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Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011).

Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
54). Guadalajara, Jalisco, México: Universidad de Guadalajara
El carácter complejo, evolutivo y multicausal del comportamiento antisocial
imposibilita reducir su explicación causal a un único enfoque, en este capítulo se
abordan diferentes propuestas sobre el mismo.

2. Una aproximación biológica a la comprensión del comportamiento antisocial y


delictivo

La investigación biopsicológica nos advierte de la relación entre la conducta


antisocial y algunos factores con eminente carga biológica (Andrés-Pueyo y Redondo,
2007): los instintos de supervivencia; los procesos bioquímicos como la testosterona, la
adrenalina, la noradrenalina, la serotonina; las disfunciones electroencefalográficas; las
alteraciones cromosómicas; el Trastorno de Atención con Hiperactividad, alta
impulsividad y la influencia genética. A este respecto, Fernández-Ríos y Rodríguez
(2007) critican la marcada tendencia de la psicología a biologizar el origen del
comportamiento antisocial; así lo denotan diversos estudios (p.e., Kaplan y Tolle, 2006;
Rutter, 2006; Rutter, Moffitt y Caspi, 2006). Cabe referir que, aunque existen
fundamentos biológicos para la conducta prosocial y antisocial (Knafo y Plomin, 2006),
difícilmente se puede hallar un gen único, por lo que se ha de trabajar con genes
generalistas (Fernández-Ríos y Rodríguez, 2007). A tenor de las limitaciones de este
enfoque, cobra importancia la influencia del aprendizaje social sobre la conducta y los
propios procesos bioquímicos. En este sentido, Redondo (2008) postula que todo
cambio terapéutico tendría que hacerse desde los elementos más moldeables del sujeto,
tales como sus comportamientos y hábitos, para afectar después a sus sistemas
cognitivos-emocionales y, más específicamente, a aquellos factores de riesgo de raíz
más biológica (e.g., la impulsividad). Seguidamente, expondremos más detenidamente
el planteamiento etiológico de cada una de las perspectivas biológicas.

2.1.-Teorías basadas en la biofisiología


Mientras la perspectiva biotipológica estudia la conducta delictiva en base a
ciertas características físicas (Kretschmer, 1948; Lombroso, 1878; Sheldon, 1949), la
teoría bioquímica la explica en razón a los procesos bioquímicos inherentes al individuo
(Mackal, 1983). Asumiendo pues, que los procesos biológicos median en el
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comportamiento antisocial y prosocial del individuo, se sostiene que en la tendencia
antisocial convergen factores psicobiológicos como el nivel de arousal (Farrington,
1992) o el cortisol (Murray-Close, Han, Cicchetti, Crick y Rogosch, 2008), las
catecolaminas y las hormonas gonadales (Aluja, 1991; Garrido et al., 1999).
Adicionalmente, se postula que el hipotálamo (centro nervioso regulador de conductas
básicas de supervivencia, como la conducta antisocial) y la glándula pituitaria
(productora de hormonas como la testosterona) desempeñan una función relevante en el
control y producción del comportamiento antisocial.
De acuerdo con la sociobiología, la conducta delictiva es producto de la
combinación entre el código genético y cerebral y el ambiente; por lo que, no es innata
sino que requiere de un aprendizaje (Jeffery, 1978). Así, los investigadores tratan de
verificar la influencia de sustancias bioquímicas, como las vitaminas, los minerales, la
glucosa y de ciertos contaminantes ambientales como el mercurio o el plomo, sobre la
conducta antisocial y delictiva. También, estudian la interacción entre las alergias y el
comportamiento desviado, al presuponer que la influencia de éstas en el cerebro puede
desencadenar trastornos emocionales y conductuales (García-Pablos, 2003). Por último,
cabe destacar la propuesta de Jeffery (1978) dirigida a la búsqueda de un equilibrio
bioquímico cerebral mediante una dieta adecuada, la estimulación o psicofármacos; a la
creación de un ambiente físico que favorezca y potencie la interacción social y a la
presentación de alternativas más gratificantes que las derivadas de la conducta
antisocial, así como el refuerzo positivo de las conductas prosociales.
Si bien la aproximación al comportamiento antisocial desde el modelo
bioquímico puede resultar, según el enfoque clásico, útil en el tratamiento
farmacológico; sin embargo, en el reeducativo no alcanza la suficiente validez, puesto
que asume que este tipo de comportamiento se manifiesta de forma uniforme, de modo
que puede predecirse en razón de los factores biológicos. Tratando de superar la
limitación de esta asunción, surge una nueva formulación del modelo que da cabida a la
prevención y a la reeducación de las conductas delictivas; específicamente, sostiene que
los factores biológicos y los ambientales están recíprocamente implicados en este tipo
de conductas. En este caso, la conducta varía en función del suceso, del individuo, del
código genético, de las experiencias personales, de las condiciones biológicas y
ambientales y de la anticipación de las consecuencias.
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Por su parte, el modelo neuropsicológico contempla la existencia de una
relación directa entre el funcionamiento de las estructuras neurofisiológicas y el
funcionamiento psicológico; en concreto, la literatura advierte de una relación entre el
hipotálamo, la motivación y la emoción; resaltando la influencia de las estructuras
cerebrales (las límbicas del cerebro anterior, la amígdala y el septum) en la
manifestación de la conducta delictiva. En esta línea, se encuentran los estudios que
toman en consideración los sistemas cerebrales responsables del control de las
reacciones emotivas que intervienen en determinadas conductas desviadas (Gómez,
Egido y Saburido, 1999). En este sentido, Morgado (2007) refiere que las lesiones de la
corteza frontal, especialmente las ventromediales, originan deficiencias en la generación
de emociones sociales como el orgullo, la vergüenza, el remordimiento o la
culpabilidad; también asume que, en algunas de esas regiones de la corteza cerebral, es
probable que los psicópatas presenten anomalías. Precisa, además, que las lesiones de la
amígdala y otras regiones del cerebro emocional pueden afectar a motivaciones básicas
como el apego social y la agresividad, pudiendo originar, de ese modo, conductas
antisociales y delictivas.
Otra línea de trabajo, se centra en la presencia de diversos neuromediadores y
neuromoduladores cerebrales; así, García-Pablos (2003) señala que algunos estudios
sobre las anomalías electroencefalográficas (i.e., Zayed, Lewis y Britian, 1969) hallaron
que las disfunciones en el EEG están asociadas a conductas antisociales. Según Karli
(1975), el comportamiento antisocial está condicionado, además de por el estado
fisiológico, por el desarrollo ontogenético, la propia situación y las experiencias pasadas
en situaciones semejantes. Ahora bien, hemos de precisar que ninguno de los factores
anteriores influiría en el comportamiento sin la mediación de los mecanismos
cerebrales. En concreto, el control nervioso de la atención, de la excitabilidad y de la
reactividad, así como de los procesos de activación, cambio y refuerzo, afectan directa e
indirectamente sobre el inicio y el control de la conducta antisocial. En consecuencia, se
estima que la conducta antisocial se encuentra motivada tanto por factores internos
como externos al organismo (Caprara, 1981).

La biología molecular abre una nueva línea de análisis en la búsqueda de la


carga genética de un sistema para controlar las conductas desviadas. Como
consecuencia, trata de averiguar si los individuos genéticamente relacionados
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manifiestan tendencias antisociales similares. Es más, existen estudios sobre la conducta
antisocial que enfatizan la influencia de la carga genética, aunque advierten que su
efecto será reforzado o neutralizado por factores medioambientales (Krahé, 2001).
Todavía más, Retz y Rösler (2009) precisan que la importancia de la genética y la
influencia del entorno varían dentro de los subgrupos de individuos con conducta
antisocial; por lo que consideran que el estudio del fenotipo relacionado con la
antisociabilidad requiere asumir un enfoque multivariado. Según Milles y Carey (1997),
el efecto modulador de la genética y de los factores ambientales en la etiología del
comportamiento antisocial puede cambiar en el curso del desarrollo del individuo; así,
en la edad adulta la carga genética posee mayor peso, mientras que en la adolescencia y
en la niñez el modelo social será más influyente.

Otros investigadores neurobiólogos se interesan por el efecto de las anomalías


clínicas sobre el comportamiento antisocial, suponiendo que la existencia de desórdenes
en una edad temprana ha de tener un fuerte impacto en la socialización del individuo
(Retz y Rösler, 2009). Ahora bien, tampoco se puede obviar que algunos trastornos
(v.gr., disocial) tienen una base social o sociológica que derivan en una adaptación
biológica a las carencias y a las demandas (Arce y Fariña, 2007). En este sentido,
algunos estudios muestran que los menores que padecen problemas de conducta y un
trastorno por déficit de atención, en comparación con los que sólo manifiestan
problemas de conducta, tienden a presentar comportamientos antisociales más
tempranamente y de forma estable (Loeber, Green, Keenan y Lahey, 1995). Como
resultado de tales trabajos se puede asumir que la presencia o ausencia del trastorno por
déficit de atención, en menores con problemas de conducta, es un indicador
significativo del inicio temprano de la conducta delictiva (Moffitt, 2003).

Adicionalmente, las investigaciones sobre el genoma humano se centran en las


anomalías cromosómicas, como el síndrome del duplo Y (XYY), o el cariotipo 46XYQX,
y el denominado por Kahn, Reed, Bates, Coates y Everitt (1976) Y larga, para explicar
la conducta antisocial. Así, García-Pablos (2003) señala que las personas con 46XYQX
tienden a ser agresivas y violentas. En relación al cariotipo Y larga, Kahn et al. (1976)
observan que los menores con esta anomalía cromosómica son, con frecuencia, difíciles,
inquietos, con tendencia al absentismo escolar y con problemas de adaptación al medio.
A su vez, Jacobs, Brunton, Melville, Brittain y McClermont (1965) afirman que existe
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una correlación positiva entre el cariotipo XYY y la conducta delictiva, definiendo a
estos sujetos como peligrosos, violentos y con propensión al delito. Por contra, otros
estudios observan que la incidencia de la trisomía XYY en sujetos delincuentes no es tan
alta como se preveía, resultando, incluso, estos sujetos menos agresivos y violentos que
otros reclusos (Price y Whatmore, 1967). Por lo tanto, la hipótesis que asocia el
cromosoma Y con la conducta antisocial no se encuentra bien establecida (Sarbin y
Miller, 1970). De esta forma, aunque se puede considerar que los sujetos con una
trisomía XYY presentan un mayor riesgo, que el resto de la población, a que su
personalidad evolucione hacia rasgos antisociales, esto no significa que los portadores
de este cariotipo se encuentran predeterminados genéticamente a ser agresivos o
delincuentes. De este modo, se puede sostener que los resultados existentes no permiten
llegar a conclusiones generales e inequívocas sobre la influencia de las anomalías
cromosómicas sobre la conducta humana, ya que sólo se establecen relaciones y no
explicaciones causales con la conducta antisocial.

Teniendo en mente estas aportaciones, estimamos que la conducta antisocial no


depende exclusivamente de la biología; así Retz y Rösler (2009) advierten que si bien
los factores biológicos están implicados en la formación de esta conducta, no la
determinan; por lo que entendemos que no predisponen necesariamente hacia la
desviación ni tampoco lo contrario. Ahora bien, la aproximación biológica al
comportamiento antisocial puede ser útil para el diagnóstico y el tratamiento clínico en
individuos que presentan alguna patología psíquica.

3. Una aproximación psicológica a la comprensión del comportamiento antisocial y


delictivo

Si el enfoque biológico se centraba en factores orgánicos, el psicológico se


ocupa, principalmente, de los procesos que orientan la conducta, interviniendo sobre la
interpretación de los estímulos recibidos y la toma de decisiones. Este enfoque se ha
destacado por el estudio de factores como la personalidad, el razonamiento cognitivo,
los mecanismos sociocognitivos y la competencia emocional, entre otros.
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3.1. Teorías basadas en la personalidad

La teoría de la personalidad de Eysenck (1970, 1976, 1978) plantea que la


conducta delictiva es producto de la influencia de las variables ambientales sobre los
individuos con determinadas predisposiciones genéticas. Esto es, la conducta delictiva
se explica por medio de procesos psicofisiológicos, como la emotividad, la excitación y
el condicionamiento, que originan un determinado tipo de personalidad, el cual incide
en la tendencia conductual del individuo ante determinadas situaciones (Garrido, 2005).

Esta teoría postula tres dimensiones temperamentales de la personalidad


extroversión-introversión, neuroticismo-estabilidad emocional y psicoticismo (Redondo
y Andrés-Pueyo, 2007). Estas dimensiones son continuas y varían entre los individuos,
predominando, en la mayoría de las personas, las puntuaciones intermedias entre los
extremos. Estos rasgos de personalidad son generalizables, es decir, las personas que
actúan de forma extrovertida o introvertida en una situación determinada tienden a
comportarse de esa forma en otros contextos. En este caso, la extroversión aparece
como una dimensión de la personalidad relacionada con una serie de rasgos diferentes,
como la sociabilidad, la impulsividad, la actividad, la vivacidad y la excitabilidad;
mientras que la introversión se encuentra asociada a rasgos como la timidez y la
tranquilidad. Por tanto, la dimensión extroversión, en contraposición con la
introversión, refleja el grado en que una persona es sociable y participativa al
relacionarse con otros sujetos. Por otra parte, el neuroticismo está vinculado a rasgos
como baja tolerancia a la frustración y alta hipersensibilidad, ansiedad e inquietud. A
este respecto, Eysenck y Ranchman (1965) observaron que en un polo se sitúan las
personas cuyas emociones son inestables, intensas y que se exaltan con facilidad,
mostrándose, además, malhumoradas, susceptibles, ansiosas (...), e intranquilas
(neuroticismo); en el otro extremo están los sujetos cuyas emociones son estables,
excitables con menos facilidad, calmadas, ecuánimes, despreocupadas y confiadas
(estabilidad). Concretamente, la dimensión neuroticismo-estabilidad emocional se
refiere a la adaptación del individuo al ambiente y a la estabilidad de su conducta a
través del tiempo (Engler, 1996). Apoyándose en la hipótesis de alta y baja emotividad,
Eysenck (1978) amplia su teoría, proponiendo la variable psicoticismo como una
dimensión más de la personalidad. Así, este autor describe a las personas con alto
psicoticismo como solitarias, problemáticas, inhumanas, crueles, carentes de
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sentimientos, buscadoras de sensaciones y hostiles. En algunos casos, esta dimensión se
caracteriza por la pérdida o la distorsión de la realidad, y la incapacidad para distinguir
entre los acontecimientos reales y la fantasía. Ello sugiere que la persona alta en
psicoticismo puede tener perturbaciones en el pensamiento, en las emociones y en la
conducta motora, así como alucinaciones o delirios. De esta forma, el factor
psicoticismo incluye también algún grado de psicopatía; es decir, trastornos
caracterizados por la conducta antisocial e impulsiva, el egocentrismo y la ausencia de
culpa (Eysenck, 1978). Sin embargo, se ha de considerar que tanto el neuroticismo alto
como el psicoticismo no indican necesariamente que la persona sea neurótica o
psicótica, sino que simplemente esos sujetos poseen unas cualidades que les
condicionan a actuar de una determinada manera ante el entorno. Según postulan
Redondo y Andrés-Pueyo (2007), los diversos grados de adaptación individual se hallan
condicionados por la combinación, de cada individuo, de sus características personales
en estas dimensiones y de sus propias experiencias ambientales.

Los principios teóricos de Eysenck sirven para explicar, en parte, la conducta


antisocial y delictiva, al relacionarse con puntuaciones altas en extraversión,
neuroticismo y psicoticismo. En efecto, la dimensión neuroticismo o alta emotividad
actúa como un reforzador de los hábitos antisociales, que se han ido forjando desde la
infancia, de ahí que sea más difícil sustituir las conductas desviadas por otras más
saludables; es más, el aumento considerable de la emotividad inhibe el control de la
conducta delictiva. Igualmente, un neuroticismo elevado se asocia con síntomas de
ansiedad ante los estímulos dolorosos, lo cual dificulta el aprendizaje social. Bajo estas
premisas el autor presupone que las puntuaciones altas en esta dimensión se relacionan
con la conducta antisocial o delictiva. En cuanto a los extravertidos, el autor sostiene
que se condicionan de forma más lenta, soportan mejor la estimulación aversiva, tienen
más resistencia al dolor, presentan una mayor necesidad de estimulación y manifiestan
niveles más bajos de autocontrol que los introvertidos y, en consecuencia, tienen más
probabilidades de emitir comportamientos antisociales. Así pues, la relación entre la
extraversión, el neuroticismo y la conducta delictiva queda reflejada como sigue: el
extrovertido neurótico tiene escasas competencias sociales, mientras que el introvertido
estable se muestra eficazmente socializado, ya que él se condiciona bien (introversión) y
la sobreansiedad (bajo neuroticismo) no le afecta. Pero, los introvertidos neuróticos y
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los extrovertidos estables tienen un nivel de socialización intermedio, ya que en cada
caso uno de los polos inhibe la socialización y el otro la potencia (Feldman, 1989).
Igualmente, la última dimensión de la personalidad identificada por Eysenck, el
psicoticismo, se relaciona positivamente con la conducta delictiva.
Complementariamente, los resultados del trabajo de Gomà-i-Freixanet, Grande, Valero
y Puntí (2001) corroboran la teoría de Eysenk con respecto a la conducta delictiva
autoinformada, en tanto que se cumple a nivel de dimensiones para el psicoticismo, a
nivel de rasgos para la extraversión y para el neuroticismo sigue la dirección predicha.
En síntesis, según Feldman (1989) la conducta antisocial o delictiva está más
fuertemente relacionada con las altas puntuaciones en las tres dimensiones
(extraversión, neuroticismo y psicoticismo) que en una sola.

Por otro lado, el rasgo búsqueda de sensaciones de Zuckerman también está


vinculado con el comportamiento antisocial. En este sentido, las dimensiones de
Eysenck (1976) y el rasgo búsqueda de sensaciones de Zuckerman (1969, 1974) parten
del mismo constructo psicológico “el nivel óptimo de estimulación”, lo que sugiere que
la búsqueda de sensaciones y la dimensión extroversión tienen mecanismos de
manifestación conductual y sustratos biológicos similares (Aluja, 1991). Esta deducción
se fundamenta en que uno de los componentes de la extraversión, concretamente la
impulsividad, puede dividirse en rapidez de actuación ante un impulso y aventurismo o
búsqueda de sensaciones (Garrido, 2005). Una interpretación plausible a esta
interacción se basa en que una baja activación cortical estimula la búsqueda de nuevas
emociones, instigando al sujeto a la realización de conductas de riesgo, como la
conducta antisocial y la delictiva (Garrido et al., 1999). En 1976, Whitehill, Demyer-
Gapin y Scott observaron que los individuos desinhibidos buscan, en mayor medida, la
estimulación sensorial, confirmándose así la hipótesis de Zuckerman (1974), quien
afirma que los sujetos con comportamientos antisociales son altos buscadores de
sensaciones. Al mismo tiempo, Aluja (1991) asume la existencia de una relación entre
la búsqueda de sensaciones y la dimensión psicoticismo. En este sentido, Pérez (1987)
especifica que la necesidad de estimulación es el factor que explica la relación entre la
extroversión y el psicoticismo con la conducta antisocial y delictiva. De facto, Otero-
López, Romero y Luengo (1994) observaron que la búsqueda de sensaciones mostraba
un efecto significativo en la implicación delictiva de los sujetos. Concretando más,
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Taylor, Kemper, Loney y Kistner (2009) advierten que el nivel de sociabilidad y la
emocionabilidad negativa podrían interactuar con la impulsividad en la predicción de
delincuencia juvenil. Siguiendo estos supuestos, Lykken (1995) propone un modelo que
explica el desarrollo del comportamiento antisocial basándose en la expresión elevada
de rasgos temperamentales como, búsqueda de sensaciones, impulsividad y ausencia de
miedo. En un intento de constatar este modelo, Herrero, Ordóñez, Salas y Colom (2002)
hallaron que los adolescentes, en comparación con delincuentes adultos, puntuaron más
alto en impulsividad y búsqueda de sensaciones, aunque no apreciaron diferencias en
ausencia de miedo. Prevén, también, que la población adulta no delincuente en estas
dimensiones se sitúa por debajo de los adolescentes, debido al efecto de la maduración
biológica y de la exposición a los procesos de socialización. De ahí que los autores
afirmen que la adolescencia es una fase del ciclo vital en la que la vulnerabilidad al
comportamiento antisocial se presenta muy intensa. En teoría, aquellos que se
encuentren en el extremo superior de la distribución de estos rasgos serán más
vulnerables al comportamiento antisocial, aunque el resultado queda condicionado por
las oportunidades que le ofrezca el medio (Herrero y Colom, 2006); así como por el
efecto del tratamiento sobre la motivación para el cambio de conducta (Garaigordobil,
Álvarez y Carralero, 2004).

A las variables de personalidad, Eysenck (1970, 1981) añade el


condicionamiento y el proceso de socialización como factores mediadores en la
adquisición de la conducta antisocial o delictiva. En concreto, considera que la
adquisición del comportamiento social se realiza mediante un proceso de
condicionamiento, cuyo resultado deriva de la condicionabilidad del individuo, que
depende, en gran parte, del código genético del sujeto, de la capacidad de
condicionamiento y del modelo de éste (García-Pablos, 2003). De facto, aquellos que
poseen peor condicionabilidad, esto es, que aprenden más lentamente a inhibir su
comportamiento antisocial tienen más posibilidades de convertirse en delincuentes
(Garrido, 2005), debido a que presentan dificultades para interiorizar pautas de
comportamientos adaptadas (Herrero, 2005). Este proceso alude a la “conciencia moral”
adquirida a través del aprendizaje que subyace a la aplicación de un estímulo aversivo o
un castigo sobre la conducta antisocial. Así, un nivel óptimo de desarrollo sociomoral
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tiende a inhibir la conducta antisocial (Eysenck, 1978; Kolhberg, 1976; Piaget, 1983);
pero ésta se incrementa ante un déficit (Palmer, 2007).

A grandes rasgos, esta teoría ha generado avances en el tratamiento clínico de


algunas patologías mentales. En este sentido, Garrido (1986) advierte que las
predicciones basadas en la personalidad no son fiables para las dimensiones que
puntúan en la media, puesto que la influencia de los factores ambientales prevalecen
sobre los de personalidad. Por otra parte, y considerando que el aprendizaje está
condicionado por el entorno (Feldman, 1989), un individuo introvertido puede aprender
tanto conductas prosociales como antisociales; esta dimensión, contrariamente a lo que
sostiene Eysenck, puede conducir a conductas antisociales.

