Por otro lado las imágenes paradigmáticas de “el cuerpo” tienden a reprimir la
conciencia mutua y sensata, especialmente entre aquellos cuyos cuerpos son
diferentes. Cuando una sociedad o un orden político hablan de manera genérica
acerca de “el cuerpo”, puede negar las necesidades de los cuerpos que no encajan
dentro de los cánones establecidos.
Entre los antiguos griegos un cuerpo desnudo indicaba la presencia de una persona
fuerte, más que vulnerable, y civilizada.
Los ciudadanos eran los hombres. Las mujeres, los esclavos y los metecos
(extranjeros) conformaban un grupo excluido, eran habitantes de la ciudad pero no
ciudadanos, Pericles nos habla de una ciudad tolerante cuando dice; “nuestra
ciudad está abierta al mundo”, pero aun así es comprensible a nuestros ojos que los
extranjeros no sean considerados ciudadanos simplemente por el hecho de no ser
griegos, pero en lo referente a las mujeres y los esclavos, la idea era diferente,
provenía de una fisiología que proponía que los cuerpos de estos eran más fríos que
los de los hombres, existía entonces una distinción entre esclavo y hombre puesto
que el esclavo puede ser hombre, pero se consideraba que al vivir ligado a los
trabajos propios de la esclavitud su cuerpo se iba enfriando y al descuidar el uso de
la voz; perdía la capacidad de participar como ciudadano en la polis, la frialdad
corpórea de la mujer; correspondía para los griegos a un “defecto” en la
concepción, en la procreación y eran en resumidas cuentas “hombres mal hechos” o
según Sennett “versiones frías de los hombres”, que sin embargo tenían la función
fundamental de crear, pero esta creación para los griegos era simplemente una
forma natural de perpetuar la especie que a su vez tenían los animales, por todo
esto, mujeres y esclavos no podían cumplir con las funciones principales del
ciudadano; que tenían que ver todas con el empleo de la voz puesto que la vida
política griega se desarrollaba “al calor de las palabras”, es decir que para los
griegos estos cuerpos calientes poseían las virtudes de ser fuertes, poseer el calor
para hablar y a su vez; para actuar o reaccionar en el caso de que fuese necesario.
La teoría del calor será utilizada según Sennett “para establecer reglas de dominio y
subordinación”.
Los atenienses establecían una analogía directa entre cuerpo y edificio, basándose
en la concepción fisiológica del cuerpo; no en su forma, para crear la forma urbana.
Ejemplo de ello, la stoa que consistía en una nave larga cuya parte trasera estaba
cerrada y la frontal se abría en una columnata al espacio abierto del ágora.
Contenían zonas frías y calientes, abrigadas y descubiertas. Las stoas no se
concebían como estructuras independientes, sino como delimitadores del espacio
abierto. En el lado cerrado los hombres se reunían para hablar hacer negocios o
comer. Cuando un hombre iba al lado abierto que daba al ágora, se encontraba
en el lado masculino, el lado expuesto.
La nueva disposición de las piedras, obligo a los cuerpos a adoptar una posición
que modifico en gran medida la forma de hacer política. Mientras que en el ágora la
democracia se desarrollaba fundamentalmente entre cuerpos que caminaban o
estaban de pie (entre iguales), la colina del Pnyx utilizaba políticamente los cuerpos
sentados de los espectadores. Colocaba literalmente al pueblo en una posición
vulnerable. Podían ser responsables de sus actos sólo si no se movían, pero en esa
inmovilidad se convertían en prisioneros de las voces individuales. Esto no muestra
el fracaso del ideal de democracia ateniense, sino las contradicciones y presiones
que el pueblo experimentó en una democracia que celebraba el cuerpo humano de
una manera particular. La voz expuesta se convirtió en una fuerza de desunión en
el espacio urbano. Los rituales urbanos se reforzaron, al ser conscientes los
ciudadanos de que la razón y la palabra podía ser manipuladas y transformadas.
Esta relación ambivalente que se da en Occidente entre la razón y el ritual se
originó desde la antigüedad y perdura en la actualidad.
La concepción griega del cuerpo humano sugería derechos diferentes, así como
diferencias en los espacios urbanos, ya que los cuerpos tenían diversos grados de
calor. Estas diferencias coincidían de manera muy especial con la división de los
sexos, ya que se pensaba que las mujeres eran versiones frías de los hombres. Las
mujeres no se mostraban desnudas por la ciudad; aún más, generalmente
permanecían confinadas en el oscuro interior de las casas, como si este encajara
mejor con su fisiología que los espacios abiertos al sol.
Según Sennet, las mujeres también tuvieron un desahogo en los rituales como una
especie de negativa de los oprimidos a sufrir de manera pasiva. El ritual puede
parecer una fuerza estática que preserva el recuerdo mediante la repetición de
gestos y palabras una y otra vez. Pero por el contrario, en el mundo antiguo los
rituales se adaptaban en la medida en que las antiguas formulas venían a servir a
las nuevas necesidades y los rituales que observaban solo las mujeres revelaban de
una manera más aguda este poder de adaptar el pasado al presente.
