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Ciencia

Desnudando a Einstein
"Lo esencial de un hombre como yo está precisamente en lo que
piensa y en cómo piensa, no en lo que hace o padece". De este modo
Einstein justificaba al lector de "Notas autobiográficas" ?de las que,
con humor negro, decía que eran su nota necrológica- que se
enfrentaba a un libro poco biográfico y repleto de fórmulas
matemáticas y complicados conceptos. Aquí, como en muchas otras
cosas, Albert Einstein fue un hombre peculiar: "Pero yo soy así, y no
puedo ser de otra manera". Por ello, en sus "Notas" contaba la
fascinación que sintió el día en que su padre le enseñó una brújula,
pero no decía que se llamaba Hermann.

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Muy Interesante
Creado:01.04.2003 | 14:53
Actualizado:01.04.2003 | 14:53
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Pero Einstein no fue sólo un físico. También estuvo comprometido


con la humanidad. Su pacifismo a ultranza -a menudo prestaba su
nombre a declaraciones por la paz- se vio truncado al apoyar
firmemente la construcción de la bomba atómica. Incluso copió de
nuevo de su puño y letra el artículo original sobre la relatividad que
publicó en 1905 para recaudar fondos para la guerra -en un
determinado momento, mientras dictaba a su secretaria, levantó la
cabeza y exclamó: "¿He dicho yo eso? Podía haberlo hecho sin tantas
complicaciones"?. En la subasta alcanzó los 6 millones de dólares.
Einstein también fue un hombre comprometido políticamente.
Admiraba el coraje político de personas como Walter Rathenau,
ministro de Asuntos Exteriores de la República de Weimar. Tras su
asesinato escribió: "No es mérito ser un idealista cuando uno vive en
babia; él fue idealista aun viviendo en la tierra y conociendo su hedor
como casi nadie". Pero había algo que no lo convertía en buen
político. Bertrand de Jouvenel decía que la principal característica de
un problema político era que admite arreglo, pero no solución. Algo
inaceptable para el genial físico. Así, cuando en noviembre de 1952
murió el presidente de Israel Chaim Weizmann y el Primer ministro
David Ben-Gurion decidió ofrecerle la presidencia, éste preguntó a su
secretario personal: "¿Y qué hacemos si acepta?". Por suerte para
ellos, no lo hizo.

El 18 de abril de 1955, una hora después de la media noche, su


corazón dejó de latir. Dos días antes había dicho a un amigo íntimo:
"No estés tan triste. Todos tenemos que morir".

El físico afable y humilde también tuvo una hija ilegítima, un


matrimonio fracasado, demostró desdén hacia las personas que
le rodeaban y solo amó una cosa en su vida: la ciencia.

"Si todo el mundo viviese una vida como la mía no habría necesidad
de novelas", le dijo Albert Einstein a su hermana Maja cuando no era
más que un joven de 20 años que acababa de solicitar la nacionalidad
suiza. El problema es que una buena parte de esa vida fue ocultada al
público y a los historiadores de la ciencia por sus representantes
legales. Así, cuando su hijo Hans Albert murió de un ataque al corazón
en 1973, muchos de los secretos de su padre reposaban en el interior
de una caja de zapatos en la cocina de su casa en Berkeley: la
correspondencia familiar desde finales del siglo XIX. La colección era
tan delicada que los albaceas de la herencia del físico, que tenían el
control legal sobre la publicación de sus palabras, fueron a juicio para
impedir que Hans Albert publicase parte de ellas tras la muerte de su
padre. No es extraño que los guardianes de la reputación del sabio,
su secretaria Helen Dukas y el economista Otto Nathan, recibiesen
el apelativo de "los sacerdotes de Einstein". ¿Qué podía ocultarse en
las cartas y escritos del hombre del siglo de la revista Time?

Einstein se definía como un hombre solitario, un Einspanner (un


coche tirado por un único caballo), y así se debe entender su vida.
Bertrand Russell lo describió como alguien a quien los asuntos
personales no ocuparon gran cosa en su mente. Su imagen de genio
excéntrico y comprometido con la humanidad le convirtió en, como el
propio Einstein bromeaba, un santo judío. Sin embargo, fue un hombre
cuyas palabras en público se contradecían con sus hechos en
privado, fue un hombre "cuya combinación de visión intelectual y
miopía emocional dejó detrás de sí una serie de vidas dañadas".

La primera de ellas fue la de Marie Winteler, la hermosa hija del


matrimonio que acogió al dieciseisañero Einstein en Aarau cuando se
preparaba para el ingreso en el Politécnico de Zúrich. Marie era dos
años mayor que él y ambos se enamoraron profundamente, como los
dos adolescentes que eran. Su estancia allí fue uno de los periodos
más felices de su vida. Pero al terminar el instituto y marchar al
Politécnico en 1896 las cosas cambiaron. Einstein sugirió, sin previo
aviso, que debían dejar de escribirse. Es más, y según se desprende
de las cartas de Marie, Albert pareció acusarla de querer acabar con
su relación al irse de maestra a Olsberg, al noroeste de Aarau y más
lejos de Zúrich, donde se iba él. Pero eso no le impedía enviar la ropa
sucia a Marie para que se la lavara. La relación continuó, más por
empeño de Marie que de Albert, quien había posado sus ojos en una
compañera de clase, Mileva Maric. No está muy claro cuándo dio por
terminada su relación con Marie -simplemente, dejó de escribirla-,
pero en las vacaciones de primavera de su primer año en Zúrich
marchó a ver a su familia a Pavía en lugar de esperar a que Marie se
reuniese con él tal y como había planeado durante el invierno. La
ruptura sumió a Marie en una profunda depresión de la que tardó
bastantes años en salir. Cuando se casó, Einstein dijo a su amigo
Besso que eso ponía fin a uno de los peores puntos negros de su
vida.

Mientras, todo el interés del joven Einstein estaba dirigido a la serbia y


coja Mileva. Y es que a Einstein siempre le gustó la compañía de
las mujeres, aunque nunca estuvieron por encima de su pasión por la
ciencia. Marie, consciente de su inferioridad intelectual respecto a
Albert, temía ser poca cosa para él y que debido a eso perdiera interés
por ella. Eso no sucedía con Mileva. Acostumbrado a las
conversaciones burguesas y casi frívolas de las mujeres a las que
había dedicado sus atenciones, Einstein quedó fascinado por ésta. Y
mientras Marie le escribía desde Olsberg, Albert iba a conciertos con
Mileva.

En 1900, el año del examen de licenciatura, la Sección VI A, de Física


y Matemáticas, del Politécnico de Zúrich tenía 5 alumnos: Marcel
Grossmann, el vástago de una rica familia que estuvo a su lado en los
tiempos de penuria y quien, a través de su padre, le consiguió el
trabajo en la Oficina de Patentes; Jakob Ehrat, a menudo compañero
de pupitre de Einstein y a cuya madre iba a visitar siempre que se
sentía sólo; Louis Kollros, quien sacaría la mayor puntuación en el
decisivo examen final; y la serbia de ojos oscuros y bonita voz Mileva,
de 21 años.

Su relación fue creciendo lentamente durante los 4 años de estudios


en el Politécnico. Einstein la veía como su camarada intelectual y para
la fecha del examen la amistad se había convertido en romance. El ya
ciudadano suizo quedó el cuarto (4,91 sobre 6) y Mileva no aprobó,
algo que la deprimió profundamente. Pero el amor entre ellos iba a
enfrentarse a un gran reto: la madre de Einstein. Cuando vio que esta
relación era algo más que uno de sus clásicos flirteos, se enfadó
muchísimo. Como buena alemana, Pauline creía que los serbios eran
de una clase inferior. Y no sólo eso: "Ella es un libro, igual que tú (...).
Pero tú deberías tener una mujer. Cuando tengas 30 años, ella será
una vieja bruja".