3.2. Teorías basadas en el razonamiento cognitivo y emocional


Según la teoría cognitivo-conductual el modo cómo una persona piensa,
percibe, analiza y valora la realidad influye en su ajuste emocional y conductual
(Garrido, 2005); así, la literatura relaciona el comportamiento antisocial con estructuras
cognitivas distorsionadas o prodelictivas (Herrero, 2005; Langton, 2007), en tanto que
éstas precipitan, alimentan, amparan o excusan las actividades delictivas (Redondo,
2008). Estas distorsiones pueden hacer que cada sujeto, para justificar su
comportamiento antisocial, describa el delito desde su propia perspectiva; llegando
incluso éstas, en casos como el delincuente sexual, a funcionar como “teorías
implícitas”, explicativas y predictivas del comportamiento, hábitos y deseos de las
víctimas (Ward, 2000). Estos pensamientos, en ocasiones, aparecen de forma
automática, siendo resultado de los aprendizajes acumulados a lo largo de la vida (Beck,
2000; White, 2000). En concreto, la terapia de control cognitivo aduce que la falta de
control del sujeto sobre su conducta desviada se debe al derrumbamiento de la
autonomía cognitiva; cuya misión consiste en posibilitar discernir los estímulos de la
realidad externa de las fantasías y, en último término, dar un sentido lógico y realista a
los pensamientos (Santostefano, 1990). Al respecto el autor señala que la ruptura u
omisión de algunos detalles específicos de la realidad externa, fusionados con algunas
fantasías, dan lugar a percepciones distorsionadas de la situación, que advierten de un
déficit o disfunción en los procesos cognitivos.
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Adicionalmente, la teoría sobre inteligencia emocional propuesta en 1997 por
Mayer y Salovey sugiere que procesar adecuadamente la información emocional es una
habilidad que se necesitaría para funcionar de forma adaptada y afrontar adecuadamente
los retos cotidianos (González-Pienda, Valle y Álvarez, 2008; Morgado, 2007). De
hecho, se considera que muchas patologías y problemas de comportamiento tienen su
origen, aunque sea potencialmente, en manifestaciones emocionales inapropiadas
(Redondo y Andrés-Pueyo, 2007). Al respecto, la teoría general de la tensión sostiene
que la conducta antisocial deviene de un proceso cíclico, que aparece al originarse las
tensiones en las interacciones negativas, desencadenando un estado emocional negativo
que insta a la ejecución de la conducta antisocial para disminuir la tensión
experimentada (Agnew, 2006). En este sentido, algunos estudios vinculan el
sentimiento de tensión con la tendencia a cometer ciertos delitos, en especial, los
violentos (Andrews y Bonta, 2006; Tittle, 2006). Según Redondo (2008), muchos
homicidios, asesinatos de pareja, lesiones, agresiones sexuales y robos con intimidación
son cometidos por individuos que experimentan fuertes sentimientos de ira, venganza,
apetito sexual, ansia de dinero y propiedades, o desprecio hacia otras personas. A tal
efecto, la teoría general del delito de Gottfredson y Hirschi (1990) señala que el nivel de
autocontrol es un mecanismo determinante en las conductas disruptivas y antisociales
(Ezinga et al., 2008). Estudios empíricos muestran evidencias significativas de la
relación entre un bajo autocontrol y una alta prevalencia de delincuencia (Longshore,
Chang y Messina, 2005).
La teoría sociomoral de Gibbs (2003) entiende que el comportamiento
antisocial se asocia a un desarrollo sociomoral retrasado, que aparece acompañado de
un pensamiento egocéntrico. Más aún, asume que existe una vinculación entre mayor
distorsiones de carácter antisocial y estadios inmaduros de razonamiento moral
(Redondo, 2008). Para Lunness (2000), un pensamiento inmaduro se suele caracterizar
por ser egocéntrico, externamente controlado, concreto, instrumental, impulsivo y
relativo a corto plazo; mientras que uno maduro tiende a ser sociocéntrico, internamente
controlado, empático y prosocial. Así, el razonamiento moral aporta un conocimiento,
que implica habilidades afectivas, emocionales y prácticas para atender a los
sentimientos propios y ajenos. Estas habilidades capacitan al individuo para asumir
activamente las normas y leyes sociales que posibilitan la adaptación al medio, y, en
último término, responsabilizarse del daño causado (Garrido y López-Latorre, 1995).
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Según Kohlberg (1976) no todos los individuos tienen la oportunidad de vivir
experiencias que le permitan desarrollar la madurez moral precisa para adoptar
decisiones racionales y éticas. De hecho, la falta de asunción de posiciones vitales y
cognitivas, a través de experiencias concretas de colaboración y ayuda, dificultan la
adopción de una perspectiva social y, por tanto, impiden alcanzar el estadio más elevado
de desarrollo sociomoral (Palmer, 2007). Para Vygotsky (1979), las concepciones
sociomorales dependen de la interpretación del sujeto, que, a su vez, está influido por
los valores y la cultura de su sociedad.

La teoría neocognitiva del aprendizaje sostiene que tanto los ambientes


perturbados como la existencia de un sistema de pensamiento distorsionado posibilitan
el que surjan problemáticas como la conducta antisocial, la delincuencia, el consumo de
drogas y el fracaso escolar (Garrido y López-Latorre, 1995). Su tesis principal se basa
en que existe un sistema de creencias alienado que bloquea el funcionamiento
psicológico saludable del individuo. Así, cuando el individuo incorpora e interioriza los
esquemas antisociales, que extrae de sus interacciones con el entorno social, está
estructurando un pensamiento que le impide funcionar de forma adaptativa y saludable.
Según los autores de la teoría de la elección racional (e.g., Clarke y Cornish,
1985; Wilson y Herrnstein, 1985), el comportamiento antisocial tiene que ver con una
elección individual razonada. La probabilidad de que un individuo tome la decisión de
cometer una conducta delictiva está en función de su valoración favorable de costes y
beneficios y de las circunstancias que rodean la toma de decisiones. Esta valoración se
guía por el principio de hedonismo (busca el placer y la evitación del dolor o de las
consecuencias desagradables) y por el de utilitarismo (busca el beneficio a corto plazo).
Ahora bien, cabe señalar que los individuos que deciden delinquir no siempre realizan
una estimación objetiva de las alternativas, ya que, en ocasiones, pueden sobrevalorar
una opción o bien no considerar otras más saludables.

Esta perspectiva, por tanto, reconoce la influencia mediadora de un déficit en el


procesamiento de la información sobre el comportamiento antisocial. De hecho, algunos
autores (i.e., McGuire, 2006; Sutherland, 1947) concluyen que los delincuentes
presentan un estilo cognitivo diferente; en este sentido, se ha llegado a plantear la
existencia de “patrones de pensamiento delictivo”. De acuerdo con Palmer (2007), estos
patrones informan de falta de empatía, deficiencias notables en la toma de decisiones,
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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conducta irresponsable y propensión a autopercibirse como víctimas de las
circunstancias. En este perfil también es frecuente encontrar, según los hallazgos de
Mohamed-Mohand (2008), mentira y simulación, inseguridad, actitudes críticas, menos
acatamiento de las normas y reglas sociales, ambivalencia emocional y percepción de
menor competencia social. Resulta notoria la falta de competencia para resolver
problemas sociales; en esta línea, Ross y Fabiano (1985) advierten que los delincuentes
presentan un déficit en la adquisición de destrezas cognitivas de carácter interpersonal.

Si bien de la lectura de las teorías mentadas puede concluirse,


precipitadamente, que un déficit cognitivo y una mala gestión de las emociones origina
el comportamiento antisocial; sin embargo, esta relación no siempre es directa; por lo
que, en su lugar, sostenemos que el desajuste cognitivo y emocional es un indicador de
riesgo frente a las influencias criminógenas del entorno.

4. Una aproximación social y sociológica a la comprensión del comportamiento


antisocial y delictivo

Los modelos explicativos de base en el entorno social y la sociología indican


que la comprensión de la génesis y evolución del fenómeno delictivo deriva del estudio
de los factores ambientales y sociales. Así, procesos como la vinculación e
identificación con los grupos primarios (padres, hermanos, abuelos y amigos) y
secundarios (medios de comunicación), la persistencia de oportunidades, el
etiquetamiento, la desorganización social y la asunción de normas subculturales, entre
otros, centran el interés de las teorías que exponemos a continuación.

4.1. Teorías basadas en el aprendizaje social


Una de las teorías explicativas más complejas del comportamiento antisocial es
la teoría del aprendizaje social (Andrés-Pueyo y Redondo, 2007), siendo el modelo de
Bandura (1987) uno de los más conocidos. En esta perspectiva teórica la observación
del comportamiento de otras personas es una fuente de estimulación, antecedente y
consecuente de múltiples aprendizajes. Para Akers (2006), el modelado es uno de los
mecanismos fundamentales en el aprendizaje de la conducta, en general, y de los
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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hábitos delictivos, en particular. En este caso, los individuos con hábitos delictivos más
consolidados se convierten en modelos delictivos para otros más inexpertos o
aprendices. Se entiende, pues, que el comportamiento, los hábitos y las explicaciones de
los primeros muestran, a los segundos, patrones de comportamiento antisocial que, en
último término, sirven para iniciar, mantener o consolidar el aprendizaje delictivo
(Redondo, 2008). Ahora bien, la ejecución de esta conducta también se encuentra
modulada por el efecto de otros factores psicosociales (Garrido, Herrero y Masip,
2002): 1) la desvinculación moral, 2) la percepción de autoeficacia y 3) la existencia de
motivación concreta. Por tanto, la comprensión del comportamiento antisocial requiere,
tal y como advierte Bandura, distinguir entre aprender y ejecutar conductas delictivas.

Al igual que Bandura (1973), Feldman (1989) considera que el individuo puede
aprender tanto a delinquir como a no hacerlo. El autor entiende que el individuo aprende
a delinquir por medio de un proceso de entrenamiento deficiente en conductas
prosociales, así como por el efecto directo del refuerzo diferencial, el moldeamiento
social y las inducciones situacionales (García-Pablos, 2003). El mantenimiento de la
conducta delictiva se apoya en los procesos cognitivos, quienes dotan de coherencia al
pensamiento y a la conducta realizada. En este caso, el sujeto utiliza las percepciones
distorsionadas y el ajuste de la escala de valores como estrategias autojustificadoras;
ambos procesos ayudan a fundamentar el delito a la vez que favorecen la desvinculación
moral (Garrido, 2005; Garrido et al., 1999).

4.2. Teorías basadas en la ruptura de vínculos sociales con los grupos y las normas
convencionales

Desde que en 1947 Sutherland formulara la teoría del asociacionismo


diferencial han sido varios los investigadores que se han interesado por el efecto de la
vinculación con grupos anticonvencionales sobre la conducta, en general, y la delictiva,
en particular (v.gr., Elliot y Merril, 1941; Sykes y Matza, 1957). Un trabajo de campo
reciente (Fariña, Arce y Novo, 2008), hallamos que los menores de riesgo de desviación
social muestran signos de una socialización diferencial disfuncional no sólo a nivel
social (aislamiento social y escasa interacción social) y familiar (escasa
integración/apego familiar), sino también en variables propias de la comunidad
(barrio/vecindario). Estos resultados constatan la tesis del asociacionismo diferencial, en
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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tanto que se ha verificado que un contexto de riesgo de desviación social facilita la
emisión de comportamientos antisociales. Pues bien, esta teoría asume que la ruptura o
debilitación de vínculos con personas socialmente competentes potencia la afiliación a
grupos desviados, en los cuales se aprenden y refuerzan los comportamientos
antisociales. Concretando más, estima que el sujeto que, durante su proceso de
socialización y aprendizaje, está expuesto a más definiciones antisociales que
prosociales tiene más posibilidades de realizar un acto delictivo. Según Akers (2006)
este aprendizaje deriva de cuatro mecanismos interrelacionados: 1) la asociación
diferencial con personas que muestran hábitos y actitudes delictivos; 2) la adquisición
por el individuo de definiciones favorables al delito; 3) el reforzamiento diferencial de
comportamientos delictivos y 4) la imitación de modelos prodelictivos (Redondo y
Andrés-Pueyo, 2007). Ahora bien, no se puede obviar que algunos de estos menores
también poseen valores, actitudes, normas y creencias convencionales; en este sentido la
teoría de la neutralización de Sykes y Matza (1957) sostiene que los valores prosociales
son anulados por los antisociales, tras redefinir el acto delictivo mediante mecanismos
autojustificadores. Al mismo tiempo, contempla la posibilidad de que el compromiso
con unos valores humanos universales desemboca, en ocasiones, en desistir de la
conducta desviada.
Igualmente, la teoría del arraigo social de Hirschi (1969) postula que la
inclusión del sujeto en las redes de contacto y apoyo social favorece la resistencia a las
conductas de riesgo como las antisociales y delictivas. Por el contrario, la falta de
vinculación (p.e., apego o lazos afectivos, participación o amplitud de la implicación en
actividades sociales positivas, compromiso o grado de asunción de compromisos
sociales y las creencias o conjunto de convicciones favorables a los valores
establecidos) con los padres, la familia y los amigos, así como con las normas
convencionales aumenta la vulnerabilidad del sujeto para realizar una conducta
antisocial.
Si centramos nuestra atención hacia el efecto de las normas convencionales, la
teoría de la anomia, es decir, de la ausencia de normas en la estructura u organización de
la sociedad (Durkheim, 1986; Garrido et al., 1999) informa de la función normativa de
la conducta antisocial, en el sentido de que permite distinguir los individuos adaptados
de los inadaptados dentro de la sociedad, en razón de la adhesión a las normas sociales.
Según Durkheim (1986) la cohesión de la sociedad se debe a la presión que ejerce la
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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conciencia moral sobre sus miembros; este proceso de control colectivo demanda cierto
grado de uniformidad que no consiguen asumir algunos individuos, por lo que son
definidos como desviados. Así pues, cuanto más congruente sea la conducta del sujeto
con la conciencia moral colectiva mayor será su integración en la comunidad y más
reforzado será su estatus social. Otra definición del comportamiento antisocial como
estrategia de adaptación normal a las disfunciones de la estructura social se halla en los
trabajos de Merton (1980), que explican el comportamiento antisocial en torno a la
discrepancia que existe entre las necesidades creadas por la sociedad y los medios con
los que cuenta el individuo para alcanzarlas.
Siguiendo esta misma dirección, las teorías subculturales conciben que la
discrepancia entre los medios y los fines perseguidos puede conducir no sólo a la
disconformidad con las normas convencionales, sino también a la adherencia a grupos
no convencionales y, en último término, a la aparición de conductas antisociales
(Garrido et al., 1999). Así, Cohen (1955) presume que la unión a grupos que presentan
problemas de ajuste social se debe a que el individuo encuentra en ellos la aceptación o
reconocimiento social que no llegó a percibir del grupo de referencia. Al respecto, el
Modelo de Reputación Social refiere que para algunos adolescentes el logro de la
reputación se consigue con comportamientos transgresores que son recompensados en
términos de estatus social entre los compañeros (Buelga, Musitu y Murgui, 2009; Gini,
2006; Sussman, Unger y Dent, 2004). De facto, los estudios han corroborado que las
conductas violentas en el medio escolar (Martínez, Murgui, Musitu y Monreal, 2008),
conductas delictivas (Buelga y Musitu, 2006; Emler y Reicher, 2005) o conductas
disruptivas en el aula (Estévez, Murgui, Musitu y Moreno, 2008) permiten a algunos
adolescentes alcanzar su reconocimiento social.
En 1966, Cloward y Ohlin sugieren que la adhesión a los subgrupos surge en
aquellos ambientes sociales deprivados, donde existen escasas oportunidades para
alcanzar los objetivos sociales deseados con estrategias legítimas y convencionales y
donde, además, son frecuentes los modelos anticonvencionales. Estos autores subrayan
la importancia de las oportunidades legítimas e ilegítimas, que ofrece el medio
ecológico en la orientación de la conducta; esto es, el individuo tiende a repetir la
conducta antisocial cuando ésta le permite alcanzar la recompensa esperada.
Si las teorías expuestas informaban del riesgo de desajuste en menores que
presentan una escasa o nula vinculación con los grupos y las normas convencionales. La
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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del etiquetado advierte que el riesgo de reincidencia sobre delincuentes no primarios
aumenta cuando están expuestos a relaciones sociales que estigmatizan, segregan y
excluyen (Braithwaite, 1996, 2000), en el sentido de que las personas excluidas ven
limitado el logro de su propio auto-respeto y su afiliación en el mundo prosocial, de
manera que sus oportunidades preferentes serían la vinculación a grupos culturales
marginales. Según Redondo (2008), el proceso de desviación y etiquetado puede operar
bloqueando la oportunidad de llevar una vida convencional. Así, y aunque resulte
paradójico, la sociedad puede facilitar la aparición de la delincuencia cuando priva al
sujeto de las oportunidades de integrarse en los principios y modos de socializarse: el
trabajo y el estudio (Garrido et al., 2002). De ahí, la propuesta de Arce y Fariña (2009)
en que el tratamiento de la conducta antisocial no sólo ha de tener por objeto la
reeducación, sino también la reinserción social.
A tenor de lo señalado, se puede concluir que cada sistema social afecta al
desarrollo del individuo de forma diferente (Philip, 2000) y, en último término, al
comportamiento antisocial. De hecho, el grupo de iguales puede proteger a los jóvenes
para el comportamiento antisocial y, sin embargo, los miembros de una banda pueden
exponerlos a un fuerte riesgo. De ahí que se asuma que este factor puede producir bien
un efecto de protección o de riesgo, o bien ninguno; lo que nos sugiere que la influencia
de los niveles de apoyo social sobre el comportamiento antisocial ha de examinarse no
sólo en razón de la fuente de apoyo, sino también de la función que desempeña la
variedad de apoyo social previsto (Brennan y Moore, 2009).

