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La Psicología Del Soltero - Entre El Mito y La Realidad
La Psicología Del Soltero - Entre El Mito y La Realidad
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Crecimiento personal
C O L E C C I Ó N
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ISNB: 84-330-1852-3
Depósito Legal: BI-357/04
Impresión: RGM, S.A. - Bilbao
Te recuerdo, por si no habías reparado en ello,
que hay tres estados imperfectos, la soltería,
el matrimonio y todos los intermedios.
ÍNDICE
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
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PRESENTACIÓN
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de valorar la vida de los humanos, uno para los casados y otro dis-
tinto para los solteros. Tengo, además, la firme convicción de que, en
cuanto grupo social, los solteros pueden ser personas tan maduras y
tan felices, ricas y ambiciosas en su desarrollo personal como los
casados y que su contribución a la buena marcha de la sociedad es
perfectamente comparable entre ambos grupos.
Tras varios años dedicado al esclarecimiento de la vida de los sol-
teros, he comprobado que la mayoría de los juicios que se emiten en
torno a los pros y los contras de la soltería se fundamentan en un cri-
terio falso, suponer que las personas somos una especie de clones,
todos iguales entre sí, con idénticas necesidades y afectados por los
mismos problemas. No hacen falta grandes esfuerzos para constatar
que la realidad difiere sustancialmente de tal versión de la peripecia
humana.
No soy firme defensor de la soltería ni tampoco del matrimonio,
pues pienso que ambos ofrecen grandes posibilidades de alcanzar
una vida feliz, de la misma manera que los dos estados están some-
tidos al idéntico y largo proceso que conduce al logro de una vida
rica y plena.
Este ensayo sobre la Psicología del soltero quiere contribuir al
reconocimiento social de los valores positivos de la soltería y, al mis-
mo tiempo, proponer a los solteros un programa de desarrollo per-
sonal, especialmente en tres ámbitos, en el terreno del amor, de la
comunicación afectiva con su entorno y del encuentro con un marco
de vida connotado por la serenidad y la alegría de vivir.
Al margen de intuiciones vagas y atrevidas, me gustaría dejar
sentado desde este momento que frente a la falsa afirmación de que
la soltería es un “fallo o versión pobre del mundo del casado”, hay
otra versión más real de la misma que la considera una situación ple-
namente normal y con las mismas garantías de éxito que la expe-
riencia vital del casado. Solteros y casados coinciden en la condición
de personas, seres privilegiados cargados de positividad y con capa-
cidad para amar, soñar, trabajar y comunicarse en una medida tan
amplia que nadie hasta el presente ha sido capaz de cuantificar.
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PRESENTACIÓN
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SALUDO A LOS LECTORES,
SOLTEROS Y CASADOS
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casado, los que aspiran a casarse y los que nunca se casarán pueden
realizar su vocación al amor lo mismo que los casados o emparejados
y que la soltería, el matrimonio y todos los estados intermedios, den-
tro de límites que hasta el presente nadie ha sido capaz de fijar, gozan
de unas prácticamente ilimitadas posibilidades para recorrer los
caminos que conducen a la plenitud del amor entre las personas.
Fui soltero hasta los 37 años y desde entonces convivo con la mis-
ma mujer, mi esposa, de la que por el momento no pienso separarme
a pesar de que más de una vez me he preguntado, como me han con-
fesado haberlo hecho muchos otros casados: ¿quién me mandaría
meterme en el berenjenal del matrimonio, qué habría sido de mi vida
si hubiera optado por la soltería, cómo vería y valoraría a mi perso-
na en el diario discurrir por la vida sin la cercana y penetrante mira-
da de otra persona que me ayuda a saber quién soy en el fondo de mi
intimidad, allí donde se toca la confusa frontera que separa mi yo de
un tú, o a salir de la indefinición que percibo cada vez que intento
comprender la unidad que implica el “nosotros” en cuanto expresión
del inextricable misterio que comporta el binomio hombre-mujer?
Acepto de buen grado que se me pueda hacer una objeción: ¿cómo
puedes hablar para los solteros tú que eres un casado? La respuesta,
como en general siempre que se habla del trabajo de los psicólogos y
expertos en salud mental, es pensar que la tarea de estos profesiona-
les es escuchar a los demás ayudándoles a alcanzar la plenitud de
vida a la que están llamados y solucionar sus problemas, y ello tra-
tando de ser neutrales, a sabiendas de que la neutralidad total no se
logra siempre y del todo. Por mi parte y siguiendo el consejo de
Wachtel (1999), me he prevenido hasta donde me ha sido posible
para no dejarme contaminar por las ideas, generalidades y tópicos
que circulan sobre el soltero, dedicándome a proponer con toda
honestidad y el más profundo de los respetos hacia mis lectores mi
personal visión acerca de la soltería en cuanto una de las posibles for-
mas, nunca la única, de entenderla, valorarla y vivirla. También quie-
ro advertirte que en mi largo discurrir por las páginas que siguen
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En los últimos años y con ocasión de mis viajes por algunas capi-
tales europeas, he recorrido afanosamente algunas de sus librerías
importantes intentado localizar obras o estudios que clarifiquen lo
que distingue en lo psicológico a los solteros de los casados. Con el
mismo objetivo he recurrido a internet y, por ejemplo, en el amplio
servidor Google he podido encontrar hasta un total de 84 páginas bajo
el epígrafe “psicología soltero” y unos 120.000 webs particulares o
fichas, así como otras 84 páginas sobre el “celibato”, con parecido
número de webs referidos a este tema. Tras tan amplia búsqueda, no
ha sido pequeña mi extrañeza el comprobar que entre tantas fuentes
de información no existía un manual sistemático sobre la “Psicología
del soltero” y ésta ha sido una de las motivaciones más decisivas que,
como profesional de la psicología, me ha llevado a emprender el
arriesgado empeño de redactar el libro que tienes entre tus manos. Mi
motivación se acrecentó especialmente al constatar que muchos, lo
mismo solteros que casados, guiados más por los tópicos que por
datos científicos fiables y válidos, estaban implicados en el, a mi jui-
cio, estéril debate de inclinarse bien a favor de una exaltación a ultran-
za de la soltería, bien y por el contrario, incurren en el imperdonable
atrevimiento de ridiculizar hasta el escarnio la “despreciable situación
de todos los que han tenido que resignarse a la triste condición de sol-
teros” (!).
Mi opinión, apreciado lector, es que las vidas de los solteros/as
merece tanta consideración y aprecio como las de los casados/as y,
por tanto, no tiene sentido utilizar dos raseros a la hora de valorar la
vida de los seres humanos, uno para los casados y otro distinto para
los solteros. Apoyándome en análisis propios y ajenos intento mos-
trar que los dos estados, el de casado y soltero, tienen la misma enti-
dad y que son dos modos diferentes e igualmente posibles y válidos
de realizarse como persona (Schwartzberger y otros, 1995). Me des-
marco, por lo mismo, de tópicos tan insustanciados e hirientes como
pensar que “si a los 25 años no te has casado, tendrás una buena
razón para sentirte avergonzado/a” (Nothormb, 2000) o, como se les
dice a las mujeres japonesas, que es tan vergonzoso comer mucho,
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1ª. Hay muchas versiones de la vida plena, una de ellas es la del soltero,
que no es mejor ni peor que la del casado; una y otra conllevan grandes posi-
bilidades y también numerosas limitaciones.
2ª. La vida del soltero constituye en estos momentos una experiencia
psicológica y social bajo muchos conceptos nueva que tiene poco que ver con
la soltería de otros tiempos; considero por ello necesario evitar cualquier tipo
de generalización sobre los solteros, lo que me llevaría inevitablemente a
incurrir en considerables y posibles márgenes de error.
3ª. Puesto que las personas emparejadas o aisladamente somos únicas,
nada de lo que aquí se dice sobre los solteros puede sustituir el acercamiento
riguroso a la comprensión total y última de la vida de cada persona y, por
tanto, de la tuya. Esto me invita a hacerte una amistosa sugerencia: al mar-
gen de tu situación de casado o soltero, utiliza, modifica, ajusta, asume,
rechaza… lo que propongo aquí sin preocuparte de que te apartes o te aten-
gas a lo que digo; nada en mi propuesta es definitivo, totalmente seguro, ni
sobre todo, equivalente a la vía única de que dispones para alcanzar tu pro-
pia felicidad, que es lo que verdaderamente te importa y me importa.
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los adultos que “viven solos, bien porque no han querido, bien por-
que no han podido casarse”, lo que implica que sólo indirectamente
debo ocuparme de las dimensiones de índole social, jurídica, econó-
mica, etc. que inciden en el desarrollo de la personalidad de los sol-
teros (Schwartzberg y otros, 1995); en esta perspectiva, me interesan
las vivencias del soltero en el ámbito del amor, la familia, bienestar,
soledad, ocio, trabajo, sexualidad, salud, amistades, economía y un
largo etcétera, peculiares y en algún caso exclusivas, que caracteri-
zan la vida diaria de los adultos no casados (Lamourère, 1988).
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to a la mujer, contar solamente con una habitación con puertas laterales que
llevan a habitaciones de extraños, traer a casa la cena en un paquete, tener
que admirar a los niños de los demás y ni siquiera poder seguir diciendo ‘los
tengo’, componer el aspecto y el proceder según el modelo de uno o dos sol-
terones que se conoció cuando uno era joven”.
En el terreno del AMOR, un estereotipo que mina muchas ilusiones
vitales es dejarse llevar por el sofisma de que “sólo el amor de pareja es
verdaderamente amor y todos los demás sustitutivos frustrantes del único y
verdadero amor, el del casado”.
En el ámbito de la FAMILIA, los estereotipos pueden hacer también
su mella tanto en los hijos solteros como en los padres pues, cuando
un hijo/a se aparta de la norma “adulto casado”, los padres reaccio-
nan como si de algún mal propio se tratara. Si el matrimonio repre-
senta la evolución “natural” de la familia, la soltería equivale a cier-
ta “anormalidad”, y es que los padres no tratan ya al hijo soltero
según las relaciones “padre-hijo” sino “padre adulto-adulto”. Tal
situación resulta en muchos casos incómoda y es origen de muchos
sufrimientos para los padres, pues piensan que no han sabido incul-
car en los hijos el amor que lleva al matrimonio; mientras que el hijo
no se casa, no goza de la cualidad de adulto en la familia (Schwartz y
otros, 1995, p. 13).
Un criterio que sirve para entender lo que puede afectar la SOLTE-
RÍA a las personas, mujeres y hombres, es el valor altísimo e incues-
tionable (!) que ha representado el MATRIMONIO en el sistema de valo-
res vigente en la sociedad occidental hasta la década de los 80, fechas
en que el estereotipo imponía esta regla o cliché:
“El hombre trabaja y la mujer se ocupa de la casa y del cuidado de los
hijos, la mujer es dependiente del salario del marido, y la felicidad familiar
se puede alcanzar sólo cuando se toma como patrón la fórmula “matrimonio-
pareja-madre-hijos”. Por ello, no es de extrañar que por los años 50 las
cuatro primeras tareas del adulto fueran y por este orden: elegir pare-
ja, aprender a convivir en ella, tener una familia y criar a los hijos, y
el no casarse significara para el hombre algo patológico y en la mujer
inferioridad biológica (Schwartz y otros, 1995, p. 15). Por las mismas
fechas, el 80 por ciento de los americanos pensaban que las personas
solteras “eran enfermos, neuróticos e inmorales” (Coontz, 1992).
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1º. Los solteros están apegados a sus padres: los visitan constantemente
o, peor (!), viven con ellos y especialmente con la madre. Esto se
debería, en el caso de la mujer soltera, a que no ha podido desa-
rrollarse como persona dentro de la sociedad general; en el sol-
tero varón, se trata de una figura medio trágica y medio ridícula
de infantilismo. En ambos casos, esto ocurre “porque [los hijos]
no buscaron pareja debido a que no supieron despegarse de la
madre”. Hay que decir en honor a la verdad que ningún estudio
científico ha demostrado hasta hoy que los casados sientan menor
apego hacia sus padres que los solteros.
2º. Los solteros son egoístas: están centrados en sí mismos, piensan
sólo en sí mismos y si llegan a casarse acaban divorciándose.
Muestra de su egoísmo sería su escasa dedicación a los servicios
sociales: el 60 por ciento de los solteros no dedican ni una sola hora
semanal a los demás, y sólo el 9 por ciento dedican algunas pocas
horas, concretamente y como máximo entre 5 y 10 horas semana-
les; por el contrario, prefieren ocuparse del cultivo de sus manías,
acariciar los objetos de casa que renuevan y cambian constante-
mente de lugar, realizar viajes costosos, etc. En un alarde de exa-
geración se llega decir que entre los solteros no hay santos: sólo
Jesucristo y Buda fueron solteros santos. Contra tales gruesas afir-
maciones sólo basta comprobar que en todos los tiempos ha habi-
do numerosos santos solteros que dedicaron toda su vida a los
demás con una intensidad canonizable y canonizada (!).
3º. Los solteros son ricos: esta afirmación carece de fundamento pues
es sabido que a partir de los 30 años, los sueldos de los solteros y
casados son similares y los solteros no son más ricos que los casa-
dos.
4º. Los solteros son más felices: esta afirmación, como tantos otros tópi-
cos, no ha podido ser demostrada científicamente. De hecho, hay
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bastantes datos a favor de que los casados son más felices: sufren
menos de insomnio, son menos propensos a tener úlceras, a
sufrir de ansiedad, tienen menor sentimiento de culpa, se auto-
valoran más, etc., por el contrario, los solteros son más propensos
a la bebida, a las drogas y al suicidio (55 por ciento entre los sol-
teros frente al 35 por ciento entre los europeos casados).
5º. Los solteros son más libres y tienen más tiempo de ocio: a primera vis-
ta, parece que sí porque están libres del cuidado de los hijos y sin
familia, pueden viajar solos, van donde quieren y cuando quie-
ren, gastan su dinero como quieren y sin rendir cuentas a nadie.
Sin embargo y curiosamente, cuando se pregunta a los solteros y
casados en qué medida se sienten libres, los porcentajes de res-
puesta son similares, en torno al 31 por ciento en ambos casos. Sí
parece ser cierto que salen más de casa que los casados (un 20 por
ciento más), pero este aspecto no es suficiente para definir ade-
cuadamente la libertad de las personas. Por otra parte, no queda
claro que dispongan de más tiempo libre puesto que, exceptuan-
do los solteros con altos ingresos que pagan el servicio de otras
personas, el resto suelen tener más obligaciones caseras.
