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Summary
Dicen que el sol del desierto hace más que un buen bronceado. Tom necesitaba un trabajo
para empezar a crear un hogar para él y su hija, lejos de sus ex-suegros tiranos; y Bill
necesitaba alguien que ocupara el puesto de ama de llaves.
Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Chapter 1
Capítulo uno.
Thomas seguía sin creerse la buena noticia que había recibido de sus primos Gustav y Vanessa.
- ¡Hemos logrado vender el hotel!
Si bien se sentía feliz por ellos, él había depositado la calma de sus próximos seis meses en este
lugar y no podía evitar también tener un pequeño sabor ácido en la boca.
Levantó la vista de sus papeles y vio parar un todoterreno enfrente de la puerta del hotel. ¿Es que
no podía tener dos segundos de paz? Sin interrupciones, sin invitados, sin quejas absurdas...
Es que la gran mayoría de la gente que consume el servicio de hoteles es realmente molesta,
rompe la calma con cosas innecesarias. Y encima, de mal modo. Claro, porque pagan por ese
servicio y se creen con derechos de tratar mal a quienes los atienden.
En este momento, se concentró en el hombre que estaba entrando por la puerta de cristal y debió
dejar las preocupaciones de lado.
"Oh, mi Dios...", pensó para si mismo. "No me costará nada dejar de pensar en los problemas...
o quizás él me cause uno nuevo."
Si cualquiera agarra un diccionario ilustrado y busca la definición de "Ricachón", aparecerá una
foto de este hombre y abajo un epígrafe que relate "millonario, apuesto y desafiante..." Ese
hombre era el esteriotipo del ganadero que había sacado la lotería en el mercado.
Botas negras, pantalones color crudo y una camisa también negra, sin mencionar el enorme reloj
ostentoso que llevaba en la muñeca y la cadena de oro que brillaba en su cuello. Aunque si nos
ponemos a analizar su contextura física, tenía el físico para ser un modelo. Sus facciones y líneas
eran muy finas, tenía una potente mirada, eso si, y que en ese instante estaban clavadas en el de
rastas. Pero no en sus ojos o en cualquier parte del rostro, sino en su muñeca que mostraba
orgullosa una pulsera con los colores del arco iris.
Enseguida se dio cuenta y escondió su brazo.
- Lo siento. –Murmuró, cohibido. Había olvidado sacarse la pulsera. ¿Y si aquel hombre
reaccionaba mal porque lo consideraba homosexual? Está bien, le gustaba los hombres, pero
también las mujeres. Sino, no hubiera podido hacer realidad su sueño de formar una familia.
Pensó con alegría en la pequeña de un año que dormía plácidamente su siesta matutina en el
cuarto de atrás, y el hilo se fue irremediablemente en la que fue su mujer. En la única mujer que
había amado completamente y encima le había entregado una hija preciosa, pero la vida se la
había arrebatado sólo seis meses atrás.
- Eres nuevo, ¿no? –Thomas levantó la barbilla, molesto consigo mismo por flaquear un instante.
No podía haber pensado en su mujer a partir del hombre que tenía adelante, no era justo para su
memoria.
- ¿Quiere una habitación? –Preguntó en un tono neutral, sabiendo que no tenían una habitación
para él. Encontraría una perfecta en medio de la gran ciudad, no en la zona rural.
El hombre arrugó la expresión de su rostro.
- No.
- Si quiere comer en el restaurante...
- No.
- No ha venido por el empleo de limpieza, ¿verdad? –Él se rió con una suave carcajada y se acodó
en el mostrador.
- No, no he venido por eso. –Se asomó apenas y Thomas adivinó que estaba mirando su mano
izquierda que luchaba por sacarse la pulsera. Sintió mariposas en el estómago y calor en la cara.
El hombre podía pensar que él estaba soltero y sin compromisos, pero no había tenido más
remedio que sacarse sus anillos de casamiento porque el calor había hecho que sus manos se
hinchen.
Más pronto de lo planeado volvería a la ciudad y todo volvería a la horrible normalidad...
Y sus suegros seguirían malcriando a su hija y criticándolo a él sobre el proceder de su vida.
- He venido a ver a Gustav y Vanessa.
A Thomas se le encendió la bombilla. Este hombre era el dueño del hotel.
Así se lo había descrito su primo: un rico depredador que absorbía negocios zozobrantes y
mandaba a la calle a todos los empleados.
- No están. –Respondió con frialdad.
- ¿Y dónde puedo encontrarlos?
- En la capital.
- ¿Y cuándo vuelven? –La impaciencia se dejaba ver entre las palabras.
- No tengo la más mínima idea. –Él levanto una ceja y lo taladró con la mirada. Thomas casi se
desmaya por la potencia de sus ojos.
- ¿Siempre eres tan receptivo?
- Sólo cuando mi trabajo lo requiere. –Le dijo, disfrutando del juego. El hombre contrajo la
mandíbula y pudo observar moverse el músculo. Ese movimiento le resultó terriblemente sexy.
- Mire, soy amigo de Gustav y Vanessa...
- ¿Amigo? –Ahora todo cerraba. No era de extrañar que Gustav tuviera de amigo a aquel hombre.
Sus padres tenían un gran rancho de ganado, pero a Gustav le había interesado otro tipo de
negocio. Así que compró una parcela y había construido un hotel para él y su esposa.
- Si, amigos. Del colegio. Por cierto, me llamo Bill. Bill Kaulitz.
"Oh... ¿es que no puede llamarse John o Peter?" Thomas suspiró de manera entrecortada.
- Soy primo de Gustav. Thomas Trümper. –Él hizo una pausa, miró sus labios con lujuria y
sonrió, por fin.
- No sabía que Gustav tuviera un primo... tan guapo.
Soltó el aliento bruscamente y creyó que el corazón también se iría. ¿Estaba coqueteando con él?
¿Realmente estaba flirteando?
En ese instante sonó el teléfono y agradeció a todos los cielos que existiera esa distracción.
Consciente de que tenía la mirada de él en su cuerpo, rebuscó catálogos de zoológicos de la zona
y colgó rápidamente después de contestar todas las preguntas del cliente.
- Lo siento. Yo... Um, sólo querían preguntar por el zoo.
- No tienes porqué disculparte. –Dijo en un tono desenfadado.- Dime, ¿a qué viene esa cara?
- ¿Qué cara?
- La de espanto. Es evidente que pensabas que era otra persona.
- Puede ser. –No era asunto suyo revelarle lo de la venta. Además, aunque dijera que era amigo de
sus primos, no tenía porqué ser verdad. Cualquiera hoy en día dice eso.
- Alguien que no te gusta mucho.
- Quizás.
- ¿Te das cuenta que me debes una disculpa? –Señaló él. Thomas lo miró con ojos incrédulos.
¿De dónde le debe una disculpa?- Pero puedes pagarme de otra forma... –Sugirió.
Aunque Thomas era hombre y sabía para donde se dirigía la frase, pues también él la había usado
en su momento, se preparó para un comentario desagradable.
- Cena conmigo mañana.
- ¿Cenar? –Repitió, sintiendo que el corazón le daba un vuelco.- No puedo. Quiero decir que no
puedo dejar a mis primos solos con el hotel, porque...
- No tienes porqué explicarte. Con la negativa me era suficiente, soy grande y puedo acomodarme.
Thomas no supo si alegrarse o decepcionarse de que él se rindiera tan fácil. Había esperado que
con el aspecto de playboy ofreciera un poco más de resistencia.
- Estupendo. Entonces, no puedo cenar contigo mañana. –Se sorprendió que lo hubiera tuteado de
repente.
- ¿Entonces lo dejamos para otro día? –Una risita salió de la garganta del de rastas.
- ¿Qué pasó con eso de que puedes acomodarte?
- Dije que podía, no que iba a hacerlo. En cuanto a...
- Muy bien. –Dijo esbozando una media sonrisa. Tenía ganas de hacerlo enfadar.- La próxima vez
que llueva cenaré contigo.
Bill levantó una ceja.
- ¿Te das cuenta que estamos en época de sequía?
- Si, lo sé. –Él sonrió con desenfado y entonces Thomas quiso rodear el mostrador y tirarse a sus
brazos. Abrazarlo y sentir cada músculo fundiéndose, su cuerpo excitado rozarse con el suyo.
"Su cuerpo excitado..." Si. Él sabía que podía provocar a aquel hombre si se lo proponía.
Pero no iba a hacer tal cosa.
Jamás había sentido una reacción así, con ningún hombre o mujer, y ni siquiera con su esposa.
Con Jazmín las cosas habían ido despacio y se había enamorado poco a poco.
Jazmín. "Oh Dios mío..." ¿Cómo podía comparar a su esposa muerta con un extraño?
- ¡Bill! –Exclamó Vanessa, entrando por una puerta lateral en compañía de su esposo.- ¡Ya has
vuelto!
Thomas sintió un gran alivio al verlos llegar. Por fin podría sacárselo de encima. A él, su mirada,
sus músculos, su sonrisa y su gran atractivo.
- Si decidí pasarme de camino a casa. –Explicó dándole un beso a Vanessa y estrechándole la
mano a Gustav.- Tu primo me ha cuidado muy bien. –Agregó mirándolo por encima del hombro.
¿Era necesario ese comentario?
Vanessa le sonrió a Thomas. Era hora de irse a limpiar algunas habitaciones...
- ¿Te ha dicho Thomas de la venta? –Aventuró el rubio Gustav. No, no era hora de retirarse.