5. Nuevas tendencias teóricas: Hacia una aproximación multimodal y


multinivel

Si bien es cierto que se ha intentado responder a la complejidad del


comportamiento antisocial desde multitud de perspectivas teóricas; no se ha llegado a
proponer un modelo que, a día de hoy, permita explicar y prevenir, de forma operativa,
la aparición del mismo. Aún considerando que el principio de parsimonia debe guiar
todo modelo explicativo, estimamos, como ya se ha señalado al inicio de este capítulo,
que la reducción del comportamiento antisocial y delictivo a modelos univariados o
bivariados resulta demasiado simplista y carente de potencia explicativa, al desestimar
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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el efecto de la propia evolución del individuo y de la naturaleza multicausal de este
fenómeno. Así, la comunidad científica, en un intento de resolver dicha cuestión,
plantea nuevos modelos explicativos, integrando en el mismo marco teórico los factores
de riesgo reseñados en los tres grupos de teorías ya expuestas. Cabe advertir, que no es
tarea fácil formular un modelo que resulte operativo y robusto a nivel descriptivo y
prescriptivo, por cuanto requiere una aproximación a la conducta antisocial y delictiva
que se ajuste a cada contexto y a cada caso particular (Arce y Fariña, 2009). Al
respecto, Fariña y Tortosa (2008) refieren que, aún habiendo considerado que las
interacciones entre el sujeto y las circunstancias no son estáticas ni están exentas de
errores, una de las pretensiones de la psicología debe ser describir y formular leyes que
permitan definir tanto las comunalidades entre individuos como los aspectos que los
diferencian.
Atendiendo a la multicausalidad del comportamiento antisocial y delictivo,
destacan dos hipótesis emanadas de los modelos integradores (e.g., Farrington, 1992;
Feldman, 1989; Gottfredson y Hirschi, 1990). La primera (i.e., Feldman, 1989) gira en
torno al aprendizaje del comportamiento delictivo y no delictivo; en concreto, sostiene
que el individuo tiende a mantener o no conductas desviadas, de forma exclusiva, en
razón de lo aprendido. La segunda (Farrington, 1992) se desarrolla en torno a la
probabilidad de riesgo del comportamiento desviado; específicamente, sustenta que un
conjunto de destrezas, entendidas como competencia social, inhiben este
comportamiento, sin embargo un déficit en ellas lo facilita. Estos modelos de riesgo han
identificado como variables que actúan como moderadoras del comportamiento
delictivo (Andrews y Bonta, 2006; Farrington, 1996): los factores pre- y peri-natales;
hiperactividad e impulsividad; inteligencia baja y pocos conocimientos; supervisión,
disciplina y actitudes parentales; hogares rotos; criminalidad parental; familias de gran
tamaño; deprivación socioeconómica; influencias de los iguales; influencias escolares;
influencias de la comunidad y variables contextuales. Lösel y Bender (2003), en una
revisión más reciente sobre los factores protectores, señalan los diez siguientes: factores
psicofisiológicos y biológicos; temperamento y otras características de personalidad;
competencias cognitivas; apego a otros significativos; cuidado en la familia y otros
contextos; rendimiento escolar; vínculo con la escuela y empleo; redes sociales y grupo
de iguales; cogniciones relacionadas con uno mismo, cogniciones sociales y creencias y,
factores de la comunidad y vecindario. Aunque inicialmente se asume la existencia de
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
54). Guadalajara, Jalisco, México: Universidad de Guadalajara
una relación lineal entre estos factores y el comportamiento desviado, la falta de
consistencia de ésta sugiere la necesidad de combinar unos factores con otros (Musitu,
Moreno y Murgui, 2007).
Un posible acercamiento interdisciplinar al estudio de las conductas de riesgo
lo hallamos en la teoría de la conducta problema de Jessor (1993), que reconoce la
interrelación que mantienen entre sí los distintos contextos sociales, así como la que se
produce entre las diferentes conductas riesgo y los factores, que pueden ser saludables o
no. El modelo de Jessor entiende las conductas de riesgo en el adolescente como una
interrelación de factores de riesgo y factores protectores que afectan al adolescente y,
por extensión, al conjunto de éstos. Igualmente, el modelo de Desarrollo Social de
Hawkins, Catalano y Miller (1992) plantea que los distintos factores de riesgo que
configuran la matriz biopsicosocial no ocurren independiente o aisladamente los unos
de los otros, sino que, con frecuencia, se presentan en conjunción, afectando, al
funcionamiento global del adolescente. No en vano, los que son vulnerables para llevar
a cabo conductas de alto riesgo presentan problemas en múltiples ámbitos, y tienden a
pertenecer a redes sociales que, además de potenciar el desarrollo de modelos de
conducta de alto riesgo, refuerzan el uso continuado de éstos. Es más, se asume que
cuanto mayor es el número de factores de riesgo a los que se expone un adolescente,
más elevada resulta la probabilidad de que se convierta en un delincuente juvenil
crónico (Musitu et al., 2007). Como resultado de la combinación de estos factores de
riesgo surgen los modelos de vulnerabilidad o de déficit de destrezas (v.gr., McGuire,
2000; Ross y Fabiano, 1985; Werner, 1986; Zubin, 1989) y los de competencia o
factores de protección (p.e., Lösel, Kolip y Bender, 1992; Wallston, 1992), que
constituyen el fundamento para los programas de intervención (Arce y Fariña, 2009).
Bajo este soporte se han formulado diversos modelos de competencia social, que
agrupan un amplio rango de variables cognitivas, sociales o ambas para explicar, en
último término, el nivel de competencia cognitivo-social del individuo en los contextos
de riesgo de desviación. Antes de seguir avanzando, se ha de matizar que la
intervención dirigida únicamente al infractor no es suficiente, ya que el proceso de
resocialización, además de reeducar, ha de reinsertar socialmente (art. 25.2 de la
Constitución Española). Más aún, la delincuencia, entendida en términos de salud, daña
no sólo a la persona sino también a la propia sociedad; de ahí que sea preciso efectuar
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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una intervención multinivel que habilite al entorno familiar, escolar y sociocomunitario
para que la reinserción sea efectiva (Arce y Fariña, 2009).
Otro modelo integrador del comportamiento antisocial en la adolescencia que
complementa y extiende el modelo de ajuste persona-entorno es el propuesto por
Moffitt (1993a, 1993b). Esta autora planteó que las conductas delictivas son el resultado
de un fenómeno histórico creado por la incongruencia que supone en la adolescencia
lograr la madurez biológica, sin que simultáneamente se conceda o reconozca al
adolescente estatus de adulto. En estas circunstancias, la delincuencia se convierte en
una vía de auto-definición y expresión de autonomía. Aquí la conducta antisocial,
aunque parezca paradójico, cumple una función adaptativa (Graña, 1994). De ahí que
algunos autores (e.g., Brugman y Aleva, 2004; Ezinga et. al., 2008), sostengan que no
todas las conductas antisociales leves deberían considerarse patológicas, en tanto que
pueden remitir normalmente con el desarrollo del adolescente.
De forma complementaria, los modelos del desarrollo en psicología, como el
del desarrollo psicosocial del ego de Loevinger (1976), cuyas premisas han sido
validadas empíricamente (Lilienfeld, Wood y Garb, 2000; Manners y Durkin, 2001),
pueden ayudar a comprender el hecho de que la delincuencia se incremente bruscamente
en la adolescencia; según informa la literatura ésta aumenta dentro del rango de edad de
12 y 14 años y decrece entre los 17 y 19 años (i.e., Farrington, 1989; Moffitt, 1993a,
1993b; Tittle, Ward y Grasmick, 2003). Loevinger propone nueve etapas de desarrollo
para explicar cómo el adolescente organiza las propias experiencias del self, y de las
relaciones interpersonales: el presocial y simbiótico, el impulsivo, el de autoprotección,
el conformista, el de conciencia de yo, el de conciencia, el individualista, el autónomo y
el integrado. Cabe indicar que, operativamente, éstas se concentran en torno a las tres
etapas más relevantes del desarrollo psicosocial. La primera, etapa de la impulsividad,
prevalece hasta los 10 años, y en ella coexisten impulsos agresivos y empáticos, que
serán regulados por la obediencia hacia los padres. Este período se caracteriza por la
dependencia hacia los otros, en tanto que los niños impulsivos esperan, por un lado, que
los demás satisfagan sus necesidades y, por otro, que los progenitores les orienten sobre
las conductas que son o no socialmente permitidas; prevalece, en este caso, la
obediencia sobre los impulsos. La segunda, etapa de la autoprotección, domina en la
pre- y temprana adolescencia, que abarca el rango de edad, de los 10 a los 13 años, en el
que se ve incrementada la prevalencia de problemas conductuales. En este nivel, a
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
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diferencia del anterior, los niños se perciben como individuos independientes de las
normas sociales y, entienden que no están obligados a respetarlas, por lo que tienden a
vulnerarlas, aunque su reacción depende de la oportunidad. Si bien éstos prestan
atención al control de impulsos y emociones, no muestran disposición a abordar los de
naturaleza negativa. La tercera, etapa del conformismo, se produce generalmente
alrededor del inicio de los 13 años y se caracteriza por valorar favorablemente el logro
de la equidad y la reciprocidad en las relaciones; de hecho, se mejora la interacción con
los demás. El cambio de nivel se percibe en el tránsito de un pensamiento egocéntrico,
propio de niveles anteriores, a otro prosocial hacia el mundo.
Las etapas de desarrollo temprano descritas por Loevinger (1976) pueden
contribuir, de forma decisiva, a la explicación del comportamiento antisocial y delictivo,
en tanto que se han identificado como factores de riesgo para este tipo de conducta
(Ezinga et al., 2008). Así, un estudio revela que algunas de las conductas antisociales o
delictivas, manifestadas en el ámbito escolar, varían en razón del nivel de desarrollo
psicosocial (Ezinga, Weerman, Westenberg y Bijleveld, 2006); en concreto, los
adolescentes que muestran un desarrollo psicosocial bajo exhiben conductas antisociales
más severas que los que presentan un desarrollo psicosocial normal. Adicionalmente,
Recklitis y Noam (2004) corroboran la relación entre bajos niveles de desarrollo
psicosocial y alta prevalencia de problemas de conducta. Esta hipótesis también es
confirmada por Krettenauer, Ullrich, Hofmann y Edelstein (2003), quienes hallaron que
los niños con problemas de conducta evidenciaban un estancamiento en su desarrollo
psicosocial situándolos en 12 años. A tal efecto, la teoría del desarrollo de Levinson
(1978) advierte que el modo de afrontar y de superar los eventos vitales determina el
avance, el estancamiento o el retroceso en el alcance de una mayor madurez;
vinculando, de este modo, el concepto de madurez psicosocial (Greenberger, 1984;
Greenberger y Sorensen, 1974) al de adaptación individual y social.
Cabe denotar, por otra parte, que abundante investigación ha asociado la
carrera criminal con la edad del delincuente (Moffitt, 1993a, 1993b); de hecho, se toma
el inicio temprano de la delincuencia como un predictor significativo de la delincuencia
con conductas violentas severas. A tenor de estos datos, la criminología del desarrollo
incide en la necesidad de estudiar la evolución del comportamiento antisocial y
delictivo, tomando como criterio básico, la trayectoria de esta conducta, esto es, su
cronicidad o transitoriedad. Si bien se encontró una consistencia en la relación entre las
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
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variables de la historia criminal y la reincidencia, el efecto tiende a ser pequeño (Cottle,
Lee y Heilbrun, 2001), de ahí que en la predicción de ésta se contemple la posibilidad
de utilizar otros factores. Siguiendo esta línea, han proliferando, en los últimos años, los
estudios que comparan grupos de delincuentes según su nivel de reincidencia con el
objeto de poder diferenciar los factores que están presentes en todos los menores que
cometen actos delictivos y los están presentes una carrera delictiva más intensa. Una
referencia la encontramos en el trabajo de Taylor et al. (2009) quienes, tras efectuar un
estudio longitudinal de los efectos de la psicopatología en una muestra de menores
infractores, observaron que los delincuentes clasificados como ansiosos e impulsivos
tendían a reincidir con menos frecuencia que otros grupos; y, los delincuentes que
informaban de psicopatía presentaban una tasa alta de reincidencia. Tal y como sugiere
Loeber (1990), sólo a través de diseños longitudinales se podrá conocer en qué medida
determinadas variables pueden considerarse predictoras de la conducta antisocial o
delictiva. En un paso más en esta línea, nosotros (Arce, Seijo, Fariña y Mohamed-
Mohand, en prensa) encontramos que el comportamiento antisocial es predictor del
delictivo y que, por evolución natural, entre la preadolescencia (10 a <14 años) y la
adolescencia (≥14 a <18 años) se bifurcan dos trayectorias naturales: trayectoria en
escalada hacia la inadaptación social entre los menores de riesgo social, y trayectoria
en escalada hacia la adaptación social en los menores de no riesgo social. Estas
trayectorias hallamos que se entroncan directamente con la competencia social: El
conocimiento de los factores (factores de riesgo) que facilitan el comportamiento
antisocial y delictivo, y la delimitación de las trayectorias de inadaptación son críticos
para prevención e intervención. También no es menos crítico el establecimiento de la
subsiguiente diferenciación entre factores de riesgo estáticos y dinámicos (Arce y
Fariña, 2009), por cuanto los primeros señalan la intensidad que debe tomar el
tratamiento, y los segundos las variables sobre las que se ha de intervenir para reducir el
riesgo (Redondo, 2008).
Teniendo en mente todas estas consideraciones y, asumiendo la validez
explicativa de los modelos expuestos, Arce y Fariña (1996, 2007, 2009, 2010), en un
intento de avanzar en la comprensión del comportamiento antisocial y delictivo,
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
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desarrollan el paradigma de no-modelo que fue avalado por varios estudios propios1, y
se fundamenta en las siguientes premisas:
1. No es posible reducir el comportamiento humano en general, ni el antisocial o
delictivo en particular, a un único modelo explicativo, sino que cada contexto y
cada caso precisa de la asunción de un modelo específico que se ajuste al
mismo.
2. La formación del repertorio conductual del individuo, independientemente de
que éste se haya etiquetado o no como desviado, se ve mediada tanto por el
comportamiento antisocial o delictivo como por el no delictivo; dado que los
sujetos no aprenden exclusivamente uno de ellos sino ambos, con la salvedad
de que el predominante marca la tendencia. Así, el objetivo básico del
paradigma de “no modelo” radica en alcanzar un sujeto racional que esté
capacitado para llevar a cabo una elección competente de su comportamiento.
3. Asume que el individuo es el resultado actual del desarrollo filogenético y
ontogenético. La filogénesis daría entrada en el desarrollo de la especie, a la
cultura, a la sociedad; en suma, a los factores biológicos y sociales. Éste, de ser
anómalo, determina, en buena medida, el comportamiento (determinismo
biológico y ambiental). La ontogénesis explicaría el desarrollo individual del
sujeto, en un momento concreto de su vida, determinado por sus propias
experiencias y circunstancias. Este doble desarrollo, filogenético y
ontogenético y su modificación continua lleva a que el sujeto sea distinto en
cada momento temporal.
4. Es preciso distinguir entre las causas facilitadoras del comportamiento
antisocial o delictivo, los efectos primarios, que se identifican con los factores
de riesgo estáticos para el sujeto, sobre los que no es factible intervenir; y los
indirectos o secundarios que pueden ser factores dinámicos, es decir, que cabe
actuar sobre ellos. Ahora bien, ateniéndonos a las diferencias entre sujetos de
alto y bajo riesgo de desajuste, no es suficiente con la identificación de los
factores de riesgo dinámicos, ni con la estimación del efecto criminógeno
residual de los factores estáticos, que pueden acompañar al individuo durante

1
La adecuación de este marco teórico está avalada por trabajos que han merecido los Premios Nacionales
de Investigación Educativa del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte de España en 2003 (Fariña et
al., 2005) y 2004 (Arce et al., 2005).
Referencia: Fariña, F., Vázquez, M. J., y Arce, R. (2011). Comportamiento antisocial y
delictivo: Teorías y modelos. En C. Estrada, E. C. Chan, y F. J. Rodríguez (Coords.),
Delito e intervención social: Una propuesta para la intervención profesional (pp. 15-
54). Guadalajara, Jalisco, México: Universidad de Guadalajara
toda la vida. Ya que, en ocasiones, la evaluación de los efectos de los factores
dinámicos se presenta crítica; pues, algunos menores infractores, en concreto
los agresores de género, utilizan sus habilidades para lograr su propósito
delictivo, esto es, controlar y dominar a la pareja; de esto se deriva, una vez
más, la necesidad de establecer un plan de actuación individualizado. Es más,
la multiplidad de combinaciones que se puede dar entre factores de riesgo
estáticos y dinámicos, no sólo va a delimitar las diferencias entre los sujetos de
riesgo de los que no lo son, sino también las interindividuales dentro de ambos
grupos; no en vano, algunos autores presuponen la no existencia de ningún
modelo.
5. Toman un modelo aditivo (también puede ser multiplicativo o exponencial) de
riesgo según el cual cuántos más factores de riesgo mayor probabilidad de
adquisición de comportamiento desviado (Masten, Best y Garmezy, 1990).
6. Se requiere al unísono una aproximación multimodal y multinivel; por
aproximación multimodal, se entiende que los diferentes modos de actuación,
esto es, cognitivo y comportamental, son complementarios. Por multinivel, nos
referimos a que la intervención no sólo se ciñe al sujeto a tratamiento, como se
ha llevado a cabo casi exclusivamente, sino que también es preciso que
abarque el ámbito en el que se desarrolla. Más específicamente, la intervención
individual se complementa con una intervención psicosocial. La asunción de
soluciones parciales lograría, sobre la base de un modelo aditivo o acumulativo
que ampara tanto la intervención sobre los déficits de destrezas, como en
términos de la competencia social, reducir al máximo los riesgos.

6. Referencias

Agnew, R. (2006). Pressured into crime: an overview of general strain theory. Los
Ángeles, CA, EE. UU: Roxbury Publishing Company.
Akers, R. L. (2006). Aplicaciones de los principios del aprendizaje social. Algunos
programas de prevención y tratamiento de la delincuencia. En J. L. Guzmán-Dálbora
& A. Serrano-Maíllo, Derecho penal y criminología como fundamento de la política
Comportamiento antisocial y delictivo
En 1974, el sociólogo Robert Martinson acuñó, tras un metaanálisis de los
programas de intervención con delincuentes (ej. supervisión intensiva,
psicoterapia, terapia de grupo, entrenamiento vocacional, aproximaciones
educativas e intervenciones médicas), la doctrina del nothing works (nada
funciona) en la rehabilitación del delincuente.

Este constructo surge como una crítica a los modelos de intervención


criminológicos, terapéuticos y únicamente educativos que, según planteó
Martinson, se mostraban carentes de eficacia.

En la actualidad, el avance en el conocimiento generado desde los modelos


de vulnerabilidad/competencia ha originado programas de intervención
cognitivos, conductuales e integrados, basados en una
aproximación multimodal, esto es, cognitiva (ej. cambio actitudinal o
entrenamiento en pensamiento) y comportamental (ej. ensayo conductual)
ya que se entiende que los dos modos de actúación son complementarios.
Frente a los fracasados modelos terapéuticos, los modelos de la
competencia social se centran en el entrenamiento de las habilidades
necesarias para la correcta adaptación social. Los resultados de los
metaanálisis más recientes muestran que los tratamientos psicológicos
(conductuales, cognitivos y cognitivo-conductuales) son efectivos, tanto en
la reducción de la tasa de reincidencia, como en la prevención del delito, y,
más en concreto, que el cognitivo-conductual es el de mayor eficacia
(Lipsey y Wilson, 1998; Redondo, Sánchez-Meca y Garrido, 1999, 2002;
Beelmann y Lósel, 2006; Garrido, Farrington y Welsh, 2006; Garrido,
Morales y Sánchez-Meca, 2006).

Es difícil cuantificar de un modo exacto la ganancia con la intervención ya


que esta está terciada por variables moderadoras, entre las cuales cabe
destacar el tipo de población (menores frente a adultos), el tipo de delito
(ej. agresiones sexuales, delitos contra las personas y robos), el entorno en
que se aplica el tratamiento (ej. prisión, centro de reforma y comunidad).
Sin embargo, se puede afirmar que dicha ganancia oscila en una horquilla
que va desde, aproximadamente, el 10% hasta el 20% . A primera vista
podría parecer pequeña, pero no lo es cuando se la considera desde la
perspectiva adecuada. Así, si la probabilidad de reincidencia delictiva se
situara en el 50% sin la aplicación de un tratamiento (realmente, las tasas
de reincidencia superan el 50% ), el logro de una reducción, por término
medio, del 15% sería del 30% de los potenciales reincidentes.
124 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO Psic:

La amplísima literatura existente muestra que casi cualquiera de las carac-


terísticas conductuales y de personalidad de los psicópatas, observadas des-
de la perspectiva clínica, han servido de base para el desarrollo de numero-
sos modelos e hipótesis explicativas, de forma que la psicopatía —<omo tam- caci
bién suele suceder con otros tópicos de estudio- se ha puesto constantemen- disi
te en relación con todo tipo de variables, desde anormalidades bioquímicas clíni
y electrofisiológicas hasta factores psicosociales y de personalidad. Sin los
embargo, tal como advierten muchos de los mismos investigadores de estos
estudios, la mayoría de las teorías e hipótesis que se han propuesto ni han
surgido como explicación específica de la psicopata —sino de la delincuen-
cia, de las enfermedades mentales y de la conducta agresiva- ni se aplican
con exclusividad a ella.
Como venimos diciendo, en la mayoría de los casos se han propuesto
todas estas hipótesis como mecanismos explicativos de la delincuencia, y más
en particular del comportamiento antisocial más reincidente o violento, que
es el que más parece interesar a la mayoría de los investigadores, a los
medios de comunicación y también a la opinión pública ávida de sensacio-

3708 83
nalismo. Y puesto que las causas de la psicopatía no son unidireccionales y,

oo
además, están muy lejos de haberse establecido con relativa nitidez, los estu-
diosos nos aconsejan mucha prudencia y cautela con la interpretación —y
sobre todo con la gestión y difusión de la información de los resultados obte-
nidos en las diversas investigaciones que desde hace más de cinco décadas
vienen realizándose al respecto.

DUSIVENTES
2. ETIOLOGÍA O CAUSAS DE LA PSICOPATÍA
2.1. Factores psico-biológicos de los psicópatas
2.1.1. Hipótesis neurobiológicas
Dentro de las explicaciones neurobiológicas, muchos autores han postula-
do que los psicópatas presentan ciertas anomalías o deficiencias cerebrales
que parecen motivar esa conducta antisocial que tanto les caracteriza. En
principio, y en buena parte, es lógico argúir esto porque las lesiones de deter-
minadas áreas del cerebro son las que precisamente están relacionadas con

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 125

el normal funcionamiento de los controles conductuales -las que normalmen-


te actúan como “frenos” de ciertos impulsos—.
Una de las hipótesis más frecuentemente postuladas dentro de estas expli-
caciones neurofisiológicas es la referente a que los psicópatas presentan una
disfunción del lóbulo frontal. En este sentido, cabe matizar que muchos
clínicos e investigadores han señalado la similitud entre el comportamiento de
los psicópatas y la constelación de patrones conductuales mostrada por
pacientes médico-psiquiátricos que tienen lesiones en el lóbulo frontal. Ya en
1982, por ejemplo GOrENSTEIN halló en su estudio que los psicópatas adultos
presentan déficits específicos en procesos cognitivos asociados con el funcio-
namiento del lóbulo frontal, tal como se manifiestan en la comisión de erro-
res perseverativos en el Test de Clasificación de Cartas de Wisconsin y en la
ejecución en una tarea de emparejamiento secuencial. Los hallazgos de este
estudio sugirieron que la psicopatía está asociada con una tendencia a per-
sistir, es decir, con el fracaso para suprimir, modificar o elicitar respuestas
que han dejado de ser adaptativas, un patrón de ejecución típico de los
pacientes con disfunción del lóbulo frontal. Otras revisiones de estudios rea-
lizados con delincuentes violentos, como las llevadas a cabo por MILLER
(1987, 1988) y por RAINE (1999a, 1999b, 2000), también señalan la aso-
ciación de los desarreglos neuromadurativos en el lóbulo frontal con los defi-
cits en la habilidad para planificar y ejecutar conductas dirigidas a metas, en
la capacidad de atención y concentración, o en la integración compleja de
información de distintos sistemas de procesamiento.
Es particularmente curioso que el doctor ROBERT D. HARE, uno de los máxi-
mos exponentes y defensores de los estudios neurofisiológicos de la psicopa-
tía, criticara en 1984 los hallazgos de GORENSTEIN (1982) sobre la hipótesis
del daño cerebral, alegando problemas metodológicos en ese estudio con
respecto al diagnóstico y procedimiento de evaluación de la psicopatía. Así,
HARE (1984) no pudo replicar los resultados de ese estudio, concluyendo que
los psicópatas no difieren del resto de los delincuentes -sean o no violentos—
en la ejecución de tareas cognitivas presumiblemente relacionadas con la dis-
función del lóbulo frontal. Y es precisamente esta tónica general la que viene
caracterizando a la mayoría de los estudios que se han empeñado en encon-
trar disfunciones cerebrales en sujetos supuestamente diagnosticados de psi-

O Editorial EOS
126 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIO

cópatas; el problema principal es que la mayoría de los estudios clási


empleaban los criterios diagnósticos del TAP y con ellos daban por hecho
sus sujetos estudiados eran “psicópatas”. Por otro lado, como ya advirti
KANDEL y FREED (1989) en su revisión de estudios realizados tanto con psi
patas como con delincuentes violentos, la asociación entre disfunción
lóbulo frontal y la conducta antisocial no es consistente. En esta misma lí
se pronunciaron HART, FORTH y HARE (1990) tras analizar las principales li
taciones metodológicas de esta hipótesis de investigación, concluyendo que
el diagnóstico de psicopatía, el fracaso para controlar variables extrañas y
el empleo de grandes baterías de tests en muestras de pequeño tamaño deter
minan que no exista apoyo empírico suficiente para establecer un modelo
explicativo de la psicopatía basado en el daño cerebral. A juicio de estos
autores (HART, FORTH y HARE, 1990), el problema fundamental es que los estu-
dios dan por hecho que la supuesta disfunción cerebral es clínicamente sig-
nificativa y detectable con tests neuropsicológicos estándar, sin tener en cuen-
ta que es difícil hacer inferencias sobre disfunciones o déficits específicos del
lóbulo frontal a partir del uso de este tipo de tareas de ejecución.
Por tanto, lo criticable de los estudios que defienden la hipótesis del défi-
cit cerebral podría resumirse en el hecho de que no es acertado buscar ano-
malías neurobiológicas empleando tests neuropsicológicos; quizás los estu-
dios que han empleado técnicas médicas con la resonancia magnética fun-
cional, la tomografía de emisión de positrones y otras viertan resultados más
precisos, pero no más concluyentes. Es evidente que si los sujetos que se estu-
dian son diagnosticados de TAP y, por ello, se asume que son psicópatas, si
el estudio hace mención a la psicopatía como diagnóstico podemos dar por
inválido dicho estudio; mientras que la psicopatía no sea diagnosticada a tra-
vés del empleo del PCLR o de alguno de sus instrumentos derivados, que son
las herramientas adecuadas para tales fines en contextos civiles, penitencia-
rios y/o psiquiátricos, cualquier otro criterio diagnóstico que aleguen los estu-
dios debería ser puesto de relieve y entredicho.
Otras dos hipótesis estrechamente vinculadas entre sí y frecuentemente
postuladas dentro de las explicaciones neurofisiológicas de la psicopatia son
la de un procesamiento anormal del lenguaje y la de una inmadu-
rez cortical, ambas fundamentadas en la existencia en los psicópatas de

O Editorial EOS
E
Y

Psicopatía, violencia y criminalidad: caus


as y consecuencias
127

una lateralización y déficits funcionales del


hemisferio izquierdo. Las pala-
bras no surgen de nuestra boca por sí solas
: son el resultado de una activi-
dad mental compleja. Esto suscita la inte
resante posibilidad de que, como
sucede con la mayor parte de su conducta,
los procesos mentales de los psi-
cópatas estén muy mal regulados y no se
rijan por las reglas habituales que
todos los demás seguimos (HARE, 1993). En
este sentido, algunas investiga-
ciones han pretendido probar que los psic
ópatas se diferencian de los demás
por su lenguaje bilateral, en la manera en
que está organizado su cerebro y
en las conexiones entre palabras y emocione
s. Sin embargo, apor qué el que
escucha no se da cuenta de las peculiaridades verbales de los
psicópatas?
Parece ser que los psicópatas presentan
un procesamiento anormal del
lenguaje. Según los estudios realizados al respecto, muchas
rísticas del comportamiento del psicópat de las caracte-
a vienen condicionadas por un
empleo inusual del lenguaje, el cual pare
ce ¡ugar un papel reducido en la
mediación y regulación de su conducta.
Este procesamiento linguístico anó-
malo ha sido estudiado a través de diversos
índices o medidas psicofisiológi-
cas (JUTAI, HARE y Connour, 1987; RAE Y
VENABLES, 1988). Son precisamen-
te los estudios que han empleado tareas
de escucha dicótica los que han
sugerido que las diferencias en el procesam
iento del material verbal pueden
reflejar una débil lateralización de los procesos lingúísticos
(HARE y JuraI, 1988; Hare y MCPHERSON, 1984 en los psicópatas
a; HARE, WILLIAMSON y HARPUR,
1988; RAINE, O'BRIEN, SMiLEY, ScErBo y CHAN,
1990). Es preciso matizar aquí
que la hipótesis de la disfunción del hemisferio domi
nante
fue formulada ori-
ginariamente por FLOR-HENRY en 1976 para
explicar ciertas psicopatologías
O trastornos mentales. No agarrándose
a un clavo ardiendo —omo suele
decirse por el mero hecho de contar con una
cierta explicación enfundada
de cierta cientificidad para esta supuesta disfunción
en los psicópatas, y
sobre todo teniendo en cuenta que la psicopat
ía no es un trastorno mental y,
por tanto, las explicaciones psicopatológicas
no parecen ser útiles con este
tipo de personalidad anómala-, la mayoría
de los autores, a través de sus
diversos estudios, han reconocido que no exist
e apoyo empírico suficiente
para confirmar que los psicópatas presente
n una disfunción del hemisferio
izquierdo o verbal (Hare, 1979; HARE, FRAZE
LLE, Bus y JUTAI, 1980; RAINE y
VENABLES, 1988; SMITH, ARNETT y NEWMAN,
1992).