En enero de 1902 sucedió un "incidente" que iba a marcar


profundamente su relación y del cual nada se supo hasta 1987: Mileva
dio a luz a una hija, Lieserl. La actitud de Einstein, que se encontraba
trabajando como profesor en Schaffhausen mientras que Mileva
permanecía en Zúrich, es llamativa. Durante el embarazo sus cartas
revelan a un padre expectante y entusiasmado. Sin embargo, tras el
nacimiento de Lieserl, adoptó una actitud distante y fría. No la volvió
a mencionar en sus cartas y jamás fue a verla. Después de un pacto
de silencio, ninguno volvería a escribir sobre ella. La hija ilegítima de
Einstein desaparece de la historia dos semanas después de su
nacimiento y jamás ha vuelto a saberse nada de ella.

La relación entre ambos se resintió y Mileva no volvió a ser la misma.


A ello habría que añadir que por segunda vez suspendió el examen de
licenciatura. A pesar de todo, se casaron el 6 de enero de 1903.
Einstein, ya en la Oficina de Patentes, se volcó en su trabajo y la
pericia científica de Mileva le convirtió en "su colega". ¿Pudo esto, a la
larga, afectar a su matrimonio? Años después confesaba: "Muy pocas
mujeres son creativas. No enviaría a mi hija a estudiar Física. Estoy
contento de que mi (segunda) mujer no sepa nada de ciencia". Para
Einstein, la ciencia hacía a las mujeres agrias. Quizá por ello dijera
de Marie Curie: "nunca ha escuchado cantar a los pájaros".

Con el paso de los años, el matrimonio fue enrareciéndose. En mayo


de 1912 la discordia ya era obvia. Para entonces Einstein había
retomado su relación con su prima Elsa, la que sería su segunda
mujer -el primer mensaje que Einstein le mandó el 30 de abril era una
nerviosa declaración de amor-. Su papel en la desintegración del
matrimonio no está claro debido al natural secretismo con que Einstein
envolvió su vida. Lo cierto es que la evolución del matrimonio Einstein-
Mileva desde ese año hasta su divorcio en 1919, justo el año en que el
físico se convirtió en una figura reverenciada a nivel mundial, fue el
clásico: distanciamiento, peleas, falta de relación... incluso llegó a
pegarla.

Sus hijos, Hans Albert y Eduard, sufrieron la separación y fueron


usados como arma arrojadiza. La relación que tuvo con ellos fue
irregular: sí ejerció de padre, pero la ciencia siempre estuvo por
encima. Un momento crítico sucedió al sufrir Eduard un colapso
mental. Mileva y Hans Albert le pidieron que regresara a Suiza para
ayudarle. Einstein les contestó que prefería quedarse en Berlín, donde
entonces era profesor. Primero, porque creía que allí podía hacer un
buen trabajo científico; segundo, porque estaba convencido de que
Mileva había envenenado a sus hijos contra él. Eduard,
esquizofrénico, terminó sus días en una institución mental de Suiza.

Einstein se divorciaba el 14 de febrero de 1919 y se casaba con Elsa


el 2 de junio. Su segunda mujer fue la pareja que necesitaba: cuidaba
de él tan amorosamente como podría hacerlo una madre. Einstein,
convertido en una figura legendaria, se dedicaba a su verdadero amor:
la ciencia. Claro que no descuidó a las mujeres. Muchos estudiosos
piensan que fueron, casi sin excepción, relaciones puramente
platónicas pero lo suficientemente intensas como para que sus dos
mujeres tuvieran celos. Hasta el punto de que a Elsa, enfrentada al
secreto a voces de la relación entre su marido y Margarete Lebach,
una joven rubia austriaca, sus hijas le aconsejaron separarse.

Poco a poco Einstein fue expresando cínicos comentarios acerca del


matrimonio: "Tuvo que ser inventado por un cerdo sin imaginación,
esclavitud en un envoltorio cultural...". Algunos le han acusado de
misoginia, pero su actitud hacia las mujeres fue la misma que hacia
los hombres: a todos trató con distante cortesía y amabilidad. Einstein
fue un hombre preocupado por la humanidad, pero indiferente con los
seres humanos concretos, a quienes valoraba únicamente por su
capacidad intelectual (por eso Elsa siempre se sintió inferior).

El éxito de sus teorías le convirtió en leyenda, incluso entre sus


propios colegas. El gran físico Wolfgang Pauli, un hombre que no se
caracterizaba precisamente por ser respetuoso, trataba a Einstein de
manera diferente al resto. Fue reverenciado como un dios, aunque él
mismo era esencialmente modesto y amable. "Yo hablo de la misma
manera con todo el mundo, ya sea basurero o rector de universidad".
Claro que también tenía su ego. Una vez, Einstein envió un artículo a
la revista Physical Review. El editor tuvo la osadía de hacer lo que
siempre se hace en las publicaciones científicas: enviarlo a otros
científicos para que lo revisaran y esperar su juicio sobre si era de la
calidad suficiente como para publicarlo. Esto no le gustó nada: nunca
más volvió a enviar sus trabajos a esa revista.

En 1905, Einstein escribió una serie de trabajos que iban a


revolucionar la Física. Diez años más tarde, su genial cerebro
revolucionó nuestra percepción del universo. Así fue cómo lo
hizo.

En 1902 se fundó en Berna la Academia Olimpia, dedicada a discutir


de ciencia y filosofía. Era una sociedad peculiar, compuesta por sólo
tres miembros: Maurice Solovine, Conrad Habicht y Albert Einstein.
Tres años más tarde, Solovine y Habicht se marcharon de la ciudad y
la Academia se disolvió, pero no dejaron de estar en contacto. En
primavera Einstein escribía a Habicht prometiéndole cuatro trabajos:
"El primero trata de las características de la radiación y es muy
revolucionario. El segundo trabajo es la determinación del verdadero
tamaño del átomo... El tercero demuestra que los cuerpos en
suspensión en un fluido y de dimensiones de una milésima de
milímetro deben experimentar un movimiento desordenado producido
por la agitación térmica. El cuarto trabajo es sobre la electrodinámica
de los cuerpos en movimiento, empleando una modificación de la
teoría del espacio y el tiempo".

Dicho y hecho. Ese año de 1905 envió 5 artículos a la revista Anales


de Física: el que le condujo al premio Nobel por su explicación del
efecto fotoeléctrico (18 de marzo); el que le hizo científicamente
famoso al explicar el movimiento browniano (11 de mayo); el que
puso las bases de la teoría especial de la relatividad (30 de junio); el
que contiene la ecuación más famosa de la historia, E= mc2 (27 de
septiembre); y un segundo trabajo, menos interesante, sobre el
movimiento browniano (19 de diciembre). De propina, además, una
tesis doctoral donde plantea una nueva forma de medir el tamaño
de las moléculas (30 de abril), que se convirtió en su trabajo más
citado.

Los artículos sobre el movimiento browniano y su tesis doctoral tienen


su origen en dos problemas centrales de la física de comienzos del
siglo XX. El primero era la misma existencia de las moléculas: ¿cómo
probar que son reales? El segundo era consecuencia del primero. Si
son reales, ¿cómo relacionar su movimiento con conceptos como la
temperatura?

La solución al primer interrogante pudo ocurrírsele mientras tomaba el


té. Al poner un terrón en el agua, se disuelve y se difunde por toda la
taza, haciéndola más viscosa. De esta simple observación, Einstein
dedujo una forma de calcular el tamaño de las moléculas y un valor
para una constante fundamental llamada el número de Avogadro,
que dice la cantidad de moléculas de un gas que hay en un volumen
dado en unas condiciones concretas. Con él se puede determinar la
masa de cualquier átomo. Éste fue el contenido de su tesis. Lo
curioso es que al enviarla a la Universidad de Zúrich el encargado de
evaluarla, Alfred Kleiner, la rechazó por ser demasiado corta. Einstein
añadió una frase más y fue aceptada.

Los artículos de Anales discuten un fenómeno estudiado en 1827 por


el botánico-conservador del Museo Británico Robert Brown: los granos
de polen en suspensión en el agua se mueven de manera errática e
imposible de predecir. En 1905 nadie había logrado explicar este
movimiento browniano.

