
A Enya le fascinaba el pelo, brillante y color chocolate de John; lo había hecho
desde el momento en que la vio. Sentía debilidad por los castaños, siempre había
sido así. Ahora, enredó los dedos entre su pelo y sintió su cálida y sedosa textura,

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que se deslizaba entre sus dedos como agua. John gruñó contra la garganta de Enya y
ésta soltó un gemido sin aliento.
De alguna forma, una de sus manos se abrió paso bajo la camisa para acariciarle la
redondez de su vientre y arrancarle, así, un gemido.
—No volveré a preguntártelo, Enya —susurró—. ¿Estás segura de que estás
preparada para esto?
Fue incapaz de encontrar las palabras, pero dijo que sí rápidamente con la cabeza.
Su aquiescencia desató algo salvaje dentro de él y la llevó al sofá, donde la colocó
debajo de él; de pronto, sus manos estaban por todos lados y a Enya prácticamente se
le cayó la ropa. El cierre frontal del sujetador se abrió bajo los hábiles dedos de John y
Enya contuvo el aliento.
Le acarició los pechos, cuyos pezones sobresalían por el hueco que quedaba en
medio de sus diestras manos. Amasó unos minutos su carne redonda y rellena antes
de frotarle los pezones con los dedos. Enya no pudo evitar gemir y arquearse contra
sus caricias con gracia felina.
John le desabrochó los vaqueros y tiró de ellos hasta quitárselos y lanzarlos al
suelo. Se arrancó la camisa para lanzar junto a los vaqueros de Enya. Su torso, amplio
y fuerte, era mucho más musculoso de lo que se esperaba; tenía pectorales fuertes
como piedras y tableta de chocolate por abdominales.
Enya no se había tirado nunca a nadie tan fornido como él.
La hacía parecer pequeña allí, en el sofá, mientras sus ojos verdes recorrían cada
parte de su cuerpo. Le cubrió el sexo con la mano por encima de las braguitas y sintió
cómo se humedecía aún más contra la mano de él.
—Eso es, moja las braguitas para mí, muñeca —gruñó.
Se derretía con sus caricias y se arqueó contra su mano; él apretó la mano aún más
contra ella, masturbándola a través de la suave seda. Hundió la cabeza morena para
llevarse uno de los pezones a la boca.
Enya profirió un grito salvaje y le apretó la cabeza contra el pecho; él la lamió y
chupó hasta que le dolieron los pezones, y luego se movió al otro pecho para
prestarle la misma atención que al primero. La mordisqueó y Enya se estremeció.
Los dedos de John se abrieron paso a través de las braguitas y juguetearon con los
labios bien afeitados de su cono.
—Dios, estás tan mojada —gruñó contra la piel de Enya, y le metió dos dedos
largos y con fuerza en el conejito. Ella se corcoveó contra él, cabalgando
gustosamente sobre su mano; a cada empellón, el pulgar de John daba contra el
clítoris de Enya, volviéndola loca de placer. Encontró el botón de los vaqueros de él y
forcejeó para quitárselos. Temblaban tanto que sólo había conseguido bajarle la

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cremallera hasta la mitad antes de que John le tomara el relevo, apartando para ello
la mano de su coño y arrancándole un gemido por la pérdida.
Se quitó los pantalones en tiempo récord, y los calzoncillos de seda detrás. Cuando
Enya vio la gigantesca circunferencia de la polla de John, estuvo a punto de
desmayarse.
¡Dios mío, era más gorda que la muñeca de ella!
Medía por lo menos veinticinco centímetros de largo; suave y oscura, tenía una
verga maravillosa. Se afeitaba, algo que Enya jamás había visto en un hombre, y tenía
las pelotas llenas bajo la erección, magníficas, redondas y deliciosas a la vista.
Pero era tan gorda. No estaba segura de poder metérsela de golpe.
La cabeza del mango, oscura y llena de sangre, soltó una lágrima de deseo que
Enya recogió con el dedo. Se la lamió y la mirada de John la abrasó mientras
observaba cómo sacaba la lengua para saborearle.
Cayó sobre ella como una bestia, subiéndole las piernas para que le rodearan la
cintura. Se la metió con fuerza sin previo aviso, arrancándole un grito. ¡Dios! La llenó
tanto que estaba segura de que iba a estallar. La polla de John era tan pesada, tan
larga y ancha que por unos instantes pensó que se desmayaría del shock.
Le acarició el cuerpo con los dedos hasta encontrarle el clítoris; se concentró en su
objetivo, frotándoselo y pellizcándoselo hasta que estuvo inflamada y dolorida.
Empujó de nuevo y ella se abrió a él, permitiéndole entrar más.
—Venga, muñequita, aún te quedan un par de centímetros más —gruñó.
Se derritió y sintió cómo su cuerpo le permitía el paso; John se la hundió hasta las
pelotas y le gimió al oído:
—Dios, estás tan jodidamente buena —le dijo.
Le empujó las piernas más hacia arriba, deslizándose lo impensable dentro de ella.
Le enganchó los tobillos por detrás del cuello y empezó a montarla; se deslizaba
dentro y fuera de ella como si estuviera hecha para él. Enya no podía creerlo, pero
sintió las primeras pulsaciones del orgasmo y gritó.
John le frotó el clítoris hasta que sintió que se corría, y lo hizo con tanta fuerza que
vio las estrellas y, cuando volvió en sí, fue para encontrarse con que John la miraba
fijamente.
—Aún no he acabado contigo —le murmuró, y empujó contra ella, con fuerza,
obligándola a abrirse para recibirle.
Se miraron a los ojos largo y tendido, unos momentos deliciosos en los que él
empujó dentro y fuera de Enya en incontables ocasiones. Llegó hasta su centro y le
tocó el corazón; Enya sentía el pulso en la garganta y le rodeó el cuello con más
fuerza con las piernas.

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John le puso las manos por detrás, pellizcándole el trasero y levantándola aún más
contra él. Le acarició el ano, provocándola y, seduciéndola para que volviera a
correrse, empujó con más fuerza y jugueteó con su clítoris.
John se estremeció contra ella y gruñó. Con un fuerte empellón se corrió en ella,
llenándola con su ardiente leche y humedeciéndola aún más con sus jugos, haciendo
que le sintiera mientras se deslizaba y movía dentro de ella, sin dejar de empujar.
Nunca había sentido nada tan erótico como el roce de su piel contra la de ella y, con
un grito salvaje de sorpresa, sintió que volvía a correrse.
Esa pasión, esa lujuria, ese deseo intensivo les consumía todo el tiempo. Enya no
comprendía cómo podía haber sucedido tan rápido. Su cuerpo le pertenecía como
jamás había pertenecido a nadie; ningún amante le había hecho sentirse igual, sólo
John. Había sido capaz de hacerla sentir tan increíble que se había olvidado de todos
sus problemas.
Bajó de los cielos y se encontró descansando sobre John, quien se había movido
para no aplastarla con su peso. Tenía la cabeza apoyada sobre el amplio pecho de él,
las piernas entrelazadas con las suyas y le pasaba las manos de la cabeza a los pies,
acariciándola como si fuera un gatito.
En cuestión de minutos, Enya estuvo tan relajada que se quedó dormida.

~35~
Sherri L. King Archivo Sterling I

Capítulo 7

Cuando Enya despertó, la cabaña estaba a oscuras. La única luz que entraba por
las ventanas y provocaba sombras en la oscuridad provenía de un rayo de luna. Enya
se liberó del abrazo de John, con cuidado de no despertarle, y fue a la cocina a por un
vaso de agua.
Se sentía confusa y cálida, un poco dolorida al caminar. Tenía los pezones
endurecidos por el frío aire de la noche, aún enrojecidos por los besos de John.
Se bebió el vaso de agua con una sed que no la sorprendió tras el esfuerzo que
había hecho en manos de su amante. De lo rápido que se lo bebió, le goteó un poco
por las comisuras de la boca, que le cayó por los pechos, acariciándola como poco
antes habían hecho los dedos de John.
Enya volvió al sillón y le miró, intentando ver a través de las sombras. Un rayo de
luna le iluminaba la boca... y los recuerdos que la habían asaltado desde que
conociera a John cobraron de pronto sentido en su mente.
—¡Serás cabrón! —gritó, tirándole del pelo para despertarle.
—¿Qué demonios? —Se levantó del sofá de un brinco—. ¿Qué sucede? ¿Estás
bien?
—¿Bien? ¿Que si estoy bien? ¡No, no estoy bien, cabrón! Que te jodan, montón de
mierda. —Imitó su voz—: "Sé que no trae nada bueno, y deberías mantenerte alejada
de él", ¿no fueron esas tus palabras?
—¿De qué estás hablando? —gruñó, tomándola por los hombros y sacudiéndola.
—Sabes muy bien de qué estoy hablando —rugió—. ¡Eres Johnny Vicious!
John contuvo el aliento y volvió a sacudirla.
—No bromees con eso, no pienso aguantarlo.
—¿No piensas aguantarlo? ¡Dios, pero qué idiota eres! Deberías preocuparte por lo
que aguantaré yo, ahora que sé quién eres. Podría delatarte a la policía y te
arrestarían inmediatamente.
—No soy Johnny Vicious —protestó.
Pero Enya pilló la inflexión de su voz que delataba que su propia mentira no le
convencía del todo.

~36~
Sherri L. King Archivo Sterling I
—Te he reconocido por la boca; nadie tiene esa boca. Eres Johnny Vicious,
admítelo.
—Creo que has estado sometida a demasiado estrés. Estás diciendo cosas
absurdas.
—¿Crees que estoy loca? —estalló.
—No pienso discutir esto. —John se puso los pantalones sin preocuparse por los
calzoncillos—. Me voy —le dijo—. Necesito estar a solas.
—No puedes dejarme aquí —gruñó.
—No será mucho tiempo. Necesito pensar.
—Vale, que así sea. Vete. —Se giró y caminó hacia la habitación, sin importarle su
desnudez, y cerró la puerta de golpe.
Unos minutos después, oyó el ruido del coche de John. Arrancó y oyó las
piedrecillas al golpear contra las ruedas.
—Joder —dijo enfadada, y se tiró sobre la cama.