O Editorial EoS
128 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

A pesar de esta especulación, derivada de las distintas interpretaciones


que suelen hacerse de la propia investigación científica generada, incluso el
mismo Hare (1993) ya albergaba sus propias dudas, ya que —según arguye—
hay otras personas normales y algunos pacientes con problemas diversos que
también tienen un lenguaje bilateral -tartamudos, disléxicos o zurdos— o bien
padecen algunas anomalías cerebrales y, sin embargo, no mienten ni se con-
tradicen como lo hacen los psicópatas. HARE reconoce que debe de haber
algún otro fenómeno implicado en el supuesto procesamiento anormal del
lenguaje de los psicópatas.
En estrecha relación con la hipótesis anterior, otras investigaciones han
sugerido que la supuesta incapacidad del psicópata para usar el habla inte-
rior a la hora de modular la atención, el afecto o la conducta se atribuye o
se debe a un déficit madurativo a nivel neurológico, enlazando de esta mane-
ra con las diversas hipótesis sobre la inmadurez cortical. Según HARE
(1970, 1974), la inmadurez cortical se manifiesta en dos consecuencias: la
limitada capacidad para el procesamiento de la información y la debilidad
de los mecanismos de inhibición conductual. Por su parte, JUTAI (1989) seña-
ló que la hipótesis del retraso madurativo también es consistente con los resul-
tados de los estudios que han empleado como medida los potenciales evoca-
dos en psicópatas, permitiendo dar cuenta de la similitud existente entre la
actividad del electroencefalograma —EEG- registrada en psicópatas y la de
los niños, así como la similitud de ciertas características de personalidad más
frecuentes en los niños, como la impulsividad, el egocentrismo y la intoleran-
cia a demorar la gratificación. Es en este sentido en el que se ha dicho que
los psicópatas presentan tanto EEGs “de bebés” como comportamientos
infantiles, y de ahí lo del retraso madurativo -los psicópatas no parecen muy
maduros que digamos.
De nuevo, los científicos que han estudiado estas anomalías no se ponen
de acuerdo y suelen encontrar resultados contradictorios que no confirman
los estudios de otros investigadores. Parece más lógico pensar que el hecho
de que los psicópatas incrementen su atención hacia conductas que reporten
un refuerzo o recompensa inmediata explicaría, al menos en parte, su mayor
implicación en actividades antisociales; si tomamos esta hipótesis como cier-
ta, entonces no podemos asumir, como sí lo han hecho otros investigadores,

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 129

que los psicópatas tienen un nivel atencional bajo, sino, más exactamente,
una atención dividida y selectiva: es decir, atenderán solamente a aquello
que realmente les interese, algo en lo que, por lo demás, tampoco parecen
diferir sustancialmente de las personas normales —éstas también suelen mos-
trar una atención selectiva ante una diversidad de estímulos, pues, de lo con-
trario, nuestra normal atención podría quedar desbordada; cosa distinta es
hacia dónde se dirige dicha atención y con qué intenciones/propósitos, sien-
do los de los psicópatas, general y mayoritariamente, de corte egoísta, cen-
trados en su propio beneficio.
Por tanto, y sin pretender quitar el revestimiento de cientificidad que le
corresponda o no a la hipótesis del retraso madurativo, HARPUR, WILLIAMSON,
FORTH y HARE (1986) tampoco encontraron diferencias en los EEGs en repo-
so de psicópatas y no psicópatas; este y otros muchos hallazgos llevaron a
concluir al doctor ADRIANE RAINE y a otros investigadores que:

1) la evidencia empírica acumulada no permite confirmar que los sujetos


con conducta antisocial -sean o no psicópatas— presenten déficits a la
hora de procesar la información (RAINE y VENABLES, 1987);
2) las mayores amplitudes de la onda P3 en los psicópatas sugiere, sim-
plemente, que en éstos se encuentra incrementada su capacidad para
atender a estímulos o eventos de inmediato interés (JUTAI y HARE, 1983;
FORTH y HARE, 1989; RAINE, 1989a) y, más particularmente, cuando
éstos son sociables y muestran bajos niveles de ansiedad —psicópatas
primarios— (HOWARD, FENTON y FENWICK, 1984);
3 no existe suficiente evidencia empírica que permita sostener la hipóte-
sis del retraso madurativo o de la inmadurez cortical [RAINE, 1989).

2.1.2. Hipótesis bioquímicas


Desde las explicaciones bioquímicas se argumenta que las lesiones de
determinadas áreas del cerebro son las que precisamente están relacionadas
con el normal funcionamiento de los controles conductuales -las que normal-
mente actúan como “frenos” de ciertos impulsos—. En general, la conducta
agresiva se ha explicado como el resultado de una disminución en la activi-

O Editorial EOS
130 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

dad del sistema serotoninérgico (LUENGO y CARRILLO, 2001). En la revisión rea-


lizada por VIRKKUNEN [1988] se indicó la existencia de una asociación entre
la agresión impulsiva habitual y niveles reducidos del ácido 5-hidroxiin-
doleacético -5HIAA- en el fluido cerebroespinal de una muestra de delin-
cuentes violentos. En otros estudios también parecen haberse encontrado
bajos niveles de este metabolito de la serotonina en el fluido cerebroespinal
tanto en pacientes psiquiátricos con historial de conducta agresiva (BROWN ET
AL., 1982) como en delincuentes homicidas y violentos (LINNOILA ET AL., 1983),
arguyéndose, además, que esta asociación es consistente (BROWN y LINNOILA,
1990). A partir de investigaciones como éstas, y como cabría esperar, no
resulta sorprendente que esta deficiencia neuroquímica se haya postula-
do como explicación de la psicopatía (LUENGO y CARRILO, 2001). Así, algu-
nos estudios realizados con muestras de sujetos suicidas —y supuestamente
diagnosticados como “psicópatas” (decimos “supuestamente” porque una de
las características excluidas del diagnóstico de psicopatía es la presencia de
suicidio y/o las tentativas de suicidio, aunque éstos puedan proferir simples
amenazas verbales de suicidio)- parecen haber hallado que éstos presentan
menores niveles de 5-HIAA [ÁsBerc ET AL., 1976, 1987) y que estas bajas
concentraciones parecen estar también implicadas en la manifestación de
conductas impulsivas [SCHALLNG ET AL., 1984).
En 1991, otros dos autores con explicaciones de tinte biologicista se suma-
ron a esta hipótesis de la deficiencia bioquímica en relación con la “psicopa-
tía” -a entrecomillamos porque, en realidad, estos autores hacen referencia
expresa a la conducta antisocial. Por ejemplo, Ettis (1991) realizó una revi-
sión de estudios y concluyó que la baja actividad de la monoamino oxidasa
-MAO-, un inhibidor de la serotonina, también estaba asociada a mayores
probabilidades de psicopatía, delincuencia, problemas de conducta en la
infancia, impulsividad, búsqueda de sensaciones y abuso de drogas. Por su
parte, Lewis (1991) aseveró que la disfunción serotoninérgica explicaba la sin-
tomatología tanto de los psicópatas primarios los “puros”— como de los psicó-
patas secundarios -los que han sido denominados, a su vez, psicópatas neu-
róticos y que podían sentir ansiedad, a diferencia de los primarios-. Según
estos resultados, parece que esta disfunción bioquímica podría estar implicada
en la impulsividad o incapacidad para responder apropiadamente al castigo

O Editorial EOS
Esicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 131

y e la no recompensa tan características de los psicópatas primarios, así como


Sombién en la desregulación emocional propia de los psicópatas secundarios
5 neuróticos. Además, estas hipótesis coincidirían con los estudios realizados
zon animales que han demostrado que las manipulaciones que producen dis-
minuciones en la actividad de este sistema neurotransmisor —el serotoninérgi-
Eo dificultan el aprendizaje de evitación pasiva, un tipo de aprendizaje en el
ue, según otras muchas investigaciones, parecen fallar los psicópatas porque
50 huyen de, o no evitan, las señales de castigo y/o amenaza que los investi-
godores les proporcionan como aviso en las tareas de laboratorio.
Si esto último fuera absolutamente cierto, parecería lógico pensar que los
psicofármacos que se administran a pacientes psiquiátricos y a presos vio-
lentos y que reducen los niveles de agresividad e impulsividad -ya que regu-
len los niveles de serotonina— deberían funcionar con igual efectividad en los
sujetos psicópatas que también son violentos. Tal como las investigaciones
5on puesto de manifiesto, sin embargo, no parece ser este el caso. Por ejem-
plo, sabemos que los sedantes están contraindicados en las personas con una
sersonalidad psicopática [TARDIFF, 1992; DotAN y Cop, 1993). Las benzo-
diacepinas pueden provocar un comportamiento descontrolado y agresivo
[BROWNE ET AL., 1993). El litio, en cambio, parece aumentar la actividad inhi-
bidora en pacientes con explosiones de impulsividad y agresividad o con
Fastorno límite de la personalidad (GOLDBERG, 1989; DOLAN y Coib, 1993),
pero no se sabe tanto sobre su uso en el tratamiento de sujetos con persona-
lidad antisocial (WISTEDT ET AL., 1994); además, debido al riesgo de intoxica-
ción y otros efectos secundarios, la utilización del litio no es muy recomenda-
ble en estos casos [MARKOVITZ, 1995; Hotuwec y NEporiL, 1997]. En general,
podemos coincidir con el profesor FRIEDRICH LÓSEL en la siguiente conclusión:

Estos y otros resultados demuestran que todavía no disponemos de un medi-


camento específico para el tratamiento de la agresividad, la impulsividad y
otros trastornos relacionados. Además, no sabemos si la farmacoterapia es
una forma de tratamiento adecuada para los psicópatas en concreto. Por razo-
nes legales y médicas, pocas veces ésta será la primera y la única opción de
tratamiento. A pesar de ello, el éxito de la combinación de farmacoterapia y
terapia cognifivo-conductual en el tratamiento de la depresión puede servir
como modelo (LósEL, 2000, p. 252).

O Editorial EOS
132 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

Además de estas observaciones, cabría hacer dos puntualizaciones más:


Llevar a cabo un meta-análisis —una revisión del estado de la cuestión de los
estudios sobre un concreto tópico es, sin duda, una tarea muy laboriosa.
pero a veces merece la pena porque este tipo de análisis suelen poner en evi-
dencia los defectos metodológicos y procedimentales de muchos estudios de
investigación que nos pueden ayudar a comprender buena parte de los pro-
blemas que pretendemos estudiar. Por ejemplo, detengámonos en la revisión
de la literatura que llevó a cabo el mismo Lewis, antes citado, en 1991.
Reparando, ya desde el principio, en el mismo título de su artículo, nos
damos cuenta que entre paréntesis, y después de las palabras “antisocial
behavior" —conducta antisocial”-, escribe “psychopathy” —“psicopatía”-;
esto ya, de entrada, nos da una idea de que el autor, consciente o incons-
cientemente, voluntaria o involuntariamente, está equiparando ambos térmi-
nos —personalidad antisocial y psicopatía-, cuando se ha insistido reiteradas
veces que la conducta antisocial -y también la delictiva- no es un signo taxa-
tivamente inequívoco e identificativo del síndrome psicopático o psicopatía
(McCorD y McCorp, 1964). Por otro lado, si miramos el artículo de Lewis
(1991) en sus adentros —que es como deben revisarse las referencias biblio-
gráficas para conducir un correcto meta-análisis, además del tratamiento
estadístico—, también percibimos que su revisión de la literatura se basa, fun-
domentalmente, en estudios que han empleado muestra de sujetos diagnosti-
cados con TAP, y a partir de aquí parecen equipararse TAP y psicopatía; no
vamos a insistir más en lo dicho, puesto que el lector ya habrá caído en la
cuenta de lo que hemos pretendido esclarecer aquí. Tampoco vamos a pasar
por alto las conclusiones a las que llegó Ets (1991), ya que en su estudio,
este autor trata de relacionar la MAO con la criminalidad, intentando identi-
ficar un marcador aparentemente biológico que pudiera estar en la base etio-
lógica de la “conducta antisocial”; el autor concluye, como vimos antes, que
la baja actividad de la MAO está asociada a mayores probabilidades de un
montón de variables: psicopatía, delincuencia, problemas de conducta en la
infancia, impulsividad, búsqueda de sensaciones y abuso de drogas.
Sumadas estas conclusiones a las del estudio de VIRKUNNEN (1988), el pro-
blema de fondo se advierte en seguida: «se ha comprobado que existe una
asociación entre la agresión impulsiva habitual y los niveles reducidos del
Scido 5-hidroxiindoleacético en el fluido cerebroespinal» de una muestra de

5 Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 133

delincuentes violentos. Tras estos resultados, un numeroso conjunto de autores


se han basado en este tipo de estudios para apoyar empíricamente lo que ellos
creen que también podría ser una base etiológica de la psicopatía. Sin embar-
go, y aunque una de las características esenciales de la psicopatía es la impul-
sividad, ésta no debe asociarse con la conducta violenta sino, más bien, con
la toma de decisiones, ya que también es característico de los psicópatas su
tendencia al aburrimiento y su constante búsqueda de nuevas sensaciones.
Además, no podemos pasar por alto el hecho de que la violencia psicopática,
como ya estudiaremos más adelante en otro apartado, es de tipo instrumental
—'depredadora”, premeditada y/o “a sangre fría”-, mientras que la del resto
de delincuentes no psicópatas es de tipo reactivo -emocional, afectiva, impul-
siva y/o “a sangre caliente" [BERKOWITZ, 1993; RAINE, Melov, BIHRLE, StoD-
DARD, LACASSE y BUCHSBAUM, 1998; RAINE, 2000, 2001). Resulta evidente que
los resultados de las investigaciones —biológicas, psicológicas, de comorbilida-
des, etc.-, además de tomarlos con mucha cautela, deben interpretarse en su
justa medida y, sin duda, contrastarse con otros que pudieran confirmar o des-
cartar los supuestos o hipótesis que a priori se pretenden asumir.

2.1.3. Hipótesis psicofisiológicas


Finalmente, y dentro de las explicaciones psicofisiológicas, los autores pasan
de centrarse en los déficits cerebrales —o del sistema nervioso central (SNC)- a
focalizar su atención en los déficits del sistema nervioso autónomo [SNA).
Una de las hipótesis psicofisiológicas postula que los psicópatas, dada su
necesidad de estimulación, parecen presentar una baja activación corti-
cal -o bajo arousal (baja actividad de la corteza cerebral). En la teoría de
la delincuencia propuesta por EYsENCK (1964), la baja actividad cortical está
asociada a la dimensión de extraversión y al grado de condicionabilidad,
asumiéndose que facilita la adquisición de patrones de conducta delictiva.
Aplicados los postulados de la teoría de EYSENCK a la psicopatía, las conclu-
siones que frecuentemente encontramos en algunos textos y estudios es que
ese bajo arousal conduce a estos sujetos -no sabemos exactamente si a los
psicópatas o a los extravertidos— a una necesidad de búsqueda de estimula-
ción, lo que supone una fuerte atracción por el riesgo, las cosas excitantes y

E Editorial EOS
134 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

desafiantes (Quav, 1965; HAre, 1966, 1968; BLACKBURN, 1978). Por su baja
actividad cortical, también aseveran algunos autores que estos sujetos tienen
una inusual propensión al aburrimiento y, como resultado, no suelen tolerar
los trabajos rutinarios, cambiando constantemente de actividad por encon-
trarla monótona o no interesante (HARE, 1980).

El problema fundamental de la teoría propuesta por EYsenck (1964) radi-


ca en el hecho de que este autor empleó el término psicópata como sinóni-
mo de delincuente o criminal para referirse al concepto más general de con-
ducta antisocial, por lo que queda claro que las predicciones de la teoría de
este autor no son específicas de la psicopatía. En este punto, es importante
matizar que la base teórica de este autor está relacionada primariamente con
la socialización infantil y con el desarrollo de la conducta antisocial, hecho
que podría explicar por qué sus predicciones no se corroboran en relación
al síndrome psicopático [BLACKBURN y MAaYBURY, 1985; HAAPASALO, 1990;
HARE, 1982b; RAINE, 1986).
Dentro de una línea de argumentación muy similar a la hipótesis de la
baja activación cortical propuesta por EYsEncKk [1964], un año después, el
doctor Quay (1965) formuló la hipótesis de que el psicópata es un buscador
patológico de sensaciones, y cuanto más nuevas, frecuentes e intensas,
mucho mejor. Para Guav, la baja reactividad fisiológica y la rápida tenden-
cia a la habituación y al tedio tan características del psicópata son las que
determinan que este tipo de sujetos necesiten una mayor variedad e intensi-
dad de estimulación sensorial para alcanzar un nivel de activación óptimo,
al menos con el que ellos se sientan relativamente a gusto. En teoría, este
aspecto permite dar más o menos cuenta de que los psicópatas se impliquen
en actividades que les reporten algún tipo de activación, y no necesariamen-
te tienen por qué ser actividades que impliquen infracción de normas legales,
es decir, conductas delictivas. En el mismo sentido, en su revisión sobre la
hipótesis del nivel de estimulación óptimo en relación con la psicopa-
tía, el doctor ELuis (1987) también pareció corroborar el hecho de que los psi-
cópatas necesitan sensaciones nuevas y variadas.

Esos y otros hallazgos psicofisiológicos pasaron rápidamente al campo de


la neurobiología con el fin de realizar una serie de generalizaciones empíri-
cas que todavía hoy día se siguen intentando probar mediante algunos estu-

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 135

dios de investigación. Tal es el caso de la investigación realizada a finales de


los años 80 por el doctor ADRIAN RAINE, quien se apoyó en la utilidad de la
hipótesis del nivel óptimo y de la búsqueda de sensaciones para intentar com-
prender -que no dar una explicación unilateral y definitiva- sus hallazgos y
los de otros investigadores sobre los potenciales evocados generados por los
psicópatas. En concreto, RAINE [1989a]) consideró como característico de los
psicópatas el fenómeno de la aumentación visual incrementos en la amplitud
de los potenciales evocados de latencia media ante estímulos de intensidad
creciente—, arguyendo que la hipótesis del nivel óptimo de activación era com-
patible con esta hipótesis suya. Tras esto, las críticas no tardaron en llegar;
así, algunos autores [HARE y JUTAI, 1986; RAINE y VENABLEs, 1990) argumenta-
ron que el rasgo de búsqueda de sensaciones puede ser más directamente
aplicable a los aspectos antisocial y delictivo de la conducta psicopática, pero
que en absoluto es algo definitorio de la psicopatía en sí.
Otra hipótesis psicofisiológica sobre la etiología de la psicopatía es la
incapacidad parcial de condicionamiento que parecen mostrar estos
sujetos. Se trata de una hipótesis basada en otras dos hipótesis que postulan
los siguientes dos déficits: un déficit en el aprendizaje de evitación pasiva y
un déficit en los mecanismos de inhibición conductual. A nivel general, pare-
ce ser que determinados déficits de tinte biológico generan en estos sujetos
una incapacidad o dificultad parcial de aprendizaje, sobre todo a estímulos
aversivos. Esta hipótesis ha sido estudiada en diversas investigaciones que se
han basado en los diferentes modelos o variantes del condicionamiento: a
través del condicionamiento clásico [WARREN y GRANT, 1955; LYKKEN, 1957),
del condicionamiento operante o instrumental (LYKKEN, 1957; JoHNs y Quar,
1962; HUTCHINSON, 1977), la probabilidad de aprendizaje (PAINTING, 1961;
SIEGEL, 1978) y el aprendizaje social (MaTTHEY, 1974).
Ya lo advirtió el mismo Cieckiey (1941, 1976) cuando estableció como
características clínicas descriptivas de la psicopatía que, en estos sujetos, el
castigo resulta ineficaz y son incapaces de aprender de experiencias pasa-
das. Es precisamente en esta línea de argumentación en la que se basan las
investigaciones psicofisiológicas realizadas en torno a esta insensibilidad al
castigo y a la ausencia de sentimientos de remordimientos y de culpa tan
características de los psicópatas. Con esta deficiencia -sea meramente psico-