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suicidan mucho más que las personas casadas, datos que nin-
gún estudio científico ha logrado demostrar (Lamourére, 1988;
Davies, 1995).
• desde la “teoría psicológica del apego”, el tópico lleva a pen-
sar que los solteros son dignos de compasión puesto que su
temor a convivir afectivamente con su pareja tendría como
desgraciada causa el no haber recibido durante la infancia el
amor y cuidados suficientes para aprender a conectarse con-
fiadamente con las demás personas, lo que aplicado a nuestro
tema, se podría traducir diciendo que los solteros coinciden
con aquellas personas que desconfían de que el cónyuge les
pueda colmar la necesidad de sentirse suficientemente ama-
dos (Torrabadella, 2000, p. 73).
• socialmente, los solteros han sido considerados personajes
insensibles a los bienes que representan las nuevas generaciones
para la sociedad, por lo que no son merecedores de la conside-
ración que los Estados dan a los casados y padres de familia en
razón de su contribución a la renovación constante que la socie-
dad necesita para sentirse viva y próspera (Díaz, 1998, p. 134).
• en la medida en que el marco de referencia del adulto y la nor-
ma generalizada para la sociedad es el matrimonio, los solte-
ros se ven abocados al peligro de que se les considere menos
hábiles para la “vida normal” y, por lo mismo, se les vea como
personas en cierto modo “desviadas” (Schwartzber y otros,
1995).
• a los solteros se les confunde con los solitarios y aburridos y el
estereotipo les considera víctimas de la soledad y de una
minusvalía frente a la vida en pareja; esto lleva a que a las
mujeres solteras, en concreto, no se les suela preguntar por
qué se han quedado solteras, sino por qué no se han casado y
tenido hijos; y a la postre, se las compadece por ello (Alborch,
1999, 207).
• el calificativo de “solterón” o “solterona”, relativo a las perso-
nas que “no han conseguido” emparejarse, tiene aún en nuestra
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es exigir que los demás nos traten en todo y siempre con crite-
rios de plena madurez y como nos gustaría, olvidándonos de
que, con frecuencia, somos nosotros los que debemos suplir la
inconsciencia e inmadurez de los demás”.
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temor que ella sentía hacia los hombres; a partir de ese momento enten-
dió que había encontrado la pareja que buscaba, alguien consciente y dis-
puesto a compartir y superar el temor al compromiso de vida en pareja”.
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Una puntualización: dado que los motivos por los que los solte-
ros pueden adscribirse a un determinado tipo particular no son puros
ni excluyentes, la tipología de solteros que propongo al lector es la
que resultan de tomar en consideración los que podemos conside-
rarse rasgos “preferentes” o de mayor peso en cada tipo o clase.
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cibo con medio ojo abierto, pues me han dicho que cuando se abren
los dos, la cosa es terrorífica”. En cualquier caso, estos solteros
afrontan la soltería no sólo con cierta resignación sino en cali-
dad de mal menor y necesario.
b) Un miedo especial, el patológico, es el experimentado por los
denominados “solteros fóbicos”. La relación fóbica se caracte-
riza por la vivencia de situaciones extremas y contrarias: un
día se sienten atraídos cuasi irresistiblemente por su pareja, y
al día siguiente huyen de ella sin saber por qué, alternan acer-
camientos y distanciamientos con extraña rapidez y sin moti-
vo alguno que lo justifique. Carter y Sokol (1996) han explica-
do con gran claridad las cuatro etapas por las que pasan los
fóbicos al amor: la primera es la fase de fascinación, durante la
cual el amor, el deseo y la excitación son tan intensos que se
sobreponen a cualquier temor y exigen a sus parejas que se
involucren completamente en la relación; en la fase intermedia,
el miembro más consciente se da cuenta de que su pareja fóbi-
ca le pide mucho más compromiso del que imaginaba y
comienza a poner barreras y establecer límites, lo que provoca
en la parte no afectada por el miedo fóbico una gran carga de
inseguridad y le lleva a realizar intentos de ayuda para que se
clarifique la postura del fóbico; esta etapa es la más complica-
da y puede ser breve pero lo más frecuente es que dure años.
En la siguiente etapa, la tercera, el miembro afectado por el
miedo comprueba que la pareja le está invadiendo su espacio
físico y emocional y entonces reacciona buscando huir de la
situación que le resulta amenazante a la vez que inexplicable a
sus propios ojos. El ciclo se completa con una cuarta etapa final
en la que la pasión inicial se torna en descontrol emocional y
en sentimiento de hostilidad y hasta de desprecio hacia la
pareja que inicialmente había sido objeto de una atracción apa-
sionada e incondicional.
c) Otro miedo muy frecuente entre los solteros procede de su baja
autoestima que les lleva a considerar la vida de pareja como un
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Comentario final
Presentado al lector el perfil psicológico de los veintidós tipos de
soltero listados en este capítulo, me queda una duda, que mis lecto-
res solteros se vean reflejados con un mínimo de fidelidad dentro de
alguno de dichos tipos. Tengo también una cierta esperanza, que sus
vidas vistas “desde dentro” de alguno de los tipos se parezcan bas-
tante a lo que la observación del psicólogo ha visto “desde fuera”, no
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tan desde fuera, puesto que muchos de los rasgos y vivencias psico-
lógicas asignadas a cada tipo han sido confesados y ratificadas por
los numerosos solteros que en la consulta de los psicoterapeutas
abrieron sinceramente su interior a aquéllos profesionales que les
ayudaron en ocasiones a desarrollar las posibilidades de su vida sin-
gular y, en otros casos, a encaminarla por derroteros que les condu-
jeron a vivirlas en cuotas de mayor satisfacción y felicidad.
Debo decir, para terminar, que los tipos descritos en este capítulo
no agotan la tipología o clasificación completa de los solteros, por eso
me he sentido obligado a denominarla “provisional”. Podría haberla
ensanchado hablando también de solteros cautos, felices, abiertos al
amor, timoratos, confusos, masoquistas…; en cualquier caso, de una cosa
estoy convencido, de que los tipos descritos representan en conjunto
un paquete de rasgos y vivencias suficientemente esclarecedoras para
que cualquier soltero pueda llegar a reconocer “su” modelo o mane-
ra de asumir y vivir su soltería y, lo que es más importante, que más
allá de lo que se dice sobre cada tipo se esconden vivencias felices y
tristes al igual que ocurre entre los casados. Quiero expresar con toda
claridad mi convicción de que a pesar de las connotaciones comunes
asignadas a uno u otro tipo, cada soltero representa la irrepetible
experiencia de una vida humana, que es lo mismo que decir, algo
manifiesto, y también oculto, perteneciente en exclusiva al inaccesible
y misterioso reducto de lo estrictamente personal.
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SOLTEROS, ¿POR QUÉ?
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tanto libre; para otros, el matrimonio es algo con lo que se han encon-
trado, sin haber pasado previamente por el análisis riguroso de sus
ventajas y sus inconvenientes, por ello, les resulta difícil deslindar lo
que les llevó realmente al matrimonio de lo que después de casados
han encontrado en su vida en pareja y con hijos. Parece claro que, sal-
vo unos pocos, la mayoría de los casados nunca llegaron a formular-
se preguntas como: ¿es para mí el matrimonio una necesidad indis-
pensable para ser feliz?, ¿considero el matrimonio como opción pre-
ferente o simplemente como mal menor?, ¿son más poderosas las
razones que me han llevado al matrimonio que las que hubiera podi-
do poner en juego para quedarme soltero/a?
Si el tema se analiza desde los solteros, las contestaciones resultan
igualmente numerosas y confusas, pero algo más reveladoras que en
el caso de los casados. Así, desde el soltero que te dice “no sé por
qué”, otros aducen razones que no dejan lugar a dudas: “no quería
perder mi libertad”, “me asusta el matrimonio”, “la vida en pareja es
demasiado complicada”, “me abandonó mi primer novio/a y nunca
más he querido saber nada de los que se me han acercado”, “no se
me ha presentado la persona adecuada”, “no he sabido aprovechar
las ocasiones que se me ofrecieron”, “cuando me di cuenta, se me
había pasado ya la hora”, “durante mis años jóvenes me dediqué a
cuidar a mis padres”, “me quedé sin padres y tuve que ocuparme de
mis hermanos”, “no me he casado por pereza”, “soy hijo/a de
padres separados”, “muchos de mis amigos han fracasado en su
matrimonio, no quiero que a mí me ocurra lo mismo”, “no he tenido
tiempo de ocuparme del tema, pues me absorbe totalmente mi pro-
fesión y mi trabajo”, “creo que no valgo para la responsabilidad de
ser padre/madre”... Evidentemente, la lista anterior no agota los
motivos de la soltería –he leído en Cipolla (1995) que en una encues-
ta dirigida hace unos años a 400 mujeres italianas solteras, se men-
cionan hasta 17 razones posibles y diferentes que podrían explicar el
porqué de su soltería–. De cualquier forma, analizados con detención
y por variado que sea el conjunto de motivos aducidos por los solte-
ros, la generalidad de ellos acaban reflejando un estado de ánimo
que se decanta hacia dos posiciones distintas: aceptación de la solte-
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1ª. Solteros por libre elección personal. Por más determinismos sociales
o individuales que se busquen y se aduzcan como causa de la
soltería, hoy nadie niega la posibilidad de que la soltería puede
y de hecho es en muchos casos objeto de una decisión plena-
mente libre. Es cierto que para muchas personas ejercer la liber-
tad para casarse o no resulta asunto harto difícil, dadas las pre-
siones sociales de todo tipo que se ejercen aún hoy en día contra
los que se “atreven” a desmarcarse de la norma general de casar-
se –no tan general a juzgar por del gran número de solteros–,
pero no se puede negar que hay adultos capaces de sobreponer-
se a todos los estereotipos circundantes y considerar como un
valor positivo dedicar su vida entera al cultivo de todas las posi-
bilidades individuales que se les presentan cuando, echando
una mirada hacia su interior, contemplan el amplísimo progra-
ma de experiencias y de desarrollo personal que se pueden rea-
lizar sin necesidad de contar con el apoyo enmarcado en una
vida de familia. Aquí están el conjunto de solteros/as que han
elegido el dedicarse con todas sus fuerzas al cultivo de la cien-
cia, las artes o las letras, los que consagran su vida virgen al cui-
dado de los demás –clérigos y religiosos–, los líderes políticos y
sociales fascinados por la causa que les ocupa toda la vida, los
trabajadores de empresas y ONGs multinacionales sometidos a
una extraordinaria movilidad difícilmente compatible con la
vida familiar, etc. No puede decirse a la ligera que estos solteros
se realizan menos que los casados o que son víctimas de su
egoísmo, pues en muchos casos se muestran mucho más gene-
rosos, y quizás también por ello, más felices que muchos casa-
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4ª. El excesivo coste del matrimonio. Un motivo aducido por ciertos los
solteros es el precio que hay que pagar por vivir en compañía de
la pareja; para estos solteros “el matrimonio no vale lo que cues-
ta”, pues conlleva tal cúmulo de incertidumbres, preocupacio-
nes y compromisos que nunca compensan los inconvenientes de
vivir solo. Esta motivación se alimenta de las historias de todos
aquellos que han fracasado en su matrimonio y se atreven a con-
tarlo a sus amigos. En cierta ocasión, me confesaba un amigo
soltero que cuando oyó la confesión de cómo un compañero,
ahora en manos del psiquíatra y profundamente deprimido, le
describió lo que había representando para él su reciente separa-
ción, se le quitaron todas las ganas de casarse.
5ª. El pesado fardo de la paternidad/maternidad. A la mayoría de los sol-
teros les atrae la paternidad/maternidad pero no todos se sien-
ten capaces de asumir el compromiso de traer un hijo al mundo
por los sufrimientos a que está expuesto en una sociedad como
la nuestra, con grandes dificultades para salir adelante y buscar-
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Conozco una historia que ilustra muy bien el caso que estamos
analizando. María es una joven de 27 años muy agraciada física-
mente. Con ocasión de un viaje, conoció a un abogado soltero
con quien, según sus palabras, hicieron “buenas migas”. Comen-
zaron a salir y al principio todo parecía marchar bien pero ense-
guida comprendió que su fervoroso amante era un hombre extre-
madamente inseguro que le pedía a todas horas consejo sobre los
pleitos que llevaba entre manos, de los que lógicamente María no
tenía la menor idea. Esto le hizo comprender que lo que su fla-
mante abogado buscaba en ella no era más que el remedio a
todas sus inseguridades y, en consecuencia y por respeto a sí mis-
ma, decidió dejar a quien en un par de meses había pasado de ser
alguien que la adoraba a una persona que ocultaba dentro de sí
un “don nadie”, que la sofocaba y controlaba hasta extremos tan
impensables como insoportables.
10ª. Miedo al vínculo sexual. Hablando del sexo, hay tres afirmaciones
que pertenecen al abc de lo que significa la sexualidad en la vida
de las personas: 1) el ser humano es por naturaleza un animal
sexuado, 2) cierto ejercicio de la sexualidad entra en la lista de
las “necesidades básicas” de la persona, y 3) el encuentro carnal
entre personas de distinto sexo, con sus componentes principales
de intimidad total, excitación y cierta pérdida de uno mismo en
manos del otro, constituye una experiencia irrepetible que pone
en juego nuestro yo más profundo por cuanto, a través de la
fusión íntima, convierte nuestro cuerpo, en instrumento de uno de
los mayores placeres que podemos disfrutar en calidad de seres
de carne y hueso. En la perspectiva psicológica, la sexualidad de
la persona se presenta en forma de una tensión bipolar: por un
lado, se siente el sexo con enorme atracción y como un modo de
colmar la necesidad cuasi obsesiva de comunicación con la perso-
na del otro sexo pero, por otro, se experimenta el temor a conver-
tirse en objeto de posesión del compañero/a. Los afectados por el
temor al vínculo sexual tienden a resolver este conflicto interior
entregándose a eventuales y sucesivas experiencias amorosas con
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las que sacian sus necesidades sexuales y logran librarse del com-
promiso del amor total para el que no se sienten seguros de poder
dar respuesta (Branden, 1995).