John se frotó la cara con una mano mientras aceleraba por el camino de tierra,
alejándose de la cabaña. Ya nada tenía sentido, y por eso estaba cabreado.
¿Era Johnny Vicious? ¿Por eso no hacía más que despertarse en lugares raros? ¿Por
eso estaba tan familiarizado con los sórdidos bajos fondos de Cleveland? El último
año y medio había estado cazando a delincuentes a diestro y siniestro, como si
hubiera sabido exactamente dónde encontrarlos. ¿Podía esa ser la razón?
No lo sabía.
Así de sencillo. Y, como no lo sabía, temía que fuera por eso. ¿Pero cómo? ¿Cómo
iba a ser Johnny Vicious y no saberlo? La respuesta a aquello era demasiado
terrorífica.
Salió a la carretera principal y se dejó hipnotizar por las líneas que la rodeaban,
tranquilizándose. Le neblina gris le embargó y el resto del mundo se desvaneció.

Enya sintió que unas manos le acariciaban el pelo y se despertó sobresaltada.


—Hola, preciosa —dijo Johnny Vicious, sentándose al borde de la cama—.
Tenemos que hablar.
Enya tiró de la sábana para cubrirse el pecho.
—Creo que ya es un poco tarde para eso —le dijo con voz ronca.

~37~
Sherri L. King Archivo Sterling I
—¿Así que admites que eres Johnny Vicious? —exigió.
—Soy Johnny Vicious, pero no creo que John pueda aceptarlo del todo aún.
—¿De qué demonios estás hablando?
Johnny se quitó el sombrero de la cabeza, revelando sus ojos verdes.
—Ya viste lo confundido que estaba John cuando te enfrentaste a él. No sabe que
somos la misma persona, pero empieza a sospecharlo.
Enya le miró con la boca abierta.
—Pero eres John.
—Técnicamente, sí.
—¿Cómo que "técnicamente"? ¿A qué cojones te refieres con eso?
—Compartimos cuerpo, pero no la misma parte del cerebro.
Enya sacudió la cabeza.
—No entiendo cómo puede ser.
Johnny sonrió despacio y Enya tuvo que luchar por mantenerse firme.
—Soy su alter ego; una personalidad completamente distinta. John no tiene ni idea
de lo que sucede cuando tomo el control; sencillamente, se queda en blanco y
aparezco yo.
—No puedo creerlo —suspiró, temblando.
—No creo que debas volver a mencionarme con John, parece que le incomodo.
—Vaya, me pregunto por qué —dijo Enya, apartándose de él.
—No voy a hacerte daño, no tengas miedo.
—¿Cómo no voy a tener miedo? Estás hablando de dobles personalidades, ¡no
consigo imaginar siquiera cómo controlar la situación!
—John aún no está listo para enfrentarse a mí, ya está bastante estresado
protegiéndote.
—¿¡Para enfrentarse a ti?! ¡Sois la misma persona! —gritó.
—Antes o después tendrá que reconocerlo, pero todavía no está listo.
—¿Cómo es que sabes tanto de él si él no sabe casi nada de ti?
—Me tomé como reto personal estudiar a fondo a mi alter ego. No sé todo lo que
sabe él, pero me hago una idea. Por ejemplo, sé que nunca se ha corrido tanto dentro
de una mujer como en ti.
Enya jadeó.
—Eres un capullo insensible.

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—No puedo evitarlo, me pones desde la primera vez que te vi. Ese pelo oscuro y el
olor a canela... me vuelven loco. No me extraña que también le gustes a John.
Enya se estremeció; pese al cabreo que tenía, sus palabras estaban seduciendo una
parte muy primitiva de ella.
—Aún puedo olerte en mi piel —susurró con lascivia.
—Para —protestó.
—¿El qué? —dijo con voz ronca.
—Esto, deja de intentar desequilibrarme.
—¿Eso es lo que estaba haciendo? Y yo que pensé que estaba seduciéndote...
—No —protestó—. No puedes seducirme; ahora no.
—Pero puedo divertirme intentándolo, ¿no?
—Cállate. Déjame pensar, ya no sé ni dónde estoy.
—Me sentí más o menos igual la primera vez que me encontré con John. Pero te
acostumbrarás. Yo lo he hecho, y ya sabes que mi situación es más bien precaria.
—¿Cómo sucedió? —preguntó.
—No lo sé muy bien. Un día aparecí ahí, separado de John, como si hubiera
nacido siendo alguien distinto. John estaba cansándose de hacer cumplir la ley; había
visto cómo demasiados tipos malos cometían delitos y se libraban. Así que aparecí y
encontré la manera de asegurarme de que los delincuentes no se escaparan.
—Los matas.
Johnny se sorprendió.
—No, me limito a atraparles con las manos en la masa y espero a que aparezcan
los policías. John se encarga del resto. Soy un vigilante, no un asesino, ya has visto mi
tarjeta. —Sonrió.
—¿Siempre les das tu tarjeta de visita a los que salvas? —preguntó.
—Sí. Es la única marca que puedo dejar. Además, me gusta la idea absurda de
llevar tarjetas de visita en el abrigo preferido de John. Las ha descubierto un par de
veces y ahora ya casi nunca mete las manos en los bolsillos. Ya verás, te darás cuenta
enseguida, ahora pasa de los bolsillos.
—Nunca le he visto llevar ese abrigo.
—Suelo llevarlo doblado en el maletín, junto con las escopetas y el sombrero.
—No es verdad, he visto qué hay en el maletín. Sólo hay unos papeles y la Beretta
de John.
—Tiene un compartimento secreto. Y yo soy el único que se sabe la combinación
—dijo Johnny.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
—Demuéstramelo —exigió.
Johnny se levantó y salió de la habitación, para volver al cabo de unos minutos
con el maletín plateado excesivamente grande y grueso. Lo dejó sobre la cama e
introdujo la clave: 777, los número del cielo. El maletín se abrió, mostrando un
compartimento que ocupaba casi todo el espacio del maletín.
—¿Y John nunca se ha dado cuenta de lo grueso y grande que es?
—John sólo se da cuenta de lo que quiere, en lo referente a cosas que me
conciernen a mí o mis quehaceres.
—No puedo creer todo esto —dijo—. Es demasiado para asimilarlo, creo que me
estoy volviendo loca.
—Bienvenida al club —rió.
Enya ahogó una carcajada no sin cierta sorpresa. Nunca se le habría ocurrido que
pudiera reírse ante una situación así. Después de un día tan prometedor, estaba
resultando ser una noche de lo más extraña.
—Bueno, me piro. John debe de estar deseando volver a ti. Se preocupa, ¿sabes?
Enya frunció el ceño.
—No como tú.
—Culpable. Soy la parte de John que puede ser completamente libre. La
preocupación no es más que una pérdida de tiempo, si quieres saber mi opinión. —
Recogió el maletín y fue hacia la puerta. Se detuvo—. Sé amable con John, si puedes.
Está atravesando un mal momento ahora mismo.
—¿Y yo no?
—Podrás soportarlo.
—¿Y John no?
—Estoy aquí, ¿no? Creo que eso demuestra bastante bien lo mal que lleva John el
estrés.
Esta vez Enya sí que se rió, aunque se sintió culpable de inmediato.
—No te sientas demasiado mal —dijo, como si le hubiera leído la mente—. John es
fuerte, pero yo más, eso es todo. —Y con eso se marchó.
¿Cómo demonios conseguía moverse así?
La pregunta inundó el resto de su noche en vela.