Regresó a su puesto y observó que Bill le fruncía el ceño.
- No sabía si podía decirlo. –Se disculpó con una sonrisa embarazosa.
- No te preocupes, primo. Bill, pusimos en venta el hotel hace algunas semanas y esta mañana
recibimos la primera oferta seria. Por eso tuvimos que viajar a la capital de urgencia, para firmar el
contrato.
- ¿Van a vender este precioso hotel?
- O lo vendemos ahora o lo perdemos todo. –Explicó el rubio y su cara se iluminó.- Pero me han
ofrecido el cuidado de unos departamentos de alquiler en la capital. Ha llegado todo en el
momento perfecto, Vanessa y yo queremos tener otro hijo.
Vanessa se pegó a su marido y sonrió, completamente radiante.
- Queremos darle a mi pequeño Don Juan un hermanito.
Bill arrugó de nuevo el entrecejo.
- Si necesitan dinero, saben muy bien que yo puedo... –Gustav sacudió la cabeza.
- Gracias, amigo, pero ya es demasiado para nosotros. Ahora es tiempo de disfrutar de la familia.
Él los miró fijamente y entonces asintió con la cabeza lentamente.
- Me dará mucha pena que se vayan.
- Oye, que estamos a un par de horas en auto. –Dijo Vanessa y el ambiente se cargó de despedida.
Nadie se iba a ningún lado todavía, pero esas frases espesan el aire.
- ¿Cuándo se hará efectiva la venta?
- Vamos a hacer la entrega dentro de un mes. –Explicó el rubio con una mueca.- El comprador es
Jörg, y ya sabes lo que se dice de él. No me hace mucha gracia venderle el hotel, pero... –Con un
movimiento de mano interrumpió a Bill que iba a hablar.- Ya está, estamos bien.
El suspiro pesado de Vanessa rompió el ambiente.
- Desafortunadamente va a reducir personal, no me gusta la idea de que la gente pierda sus
puestos. Thomas iba a quedarse seis meses, pero ahora... No pensé que fuera a ser tan rápido.
Thomas forzó una sonrisa ante los ojos llorosos de su prima postiza. Él tampoco lo había previsto.
- Pero linda, ya me habías dicho que el hotel estaba en venta.
- Lo sé, pero...
- No te preocupes por mí, estamos hablando de ti y de tu vida. –Le apretó las manos sobre el
mostrador y sonrió un poco más natural. Él muy bien sabía todo lo que juntos habían luchado para
llegar donde estaban.- Me he tomado un respiro muy agradable.
Vanessa suspiró entrecortadamente y se recompuso enseguida.
- Eres mi primo del alma. Ya se nos ocurrirá algo.
El corazón de Thomas se ablandó al ver los rostros de Gustav y Vanessa. Ambos lo habían
recibido en su casa con los brazos abiertos y no quería que se sintieran culpables por lo ocurrido.
- ¡Oh, Bill! Estamos aquí parados y no te ofrecí nada de beber ni que te pusieras cómodo. ¿Te
apetece una bebida?
El aludido sonrió.
- Lo siento, no puedo. Tengo que llegar pronto a casa, hay cosas pendientes. He estado afuera
demasiado tiempo.
- He oído que tu ama de llaves tuvo que marcharse para cuidar de un familiar. –Comentó
Vanessa.- No será fácil encontrar alguien que la reemplace. ¿Y tu madre qué tal está?
- Después de la operación tuvo algunas complicaciones, pero salió perfectamente adelante. Mi
hermano Georg está ocupándose de ella, cuando no tiene que hacer alguna sesión de fotos o
publicidades.
De ahí le parecía conocido el apellido. Él era hermano del súper modelo Georg Listing, que en
realidad, su apellido era Kaulitz.
- Oh, casi me olvidaba. Mañana los padres de Gustav cumplen treinta años de casados y darán una
fiesta aquí en el restaurante. Tienes que venir, se decepcionarán si no asistes. ¿No es así, Gus?
- Ya sabes que siempre te han preferido sobre mí. –Corroboró Gustav, yendo a atender a un
huésped.
- No sé por qué. –Bromeó y le tomó las manos a Vanessa.- Veré que puedo hacer.
- Bien. –Dijo, tomándole la palabra.- ¿Te puedo pedir un favor? Si no te importa, puedes echarle
una ayuda a Thomas, por favor. No conoce a mucha gente aquí, llegó hace apenas tres semanas.
- Será un placer. –Giró su cabeza y sonrió cálidamente. Adivinó un pequeño rastro de perversidad
en su gesto.
- Es... Estaré bien, linda. No quiero ser una carga para nadie.
- Y no lo serás. –Me contradijo con un destello en los ojos.
- ¡Ya ves! –Canturreó con una enorme sonrisa. Y entonces fijó los ojos en mí y me miró con
preocupación.- Pareces acalorado, deberías ir a descansar un poco. Es este calor del desierto que
no perdona a los de afuera. Ve a darte un baño a la piscina, pero no te quedes mucho tiempo al
sol.
- Buenísima idea. –"Buenísima forma de salir de la vista de Bill", pensó.
Por suerte, entró otro huésped y Vanessa corrió detrás del mostrador para atenderlo.
- Yo me ocupo, tú vete a dar ese baño.
Thomas caminó lo más natural posible a la puerta del personal y escuchó como Bill se despedía.
- ¿Thomas? –Le detuvo y no le quedó más remedio que darse vuelta y mirarlo.
- ¿Si?
- Nos veremos en la fiesta. –Dijo.
Thomas asintió y escapó a toda prisa. Al día siguiente tendría que hablar con él y dejarle bien en
claro que se había equivocado desde el principio.
Su mujer había muerto y un playboy como Bill Kaulitz jamás querría tener algo que ver con un
hombre aún lloraba la muerte de la mujer a la que amaba.
Un hombre como Bill Kaulitz nunca aceparía ser el segundo plato.
Después de seis semanas afuera, Bill ansiaba llegar de una vez a su casa. Mientras conducía por
los serpenteantes caminos de tierra hacía sus campos, se dio cuenta de que la venta del hotel no
debería haberle sorprendido y, sin embargo, les echaría mucho de menos.
Había pocas personas en las que confiar, Gustav y Vanessa eran dos de ellas.
De repente, la imagen de aquel hombre de ojos castaños y nerviosos cruzó su mente. Alto, casi
tanto como él, de anchos hombros y musculosos brazos... Thomas Trümper había resultado ser un
buen ingrediente en la sopa.
Un hombre debería estar muerto para no fijarse en semejante masculinidad como la de él. Esos
labios deben besar como la gloria, con esas manos debe dar las caricias más seductoras, bajo esas
bermudas...
Bill hizo una mueca. Se estaba poniendo demasiado poético. Demasiado tiempo sin estar con
alguien.
No obstante, él mismo lo había querido así. Había ido a pasar las navidades con su madre y había
acabado quedándose más de la cuenta. Las fiestas, la operación quirúrgica y su posterior
recuperación lo habían obligado a alejarse un tiempo de los buenos placeres de la carne, pero por
muy extraño que parezca, a él le importaba muy poco. Durante su estancia en la gran ciudad se
había encontrado con Natalie recién casada, pero dispuesta a reanudar su aventura con él.
Y pensar que unos meses atrás le había propuesto matrimonio…
Ella era la clase de mujer que no quiere hijos y por eso era perfecta para él. Aunque él prefería el
campo y ella era una chica de ciudad, y sólo por el motivo de que en el laberinto de cemento
grisáceo era más fácil ser una caza fortunas. Y así fue como terminó casándose con un gran
hombre de negocios, un viejo millonario que podía ofrecerle mucho más que una hacienda en el
desierto.
Lo peor de toda la situación, es que Bill estaba segurísimo de que si Roger no se hubiera
interpuesto en su camino, él se habría casado con Natalie.
¿Cómo había podido equivocarse tanto con ella? Su gran talento como actriz le había hecho creer
que podían ser felices juntos e incluso quererse de verdad.
“Menos mal que me dejó antes de que se enterase que soy estéril”, pensó un poco desilusionado.
“¡Maldita sea! ¿Es que no aprendí la lección con Julie?”
Hacía mucho tiempo que había dejado la universidad y todo lo sucedido en esa época, pero el
recuerdo seguía siendo muy vívido. Ella le había hecho creer que era el padre de su hijo y después
de hacerse las pruebas había descubierto que eso jamás podría suceder.
Ella era una mentirosa. Y él, un estéril.
Se juró jamás confiar en ninguna otra mujer, jamás volvería a pedirle a nadie que se case con él.
Podía tener muchas relaciones esporádicas y satisfactorias sin pasar por el altar. Había cientos de
personas que querían pasar una noche con él.
Y Thomas Trümper sería una de ellas.
Sin embargo, el sexo con él no sería bueno, sería espectacular.
Pero un hombre como ese no pondría las cosas tan fáciles. El fuego que quemaba la fresca leña de
sus ojos, y esos labios… Combinación perfecta para mantener caliente su cama.
¿Qué había debajo de esa piel nerviosa? Bill estaba completamente decidido a descubrirlo.
Capítulo dos
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capítulo dos.
Thomas se pasó el resto del día ayudando en el hotel. Vanessa, Gustav y él se turnaban para
cuidar a los pequeños Jon y Lynn. Los sacaban al jardín o de lo contrario jugaban en un sector
apartado, al cuidado de algún mayor que, si no eran ellos, un empleado se ofrecía en ser niñera.