En todos los tiempos ha habido un método común para evitar
que la intimidad de la persona se tradujera en compromiso de
amor y se limitara al mero placer momentáneo, es la llamada téc-
nica de la “cama musical”, consistente en cambiar frecuentemen-
te de compañero (Kleen, 1994). A este respecto, aparecen dos
hechos de indudable significado; por un lado, el feminismo a
ultranza, considera un triunfo el que la mujer actual haya logra-
do, con la necesaria colaboración del varón, el dudoso privilegio
del “sexo sin corazón”, una conducta tradicionalmente reserva-
da en exclusiva al macho y que supone que dos personas acuer-
dan sacrificar sus sentimientos (esperanzas, sueños, zozobras y
decepciones) y tratarse como si fueran sólo cuerpos que se exci-
tan, se abrazan, se tocan y se emborrachan con el placer; por otra
parte, desde pequeños todos hemos recibido el mensaje de que el
mundo de lo sexual y de la desnudez estaban prohibidos, eran
tabú incluso en la esfera de las relaciones familiares, “esto no se
toca”, “esto no se hace”, “esto no se enseña”. Entre los dos polos
de la sexualidad, acercamiento y temor, atiborrarse de sexo y ate-
nerse a su prohibición, está el “sexo con amor” que supone com-
paginar amor y ternura, espontaneidad y continuidad y que,
según los sexólogos, es fruto de un aprendizaje muy tardíamen-
te logrado por las personas, para algunas una meta nunca alcan-
zada. Del rechazo del sexo sin amor disponemos de un dato elo-
cuente: según la encuesta del CIS (1995), el 50 por ciento de los
españoles rechazan el sexo sin amor, pero con una notable dife-
rencia, el porcentaje es del 35 por ciento entre los hombres y del
65 por ciento entre las mujeres.
Los partidarios del amor libre de toda restricción, por su par-
te, nos ofrecen una particular confesión, que el disfrute de la
borrachera sexual suele terminar mucho antes de lo que espera-
ban y que el amor reducido al contacto de los genitales, el mero
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encuentras con ellas”. Al bajar del tren se declaró a la joven y allí comenzó el cami-
no que les conduciría al matrimonio. Le comenté que a esto se llama ‘flechazo’, a lo
que él me replicó ‘llámale como quieras, pero así ocurrieron las cosas”.
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1) Para evitar tener que lavar la vajilla, usa vajilla de plástico, amon-
tona los platos en el fregadero, por ello, conviene que sea grande y capaz
de soportar muchos platos; en caso de apuro, pide prestados al vecino los
platos necesarios para salir del paso, suprime el uso cotidiano de los
cubiertos, y suprime igualmente los vasos pues se puede beber directa-
mente de la botella; la sartén es casi imprescindible aunque tampoco es
necesaria puesto que el huevo se puede freír directamente sobre la vitro-
cerámica.
2) para no tener que hacer la cama, se puede dormir en el suelo, sobre
las mantas, en el sillón e incluso de pie.
Y 3) para encontrar pareja, existen varios métodos: a) el ‘método
de la aspirina y de la cocacola, una mezcla que, como es sabido, tiene
influjo considerable en el aumento de la libido femenina; b) el ‘método
gillipollas’ consistente en hacer simplemente el imbécil, hasta que a algu-
na piadosa mujer le demos pena y c) el ‘método del busca y encontrarás’
que supone, primero emborracharse y, una vez ebrio, dirigirse a una her-
mosa mujer joven diciéndole –hics–, ¿te importaría venirte conmigo a la
cama? A lo cual la mujer suele contestar con un derechazo magnífico que
te deja aletargado profundamente durante dos días; y por fin d) el ‘méto-
do del incordio’ (método gillipollas perfeccionado) que nos lleva a varias
conclusiones: la mujer es, cuando menos, peculiar, los hombres ignora-
mos absolutamente todo sobre la idiosincrasia femenina, las mujeres
aguantan todo de los hombres excepto las gillipolleces provenientes del
sexo contrario…
(www.paisdelocos.com. humor/familia_amor/3/)
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“En Occidente, la poligamia sólo está bien vista entre los solteros” (25).
“Si en algún momento dudas de que estás en una situación envidiable, haz
este ejercicio práctico: Quedas un domingo a la una de la tarde con un par de
parejas de amigos para tomar unos vinos. Llegas impecablemente desarregla-
do/a y luciendo las típicas ojeras producto de una noche de juerga. Cuando te
pregunten “¿de dónde sales?”, tú contestas: “es que me acabo de despertar”,
y observarás las miradas de envidia que te lanzan de soslayo” (35).
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gunto por qué ningún hombre se acerca a mí a pesar de que yo me fijo mucho
en ellos. Ya ve el laberinto en el que estoy metida. ¿Qué me aconseja?” (mujer
de 36 años).
“Tengo 24 años y nunca he salido con un chico. En los dos últimos años
me he enamorado dos veces, pero no he sido correspondida. Mis amigas tie-
nen pareja y yo no tengo con quien salir. Tengo que soportar las bromas de
los que dicen que seré una solterona. ¿Qué puedo hacer? (consulta en
MUJER DE HOY, abril de 2001, p. 28).
“Soy soltero y jefe de una sección importante de mi empresa. Entre las
empleadas hay una que me atrae mucho, pues es muy guapa y de carácter ale-
gre. Me gusta comer junto a ella en el comedor de la empresa. Muchas veces
he pensado en proponerle relaciones serias y casarnos, pero no me he decidi-
do porque ella es una persona ignorante y sin cultura. ¿Puedo arriesgarme a
casarme con una persona así?” (varón de 30 años).
“Soy soltero y tengo dos amigos con los que salgo, viajo y me divierto.
Vamos juntos a todas partes, a discotecas, a restaurantes especializados en
menús vegetarianos. Últimamente noto que me aburro con ellos y que gasta-
mos a lo tonto en cosas que no me llenan, por ejemplo en vinos carísimos. A
dejarlos no me atrevo porque me quedaría solo y no estoy seguro de poder
vivir así. Seguir con ellos tampoco me convence por lo que le digo y porque...,
bueno, no sé muy bien por qué. Dudo de que pueda vivir solo y, en el caso de
apartarme de ellos, cómo ocuparía mis tiempos libres. ¿Qué es aconsejable en
mi situación?” (varón de 31 años).
“Soy soltero y tengo un amigo, también soltero, hijo de una familia amiga
de la mía. Yo tengo carrera y él es un albañil. Veo que apenas coincidimos en
nuestras aficiones y gustos. Frecuentemente me propone ir a sitios (discote-
cas, fútbol, clubes) en los que él veo que se divierte mucho y yo me aburro.
No estoy dispuesto a seguir así pero tampoco a dejarle porque temo quedar-
me solo y como soy muy tímido dudo que pueda encontrar otros amigos.
Aconséjeme, doctor” (varón de 37 años).
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comunicarse plenamente con los demás?, ¿es posible para los solteros
cubrir su necesidad de comunicación (intimidad, complicidad, apo-
yo, compañía, amistad) viviendo al margen del matrimonio o vida en
pareja estable?, ¿es inherente a la vida del soltero sufrir irremediable-
mente el mal de la soledad?, ¿en términos psicológicos, es equipara-
ble el nivel y calidad de comunicación afectiva que puede alcanzarse
dentro del matrimonio con la red de relaciones sociales que los solte-
ros pueden establecer y mantener con las demás personas? En las
páginas que siguen intentaré mostrar que la vida de los solteros está
abierta a todo tipo de comunicaciones positivas con el entorno, por lo
que no procede adoptar una postura de compasión hacia ellos y
menos aún negarles la posibilidad de sentirse suficientemente apo-
yados y acompañados por el conjunto de personas que a través de la
familia, amigos o compañeros están cerca de él. Una cuestión especial
es dilucidar si esas vivencias compartidas son suficientes para lograr
el nivel concreto de comunicación y compañía que cada soltero en
particular necesita mantener con las personas cercanas a su vida y, en
caso negativo, cómo es posible hacer llevadera y convertir en positi-
va su relativa soledad. Veamos lo que da de sí el análisis pormenori-
zado de estas complicadas cuestiones.
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bién me deprime no poder comentar con otra persona, a solas y con calma,
las pequeñas cosas que me pasan todos los días. Aparte está la soledad y
frialdad de la cama, donde me imagino muchas veces a mis amigos casa-
dos abrazándose con sus mujeres, haciendo el amor o gozando viendo a su
alrededor a sus hijos. Las veces que he intentado hacer el amor con algu-
na amiga soltera, me ha puesto la objeción de que “nuestra amistad no
exigía hacer el amor, todo menos eso”. Sin estas cosas, todo lo demás me
sobra, me falta la salsa de la vida”.
Esta trágica historia describe con toda crudeza cómo, a sus cua-
renta años, echaba de menos mi amigo el no ver cubierta su
necesidad de intimidad, lo que me obliga inevitablemente a
retomar la pregunta ya formulada: ¿pueden colmar los solteros
su necesidad de intimidad? La respuesta no es clara y sería una
frivolidad por mi parte responder con el rotundo no que qui-
zás espera el lector. El tema es complicado, pues al margen de
otras consideraciones, es obvio que muchas personas casadas
y muchas parejas que no han pasado por las carencias que
sufrió mi amigo se sienten muy solas, fracasadas y deprimidas
–preguntémoslo a muchos divorciados/as–.
Es sabido también que en la vida de muchas parejas la pasión
no siempre se mantiene, la rutina puede arruinar el más exul-
tante romance, el corazón puede dejar de latir con la fuerza de
la novedad jadeante del amor pasional y la fulminante con-
quista del primer momento puede convertirse en el más espan-
toso hastío. A esto hay que añadir que la intimidad tiene dis-
tintas vertientes, así cabe hablar al menos de intimidad en el
ámbito espiritual y corporal. En este sentido, conozco un solte-
ro que cuenta con pelos y señales a su madre todos sus amores
y amoríos hasta el punto de decirle cosas que nunca se hubie-
ra atrevido la madre a comentar con su difunto marido. Tam-
poco se puede descartar la posibilidad de que determinados
solteros, especialmente los muy introvertidos y ocupados ple-
namente en su vida profesional, no sientan la necesidad de la
intimidad corporal y vivan plenamente satisfechos hablando
con sus amigos/as de las cosas que les llenan en el terreno de
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A modo de síntesis
Resumo de todo lo anteriormente expuesto diciendo que, en mi
opinión, la soltería, más que un paisaje triste y empobrecedor, ofrece un
marco vital con importantes ventajas y luces, nada menos que todas las
que pueden brillar en la vida de quienes no tienen por qué verse fuera
del mundo de los que se aman y, al mismo tiempo, se sienten libres y
gozan de compartir su vida con el grupo amplio de personas a las que
quieren y prestan su ayuda. De las páginas anteriores, saco estas cua-
tro conclusiones sobre el significado positivo de la soltería:
1ª. Hay distintas maneras de realizar la vocación al amor, la del
soltero es una más y no carente de positividad.
2ª. Hablando de los solteros, si algo es evidente es que no re-
nuncian al amor, ni tienen por qué sentirse necesariamente
mancos ni condenados al subdesarrollo en el terreno de la
comunicación afectiva.
3ª. Los solteros son excepcionalmente avaros en el cumplimiento
de un empeño, hacer posible realizar su vocación amorosa sin
renunciar lo más mínimo a su autonomía y libertad personal.
4ª. El estatuto de soltero conlleva una cierta dosis de soledad que
puede compensarse con el despliegue de auténticas relaciones
amistosas hasta alcanzar un nivel de intimidad suficientemen-
te satisfactorio y globalmente comparable con los contactos
íntimos que se dan en la relación de pareja.
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vida, pues no puede vivir sin mujer, a pesar de que la busca” (chico estu-
diante de 27 años); “el soltero es un bicho raro que anda perdido por la
vida de aquí para allá” (farmacéutico de 65 años); “a partir de cierta
edad, si no se está con otra persona es porque se tiene algo raro” (secre-
tario de ayuntamiento de 50 años); “el 98 por ciento de los solteros son
tipos raros, que tienen hartos a los padres” (tendero de 46 años); “estoy
solo porque no he tenido ocasión de acercarme a una mujer concreta”
(varón de 65 años); “se quedan solos porque son aburridos” (pintor de
42 años); “me siento una persona rara, quizás por eso no me atrevo a
acercarme a los hombres, a pesar de que muchas veces siento las ganas de
casarme” (enfermera de 38 años).
– El 10 por ciento ven a los solteros como personas egoístas, vivido-
res y juerguistas irresponsables: “todos los solteros son un poco egoís-
tas” (varón de 70 años, jubilado de banca)”; “los solteros son gente
muy egoísta, ahora son más humanos” (varón de 63 años); “el soltero es
un juerguista, de vida alegre y tranquila” (camarera de 40 años); “el
soltero quiere vivir la juerga libremente” (chica estudiante de 22 años);
“persona muy egoísta que no quiere ayudar a una mujer” (mujer de lim-
pieza de 65 años); “alguien muy suyo que no se sujeta a nadie” (seño-
ra de 45 años, ama de casa)¸ “soltero igual a irresponsabilidad” (joven
marroquí de 24 años); “son solteros porque no hay nadie que los aguan-
te” (secretaria soltera (!) de 30 años).
– El 9 por ciento consideran a los solteros personas tímidas, timora-
tas, incapaces de acercarse al sexo contrario: “siempre me ha resulta-
do difícil acercarme a una mujer” (camarero de 34 años);“no se sienten
con ánimos para formar una familia, les da miedo enfrentarse a ello”
(jubilado de 73 años); “no se quieren complicar la vida ni admiten res-
ponsabilidades” (mujer de 29 años, taxista); “llevo una guerra de sexos
que no sé cómo acabará” (ingeniero de 50 años); “soltero es alguien
como yo que estoy a dos velas” (guarda jurado en un centro comercial,
de 25 años); “soltero es una persona tímida que no se casa porque es raro,
pues todo el que quiere se casa” (joven marroquí de 27 años); “los sol-
teros son gente retraída” (monja de unos 40 años).
– El 4 por ciento opinan que la soltería es una situación transitoria
debido principalmente a que no se ha encontrado la persona ade-
cuada para casarse: “soltero es alguien que lucha para alcanzar una
vida mejor y casarse” (chica de 27 años, inmigrante marroquí); “nun-
ca ha aparecido en mi vida la persona que busco” (médico de 34 años);
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mizo pesimismo hace pensar que dicha sociedad carecerá de los recur-
sos suficientes para organizarse de manera saludable.
