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MIGUEL ÁNGEL CAMPODÓNICO

Carlitos Páez:
mi segunda cordillera
© Miguel Ángel Campodónico

© Librería Linardi y Risso


Juan Carlos Gómez 1435
Montevideo - Uruguay
Tels.: 29157129 - 29157328
Fax: (598) 2915 7431
E-mail: libros@linardiyrisso.com
www.linardiyrisso.com

ISBN: 978-9974-675-50-6

1ª edición, noviembre 2011.

Diseño de carátula: Rodolfo Fuentes

Impreso en Uruguay
Queda hecho el depósito que marca la ley.
Agradecimientos

a Florentina Viola
a Álvaro Risso
a Pablo Gelsi
a Ismael Piñero
a Damián Rapela
a Fernando Cortinas
al Padre Lucas
a Miguel Ángel Campodónico
a Juan y en su nombre a todos los adictos en recuperación

Un particular agradecimiento a Jorge Brito, Presidente de


Banco Macro, quien me impulsó a dar una conferencia
sobre mi segunda cordillera, hecho que significó el inicio
de este libro.

“Empieza por hacer lo necesario, luego lo que es posible, y de pronto te


encontrarás haciendo lo imposible...”
San Francisco de Asís

El grupo es un respaldo indestructible que ayuda a despertar las cualidades


dormidas de cada uno de sus integrantes.
Carlitos Páez
Dedicatoria

a mi hijo Carlos Diego (Mulú)

Homenaje

a mi madre Madelón, como símbolo de


todas las madres que sufren a lo largo
de este doloroso proceso
INTRODUCCIÓN

Por Carlitos Páez

Confieso que cuando pensé en la posibilidad de publicar este libro me


enfrenté a numerosas dudas antes de decidir que se hiciera realidad. Razones de
todo tipo hubo para que yo fuera postergando la realización de aquella idea
durante más de dos años, razón por la cual recién fue en este 2011 que acordé
con Campodónico que se abocara a su escritura. Él puede, precisamente, dar fe
de que lo que digo sucedió tal como lo relato y que la primera vez que estuvimos a
punto de empezar a trabajar en el texto fue cuando nos reunimos en junio de 2009.
Entre las razones que me llevaron a postergarlo me parece necesario
subrayar la verdad que consistía en que me costaba recordar el período en el que
mi vida estuvo a merced de las drogas y, sobre todo, porque muy probablemente
eso se debiera a que yo no quería recordarlo. De todos modos, ahora que el libro
está pronto me doy cuenta de que se trata apenas del esqueleto de lo sucedido, ya
que resulta imposible abarcar en su compleja totalidad lo vivido tantos años atrás.
Pienso, además, que no sería conveniente insistir hasta el cansancio con el mismo
tema, llover sobre mojado no haría otra cosa que convertir la lectura en una tarea
tediosa. Me interesa que el lector se encuentre con el núcleo y éste estoy seguro
que realmente está.
Hay una aclaración que me parece imprescindible formularla desde el
principio mismo. Fui yo quien le indiqué al autor los nombres de las personas a
quienes debería entrevistar para complementar la información que yo mismo
podría darle. Y a todos ellos los dejé en absoluta libertad, es decir, yo me mantuve
totalmente al margen, al extremo de que no me enteré del tenor de sus
declaraciones hasta que el libro estuvo terminado. Esta actitud la tuve incluso con
mi hija, a quien tampoco le sugerí ni siquiera ni una palabra de lo que yo quisiera
que dijera. Por lo demás, tampoco ninguno de ellos sabía cuáles serían las
preguntas que les formularía el autor.
Dije antes que el libro es una especie de esqueleto a lo que debo agregar
ahora que en un principio, cuando leí el original, me pareció que no era

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suficientemente extenso. Sin embargo, inmediatamente después comprendí que
eso era lo que correspondía, al fin de cuentas numerosos libros como, por ejemplo,
“El Principito”, no son demasiado largos. Es que en ellos lo que importa no es la
cantidad de páginas que contienen sino la esencia que encierran. Este trabajo es
probable que pueda leerse en poco tiempo, pero estoy seguro de que se digiere
durante toda la vida.
Yo aprendí que no era responsable de mi adicción, pero que en cambio lo era
de mi rehabilitación. El grupo fue fundamental, tal como en el libro se explica, ya
que la recuperación es muy vasta y necesita de los otros. La semejanza que se me
ocurre tiene que ver con lo que realiza en un circo el malabarista que con una larga
vara metálica logra mantener cinco platos en movimiento permanente mientras los
hace girar allá en lo alto sobre su extremo. Es precisamente el grupo el que ayuda
a que el rehabilitado también consiga mantener equilibrados todos los platos de su
vida, esto es, la familia, los hijos, los amigos, el trabajo, el dinero, la vastedad en
suma que supone el complejo regreso a la normalidad sin drogas.

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PRÓLOGO

Por el Padre Lucas

A medida que iba leyendo estas páginas sobre “la Segunda Cordillera”
rondaba por mi mente algo así como un subtítulo aclarador: “De la Lucha por la
Vida a la lucha por ser Persona”. Todos los seres vivientes venimos dotados de
muchas herramientas para enfrentar la vida pero el ser humano tiene el privilegio
de tener la ocasión de hacerse a sí mismo, claro está que desde sus posibilidades.
Podemos encontrar un sentido, disfrutar del reino de los valores, ganarnos a
nosotros mismos o perdernos la oportunidad de encontrar ese “para qué” que hace
de nuestra vida algo grande a pesar de nuestros límites. Es una opción LIBRE de
la que debemos responder ante nosotros mismos y ante la sociedad.
En el planteo del primer apartado ya ronda esta idea: la primera cordillera fue
un accidente; la segunda una elección. De la primera pasó a ser a los ojos de las
gentes un héroe, casi un Dios. En la segunda, en su lucha por superar la droga
vemos a un héroe en lo cotidiano, no el que nace de la mirada ajena sino de la
propia decisión. Vemos en este tercer apartado la grandeza en la pequeñez. Es
interesante la respuesta que da a Mirtha Legrand en aquella entrevista cuando lo
invita a brindar con champagne y preguntado ante la negativa contesta “yo ya me
lo bebí todo”. La gran heroicidad consistía en el cambio “de un proyecto de muerte
a un proyecto de vida”.
Hay un texto en el libro que les adelanto porque habla también de mi vida y
de la de muchos adictos de los que nadie se fía por lo que fueron, cuando lo más
importante en una persona no es el camino que hizo sino el que está haciendo y la
meta que le hace caminar. Para poder disfrutar del libro hay que saber mirar:
“Cuando ya estaba viviendo sin drogas de ninguna clase una persona
conocida me dijo cierta vez que había visto una fotografía mía en un diario y
agregó ‘¡vos siempre estás tomando!’. Yo había concurrido a una reunión y en el
momento en que se tomó la fotografía que se publicó estaba con un vaso de
refresco en la mano. Hacía una eternidad que no tomaba alcohol, pero para esa
persona lo más fácil fue ver lo que había imaginado, lo que él quería ver, no lo que

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en verdad era. Si Carlitos Páez tenía un vaso debía estar lleno de alcohol. Para
aquel conocido no podía ser otra cosa.”
Podemos mirar sin ver. Les quiero invitar a mirar viendo. A mirar con el cariño
que inspira cualquier ser humano cuando se logra descubrir su grandeza de
hombre, sin juzgar y dejándose sorprender, porque las miradas objetivas
descubren objetos. Únicamente las miradas con amor descubren lo profundamente
humano, al verdadero sujeto.
El apartado cuatro plantea que “para cambiar hay que padecer”. No se
preocupen, no se trata de masoquismo. Siempre, creo que desde tengo uso de
razón, me gustó la naturaleza, las caminatas por la montaña, no buscaba caminos
fáciles, sino los senderos, aquello que tenía sabor a aventura; a veces se hacían
casi impenetrables, salía marcado por las espinas, pero eso no era nada
comparado con el disfrute de lo nuevo, con el placer de vencer la misma
comodidad. Los mejores recuerdos los tengo de aquellos sacrificios compartidos
que hicieron posible mis mejores lazos de amistad en personas que buscaban lo
mismo que yo: descubrir algún paisaje no conocido.
El camino de la recuperación no se hace por autopista sino por senderos,
llenos de dificultades, donde se forja el espíritu, se vence la comodidad, se lucha
por ser libres. Les digo que vale la pena.
¿Se fijaron en la frase: Vale la PENA? Lo ponemos con mayúsculas, porque
en todo valor hay algo de pena. Aceptamos el vale, pero la sabiduría popular de
los dichos nos indica el camino: La pena. Sin esfuerzo, sin dolor, no hay cambio.
La crisálida es el gusano que aceptó morir y por ello se transformó en mariposa.
En uno de los retiros con personas en recuperación de las drogas observé
que cada uno pugnaba por aparecer como el que más había sufrido. Recuperarse
supone un proyecto de vida, un mirar hacia adelante, así que corté la reunión y los
llevé a los baños, les hice observar el pozo ciego. Al rato pregunté ¿Saben ustedes
que hay ahí?
Si, excrementos.
Entonces les mostré los árboles más grandes y hermosos que había en el
lugar. Eran los que había plantado al lado. Esa fue la meditación: de lo que todo el
mundo desecha nace lo más hermoso. No qué desgracia, sino qué suerte que la
adicción los había hundido y lo habían aceptado; tenían por delante un futuro
insospechable. En el mismo retiro uno de ellos oró de la siguiente manera:
“Gracias te doy Señor porque soy adicto en recuperación porque si no nunca te
habría descubierto”.
En el proceso de ser persona son imprescindibles los demás. Es el tema del
apartado quinto. A mis alumnos les explico que en realidad lo que cura en una

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terapia es el encuentro y más que nunca se puede aplicar a la adicción. Los
compañeros que buscan lo mismo, que caminan en la misma dirección, la figura
del padrino, convierten la experiencia frustrante en inicio de un camino común. Las
penas compartidas son menos penas y las alegrías compartidas se multiplican a sí
mismas. Estos días atrás estuve en la casa de mis padres; pude ver cuadernos de
mi niñez que había guardado mi padre y descubrí una página escrita cuando
tendría unos treinta años. Eran unos pensamientos tras una ascensión al pico del
águila perteneciente al prepirineo. Me decía a mí mismo “He estado
preguntándome por qué estas montañas producen en mí un gozo distinto al de
otras y he descubierto el secreto en ese perrillo negro que me ha seguido. Son
montañas compartidas.” El otro es más que compañía, es necesario para crecer.
El apartado sexto reza así: “La libertad de una actividad propia.”
El grupo, que es necesario, puede llegar a ser una trampa, una rémora para
vivir y se convierte en eso cuando pasa a ser el refugio y la excusa para dejar de
trabajar, para seguir viviendo de arriba. Los doce pasos son más que una manera
de dejar la droga, son un excelente modo de caminar en el desarrollo de mis
posibilidades como persona. Las críticas a Carlitos ignoraban algo fundamental, el
descubrimiento de valerse por sí mismo, el abandono de lo fácil para ser
consecuente con el camino elegido, luchar contra la dependencia.
Y finalmente podrán disfrutar al leer las últimas páginas, de la ternura, la
delicadeza, la alegría de una afectividad centrada. Si miran con el corazón podrán
encontrar los gestos que necesitamos todos para poder amar la vida aún en las
dificultades. Carlitos perdió la familia pero en el proceso de recuperación ha podido
gozar en plenitud de su paternidad. Es un buen testimonio y un estímulo para
seguir en la lucha a aquellas personas que perdieron todo. La obscuridad no tiene
la última palabra, al final triunfa la luz. Los caminos de Dios son inescrutables.

Fr. Lucas Alberto del Valle

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UNA NUEVA CORDILLERA

Si a alguien se le preguntara si es verdad que Carlitos Páez, después de la


odisea de los Andes tuvo que enfrentar otra prueba límite que amenazó con
sepultarlo, casi seguramente contestaría negativamente. Es difícil imaginar que
una misma persona tenga que pasar por dos momentos de tal naturaleza que
estén a punto de llevarla a la muerte. Sin embargo, quien negara este hecho
estaría completamente equivocado. Es que quienes pudieran interesarse en
conocer cómo fue la vida del sobreviviente Carlitos Páez, en los años siguientes a
la tragedia desatada por la caída del avión en el que viajaba, necesariamente
tendrán que conocer el durísimo desafío al que debió enfrentarse cuando ya había
vuelto a la vida y se había reintegrado a la rutina cotidiana en Uruguay.
En principio es cierto que parece imposible que después de permanecer
perdido durante setenta y dos días en la inmensa cordillera y de haber tenido que
recurrir, como sus compañeros de desgracia, a la antropofagia como medida
extrema para no morir, Carlitos tuviera que padecer otra experiencia que estuviera
a punto de lograr lo que los Andes no habían podido conseguir. Claro que a
aquella no llegó como consecuencia de un accidente sino de actos propios que
fueron encadenándose hasta dejarlo al borde de un abismo que estuvo cerca de
tragarlo.
Entonces, lo que cabe es, una vez aceptada la existencia de esa nueva
prueba que Carlitos Páez denomina “mi segunda cordillera”, indagar para saber en
qué consistió y sobre todo cuáles fueron los caminos que recorrió para
paulatinamente ir librándose de la trampa en la que había caído con el correr de
los años. Lo que importa conocer es, en suma, cómo recuperó la libertad al zafar
de aquella y en qué consistió su fundamental transformación.
En el libro “Después del día diez” 1, Carlitos Páez afirmó con una sinceridad
poco frecuente —esa característica suya que llama la atención porque no se
detiene ni siquiera frente a los asuntos más personales— que él tiene una

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Miguel Ángel Campodónico, Linardi y Risso, Montevideo, 2003.

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mentalidad adicta. Cuando hizo ese comentario para el libro se refería
concretamente a la adicción a los medicamentos, pero en las páginas siguientes
también habló de la dependencia del tabaco, del alcohol y de otras drogas más
pesadas que lo atrajeron de tal modo que terminó convirtiéndose en un adicto
obligado a buscar ayuda para lograr la rehabilitación.
Después del tabaco —su única adicción hasta la tragedia de los Andes en
octubre de 1972— tal como también lo dijo en el libro antes mencionado, llegó el
alcohol para sumarse a los cigarrillos negros “La Paz Suave”, entonces su marca
preferida. No podía decirse todavía que se hubiera convertido en un alcohólico
absoluto, pero es verdad que una vez que se reintegró a la normalidad, durante el
primer verano después de la tragedia, esto es, a fines de 1972 y principios de
1973, tomaba más de un whisky diariamente. Él lo comenta de esta manera: “No
recuerdo haber pasado un solo día de ese verano sin tomar uno o dos vasos de
whisky, creo que lo hacía para hacerme el hombre, me parecía algo divertido”, lo
que en cierto modo permite pensar que el terreno ya había sido abonado
convenientemente para que tiempo después crecieran en él nuevas adicciones.
Y para subrayar esa especie de indiferencia con que se trata al consumo del
alcohol agrega: “Ahora me causa gracia recordar que algunas publicaciones
decían que los sobrevivientes de los Andes habían madurado. Una revista
japonesa, por ejemplo, había expresado que tanto habíamos madurado que a
pesar de nuestra juventud parecíamos personas de alrededor de cuarenta años.
Aquello era absurdo, quizás era verdad en parte, en algún punto concreto y nada
más, pero en muchísimas cosas importantes no habíamos madurado nada.
Además, generalmente se olvida que la gran droga es el alcohol, es habitual
dejarlo de lado como si no fuera una droga, yo me animo a decir que el noventa
por ciento de los adictos toman alcohol”.
Es necesario recordar que Carlitos cumplió los diecinueve años de edad en la
cordillera, por lo que apenas entrado en la juventud, con tan pocos años a cuestas,
llegó a Montevideo para encontrarse con que el común de la gente lo consideraba
una especie de héroe de temple de acero —más de una publicación extranjera lo
llamó precisamente así, “the man of the iron spirit”— que parecía salido de una
novela de aventuras. Las circunstancias aparentemente ingobernables lo habían
llevado a que se le adjudicara el papel de un protagonista literario que después de
pasar por mil vicisitudes lograba salir ileso para culminar en un final feliz
escapando de la oscuridad para regresar a la luz plena. Difícil papel que nunca
había pensado que le sería reservado y para el que, por supuesto, tampoco estaba
preparado.
Pasarían varios años desde aquel verano de 1972-1973 —es necesario
insistir con que fue el primero que vivió en el Uruguay después de haber
sobrevivido en los Andes— para que Carlitos Páez se convirtiera en un alcohólico

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debido muy probablemente a que, como recién lograría entenderlo con el paso del
tiempo, había considerado que al escapar de la cordillera había traído consigo una
especie de salvoconducto que al hombre del temple de acero le permitiría hacer
todo lo que quisiera del modo que se le ocurriera porque la sociedad se lo
perdonaría.
Sin embargo, Carlitos ha declarado más de una vez que siempre ha sentido
que su verdadera cordillera no fue la tragedia de los Andes, sino la separación de
sus padres cuando él tenía trece años, un golpe que debido a su exacerbada
sensibilidad lo marcó para siempre. Esta opinión suya, según sostiene, fue
comprendida por mucha gente que se sintió identificada con su sentimiento y que
así se lo hizo saber. Pero, además, también ha repetido que sus adicciones
terminaron levantándose frente a él como una barrera tan imponente y difícil de
superar como el divorcio de sus padres y como la andina.
Sería entonces cuando se vería obligado a pelear nuevamente, a luchar por
recuperar su libertad, a romper los nudos que lo mantenían atado en principio al
consumo de alcohol y posteriormente de la marihuana, de la cocaína y de los
medicamentos. Y tampoco se ha cansado de reiterar que para triunfar en esa
pelea tuvo un papel fundamental el respaldo de un grupo tal como había sucedido
cuando se apoyaron los unos a los otros para sobrellevar la tragedia de los Andes.
La presencia de los demás en Narcóticos Anónimos, fue el camino adecuado que,
paralelamente a un inicial tratamiento estrictamente médico, contribuyó de modo
decisivo a su rehabilitación. Él no estuvo solo, sintió que esos otros sobrevivientes
que eran los adictos con los que compartía en el grupo las reuniones semanales lo
comprendían, lo protegían y lo ayudaban a continuar la marcha hacia delante para
quedar liberado de las drogas.
Tal como se dijo, durante aquel verano Carlitos no dejó de tomar whisky
todos los días. En tanto se trata de una droga socialmente aceptada, él no sentía
que estuviera cometiendo un acto que fuera condenado por la gente que
frecuentaba. Por lo demás, muy probablemente buscando formar una familia
debido al conflicto emocional desatado por la separación de sus padres, en 1976
se casó muy joven —apenas tenía veintidós años— y si bien entonces era una
persona contraria a las drogas, al punto que la sola mención de la palabra lo
molestaba, con el paso del tiempo igualmente terminaría convirtiéndose en un
adicto.
Carlitos explica que se casó a una edad tan temprana debido a la atracción
que ejerció sobre él la familia de su esposa, quien, por otra parte, tenía solamente
diecinueve años: “Me gustaba mucho su familia, era gente de campo y a mí me
parecía que esa clase de gente era la que lograba formar una organización familiar
más sólida, bien constituida, al menos en comparación con la mía donde había
sido todo diferente. En mi casa yo no tenía límites, mi padre me parecía una figura

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inalcanzable, puedo decir que yo vivía a su sombra, su fama, sus éxitos tanto en el
Uruguay como en el exterior en todo lo que hacía, así como sus viajes
permanentes lo alejaban constantemente de mí. Sin embargo, a pesar de la nueva
familia que me había aportado el matrimonio estuve casado solamente tres años”.
Su mentalidad por el propio Carlitos definida como adicta, que lo llevaría a
pasarse de una droga a la otra, fue la que lo impulsó a la cocaína después de
concurrir durante un período a Alcohólicos Anónimos. Su última internación en el
Hospital Británico, la más importante ya que duró treinta días, no se debió a
ninguna de aquellas drogas sino a su adicción a los medicamentos. “En realidad —
comenta— el adicto es adicto a todo, se va sustituyendo una cosa por la otra, yo
llegué a tomar tres Lexotan2 por día, los ponía en el mate. Estuve internado tres
veces por el alcohol por decisión propia y la primera vez estuve un año sin tomar
aunque seguía consumiendo pastillas. Yo no me había dado cuenta de que los
psicofármacos eran tan perjudiciales como el alcohol. Claro que además a las
pastillas yo le sumaba la cocaína.”
Efectivamente, sus adicciones lo habían llevado, entre otras cosas, a
internarse para hacerse una cura del sueño. En total estuvo cuatro veces
internado, tres en el Sanatorio Americano y una en el Hospital Británico. Pero,
además, como consecuencia de sus adicciones tuvo que padecer cuarenta y dos
días en prisión en distintas cárceles del país por el simple consumo de drogas, una
medida represiva que hoy nadie se animaría a considerar como la más apropiada
para ayudar a quien ha caído en una adicción. En esa época, es decir, en 1980, el
Uruguay estaba gobernado por una dictadura militar producto del golpe de estado
que se había producido en 1973 y seguramente a las autoridades se les hizo agua
la boca cuando se les presentó la oportunidad de mostrar públicamente la
fotografía de un héroe de los Andes, perteneciente a la llamada clase alta,
encerrado en prisión por actos que consideraban inmorales. Los militares deben
haberse sentidos satisfechos porque de ese modo contribuían a demostrar que
aquel hombre mirado como un pituco del residencial Carrasco que se había
transformado en héroe tenía los pies llenos de barro como cualquier persona
común que vivía en los barrios populares de la ciudad. Las fotos de frente y de
perfil de Carlitos Páez en los diarios, su imagen en la televisión y la reproducción
de la noticia demostraban que las autoridades velaban por la moralidad pública y
que no se detenían ni siquiera frente a un hombre a quien se veía como una
especie de símbolo de la voluntad y de la actitud positiva por lo que había tenido
que vivir en los Andes.
Tanta fuerza adquirió la forma elegida para exponer públicamente lo que
debería verse como una debilidad de Carlitos Páez, que un compañero suyo de la
odisea andina fue a visitarlo a la cárcel no para solidarizarse por el momento que

2
Marca muy conocida en el Uruguay de un psicofármaco.

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estaba pasando en la prisión sino para echarle en cara su adicción a las drogas.
Ese compañero se mostró indignado porque pensaba que la actitud de Carlitos, a
quien al fin de cuentas condenaba por ser un drogadicto irresponsable, terminaría
desprestigiando a todos los sobrevivientes de los Andes. La difusión de la noticia
en los medios de prensa había logrado que el héroe reasumiera su pobre
condición humana, los supuestos héroes admirados por la opinión pública no lo
eran tanto.
Cuando salió en libertad, Carlitos decidió comenzar una terapia, ya que de
ese modo se convenció de que contribuiría a borrar la imagen que la gente común
podría haberse hecho del héroe caído, pero sobre todo porque ya rondaba en su
cabeza la necesidad de enfrentar sus adicciones con el valor y la determinación
que le exigía el gigantesco muro que las drogas habían levantado entre él y la vida
normal. Para liberarse totalmente del consumo, sin embargo, todavía debería
pasar algún tiempo más.
Las terapias se sucedieron y aún hoy continúa asistiendo una vez por
semana a una sesión que lo ayuda a tratar fundamentalmente la culpa, una traba
psicológica bastante extendida que como él mismo comenta preocupa a
muchísimas personas. En un principio concurría cuatro veces por semana para
llevar adelante una de corte psicoanalítico, pero luego decidió dejarla y reiniciar un
tratamiento diferente. Aquella fue una decisión fundamental en tanto lo hacía por
su propia voluntad buscando el camino para desprenderse de la adicción del
alcohol, paso que culminaría con su internación durante diez días. Claro que, como
suele suceder en casos similares, después de pasar un año entero sin tomar un
solo trago, un día en el que se festejaba un cumpleaños tomó una copa y ya no
volvió a detenerse. Nuevamente pasaría un tiempo hasta que finalmente llegaría el
momento en el que daría el gran salto al tomar la determinación, mientras estaba
internado en el Hospital Británico, de integrarse a las reuniones de Narcóticos
Anónimos. Esto fue consecuencia, como se verá más adelante, de su asistencia a
una terapia con un médico que también era un alcohólico en recuperación y quien
finalmente le sería de gran utilidad para empezar a dejar las drogas ya que si bien
se había desprendido del alcohol había terminado cayendo en las garras de la
cocaína mientras seguía consumiendo los medicamentos.
En verdad, el proceso de las adicciones de Carlitos tuvo varias etapas que él
mismo se encarga de recordar: “En 1976 probé la marihuana, me acuerdo que
quise hacerlo en presencia de mi padre, fue cuando hice un viaje a Nueva York
con mi esposa invitados por él. Ahora hago una enorme cantidad de viajes
anuales, solamente a México he viajado más de veinte veces en un año, pero
aquel fue mi primer viaje largo de modo que para mí era toda una novedad. Si hoy
me preguntara por qué aquel día decidí fumar marihuana lo único que se me
ocurriría contestarme sería que lo hice por novelería, no puedo decir otra cosa, no

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tengo ninguna explicación más convincente. Como tampoco tengo una razón clara
para justificar que quisiera fumar estando mi padre presente. Después dejé el
alcohol y me pasé a la cocaína debido a que un amigo me invitó a probarla. Y más
tarde todavía empecé a consumir medicamentos. Fui por primera vez a un grupo
de Alcohólicos Anónimos en Argentina, pero en aquel tiempo esos grupos
funcionaban únicamente para dejar de consumir alcohol, esa era la substancia que
debía abandonarse. Si el integrante del grupo se liberaba del alcohol se
consideraba que el procedimiento había dado resultado. No había grupos
formados para combatir adicciones diferentes. Y entonces, uno si bien dejaba el
alcohol, pasaba a consumir cualquier otra cosa. Tengo entendido que ahora el
enfoque cambió, ya no se trata de Alcohólicos Anónimos, se habla de Adictos
Anónimos. En cambio, Narcóticos Anónimos enfocaba su actividad para quedar
limpio del alcohol y de las otras drogas. Mientras concurrí a Alcohólicos Anónimos
nunca más consumí alcohol, cuando recaí en el cumpleaños ya no estaba
concurriendo a los grupos. En aquellos tiempos me internaba, salía del sanatorio,
volvía a tomar y volvía a internarme, pero cuando iba al grupo yo seguía
consumiendo cocaína, de modo que no estaba limpio ni mucho menos de drogas.
Por suerte el alcohol y la coca no fueron contemporáneos, cuando me pasé a los
medicamentos y a la cocaína no tomaba alcohol”.
En la vida de Carlitos hubo, pues, una variada historia de internaciones y de
distintas terapias que hablan claramente de los diferentes caminos que tuvo que
recorrer hasta que con una actitud decididamente positiva estimulada por quienes
estaban hundidos en el mismo problema logró liberarse de las adicciones. Parece
oportuno transcribir lo que él dijo en el libro “Después del día diez”, al referirse al
sentimiento que ha guardado por las personas que conoció en los grupos de ayuda
para dejar las drogas en comparación con la condición de amigos que se les ha
atribuido a quienes se enfrentaron a la muerte en los Andes.
En aquella declaración una vez más su sinceridad no dejó de sorprender:
“Hay además una verdad que me interesa especialmente puntualizar. Sobre todo
para que no se siga hablando equivocadamente de las características de las
personas que subimos al avión el jueves 12 de octubre de 1972. Aquel grupo —ya
lo he insinuado anteriormente— no estaba conformado exclusivamente por
amigos. Por consiguiente, después de nuestro reingreso a la vida normal, no nos
convertimos por arte de magia en lo que nunca habíamos sido. No somos todos
amigos ni somos un conjunto de apóstoles que anda por el mundo predicando la
verdad. Yo, por ejemplo, me siento mucho más amigo de los compañeros que
integran Alcohólicos Anónimos y Narcóticos Anónimos —grupos a los que
concurro todavía—3 que de algunas de las personas que hicieron el viaje conmigo.
Y esto es importante, ya que se trata de amistades elegidas, de una elección
3
Actualmente no concurre a esos grupos a pesar de sostener que es probable que debería
continuar yendo. “Al fin de cuentas se trata de una terapia grupal, gratuita y efectiva”, afirma.