Los problemas teóricos y matemáticos a los que se enfrentaba eran


insuperables, pero Einstein los salvó con su brillante intuición física.
Por un lado, dijo, tenemos el comportamiento microscópico del grano
de polen, que podemos asimilarlo a una molécula gigante. Por otro,
ese grano es lo suficientemente grande como para que también
obedezca las mismas leyes que gobiernan el movimiento de un sólido
en un líquido, como un submarino. Einstein llegó a la conclusión de
que midiendo el desplazamiento medio del polen podía calcular el
valor de constantes fundamentales como el número de Avogadro. La
chispa de su genio son las palabras desplazamiento medio: no importa
el recorrido real sino la distancia en línea recta desde el principio al
final (imaginemos un coche subiendo un puerto; no importa las vueltas
que dé la carretera -el camino browniano-; lo que interesa es la
distancia recorrida en línea recta). Con todo ello se deduce que el
polen se mueve porque las moléculas de agua chocan con él como en
un billar microscópico. Por tanto, el calor no es otra cosa que agitación
molecular. Einstein había demostrado la existencia de los átomos.

A pesar de la importancia de estos trabajos, la imaginería popular


asocia a Einstein con la teoría especial de la relatividad. Con ella no
sólo suprimió del universo el éter, esa sustancia sutil que llenaba el
espacio y permitía a la luz viajar por el cosmos, sino que resolvió la
profunda discrepancia que había entre la mecánica, que se ocupa de
los objetos en movimiento, y el electromagnetismo. La situación era
crítica: o se cambiaba la mecánica clásica, la de tiempos de Galileo, o
se hacía lo propio con la teoría electromagnética enunciada por
Maxwell en el siglo XIX.
Einstein, contra todo pronóstico, optó por la primera opción.
Semejante decisión le llevó a afirmar que la velocidad de la luz es
irrebasable y, por consiguiente, debemos dejar de considerar el
tiempo y el espacio como absolutos. No son entidades separadas sino
que conforman un continuo espacio-tiempo que depende del
observador. Como la luz transporta información y su velocidad es
finita, dos sucesos simultáneos para alguien no tienen que serlo para
otro. El tiempo es relativo, el tic-tac del reloj depende de la velocidad a
la que se mueve. Y lo más sorprendente: dentro de esta teoría se
esconde E = mc2, una ecuación que demostró toda su potencia con la
bomba atómica.

Ahora bien, el artículo que cambió el mundo y por el que, después de


ocho años como nominado, recibió el Premio Nobel, fue "Sobre un
punto de vista heurístico concerniente a la producción y
transformación de la luz". En él explicaba el funcionamiento de las
células fotoeléctricas: ¿Por qué hay materiales que al incidir sobre
ellos luz de cierto color (frecuencia) emiten electrones? El efecto
fotoeléctrico es inexplicable si admitimos que la luz es una onda. Por
ello Einstein dio una vuelta de tuerca a la propuesta de Max Planck de
1900 donde decía que la materia emite y absorbe energía en forma de
pequeños paquetes o cuantos. Einstein afirmó que no sólo ocurría
eso, sino que la energía, la propia luz, estaba formada por cuantos:
los fotones.

Einstein es uno de los padres de la teoría más perfecta de la ciencia,


la mecánica cuántica, pero siempre renegó de ella porque conduce
a la desaparición de la causalidad: "Dios no juega a los dados".
Incluso decía que ser tan buena era una prueba clara de que era
incorrecta. Esta postura revela su carácter: Einstein podía ser radical,
pero no un rebelde. La relatividad no significó nunca una ruptura tan
drástica.

Tras semejante despliegue de pirotecnia intelectual tuvimos que


esperar dos años, a 1907, para que volviera a suceder algo parecido.
Sentado ante su mesa de la oficina de patentes tuvo un pensamiento:
Si una persona cae libremente no siente su propio peso. "Fue el
pensamiento más feliz de mi vida", dijo. Acababa de abrir la puerta a
su obra maestra: la teoría general de la relatividad. Einstein había
descubierto el principio de equivalencia: Encerrados en un armario, no
hay forma de distinguir si estamos en un planeta o viajamos por el
espacio a aceleración constante.

Con la inapreciable ayuda de su amigo matemático Marcel


Grossmann, Einstein trabajó duramente durante varios años. En
noviembre de 1915 presentó su teoría en la Academia de Ciencias
Prusiana, "el momento más dichoso de mi vida". En esas lecciones dio
a conocer una teoría que conectaba la geometría del espacio con la
materia presente en él: el valor de la curvatura en un punto del
espacio es una medida de la gravedad existente en dicho punto. A
mayor densidad del objeto, mayor curvatura y, por tanto, mayor
gravedad.

La relatividad general es una de las teorías más importantes de la


física. Su encanto se vio confirmado en el eclipse total de 1919,
cuando el astrofísico Arthur Stanley Eddington observó la desviación
de los rayos de luz de las estrellas al pasar cerca del Sol: las estrellas
no estaban donde debían estar, sino donde Einstein decía. Tras la
confirmación, The New York Times la tildó como "uno de los más
grandes éxitos de la historia del pensamiento humano".

Desde el interior del átomo a la estructura del espacio, pasando


por el corazón de las galaxias, nada se puede entender sin echar
mano de sus ideas. Sus trabajos han influido decisivamente en la
Física del siglo XX.

En 1969 se publicaba en serbio la biografía de Mileva Maric. Su


autor, Desanka Trbuhovic-Gjuric, defendía que gran parte de
la relatividad especial era creación, no de Einstein, sino de su
primera mujer. No era la primera vez que se lanzaba este tipo de
acusación, ni tampoco fue la última. También se ha dudado su
paternidad en las ecuaciones clave de la relatividad general. Algunos
historiadores han señalado que el artículo donde aparecen por primera
vez las ecuaciones del campo gravitatorio fue enviado por Einstein a la
Academia de Ciencias de Berlín el 25 de noviembre de 1915, pero 5
días antes el gran matemático de Gotinga David Hilbert enviaba otro
titulado "Los fundamentos de la Física" donde también aparecen las
ecuaciones de la relatividad general. ¿Pudo haberse inspirado
Einstein en este artículo que sabemos que Hilbert le envió para
encontrar las ecuaciones que buscaba con ahínco desde 1907? En
principio es posible, aunque lo que resulta innegable es que la
interpretación correcta corresponde, sin lugar a dudas, a
Einstein.

No obstante, ambas acusaciones no se sostienen. La primera, porque


en ningún momento de su vida Mileva comentó tal punto y no hay
ninguna indicación en los documentos de la época que nos haga
pensar así (algunos conspiranoicos han querido ver en el hecho de
que Einstein le entregara la totalidad del dinero del premio Nobel a
Mileva, como le prometió en el divorcio, una forma de acallar su voz).
La segunda, sólo se pudo resolver a favor de Einstein en 1999 porque
se encontraron las primeras pruebas del artículo de Hilbert, fechadas
el 6 de diciembre de 1915.

La paternidad de Einstein de ambas teorías es, pues, innegable. Lo


que sí es cierto es que la construcción formal de ambas teorías fue
labor de otros: Minkowski para la relatividad especial y el propio
Hilbert y Noether, entre otros, para la general. Así, la primera solución
a las ecuaciones de la relatividad general fue encontrada por el
director del Observatorio de Postdam, Karl Schwarzschild. Con
cuarenta años, se alistó como voluntario al comenzar la Primera
Guerra Mundial y mientras se encontraba en el frente ruso, en
diciembre de 1915, halló una solución analítica al problema de una
masa puntual situada en el espacio vacío. Desgraciadamente, no pudo
defender su trabajo en la Academia. Durante su estancia en el frente
oriental contrajo una enfermedad de la piel, el pénfigo, en aquella
época incurable y mortal. Repatriado urgentemente, murió el 11 de
mayo de 1916 en un hospital de Postdam.

Uno de sus mayores logros es que la descripción del espacio-tiempo


encontrada explica correctamente el campo gravitatorio del Sistema
Solar. Sin embargo, lo realmente fascinante es que esa misma
descripción introduce uno de los objetos más desconcertantes de la
física: el agujero negro. Schwarzschild demostró que si una masa
está lo suficientemente concentrada, la curvatura del espacio en
regiones próximas alcanzará tal magnitud que la dejará separada,
aislada, del resto del Universo. Cualquier masa que se precipite en su
interior se perderá irremisiblemente.