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3º. Tanto los solteros como sus padres difícilmente pueden sus-
traerse al sentir común que vincula enormes expectativas y satisfacciones
a las relaciones afectivas dentro del matrimonio y la totalidad de la familia.
Entre dichas expectativas está que los hijos se casen, tengan hijos y
todos juntos celebren los rituales familiares que marcan hitos en la
vida familiar, boda, nacimiento de los hijos, etc., todo ello de acuerdo
con un calendario de desarrollo de la familia perfectamente estableci-
do. En tal perspectiva, la alteración de este calendario por parte del
hijo soltero obliga a los padres y hermanos al correspondiente ajuste
del programa familiar, que se traduce en cierta incomodidad para
todos. Se entiende así mismo que, en este contexto, nada tiene de
extraño el que aparezca en los padres cierto sentimiento de compa-
sión hacia el hijo por lo que supone privar a éste del paquete de satis-
facciones que implica recibir los parabienes de toda la familia por su
contribución a la ampliación y enriquecimiento de la red de relacio-
nes afectivas que articulan a la familia en su conjunto (Alberdi y otros,
2000; Schwartzberger y otros, 1995).
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mutua entre dos personas que va más allá del eventual juego placen-
tero o la vivencia del amor sin caer en la cuenta de que también se pue-
de disfrutar del sentimiento amoroso traducido en la donación de lo
más personal, por ejemplo, dedicando el propio tiempo a acompañar
a la persona amada en todo el cúmulo de vicisitudes, altibajos y cam-
bios de ánimo por los que pasa, o compartir la intimidad corporal ocu-
pándose también de los pensamientos, sentimientos o deseos que se
dan concomitantemente con la fusión sexual o tras ella; la conjunción
armónica y completa de la pareja en todas estas vivencias, que es pre-
cisamente lo que falta en el amor romántico, es lo que impediría que
éste se convierta en experiencia plenamente satisfactoria, positiva y
propiamente humana.
De esta frustración me hablaba una mujer de 27 años que, tras convivir
como pareja de hecho tres años con su ahora exmarido, se casaron y su
matrimonio acabó en separación a los siete meses de legalizar su relación.
Cuando le pregunté a ella cómo había sido posible que, después de vivir tan-
to tiempo juntos les resultara imposible la convivencia, me dijo: “Creo que
J. M. no se dio nunca cuenta de lo que yo aspiraba y deseaba, estar juntos
a las duras y no sólo a las maduras”. Y añadió entre entrecortados sollozos:
“Me engañé pensando que, una vez casados, le gustaría estar conmigo tan-
to como con sus amigos solteros y que le bastaría estar junto a mí los fines
de semana para sentirse feliz y contento”.
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tico (Yela, 2000), p. 119-122). Me lo explicaba así una pareja con una his-
toria de amor de veinticinco largos años de convivencia a sus espaldas:
“De vez en cuando recordamos la época en que nos enamoramos, hacemos
manitas a hurtadillas mientras paseamos juntos por el parque y nos “mete-
mos mano” a cualquier hora en el rincón más insospechado de la casa, sabien-
do que el otro disfrutará de la carantoña ocasional. A veces pasamos juntos
largos ratos leyendo la prensa y sin decirnos nada, o al despertar en los días
de fiesta, disfrutamos un rato pensando juntos que nuestro amor es tangible
y permanece con el paso de los años, durante los cuales comprobamos que
hemos aprendido algo tan importante como dejar de lado el egoísmo y escu-
char las necesidades y sentimientos únicos del otro. Hemos comprendido
también que para nada necesitamos recordar nuestros viejos problemas, que
los hemos vivido, y que sabemos y podemos disfrutar de muchas de las cosas
que hacíamos cuando éramos novios o en los primeros tiempos de matrimo-
nio. No necesitamos más para ser felices ni nos sabe a poco las muestras de
cariño que nos damos ahora. Una de las alegrías que más nos llena es saber
que nuestros hijos, a los que dedicamos muchos días y noches en sus prime-
ros años, nos recompensan a su manera con su cariño”.
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
4º. Entre los retos más difíciles con que se enfrenta el soltero está
el saber estar solo, lo que supone carecer en muchos momentos de
aquella persona cuya sensibilidad esté lo suficientemente desarrolla-
da como para estar junto al que siente la necesidad de que alguien,
dispuesto a dejar de lado el núcleo de sus preocupaciones personales
y, movido por el amor desinteresado, se entregue al noble empeño de
compartir y vibrar al compás de los pensamientos y sentimientos de
euforia, inseguridad, esperanzas, fracasos, alegrías o tristezas del
otro. Sin negar que esto sea posible para el soltero, es difícil encontrar
fuera de la pareja personas dispuestas a desarrollar un programa con
tal nivel de exigencias pues supone, aparte de haber superado todas
las barreras que tienden a imponer la tendencia universal al narcisis-
mo –percepción del mundo circundante desde la única y exclusiva
perspectiva particular–, tratar al otro por encima de los criterios de
utilidad, pragmatismo y hedonismo imperantes en nuestra sociedad.
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
Habrá que reconocer, por ello, que en la práctica sólo el amor dura-
dero y pleno es capaz de entregarse con fe y decisión al descomunal
empeño que implica acercarse y comprender todos los entresijos del
alma del otro y es obvio, por lo demás, que los encuentros pasajeros
de los recién enamorados difícilmente dan de sí para un objetivo de
tanta complejidad y desinterés humano (Fromm, 2000; Cipolla, 1905).
5º. Según los datos aportados por estudios sistemáticos sobre los
sentimientos y necesidades afectivas de las personas, un inconve-
niente frecuente en la vida del soltero es comprobar que en el amor,
que indudablemente puede ejercerse fuera del matrimonio o vida en
pareja estable, aparecen ausentes algunas de las dimensiones cualita-
tivamente más significativas y valiosas del amor pleno y cabal (Yela,
2000). Concretamente:
a) faltan componentes esenciales asignados al amor maduro y
que implica, además de la pasión meramente erótica (excita-
ción sexual) o romántica (deseos de compartir algunas viven-
cias parciales y transitoriamente con la persona amada), dar
cumplimiento a las necesidades de intimidad (vínculo afectivo,
comunicación, confianza y apoyo entre los amantes) y de com-
promiso (existencia de planes comunes y percepción de la
pareja como algo estable y a pesar de las dificultades, enfer-
medad, accidentes, fracasos, etc.) (Sternberg, 1986).
b) difícilmente el amor vivido fuera de la pareja estable puede
cubrir un conjunto de necesidades afectivas básicas, general-
mente sentidas por los seres humanos, entre otras, la de protec-
ción, estabilidad, seguridad y de apoyo emocional (tanto darlo
como recibirlo), de intimidad (conocer y darse a conocer ínti-
mamente a alguien), de afiliación, compañía o pertenencia
(reconocerse como miembro de un grupo de personas que pro-
porciona referencias objetivas en el ámbito de los valores, patro-
nes reguladores de los sentimientos y de la conducta), la nece-
sidad de dar sentido a la vida (vivir para algo y, sobre todo,
para alguien) (Fromm, 2000) y, sobre todo, ser objeto de acepta-
ción por parte de los demás, a pesar de la dificultad que pueda
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Me lo describía así una joven de 24 años: “Llevo saliendo con mi novio dos
años, vamos a todas partes juntos y nos entendemos bien en la cama, pero
cuando comienzo a hablarle de casarnos y formar una familia es como si se
volviera sordo y me dice que de ese tema ya hablaremos más adelante. Tengo
también muchas dudas sobre sus verdaderas intenciones y si está dispuesto
o no a comprometerse conmigo. Yo necesito más intimidad, hablar de su
futuro y del mío, de lo que nos preocupa, de nuestras dudas, saber qué pien-
sa de su familia y de la mía, de la religión –soy muy religiosa–, en definiti-
va, necesito saber si está dispuesto a compartir todo y toda su vida conmigo.
En medio de tantas dudas y a estas alturas, no sé si me conviene seguir con
él o dejarlo”.
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
total de persona a persona. Esto lo saben muy bien las personas que
han pasado por el trauma del abuso sexual; muchas de estas perso-
nas quedan marcadas para toda la vida hasta el punto de renunciar a
todo encuentro íntimo con otras personas ante el temor de ser trata-
das como trozos de carne o simples objetos de placer.
“Tener sexo con una mujer en lugar de hacer el amor con ella es como comer
sin saborear lo que estás poniendo en tu boca”
(Darío Fo. Premio Nobel de Literatura).
2º. Se preguntará el lector qué tiene que ver todo esto con los sol-
teros. De momento, permíteme que te lo aclare con el reciente comen-
tario de una soltera de 46 años, que tras relacionarse de modo poco
satisfactorio con hombres –algunos casados–, convive desde hace
algún tiempo sólo en los fines de semana con un soltero de parecida
edad y con el que, según dice ella, sólo coinciden en una cosa, en no
comprometerse del todo ni para siempre:
“Nuestras relaciones marchan bien aunque no sé cuánto durarán. Como
nuestra convivencia es tan corta, apenas tenemos tiempo para otra cosa que
no sea dormir juntos, hablar del trabajo y poco más. Por ahora parece que
la situación se ajusta a lo que los dos aspiramos, comunicarnos a un nivel
muy superficial y no plantearnos nuestro futuro. Es posible que algún día
salte la chispa y digamos “nos casamos”; no es que verdaderamente lo desee
pero me parece que me lo está pidiendo el cuerpo. Mis mejores amigos me
dicen que valdría la pena”.
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2ª. hasta una decena de formas de realizar el coito: ruso (masaje del ano), tur-
co (la mujer con las manos atadas, espera a dar placer o recibirlo),
árabe (el hombre está boca arriba y la mujer “cabalga”), sajón (la
mujer presiona la base del pene con el fin de retrasar la eyaculación),
japonés (coito en el suelo o sobre almohadas, con numerosas posi-
ciones de cuclillas), sueco (sexo en grupo), cubana (masturbación con
el pene entre los pechos), tailandés (masaje realizado con los senos
por todo el cuerpo), francés (sexo oral, llamado así por la supuesta
habilidad de las galas para la felación), griego (coito anal). En algu-
nos casos se especifica si es con o sin preservativo.
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cosas. Que esto no es una ensoñación sino una experiencia vivida por
los solteros queda en evidencia cuando se analiza la lista de obstácu-
los con los que se enfrentan quienes no viven en pareja. Vivir soltero:
a) carecer de tener al lado alguien dispuesto a escuchar el latido
del propio corazón, lo mismo las pequeñas alegrías diarias que
la rabia, el desencanto, a veces las pequeñas traiciones de per-
sonas en las que se había puesto la fe y la confianza.
b) impide también comprobar que hay alguien que te acepta
como eres y como estás, cansado, agotado, derrotado u opti-
mista y eufórico, fuerte o transitoriamente agobiado por un
revés económico o profesional tanto eventual como duradero.
c) supone ausencia de alguien que sabes te ofrece la seguridad de
poder contar con él para compartir las propias limitaciones,
que todos tenemos, y te seguirá ayudando a superar el reto de
llevar a cabo esfuerzos y adaptaciones a la realidad que cambia
con las diferentes etapas de la vida, o que no te exigirá ser per-
fecto para merecer su amor.
d) implica carecer del que te servirá de espejo para alcanzar la
identificación de la propia valía, por encima y más allá de los
fracasos y los triunfos pasajeros. Frente a un mundo hostil y
competitivo, las relaciones amorosas de pareja reducen la inse-
guridad y el temor a la soledad cuando el mundo circundante
vuelve la espalda (Sánchez, 1996, p. 255; Yela, 2000, p. 223).
e) supone no tener a tu lado alguien que te hará fácil ejercer la
generosidad, dar tanto como recibes de la bondad ejercitada a
cuenta de nada y puramente gratuita.
f) ausencia también del que, además de proporcionarte seguri-
dad afectiva y material, podrá dar respuesta a las necesidades
sexuales o espirituales, al compás en que éstas aparezcan
(Neuberger, 1998, p. 19).
g) ausencia de alguien que sabrá cuidarte cuando la enfermedad y
la vejez te deje desvalido e incapaz de cuidar de ti mismo. Según
el estudio de Nerín (2001), el futuro y la vejez son las preocupa-
ciones mayores de los solteros (2,47 en escala de 5 puntos).
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
— La maternidad/paternidad y el soltero
El hecho de la maternidad/paternidad se presenta en dos pers-
pectivas, social y psicológica. Desde la primera, la sociológica, se consi-
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
dera que los padres son personas que contribuyen a aportar el mayor
bien de la familia y de la sociedad, los nuevos ciudadanos, y de ahí
que se tilde a los solteros de insociables, egoístas y, en cierto modo,
zánganos de la sociedad. Según el ejemplar estudio de Nerín (2001, p.
87), aparte de que el tener hijos constituye una ilusión valiosa normal
y generalizada, se considera el cumplimiento de un deber social y, en
este sentido, no estamos lejos de aquella época en que el cumpli-
miento del deber reproductivo de la mujer representaba por sí solo el
principal fundamento de su identidad, y ello hasta el punto de que
una mujer –y un hombre– no casada/o y sin hijos venía a ser una
especie de “anormalidad” socialmente sancionada con el desprecio
(Cipolla, 1995, p. 323).
Las cosas comenzaron a cambiar con la revolución feminista ini-
ciada en los años 60, década en la que se propone como criterio social-
mente válido y aceptable que el vínculo entre mujer y maternidad
deje de verse como hecho “natural” y se presente la soltería como una
norma “social” catalogada como opción plenamente libre y respeta-
ble. Sin negar que, en el plano teórico esto es verdad, en la práctica
todavía hoy en día, la valoración positiva de la mujer/hombre se vin-
cula a su condición de madre o padre, al tiempo que se sigue viendo
la maternidad/paternidad como un objetivo que contribuye al desa-
rrollo del adulto tanto en su vertiente individual como social. A pesar
de la valoración altamente positiva de la paternidad/maternidad,
hoy se piensa que la contribución del soltero al bien de la sociedad
puede ser altamente positiva a pesar de no estar canalizada a través
del matrimonio y la crianza de los hijos. Sin embargo y en el plano
real, las cosas son distintas y siguen confusas, como bien lo pone de
manifiesto la “añoranza” que confiesan sentir muchos solteros, y
especialmente solteras, cuando se comenta con ellas el hecho de la
maternidad/paternidad.