~40~
Sherri L. King Archivo Sterling I

Capítulo 8

A la mañana siguiente
John le sirvió los huevos revueltos en silencio.
—¿No vas a hablarme? —le preguntó al fin—. No tenemos por qué hablar de lo de
anoche, si no quieres.
Se dejó caer en la silla que había frente a ella.
—Te he comprado jabón para que te des un buen baño —dijo al cabo de un rato—.
Con olor a jazmín, espero que te guste.
Le apetecía un montón el baño de burbujas, en especial porque seguía dolorida.
—Perfecto —dijo, y lo decía en serio.
—¿Has dormido bien?
—No.
—Yo tampoco. Creo.
El teléfono de John sonó y Enya pegó un brinco. John miró el número de quien
llamaba.
—Es el jefe —dijo, y respondió al siguiente tono.
Enya volvió a su habitación, preguntándose cuál sería el siguiente paso, cómo
sortear el hueco que se había formado entre John y ella. Sabía que no tenía que hablar
de Johnny, pero era incapaz de pensar en otra cosa.
John tenía la mente dividida en dos partes iguales pero únicas a su vez. ¿Cómo
podía ayudarle? ¿Cómo iba a unir las dos partes? ¿Era eso posible siquiera? Tenía
que volver a casa y recuperar su ordenador para investigarlo a fondo.
Además, tenía que descubrir cómo era posible que Johnny Vicious se moviera
como lo hacía, aun siendo humano. Enya jamás había visto a nadie moverse así de
rápido, ni la mitad siquiera. No sabía si aquello era siquiera físicamente posible.
Se sentó en la cama... y las paredes explotaron a su alrededor.
Armas de fuego, pesadas y rápidas, asaltaron la casa. Atravesaron las paredes
como si estuvieran hechas de papel y no de madera. Enya gritó y se tumbó en el
suelo justo cuando los añicos de cristal de las ventanas volaban sobre ella.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
—¡Enya! —John entró volando en la habitación y se tumbó junto a ella—. ¿Estás
herida? —preguntó.
—No —gritó, al tiempo que una nueva ráfaga de balas inundaba la habitación.
—Venga —le dijo, tomándola del brazo y levantándola literalmente del suelo. Una
bala pasó silbando junto a la oreja de John, pero la ignoró mientras la llevaba al salón
medio arrastrada, medio en volandas.
—¿Cómo nos han encontrado? —chilló.
—Joder, debieron de verme ayer por la noche y seguirme hasta aquí.
—Mierda —dijo—. Ahora que empezaba a acostumbrarme a este sitio.
Su débil amago de chiste no logró desconcertarle, de lo decidido que estaba a
ponerla a salvo.
—¿Cómo escaparemos? —preguntó.
—Vamos a salir por la puerta principal.
—¿Estás loco? ¡Nos matarán!
Sus ojos verdes brillaron, mirándola fijamente.
—No —le dijo, con voz de acero.
Cogió el maletín de debajo del asiento e introdujo la clave 187, el código policial
para los homicidios. Sacó la pistola y volvió a cerrar el maletín. Una bala entró en el
salón y John apenas consiguió apartar a Enya a tiempo. Pasó junto a los dos silbando
para ir a hacer añicos una lámpara. John se volvió y disparó por donde había entrado
la bala.
Oyeron un gruñido y Enya supo enseguida que John le había dado al blanco.
—Venga —dijo, incitándola a salir al tiempo que cogía el maletín.
Las balas volaron ante ellos pero John siempre parecía ir un paso por delante,
esquivándolas con una gracia y agilidad que recordaba completamente a Vicious.
Disparó contra los árboles, abriéndose camino hasta el coche con una ráfaga de balas.
Prácticamente la lanzó en el asiento delantero y se deslizó por el capó del coche
para ponerse al volante. Lanzó el maletín en el asiento de atrás y arrancó el coche,
cerrando la puerta de golpe.
Puso el coche en marcha y salieron de allí escupiendo una nube de polvo.
El coche saltó y se estremeció a medida que fueron ganando velocidad, golpeando
rocas y piedras que había en el camino. El cristal de atrás reventó y Enya gritó. Miró
hacia atrás y vio la misma camioneta que les había perseguido un par de días antes,
en plena persecución.
—Joder, coge el volante, Enya —dijo John.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
A Enya no le quedó más remedio que ponerse al volante al ver que John se
deslizaba al asiento trasero. Cogió el volante y se puso en el asiento del conductor. Al
principio le costó un poco controlarlo, pero enseguida dominó el asunto y llevó el
coche por la carretera que se alejaba de la cabaña.
John disparó su arma a través de la ventana trasera, apuntando a las ruedas de la
camioneta, cuyo conductor pegó un volantazo hacia la izquierda, pero enseguida
volvió y devolvió el ataque. Enya hundió la cabeza, como si con ello fuera a impedir
que una bala le diera, y aceleró al máximo.
Se metieron en la autopista en dirección contraria, pero por suerte no había tráfico
a la vista. Enya cogió velocidad y enseguida la camioneta empezó a perderles. John
recargó el arma y volvió a disparar por la ventana trasera, dando esta vez en el
blanco. La camioneta se salió violentamente de la carretera, dio una vuelta de
campana y aterrizó en la mediana.
—No te pares, sigue —le dijo John.
—Tengo que dar la vuelta —respondió y frenó con fuerza, haciendo un giro de
ciento ochenta grados con el coche.
Aceleró al pasar junto a la camioneta y no pudo evitar quedarse embobada
mirándolo. Había aterrizado al revés. Los de dentro no se movieron, pero Enya no
estaba dispuesta a detenerse a ver si había algún superviviente. Dejó la camioneta
atrás, alejándose todo lo rápido que pudo.

Cuatro horas después


El hotel estaba en calma y apenas tenía visitantes. No era el sitio más espléndido
del mundo, pero era cómodo, cosa que Enya agradeció. Se dejó caer con un suspiro
sobre una de las dos camas y observó a John dejar el maletín sobre una silla.
—Aquí estaremos a salvo, hasta que se me ocurra algún otro sitio al que llevarte
—le dijo con voz ronca y cansada.
—¿Qué sucede? —le preguntó, preocupada.
Los ojos de John se oscurecieron.
—Te puse en peligro anoche, dejándote sola. Y los llevé hasta ti. Todo porque me
dejé llevar por mi temperamento. Lo siento.
—No lo sientas —le dijo—. Estamos bien, y por ahora estamos a salvo, como
acabas de decir. Además, probablemente esos tipos estén bastante jodidos. No
podrán molestarnos por un tiempo.
—Siren te quiere ver muerta.
—Sí. —Cerró los ojos y se tumbó sobre la cama.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
—No dejaré que te hagan daño —le dijo.
—Lo sé —respondió ella.
Se reclinó junto a ella en la cama y la rodeó con los brazos para abrazarla con
fuerza. Enya dejó que la sostuviera, apoyando la cabeza en su pecho y
tranquilizándose con los latidos de su corazón. Pronto cayó dormida en sus brazos.

Enya se despertó al cabo de un tiempo en una habitación oscura, lo que la


sorprendió porque ella no había apagado las luces. Y, para mayor confusión, estaba
desnuda en la cama.
John estaba tras ella, explorándole la nuca con los labios, y Enya se acomodó
contra él, ansiando sus caricias. John deslizó la mano hacia el pecho para cubrírselo;
al instante, se le endurecieron los pezones y gimió suavemente.
Movió la mano hacia la pierna de ella, de la que tiró para colocarla sobre la de él.
Se colocó entre las piernas de Enya y presionó la tórrida y dura polla contra su coño
ya húmedo. Tiró de sus piernas para frotarle la verga contra sus jugos, empujando
una y otra vez con las caderas.
Enya se estremeció en sus brazos. Los labios de John se pasearon por el hombro de
ella, mordisqueándola. Enya se movió contra él y volvió a gemir, buscando un mayor
contacto.
—Follame, John. Follame con fuerza para que me olvide del resto —le suplicó.
Él colocó la polla contra ella y se detuvo.
—Me llamo Johnny —le dijo quedamente, y empujó con fuerza para meterse en
ella.
Enya gritó y trató de liberarse de su abrazo, pero Johnny la sostenía con fuerza, su
cuerpo era parte de ella.
—Shhh —chistó—. ¿Me sientes dentro de ti? Ahí es donde pertenezco. Cuando
estoy dentro de ti me siento como si estuviera en casa. —Volvió a empujar con
fuerza, meciéndola con las caderas.
Enya sólo pudo derretirse contra él.
La mano de Johnny le acariciaba la parte de delante, concentrándose en sus pechos
y en su vientre para después bajar y juguetear con su coño. Enya jadeó y se movió en
respuesta a sus caricias, permitiendo con ello que su polla entrara cada vez más
hondo. Los dedos de Johnny encontraron el clítoris de ella, quien gimió cuando le
frotó y pellizcó el duro botón de carne.
Un segundo después, la dio la vuelta sobre la cama; le colocó una almohada bajo
las caderas para levantarla y acercarla a él y la penetró hasta las pelotas. Le apretó los

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cachetes del culo con las manos hasta que Enya gritó con los pellizcos; le azotó el
trasero y ella gimió, convirtiéndose su cuerpo en líquido. Volvió a azotarla y empezó
a montarla.
Enya tenía el culo ardiente y dolorido, y el coño estirado a más no poder, pero
quería más, desesperadamente.
Johnny le metió un dedo en la boca y ésta lo chupó; luego, le retiró el dedo para,
un segundo después, deslizado por el estrecho agujero de su ano. Enya gritó y se
cerró sobre él, pero éste siguió follándola, llenándole el coño con su polla y el culo
con el dedo.
Tocó algo muy dentro de ella, a lo que llegaba con cada empellón. Volvió a
azotarla y Enya se corrió con un grito. Mientras se contraía alrededor de su verga,
Johnny empezó a meterle y sacarle el dedo del ano, consiguiendo con ello que su
orgasmo alcanzara unos límites hasta entonces insospechados.
El tiempo pareció detenerse; Enya miró a su alrededor y vio una mosca minúscula
flotando en el aire, y vio cada uno de los movimientos de sus alas. Los movimientos
de Johnny también parecieron detenerse en el tiempo, su cuerpo se movía con gracia
sobre ella, como si bailara. Como las olas del océano.
Se corrió con fuerza. Con tanta, que sollozo y se retorció para que la abrazara, pero
Johnny la sostenía con fuerza en su sitio, sin dejar de follarla. Un minuto después,
gruñó y le llenó el coño de su semen cálido y cremoso.
Una vez terminado, cayó sobre ella, aplastándola contra el colchón.
—Dios, ha sido sorprendente —murmuró Johnny, fascinado.
Enya estaba completamente de acuerdo con él.
—¿Qué estás haciendo aquí, Johnny?
—Follarte —dijo riendo.
Enya salió de debajo de él y se deshizo de su abrazo.
—Ya me he dado cuenta de eso —le dijo con descaro.
—Bien. No me gustaría tener que volver a demostrártelo tan pronto —dijo riendo.
Enya le miró y, por primera vez, se dio cuenta de que llevaba puesto el sombrero.
Pese al ejercicio que habían hecho, no se le había caído.
—¿Siempre llevas el sombrero, Johnny?
—Siempre. John odia llevar sombrero, pero a mí me gusta. O tal vez debería decir
que le tengo especial cariño a éste.
—¿Y eso? —preguntó.
—Era de mi abuelo —respondió. Luego frunció el ceño—: O del abuelo de John.
Lo que sea.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
Enya pensó en lo extraña que era aquella situación, y así se lo dijo:
—Creo que esto es demasiado para mí ahora mismo —gruñó, medio en serio sólo,
pues le ardía aún el cuerpo con el calor del orgasmo.
Johnny se levantó, su cuerpo maravilloso desnudo, y la tomó de la barbilla.
—Aún no te he besado, preciosa. —Se inclinó hacia ella y le susurró contra los
labios—: Y me encanta besarte.
Enya abrió la boca para él y dejó que le introdujera la lengua junto a la de ella;
juntas, bailaron y lucharon, y su sabor revoloteó en su mente como el vino pesado. Y
entonces volvió a tener esa sensación de que el tiempo se paraba; se retiró para
preguntarle qué estaba pasando, pero él volvió a empujarla sobre la cama y volvió a
colocarla debajo de él.
Se deslizó dentro de ella con facilidad y, suavemente, comenzó a empujar.
Copularon en silencio, con las bocas unidas en una sola. Su lengua le llenaba la boca
al tiempo que la polla el coño; le acariciaba el cuerpo entero con las manos, volviendo
a ponerla al borde.
Le tiró de los pezones con las manos, pellizcándolos y apretándolos para que Enya
gimiera de placer; le masajeó los pechos y la penetró con más fuerza, ante lo que la
cama empezó a protestar.
Johnny se incorporó sobre ella, cautivándola con sus ojos verdes.
—Mírame cuando te corras —le ordenó con un susurro—. No dejes de mirarme.
Empujón y retirada. Empujón y retirada. Enya empezó a respirar al ritmo que
marcaban sus cuerpos primitivos. Sintió cómo temblaba su cuerpo bajo las manos de
Johnny. El corazón le latía a un ritmo salvaje contra el pecho y tenía el cuerpo tenso
como la cuerda de un arco.
Se corrió despacio pero con una fuerza descomunal. Sintió cómo su cuerpo se
contraía y le empapaba la polla de sus jugos. La cabeza le daba vueltas con esa
sensación y los ojos se le humedecieron. Gimió profundamente, estremeciéndose bajo
el cuerpo de él, y se quedó sin fuerzas tras el orgasmo.
—No cierres los ojos —le ordenó, y los abrió de golpe para mirarle fijamente.
Siguió meciéndola. Luego gruñó e hizo una mueca, su rostro se endureció y se
corrió dentro de ella. Y entonces volvió a sentir que el tiempo y que su semen la
llenaba durante lo que parecía una eternidad.
—¿Lo ves? —le dijo sin aliento.
Y lo vio. Todo a su alrededor parecía moverse a cámara lenta.
—Lo veo —replicó con un gemido.
El tiempo volvió de golpe y los dos cayeron sobre el colchón.

