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A otro bobo con ese cuento

Descolonización de la historia (Segunda


parte): ¡Píntame angelitos negros!

Néstor Luis Garrido

La imagen en blanco y negro de un hombre con evidentes rasgos africanos,


semidesnudo, machete al cinto, un mapire terciado y una espada en la mano es el
motivo central de un meme con que el Ministerio del Poder Popular para la
Educación celebra el «Día del Cimarrón en Yaracuy» lo que tiene como fecha el 25
de mayo, en honor al zambo Andrés López del Rosario, «Andresote», un personaje
de mediados del siglo XVIII y que, según el texto del despacho ministerial, fue el
«primer azote del rey de España», es decir del emperador Felipe V.
El relato romántico, quizá inspirado en el pasaje bíblico de David y Goliat,
nos presenta a un pata en el suelo que, con el pecho desnudo, se enfrenta al rey más
poderoso de la tierra, como un supuesto precursor de la Independencia, tal como lo
calificaba Alberto Arias Amaro en su libro de Lecciones de historia de Venezuela de
3.er Año de Bachillerato, con el que yo estudié en los años 70.
Pero, así como en el amor se necesitan dos, en la guerra también… Veamos
en qué andaba el Animoso rey, que así lo llamaban, Felipe V: primero de la dinastía
de los Borbones, seguramente para la época estaba más que ocupado con la sucesión
de sus posesiones en Sicilia y Nápoles, o poniendo a raya a los británicos, que
perdiendo el sueño por un rebelde de la zona costera de la lejana provincia de
Caracas, para lo que había dispuesto que sus vasallos vasco de la Guipuzcoana lo
pusieran a raya –«Candelita que se prenda, candelita que se apaga», parece que dijo
a su real almohada–.
El meme ministerial sobre Andresote se inscribe en la premisa de
Descolonización de la Historia que contempla el Plan de la Patria 2019-2025, que
pretende una «ruptura» con la narrativa historiográfica del país, esta vez dándoles
preponderancia a las raíces afrodescendientes, feministas y nuestroamericanas (sic),
es decir, lo relacionado con la América de habla española, y naturalmente, indígenas,
cuyo contenido analizamos en la primera entrega de esta serie de artículos. (Ver
Descolonización de la historia: ¿cuál historia?).
Antes de adentrarnos en las reflexiones sobre la negritud del venezolano y su
aporte innegable a la construcción de la identidad como hispanoamericanos de la
región del Caribe, he de decir que deploro toda noción de «posesión» de un ser
humano por parte de otro, así como su cosificación como medio de producción, que
no es otra cosa que la esclavitud. El secuestro, el maltrato, el destierro, la tortura, la
conversión compulsiva, el desarraigo familiar, la enajenación y el trabajo forzoso que
conllevó la trata de esclavos entre África y América en los siglos en la que esto se
consideraba un «negocio lícito» es una de las etapas más oscuras de la historia de la
humanidad (si es que tal palabra cabe).
Como persona educada, considero detestable toda forma de esclavitud. Como
hombre de fe, me percato de que, a pesar de que la Biblia contempla la figura de la
esclavitud, esta debía administrarse con justicia, porque solo podía durar seis años, al
final de la cual, cesaba toda relación de trabajo del que el esclavo no debía salir con
las manos vacías, finalizando estas instrucciones con la frase «recuerda que tú fuiste
esclavo en Egipto» (Deuteronomio 15:15). Partiendo del principio de que en la
relación amo-esclavo hay una interdependencia, en el que uno se acostumbra a
decidir y el otro a obedecer, la Biblia señala que si alguien quería permanecer en
situación servil se le obligaba a irse; de lo contrario, se le perforaba el lóbulo de la
oreja como castigo. Aclaración hecha, prosigo.
¡Ah, mundo, la negra Juana…!