O Editorial EOS
136 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

lógica o meramente psicobiológica-, lo que hacen los psicópatas es dismi-


nuir o restar importancia a las consecuencias negativas de sus conductas,
incrementando con ello su tendencia a continuar actuando —es decir, perse-
verando- hasta conseguir las metas que se proponen; de esta guisa, si no les
importan las consecuencias de sus acciones, menos les importan los medios
empleados para conseguir sus fines.
Y lo que veníamos diciendo: el hecho de que la conducta de estos sujetos
no parezca estar influida por la amenaza del castigo se ha explicado como
fruto de una incapacidad para anticipar y condicionar respuestas de miedo
[LUENGO y CARRILLO, 2001). En este sentido, algunos estudios psicofisiológicos
han hallado que los psicópatas presentan respuestas electrodermales de menor
amplitud [HAre, 1978, 1982a; FowíEs, 1980; SippIE y TRASIER, 1981) o fre-
cuencia [RAINE y VENABLES, 1984), así como incrementos en la tasa cardíaca
(HARE, 1982b) en anticipación a un estímulo aversivo. Los primeros estudios
pioneros sobre el aprendizaje de evitación pasiva (LYKKEN, 1957; SCHACHTER y
LATANÉ, 1964) también parece que permitieron hallar que los psicópatas tienen
una menor capacidad para inhibir respuestas castigadas —es decir, dejar de
hacer algo que comporta un castigo y/o una sanción—. Sin embargo, una serie
de estudios realizados con posterioridad no pudieron confirmar que los psicó-
patas presentan una hipo-reactividad autonómica [RAINE, 1987), sino una
mayor activación ante el feedback de una recompensa (ÁRNETT, HOWLAND,
SMITH y NEWMAN, 1993] y una atención adecuada ante eventos de su interés
(FORTH y HARE, 1989; RAINE, 1989). En este sentido, si tenemos en cuenta que
los psicópatas se caracterizan, entre otros rasgos, por una tendencia al aburri-
miento y una necesidad de estimulación, entonces resultará comprensible que
las tareas de laboratorio que los investigadores les proponen a los psicópatas
de sus estudios les parecen a estos sujetos, como poco, un tedio más; siendo
esto así, también resultará lógico pensar que con este tipo de tareas es poco
probable que se esté midiendo la verdadera intensidad -y, por ende, la res-
puesta consecuente— con que los psicópatas perciben unos determinados estí-
mulos —visuales y/o auditivos- y desatienden otros.
De nuevo, la cautela con los datos hallados hay que remarcarla. Además,
se ha comprobado también que los psicópatas no presentan déficit en evita-
ción pasiva cuando están suficientemente motivados. Así, algunos estudios

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 137

[SCHMAUK, 1970; ScErBo ET AL., 1990) han encontrado que no existen dife-
rencias significativas entre psicópatas y no psicópatas cuando la tarea de evi-
tación pasiva implica pérdida de recompensa en vez de castigo. En esta
línea, los estudios llevados a cabo por el profesor de la Universidad de
Wisconsin JOSEPH P. NEWMAN y sus colaboradores han reiterado en diversas
ocasiones [NEWMAN y Kosson, 1986; NEWMAN, PATTERSON, HOWLAND y
NicHOLs, 1990; NEWMAN, WiDoM y NATHAN, 1985) que los errores de evita-
ción pasiva en los psicópatas sólo aparecen cuando el aprendizaje incluye
simultáneamente contingencias de recompensa Y castigo, pero no cuando la
tarea implica sólo recompensa o sólo castigo.
Este último hallazgo es muy sugerente, ya que, en mi opinión, si esos erro-
res sólo aparecen con tareas que implican dicha simultaneidad, entonces
parece razonable pensar que los psicópatas saben discriminar perfectamen-
te lo que les conviene -la recompensa- y lo que no —l castigo; dicho de
otro modo, discriminan muy bien entre lo que está mal y lo que está bien, por
lo que, entonces, no parece que el fallo o incapacidad parcial en aprender
de las experiencias resida tanto en la importancia de las consecuencias que
comportan sus actos como en el interés que estos sujetos tengan en conseguir
sus fines. A este punto se le podría criticar el hecho de que aquí se esté tra-
tando de establecer una diferencia entre importar e interesar; en cualquier
caso, esta empresa mejor la dejamos para los etimólogos.
Finalmente, y dentro también de las explicaciones psicofisiolágicas, otra
de las hipótesis que frecuentemente se han barajado respecto a los psicópa-
tas es que éstos parecen poseer un nivel de ansiedad muy bajo
(KARPMAN, 1961; ArIETi, 1967; BLACKBURN, 1978; Hare, 1985c), llegando
algunos autores incluso a postular que dicho nivel no sólo es bajo sino inexis-
tente. Acaloramientos pseudo-empíricos aparte, la ansiedad de carácter
desadaptativa podemos definirla como un extremado interés o miedo acerca
de lo que sucederá en el futuro. Como ya hemos insinuado, para los psicó-
patas sólo parece existir aquello que es inmediato -más concretamente,
aquello que le reporta beneficios inmediatos- y, en consecuencia, no se pon-
drán nerviosos por lo que pueda ocurrir a largo plazo (DOoren, 1987). Como
bien ha señalado CANTERO [1993], los psicópatas se mueven por motivacio-
nes y fines diferentes del resto de la población; si esto es así, el tipo de esti-

O Editorial EOS
138 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

mulación y situaciones sociales que pueden generar en ellos ansiedad será


diferente, pero no inexistente. Ello no significa, como sigue apuntando esta
autora, que los psicópatas no sean capaces de experimentar ansiedad; en
realidad, la baja puntuación que muestran en las escalas de ansiedad, lo que
estaría reflejando es el desigual y reducido rango de valores que estos suje-
tos poseen (Wells, 1988). Además, como ya explicaron hace tiempo LYKKEN
(1957) y HARE [1968), en ocasiones, la pretendida carencia de ansiedad en
los psicópatas se explica porque ven las situaciones más como un desafío que
como una amenaza, siempre, claro está, que dichas situaciones les resulten
estimulantes, excitantes y/o interesantes.

llegados a este punto, a veces se hace un tanto difícil tratar de conciliar


dos de las características esenciales de la psicopatía que aparentemente
dan la sensación de estar, al mismo tiempo, relacionadas y contrapuestas:
la búsqueda constante de estimulaciones nuevas y la baja ansiedad. Parece
más lógico pensar que una persona que necesita y busca de manera reite-
rada nuevas sensaciones debería presentar un nivel de ansiedad -y estrés-
mucho más alto que aquella persona que permanece impasible ante los estí-
mulos o que simplemente no tiene tanta necesidad de estimulación —a la cual
supondríamos un carácter más sosegado y relajado—. En mi opinión, este
aspecto controvertido de la baja ansiedad en los psicópatas debería escla-
recerse mucho más y orientar las explicaciones en otro sentido -y, quizá,
con otro talante—. Y en relación a esto, por eso decíamos antes que la capa-
cidad de condicionamiento de los psicópatas es parcial, pero ni total ni com-
pletamente ausente. Que los psicópatas sientan de manera diferente al resto
de nosotros no quiere decir que no sientan nada en absoluto, sino que sus
sentimientos están dirigidos, de acuerdo a su egocentrismo patológico,
hacia fines egoístas y totalmente personales. Por tanto, no es lo mismo decir
que los psicópatas sienten muy poca o ninguna ansiedad ante circunstancias
que les traen sin cuidado, que decir que no sienten ansiedad en absoluto.
¿Cómo explicaríamos, por ejemplo, la alta ansiedad y compulsión que sien-
ten muchos asesinos —sobre todo los asesinos en serie- cuando no tienen
una víctima sobre la que perpetrar sus fantasías? Dejamos esta cuestión
para la reflexión.

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 139

2.2. Factores psicosociales, ambientales y familiares


de los psicópatas
Si tenemos en cuenta que el estudio de la psicopatía surge, como ya
vimos en su revisión histórico<onceptual, en un contexto médico-psiquiátrico,
no resulta extraño que esta anomalía de la personalidad se haya explicado
fundamentalmente recurriendo a modelos biológicos —<omo los que acaba-
mos de estudiar-, lo cual implicó, en su momento, que la importancia de las
variables psicosociales como objeto de estudio fuera realmente nimia.
Mientras que las teorías sobre la delincuencia en general han venido subra-
yando la tremenda importancia e influencia de las variables ambientales y
familiares, las teorías específicas de la psicopatía comenzaron a darle la
debida importancia a este tipo de variables un poco más tarde de lo desea-
do, de ahí que buena parte del controvertido estado de la cuestión sobre la
biología de la psicopatía radique en el estado de la cuestión en que se encon-
traban las explicaciones etiológicas de corte socioambiental en sus inicios.
Sin embargo, también debemos admitir que han sido grandes y muy signifi-
cativos los esfuerzos que se han venido llevando a cabo en estos últimos cin-
cuenta años con respecto a los enfoques psicosociales de la psicopatía.
El perfil de personalidad y emociones del psicópata se vincula
estrechamente con muchos de sus rasgos conductuales o del comportamien-
to, indicándonos que tratamos con un ser egoísta, irresponsable e indiferen-
te ante las normas, que tiende a vivir el día a día y que poco o nada le pre-
ocupa el futuro. De ahí que, en general, suela establecerse —como ya vimos
en un apartado anterior- que el psicópata lleva un estilo de vida desviado,
completamente parásito.
La importancia del ambiente y la familia, en la etiología de la psi-
copatía, la podemos establecer según el punto de vista explicativo en el que
fundamentemos nuestras premisas. En sentido general, parecen haberse
hallado en ciertos estudios una serie de antecedentes hereditarios y familia-
res que podrían ser los desencadenantes -y, por tanto, no etiológicos en sí
mismos— a la hora de desarrollar una conducta psicopática.
Según nos informaba WiLLlAM M. McCorp en 1982, algunos estudios han
tratado de hallar causas genéficas en la explicación de la psicopatía, fun-

O Editorial EOS
140 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

damentalmente en investigaciones que la han relacionado con alguna anor-


malidad cromosómica o con alguna disfunción neurofisiológica, así como
también a través de estudios que han argumentado la influencia de factores
hormonales o simplemente a través de la influencia genética de los padres
biológicos (MCCorD, 1982). A pesar de que los estudios de corte genético
no han proliferado tanto en la explicación etiológica de la psicopatía, como
sí lo han hecho respecto a la delincuencia en general, algunas investigacio-
nes se han empeñado en ello, aunque sin resultados claros ni concluyentes.
Desde la década de los 40, han sido los estudios que han considerado
los factores socioambientales y familiares los que más trascendencia
han tomado en las distintas explicaciones sobre la etiología de la psicopatía.
Las explicaciones desde este enfoque son diversas en función de los concre-
tos factores que se han sometido a estudio.
Por ejemplo, una de las explicaciones más antiguas es la teoría que el
sociólogo HARRISON G. GouGH planteó en 1948 sobre la habilidad para
representar un papel. GoucH (1948), a partir de experiencias del con-
texto familiar, describió al psicópata como «aquél que padece una deficien-
cia en la habilidad de role-playing -incapacidad de una persona de asumir
varios roles o de ponerse en el lugar de los demás-, que está particularmen-
te expuesta a manifestarse en las relaciones sociales». Por tanto, se trata de
una disfunción de la habilidad de toma de roles y de una incapacidad para
juzgar su propia conducta desde la perspectiva de los demás: por ejemplo,
es casi improbable que los psicópatas se hagan preguntas del tipo “¿Cómo
se sentirá esta persona si le hago esta faena?”. En buena medida, esta inca-
pacidad de “calzarse los zapatos del otro” —ponerse en su lugar, a nivel emo-
cional, y no sólo a nivel cognitivo— determina que el psicópata no sea capaz
de prever —o simplemente no le importen— las consecuencias de sus actos, ni
de experimentar emociones como la lealtad a un grupo —tanto a un grupo
social como antisocial [y de ahí que se haya argumentado que si bien la
mayoría de los terroristas parecen ser psicópatas, en realidad no lo son estric-
tamente, sino que simplemente se comportan como psicópatas [SANMARTÍN,
2005)]-, ni tampoco de establecer lazos afectivos profundos.
En un intento por explicar las conductas del psicópata, GouGH (1948)
afirmaba que éste puede verbalizar todos los principios morales y sociales,

O Editorial EOS
Esivopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 141

gero que no parece comprenderlos de la misma forma en que lo hacemos los


demás. Esta misma idea la expresaron más gráficamente JoHNs y Quay
11962) en su ya antológica frase de que «el psicópata se sabe la letra, pero
=5 la música». El psicópata conoce sobradamente las expectativas y reglas
e la sociedad, pero es insensible a ellas, le importan muy poco. Aunque
SOuGH tuvo en cuenta y mencionó muchas otras características psicopáticas,
E que no consiguió fue explicar las manifestaciones anormales de las con-
Sucios de estos sujetos con esa supuesta deficiencia en roleplaying, y he aquí
onde residen las críticas más notables (HARE, 1970; SMITH, 1978, 1985).
Tomando la teoría de GouGH como punto de referencia, O'MAHONY y
BzehY (1991) llevaron a cabo un estudio en el cual no pudieron confirmar
ue los psicópatas tengan dificultad para representar distintos roles o pape-
E: Sin embargo, otros estudios han destacado algunas características del
ecrendizaje cognitivo-social de los psicópatas, encontrando importantes ses-
es en la percepción de los individuos agresivos (DODGE, 1986; BLACKBURN,
1989) y de los psicópatas (SErIN y KuRIYCHUK, 1992, 1994), caracterizados
Essdamentalmente por la atribución de intenciones hostiles en las interaccio-
ses personales ambiguas. Esto quiere decir que perciben en las acciones de
Es demás como si hubiera una cierta “malicia” o “doble intención” en las
msmas, probablemente debido a su propia mentalidad -la de los psicópa-
Es, un tanto retorcida y llena de suspicacia. Por otro lado, en cuanto a la
=mbigiedad tanto de las situaciones como de las relaciones sociales, es muy
probable que sean los mismos psicópatas quienes provocan dicha ambigie-
od, la cual origina en los demás ciertas reticencias ante estos sujetos que les
invitan a desconfiar de los mismos.
En cuanto a las prácticas educativas y el ambiente familiar en la
infancia, los diversos estudios han encontrado una pluralidad de factores
ue parecen incidir de alguna manera -lo que no sabemos es de qué mane-
== y hasta qué punto— en el origen y mantenimiento de personalidad y con-
ductos psicopáticas. Algunos estudios han hallado que muchos psicópatas han
sufrido en su infancia una (delprivación en el entorno, abusos por parte de los
sedres, crueldad, agresividad y disciplina paterna inconveniente; en términos
generales, estos estudios normalmente estudios de caso único y particulariza-
dos- indican que los psicópatas han sufrido un rechazo por parte de sus

O Editorial EOS
142 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

padres (JENKINS, 1966; RosIns, 1966; McCoro, 1968, 1983). La hipótesis del
maltrato infantil en el caso de los psicópatas también sirvió de apayo a la feo-
ría de la adicción a la violencia y al crimen que JohN E. Honce formuló en
1992; aunque, en principio, esta teoría la elaboró para explicar el impacto
del trastorno de estrés postraumático —TEP- en los veteranos de la guerra del
Vietnam, el autor acabó argumentando que la psicopatía tiene su origen en el
TEP, resultado de abusos físicos y sexuales en la niñez.
Otros estudios han investigado la incidencia de la psicopatía en familias
rotas, disfuncionales y/o monoparentales -separación, divorcio, etc.—. Por
ejemplo, en 1987, ADRIAN RAINE encontró que los delincuentes con hogares
rotos —aquellos que antes de los 10 años de edad habían sido criados por ins-
tituciones o padres sustitutorios, o tenían padres divorciados— presentaban
puntuaciones más altas en la escala de psicopatía de HARE —el PCL de 1985-
que aquellos que provenían de hogares intactos [RAINE, 1987). Por su parte,
LAHEY ET AL. (1988) llevaron a cabo otro estudio en el que cuestionaron los
hallazgos sobre la relación entre el divorcio parental y el trastorno de conduc-
ta —que no psicopatía— en la infancia, llegando a la conclusión de que no exis-
Ha una relación directa entre divorcio y psicopatía, sino que lo que está fuer-
temente asociado con este diagnóstico en los niños es el trastorno antisocial
de la personalidad de los padres, y no el divorcio en sí. Hay otras investiga-
ciones que han hallado una alta relación entre unos padres delincuentes, agre-
sivos y alcohólicos y una conducta psicopática en los hijos (MCCorp, 1982).
Yendo más allá, otros estudios han postulado que el enforno socioeco-
nómico también influye en los individuos psicopáticos. En este sentido, algu-
nos autores han sugerido que existe una mayor incidencia o proporción de
psicopatía en las clases sociales bajas [McCoro, 1982), una sugerencia que,
probablemente, proceda del hecho no inusual de generalizar la misma con-
clusión que se ha venido estableciendo en los estudios referentes a la delin-
cuencia en general, una hipótesis, por lo demás, criminalizadora, patologi-
zadora y/o estigmatizadora. Por eso, como muy bien ha subrayado CANTERO
(1993), no con ello queremos decir que la psicopatía se desarrolle únicamen-
te en esos ambientes, ya que existen psicópatas en todas las clases sociales,
pero, debido a sus características particulares, tienen más posibilidades de
mantenerse dentro de la sociedad los que poseen un mayor estatus social y

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 143

económico que aquellos que no encuentran el ambiente adecuado para satis-


facer sus necesidades.
Otra variable a tener en cuenta es el factor educativo. Parece ser que
la escolarización de algunos psicópatas es insuficiente. Normalmente no
muestran interés por aprender, y sus conductas, generalmente problemáticas,
a menudo dan como resultado su expulsión. El factor denominado la
influencia del grupo de iguales no suele ser tan importante como suele
pensarse; la razón, según CANTERO (1993), es que aunque estos sujetos pue-
den seguir —imitar— algún modelo, en líneas generales actúan por cuenta pro-
pia. No hacen grandes amistades y, por tanto, no se incluyen en ningún
grupo sino para ser el líder; de hecho, como se comprenderá vistas sus carac-
terísticas, el grupo de iguales sólo tiene importancia para el psicópata si les
beneficia en la consecución de sus metas.
Las controversias que veníamos advirtiendo anteriormente respecto a
la equiparación de la psicopatía con los trastornos de conducta y con el TAP
no es nada comparado con la problemática que también venimos advirtien-
do sobre la etiología de todas estas personalidades anormales. Las conclusio-
nes que podemos establecer sobre todos estos aspectos —psicológicos, bioló-
gicos, sociales, ambientales y familiares— ni pueden ser taxativas ni es nues-
tra intención que parezcan ambiguas —de ahí que a lo largo del texto las
hayamos venido planteando más en términos de probabilidades que de
demostración empírica exclusivista-. Como bien estableciera McCorp
(1982, lo más que podemos decir a todo este respecto, y haciendo una lla-
mada obligada a una necesaria prudencia y cautela, es que los sujetos con
un entorno de privación, una desorganización familiar, un ambiente urbano
desfavorable, una clase social baja y una escolarización deficiente se
encuentran más proclives a la hora de manifestar conductas y rasgos de per-
sonalidad psicopáticos, lo cual no implica que dichos sujetos sean o lleguen
a ser psicópatas sensu stricto.

Si tuviéramos que realizar un resumen general de todos los aspectos etio-


lógicos de la psicopatía, la verdad es que la tarea sería mucho más sencilla
de lo que tantos estudios de investigación han venido poniendo -de manera
más o menos acertada— de manifiesto. Acudamos, por ejemplo, a las conclu-

O Editorial EOS
144 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

siones que realizó el profesor GORDON BLAIR TRASLER en un capítulo del influ-
yente libro de HANS JURGEN EYsenCk, Handbook of Abnormal Psychology
-Manual de Psicología Anormal [TRASLER, 1973, 1983). GORDON TRASLER fue
el primer Profesor de Psicología de la Universidad de Southampton [Reino
Unido) y desarrolló su cargo como Profesor Emérito entre 1964 y 1994. Se
le ha considerado como un hombre humilde cuya contribución a la psicolo-
gía de la criminalidad y la delincuencia debería haber sido mucho más difun-
dida de lo que lo ha sido a los ojos del público. TRASLER fue un psicólogo que
siempre negó y rechazó las explicaciones simplistas de la criminalidad. Con
respecto al tópico de la psicopalía, este autor señaló que los factores psico-
sociales pueden ser integrados dentro de las teorías del aprendizaje de evi-
tación. Parece claro que las variables implicadas en estos procesos operan a
través de la interacción con un gran número de influencias ambientales, y que
los mecanismos de aprendizaje que tienen lugar en un primer momento en el
contexto familiar y posteriormente en otros contextos sociales determinan la
conducta del individuo.
En una línea similar a la de TRASLEr (1973, 1983), los doctores HARE y JUTAI
(1986), en un capítulo para un libro titulado Las Bases Biosociales de la
Personalidad y la Conducta, ya habían subrayado que los modelos basados
en la baja activación cortical y en la necesidad de estimulación no explican
por qué algunos buscadores de sensaciones buscan la gratificación en activi-
dades socialmente inaceptables mientras que otros no, así como tampoco ofre-
cen explicación para importantes características de personalidad que los
investigadores consideran clave en el diagnóstico de la psicopatía, tales como
la falta de empatía, remordimiento o culpa. Según las profesoras LUENGO y
CarrILO (2001), esto refuerza la consideración de que las explicaciones de la
psicopatía basadas exclusivamente en variables neurológicas y psicofisiológi-
cas resultan incompletas y simplificadas, lo que también apunta a la necesi-
dad de una integración de explicaciones biológicas y psicosociales.
En mi opinión, más que decantarse por una u otra perspectiva extrema
sobre la etiología de la psicopatía, de lo que se trata es de abordar los casos
desde un modelo bio-psico-social, ya que de esta forma, aunque no haya
un factor exclusivamente explicativo, podemos ir descartando o aceptando
potenciales influencias que nos lleven al orígen (POZUECO RomErO, 2010b).

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 145

Si se nos permite ironizar planteando una dicotomía tal como herencia


ambiental versus herencia genética, ya hemos visto cómo algunas
investigaciones han pretendido arrojar datos sobre una cierta “predisposi-
ción” biológica en el origen/causa de la psicopatía. El problema estriba en
que una inmensa mayoría de estas investigaciones o bien han empleado suje-
los con TAP en sus muestras, o simplemente no han evaluado la psicopatía
empleando el PCLR o alguno de sus derivados. Como ya se ha dicho en rei-
teradas ocasiones, TAP y psicopatía no son la misma entidad, y esto es impor-
fantísimo tenerlo presente. Hubo, en particular, una alumna de mis cursos
sobre psicopatía que realizó una observación muy interesante en la que
decía que existe una serie de sujetos que carecen de antecedentes criminales
y/o de familias disfuncionales y que, sin embargo, también acaban siendo
delincuentes o psicópatas. Y esta alumna tenía toda la razón, pues, tal como
olanteábamos en los foros de debate: ¿cómo explicaríamos aquellos casos
de chavales “de casa bien”, sin historiales de abusos sexuales ni maltrato, sin
ambientes urbanos perniciosos, sin antecedentes de trastornos mentales, sin
bases orgánicas anormales, etc., y que, aun así, son psicópatas? Quizá, el
punto de inflexión -diferenciador— que planteaba esta alumna resida, como
ya establecieran Ciecirey (1941, 1976) y HArEe (1993), en la estructura de
personalidad de estos sujetos, ya que parece ser prácticamente la misma
tanto en los psicópatas criminales como en los psicópatas integrados.