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Se durmió, exhausta, y no despertó hasta la mañana siguiente.

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Capítulo 9

Al día siguiente
—A ver que lo entienda: ¿dices que para ponerme a salvo tengo que volver al
apartamento donde me atacaron? —preguntó, sin dar crédito.
—Esta vez el FBI va a tomarse esto más en serio. Tendrás dos guardias todo el
tiempo y te escoltarán a donde quiera que vayas. No creo que vayan a volver a
atentar contra tu vida, si eso te sirve de algo.
—No crees que... ¡John! Estamos hablando de los mismos que nos siguieron hasta
una cabañita perdida en el bosque, ¡claro que van a volver a intentarlo si vuelvo!
Siren me quiere muerta y no se detendrán ante nada para conseguirlo. No puedo
creerme que vayas a llevarme allí.
—Son las órdenes que me han dado —le dijo en tono glacial.
Enya apretó los dientes antes de asentir.
—Comprendo: estás deseando recuperar tu vida.
—No es eso —protestó.
—No pasa nada. Sé que no puede ser muy divertido tener que cargar a todos
lados con una mujer marcada.
—Enya, déjalo. Ya mismo. No voy a dejarte. Estaré contigo siempre que quieras
seguir teniéndome cerca, pero ahora esto es territorio del FBI. Mis decisiones ya no
cuentan demasiado. Me han pedido que te lleve de vuelta, y eso es lo que tengo que
hacer.
—¡Van a matarme, John! —exclamó.
—No van a hacerlo.
—Vicious no me llevaría de vuelta —dijo, y enseguida lamentó haberlo hecho.
John apretó la mandíbula.
—Ni se te ocurra sacarlo a colación. Ni se te ocurra.
—Estuvo aquí anoche —le dijo; quería que sufriera tanto como ella—. Me folló
una y otra vez.
John se acercó a ella y la sacudió.

~48~
Sherri L. King Archivo Sterling I
—No estuvo aquí. Fui yo el que durmió en esa cama, junto a ti. Yo. No Vicious.
Dejó que se tranquilizara un poco antes de oírse preguntar, no sin cierta sorpresa y
lamentándolo después:
—¿No te gustaría saber cuál de los dos folla mejor?
—Que te jodan, me niego a discutir contigo esta locura.
—¿Por qué te da tanto miedo enfrentarte a la realidad?
—¡No hay ninguna verdad, sólo locura! —gritó.
Enya desistió. Pasaron varios minutos.
—Siento haber dicho eso, John —se disculpó.
—¿Por qué te disculpas? —cogió el maletín y fue hacia la puerta.
—Por todo ello. —Enya le siguió afuera e hizo una mueca al ver la lluvia que caía.
John guardó silencio unos minutos, mientras metía las cosas en el destrozado
coche patrulla.
—Y yo siento haberte gritado —le dijo, volviéndose para mirarla—. Mira, si
quieres que sea sincero, me gusta esto tan poco como a ti. Preferiría llevarte a algún
lugar secreto y protegerte allí, pero no puedo. Me han ordenado que te lleve de
vuelta a casa y eso es exactamente lo que voy a hacer. Lo siento mucho, pero así es
como debe ser.
Enya asintió.
—Lo sé. Vamos. Tenemos un largo viaje por delante.

Tres días después


John estaba como loco por volver a ver a Enya, aunque aún no había tenido un
momento de respiro para hacerlo. A la vuelta había tenido tantísimo papeleo
atrasado que le dolía la cabeza sólo de pensarlo. Pero había decido que de esa noche
no pasaba.
¿Qué debía de estar pensando? ¿Que la había abandonado? ¿Que había perdido el
interés en ella? Nada más lejos de la verdad.
Quería llamarla, pero el FBI le había pinchado el teléfono, y lo que tenía que
decirle no era apto para curiosos.
De alguna forma, pese al peligro, habían conectado como John jamás había
experimentado antes. Se encontró con que le gustaba todo en ella: la forma en que le
caía el pelo por los hombros, la forma en que sacaba la lengua cuando estaba
concentrada, su valor y determinación para hacer lo correcto, aunque para ello

~49~
Sherri L. King Archivo Sterling I
tuviera que enfrentarse a peligros insospechados. La encontraba maravillosa.
Valiente, fuerte y muy aferrada a sus ideas. Era perfecta.
La necesitaba. Era consciente de ello. Nunca se había sentido tan tranquilo y
relajado como cuando estaba con ella, y echaba de menos esa tranquilidad. Algo en
ella resonaba con él, le despojaba de sus miedos y preocupaciones. Le hacía más
fuerte. Le completaba.
Lamentaba no haberla besado; le había besado casi todas las partes del cuerpo,
pero de alguna forma se había olvidado de sus labios. Tenía pensado rectificar eso
aquella misma noche. La besaría durante horas, si le dejaba hacerlo.
Dios, ¡cuánto la deseaba!
Pero estaba el temilla ese de Johnny Vicious; era como un fantasma entre ellos.
John no quería recordar todas las veces que se había despertado para encontrarse
en un lugar extraño, en una situación rara, sin saber cómo había llegado hasta allí. Se
había enfadado con Enya porque le echara en cara lo de Vicious, pero se había
enfadado más aún consigo mismo por no saber la verdad.
Si le contaba lo confuso que había estado todo el año pasado, a lo mejor le
comprendía y le ayudaba a solucionarlo. No quería creer que era un vigilante, pero
las pruebas eran desoladoras.
Enya le había dicho que Vicious la había tomado, y John quería que se retractara.
Pero la había olido en su piel y había sabido que había pasado algo entre ellos de lo
que no se acordaba. O entre Enya y Johnny. Todo era demasiado confuso... tanto que
no conseguía descifrarlo.
Se prometió a sí mismo que lo intentaría; era lo máximo que podía hacer.

Enya abrió la puerta a John y le invitó a pasar. Llevaba tres días sin saber nada de
él. Había querido llamarle, pero tenía el teléfono pinchado y no quería que nadie
escuchara lo que quería decirle.
Le había echado de menos.
Se había preguntado si habría dejado de interesarle. Dios, casi le sale humo de la
cabeza de tanto pensarlo. Lamentaba haberle echado en cara lo de Vicious. Quería
ayudarle a ordenar su vida, o sus vidas. Quería que Spada y Vicious se convirtieran
en uno solo.
Le gustaban un montón de cosas de los dos hombres: la sangre fría y la capacidad
de pensar con cordura en los momentos de crisis que tenía John; el ingenio y el estilo
de Johnny. A veces le costaba creer que fueran la misma persona.
Enya se preguntó cómo podía ayudarle a descubrir la verdad a cerca de quién era.

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Estaba enamorándose, pero no estaba segura si de Johnny Vicious o de John
Spada. Y esa confusión no la dejaba en paz. Era incapaz de imaginar siquiera cómo se
sentía John al respecto.
Y ahora, por fin, estaba allí, con ella, en su casa.
—¿Cómo has tardado tanto? —le preguntó con osadía.
John sonrió y le tendió el ramo de rosas que le traía.
—¿Qué tal estás?
—Me siento como un pájaro enjaulado —le dijo—. Llevo tres días sin salir de casa;
empiezo a olvidarme de cómo es el mundo exterior. —Soltó una carcajada.
—Lluvioso —dijo John con una sonrisa—. No te estás perdiendo demasiado,
créeme.
—Te he echado de menos —le dijo suavemente.
John la tomó entre sus brazos y la sujetó con fuerza.
—He venido en cuanto he podido. He tenido que hacer informes acerca de los
ataques y tenía un montón de papeleo atrasado. —Suspiró—. Yo también te he
echado de menos, muñequita. Mucho.
—¿Qué te parece si nos saltamos la parte de la cita y vamos directos al grano? —
murmuró contra su pecho.
John se echó a reír, sorprendido.
—¿Y a ti quién te ha dicho que quiera una cita contigo? —bromeó.
—Venga —dijo, y le guió hasta el dormitorio.
Una vez dentro, se volvió para desabrocharle el uniforme. Le pasó las manos por
el torso desnudo y le acarició muerta de hambre. Se llevó uno de sus pezones a la
boca y se maravilló de lo intenso y quieto que se había quedado John de pronto.
—¿Me follarás con este uniforme? —le preguntó con picardía.
John se estremeció y suspiró hondo.
—Si quieres, te haré el amor con mi uniforme.
—Hacer el amor, sí. Eso también. —Enya se rió y bajó las manos hasta la
cremallera de los pantalones. Las metió en los calzoncillos y le sacó la gigantesca
polla para masturbarle.
Se puso de rodillas delante de él y le miró a los ojos llenos de deseo.
—Mírame cuando te corras —le ordenó.
Se estremeció y enredó los dedos en el pelo de Enya mientras ésta hundía la
cabeza y le lamía la verga desde la punta hasta la base. Cogió las pelotas con las
manos y se las introdujo en la boca con cuidado. John gimió y movió las manos, sin