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personal. Con los compañeros que compartimos los sufrimientos en la cordillera
nos reunimos para realizar determinadas cosas concretas, pero esto no significa
que seamos todos grandes amigos”. Y posteriormente, en otra charla con el autor
de este libro, Carlitos agregó que “no se trata de una novela rosa, no todos los
sobrevivientes de los Andes éramos amigos ni lo somos, es evidente que cada uno
de nosotros es diferente y eso lo sabemos”.
Escuchar el relato de Carlitos de las circunstancias que rodearon su
detención y la posterior prisión por ser un adicto, sirve para incorporar nuevos
elementos que ayudan a conocer cómo las autoridades de la época lo exhibieron
como si fuera un delincuente.
“En 1980 pasé cuarenta y dos días preso en distintos establecimientos de
Canelones, Maldonado y Montevideo, en este caso en la Cárcel Central. Me
sacaron del apartamento en el que entonces vivía en la Avenida Brasil. Me
acuerdo que entre otros apremios se empeñaban en preguntarme a quién había
matado para comérmelo en los Andes, que confesara, que diera el nombre de la
persona que yo había asesinado. Mi fotografía aparecía en la televisión y en los
diarios, cosa que estaba totalmente prohibida ya que yo no tenía antecedentes de
ninguna naturaleza, en el peor de los casos, si yo era culpable de algo, debían
tratarme como a un primario absoluto. Como si fuera poco la noticia y mi fotografía
también aparecieron en la prensa argentina y lo que todavía es peor publicaron
una en la que yo estaba con mi mujer y mi hija. Me llevaron simplemente por
consumo, pero en el momento en que me apresaron no estaba consumiendo, ni
siquiera me encontraron droga encima, no tenía nada de nada. No fui el único que
cayó preso, conmigo marcharon otros, lo que ellos querían era gente conocida y yo
les venía como anillo al dedo. La peor tortura que recibí fue la psicológica, pero
también me encapucharon, claro, a cada rato me anunciaban que iban a aplicarme
la picana eléctrica. La tortura en aquellos tiempos era moneda corriente, no hay
que olvidar que no se ejercía únicamente contra los militantes de los sectores
políticos. El operativo que desplegaron se llamaba ‘Hongos en abril’, la policía llegó
a hablar de un ‘turbio caso de estupefacientes’, parecía que estuvieran
desarrollando un gran plan para desbaratar a una banda de delincuentes y que yo
fuera uno de ellos.”
Cuando se había rendido al consumo, Carlitos realizó actos que muestran el
grado de desequilibrio al que puede llegar una persona que se ha rendido a la
droga. Si él los menciona es, precisamente, para recordar que la personalidad se
transforma y que el adicto se cree todopoderoso al punto que está convencido de
que los límites no existen. Justamente es debido a esa condición que adquiere
quien se ha drogado que él recuerda que a la cocaína se la conocía como la
“droga tarzanesca”. Los hechos que Carlitos evoca son apenas dos, no le parece
necesario ofrecer otros para ejemplificar lo dicho anteriormente.

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“Yo tenía una heladera que no sé por qué razón cuando se la tocaba siempre
daba un fuerte golpe de corriente. Yo no me preocupaba por arreglarla, así dejaba
que siguiera funcionando. Me acuerdo que cuando algún amigo iba a visitarme a
mi casa yo aprovechaba para pedirle que me trajera alguna cosa de la heladera y
de esa manera disfrutar viendo cómo al abrirla recibía la descarga eléctrica. Así
me divertía, jugando con lo que podría terminar en una tragedia. En otra
oportunidad recibí una llamada telefónica anónima de un amigo que para hacerme
una broma se hizo pasar por policía. No llegué a identificarlo porque había
desfigurado la voz de modo que asumí que lo que había dicho quien me hablaba
era verdad. Su llamada, según me dijo, se debía a que quería avisarme que estaba
en conocimiento de que en ese momento la policía se dirigía a mi casa para
llevarme preso. Yo tomé entonces aquella noticia con mucha tranquilidad, si es
que puede decirse que un drogado en algún momento está tranquilo como una
persona que no es adicta, lo que quiero decir es que me convencí de que yo
podría arreglármelas por mí mismo, que no me importaba absolutamente nada que
vinieran a buscarme para trasladarme a la cárcel. Me quedé tirado en la cama,
puse sobre ella la droga que tenía, dos pistolas y una escopeta y me dispuse a
enfrentarlos. Así esperé que la policía llegara a mi casa, cosa que nunca sucedió.
Pero yo no sabía que se trataba de una broma, estaba convencido de que como
Tarzán todo lo podía.”

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ADICTO SIN LOS ANDES

En el caso de Carlitos, lo primero que sorprende a alguien que no es


entendido en adicciones es el largo lapso que transcurrió entre lo que vivió en los
Andes y su caída en el infierno de las drogas más allá del alcohol que había
empezado a tomar en el verano antes mencionado. Contrariamente a lo que podría
pensarse no puede establecerse una relación directa entre lo sucedido en la
cordillera y la costumbre de consumir drogas. Carlitos no se convirtió en un adicto
inmediatamente después de la tragedia. Sus adicciones no pueden explicarse de
esa manera, no fue la consecuencia natural por haber enfrentado a la muerte en la
cordillera lo que lo llevó a tomar ese camino.
Por un lado, el mismo Carlitos está convencido de que “lo que pasó en los
Andes no tuvo nada que ver con que yo fuera un adicto, es verdad que ser alguien
con renombre en plena juventud, con cierta cuota de fama, termina embarullando y
en cierto modo desequilibrando, pero probablemente yo hubiera sido un adicto
aunque el avión en el que viajaba no se hubiera caído y no hubiera vivido aquella
tragedia que soporté durante más de dos meses”.
Evoca los momentos vividos al regresar al Uruguay, en medio del entusiasmo
de la gente que les ofreció a los sobrevivientes un recibimiento propio de
semidioses, pero reitera que no cree que haya caído en las adicciones por el lugar
tan particular que pasó a ocupar en la consideración pública a partir de aquel
momento: “Tengo todavía en la cabeza lo que fue el recibimiento en el aeropuerto
de Carrasco cuando los sobrevivientes regresamos de Chile, miles de personas se
aglomeraban para darles la bienvenida a quienes habían llamado ‘los chicos que
volvían de la muerte’. Aquel día, como pocas veces sucedió en el Uruguay, se
paralizó el país. Cuando llegué a mi casa el ambiente era una locura, entraba y
salía gente todo el tiempo. También la prensa del mundo entero estaba pendiente
de nosotros, de pronto dimos un salto a la fama y eso no es fácil de manejar a los
diecinueve años. Sin embargo, repito, no soy adicto por los Andes, eso ya venía
conmigo, en todo caso la cordillera fue el campo propicio para que yo me largara
por un camino fácil, un camino que estaba lleno de frivolidad y de insensatez. Yo

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no voy a echarle la culpa a la cordillera por mis adicciones. Me preguntaba qué
misión tenía que cumplir en la vida, una pregunta completamente fuera de lugar,
absurda, yo no tenía que cumplir ninguna misión por el hecho de haberme salvado
de morir en los Andes, no tenía que sentirme culpable por haber seguido con vida”.
Cuando a Carlitos se le pregunta si en aquel momento realmente se sintió
una especie de héroe moderno no deja de sonreír y de contestar negativamente.
Para él todo fue producto de las circunstancias explotadas por los medios
uruguayos y extranjeros para presentar a los sobrevivientes como seres
legendarios de modo de despertar el mayor interés en el público que cuando
aparecía el nombre de uno de ellos se afanaba por leer los diarios y las revistas,
escuchar las radios y ver la televisión.
Es en ese sentido que recuerda un hecho que otra vez evoca con la misma
naturalidad con la que enfoca todos los asuntos para ejemplificar hasta dónde llegó
la confusión en la que cayeron los medios víctimas de su propia estrategia para
ganar consumidores: “¡Qué voy a ser un héroe, todo aquello fue un bluf! Al fin de
cuentas, yo soy una persona inteligente, no soy un estúpido, de modo que sabía
muy bien quién era, como también sabía que no era un sabelotodo. Voy a dar un
ejemplo de la exageración a la que llegaron los medios. ¿Cómo puedo yo ser un
hombre de consulta literaria? ¿Acaso me había convertido en un especialista
porque había sobrevivido en los Andes? Sin embargo, un día me llamaron por
teléfono desde un diario montevideano para preguntarme qué libros recomendaba
leer. Era un despropósito total. Yo le seguí la corriente al periodista y salí del paso
porque como justamente en esos días había leído algo sobre Antonio Tabucchi, el
escritor italiano, se me ocurrió decir que había que leerlo. Lo único que recordaba
era que en cierto momento me había llamado la atención que Tabucchi definiera el
cielo como de un ‘azul furioso’. Eso me había gustado mucho así que aproveché
para atarlo a la respuesta que le di al periodista. Supongo que de ese modo,
debido a lo que contesté, habrá creído que entre tantas otras cosas yo era un gran
lector, al fin de cuentas parecía que los sobrevivientes de los Andes podíamos
opinar con propiedad sobre cualquier tema. Me sentía como si yo fuera el
personaje protagónico de la película ‘Desde el jardín’, aquel jardinero interpretado
por Peter Sellers, que solamente conocía el mundo exterior por lo que veía en la
televisión y que cierto día, debido a un hecho circunstancial, se convirtió en una
personalidad de quien todos querían escuchar sus opiniones. Era algo retardado,
no tenía idea de nada, pero todo cuanto decía —siempre relacionado con las
plantas, las flores y los árboles— era interpretado por lo demás como si hablara un
lenguaje cifrado sobre los temas más importantes de la política y de la economía
hasta que terminaron considerándolo algo muy parecido a un genio”.
La opinión de Carlitos al rechazar la idea de que sus adicciones fueron
directamente causadas por la tragedia de los Andes, es también la del doctor

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Fernando Cortinas, especialista en medicina de la adicción, quien trató a Carlitos
en su momento más difícil y fue el responsable del tratamiento que se le aplicó
durante la internación en el Hospital Británico, así como quien provocó su
participación en un grupo de Narcóticos Anónimos: “Yo no excluiría a los Andes,
pero diría que fue un elemento complementario, ya que se trata de un hecho
esencial en la vida de cualquier persona. Carlitos antes de ser mi paciente ya
había tenido otras internaciones por alcoholismo que no habían dado resultado.
Los Andes pueden haber sido un factor desencadenante, coadyuvante,
catalizador, pero no determinante: esto está claro. La adicción tiene otros
elementos etiológicos que la desencadenan, tiene que ver con una predisposición
biológica, con la vulnerabilidad genética que en el caso de Carlitos estaba
presente. Los fenómenos psicológicos son elementos coadyuvantes que hacen
desarrollar el proceso adictivo de acuerdo a la estructura de la personalidad de
cada individuo, pero no son determinantes de la adicción. Conozco tantas
personalidades como adictos conozco. Claro, en medicina no hay nada absoluto,
simplemente transmitimos experiencias y porcentajes”.
Y el doctor Cortinas agrega una última explicación que seguramente llamará
la atención a las personas que no son entidades en estos temas: “Yo no tengo
dudas de que Carlitos hubiera sido adicto de todos modos aun sin la tragedia de
los Andes. Hoy se saben muchas cosas que en aquella época no se conocían. Así,
por ejemplo, si hacemos un genograma, el árbol genealógico del sistema familiar, y
llegamos a la cuarta generación, algo difícil pero no imposible, podremos
establecer sin margen de error quién será adicto en la familia. Todavía no se sabe
cuál es el gen, se habla de una enfermedad poligénica multifactorial”.
El doctor Cortinas en aquellos tiempos dirigía un equipo desde el punto de
vista médico conformado por otros integrantes que en el campo terapéutico
contribuían y participaban en el tratamiento. Entre ellos estaba Damián Rapela,
consejero en adicción quien hizo estudios de esa especialidad en los Estados
Unidos y que también había estado en rehabilitación.
Es necesario destacar que Rapela no fue el único rehabilitado con quien se
trató Carlitos, también el doctor Cortinas se define como un adicto a pesar de que
hace ya treinta y dos años que no consume ninguna droga psicoactiva. Es
interesante transcribir la frase que emplea para demostrar lo que piensa alguien
que hace tanto tiempo que no consume, pero que de todos modos sabe que la
batalla hay que librarla día a día. “Yo digo que soy un adicto porque una copa para
mí es demasiado, pero ciento cincuenta son pocas”, dando a entender que si
volviera a tomar aunque más no fuera un trago terminaría desencadenando
nuevamente el proceso de la adicción. Satisfecho por cómo ha manejado su
rehabilitación en tan largo lapso señala los distintos títulos de su actividad
profesional que tiene encuadrados y colgados en la pared para afirmar que en

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realidad el más importante no se encuentra entre ellos, ya que considera que el de
mayor valor es, justamente, el haberse desprendido del hábito del alcohol.
Aquella es, por lo demás, la postura de todos quienes se han rehabilitado,
nunca dicen que han dejado de consumir para siempre, solamente afirman que no
han consumido drogas en el día, saben que lo que tienen que hacer es decir no a
la primera. Rapela comenta de la siguiente manera esta singular característica de
quienes están en los grupos buscando la rehabilitación: “Esa magia de decir ‘hoy
no’ durante toda la vida es paradojal porque nunca se encara para la vida entera.
Si a un adicto se le dijera desde el primer día que va a tener que pasar toda la vida
sin consumir se iría en ese mismo momento, lo que se plantea es no consumir en
el día de hoy”.
Las opiniones coincidentes respecto a la falta de relación entre la tragedia de
los Andes y las adicciones de Carlitos, no terminan con lo que expresó el doctor
Cortinas, también el psicólogo Pablo Gelsi, con quien Carlitos continúa tratándose
una vez por semana, hace una afirmación terminante que apunta hacia la misma
conclusión: “Yo puedo afirmar que las adicciones de Carlitos no tuvieron nada que
ver con la tragedia de los Andes. Esa tragedia no cambió en nada su destino, él
seguramente iba a ser un adicto debido a su estructura. En aquel momento era un
muchacho muy desvalorizado por sí mismo y también en su casa. Además,
actuaba un poco como un payaso, le gustaba jugar un papel divertido con un
sentido del humor maravilloso. Y no tenía muchos límites. Entre los otros
sobrevivientes, al menos que yo sepa, no hubo adictos, salvo uno que fue
alcohólico. Yo estoy seguro de que salir de la droga fue para Carlitos muchísimo
más difícil que salir de la cordillera de los Andes y que sus consecuencias también
fueron peores. Los Andes sucedieron en un tiempo determinado, aparecieron y
desaparecieron. Las drogas, en cambio, estuvieron durante años y años y le
exigieron un esfuerzo tremendo para escapar. Cuando él empezó a tratarse
conmigo ya hacía bástate tiempo que no consumía, la terapia no tuvo que ver con
las drogas, se dirigía a considerar el tema familiar, especialmente la relación con
sus padres. En todo caso, la droga aparecía como algo del pasado, pero lo que sí
estaba presente era que Carlitos sentía que algunos de los sobrevivientes en cierto
modo lo habían despreciado por haber caído en la adicción. En cuanto a la
tragedia de los Andes, si en la terapia hablamos de ella tres veces fue mucho. Ya
no son los Andes, es otro el capítulo de su historia el que está viviendo. Aquello
está terminado. Desde un principio me llamó la atención lo poco que ese hecho
cambió a los sobrevivientes. En aquel momento, es decir, cuando se produjo el
accidente, yo estaba estudiando psicología y puedo decir que tuvo mucha
importancia en mi actividad profesional posterior. El trauma, el golpe, de por sí no
tiene efecto. No cambia la personalidad de nadie. Hay un proceso, ellos sufrieron
un trauma muy fuerte, lo procesaron allá y después cuando volvieron hicieron la
vida que iban a hacer. Si algún efecto tuvo la cordillera fue que al regresar al

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Uruguay, se produjo lo que podría definirse como ‘una cierta inflación’, pero
después pasó. Y se terminó. El único que hizo terapias por las drogas fue Carlitos,
sus temas no giran alrededor de los Andes, son otros. Ya no duda de él, como
dudaba antes”.
Curiosamente, Pablo Gelsi había actuado como intérprete cuando Piers Paul
Read, el autor del libro “Viven”, publicado en 1974, estuvo en Montevideo para
ponerse en contacto con los sobrevivientes y comenzar a recoger la información
que utilizaría en su trabajo. Varios años después, concretamente en 1993, se haría
la película basada en el libro y dirigida por Frank Marshall, en la que participó
como narrador el reconocido actor John Malkovich.
En aquella oportunidad, Gelsi traducía las preguntas que Read formulaba y
luego hacía lo mismo con las respuestas de los sobrevivientes. Gelsi explica de
esta manera la causa de su intervención como intérprete: “Yo también fui al
Colegio Stella Maris, fundado por hermanos católicos irlandeses, conocía a todos
los sobrevivientes pero puede decirse que de lejos dado que yo soy mayor y la
diferencia de edades en aquella época nos separaban mucho más que ahora. Es
una especie de leyenda que todos los que viajaban en el avión que cayó en los
Andes sabían inglés porque eran alumnos del Stella Maris. Algunos sabían algo y
nada más. El tema de la antropofagia era un asunto muy delicado, de modo que
los sobrevivientes quisieron tener con ellos a una persona de absoluta confianza
cuando se hablara de eso en las conversaciones con el autor del libro. De ahí que
yo fuera quien se ocupara de traducir las preguntas y las respuestas para que
Read las recibiera con la mayor precisión”.
Carlitos ha dicho anteriormente que el adicto es adicto a todo, que pasa de
una droga a la otra y que, incluso, consume más de una a la vez. Y es en ese
mismo sentido que el doctor Cortinas expresa una opinión que está respaldada por
su larga actividad profesional: “En treinta años de experiencia todavía no conozco
a un adicto puro, es decir, alguien que consuma una sola droga. Generalmente se
consumen dos y por momentos varias. Todos los adictos tienen una droga de
preferencia o un objeto de consumo preferente, también puede ser el sexo, el
juego, la comida, la televisión, la computadora, el trabajo, etc. La adicción es una
sola, lo que cambia es el objeto de consumo”.
El doctor Cortinas, además, puntualiza cuál es la condición del adicto y
explica la enorme difusión que tiene el alcohol en la gente: “No es adicto quien
quiere sino quien puede serlo. El cien por ciento de la población consume o ha
tenido contacto con drogas psicoactivas, pero el cien por ciento no desarrolla la
enfermedad. Y hay un veinte por ciento de la población, es decir, un porcentaje
muy importante, que tiene factores de riesgo que pueden desarrollar la
enfermedad. El resto, esto es, el ochenta por ciento consume socialmente, en una
reunión, en un casamiento, en un cumpleaños, etc., como sucede con el alcohol

24
que también es una droga psicoactiva”.
Nadie mejor que el doctor Cortinas para hablar con absoluta propiedad sobre
el estado en el que se encontraba Carlitos cuando decidió su internación en el
Hospital Británico y, además, ofrecer interesantes detalles de las características de
las pastillas que consumía. De sus palabras se desprende claramente la gravedad
a la que lo había llevado a Carlitos el consumo de medicamentos cuando fue
internado para realizar el tratamiento por el síndrome de abstinencia.
Dice el doctor Cortinas: “Cuando Carlitos llegó a mí estaba muy mal, por lo
que tomé la decisión de internarlo. El objeto primario de esa internación fue tratar
el síndrome de abstinencia, ya que él además de la cocaína estaba consumiendo
benzodiacepinas”.
De acuerdo a lo que explica el doctor Cortinas, la benzodiacepina es una
droga psicoactiva depresora del sistema nervioso central, un sedativo e hipnótico
que apareció en el mercado en la década de los años sesenta del siglo XX, con un
éxito rotundo y que desplazó a los barbitúricos hasta entonces la droga sedativa
hipnótica por excelencia. Se vendieron millones de pastillas hasta que finalmente
cuando se realizaron ciertos estudios se conocieron los efectos secundarios. De
acuerdo a sus palabras, la conclusión fue muy importante: “Se supo que todas las
benzodiacepinas generaban adicción, con una característica particular, entre
tantas, es decir, que a pesar de ser excelentes drogas si son bien utilizadas no
deben usarse durante más de tres semanas ya que después de ese lapso empieza
el abuso de la droga. Una vez transcurridas las tres semanas si el síntoma por el
cual se prescribió no ha desaparecido no tiene sentido continuar tomándola. Y,
como dije, el principal efecto secundario es la dependencia, la adicción. Además,
tiene una larga vida media, es decir, el tiempo que se necesita para eliminar la
mitad de la droga. Así, por ejemplo, si una persona toma seis miligramos de
Lexotan, para eliminar del organismo por las vías naturales de excreción la mitad,
esto es, tres miligramos, serán necesarias entre noventa y ciento cuatro horas.
Cuando las personas empiezan a tomar estas drogas terminan adquiriendo
tolerancia, razón por la cual con el transcurso del tiempo necesitarán una mayor
cantidad para lograr los mismos efectos. Este era el caso de Carlitos, tomaba una
gran cantidad de Lexotan como elemento depresor porque al mismo tiempo
consumía cocaína, o sea un estimulante del sistema nervioso central. De ese
modo buscaba compensar una cosa con la otra. El síndrome de abstinencia
implica un abanico sintomático muy amplio, tanto psicológico como biológico. Los
síntomas pueden ser leves, moderados o graves. De moderados a graves el
paciente debe estar internado, en primer lugar para que no se muera,
especialmente en el caso del síndrome de abstinencia de las benzodiacepinas, el
más grave de todas las drogas psicoactivas y el más difícil de tratar. En aquel
tiempo el tratamiento con Carlitos fue muy novedoso, fue uno de los primeros que