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
ga el día en que me case, haré todo lo posible para ser madre; creo que es una
fuente de satisfacciones que yo no he tenido nunca y no me puedo negar”.
1º. Para una parte significativa de las mujeres actuales, las as-
piraciones económicas, profesionales, de bienestar material y de
vivir para sí mismas –disponer de tiempo propio, principalmente–
se sitúan en un nivel de aprecio paralelo al deseo de casarse y ser
madres.
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— A modo de síntesis
Hay muchas formas de compartir la vida con nuestros semejan-
tes a través del amor, todas ellas valiosas y dignas del mayor reco-
nocimiento a nivel tanto personal como social. El amor de las perso-
nas adultas, doquiera se encuentre, no puede ser subestimado a
pesar de las flaquezas y limitaciones que pueden darse tanto en la
concreta vida del soltero como en la del casado. Pero, dada la condi-
ción humana y las leyes que regulan el pleno desarrollo del amor,
hay que reconocer que el amor de pareja, con sus notas de intimidad,
profundidad y compromiso, representa un modelo rodeado de un
conjunto de circunstancias y motivaciones que, lejos de impedir el
logro de las aspiraciones de los adultos, constituye tal vez el mejor y
más esplendoroso horizonte para convertir el amor en fuente inago-
table de felicidad.
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
1º. Libertad del soltero y las presiones sociales. En teoría, hoy nadie
discute en nuestra sociedad la plena libertad de los adultos para ele-
gir entre matrimonio y soltería. En el plano real sin embargo, la liber-
tad de muchos solteros a la hora de desmarcarse del matrimonio se
ve afectada por el rechazo de una buena parte de la sociedad, lo que
al menos en parte limita su libertad. Entiendo que, por injusta que
parezca, esta actitud no está exenta de cierta lógica, dado que todos
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
2º. La libertad del soltero y la fuerza del miedo. El canto a la total liber-
tad del soltero tiene una sombra que se llama miedo, una especie de
cadena que conlleva la experiencia negativa de depender de algo con
lo que es obligado convivir y, en muchos casos, apenas se alcanza a
soportar. Al igual que cualquier persona, el soltero tiene miedo, pero
sus miedos son en cierta medida específicos:
a) Miedo a la suplantación por el sexo contrario. El caso más notorio
de este miedo lo encarnan las neosolteras, mujeres con alto
nivel económico y profesional, que han decidido librarse de
las dependencias del varón, especialmente de la dependencia
afectiva. La pretensión que mueve a estas mujeres es ser idén-
ticas a los hombres, buscando una igualdad a ultranza en la
que se borrarían las diferencias. Así mismo, muchos hombres
comprueban cómo hoy en día hay mujeres capaces de sentirse
igual que ellos, lo que les enfrenta al miedo de perder el trono
que ocupan como rezumados machistas. Comenta el presti-
gioso psicólogo Fromm (2000, p. 25), refiriéndose al falso ideal
de ocupar un lugar seguro y sin sometimiento a nada ni a
nadie, que tal actitud es fomentada por la sociedad contempo-
ránea que necesita átomos, todos idénticos, para hacerlos fun-
cionar según las leyes de la masa, presuponiendo falsamente
que cuando todos seamos y nos comportemos como iguales,
desaparecerán las tensiones y se habrá conseguido la utopía
del “humano estandar” y finalmente la paz. El sofisma cae por
su propio peso, pues si lo que pretendemos es ser idénticos al
otro, lo que estamos fabricando es nuestra propia destrucción,
la negación de nosotros mismos, a la postre, vivir de acuerdo
con un patrón ajeno, que no es otra cosa que perder la inde-
pendencia y la verdadera libertad, pues de lo que se trata no
es ser diferente sino de usar la propia libertad desde las pro-
pias y únicas convicciones personales. Ciertamente, dentro del
matrimonio caben todo tipo de suplantaciones, pero a veces la
estructura de complementariedad en muchos aspectos de la
vida familiar hacen más difícil la prevalencia omnímoda de
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— A modo de síntesis
Es obvio, que la soltería se presta a disfrutar de determinadas
dosis de libertad e independencia difícilmente alcanzables en la vida
del casado. Pero, tras los anteriores análisis, coincidirá el lector con-
migo en que la cuestión no es tanto el número de libertades de las
que goza el soltero cuanto de la hondura, voluntad, satisfacción per-
sonal y atractivo profundo que tales libertades representan en la
dinámica interna de la propia persona. En este último aspecto, todas
mis reflexiones acaban respaldando la idea de que “tener mayor
número de libertades” no significa “sentirse más libre” y esto resulta
claro cuando se entiende que el ejercicio de la verdadera libertad no
puede contemplarse como un hecho aislado sino como experiencia
que resulta gratificante en la medida en que va acompañada de un
conjunto de motivaciones profundas que dan sentido a lo que hace-
mos con libertad. Así y por ejemplo, ejercitar la paciencia con los
hijos puede tener sus ribetes de incomodidad pero, a la postre, saber
que tienes al lado alguien que te necesita y, a su manera, te agradece
con sus sonrisas la felicidad y seguridad que le transmites, puede
resultar una fuente de satisfacción más completa que el silencio de la
casa. Lo mismo cabe decir de las relaciones de pareja, supone sí el
esfuerzo de recorrer el camino, muchas veces largo y penoso, de acer-
carte al alma del otro, pero la recompensa de saber que “otorgas” sin
miedo a ser víctima de futuros chantajes, compensa los pequeños sin-
sabores cotidianos de ajustarte a los gustos y necesidades singulares
del consorte. En este sentido, ninguna posición puede defender seria-
mente hoy en día la imagen caricaturesca del “matrimonio estan-
dar”, regido por las leyes de un sometimiento cuasi metafísico, pues
caben también otras formas más democráticas de convivir en pareja,
donde la comprensión y la comunicación a todos los niveles se des-
pliega en condiciones de igualdad y camaradería; a la postre, cada
casado tiene el matrimonio que se merece y sabe construir desde su
propio concepto de libertad. Y entendidas las cosas así, matrimonio
y libertad es un binomio tan válido como la libertad del soltero.
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
De la amistad se han dicho cosas tan hermosas como “el que tiene
un amigo ha merecido un don divino”, “la amistad leal, sincera y
desinteresada es la verdadera comunión de las almas, es más fuerte
que el amor porque éste suele ser celoso, egoísta y vulnerable, la ver-
dadera amistad perdura y se fortalece a través del tiempo y la distan-
cia, para quien tiene un amigo no existe la soledad (Richo, 1999). Reco-
nozco que este canto a la amistad constituye la expresión un tanto
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
1º. Amor de casados y amistad entre los solteros. Al hilo del testimo-
nio anterior, podemos entender el plus que el matrimonio aporta en
comparación con las meras relaciones de amistad. Según Alberoni
(1986), prestigioso experto en temas de relaciones afectivas, lo que
diferencia sustancialmente la amistad del amor de pareja no es la
mayor o menor dosis de erotismo implicada en la relación, ni la fuer-
za y seguridad en la respuesta del amigo/a, lo específico y más im-
portante en el amor de los casados es la comunicación y el contacto
a través de las pequeñas cosas de lo cotidiano. Y, así, frente a la afir-
mación de que el amigo no necesita ver frecuentemente al amigo
para que la amistad perdure, pues “le basta saber que éste respon-
derá cuando sea necesario y con un acto de afecto, de comprensión
y aún de sacrificio”, el amor no necesita que ocurra algo extraordi-
nario ni especial, lo abarca todo sin distinción; esto es lo que explica
que parejas que llevaban juntas largos años, en cierto momento sien-
tan la necesidad de casarse para expresarse lo que de algún modo
nunca se dijeron mientras “sólo” fueron buenos amigos. Si ser ami-
gos fuera lo mismo que estar casados, no se explicaría que “amigos
de toda la vida”, cuando se casan, se separen; lo que en realidad ocu-
rre en tales casos es que se pone de manifiesto aquélla o aquéllas
parcelas profundas de la propia persona que nunca estuvieron real-
mente unidas a la otra. En síntesis: la gracia del matrimonio, en opo-
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
b) Una de las experiencias negativas por las que pasan los solteros
es la pérdida frecuente de los amigos a lo largo de las diferen-
tes etapas de la vida y por razones diversas, la distancia es una
de ellas pero, sobre todo, los importantes cambios experimen-
tados en las diferentes fases del desarrollo personal a través de
los años; por ello, la afirmación de que la amistad es para siem-
pre es sólo una verdad a medias. Casi todos hemos tenido ami-
gos en la adolescencia, etapa crucial y sin identidad propia en
la vida, cuando la amistad sirvió para no encontrarnos en una
especie de limbo entre la adultez y la infancia y sin identidad
propia; hemos tenido también amigos de juventud, que suelen
ser casi siempre más duraderos y con los que hemos comparti-
do de manera real y profunda preocupaciones que nos acom-
pañarán toda la vida, pero cuando nos preguntamos cuántos y
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
sobre todo qué amigos perduran, las más de las veces la canti-
dad y calidad brillan por su ausencia. Me lo explicaba así un
amigo soltero:
“Hasta los 25 años tuve varios buenos amigos. Los tuve de niño en mi
pueblo antes de emigrar mi familia a la ciudad. Llegados a la capital, me
costó encontrar amigos pero al final me hice con dos con los que pasé
muchos buenos ratos durante mis estudios en el instituto. A estos amigos
los perdí, pues ellos fueron a la universidad y yo me puse a trabajar con
mi padre. Aun en esa etapa, logré congeniar con dos compañeros de tra-
bajo, pero todo se acabó cuando estos compañeros se casaron. Seguí
teniendo contactos con ellos y sus mujeres y hasta me encariñé con un hijo
de ellos del que me hicieron padrino. Pero al fin comprendí que en sus fies-
tas y reuniones sobraba pues lo que yo vivía tenía poco que ver con sus
preocupaciones de casados y con las relaciones de sus familias.
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LA VIDA DEL SOLTERO: SUS LUCES, SUS SOMBRAS
“Precisamente porque no tengo familia propia, cuento siempre con mis amigas, a
las que cuido y quiero como hermanas. No sé el futuro que me espera, pero tengo
la total confianza de acompañarlas hasta la tumba, como si fueran uno de mi fami-
lia” (española emigrante y residente en Suiza que convive con una amiga
como si fueran hermanas de toda la vida).
— A modo de epílogo
En este tercer capítulo hemos podido sopesar lo que implica en la
vida de los solteros el amor, la independencia y las relaciones de amistad.
En estas dimensiones, la experiencia del soltero constituye un cuadro
en el que pueden percibirse algunas penumbras e inconvenientes
pero también brillar muchas luces. Es evidente que, en estos tres
ámbitos se dan diferencias importantes con las vivencias del casado
normal, pero sería un error y falsear la realidad entender que tales
diferencias dan origen a dos mundos contrapuestos o, incluso, anta-
gónicos, –del casado y del soltero– como piensan quienes caen en la
trampa de dejarse llevar por los dictámenes y verdades a medias del
estereotipo fácil e insultante. Siguiendo el impulso que dirigen estas
reflexiones, considero que tal vez lo más apropiado y justo es decir
que la sociedad actual carece de la madurez suficiente para promover
en sentido positivo las posibilidades y riqueza que, para el desarrollo
personal, ofrece la soltería tanto para aquéllos que la viven por impe-
rativos ajenos a sus deseos como para quienes han decidido hacer de
ella una opción libre. Considero una tarea importante de la psicolo-
gía seguir profundizando en la clarificación de interrogantes tan
importantes para una sociedad que cuenta con el 25 por ciento de
adultos solteros. Entre dichos interrogantes, formulo los siguientes:
1º. ¿Qué objetivos vitales se pueden proponer a los solteros para
el desarrollo pleno de su persona?
2º. ¿Qué instrumentos y recursos está dispuesta la sociedad a
poner en manos de los solteros para que éstos alcancen los
mencionados objetivos?
3º. ¿Qué campañas de mentalización cabrían en los medios de
comunicación social para reivindicar el estatus del soltero, de
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EL FUTURO DE LOS SOLTEROS:
Los solteros en el futuro y
su desarrollo personal
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1º. En el origen del ser humano está el bien, la paz y el amor. En con-
secuencia, debemos entender que los estados mentales negativos no
constituyen una parte intrínseca de la mente sino que son obstáculos
transitorios en la expresión de nuestro estado fundamental de alegría
y felicidad; dicho en otras palabras, nuestra energía original es toda
positiva y sólo por desvirtuación de la misma incidimos en el error y
la desdicha. Desde esta perspectiva, el soltero puede hacer suyos
estos pensamientos:
“Soy un punto del universo cargado de energía y de vida: puedo disfrutar
todos los días de mi vida irradiando mi energía entre los que rodean”.
“Para ser feliz sólo necesito una cosa: tener conciencia del ser noble y
grande que llevo dentro de mí”.
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EL FUTURO DE LOS SOLTEROS
4º. Somos seres valiosos y dignos de ser respetados por los demás. Nadie
puede ser feliz si desconoce sus derechos o no sabe defenderlos. Pre-
tender ser felices a costa de destruir nuestra propia identidad y
negando nuestro lado positivo es un camino sin retorno y condena-
do al fracaso. Por lo mismo, si queremos ser felices tendremos que
cultivar en alto grado el amor a nosotros mismos, lo que no impedi-
rá que nos enriquezcamos dando y recibiendo el amor y aprecio de
los demás.
“Proclama en todo momento tu derecho a cambiar de opinión, sostener pos-
turas distintas de las ajenas, tener secretos y ser libre para dar a conocer o no
las razones de tus decisiones y el discurrir de tus sentimientos: estos cambios
no afectan al valor intrínseco de tu persona”.
“En lugar de pensar que para ser feliz tengo necesidades absolutas, debo
convencerme de que prácticamente nada en la vida es absolutamente nece-
sario”.
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
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EL FUTURO DE LOS SOLTEROS
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
1/ Cuáles son mis cualidades, mis puntos fuertes, aquello de lo que estoy
contento conmigo mismo.
2/ Qué necesito para estar mínimamente satisfecho conmigo mismo.
3/ Cuáles son mis principales debilidades en los diferentes campos de
mi persona (como individuo, profesional, amigo…).
4/ Qué desearía y en qué debería cambiar para estar contento conmigo
mismo.
5/ Qué estoy dispuesto a hacer para cambiar lo que no me gusta de mí.
