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Grupo de Reflexión Rural en diálogo con Ignacio Lewkowicz

Estado en construcción

De la catástrofe a la devastación: una alteración en la subjetividad

Ignacio Lewkowicz
Partamos de una buena pregunta: ¿qué es una catástrofe hoy? Más precisamente, ¿qué es una catástrofe en
tiempos postestatales, neoliberales, globales? En principio, este hoy precisa la naturaleza del interrogante. No se
trata de una pregunta por la consistencia interna de una categoría, se trata de una pregunta por una condición
de afectación de la subjetividad contemporánea. Siendo así, podría reformularse el interrogante del siguiente
modo: ¿qué tiene valor de catástrofe para una subjetividad post-estatal, neoliberal, global?
Si es cierto que una noción cualquiera es efecto de las condiciones donde opera, trabaja o interviene, también
es cierto que la alteración de esas condiciones tiene consecuencias sobre la eficacia de esa noción. En este
sentido, la modificación de las coordenadas generales de implicación exige la puesta en cuestión de las
nociones-herramientas hasta entonces disponibles. Partiendo de la alteración de esas coordenadas generales,
deviene inevitable re-pensar la noción de catástrofe en conexión con la serie de transformaciones actuales en la
dinámica social y en la subjetividad.

I - Trauma, acontecimiento y catástrofe

Si se trata de re-pensar el status de la noción de catástrofe (e inclusive su pertinencia para leer las marcas
contemporáneas en la subjetividad), tal vez sea adecuado partir de otras dos categorías más o menos familiares
entre nosotros: trauma y acontecimiento. Cabe señalar que aquí importan estos términos como modos diversos
de relación con lo nuevo en condiciones estables, cabe señalar que aquí importan estos términos como formas
heterogéneas de trabazón con eso que se presenta como novedad en coordenadas estatales.
Ahora bien, detengámonos en la relación que cada una de estas nociones organiza con lo real en una estructura.
En cada una de las tres configuraciones, el punto de partida es la impasse: algo ocurre que no tiene lugar en esa
lógica, algo irrumpe y desestabiliza la consistencia de esa lógica. Si bien el punto de partida es el mismo, trauma,
acontecimiento y catástrofe organizan relaciones diversas con ese punto de partida. Por un lado, el trauma
remite a la suspensión de una lógica por la presentación de un término que le es ajeno. Se trata de un estímulo
excesivo que no puede ser captado por los recursos previos. Por eso mismo, ese estímulo tiene masividad y
evidencia suficientes para imponer un obstáculo al funcionamiento de la lógica en cuestión. Quizá la metáfora
de la inundación permita recrear la operatoria del trauma. La inundación sería ese algo que deja perplejo, sería
ese algo que deja sin respuesta por su evidencia e intensidad desmesuradas. Pero esa intensidad
paulatinamente va cediendo, y todo parece regresar a su lugar. Trabajosamente, los lugares existentes buscan
asimilar lo inundado. En este esquema del trauma, todo vuelve a su lugar.
Pensemos en una situación histórica traumática. Podemos pensar, por ejemplo, en lo que el antropólogo
Wachtel llama el traumatismo de la conquista. ¿Qué es esto? La experiencia que se da en el Antiguo Perú hacia
el siglo XVI, la experiencia de un nuevo tipo de dominación: la dominación colonial. Ahora bien, lo traumático en
la subjetividad de esta nueva forma de dominación, no resulta centralmente del aumento de las tasas de
explotación, sino de la liquidación de las prácticas sociales que producían un sentido, un lugar, un destino entre
la población local. A modo de ejemplo, la migración a las minas de Potosí en tiempos incaicos era radicalmente
diversa a la migración a las mismas minas en tiempos coloniales. Mientras en el primer caso, la prestación
estatal implicaba una fiesta, un encuentro comunitario, una celebración sagrada, en el segundo caso, era puro
desgaste. En rigor, la prestación en trabajo tenía un estatuto cuando el interlocutor era el Inca, y tenía otro
estatuto cuando el interlocutor era la corona española, el encomendero o el empresario español.
Durante el siglo XVI, pero sobre todo durante el XVII, los Andes peruanos se despueblan. La argumentación
clásica encuentra en la hiperexplotación y en las pestes las causas del descenso poblacional. Sin embargo,
Wachtel insiste con el desgano vital, estado que adquiere formas diversas: alcoholismo, suicidio, infanticidio,
reducción de las tasas de natalidad. Ese desgano parece ser la expresión de la pérdida de sentido de la vida
entre la población indígena. El desgano vital sería el modo que adquiere el trauma en esa situación histórica.
Ahora bien, los indígenas registran en su propio lenguaje lo traumático de la experiencia. El desgano vital no es
sólo de los hombres, sino también de los dioses. Los dioses han dejado de hablar, los dioses han callado frente a
las alteraciones del mundo social. Ni dioses ni hombres pueden con tanta perplejidad. Sin embargo,
paulatinamente, el silencio se interrumpe. Los dioses le recuerdan a los hombres que son dueños de la tierra.
Con el recuerdo renovado, los hombres se apartan del desgano. Tal vez haya que invertir el orden, tal vez no
hayan sido los dioses sino los hombres los primeros en volver a hablar. Pero eso no importa aquí. Lo que importa
es que el estímulo traumático ya no produce lo que producía. La rebelión india de 1780 –conducida en su