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se hizo en el Uruguay. Y el resultado fue exitoso, él salió con cero droga
psicoactiva”.
También es de mucha utilidad para entender la forma de vida que llevaba
Carlitos cuando estaba en el período de consumo escucharlo comentar su actitud
en el momento en el que llegó a Montevideo el grupo de productores que estarían
vinculados a la película ya mencionada que se conocería en 1993.
Antes de transcribir sus palabras, es necesario precisar que Carlitos empezó
su recuperación en Narcóticos Anónimos el 29 de octubre de 1991, de manera que
su relación con los productores de la película que vinieron en setiembre de ese
año se produjo en la que debe entenderse como la última etapa de sus adicciones
ya que faltaba muy poco tiempo para que comenzara a participar de las reuniones
del grupo.
Expresa Carlitos: “Digamos que cuando ellos llegaron yo estaba al final de mi
proceso de drogas y a punto de empezar mi etapa de recuperación. Se trataba de
los productores considerados entre los más poderosos del mundo cinematográfico,
gente que había producido muchas películas de gran suceso y que manejaba
millones y millones de dólares en sus empresas. Para tener una idea del lugar que
ocupaban en ese ambiente basta que diga que entre ellos estaba Frank Marshal,
director y productor de ‘Viven’, pero también había venido su esposa Kathleen
Kennedy, considerada una de las figuras más importantes de la producción
norteamericana. Sin embargo, eso no era todo. También habían viajado a
Montevideo Bruce Cohen y Robert Watts, todos ellos vinculados a títulos que
habían obtenido éxitos extraordinarios en el mundo entero con sus producciones,
como, por ejemplo, ‘Indiana Jones’, ‘Papillon’, ‘E.T. El extraterrestre’, ‘Star Wars’,
etc. Se comentaba que la casa de Marshall, en los Estados Unidos, valía nada
menos que veintisiete millones de dólares. Eran personas que vivían en otro
planeta, así, por ejemplo, mucho tiempo después cuando regresaron a Montevideo
para asistir al estreno de la película, se hizo una fiesta para festejar el
acontecimiento y como broma a Frank Marshall lo tiraron a la piscina. Me acuerdo
que mientras chapoteaba no dejaba de quejarse porque se le había estropeado su
camisa que, según decía, costaba cinco mil dólares. Me pareció una exageración,
pero era verdad, yo me informé y llegué a saber que en ese mundo había gente
que se daba el lujo de gastar esa suma en una camisa. Esos productores
habitualmente se movían en limusinas y yo tuve que llevarlos a aquella primera
reunión en mi auto que era un adefesio, completamente descuidado, seguramente
era el peor de todos los autos ya que en esa época como consecuencia de mi
estado no me preocupaba por arreglar ninguna de mis cosas. Por otra parte, ahora
me resulta gracioso recordar que ese auto yo se lo había comprado a un amigo
también adicto que en el momento de recibir mi dinero había extendido un recibo
en el que lo único que se leía era ‘recibí cuatro mil dólares por un auto’. Eso fue

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todo lo que llegó a escribir, ni marca del auto, ni modelo, ni nada, lo que habla de
cómo nos movíamos en la vida cotidiana quienes consumíamos drogas. Yo llevé a
los productores muerto de vergüenza en ese auto por el que mi amigo me había
dado un recibo que parecía escrito por un niño. Durante la reunión me levantaba
para ir al baño donde me daba una dosis de cocaína y después regresaba para
unirme a las conversaciones. Lo curioso es que cuando ellos se fueron yo me
encerré en mi casa y mientras seguía consumiendo cocaína me puse a hablar de
la película, solo, por supuesto, me sentía eufórico, pensaba en la plata que podría
obtener, mi imaginación volaba tratando de imaginar lo que se iba a recaudar en el
mundo entero a partir de su exhibición. Y en medio de la euforia que me daba la
cocaína yo hablaba sobre lo que, según mi opinión, debía ser la película. Grabé
alrededor de dos horas de aquel monólogo que amenazaba con ser interminable,
se trataba de algo que me encantaba hacer cuando consumía, me gustaba mucho
hablar de esa manera. Y entre las tantas cosas que imaginé aquel día estuvo la
necesidad que sentí de que en la película hubiera un narrador. El director hizo
suyas muchas de las cosas que yo había pensado, por de pronto puso a John
Malkovich como narrador, quien en realidad hacía un papel que me representaba,
podía decirse que hacía de mí. Por lo demás, es verdad que en un principio se
había pensado que fuera yo quien tuviera ese papel de narrador. Las palabras que
dice Malkovich son las mismas que yo había dicho bajo los efectos de la droga. Así
fue como los productores más importantes del mundo del cine aprobaron el largo
monólogo que yo había pronunciado mientras consumía cocaína que ellos habían
recibido porque se los envié grabado en una cassette. Es evidente que en aquel
momento funcionó plenamente la desinhibición, me largué a hablar cuando estaba
zarpado y pude redondear varias ideas que en su momento fueron aprovechadas
para hacer la película. Posteriormente sobrevino mi internación en el Hospital
Británico, de modo que mientras yo me encontraba luchando para sacudirme la
droga de encima aquellos otros estaban trabajando para llevar en cierta medida al
cine lo que yo había escrito mientras consumía”.
Carlitos tuvo la oportunidad de asistir durante un corto período a la filmación
de “Viven” en Canadá y allí pudo comprobar lo que acaba de afirmar. En realidad,
hacía muy poco tiempo que había empezado su rehabilitación, apenas seis meses
habían pasado desde su integración a Narcóticos Anónimos: “Después del 29 de
octubre de 1991, es decir, el día que empecé la recuperación, fui a Canadá en abril
del año siguiente para ver cómo se filmaba la película. Estuve quince días. Cuando
llegué me encontré con dos actores que estaban leyendo parte de lo que yo había
escrito encerrado en mi casa de Montevideo. Los papeles que tenían con mis
palabras se los había dado el director de la película. Fue un momento muy
especial, recordé el estado en el que yo estaba cuando había imaginado cómo
debía hacerse la película. Y también se trató de algo riesgoso, de alguna manera
podía decirse que yo estaba sin defensas ya que me encontraba alejado del grupo

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que integraba desde hacía tan poco tiempo. Todo aquello fue muy conmovedor,
asistir a la filmación para mí fue como revivir la tragedia de los Andes, me sentí tan
golpeado que me puse a llorar. En mi escrito yo había confesado que había
integrado un grupo de Alcohólico Anónimos y para mi sorpresa uno de los actores
cuando me vio me dijo en una especie de lenguaje en clave ‘'yo también soy amigo
de Bill Wilson’. Inmediatamente entendí el significado oculto de sus palabras, ya
que Wilson fue uno de los fundadores de Alcohólicos Anónimos, o sea que aquel
actor había querido darme a entender que participaba en el programa de grupos. Y
como resultó que había otros que estaban en situaciones similares terminamos
formando un grupito en las Rocallosas que a mí me resultó de mucha utilidad, me
sentí acompañado y protegido a pesar de no estar con mis compañeros de
Montevideo. Pero, además, como si fuera poco, me trataron de una forma muy
particular, todos ellos querían conocerme debido a que era la primera vez que
estaban frente a un sobreviviente de los Andes, yo no era un personaje de ficción,
era una persona de carne y hueso que en la cordillera había vivido la tragedia que
intentaban reproducir en la película”.

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EL HÉROE EN LO COTIDIANO

Cierta vez, Carlitos y otros tres sobrevivientes de la tragedia de los Andes


fueron invitados por Mirtha Legrand, actriz y presentadora argentina de televisión,
a su conocido programa “Almorzando con Mirtha Legrand”, que durante cuarenta y
dos años condujo diariamente en Buenos Aires. Basado en entrevistas a varios
invitados notorios y por lo tanto de interés para los televidentes, el programa se
desarrollaba mientras los participantes contestaban las preguntas que durante el
almuerzo les formulaba la conductora. Era costumbre que en la primera parte, es
decir, en el comienzo mismo, se les sirviera una copa de champagne al tiempo que
Mirtha Legrand iba presentándolos al público. Cuando le llegó su turno, Carlitos
rechazó la copa que se le ofrecía y ante la pregunta de la sorprendida conductora
que quiso conocer la razón por la cual se negaba a brindar con champagne, él
simplemente contestó “porque ya me lo tomé todo”.
Aquella respuesta tuvo una inesperada consecuencia un año después
cuando un hombre le dijo a Carlitos que había decidido integrar un grupo para
intentar su rehabilitación porque al ver el programa de televisión y escuchar su
respuesta de “ya me lo tomé todo”, se había enterado de que Carlitos había
logrado desprenderse de la adicción a las drogas.
La anécdota tiene una gran importancia en tanto ha sido una de las razones
por las cuales Carlitos decidió dejar sus numerosas dudas de lado y encarar la
realización de este libro. Por lo demás, es también verdad que ha influido en su
decisión el hecho de que casi siempre, después que terminaba de dar una
conferencia sobre su experiencia en la cordillera —actividad a la que se dedica
desde hace varios años— la pregunta insistente que aparecía una y otra vez era
“bien, ¿pero qué pasó después de los Andes”. La gente que lo había escuchado
relatar los terribles momentos vividos por los sobrevivientes quería saber cómo
había sido el después, necesitaba que Carlitos aportara luz sobre ese tiempo que
para el público en general en cierto modo había permanecido en tinieblas. Y por
eso la gente deseaba que Carlitos develara la incógnita revelando al menos
algunos detalles de su vida postcordillera.

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Tal como Carlitos lo repite permanentemente, alejado de una actitud
arrogante, sin proponerse ofrecerles a los demás lecciones de vida, se convenció
de que en alguna medida el libro podía tener utilidad para la gente en tanto sintió
que se trataba de un deber por todo lo que había recibido en la comunidad de
Narcóticos Anónimos. También está muy lejos de su intención dejarse dominar por
la tentación que podría arrastrarlo a ofrecer a los lectores un libro del género
llamado “autoayuda” tan en boga en los últimos tiempos. Nada de eso es lo que
pretende. El núcleo de su interés gira alrededor de su decisión de transmitir su
experiencia personal con el deseo de que los demás puedan sacar conclusiones
que les sirvan en el caso de estar viviendo una situación similar a la que a él le
tocó enfrentar. Y eso es así debido simplemente a que él está convencido de que
su historia es como la de todos los adictos, nada hay distinto en ella que la
diferencie de cualquier otro que consumió drogas.
A Carlitos no se le escapa que al publicarse este trabajo quedará mucho más
expuesto, pero también está convencido de que la madurez que adquirió después
de su rehabilitación hace que no le importe correr el riesgo de semejante
exposición pública. En realidad, se trata de la misma postura que adoptó en el
momento que decidió que apareciera “Después del día diez”. No siente vergüenza
por lo que hizo, al fin de cuentas, según sostiene totalmente convencido, es verdad
que él fue ayudado por los otros —los integrantes del grupo— para liberarse de las
drogas. Y por eso es que está completamente seguro de que bastará con que una
sola persona entienda la finalidad de este libro para que su publicación esté
justificada. Tal como le sucedió a aquel hombre que después de ver el programa
de Mirtha Legrand tomó la decisión de ingresar a un grupo siguiendo los pasos
que, según se había enterado, Carlitos ya había dado.
Respaldando en cierto modo la finalidad que Carlitos ha declarado buscar
con la publicación de este libro, Pablo Gelsi no duda en afirmar que realmente esa
intención nada tiene que ver con la pretensión de Carlitos de ofrecer hoy lo que
podría ser el mensaje de un iluminado. Y expresa un largo comentario que se
convierte en una elocuente caracterización del interesante proceso que para
transformarse siguió hasta el día de hoy para regresar a lo que podría
denominarse su vida común o corriente similar a la de cualquier otra persona.
Estas son las palabras de Gelsi que ayudan a comprender el resultado de
aquel itinerario: “Carlitos está tratando ahora de dar el mensaje de que no es un
héroe en el sentido que lo son algunas figuras populares, lo que quiere es hacer un
llamado de atención sobre la heroicidad que existe en lo cotidiano. Que la gran
hazaña no es el antídoto sino que en todo caso lo que importa es la pequeña
hazaña que se realiza en la cotidianeidad. Y que el que no se da cuenta de esto en
el día a día, en la hora a hora, puede terminar haciéndose un drogadicto. En el
fondo todo adicto espera una revelación, un milagro, una transformación a través

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de algo maravilloso. También a Carlitos le pasó lo mismo hasta que se cayó, pero
después logró comprobar que la sobrevivencia y la posibilidad de superación y de
transformación llegan a partir de la voluntad y de la responsabilidad ejercidas cada
día. Este Carlitos es el verdadero héroe no el de los Andes. Allá ni él se la creyó,
de esto se ha dado cuenta, es posible que no lo diga de esta misma manera pero
es evidente que ahora lo ha comprendido. Este es el mensaje que quiere dar. Lo
heroico de él no fue sobrevivir en los Andes sino que se manifestó en la segunda
cordillera, no allá arriba sino acá abajo, en la tierra”.
Así fue, pues, que Carlitos llegó a encontrar la respuesta adecuada para
contestar aquella pregunta que se hacía acerca de cuál era la misión que tenía que
cumplir en la vida. Esto es lo que él opina hoy al mirar hacia atrás y comprobar que
lo que logró le permitió dar un salto gigantesco que lo llevó hacia delante, bien
lejos de su pasado nublado por las adicciones: “Quizás mi misión en esta vida era,
justamente, contar mi historia, una historia que probablemente no sea más
dolorosa que la de otros, es que, como ya lo dije en varias oportunidades, no hay
un dolorímetro ni un angustiómetro para medir y comparar los sufrimientos de los
seres humanos, se trata de experiencias personales que cada uno siente de modo
también personal. A mí me ayudaron los otros y al mismo tiempo entendí que el
camino estaba en la humildad, que solamente con ella podría lograr un cambio real
porque me ayudaba a reconocer los errores propios y me disponía nada menos
que a aceptar la ayuda que necesitaba. En el grupo también aprendí que el dolor y
la desesperación que siente un adicto en el proceso de recuperación puede
compararse a lo que sentiría un nadador que mientras está cruzando el océano
con un gran esfuerzo tiene que aceptar que de pronto le quiten el salvavidas que lo
ayudaba a confiar en que llegaría a destino. En el grupo éramos uno para todos y
todos para uno, por eso yo repetía ‘no somos machos, pero somos muchos’, esa
era una manera de despojarme de la arrogancia machista para aceptar que
dependía de los demás. Si a un adicto se le pregunta si tiene ganas de dejar de
consumir seguramente contestará que no, pero si la pregunta que se le hace es si
tiene ganas de tener ganas contestará que sí. Esto puede parecer un juego de
palabras pero aseguro que no lo es. Yo tuve ganas de tener ganas, las tuve de
nuevo para pelear por la vida, es que estoy absolutamente seguro de que no se
trata de contabilizar la cantidad de veces que caemos, lo que verdaderamente
importa es cuántas veces nos levantamos”.
En cierto sentido de modo coincidente con lo que Carlitos expresó al afirmar
que si a un adicto se le preguntara si tiene ganas de dejar de consumir contestaría
negativamente, el doctor Cortinas sostiene que el adicto tiene voluntad para
muchas cosas menos para dejar de consumir ya que no concibe su vida sin
consumo. Entonces, si toma conciencia de que la vida se le escapa de las manos,
que ya no puede con ella, busca ayuda pero no para dejar de consumir sino para
consumir menos, para controlar a las drogas. Es en el grupo, junto a sus pares,

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donde le será posible vivir sin ellas.
Aquel paso decisivo que Carlitos dio al integrarse al grupo de Narcóticos
Anónimos, se hizo realidad mientras estaba internado en el Hospital Británico. De
acuerdo a lo que el doctor Cortinas explica el síndrome de abstinencia de las
benzodiacepinas teóricamente requiere alrededor de treinta días de internación,
aunque él cree recordar que en el caso de Carlitos llevó algunos días menos. Sea
como sea, sostiene que no hay enfermedades sino enfermos y que, por lo tanto,
todos los pacientes ofrecen respuestas distintas. La decisión de internarlo fue
tomada de común acuerdo con Carlitos, su permanencia en el hospital no
representaba un castigo, al contrario, lo que el doctor Cortinas perseguía con la
internación era abatir su sufrimiento ocasionado por la falta de drogas.
Cuando ya había transcurrido la segunda semana en la que Carlitos estaba
internado y como durante el tiempo que estuvo en el hospital él tenía la libertad de
salir porque como lo aclara el doctor Cortinas, no se lo había llevado a una prisión,
le propuso que dentro de un sistema de altas transitorias saliera para concurrir al
grupo de Narcóticos Anónimos y que después de cada reunión regresara al
hospital. Según el doctor Cortinas, en casos como los de Carlitos es necesario
buscar la recuperación integral, no se trata solamente de abandonar las drogas
sino que, además, es imprescindible rehabilitarse en todas aquellas áreas en las
que la persona actuaba anteriormente a la internación. Y para eso el grupo de
Narcóticos Anónimos sería el camino más adecuado.
Y agrega el doctor Cortinas: “Un punto clave es que el paciente tome
conciencia mórbida, es decir, que llegue a tomar conciencia de la enfermedad. El
destino final tiene que ser el grupo de autoayuda. La recuperación de quien
concurre a las reuniones grupales es muy diferente a la del que no va a un grupo,
este último corre más riesgo de reincidir. Carlitos no ha sido el responsable de su
enfermedad pero sí de su rehabilitación. Cuando salía del Hospital Británico podía
haber ido al bar más cercano y tomarse unos whiskys, pero nunca lo hizo.
Después que terminó la internación se sometió a lo que se llama un tratamiento
ambulatorio, es decir, terapia conmigo y terapia en el grupo. Él no dejó solamente
la droga, en realidad transformó un proyecto de muerte que llevaba años
procesándose en un proyecto de vida que ya dura veinte años”.
El primer grupo de Narcóticos Anónimos en el Uruguay, se formó como
consecuencia de un grupo terapéutico conocido como “Grupo de Pereira”, debido a
que funcionaba en un consultorio ubicado en la calle Gabriel Pereira de Pocitos. A
él concurrían alrededor de ocho adictos en recuperación bajo la dirección
especializada del doctor Fernando Cortinas y de Damián Rapela. Sus participantes
tenían distintos orígenes, es decir, provenían de Alcohólicos Anónimos, de la
Clínica Crea (Fundación Jellinek) y de la propia consulta privada del doctor
Cortinas. Luego de pasar varios meses profundizando en los temas que les

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resultaban comunes, tales como dejar de consumir, aprender a vivir en abstinencia
y apostar al cambio de vida, en los integrantes del Grupo de Pereira maduró la
necesidad de crear otro diferente, un ámbito de carácter gratuito y abierto dirigido a
todos quienes estuvieran padeciendo el consumo de drogas. De ese modo las
ganas de llegar a concretar lo que en el pasado ya se había intentado sin éxito fue
tomando cada vez mayor fuerza hasta vencer las dudas y los temores. Se trataba
concretamente de tener un espacio similar a Alcohólicos Anónimos para los
adictos, ese era en definitiva el objetivo planteado.
Cuando finalmente aquel deseo se hizo realidad el nuevo grupo se llamó “La
Magia”, nombre simbólico elegido por los propios adictos que empezaron a
reunirse en el salón parroquial de la iglesia de la Comunidad de los Dominicos,
ubicado en la calle Mario Cassinoni, el mismo lugar en el que hoy en día sigue
funcionando. Magia era lo que esperaban que ocurriera quienes tenían la
esperanza de rehabilitarse de ahí que al grupo le adjudicaron ese nombre
alegórico, como demostración de que estaban aguardando que el encantamiento
maravilloso se produjera lo más rápido posible. Esto es, como por arte de magia.
Carlitos concurrió por primera vez once meses después de su fundación. Al
día siguiente de lo que fue su inauguración en el grupo, el doctor Cortinas fue a
verlo al Hospital Británico y le preguntó cómo le había ido. La respuesta que
recibió la recuerda todavía. Carlitos visiblemente emocionado recurrió a una
imagen que revivía un hecho fundamental de los Andes. Le contestó: “Fue como
ver otra vez los helicópteros”. Aquella metáfora que comparaba al grupo con la
aparición en la cordillera de los helicópteros que después de setenta y dos días
habían llegado a rescatar a los sobrevivientes indicaba de modo indudable que él
había tenido la sensación de que acababa de encontrar el camino que lo llevaría al
lugar desde donde sería rescatado nuevamente. Pero ahora se trataría de un
rescate que lo arrancaría de su segunda cordillera mucho más dura y de mayor
duración que la primera tal como él mismo lo ha admitido.
Juan, un adicto que como Carlitos se había tratado con el doctor Cortinas,
fue uno de los fundadores de “La Magia”, razón por la cual se encontraba en
abstinencia desde antes que Carlitos se convirtiera en su compañero en el grupo.
Como ya se ha dicho, “La Magia” no hacía mucho que se había formado por lo que
todavía concurrían pocas personas, en su gran mayoría adictos que se trataban
con el equipo del doctor Cortinas y Damián Rapela. Con el paso del tiempo, “La
Magia” incorporó el nombre internacional de Narcóticos Anónimos en consonancia
con el de Alcohólicos Anónimos que ya funcionaba en el Uruguay.
Debido, justamente, a que el grupo inicial era pequeño, a quienes
empezaban a sumarse a “La Magia” se les pedía que se acercaran invocando el
nombre de alguna persona conocida. Esta precaución tenía su explicación en el
hecho de que entonces, veinte años atrás, se temía la intervención policial debido

33
a que todavía el tema de las adicciones tenía ciertas características propias de un
tabú. En aquella época permanecía algo oculto por la falta de comprensión acerca
de los adictos que existía en la sociedad. Entre los temores del momento existía la
posibilidad de que algún policía se infiltrara en el grupo para escuchar lo que se
decía y para individualizar a los consumidores de drogas. Actualmente —como lo
señala Juan— las cosas han cambiado totalmente al extremo de que se habla de
las drogas con total claridad y la prensa se ocupa de ellas con frecuencia.
Una de las señales más claras en el mismo sentido al que apunta la
afirmación de Juan es que se ha empezado a discutir la posibilidad de legalizar el
autocultivo de la marihuana y que los diarios publican asiduamente noticias sobre
un probable proyecto de ley, sobre las adicciones en general y acerca de actos
públicos realizados en Montevideo en los que se reclama la legalización. Por lo
demás, con el paso del tiempo Narcóticos Anónimos ha crecido de modo
gigantesco, está en todo el país y se ha multiplicado de una manera extraordinaria.
Cierto día le dijeron a Juan y a una compañera del grupo que los necesitaban
para ayudar a un adicto que hacía poco que estaba internado. La ayuda que se les
pedía consistía en que se dirigieran al Hospital Británico, donde estaba internado
el adicto tratado por el equipo del doctor Cortinas, para que lo acompañaran al
grupo en la que sería su primera participación, y que después lo llevaran
nuevamente al hospital donde seguiría internado. Todo aquello ya estaba
coordinado por los terapeutas, de modo que el adicto, después de haber aceptado
integrarse a “La Magia”, esperaba a quienes irían a buscarlo. Este procedimiento
es habitual y busca que el principiante no llegue solo, esto es, que sea introducido
en el grupo por alguien que ya está en rehabilitación. Pero lo que no es habitual,
como lo subraya Juan, es que el adicto al que va a buscarse para llevarlo al grupo
por primera vez sea una persona ampliamente conocida a la que por distintas
razones casi todos son capaces de ubicar por su papel en la sociedad.
Como seguramente ya se ha entendido, el adicto a quien Juan y la
compañera fueron a buscar al hospital era Carlitos, figura pública por ser
sobreviviente de los Andes y, además, hijo de Carlos Páez Vilaró, un hacedor
volcado a múltiples actividades que gozaba de un gran renombre. Aquella fue la
primera gran sorpresa que Juan se llevó al saber quién era el adicto que tendrían
que acompañar desde el Hospital Británico hasta el grupo “La Magia”. Juan nunca
había hablado con Carlitos, no lo conocía en persona, pero, por supuesto, sabía
muy bien quién era a pesar de que la tragedia de los Andes había sucedido en
1972 y el encuentro en el hospital sucedía en 1991.
La simbólica importancia que tenía aquel encuentro concretado por la llegada
al hospital de dos adictos estaba marcada por el hecho de que quienes se
acercaban a buscar a Carlitos no eran dos funcionarios cualesquiera del sistema
de salud uruguayo ni dos enfermeros anónimos que se disponían a cumplir

34
mecánicamente con un simple trámite o con una orden burocrática recibida de sus
superiores. Las dos personas eran nada menos que dos pares del internado, un
hombre y una mujer que tenían sus mismos problemas de adicciones.
Debido a lo reciente de la formación de “La Magia”, ni Juan ni la compañera
llevaban mucho tiempo participando de las reuniones, pero de todos modos ya
habían dejado de consumir y tenían una buena dosis de experiencia en la actividad
del grupo, todo lo cual explica que fueran elegidos por los terapeutas para cumplir
con la trascendente misión.
Juan recuerda que el trayecto hasta la sede de la calle Mario Cassinoni lo
hicieron en su auto, al tiempo que afirma que se había tomado con tanta
responsabilidad la tarea que se les había encomendado a él y a su compañera que
su único interés radicaba en que todo transcurriera normalmente hasta que
llegaran a “La Magia”. Debido a su nerviosismo se preocupaba por cada detalle por
insignificante que pareciera y como temía hasta que les sucediera algo en el
tránsito manejaba con mucho cuidado no fuera a chocar o a pasar una luz roja que
terminara retrasando la llegada del trío porque se había visto obligado a detenerse
por la intervención de un inspector que pretendía aplicarle una multa. Sin embargo,
su nerviosismo fue en parte aliviado por la actitud de Carlitos, quien, desplegando
el sentido de humor reconocido por todos, no bien vio el auto de Juan, un vehículo
común que no tenía nada que permitiera considerarlo extraordinario, pensando en
la finalidad con la que sería utilizado inmediatamente lo bautizó como “el
drogomóvil”. Esta fue la segunda sorpresa que vivió Juan aquel día al comprobar
que Carlitos con cada una de sus intervenciones buscaba quitarle dramatismo a la
situación, de la misma manera que lo había hecho en la cordillera tal como ha
quedado documentado en el libro “Después del día diez”. Siguiendo con esa
conducta relajada que impedía a los demás concentrarse en el pensamiento de
hechos negativos, Carlitos se refería alegremente como “Londres”, al lugar en el
que estaba internado y al cual habían ido a buscarlo, es decir, el Hospital Británico.
Cuando por fin estuvieron en “La Magia”, también los demás integrantes del
grupo quedaron impresionados al comprobar quién era el principiante recién
llegado. Y en los meses siguientes su presencia continuó siendo un hecho
resaltable por tratarse de quien se trataba, pero además por su manera de ser, por
todo lo que en las reuniones posteriores fue volcando en el grupo. Juan está
convencido de que Carlitos, fuera por la razón que fuera, hubiera llegado a
destacarse y a alcanzar algún grado de notoriedad aunque nada hubiera tenido
que ver con la tragedia de los Andes.
No deja de ser divertido saber que la preocupación de Juan de aquel primer
día, no había desaparecido ni siquiera cuando ya estaban reunidos en el grupo, al
punto que en el momento en el que Carlitos se levantó para ir al baño su sentido
de responsabilidad todavía vivo lo obligó a acercársele y susurrarle “no vayas a