El joven se sentía feliz de poder compartir con ellos estos momentos y estaba encantado de
ayudarles. Sin embargo, esa noche, mientras le daba la cena a Lynn, no se sentía igual que
siempre. Las preocupaciones se le agolparon en el estómago y se sentía pésimo, incapaz de
respirar.
Jazmín y él habían gastado el dinero, lo habían despilfarrado y no habían previsto a futuro. ¡Que
tenían un hijo! Vivían en un departamento alquilado y pagaban a plazos un coche, no tenían
bienes de ningún tipo. Lo único que les había quedado al final era el seguro de vida, pero eso
serviría para pagar el estudio de Lynn.
Y por todo eso, la situación se había vuelto de lo más crítica. Si se instalaba en la gran ciudad,
debía encontrar un lugar dónde vivir, un trabajo y una guardería para que vigilen a su pequeña.
Aunque también está la posibilidad de regresar con la cabeza gacha a lo de sus suegros.
O peor, quizás no le quedaba otra posibilidad que irse a vivir con ellos. Ya le habían reservado
vacante en un colegio donde, según ellos, se juntaría con gente “de su clase”.
“Oh, Dios mío…”
De repente, la sensación de ser el Titanic chocándose de frente con el Iceberg regresó a su cuerpo
con mucha violencia. Cinco años antes había tenido la misma sensación cuando su madre se
volvió a casar y se había ido a vivir muy lejos de él. Entonces todavía no había conocido a Jazmín
y el trabajo administrativo en una compañía de seguros no daba para mucho.
- Estás muy callado, primo. –Le llamó la atención Vanessa que venía con una canasta más que
llena de ropa para doblar. Tiró todo arriba de la mesa y observó la montaña de tela frente a ella.
Thomas hizo una mueca y dejó la cuchara en el platito con puré.
- Pensaba, nada más.
- No estarás preocupado por lo que vas a hacer, ¿no? Ya se nos ocurrirá algo.
- Ustedes ya tienen demasiado por lo que preocuparse.
- Entonces una cosa más no hará diferencia, Tom. De todos modos, tenemos un mes y podemos
hacer y deshacer a nuestro gusto. ¡Ay, Lynn! –Logró apartar unas prendas del puré que volaba
por los aires. Thomas le quitó la cuchara y limpió sus manitas con un trapo.
- Lynn no juegues con la comida. Así se come, muy bien. –Le guiaba la manito y la pequeña
comía, pero en cuanto la soltaba, la niña amagaba con desparramar por toda la sala el puré.- ¿De
dónde habrás aprendido a jugar así?
- Yo no me hago cargo. –Se defendió Vanessa.
Lo mejor que podían hacer en ese momento era quitarle importancia al asunto, mantener la calma
y fingir que todo estaba bien.
- Por cierto, ¿qué te pareció Bill Kaulitz? –Thomas apretó los labios y se tensó al oír ese nombre.
- No deberías haberle dicho que me ayude aquí y menos mañana. Estaré más que ocupado
ayudando en la fiesta. –Vanessa lo miró sorprendida.
- ¡No me lo puedo creer! ¡Guapísimo y millonario, y te quejas porque tienes que pasar tiempo con
él!
- ¿Adónde quieres llegar? –Preguntó con un toque de sarcasmo. Vanessa terminó de doblar la
remera y la dejó a un lado. Luego, apoyó sus puños en la cadera y lo miró fijamente.
- No te gusta, ¿verdad? –Thomas sintió un escozor en su boca y decidió sacarle el plato a su hija y
preocuparse por limpiar todo el puré que la rodeaba.
Había dicho demasiado. Vanessa suspiró y siguió doblando ropa.
- Jazmín falleció hace más de seis meses, Tom. Tienes que seguir adelante.
- Estoy intentando seguir adelante, pero no quiero que me busques citas. –Intentó con todas sus
fuerzas ignorar la estalactita que tenía atravesada en el corazón, pero le dolía demasiado.
- No es una cita, literal. Sólo pensé que te gustaría conocer gente nueva.
Una gran ola de calor azotó su cuerpo. Vanessa era una persona maravillosa.
- Lo sé y te lo agradezco. Pero no estoy preparado para eso. Además, Lynn se pondría celosa, ¿no
es así, pequeño tsunami? –La beba rió con las cosquillas que le daba su padre.
- Bueno, en cualquier caso, puedes quedarte mañana en casa y cuidar a los dos pequeños
demonios de Tasmania. La nieta de Phyllis me dijo que se quedaría ella, y podría decirle a Bill que
no te encuentras bien o algo así.
- No, estaré bien. Supongo que puedo soportarle durante una noche. –Vanessa le guiñó el ojo.
- Tomy, ese hombre se merece más que una noche.
- Me pregunto qué dirá mi primo cuando le comente todo lo que alabas a Kaulitz.
- ¿Te piensas que no se lo dije? Lo bañé en halagos.
Thomas rió y ayudó a terminar de doblar todo. Luego se dirigió a su pequeña y le hizo el gesto de
upa.
- ¿Vamos a dormir con el primo Jon? –La nena negó con la cabecita.- ¿Cómo que no? ¡Desde
cuando usted decide!
- Desde que soy la princesa de la casa, dile al tonto. –Agregó por lo bajini Vanessa.
- ¿Vamos a dormir? –La alzó en brazos y le besó sonoramente un enorme cachete. La niña volvió
a negar.- ¿A dormir con papá?
Frente a esa pregunta, la pequeña asintió y le echó los brazos al cuello en un gran bostezo.
Desde la muerte de su madre se había pegado mucho a su padre, y Thomas también. Si antes se
desvivía por ella, ahora mucho más. La única razón por la que no había caído en la locura, era por
esa hermosa niña.
Y algo le decía que Vanessa tenía toda la razón, ese hombre era más que cosa de una noche.
La fiesta estaba en todo su esplendor cuando Bill llegó. Se había retrasado un poco, pero no era
culpa suya. Martha, su ama de llaves, estaba muy nerviosa por tener que volar y quiso
acompañarla al aeropuerto.
- Un whisky, por favor. –Le pidió a un camarero al mismo tiempo que escudriñaba la gente a su
alrededor. ¿Dónde estaba él?
En ese preciso instante Thomas salió de la cocina con una bandeja de aperitivos.
Estaba realmente precioso con la camisa de lino blanca y jeans negros. Aunque, a juzgar por el
chaleco negro y que regresaba a la cocina con la bandeja vacía, parecía un camarero.
Bill corrió a él y lo interceptó en mitad del camino, sorprendiéndolo. Él le clavó una mirada fría de
desprecio.
- Buenas noches, señor Kaulitz. –Bill arqueó una ceja.
- ¿Señor Kaulitz? Si mal no recuerdo, ayer me llamaste por mi nombre y me tuteaste.
- Ayer hice demasiadas cosas.
Ese comentario hizo reír a Bill.
- Estás hermoso esta noche. ¿Bailas conmigo?
- ¿Bailar?
- Incluso el camarero puede divertirse un poco. Cenicienta tuvo su baile, ¿no?
- No soy camarero, estoy ayudando. –No supo porqué la voz le tembló. Bajó la vista
avergonzado.- Yo... Hay algo que debería...
- Si, hay algo. –Rectificó en un susurro, acorralando más a Thomas contra la pared. De repente
levantó la vista y echó atrás los hombros.
- Sólo tengo una cosa más que decir. Usted, señor Kaulitz, no es ningún príncipe. –Le espetó y se
fue a la cocina.
Bill más que sorprendido lo vio alejarse y soltó el aliento que inconscientemente había retenido.
No había nada que deseara más que correr detrás de él, esconderse en algún lugar y disfrutar de
ese cuerpo, de esa masculinidad.
El camarero le trajo el whisky e interrumpió sus pensamientos.
- ¡Bill! –Lo llamó el padre de Gustav, reclamando su atención.
Se mezcló con la multitud rápidamente, pero no dejó de buscar a Thomas, observarlo sonreír a los
demás invitados, sus gestos, la forma de mover los labios...
Un rato más tarde, desapareció por la puerta de la cocina y a Bill se le ocurrió seguirlo.
- ¿Quieres que te ayude? –Le preguntó. Él estaba solo, cargando el lavavajillas con los platos
sucios.
- Gracias, pero puedo hacerlo solo. –Respondió lleno de desconfianza.
Buscó con la mirada encima de las alacenas y encontró una tabla lo suficientemente grande para
cargar todos los platos y llevarlos de una sola vez al lavavajillas.
Bill observó cómo se estiraba y la camisa se le levantaba, dejando ver el borde de sus pantalones y
al descubierto el elástico de la ropa interior.
- Thomas, me debes un baile. –Él lo miró y arrugó los labios, después se dedicó a apilar los platos.
- Seguro que a Phyllis le encantaría volver y encontrarnos bailando en medio de su cocina.
Incapaz de soportar más distancias, Bill fue hacia él, le arrebató la tabla con los platos y los dejó
en la mesada, al lado del aparato.
Regresó hacia él y se paró tan cerca que podía oler su perfume tan varonil.
- Podríamos salir afuera.
- No puedo. –Se dio media vuelta, pero él le detuvo por el brazo.
- Un baile no te hará daño.
Thomas se tensó, como si supiera que un baile era suficiente para perder la cabeza.
- Bill, esto es una pérdida de tiempo.
- ¿El qué? –Preguntó, observando como se humedecía los labios.
- Que intentes seducirme. No funcionará, no puedo hacer esto. –Bill se acercó aún más.