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Sherri L. King Archivo Sterling I
perderse ni uno solo de sus movimientos. Vio cómo sacaba la lengua para recorrerle
el mango, cómo le bombeaba y masturbaba con las manos.
La tenía tan gorda y grande que no conseguía meterse más que la cabeza de la
polla en la boca, pero se la chupó y se la mamó hasta que se quedó temblando. Movió
las caderas contra ella, obligándola a aceptar más de su verga. Enya se la mamó con
fuerza, aunque con cuidado de no arañarle con los dientes.
Le masturbaba con las manos mientras le chupaba la cabeza del pene como si
fuera un Chupa-Chups. John gimió y se movía al ritmo de ella, cargando contra las
manos y la boca de Enya con abandono.
Enya sintió los espasmos de la polla en su boca y la abrió bien para tragarse su
semen. Se corrió con fuerza en su boca, leche caliente, cremosa y húmeda. Se tragó su
semilla y le lamió la polla entera para no dejar ni gota.
John recuperó el aliento y la obligó a ponerse en pie. Enya le besó, dejando que
probara su propio sabor en la boca de ella. John gruñó y tiró de su ropa para
desnudarla, cosa que logró en pocos segundos. La puso contra la pared, la levantó,
dejando que le rodeara la cintura con las piernas, y presionó su miembro semi-erecto
contra ella.
Esta vez parecía más tranquilo, no tan exigente dentro del cuerpo de Enya, quien
se hundió en él soltando aire con fuerza. John la apretó con fuerza contra la pared y
la miró a los ojos.
—Eres fantástica —le dijo.
Enya se echó a reír.
—Tú también.
Empezó a hacerla botar contra su polla, arrancándole unos gemidos. Unos sonidos
húmedos y de succión llenaban sus oídos mientras, con cada empellón, el cuerpo de
Enya luchaba por mantenerle dentro de ella. Sus pechos rozaban contra el torso
desnudo de John, erigiéndose los pezones contra su piel.
Le rodeó el culo con las manos, levantándola a cada empellón de su cuerpo. Sus
manos la quemaban ahí, apretándola y amasándole su tierna piel hasta que gritó y la
montó con más fuerza. Sus pieles golpeaban la una contra la otra mientras galopaba
hacia el fin.
Se corrió con un grito entusiasta, agarrándose a él y sollozando por la fuerza del
orgasmo.
La puso sobre el suelo, pero se habría caído si no llega a estar él allí para sujetarla.
Se retiró de ella a medida que fue llegando al suelo, provocándoles a ambos un
delicioso estremecimiento. La tomó en sus brazos, como a un bebé, y la llevó a la
cama donde la tumbó con cuidado. Se tumbó junto a ella y la acunó hasta que sus
respiraciones volvieron a la normalidad.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
—Ha sido increíble —dijo maravillada.
—Sí que lo ha sido —asintió de corazón, abrazándola con fuerza, como si no
quisiera soltarla ya nunca más.

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Capítulo 10

Enya se despertó en cuanto John le puso la boca en el coño. Su lengua se movía


por los labios de su sexo como líquido. Le abrió las piernas de par en par y le besó el
clítoris con fuerza.
Enya se empujó contra él y éste se echó a reír.
Se metió el botón del clítoris en la boca y jugueteó con la punta de la lengua. Enya
gimió y enredó las manos en el sedoso pelo de John, quien la lamía como si fuera un
helado, bebiendo a lengüetazos una crema completamente distinta. En cuestión de
segundos estaba tan húmeda que su boca apenas le seguía el ritmo.
—Monta mi boca —le susurró contra su tierna y ansiosa carne—. Demuéstrame
que quieres que lo haga.
Le metió un dedo y siguió lamiéndole, besándole y mordisqueándole el conejito
de arriba a abajo. La levantó aún más contra su cara para abrirle el trasero y lamerle
el ano. Enya gritó y se convulsionó alrededor del dedo.
Se movió contra él, abriéndose, arqueándose y retorciéndose hasta volverse loca
de deseo. El le introdujo dos dedos más, estirándola, y Enya sollozó de deseo,
rogándole que la tomara.
—Por favor, John, tómame. Follame, hazme el amor, haz que me corra —balbuceó,
apenas consciente ya de lo que estaba diciendo.
Él levantó la cabeza de entre sus piernas, retiró la mano de su cuerpo y lamió la
leche que resbalaba por los dedos. Levantó la cabeza de la polla y la colocó contra su
raja. Luego, con un empellón duro y feroz, se la metió.
Empujó fuerte y rápido, una y otra vez, hasta que Enya creyó volverse loca de
placer. El cabecero de la cama golpeaba contra la pared mientras corrían a los cielos
de la pasión. La estiró hasta quemarla y la llenó hasta dejarla dolorida.
Se corrió con un grito.
Cuando volvió a recuperar el control, oyó unos golpes fuertes en la puerta.
«¿Está usted bien, señorita Merritt?», llamó uno de sus guardias.
Enya se puso roja de vergüenza.
—S-sí —tartamudeó—. Me he dado un golpe en el dedo.

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John se echó a reír contra su cuello.
«Llámenos si nos necesita», dijo el guardia, dejando muy claro con su tono de voz
que sabía muy bien qué era lo que hacía.
—Venga, muñequita —le dijo John, levantándose y ofreciéndole una mano—.
Vamos a la ducha.

Enya miró el maletín de John mientras éste se entretenía en la cocina, en busca de


algo que comer. Se acercó, metió la clave 777 y lo abrió con cuidado.
Allí estaban las dos pistolas de Johnny, su sombrero y su abrigo, todo
perfectamente doblado en sus confines.
Enya jadeó y volvió a cerrar el maletín, aunque ver aquello no le había
sorprendido tanto como pensaba.
Unos minutos después, John llegó y se sentó junto a ella en el sofá con dos
sandwiches de carne asada.
—¿Qué pasa, muñequita? Parece que hayas visto un fantasma.
Enya pensó muy bien sus palabras antes de hablar.
—Tenemos que hablar de Johnny Vicious —le dijo.
John suspiró con fuerza.
—Lo sé —dijo, y alargó la mano para jugar con un mechón de pelo de Enya—. No
quiero hacerlo, pero sé que tenemos que hacerlo.
—¿Quieres una prueba de que eres Johnny? —le preguntó, señalándole el maletín.
John apretó la mandíbula.
—No lo necesito. Te creo. No entiendo cómo puede ser posible, pero te creo.
Enya le cogió una de las manos.
—¿Cuánto tiempo llevas así? —le preguntó.
—Más o menos un año, creo. Fue cuando empecé a quedarme en blanco, a perder
la noción del tiempo. ¿Tienes miedo?
—Tengo miedo por ti, no de ti —dijo, respondiendo a su auténtica pregunta—.
Pero lo que no entiendo es cómo te mueves tan rápido cuando eres Johnny.
—No sé de qué me estás hablando —dijo, frunciendo el ceño.
—Johnny se mueve tan rápido que no parece humano. Esquiva las balas y puede
caminar entre las gotas de lluvia, es así de rápido.

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—Soy perfectamente humano, eso puedo asegurártelo. Tengo la cabeza jodida,
pero sigo siendo humano. —Al menos eso esperaba.
—¿Puedes moverte así de rápido ahora? —le preguntó.
John sacudió la cabeza.
—Soy bastante rápido, tengo buenos reflejos, pero no soy tan rápido como dices
que es Johnny. —Intentó no pensar en la vez en que, de alguna forma, había cobrado
la consciencia estando aún en el "modo Johnny". De todas formas, parecía ya tan
lejano que sabía que no podría acordarse del todo. ¿Se había movido como Johnny
entonces, antes de volver a desvanecerse? Ya no estaba seguro.
—A lo mejor deberías ir al médico; quizá haya una explicación física para esto.
—No. No pienso dejar que ningún médico meta mano en mi cabeza; ya me cuesta
bastante aceptar que lo hagas tú. —Sonrió para que sus palabras no sonaran tan
duras—. Además, los científicos de Sterling ya me han estado estudiando.
—A lo mejor Johnny sabe qué tenemos que hacer —dijo, y volvió a coger el
maletín—. Preguntémosle.
John se levantó del sofá de un salto.
—No. No puedo sacarle así, sin más. No tengo ningún control sobre él. Ni siquiera
empiezo a saber cómo tomármelo.
—Creo que sé cómo hacerle salir —dijo, y volvió a meter la clave: 777.
Al abrir el maletín, John se puso blanco.
—¿Qué hacen esas cosas ahí? Sólo guardo papeles.
—Es un compartimento secreto que me enseño Johnny. ¿Nunca te has preguntado
por qué demonios pesa tanto?
—Bueno, sí, pero tampoco lo he pensado demasiado —admitió.
Enya sacó el sombrero de ala ancha, se levantó del sofá y se acercó a John para
ponérselo.
—¿Qué demonios estás haciendo?
—Una prueba. No te preocupes, todo va a salir bien.
—No me gusta esto, Enya.
—Estaré aquí si me necesitas, lo prometo. No echaré a correr —dijo, esbozando
una sonrisa que esperaba que fuera consoladora.
Le puso el sombrero y esperó.
No pasó nada.
—No sucede nada —dijo John.
Enya levantó el sombrero y volvió a ponérselo con fuerza sobre la cabeza.
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—Johnny, ¿estás ahí? —preguntó, mirando a John a los ojos como si esperara ver
aparecer a su alter ego en las profundidades.
John saltó sobre ella y ésta ahogó un grito.
Vio cómo su rostro se vaciaba de expresión, cómo le caían las manos muertas a los
lados y cerraba los ojos pesadamente. Enya vio que aún respiraba, pero ya no estaba
allí, con ella. John se había marchado.
Despacio, como a trompicones, su rostro volvió a cobrar vida. Dio un brinco y casi
se cae al suelo. Parpadeó una, dos, tres veces, y la miró con ese aire desenvuelto y
engreído al que Johnny la tenía acostumbrada.
El cambio había tenido lugar en pocos minutos.
—¿Johnny? —preguntó, para asegurarse.
—Aquí estoy, preciosa. ¿Así que conoces mi secreto? La magia está siempre en la
ropa, ¿lo sabías? —bromeó.
—Si te quito el sombrero, John volverá, ¿verdad?
Johnny sonrió y se dejó caer sobre el sofá, puso los pies sobre la mesa y le dio un
mordisco al sandwich de John.
—Inmediatamente, querida. Agg, tiene mayonesa —dijo, y volvió a dejar el
sandwich en el plato.
—Quiero preguntarte algo —empezó a decir.
—Dispara —respondió él, dándole un sorbo a la Coca-cola de John.
—¿Cómo consigues moverte tan rápido? Esquivas balas y desapareces en mis
propios ojos, ya sabes, ese tipo de cosas.
Johnny sonrió.
—El tiempo se detiene para mí cuando descargo adrenalina. Es algo que he
podido hacer desde la primera vez que salí de John. Para mí se detiene el tiempo,
pero para ti se queda igual, por eso cuando me ves corriendo o moviéndome rápido,
a tus ojos les cuesta seguirme.
—¿Y por qué tú sabes eso y John no? ¿Cómo es que tú puedes hacerlo y él no?
—La explicación sencilla es que John siempre ha podido hacerlo, pero ha hecho
falta que saliera yo para que lo descubriera. Este John es bastante cabezota.
—Voy a quitarte el sombrero —le dijo.
Se levantó del sofá y se acercó a ella.
—Una cosa antes de marcharme —dijo, y se inclinó para besarla.