35
marcar”, temiendo que la ida al baño fuera una excusa usada por Carlitos para
consumir cocaína a escondidas. Casi seguramente su sentido extremo del deber
que le exigía cuidar hasta el último momento a quien le habían confiado lo hubiera
obligado a acompañarlo hasta el interior del baño si las circunstancias hubieran
sido otras. Juan, según sus propias palabras, se sentía, “como un soldado
custodiando a la persona que se le había encomendado especialmente”. Más allá
de la sonrisa que le provoca la evocación de lo sucedido aquel día, Juan también
recuerda que “afortunadamente Carlitos se sintió cómodo desde el principio, es
que la fruta estaba madura para empezar el proceso de rehabilitación”.
Y así como el doctor Cortinas había afirmado que cuando Carlitos llegó a él
“estaba muy mal”, Juan expresa que cuando fue a buscarlo al hospital lo encontró
“en un estado terrible”. Y agrega lo siguiente: “Realmente estaba muy mal, su vida
se había roto en pedazos, su economía se encontraba comprometida, sus vínculos
afectivos también comprometidos, sus amigos se habían alejado, tenía un millón
de inconvenientes encima. En realidad, estaba como todos los que pasaron por lo
que él pasó, nadie llega a un grupo mucho mejor que Carlitos. Se trata de un
cuadro que se repite, se pierden amistades, pareja, dinero, todo va quedando por
el camino. Carlitos no llegó como un superhombre, llegó igual que cualquier otro
que no tuviera su renombre y tuvo que hacer el mismo proceso que todos para
lograr la rehabilitación. Y fue a partir de ella que pudo recuperar todo lo que había
perdido. Él estaba cerca de los cuarenta años al empezar la recuperación y fue
entonces, a partir de ese momento, cuando también empezó su madurez”.
Para Carlitos resulta inolvidable y así se encarga de señalarlo, que cierto día
quien lo fue a buscar al hospital fue Abraham, un alcohólico anónimo de más de
ochenta años muy conocido que era un especie de institución en los grupos
porque había recuperado absolutamente todo lo que había perdido al punto que
sus testimonios eran tan impresionantes que provocaban un gran impacto en
quienes lo escuchaban relatar lo que había conseguido con la rehabilitación.
Carlitos insiste en afirmar que aquel día sintió que era un privilegiado al llegar al
grupo en el auto de Abraham.
Juan describe en pocas palabras la vida que había llevado Carlitos, tal como
lo ha hecho él mismo y otras personas que lo habían conocido antes de empezar
su recuperación: “Hasta entonces él había sido una persona caprichosa,
malcriada, inmadura, no tenía ideas claras ni estaba preparado para tener una vida
propia. Todo esto puedo decirlo porque él mismo lo ha repetido varias veces”.
Sin perjuicio de que más adelante otras personas directamente vinculadas al
proceso de rehabilitación de Carlitos den sus opiniones sobre las consecuencias
que tuvo para él la integración al grupo de Narcóticos Anónimos, parece oportuno
transcribir ahora lo que piensa Juan de su presencia en las reuniones de “La
Magia” de la calle Mario Cassinoni.

36
Esencialmente lo que Juan subraya es la actitud de Carlitos y lo que sufrió
para lograr que después de su paso por Narcóticos Anónimos fuera una persona
distinta: “A Carlitos le costó mucho tiempo salir adelante. Hasta su situación
económica se había deteriorado completamente, el auto en el que andaba en
aquella época, por ejemplo, estaba completamente destartalado. Él tuvo que
pelear mucho para recuperar su vida, esto no sucedió de un día para el otro, ni
mucho menos. Estuvo años peleando y acomodando sus cosas, puedo asegurar
que le dio muchísimo trabajo convertirse en la persona que es hoy. Y para esto el
grupo fue fundamental. Ese proceso tuvo que ver con su voluntad, aunque también
incidió la asistencia terapéutica, es verdad, pero el grupo le resultó esencial para
cambiar su vida, para que se decidiera a apostar por una nueva, diferente a la que
había llevado. Quien crea que no trabajó una enormidad, que no se rompió el alma
para conseguirlo, está completamente equivocado. Nada le cayó de arriba, todo
fue el resultado de un esfuerzo bestial para ocupar el lugar que ocupa hoy en el
plano individual y familiar. No hay dudas de que tuvo que poner una gran carga
personal para salir del pozo”.
Lucas Alberto del Valle, conocido por todos como el Padre Lucas, es un
sacerdote dominico nacido en España, que vive en el Uruguay desde 1981. Los
estudios eclesiásticos los realizó en Valencia y en Barcelona, mientras que los de
psicología los hizo en esta última ciudad. Profesor desde hace veintiocho años en
la Universidad Católica de Montevideo, actualmente lo es de Análisis Existencial y
Fundamentos de Psicoterapia. Es autor, además, de un libro que ya lleva tres
ediciones escrito con la intención de colaborar con los adictos que están en
proceso de rehabilitación.4
Más allá de sus títulos y de su actividad como docente es una figura
emblemática en “La Magia”, para cuya formación contribuyó ofreciendo sin
condiciones el lugar en el que se realizarían las reuniones y, como él mismo lo
dice, su propia persona. En efecto, siempre acompaña a los adictos en
recuperación para quienes está a disposición todas las tardes desde hace más de
diecisiete años. “Es el único lugar —explica— que funciona todas las tardes, a
partir de las siete esto es un hervidero, siempre hay entre cincuenta y sesenta
personas. Hasta vienen padres desesperados por las adicciones de sus hijos para
que los atienda. Yo tengo un don que Dios me dio para la gente, todo el que viene
después de conversar conmigo se va en paz.”
El Padre Lucas no participa en los grupos y cuando se le pregunta cuál es
entonces su función aclara con un tono divertido y con un acento español
inocultable: “Ejerzo de mí, no pongo cara de cura ni de psicólogo”. Y con una
simpatía que termina contagiando a quien lo escucha agrega afirmaciones

4
Lucas Alberto de Valle, “Notas para adictos. De la dependencia a la libertad”, impreso en
Tradinco, Montevideo, mayo de 2010.

37
sorprendentes si se considera que provienen de quien es un profesor universitario:
“Mi mejor bagaje es que quiero a las personas, uno descubre más cuando quiere a
alguien que cuando está estudiando. Yo no tenía ninguna experiencia en
adicciones, ni idea sobre eso, en todo caso lo único que tenía era la teoría que me
había dado la psicología, algo que no sirve para nada. Los libros son libros, si no
nacen de la vida no sirven. En un despacho no se escribe un libro de verdad. Se
escribe conviviendo con la gente”.
El Padre Lucas hace hincapié en el cuarto paso llamado “Inventario moral”,
uno de los doce que tradicionalmente se siguen en los grupos de rehabilitación. Él
no interviene directamente ni interfiere en la actividad de Narcóticos Anónimos,
pero, como lo explica, si alguien se encuentra muy caído no duda en hablar con
quien necesita ayuda. Y si tiene una inquietud espiritual lo invitará a participar en
un retiro que a veces logra reunir entre veinte y veinticinco personas. A fin de año,
momento en el que por el ambiente que se vive durante las fiestas tradicionales los
adictos corren el peligro de recaer en el consumo de drogas, los lleva a un
campamento en Minas, donde se construyeron cabañas con un gran esfuerzo
aprovechando materiales en desuso como maderas que son abandonadas por la
gente y en el que el Padre Lucas asegura desbordando alegría que existe una
gran organización.
El cuarto paso que ha mencionado el Padre Lucas, llamado “Inventario
moral”, de acuerdo a sus palabras consiste en ir reconociendo todos los
resentimientos que el adicto tiene, todo lo que guarda u oculta, todo lo que ha
hecho mal, mientras que con los otros pasos se van reparando todas esas cosas.
El último paso es “pasar el mensaje”, es decir, hablar de eso para que otros sepan
que existe la posibilidad de ocupar ese lugar que les permitirá recuperarse.
Incluso, hay grupos de servicio que van a visitar hospitales, cárceles y centros de
internación psiquiátrica para pasar ese mensaje tal como se los pasaron a ellos.
Una tarea que exige poseer un gran sentido de la solidaridad.
Fue el Padre Lucas quien le dijo algo a Carlitos, que después le serviría para
darle tranquilidad en relación a una actitud suya que en principio podría verse
como la expresión soberbia característica de alguien que se considera un escalón
por arriba de los demás.
Como ya se ha explicado, pasado un tiempo desde su rehabilitación, Carlitos
se dedicó a dar conferencias, una forma de vida que le ha permitido convencerse
de que ya podía abandonar la idea de que era “bueno para nada”, como lo había
creído en su juventud. Actualmente sostiene que él sabe para qué es bueno, en
tanto se ha convencido de que es un muy buen conferencista. Entonces, al
imaginar que quien lo escuchara expresar ese juicio sobre sí mismo podría llegar a
definirlo como un arrogante que no conoce la humildad, recordó lo que le había
comentado el Padre Lucas y de qué modo sus palabras terminaron ayudándolo

38
hasta el día de hoy: “La cuestión es creérsela y yo me creo que soy muy buen
conferencista. Y me digo que soy el mejor, que difícilmente alguien pueda
superarme. El Padre Lucas me había explicado que la palabra humildad proviene
de humus o sea de tierra. De modo que finalmente la humildad significa tener los
pies en la tierra y si yo afirmo que dando conferencias soy bueno, ¿dónde está mi
arrogancia? No soy arrogante, simplemente estoy señalando un hecho, algo que
es verdadero, una característica positiva de mí que no tengo que esconder ni
callar. Así, por ejemplo, en un sentido absolutamente contrario también digo que
no manejo bien ya que es verdad que no soy un buen conductor. Entonces, del
mismo modo que reconozco una virtud mía también soy capaz de admitir un
defecto. Tanto en un caso como en el otro expreso una verdad. Aquello del Padre
Lucas me ha servido muchísimo, fue una de esas cosas que a uno le quedan
grabadas para siempre. Lo que pasa es que no existe la costumbre de aceptar que
alguien diga cosas buenas de sí mismo. En seguida lo tachan de arrogante. Al fin
de cuentas, por algo me contratan para dar conferencias empresas de un gran
poder económico y de enorme prestigio internacional, si no fuera bueno en lo mío
no lo harían. ¿O acaso puede pensarse que disfrutan gastando dinero en algo que
cuando lo reciben se dan cuenta de que no era lo que esperaban de mí?”
La intervención de Gelsi, que enfoca el mismo asunto tratado anteriormente,
es propicia para ilustrar lo que piensa quien como él ha tenido a Carlitos como
paciente de psicoterapia durante ocho años: “Carlitos se creía una persona sin
ninguna fuerza de voluntad, no se creía capaz de nada y sin embargo llegó a
probarse que no era así. Por eso, por ejemplo, las charlas que ofrece con éxito y
que tomó como medio de vida le han dado la posibilidad de ejercer su poder de
seducción. Hizo de eso un oficio y al mismo tiempo, de esa manera, al recorrer un
camino propio pudo separarse de la figura de su padre. Con la figura paterna hizo
un gran proceso, lo aprecia pero no va más allá. Ya no es alguien que lo aplaste.
Soportó críticas muy duras recibidas por realizar las conferencias, pero pudo
demostrarse que tiene una gran fortaleza y una gran voluntad contrariamente a lo
que hasta entonces había creído. Cuando le dicen que está lucrando con los
muertos de los Andes ya no le preocupa. Es que ahora se lo creyó. Esto lo ha
construido él mismo, la psicoterapia lo ayudó en ese sentido aunque no es el
terapeuta quien lo logra sino la interacción, finalmente es el paciente quien hace el
trabajo. Carlitos es un hombre que obra por impulsos, no es un hombre de
pensamiento, tampoco de acción. Él estaba convencido de que no era inteligente
porque no era un intelectual, lo que no tenía nada que ver, son cosas distintas.
Paulatinamente fue rescatando lo que verdaderamente es su inteligencia natural
que es mucho más emocional y práctica. Así fue que adquirió una noción de valor
personal sin complejos”.
La personalidad actual de Carlitos —siempre de acuerdo a la opinión de
Gelsi— se destaca indudablemente por la voluntad ya que ha entendido que no

39
puede volver a vivir en el caos en el que estuvo. Quizás porque sospecha que
puede recaer, no en la droga en sí misma sino en el caos o en el desorden de los
cuales nuevamente podría pensar que lograría salir con la droga. Es como si se
sintiera originariamente flojo y por eso se hubiera decidido a aplicar su voluntad
con un gran sentido de la responsabilidad. A lo que se compromete se dedica y lo
hace. Ya no quiere más el atajo, esta es una característica suya de hoy. Y lo
esperanzador para Gelsi es que este aspecto altamente positivo lo adquirió, no lo
tenía.

40
PARA CAMBIAR HAY QUE PADECER

Con la finalidad de buscar nuevos testimonios de personas que vivieron de


cerca el recorrido realizado por Carlitos a partir de su ingreso a “La Magia”, es
necesario escuchar lo que sostiene Ismael Piñero, consejero en adicción y director
desde hace quinces años de la ONG “Ser libre”. También él logró alcanzar la
rehabilitación, gracias a la cual hace ya dos décadas que está libre de drogas.
Pinero empezó a concurrir al grupo el 19 de setiembre de 1991, mientras que
como es sabido Carlitos lo hizo el 29 de octubre del mismo año, de modo que
entraron a “La Magia”, casi al mismo tiempo. Piñero afirma algo que ya había
expresado el doctor Cortinas, es decir, que el síndrome de abstinencia de los
medicamentos es todavía más duro que el de la cocaína lo que lleva a que el
adicto a esta clase de substancias necesite lo que él llama “una mayor
contención”.
Y agrega: “Carlitos se había hecho una trampita porque había dejado el
alcohol, pero seguía consumiendo droga de manera que la rehabilitación no le
llegaba nunca. Hay personalidades adictivas y hay rasgos comunes a todos los
adictos, como la baja tolerancia a la frustración, la hipersensibilidad, un
comportamiento obsesivo o compulsivo y algunos otros. La tragedia de los Andes,
incluso hasta después de tanto tiempo de ocurrida, puede haber actuado como un
disparador ya que tuvo un efecto postraumático muy difícil de enfrentar. La
condición para entrar a un grupo hay que buscarla en el sufrimiento que se está
viviendo, extremo que Carlitos estaba padeciendo. La actitud se demuestra con
ese primer paso, se toma conciencia del problema y se busca una solución, tal
como él lo hizo al ir a ‘La Magia’. La droga hace más lento el duelo o impide que se
viva de modo natural. Carlitos drogándose nunca llegaba a resolver el problema de
los Andes. El adicto sufre y se droga, le viene rabia y en lugar de dejarla salir se
droga nuevamente de modo que otra vez adormece el dolor y el sufrimiento que
experimenta. No se llega nunca a la zona de cura, no se deja que los sentimientos
se manifiesten libremente. La culpa, el dolor, la rabia, incluso las pérdidas, nunca
llegan a ser aceptados, todo está siempre dormido, se postergan de por vida. No

41
importa cuál es la droga, sea cual sea actúa de la misma manera”.
Damián Rapela, por su parte, al considerar el tema ya abordado que intenta
explicar la posible relación que existió entre la tragedia de los Andes y la posterior
caída de Carlitos en el consumo de drogas, sostiene que alguien que sufre un
trauma como el que le tocó vivir en la cordillera lo único que puede hacer durante
mucho tiempo es racionalizar la experiencia traumática. “Si Carlitos hubiera
intentado vivirla desde el terreno de lo emocional hubiera enloquecido”, afirma
Rapela. De acuerdo a su opinión el desplacer que provoca es tan grande que
resulta intolerable. La culpa, la vergüenza, la rabia y la angustia adquieren una
dimensión colosal de manera que lo primero que Carlitos tenía que hacer era
sobrevivir y para lograrlo estaba obligado a racionalizar lo sucedido. Cada vez que
aparecía un sentimiento peligroso lo tapaba con droga, pasando a otros temas o
hablando con alguien, siempre evadiendo la experiencia traumática.
Carlitos había empezado a tratarse con el doctor Cortinas, cuyo equipo como
ya se ha dicho integraba Rapela, por lo que también asistía a sesiones con éste.
Justamente, ya en la etapa final Rapela recuerda que le decía a Carlitos que el día
que él destapara el tema de la cordillera seguramente iba a tener problemas por lo
que debería buscar ayuda. Mientras tanto, él estaba convencido de que estaba
bien que lo encarara desde el punto de vista racional.
Carlitos era ya un “gran adicto”, afirma Rapela, pero cuando dejó de consumir
porque el grupo lo había ayudado a liberarse no pudo en primera instancia bucear
en el conflicto de la cordillera. “Si lo hubiera hecho, seguramente hubiera vuelto a
consumir”, comenta Rapela, para después agregar: “Todavía no estaba capacitado
para enfrentarse a esos niveles de angustia. Eso fue lo que le dije, que me parecía
apropiado que todavía no entrara en eso y que cuando estuviera más fortalecido
por el paso del tiempo podría bucear en los Andes”.
Finalmente Rapela, expresa algo que ya han repetido otros testigos del
esfuerzo extraordinario realizado por Carlitos para zafar de la trampa en la que
había caído: “Carlitos hizo aquello que le dije, por supuesto que le costó un gran
trabajo y que le llevó mucho tiempo. Me consta que fue una etapa muy difícil para
él a pesar de que ya llevaba tiempo sin consumir. La segunda cordillera le llevó
muchos más años y probablemente le produjo más sufrimiento que la primera”.
En la conversación con Rapela surge otro interesante elemento que tiene que
ver con la imagen equivocada que muchas veces la mayoría de la gente se hace
de alguien a quien no conoce debidamente. Se trata del asunto muchas veces
considerado de la diferencia que existe entre lo que alguien es y lo que parece ser,
de cómo generalmente la imagen con la que la gente se queda termina ofreciendo
una especie de pintura falsa del otro que nada tiene que ver con lo que realmente
es.

42
“Otra cosa que quiero subrayar —enfatiza Rapela— es la calidad de persona
que es Carlitos. Cuando yo lo conocí representaba para la opinión general lo que
se llama ‘un carrasquito’5, un pituco, un sobrador que contaba historias
grandilocuentes de dudosa veracidad. Cuando llegó al tratamiento conmigo era
evidente que traía puesta una máscara brutal, era otra persona, si se lo rascaba
apenas un poquito enseguida aparecía el otro. Lo que él representaba resultaba
bastante diferente a lo que era en realidad. En el tratamiento se mostraba como
una persona derrotada, muy golpeada, que necesitaba ayuda, pero al mismo
tiempo era alguien muy solidario, amable, simpático, capaz de comunicarse a
través de los sentimientos, todo aquello que la gente no sabía de él ni tampoco
imaginaba. Al trabajar con él me di cuenta de que atrás de la máscara que usaba
se escondía una personalidad riquísima.”
Después de escuchar a los especialistas la voz de Carlitos se impone por
sobre las ajenas para hablar sin eufemismos de la razón por la cual él cree que
decidió por fin encarar su rehabilitación definitiva combinando la internación
hospitalaria y especialmente la asistencia al grupo la “La Magia”. Para que el lector
comprenda cuál fue el proceso de su razonamiento lo mejor es escucharlo
recordar la vida que llevaba.
Dice Carlitos: “Simplemente comprendí que mis compañeros de generación
evolucionaban, pero que yo, por el contrario, iba para atrás. Y también me dije que
no era posible que después de haber vencido a la muerte en los Andes estuviera
matándome de esa otra manera. Había momentos en los cuales tomaba
conciencia de semejante barbaridad. Yo había llegado a valerme simultáneamente
hasta de tres taxis que estaban a mi disposición, los llamaba por teléfono y
acudían a la dirección que les daba para recoger un paquete que después me
traían a mi casa. Esa era una de las formas que usaba para que me llegara la
droga. Recuerdo que la cocaína me la mandaban en sobres que tenían el logotipo
de la Cámara de Diputados, un camuflaje perfecto. Yo soy naturalmente un
productor, si en aquella época hubiera existido el teléfono celular hubiera
organizado una red de conexiones extraordinarias. Puedo sostener que de alguna
manera yo era un genio para procurarme lo que me hacía falta. También iba a
barrios alejados que nunca hubiera pensado que llegaría a visitar en los que, por
ejemplo, me dirigía a un tipo al que le pedía un diario que al entregármelo
simplemente me decía ‘la página de deportes’. Abría el diario y en esa sección
estaba la droga pegada. Yo era capaz de hacer todo eso, aunque en general era
bastante cómodo, me hacía llevar la droga al lugar que quería. También en Punta
del Este tenía a una persona que se encargaba de que no me faltara. Las pastillas
las conseguía sin problemas, me las arreglaba para obtener las recetas
obligatorias, no se trataba de una cajita por mes, yo consumía muchas pastillas por

5
En alusión al barrio Carrasco.

43
día. Hasta había ubicado una farmacia que por ciertos contactos me las daban sin
receta. Y como un día me enteré de que los dentistas podían recetar
psicofármacos mis posibilidades aumentaron más todavía. Quiero dejar algo bien
claro: nadie va a la ruina por el consumo, si queda en la calle es por las locuras
que comete como consecuencia de ser un consumidor. No se consume tanto como
para dilapidar una fortuna debido a lo que cuesta la droga. El doctor Cortinas ponía
un ejemplo que a mí me parecía muy acertado. Me decía que si a un adicto le
ponían un millón de dólares sobre una mesa y al lado un vaso de whisky
seguramente elegiría el vaso. Podrá parecer una caricatura, pero eso es lo que le
pasa a un adicto. Deja de pagar las cuentas, deja de preocuparse por las
obligaciones de la vida cotidiana, está para otra cosa. Piñero, por ejemplo, era un
hombre de recursos pero cuando tuvo la desgracia de romperse el tendón de
Aquiles no pudo asistirse en una institución médica privada, no encontró otra
solución que internarse en un hospital público. Su situación económica del
momento no le permitió tratarse de otro modo. Recuerdo que fui a visitarlo y juré
que nunca más volvería a pisar ese hospital que estaba en un estado lamentable,
era deprimente. A eso lo había arrastrado el consumo. Yo me enteré que adicto
quiere decir ‘no dicho’ y me acuerdo que mi madre para suavizar la situación
cuando hablaba con alguien de mi internación nunca decía que a eso me habían
llevado las drogas, mencionaba el hecho diciendo algo así como ‘Carlitos está
internado por problemas con los medicamentos’, no nombraba para nada a la
cocaína, esa droga no se podía ni mencionar. De ese modo le parecía que evitaba
la vergüenza que se supiera que tenía a su hijo en un hospital por consumo de
cocaína. Y es al revés, hay que nombrarla, hay que hablar. El tiempo ha pasado y
es verdad que hoy, sin embargo, la situación es diferente, ahora es un tema que se
toca con más naturalidad”.
Según el doctor Cortinas, es verdad que los adictos siempre se las
arreglaban para conseguir las recetas de los psicofármacos explotando ciertas
complicidades al tiempo que señala que no hay que olvidar que en aquellos
tiempos los controles eran menores que en la actualidad.
Carlitos ha insistido en afirmar que en los Andes aportó lo que llama su
“buena onda”, refiriéndose a lo fundamental que le resultó su actitud positiva al
permitirle transformarse en alguien que trabajaba para el grupo. Para ejemplificar
su afirmación alude a la película “La vida es bella” 6, como modo de señalar que en
la cordillera siempre apareció su lado optimista que lo hacía pensar en algún
hecho esperanzador, en que algo había más adelante bastante lejos de la
tragedia. También ha sostenido que él no era así, que cambió debido a las
circunstancias tan particulares vividas en la cordillera. Fue en ese momento y en

6
Dirigida y actuada por Roberto Benigni, en “La vida es bella” (1997) un padre inventa una
historia para ocultarle a su hijo -a quien intenta convencer de que se trata de un juego- la
tragedia que están viviendo en un campo de concentración nazi.