La relatividad general también predice que el Universo se encuentra


en expansión. Cuando Einstein descubrió esta consecuencia no pudo
creérsela. Para evitarlo, modificó las ecuaciones introduciendo un
término ajeno a la teoría que detenía esa expansión: la constante
cosmológica. Cuando tiempo después el astrónomo Edwin Hubble
descubrió la expansión del Universo, Einstein declaró que la
introducción de la constante cosmológica había sido el mayor error
de su vida.

Quien sacó todo el partido a la cosmología encerrada en la relatividad


general fue un meteorólogo ruso llamado Alexander Friedmann, que
optó por resolver las ecuaciones para descubrir cuál sería el futuro del
Universo. Y encontró que sólo hay dos opciones: un Universo abierto
en continua expansión, y un Universo cerrado, donde la expansión se
detiene y comienza a contraerse. Después entró en acción el belga
Georges Lemâitre, un sacerdote con una encendida pasión por la
Física, que siguiendo las ideas de Friedmann pensó que si se pasaba
la película del Universo al revés, hacia el origen de todo, la materia
tendría que haber estado concentrada en un punto, que bautizó con el
nombre de átomo primitivo. Hoy su extravagante idea es aceptada
por los cosmólogos de todo el mundo y Lemâitre es reconocido como
el padre del Big Bang.

Pero la gran revolución en la Física vino del Einstein que demostró


que la luz presenta dos naturalezas: corpuscular, como los balines
disparados en una feria, y ondulatorio, como las olas de un estanque.
Esta visión la completó en 1924 el francés Louis de Broglie, al afirmar
que ni siquiera los balines tenían que comportarse siempre como
balines; también podían comportarse como las olas del estanque. La
misma materia presenta esta dualidad onda-corpúsculo. El siguiente
paso lo dieron Werner Heisenberg, que creó un esquema matemático
conocido como mecánica matricial, con la que fue capaz de reproducir
los resultados de la vieja teoría cuántica, y Erwin Schrödinger, que
ofreció una formulación matemática a las teorías de De Broglie: nacía
así la mecánica ondulatoria. Paul A. M. Dirac demostró que ambas
eran formulaciones equivalentes de lo que desde entonces se conoce
como mecánica cuántica. Con ella, no sólo hemos sido capaces de
construir televisores y ordenadores, sino que hemos descubierto la
verdadera estructura interna de la materia y nos dirige al sueño de una
teoría que lo abarque todo.

Éste es el legado de Einstein: una nueva visión del mundo, de lo muy


pequeño a lo inmensamente grande. Una visión en la que el propio
espacio se ha convertido en una tela elástica que se estira y deforma y
el decurso del tiempo depende de la velocidad a la que nos movemos.

Los tres mayores errores de la física


del siglo XX
El siglo XX fue testigo de una transformación radical en la física,
donde teorías establecidas cayeron y otras totalmente increíbles se
asentaron. Pero también vio errores, hipótesis fallidas, malas
interpretaciones de datos experimentales... A continuacion
presentamos tres de los más grandes en la historia reciente de la
física.
Publicado por

Miguel Ángel SabadellAstrofísico y divulgador científico

Creado:23.02.2024 | 16:00
Actualizado:05.03.2024 | 08:45
EN:
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 Ciencia
 Neutrinos
 Física
 Siglo XX

Errare humanum est, dice el viejo aforismo, lo cual realmente no es


una buena excusa. Y a ojos de la sociedad equivocarse como
científico es peor, por supuesto, porque se supone que depender de la
ciencia es la mejor manera para que las personas se aseguren de
tener razón. Pero como los científicos son humanos (al menos la
mayoría de ellos), ni siquiera la ciencia está libre de errores. De
hecho, los errores son bastante comunes en la ciencia y no es malo,
porque cometer errores suele ser el mejor camino para avanzar. Un
experimento erróneo puede inspirar otros que no sólo corrijan el error
original, sino que también revele cosas insospechadas. De ahí que los
científicos eviten la segunda parte del aforismo: sed perseverare
diabolicum, pero perseverar (en el error) es diabólico.

El tramposo neutrino

En febrero de 1985 la prestigiosa revista Physical Review


Letters publicaba un artículo de un investigador canadiense, J. J.
Simpson, que había encontrado pruebas suficientes para afirmar
que era muy probable que existiera un neutrino pesado, con una
masa de 17 keV. Semejante afirmación, aceptada por una de las
revistas de más prestigio dentro de la física, hizo que a los científicos
se les pusieran los ojos como platos. Porque la historia tenía su miga.

Podemos definir al neutrino como el fantasma del padre de


Hamlet del modelo estándar de la física de partículas. Medio en
broma medio en serio algunos lo definen como un cuchillo muy afilado
sin mango ni hoja. Es una partícula que, además, está especializada
en provocar quebraderos de cabeza a los físicos de partículas.
Primero porque existe una 'leve' discrepancia entre lo que dice la
teoría y lo que aportan los datos experimentales: si la primera asegura
que el neutrino no tiene masa, los experimentos dicen que sí la tiene;
pequeña eso sí, pero no nula.

Experimento de neutrinos Superkamiokande. Foto: Wikipedia

Es en este entorno cuando Simpson soltó el bombazo: tenía pruebas


de haber encontrado un tipo de neutrino con una masa 10 000
veces mayor de la esperada. Es como decir que había nacido un
niño que pesaba no 3 kilos, sino 30 000. La sorpresa fue tal que
muchos laboratorios se pusieron como locos a repetir el experimento
de Simpson. Los resultados fueron negativos: el neutrino pesado no
aparecía por ningún lado. Pero Simpson no se dio por vencido y repitió
sus experimentos, que volvieron a dar resultados positivos, mientras
que otros laboratorios confirmaban sus resultados. Algunos teóricos
intentaron explicar lo ocurrido, y otros intentaron incorporarlo a la
teoría existente sin necesidad de postular una nueva partícula; y otros
más propusieron una nueva teoría que incorporara al nuevo neutrino.
Pero los años pasaron y cada vez más experimentos cuestionaban los
resultados ofrecidos por Simpson, de forma que poco a poco los
físicos de partículas llegaron a un consenso: todo fue una
combinación de errores. Y no se volvió a hablar más del asunto.

Claro que el neutrino tenía otras intenciones.


En el laboratorio subterráneo de Canfranc se estudian los neutrinos cósmicos. Foto: Wikipedia

El viernes 23 de septiembre de 2011 un grupo de físicos italianos


anunciaba al mundo que los neutrinos habían superado la velocidad
de la luz. La comunidad de físicos no se lo tomó con mucho
entusiasmo: nadie se creía que realmente se hubiera roto uno de los
sacrosantos pilares de la física moderna. Debía haber algún error en
el experimento. Chang Kee Jung, un físico experto en neutrinos de la
Universidad de Stony Bok en Nueva York lo expresó de forma muy
gráfica: “No apostaría a mi mujer y a mis hijos, pero sí mi casa”. Para
entender lo que sucede tenemos que volver a la masa del neutrino. Si
no la tuviera se movería a la velocidad de la luz, como predice la
teoría especial de la relatividad de Einstein. Pero como tiene masa
está obligado a moverse más despacio que la luz. Éste era el
problema.

Diez años antes, el físico chino Guang-Jiong Ni de la Universidad


Fudan en Shangai, publicaba varios artículos en los que defendía
que en el universo podían existir partículas superlumínicas y
afirmaba claramente que una de ellas era el neutrino. En 2007 el
experimento norteamericano MINOS, diseñado para enviar un chorro
de neutrinos desde el Fermilab de Chicago hasta Minnesotta, a 724
km, observó ciertos indicios que apuntaban a una velocidad superior a
la de la luz, pero el error en la medición no permitía lanzar las
campanas al vuelo. En 2011, los italianos del experimento OPERA
volvieron a la carga.
Resultado de un experimento en el CERN. Foto: CERN

Esta vez se enviaron chorros de neutrinos desde las instalaciones del


CERN en Ginebra hasta los túneles de Gran Sasso, en el centro de
Italia. Este viaje de 730 kilómetros lo realizaron en menos de 3
milisegundos, así que uno puede imaginarse la precisión con la que se
deben hacer las mediciones. Según el equipo italiano, los neutrinos
llegaron 60 nanosegundos -60 milmillonésimas de segundo- antes de
lo que haría la luz. La cordura se recuperó en 2012, cuando el mismo
equipo descubrió qué había ocurrido: la explicación, bien mundana, es
que un cable eléctrico suelto había desincronizado los relojes del
experimento.