- Thomas, no creas que...
- Bill, soy viudo. –Él parpadeó, anonadado. Thomas aprovechó para zafarse y poner distancia.-
Mi mujer murió hace seis meses, he intentado decírtelo...
Phyllis entró en la cocina y vio a Bill con alegría.
- ¡Bill Kaulitz en mi cocina! No lo puedo creer, hace mucho tiempo que no te veo, querido. –
Reparó en la cara de Thomas y se detuvo en seco.- Oh, ¿interrumpo algo?
Ninguno pudo decir palabra. Bill estaba completamente desencajado con la noticia.
¿Viudo? No puede ser, si él no tenía más de veintitantos.
Thomas retrocedió más y desvió sus ojos.
- No, Phyllis. Los dejo para que charlen un rato. –Se dirigió a la puerta lateral y finalmente se fue.
Bill lo observó ir y le dejaba un sabor amargo en la boca darse cuenta que no tenía más remedio.
- ¿Cómo está tú madre, querido? –Él guardaba silencio.- ¿Y Martha? He oído que su hermana está
complicada.
Bill se volvió a la cocinera e intentó recuperar la compostura sin mucho éxito.
Thomas Trümper era viudo.
"Maldita sea..."
Thomas se encerró unos momentos en el cuarto de baño y se sentó en un rincón. Todos sus
músculos temblaban.
Ya estaba hecho, ya le había dicho toda la verdad a Bill y rogaba que dejara de molestarlo.
Respiró hondo, decidió salir y enderezó la espalda. Charló unos momentos con la mujer que
cuidaba de los niños y se asomó a ver cómo dormían.
Regresó al restaurante y lo primero que vio fue a Bill bailando con una muchacha morena muy
bella, la hija de un hacendado adinerado del pueblo. No parecía pensar mucho en él mientras se
frotaba contra el hermoso vestido rojo de Tina.
- ¿Quieres bailar, Thomas? –Una voz femenina muy dulce llegó desde atrás suyo. Val le sonreía
inocentemente y Thomas le puso la mano en la espalda, llevándola hacia la gente.
Mientras bailaban, miró fugazmente a Bill y este lo miraba con el cejo fruncido.
- ¿Quieres algo de comer, Val?
- No, gracias, estoy llenísima.
- ¿Algo para tomar?
- ¿Te escapas de algo? –Preguntó divertida. Thomas observó a Bill y este se acercaba más y más...
- Sólo quiero que los invitados se sientan a gusto.
- Pues lo haces muy bien. –Dijo mordiéndose el labio inferior.
- Me alegro entonces. –Bill estaba casi a su lado.- Mejor dicho, es un placer complacerte.
- Entonces...
- Val, creo que es mejor que lleves a tu hermana afuera, dice que se siente mareada. –Bill
interrumpió su conversación.
Thomas miró a Tina y estaba muy pálida. Val la abrazó y se despidió de ellos con gesto
preocupado y se alejó caminando.
- Tengo que ir a comprobar... –Thomas intentó zafarse, pero Bill volvió a tomarlo del brazo.- ¡Qué
obsesión tienes con mi brazo! –Le espetó.
- Si no fueras tan huidizo...
- ¿Mareas a quién baila contigo?
- Tenemos que hablar.
- No hay nada que... –Lo arrastró del brazo hasta afuera. Bill se apoyó en la pared y se encendió
un cigarrillo, como si estuviera sólo.
- Mareas a cualquiera que esté contigo, mejor dicho.
- Háblame de tu mujer. –Le pidió con brusquedad. Thomas quedó sorprendido de esa frase.
- Jazmín defendió a una mujer embarazada de un asaltante, en un banco. Poco más de seis meses
atrás. –Agregó y pensó que podía decir exactamente meses, días y horas.
Bill contrajo la mandíbula.
- Lo siento mucho. –Había escuchado demasiadas veces esa frase, pero de él sonaban extrañas e
inesperadas.
- Gracias.
- ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
- Casi tres años.
- ¿Eras feliz?
- Mucho.
- ¿Por qué no me lo dijiste antes?
- Lo siento, pero creo que no debo darte explicaciones acerca de mi vida privada y menos cuando
es la segunda vez que te veo. –Él seguía mirándolo con ojos acusadores.
- ¿Y por qué no llevas anillos? –Claro, era obvio que un hombre como él se iba a dar cuenta de
ese detalle.
- Me los he quitado porque hace calor y se me hinchan las manos.
- Sabes que pensaba que estabas disponible.
- Probablemente pienses que todos lo están.
- ¿Y no es así? –Thomas contó hasta diez antes de contestar, pero aún así el veneno le bañaba la
boca.
- ¿Y qué soy? ¿Una cerradura de un baño público que pasó de "disponible" a "no disponible"?
Él ignoró su comentario. Y como se mantenía en silencio, Thomas entró otra vez. Se sorprendió y
horrorizó al ver a Cindy con Lynn en la puerta de la cocina. Corrió a ella y la tomó en brazos.
- ¡Lynn! ¿Qué ocurrió, Cindy?
- Creo que oyó tu voz antes, y desde entonces no paró de llorar. Lamento haberte arruinado la
fiesta.
- No te preocupes. ¿Qué te ocurrió, pequeña? –La niña tenía los ojos rojos de tanto llorar. Le besó
en la mejilla y apoyó su cabecita en el hombro, frotándose los ojos.
- ¿Cómo está Jon?
- Duerme tranquilo. Será mejor que vuelva con él. ¿Quieres que me la lleve? Quizás ahora que te
vio se quede más tranquila.
- No, no te preocupes, me la llevaré. –Cindy asintió y regresó por la cocina. Thomas abrazó con
fuerza a la niña y se dio vuelta, esperando encontrar a Vanessa o a Gustav.
Pero no, Bill observaba a la pequeña acurrucada en su pecho.
- ¿Es tu niña? –Le preguntó con un tono extraño y curioso. Él tragó saliva y asintió.- Deja que yo
la lleve. –Pidió con su natural brusquedad.
- No. Mi apartamento está aquí al lado. –Quiso parecer seguro y se mareó levemente.
- Puedo cargarla, estás un poco pálido. –En ese sentido debía concederle la razón, no por guardar
su orgullo iba a ocasionar un feo accidente para su hija. También se dio cuenta de que él reparaba
en todos los detalles.- Insisto.
- Está bien, pero primero debo ver a Vanessa y decirle que me voy.
- Está cerca de la barra. –Thomas la buscó con la mirada y ella los estaba mirando. Le indicó con
gestos que se iba y se saludaron a la distancia.
Le pasó Lynn a Bill y él la aupó con extrema suavidad. La niña lo miró unos segundos con el
ceño fruncido y se quedó tranquila. "¿Por qué no lloras, Lynn?", se preguntó un poco incómodo.
Lo guió a través de la cocina y se encontró con los ojos curiosos de Phyllis y sus ayudantes.
"Genial, mañana seré la noticia en el pueblo."
Enseguida llegaron al antiguo garaje convertido en apartamento y Bill acostó a la niña en su cuna.
Thomas la tapó y acarició sus mejillas hasta que se durmió nuevamente.
Sin mediar palabra, se fueron al salón. Bill observaba las fotos colgadas en las paredes, de Jazmín
y él y otras con la niña.
- Gracias por traer a Lynn, Bill. –Logró formular con el nudo en su garganta.
- No hay de qué. –Intentando parecer que hacía esto todos los días, Thomas se acercó y le
extendió la mano.
- Bueno, que pases buenas noches, Bill. –Él se la estrechó unos momentos más y Thomas se dio
cuenta que había cometido el error más grande del mundo.
No debía tocarlo, no debía sentir su piel. Y tembló levemente al ver que la mirada de él se
oscurecía de repente. Elevó su mano y le besó la parte interna de la muñeca, lentamente.
- Tú también. Buenas noches, Tom. –Añadió en voz baja y se fue, sin más.
En su estómago explotó un volcán y un torrente de lava corrió rápidamente por sus venas y abrasó
todo su cuerpo.
Se desplomó sobre el sillón y respiró pesadamente. Jamás le había ocurrido algo así, ni siquiera
con Jazmín. Con ella las cosas habían sido sencillas y fáciles.
Tampoco se podía engañar, deseaba que volviera, que lo tocara, que le hiciera el amor...
"¿Qué me pasa?", se preguntó. Bill Kaulitz despertaba emociones que no deberían estar ahí.
Emociones que perturbaban la calma.
Su mujer, la madre de su niña, sólo llevaba seis meses muerta y...
Su corazón se le contrajo de dolor pero no derramó ninguna lágrima. Hacía mucho tiempo que se
le habían acabado. Y lo que sentía por Bill también terminaría.
Y muy pronto.
Dos horas más tarde, Thomas no se podía dormir. Estaba demasiado tenso y acalorado. A lo
mejor, nadar un poco ayudaría.
Miró por la ventana y el resplandor de las luces nocturnas iluminaban la piscina desierta. Los
huéspedes estaban durmiendo o en la fiesta, y no sería molestado. Encima, teniendo el
apartamento a unos pocos pasos, no necesitó más incentivos para ponerse el traje de baño.
Se tiró un clavado y el choque del agua fría en su cuerpo le provocó un enorme escalofrío. Las
ondas se propagaban por el agua y las luces que se reflejaban bailoteaban graciosamente en la
superficie.
Desde la pared de la piscina se impulsó y comenzó a nadar sin hacer mucho ruido. No deseaba
que nadie le estropeara ese momento de paz.