44
ese lugar cuando se valió del optimismo, que lo dejó expresarse para sobrellevar
una situación que se mostraba intolerable.
Algo similar le pasó, de acuerdo a lo que explica, cuando resolvió escapar del
mundo de las drogas. Sus palabras no dejan dudas sobre cuál fue en este caso su
actitud: “Cuando volví a la normalidad en el Uruguay, fui metiéndome en un
callejón sin salida, sentía que las frustraciones eran cada vez mayores, a pesar de
que siempre tenía una salida graciosa para justificar lo que estaba haciendo,
digamos que le encontraba la vuelta por el lado payasesco, era evidente que
estaba perdido en un laberinto infernal. Y aunque parezca paradojal eso me resultó
tan evidente que al darme cuenta de que no tenía salida terminé planteándome la
necesidad de dejar de consumir. Esa fue la gran decisión de mi vida. Lo había
intentado varias veces, pero dejaba un tiempo y luego volvía a lo mismo porque no
solucionaba los otros problemas como el laboral o el familiar. Hasta que entré a
Narcóticos Anónimos y todo empezó a cambiar. Me acuerdo que una de las cosas
que más me ayudó fue que me dijeran que uno de cada cien de los que entraban
en los grupos llegaba a cumplir un año sin consumir. Me aferré a eso con todas
mis fuerzas, me dije que yo iba a ser ese uno de los cien, a pesar de que también
ese desafío me provocaba miedo. ¿Y si no era yo uno de los cien? Sin embargo,
aprendí que también yo tengo miedo, que a pesar de haber sobrevivido a una
tragedia como la de los Andes, tengo derecho a tener miedo. Así fue como
empecé a dar la batalla más dura de mi vida. Y logré vencer el miedo como lo
demuestra el hecho que yo haya sido uno de los cien. Ya hace veinte años que no
consumo, logré lo que quería. Un periodista que cierta vez se acercó para hacer
una nota sobre los grupos de adictos terminó entrando en uno de ellos. Fue muy
gracioso. En las reuniones solía decirse que al adicto le daban un cheque en
blanco en el que podía poner la cantidad que quisiera, se trataba de algo simbólico
aludiendo a todo lo que el rehabilitado ganaba de vida al entrar en el programa de
rehabilitación. Y resultó que tiempo después me encontré con aquel periodista que
al verme empezó a gritarme que lo del cheque era verdad. También a él le fue muy
bien, el grupo le dio un gran resultado. Tanto él como yo habíamos logrado llenar
aquel cheque con una cantidad inmensa de vida que no es posible asimilarla al
dinero”.
Según lo entiende Carlitos, no tenía otra solución a la vista, hizo la mejor
elección, la que lo salvaría, de ahí que exprese lo siguiente: “El camino de salida
es Narcóticos Anónimos, para mí no hay otro. Dejar de consumir no es solamente
abandonar el consumo, hay que trabajar muy duro, es necesario poner pasión en
la actividad que se ha empezado para cambiar la vida. A mí se me prendió la
lamparita, me dije que ese era el último vagón y que yo tenía que subirme a él sin
esperar más aunque hacerlo me significara sufrir. Me agarré con las dos manos,
ya que seguramente no volvería a pasar. Para cambiar hay que padecer, hay que
sufrir y conocer el dolor, pero también hay que tener en cuenta que no todos tienen

45
la suerte de encontrar la posibilidad del cambio. Ya dejé de pensar que soy bueno
para nada, ahora sé que es posible que yo no sirva para muchas cosas pero sé en
cambio que sirvo para otras. Tengo un camino personal, a partir de aquel momento
dejó de importarme lo que pudiera hacer mi padre con Casapueblo o lo que haría
mi madre con su estancia, lo que importaba era que yo tenía un valor en mí mismo
y que podía arreglármelas sin esperar lo que me llegara de mis padres. Entendí
que lo único que tenemos es el hoy, ayer ya se fue y mañana no ha llegado
todavía. Solamente hoy no consumo y solamente hoy soy lo más feliz que puedo
permitirme”.
Si bien es verdad que Carlitos había llegado a la droga por “novelería”, tal
como lo dijo anteriormente, cuando después de fumar marihuana le presentaron a
la cocaína inmediatamente sintió su seducción y se convenció de que esa droga
era para él. Lo fascinó la consecuencia que experimentaba al consumirla, es decir,
que con la cocaína el pensamiento no tenía ninguna clase de censura. Se dejó
envolver por la realidad que le mostraba que después de incorporarla a su
organismo adquiría lo que él define como una gran velocidad mental. Le parecía
que era brillante, que era el número uno en todo, cuando en verdad no lo era en
nada. Todo aquello lo había llevado a entrar en un círculo vicioso ya que
inmediatamente después de los momentos eufóricos sobrevenían los bajones que
él vivía como algo espantoso, decididamente intolerables. Y, precisamente, como
no los soportaba volvía a consumir cocaína para sentirse otra vez alejado de los
estados a los que lo llevaba la falta de la droga.
No hay dudas de que lo que finalmente triunfó en él fue la actitud, esa nueva
postura de ánimo que le permitió buscar la puerta de escape, de la misma manera
que había sucedido en los Andes cuando a través de la noticia que Nicolich había
escuchado en la radio los sobrevivientes supieron que la búsqueda se había
suspendido. Entonces ellos, contradictoriamente, consideraron que aquella en
definitiva era una buena noticia en tanto a partir de ese momento su salvación
dependería de ellos mismos. Esa había sido una demostración de una actitud
incomparablemente positiva, como la que habían desplegado Parrado y Canessa
corriendo el riesgo de perderse para siempre cuando decidieron seguir adelante en
medio de la inmensidad de la cordillera y continuaron la marcha para intentar el
milagro que significaría encontrar una ayuda en lugar de retroceder para refugiarse
con los demás entre los restos del fuselaje del avión y ahí esperar pasivamente lo
que el destino les tuviera reservado.
Carlitos también siguió adelante, tampoco él aceptó permanecer inactivo en
medio de las ruinas a las que lo había llevado la droga, continuó caminando hasta
reencontrarse con la vida que en su caso fue la que le alcanzó la última internación
y la integración al grupo de Narcóticos Anónimos. Al fin de cuentas, se trató de
algo comparable con el encuentro de Parrado y Canessa con el arriero chileno que

46
los arrancó de la muerte. Por algo Carlitos le había contestado al doctor Cortinas
que el grupo había sido para él como volver a ver los helicópteros descendiendo
en la nieve para rescatarlos.
Si Carlitos hoy mira hacia atrás lo hace solamente para recuperar los
aspectos positivos del pasado porque sabe que esa actitud al mismo tiempo tiene
la virtud de generar una respuesta positiva también en los otros. No se deja
dominar por las posturas negativas que encuentra en muchas personas que en
ciertos casos no son otra cosa que expresiones de una envidia poco disimulada ya
que en general él siente que no se reconocen los méritos de quien ha logrado algo
por su propio esfuerzo. Como ejemplo contrario de esa postura menciona a su
padre quien siempre mira hacia delante con optimismo y elogia lo que su hijo hace
con expresiones como “estamos en la lucha” o “arriba el ánimo” en consonancia
con su personalidad que lo lleva a pelear cada vez que surge un obstáculo. Es
sabido que a Carlitos le costó desprenderse del fardo de la figura paterna, pero
ahora todo es diferente ya que ha logrado andar por una vía distinta a la de él lo
que le ha dado la posibilidad de abandonar pacíficamente la idea de verlo como a
un competidor.
No está de más repetir que este proceso de cambio a Carlitos lo obligó a
pasar momentos extremadamente difíciles. Estaba pisando un terreno tan
inestable que sostiene que incluso hubo momentos en los que llegó a comprender
a los suicidas, pero al encontrar el equilibrio hasta entonces esquivo, el mundo de
la droga se convirtió en algo completamente ajeno para él, un universo poblado de
muerte que afortunadamente ya no le pertenece. Y después de desprenderse de la
amenaza representada por las drogas, cuando entró en el mundo opuesto, ya
nada tuvo que ver con la cocaína ni con los medicamentos consumidos en exceso.
Ni con ninguna otra clase de droga, fuera la que fuera. Antes de llegar a la meta
que se propuso sabía perfectamente dónde podía encontrarlas, cuáles eran los
pasos que debía dar para conseguirlas, mientras que inmediatamente después de
dejar el consumo ignoró para siempre todo lo que se relacionaba con ellas.
Entre tantos actos cumplidos por Carlitos que sirven para entender su
necesidad de valerse de una postura abiertamente positiva, es posible recordar lo
que sucedió el día que tuvo que dar una conferencia en la ciudad mexicana de
Puebla. En aquella oportunidad los oradores fueron Antonio Valladares, el cubano
que había estado prisionero durante veintidós años condenado por el régimen de
Fidel Castro, una mujer judía alemana que había sobrevivido a la experiencia límite
de pasar un largo tiempo en un campo de concentración nazi y Carlitos, quien
hablaría de la tragedia de los Andes.
Valladares explicó las condiciones infrahumanas que había soportado en la
cárcel redondeando un cuadro que a Carlitos le pareció horrible; por su parte la
mujer judía incorporó lo que había significado para ella tolerar el terror, la

47
humillación y el desprecio por la vida que los nazis les hacían sufrir diariamente a
los prisioneros, todo lo cual había terminado por crear un ambiente depresivo entre
quienes habían concurrido a escuchar las conferencias. Carlitos, quien había
concurrido a Puebla con su hija, era el último orador. Cuando le llegó el turno de
hablar decidió empezar su charla afirmando que si la presencia de los tres
conferencistas se hubiera debido a que se buscaba desarrollar una especie de
competencia para determinar quién lo había pasado peor probablemente sería el
ganador, pero que según lo entendía él estaba ahí para otra cosa, que su interés
era demostrar cómo había logrado salir hacia delante y no quedarse en lo que
había sufrido. Y dominado por esa actitud fue que ofreció toda su charla. Al final de
la conferencia la respuesta del público fue de una excepcional aprobación al punto
que llevó a la gente a pararse y a rodear a Carlitos para demostrarle su
entusiasmo hasta que su hija tuvo que intervenir para evitar que aquello se saliera
definitivamente de cauce.
Tanto se ha hablado ya de “La Magia”, a tal punto se ha hecho referencia a lo
que el grupo contribuyó en la rehabilitación de Carlitos, que es hora de formular la
pregunta que busque desentrañar la verdadera razón por la cual parece ser que
ese procedimiento termina siendo el único efectivo para que los adictos abandonen
el consumo de drogas. ¿Dónde está el secreto, cómo opera lo que parece un
milagro o, justamente, simple magia, que lleva a una persona que ha estado
consumiendo durante años a abandonar las drogas a partir de su participación en
un grupo conformado únicamente por quienes se habían rendido a las adicciones?
La palabra “pares” es usada constantemente por quienes se ocupan del tema
dando a entender que al reunirse los iguales, esto es, quienes están padeciendo
un mismo drama, todos se encuentran también ocupando un mismo lugar y
respirando en un ambiente que no les es hostil. Estas son las condiciones que, al
mismo tiempo, les permite exhibir libremente y sin vergüenza el pesado fardo que
llevan encima sin escuchar recriminaciones por lo que han hecho. Éste, pues, es el
punto central que se abordará en el próximo capítulo para tratar de clarificar lo que
pasa en el interior de un grupo y cómo fue que Carlitos encontró en él la tabla de
salvación.

48
ENCONTRARSE CON LOS DEMÁS

Lo primero que afirma Carlitos al explicar cuál fue la causa por la que él
entiende que el grupo terminó siendo el medio más adecuando para que
encontrara la puerta abierta que al traspasarla le permitió reencontrar la libertad
perdida estuvo en que de pronto se vio rodeado de pares que estaban ahí
peleando por la misma cosa que él. Y que nadie juzgaba al otro, que nada de lo
que se dijera era considerado anormal o condenable.
No todo sucedió, por supuesto, de manera instantánea, reconoce que hubo
momentos en los que escuchaba las exposiciones de sus compañeros como si
hubiera pasado a habitar en otro planeta. Así, por ejemplo, expresa que le costaba
entender algunos de los testimonios, que no llegaba a darse cuenta de la real
dimensión de lo que significaban las palabras que llegaban a sus oídos. En ese
sentido recuerda un caso concreto que le sirve para dar un ejemplo del asombro
que sintió al escuchar a un compañero que se manifestaba muy contento porque
finalmente se había permitido la felicidad de dedicarle un tiempo de su vida a su
sobrino para jugar con él. Aquella confesión acerca de un hecho aparentemente
trivial, un acto casi insignificante que llenaba de satisfacción al integrante del grupo
poco a poco fue adquiriendo para Carlitos su verdadero sentido ya que pudo
entender que con la rehabilitación se llegaba a disfrutar de cosas que hasta
entonces habían sido dejadas totalmente de lado. En cierto sentido lo que afirma
de algún modo remite a lo que había dicho Gelsi, sobre la heroicidad que Carlitos
llegó a descubrir en la cotidianeidad.
“Al final me di cuenta de que al entrar al grupo había empezado a manejar la
telenovela de la vida, era como si me dijeran que no debía perderme el próximo
capítulo, es decir, que no podía faltar a la próxima reunión”, expresa Carlitos para
recordar al mismo tiempo que estar entre sus pares también le hizo comprender
que era necesario cambiar de vida, apartarse de varias cosas, entre ellas de las
personas que hasta entonces lo habían acompañado en el camino de la droga.
Esas personas definidas irónicamente por Carlitos como “los chicos malos”, tenían
que ser evitadas, archivadas en el pasado para siempre, para ser sustituidas por

49
nuevos amigos que no por casualidad casi inmediatamente pasaron a ser los
integrantes del grupo. Al mismo tiempo, asegura que paralelamente se había
formado un grupo más reducido, un grupito al que denomina “el pelotón de
recuperación”, formado por ocho o diez personas que se llamaban por teléfono,
que comentaban cómo lo habían pasado en esos días, que se alegraban porque
“La Magia” continuaba aumentando el número de integrantes y que festejaban todo
lo que con gran voluntad y esfuerzo paulatinamente iban logrando en el plano
personal.
Según Ismael Piñero, el grupo resulta ser la ayuda fundamental porque es la
que un adicto le ofrece a otro adicto. Esta verdad fundamental fue la que le
comentó cierta vez a un periodista que lo había llamado para hacerle un reportaje.
La respuesta que recibió del periodista al establecer una similitud que Piñero
nunca se había planteado le sirvió para darse cuenta de que realmente era así. En
efecto, el periodista le contestó que la afirmación de Piñero lo había llevado a
compararla con el efecto que tienen las vacunas, especialmente el suero
antiofídico. Piñero en un principio no entendió el sentido de la respuesta del
periodista, pero luego comprendió que tenía razón, que esa era la causa de que
los grupos funcionaran. Para expresarlo gruesamente Piñero sostiene que “el mal
cura al mal”, tal como el suero hecho en base al propio veneno inoculado en el
organismo de una persona evita que el veneno que recibió al ser mordido por una
serpiente lo lleve a la muerte. “Sin veneno es imposible hacer el antídoto”, afirma
Piñero. En el caso del adicto sucede algo parecido, los medicamentos no sirven, lo
que da resultado es el otro, es decir, el igual. Como el adicto es siempre adicto, de
acuerdo a Piñero es como si fuera portador de un virus, la adicción está latente.
Por eso es que hay que aprender a convivir con la adicción y buscar la forma de
protegerse en el grupo para que esa adicción oculta no se manifieste
abiertamente.
Con otras palabras el padre Lucas apunta en la misma dirección que lo hizo
Piñero: “El adicto está limpio, pero sigue siendo adicto. Si él pensara que dejó la
droga para siempre, si pensara que es para todo la vida, no podría enfrentarlo.
‘Hoy pude, mañana se verá’, eso es lo que debe decirse y es lo que se dice. En el
grupo sigue con la droga de modo simbólico, eso es lo que los reúne, pero no
piensa en ella concretamente, solamente que es ella la que los reúne. Todos
tenemos dependencias, pero las vamos cambiando, los árboles se mantienen
firmes si tienen buenas raíces y estas son nuestras dependencias. El ser humano
es un ser con otros seres —recuerdo lo que dice Heidegger— antes de ser
individuo estuvo con alguien, con su madre, por ejemplo, por eso sufre la soledad.
Se sufre la separación. Claro que hay dependencias humanas naturales porque
somos limitados y otras que como las adicciones llevan a las drogas, cosa que es
muy distinta”.

50
La adicción es una enfermedad que muestra características raras. Una de
ellas —manifiesta Piñero— es que la medicina no es la que está mejor preparada
para enfrentarla. Y otra es que cuanto más se ayuda a un enfermo por adicción
peor se pone. Si a alguien que tiene hepatitis se lo acompaña, se le lleva la comida
a la cama, se lo vigila cuando debe ir al baño, etc., el enfermo se manifestará
agradecido y reconocerá la ayuda que se le ofrece. Con un adicto, por el contrario,
nada de eso servirá para nada, seguirá enfermo. La ayuda deberá pasar
necesariamente por otro lado. Al adicto que va a consultarlo Piñero le dice que
haga de cuenta que fue a ver al médico que va a atenderlo para ocuparse de su
caso. Que él le dirá cuál es su enfermedad, cuáles son los riesgos que conlleva,
por qué está viviendo lo que lo hace sufrir, tocará el tema familiar y algunos otros
puntos, pero concluirá explicándole que no podrá indicarle el remedio para la
enfermedad, que esa solución no podrá dársela ya que ella se encuentra
únicamente en el papelito que le entrega donde figuran las direcciones en las que
se reúnen los grupos de adictos y los horarios en los que funcionan. Es el grupo el
que pone al alcance del adicto las herramientas necesarias, tales como alejarse de
su ambiente habitual y no consumir la primera dosis. Si no se toma la primera no
habrá ni segunda ni tercera. Como ya se ha dicho, se trata solamente de hacerlo
por hoy, mañana no se sabe lo que podrá pasar, se fijan metas cortas y se trata de
que el adicto comprenda que la adicción no puede controlarse con drogas, de ahí
la necesidad imperiosa de la abstinencia y de la integración al grupo.
Para el Padre Lucas en el grupo se crea una mística, de hecho quienes
concurren a él no se drogan, en todo caso la droga, como ya lo ha manifestado,
está presente a nivel simbólico. Los adictos quedan afectivamente dependientes
de una forma inmadura, necesitan de algo para seguir viviendo. Entran a un grupo
por la presencia de los otros, pero en realidad hay en ello una inmadurez en tanto
necesitan actos que provengan de afuera para sentirse bien. La única manera de
salir adelante es pertenecer al grupo, la forma de crecer como persona. La droga
hace posible que seres solitarios puedan encontrarse para hablar de lo suyo frente
a otros que los escuchan. Quien por primera vez entra al grupo es el más
importante para todos, los otros le prestan atención, cosa que antes no le sucedía.
Es extraordinario, la droga que antes le servía para separarse y estar en soledad
es la misma que al adicto le sirve para encontrarse con los demás. Por sí solos no
van a poder salir del problema, harán una terapia, por ejemplo, pero cuando
vuelvan a la vida normal volverán a lo mismo porque no habrán cambiado su
proceso interno. “Diríamos que desde el punto de vista cristiano se trata de una
conversión —explica el padre Lucas— ya que se trata de un cambio fundamental.”
En el grupo al adicto se le pide que rompa con lo anterior, que aquello que lo
rodeaba desaparezca, se trata de una vida nueva para la que deben crearse
actitudes también nuevas. Hasta que se integró al grupo nadie se había
preocupado por el adicto, nadie le preguntaba cómo se sentía o qué podían hacer

51
por él. Es el grupo el que lo hace.
No es casualidad que quienes fueron entrevistados para este trabajo
coincidieran en sus declaraciones. Todos se han especializado en adicciones y,
además, algunos de ellos, como ya se ha señalado, también son adictos que como
Carlitos pasaron por momentos muy duros para liberarse de las drogas. Una nueva
opinión, en este caso, la de Damián Rapela, se incorpora a las ya emitidas para
explicar por qué el grupo llega a lograr un resultado tan positivo.
En primer lugar, Rapela recuerda que los grupos fueron creados por adictos y
que la mayoría de quienes concurren a ellos ya dejaron de consumir de modo que
saben muy bien cuáles son los mecanismos a emplear, los desafíos y las
preguntas que plantea la rehabilitación tanto como saben que no se puede salir de
la adicción si no hay un cambio de vida fundamental. Es que el adicto no está
preparado interiormente para hacer un cambio brusco, no está fortalecido para un
desafío de esa naturaleza de manera que busca el recurso que conoce de toda la
vida que es el consumo. El grupo actúa fundamentalmente como contenedor, pero
con la virtud de que se trata de alguien que puede hacerlo porque entiende cuál es
el problema. Si un adicto va al psiquiatra —manifiesta Rapela— le hará estudios
clínicos, también entrevistará a los familiares, al cónyuge, a los padres y terminará
diciéndole al paciente que tiene un problema de adicción y que es necesario que
deje de consumir. Esta es la respuesta de la medicina. Pero cuando el adicto va al
psiquiatra hace ya mucho tiempo que sabe que tiene que dejar de consumir. No
era eso lo que necesitaba que el psiquiatra le dijera, lo que necesitaba saber era
cómo tenía que hacer para dejar el consumo. “No hay un tratamiento
farmacológico para terminar con una adicción”, sostiene Rapela.
Mientras tanto, el psicólogo Pablo Gelsi afirma que el adicto en soledad
siempre encuentra muchas justificaciones para explicar su adicción. El grupo, en
cambio, no se lo permite, no lo deja hacer eso, lo enfrenta a la verdad o sea que,
en suma, no le da la posibilidad de mentir. A Gelsi le parece que todos tenemos
una especie de niño que es muy sensible a la opinión ajena. Y al amor ajeno. Caer
o recaer nos deja con el temor de que no nos quieran. Además, un psicoterapeuta
ve al adicto una vez por semana durante cincuenta minutos, en cambio los grupos
insumen mucho más tiempo. La otra razón por la cual los grupos dan resultado
debe verse en la realidad que indica que siempre hay alguien que está peor de
manera que se puede ejercer la misericordia o la ayuda. Se trata de una gimnasia
mediante la cual todos son terapeutas de todos al punto que entre ellos termina
formándose un lazo particularmente fuerte.
Finalmente, es Juan quien ofrece una imagen del grupo que podría tomarse
como la síntesis de todas las opiniones dadas hasta ahora: “En el grupo están los
pares, los que pasaron por lo mismo, los que no juzgan, los que aceptan al otro tal
como es. Son los que se protegen mutuamente. Solamente aquel que pasó por

52
una etapa tan severa puede comprender cabalmente a quien está empezando la
recuperación”.
Según Carlitos, todo el trayecto que recorrió en Narcóticos Anónimos también
puede verse como una nueva lucha contra el no, de la misma manera que había
sucedido durante los setenta y dos días que permaneció perdido en la cordillera.
Tenía que buscar el aspecto positivo que siempre es posible encontrar, eso que,
de acuerdo a lo que él mismo expresa, los norteamericanos llaman “the bright
side”, la búsqueda del lado brillante aun en los momentos más oscuros. Y habla,
además, de una característica suya que todos quienes lo conocieron mientras
asistió a las reuniones del grupo o aquellos que compartieron con él diferentes
terapias también han mencionado especialmente.
Para tratar esos temas es que expresa: “Me valí del sentido del humor, la
buena onda siempre contribuye a favor de uno mismo y de los demás, ella quizás
en algún momento se convirtió en la mejor herramienta que pude utilizar. Yo
trataba de poner color para eliminar el gris y el negro. Por eso es que cuando
hablo de todo esto vuelvo a acordarme de la película ‘La vida es bella’. La
depresión, eso que los uruguayos llamamos el bajón y al que muchos son afectos,
no ayuda para nada. En los grupos yo tuve que aprender a convivir con historias
muy depresivas, pero al mismo tiempo me las arreglé para cultivar la paciencia. Me
encontré con gente muy distinta, también eso tuve que admitirlo y sobrellevarlo.
Compartí el dolor con los compañeros adictos, de ahí que si alguna vez había
tenido arrogancia fue en el grupo donde la perdí. Hay un caso que a mí me parece
extraordinario porque sirve para aclarar todo esto que estoy diciendo. Yo contribuí
a formar un grupo que funcionaba en la iglesia de Carrasco al que llamé ‘Por Acá’
y que después se convirtió simplemente en el grupo ‘Pora’. Lo había denominado
de aquella manera porque estaba convencido de que por acá era el camino para
librarse de las drogas. A ese grupo concurría un hombre que vivía muy lejos, más
concretamente en el Cerro. Lo curioso es que en su barrio había un grupo de
Narcóticos Anónimos, pero él había decidido atravesar toda la ciudad para
integrarse al que funcionaba en la iglesia de Carrasco simplemente para expresar
el profundo resentimiento que le provocaban quienes habitaban ahí. Así
descargaba su sentimiento en presencia de la propia gente que le despertaba
tanta antipatía”.
Carlitos también contribuyó a la formación de otro grupo en Punta Carretas,
que para no abandonar su sentido del humor denominó “14 de Julio”. La razón de
este nombre la explica en virtud de que a él concurrían adictos a las pastillas, entre
ellos algunas mujeres que seguramente ahí se sentirían mejor que compartiendo
experiencias con consumidores de otra clase, por ejemplo de cocaína. La ironía
radicaba, claro, en que el 14 de Julio se celebra la toma de la Bastilla, mientras
que ese grupo se había formado para quienes tomaban las pastillas.

