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Si bien parece algo trivial, hasta para quienes trabajamos en actividades relacionadas con
ella, el concepto de calidad aparece como algo confuso. Seguramente esto se deba, en
gran parte, al uso cotidiano que se le da a la palabra.
En esta ocasión, he traído un ejemplo que posiblemente hayan visto en otra oportunidad,
pero que es sumamente esclarecedor. Supongamos que tenemos tres modelos de
automóvil para elegir. Queremos conocer cuál de ellos se adapta mejor al concepto
estricto de "calidad".
La respuesta no es tan directa, aunque alguna opción nos pueda tentar más que otra. Para
orientarnos un poco hacia la solución, vayamos a la definición "oficial", la de mayor
aceptación en la actualidad que es la que nos brinda la Norma ISO 9000
Supongamos que el cliente sólo solicita que el modelo tenga cuatro ruedas, espejos
retrovisores, limpiaparabrisas y aire acondicionado. En este caso, los tres vehículos
cumplen con la definición de calidad. El cliente deberá especificar mejor, o podrá elegir
entre cualquiera de ellos.
¿Y si un requisito es que el consumo de combustible sea menor a 12 litros cada 100 km?
Aquí ya el Audi R8 queda fuera de competencia, ya que no cumple con la especificación.
Sólo podemos elegir entre el Clio y el Focus.
Si somos una familia y queremos cinco puertas en vez de tres, debemos optar por el
Focus, sin duda. Si buscamos un automóvil económico, elegimos el Clio.
Entonces se debe ir más allá con el concepto de Calidad Total planteando, que no solo
consiste en lograr la mejora continua de los productos finales, los procesos y una
reducción los costos, sino que debe incluir un alto nivel de servicios de preventa y
postventa.
Pero para una completa satisfacción del cliente la empresa no debe descuidar puntos
como el trato, la cordialidad, el soporte técnico, la respuesta y la justicia.
Aquí es donde una empresa marca la diferencia. La satisfacción completa del cliente tiene
que ver entonces más con la percepción que él tiene de la calidad que con la calidad
misma, la que por definición conocemos. Descubrir ese valor agregado es tarea de cada
organización.
Finalmente lo que se lleva el cliente es esa percepción de la calidad, esa brecha entre lo
que realmente recibe y lo que él percibe. Trabajemos sobre ambas, mejorando nuestro
producto y brindándole ese valor adicional. Es lo que realmente cuenta.