«Que Europa repare el daño que hizo con el esclavismo durante 500 años en
América Latina, el Caribe, África y a los Estados Unidos también», dice, a manera
de epígrafe, la Agenda Programática de las y los Afrodescendientes, documento
adjunto del ya citado Plan de la Patria, producido por el Ministerio del Poder Popular
para la Planificación.
Esa cita atribuida a Maduro nos da luces sobre lo que se pretende con estas
premisas de la nueva narrativa histórica: en principio, que toda Europa (o al menos
aquellos países que estuvieron involucrados en la trata de negros, es decir, Portugal,
Inglaterra y Holanda, así como las dos potencias receptoras España y Francia)
paguen con dinero contante y sonante el esclavismo que durante 500 años se produjo
en los territorios aludidos, incluidos los tiempos en que al menos los países de
Iberoamérica, Haití y Estados Unidos mantuvieron esa aberración como sistema de
explotación ya como repúblicas independientes, y por lo tanto, responsables de ese
sistema deshumanizante.
Así pues, al menos en el caso venezolano, la esclavitud se mantuvo tras la
secesión de España entre 1823 y 1854, lo que abarca el lapso dentro de la República
de Colombia –lo que implica que Bolívar como presidente de esta no les otorgó la
libertad a los sirvientes forzosos– y el triunfo de la secesión impulsada por Páez,
hasta que el abyecto régimen de los Monagas firmara el decreto de abolición –
acabaron con una institución ya moribunda–, ya empezando la segunda mitad del
siglo XIX. Recordemos que, en mayo de 1836, los republicanos derogaron las
disposiciones de la «cruel» Corona que desde 1789 limitaba el número de latigazos
que podía recibir un esclavo, y elevaron el castigo de veintinueve a cien los
cuerazos que se le permitía al amo venezolano sobre sus vasallos.
Siguiendo la lógica presentista de la historiografía de la que parte la llamada
«Agenda programática», llama la atención la inclusión de África en la lista de los
afectados, puesto que si bien ese continente aportó la sangre que atravesó los mares
para su vil servidumbre, se está encubriendo una realidad: que la red de esclavistas
partía de reinos africanos –paganos y musulmanes– que se dedicaban a la lucrativa y
conveniente caza de personas –vencidas en guerras tribales o secuestradas– para
venderlas en las factorías que los portugueses, ingleses y holandeses tenían en los
puertos de Angola y las Guineas.
El presentismo al que aludíamos anteriormente tiene relación con el hecho de
que a los gobiernos como el de Venezuela le preocupan más el esclavo muerto que el
vivo, tal como pasa con el indígena, como dice Mónica Luar Nicoiello. Así bien,
mientras exalta a Andresote poniéndole su nombre a una autopista –como sucedió en
2009 cuando le quitaron el del expresidente Caldera a la Centrooccidental– poca
relevancia tiene en su discurso la esclavitud moderna, donde los países de África, el
Medio Oriente y Asia –como Mauritania, Eritrea, Turquía, Afganistán, Tailandia,
Arabia Saudita y Corea del Norte–, y otros de Europa del Este, como Ucrania y
Rusia, son los que mayores cifras de prevalencia tienen en el mundo, donde se
esclavizan alrededor de 50 millones de personas. En la lista, Venezuela encabeza las
naciones americanas con un deshonroso puesto 29, según el Global Slavery Index.
Según la ONG Walk Free, responsable del índice, la esclavitud moderna
consiste en un sistema donde «sus víctimas están obligadas a trabajar duro por un
salario paupérrimo o gratis, se ven forzada a ofrecer servicios sexuales de
explotación o deben casarse contra su voluntad, con un costo en la libertad individual
y la estagnación económica». En Venezuela, se reportan 210 mil personas en esas
condiciones, de acuerdo con el informe.