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Ya ha quedado claro que en los grupos todos terminan igualados y que
finalmente también todos se toleran. Hay otro ejemplo que da Carlitos que resulta
de utilidad para entender los diferentes orígenes de los adictos que se reúnen para
solucionar sus problemas: “Yo estaba peleando para obtener la tarjeta de crédito
dorada, me sentía preocupado porque no podía lograr que me la dieran, pero al
mismo tiempo en mi grupo había una persona cuya gran preocupación era que a
veces no tenía el dinero necesario para pagar el boleto del ómnibus que debía
tomar para ir a las reuniones. Sin embargo, él y yo éramos iguales, en el grupo
teníamos algo en común que nos había llevado a estar juntos, habíamos cometido
los mismos errores. Yo nunca sentí que me trataran de modo distinto por ser eso
que despectivamente suele denominarse ‘un carrasquito’ ni por gozar de cierto
renombre por haber sido uno de los sobrevivientes de los Andes”.
Carlitos bajó al llano —según Juan— para ser uno más, ya que en el grupo
tuvo que comunicarse con todo tipo de gente de manera que demostrar esa
humildad seguramente no le resultó una tarea fácil. A Juan le consta que eso no
puede hacerlo cualquiera, que para Carlitos bajarse de lo que denomina “el trono”,
le resultó clave. La necesidad imperiosa de igualarse a los demás proviene de la
realidad indudable que exhibe el grupo, muy desparejo socialmente. “Actualmente,
hay diferencias por las distintas ubicaciones geográficas que tienen los grupos,
pero en aquella época ‘La Magia’ era el único y concurría gente de todos lados”,
recuerda Juan al referirse al nacimiento de Narcóticos Anónimos en el Uruguay. Y
aprovecha para explicar cómo Carlitos se movía en aquellos tiempos: “Si bien es
cierto que Carlitos tuvo la humildad necesaria para trabajar de modo igualitario con
todos los demás nunca dejó de mostrar de dónde venía, cuál era su origen. Eso no
lo ocultó nunca. En el grupo seguía siendo el mismo, hasta cuando estaba
destruido de pronto se largaba a hablar del golf, la humildad no lo llevó a mentir
sobre sí mismo, la usó para estar en el grupo pero no para caer en la mentira. Es
posible, no lo niego, que esto le haya generado simpatías y también antipatías,
pero esto también le pasaba afuera del grupo”.
Como lo dice Damián Rapela, para salir de la adicción hay que tener una
gran reserva, una madera de cierta calidad, de lo contrario, quien no la tenga se
encontrará con serias dificultades para llegar a la rehabilitación. Claro que Rapela
también afirma que aquellos que pueden reírse o emplear más o menos
frecuentemente el humor sobre sus problemas es porque ya están superándolos.
Si es que no los han superado ya.
El reconocido sentido del humor desplegado por Carlitos, es también
recordado por Ismael Piñero, tal como ya lo han hecho otros entrevistados: “Lo que
siempre destacó a Carlitos, desde el primer día que lo vi en el sanatorio, fue su
sentido del humor. Siempre tenía una actitud alegre, divertida, hacía bromas con
todo. Creo que esa fue una de las claves que lo ayudaron a salvarse. Se trataba

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de algo muy destacado, no me olvido de su actitud en ese sentido, es que el
humor ayuda mucho, es sanador”.
Los grupos funcionan —recuerda Carlitos— con un sistema que podría
llamarse de padrinazgo de modo que también él tuvo que elegir a uno de los
adictos como padrino. La persona elegida como padrino es alguien con quien el
adicto tiene una mayor intimidad, a quien se le consulta ciertas cosas debido a que
tiene más experiencia en el grupo que aquel a quien va a apadrinar. De alguna
manera se trata de alguien que va a actuar como apoyo o sostén de un modo más
directo. Y cuando a Carlitos le llegó el momento de elegirlo optó por un hombre
que se distinguía por su parquedad, dureza y rigidez. La pregunta que se impone
es por qué buscó que su padrino en el grupo fuera una persona con esas
características personales. Y su respuesta que no se hace esperar demuestra
hasta dónde estaba dispuesto a hacer todos los esfuerzos para lograr la
rehabilitación: “Lo elegí porque representaba todo lo contrario a lo que yo había
vivido en mi casa por la falta de límites con que me había manejado. Yo lo veía
como a una persona sólida, que no había recaído y que, además, andaba por la
vida no solamente sin consumir drogas sino también como un hombre de acción.
En el grupo no se está para quedarse estático, sin hacer nada, aquel hombre me
fue de utilidad porque yo necesitaba límites y en él los encontré. Es que para mí la
adicción —creo que ya lo he repetido varias veces— es la enfermedad de la
carencia de límites.”
Las tentaciones para un adicto están presentes permanentemente, es
necesario andar con gran cautela para evitarlas porque suelen presentarse
ocultas, disfrazadas atrás de la palabra de un amigo, de una reunión a la que se es
invitado o por una casualidad que en principio parece tan inocente que aparenta no
representar un peligro para la recaída.
Como Carlitos comenzó su recuperación un 29 de octubre, muy poco tiempo
antes de que llegaran las fiestas tradicionales, es decir, la Nochebuena y el Fin del
Año de 1991, ese 31 de diciembre, el primero que pasaría limpio de drogas,
resolvió invitar a los integrantes del grupo a su casa. Ahí estarían todos juntos,
protegiéndose recíprocamente de modo solidario. Fueron alrededor de veinte
personas, pero entre ellas había un primo suyo que no era adicto y que para
sacarse las ganas de tomar un whisky como modo de festejar el 31 de diciembre
de la manera que acostumbraba hacerlo debió esconderse del grupo en un rincón
de la casa para que ninguno de los presentes se sintiera tentado por el alcohol.
Ese fue el precio que debió pagar al encontrarse en medio de gente que estaba
dispuesta a mantenerse alejada de cualquier droga y que había desarrollado entre
sí una relación de mucho apego.
Los recuerdos de Carlitos que ilustran sobre los difíciles momentos que le
esperaban en los primeros tiempos de la rehabilitación son muy numerosos.

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Algunos de ellos se vinculan con Punta del Este, aquel paraíso costero en el que
acostumbraba pasar sus doradas vacaciones veraniegas cuando todavía se movía
consumiendo drogas.
En 1992, mejor dicho, en el primer verano posterior a su entrada a “La
Magia”, afirma que apenas fue un día a Punta del Este. Curiosamente está en
condiciones de mencionar con exactitud la fecha, ya que recuerda perfectamente
que fue el 19 de enero de 1992. Apenas habían pasado unos cuatro meses de su
participación en el grupo y aclara que por esa razón si bien había decidido volver al
balneario lo hizo con un miedo “atroz”.
Todo parecía perfecto, ya que Carlitos también recuerda que aquel 19 de
enero de 1992 era un día hermosamente soleado con un cielo sin nubes
profundamente azul, una ocasión ideal para que mientras se dirigía en el auto
hacia Punta del Este su memoria reprodujera los intensos momentos que había
pasado en el lugar al que ahora volvía en plena época de rehabilitación. Cuando
llegó dio algunas vueltas, estuvo un rato en la playa disfrutando el día magnífico y
después fue a Casapueblo, la célebre construcción que su padre levantó en un
lugar de una belleza extraordinaria y que es visitada permanentemente por los
turistas extranjeros. La jornada era perfecta, sin embargo a las cinco de la tarde de
pronto volvió a su auto y sin pensarlo más enfiló nuevamente hacia Montevideo
para llegar a tiempo a la reunión del grupo de “La Magia”. Marchaba por la
carretera a toda velocidad temiendo ahora que se le hiciera tarde para estar otra
vez entre sus pares.
Lo que dice a continuación al evocar el regreso a Montevideo es otra
clarísima demostración de la poderosa atracción que ya había logrado ejercer el
grupo en su personalidad. Nada podía arrancarlo del medio en el que se sentía
seguro, ni siquiera su adorada Punta del Este: “Me preguntaba cómo era posible
que un día como aquel yo decidiera abandonar Punta del Este, la que
seguramente había estado llorando por mi ausencia, que yo la dejara atrás para
irme a toda velocidad a encerrarme en un cuartito lleno de adictos, un lugar gris en
el que no podía encontrar ningún color. ¿Cómo podía estar Punta del Este sin mí y
cómo podía yo dejarla a mis espaldas? La respuesta fue rápida y sencilla: es que
en aquel cuartito yo sabía que estaba la vida”.
Ya en otras circunstancias, cuando había pasado un tiempo de su ingreso al
grupo y se encontraba dedicado a trabajar en publicidad, resolvió tomarse quince
días de vacaciones para pasarlos en Punta del Este. Le parecía claro que en esa
época podía ofrecerse un tiempo de descanso sin que lo paralizaran los temores o
las dudas sobre los peligros que podían esperarlo en la costa del este. Como
siempre lo había hecho cuando iba al balneario, poco después de llegar se dirigió
a la playa y quiso la casualidad que en ese mismo momento se encontrara con un
viejo amigo, en realidad “un compañero de carrera”, como Carlitos lo define hoy, es

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decir, alguien a quien conocía de la época dura en que ambos consumían. El
amigo estaba con su novia y de pronto, inesperadamente, empezó a recordarle a
Carlitos varios hechos de aquellos tiempos negros. Sus cuentos traían al presente
lo que habían vivido, se paseaba por el pasado sin dejar de evocar a viva voz
anécdotas con cuentos interminables de lo que habían convivido como
consecuencia de sus adicciones. Parecía que el amigo hubiera sido puesto en ese
lugar de la playa a propósito para tirarle a Carlitos todo aquel pasado lamentable
sobre sus espaldas, justamente lo que él había decidido abandonar para siempre.
Carlitos se dio cuenta que empezaba a verse envuelto por los relatos que hacía su
amigo, algunos de los cuales le resultaban incluso muy divertidos, sintió que
retrocedía para encerrarse nuevamente en el triste ambiente de los tiempos de la
droga, hasta que de pronto en medio de la interminable evocación de su amigo
tuvo conciencia de que la evocación de los hechos lo había alterado. No había
dudas, las palabras que escuchaba lo habían perturbado de tal modo que
comprendió que todo aquello se había transformado en un momento
extremadamente peligroso. Afortunadamente, tomó una súbita decisión salvadora.
Se despidió de su amigo y de su novia, se dirigió a su casa, cargó todas sus cosas
en el auto y regresó inmediatamente a Montevideo para escapar de la inesperada
amenaza que lo había sorprendido en la playa.
Una vez en la ciudad decidió que postergaría las vacaciones hasta el mes
siguiente, ya que se dio cuenta de que tenía que abrir un paréntesis de tranquilidad
antes de volver a Punta del Este. Se repetía que aquel estado muy parecido a la
enajenación que le había hecho vivir su amigo y que había estado a punto de
depositarlo nuevamente en el pasado ya no podría soportarlo. A tal extremo lo
había llevado que, incluso, mientras lo escuchaba en la playa se había visto
arrastrado a revivir mentalmente el día que había esperado a la policía en la cama
con las armas a su lado. “Yo no digo que él lo hiciera con esa finalidad, pero a
veces algunos de los que todavía siguen en carrera hacen lo posible para que el
otro vuelva a la droga. Y lo cierto es que mi amigo sigue consumiendo”, termina
Carlitos el relato acerca del encuentro casual que lo obligó a huir de Punta del
Este.
Él reconoce que es una persona que se siente llamada especialmente por el
alcohol, lo que lo lleva a afirmar que por esa razón se siente más que nada un
alcohólico porque realmente le gustan las bebidas especialmente el whisky.
Cuando tenía apenas cuatro años de edad había aprovechado que se encontraba
alejado de la mirada de su madre para beber con un amigo todas las botellitas de
whisky que su padre juntaba en una colección. Ese fue su primer contacto con el
alcohol, droga que por otra parte, como ya se ha señalado, fue la primera que
consumió diariamente en el primer verano después de su rescate en los Andes. Y
también fue el alcohol el que en los casi veinte años que lleva sin consumir se
convirtió en la droga que lo hizo flaquear, es decir, que lo hizo caminar por el pretil

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del que hubiera podido caerse para ceder a la tentación de volver a consumirla.
Aquello sucedió cuando un amigo que se dedicaba a la publicidad lo invitó a
concurrir a una reunión que se haría con motivo del lanzamiento de “Jet” un whisky
veinte años de “J&B”, su marca preferida. A Carlitos se le iluminó la cara cuando
pensó en aquel whisky que para él era una especie de elixir, una bebida que sabía
que podría disfrutar como muy pocos podrían hacerlo. Y se dispuso a acompañar a
su amigo. Sin embargo, una vez más sobre el peligro se impuso su voluntad, su
decisión inquebrantable de escapar a la trampa que estaba a punto de pisar. Ya en
el momento de entrar en el auto para dirigirse al lanzamiento de la bebida
súbitamente recapacitó y se dio cuenta de lo que estaba a punto de hacer. No lo
dudó, expulsó con decisión a esa especie de demonio interior que a toda costa
quería que nuevamente tomara el camino equivocado y rechazó la idea de
acompañar a su amigo al acto de presentación. “Cuando entendí que aquello era
un disparate lo que hice fue irme en el auto a la reunión del grupo en lugar de
dirigirme al lanzamiento del whisky, tomé esa decisión porque afortunadamente
era verdad que yo tenía ganas de tener ganas de dejar de consumir, ese día pude
demostrarme que verdaderamente era así”, remata Carlitos la evocación de aquel
momento en el que estuvo tan cerca de la recaída.
Esa determinación, esa actitud dirigida a conseguir lo que se había propuesto
también quedó de manifiesto en el momento de establecer la hora en la que
debería funcionar los domingos el grupo “La Magia”. Para Carlitos, como para
muchas otras personas en todo el mundo, ese día es el más deprimente de la
semana al punto que se ha llegado a hablar del “síndrome del domingo”, de ahí
que el horario que terminó estableciéndose en “La Magia” fuera a instancias de
Carlitos quien quería a toda costa que los adictos se reunieran cuando la
depresión se volvía más peligrosa: “Para mí el domingo es terriblemente depresivo
—afirma— así que fui yo quien sostuve que el grupo debía reunirse en el peor
momento, esto es, a la última hora de la tarde y por eso propuse que las reuniones
se hicieran a las ocho de la noche. Aquella propuesta mía fue aceptada y creo que
todavía sigue vigente, que el grupo continúa reuniéndose los domingos a esa hora.
Yo no puedo olvidarme de lo deprimido que me sentía los domingos de tardecita,
siempre lo asociaba con determinados programas de la televisión que se
transmitían al entrar la noche, como uno que se llamaba ‘Polideportivo’ y otro
también de la década de los ochenta que tenía como protagonista a un personaje
de nombre MacGiver, aquellas horas dominicales para mí eran insoportables. Al
juntarme en el grupo con los otros adictos la cosa cambiaba totalmente, de alguna
manera la depresión era derrotada y el peligro se esfumaba. El grupo provoca en
los concurrentes una notable mejora en el estado de ánimo: si venís mal, salís
bien, y si venís bien, salís mejor”.
Ninguna posibilidad se descartaba si tenía la capacidad de ayudar a eludir los

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riesgos que se consideraban inminentes. Y si esa posibilidad no existía se la
creaba. Así es que Piñero recuerda que Carlitos y él, debido a que “La Magia” en
aquella época se reunía solamente una vez por semana y ellos necesitaban tomar
el “antídoto” con más frecuencia, al mismo tiempo concurrían a las reuniones de
Alcohólicos Anónimos. Sabían que no podían esperar siete días para encontrarse
en un refugio habitado por sus pares de Narcóticos Anónimos, de modo que
lograban lo buscado asistiendo a los dos grupos. Y como Alcohólicos Anónimos
tenía ya una trayectoria bastante más larga les resultaba muy útil la experiencia
que esa organización había alcanzado. Aquella asistencia conjunta a uno y a otro
grupo era una demostración más de la voluntad que los animaba. Cuando las
puertas de “La Magia” estaban cerradas ellos se encargaban de encontrar otras
que estuvieran abiertas.

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LA LIBERTAD DE UNA ACTIVIDAD PROPIA

En las páginas anteriores se habló de las dudas que Carlitos tuvo para
decidir que este libro fuera publicado. En general, en las conferencias él no se
refería a sus adicciones, a lo sumo las mencionaba al pasar pero no llegaba a
hincarle el diente al tema con la profundidad que merecía. Sin embargo, un día se
le presentó la inesperada oportunidad de hacerlo y cuando terminó la conferencia
comprendió que se sentía capaz de abordar su problema con las drogas con la
misma naturalidad que empleaba para contar la historia de la sobrevivencia en los
Andes. Aquello sucedió en México, más concretamente en Saltillo, un día después
de su participación en el XI Congreso Regional de la Mujer, oportunidad en la cual
Carlitos había ofrecido su habitual charla sobre la tragedia de los Andes, por lo que
su intervención en el congreso ya había finalizado.
Su primera nieta había nacido el 3 de junio del 2003, pero el hecho no había
causado un sentimiento pleno de alegría entre sus familiares. Al contrario, se había
convertido en un elemento de preocupación debido a la condición de prematura de
la recién nacida. Como Carlitos ya se había comprometido para ofrecer el 5 de
junio la conferencia en Saltillo destinada únicamente a mujeres, salió de
Montevideo rumbo a México con una gran intranquilidad debido al delicado
pronóstico de la evolución de su nieta, al punto que se fue del Uruguay temiendo
que pasara lo peor. Esta posibilidad aumentó su inquietud durante el viaje y
también cuando ya estaba instalado en Saltillo. A pesar de su angustia ofreció la
conferencia sobre el accidente en la cordillera tal como se había previsto y al final
mencionó al pasar el caso de su nieta. El resultado fue que las casi seiscientas
mujeres presentes que lo escucharon conmovidas por lo que acababan de
enterarse se pusieron a rezar por la bebita prematura. Hoy la nieta de Carlitos de
nombre Justina ya tiene ocho años.
Al día siguiente de aquella conferencia suya comenzaba un ciclo de charlas
que tenía como título “Por la vida”, pero uno de los participantes invitado como
disertante faltó sin dar aviso por lo que los organizadores se encontraron con un
imprevisto problema debido al hueco que se había formado en la programación.

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Carlitos recuerda que el invitado ausente era un médico norteamericano llamado
Bernard Nathanson, muy conocido pues durante muchos años se había dedicado
a la constante realización de abortos. De él se decía que en esa actividad había
practicado varios miles hasta que en cierto momento tomó conciencia de lo que
había hecho y se arrepintió de tal modo de su pasado que terminó dando
conferencias en defensa de la vida.
Fue entonces cuando ante la ausencia del médico, la representante de
Carlitos, inquieta porque no encontraba solución para disimular la falta del
conferencista desaparecido, lo llamó para comentarle su problema y la respuesta
que recibió fue que él se animaba a llenar el vacío dando una nueva conferencia
que se titularía “Mi segunda cordillera”. Así fue como Carlitos por primera vez
ofreció una charla en el que el tema central fue su adicción a las drogas, ya que la
empresa organizadora del congreso —informada por la representante de Carlitos
— entendió que en tanto la rehabilitación de un adicto también podía verse como
un homenaje a la vida entraba sin violencia en la temática que se abordaría en las
charlas. La intervención de Carlitos causó una gran impresión en el público y en
los organizadores de manera que su primera incursión en el tema tan espinoso
que se trata en este libro terminó con la aprobación de todos.
Debido a que en los últimos años Carlitos no ha dejado de ofrecer
conferencias que lo han llevado a convertir esa actividad en su exitoso medio de
vida, es apropiado buscar la razón por la cual paulatinamente fue entrando en ese
quehacer, búsqueda que, además, permitirá conocer cuáles fueron sus pasos a
partir de la rehabilitación.
“Yo cambié en los últimos diecinueve años, o sea desde que abandoné la
droga”, recuerda Carlitos, mientras se dispone a agregar más detalles sobre la
continuación de ese proceso de cambio: “En realidad, se trató de algo muy
doloroso y complicado que empezó cuando yo tenía treinta y ocho años. Fue un
largo transcurso, no sucedió en un momento. Es necesario aguantar, meterse de
pies y cabeza en lo que con razón puede llamarse una vida normal. Hacer lo que
todo el mundo hace, cumplir con las llamadas ocho horas, realizar lo que los
demás cumplen todos los días con regularidad. A mí me parecía que yo estaba
llevando una vida mediocre mientras que, como de costumbre, siempre pensaba
en mi padre que había sabido largarse por cuenta propia. Lo que pasa es que eso,
esto es, decidirse a hacer por la propia cuenta, yo me daba cuenta que no era para
cualquiera. Y que quizás tampoco lo fuera para mí. De todos modos, yo tenía que
vivir esa etapa para terminar con la que veía marcada por la mediocridad. Y la viví
poco a poco hasta que llegué a las famosas ocho horas y me convertí en una
persona autónoma. Aunque tenía mucho miedo hice los deberes pendientes y creo
que supe hacerlos bien”.
Carlitos antes había trabajado en el campo, pero cuando por fin empezó la

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nueva vida que le abría su decisión de alejarse de las drogas, a partir de la
rehabilitación incursionó en distintas agencias dedicadas a la actividad publicitaria
llegando a cumplir con ese requisito que se había impuesto y que no se cansa de
denominar “las ocho horas”. Sin embargo, cuando estaba dedicado a la publicidad
el Uruguay fue golpeado por la crisis financiera del 2002 que hizo tambalear a
varias empresas. Hasta entonces le había ido muy bien, pero de golpe el
panorama de las agencias de publicidad se había vuelto negro por lo que su futuro
se había poblado de enormes dificultades. Otra vez, pues, se encontraba en una
especie de callejón sin salida. De ahí que tuviera que plantearse urgentemente la
necesidad de cambiar el rumbo para dirigirse hacia otro lugar que lo pusiera al
abrigo de la inseguridad.
Por su cabeza pasaron las dos posibilidades que podía considerar para
enfrentar aquel momento. La primera era absolutamente negativa, no le aportaría
absolutamente nada ya que consistía en quedarse quieto, en la inactividad total,
esperando pasivamente la herencia que algún día le llegaría para darle la
tranquilidad definitiva en el aspecto económico. Una decisión en ese sentido para
él hubiera significado un lamentable retroceso de modo que la abandonó
inmediatamente consciente de lo que hubiera representado semejante paso atrás.
La segunda posibilidad que barajó fue buscar una clase de trabajo que se
ubicara en un terreno completamente diferente al que había transitado hasta
entonces con la publicidad. Y para hacerlo de la mejor manera de modo de evitar
el riesgo de equivocarse llegó a preguntarse qué era lo que realmente estaba en
condiciones de hacer. Fue en este momento cuando llegó a la conclusión de que
podría valerse de alguna de sus condiciones naturales para empezar a andar por
otro lugar.
Estas son las palabras de Carlitos, tratando de explicar cómo llegó a la
decisión que lo ayudaría a abrir una nueva puerta en el ámbito laboral: “Yo me di
cuenta de que tenía facilidad para hablar, en los grupos siempre había
desarrollado esa característica que me era habitual para ofrecer frecuentemente
testimonios muy diversos. Incluso la publicidad me había dado cierta soltura en el
campo de la comunicación. Entonces, en aquel 2002 armé la página web de los
sobrevivientes de los Andes, precisamente cuando se cumplían treinta años de la
tragedia porque pensé que podría dedicarme a dar conferencias sobre lo que
habíamos vivido en la cordillera. Y así empecé, me encaminé hacia eso. Al año
siguiente me llamaron para dar tres conferencias en México. Para mí fue toda una
prueba”.
El comienzo de esta novedosa actividad significó para Carlitos, una etapa
que a pesar de su aparente seguridad no careció de dudas sobre su capacidad
para desarrollarla con éxito. El desconocimiento acerca de la forma que debía
utilizar en un terreno que se disponía a pisar profesionalmente por primera vez lo

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obligó a asumir que estaba en condiciones de enfrentarlo y que con esa actitud
optimista podría salvar las dificultades que seguramente se le presentarían.
De aquella primera charla pública con la que comenzó la nueva profesión,
Carlitos se ocupa de la siguiente manera: “Yo llegué a Monterrey para ofrecer la
primera conferencia sin tener idea de nada, ni siquiera sabía cuánto se
acostumbraba cobrar por un trabajo de esa naturaleza, lo ignoraba todo. Recuerdo
que la organizadora, un mando medio, en realidad, me dijo que daba por
descontado que yo tendría perfectamente planificada la conferencia que iba a dar.
Como respuesta yo saqué un papelito del bolsillo algo arrugado en el que había
anotado cuatro o cinco puntos, se lo mostré y agregué que ese era todo el plan
que yo tenía. No sé qué pasó por su cabeza, pero probablemente ella habrá
pensado que se habían equivocado de medio a medio al contratarme. Di la
conferencia y desde aquel día debido a la conformidad que conseguí nunca más
dejé de dedicarme a eso. Yo había estado muy nervioso, es verdad, sobre todo
después que había aceptado el compromiso de esa primera conferencia. Incluso,
en un principio estuve tentado de hacerla acompañado por algún otro sobreviviente
como forma de sentirme más tranquilo al saberme respaldado. Afortunadamente
no tomé esa decisión, resolví que aceptaría el desafío solo y que así me las
arreglaría. Me acuerdo que la conferencia en Monterrey la di mientras tomaba
mate, a mí me parece que lo hice así para sentirme más cómodo junto a un
elemento conocido, para valerme de una especie de mecanismo de defensa. Y
como seguí obteniendo éxitos tras éxitos hasta el día de hoy los contratos se han
sucedido sin pausa. Yo en las conferencias pongo pasión, no me siento un
consejero ni nada parecido, la historia de los Andes, por ejemplo, la cuento de
modo que vaya al interior de cada uno aunque también me refiero someramente a
otros períodos de mi vida. Todo esto lo hago sin ninguna clase de arrogancia, las
charlas me salen naturalmente”.
La reflexión de Carlitos al recordar las críticas que ha recibido —y en ciertas
ocasiones todavía recibe— por el tema central al que dedica sus conferencias se
encuentra con la afirmación que en las páginas anteriores hizo Pablo Gelsi al
expresar que a Carlitos le echaban en cara que estuviera lucrando con los
muertos, una acusación extremadamente dura que, sin embargo, hoy sabe asumir
con la seguridad que después de librarse de las drogas ha adquirido sobre sus
reales posibilidades: “Claro que como suele pasar, entre nosotros no han faltado
ciertos uruguayos que no sé por cuál razón me hacen conocer sus críticas
abiertamente por la actividad que llevo adelante. Lo que puedo escuchar
habitualmente es ‘¡qué lindo curro que encontraste!’, esto es lo que se les ocurre
decir, es todo lo que ven sin valorar lo que tuve que luchar para llegar a vivir de mi
propio esfuerzo. Que piensen lo que quieran, ya no me importa lo que digan. Esto
me hace acordar a la etiqueta inmodificable que algunos otros parecería que se
alegraran con colocarme para dar de mí una imagen completamente alejada de la