Unos minutos más tarde se sentía cansado pero fresco. Aflojó su cuerpo y se quedó flotando boca
arriba, mirando la luna llena y las estrellas.
"Esto si que es vida...", se dijo. Fácilmente podía acostumbrarse.
- Por eso viniste aquí, ¿no? –Dijo una voz masculina de repente. Thomas se giró tan rápido que se
atragantó con un poco de agua. Mientras intentaba buscar aire, vio a Bill acercándose al borde más
cercano a él. Se sentó como buda y apoyó sus codos en las rodillas.
- ¿Me estás siguiendo?
- No, yo ya estaba aquí. Te vi llegar y no quise molestarte. –Thomas contuvo el aliento.- Y no
contestaste mi pregunta.
- ¿Cuál?
- Viniste para dejar atrás el dolor, ¿verdad? Es por eso que Vanessa se preocupa tanto por ti.
- Vanessa y Gustav se preocupan demasiado.
- ¿Y qué harás cuando se venda el hotel? –Él no sabía qué hacer. Pero Bill tampoco sabía de su
desesperación.
- Tengo algo entre manos. Bueno, ¿por qué estás aquí afuera? Pensé que disfrutabas de la fiesta.
Él tenía la vista clavada en sus anchos hombros y en su pecho marcado, bañado con pequeños
diamantes que brillaban a la luz de la luna.
- Necesitaba aire. –Contestó nomás. Thomas se dio media vuelta y comenzó a nadar otra vez.
- Entonces supongo que pronto te irás a casa. –Le dijo y esperó que captara la indirecta.
- He reservado una habitación, no creo que sea conveniente que maneje con alcohol en mis venas.
Se detuvo bruscamente. ¿Se quedaría?
- Ven, hace frío. Te ayudaré a salir. –Se levantó y caminó hacia su toalla.
- No, estoy bien. Nadaré un poco más antes de salir. –Él arrugó el entrecejo.
- No voy a dejarte aquí solo, te puede dar un calambre.
- Estaré bien. Creo que deberías volver a la fiesta.
- ¿Debería? ¿Por qué? –La garganta se le secó y la mente se le quedó en blanco.
- Eh...
- Vamos, Thomas, sal de la piscina. –Le dijo, abriéndole la toalla. Él dudó aún más.- ¿Tom?
Se miraron unos segundos y el de rastas finalmente se rindió y comenzó a nadar hacia él.
Se impulsó con los brazos en el borde y cuando se incorporó, se encontró con sus ojos y el tiempo
se detuvo.
Bill le colocó la toalla sobre los hombros y lo acercó a él.
- Um... te vas a mojar. –Dijo con el corazón desbocado.
- No me importa. –Apretó más los extremos de la toalla y se acercó más.
Sus cuerpos se rozaron. Y entonces... fuego.
Thomas lo sintió en cada centímetro de piel. Bill bajó un poco la cabeza y se estremecieron.
Lo que iba a ocurrir era inevitable.
Con un suspiro silencioso, Thomas cerró los ojos y sintió sus labios sobre la boca; muy suaves y
cálidos, besándolo lentamente. Aunque sonara extraño, Bill tenía un sabor tan familiar como
inquietante; un tacto firme y delicado; una rara mezcla de lo conocido y lo que aún se está por
conocer. Lo atrajo hacia si y sujetándolo de la nuca profundizó el beso, apretándolo de las caderas
contra la suya.
Presa de un hechizo, Thomas se olvidó de todo y se venció al deseo. Se acercó más y más, le
clavó los dedos en los fuertes brazos y se dejó llevar por un deseo primario. Pero en ese momento
necesitaba más, mucho más que pegarse a sus pectorales. Necesitaba que lo consuma en cuerpo y
alma.
Y así como era su naturaleza, se apartó bruscamente respirando de forma entrecortada.
- Thomas, vete. –Le dijo casi sin aliento. Él tragó con dificultad.
- Bill...
- Vete. –Sentenció. Sin más retraso, el joven dio media vuelta y casi corriendo se metió en su
apartamento.
Se dejó caer tras cerrar la puerta y escondió la cara en las manos.
Cuando se encontró lo suficientemente fuerte como para mantenerla erguida sobre su cuello, miró
a su alrededor como esperando ver a alguien que le pregunte que le sucede. Pero de nuevo se
encontró con la soledad, y una foto de él con Jazmín.
Tan sonrientes, tan felices…
“¿Qué hice? Dios mío, ¿qué me pasó?”, se dijo completamente avergonzado de su
comportamiento.
Todo lo que creía de él se había ido al demonio. Había traicionado a Jazmín, a su memoria.
¡Peor! Había besado a otro hombre y había encontrado en él lo que no encontró al lado de su
mujer: lujuria. Porque, aunque quisiera, no podía negarlo. Deseaba gemir el nombre de Bill, arder
en sus brazos, bajar hasta lo más profundo del infierno y quemarse vivos de pasión.
Sin embargo, él lo había apartado de su lado… eso debería haberlo alegrado. Uno de los dos que
tuvo un poco de cordura.
Pero no. Lo único que era capaz de sentir era un profundo vacío que lo carcomía furiosamente por
dentro.
Chapter 3
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capítulo tres
Thomas había pasado toda la noche en vela y lo último que quería oír esa mañana, era la voz de su
suegra del otro lado del teléfono.
- ¿Cómo está la pequeña Lynn? –Thomas se estremeció. Las llamadas eran cada vez más
frecuentes y molestas.
- Está bien, Grace. –Respondió, intentando mantener un tono neutral.
- La extrañamos mucho.
- Lo sé.
- ¿Has recibido el paquete de cereales que te envié? Sé que te gusta darle una de las marcas
baratas, pero este tiene todos los verdaderos nutrientes que una niña de su edad necesita.
Thomas se mordió el labio, observando la caja dónde había llegado el cereal y más regalos.
- Si, me ha llegado, y es de los más ricos. Gracias.
- ¿Y le quedó bien la ropa? Las compré en una de las mejores tiendas de la ciudad. No quiero que
parezca una huérfana.
"Es preciosa y aunque se vista con un saco de papas, queda como una princesa", pensó y se
mordió la lengua para no decirlo.
- La ropa le quedó bien. Gracias, Grace. Pero son muy caras y adecuadas para un paseo, no para
todos los días.
- Bien.
Thomas notó la presencia de Vanessa en recepción. Ella lo miraba con atención. Se conocían
demasiado bien y era imposible ocultarle algo.
- Tenemos buenas noticias. –Dijo Grace.- Nadia está embarazada.
- ¿En serio? –Thomas se alegró por su cuñada.- Eso es maravilloso Grace. Deben estar felices.
- Lo estamos. –Aseguró.- Si Jazmín estuviera aquí, se hubiera alegrado mucho por su hermana. –
Thomas contó hasta tres con los dedos.
- Si... Grace, tengo que dejarte
- Muy bien, querido. Dale un beso y un abrazo muy grande a Lynn de mi parte.
- Se lo daré, de tu parte y de Ruperto. –Colgó y trató de recuperar la compostura. Sus suegros le
dejaban siempre nervioso.
Vanessa fue hacia él.
- Nunca te pregunta como estás, ¿no? Sólo por Lynn.
- Sabe que estoy bien... o eso quiere pensar, supone que sino debe cargar conmigo también.
- Eres demasiado compasivo, yo les hubiera dicho que se vayan al demonio en la primera.
Thomas se encogió de hombros. Grace hubiera dicho todo lo contrario y más con Lynn de por
medio. Pero la verdad era que no podía decirles nada. Todos los días le embargaba el miedo de
que sus suegros pidan la custodia de su nieta.
- Compasivo o no, debo regresar a limpiar las habitaciones.
- ¡Lo tengo! –Gritó de repente.- ¿Por qué no se me ocurrió antes? ¡Vendrás con nosotros!
- ¡Qué! –Vanessa rodeó el mostrador y le tomó por los hombros.
- Te buscaremos un apartamento cerca de nosotros y yo cuidaré de Lynn mientras trabajas. No
puedo dejar que vuelvas con tus suegros.
El corazón de Thomas disfrutó de dos segundos de paz antes de caer en la realidad.
- No puedo dejar que hagas eso, Vanessa. No sería justo para Gustav y para ti, tampoco para Jon.
Van a empezar una nueva vida; el trabajo nuevo de Gustav conlleva muchas responsabilidades y
yo sólo seré una carga. –Vanessa hizo un gesto con la mano.
- No serás una carga, en absoluto.
- ¿Y si estás embarazada? Me dijiste que con Jon tuviste unas nauseas terribles. ¿Te imaginas
cuidando a dos diablillos, mareada y con el estómago revuelto? –Thomas sacudió la cabeza.- No,
es una oferta muy generosa, pero no puedo aceptarla.
- A lo mejor podrías poner a Lynn en una guardería. No es lo mejor, pero... –La expresión de
Vanessa se volvió triste.
- No creo que pueda permitirme pagar una guardería y un apartamento. –Dijo, sintiéndose mal por
haber desilusionado a Vanessa.
En ese momento se oyó un ruido en la puerta. Bill y Gustav acababan de entrar.
- Qué serios están. –Mencionó Gustav, intrigado. Thomas apartó la vista de Bill en cuanto los vio
entrar.
El beso de la noche anterior no debería haber ocurrido.
- Estábamos discutiendo la situación de Thomas. –El joven sintió un repentino calor en las
mejillas.