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EL FUTURO DE LOS SOLTEROS
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
El soltero y la envidia
La envidia es una de las conductas del ser humano más radical-
mente opuestas al amor. Los solteros tienen un gran campo para
desarrollar su capacidad de amar evitando incurrir en la conducta del
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EL FUTURO DE LOS SOLTEROS
“Me fijo en la gente, cómo ríen los jóvenes y los niños. En la calle veo
personas elegantemente vestidas, amigos hablando, movimiento, vida,
comercios muy transitados. Otras veces me siento en el banco de una pla-
za y me convierto en espectador de todo lo que ocurre en ella como si fue-
ra un gran teatro” (mujer de 50 años). “A veces me paro y saludo al
barrendero de turno y le felicito por tener la ciudad limpia y charlo un
poco con él” (jubilado de 60 años)
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nio con facilidad suelen ser los mejores candidatos para conver-
tirlo en objetivo imposible.
• Dar el paso de soltero a casado tiene mucho de aventura por lo
que no cabe esperar realizarlo con total seguridad; de ahí el
dilema, o te arriesgas dejando de lado el miedo que obstaculi-
za conseguir el éxito, o eliges la excesiva prudencia y te conde-
nas a convertirte en jubilado del amor.
• A pesar de todas sus limitaciones, el matrimonio se presenta
como experiencia que facilita alcanzar dos objetivos de espe-
cial transcendencia para la felicidad de las personas: tener al
lado alguien cercano que dé apoyo, a la vez que constituye un
impulso decisivo para el desarrollo de la capacidad de vivir
sintiéndose un ser útil y valioso ante los ojos de los demás.
• Una de las dimensiones más atractivas del matrimonio es su
especial potencialidad para vivir en plenitud las satisfacciones
derivadas del amor incondicional y libre de cualesquiera lími-
tes previamente fijados.
• El matrimonio no es una cuestión de dos sino de tres: la propia
experiencia, la de la pareja y las experiencias compartidas por
los dos.
• El matrimonio es más un camino que un hecho puntual, quie-
nes no entran en él con el ánimo de enriquecerlo y actualizarlo
permanentemente se sitúan en las condiciones idóneas para
hacerlo fracasar.
• Todas las edades son aptas para casarse si se dejan de lado los
falsos temores y se está en disposición de recibir amor y ofre-
cerlo.
• Ir al matrimonio para que alguien afiance nuestra autoestima,
resuelva nuestros problemas y asuma nuestras inseguridades
y complejos es una vía muy eficaz para complicarnos la vida y
no encontrar las satisfacciones que el matrimonio está llamado
a proporcionar en la vida en pareja.
• Hoy prácticamente nadie se arriesga a hacer profecías sobre el
porvenir, éxito o fracaso de los nuevos modelos convivenciales
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miento sano es regirse por la norma “te creo lo que me dices y acep-
to lo que todavía no puedes o no tienes la valentía de manifestarme”.
De aquí se desprende la necesidad de que los primeros y más decisi-
vos pasos del acercamiento a la pareja vayan acompañados de la con-
fianza mutua, lo que se logra actuando en clave de sinceridad y de
aceptación de la imagen con que se nos presenta la persona que
deseamos conocer (Castilla del Pino, 2000, p. 319).
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4º. Amor y sexo, ¿en qué orden? Uno de los anhelos humanos más
profundos es estar cerca de alguien con quien compartir todo lo que
somos y sentimos. Se piensa así mismo que una vía eficaz para lograr
tal objetivo y librarnos de la soledad es el acercamiento a los demás lle-
vado hasta el nivel de total intimidad; es aquí donde se plantean en
clave psicológica las relaciones entre amor, intimidad y sexo. Hablan-
do de la sexualidad, está fuera de duda que constituye un medio fun-
damental de expresión e intercambio de las emociones más profundas
entre las personas (confianza, entrega, intemporalidad, éxtasis), pero
esto no justifica, como se hace con frecuencia, confundir amor y car-
nalidad, como tampoco excluye la posibilidad de experimentar un
placer sexual intenso con personas de las que no se está enamorado.
Hablando del sexo, es fácil constatar la existencia de grandes discre-
pancias a la hora de calibrar su papel en el engranaje de la comunica-
ción interpersonal y, dentro de ésta y más concretamente, la conexión
precisa entre el sexo y el amor. La importancia del tema, exige entrar
en el análisis de las mencionadas discrepancias y, así, voy a pronun-
ciarme sobre las dos principales posturas que se sustentan en torno al
significado psicológico de las relaciones entre el amor y el sexo, me
refiero a las posturas tradicional y nueva.
Posición tradicional
La mayoría de personas y especialmente aquéllas que sienten
miedo para abrirse a la pareja suelen situarse en el polo totalmente
opuesto a lo que significa establecer la comunicación interpersonal
limitándola al mero análisis de la piel, algunos gemidos, monosílabos
o espasmos genitales. Los afincados en esta postura, confiesan sentir-
se incómodos ante aquellas situaciones en las que los abrazos, el
“hacer manitas”, el beso apasionado y el flirteo son introducidos por
la pareja –preferentemente por el varón– desde el primer momento
de la relación. En cierta ocasión, me decía una mujer de 25 años que
asociaba tales gestos con el miedo a la cama, un lugar que para ella
sólo tiene sentido cuando previamente se ha establecido con total cla-
ridad el compromiso de amor pleno con la otra persona; es obvio que
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antes del amor pleno es con más frecuencia de lo que parece una fal-
sa salida o desbordamiento incontrolado del ansia de recibir y dar
amor, a la postre una experiencia negativa derivada de haberse salta-
do algunas de las etapas y procesos necesarios para llegar al pleno
gozo del sexo dentro del auténtico amor (Richo, 1998; Keen, 1994,
Carter y Sokol, 1996).
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tor decisivo y de mayor peso. Esto es así porque, como muy bien
explican los expertos en moral sexual, toda la tradición católica occi-
dental ha vinculado exclusivamente el sexo con el matrimonio y la
procreación; piénsese a este propósito que hasta fechas recientes las
autoridades religiosas católicas condenaban no sólo las relaciones
sexuales fuera del matrimonio sino incluso estas mismas relaciones
practicadas dentro del matrimonio y sin estar abiertas a la procrea-
ción. Por mi experiencia profesional he tenido ocasión de conocer el
trauma que ha supuesto para muchos matrimonios católicos atenerse
a una moral tan restrictiva.
En cierta ocasión acudió a mi consulta un matrimonio católico con el
siguiente problema: “Llevamos seis años casados y tenemos tres hijos y el
que viene. Nuestra economía no da para mantener más hijos. Sabemos que
existen medios para controlar la natalidad pero nuestra conciencia nos prohi-
be usarlos. ¿Qué debe hacer un católico en nuestra situación?”.
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plejos, sus cambios de humor, sus actitudes ante las muchas vicisitu-
des y experiencias por las que pasa la vida en pareja y que, por nin-
gún concepto, es recomendable poner entre paréntesis cuando se tra-
ta de conocer con un mínimo de respeto hacia sí mismo a la persona
capaz de darte la felicidad.
Lo mismo cabe decir del conocimiento de la pareja a través de las
nuevas tecnologías, especialmente, el “chateo” por internet. Como
he dicho en el capitulo tercero, las computadoras ofrecen nuevos e
increíbles caminos para las relaciones amorosas. Sin salir de tu pro-
pia casa, puedes contactar con toda clase de personas y, aunque no
contamos con estadísticas, es posible que a través de la pantalla sur-
ja algunas veces el amor. No repetiré aquí los peligros a que está
expuesta la experiencia del amor codificado en clave de “amor vir-
tual”, pues si bien es cierto que a través de estos nuevos medios
cibernéticos es posible conocer amigos, a estos amigos no se les ve la
cara, sobre todo los ojos, a través de los cuales los humanos nos
comunicamos el 70 por ciento de lo que hay en nuestro interior y nos
mostramos realmente lo que somos. Tampoco aparece la elocuencia
de los silencios, tan importantes para comunicar la calma y el equili-
brio en una sociedad estresada y envuelta en profundos desajustes.
Y no olvidemos la ausencia de otro elemento esencial en el amor, la
imprescindible confianza y la ausencia del temor al compromiso que
conlleva el amor pleno. Vale la pena sopesar muy bien el hecho de
que cuando se apaga el ordenador, ninguno de los contertulios vir-
tuales se compromete con nada ni con nadie, son en realidad perso-
najes “filtrados” que pueden ser personas generosas pero también la
encarnación del egoísmo y la maldad, es posible incluso que lo que
ofrece la pequeña pantalla no tenga nada que ver en muchos casos
con las verdaderas aficiones, valores y los sentimientos íntimos y
personales del que nos entusiasma por su gracia verbal o su ingenio
momentáneo e incomprometido. ¡El amor es un asunto demasiado
serio y complicado para esperar que se puede alcanzar mediante el
fácil recurso a los impulsos cibernéticos!
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1º. Para empezar, cabe pensar que la pareja de hecho está basada
en una desconfianza todo lo respetable que se quiera pero insana,
puesto que se plantea en clave de un cierto recorte a las propias capa-
cidades y recursos personales: “¿seré capaz de...?, “¿conseguiré que
el otro me quiera en todo momento tal y como soy?”, “si fracaso
¿podré soportar los graves inconvenientes de la ruptura?, o “¿no es
mejor dejar la puerta lo más abierta posible para que en caso de dar-
se la ruptura sea la salida del compromiso lo menos traumáticamen-
te posible?”. Es obvio, que estas dudas esconden una baja autoesti-
ma o, lo que es igual, la falta de confianza en sí mismo para afrontar
las eventuales y probables dificultades por las que suelen pasar
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ANOTACIONES Y COMENTARIOS
al libro de Carmen Alborch (1999):
Solas. Gozos y sombras de una manera de vivir.
Madrid: Temas de Hoy. 7ª ed.
Observación inicial
En estas páginas ofrezco reflexiones y formulo preguntas orien-
tadas básicamente a aclararme yo mismo sobre algunos de los inte-
rrogantes que me han surgido durante la atenta lectura y relectura de
Solas. Mi intención no es otra que ofrecer un punto de vista psicoló-
gico –confieso que no exento de dudas en bastantes casos– sobre la
interpretación de la vivencia de la soltería en esta obra de Carmen
Alborch que, como es sabido, ha gozado de extraordinaria audiencia
entre los lectores. A mi entender, las ideas de esta mujer, que se defi-
ne como sola, no son cuestión baladí y suponen una notable pene-
tración en la problemática de la vida del soltero en el final del siglo
veinte y en la sociedad a la que hemos dado en llamar “sociedad
desarrollada”. Quiero dejar constancia, por un lado, mi total respeto
hacia la persona e ideas expresadas con encomiable sinceridad en
esta obra de la exministra socialista y, por otro, posicionarme ante
ellas con la máxima honestidad que me es posible; me he prestado a
estas reflexiones movido, sobre todo, del ánimo de comprender
mejor lo mucho que como varón seguramente me queda por apren-
der sobre la problemática que afecta a una amplia parte de la socie-
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dad, las mujeres solteras. Como podrá comprobar el lector que haya
leído el libro de Alborch, me centro especialmente en la parte del
libro dedicada por la autora a exponer sus ideas más personales en
torno a las mujeres solas o solteras.
Comentario
Si entiendo la precedente afirmación, lo que la autora parece
decirnos es que el darse a los demás con el intento de serles útiles no
aporta nada a la construcción de una imagen positiva y valiosa de sí
mismo ni al desarrollo de la autoestima, en otras palabras, que nada
añade de positivo al reconocimiento del valor personal de nosotros
mismos el hecho de orientar una parte de nuestra actividad a la espe-
cífica finalidad de contribuir al desarrollo de los demás. Con relación
a estas afirmaciones, quiero decir:
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ANOTACIONES Y COMENTARIOS AL LIBRO DE CARMEN ALBORCH
(Fromm, 2000). Por ello resulta chocante que la autora de Solas no vea
en el despliegue de estas posibilidades personales un valor positivo
que redunda, por su propia naturaleza, en el logro de mayores cotas
de autoestima y, en tal sentido, estoy convencido de que la demos-
tración del amor gratuito y libre hacia los demás, lejos de impedir el
desarrollo de la autoestima, contribuye a la elevación del concepto
positivo que la persona hace de sí misma en cuanto instrumento útil
y valioso puesto al servicio de los demás. A título de ejemplos para-
digmáticos, pocos dudan hoy de que la entrega de Teresa de Calcuta
a los pobres y desvalidos tuvo un alto valor humano a los ojos de la
propia protagonista y de su entorno, y lo mismo cabe decir de la
dedicación de las madres al cuidado de sus hijos, del profesor a sus
alumnos, del gobernante a sus gobernados, etc. Todos estos gestos
generosos tienden a traducirse en mayores niveles de autoestima,
toda vez que lo que tales acciones significan y lo que se está realizan-
do a través de ellas es hacer patente la dimensión de nobleza y gene-
rosidad que se esconde en el interior de cada persona en forma de
capacidad potencial de crear escenarios más positivos y completos
del entorno en el que se despliega la propia existencia. Desde tal pers-
pectiva, parece lógico afirmar que las personas que eligen libremente
casarse y consagrarse al amor de la esposa/o y a los posibles hijos
nacidos de su amor no es sino un caso más de donación a los demás,
lo que lleva implícito el reconocimiento y despliegue del ser positivo
que se lleva dentro. Es por ello natural que estas vivencias se traduz-
can en el desarrollo de la autoestima personal.
2º. No veo por qué Carmen Alborch reconoce que el amor es algo
positivo en lo que tiene de valioso y noble en relación con uno mis-
mo y le niega tal dimensión cuando el amor es ejercitado hacia los
demás.
En síntesis pues y desde lo dicho, creo que puede afirmarse sin
peligro de equivocarse que cualquier manifestación de amor libre y
generoso hacia los demás tiende a aumentar la autoestima –lo con-
trario de lo que parece decirnos la autora–.