3. PSICOPATÍA, VIOLENCIA Y CRIMINALIDAD:


“CONSECUENCIAS
3.1. La violencia psicopática: Premeditada, instrumental
y a sangre fría
Las características o rasgos esenciales que definen la psicopatía -egocen-
trismo, grandilocuencia, narcisismo, autojustificación, impulsividad, falta
general de inhibiciones comportamentales y necesidad de poder y control
constituyen, según señala el doctor HArE (1993, 2000, 20021, la fórmula per-
fecta para los actos antisociales y criminales. Visto así, podría decirse
que los psicópatas presentan, en esencia y por sus rasgos definitorios, una

O Editorial EOS
150 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

pulador para conseguir sus propios fines (WILLIAMSON, HARPUR y HARE, 1991). Si
este pequeño matiz no se tiene en cuenta, las distinciones que sigamos realizan-
do al respecto seguirán quedando en entredicho, de modo tal que tanto los juris-
tas como los profesionales de la salud mental y de los servicios sociales perma-
necerán confusos sobre este concepto —psicopatía-, siguiendo así abierta una
polémica que no parece acabar nunca (PoZuECO ROMERO, 2011).

3.2. Delitología de los psicópatas


3.2.1. Los delitos más frecuentes perpetrados por psicópatas
Es comprensible el hecho de que la falta de ética en sus planteamientos
les lleva a los psicópatas a cometer reiteradamente actos antinormativos y
delitos, algunos de los cuales son de lo más absurdo y otros bastante elabo-
rados. A este respecto, Luis BORRÁS ROCA, doctor en medicina y psiquiatra
especialista de la Clínica Médico Forense de Barcelona, nos ilustra de lo
siguiente en su interesante libro Asesinos en Serie Españoles:

Por ejemplo, si conducen un vehículo, se saltan los semáforos en rojo y no


respetan las normas de circulación. Defraudan al fisco. No satisfacen sus deu-
das. Por ejemplo, el asesino del caso Snoopy no pagaba la seguridad social
de sus trabajadores ni satisfacía las deudas del dueño de su local. Los cadá-
veres de las personas a las que este imputado debía dinero [el recaudador de
la seguridad social y el dueño del local) desaparecieron misteriosamente.
Las características de los delitos cometidos por los psicópatas son las siguien-
tes: aparición precoz (en la adolescencia), tendencia a la reincidencia, inco-
rregibilidad. Los delitos son de gran variabilidad, pero todos ellos son com-
prensibles, (a diferencia de los delitos del esquizofrénico, que no se entiende
su motivación); los psicópatas buscan un fin claro [por ejemplo, conseguir
dinero o gralificarse sexualmente). Muchas veces los delitos se asocian al con-
sumo de drogas o de bebidas alcohólicas, por su tendencia a la búsqueda de
sensaciones fuertes para así vencer su permanente situación de aburrimiento
en la que se encuentran.
La tipología delictiva de estos personajes es muy variada: robo, robo con
intimidación, contra la salud pública, violación y otras agresiones sexuales,
estafas (muchos delincuentes económicos son psicópatas, con falta de previ-

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 151

sión de los actos, lo que se traduce en quiebras económicas por falta de cum-
plimiento de sus compromisos). Muchos delitos de los psicópatas suelen come-
terse con agresividad.
Los psicópatas suelen ser fanáticos y pueden efectuar denuncias injustifica-
das, verse inmersos en reacciones agresivas (especialmente si consumen alco-
hol), reacciones de celos [incluso pueden matar por esta causa), cometer actos
de terrorismo [suelen ser extremistas en sus planteamientos ideológicos], críme-
nes o peleas por fanatismo religioso o deportivo, intolerantes (por ejemplo,
tener conductas de racismo), pertenencia a sectas [pero casi siempre son los
cerebros de las organizaciones e intentan explotar al máximo a sus miembros).
Pero a diferencia de los esquizofrénicos, sus acciones son lógicas y compren-
sibles psicológicamente.
Los psicópatas propensos a no querer trabajar pueden ser traficantes de dro-
gas, ejercer o controlar la prostitución (estos últimos son los proxenetas), come-
ter fraudes en la percepción del desempleo, etc.
Con frecuencia tienen conductas descontroladas como beber sin límite, jugar
hasta perderlo todo y a veces tienen una importante agresividad cuando con-
sumen alcohol [Borrás ROCA, 2002, pp. 70-71).

Tal como lo recoge el ítem 20 del PCL-R, el psicópata se caracteriza por


una versatilidad criminal, es decir, por la comisión de una variedad de
delitos. Es en este sentido en el que decimos que los psicópatas son criminales
versátiles, y no delincuentes especializados en un concreto delito —como, por
ejemplo, el robo—. Por tanto, la delitología del psicópata es muy varia-
da. Sin embargo, el problema de fondo que subyace a esta asunción general
es la frecuente probabilidad de caer en la errónea creencia de que los psicó-
patas son, por definición, delincuentes: sí y no. Lo son, lógicamente, en la
medida en que cometan delito, como es el caso de los psicópatas criminales;
no obstante, ¿qué sucede en el caso de los psicópatas integrados? La verdad
es que ésta es una cuestión un tanto difícil de conciliar, ya que se supone que
los que ahora son psicópatas criminales por el hecho de haber cometido algún
delito, lo cierto es que antes de cometerlo se encontraban en la categoría de
psicópatas integrados, pues, en esencia, no dejaron nunca de ser psicópatas.
¿Es, pues, el psicópata un delincuente en potencia, como han sugerido
algunos autores? Por definición, no nos queda más remedio que asentir a
esta cuestión; en cualquier caso, también podría argúirse el razonamiento

€ Editorial EOS
152 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

general de que potencialmente peligrosos, agresivos, violentos y/o delincuen-


les podríamos ser cualquiera de nosotros, pero, como ya digo, no es sencillo
tratar de abordar esta controversia candente a un nivel meramente teórico,
por lo que, siendo humildes, no nos queda más remedio que asumir que la
potencialidad de cualquier fenómeno siempre estará presente en cualquier
tipo de persona, ya sea un psicópata, un enfermo mental, etc. Como no
podía ser de otra manera, y desde el punto de vista criminológico, también
hay que matizar que la potencialidad de llegar a ser o no un concreto tipo
de persona siempre estará sujeta a los denominados falsos positivos y falsos
negativos, y esto es un aspecto con el que es necesario contar y del que, por
cierto, muchos estudios que realizan pronósticos suelen olvidarse con frecuen-
cia; es evidente que necesitamos ser mucho más cautos con nuestras evalua-
ciones, predicciones y diagnósticos.
Siguiendo con nuestro asunto, también es preciso matizar que no todos
los delincuentes habituales son psicópatas, y esto hay que matizar-
lo porque, como se nota en muchos estudios de investigación, los autores sue-
len emplear los conceptos TAP y psicopatía como intercambiables, lo cual es
un craso error porque, como ya se ha reiterado hasta la saciedad, ambos tér-
minos no son la misma entidad (HAre, 1991, 1993, 1996, 2003b; HARE,
HART y HARPUR, 1991; HARE ET AL., 1993; TORRUBIA y CUQUERELLA, 2008; Po-
ZUECO ROMERO, 2010a). Valga como nota diferenciadora principal el hecho
de que los delincuentes habituales y los sujetos con TAP, en contraposición a
los psicópatas -sean o no delincuentes-, sí saben guardar lealtad al grupo
de iguales en el cual se integran, fundamentalmente a través de una denomi-
nada subcultura delictiva. El psiquiatra y médico forense decano de Madrid
José ANTONIO GARCÍA ANDRADE nos lo explica de la siguiente manera en su
libro Psiquiatría Criminal y Forense [los corchetes en cursivas son míos, acla-
ratorios de algunos aspectos):

No hay que considerar a todos los delincuentes y criminales [son la misma


entidad, de hecho la palabra inglesa “crime” la podemos traducir en español
como crimen o delito] como casos de personalidad antisocial o como psicópa-
tas, incluso aunque se trate de individuos que han delinquido en forma repeti-
da [reincidentes si han repetido el mismo delito dos o más veces]. No obstan-
te, la estructura de la personalidad y sus antecedentes en la historia constilu-

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 153

cional y psicogenética de dichos criminales difieren de los datos que se


encuentran en el pasado del psicópata.
Además, hay que recordar que las fuerzas culturales, económicas y sociales
también pueden determinar la conducta antisocial y en algunos casos desen-
cadenarla, como, por ejemplo, en tiempos de guerra, cuando las normas ordi-
narias de interacción social se desorganizan o se invierten, incluso para las
individuos con valores sociales bien establecidos.
En muchas sociedades existen subculturas que viven gracias a que en forma
constante desafían los códigos sociales habituales, los miembros de dichas sub-
culturas constituyen una clase criminal [delictiva] separada. Las personas de
estos grupos difieren del psicópata o del individuo con personalidad antisocial.
En contraste con las personas antisociales, los sujetos de estos grupos son capa-
ces de lealtad afectuosa y sólida hacia otras personas y hacia su grupo. Para
PERKINS y otros autores, representan un colectivo con ocupaciones criminales
[delictivas] cuya motivación es igual que la de otros ciudadanos: obtener venta-
jas. Bajo tales circunstancias, aprenden, planean y se adaptan igual que cual-
quier sujeto, sin mayores trastornos en su personalidad. Las principales diferen-
cias con otros criminales radican en la lealtad que estos individuos experimen-
tan hacia su grupo y en la naturaleza de las primeras fases de su desarrollo,
que fomenta la capacidad para el contacto interpersonal y la confianza en
otros, pero a través de la vida prolongada dentro de una subcultura delincuen-
te o criminal, que limita la expresión a conducta aceptable para dichos grupos,
siendo entre nosotros los colectivos más significativos los mercheros o quinquis
y los gitanos, que se están convirtiendo en los controladores del tráfico de dro-
gas, en el último escalón social, si bien ello está condicionando la ruptura de la
cultura gitana por la drogadicción de muchos de sus componentes.
Ciertas actividades de las pandillas antisociales de adolescentes representan
una conducta antisocial determinada por factores culturales del vandalismo,
más que por factores psicopáticos [GARCÍA ANDRADE, 1993, p. 180).

Por tanto, y sin faltar a la verdad, hay que precisar que sólo una parte de
los delincuentes son psicópatas, y dentro de esta pequeña proporción habría-
mos de mirar con lupa el procedimiento de evaluación que se ha llevado a cabo
para diagnosticar a los sujetos como “psicópatas”. Refinando aún más, algunos
autores han postulado que los delincuentes habituales, a quienes por su forma
de ser además se considera que padecen un TAP, suponen aproximadamente el
70-80% de las personas ingresadas en el medio penitenciario, mientras que los

O Editorial EOS
154 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

internos que cumplen los criterios de la psicopatía suponen el 25-30% del total
de personas ingresadas en prisión (HARE, 1993; RAINE, 1993). Más reciente-
mente, los porcentajes que se han ofrecido respecto a España y a otros países
son los siguientes: un 50-75% de los internos penados padecen un TAP, un 15-
25% de los internos penados son psicópatas, y el 1% de la población general
también cumple los criterios de la psicopatía (TORRUBIA y , 2008).
Resulta muy ostensible que todas estas cifras bailan demasiado —de
hecho, los rasgos de oscilación de los porcentajes son ostensiblemente
amplios-; además, hay que recordar también que tanto el TAP como la psi-
copatía son frecuentemente sobrediagnosticados —se diagnostica en exceso-—
dentro del entorno penitenciario [HARE, 1993). Respecto al porcentaje de la
psicopatía en la población general, cabría decir que ese 1% —otros autores
lo han llegado a situar incluso en el 2%- no es más que una estimación “de
butaca” —especulativa— que necesitaría de muchos estudios científicos que la
avalasen o la descartasen.
Ante tanta controversia, quizás sea más conveniente y acertado adoptar la
perspectiva que plantea el psicólogo de la cárcel de Pamplona JUAN FRANCISCO
ROMERO RopkíGueZ en su espléndido libro Nuestros Presos, donde realiza un
exhaustivo análisis sobre los delitos más frecuentes cometidos por los psicópa-
tas, dividiéndolos en delitos de estafa-falsificación, delitos de género, delitos
contra la libertad sexual y delitos violentos. Merece la pena que traslademos
aquí sus reflexiones por su claridad expositiva y concretas puntualizaciones; en
el Cuadro 9 exponemos la delitología más frecuente de los psicópatas [no olvi-
demos la versatilidad criminal o variabilidad delictiva de éstos).

CUADRO 9
Los Delitos Más Frecuentes Cometidos por los Psicópatas

Vengo diciendo en este capítulo la dificultad que tiene definir con sencillez el
concepto de psicópata, porque tampoco por los delitos que comete se puede cla-
sificar. Pienso que el psicópata lo podemos encontrar en casi todos los delitos posi-
bles, porque es el máximo paradigma del delincuente.

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 155

Delitos de estafa-falsificación
El psicópata, en este caso, será difícil de descubrir porque su habilidad lo difi-
culta y puntuará más alto en las escalas de interpersonal / afectivo (será una per-
sona locuaz, con encanto personal, sensación grandiosa de autovalia, mentiroso,
engaña y manipula, etc.); y puntuará menos en las escalas de desviación social.
Aquí nos encontraremos a un buen juez o abogado que es delincuente, un direc-
tivo de banca que estafa, un político importante que almacena dinero, etc.

Delitos de género
En este delito, la mayoría de los maltratadores no son psicópatas, pero algunos,
en sus niveles más graves, lo son: no sólo maltratan física y psiíquicamente a su
pareja; a veces también lo hacen con sus hijos, se producen violaciones y también
pueden acabar con la vida de su pareja maltratada.
Se aprecian ítems del factor 1 y 2 del PCLR, destacando la impulsividad, la esca-
sa profundidad en los afectos, ausencia de remordimientos, escasos controles del
comportamiento, etc.

Delitos contra la libertad sexual


Como en los demás delitos, sólo unos pocos delincuentes sexuales, los más gra-
ves, serán diagnosticados de psicópatas. Nos encontraremos aquí con violadores
agresivos y sádicos que agreden a numerosas víctimas y que, en muchos casos,
acaban matándolas después de violarlas. En el caso de pederastas, el sadismo, la
agresión física y el secuestro están presentes. Muchos consiguen no ser detenidos
y están encubiertos en cualquier profesión, muchas veces relacionada con la infan-
cia (sacerdotes, maestros, monitores, etc).

Delitos violentos (asesinos en serie)


Sólo los más violentos son considerados psicópatas, y en esta parcela aparece
reflejado mejor el concepto de asesinos en serie. Algunos planifican sus crímenes
y son organizados; otros, no. Se producen en todas las sociedades, y en todas
existen numerosos ejemplos. Algunos cometen el delito en los mismos lugares,
mientras que otros lo hacen en ciudades lejanas y distintas. Parecen tener algunas
características comunes:
— Esreiterativo: mata y vuelve a matar hasta que lo detienen (en ocasiones per-
manece inactivo durante períodos).
— Suele matar a una sola persona cada vez que perpetra un asesinato [los asesi-
nos en masa llegan a matar un muchas personas en un mismo acto).
No suele haber relación con la víctima.

O Editorial EOS
156 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

— Se aprecia una variable de adicción al crimen [cuando lo detienen, dice sen-


tirse liberado y que no podía evitarlo). Por tanto, también se aprecian matices
obsesivo compulsivos.
— El componente sexual, en contra de la opinión o idea generalizada y estereo-
tipada, sólo está presente en algunas ocasiones; la mayoría de las veces, el
motivo o motivación criminal primaria es el control y el poder que culmina con
el asesinato, mientras que la violación pasa a ser un motivo secundario.
— Algunos autores han hallado en las entrevistas con estos sujetos que han pade-
cido una infancia inadecuada y/o traumática; como si su osadía fuera un refle-
jo del honor que han perdido en su infancia, al menos es lo que se desprende
por la forma en que cuentan sus historias pasadas.
— En algunos cosos, también se aprecian ciertos rasgos paranoides (sin llegar a
la categoría de psicopatologías incapacitantes) y de odio a la sociedad.

El asesino en serie puntúa con frecuencia en los dos factores de la escala de


HARE: el PCLR.

FUENTE: Elaboración propia a partir de: ROMERO RobríGUEZ, J. F. (2006, pp. 55-56). Nuestros
presos: Cómo son, qué delitos cometen y qué tratamientos se les aplica. Madrid: EOS
[Colección Psicología Jurídica).

Queda claro, pues, que la psicopatía no se circunscribe a una concreta


tipología delictiva. Parece -y sólo lo parece— que los delincuentes “de
cuello blanco” se caracterizan mucho más por rasgos psicopáticos tales
como el encanto superficial, el engaño y la manipulación, y el sentido gran-
dilocuente de autovaloración, mientras que los delincuentes “de sangre”
—homicidas y asesinos- y los delincuentes sexuales podrían caracterizarse
mucho menos por esos rasgos psicopúticos citados y mucho más por rasgos
tales como falta de empatía, ausencia de remordimientos y de culpa, e insen-
sibilidad emocional.
Decimos que sólo lo parece porque normalmente tendemos a atribuir rasgos
emocionales anormales a los criminales más violentos, mientras que los rasgos
interpersonales desviados parecen congeniar mucho más con los smooth crimi-
nals -delincuentes refinados- de los que nos hablaba Michael Jackson en una
de sus famosas canciones. No obstante, de todos es sabido que muchos otros

O Editorial EOS
Esicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 157

Esiminales refinados los gángsters, por ejemplo- también pueden llegar a ser
Esesinos despiadados y a sangre fría. Veamos qué hay de cierto en todo esto.

32.2. Psicopañía, agresividad y TAP en los homicidas: mitos y verdades


Para los objetivos de este apartado, es particularmente relevante el estu-
Eo de investigación que llevó a cabo, en 2006, JUAN MiGuel RIGAZZIO, pro-
or de Psicología de la Universidad Nacional de Tucumán, en Argentina.
Dicho estudio fue publicado en la Revista Iberoamericana de Diagnóstico y
Eoluación Psicológica (RIDEP). Uno de los aspectos más destacables de este
Estudio de investigación estriba en el hecho de que, efectivamente, aquí sí se
Emoleó uno de los instrumentos de evaluación de la psicopatía creados al
“cio: concretamente, se empleó el PCL:5V de HArr, Cox y HArE (1995). El
Emoño muestral fue de 27 sujetos de estudio, de un total de 115 penados
er homicidio en la Penitenciaría de Salta (Argentina).
En sí misma, la pregunta que dio origen a este estudio ya permite entrever
eros objetivos del mismo, muy comunes en otros muchos estudios de inves-
Sección con sujetos psicópatas; el autor, cuyo estudio formó parte de su tra-
0 final de Maestría en Psicología, plantea dicha cuestión en los estos tér-
mos: «¿Por qué algunos seres humanos reaccionan agresivamente ante
Seeminadas situaciones propias de su existencia, mientras que otros no lo
Secen de igual modo?» (RIAZZIO, 2006, p. 113). Ya hemos estudiado que la
molencia psicopática es de tipo instrumental, premeditada y/o a
“sangre fría, por lo que generalmente tiende a presuponerse que los homici-
“Se: con rasgos psicopáticos deberían puntuar más alto en rasgos del Factor
| —rialdad afectiva- de cualquiera de las instrumentos de evaluación de la
Eseopatía -PCLR, PCL:SV, PCL:YV- que en los del Factor 2 -—comportamiento
Etsocial-. Sin embargo, esta presunción no parece haberse cumplido en este
Esdio, ya que el autor obtuvo que los sujetos con antecedentes gravosos de
=esividad y conductas antisociales presentaban mayores niveles de psicopa-
e que los sujetos con menos antecedentes agresivo-antisociales.

Según los resultados hallados por RiGAzZIO (2006), se concluye que el


Esctor2 del PCL:SV permite una mejor observación tanto de los componen-

O Editorial EOS
158 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

tes impulsivos-agresivos como del componente antisocial. Es cierto


que el doctor HARE sostiene tesis distintas, tal como que los rasgos definitorios
de los psicópatas hacen que posean un alto riesgo de ser violentos. Sin embar-
go, no puede decirse que el término “psicopatía” pueda utilizarse como sinó-
nimo de “criminalidad”; aunque todos los psicópatas transgredan múltiples nor-
mas sociales, no todos son criminales. Para sostener la equivalencia habría que
indagar sobre otros cuadros psicopatológicos que den cuenta de ello.
Por otro lado, en este estudio de RiGAZZIO (2006) también es importante
destacar las correlaciones entre las escalas del MCMI-II de Mon y el PCLR,
donde se observa una correlación positiva de los puntajes totales del PCL-R
con las escalas Antisocial, Narcisista, Pasivo/Agresiva, Paranoide y
Dependencia de Substancias Adictivas, así como una correlación negativa
con las escalas Dependencia, Histeriforme, Ansiedad y Distimia. Por otra
parte, a nivel de puntuaciones por factores del PCLR, se ha hallado que la
correlación del Factor 1 —área interpersonal y emocional con las escalas del
MCMHI es baja, mientras que la correlación del Factor 2 estilo de vida anti-
social y agresivo— es mucho más acentuada y elevada.
Antes de continuar con el análisis de este estudio de investigación, conven-
drá matizar un aspecto de capital importancia. En realidad, la principal difi-
cultad que presenta la clasificación del DSM es que el TAP está muy relaciona-
do con el factor comportamental, pero no con el emocional, del PCL-R de HARE.
Esto se debe a que los criterios para el TAP se centran principalmente en aque-
llos aspectos que hacen referencia al comportamiento —por ejemplo, violar las
normas, el comportamiento agresivo de niño y de adulto, etc.—, de ahí que en
las prisiones sea mucho mayor la tasa de TAP que la de psicopatía tal como se
la define en el PCLR. De todos modos, y según Mara (2001), el constructo de
la psicopatía permitiría distinguir un subgrupo de antisociales adultos, un sub-
grupo que, en mi opinión (PozUECO ROMERO, 2010b), vendría caracterizado
fundamentalmente por los rasgos psicopáticos del Factor 2 del PCL-R, que son
los que precisamente denotan un comportamiento antisocial y un estilo de vida
desviado y, en algunos casos, delictivo.