primera fase por Tupac Amaru– nos habla de la vitalidad recuperada. Ante todo se trata de la recuperación de lo
perdido. Por lo menos, así lo nomina el lenguaje incaico. ¿Cómo piensa el desgano o el silencio, el lenguaje inca?
Como una impasse donde la recomposición se trama significando al término extraño como invasor. No se trata
de asumir la transformación que ha operado la presencia colonial, se trata de la eliminación del cuerpo extraño
del mundo incaico. Trabajosamente, los lugares existentes buscan asimilar la invasión sin alterar la estructura
previa. Finalmente, todo pretende volver a su lugar original. Se ha producido un trauma de un par de siglos.
Si el trauma no supone ninguna alteración radical en el juego interno de la lógica que afecta, el acontecimiento
lo exige, lo produce, lo funda. Por eso mismo, el acontecimiento requiere de una transformación subjetiva para
ser tomado. En rigor, necesita de unos recursos y unas operaciones capaces de leer la novedad en su
especificidad radical. De esta manera, el acontecimiento no se reduce a pura perplejidad frente a lo inaudito: se
trata de la capacidad de lo inaudito para transformar la configuración que ha quedado perpleja frente a él.
Pensemos en una situación histórica en clave de acontecimiento. Para una subjetividad moderna, el paradigma
del acontecimiento es la revolución. Pensemos en una revolución burguesa o socialista (que cada cual elija
según sus preferencias ideológicas). Pero sobre todo detengámonos en los efectos que ese acontecimiento
revolucionario produce en la subjetividad. La revolución francesa y la revolución bolchevique implican una
alteración de las rutinas vitales. Sobre esto, no hay dudas. Pero las dudas prosperan cuando se trata de pensar el
status de esas rutinas alteradas. Si la revolución tiene valor de acontecimiento, lo tiene no por su
espectacularidad sino por la capacidad de exceder la serie simbólica previa. En este sentido, lo decisivo de una
experiencia acontecimental no es la ruptura con lo heredado, sino la tarea fiel que la revolución –burguesa o
socialista– organiza con esa ruptura. En otros términos, lo decisivo aquí se juega en la producción de una
subjetividad –burguesa o socialista, según corresponda– capaz de habitar las transformaciones inauguradas por
esa ruptura.
Ahora bien, ¿qué sucede con la catástrofe? Si el trauma es concebido como la impasse en una lógica que
trabajosamente vuelve a poner en funcionamiento los esquemas previos, y el acontecimiento como la invención
de unos esquemas nuevos frente a esa impasse, la catástrofe sería algo así como el retorno al no ser. En este
sentido, es posible pensar la catástrofe como una dinámica que produce desmantelamiento sin armar otra lógica
distinta pero equivalente en su función articuladora. De esta manera, lo decisivo de la causa que desmantela es
que no se retira: esa permanencia le hace obstáculo a la recomposición traumática y a la fundación
acontecimental. Dicho de otro modo, esta vez la inundación llega para quedarse. Por eso mismo, no hay ni
esquemas previos ni esquemas nuevos capaces de iniciar o reiniciar el juego. Hay sustracción, mutilación,
devastación. Se ha producido una catástrofe.
Pensemos en una situación histórica capaz de ser tomada por la noción de catástrofe. Pensemos, por ejemplo,
en la caída en esclavitud en el mundo antiguo clásico. Pero sobre todo detengámonos en las operaciones que
transforman a un derrotado en el campo militar en esclavo. Para una subjetividad clásica, el esclavo es un
muerto en vida. Por derecho de guerra, el prisionero muere pero el esclavo vive. El prisionero muere en tanto
que miembro de su comunidad, la vida del caído en esclavitud le pertenece al amo. Desanclado de su
comunidad, el prisionero deviene esclavo. Más precisamente, arrancada de su soporte identitario -que no es el
yo como lo es para el sujeto moderno, sino su comunidad-, la existencia del sujeto se desvanece. Ahora bien, la
caída en esclavitud implica la pérdida de una serie de atributos definidos como humanos en esa situación
histórica (nombre, parentesco, lengua, ciudad, sexualidad, etc.). Sin esos atributos, la humanidad cae. Sin esos
atributos, el esclavo se transforma en objeto de cualquier práctica y en sujeto de ninguna. Así definida la caída
en esclavitud –si no media una rebelión esclava u otra operación de subjetivación–, el desmantelamiento de la
subjetividad previa deviene duradera. Y esto significa que no sucede nada parecido a la recomposición
traumática o a la composición acontecimental. Sucede una catástrofe.
Así definidas, estas nociones comparten un suelo común. Más allá de las diferencias, apoyan en un suelo común.
Se trata de afecciones diversas (momentáneas o no, subjetivas o no, alteradoras o no) sobre una lógica
consistente. En definitiva, son avatares que le suceden a una estructura. Pero esa estructura no es una
invariante histórica, sino el efecto de una época. En tiempos de Estado Nación, la existencia es existencia
estructural. Y esto significa, entre otras cosas, que existir es sinónimo de consistencia, de uno, de estructura. Por
eso mismo, el trauma, el acontecimiento y la catástrofe son afecciones que impactan sobre las estructuras de
ese suelo. Ahora bien, si la dinámica social y la subjetividad ya no son estatales, es válido preguntarse por la
potencia de estas nociones en otro terreno. Sobre todo, si ese terreno ya no es consistente, sólido y
estructurado, sino inconsistente, fluido e informe.