Fusión fría

El 23 de marzo de 1989 una noticia apareció en todos los informativos,


periódicos y revistas del mundo: un par de químicos de la Universidad
de Utah, Martin Fleischmann y Stanley Pons, habían descubierto
cómo conseguir la fusión nuclear a temperatura ambiente con un coste
despreciable. Nada de grandes inversiones, bastaba con un recipiente
con agua pesada, un trozo de paladio y una corriente eléctrica.

Fleischmann, que murió en 2012 retirado en la Inglaterra rural


aquejado de diabetes y Parkinson, llevaba desde los años 60
trabajando en la posibilidad de que medios químicos pudieran
influir en los procesos nucleares. No era una idea alocada; si
queremos separar la sal común en sus elementos constituyentes, el
cloro y el sodio, hay que calentarla hasta los 40 000 ºC; pero también
lo podemos hacer de forma más eficaz y sin semejante gasto de
energía disolviéndola en agua y haciendo pasar por ella una corriente
de 4 voltios. ¿No podía suceder algo parecido con las reacciones
nucleares? ¿Realmente es necesario calentar el hidrógeno a varias
decenas de millones de grados para conseguir su fusión en helio?

Martin Fleischmann mostrando su dispositivo de „fusión fría‟. Foto: Wikipedia

Los titulares periodísticos encumbraron a Fleishmann y Pons, y a la


poderosa comunidad de la fusión nuclear (la línea de investigación
que más dinero se come de los presupuestos públicos) se le pusieron
los ojos como platos. Ellos, con sus milmillonarias instalaciones, aún
estaban intentando conseguir un reactor nuclear que funcionara y un
par de químicos en un sótano con unos pocos miles de dólares lo
habían conseguido. Cientos de laboratorios de todo el mundo
intentaron repetir el experimento a ojo, pues los químicos aún no
habían publicado su artículo explicando cómo lo había hecho. Este
hecho hizo arquear la ceja a bastantes: a los científicos, como a los
militares, no les gusta que nadie se salte la cadena de mando, lo que
en este caso significa el orden correcto en el que hay que hacer las
cosas: primero publicas en una revista científica y luego anuncias el
descubrimiento.

Poco a poco empezaron a aparecer los resultados obtenidos por


distintos laboratorios, y las perspectivas no eran nada halagüeñas:
algunos laboratorios afirmaban haber reproducido el experimento,
pero a la mayoría no les salía. Por otro lado, Fleishmann y Pons no
daban números fiables y los neutrones que deben producirse en toda
reacción nuclear que se precie brillaban por su ausencia. Un físico
afirmó: “la prueba más clara de que no han conseguido la fusión es la
presencia de Fleishmann y Pons en la rueda de prensa. Si hubieran
fusionado hidrógeno, los neutrones emitidos les habrían matado”.
El experimento hacía aguas por todos lados y el golpe de gracia llegó
en forma de una serie de experimentos realizados en el Instituto
Tecnológico de Massachusetts, el emblemático MIT. En pocas
semanas la reputación científica de Fleishmann y Pons estaba
destruida y desde entonces la expresión “fusión fría” se colocó en el
cajón destinado a la ciencia patológica. Años más tarde, cuando ya
estaba jubilado, Fleischmann confesó que cometió dos errores: llamar
al proceso fusión y dar aquella “maldita conferencia de prensa”.

En el universo hay una extraña energía que acelera su expansión. Foto: Istock

El mayor error de la física teórica

El universo suele tener siempre guardado un as en la manga


dispuesto a jugarlo en el momento más desagradable. Así, en 1997
los astrónomos descubrían algo que nadie se esperaba: la expansión
acelerada del universo. Los cosmólogos, poco acostumbrados a
grandes sorpresas, necesitaron un posavasos para su labio inferior.
Nadie podía entender que el cosmos se expandiera más deprisa ahora
que después de la Gran Explosión. Los teóricos encajaron bien el
golpe, porque los astrónomos les habían proporcionado un juguete
nuevo que destripar. Pero en cuanto empezaron a incluirla en sus
ecuaciones, la alegría tornó en inseguridad.
Simulación de una detección de una partícula de energía oscura. Foto: Istock

La aparición de la energía oscura -pues así se bautizó a la misteriosa


causa que hace que el universo acelere- hizo que se buscaran
'responsables' ocultos entre los pliegues de la teoría. Y uno de ellos
fue rescatar del baúl de los recuerdos un concepto introducido por
Einstein en 1917 para detener la expansión del universo que salía de
forma natural de sus ecuaciones de la relatividad general:
la constante cosmológica. Desempolvada y reconvertida al mundo
cuántico -la podemos asimilar como la energía del vacío-, desde su
aparición no ha hecho más que dar problemas a los teóricos.

Primero, porque no se entiende muy bien qué es y qué hace aquí; lo


que hace todo más doloroso es que la energía oscura da cuenta de
casi las tres cuartas partes de la masa-energía total del universo.
Segundo, porque la diferencia entre su valor real y el teórico tiene el
dudoso honor de ser la predicción más desastrosa de toda la
historia de la física, que llega a más de 100 órdenes de magnitud.
Esto es, que sería similar a decir que la teoría cuántica predice que el
radio de un protón es mayor que el del universo visible. No es gratuito
que a semejante desatino se le llame la 'catástrofe del vacío'.

Y tercero, porque al introducirla en la archifamosa teoría de cuerdas -


que pretende dar una visión unificada del cosmos- lo ha enredado
todo. Hasta entonces la teoría proporcionaba un universo más o
menos definido, pero la constante cosmológica ha dado lugar al
fenómeno del paisaje: una superabundancia de posibles universos
compatibles con el actual, al menos del orden de 10500 –un 1 seguido
de 500 ceros–. Con semejante panoplia de soluciones la teoría de
cuerdas se convierte en algo que es capaz de describir cualquier cosa,
y eso no es bueno: si algo lo explica todo, no explica nada.

El siglo de la relatividad. Una nueva


idea del universo.
En 1905, Einstein formuló la teoría de la relatividad y transformó para
siempre nuestra concepción del universo. Así ha cambiado el mundo
de la física en los últimos cien años. A finales del siglo XIX, una
avalancha de revolucionarios descubrimientos científicos sacudió los
cimientos de la física clásica y del mundo newtoniano, firmemente
asentado desde hacía más de doscientos años.

Publicado por
Miguel Ángel SabadellAstrofísico y divulgador científico
Creado:02.02.2005 | 02:00
Actualizado:02.08.2023 | 16:49
EN:
 Trabajo
 Siglo XIX
 Teoría de la relatividad
 Peste
 Premio Nobel de Física
 Isaac Newton
 Física
 Ciencia
 Berna
 Albert Einstein

Todo comenzó el 17 de marzo de 1905. Ese día Einstein, con 26 años,


envió a la revista Annalen der Physik el primero de cinco trabajos que
aparecerían repartidos entre el famoso volumen 17 −donde se
publicaron los más importantes− y el 18. Era el comienzo del annus
mirabilis del que sería "personaje del siglo XX". En toda la historia de
la ciencia sólo ha ocurrido algo parecido otra vez. Fue en 1665, con
Isaac Newton. En el verano de ese año la peste asoló Londres con tal
fuerza que en poco tiempo habían muerto uno de cada diez
ciudadanos. Ese otoño, la Universidad de Cambridge cerró sus
puertas. Así, en la soledad de la campiña, Newton se dedicó a la única
actividad que le satisfacía: pensar.
Tras la estela de Newton