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realidad. Cuando ya estaba viviendo sin drogas de ninguna clase una persona
conocida me dijo cierta vez que había visto una fotografía mía en un diario y
agregó ‘¡vos siempre estás tomando!’. Yo había concurrido a una reunión y en el
momento en que se tomó la fotografía que se publicó estaba con un vaso de
refresco en la mano. Hacía una eternidad que no tomaba alcohol, pero para esa
persona lo más fácil fue ver lo que había imaginado, lo que él quería ver, no lo que
en verdad era. Si Carlitos Páez tenía un vaso debía estar lleno de alcohol. Para
aquel conocido no podía ser otra cosa”.
El humor no desaparece, cuando Carlitos habla siempre es posible encontrar
en sus palabras una mención a algún hecho divertido que termina provocando una
sonrisa o directamente una risa abierta en quien lo escucha. Eso sucede cuando,
por ejemplo, se refiere a sus primeros tiempos en la actividad publicitaria o más
concretamente a la razón por la cual se le vio como una persona que podría
desarrollar importantes ideas en esa profesión.
Ya en la época en la cual se había empezado a filmar la película basada en
el libro “Viven”, Juan Pedro Baridón, de Nivel Publicidad, le dio trabajo. Hasta acá
nada hay de divertido en lo que cuenta Carlitos, pero en cambio lo que sigue es
imposible escucharlo sin demostrar al menos una mínima expresión aprobatoria
del humor que desencadena: “Baridón me puso como Director Creativo, pero lo
cierto es que yo no sabía nada de publicidad. El origen había estado en que
cuando a Canessa se le ocurrió entrar en política porque quería ser candidato a la
presidencia de la República, me acuerdo que se me ocurrió algo muy simple, casi
una puerilidad, para que él la usara como eslogan. Lo que yo dije entonces fue ‘si
quiere un pan en su mesa vote a Canessa’. Eso fue todo. Aquello cayó tan bien
que terminé como Director Creativo. Fue una exageración, no tengo ninguna duda
en afirmarlo, por esa frase terminé con semejante cargo, pero lo que importa es
que cumplí con mi trabajo, al fin de cuentas, con cierto miedo, logré hacer las ocho
horas”.
Al cabo de un año de estar en publicidad, Carlitos y su amigo Ricardo
Belbussi se largaron por su propia cuenta para armar una agencia. Carlitos antes
ganaba seiscientos dólares por mes, pero ahora ya recibía mil mensuales, suma
que obtuvo durante varios años. Cuando aspiraba a llegar a esa suma le decía a
Belbussi “estoy buscando a Luquita”, broma con la que parafraseaba una canción
muy conocida que se llamaba “Buscando a Lupita” y que, al mismo tiempo, aludía
a la denominación de “luca” que en el habla popular equivale a mil. A pesar de
todo y si bien no significaba que él considerara que lo que percibía era poco se
daba cuenta de que sus aspiraciones eran nada en comparación con lo que tenían
sus compañeros. Finalmente, tal como se ha dicho, llegaría el tiempo en el cual se
dedicaría exclusivamente a las conferencias y la publicidad ya no sería una
actividad de la que tuviera que ocuparse.

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Para terminar con el relato del período anterior a su dedicación plena a las
conferencias, Carlitos repite satisfecho que “al menos es verdad que fui un
trabajador”. Y no deja pasar la oportunidad para elogiar la personalidad de su
amigo y sobre todo su contagiante actitud: “Yo quiero decir que Belbussi es una
persona extraordinaria, siempre exhibe una actitud positiva, nunca dejó de
empujarme para que continuara hacia delante”.
Pablo Gelsi piensa que lo que Carlitos entendió casi milagrosamente fue que
sin esfuerzo no le sería posible llegar a ningún lado positivo. Hasta entonces se
había afiliado a un modelo de vida que no le servía y que por el contrario le
resultaba contraproducente. De ahí que Gelsi asegure que si bien sucedió tarde en
su vida, ya salido de la droga, Carlitos descubrió el camino del trabajo y ahora si
no se le presentan charlas para dar se siente preocupado debido a que al faltarle
esa actividad le parece que no tiene nada, por lo que Gelsi sostiene que Carlitos
debería buscar la forma de generar alternativas distintas de modo que llegado el
momento pudiera dedicarse a otra cosa. Si después de darse contra una pared
supo salir airoso ahora tiene que pensar que ya nada puede desarrollar la fuerza
suficiente para arrastrarlo hacia atrás.
Coincidentemente con la llegada de Carlitos a Narcóticos Anónimos, el grupo
había ido creciendo de un modo extraordinario lo que hizo que el trabajo grupal
resultara más variado y atractivo. Hubo nuevos lugares y días para las reuniones
por lo que también en ese aspecto la magia se había producido.
Entre los adictos hay un momento que adquiere una significación muy
especial, al punto que se festeja también de manera particular. Se trata del día en
el cual un integrante del grupo llega a su “cumpleaños”, esto es, cada vez que
completa un año sin haber consumido.
Pero cuando se cumple el primer año —tal como lo señala Juan— la
celebración es todavía mucho más importante, en esa ocasión hasta se le entrega
una medalla al rehabilitado quizás por aquello que para Carlitos había significado
el verdadero desafío que se había propuesto vencer, es decir, ser uno de los cien
que llegaba al año sin consumir. Habitualmente en esa ocasión concurre mucha
gente para participar en la reunión abierta de manera de acompañar a quien ha
tenido la satisfacción de cumplir el primer año limpio de drogas. Si bien eso es lo
habitual, cuando a Carlitos le llegó ese momento, Juan recuerda que hubo una
enorme cantidad de personas, algo verdaderamente formidable, ya que todos los
integrantes habían invitado a amigos y familiares, entre quienes estuvieron
también los de Carlitos, salvo su padre, y otros sobrevivientes de los Andes. Se
trató de una reunión impactante por el mundo de personas que lo acompañó en la
celebración. Juan cree que entre otras razones para que se reuniera tanta gente
es posible que de alguna manera haya influido el nombre del adicto que celebraba
un hecho de tanta importancia.

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La fecha en la cual se realizó la reunión para festejar el primer año de
Carlitos sin drogas fue el 29 de octubre de 1992, es decir dos días antes de su
cumpleaños, pero la casualidad quiso que también el 29 de octubre fuera
justamente el día en el cual habían muerto sus dos grandes amigos Diego Storm y
Gustavo Nicolich, como consecuencia del alud que se había producido en la
cordillera constituyéndose en una segunda tragedia terrible que se había sumado a
la inicial cuando el avión cayera en los Andes. Carlitos sintió la necesidad de
pronunciar unas palabras para evocar la dolorosa desaparición de sus amigos y
concluyó su intervención dedicándoles emotivamente aquel día tan especial como
un homenaje a la vida.
La comparación de ese aniversario en “La magia” con el rescate en los
Andes, se hace nuevamente presente en el recuerdo de Carlitos, en coincidencia
con lo que en su momento le había contestado al doctor Cortinas cuando este le
había preguntado cómo se había sentido después de haber participado por
primera vez en la reunión del grupo: “Nosotros en el grupo habitualmente nos
reuníamos alrededor de una mesa de ping pong y el día en el que festejamos mi
primer año sin drogas yo dije que aquella mesa que nos había servido para
juntarnos y apoyarnos mutuamente durante todo ese tiempo para mí era como las
aspas del helicóptero que a los sobrevivientes nos había sacado de la cordillera.
En definitiva yo estaba viviendo un segundo rescate”.
Hubo todavía otro hecho que fue una muestra más de lo que representaba
para Carlitos cumplir otro año sin haber consumido drogas. Al conmemorarse el
segundo año él se encontraba intranquilo porque estaba a punto de nacer en
Buenos Aires su hijo Carlos Diego. La razón de su inquietud se debía a que no
quería perderse la reunión que se haría en Narcóticos Anónimos para festejar el
acontecimiento. A toda costa necesitaba compartir su alegría con los integrantes
del grupo. Él sabía que si le avisaban que su hijo había nacido debería viajar a
Buenos Aires, estaría obligado en suma a renunciar a la participación en la
reunión, no podría darse el gusto de apretarse en un abrazo con sus compañeros.
La elección se volvía compleja, ya que tampoco quería perderse el nacimiento de
su hijo. Si este momento llegaba aparentemente no habría solución, le sería
imposible estar en dos lados al mismo tiempo. Sin embargo, la casualidad intervino
nuevamente y su hijo nació al día siguiente de que Carlitos festejara su aniversario
en “La Magia” tal como lo deseaba. Así fue que pudo disfrutar por partida doble: en
primer lugar en “La Magia” su segundo año libre de drogas y al día siguiente en
Buenos Aires el nacimiento de Carlos Diego.
El 30 de octubre de 1993, Carlitos pudo entonces viajar y asistir al nacimiento
de su hijo que se produjo ese día. Y esa misma noche, sin esperar que pasara
más tiempo, concurrió al grupo de Alcohólicos Anónimos en Buenos Aires, aquel
en el que había iniciado su recuperación tiempo atrás, para agradecer todo lo que

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había recibido en sus comienzos, así como para comunicarles a sus integrantes
que ya hacía dos años que estaba limpio de toda clase de drogas. Asimismo,
como se entiende, pudo participarles su alegría porque ese día acababa de tener
un hijo en Buenos Aires.
Las diferencias de edades entre Carlitos, su padre y su hijo se dan
curiosamente en cantidades redondas. Carlos Páez nació en 1923, Carlitos en
1953 y su hijo Carlos Diego, como se dijo, en 1993. Tiene entonces treinta años de
diferencia con su padre y cuarenta con su hijo. Esta gran distancia cronológica que
hay entre él y su hijo lo lleva a que, mientras observa el tránsito de la adolescencia
de Carlos Diego a la juventud, se detenga a comparar las mismas épocas que
ambos vivieron y a recordar lo que él estaba haciendo cuando tenía la edad de su
hijo. El año próximo, por ejemplo, siguiendo la línea del pensamiento de Carlitos,
Carlos Diego festejará sus diecinueve años, es decir, la edad que Carlitos cumplió
mientras estaba perdido en la cordillera de los Andes y no sabía cuál sería su
destino.
A pesar de que no viven en el mismo país, ya que Carlos Diego reside en
Buenos Aires, Carlitos afirma que igualmente está presente, ya sea porque él viaja
a la Argentina o porque su hijo viene al Uruguay. Tanto la tragedia de la cordillera
como la caída de Carlitos en las drogas, son hechos que para Carlos Diego no
tienen otra significación que la que pueden adquirir meros relatos ya que cuando
ocurrieron no había nacido. Sin embargo, Carlitos comenta que hace poco su hijo
asistió a una conferencia suya y se dio cuenta de que se había mostrado
interesado en el tema y que de alguna manera también se sentía orgulloso de su
padre.
Carlitos espera que a su hijo no le esté reservado repetir lo que le sucedió a
él cuando sufrió la presencia paterna como la de un hombre exitoso que era
reconocido en todos lados y a quien le parecía que nunca podría igualar. Si bien
las dos situaciones no son exactamente iguales es verdad que la condición de
sobreviviente de los Andes, a pesar del tiempo transcurrido, continúa estando
presente en la memoria colectiva por lo que su hijo es probable que reciba señales
del renombre de Carlitos en distintos ámbitos. Esto si bien en determinados
momentos puede ser positivo, si no se logra manejarlo de la mejor manera para un
adolescente en las puertas de la juventud puede resultar contraproducente hasta
llegar a dificultarle la vida cotidiana tal como le sucedió a su padre.
La recuperación de Carlitos tuvo consecuencias en todos los aspectos de su
vida, incluso en los que parecerían de menor importancia. A partir de su
transformación ya no toleró ninguna pérdida, entendida ésta en el sentido más
amplio posible, ni siquiera de las cosas materiales. Lejos había quedado aquel
tiempo en el que llevara a los productores de la película en su auto tan deteriorado
que, según sus propias palabras, parecía ser el peor del mundo. Todo ha

67
cambiado, ahora si algo se rompe o se descompone inmediatamente tiene que
sustituirlo o arreglarlo, no soporta que las cosas no funcionen, sean las que sean.
Se ha convertido en un obsesivo que quiere que todo cumpla correctamente con
su función y que, por lo tanto, si no lo hace hay que repararlo.

68
LOS ANCIANOS DE WOODSTOCK

El caso de Carlitos no deja de ser uno más entre tantos otros similares
vividos por los adictos, muchos de los cuales lamentablemente no llegan al buen
fin que él logró al convertirse en uno de los cien que completó un año sin drogas
tal como se lo había propuesto vehemente al integrarse a “La Magia”. Tanto
consiguió que ha sobrepasado esa primera meta con creces al cumplir veinte años
alejado del consumo.
Más allá de la experiencia propia de Carlitos, es necesario admitir que las
drogas se han extendido de modo extraordinario en los últimos tiempos sin que
aparezca en el horizonte una solución que permita creer que finalmente se
terminará con sus nefastas consecuencias.
La voluntad de Carlitos, su carácter positivo expresado hasta en las más
difíciles circunstancias gracias al respaldo que significaba la presencia de sus
pares en el grupo, le permitió alcanzar la meta que se había fijado, pero esto no
puede contribuir a que se olvide la realidad que sigue expandiéndose en el mundo
entero de la cual dan testimonio las noticias periodísticas publicadas con una
frecuencia preocupante.
Cuando en las páginas anteriores se habló de la posibilidad de que en el
Uruguay se legalizara el autocultivo de la marihuana, se entró en un aspecto del
problema que a un observador inexperto lo llevaría a pensar que se trata de una
droga inofensiva y que por lo tanto ninguna razón de peso debería impedir que se
consumiera libremente. Sin embargo, no es esta la opinión de los especialistas
consultados para este trabajo. Por el contrario, ellos se han manifestado
abiertamente en contra de su liberalización y lo han hecho, por supuesto,
apoyándose tanto en sus amplios conocimientos del tema como, en algún caso en
particular, en las propias vivencias generadas a partir del consumo personal del
cual lograron escapar.
En tanto la finalidad del libro, tal como lo ha declarado Carlitos, debe
buscarse en su sincero deseo que apunta fundamentalmente a que quien está

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atado al consumo pueda entender que es necesario y, además, posible liberarse
de las drogas, es de una importancia capital escuchar lo que sostienen quienes
han dedicado muchos años de sus vidas a ocuparse de los adictos aun en sus
etapas más graves. Lo que ellos opinen contribuirá a conocer debidamente las
características de la marihuana y las consecuencias de su consumo para terminar
con la costumbre últimamente extendida de tratarla como una droga inocua a la
cual todos deberían acceder sin dificultades al extremo de que se sigue planteando
la necesidad de liberar su consumo. Lo que importa en definitiva es saber cuáles
son los efectos que esa droga produce y si es verdad que, como algunos han
repetido varias veces, se trata de una substancia que no causa daños serios en el
organismo. Las opiniones que se transcriben a continuación probablemente no
serán compartidas por quienes abogan por la libertad de consumo.
Así, por ejemplo, Piñero al esbozar un cuadro de la realidad actual lo hace
sin apelar a ninguna clase de eufemismos porque le parece vital hablar con la
mayor claridad posible: “Hay un aumento clarísimo del consumo y como
consecuencia de él también lo hay de la delincuencia, del bajo rendimiento y de la
deserción estudiantil, de la indigencia, de la inseguridad, de la violencia callejera,
de los suicidios, de las muertes tempranas, de internaciones en hospitales y
sanatorios, del abandono laboral, de los conflictos familiares y de los divorcios. Y
parecería que no se hubiera tomado conciencia de lo que esto significa, es decir,
de lo que representa el aumento del consumo”.
Hasta acá el inquietante panorama del Uruguay que Piñero presenta ante
quien lo interroga. ¿Pero qué pasa con la marihuana, es que esta droga también
es causa de alguna o de todas las consecuencias que él ha señalado? Su
contestación otra vez no ofrece fisuras y se vuelve una afirmación categórica:
“Estoy totalmente en contra de la legalización de la marihuana. Cuanto más fácil
resulte conseguir la droga más fácil se hará el consumo. Entonces la gente
consumirá más y, por lo tanto, aumentarán las consecuencias que señalé antes.
Ante la pregunta si la marihuana es un paso para llegar luego a otras drogas más
pesadas yo puedo contestar de una manera que puede parecer contradictoria,
pero que es el reflejo de la realidad. No todos los consumidores de marihuana
pasan a otras drogas, pero el noventa y cinco por ciento de los que consumen
otras drogas pasaron antes por la marihuana. Además, la marihuana realmente
hace daño, quizás no como la pasta base, es más sutil, no lleva a hacer nada
‘malo’, como robar o ejercer la violencia, pero tampoco produce nada ‘bueno’, de
ahí que equivocadamente se considere que se la puede tratar de un modo más
tolerante. El adicto a la marihuana se convierte en una persona sin voluntad, es
incapaz de tomar decisiones, queda estancada. En el plano individual es una
especie de ente. No me olvido, además, que la droga que más problemas causa
en el Uruguay es el alcohol. Y todos sabemos que está legalizada, ¿se quiere
hacer lo mismo con la marihuana? El alcohol se encuentra en todas las edades, en

70
todas las clases sociales, en todo el país, en ricos, pobres, mujeres y hombres.
Además, el caso de Holanda que suele ponerse como ejemplo para apoyar la
liberalización de la marihuana no es aplicable entre nosotros ya que allá se
manejan pautas culturales muy diferentes a las nuestras”.
Lo que sostiene el doctor Cortinas, por su parte, es si cabe todavía más
impactante al recordar las secuelas dejadas por la marihuana con el paso del
tiempo en los participantes del festival de Woodstock y sus continuadores, que él
mismo tuvo la oportunidad de comprobar. Como se sabe, el consumo de la
marihuana se generalizó en aquel hecho social que adquirió la condición de
histórico en los años sesenta del Siglo XX, al convertirse en un emblema de la
revolución cultural iniciada con la proclamación del amor libre, la búsqueda de la
paz y otros objetivos que fueron asociados al movimiento hippie. Pero como se
verá, Cortinas no se detiene ahí, además advierte crudamente acerca de todo lo
que puede sufrir quien consume marihuana por un tiempo prolongado,
consecuencias que como se comprenderá después de leer sus palabras el común
de la gente ignora totalmente. Para clarificar y terminar con esa ignorancia es que
resulta imprescindible atender lo que dice.
En principio, para el doctor Cortinas no hay dudas sobre la inconveniencia
que supone el consumo de esa droga: “La marihuana por definición es nociva, en
verdad se trata de una droga psicoactiva altamente nociva. El apogeo de su
consumo se produjo en los Estados Unidos en los sesenta sobre todo a partir de
Woodstock. Cuando yo hice mi capacitación y entrenamiento en los años ochenta
en aquel país —veinte años después de Woodstock— conjuntamente con mis
colegas pude ver en los hospitales a los que podríamos llamar justamente ‘los
ancianos’ de los años sesenta que estaban con atrofias cerebrales causadas por la
marihuana, daños cerebrales orgánicos derivados de su consumo. La marihuana
no es una droga neutra, además de los trastornos de comportamiento que genera
por los consumos prolongados, también causa esos daños cerebrales muy
importantes. La inmunidad de un consumidor de marihuana queda además
debilitada al extremo que puede ser afectada más fácilmente por los virus. Los
espermatozoides, por otra parte, sufren las consecuencias y las mujeres por su
lado tienen problemas con la ovulación, dificultades en suma para procrear. Esto
es absolutamente necesario saberlo”.
Quizás bastara con las opiniones ya transcriptas para convencerse del
peligro que encierra el consumo de marihuana, una verdad que se ubica en el polo
opuesto de lo que sostienen la necesidad de su liberalización. Pero todavía puede
agregarse a aquellas la que expresa el Padre Lucas, quien se ocupa de los adictos
desde hace casi veinte años para brindarles su apoyo incondicional: “Cualquier
droga es importante, no es que la marihuana no lo sea. Como lo es el alcohol o la
adicción a las relaciones o a la comida. Yo me pregunto cuál es la intención que se

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tiene al pretender la liberalización del consumo de la marihuana. ¿Será que con
esa medida se lograrían más votos? Y me hago otra pregunta. ¿El que la
promueve está realmente interesado en las personas? Este es uno de esos casos
propios de las leyes, pero para mí la ley no es sinónimo de justicia. Con las leyes
en la mano también se cometen grandes injusticias. Es decir, ya vendrá uno que
hará bueno al otro. Éstos llevarán a la cárcel a aquellos, pero después aquellos
llevarán a los otros a prisión. Si se preocupan tanto por la salud como dicen
deberían entonces preocuparse para que no se fumara marihuana. Lo único que
resultaría positivo —tratando de encontrar con buena voluntad un aspecto que no
fuera negativo— de la legalización sería la eliminación del tráfico. Pero de ahí a
que la marihuana sea inofensiva hay una gran distancia. Es sabido que ya existen
muchos estudios científicos sobre la labor destructiva de la marihuana en el propio
cerebro, por ejemplo en las estructuras psicóticas. En Londres se han hecho
investigaciones muy importantes de estos temas. ¿Que hay gente a la que la
marihuana no le hace nada?, claro, ya lo sabemos, también hay gente a la que un
poco de alcohol no le hace nada. ¿Y qué se busca con semejante afirmación? En
general, se olvida que a la estructura perversa del ser humano le gusta transgredir,
San Agustín decía que las manzanas del huerto vecino siempre son más ricas que
las tuyas. Es que son de otro. Hay personas que por la estructura psicológica, por
trastornos de personalidad, algunas con psicopatías serias, que para sentirse bien
necesitan de la transgresión”.
Carlitos empezó a fumar marihuana por lo que el llamó “novelería”, pero
también admitió que poco después se pasó al consumo de la cocaína. En este
caso, él entra perfectamente en el noventa y cinco por ciento al que se refirió
Piñero, cuando afirmó que ese es el porcentaje de los adictos que después de
consumirla terminan trasladando su adicción a otras drogas más pesadas. Carlitos
no ha sido, pues, una excepción ya que ha sido uno de los que cumplió el proceso
descripto caracterizado por el tránsito de una droga a la otra.
La costumbre de fumar marihuana no le duró mucho tiempo, por el contrario,
la consumió durante un corto período al cabo del cual llegó a la conclusión de que
no lo satisfacía. De todos modos, en tanto la única droga que hasta ese momento
estaba consumiendo era el alcohol, Carlitos sostiene que al probar la marihuana se
permitió dar un paso que lo llevó a romper el límite para animarse a dar el salto
con el que alcanzaría un nuevo escalón todavía más peligroso.
Hay que tener en cuenta que en aquella época —como muchas personas
todavía— él no consideraba que el alcohol fuera una droga. Por lo demás, Carlitos
afirma que no le gustó el efecto que la marihuana le produjo y que por esa razón
no la consumió más que durante un corto lapso, después del cual pasó a consumir
cocaína. No deja de causar sorpresa que Carlitos exprese que fumó marihuana a
pesar de que siempre la había considerado una droga “sucia”. La asociaba con

72
una clase particular de gente que no le agradaba, una visión suya muy particular
que, incluso, una vez llegó a plantear en las reuniones del grupo para referirse con
desagrado a quienes la consumían. El efecto de la marihuana, según afirma, lo
volvía “lento” y no le proporcionaba ningún “buen viaje”, de ahí que la abandonara
más o menos rápidamente. Esa “lentitud” a la que se ha referido Carlitos hace
recordar lo que había manifestado Piñero en el sentido de que el consumidor de
esa droga se vuelve una persona estancada, una especie de ente.
Debido a que Carlitos caía en momentos depresivos se daba cuenta de que
la marihuana no lo ayudaba a escapar de esos instantes en los que se encontraba
muy alejado de la euforia, estado que para decirlo de una manera simple siempre
le resultó más atractivo que otros porque, según afirma, su personalidad lo lleva a
preferir la velocidad a la lentitud. La cocaína, en cambio, lo levantaba a la altura de
los períodos eufóricos que deseaba y le quitaba la censura al pensamiento que se
largaba a correr a una velocidad desbocada. Por supuesto, ya se ha dicho que, al
mismo tiempo, consumía psicofármacos para nivelar su estado ya que no podía
sostenerse de modo continuado en la euforia permanente. De todas formas,
también él asegura que la marihuana no es una droga inofensiva ni mucho menos,
que los efectos que le producía no fueran los que más le gustaban es harina de
otro costal.
Si se tratara de entender qué es lo que Carlitos quiere decir cuando se refiere
a los estados eufóricos que alcanzaba con el consumo de cocaína, no habría
mejor manera para lograrlo que leer la versión escrita de lo que les hizo llegar en la
cassette mencionada en las páginas anteriores a Frank Marshall, Kathleen
Kennedy, Bruce Cohen y Robert Watts, aunque en general resulta evidente que
todo lo dicho está dirigido fundamentalmente a Marshall, en razón de que sería
quien dirigiría la película “Viven” y por lo tanto debería ser quien atendiera las
múltiples sugerencias que va volcando en la grabación.
La transcripción de lo grabado por Carlitos insumió nueve carillas en un
cuerpo de letra pequeño y a un espacio en hojas tamaño oficio. La extraordinaria
verborragia derivada del consumo de la droga ha quedado expuesta en las dos
horas en las que estuvo hablando encerrado en su casa como si los responsables
de la filmación de la película estuvieran a su lado escuchándolo.
Entre otras evidencias resulta especialmente elocuente las veces que repite
un mismo comentario como, por ejemplo, que en ese momento ya habían pasado
diecinueve años desde que la tragedia de la cordillera se había producido, que la
película en vías de realización duraría una hora y cuarenta y tres minutos o que
lamentablemente está hablando es español debido a que no puede transmitir lo
que siente en inglés. De las multiplicadas reiteraciones parecería que en algún
momento hubiera tenido conciencia ya que en cierto pasaje de su monólogo
Carlitos dice textualmente “a lo mejor me he repetido muchas veces...” y en otro,