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Comentario
1º Me pregunto si Alborch mantendría la misma postura si fuera
hombre y comprobara que la misma sociedad que asigna la función
de madre a la mujer le impusiera como hombre-varón, por ejemplo,
la obligación del trabajo como un imperativo natural y derivado de
su condición de miembro de la sociedad a la que pertenece y para
provecho de ésta. Entiendo que la sociedad no puede hacer imposi-
ciones cualesquiera a sus miembros pero nada tiene de extraño que
otorgue una especial valoración positiva al cumplimiento de las fun-
ciones que espera recibir de ellos para la buena marcha de la sociedad
de la que forman parte; todavía mejor se entiende tal juicio positivo
cuando se trata de funciones que pertenecen en exclusiva a algunos
de sus miembros, como es la maternidad en calidad de prerrogativa
natural y exclusiva, hoy por hoy, de la mujer.
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ANOTACIONES Y COMENTARIOS AL LIBRO DE CARMEN ALBORCH
Comentario
1º. Los manuales que, como profesional de la psicología conozco,
no suelen presentar con carácter general tal argumento, al menos no
lo he visto reflejado en los ensayos que he leído sobre la mujer inde-
pendiente y soltera. Lo que sí dicen tales estudios es que de hecho
muchas mujeres independientes confiesan que para ellas una fuente
de infelicidad es la soledad, una experiencia desagradable que, según
confiesan, se deriva en buena medida de su condición de solteras.
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2º. Aceptado que no se puede decir sin más que la soledad sufri-
da por muchas mujeres independientes y solteras sea una conse-
cuencia necesaria de su independencia –en esto estoy con Alborch–,
nada obsta para reconocer que la situación de mujer independiente
conlleva en bastantes mujeres una especial dificultad para librarse
del mal de la soledad; en términos equivalentes, parece claro que
vivir independientes y sentir cierto “sufrimiento” a causa de la sole-
dad es una experiencia frecuente que muchas mujeres confiesan abier-
tamente.
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ANOTACIONES Y COMENTARIOS AL LIBRO DE CARMEN ALBORCH
Comentario
1º. En términos generales, no hay inconveniente alguno en admi-
tir que el no vivir exclusivamente para la abnegación y el sacrificio de
sí mismo sean motivos suficientes y por sí solos para sentirse culpa-
ble. Al fin y al cabo, el amor bien entendido comienza por uno mis-
mo puesto que el amor es querer al prójimo y el prójimo primero y
más cercano, somos nosotros mismos. En teoría, pues, nada que obje-
tar. Pero los hechos están ahí y nos dicen que en nuestra sociedad hay
mujeres que relacionan su independencia con algún sentimiento de
culpa.
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Comentario
1º. En muchas esferas de la vida aparece como problema acu-
ciante compaginar dentro de un marco de vida equilibrado y armó-
nico los diferentes roles ejercidos por las personas, por ejemplo,
depender de los demás y ser uno mismo, ser amigo de los hijos y
recriminarles por sus incorrectos comportamientos, tratar a los
alumnos como amigo y suspenderles cuando su rendimiento acadé-
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ANOTACIONES Y COMENTARIOS AL LIBRO DE CARMEN ALBORCH
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LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
Comentario
1º. Lo primero que hay que decir es que se trata de un estudio
puntual, realizado en un contexto concreto y, además, bastante dis-
tante en el tiempo lo que exige, aun aceptando su fiabilidad, inter-
pretarlo con cautela y sobre todo ser prudentes en cuanto a la legiti-
midad y validez de su extrapolación a los momentos actuales y a los
variados contextos en que se desenvuelve hoy en día la vida de la
mujer soltera.
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ANOTACIONES Y COMENTARIOS AL LIBRO DE CARMEN ALBORCH
3º. En cualquier caso y desde los datos del estudio citado por
Alborch, no queda claro por qué, si la soltería conduce tan claramen-
te a la felicidad, todavía hay tantas mujeres que aspiran a casarse y
esperan ser felices en el matrimonio. En este contexto, recuerdo la
confesión de una amiga que, tras haberse casado a los 35 años, me
decía: “yo siempre fui defensora de la soltería mientras estuve solte-
ra, ahora que estoy casada soy partidaria de las ventajas del matri-
monio”. Cuando uno se pregunta por qué tantas mujeres se casan,
varias son las hipótesis posibles explicativas: ¿Será porque a) las casa-
das son inconscientes y no saben en qué berenjenales se meten?; b)
¿será más bien porque son más maduras e inteligentes y saben que la
felicidad no es una experiencia vinculada de oficio a determinados
estados ni patrimonio de situaciones únicas, como la soltería?; o c)
¿tal vez es debido a que muchas mujeres consideran que, a pesar de
sus dificultades, el matrimonio, si se aprende a sacar partido de él,
resulta “rentable” en términos de desarrollo personal y un medio de
conseguir logros vitales positivos profundamente deseados y vincu-
lados a la vida en pareja...? Cualquiera de estas preguntas están abier-
tas a varias respuestas perfectamente asumibles. A este propósito, me
viene al pensamiento lo que suelo decir a los jóvenes con los que por
mi trabajo profesional trato diariamente: “por si no lo sabes, te
recuerdo que hay tres estados imperfectos, la soltería, el matrimonio
y todos los intermedios”.
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Comentario
1º. Encuentro lógico que suene la alarma en el desempeño de las
tareas domésticas en la medida en que se actúa en las relaciones de
pareja y en el marco familiar al margen del amor. Efectivamente, si el
deseo de complacer no se asienta en el amor, estar en la cocina, hacer
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3º. Hay más. Los expertos en el tema del amor no tienen la menor
duda en diagnosticar que el mal experimentado por nuestra apenada
cocinera es la enfermedad que denominamos “victimismo”, una
enfermedad propia de las personas que, llevadas de una pretendida
ilimitada capacidad de darse hasta el sacrificio, dejan que el senti-
miento de amor se les desmadre (Manglano, 2001). Estas personas
caen en la trampa sutil de “dar para lograr ser imprescindibles, dar
para estar satisfechas de sí mismas, dar para sentirse entregadas...”.
En tono irónico Lewis (1997) llama a este mal la enfermedad de “la
señora Atareada”, mujer que da “porque necesita que le necesiten,
porque teme que le dejen de necesitar y pretende ser imprescindible”.
Estos objetivos ocultos y en buena medida inconscientes hacen que el
dar ya no genere amor sino que lo destruya, y es así porque lo que se
intenta con este modo de amar es enganchar al otro, forzarle a que
acepte el amor y así obligarlo a que te tenga presente. No son otros
los efectos de esa forma de amar que llamamos “amor de pura dona-
ción” o amor por exceso y cuyos síntomas son el deseo de “morir
innecesariamente”, hasta llegar a sentirse “consumido” en la entrega.
Se preguntará el lector por el remedio contra esta enfermedad. La
receta no es otra que estar atento a ejercer el amor desde la íntima y
consciente decisión de poner a quien lo recibe en una situación tal
que no se le obligue a recibir lo que se le da y se le permita gozar de
su persona, de sus cualidades y de su libertad. Cuando se da amor
con y desde esta actitud, difícilmente se incurre en el error del victi-
mismo que acusa la mencionada ama de casa, pues el ajuste entre lo
que se quiere dar y se da hace difícil la aparición de cualquier actitud
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ANOTACIONES Y COMENTARIOS AL LIBRO DE CARMEN ALBORCH
Comentario
1º. Comparto con la autora el criterio de que para ejercer el amor
en clave de sana normalidad tiene que darse una cierta reciprocidad
y que, por lo mismo, amar totalmente y siempre a los demás sin con-
traprestación alguna suele resultar generalmente una actitud dema-
siado sublime para poderla mantener largo tiempo sin incurrir en el
sufrimiento y los desequilibrios personales derivados de la autoin-
molación. Pero, admitido esto, también conviene recordar en este
contexto que aunque amar a los demás “a cuenta de nada” parece
algo irracional, “amar sólo para recibir” es una forma de egoísmo que
a la postre conduce a la subestima y desprecio de sí mismo, “soy un
egoísta y un aprovechado”, “no soy capaz de amar de verdad y con
un mínimo de generosidad”, etc. La conclusión es clara: también en
el campo del amor los excesos son malos.
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Comentario
1º. Los celos a los que alude la autora existen, es más, muchos se
inclinan a pensar que irán creciendo en nuestra sociedad a medida
que se vaya incorporando la mujer casada al ejercicio profesional.
Pero también opino que Alborch está reflejando en su cita un mun-
do afortunadamente ya superado por muchas parejas jóvenes. Hoy
en día, las parejas jóvenes suelen plantearse el tema con un talante
de diálogo más maduro, lo que les permite encontrar fórmulas de
equilibrio; así, todos conocemos parejas, de diferente nivel cultural y
profesional, en las que el hombre y la mujer saben repartirse las
tareas de la casa y de los hijos y algunas incluso en las que el cuida-
do de la casa corre a cargo del marido y es la mujer la única que tra-
baja fuera del hogar.
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Comentario
1º. Comienzo por reconocer que, en mi condición de hombre, no
soy el más indicado para decir a las mujeres cómo deben usar su liber-
tad y, sobre todo, lo que pueden y deben hacer con su cuerpo. Recuer-
do lo que decía Unamuno: “Siempre existe la libertad que uno se quie-
re tomar”, aunque se olvidó añadir “con todas sus consecuencias”. Una
mujer puede salir a la calle, siguiendo el dictamen de sus gustos per-
sonales o de la moda, semidesnuda o semivestida, dependiendo de la
parte del cuerpo que cada espectador quiera observar; lo que pasa es
que a la minifaldera y para su disgusto se le escapa el control de las
reacciones que provoca en los demás. El tema toma un tono especial
cuando uno oye ciertas declaraciones de las mujeres sobre el acoso
sexual de los varones –de todos los varones, dicen algunas, porque
todos son iguales–, acoso, por otra parte, que nunca es justificable. En
el contexto español, la cosa viene de lejos. Recuerdo dos hechos de inte-
rés para el caso. Cuando por los años 70 invadieron las nórdicas las tra-
dicionales tierras hispanas, un columnista madrileño tituló su artículo
del día con el sabroso encabezamiento “Está visto que lo veremos
todo”. Por aquellas mismas fechas, un municipal de Palma de Mallor-
ca se acercó a una señora muy ligera de ropas y balbuceando la lengua
de los galos le dijo algo así: “Madame ...vous ... habiller”, a lo que la
interesada replicó “puede hablarme en castellano, soy española”. Al
urbano le faltó tiempo para replicarle “pues vaya usted señora a ves-
tirse”. La moda crea estos pequeños problemas de tener que mostrar el
desconocimiento de las lenguas extranjeras (!) o, por qué no decirlo
también, en el caso de las mujeres sufrir el “acoso” de los varones que
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A modo de síntesis
He pensado que tal vez algunos lectores tengan interés y hasta
puede ser que me agradezcan el que a manera de síntesis resuma en
pocas palabras las conclusiones a las que he llegado tras mi análisis
de la obra Solas, de Carmen Alborch. Me presto a ello advirtiendo
que, a la hora de comprometerme en este empeño, no es mi intención
imponer mi particular manera de entender esta obra, por el contrario,
reservo al propio lector el juicio final que de ella se forme. Desde esta
actitud, sintetizo mi pensamiento sobre Solas en tres capítulos: a) qué
contiene esta obra; b) cómo podría completarse; y c) qué preguntas
quedan pendientes de respuesta en ella.
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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GOLEMAN, D.: Inteligencia emocional. Barcelona: Kairós, 1996.
GRAY, J.: Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus. Barcelona: Grijalbo Mon-
dadori, 1992.
GUERRA, M.: Un misterio de amor. Solteros, ¿por qué? Pamplona: Eunsa, 2002.
GUITON, J.: Mi testamento filosófico. Madrid: Encuentro, 1998.
HENDRIX, H.: Conseguir el amor de su vida. Barcelona: Obeldar, 2000.
HENDRICK, S. y HENDRICK, C.: Liking, loving and relating. Califonia, Pacific Gro-
ve: Brooks Cole Pub. Co., 1992.
HERAS, J. de las: Difíciles de amar. Madrid: Espasa, 2001.
HYDE, J.: Psicología de la mujer. La otra mitad de la experiencia humana. Madrid:
Morata, 1995.
JAEGGI, E.: Vivir a solas: una opción moderna. Barcelona: Herder, 1995.
KANMANN, J. C.: Célibat, menages d’une personne, isolement, solitude. Bruxelles:
Communautés Européenes. Direction Génerale, 1993.
KEENS, S.: El lenguaje de las emociones. Barcelona: Paidós, 1994.
323
LA PSICOLOGÍA DEL SOLTERO: ENTRE EL MITO Y LA REALIDAD
324
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
325
DIRECTOR: CARLOS ALEMANY
1. Relatos para el crecimiento personal. CARLOS ALEMANY (ED.), RAMIRO ÁLVAREZ, JOSÉ
VICENTE BONET, IOSU CABODEVLLLA, EDUARDO CHAMORRO, CARLOS DOMINGUEZ, JOSÉ
ANTONIO GARCÍA-MONGE, ANA GIMENO-BAYÓN, MAITE MELENDO, ALEJANDRO ROCAMORA.
PRÓLOGO DE JOSÉ LUIS PINLLLOS. (6ª ed.)
2. La asertividad: expresión de una sana autoestima. OLGA CASTANYER. (21ª ed.)
3. Comprendiendo cómo somos. Dimensiones de la personalidad.
ANA GIMENO-BAYÓN COBOS. (5ª ed.)
4. Aprendiendo a vivir. Manual contra el aburrimiento y la prisa. ESPERANZA BORÚS. (5ª ed.)
5. ¿Qué es el narcisismo? JOSÉ LUIS TRECHERA. (2ª ed.)
6. Manual práctico de P.N.L. Programación neurolingüística. RAMIRO J. ÁLVAREZ. (5ª ed.)
7. El cuerpo vivenciado y analizado. CARLOS ALEMANY Y VÍCTOR GARCÍA (EDS.)
8. Manual de Terapia Infantil Gestáltica. LORETTA ZAIRA CORNEJO PAROLINI. (5ª ed.)
9. Viajes hacia uno mismo. Diario de un psicoterapeuta en la postmodernidad. FERNAN-
DO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
10. Cuerpo y Psicoanálisis. Por un psicoanálisis más activo. JEAN SARKISSOFF. (2ª ed.)
11. Dinámica de grupos. Cincuenta años después. LUIS LÓPEZ-YARTO ELIZALDE. (5ª ed.)
12. El eneagrama de nuestras relaciones. MARIA-ANNE GALLEN - HANS NEIDHARDT. (5ª ed.)
13. ¿Por qué me culpabilizo tanto? Un análisis psicológico de los sentimientos de culpa.