Durante los 18 meses que pasó allí concibió todas las ideas que años
después lanzaría al mundo, que acabaría teniendo el apelativo de
newtoniano. En él, el universo funcionaba como un reloj bajo las leyes
inmutables que quedaron impresas en el libro más importante de la
física, el Philosophiae Naturalis Principia Mathematica. Aquellos
principios se mantuvieron hasta 1905. Entonces Einstein pidió perdón
a Newton por su osadía. Desde octubre de 1903 los Einstein vivían en
un apartamento en el casco antiguo de Berna. Albert trabajaba en la
mesa del comedor, con una mano garrapateando fórmulas mientras
sostenía a su hijo Hans, de casi un año, con la otra. Einstein tenía una
formidable habilidad para abstraerse de lo que él llamaba "lo
meramente personal". Mientras a su alrededor se hablaba y discutía,
él se sentaba y se ponía a trabajar. En lo que para cualquiera serían
las peores condiciones de trabajo, Einstein completó dos de los tres
grandes trabajos del volumen 17, pergeñó el borrador de lo que sería
el comienzo de la teoría de la relatividad, escribió su tesis y diez
críticas de libros. Entre pañales y papeles, la física newtoniana, la de
toda la vida, iba a cambiar. En realidad, ya estaba cambiando. Algo
que estaba escondido entre los pliegues de la materia empezaba a ver
la luz. Por un lado estaba la idea de los átomos. Durante casi toda su
existencia, la teoría atómica tuvo mucho más de filosofía que de
ciencia. Aunque oculta a los ojos de gran parte de los científicos, para
los que investigaban las propiedades de la materia era indudable que
ésta estaba compuesta por átomos. El problema residía en que no
había forma de probar su existencia, postulada en su forma moderna
por un meteorólogo cuáquero llamado John Dalton en 1805. En
Francia, por ejemplo, el químico Berthollet y el matemático Laplace se
negaban a aceptarlos. Sin embargo, había un fenómeno conocido
desde 1827 que los defensores del átomo esgrimían como prueba, el
movimiento browniano, un desplazamiento aparentemente caótico que
cualquier partícula pequeña experimenta en el agua. Décadas más
tarde se halló que este movimiento, llamado así por su descubridor, el
conservador del Museo Británico Robert Brown, podía deberse a las
colisiones de partículas mucho más pequeñas. El fenómeno puede
apreciarse en el siguiente experimento. Llenemos un vaso con agua
del grifo. A su vez, calentamos agua en otro. Si echamos unas gotas
de tinta en ambos veremos que se difundirá más rápidamente en el de
agua caliente. La explicación reside en que las moléculas de agua se
mueven con más violencia a medida que se calientan y, por tanto,
golpean con más frecuencia las partículas de tinta. Esto indica que las
moléculas de agua están en un estado de violenta agitación, dando
vueltas y empujándose entre sí. Este movimien- Nuevo modelo
atómico para llegar al fondo de la materia Esta imagen de una nube de
electrones es más realista que la que representa órbitas estacionarias
de estas partículas, propuesta por Niels Bohr en 1913. El Acelerador
Lineal de Stanford (EE UU) -abajo- los hace chocar con positrones, su
equivalente de antimateria, para producir otras partículas exóticas. to
irregular recibe el nombre de agitación térmica, ya que su causa está
en el calor. Nosotros no vemos esa agitación molecular, pero sí
provoca cierta irritación en nuestras células nerviosas, originando una
sensación de calor. Para organismos mucho más pequeños que
nosotros, como las bacterias, el efecto es más pronunciado. Éstas son
empujadas incesantemente por las inquietas moléculas de agua que
no las dejan en paz. Esto era, al menos, lo que algunos físicos
pensaban. Pero claro, una cosa era intuir qué pasaba y otra muy
distinta explicarlo convenientemente.

Misterios físicos seculares

Pero las incógnitas no terminaban aquí. Había algo que tenía muy
escamados a los físicos que trabajaban con los tubos de descarga de
gases, o dicho de otro modo, con los fluorescentes. Las luces de neón
no son otra cosa que un tubo relleno con un gas a baja presión al que
se aplica una corriente eléctrica. En condiciones normales un gas es
un mal conductor de la electricidad. Sin embargo, si se reduce lo
suficiente la presión y se aplica un voltaje mediante dos electrodos, el
gas se vuelve conductor y se observa una descarga eléctrica en forma
de un rayo de luz brillante; se llamaron "rayos catódicos".

¿Por qué sucedía éso? El misterio se resolvió el 30 de abril de 1897,


en el clásico "encuentro de los viernes" de la Royal Institution
británica, cuando tomó la palabra Joseph John Thomson. Aunque era
físico teórico, con sólo 28 años había sido elegido director del
Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge; una elección
muy discutida, pues tenía muy poca experiencia en física
experimental. De hecho tenía tal fama que decían que sólo con entrar
en un laboratorio los instrumentos se estropeaban. Thomson había
descubierto que aplicando un campo eléctrico al tubo los rayos
catódicos se desviaban, demostrando que estaban compuestos de
una partícula con carga negativa. A esta nueva partícula la llamó
electrón. ¿Pero de dónde salía? ¿Quizá de dentro del átomo? Si así
fuera, éste había dejado de ser indivisible. Pese a lo que creía el físico
Philipp von Jolly, que en 1874 había afirmado que la física era, en
esencia, una ciencia completa de la que pocos desarrollos se podían
esperar, las cosas estaban cambiando. Prueba de ello fue el hallazgo
de la radiactividad por Antoine Henri Becquerel en 1896.

Una extraña radiación


Éste estaba estudiando la posibilidad de que ciertos compuestos de
uranio, al ser expuestos a la luz solar, emitiesen rayos parecidos a los
rayos X, descubiertos por Röentgen poco antes. Becquerel colocó
varias placas fotográficas debajo de sales de uranio y las expuso a los
rayos solares. Tras revelar las placas, observó unas manchas negras
con la silueta de las sales. Pero el Sol se ausentó de París, donde
trabajaba, el 26 y 27 de febrero, así que guardó el resto de sus placas
en un cajón. Cuando las reveló comprobó que habían sido
impresionadas ¡en ausencia de luz! Las sales emitían una radiación
desconocida. Fue entonces cuando los Curie quisieron comprobar si
otros cuerpos poseían también propiedades radiactivas. Estudiaron los
minerales de uranio y el 6 de junio de 1898 aislaron un cuerpo 400
veces más activo que éste, el polonio. Unos meses más tarde hicieron
lo mismo con otro elemento un millón de veces más activo, al que
denominaron radio. Becquerel y los Curie compartieron en 1903 el
Nobel de física por el hallazgo de la radiactividad natural. Los nuevos
descubrimientos precisaban una nueva física. Ésta podía ser la que
nació el 14 de diciembre de 1900, cuando el alemán Max Planck
explicó la radiación de cuerpo negro. Éste es un radiador ideal, pues
absorbe toda la energía que le llega y luego la emite de una forma
muy particular. Sin embargo, nadie había encontrado una fórmula que
lo aclarase. Al final Planck se dio cuenta de que sólo podría deducirla
si suponía algo impensable: debía renunciar a la física de Newton y
admitir que la materia no absorbe ni emite energía en forma continua.
Según Planck, la materia no podía absorber ni emitir radiación en
cantidades cada vez más pequeñas, sin límite. Existe una cantidad
mínima de energía por debajo de la cual no se puede bajar: el cuanto.

Nuevos modelos científicos

Otro fenómeno que carecía de explicación era el efecto fotoeléctrico.


Cuando la luz incide sobre ciertos metales, éstos emiten un electrón.
¿Por qué sucede? Nadie lo sabía. Y no sólo eso. Para sorpresa de
todos, la velocidad con la que salen los electrones no depende de la
intensidad de la luz, sino de su color. Para la física clásica era como si
la velocidad de un balón dependiese del color de la bota de un
jugador. Para terminar de enredar las cosas, las dos grandes teorías
de la física del siglo XIX, la mecánica de Newton, que se ocupa de los
cuerpos en movimiento, y el electromagnetismo, explicado por James
Clerk Maxwell en 1873, eran incompatibles. Maxwell había
demostrado que la luz era una onda electromagnética que se
desplazaba a 300.000 kilómetros por segundo por el éter, un fluido
sutil y en reposo absoluto que llenaba el espacio cuya existencia era
necesaria para que la luz viajase por éste. Ahora bien, según la física
clásica ni el movimiento ni el reposo absolutos existen. Sin embargo, y
como mencionaba el físico Banesh Hoffmann, "la teoría de Maxwell
establece diferencias injustificadas entre reposo y movimiento". La
situación era crítica: o se cambiaba la mecánica de Newton o se hacía
lo propio con la teoría de Maxwell. La existencia de los átomos, la
radiactividad, el efecto fotoeléctrico... Éste era el nuevo mundo que
había que explicar. Entre semejante agitación podemos imaginar a
Einstein encerrándose en una habitación, bajando las persianas y
comentado: "Me pondré a pensar un poco".