73
ya cerca de terminar, expresa “queridos amigos creo que voy a concluir esta
conversación la cual espero que no los haya aburrido...”.
Hay en esa cabalgata verbal desenfrenada que trata de abarcarlo todo
expresiones de deseo sobre cómo entiende él que debería ser la filmación
(“siempre me he imaginado, a nivel personal, cómo debe hacerse esta película...”),
sugerencias para el guión (se refiere a que en algún momento se pensó incluir a
una chica con finalidad de darle un toque erótico a la película, lo que hubiera sido
inconveniente, así como a las soluciones extravagantes que hubieran hecho
aparecer en el filme a un loro y a un puma), preguntas acerca de cómo se las
arreglaría el director para presentar hechos fundamentales entre ellos la decisión
de los sobrevivientes de alimentarse con carne humana, su opinión sobre cuál
tendría que ser la escena inicial (“la película debería comenzar...”), su certeza
acerca de lo que él entendía que debía ser la finalización de la película (“la película
debería terminar...”), comentarios con los que busca descartar la semejanza con el
filme “Missing”7, lo conmovido que se sintió cuando vio “Platoon” 8, dudas sobre
cómo debería enfocarse la búsqueda de los actores más apropiados para
representar los distintos papeles teniendo en cuenta la juventud de los
protagonistas reales, etc.
Sin perjuicio de todo lo dicho, después de haber expuesto en el transcurrir de
la charla tantos juicios y explicaciones cinematográficos no vacila en afirmar
inesperadamente “bueno, yo no puedo opinar ya que no conozco nada sobre cine”,
para terminar poniéndose en manos del director Frank Marshall por una razón que
ni para el propio Carlitos tiene una explicación lógica: “Realmente creo en ti, no sé
por qué, pero creo en ti”.
Ni siquiera en ese momento estuvo ausente la figura de su padre. Es así que
ya en los últimos minutos de la grabación lo trajo a colación y llegó a caracterizarlo
sin cuidarse para ocultar lo que pensaba de él: “Mi padre ya les debe haber
enviado el material y se pueden poner en contacto con él, ya que estará a su
disposición. Es una persona de cine ya que ha dirigido tres proyectos, es pintor,
artista muy egocéntrico y una amplia imaginación a la que le tendrán que poner
freno”.
Lo comentado hasta acá no es otra cosa que la expresión de la necesidad
que aquel día sintió Carlitos de expulsar sus ideas sobre la película estimulado por
el consumo de la cocaína. Como se comprenderá, se trata apenas de un apretado
7
Película de 1982, dirigida por Costa Gravas, en la que un padre busca en Chile a su hijo
desaparecido durante el golpe miliar que derrocó al presidente Salvador Allende. Carlitos le
dice al director Marshall que no puede establecerse un paralelismo entre esa búsqueda y la
que realizó su padre Carlos Páez Vilaró para ubicarlo en la cordillera.
8
Película de 1986, dirigida por Oliver Stone, a la que Carlitos alude en razón de la similitud del
sentimiento contradictorio que en la película vive uno de los soldados que regresa a su hogar
de la guerra de Vietnam y el que, según asegura, él mismo experimentó al ser rescatado de los
Andes para volver a la vida normal.

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resumen de todo cuanto abordó mientras hablaba ya que, por ejemplo, entre
tantas otras cosas hizo menciones a Dios, a Hitler, a Cristo y al ladrón crucificado
junto a él. De todos modos, no sería justo terminarlo sin recordar otros temas a los
que también la cocaína lo llevó a incursionar crudamente aunque no se refieran
directamente a la filmación ya que aportan datos que arrojan más luz sobre las
consecuencias inmediatas que tuvo en su vida su condición de sobreviviente de
los Andes.
En algunos pasajes sus declaraciones adquieren cierto tono de lamentación,
sobre todo al recordar cómo se sintió en plena juventud al comprobar que para los
demás era una persona excepcional, de una categoría considerada casi más allá
de la condición humana, al tiempo que se refiere a la forma como eran tratados los
sobrevivientes por los medios de prensa.
En ese sentido, no resulta cómodo intentar trasladarse en el tiempo para
ubicarse en la piel del Carlitos de diecinueve años al saber por sus palabras que
en San Fernando, Chile, una mujer se le acercó para tocarlo esperando que ese
gesto la curara del cáncer que padecía. ¿Se había convertido en una especie de
dios?
Tampoco es posible aceptar sin asombrarse este párrafo que se transcribe
textualmente: “Una vez estuve en un programa en la televisión argentina en el cual
me estaban haciendo un reportaje. El programa debía durar una hora pero debido
a la gran repercusión que tuvo duró noventa minutos más. Estuve respondiendo a
distintas preguntas durante dos horas y media cuando una persona llamó diciendo
que había decidido no suicidarse después de oír los relatos de esta vuelta a la
vida. Esa persona me hizo sentir muy bien, sentí como que me habían
compensado, me sentí útil”. ¿Su palabra había adquirido la fuerza de un mensaje
divino capaz de convencer a quien lo escuchara?
Él sabía que ni se había convertido en una figura celestial ni estaba en
condiciones de lanzar a los cuatro vientos la prédica propia de un misionero que se
proponía convertir a los demás a su religión de vida. Sabía, en cambio, que era
simplemente un sobreviviente de los Andes, a pesar de que para la gente
encandilada por lo que admiraba como una aventura inigualada era evidente que
resultaba todo aquello y todavía algo más.
En cuanto a los medios de comunicación, Carlitos se las arregló para que en
la grabación se conociera su opinión sobre la forma con que aquellos se
conducían: “Nunca nos creímos héroes de nada, la prensa nos convirtió en héroes,
apóstoles, caníbales... lo que se les ocurriera”. Y más adelante todavía insiste con
la misma idea: “...después de un día para el otro, luego de vivir en el frío y pasar
hambre y sufrimientos, nos convirtieron en héroes, superhombres, apóstoles de la
Fe y no sé qué más”. Por último, otra vez vuelve al mismo tema —tal como se dijo
la repetición es una de las características más salientes de su monólogo— para

75
afirmar que “...nos hicieron importantes... lo único que les importaba era el dinero,
¿cuál revista vendía más, qué diario tenía más ventas, cuál era el mejor?... todo lo
que decíamos era publicado como si estuviéramos en exhibición todo el tiempo”. A
todo esto agrega la siguiente reflexión final sobre lo que sintió al reintegrarse a la
vida normal: “¿Qué podía pensar yo? Sólo tenía diecinueve años y mi foto
circulaba por las páginas de las revistas más importantes del mundo y, vamos a
ser honestos, de un país chico del cual nadie había oído hablar jamás”.
Leer la versión escrita de lo que grabó es también muy útil para comprender
que ya en aquel momento, en relación a lo que había sucedido en los Andes,
Carlitos estaba convencido de la importancia que adquiría la existencia de un
grupo, una verdad que luego debería trasladar al momento en que empezaría a
intentar su salida de las drogas: “El concepto de unidad y equipo son importantes
—recuerda con palabras que se supone que le dirige a Marshall— es verdad el
dicho de unidos nos mantendremos fuertes. Cuando la gente piensa que son los
valores humanos individuales los que cuentan, uno se da cuenta de que no es así.
Hay gente que dice que afrontar las cosas en grupo te hace un cobarde, te rebaja,
pero yo pienso lo opuesto, creo que hacer las cosas en equipo es acertado... creo
que la ayuda que te puede brindar un ser humano es importante, no es ningún acto
de valentía afrontarlas solos”. Y a continuación habla de lo que significa llegar a
valorar los actos cotidianos, esos que aparentemente no tienen ninguna
importancia: “Volver al momento en que quizás las cosas intrascendentes como
cepillarse los dientes, sacar agua de la canilla o simplemente mirarse al espejo...
las cosas de todos los días que en realidad son parte de nuestras vidas cobran un
sentido muy importante”. Por algo es que Carlitos ha afirmado más de una vez que
entre los adictos rehabilitados se decía que habían vuelto a ser civiles, una
expresión extraordinariamente ilustrativa que hablaba de la vuelta a la civilización,
a la vida que llevaba el común de la gente.
Esas son, precisamente, algunas de las cosas del día a día que también
recuperó al dejar el consumo, de tal modo que es imposible dejar de asociar sus
reflexiones con las que después expresaría Gelsi al afirmar que Carlitos ha
entendido lo que significa la heroicidad de lo cotidiano. Lo vivido en los Andes,
pues, y lo experimentado durante la rehabilitación han terminado formando parte
de una misma verdad central.
Hasta ahora se hablado de varias drogas sin nombrar todavía a la pasta
base, seguramente la que ha dado más que hablar en los últimos años en el
Uruguay. Entonces, cuando se le pregunta a Piñero si, como cree casi toda la
gente, es verdad que los consumidores de pasta base no concurren a los grupos
para intentar la rehabilitación explica que no es así. “Por supuesto que también a
los grupos van adictos a la pasta base, lo que sucede es que en general se
considera que a esas organizaciones solamente concurren quienes consumen

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cocaína u otras drogas pesadas posiblemente porque se asocian las clases de
drogas con las categorías sociales a las que pertenecen los consumidores, pero
hay que recordar que existen grupos en lugares muy diversos de Montevideo, los
hay, por ejemplo, en barrios como Carrasco o Punta Carretas, es verdad, pero
también funcionan en otros muy diferentes cuyas composiciones sociales no tienen
correspondencia con las de estos últimos.”
Sea como sea, al terminar este capítulo parece evidente que, como lo ha
dicho Damián Rapela, cualquiera sea la droga de que se trate, para el adicto llegar
a la conclusión de que ella no va a estar más con él es un proceso que insume un
tiempo larguísimo. Es entonces cuando se produce el momento de la aceptación,
lo que desemboca en el último paso para la resolución de la travesía de adicción.
Para Gelsi, por su parte, es cierto que cuando Carlitos era un adolescente el
tema de la droga no era lo que es hoy, al punto que ni siquiera el alcohol estaba
tan extendido hecho que lo lleva a afirmar que para él no resulta raro que Carlitos
no hubiera caído en las adicciones en aquella época. Sin embargo, recuerda que
cuando recibió cierto dinero de algún familiar lo perdió ya que la filosofía del adicto
a substancias es la misma que la del jugador. Ninguno de ellos recorre el camino
que debería andar en la vida, siempre termina buscando un atajo de modo de
llegar al fin propuesto rápidamente y sin esfuerzo.

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UN PADRE QUE ES TODO

Aquella manía de Carlitos de la que ya se hablado por la perfección en el


campo dominado por las cosas materiales es necesario considerarla
particularmente en otros planos mucho más importantes como el de las relaciones
afectivas que también fueron esencialmente reparadas a partir de su rehabilitación.
Si es verdad que un adicto se despreocupa por todo al punto que también
termina perdiéndolo todo, en su caso resulta evidente que ha experimentado una
transformación fundamental que lo ha llevado a recuperar lo más importante que
había ido dejando por el camino. Y al tocar este punto es inevitable hablar de lo
que ha significado para Carlitos el renacimiento de la relación con su hija María
Elena, conocida por sus familiares y amigos como Gochi. La desaparición de las
drogas hizo posible que padre e hija se reencontraran.
La fuerte sensibilidad emotiva que ha adquirido la relación con ella es radical
en tanto puede verse como la síntesis de todo lo que ha logrado recuperar Carlitos
después de abandonar el consumo. Entre las cosas de valor perdidas ninguna es
comparable con aquellas que se relacionan con el mundo de los afectos. Y más
todavía si se trata de los que unen a los padres con los hijos. Hoy en día puede
afirmarse sin caer en la exageración que entre Carlitos y su hija hubo un antes,
marcado a fuego por la perniciosa presencia de las drogas, y un después
felizmente gobernado por el período en el que desaparecieron.
Las palabras de Gochi llaman la atención desde el principio por la madurez
que demuestran y por la claridad con la que ella es capaz de visualizar lo que le
tocó vivir debido a las adicciones de su padre. Probablemente lo que expresa
conmueve especialmente debido a que en sus comentarios no aparece ni una sola
crítica, ni una mínima cuota de resentimiento. No se muestra herida, no formula
quejas, no juega el papel de víctima para quejarse con rencor por lo sucedido,
nada hay en sus expresiones que haga pensar que interiormente le echa en cara a
su padre haberle estropeado su joven vida.
A diferencia de lo que podría pensar la mayoría de la gente, Gochi sostiene

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con total convicción que si se le ofreciera la posibilidad de viajar en el tiempo hacia
atrás para cambiar su pasado y tener una familia diferente, sólidamente
constituida, con un padre que tuviera las características que se les adjudican a
quienes se conducen de un modo tradicional, ella no elegiría que las cosas
sucedieran de un modo distinto a lo que fueron en la realidad. Se queda con la
vida que le tocó en suerte no obstante lo que debió enfrentar.
Según su parecer, en la medida que los hechos se encadenan y, por lo tanto,
unos llevan inevitablemente a otros, si bien es cierto que las adicciones de Carlitos
fueron de acuerdo a lo que cree la causa de la separación de sus padres, también
es verdad que su madre se vio obligada a pelear por ella de un modo especial y
que ambas rehicieron sus vidas junto a Pepe Gómez, el marido de su madre, una
persona a quien valora como a un hombre extraordinario que siempre actuó como
si fuera su padre. “Él fue excepcional —explica— creo que no hay dos iguales,
para mí fue de muchísima importancia.” Además, asegura que tuvo dos abuelas
maravillosas que resultaron ser excepcionales madres.
Gochi reconoce que en definitiva cuando Carlitos al final de su proceso de
rehabilitación la recuperó como hija lo hizo totalmente cambiado: “Yo he notado
ese cambio —asegura— la relación que hoy tengo con él es tan o más sincera que
la que tienen con sus hijos muchos padres que no debieron enfrentar los
problemas que nosotros tuvimos que sufrir.”
Pero Gochi agrega todavía una opinión que llamativamente, a pesar de lo
sucedido, se convierte en una especie de agradecimiento por los momentos que
tuvo que vivir y de felicidad por lo que ha significado la recuperación de su padre:
“Si yo tengo que pasar raya me digo que al fin de cuentas yo gané. Sin dudas, yo
tuve una vida rara, diferente, pero el saldo que me dejó es un montón de cosas
que si hubiera vivido de otra manera nunca hubiera tenido. Yo repito lo que dice
una amiga de mi madre, es decir, que las historias se cuentan al final de lo
sucedido. No porque mi padre cayó en las drogas y yo carecí de su presencia
hasta que tuve quince años en este momento tengo que juzgarlo, pasar raya y
decir que él actuó de un modo desastroso. Tengo ahora treinta y tres años y si es
hoy cuando paso raya afirmo sin dudar que actualmente tengo un padre
excepcional”.
Carlitos ha coincidido en sostener que para él está claro que hoy en día la
relación con su hija no tiene nada que ver con lo que había sido antes de su
rehabilitación. En tanto la liberación de las drogas supuso para él cambiar
radicalmente su actitud en todos los aspectos, en este concreto de la relación con
Gochi, es notorio que tuvo un vuelco decisivo que le sirvió para actuar como padre
de un modo totalmente diferente.
Gochi era muy pequeña cuando sus padres se separaron, de modo que poco
puede recordar de lo que sucedía en tiempos en que Carlitos actuaba como una

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persona distinta a la actual. Sin embargo, su inclinación por la verdad la lleva a
dejar una constancia que deja en evidencia el admirable reconocimiento de la hija
por su madre: “Es cierto que yo no recuerdo casi nada de los primeros tiempos,
pero quiero quebrar una lanza por mi madre porque ella nunca me habló mal de mi
padre. Jamás lo hizo. Por supuesto que no se me escapa que por la situación que
me tocó vivir siempre estuve muy contenida, incluso algo malcriada, sobre todo por
mis abuelas y por mi abuelo materno, pero esto yo lo veo desde el lado positivo,
como un valor agregado, mis abuelos fueron excepcionales”.
¿De qué manera se relacionan hoy padre e hija? ¿Hablan de lo pasado,
mencionan el tiempo negro de las drogas o ese período permanece escondido
atrás del silencio? Gochi no vacila en afirmar que siempre conversan
sinceramente, incluso de las adicciones, que no se esconden absolutamente nada.
Y aprovecha para sostener que afortunadamente ella siente que las drogas son
algo lamentable que causa mucho daño por lo que se encuentra totalmente alejada
de ellas. Recuerda, al mismo tiempo, un hecho capaz de emocionar al pensar en
una hija que en ciertos momentos estaba obligada a vivir casi a contramano de lo
que hacían las demás jovencitas de su edad: “A los quince años, mientras mis
amigas preparaban muy contentas y entusiasmadas sus fiestas de cumpleaños, yo
acompañaba a mi padre al grupo de adictos. Lo hacía cuando se trataba de
reuniones abiertas, una vez por año iba con mi tía Agó que en todos estos asuntos
siempre fue una gran compañera”.
El reencuentro, ese renacimiento de la relación, fue dándose paulatinamente
y en un principio para Gochi resultó una novedad a la que no le resultó fácil
acostumbrarse. Después de lo que había pasado, no podía esperarse que de
buenas a primeras ella se acomodara frente a su padre como si todo hasta ese día
hubiera transcurrido de una manera normal. Tuvo que adaptarse, esperar que los
sucesivos pasos fueran indicando el camino que ambos empezarían a recorrer
juntos.
Es al tratar este delicado tema que Gochi expresa lo siguiente: “Me acuerdo
que cuando yo tenía alrededor de trece años me dijeron que mi padre estaba
internado en un hospital porque le estaban haciendo lo que me parece que era
algo así como una cura del sueño. Yo fui a verlo y creo que fue en aquel momento
que empecé a reencontrarlo. También recuerdo que tiempo después, cuando ya
tenía catorce años, hicimos todos juntos un viaje, la familia entera. Y más tarde
todavía papá me invitó a acompañarlo a China y Japón, países en los que estaban
promocionando la película de los Andes. En esta oportunidad viajamos solamente
nosotros dos. Hasta ese momento no podía decirse que yo tuviera una relación
propia de una hija con su padre, esa que felizmente hoy tenemos, por eso
reconozco que hasta me daba cierta vergüenza aceptar su invitación para viajar.
No se trataba de que yo me avergonzara por el pasado de papá, porque se había

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dejado ganar por las adicciones, era otra cosa distinta, influía aquel hecho de que
entre nosotros no hubiera todavía una verdadera relación entre un padre y una
hija”.
Gochi repite que vive todo lo que pasó como un proceso, especialmente la
maduración de Carlitos como padre, todo lo cual por supuesto lo valora como un
hecho extraordinariamente positivo. Se siente muy contenta por lo que él ha
cambiado al transformarse después de abandonar las drogas. Hasta entonces
había sentido que no tenía el respaldo de un verdadero padre responsable, al
extremo que en buena medida puede afirmar que ella se sentía entonces más
coherente que él. Sin embargo, la situación es hoy exactamente la contraria al
punto que no vacila en reconocer que se ha convencido de que cuenta con el
apoyo de un padre que se ha plantado de modo positivo en la vida.
En cierto sentido, Gochi piensa que la vida la llevó a revivir momentos que
también su padre había vivido: “Lo que sucedió fue para él parte de un todo, la
separación de sus padres, la tragedia de los Andes, las drogas, al final fue como
que recibiera un pasaporte para usufructuar la libertad de hacer cosas que a otros
no les estaban permitidas. Pero al mismo tiempo yo siento también que soy una
mujer que resultó muy golpeada en la vida, incluso hasta algo malcriada tal como
lo dije antes. Igual que mi padre”.
Si alguna duda hubiera quedado sobre la claridad con la que Gochi interpreta
la verdadera naturaleza de su vida pasada y de la franca postura que la lleva a no
renegar de ella basta escucharla decir lo que se transcribe a continuación: “La
gente suele decir que mi padre es diferente por lo que tuvo que pasar en los
Andes, pero sin embargo los otros sobrevivientes no tocaron fondo como él y
pasaron por lo mismo. Lo que yo tengo claro, repito, es que no hubiera querido
vivir otra vida, aun con las desgracias y las alegrías que viví me quedo con la que
tuve, nunca me lamentaría porque no me tocó una distinta. Lo que sí digo es que
yo tengo cuatro hijos y que me esfuerzo por tener una vida organizada alrededor
de una familia tradicional que se mantenga unida, quizás porque eso fue lo que no
tuve. A pesar de todo —y digo esto sabiendo que es difícil que se entienda— al
mismo tiempo yo no siento que eso me haya faltado. Es en este sentido que le doy
un valor enorme a mi madre y a mis abuelos maternos, cuando mis padres se
separaron yo pasé a vivir con ellos y con mi madre. Y no puedo dejar de recordar
nuevamente a mi abuela paterna”.
Por último, Gochi realiza una especie de recapitulación que sirve para
redondear su pensamiento sobre el momento que está viviendo con el
transformado Carlitos: “Mi padre cambió y sigue cambiando. Yo hace casi dos
años que estoy viviendo nuevamente en el Uruguay, pero antes viví tres años en
Suiza y yo sé que esa separación a él no le resultó nada fácil, que de verdad la
vivió como algo durísimo. Ahora que he vuelto a vivir en Montevideo, a veces me

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angustio al preguntarme cómo pude hacerle eso a mi padre, cómo me fui a otro
país, me doy cuenta de que siento cierta responsabilidad por él”.
Y al volver a plantearse cuál debió haber sido su actitud como respuesta a la
forma con que se manejaba su padre debido a las adicciones reitera la misma
lúcida postura: “¿Qué debía hacer? ¿Juzgarlo por lo que había hecho? ¿O tomarlo
tal como es con el agregado de lo que fue y quererlo de todos modos? Esto fue lo
que hice. Nunca se me ocurrió echarle en cara su conducta. Y además soy yo
quien ganó ya que ahora tengo una familia nueva que se ha multiplicado porque el
marido de mi madre tiene cinco hermanos. Hoy tengo cuatro tíos y doce primos
más. Pero gané también en algo fundamental, yo tengo con mi padre una
comunicación tan particular que a veces me asombro. La forma de comunicarnos
que tenemos muchas veces me hace pensar en el libro ‘El secreto’ de Rhonda
Byrne9. Todo encaja, es como si nos adelantáramos en nuestros pensamientos
que terminan coincidiendo sin que lo hubiéramos planificado para que sucediera
de ese modo. Es extraordinario”.
Seguramente, si Carlitos tuviera que sintetizar lo que ha influido el abandono
de las drogas en el plano de la relación con Gochi, no encontraría mejor manera
para hacerlo que repetir lo que ella ha expresado finalmente para ubicar en su
justa medida lo que significó el reencuentro. Esa su declaración final que se
transcribe más abajo es un corolario que lo explica todo de un modo absoluto, una
declaración de victoria después de una dura batalla que Gochi disfruta porque
sabe que al mismo tiempo también su padre estará disfrutándola con la misma
satisfacción. ¿De qué otra forma podría Carlitos demostrar que su recuperación
alcanzó el punto más alto, que su actitud lo llevó a reconquistar lo más valioso?
A sus espaldas ha quedado el adicto de las sucesivas internaciones, de las
marchas y contramarchas, de la vida malgastada, de los actos irreflexivos, de los
momentos enajenados, para que sobre él haya triunfado el padre que provoca en
su hija palabras tan emotivas como las siguientes: “Él y yo somos ahora
inseparables, no puedo decir otra cosa como no sea que tenemos una relación
impresionante. Mi padre para mí hoy es mi amigo, mi terapeuta, mi todo”.

9
Publicado en 2006, el libro trata sobre la llamada “ley de atracción” y tiene como tema central
la necesidad de enfocarse en las cosas positivas para modificar los resultados. No obstante las
numerosas críticas que recibió se convirtió en un best-seller.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN..................................................................................................... 7

PRÓLOGO............................................................................................................... 9

UNA NUEVA CORDILLERA...................................................................................12

ADICTO SIN LOS ANDES.....................................................................................21

EL HÉROE EN LO COTIDIANO.............................................................................31

PARA CAMBIAR HAY QUE PADECER.................................................................44

ENCONTRARSE CON LOS DEMÁS.....................................................................53

LA LIBERTAD DE UNA ACTIVIDAD PROPIA.......................................................65

LOS ANCIANOS DE WOODSTOCK......................................................................74

UN PADRE QUE ES TODO...................................................................................84

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