…Comiendo mango por las barriadas del Cielo


Según la «Agenda programática» la africanidad venezolana se debe rescatar
desde la reproducción en tiempos modernos del cumbe como organización política y
social. Aclaremos el término: llámase así a los poblados de negros escapados de las
haciendas –cimarrones– que se juntaban para protegerse mutuamente. No obstante,
se cree que a ellos también se unían indios tributarios –los había exentos– que huían
para no pagar impuestos, mestizos, hasta blancos escapados de la ley y extranjeros.
El vocablo cumbe tiene sinónimos más conocidos: palenque (Colombia),
batey (Cuba), mocambo (Brasil) y quilombo (Argentina); muchas veces estos
términos subsistían en un mismo territorio. Llama la atención que en Puerto Rico se
les llamara repúblicas de negros, como paralelos de las repúblicas de indios que
existieron en la Nueva España, pues algunos cumbes se constituyeron en verdaderos
enclaves independientes, como sucedió en Brasil con el de Palmares (Alagoas).
Curiosamente en Venezuela también se les solía llamar rochelas y paso a explicar
por qué:
El recordado Ángel Rosenblat, en sus Buenas y malas palabras II, hace
referencia a la evolución del término rochela desde aquel bastión francés de los
hugonotes y corsarios llamado La Rochelle –que servía de base para el pillaje hacia
sus vecinos católicos que no sabían qué hacer con ese refugio de corsarios
calvinistas– hasta la reunión de ganado salvaje e indómito (cimarrones) que se
juntaban en sus querencias. De la idea de pueblos sin ley y sin orden, la rochela,
como el quilombo o la república (en Puerto Rico) son sinónimos de anarquía,
desorden, jolgorio y bochinche.
Así pues, el cumbe (al menos de dos pueblos llevan ese nombre, uno en
Barlovento y el otro en el estado Trujillo) está ligado a la exaltación de la rebeldía y
la irreverencia ante la autoridad, actitudes que tanto reivindica el gobierno actual,
siempre y cuando ello signifique que estén dirigidas a los «poderes» del pasado (ya
sea el Imperio Español o la así llamada IV República), más simbólicos que reales, y
no contra el establishment del poder real que se genera desde Miraflores. Cuando ese
mismo cumbe alza una bandera distinta a la de quienes ahora detentan el poder, de
inmediato se le coloca el mote de guarimba, como llamábamos al sitio acordado
donde uno se ponía a salvo en los juegos del perseguido y que devino en guarida de
delincuentes de la oposición en la retórica oficial.
En ocasión de la creación de un cumbe en la Universidad Bolivariana de
Venezuela (por la descripción se trata más bien de un conuco colectivo, es decir,
trabajado en cayapa, término también reivindicado por la «Agenda programática») el
columnista Alexánder Kordán Acosta la describe como una «experiencia colectiva de
trabajar la tierra», con un beneficio «nulo» para la UBV sino el aporte al educando.
Acosta cita al recientemente fallecido escritor Roberto Hernández Montoya en su
justificación del cumbe: «Siempre fuimos población levantisca, montaraz, igualitaria,
anárquica, romántica, el combustible que nutrió el ejército libertador (…) Pero ese
periodo colonial (…) fue una ebullición de poblaciones cimarronas alzadas,
liberadas, arrocheladas en sus querencias».
Entre los cumbes famosos se conocen el que se formó en Buría cuando el
negro Miguel se alzó en contra de las autoridades españolas y, junto a su mujer
Guiomar, se hizo coronar rey –copiando así al monarca español y sin proponer un
nuevo sistema– lo que obligó a los Diegos (Lozada, García de Paredes y Ojeda) a
marchar para meterlos en cintura, tal como lo relata Manuel Guevara Baro en su
Venezuela en el Tiempo (2009). Asimismo, vemos cumbes en la zona la sierra de
Coro como el de Macuquita, formado por negros loangos (es decir, escapados de
Curazao que hallaban libertad en territorio español) donde estaba José Caridad
González, a quien se le relaciona con la sublevación liderada por José Leonardo
Chirinos; también el de Mango de Ocoyta, al que Chucho Abello le dedicó una
canción y a su líder Miguel Guacamaya (1802), en Barlovento, y los de Taría y
Cabría, en el actual Yaracuy, donde se sitúa el llamado zambo Andresote.
Así bien, el cumbe implica una sociedad formada ad hoc para la defensa
colectiva de personas puestas fuera de la ley. Más allá de las razones justificadas o
no que generaron esas organizaciones, el hallarse fuera de la legislación, las hacía
susceptibles a la anarquía, la violencia, el autoritarismo y a la subsistencia a toda
costa, incluyendo el conuco, ciertamente; pero, también el pillaje, el abigeato, el
asalto y los actos delictivos… Algo así como la Cota 905 en la Caracas de hoy.
Serafín cucurusero…