II - Crisis del concepto de crisis

Hay crisis y crisis. Las que adquieren la forma de un devenir caótico pertenecen al segundo tipo. Porque al
primero pertenecen las crisis cuya entidad se reduce a ser pasaje entre una configuración y otra. La crisis como
impasse en la que transcurre la descomposición de una lógica y la composición de otra, describe un estado de
cosas donde hay destitución de una totalidad, pero también hay fundación de otra. Esto es lo que solemos
llamar transición. La crisis como devenir caótico, en cambio, reseña unas condiciones en las que, si bien hay
descomposición de una totalidad, nada indica que esa descomposición esté seguida de una recomposición
general en otros términos. Así pues, la crisis actual posiblemente sea de ese segundo tipo.
Según una definición histórica, una lógica entra en crisis cuando encuentra dificultades para reproducirse como
hasta entonces. La definición en regla designa un campo problemático: dificultades para reproducirse. La
interrupción de la cadena reproductiva pone en jaque la lógica en cuestión. Ante esta interrupción, cabe
preguntarse por el status de la crisis. ¿En qué crisis estamos?
La crisis actual consiste en la destitución del Estado-Nación como práctica dominante, como modalidad
espontánea de organización de los pueblos, como pan-institución donadora de sentido. De esta manera, lo que
encuentra dificultades para reproducirse es la meta-institución Estado-Nación. El agotamiento de la lógica del
Estado-Nación no describe un mal funcionamiento, sino la descomposición del Estado como ordenador de todas
y cada una de las situaciones. Ahora bien, sin Estado capaz de articular simbólicamente el conjunto de las
situaciones, las fuerzas del mercado también alteran su estatuto, y en esa alteración devienen dominantes. Que
el mercado sea práctica dominante no significa que sustituya al viejo Estado-Nación en sus funciones de
articulador simbólico. La dominancia del mercado desarrolla otra operatoria. Si el Estado era ese terreno que
proveía un sentido para todo lo que allí sucedía, el mercado es esa dinámica que conecta y desconecta lugares,
mercancías, personas, capitales, sin que esa conexión-desconexión asegure a priori un sentido.
Si éste es el terreno agotado, es preciso aclarar que la crisis actual no remite al pasaje de una totalidad a otra
(del Estado-Nación al mercado neoliberal). Tampoco se trata de la impasse entre dos configuraciones. La crisis
actual resulta de la disgregación de una lógica totalizadora sin que se constituya en sustitución otra lógica
equivalente en su efecto articulador. De esta manera, lo específico de nuestra condición es que no pasamos de
una configuración a otra sino de una totalidad articulada a un devenir no reglado.
Por lo señalado, la crisis actual no revela una impasse, sino un funcionamiento determinado. Si el devenir no
reglado es la temporalidad actual, la noción de crisis como interrupción tal vez complique la posibilidad de
pensar la actualidad. ¿Por qué? Porque hoy la crisis no es ni impasse ni coyuntura, sino funcionamiento efectivo.
Ahora bien, investigar la crisis actual implica investigar cuáles son las operaciones de pensamiento capaces de
operar en la crisis. Si se verifica una serie de dificultades para que una lógica se reproduzca como hasta
entonces, es posible pensar que también entra en crisis la serie de recursos y operaciones de pensamiento
disponibles para pensar la crisis. En este sentido, los cambios aleatorios y desreglados que constituyen la
experiencia actual llamada crisis, convierten en obsoletos los parámetros disponibles para pensar. Así, también