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Enya sintió sus labios sobre los de ella como seda caliente. Le metió la lengua en la
boca, llenándola de un sabor que hacía que la cabeza le diera vueltas. Johnny la
agarró con fuerza y la levantó de tal forma que el bajo vientre daba contra su
erección.
Se retiró un poco para susurrarle contra los labios:
—Bueno, ¿qué? ¿John y yo hacemos el amor igual? —le preguntó.
—Sí —dijo Enya—. Igual.
Él sonrió.
—Bien. Me alegro de que por fin haya aprendido a hacer las cosas. —Levantó una
mano y se quitó el sombrero, que le entregó a Enya.
Su rostro y sus ojos volvieron a vaciarse de expresión. Enya intentó no apartarse
de esa palidez fantasmal y de su inexpresivo rostro. Parpadeó tan rápido que no le
habría visto de no haber estado atenta. Despacio, pero con firmeza, su cara volvió a
la vida de nuevo.
Un minuto después, John había vuelto.
—¿Me has echado de menos? —le preguntó con los ojos llenos de lágrimas,
sufriendo por su situación.
John sonrió con tristeza.
—Sí.

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Capítulo 11

Una semana después


—Señorita Merritt, ha venido alguien a verla —le dijo Argyle, uno de sus guardias
—. Está limpio, ya le hemos cacheado.
—Que pase, por favor —dijo sonriendo. Le gustaba Argyle, hecho que le había
sorprendido al principio. Había esperado mostrarse tímida con sus nuevos guardias,
sobre todo después de lo que había pasado con el último, pero se había adaptado
rápidamente. Más o menos.
John la había ayudado con eso. Ya no pasaba las noches fuera, haciendo Dios sabe
qué, sino en la cama con ella. Johnny Vicious llevaba ausente ya una semana.
Un hombre alto y rubio entró en el apartamento.
—¿Señorita Enya Merritt?
Enya asintió, mirándole con cautela.
—Me llamo Ryan Murdock. —Le tendió su tarjeta de visita—. Dirijo un proyecto
gubernamental llamado Sterling. ¿Podemos sentarnos a hablar?
Enya asintió.
—¿Quiere algo de beber?
—No, gracias. No creo que tarde mucho. — Ryan se aclaró la garganta—. Tengo
entendido que tenemos un amigo en común, usted y yo.
Enya frunció el ceño.
—¿Ah, sí?
—John Spada, alias Johnny Vicious.
Enya pegó un brinco, sorprendida.
—¿C-cómo sabe lo de...?
—¿Vicious? Supongo que podría decirse que soy parte de la razón por la que
Johnny Vicious existe siquiera.
—No le entiendo.

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—Permítame explicárselo. Hace más o menos un año llevamos a cabo un
experimento de privación del sueño con algunos de nuestros agentes locales. John
Spada era uno de ellos.
—No me ha contado nada de eso.
—Probablemente no se acuerde. Además, no sólo estábamos estudiando la
privación del sueño, queríamos investigar a los mejores oficiales de Cleveland.
Buscábamos a los tipos adecuados para pasar al siguiente nivel del programa. John
era el candidato perfecto para ello; nos dimos cuenta enseguida.
—¿Qué sucedió?
—Doble personalidad, como ya ha visto. Las pruebas eran agotadoras. John
estuvo días enteros sin dormir, haciendo ejercicio tras ejercicio hasta que cayó
rendido. Cuando despertó, era Johnny.
—Pensaba que necesitaba el sombrero para convertirse en Johnny —dijo,
temblando.
—Eso se ha convertido en una necesidad física para cambiar de alter. Lo utiliza
más en sentido metafórico que otra cosa, creo. Pero cuando era Johnny destacaba en
las pruebas, demostrándonos con ello que teníamos razón con respecto a John: tiene
un poder extrasensorial, uno que llamamos Caza Tiempos. Y enseguida vimos que
John no podía asumir ese poder, Johnny era el único que podía hacerlo.
—¡Le jodisteis la cabeza! —rugió—. ¿Cómo pudisteis hacerle algo así a un ser
humano?
—No pretendo que comprendas sin más de qué trata nuestro programa.
—Le destrozasteis la mente para después dejarle solo cuando ya no os servía.
—No, nunca perdimos el contacto con él —dijo con tranquilidad, pese al enfado
de ella.
—¿A qué se refiere?
—¿De dónde cree que sacó Johnny sus armas? ¿Por qué cree que sale todas las
noches a tomarse la ley por su propia mano? A nosotros es a quien informa. Le
ayudamos a utilizar sus poderes de la mejor forma posible, le hacemos encargos:
traficantes de drogas, violadores, pederastas... nos aseguramos de que todos aquellos
que se han librado de las garras del sistema judicial no se vayan de rositas. Enviamos
a Johnny, y a otros como él, a atraparles con las manos en la masa. De eso trata
nuestro programa, de salvar a la humanidad de sí misma.
Enya le miró con cautela; el corazón le latía con una furia que no había sentido
nunca.
—Cogisteis al hombre al que amo y lo destrozasteis, ¿por qué me está contando
esto?

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—Así que de verdad le quiere. Eso pensaba. —Pareció meditarlo—. En cuanto a su
pregunta, Johnny lleva una semana entera sin aparecer. Nunca ha estado tanto
tiempo sin dar noticias; tenemos que asegurarnos de que no pasa nada.
—Fuera —le espetó—. John no está aquí y, aunque así fuera, no dejaría que le
viera.
—Creo que debería preguntarle a él antes de decidir eso, ¿no cree? Podemos
ayudar a John a que vuelva a ser uno solo, si eso es lo que quiere, o podemos seguir
como hasta ahora. Le dejaremos en la estacada, por decirlo de alguna forma. Nos
preocupamos de los nuestros —dijo Ryan con voz de piedra.
—Ahora mismo tengo un montón de problemas, por si no se ha dado cuenta de
que hay un par de agentes del FBI vigilándome. John tiene sus propios problemas
tratando de mantenerse cuerdo. No quiero que liéis más las cosas.
—También podemos mantenerla a salvo, si eso es lo que quiere. Estamos muy
lejos del alcance de Siren, créame. Podría venir con John y quedarse los dos con
nosotros, con su propio apartamento y sus vidas privadas. Tampoco queremos que le
suceda nada malo a usted.
—¿Por qué?
—Porque está claro que es muy importante para John y, por lo tanto, es usted
importante para nosotros.
Enya le observó en silencio.
—¿De verdad pueden ayudarle? —preguntó con voz ronca.
Ryan sonrió con amabilidad y Enya se sorprendió de ver lo atractivo que resultaba
con su pelo rubio y brillante, la piel morena y esos ojos azules tan americanos.
—Podemos ayudaros a los dos.
—Sé cuidarme sólita, pero si pueden ayudar a John... Le preguntaré qué le parece,
¿de acuerdo?
—Eso sería genial. —Se levantó de su asiento e hizo una pequeña reverencia—.
Tiene mi tarjeta, ya sabe cómo contactarme cuando estén listos.
Desapareció antes de que pudiera contestar, esfumándose delante de los ojos de
Enya con un extraño ruido.
A Enya las pasó canutas para explicarle a Argyle la desaparición de Ryan
Murdock. No la creyó cuando le mintió y dijo que Ryan había salido por la ventana
del apartamento en el tercer piso en que estaban y bajó por la escalera de incendios,
que probablemente no aguantara el peso de una paloma, pero no se le ocurrió una
mentira mejor. Y obviamente no se habría creído la verdad.
Ella apenas podía hacerlo.

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Argyle investigó a fondo la casa antes de convencerse de que, de alguna forma,
Ryan se había marchado sin que él se diera cuenta. Una vez satisfecho, volvió a su
puesto, una silla a la puerta del apartamento, con Elliott, el otro guardia que tenía
durante el día. Podría haberles pedido que entraran a jugar a las cartas, pero seguía
siendo un poco desconfiada después del primer encontronazo que había tenido con
el FBI.
Así que estuvo perdiendo el tiempo hasta que llegó John, cosa que hizo a las ocho
en punto.
Le observó mientras comían los espaguetis que había hecho y se preguntaba qué
recordaría del supuesto programa de Ryan Murdock.
Decidió descubrirlo.
—He tenido visita hoy —dijo con cuidado.
John frunció el ceño.
—¿Quién era?
—Un hombre llamado Ryan Murdock. Dice que te conoce, ¿te suena de algo su
nombre?
John palideció, pero enseguida se recuperó.
—Sí, pero no sé por qué. ¿Qué te contó?
Enya pensó detenidamente cómo continuar, y decidió que lo mejor era contarle la
verdad.
—Sabe lo de Johnny. Sabe por qué y cómo te dividiste en esas dos mitades. Dice
que formabas parte de un estudio que salió mal.
—Si eso es cierto, no lo recuerdo en absoluto —dijo frunciendo el ceño.
—Es cierto. Toma, me dio su tarjeta. Dice que si te pones en contacto con él, podrá
ayudarte. —Sacó la tarjeta del bolsillo y se la entregó.
John estudió la tarjeta largo y tendido antes de decir:
—¿Por qué no consigo acordarme de todo esto?
—Dijo que a lo mejor no lo recordabas. Al parecer, lo pasaste bastante mal y...
bueno, te rompiste con la presión. Johnny me contó que necesitabas un alter ego para
lidiar con tus frustraciones como policía. Cuando salió él, te brindó la oportunidad
de luchar contra la delincuencia de la ciudad sin que te sintieras culpable. Murdock
ha estado utilizando eso en beneficio propio, encargando a Johnny trabajos que le
han convertido en su vigilante.
John enrojeció de enfado.
—¿Y quiere ayudarme? Lo dudo mucho. Probablemente quiera volver a juguetear
con mi mente.