¿Cuál es la diferencia entre peso y


masa?
En el lenguaje cotidiano confundimos habitualmente “peso” con
“masa”. Son dos magnitudes físicas relacionadas, aunque no designa
la misma magnitud.

Publicado por

Eugenio M. Fernández AguilarFísico, escritor y divulgador científico

Creado:07.03.2024 | 07:00
Actualizado:07.03.2024 | 07:00
EN:
 Fuerza de la gravedad
 Tierra
 Luna
 Física

En el lenguaje cotidiano confundimos habitualmente “peso” con


“masa”. Son dos magnitudes físicas relacionadas, pero no son lo
mismo. Desde el punto de vista coloquial podemos entendernos bien y
no cometemos un error grave, pero desde la perspectiva de la física el
error es garrafal. Aunque, siendo precisos, el propio Diccionario de
la Real Academia Española le da la razón a la Física. Menos mal.
Los kilogramos son la unidad de masa en el Sistema Internacional, no de peso. Créditos: Getty Images AsiaPacGetty Images AsiaPac

¿Cuánto pesas?

Posiblemente hayas respondido muy a menudo a la pregunta


“¿Cuánto pesas?”. Y tal vez hayas respondido mal, a no ser que seas
físico o un poco repelente. Es muy probable que hayas respondido
algo así: “65 kilos”. Siento decirte que está doblemente mal. A lo mejor
te referías a “65 kilogramos”. Pues, aún así, está mal. Está
confundiendo peso con masa.

Como decíamos, en el DRAE vienen las siguientes tres primera


acepciones:

1. m. Fuerza con que la Tierra atrae a un cuerpo.

2. m. Fuerza de gravitación universal que ejerce un cuerpo


celeste sobre una masa.

3. m. Magnitud de dicha fuerza.

La magnitud “peso” se mide en newton (N) y es, en realidad,


una fuerza. Sería la fuerza con la que nos atrae la Tierra. Tenemos
un peso en nuestro planeta y otro distinto en la Luna, pues cada
cuerpo celeste tiene una aceleración gravitatoria diferente.

Para calcular el peso de una persona se multiplica su masa por la


aceleración gravitatoria (P=m·g). Por tanto, una persona de 65 kg de
masa no pesa 65 kg, sino que pesará: 65 kilogramos x 9,8 metros
partido de segundos al cuadrado. Por tanto, la respuesta correcta a
la pregunta “¿Cuánto pesas?” sería 637 newton. Un poco rollo,
¿verdad?
El peso se mide en newton. Créditos: Spencer PlattSpencer Platt

Pero, ¿qué es la masa?

Una pregunta que ha intrigado a los científicos desde tiempos


inmemoriales. La masa es la “resistencia” que opone un cuerpo
para ser acelerado. Bueno, en realidad esa es la masa inercial,
aunque coincide con la masa relacionada con el peso. Esto es otro
tema más complejo que merece un artículo aparte.

El caso es que cuando nos preguntan “¿Cuánto pesas?”, lo que


solemos dar es la masa, no el peso. Es decir, lo que hacemos es la
división del peso entre la aceleración gravitatoria. Deberíamos
preguntar “¿Cuál es tu masa?”, pero la costumbre nos ha forzado a
realizar la pregunta del peso y a responder con la masa. Es algo
parecido a confundir el calor con la temperatura.

Entonces, ¿las balanzas están todas equivocadas?

No y sí. Depende de lo que diga el fabricante que ofrece. Una


balanza normal de baño nos da masas, pues aparecen kilogramos. Si
el fabricante dice que “da el peso”, en realidad es incorrecto. Si el
fabricante dice que “da a masa”, entonces está en lo cierto. Pero la
verdad es que a la balanza la llamaos “peso”. Y es que en realidad
la balanza lo que hace es “pesar”, desde el punto de vista físico, pues
nuestro cuerpo está ejerciendo la fuerza peso sobre ella. ¡Qué lío!
Aunque ejerzamos un peso sobre la balanza, el fabricante nos ha
hecho la cuenta y nos muestra en la pantalla “masas”, no pesos.
A pesar de que las balanzas midan fuerzas, sus lecturas ofrecen kilogramos, que es la unidad de masa. Créditos: A. J. O'BrienA. J. O'Brien

Por otra parte, un dispositivo que nos dé pesos en realidad se llama


“dinamómetro” y las unidades que aparecen son newton. La gran
mayoría se basan en la ley de Hooke, que relaciona la fuerza que
ejerce un resorte o cualquier objeto elástico ante un alargamiento o
compresión.

¿Pesas lo mismo en la Tierra que en la Luna?

Por supuesto que no, solo hay que ver los vídeos de los astronautas
saltando en la Luna. Una persona que tenga una masa de 65 kg
pesa en la Tierra 637 N, pero pesará e la Luna 105,3 N. Unas seis
veces menos. Pero hay un dato importante: la masa será la misma en
la Tierra que en la Luna.
En la Luna tu peso es seis veces inferior que en la Tierra. Créditos: NASANASA

¿Por qué 65 kilos está mal dicho?

Nos pidan peso o masa, 65 kilos está mal dicho. A pesar de que la
gran mayoría de las personas contestemos así. Vamos a ver dónde
está el error.

La palabra “kilo” no es una unidad de medida. En realidad “kilo” no es


más que un número, en concreto “mil”. Así, kilogramo significa “mil
gramos”. En Física se usa el concepto de “prefijo”. El prefijo es un
número que se pone delante de una unidad. Este número es una
potencia de diez. En el caso de “kilo” sería diez elevado a tres.

Así, podemos tener kilogramo, kilómetro, kilosegundo o kilo“cualquier


unidad”. Incluso en el número de seguidores de una red social se usa
“k”. De este modo, si tienes 2,3 k, tu número de seguidores es de
2300.

Entonces, si respondes “65 kilos”, mi pregunta es “¿Kiloqué?”. Que


sí, que se sobre entiende que son kilogramos y que somos vagos a la
hora de hablar, pero lo cierto es que no es correcto.
La electrónica se ha desarrollado mucho más gracias a la nanotecnología. Créditos: Koichi KamoshidaKoichi Kamoshida

Hay otros prefijos muy utilizados e n nuestra vida cotidiana. “Mega”


significa un millón, tener 4,5 Mega seguidores es tener 4 millones y
medio de seguidores. La nanotecnología se basa en medidas del
orden de “nanómetros”. Un “nano” es la milmillonésima parte de un
metro (1 dividido de 1000 000 000).

¿Qué es exactamente un mol?


El mol es la unidad empleada para expresar la cantidad de una
determinada sustancia en el Sistema Internacional de unidades.
Publicado por
Sarah RomeroPeriodista científica
Creado:23.10.2013 | 15:35
Actualizado:18.02.2024 | 12:35
EN:
 Siglo XIX
 Spotify
 Número Pi
 Química
 Moléculas
 Hidrógeno
 Curiosidades
 Átomos
 Agua

La definición de qué es un mol cambió el mundo de la química. Los


moles permiten pasar de un nivel de moléculas a unidades más
manejables a través del peso, o lo que es lo mismo, cualquier químico
puede saber cuántos átomos y moléculas contiene una muestra
simplemente pesándola. ¿Cómo?
Básicamente un mol de cualquier sustancia es un peso igual al peso
molecular expresado en unidades de masa atómica. Esto implica
que un mol de cualquier sustancia contiene exactamente el
mismo número de moléculas.

Todos los elementos de la tabla periódica tienen una determinada


masa atómica. Por ejemplo, el hidrógeno tiene una masa atómica de
1,0079, mientras que el oxígeno tiene una masa atómica de 15,999.
De este modo una molécula de agua (H2O, dos átomos de hidrógeno
unidas a uno de oxígeno) tendrá una masa atómica aproximada de 18.
O lo que es lo mismo, un mol de agua pesará aproximadamente 18
gramos. Igualmente un mol de átomos de neón pesará 20,180
gramos. Pero ¿cómo se puede saber cuántas moléculas existen en
estos 18 gramos de agua pura, es decir, en un mol de agua?