entran en crisis los recursos para pensar la crisis.

III-Estabilización de la catástrofe

Por lo señalado, la alteración de las condiciones generales pone en cuestión las viejas herramientas. En otros
términos, el agotamiento de una lógica también implica el agotamiento de las estrategias de pensamiento y de
intervención propias de esa lógica. Si partimos de esta correlación entre agotamiento de una lógica y
agotamiento de su pensamiento, será estratégico preguntarse por la noción de catástrofe en unas condiciones u
otras. En síntesis, ¿qué es una catástrofe en tiempos neoliberales, globales, post-estatales? ¿Qué es una
catástrofe para la subjetividad contemporánea?
En una lógica estable, la idea de catástrofe (pero también las de trauma y acontecimiento) permite pensar las
irrupciones, los advenimientos, los movimientos, subjetivos o no, que alteran una estructura. En un mundo
estático como el nacional, estas herramientas suponen un estado de solidez originario que puede ser afectado,
modificado, excedido. El pensamiento crítico moderno supo transitar por estas tierras: las estrategias de
subjetivación subversivas se hicieron fuertes en este campo, es decir, en el campo de la puesta en movimiento
de esos instituidos que alienaban, reprimían, disciplinaban, a los ciudadanos de los Estados nacionales. Así
definido el juego de fuerzas en el mundo moderno, el punto de partida necesariamente era un uno
estructurado. Ahora bien, la serie de transformaciones actuales compone otro cuadro de situación, otro juego
de fuerzas: nuestro horizonte no parece ser la solidez estatal, sino la fluidez mercantil, nuestra era no es la era
de las instituciones, sino de las destituciones. Así las cosas, la catástrofe tampoco es lo que era. O dicho de otro
modo, la catástrofe se altera al ritmo del cambio en la lógica social y en la subjetividad. Para un ciudadano
promedio de los Estados Nacionales, la catástrofe era una posibilidad entre otras, era un destino improbable
pero posible, mientras que para un habitante de la era neoliberal, la catástrofe es siempre su punto de partida,
su ontología, su condición originaria.
De este modo, si la catástrofe estatal se define como ruptura de una estructura sin constitución de otra, la
catástrofe post-estatal se define por la ruptura del mismo principio estructural. En este sentido, la catástrofe
post-estatal implica la liquidación de cualquier noción de estabilidad. Si la catástrofe estatal sucede en un
horizonte estructural, la catástrofe post-estatal transcurre en un medio fluido, disperso, imprevisto. Y esta
dimensión catastrófica parece ser la dimensión que instala el default por estas tierras. No es la interrupción local
o general de un funcionamiento, sino la estabilización de la catástrofe como condición general y primera. ¿Qué
significa esto? Significa que las articulaciones generales se han desvanecido, que las transferencias macro se han
agotado, que los instituidos que ligaban se han fragmentado. Desarticuladas las condiciones generales, la
catástrofe se instala como marca dominante de la subjetividad contemporánea.
Así las cosas, la catástrofe ha venido para quedarse. Y sin dudas esto genera modalidades de sufrimiento,
condiciones, subjetividades y riesgos radicalmente otros que los de la lógica estatal. Aquí importa sobre todo un
problema en conexión con lo que venimos pensando: ¿cómo se piensa una catástrofe cuando ya no es la mera
afectación de una subjetividad, sino pura regularidad? ¿Cómo se piensa la catástrofe cuando se estabiliza como
marca?