Lo último que quería hacer era discutir el asunto delante de Bill.
- Linda, por favor, ya lo resolveré. –Ella suspiró.
- Ojalá pudieras quedarte aquí, por lo menos.
- Dudo mucho que el nuevo dueño me deje vivir en el hotel sin pagar tarifa. –Respondió Thomas,
intentando no ser tan realista... aunque no le salía.
- Podríamos pedirle que te dé trabajo.
- No creo que eso sea posible. Tú misma dijiste que iba a hacer recortes.
Vanessa dejó caer los hombros, dándose por vencida.
- Pero no puedo soportar la idea de que vuelvas con esos suegros tuyos.
Thomas miró a Bill con disimulo. Él lo observaba con atención.
- No son tan malos.
- ¿No lo son? –El joven forzó una sonrisa.
- Ya surgirá algo, no tienen porqué preocuparse. Todavía me queda un mes. A lo mejor, puedo
encontrar un trabajo en la zona, no tiene porqué ser en el hotel. Soy bueno haciendo cualquier
cosa, sirviendo mesas, limpiando, cocinando... –Dijo, sonriéndoles a sus primos con más
confianza que la que realmente sentía. Vanessa arrugó el ceño y Thomas empezó a trabajar en otro
convincente argumento.
- ¿Pero dónde vivirás?
- Pondré un anuncio. Puede que alguien tenga una habitación libre. Y no tiene que ser por aquí, el
mapa es muy grande.
- Oye, es una buena idea. –Aceptó Gustav. Thomas sonrió satisfecho.
- Puede ser una posibilidad. –Se dijo Vanessa, intentando convencerse.
- Claro que si. –Aseguró Thomas, tratando de sonar entusiasta.- Estoy seguro de que muchos
estarán encantados de tener algo de compañía y ni hablar de un ingreso extra.
Se dio cuenta de que Bill lo observaba con el entrecejo fruncido, así que le sonrió con la esperanza
de que él ayudara a tranquilizar a Vanessa.
- ¿No es así, Bill? –Le preguntó directamente.- Seguro que hay mucha gente dispuesta a compartir
casa, ¿no crees?
Él se puso tenso antes de hablar.
- Si, supongo que si. –Vanessa miró a Thomas sin estar muy convencida.
- Pero tendríamos que buscar a alguien bueno y decente, no quiero que te quedes con cualquiera.
Thomas se relajó un poco al ver que ella empezaba a ceder.
- Buscaré a alguien bueno, te lo prometo. Y me aseguraré muy bien de todo antes de empezar.
- Buena idea. Y Gustav y Bill tienen muchos contactos, pueden ayudarte. Puede que conozcan a
alguien que te pueda acoger, ¿no es cierto, chicos? –Vanessa miró a su marido y a Bill. Se volvió
a Thomas de nuevo.- Nos aseguraremos que Lynn y tú... –Sus palabras se perdieron y un extraño
brillo cubrió su mirada.
Thomas se dio cuenta que el asunto no había terminado, pero ya había tenido bastante por ese día.
- Muy bien. –Sentenció.- Y ahora será mejor que vaya a terminar de hacer las habitaciones.
Con una sonrisa espléndida se dirigió hacia la puerta y escapó antes de que nadie pudiera decir
nada más.
No obstante, justo antes de salir reparó en la fría mirada de Bill, que lo observaba como si hubiera
hecho algo malo...
Thomas levantó la vista y contuvo el aliento. Bill estaba apoyado contra el picaporte de la
habitación que él estaba haciendo en ese momento.
- Bien hecho, Tom. –Le dijo con un gesto cínico en los labios y una mirada implacable. Él frunció
el ceño y se puso rígido.
- ¿Disculpa?
- Sin duda sabías que necesitaba un ama de llaves. –Él asintió, inocente.
- Sé que la hermana de tu ama de llaves está enferma.
- Y ayer Martha se tomó seis meses libres para cuidar de ella y tomó un avión rumbo a Adelaida. –
Hizo una pausa intencionada.- Tal y como yo le comenté a Phyllis anoche.
Thomas no sabía adonde quería llegar.
- No entiendo. ¿Qué tiene que ver eso conmigo?
- Todo. –Él parpadeó.
- No te entiendo.
Bill se apartó de la puerta y avanzó unos pasos al interior de la habitación. Thomas siguió erguido
detrás de la cama, aunque tenía muchas ganas de salir corriendo. Sentirse acorralado por la
presencia tan fuerte de Bill no era la mejor sensación.
Aunque su virilidad fuera tan magnética...
- Anoche te pregunté qué plan tenías para afrontar tu situación y me dijiste que tenías algo entre
manos. Y eso fue después de que te enteraras de lo de Martha, sin dudas. –Dijo y soltó una
risotada irónica.- Claro, no sabía que lo que te traías entre manos tenía que ver conmigo.
Thomas quedó petrificado.
- ¿Qué? Yo no me traía...
- Y hace rato, con Vanessa, estuviste perfecto. Todo ese discurso espectacular acerca de saber
cocinar, limpiar y necesitar un lugar donde quedarse; y después pedirme mi opinión...
- Yo no pretendía nada parecido. Sólo intentaba que...
- Yo sé lo que intentabas. Y funcionó, y de maravillas. Vanessa cree que se le ocurrió a ella la idea
de que seas algo así como mi ama de llaves durante los próximos seis meses.
- ¡Qué! ¡Imposible! Esto es absurdo. ¿Y mi hija?
- No será un problema.
Thomas tragó con dificultad. Bill tendría que haber imaginado que ser su ama de llaves es lo
último que él hubiera deseado jamás. Trabajar para él significaría compartir mucho tiempo, y estar
cerca, demasiado...
No quería vivir bajo el mismo techo con él y no iba a hacerlo bajo ningún concepto.
- Olvida lo que te haya dicho Vanessa. –Le dijo, aireado.
- No puedo olvidarlo. Ella y Gustav significan mucho para mí y no voy a perder su amistad por tu
culpa.
- No creo que te guarden rencor por algo así.
- ¿Eso crees? Vanessa te quiere como a un hermano. Si te vas a alguna parte y las cosas no salen
bien, entonces terminará echándome la culpa a mí y...
- Entonces lo que quieres es lavar tu conciencia, ¿no? –Él ignoró su comentario.
- ...No dejaré que eso pase.
Thomas se quedó en silencio, intentando comprender qué es lo que decía.
- Necesito que empieces tan pronto como puedas. Te daré unos días para que termines aquí. –Dijo
en tono formal y serio.- Estoy seguro que Vanessa entenderá.
Furioso ante tanto cinismo, Thomas levantó la barbilla, orgulloso.
- No, gracias. Tendrás que seguir buscando ama de llaves. Yo no acepto caridad de nadie y menos
si la dan con mala gana, desde luego.
Un destello fulgurante brilló en la mirada de Bill durante un breve momento.
- Entonces le vas a decir a Vanessa que tú has rechazado mi oferta. –Thomas tragó en seco,
recordando la preocupación que sufrían sus primos.
- Eso no es justo.
- Sólo te digo que yo no voy a darle ningún disgusto a Vanessa, ni tampoco quiero que piense que
no te lo he pedido. –Le clavó la mirada.- Aunque también esta la posibilidad de que vuelvas con la
cabeza gacha a los de tus suegros. Pero el trabajo está. Y por cierto, no es caridad. Si que necesito
un ama de llaves durante los próximos seis meses. Tendrás mucha privacidad, tu habitación está
del otro lado de la casa y tendrás tu propio cuarto de baño.
Thomas flaqueó un instante. Si Bill hubiera tenido reparos en aceptar a su hija, hubiera sido más
fácil para los dos encontrar una excusa para descartar la posibilidad de compartir techo.
Sin embargo... Una ola de pánico invadió a Thomas al pensar en su pequeña.
- Está bien, acepto. –Haría lo que sea por su niña.
- Cuando se lo digas a Vanessa, ponle un poco más de entusiasmo, ¿quieres? –Thomas ignoró ese
comentario.
- Pongo una condición.
- ¿Cuál? –Dijo, arrugando el entrecejo.
- No me vas a tocar. Voy a trabajar y nada más. –Bill lo observó unos segundos en silencio.
- No tengo intención de volver a tocarte. Será una relación enteramente profesional, eso es todo.
- Bien, ahora nos entendemos.
Bill se dio media vuelta y comenzó a alejarse, pero repentinamente se volvió.
- Por cierto, he prometido no tocarte, pero no he prometido no desearte, Thomas.
Dos días más tarde, Thomas estaba en el coche rumbo a los campos de Bill. Un océano de hierba
seca se extendía a los dos lados de la carretera y hasta el horizonte; y Lynn dormía plácidamente
en el asiento para bebé que él colocó especialmente para ella. Después de preguntarle si estaba
cómodo y si necesitaba algo, no volvió a abrir más la boca.
El enfado no se le había pasado.
Thomas pensó que ese no era un buen comienzo y se arrepintió de no haber hecho entrar en razón
a Vanessa. Debería haberle dicho algo en esos días, pero estaba tan feliz que no había querido
arruinar su felicidad. De todas formas no lo hubiera escuchado, es tan testaruda... "Como yo",
pensó. Los labios de Thomas se tensaron en una sonrisa pensativa.
- ¿De qué te ríes? ¿Qué es tan gracioso? –Thomas parpadeó, regresando a la realidad.
- Nada. –Dijo, negando con la cabeza. Seguramente él pensara que estaba feliz de haberlo
engatusado.