La hipótesis principal que guió el estudio de RicazzIo (2006) fue la


siguiente: si entre los sujetos que han cometido homicidio los que tienen ante-
cedentes de agresividad y comportamiento antisocial presentan mayores

O Editorial EOS
sivopalía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 159

Seles de psicopatía que los que no los tienen. De la muestra poblacional


efinitiva (n = 27) de sujetos varones penados por homicidio, se destacan las
siguientes características: la media de edad es M = 31.0 (SD = 7,46), sien-
So que el 29,6% de los sujetos se encuentran entre los 21-25 años de edad,
gecreciendo su porcentaje en los intervalos restantes. Asimismo, el 30% son
reincidentes. Este dato concreto de una alta tasa o porcentaje de reinciden-
cio podría estar confirmando la hipótesis de que la psicopatía no se pasa con
lo edad, es decir, que van perdiendo vigor, fundamentalmente, los rasgos
conductuales antisociales del síndrome dos que están asociados con la fuer-
zo física, mientras que, por el contrario, los rasgos interpersonales y emo-
cionales de la psicopatía permanecen intactos en el tiempo.
Por otro lado, RIGAZZIO (2006) nos informa que los delitos cometidos con
anterioridad a la pena que cumplen actualmente los sujetos de su estudio son
los siguientes: robo (3 casos), robo y lesiones [1 caso), robo y violación (2
casos), robo, lesiones y violación (1 caso), y violación (1 caso). El 29,62%
cumple prisión perpetua, siendo la media actual del tiempo de internamiento
de 71 meses (5 años y 11 meses).
RIGAZZIO (2006) clasificó el acto homicida cometido por estos 27 suje-
tos en seis fipos: homicidio agravado por el vínculo, robo y homicidio,
homicidio en situación de riñas [disputas o peleas entre dos o más personas),
homicidio por motivos de deudas, homicidio “pasional” (ya sea dirigido con-
tra la pareja o contra el amante de ésta) y homicidio por remuneración [lo
que en España conocemos por asesinato a sueldo). El mayor porcentaje
correspondió al homicidio en riña, con el 37%, y el menor porcentaje al
homicidio por remuneración y al homicidio por motivos de deudas, con el
3,7% en cada caso. De nuevo, este concreto dato debe interpretarse en rela-
ción con la psicopatía. Se suele pensar que los asesinos a sueldo son unos
psicópatas “de cabo a rabo”, faltos de empatía y despiadados, al igual que
los homicidas que quieren saldar una deuda con la muerte del deudor; y así
parece ser en este estudio, ya que ambos tipos de asesinato no son como
reacción a una emoción intensa, sino más bien de tipo instrumentales, preme-
ditados y a sangre fría. Por el contrario, la palma se la llevan los homicidas
que matan a otras personas en una situación de riña/disputa, siendo el grupo
de mayor porcentaje, pues este tipo de homicidas sí que reaccionan ante una

O Editorial EOS
160 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

emoción intensa, es decir, son agresores emocionales, reactivos o a sangre


caliente, sujetos donde los rasgos psicopáticos poco o nada influyen ni en su
personalidad ni en sus actos violentos y delictivos.
Tras dicha clasificación de los homicidas en esos seis tipos, RIGAzZIO (2006)
conformó dos grupos: el Grupo 1 lo constituyeron los 15 sujetos que tenían un
alto nivel de Antecedentes Agresivos y de Conducta Antisocial -AACA-, mien-
tras que el Grupo 2 lo constituían 12 sujetos con bajo nivel de AACA. El aná-
lisis comparativo de los dos grupos mostró que hay una diferencia significati-
va entre ambos grupos —alto y bajo nivel de AACA- respecto al instrumento de
evaluación de la psicopatía, tanto en el puntaje total del PCL:SV como en su
Factor 2 -desviación social y comportamiento antisocial— aislado, pero no así
en el Factor 1 frialdad emocional. Este resultado no tiene otra interpretación
más que la de que los sujetos homicidas de este estudio son principalmente
antisociales más que psicopáticos, ya que puntúan alto en rasgos del Factor 2
o rasgos de conducta antisocial/desviada, y bajo en los rasgos del Factor 1
—rasgos que, como ya nos informaban tanto Clecktey (1941) como HARE
(1993), son la esencia del síndrome psicopático—.
La primacía del Factor 2 en los sujetos del estudio de RicazzZIO (2006),
según el propio autor, habría que considerarla dentro de las características
de la población sobre la que se trabajó, donde existe un predominio de la
conducta socialmente desviada. Esto es así hasta el punto de que los diferen-
tes estudios realizados en las poblaciones carcelarias evidencian que existe
entre un 70-80% de TAP y un 25-30% de psicopatía significativa tal como se
define en el PCL-R (PATRICK, 2000; Torruela y , 2008). Esto viene a decir que
el TAP se correspondería con un Factor 1 bajo y con un Factor 2 elevado, tal
como se evidenció también en el estudio español de ET AL. (2003). En delfi-
nitiva, queda claro que la mayoría de los homicidas no son psicópatas, de
modo que es importante reiterar una vez más la necesidad de cambiar la
estereotipada y sensacionalista visión que existe actualmente al respecto.

Sobre todo este asunto, también es importante realizar dos puntualizacio-


nes más. Según PATRICK (2000) y ET AL. (2003), los sujetos con bajo nivel de
aniecedentes de agresividad y comportamiento antisocial y que poseen los
factores 1 y 2 bajos serían comparables con los delincuentes comunes. Sin

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 161

embargo, en el caso del estudio de RiGAzZIO (2006) se trata de sujetos que,


si bien han cometido homicidio, no han delinquido con anterioridad ni tienen
antecedentes específicos de un comportamiento antisocial reiterado, como es
en el caso del primer grupo. Se trataría, entonces, de sujetos con un compor-
tamiento aparentemente “adaptado” a las normas sociales, o se los podría
denominar, según la clasificación de MEGARGEE (1977), como delincuentes
con una personalidad agresiva hipercontrolada, es decir, con un predominio
de la agresividad reactiva, más ligada a la impulsividad y muy propia de
sujetos explosivos e inestables. Esta afirmación se basa en que la mayoría de
los sujetos de este último grupo cometió el homicidio durante episodios de
riñas o peleas —algunos en estados de ebriedad- o durante conflictos de
pareja —el malsonante y mal denominado homicidio “pasional”—.
Por otra parte, la presencia de la agresividad y del comportamiento anti-
social durante la niñez y la adolescencia dan cuenta de una estabilidad lon-
gitudinal de este comportamiento, según las observaciones de Olweus. Los
datos observados en el estudio de RiGAzZIO (2006) muestran que en un núme-
ro importante de sujetos existen tales antecedentes de agresividad y compor-
tamiento antisocial, destacándose, a su vez, la relación existente entre el alto
nivel de dichos antecedentes y el nivel de psicopatía, principalmente del com-
portamiento antisocial —Factor 2 del PCL y su correlación con la escala anti-
social del MCMHI-. Si se considera a la agresividad y a la violencia como
una dimensión importante de la psicopatía, aunque no excluyente ni determi-
nante, su presencia en las diferentes etapas del desarrollo del individuo per-
mite, por un lado, reafirmar su valor como constitutivo de la psicopatía, y, por
otro lado, el de diagnóstico y pronóstico.
CLECKLEY (1941, 1976) y Hare (1970, 1974, 1993) ya destacaron la pre-
sencia de agresividad e impulsividad en la infancia de los psicópatas, aun-
que también remarcaron que no todos llegan a ser o se convierten en delin-
cuentes. Sin embargo, los que sí llegan a serlo constituyen una proporción
cualitativamente -más que cuantitativamente-— destacable entre los delincuen-
tes detenidos por crímenes violentos —el 4,8% de los delincuentes juveniles
juzgados por delitos violentos- ([McCorp, 1999, 2000). De esto se deriva la
posibilidad de la detección —pronóstico o valoración del riesgo— ante las altas
probabilidades de reincidencia de estos individuos, lo cual sería muy impor-

O Editorial EOS
162 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

tante de tener en cuenta tanto para la prevención general como para la pre-
vención de recaídas, y sobre todo muy a tener en cuenta por parte de nues-
tro sistema de justicia criminal, ante el cual los psicópatas, como pasamos a
ver a continuación, son plenamente imputables.

3.3. Penología y capacitación legal del psicópata


3.3.1. Responsabilidad criminal o imputabilidad/inimputabilidad
Aunque no exclusivamente formal, y ya que nuestro Código penal no ofre-
ce una noción de imputabilidad -salvo lo indirectamente expresado para
aquellos declarados “exentos de responsabilidad criminal” a través de su artí-
culo 20-, tomemos en consideración la siguiente conceptualización que propo-
nen los catedráticos MANUEL Coso DEL ROSAL y TOMÁS S. ViVEs ANTÓN en su texto
de Derecho Penal. Parte General: «conjunto de requisitos psicobiológicos, exi-
gidos por la legislación penal vigente, que expresan que la persona tenía la
capacidad de valorar y comprender la ilicitud del hecho realizado por ella y de
actuar en los términos requeridos por el ordenamiento jurídico» (Coso DEL Rosal
y Vives ANTÓN, 1999, p. 576). De esta guisa, la inimputabilidad no es más
que el reverso de la imputabilidad, es decir, su aspecto negativo, consistente en
la ausencia de imputabilidad —s simplemente una cuestión semántica, más que
jurídica. Por tanto, «causas de inimputabilidad son aquellos supuestos en los
que no puede afirmarse que la persona sea imputable en el momento de la rea-
lización del delito» (Coso DEL ROSAL y Vives ANTÓN, 1999, p. 583).
3Y cuáles son esos “supuestos”? Sencillamente, se trata de las llamadas exi-
mentes, las cuales vienen expresadas como causas de inimputabilidad y
reguladas en el artículo 20 del Código penal español. Son tres, a saber:

1%) trastorno mental transitorio;


2% estado de intoxicación plena;
3%) alteraciones de la percepción.

Teniendo todo esto en cuenta, el asunto con respecto a la imputabili-


dad/inimputabilidad del psicópata debería resolverse rápida y senci-

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 163

llamente: si acudimos de nuevo a los 16 criterios de CiEcktey (1976) o a los


20 rasgos psicopáticos incardinados en el PCL-R de Hare (1991, 2003),
vemos que en ninguno de ellos se expresa que este tipo de individuos padez-
can trastornos mentales transitorios, ni anomalías psíquicas de cualquier otra
indole; asimismo, tampoco padecen los psicópatas alteraciones de la percep-
ción. Quizás, como se aprecia en muchas sentencias judiciales, una de las
controversias más discutidas sea la posible eximente -completa o
incompleta- respecto al estado de intoxicación plena, habida cuenta de
que en este estado puede ponerse, voluntaria e intencionalmente, cualquier
persona, ya sea psicópata o no lo sea.
En este sentido, el psicólogo forense y criminalista debe entender que a
nuestros tribunales no les afecta, en su decisión, si el imputado es o no psicó-
pata —no se le enjuicia por su personalidad, sino por sus actos-, sino si éste
ha consumido alcohol u otras drogas que le hayan dejado en un estado de
intoxicación lo suficientemente incapacitante como para no darse cuenta de
lo que estaba haciendo. Pero, sin embargo, éste no es más que otro proble-
ma añadido, ya que sabemos que muchos psicópatas, antes de llevar a cabo
sus actividades criminales, se inducen ellos mismos a un estado de intoxica-
ción —plena o semiplena- fundamentalmente por dos motivos: bien para
desinhibirse aún más y lanzarse definitivamente a la acción, o bien para pre-
tender que después se le tome en cuenta dicho estado si fueran finalmente
capturados y procesados, ya que de este modo podrían beneficiarse de
dicha eximente como causa que ejerciera una atenuación de la pena que se
le fuere a imponer. Este aspecto que parece complicado se entiende perfec-
tamente si tenemos en cuenta que, como señalaron GARRIDO GENOVÉS y
SOBRAL FERNÁNDEZ (2008) en su libro La Investigación Criminal, los psicópatas
tienen igual capacidad para fingir enfermedades mentales que para exponer-
se conscientes y voluntariamente a estados de intoxicación que posteriormen-
te pudieran resultarles beneficiosos; no hay que olvidar, en este concreto
punto, que lo que definitivamente busca siempre un psicópata es su propio
beneficio, y una eximente que les atenúe la pena, sin duda, lo es.

Siguiendo con los postulados jurídico-penales, cabría subrayarse que la


mera constatación de un injusto penal -delito— no basta para la exigencia de
responsabilidad criminal [BACIGALUPO ZAPATER, 1998). Es necesario que el

O Editorial EOS
164 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLE

hecho delictivo pueda ser reprochado a su autor, por lo que no existirá


lo si el sujeto no es culpable, esto es, no se confirma su culpabilidad, la q
sólo puede ser afirmada si a su vez se comprueba, entre otras exigencias,
imputabilidad -del latín imputare = atribuir— (Coso DEL ROSAL y QUINTANAR
Diez, 2004). Así, pues, para que pueda declararse a un sujeto culpable, él
mismo debe ser imputable cuando ejecuta el hecho ilícito, es decir, la culpa
bilidad supone un determinado desarrollo o madurez de la personalidad y
unas determinadas condiciones biopsíquicas que le permitan conocer la lick
tud o ilicitud de sus acciones v omisiones y obrar conforme a ese conocimien
to. Al conjunto de condiciones o facultades mínimas requeridas para poder
considerar culpable —responsable- a un sujeto por haber ejecutado un acto
típico y antijurídico se le llama imputabilidad. Y tales condiciones son dos:
la capacidad intelectual y la capacidad volitiva.
La capacidad intelectual supone que el sujeto tiene capacidad para
valorar la licitud o ilicitud de un hecho, esto es, para entender que un deter-
minado comportamiento es ilícito, contrario a Derecho. Por su parte, la
capacidad volitiva hace referencia a la capacidad para actuar conforme
a esa comprensión, esto es, la posibilidad que tiene un sujeto de dirigir su
actuación de acuerdo con dicho entendimiento o, en suma, a la capacidad
del sujeto para manejar su voluntad y encaminarla al cumplimiento de lo dis-
puesto por el Derecho.
Como se deduce de la propia dicción del artículo 20.1.2%, párrafo primero,
de nuestro Código penal, la imputabilidad requiere que se compruebe la
base biológica —patológica— de la misma, la “alteración o anomalía psiqui-
ca”, y que esa anomalía llegue hasta el punto de que quien la sufra “no
pueda comprender la ilicitud del hecho o actuar conforme a esa compren-
sión” en el momento de cometer el delito (CueLLO CONTRERAS, 2002). Según
doctrina ampliamente compartida, este precepto obliga a pronunciar dos jui-
cios diagnósticos a nivel pericial: uno biológico —patológico- y otro psicoló-
gico -normativo—. Con el primero se trata de determinar cuál es la anomalía
sufrida; con el segundo, cómo el defecto psíquico influye en la capacidad de
quien lo padece, impidiéndole comprender la ilicitud del hecho y actuar con-
forme a ese conocimiento [CueLLO CONTRERAS, 2002).

O Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 165

Y así lo contempla nuestra propia Jurisprudencia en diversas Sentencias del


Tribunal Supremo -lo abreviaremos con las siglas STS- (STS 02/10/1995,
STS 05/12/1995, STS 19/12/1995, STS 05/03/1996, STS 27/09/1996,
SIS 04/11/1996, STS 30/11/1996, STS 20/01/1997, STS 19/04/1997,
STS 23/04/1998), que tras la entrada en vigor del actual Código Penal de
1995 se ha venido refiriendo con reiteración a estos requisitos a la hora de
valorar la imputabilidad o inimputabilidad de un sujeto por padecimiento de
alguna anomalía o alteración psíquica. Valga como ejemplo traer a colación
un fragmento de la STS de 22 de octubre de 1998:

La doctrina de esta Sala viene poniendo de relieve que, con el fin de valo-
rar el efecto de la enfermedad mental, en la responsabilidad penal hay que
atender no sólo al diagnóstico pericial de psicosis, sino a las consecuencias
psicológicas que la enfermedad haya tenido en la conducta del acusado que
se enjuicia. Tal criterio ha tenido reconocimiento legislativo en el núm. 1.% del
art 20 C.P. 1995, en el que, si bien se precisa de la existencia de una causa
patológica del psiquismo, expresada en términos muy amplios, como cualquier
anomalía o alteración psíquica, lo que cuenta a efectos de exención de la res-
ponsabilidad criminal es que sus efectos sean la imposibilidad o de compren-
der la ilicitud del hecho, o de obrar conforme a esa comprensión.

Y, más recientemente, la STS de 22 de marzo de 2001 también se pro-


nunciaba en los siguientes términos:

El sistema de justicia penal de una sociedad democrática se fundamenta en


el hecho (Derecho penal del hecho), y no en la personalidad del acusado
(Derecho penal del autor). Consecuencia de ello es que, en relación al estudio
de la culpabilidad del sujeto, ésta vendrá determinada necesariamente por la
conjunción de dos coordenadas: la existencia de una anomalía o déficit afec-
tante a sus facultades intelecto-volitivas (elemento médico que debe ser facili-
tado por la pericia correspondiente) y el elemento jurídico (a determinar por
el Tribunal) relativo a la concreta incidencia que esa situación haya podido
tener en el hecho enjuiciado.

Aun con todos estos elementos jurídicos en la mano, hay aún otros muchos
aspectos que generan controversia: ¿por qué el psicópata, si tiene intactas las
capacidades intelecto.-volitivas, sigue siendo muchas veces enjuiciado bajo valo-

O Editorial EOS
166 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLENTO

raciones jurídicas que contemplan algún tipo de eximente completa, incomple-


ta —asociada a “lo que considere el Tribunal”- o, sobre todo y en abundancie
en la Jurisprudencia del Tribunal Supremo, una atenuante analógica? Huelga
decir que no es pretensión de los psicólogos forenses y criminólogos, en ningún
caso, que los sujetos diagnosticados de psicópatas se merezcan algún tipo de
agravante jurídica, sino simplemente que estos sujetos sean evaluados correcta-
mente mediante el uso adecuado y explícito del PCL-R y, por supuesto, siendo
considerados plenamente responsables de todos sus actos, independientemente
de que antes de la comisión delictiva -lo que, por lo demás, suele ser muchas
veces frecuente- se hayan expuesto a sí mismos a unas concretas condiciones
psicofísicas que posteriormente les beneficien a nivel jurídico-penal.
Por tanto, y en suma, el psicópata es plenamente imputable desde el
punto de vista jurídico. En cuanto al tratamiento, y como bien han señala-
do numerosos autores a lo largo de los años hasta la actualidad, no conta-
mos con ningún programa de tratamiento eficaz que sirva para reintegrar al
psicópata en la sociedad. Como también ha sido señalado por otros muchos
autores, el nivel de reincidencia de los psicópatas criminales es muy alto
(Pozueco Romero, 2010a), incluso el triple que el de los delincuentes violen-
tos no psicópatas [HARE, 1993). Como asevera JAVIER URRA PORTILLO en su libro
Agresor Sexual refiriéndose, en particular, a la posibilidad de mejora de los
pedófilos y de los explotadores sexuales de menores, el panorama es «¡des-
corazonador! O se puede hacer muy poco, o se hace muy mal» [URRA
PORTILLO, 2003, p. 99), así de claro. Huelga decir que el mismo panorama es
el que actualmente está vigente para el caso de los psicópatas.

3.3.2. Capacidad civil y/o de obrar


Al igual que la capacidad penal -así como los supuestos de incapaci-
tación— viene regulada en nuestro Código Penal, la capacidad civil lo está
en nuestro Código Civil; jurídicamente no son la misma figura, aunque crimi-
nológicamente se relacionen mucho, y psicológicamente se relacionan mucho
más aún porque ambas se sustentan en el concepto de personalidad. Desde
el punto de vista del Derecho, además, debemos diferenciar otro concepto:
el de capacidad jurídica.

€ Editorial EOS
Psicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 167

Es importante aclarar que capacidad de obrar y capacidad civil vienen a


ser la misma entidad. En su capítulo de libro titulado Personalidad y Capacidad
de Obrar, los profesores JUAN ANTONIO Gisgerr CaLasulG (Catedrático de
Medina Legal y Toxicología, Universidad de Valencia) y RICARDO DE ÁNGEL YÁÑEZ
[Catedrático de Derecho Civil, Universidad de Deusto) nos informan acerca de
los conceptos de capacidad jurídica y capacidad civil:

La aptitud de la persona para ser sujeto de relaciones jurídicas recibe el nom-


bre de capacidad jurídica. Se trata de una cualidad que la persona posee por
el mero hecho de serlo. No puede decirse que el Derecho se la otorga, sino que
se la reconoce, y hoy ya no existen situaciones como las que se dieron en otro
tiempo, por virtud de las cuales se negaba a determinadas personas, con carác- |
ter absoluto, la aptitud para ser titulares de derechos y desenvolverse con aulo-
nomía en la vida jurídica (la esclavitud en Roma, la muerte civil que hasta épo-
cas relativamente cercanas a nosotros pesaba sobre los religiosos profesos, elc.).
La capacidad jurídica no es, en suma, más que una consecuencia de la per-
sonalidad, cuyo punto de arranque es el momento mismo del nacimiento (esto
quiere decir, sin duda, el párrafo inicial del artículo 29 del Código civil: «El
nacimiento determina la personalidad...»).
La capacidad jurídica supone, como decimos, aptitud general para ser titular de
derechos y obligaciones, y ser parte en relaciones jurídicas. No implica actividad
alguna y por eso no requiere en la persona ninguna otra cualidad. (...) Repetimos
que capacidad jurídica y personalidad son términos indisolublemente ligados.
Cosa diferente es la capacidad de obrar. Ésta alude a la capacidad de la
persona para realizar actos jurídicos de manera directa y válida. Dicho de
otro modo, la capacidad de obrar es una cualidad que se predica respecto de
la persona cuando ésta es hábil para ejercitar por sí misma sus propios dere-
chos y en general desenvolverse con autonomía en la vida jurídica.
El alcance de la capacidad de obrar se entiende claramente cuando el sujeto
la tiene limitada. (...] Bien se comprende que la capacidad de obrar de la per-
sona está íntimamente relacionada con su capacidad de querer. Cuando el indi-
viduo no se halla en condiciones de expresar una voluntad consciente (0 cuan-
do el Derecho presupone que no puede hacerlo), nos encontramos en presencia
de una incapacidad [GIsBerr CALABUIG y DE ÁNGEL YÁÑEz, 2000, pp. 968-969).

Aclarados estos importantes aspectos médico-legales y jurídicos, ya sabe-


mos, pues, que la capacidad de obrar es la aptitud de las personas para

O Editorial EOS
168 PSICOPATÍA, TRASTORNO MENTAL Y CRIMEN VIOLE

ejercer los derechos y obrar con eficacia jurídica. La capacidad de obrar pre:
supone la existencia en la persona de cualidades y condiciones que determi
nan su voluntad libre y consciente. Exige, por tanto, ciertas condiciones de
madurez psíquica [una edad mínima) y de salud mental, cuya ausencia deter
mina la restricción de la capacidad o la prohibición o la limitación en el
obrar con eficacia jurídica. Según el penalista y criminólogo alemán RICHARE
VoN KraAFFr-EsinG (1912), los elementos integrantes de la capacidad, desde
el punto de vista médicolegal, son:

1. Una suma de conocimientos acerca de los derechos y deberes sociales


y de las reglas de vida en sociedad.
2. Un juicio suficiente para aplicarlos en un caso concreto.
3. La firme voluntad precisa para inspirar una libre decisión.