IV-De la catástrofe situada a la devastación

Si partimos de la catástrofe como horizonte general de la contemporaneidad, será necesario decir que –en
nuestras condiciones– una catástrofe no es eso que asalta una estructura previamente armada, sino la condición
primera de la subjetividad actual. Ahora bien, ¿qué significa esto? Significa que, en la era del capital financiero,
la existencia no está garantizada; significa que el neoliberalismo es la experiencia de una dinámica que -sin que
sea su objetivo primero, sino un efecto de esa operatoria- a priori transforma a los cuerpos en superfluos. En
otros términos, la existencia no es un efecto objetivo de la lógica, sino una producción subjetiva. Por eso mismo,
la condición primera de la subjetividad contemporánea es la devastación; por eso mismo, la estabilización de la
catástrofe implica que el punto de partida ya no es la institución o la destitución situada, sino la destitución
general. Siendo así, la tarea subjetiva tendrá que ser otra. Ya no se tratará de lidiar con instituciones alienantes y
disciplinarias que afectan traumática o catastróficamente una estructura subjetiva, sino con un régimen de
destituciones permanentes que disuelven cualquier rasgo de subjetividad. Definido así el horizonte
problemático, las estrategias de subjetivación actuales tendrán que entrenarse en desarrollar operaciones
capaces de hacer con esa devastación que insiste a cada paso. Siendo así, en ese juego de operaciones en la
catástrofe estabilizada, tendremos la ocasión de conquistar, inventar y construir subjetividades.