Más de una hora más tarde y varios kilómetros por un camino de tierra que parecía no llevar a
ningún lado, comenzaron a aparecer árboles altísimos a ambos lados del camino. Segundos
después, la flamante casa de campo asomó en el horizonte y Thomas abrió tanto como pudieron
sus ojos para contemplarla en detalle.
- Oh, esto es magnífico. –Dijo totalmente embelesado.
La terraza cubierta, enorme, parecía rodear todo el recinto de la casa que estaba en medio de un
jardín bien cuidado. Frente a la fachada había una parcela de verde césped brillante.
En mitad de aquella enorme sequía, esa casona era un auténtico oasis.
- Muy... –Pensó la palabra adecuada mientras Bill estacionaba frente a la puerta.- Muy de la
nobleza rural.
Él le lanzó una mirada cínica.
- Me alegro que te guste.
Intentando mantener la distancia de paz, Thomas se tragó mil comentarios sarcásticos, se bajó de
la camioneta y se puso a desatar a Lynn del asiento.
Él también se bajó del vehículo y justo en ese momento sonó su teléfono móvil.
- Tengo que irme. –Anunció después de colgar.- Hay problemas con los terneros. La casa de los
trabajadores está a unos pocos kilómetros en esa dirección, -señaló con el brazo- y los establos con
el ganado están justo detrás. ¿Crees que podrás arreglártelas un rato sin mí? –Añadió en tono
bromista.
- Claro, Lynn y yo nos las arreglaremos bien. –Dijo él, pensando que sería genial librarse de él por
unos momentos.
- Te llevaré las maletas hasta la puerta.
Cargó dos valijas y las dejó en la terraza. Thomas no podía creer que ese cuerpo que parecía tan
frágil tuviera tanta fuerza. Se había quedado petrificado mientras observaba como cargaba el corral
de Lynn y lo dejaba junto a las maletas. La pequeña aún no caminaba muy bien, pero gateaba con
rapidez y su juguete la tendría ocupada.
- Puedes echar un vistazo a la casa. Tu dormitorio en la parte de atrás, a la derecha. La heladera
está llena, por si quieren comer algo. No sé a qué hora regresaré. –Bajó las últimas dos valijas y se
subió de nuevo al coche.- Martha dejó una lista de instrucciones y la esposa de uno de mis
trabajadores ya ha preparado un guiso para la cena. Cualquier cosa me llamas al móvil, Martha lo
ha apuntado en las instrucciones.
Con Lynn en brazos media dormida, Thomas pensó que Martha debía de ser la mismísima súper
mujer, todo un ejemplo de eficacia y diligencia.
La casa era bastante amplia. A un lado estaban los comedores y el salón, y un estudio. Había seis
dormitorios con baño. Dos tenían un aire muy masculino, uno debía de ser el de Bill y otro el de
su hermano, Georg.
Más adelante, había un dormitorio con una pequeña sala de estar. Esa debe ser de sus padres,
sobre todo porque había una gran foto de dos adolescentes. Bill y Georg estaban abrazados y
sonriendo a la cámara desde el suelo, rodeados de hojas amarillentas de los árboles.
La cocina estaba del otro lado de la casa y era de auténtico lujo, dotada con lo último en
electrodomésticos. En un rincón había una sillita para bebés que parecía completamente nueva.
A ese lado también había un dormitorio amplio con una sala de estar, televisión y reproductor de
DVD.
Los aposentos del ama de llaves.
Cerca de su cama había una cuna también recién comprada para Lynn.
De repente, Thomas sintió una oleada de remordimiento por haberlo juzgado tan duro. Bill se
había tomado demasiadas molestias para que él se sintiera a gusto.
En el centro de la casa había un comedor adyacente a la cocina. Era una sala informal pero aún así
le llamó poderosamente la atención: en el centro había una gran mesa. Thomas era hijo único y
siempre había soñado con una familia enorme sentada alrededor de una mesa igual de grande.
"Basta de sueños", se dijo a si mismo. Jazmín no estaba más a su lado y Grace y Ruperto no
encajaban en su ideal de familia feliz. Ellos no querían compartir su vida, sino controlarla.
Thomas ahuyentó esos malos pensamientos y comenzó a deshacer las maletas. Decidido a
contarles lo del nuevo trabajo y los progresos que estaba haciendo, los había llamado a la mañana,
pero no había reunido suficiente coraje para mencionarlo. Tendría que hacerlo en algún momento,
pero no estaba lo suficientemente fuerte para enfrentarse a la extorsión emocional y reproches de
la madre de su difunta esposa.
Suspiró desanimado, tirándose a la cama con su nena que dormía plácidamente. Verla descansar
era un bálsamo para sus malestares.
A las siete de la tarde, un todoterreno se estacionó enfrente de la entrada y Bill entró a la cocina
más guapo que nunca, con la piel bronceada por la exposición al sol.
Durante unos segundos quedó inmóvil, observándolo con ojos enigmáticos, y entonces reparó en
la niña sentada en la sillita.
- ¿Se han acomodado bien?
- Si, gracias. –Dijo intentando parecer ocupado abriendo una lata de baño de chocolate para el
postre que había cocinado.
- Veo que has metido todo el equipaje. –Él levantó un hombro.
- Tenía que deshacerlo. –Hubo varios segundos de silencio.
- Voy a ducharme antes de cenar.
- Cuando salgas estará lista.
Thomas hizo un esfuerzo sobrehumano para no imaginarse a Bill desnudo bajo el chorro de la
ducha, pero no le funcionó y la imagen se resistió a desvanecerse. Cuando quiso darse cuenta,
todo el postre de helado estaba cubierto de chocolate.
Lynn comenzó a moverse molesta en la silla y Thomas la aupó.
- ¿Ya quieres dormir? –La niña se recostó sobre su hombro y abrazó su cuello con los pequeños
bracitos.
Thomas apagó el fuego de la estufa y llevó a la niña a su cuarto.
Bill llegaba a la cocina cuando escuchó una voz grave cantar una dulce canción de cuna. La voz
llenaba el pasillo de un añorable recuerdo de su infancia, cuando su madre le cantaba para
tranquilizarlo y dormir.
Se acercó despacio al cuarto de Thomas y observó por la puerta entreabierta. Él mecía a la niña en
brazos con un movimiento de adelante hacia atrás, suave y tranquilo; ella tenía la manito sobre la
mejilla de su padre, como intentando retenerlo. Momentos después la acostó en su cuna, la tapó y
despacio fue bajándole el volumen a la canción.
Thomas se sorprendió de encontrar a Bill parado a pasos de la puerta, con los brazos cruzados
sobre su pecho y mirando con ternura a su nena y a él.
Jamás había creído que en él pudiera existir esa mirada.
- Cantas hermoso. –Le susurró. Thomas sintió que la sangre se le agolpaba en las mejillas. Le hizo
un gesto para que salieran del cuarto.- ¿Tan rápido se duerme siempre?
- Hoy ha tenido un día ajetreado. Pero generalmente no causa problemas. ¿Dónde cenaremos?
- En el comedor adyacente.
- Bien, siéntate que llevaré las cosas.
Después del día que los dos habían tenido, degustaron con alivio un deliciosa comida caliente.
- ¿Todo bien con las habitaciones?
- Si, gracias. –Recordó la sillita de comer, la cuna y los juguetes que había comprado.- Y gracias
por preparar la cuna para Lynn. No puedo pagarte de golpe, pero dime cuánto es y te lo devolveré
todo.
- No te preocupes. En el futuro se podrá usar. –Thomas captó la indirecta.
- Oh, claro, si te casas los podrás aprovechar. –Se levantó para juntar los platos vacíos.
- Yo me refería a regalarlos a la familia.
- Oh, entiendo. –Se fue a la cocina y segundos después regresó con el postre. Intentó evitar pensar
porqué estaba cubiertos con tanto chocolate.
- ¿Necesitas algo más?
- No, Martha dejó una lista muy detallada.
Bill le habló durante el postre de su rutina diaria y le explicó sus actividades y obligaciones,
siempre en un tono cortés y formal.
- Eres un buen cocinero.
- Si aún no he hecho nada, sólo el postre.
- Entonces quisiera comer más postres como éste. –Él lo miró, esperando encontrar una mueca
sarcástica en su rostro. Pero no, su tono parecía sincero y tranquilo.- Por cierto, tus obligaciones
quizás sean mayores de lo que esperabas.
Thomas se tensó. Con una expresión impasible, Bill dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó.
- Deja la limpieza para más tarde, acompáñame al granero.
- ¿Para qué?
Él no contesto.
A la imagen de Bill en la ducha, se le sumó una tentadora foto de dos cuerpos desnudos y
abrazados en medio de un colchón de heno. Y ya sin intentar apartar esos pensamientos porque
sería en vano gastar energías en ello, siguió en silencio a su patrón.
Dentro del granero se encontró con unos cachorros que jugueteaban dentro de una zona
acordonada para que no se pierdan.
- ¡Son hermosos! –Se arrodilló y los perritos enseguida lo rodearon.- Son parecidos a los perritos
que tenía cuando era chico. ¿Cuánto tiempo tienen?
- Unas siete semanas. ¿Tenías mestizos cuando eras chico? –Cuando Bill formuló esa pregunta
personal, se dio cuenta del comentario que hizo. Lo había hecho sin pensar y no encontró una
razón para justificarlo. Aunque tampoco podía pensar mucho si Bill estaba arrodillado al lado de él
y le clavaba la mirada con tal intensidad.