Las Tesmoforias
En el primero de los tres días que duraban las Tesmoforias, las mujeres iban a los
pozos que contenían los restos húmedos de los cerdos y echaban semillas en el
resto de los animales muertos. Este día estaba dedicado a ir y a subir, ya que las
mujeres salían de la cueva para entrar a unas cabañas especiales donde se sentaban
y dormían en el suelo. Durante el segundo día las mujeres ayunaban para
conmemorar la muerte de Perséfone y guardaban luto profiriendo juramentos y
maldiciones. Al tercer día, recogía los lechones con las semillas y esta apestosa
mezcla se sembraba en la tierra como una especie de abono sagrado.
Este rito como dice Jean-Pierre Vernant lo celebraban las mujeres como
ciudadanas, aunque se retiraran del mundo de los hombres para hacerlo. Solo al
final del tercer día regresaban con sus esposos, que las esperaban en el exterior,
saliendo de las cabañas con su carga generativa de carne muerta y grano. El manto
de tinieblas de la tierra, el frío de los pozos, la cercanía a la muerte, transformaban
el estatus de sus cuerpos. Durante las Tesmoforias las mujeres realizaban un viaje
por las tinieblas, del que emergían a la luz con su dignidad afirmada.
Las mujeres griegas vivían recluidas en las casas a causa de sus presuntos defectos
fisiológicos. En la Economía de Jenofonte, un esposo indica a su esposa: tus
quehaceres estarán entre estas paredes. En las Tesmoforias, un antiafrodisiaco, el
aroma del sauce, invadía las cabañas. En las fiestas en honor de Adonis se recurría
a especias aromáticas que acrecentaban el deseo. Suavemente fragante,
embriagadora y obscena esta celebración aromática liberaban las potencialidades
para que hablaran acerca de sus deseos en un espacio de la casa extraña y
normalmente no utilizado, el tejado.
El ritual de las fiestas de Adonis se inspiraba en este mito que lloraba la muerte de
un joven que sabía cómo proporcionar placer a las mujeres. Una semana antes de la
festividad que celebraba en su honor cada mes de julio, las mujeres plantaban
semillas de lechuga en pequeñas macetas que estaban colocadas en los tejados de
las casas. Esas semillas germinan con rapidez y las mujeres regaban y fertilizaban
con cuidado las macetas hasta que aparecían los primeros brotes verdes. Llegado
este momento, sin embargo, dejaban de regar las plantas. Cuando los brotes
empezaban a morir, había llegado el momento de que comenzara el ritual.
Entonces, las macetas situadas en los tejados eran denominadas “jardines de
Adonis” y las plantas secas reflejaban su muerte.
En el tejado, durante las fiestas de Adonis, había la misma lascivia que en las
celebraciones masculinas pero las mujeres no competían entre sí. Las mujeres iban
de una casa a otra, oían que las llamaban desde arriba en la oscuridad, y subían por
escaleras a los tejados para encontrase con extrañas. En la antigua ciudad, los
tejados solían estar vacíos, además, esta festividad se celebraba por la noche en
distritos residenciales donde no había iluminación en las calles. Las pocas luces
encendidas en los tejados durante las fiestas de Adonis dificultaban que se viera a
las que estaban sentadas cerca y no digamos a las que circulaban por la calle. De
esta manera se arrojaba un manto de tinieblas sobre las transformaciones en el
espacio de la casa.
En ese espacio, las mujeres bajo el manto de las tinieblas recuperaban su capacidad
de hablar y expresaban sus deseos. Igual que las Tesmoforias transformaban
imágenes de frío, las fiestas de Adonis trasmutaban imágenes de calor. La
exposición al calor del sol resultaba letal para las lechugas mientras que la
oscuridad liberaba a las mujeres. En el ritual de las fiestas de Adonis, el espacio era
la clave de la metáfora. Normalmente la fertilidad y el parto legitimaban la
sexualidad de la mujer por eso, el que una persona se sintiera libre para subirse en
un tejado en una noche de julio y rodeada de plantas muertas, Adonis hablara a
extrañas acerca de sus deseos íntimos es un poco peculiar.
Logos y Mito
Estas dos antiguas festividades ilustran una verdad social elemental: el ritual
tiene un efecto sanador. Es una forma en que los oprimidos pueden responder
a las ofensas y desprecio que sufren en la sociedad, incluso pueden hacer más
soportables los sinsabores de la vida y la muerte.
La civilización occidental ha tenido una relación ambivalente con los poderes del
ritual. La razón y la ciencia parecían prometer la victoria sobre el sufrimiento
humano, en lugar de limitarse a afrontarlo como hace el ritual. Sin embargo, en
nuestros días el ritual sigue vigente como terapia individual y colectiva.