 
Reflexiones

Grupo de Reflexión Rural - Ignacio Lewkowicz

Ante la catástrofe del Estado-Nación: la noción de desarrollo local

13-08-02

En la percepción de nuestras realidades hay puntos obvios, herederos de las modalidades de organización del
Estado y de desarrollo estatal, que tienen que ser interrogados. Pues, tras su apariencia natural, revelan o bien
un modelo agotado, o bien un cómplice del agotamiento del modelo. Por ejemplo, la primera revelación del
primer encuentro fue la posibilidad de discutir el INTA, pues el INTA, para la percepción espontánea, es un
puntal del desarrollo agropecuario autónomo. Sin embargo, eso está muy lejos de la realidad, pues el INTA
promueve un modelo de desnacionalización de la producción agraria. Esa evidencia está por fuera de la
reflexión, y anida como punto obvio en la ignorancia de políticos y agentes de la vida social. El convenio de la
Universidad de Arizona y de numerosas empresas transnacionales con el INTA genera un modelo de cómplices y
promotores de una biotecnología dependiente que multiplica enormemente los umbrales de dependencia, y
que termina suprimiendo las posibilidades de desarrollo local o regional autónomo. El modelo de tecnología
dependiente generado por el INTA tiende a confundir la tecnología con tecnología de punta, tiende a confundir
la tecnología con modelos autoritarios de ejercicio del saber tecnológico. Pero en nuestras circunstancias, el
puntal de los desarrollos locales no es precisamente la tecnología de punta sino la tecnología adecuada
adecuada a las circunstancias según un modelo homogéneo de desarrollo universal, global, abstracto. Por otra
parte, la tecnología de punta incluye un modelo de gestión autoritario, pues ese saber supuestamente de punta
está monopolizado por centros de investigación y patentes que no detentan el saber sino ese saber. Pero si la
tecnología adecuada es despreciable en tanto que saber, si los modelos democráticos de gestión del saber
quedan devaluados como mera administración de la ignorancia respecto de las tecnologías de punta, entonces
no hay otra cosa que ese modelo autoritario de las tecnologías de punta. 2~ Supongamos en una simplificación
brutal que el país es, en principio, agrario. El país, tras la catástrofe, o bien se sigue diseñando desde el modelo
clásico, mecánico, desde el paradigma de los desarrollos lineales que suponen que la gestión autoritaria de la
tecnología de punta genera crecimiento, y que el desarrollo es un predicado del crecimiento; o bien se piensa,
desde otra esfera, su rediseño. Ahora, rediseñar el país desde otra esfera significa no sólo dibujarotra cosa, sino
otro modo de dibujar. Es decir que el rediseño del país no implica una conservación del modo de diseñar
cambiando el contenido del diseño, sino que apunta a cambiar los mecanismos básicos de gestación de diseño.
Rediseñar el país desde la esfera de la ecología implica no sólo diseñar otro país sino ejercer otro modo de
diseñar, es decir, generar otro país en el movimiento mismo de ir diseñándolo de otro modo.

3~ El modelo de ciencia compatible con la tecnología de punta apunta hoy a la transgenia. La ingeniería genética
tiene la enorme potencia de tocar la cadena de genes en un punto particular en el cual se engendra la
modificación deseada para que haya más productos, más alimentos, más crecimiento, más desarrollo. Pero nada
de esta linealidad ilusoria o cínica se compadece con lo real. Según ese paradigma, la transgenia es inocua. Por
supuesto, si se piensa un sistema lineal de consecuencias, entonces las consecuencias no lineales no son
consecuencias. Y esas consecuencias no lineales desconsideradas son las que permiten, si se las suprime,
suponer que la tecnología de punta es por eso inocua: genera beneficios “sin daños colaterales”.

4~ Una catástrofe sugiere o postula la caducidad integral de un modo de pensar, sugiere o exige una mirada
radicalmente renovada sobre los recursos y sus potencias. Por supuesto que, desde una perseverancia subjetiva
cristalizada, cualquiera que asuma lo catastrófico de la catástrofe puede ser tildado de traidor, de desertor, de
quebrado. Pero más bien es al revés, pues, como siempre, hay formas repetitivas de “fidelidad” que generan
deserciones y hasta traiciones. Perseverar en lo mismo cuando ya no es lo mismo es una deserción del
pensamiento.