En el afán de reescribir la historia con el ánimo de encontrar claves que


justifiquen la ideología que se han impuesto a lo largo del período republicano de
Venezuela, incluyendo el actual, se ha tratado de hallar héroes preindependentistas,
republicanos, democráticos y ahora revolucionarios socialistas a personajes que no
tenían nada que ver con esos pensamientos.
El relato romántico del cimarrón en sus «querencias» coloca el término en la
fantasía socialista de la comuna donde todos eran felices y comían perdices, mientras
el líder les daba lecciones de antiimperialismo y de cambio climático. Así, pues,
Andresote aparece como una especie de Robin Hood en los caminos de recuas que
iban de San Felipe a Morón, asaltando a españoles criollos y peninsulares (pero
también a negros libres, indios, mestizos y frailes) que llevaban el producto de su
trabajo para comercialo, ya fuera con la Compañía Guipuzcoana o con los
contrabandistas de Curazao.
En su discurso de incorporación a la Academia Nacional de la Historia en
1952, Carlos Felice Cardot abordó el tema de Andresote y citó al capitán
Olavarriaga, encargado de poner en regla diciendo que en la zona se hallaba « …Un
zambo nombrado Juan Andrés, alias Andresote, levantado contra su Majestad y
dicha Real Compañía con gran porción de indios y negros cimarrones armados de
flechería, armas de fuego y otras ofensivas; cometiendo gravísimos insultos, robos y
muertes, todo a fin de mantener a guerra viva el comercio furtivo con los extranjeros
[contrabandistas holandeses] en dichas costas mediante el fomento, favor y ayuda».
Conque el famoso Andresote no tenía en mente la independencia de las extensas y
ricas comarcas que dominaba la España invasora (cito así el himno de Yaracuy),
sino que estaba obrando en favor de los intereses de los corsarios y contrabandistas
neerlandeses (los mismos que traían esclavos a las Américas) que iban detrás del
cacao local.
Asimismo, la historiografía del siglo XX trató de hallar ideas de
emancipación, de libertad y antimonárquicas en la revuelta de José Leonardo
Chirinos (mayo 1795-diciembre 1796), a quien le atribuyen la adquisición del ideario
de la revolución francesa por su relación con José Caridad González, que por venir
del Caribe neerlandés sabía lo que pasaba en Haití (sic). El historiador Ramón
Aizpúrua, por su parte, considera que lo de Coro fue en realidad una revuelta en
contra del cobro de impuestos que afectaba a los jornaleros, los pequeños finqueros y
conuqueros, entre quienes estaban también los negros libres, loangos y esclavos a
quienes sus amos les daban pequeños terrenos para sustento, siendo que los
excedentes se vendían en Coro, especialmente a los contrabandistas holandeses.
Las rebeliones de jornaleros y negros libres no eran desconocidas en la
Venezuela del siglo XVIII, siempre en reacción a los controles de los Borbones sobre
el contrabando que generaba problemas financieros a Felipe V enfrascado en los
sucesivos conflictos con Inglaterra y Francia que supuso su ascensión al trono. En
este sentido el historiador canario Manuel Hernández González, en un podcast sobre
la figura de Juan Francisco de León, señala que las únicas rebeliones contra el poder
imperial en América fueron precisamente las protagonizadas por los isleños, tanto en
Cuba, como en el Barlovento venezolano, donde De León sustituyó el gobierno
legítimo durante dos años. Para Hernández González en estos conflictos tenían
mucho que ver la existencia de jornaleros libres (incluyendo blancos de orilla,
manumisos y esclavos con conucos) que comerciaban el cacao con Curazao,
especialmente en dos zonas: Barlovento y la región del Yaracuy, con lo que nos lleva
de nuevo a Andresote.
Esa obsesión por «africanizar» a fuerza de mitos o de tergiversaciones la
historia de Venezuela –siempre presentándola en tensión contra el Imperio, tan
propia de la dialéctica marxista–, hace que se soslayen hechos como el de Juan
Francisco de León y se exalten las figuras de Chirinos, Andresote o Miguel
Guacamaya, otro levantisco de Barlovento.