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—Eso pensaba yo también al principio. Pero, John, creo que lo dice en serio. El
trato de verdad. Creo que si alguien puede empezar a curar la brecha de tus dos
identidades es ese hombre. No podemos descartarle así, sin más.
—No confío en él. Si me hizo esto, entonces no puedo confiar en él.
—Te dejaré esa decisión a ti, pero creo que al menos deberías reunirte con él y
descubrir qué sientes al respecto.
John meditó sus palabras un buen rato.
—Me lo pensaré —dijo por fin.
Aquello era todo lo que Enya podía esperar, así que no dijo nada más del tema.
—Han arrestado a dos directivos más de Siren. Dicen que puede que el caso vaya
a juicio en un par de meses o así.
—Qué buenas noticias. A lo mejor así te dejan en paz, ahora que está claro que el
FBI tiene pruebas contra ellos sin contar contigo.
—Puede —dijo sonriendo.
John se detuvo con el tenedor a medio camino de la boca.
—Me encanta verte sonreír —le dijo con los ojos brillantes.
Enya se sonrojó. Le encantaban esos momentos.
—Saltémonos la cena y vayamos a la cama —le dijo John con sonrisa de loco.
—¿Y por qué no me tomas aquí, sobre la mesa? —bromeó ella.
No estaba preparada cuando John quitó las cosas de la mesa, tirando los platos al
suelo.
—No hagas eso, ¡Argyle y Elliott pueden oírte!
—Pues que nos oigan. Saben muy bien qué hacemos. —Prácticamente saltó por
encima de la mesa para llegar hasta ella. La levantó de la silla, la giró y la dobló
contra la mesa. Le bajó los pantalones y le arrancó las braguitas con tal violencia que
la dejó temblando.
Liberó la polla de los pantalones y la frotó con sensualidad contra el culo de Enya.
Alargó las manos y le acarició las tetas a través de la camiseta, pero ésta le impedía
sentir su suave piel así que se la quitó con manos impacientes.
Enya agradeció inmediatamente no llevar sujetador. Los pezones brincaron con el
contacto de sus manos, duros y ardientes. John le mordisqueó suavemente la nuca,
poniéndole la melena oscura sobre uno de los hombros para verla.
—Adoro el sabor de tu piel —le dijo.
A Enya le flaquearon las rodillas.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
—Aunque a lo mejor necesita algo —dijo, y la dejó para abrir la nevera y sacar un
bote de nata montada.
Enya se echó a reír.
—Me vas a dejar pringosa —protestó.
—Vas a estar pringosa de todas formas en cuanto acabe contigo —prometió con
cara de diablillo.
Se puso detrás de ella y le echó una línea de nata por la espalda. Estaba fría y
ahogó un grito al sentirla, pero el frío pronto quedó reemplazado por el calor salvaje
de su boca mientras le lamía hasta el último trocito de nata.
—Mm, delicioso —dijo, y se inclinó tras ella.
Enya no estaba preparada para lo que hizo a continuación. Le puso nata montada
en las vetas del trasero. Pensó en protestar y gritarle, pero cuando le tocó con la boca
se volvió loca de placer.
Le lamió el trasero, limpiándola por completo de nata. Cuando terminó, Enya
estaba temblando, apenas capaz de tenerse en pie, ni aun abrazada a la mesa como
estaba. John volvió a dejarla, esta vez para ir a buscar el bote de crema que guardaba
junto al fregadero.
Y esta vez sí que protestó.
—Shhh —le dijo John—. Te va a gustar, te lo prometo.
Le puso un buen pegote de crema en los cachetes del culo, introduciéndole un
poco por el ano. Metió y sacó los dedos del estrecho hueco hasta que estuvo suave
maleable. Luego, extendió un poco de crema por la polla.
John se apretó con fuerza contra ella, abriéndole el culo con la verga. Le costó un
buen rato de caricias por todo el cuerpo con las manos, como si estuviera
achuchándola, rogándole que le reconociera, pero al poco había conseguido
penetrarla con la cabeza de la polla.
Enya jadeó ante la intrusión pero apenas sintió dolor, y el poco dolor que sentía
sólo servía para avivar aún más su pasión.
—Tócate —le dijo John al oído—. Tócate el clítoris para mí.
Se estremeció, pero hizo lo que le ordenaba y utilizó los dedos para acariciar y
empujar el clítoris; enseguida, su cuerpo se soltó y John pudo metérsela más a fondo.
Tenía las manos en las caderas de ella, guiándole la espalda hacia él al tiempo que
presionaba para acercarla cada vez más. Enya gritó cuando se la introdujo otro
centímetro.
—Shhh. —La acarició con las manos y volvió a cubrirle los pechos. Tiró de los
pezones hasta que gimió y volvió a abrirse a él. Se la sacó un poco y empujó de
nuevo, más adentro.

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Enya se frotó el clítoris y sintió cómo su cuerpo se contraía alrededor de la polla.
John jadeó contra la oreja de Enya y gruñó.
—Vuelve a hacer eso —le pidió.
Apretó los músculos y sonrió al ver que volvía a jadear. Lo hizo una tercera vez y
se sorprendió al ver que se corría con un gruñido largo y profundo.
Cuando se hubo recuperado, varios minutos después, le sacó la verga del culo y le
dio la vuelta para mirarla a la cara.
—Tienes el culo más exquisito que haya visto nunca —le dijo—. Muchas gracias
por esto. Ahora te toca a ti.
La tumbó sobre la mesa y le pasó las piernas por el cuello. Inclinó la cabeza sobre
su coño y empezó a lamerla como un gato con un cuenco de leche. Esta vez fue Enya
quien jadeó y gimió.
Le chupó la piel, metiéndole la lengua hasta el mismo centro.
Se corrió con un grito, sorprendida ante la fuerza del orgasmo. Se estremeció y
tembló sobre la mesa, con las piernas abiertas de par en par y el conejito abierto para
la boca de John. Se corrió y se corrió hasta que se le nubló la vista; mientras, la boca
de John no dejaba de lamerla, tragándose su leche con cara de felicidad.
Cuando terminó, Enya se sentía débil, como si no tuviera huesos, así que dejó que
John la llevara a la cama, donde se durmió exhausta.

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Sherri L. King Archivo Sterling I