5~ Tenemos algunas imágenes de la catástrofe: cartoneros, familias bajo los puentes y plazas y veredas,
prostitutas que muy tempranamente o tardíamente son iniciadas o se inician en su oficio, es decir, en el
segundo caso, precipitadas por la imposibilidad de conservar los antiguos modos de vida. Si la crisis se percibiera
como crisis pasajera no se adoptarían caminos tan drásticos, vías que alteran tan esencialmente la subjetividad.
Luego, si la prostitución masculina o femenina, o la conversión de la familia en unidad de cirujeo se toman como
decisiones, es porque no se percibe ninguna posibilidad de conservar los modos de vida que se han destituido. Si
así se asume la crisis como catástrofe, insistir en los modelos de la crisis pasajera, de la emergencia desesperada
pero normalizable, implica no estar a la altura de lo que, de hecho, se está asumiendo en las prácticas cotidianas
de nuestra comunidad.
6~ La idea dedesarrollo local tiene enorme potencia para alterar los modos de pensar. El desarrollo local asume
la catástrofe. El desarrollo local obliga a pensar de otro modo. El país se piensa no desde la totalidad sino desde
cada uno de los puntos heterogéneos que han de componerlo cuando se compongan. El país se piensa desde
cada singularidad local en función de su potencia. O mejor: no se piensa el país sino que, potenciando las
posibilidades locales, se genera un efecto incalculable de antemano, un país fundado desde la dispersión de
situaciones y no desde el proyecto homogeneizado. La diversidad biológica, la diversidad cultural, la diversidad
de situaciones y la diversidad de recursos de las situaciones generan, desde su heterogeneidad diseminada,
posibilidades de composición imposibles e inconcebiblesa priori . El desarrollo local, así, no sólo es pensar otra
cosa sino pensar el país de otro modo, es pensar el país desde su forjarse a partir de los recursos que aparecen
como posibles después de la catástrofe. 7~ La imagen literaria de la catástrofe puede resumirse en la literatura
de náufragos. En un momento, el náufrago decide que el sitio en que ha sido arrojado es su sitio. La isla en la
que está no es la mera negación del continente en el que estaba sino que es una positividad nueva, vírgen,
disponible para generar un modo de vida a partir de lo que hay. El náufrago deja de significar su situación por la
relación de caída respecto de la situación previa y empieza a significarla desde sus posibilidades, desde sus
recursos. Así, la isla de Robinson es otra cosa que la negación de Manchester. La isla de Robinson es un sitio de
potente desarrollo en base a sus exiguos recursos, investigados ahora con mirada inocente y urgida.

8~ El modelo de desarrollo lineal por tecnologías de punta suele disponer al Estado como único recurso
productivo. es decir, como instancia que concentra todos los poderes, y que desde ahí debe proveer. La
catástrofe puede ser concebida como la ruina de la potencia previa del Estado. Y aquí es necesario sostener un
argumento a dos vías. Por un lado, plantear la responsabilidad política de ese vaciamiento de la potencia del
Estado y, junto con esto, sostener la necesidad de que se detenga el proceso de vaciamiento. Por el otro lado,
intentar otros caminos de producción de sociedad, conforme al paradigma implícito en la noción de desarrollo
local. Si el paradigma estatal vigente es lineal, el paradigma de desarrollo local es holístico, o integral.

9~ ¿Quiénes son nuestros interlocutores? En este momento, las personas con las que hablamos se definen como
constructores de ideología, es decir, como constructores de un modo de pensar que tenga capacidad de
intervenir en las situaciones y producir desarrollos locales políticos autónomos. ¿Quiénes son los interlocutores
para este modo de pensar? En principio aquellos con alguna capacidad de dirigencia que no quieran o no
puedan escapar a las determinaciones en ruinas de su lugar específico. Es decir, aquellos cuyo destino político
permanece amarrado al lugar, a la Intendencia, al Municipio, a la región en la que han sido designados. Los
interlocutores son aquellos para quienes la catástrofe es inocultable, aquellos que perciben lo drástico del
cambio de situación y ya no pueden confiar en el recurso habitual de transferir al Estado la generación de
recursos porque ya ven en eso un hábito ruinoso. Por más que sea responsabilidad del Estado, por más que sea
una responsabilidad de la que el Estado ha desertado, reclamarle que esté a la altura de su responsabilidad
cuando ya no puede estarlo tiene algo de cínico, algo de hipócrita, algo de argumento que permite retorizar una
situación sin que se pueda operar efectivamente alguna modalidad de rediseño del país.

10~ Pensar la Nación desde el Estado, ha sido el ciclo desde 1880 en adelante. El país generado desde el Estado
es el país generado desde un proyecto: un proyecto desde el Estado. Como decía Sarmiento: “una Nación para el
desierto argentino”. La modalidad de desarrollo local piensa de modo inverso. Piensala Nación sin Estado. Dicho
de otro modo: no hay un proyecto de Estado sino la proyección incalculablea priori de las múltiples situaciones
locales, que se irán componiendo según una dinámica imposible de anticipar la reconstrucción de la Nación y la
reconstrucción del Estado. El Estado se definirá entonces como una construcción desde las situaciones locales, y
no como proyecto genérico de país.