Aunque la Virgen sea blanca…


Analizada en su contexto global, es decir, comparada con las otras potencias
esclavistas con la que le tocó competir, es decir, Inglaterra, Francia, Holanda y
Portugal, la esclavitud –con todo el abuso que conlleva, como dije anteriormente–
era menos rígida en la América Hispana, al menos en Tierra Firme –la Cuba del siglo
XIX sería una excepción– durante todo el período imperial. De ello, dan testimonio
los numerosos negros loangos que se escapan de las Antillas Neerlandesas en las
costas venezolanas donde hallaban cierta libertad que allá no tenían a cambio del
bautismo. Igual sucedía en las colonias inglesas de Georgia y Alabama, cuyos negros
fugitivos llegaron a formar en la Florida española el Fuerte de la Real Gracia de
Santa Teresa de Mosé (Fort Mose, hoy en día), formado por cimarrones que
buscaban libertad en territorio hispánico. ¿Que fue una estrategia de España para
debilitar las economías esclavistas de sus rivales? Sin duda, pero que yo sepa el
movimiento de huida no se realizaba a la inversa.
La España imperial no tenía una política oficial que proscribiera el mestizaje,
a pesar de que las sociedades del Nuevo Mundo no estaban exentas del prejuicio
racial (hasta nuestros días). Disposiciones reales para la manumisión de esclavos,
para la prohibición del tráfico de personas desde África a América (1749), la de que
los hijos de los esclavas nacían libres y los amos obligados a mantenerlos, y las Real
Cédula de Gracias al Sacar (1795), que permitía a los pardos afrodescendientes
comprar el estatus de blanco o la del Código Negro (1789), que no daba la libertad
pero sí aligeraba la carga de la esclavitud eran impensables en las trece colonias
anglosajonas, donde llegaron incluso a crear granjas donde los negros se reproducían
compulsivamente para que el amo vendiera a sus hijos.
Merece la atención el hecho de que en la economía de la Venezuela del siglo
XVIII hubiera negros –¿los pequeños cacaos?– que tenían arboledillas o
haciendillas con suficiente capital como para comprar su libertad –llamado incluso el
derecho a ir a la Catedral a oír misa sentado al lado de los mantuanos «de toda la
vida». ¿Han oído de algo similar en las trece colonias del norte?
En todo caso, los excesos de la sociedad esclavista hispanoamericana,
incluyendo la venezolana, han de achacarse a los blancos criollos y peninsulares,
muchos de los cuales apoyaron la causa independista para oponerse a la mano blanda
del rey con respecto a lo que ellos consideraban sus bienes, es decir, los pocos o
muchos esclavos que tenían.
De ahí, que cuando se plantea la guerra de la secesión con la Corona, una
gran parte de los súbditos afrodescendientes e indios optó por mantenerse fieles al
Rey. Las tropas de Boves –a quien considero un psicópata digno de estudio, como
también a otros generales incluso del bando republicano– estaban conformadas por
negros libres, pardos y aborígenes que preferían el yugo simbólico y lejano de la
Corona al yugo real del amo que los maltrataba. Menuda tarea tienen los ideólogos
de Foro de São Paulo para entender y ubicar a Boves en la dialéctica de su lucha de
clases antiimperialista. Más recordando a Andrés Eloy, «aunque la Virgen sea
blanca… ¡Píntame angelitos negros!».
Para concluir, digamos la verdad: la retórica oficial –narrativa
cinematográfica de por medio– extrapola muchos de los excesos del cruento sistema
esclavista y segregacionista en Estados Unidos al de la América española, al menos
la que se vivió por aquí (repito, Cuba es una excepción). De ahí, que en el último
censo realizado (2011) se preguntara sobre la percepción que cada venezolano tenía
de sí mismo como afrodescendiente, con la misma premisa del racismo positivo con
que la aplica el enemigo imperio gringo, según la terminología de la izquierda.
Positivo, sí, pero racismo, al fin y al cabo, y absurdo en un país masivamente
mestizo. En fin, la idea es importar del Imperio las luchas, el léxico, la prohibición de
discriminación como el que la gente se mude de casa porque al lado hay un vecino
de color (sic) nos agringa más, como si a misia Rose Parker no la dejaran sentarse
donde le diera su gana en la línea de autobuses de San Ruperto o en la Caricuao-
Petare. Comprándonos una realidad ajena no somos mejores, sino paradójicamente
más sumisos… Por ende, más esclavos.

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