LUIS ZABALEGUI. (3ª ed.)
14. La relación de ayuda: De Rogers a Carkhuff. BRUNO GIORDANI.
PRÓLOGO DE M. MARROQUÍN. (2ª ed.)
15. La fantasía como terapia de la personalidad.FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN. (2ª ed.)
16. La homosexualidad: un debate abierto. JAVIER GAFO (ED.). JAVIER GAFO, CARLOS
DOMÍNGUEZ, JUAN-RAMÓN LACADENA, ANA GIMENO BAYÓN, JOSÉ LUIS TRECHERA. (3ª ed.)
17. Diario de un asombro. ANTONIO GARCÍA RUBIO. PRÓLOGO DE J. MARTÍN VELASCO. (3ª ed.)
18. Descubre tu perfil de personalidad en el eneagrama. DON RICHARD RISO. (5ª ed.)
19. El manantial escondido. La dimensión espiritual de la terapia. THOMAS HART.
20. Treinta palabras para la madurez. JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (8ª ed.)
21. Terapia Zen. DAVID BRAZIER. PRÓLOGO DE ANA MARÍA SCHLÜTER RODÉS. (2ª ed.)
22. Sencillamente cuerdo. La espiritualidad de la salud mental.
GERALD MAY. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET.
23. Aprender de Oriente: Lo cotidiano, lo lento y lo callado. JUAN MASIÁ CLAVEL.
24. Pensamientos del caminante. M. SCOTT PECK. PRÓLOGO DE JOSÉ-VICENTE BONET.
25. Cuando el problema es la solución. Aproximación al enfoque estratégico.
RAMIRO J. ÁLVAREZ. (2ª ed.)
26. Cómo llegar a ser un adulto. Manual sobre la Integración Psicológica y Espiritual.
DAVID RICHO. (2ª ed.)
27. El acompañante desconocido. De cómo lo masculino y lo femenino que hay en
cada uno de nosotros afecta a nuestras relaciones. JOHN A. SANFORD.
28. Vivir la propia muerte. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE JUAN MANUEL G. LLAGOSTERA.
29. El ciclo de la vida: Una visión sistémica de la familia.
ASCENSIÓN BELART - MARÍA FERRER. PRÓLOGO DE LUIS ROJAS MARCOS. (2ª ed.)
30. Yo, limitado. Pistas para descubrir y comprender nuestras minusvalías.
MIGUEL ÁNGEL CONESA FERRER.
31. Lograr buenas notas con apenas ansiedad. Guía práctica para sobrevivir a los
exámenes. KEVIN FLANAGAN. PRÓLOGO DE JOAQUÍN Mª. GARCÍA DE DIOS.
32. Alí Babá y los cuarenta ladrones. Cómo volverse verdaderamente rico.
VERENA KAST. PRÓLOGO DE GABRIELA WASSERZIEHR.
33. Cuando el amor se encuentra con el miedo. DAVID RICHO. (3ª ed.)
34. Anhelos del corazón. Integración psicológica y espiritualidad.WILKIE AU - NOREEN CANNON.
35. Vivir y morir conscientemente. IOSU CABODEVILLA. PRÓLOGO DE CELEDONIO CASTANEDO. (3ª ed.)
36. Para comprender la adicción al juego. MARÍA PRIETO URSÚA. PRÓLOGO DE LUIS LLAVONA.
37. Psicoterapia psicodramática individual. TEODORO HERRANZ CASTILLO.
38. El comer emocional. EDWARD ABRAMSON.
39. Crecer en intimidad. Guía para mejorar las relaciones interpersonales.
JOHN AMODEO - KRIS WENTWORTH.
40. Diario de una maestra y de sus cuarenta alumnos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
41. Valórate por la felicidad que alcances. XAVIER MORENO LARA.
42. Pensándolo bien... Guía práctica para asomarse a la realidad. RAMIRO J. ÁLVAREZ.
PRÓLOGO DE JOSÉ KLINGBEIL.
43. Límites, fronteras y relaciones. Cómo conocerse, protegerse y disfrutar de uno mis-
mo. CHARLES L. WHITFIELD. PRÓLOGO DE JOHN AMODEO.
44. Humanizar el encuentro con el sufrimiento. JOSÉ CARLOS BERMEJO.
45. Para que la vida te sorprenda. MATILDE DE TORRES. (2ª ed.)
46. El Buda que siente y padece. Psicología budista sobre el carácter, la adversidad y
la pasión. DAVID BRAZIER.
47. Hijos que no se van. La dificultad de abandonar el hogar. JORGE BARRACA.
PRÓLOGO DE LUIS LÓPEZ-YARTO.
48. Palabras para una vida con sentido. Mª. ÁNGELES NOBLEJAS.
49. Cómo llevarnos bien con nuestros deseos. PHILIP SHELDRAKE.
50. Cómo no hacer el tonto por la vida. Puesta a punto práctica del altruismo.
LUIS CENCILLO. PRÓLOGO DE ANTONIO BLANCH. (2ª ed.)
51. Emociones: Una guía interna. Cuáles sigo y cuáles no. LESLIE S. GREENBERG.
PRÓLOGO DE CARMEN MATEU. (2ª ed.)
52. Éxito y fracaso. Cómo vivirlos con acierto. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
53. Desarrollo de la armonía interior. JUAN ANTONIO BERNAD.
54. Introducción al Role-Playing pedagógico. PABLO POBLACIÓN KNAPPE y ELISA LÓPEZ
BARBERÁ Y COLS. PRÓLOGO DE JOSÉ A. GARCÍA-MOGE.
55. Cartas a Pedro. Guía para un psicoterapeuta que empieza. LORETTA CORNEJO.
56. El guión de vida. JOSÉ LUIS MARTORELL. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA.
57. Somos lo mejor que tenemos. ISABEL AGÜERA ESPEJO-SAAVEDRA.
58. El niño que seguía la barca. Intervenciones sistémicas sobre los juegos familiares.
GIULIANA PRATA; MARIA VIGNATO y SUSANA BULLRICH.
59. Amor y traición. JOHN AMODEO. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY.
60. El amor. Una visión somática. STANLEY KELEMAN. PRÓLOGO DE JAIME GUILLÉN DE ENRÍQUEZ.
61. A la búsqueda de nuestro genio interior: Cómo cultivarlo y a dónde nos guía.
KEVIN FLANAGAN.
62. A corazón abierto.Confesiones de un psicoterapeuta. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PIN-
ZÓN.
63. En vísperas de morir. Psicología, espiritualidad y crecimiento personal.
IOSU CABODEVILLA ERASO. PRÓLOGO DE RAMÓN MARTÍN RODRIGO.
64. ¿Por qué no logro ser asertivo? OLGA CASTANYER Y ESTELA ORTEGA.
65. El diario íntimo: buceando hacia el yo profundo. JOSÉ-VICENTE BONET, S.J. (2ª ed.)
66. Caminos sapienciales de Oriente. JUAN MASIÁ.
67. Superar la ansiedad y el miedo. Un programa paso a paso. PEDRO MORENO. PRÓLO-
GO DE DAVID H. BARLOW, PH.D. (2ª ed.)
68. El matrimonio como desafío. Destrezas para vivirlo en plenitud. KATHLEEN R. FISCHER
y THOMAS N. HART.
69. La posada de los peregrinos. Una aproximación al Arte de Vivir. ESPERANZA BORÚS.
70. Realizarse mediante la magia de las coincidencias. Práctica de la sincronicidad
mediante los cuentos. JEAN-PASCAL DEBAILLEUL y CATHERINE FOURGEAU.
71. Psicoanálisis para educar mejor. FERNANDO JIMÉNEZ HERNÁNDEZ-PINZÓN.
72. Desde mi ventana. Pensamientos de autoliberación. PEDRO MIGUEL LAMET.
73. En busca de la sonrisa perdida. La psicoterapia y la revelación del ser.
JEAN SARKISSOFF.
74. La pareja y la comunicación. La importancia del diálogo para la plenitud y la
longevidad de la pareja. Casos y reflexiones. PATRICE CUDICIO y CATHERINE CUDICIO.
75. Ante la enfermedad de Alzheimer. Pistas para cuidadores y familiares. MARGA NIETO CARRERO.
76. Me comunico... Luego existo. Una historia de encuentros y desencuentros. JESÚS DE
LA GÁNDARA MARTÍN.
77. La nueva sofrología. Guía práctica para todos. CLAUDE IMBERT.
78. Cuando el silencio habla. MATILDE DE TORRES VILLAGRÁ.
79. Atajos de sabiduría. CARLOS DÍAZ.
80. ¿Qué nos humaniza? ¿Qué nos deshumaniza? RAMÓN ROSAL CORTÉS.
81. Más allá del individualismo. RAFAEL REDONDO.
82. La terapia centrada en la persona hoy. Nuevos avances en la teoría y en la práctica.
DAVE MEARNS y BRIAN THORNE. PRÓLOGO DE MANUEL MARROQUÍN PÉREZ.
83. La técnica de los movimientos oculares. La promesa potencial de un nuevo avance psico-
terapéutico. FRED FRIEDBERG. INTRODUCCIÓN A LA EDICIÓN ESPAÑOLA POR RAMIRO J. ÁLVAREZ
84. No seas tu peor enemigo... ¡...Cuando puedes ser tu mejor amigo! ANN-MARIE MCMA-
HON.
85. La memoria corporal. Bases teóricas de la diafreoterapia. LUZ CASASNOVAS SUSANNA.
86. Atrapando la felicidad con redes pequeñas. IGNACIO BERCIANO PÉREZ. CON LA COLABO-
RACIÓN DE ITZIAR BARRENENGOA
87. C.G. Jung. Vida, obra y psicoterapia. M. PILAR QUIROGA MÉNDEZ.
88. Crecer en grupo. Una aproximación desde el enfoque centrado en la persona. BAR-
TOMEU BARCELÓ. PRÓLOGO DE JAVIER ORTIGOSA.
89. Automanejo emocional. Pautas para la intervención cognitiva con grupos. ALEJANDRO BELLO
GÓMEZ, ANTONIO CREGO DÍAZ. PRÓLOGO DE GUILLEM FEIXAS I VIAPLANA.
90. La magia de la metáfora. 77 relatos breves para educadores, formadores y pensadores. NICK
OWEN. PRÓLOGO DE RAMIRO J. ÁLVAREZ.
91. Cómo volverse enfermo mental. JOSÉ LUÍS PIO ABREU. PRÓLOGO DE ERNESTO FONSECA-
FÁBREGAS.
92. Psicoterapia y espiritualidad. La integración de la dimensión espiritual en la práctica terapéuti-
ca. AGNETA SCHREURS. PRÓLOGO DE JOSÉ MARÍA MARDONES.
93. Fluir en la adversidad. AMADO RAMÍREZ VILLAFÁÑEZ.
94. La psicología del soltero: Entre el mito y la realidad. JUAN ANTONIO BERNAD.
Serie MAIOR
1. Anatomía Emocional. STANLEY KELEMAN. (4ª ed.)
2. La experiencia somática. STANLEY KELEMAN. (2ª ed.)
3. Psicoanálisis y Análisis Corporal de la Relación. ANDRÉ LAPIERRE.
4. Psicodrama. Teoría y práctica. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ.
PRÓLOGO DE JOSÉ ANTONIO GARCÍA-MONGE. (2ª ed.)
5. 14 Aprendizajes vitales. CARLOS ALEMANY (ED.), ANTONIO GARCÍA RUBIO, JOSÉ A.
GARCÍA-MONGE, CARLOS R. CABARRÚS, LUIS CENCILLO, JOSÉ M. DÍEZ-ALEGRÍA, OLGA
CASTANYER, IOSU CABODEVILLA, JUAN MASIÁ, DOLORES ALEIXANDRE, MIGUEL DE GUZMÁN,
JESÚS BURGALETA, Mª. JOSÉ CARRASCO, ANA GIMENO. (8ª ed.)
6. Psique y Soma. Terapia bioenergética. JOSÉ AGUSTÍN RAMÍREZ. PRÓLOGO DE LUIS
PELAYO. EPÍLOGO DE ANTONIO NÚÑEZ.
7. Crecer bebiendo del propio pozo.Taller de crecimiento personal.
CARLOS RAFAEL CABARRÚS, S.J. PRÓLOGO DE CARLOS ALEMANY. (6ª ed.)
8. Las voces del cuerpo. Respiración, sonido y movimiento en el proceso terapéutico.
CAROLYN J. BRADDOCK.
9. Para ser uno mismo. De la opacidad a la transparencia. JUAN MASIÁ CLAVEL
10. Vivencias desde el Enneagrama. MAITE MELENDO. (3ª ed.)
11. Codependencia. La dependencia controladora. La depencencia sumisa. DOROTHY MAY.
12. Cuaderno de Bitácora, para acompañar caminantes. Guía psico-histórico-espiritual.
CARLOS RAFAEL CABARRÚS. (3ª ed.)
13. Del ¡viva los novios! al ¡ya no te aguanto! Para el comienzo de una relación en
pareja y una convivencia más inteligente. EUSEBIO LÓPEZ.
14. La vida maestra. El cotidiano como proceso de realización personal. JOSÉ MARÍA TORO.
15. Los registros del deseo. Del afecto, el amor y otras pasiones. CARLOS DOMÍNGUEZ MORANO.
16. Psicoterapia integradora humanista. Manual para el tratamiento de 33 problemas
psicosensoriales, cognitivos y emocionales. ANA GIMENO-BAYÓN Y RAMÓN ROSAL.
17. Deja que tu cuerpo interprete tus sueños. EUGENE T. GENDLIN.
PRÓLOGO DE CARLOS R. CABARRÚS.
18. Cómo afrontar los desafíos de la vida. CHRIS L. KLEINKE.
19. El valor terapéutico del humor. ÁNGEL RZ. IDÍGORAS (ED.). (2ª ed.)
20. Aumenta tu creatividad mental en ocho días. RON DALRYMPLE, PH.D., F.R.C.
21. El hombre, la razón y el instinto. JOSÉ Mª PORTA TOVAR.
22. Guía práctica del trastorno obsesivo compulsivo (TOC). Pistas para su liberación.
BRUCE M. HYMAN Y CHERRY PEDRICK. PRÓLOGO DE ALEJANDRO ROCAMORA.
Este libro se terminó
de imprimir
en los talleres de
RGM, S.A., en Bilbao,
el 5 de marzo de 2004.