11~ Dos hechos que hemos considerado en el devenir contingente de la reunión resultan tan divergentes como
sorprendentes. Por un lado, un libro muy gordo sobre derechos de propiedad intelectual en vegetales
superiores. Resulta evidente, dado el notorio volumen del libro, que el régimen de patentes es la modalidad de
dominación actual que homogeiniza en la catástrofe los modos de producir, cosechar, cultivar, agruparse,
intercambiar. En torno de los patentamientos transita la palanca decisiva de la dominación actual. Por otro lado,
unos gráficos sobre la técnica de construcción de una escuela en Cholila, provincia de Chubut. A comienzos del
siglo XX, los vecinos de Cholila habían construido una escuela con la técnica adecuada: adobe francés. Una vez
construida, la donaron al Estado Nacional. La que ahora, a comienzos del siglo XXI, se está construyendo con la
misma técnica es aquella misma escuela. Todo hacía presumir que la comunidad no tenía recursos para construir
su escuela. Todo hacía presumir que el Estado tampoco contaba con recursos para proveer una escuela. Sin
embargo, sin esperar al Estado proveedor, la comunidad encuentra en sí los recursos necesarios. Un hombre de
84 años detentaba el conocimiento de la técnica adecuada, considerada obsoleta por la ideología de la
tecnología de punta; la capacidad laboral ociosa en carpinterías y demás oficios también puede ponerse a
trabajar. Tomada como símbolo, esta construcción ejerce y ejemplifica la producción local de un término que
después es puesto en la mesa

común – generando así desde sí misma, Estado. El modelo de la escuela de Cholila es quizás el paradigma a
pequeña escala y muy incipiente, de lo que el desarrollo local puede. 12~ Esta discusión sobre los modos de
producir Estado se distancia en gran medida de las modalidades de discusión habitual sobre el Estado en los
ambientes académicos. En ambientes académicos, cualquier discusión sobre el Estado es el eco lejano de alguna
discusión que realmente tuvo lugar en alguna escena fundamental de la historia de la filosofía política. Las
querellas universitarias, el comercio universitario de papers, de posgrados, de citas, necesita desrealizar las
situaciones concretas en nombre del carácter trascendente ya priori de las filosofías que aparentemente todo lo
han fundado. Pensar desde desarrollos locales no remite a la bibliografía, que va quedando aislados porque
asambleas, piquetes, clubes, etc. tienden a pensar de otro modo. El pensamiento en términos de desarrollo local
intenta arraigarse en estos sitios en que la Nación o algo así intenta germinar desde la dispersión de situaciones.
13~ Así, la catástrofe es la catástrofe del Estado Nación y no la catástrofe en sí. La globalización en sí no es ni
catástrofe ni salvación ni nada; es sólo una condición cuya relación con la catástrofe del Estado es clara, pero
cuya relación con las posibilidades de desarrollo local depende de los modos que adopten los desarrollos
locales. 14~ La Nación puede definirse ahora ya no desde el Estado que tiene como origen, o desde el Estado
que tiene como destino, o desde el pueblo que tiene como origen, sino desde los problemas que tiene como
actualidad. La Nación puede definirse como el modo en que se van componiendo las situaciones locales para
elaborar y potenciar sus proyectos. Las coordinaciones locales, al nivel que se requiera, van generando una
posibilidad administrativa de todo esto. El Estado no es el ente político supremo sino el ente administrativo que
compone los requerimientos de las situaciones locales. La Nación se definirá entonces por su modo de estar
construyendo un Estado y no por el Estado resultante al que da lugar. Se definirá por su modo de ir
componiéndose en una identidad diversa, técnicamente coordinada por el Estado, y no por una identidad
estatal trascendente que le asigne a cada uno su lugar y su función. Son los desarrollos locales los que le asignan
función y tarea al Estado, y no el Estado el que asigna a cada uno su lugar y su función en la composición estatal
integral. 15. El desarrollo local en esta línea no se piensa en términos de recuperación sino de fundación. El país
se rediseña desde sus sitios fundacionales. Los desarrollos locales y este modo de producción de Nación
dependen de asumir en su radicalidad la catástrofe del Estado Nación. Pero también de asumir que la catástrofe
del Estado Nación es la posibilidad de otro orden de vida social.

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