Capítulo 12

Horas más tarde, unos ruidos en la parte de fuera del apartamento los
despertaron. Aún era de noche, oscura y peligrosa. Enya se levantó de la cama,
ahogando un grito. John fue mucho más rápido, se puso en pie con un único
movimiento que recordaba a Johnny.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó, estupefacta.
—Disparos —dijo John quedamente—. Vístete, rápido.
Enya salió de la cama y cogió lo primero que encontró: unos vaqueros desgastados
y una de las camisetas de John. Era demasiado grande, pero no podía importarle
menos. El hecho de llevarla puesta le hizo sentir inmediatamente más segura.
Corrieron al salón y observaron la puerta principal.
—¿La abrimos? —preguntó—. Para ver qué pasa.
—Calla —le dijo, escuchando—. ¿Has oído eso?
La puerta explotó, atravesada por un misil.
—¡Joder! —gritó—. ¿Qué ha sido eso?
—Un lanzamisiles. Joder, esta vez van en serio. Ven, saldremos por la escalera de
incendios. —La agarró del brazo y empezó a tirar de ella hacia la ventana que daba a
la escalera de incendios.
—¿Qué? ¿Estás loco? Esa cosa no pasaría una inspección... se caerá en cuanto
pongamos un pie en ella.
—Bueno, pues no podemos salir por la puerta —gruñó, mirando los tres pisos que
les separaban del suelo.
Enya también miró fuera, y los dos observaron el descapotable rojo que se ponía
debajo de la ventana.
—¡Saltad! —gritó Ryan Murdock desde abajo.
Las balas entraron en el apartamento, rompiendo las paredes.
—¡No te olvides del maletín, llevas el arma ahí! —gritó Enya.
—¿Vamos a confiar en ese tipo? —preguntó.
—Es Ryan Murdock, el tipo del que te hablé. No es uno de esos asesinos, créeme.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
John asintió y la dejó, corriendo a través del fuego para recoger el maletín.
—Iré yo primero para asegurarnos de que sea lo bastante seguro —le dijo. La besó
en los labios y se retiró, con los ojos como platos. Enya no tuvo tiempo de
preguntarle qué pasaba, John salió y el hierro de las escaleras de incendio crujió en
protesta. Saltó al asiento de atrás del coche.
—Venga, muñequita, yo te cojo —le dijo.
Enya salió a la escalera de incendios, que se inclinó peligrosamente. Oyó voces
desde dentro del apartamento y supo que no podía esperar ni un minuto más. Cerró
los ojos y saltó. Aterrizó en el asiento y los brazos de John la rodearon de inmediato.
Mientras Ryan quemaba rueda, Enya miró atrás para ver cómo se caía la escalera de
incendios al suelo, en una lluvia de metal y óxido.
—Oh, Dios, ha estado cerca —dijo.
Ryan aceleró el coche.
—¿Cómo sabías que tenías que volver a por nosotros, Ryan? —preguntó Enya.
—Esta última semana he tenido a uno u otro de mis hombres vigilando vuestro
apartamento. Estaba yo de guardia esta noche cuando oí la explosión. Por suerte, la
verdad, porque ninguno de mis hombres tiene un descapotable.
Enya rió con histeria y se dio cuenta de que debía de estar entrando en shock. John
la abrazó con más fuerza, tranquilizándola con sus manos.
—Aparca —dijo John de pronto.
—¿Por qué? —Ryan giró la cabeza para mirarle.
—Porque quiero conducir. Quiero saber a dónde vamos.
—Puedo llevaros de vuelta a Sterling.
—No —dijo John con firmeza—. Iremos al centro de la ciudad, a la comisaría.
—¿De verdad crees que, después de todos esos esfuerzos, un par de polis van a
conseguir disuadir a Siren de que vuelva a intentar matarla?
John cedió, aunque se mantuvo en sus trece.
—Déjame conducir —dijo.
Ryan aparcó el coche en una calle desierta. Él y John salieron del coche y se
miraron a los ojos.
—Te conozco —dijo John, frunciendo el ceño.
—Sí —asintió Ryan—. Me conoces desde hace un tiempo ya.
—No recuerdo cómo nos conocimos —dijo.
—No me sorprende, John.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué ahora? ¿No ves que la situación ya es bastante
complicada sin que interfieras tú y me destroces la vida? —preguntó.
—Sólo quiero ayudarte, Johnny.
—¡No me llames así, joder! —rugió.
Ryan desapareció con un fuerte ¡POP! y volvió a aparecer detrás de John; éste se
giró para volver a encontrarse con él, mirándole sin creerlo.
—¿Cómo cojones has hecho eso?
—Somos muy parecidos, tú y yo. Somos humanos, pero mucho más.
—¿De qué estás hablando?
—Hablo de tus habilidades, de tus dones. Tu habilidad de ver cómo el tiempo se
detiene para poder alcanzarlo. Pero, mientras que tú doblas el tiempo y el espacio
para moverte a tu velocidad sobrenatural, yo no me muevo. Sencillamente, puedo
trasladarme mentalmente a donde quiera.
—Esto es demasiado raro —dijo John con voz ronca—. No me puedo creer que
esto sea real.
—¿Me lo dices o me lo cuentas? —dijo Ryan riendo—. Todos los días me enfrento
a este tipo de cosas.
—No puedo creer en todo esto. —John se pasó las manos por la cabeza.
—Deja que te lleve a Sterling. Allí estarás a salvo, los dos; te doy mi palabra.
Puedo ayudarte, John. Puedo ayudarte a que vuelvas a ser uno solo.
John pareció recapacitar cuando dos coches aparecieron de la nada y se colocaron
uno delante y otro detrás del descapotable, dejándoles sin salida.
—Mierda —dijo Enya al ver que la puerta de uno de los coches se abría y un
matón de dimensiones desproporcionadas salía con un arma en las manos.
—John, creo que ya va siendo hora de que te pongas el sombrero —dijo con voz
débil.
John alargó la mano para recoger el maletín y lo abrió tan rápido que ni siquiera el
hombre que les apuntaba con la pistola pudo seguir sus movimientos. Sacó el
sombrero y las pistolas y se volvió para disparar a sus asaltantes.
Todas las puertas de los coches se abrieron y de ellas salieron hombres para
disparar a Johnny, quien bailó con facilidad entre las balas. Johnny dio a dos de los
hombres con facilidad.
Un hombre apareció por detrás de Enya, quien gritó y le dio patadas cuando
intentó agarrarla. Johnny se volvió y disparó uno de sus petardazos, que dio al
hombre en el hombro. Enya salió a gatas del coche, con las balas zumbándole en las
orejas, y trató de llegar hasta donde estaba Johnny.

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Sherri L. King Archivo Sterling I
Le pusieron una pistola contra la cabeza y se detuvo.
—Nos has causado un montón de problemas, pero tú no puedes esquivar las balas
como tu novio. —Apretó el gatillo.
Y algo la apartó del medio una milésima de segundo antes de que la pistola se
disparara. Johnny había usado su velocidad para llegar hasta ella y apartarla del
peligro.
Johnny cayó al suelo, con una mancha de roja en el pecho.
La calle se llenó de luces cuando varios coches de incógnito entraron. Los hombres
salieron de los coches y apuntaron con sus armas al resto de los atacantes de Enya.
—Quietos o abrimos fuego —gritó alguien.
Siguieron llegando coches. Los recién llegados, supuso, eran policías.
Todo sucedió tan rápido que a Enya la cabeza le daba vueltas. Mientras la policía y
los federales se desplegaban para esposar a los atacantes, ella se puso de rodillas en
el suelo, junto a Johnny.
—No te mueras —le dijo, acunándole—. Aguanta. No te mueras.
Ryan estaba junto a ella.
—Mis hombres se lo llevarán. Le salvaremos, no te preocupes —le prometió.
—¿Esos son sus hombres? —preguntó, sorprendida. Creía que los coches de
incógnito significaban que el FBI había llegado.
—Sí, se ocuparán de los dos, lo juro.
Johnny gruñó y escupió sangre.
—Ve con ellos, Enya. Te mantendrán a salvo. —Volvió a toser con fuerza.
—Oh, John, aguanta, no me dejes. No me dejes —repetía sin cesar—. Estoy aquí, te
quiero.
—Oh, muñequita, y yo a ti —respondió, utilizando el nombre que John Spada
usaba siempre.
¿Era Johnny Vicious o John Spada? Enya era incapaz de saberlo.
—Cuando te besé, la tierra se movió. Recordé todas las veces que te besé como
Vicious. No sé cómo, pero tu beso ha curado una parte de mí. —Volvió a escupir
sangre.
—No hables así.
—Tengo que hacerlo, a lo mejor no tengo otra oportunidad. —Tosió de nuevo—.
Dios, ojalá te hubiera conocido antes y hubiéramos podido pasar más tiempo juntos.
Enya gritó y John tuvo un espasmo entre sus brazos.
—Aguanta, aguanta. Por favor, vida mía, aguanta...
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Capítulo 13

Tres meses después


«Siren está oficialmente en bancarrota después de que cinco de sus directivos
fueran condenados el martes por blanqueo de dinero, evasión fiscal, investigaciones
genéticas ilegales e intento de asesinato...»
Enya apagó la televisión y se sentó en silencio un buen rato. Por fin había
terminado. Todo. Los bastardos al mando de Siren estaban entre rejas, que era donde
debían estar. Su testimonio se había asegurado de que así fuera, al igual que los
testimonios de Argyle y Elliott, testigos y víctimas del ataque a su apartamento.
Junto con las pruebas que tenía el FBI, y que llevaban más de una década
recolectando, no había dinero en el mundo para pagar a la compañía. Enya estaba a
salvo; aquí, en Sterling, Siren no podría volver a tocarla nunca.
John llegó y se sentó junto a ella en el sofá, haciendo una mueca de dolor, pues
aún tenía el pecho un poco débil pese a haber estado tres meses curándose.
—¿No hay nada bueno en la tele? —preguntó.
—No. —Le sonrió.
—¿Te he dicho hoy lo mucho que te quiero? —le preguntó.
Su sonrisa se ensanchó.
—No.
—¿Qué te parece si te lo muestro, entonces? —dijo, y la recostó sobre el sofá para
cubrirla con su cuerpo.
—¿No tienes que ver a Ryan, para la terapia?
—En media hora —murmuró. Odiaba las sesiones de terapia, pero le estaban
viniendo bastante bien. Ryan había mantenido su promesa de ayudar a John a
fusionar sus dos personalidades con paciencia y amabilidad.
Cada día John parecía un poco más entero. La fusión de dos personalidades que
siempre mantenían a Enya alerta.
—Tiempo más que de sobra para uno rapidito —le dijo, sonriéndole como loco y
con los ojos verdes brillantes de pasión.

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En cuestión de segundos se habían quitado la ropa y estaban completamente
desnudos, envueltos en un abrazo.
John la colocó sobre él y la hundió sobre su polla con cuidado; el cuerpo de Enya
estaba húmedo y caliente, como siempre. Jugueteó con sus pezones, duros y
calientes.
El pelo de Enya le caía por la cara, haciéndole cosquillas cuando empezó a
mecerse sobre él.
—Eres tan guapa —susurró, tirando de su cabeza para besarla.
Enya se derritió más aún en él. John la rodeó con los brazos, agarrándola con
fuerza. Le rodeó las caderas con las manos, llenándola más con su verga gorda y
grande. Gritó, dejando que la hiciera saltar sobre él, rebotándole las tetas de forma
que John pudo agarrarle los pezones con la boca.
Paseó las manos hacia el trasero de Enya, abriéndole los cachetes; le acarició el ano
con el dedo y Enya se contrajo alrededor de su polla. Los dos gimieron al unísono.
Entró y salió del cuerpo de ella, una y otra vez, con sonidos húmedos que les
llagaron a los oídos.
Enya se corrió primero, gritando y aferrándose a él, quien enseguida la siguió,
llenándola de su leche, cálida y salvaje en su cuerpo tembloroso.
Cayó rendida sobre él.
—Te quiero —jadeó, sin aliento.
—Yo también, muñequita —dijo, y la agarró con fuerza.

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Epílogo

John miró el maletín, con la combinación puesta en el 777. Lo abrió y sacó sus
pistolas, el abrigo y el sombrero.
Cada vez se acordaba más de las cosas que había hecho Johnny. No se arrepentía
de nada, pues veía la nobleza de lo que él y Sterling habían conseguido. John incluso
había empezado a aprender a utilizar su velocidad sobrenatural, su Caza Tiempo,
como lo llamaba Ryan. Parecía que Johnny se había marchado, fundiéndose con él tan
completamente que John ya no sabía distinguir al uno del otro.

Pero se preguntaba si...

Se puso el sombrero.

Dentro, vio rayos y truenos. Y todo se volvió negro.

Enya se aproximó por detrás y le rodeó con los brazos.

—No te preocupes, John, se ha ido la luz por la tormenta.

—Lo sé. Llámame Johnny.

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