Amadeo Avogadro descubrió a principios del siglo XIX la relación entre


la cantidad de moléculas o átomos de una sustancia y los moles. En
general, un mol de cualquier sustancia contiene 6,022 x
1023 moléculas o átomos de dicha sustancia. Así pues En un mol de
agua (H2O) hay 6,022 × 1023 moléculas de H2O, o lo que es lo
mismo, 2 × 6,022 × 1023 átomos de hidrógeno y 6,022 × 1023 átomos
de oxígeno.

El Día del Mol se celebra cada año el 23 de octubre en Estados


Unidos entre las 6:02 de la mañana y las 6:02 de la tarde
aprovechando los dígitos del número de Avogadro.

Un mol es simplemente una unidad de medida. Las unidades se


inventan cuando las unidades existentes son inadecuadas. Las
reacciones químicas a menudo tienen lugar en niveles en los que usar
gramos no tendría sentido, pero usar números absolutos de átomos /
moléculas / iones también sería confuso.

Como todas las unidades, un mol debe basarse en algo


reproducible. Por ejemplo: un mol es la cantidad de cualquier cosa
que tenga la misma cantidad de partículas encontradas en 12,000
gramos de carbono-12. Ese número de partículas es el número de
Avogadro, que es aproximadamente 6.02x1023. Un mol de átomos de
carbono es 6.02x1023 átomos de carbono. Básicamente, por eso se
inventó esta unidad en particular.

¿Por qué no nos limitamos simplemente a unidades como


gramos (y nanogramos y kilogramos, etc.)? La respuesta es que
los moles nos dan un método consistente para convertir entre átomos /
moléculas y gramos. Es simplemente una unidad conveniente para
usar al realizar cálculos. Puede que no nos resulte demasiado
conveniente si estamos aprendiendo cómo usarlo por primera vez,
pero una vez que nos familiarizamos con los moles, será una unidad
tan normal como cuando empleamos una docena o un byte.

Sea como fuere, en Internet también contamos con conversores de


gramos a moles, por ejemplo, en caso de urgencia química.

El kilo deja de pesar un kilo


Hoy entra en vigor la nueva definición del Sistema Internacional de
unidades de medida
Publicado por
Sarah RomeroPeriodista científica
Creado:16.11.2018 | 13:51
Actualizado:20.05.2019 | 09:26
EN:
 Tecnología
 Velocidad de la luz
 Radiación
 Energía
 Electrones
 Día Mundial
 Átomos

Desde hoy el kilo deja de pesar un kilo. El cambio no solo afecta al


kilogramo, sino también al amperio, al kelvin y al mol.

En el siglo XIX un molde en forma de cilindro sería la forma original en


la que nacería el “Gran Kilo”; concretamente en 1889. El prototipo
internacional del kilogramo ha sido la referencia de la unidad básica de
masa desde entonces.

Durante casi 130 años, ese trozo de metal ha estado encerrado en


una bóveda bajo llave en el Pavillon de Breteuil, Saint-Cloud, cerca de
París. Sin embargo, representantes de 60 naciones, incluida
Australia, han votado ahora una propuesta para definir la unidad
humilde utilizando física pura y sin adulteración.

No es un cambio que vayamos a notar al ir de compras, pero es


necesario si queremos mantener el ritmo de la tecnología ahora y en
el futuro.
En el siglo XVIII, un kilogramo era equivalente a un cierto volumen de
agua, pero en 1889 fue reemplazado por un cilindro de platino e iridio
conocido como el prototipo internacional kilogramo o Big K, el Gran
Kilo.

"Solo estamos hablando de microgramos. No lo suficiente como para


preocuparnos en nuestras mediciones de la vida diaria, pero sí lo
suficiente como para ver, y lo suficiente como para querer
un kilogramo mejor", explica Bruce Warrington, CEO del National
Measurement Institute.

En lugar de usar el kilogramo clásico como criterio, los científicos


usarán una de las leyes fundamentales de la naturaleza conocida
como la constante de Planck para definir un kilogramo, lo que
varía en unos 50 microgramos menos. El nuevo valor del kilogramo se
deriva de la constante de Planck gracias a una balanza de potencia.

La constante de Planck es la cantidad de energía liberada en la luz


cuando los electrones en los átomos saltan de un nivel de energía a
otro. Ese número ahora será exactamente de 6.62607015 x 10 ^ -34
J·s. Para realizar sus mediciones, los científicos usarán un
instrumento electromagnético sensible conocido como balance de
Kibble.

"Es un paso histórico, es más grande que cualquier cambio similar


realizado en el pasado", comenta Warrington.

La Oficina Internacional de Pesos y Medidas, que regula los cambios


en las mediciones, ya ha actualizado varias de sus unidades.

Tras la aprobación de los cambios, estos entrarán en vigor el


próximo Día Mundial de la Metrología: 20 de mayo de 2019. El
objetivo es, por tanto, lograr la exactitud numérica del kilogramo y, con
ello, el Sistema Internacional de Unidades se adaptará mejor a
las nuevas tecnologías.

-El segundo, que ocurre a una frecuencia fija de 9,192,631,770 Hz.

-El metro, la distancia recorrida por la luz en una fracción específica


de un segundo, definida usando la velocidad de la luz en un vacío de
299,792,458 metros / segundo

-El Kelvin es la unidad de temperatura, definida mediante la constante


de Boltzmann para la energía de las partículas de gas a una
temperatura dada, establecida en: 1.380 649 × 10–23 julios / Kelvin

-El kilogramo es una cantidad de masa, definida usando la constante


de Planck establecida en: 6.626 070 15 × 10–34 julios-segundo

-El amperio es un flujo de corriente, cuantificado utilizando la carga


elemental de electrones establecida en: 1.602 176 634 × 10–19
Coulombio

-La candela mide la intensidad de la luz y se define utilizando la


constante Kcd: el brillo, por vatio, de la radiación monocromática a una
frecuencia específica (540 × 1012 Hz), es decir, 683 lumen / vatio

-El mol es una cantidad de átomos o partículas, definida por la


constante de Avogadro establecida en: 6.022 140 76 × 1023 mol – 1

¿Cuánto pesa un kilogramo?


La pregunta parece sencilla, pero no lo es. Un grupo de científicos se
ha reunido esta semana en Londres, convocados por la prestigiosa
Royal Society, para tratar de redefinir esta unidad de medida
universal, que actualmente se define en función de un cilindro
compuesto por un 90% de platino y un 10% de iridio.

Publicado por
Elena SanzPeriodista científica
Creado:26.01.2011 | 12:29
Actualizado:26.01.2011 | 12:29
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 The Royal Society
 París
 Londres
 Max Planck
 Ciencia
La pregunta parece sencilla, pero no lo es. Un grupo de científicos se
ha reunido esta semana en Londres, convocados por la
prestigiosa Royal Society, para tratar de redefinir esta unidad de
medida universal.
El kilogramo es la única de las siete unidades comprendidas en el
sistema internacional (conocido como SI por sus siglas en inglés)
que se define en función de un objeto, un cilindro compuesto por
un 90% de platino y un 10% de iridio, fabricado en Londres en 1879
y conservado bajo una campana de cristal en la Oficina de Pesos y
Medidas de Sèvres, cerca de París.

Sin embargo, las mediciones realizadas desde hace más de cien años
muestran que el kilogramo ha adelgazado. Su masa ha cambiado el
equivalente de un grano de arena de 0,4 mm de diámetro. Lo
suficiente para que los científicos de todo el mundo hayan decidió
que ha llegado el momento de encontrar una definición que
prescinda del objeto físico, tal como hicieron con el metro, definido
ahora por la velocidad de la luz.

Para el kilogramo, los científicos sugieren el uso de la constante de


Planck, un valor que lleva el nombre del padre de la física
cuántica, Max Planck. Para definir la relación entre el kilo de toda la
vida y la constante de Planck se están realizando experimentos en
todo el mundo. Michael Stock, de la Royal Society de Londres, estima
que el cambio podría ser aprobado "razonablemente" en la próxima
conferencia de pesos y medidas, que se celebrará en París en 2015.

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