Como vimos en el apartado anterior, desde el punto de vista penal, los


psicópatas son —o deberían ser- plenamente imputables, es decir, responsa-
bles criminalmente. Así, igual conclusión puede extraerse con respecto a la
capacidad civil y/o de obrar de los psicópatas, tal como lo aclaran GisBErT
CALABUIG y SÁNCHEZ BLANQUE en su capítulo Trastornos de la Personalidad:

Si se ha propugnado la inoperancia de la psicopatía desde el punto de vista


penal, con mayor razón ha de hacerse desde el civil. Son sujetos que pueden
otorgar testamento, contraer matrimonio, suscribir contratos y realizar toda
clase de actos civiles con plena validez.
No obstante, hay dos circunstancias en que hay que restringir o anular la
capacidad civil de los psicópatas en beneficio del interés familiar y social. Ello
sucede cuando, como es frecuente, se suma a la psicopatía, o, mejor dicho,
constituye la manifestación de ésta, una prodigalidad o una toxicomanía.
De otra parte, la redacción vigente del Código civil ofrece fórmulas más amplias
que permiten ajustar las medidas tutelares a las distintas circunstancias que con-
curren en los sujetos con trastornos de la personalidad. Como señala el artículo
200 del Código Civil, son causa de incapacitación «las enfermedades o defi-
ciencias persistentes de carácter físico o psíquico que impidan a la persona
gobernarse por sí misma». La deficiencia de carácter psíquico «persistente» con-
curre plenamente en los trastornos de la personalidad. Es necesario, como com-
plemento, que su naturaleza impida al sujeto gobernarse por sí mismo. En deli-

O Editorial EOS
Esicopatía, violencia y criminalidad: causas y consecuencias 169

nitiva, para encontrar la solución más adecuada habrá que hacer un análisis de
cada caso en particular: tipo de trastorno, entidad, afectación de las facultades
psíquicas —en especial de las volitivas- y peligrosidad civil, en el sentido ya
expuesto de la cuantía y complejidad del patrimonio que debe administrar y las
circunstancias familiares, profesionales y sociales que concurren en el psicópa-
ta [GISBERT CALABUIG y SÁNCHEZ BLANQUE, 2000, p. 1058).

No vamos a discutir este magistral análisis realizado por GISBErr CALABUIG


y SÁNCHEZ BIANQUE (2000) sobre los trastornos de la personalidad. No obstan-
te, lo que sí es importante matizar aquí -y lo volvemos a recordar una vez
más-— es que la psicopatía ni es un frastorno ni tampoco lo es de la personali-
dad; como ya hemos visto, la APA abarca dentro de su manual de trastornos
mentales a los trastornos de la personalidad, entre los que se incluye el TAP,
que, como también hemos estudiado, es el que más se ha venido relacionan-
do con la psicopatía. Es importante insistir en, tal como lo han puesto de mani-
fiesto las diversas investigaciones, que la psicopatía no pertenece al sistema
diagnóstico de la APA, que, por tanto, no es un trastorno de la personalidad
—sino una anomalía de la personalidad y del carácter, sin rango de trastorno
mental- y que, sin duda, se trata de un constructo clínico, fiable y válido con
entidad propia y distinguible tanto del TAP como de cualquier otro trastorno de
la personalidad (HARE, HART y HARPUR, 1991; HArEe ET AL., 1993; HARE, 1996,
2008; Morró y Por, 1997; LYAM y DEREFINKO, 2006; WIDIGER, 2006).

4. CONCLUSIONES Y DISCUSIÓN
La etiología o causas de la psicopatía han sido ampliamente estu-
diadas desde diferentes ópticas, pero los resultados hallados hasta ahora ni
son concluyentes ni tampoco explican el grueso del problema, por lo que, tal
como aconsejan los estudiosos, convendría mucho más mostrar cautela al res-
pecto, sobre todo can la interpretación que suele hacerse de los estudios de
investigación que se realizan. Por ejemplo, los estudios neurobiológicos rea-
lizados con psicópatas no apoyan la tradicional explicación de la psicopatía
como daño cerebral; el mero hecho de que los psicópatas presenten un pro-
cesamiento de la información eficiente ante eventos y/o circunstancias de
interés inmediato sugiere que es preciso buscar nuevas explicaciones a los

O Editorial EOS
4.4 Concepto 4: Superyó.

El Superyó, es un término introducido por Freud en 1923 en El yo y el Ello.


El superyó es algo nuevo que se observa en la segunda tópica Freudiana,
es uno de los nombres del inconsciente, es aquello que inhibe nuestros
actos o produce remordimientos ante algo realizado, en él se encuentra
la cuestión moral, es como indica Roland Chemama en su diccionario del
psicoanálisis: "la instancia judicial de nuestro psiquismo". (Chemama, 1995,
pág. 427)

4.4.1 El Superyó Freudiano.

En la historia Freudiana, el superyó era conocido originalmente como la


censura, y actuaba de manera inconsciente como un sentimiento de
culpa. Era considerado como una especie de conciencia moral, y se lo
asociaba con la voz de la conciencia que hacía experimentar cierto
arrepentimiento por los actos. El papel prohibitivo del superyó es
originario del padre, es a partir de un mecanismo de identificación con lo
autoritario y represivo del padre interiorizándolo, haciendo así que el
superyó se forme logrando de esta forma la renuncia a las satisfacciones
pulsionales para no perder el amor del padre. Es aquí cuando la angustia
ante la autoridad exterior se transforma en una angustia ante el superyó.

Acorde al Diccionario del Psicoanálisis de Roland Chemama, "En El


malestar en la cultura (1930), Freud escribe: <<La severidad original del
superyó no representa o no representa en tal grado la severidad sufrida o
esperada de parte del objeto sino que expresa la agresividad del niño
mismo hacia aquel>>. Para Freud, las cosas se desarrollan así: primero,
renuncia a la pulsión, consecutiva a la angustia ante la agresión de la
autoridad exterior, angustia ligada al miedo de perder el amor, amor que
protege de la agresión que el castigo representa; luego, instauración de
la autoridad interior convertida en conciencia moral. En este segundo
estadio, mala intención y mala acción coinciden; el deseo no puede ser
disimulado al superyó: de ahí el sentimiento de culpa y la necesidad de

42
castigo. Se explican así las conductas de las personas asociales en las
que el sentimiento de culpa precede al acto delictivo en lugar de
seguirlo". (Chemama, 1995, pág. 429)

4.4.2 El Superyó Lacaniano

Jacques Lacan, prolonga el análisis del superyó, analiza las obras de los
post-freudianos, e indica que el Superyó Freudiano, no es el inconsciente
divertido, sorpresivo, es el inconsciente como ley. El superyó, para Lacan,
constituye una parte de los mandatos interiorizados por el sujeto, siendo
este discordante con la idea de pacificar algo en el sujeto, empujando al
sujeto a ir más allá del principio del placer, prescribiéndolo en él el goce.

Acorde a Jacques-Alain Miller en su conferencia, dictada en Buenos Aires


en 1981 denominada Clínica del Superyó, "El superyó es el primer
concepto freudiano que Lacan retuvo, el concepto que lo enganchó a
la teoría freudiana." (Miller, Conferencias Porteñas, 2010, pág. 133) Esto se
observa en la tesis de psiquiatría de Lacan, "De la psicosis paranoica en
sus relaciones con la personalidad", en donde se expone el caso Aimée,
la hipótesis que demuestra Lacan en su tesis denota que la cura total o
satisfactoria del paciente, es a partir de ese ataque, enfrentamiento, al
ideal exteriorizado; causando esto la reducción inmediata del delirio.

"Lacan, señala que no es tanto el haber atacado lo que determina la


curación, sino la consecuencia de su acto, es decir que se la castigó por
él. A Lacan le parece que el castigo muestra cuál es el resorte del delirio,
la causa de su locura." (Miller, Conferencias Porteñas, 2010, pág. 134)
Miller, menciona que para el psiquiatra Lacan, el de 1932, el concepto
del superyó, es lo que le sirve como fundamentos para los mecanismos
autopunitivos. Para Jacques Lacan, "El superyó no es el inconsciente
divertido, sorpresivo, es el inconsciente como Ley. La cuestión es saber
de qué ley se trata" (Miller, Conferencias Porteñas, 2010, pág. 132).

43
Melanie Klein contribuyó mucho con esta idea de que el superyó paterno
no era tan terrible, después de todo era la buena interdicción paterna en
un mundo donde todo se inclinaba hacia la permisividad y la
interdicción paterna no era de temer a diferencia de la interdicción
materna, el superyó materno. "El problema era entonces criticar a las
malas madres y su terrible superyó, y que ello trajera aparejado dolores
de cabeza y dificultades muy superiores a la interdicción paterna. Que si
el superyó es peligroso no es porque prohíba, sino por que empuja al
crimen, empuja a gozar". (Laurent, Posiciones femeninas del ser, 1999,
pág. 106)

Más adelante, el superyó encontrará su espacio, en las formulaciones


teóricas Lacanianas, bajo el nombre de goce, un tipo de goce que
produce un bien absoluto, que no puede ser confundido con el dolor,
pero tampoco con el placer. La conciencia moral de la que hablaba
Freud, menciona Lacan, que tiene sus principios en el goce, es decir en la
separación entre bien y bienestar. "En Kant está dicho con todas las
letras: <<Es necesario que el hombre esté apegado a algún bien que lo
separe de su comodidad para que llegue a ser moral.>> Lacan
demuestra que este rompimiento constituye al goce en la medida en
que éste no se confunda con el placer". (Miller, Conferencias Porteñas,
2010, pág. 135)

La fórmula Lacaniana del superyó difiere a la de Freud. La fórmula


Freudiana venía desde lo prohibitivo, desde el "no hagas esto o aquello
porque está mal" o por el contrario como deber moral, "hay que hacer
esto en beneficio de", era traducido también como un sentimiento
inconsciente de culpa; la fórmula imperativa Lacaniana del superyó es
completamente diferente, esta simplemente manda al sujeto a gozar,
siendo esto según Lacan algo paradójico, la ley de por sí, tiene un lado
perturbador, siendo este el lado que hay que resaltar en el superyó de
Lacan, siendo el superyó el aliado principal del goce y el opositor máximo
del deseo y el contrapositor perfecto al Nombre del Padre.

44
Para Lacan, el superyó era un personaje en el sujeto representado como
una figura obscena y feroz, es la ley, pero no una ley pacificadora, sino
una ley insensata que se introduce en la hiancia del sujeto, es paradójico
puesto que no hay un significante que le precede, es un S1 que
necesitará un S2 para poder cobrar significación. Como ley insensata,
está muy cercano al Deseo de la Madre, como capricho sin ley, antes
que el deseo materno sea sobrepuesto por el Nombre del Padre,
indicando esta cercanía como una especie de superyó materno en
donde se resalta el valor traumatizante del goce puro. "El superyó es una
función desencadenada, que no conoce límites y que por esa causa ha
sido proscripta por los psicoanalistas.

El deseo, en comparación con el goce, es extremadamente civilizado, es


plástico al significante, está naturalmente coordinado con él." (Miller,
Conferencias Porteñas, 2010, pág. 141) Siendo este significante, el
Nombre del Padre, aquello necesario para que el goce se coordine con
el falo y se regule. Cuando hablamos del goce, nos referimos al deseo
de la madre como función sin freno simbólico, considerando también
que existe una mascarada a partir de ese deseo materno desmedido
siendo este el problema esencial del superyó femenino.

4.4.3 El Superyó Femenino

Para Freud, las mujeres no tienen superyó, por ende no pueden ser
sometidas a las leyes de la palabra, y no les importa obtener un
reconocimiento ante la palabra.

El superyó femenino, es algo que trabaja Eric Laurent, y es quizás un


punto de eje en este desarrollo, sin embargo, para poder hablar sobre el
Superyó Femenino, debemos primero hacer un recorrido por la obra de
Jaques Lacan, denominada "Ideas directivas para un congreso sobre la
sexualidad femenina" que se encuentra en Escritos II.

45
Al principio de esta obra, Lacan, hace referencia al paso de la
observación clínica desde el complejo de castración, algo proveniente
del padre, hacia las frustraciones provenientes de la madre y las diversas
distorsiones que esto conlleva, relacionando esto en base a 3 hechos
claves que el observa en la clínica, dice Lacan:

"Semejante proyecto exige recolectar primeramente:


a) Los fenómenos atestiguados por las mujeres en las condiciones de
nuestra experiencia sobre las vías y el acto del coito, en cuanto
que confirman o no las bases nosológicas de nuestro punto de
partida médico;

b) La subordinación de esos fenómenos a los resortes que nuestra


acción reconoce como deseos, y especialmente a sus retoños
inconscientes -con los efectos, aferentes o eferentes con relación
al acto, que resultan de ello para la economía psíquica-, entre los
cuales los del amor pueden ser considerados por sí mismos, sin
perjuicio de la transición de sus consecuencias al niño;

c) Las implicaciones nunca revocadas de una bisexualidad psíquica


referida en primer lugar a las duplicaciones de la anatomía, pero
que pasan cada vez más a la cuenta de las identificaciones
personológicas." (Lacan J. , Escritos II, 1960)

Indica luego que de este sumario se desprenderán ciertas ausencias que


no son eludidas debido a su interés sino por falta de méritos y en esto
habla sobre factores fisiológicos y biológicos, de la posición del falo en el
desarrollo libidinal, seguido por "La oscuridad sobre el órgano vaginal", en
donde refiere a la percepción de un interdicto, una oposición trivial entre
el goce clitoridiano y la satisfacción vaginal, causal de la inquietud de los
sujetos. Dice aquí: "Las representantes del sexo, por mucho volumen que
tenga su voz entre los psicoanalistas, no parecen haber dado lo mejor de
sí para el levantamiento de ese sello" (Lacan J. , Escritos II, 1960).

46
Una vez aclarado lo oscuro del órgano vaginal, comenta el callejón sin
salida científico sobre cómo abordar lo real. Comenta sobre cómo la
representación de la sexualidad femenina condiciona su puesta en obra
y cómo la emergencia desplaza ciertas tendencias por muy desbastadas
que fuesen, indicando casi al final de esta sección sobre El Complejo
Imaginario y Las Cuestiones del Desarrollo que "De cualquier manera
vuelve a encontrarse la cuestión de estructura que introdujo el enfoque
de Freud, a saber que la relación de privación o de carencia de ser que
simboliza el falo, se establece de manera derivada sobre la carencia de
tener que engendra toda frustración particular o global de la demanda,
y que es a partir este substituto, que a fin de cuentas el clítoris pone en su
lugar antes de sucumbir en la competencia, como el campo del deseo
precipita sus nuevos objetos (en primer lugar el niño por venir) con la
recuperación de la metáfora sexual en la que se habían adentrado ya
todas las otras necesidades" (Lacan J. , Escritos II, 1960).

Luego Lacan, hablará sobre los desconocimientos y prejuicios en donde


se preguntará si la mediación fálica drena todo lo que puede
manifestarse de pulsional en la mujer, y principalmente toda la corriente
del instinto materno y va a indicar a modo de pregunta que todo lo que
es analizable pueda ser de carácter sexual pero no todo lo que es sexual
pueda ser objeto de análisis.

Aquí, Lacan indica 4 puntos que son, como bien menciona esta sección,
de carácter desconocidos o prejuiciales:
 Primero refiere a un supuesto desconocimiento de la vagina,
aclarando que difícilmente no se le puede atribuir a la represión lo
frecuente visto en las observaciones sobre traumatismos;

 Segundo, indica que el problema del masoquismo femenino se


mantiene, a partir de una pulsión parcial, al rango de polo de la
madurez genital, esto no podía ser considerado como algo
homónimo con la pasividad debido a los efectos castradores y
devoradores, dislocadores y sideradores de la actividad femenina;

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 Tercero, manifiesta lo lejos que se encontraban del pensamiento
de Freud en tanto era irresponsable pretender deducir las fantasías
de efracción de las fronteras corporales en base a una constante
orgánica;

 Cuarto, el analista, se encuentra expuesto al igual que cualquier


otro a un prejuicio sobre el sexo, fuera de lo que le descubre el
inconsciente.

Lacan, después trata de vincular la frigidez en la mujer con la estructura


subjetiva de la misma, indicando que la frigidez, determina la neurosis en
su estructura inconsciente, y que el análisis va a movilizarla siempre que
se encuentre dentro de una transferencia en donde se ponga en juego
la castración simbólica. En este punto Lacan hace un llamado a los
principios:

Primero, observa que la castración no podría deducirse únicamente del


desarrollo, puesto que supone la subjetividad del Otro en cuanto lugar de
su ley, denotando que el hombre sirve de relevo para que la mujer se
convierta en ese Otro para sí misma, como lo es para él; observando en
este punto en efecto la posición del objeto, siendo generalmente la
mujer representada como el Otro absoluto.

Luego, observa los principios del Penisneid indicando dos apreciaciones


que él considera falsas, la una en relación al desvanecimiento de la
función, la estructura ante la del desarrollo, hacia la que se ha deslizado
cada vez más el análisis, la otra la función del objeto para el estudio de
las perversiones. Indicando Lacan en este punto que: "Si la posición del
sexo difiere en cuanto al objeto, es con toda la distancia que separa a la
forma fetichista de la forma erotomaníaca del amor. Volveremos a
encontrar sus salientes en la vivencia más común." (Lacan J. , Escritos II,
1960)

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Partiendo desde el hombre, la mujer se aloja, ante el "Tú eres mi mujer"
constituyéndose como compañera, confirmando lo que resurge del
inconsciente del sujeto, que es el deseo del Otro; sin embargo, dice
Lacan, si ubicamos esta situación al revés, admitiendo que si no hay
virilidad que no sea consagrada por la castración, el hombre es un
hombre que se oculta tras el velo de la mujer para solicitar allí su
adoración, en la mujer, se constituye un obstáculo en la fantasía de ella
puesto que las identificaciones imaginarias en la misma se sostienen a
partir del patrón fálico y este en este caso particular se encuentra
declinado.

En este intento de transmisión, Lacan también habla sobre la


homosexualidad femenina y como ésta es ese "amor ideal", puesto que
es a la femineidad a donde se dirige el interés supremo, con un cierto
cuidado al goce de su compañera.

Finalmente Jacques Lacan, en la sección X de este texto, deja tres


preguntas, con las cuales se entiende que serían el punto capital del
congreso a seguir dos años después. Dice Lacan: " Quedan algunas
cuestiones que plantear sobre las incidencias sociales de la sexualidad
femenina.

1. Por qué falta un mito analítico en lo que se refiere al interdicto del


incesto entre el padre y la hija.
2. Cómo situar los efectos sociales de la homosexualidad femenina,
en relación con los que Freud atribuye, sobre supuestos muy
distantes de la alegoría a la que se redujeron después a la
homosexualidad masculina: a saber una especie de entropía que
se ejerce hacia la degradación comunitaria.

Sin llegar hasta oponerle los efectos antisociales que costaron al


catarismo, así como al Amor que inspiraba, su desaparición, ¿no se
podría considerar en el movimiento más accesible de las Preciosas

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el Eros de la homosexualidad femenina, captar la información que
transmite, como contraria a la entropía social?

3. ¿Por que, finalmente, la instancia social de la mujer sigue siendo


trascendente al orden del contrato que propaga el trabajo? Y
principalmente, ¿es por su efecto por el que se mantiene el
estatuto del matrimonio en la declinación del paternalismo?"
(Lacan J. , Escritos II, 1960)

Es en esta tercera pregunta, en donde Lacan se interroga finalmente


sobre este ideal de igualdad entre hombres y mujeres y de cómo
comienza a declinar el paternalismo para que más adelante Eric Laurent,
en su texto "Posiciones Femeninas del Ser", nos hable de cómo la
duplicidad del amor femenino, se muestra para que este hombre muerto,
un hombre que se encuentra en un oposición de Otro, que es otrificado
para una mujer, en un desdoblamiento, por un lado es el hombre muerto
y la castración del órgano en el ser amado y por otro, el hombre muerto
que es conjugado como el hombre castrado.

A raíz de esto, Laurent hace un recorrido, comenzando por aquella


historia de la Esfinge griega que toma Lacan en L' Étourdit ("El
atolondradicho", texto encontrado en Otros Escritos) aquella que pone su
goce en primer plano cuando dice: "Me has satisfecho thombrecito. Te
diste cuenta, que era lo que hacía falta. Anda atolondradichos no
sobran, para que te vuelva uno, después del mediodicho. Gracias a la
mano que te responderá con que Antígona la llames, la misma que
puede desgarrarte por que esfinjo mi no-toda, sabrás incluso, alrededor
del atardecer, equipararte a Tireseas y como él, por haber hecho de
Otro, adivinar lo que te dije" (Laurent, Posiciones femeninas del ser, 1999,
págs. 97-98).

Dice Laurent en relación al plus de goce, que la plusvalía consiste en que


dado el valor económico, el valor producido en la economía, que se
puede concebir en términos de redistribución de las riquezas, Marx dice

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Laurent, recalca un fenómeno inexplicable, cuando el valor se lo
concibe en términos de redistribución, hay una pérdida, desaparece
algo del valor, y en vez de recibir el valor redistribuido, recibe una plus-
valía que es la evaporación del valor.

"El plus-de-gozar, no significa que se goce más, sino que, una vez que el
goce es extraído, queda un plus-de-gozar, al igual que cuando el amo
extrae el valor, desposee de éste a la colectividad o a la sociedad -
cualquiera sea el término que se use para designar al conjunto sobre el
cual opera el amo- extrae de ésta el valor y todo lo que va a devolver es
una plus-valía". (Laurent, Posiciones femeninas del ser, 1999, pág. 101)

Sin embargo, Lacan siempre recalcó que la única defensa contra el


goce es el deseo, y es a través de la inserción del deseo del Otro, entre el
plus de gozar y la castración que el sujeto enlaza los desfiladeros del
significante y los deshilachamientos del goce.

Retomando a la Esfinge griega, esta pone en primer plano su goce, al


decir " me has satisfecho thombrecito, te diste cuenta, era lo que hacía
falta." Es en esta falta en que se observa el semblante del goce. Más
adelante dice: "anda, atolondradichos no sobran". El atolondradicho, o
L'Etourdit, es la movilización de las cadenas del lenguaje en su totalidad,
desde el lado del Otro, son las vueltas de lo dicho, cuando tenemos esos
largos enrollamientos en torno al vacío que encierra el lenguaje.

Es en estos movimientos del lenguaje en donde se observa que no hay un


verdadero llamado a la complacencia sino más bien hay un llamado a
una plus-valía, a un plus de gozar. La voz del superyó femenino se origina
en el goce femenino, en este goce que le pertenece al deseo materno y
que el sujeto termina haciendo propio sin siquiera poder comprender que
es esto que lo empuja o que lo mueve.

Para Lacan, el sujeto es feliz y tiene más de la cuenta y por este tener de
más, es que quiere agregar más goce en el mundo, hace retroceder los

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límites del goce del buen neurótico, en un llamado a gozar, una
invitación para convertirse en mujer, pero no la mujer en sentido de
género sino en función del sin límites, de lo desmedido de la mujer. "Que
la exigencia del sujeto femenino es una exigencia de goce, de este goce
distinto al goce fálico. Las vías del decir femenino se originan más allá del
penisneid, si se quiere decir: lo hacen en el "tú me has satisfecho" "
(Laurent, Posiciones femeninas del ser, 1999, pág. 108)

Por un lado denota el punto inconsistente del sujeto hacia el otro y del
otro lado el goce o el plus de gozar. El trabajo del analista en este punto,
consiste en responder a este superyó femenino, denunciando los
semblantes que apuntan a la consistencia del Otro, intentando reenviarlo
a la verdadera lógica de la posición femenina. Es como intentar decir
"ocúpate de tu goce", provocando un derrumbe, un punto en donde
este semblante cae.

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