- ¿Mestizos? Son perros, movían las colitas cuando llegaba, se acostaban conmigo a dormir y me
empujaban de la cama. Todos los perros hacen lo mismo esencialmente, ¿no?
- Si. –En ese momento se acercó una perrita igualita a los cachorros y lo olfateó de arriba abajo
antes de moverle la cola.- Ella es Susy, la abandonaron aquí hace un par de años. Desde entonces
la cuido yo. Pero los perritos requieren más atención.
- ¿Quieres que los cuide yo? –Bill se incorporó.
- Obvio que yo también estaré cuidándolos, pero Martha se encargaba. Lo hacíamos entre los dos.
Bill había dicho para convencerlo de que acepte el trabajo que si quería no tendría porqué cruzarse
con él. Pero definitivamente estaba midiéndolo, midiendo su cordura y la atracción que él
provocaba en Thomas.
Iba a negarse, pero tratándose de pobres e indefensos perritos... Él amaba a los perros. Y Bill tenía
la sonrisa más cautivadora del universo.
- Está bien, me ocuparé. Ahora, iré a terminar de limpiar la cocina. –Agregó huyendo de la clara
intención de acorralarlo de Bill.
Él entró a la cocina diez minutos más tarde.
- Estaré en el estudio. –Anunció.
- Está bien. ¿Necesitas algo más?
- No, estaré bien. –Dijo en tono cortés y profesional.
Thomas rogaba que se mantuviera por mucho tiempo ese tono.
Chapter 4
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capítulo cuatro.
A las seis de la mañana Thomas se levantó para hacer el desayuno, pero Bill ya estaba
terminándolo.
- El desayuno. –Se volvió y rompió otro huevo en el sartén.- Siéntate que ya te lo sirvo.
- ¿Por qué lo estás haciendo? ¿No se supone que me contrataste para esto? –Levantó la cabeza,
orgulloso.
- Pensé que como fue tu primera noche aquí, querías descansar un poco.
- Oh... Qué... –"Qué detalle", habría querido decir pero no le salían las palabras.
- Gracias. Por... Si. –Balbuceaba nervioso. Soltó el aliento de repente y se relajó.- Me lo hubieras
dejado a mí. Me levanté temprano por si Lynn se levantaba temprano también.
- No era necesario. Yo puedo esperar, tu hija no. –Thomas sintió un revoloteo en el corazón.
- A mi me parece que...
- Nada, no pienses. El día de mañana que tenga que desayunar temprano y no estés, me lo tendré
que preparar yo mismo.
- Creo que puedo hacerme de comer de vez en cuando, ¿no? –Thomas guardó silencio para no
seguirle el juego.- Por cierto, no tienes que darle de comer a Susy esta mañana, ya le di yo. Puedes
empezar por la noche.
- Está bien.
No había oído nada, pero no estaba preparado para compartir un desayuno con alguien que
provocaba una revolución en su interior y no era su mujer. Necesitaba tiempo para acostumbrarse
a esta nueva situación.
Pocos minutos más tarde, Lynn se estaba despertando. Le dio el beso de los buenos días, le
cambió el pañal y la vistió.
Y para cuando regresó a la cocina, el todoterreno se estaba alejando por el camino. Un pequeño
alivio.
Disfrutó del desayuno con su hija y después de mostrarle a los cachorros, la puso en su corral para
poder comenzar a hacer los quehaceres.
Después de hacer los cuartos sin perder de vista a su niña, se dio cuenta de que no podía retrasar
más la limpieza de la habitación de Bill. Apenas abrió la puerta, lo embriagó el perfume tan
masculino que él usaba.
Sin embargo, Thomas no quiso entretenerse demasiado y no había mucho que hacer, sólo la cama
y la limpieza del cuarto de baño.
Cerca del mediodía, oyó un auto llegar y cuando miró por la ventana vio que era él.
- No, ya he bebido algo. –Dijo sin especificar dónde.- Tengo algo que hacer y pensé que podría
llevarte a ti y a Lynn a dar una vuelta por la finca.
De nuevo se preguntó porqué se sorprendía cada vez que él tenía esos pequeños detalles
amigables.
- Nos encantaría.
- Bien, yo haré un par de llamados. Prepara unos aperitivos, algo para beber y lo que necesites
para Lynn. Cuando estés listo me avisas.
Pocos minutos después estaban en camino. Los vidrios tintados los protegían de los fuertísimos
rayos del sol y el aire acondicionado hacía más llevadero el atropellado viaje del camino de tierra,
por lo que Lynn no tardó en quedarse dormida en el asiento de atrás.
La sequía era especialmente evidente en toda esa zona, los pastizales estaban achicharrados por el
intenso calor del sol y sólo pocos árboles seguían resistiendo.
- Tengo que ver unas vallas. No podré mostrarte todo, pero recorreremos bastante.
- Es enorme. –Se asombró. Sonrió al ver que él sonreía de lado por su tono de sorpresa.
- Mi abuelo se afincó aquí hace muchos años y desde entonces los Kaulitz han criado ganado. –
Cuando él interceptó su mirada la desvió de nuevo hacia adelante.
- Veo lo fácil que es perderse aquí... –Perderse... ser encontrado... "Oh, mi salvador..."
- Si sigues los caminos te llevarán a algún lado. –"Entonces él no vendría a rescatarme. Por el
contrario, me diría que soy un estúpido por perderme."
Thomas le devolvió la sonrisa y entonces Bill clavó su mirada en la curvatura de sus labios por
unos segundos, lo que sirvió para espesar el silencio.
Minutos más adelante llegaron a una valla y Bill detuvo el coche, sin apagar el motor. Thomas se
quedó en silencio, preguntándose qué iba a suceder entonces.
- ¿Ah, si?
- Muy bien. –Thomas hizo todo lo que le indicó a sabiendas que tenía su atenta mirada en todo
momento.
- ¡Maldita sea! –De forma inesperada giró el volante y salió de la carretera. Era evidente que se
dirigía hacia un trozo de verja roto.- Lo sabía. Se suponía que Brandy iba a arreglarlo ayer. Tendrá
que irse. –No se veía muy feliz cuando estacionó el coche bajo un árbol.
Aunque se sintió aliviado de no ser el centro de su rabia, sintió un poco de pena por el pobre
Brandy.
- Pues que lo saque de otra cosa. –Dijo con brusquedad.- No es la primera vez que desobedece
mis órdenes. Ahora le mintió al gerente del rancho y ya le di varias oportunidades. Por lo que a mí
respecta, ya puede ir haciendo las maletas.
- Puedes bajar si quieres, estira las piernas. –Le dijo mirando a Lynn a través de la ventanilla de
atrás. La niña dormía plácidamente.- No puedo dejar el aire acondicionado prendido porque
sobrecalentaría al motor. Será mejor que abras todas las puertas para que le dé un poco de aire.
Trataré de no tardar mucho, pero avísame si se cansa y regresaremos enseguida.
Siguiendo sus consejos abrió todas las puertas mientras Bill sacaba del baúl la caja de
herramientas.
El silencio del motor debió de despertar a Lynn porque segundos más tarde tenía los ojos abiertos.
Echó agua en un paño y le refrescó la cara mientras charlaba con la niña. La tomó en brazos y se
paró debajo de un árbol al ver cómo Bill arreglaba la verja. Estaba usando una musculosa blanca
casi transparente, una gorra por el sol y unos jeans rasgados; y bajo el sol su piel se tostaba y
brillaba por la transpiración. Tan varonil su aspecto...
- Está bien. –La niña bebía jugo después de caminar torpemente sujeta por las manos de su padre
por la sombra del árbol. Dentro de poco la niña podría dar sola sus primeros pasos.
- Ya casi he... –Hizo un poco más de fuerza con una pinza y la guardó en la caja.- He terminado.
¿Estás listo para el resto del paseo?
Siguieron por el mismo camino que los llevó hasta allí, o eso pensaba Thomas. En un punto, se
desviaron por otro sendero y después de tener que abrir y cerrar un par de verjas, parecieron
volver a la civilización.
- No, acaba de ser regado. Así estará listo para cultivar dentro de unos meses.
- Cereales. Trigo, que se vende muy bien. Y cebada y avena para el ganado.
Bill se tomó la molestia de enseñarle todos los tipos de prados diferentes, desde los de terneros a
los de toros, los de vacas y los de lechones.
Thomas contemplaba todo con asombro, porque no eran pequeñas parcelas, sino hectáreas que se
extendían por kilómetros a la redonda.
- Claro. –Dijo Thomas, sabiendo que esos animales costaban miles de dólares.
Finalmente llegaron a los prados de ganado. Junto a ellos estaban los enormes cobertizos donde
almacenaban heno, fertilizantes y maquinaria, y más allá estaban la residencia del gerente y las
casas de los trabajadores.
Uno de los hombres salió corriendo y fue a abrirles la puerta. Thomas sonrió educadamente y
saludó; enseguida fue presentado a los trabajadores. Seguramente su presencia en el rancho como
ama de llaves era el rumor más suculento, pero todos se mostraron respetuosos.
El gerente también se encontraba allí y antes de las presentaciones, Bill le preguntó por Brandy y
así se enteró de que esa misma tarde ya había sido despedido.
Segundos más tarde la esposa del gerente se presentó y saludó con efusividad a Thomas,
insistiendo en que fueran a comer a su casa. Era una mujer agradable de unos cuarenta años.
- Gracias Fay. –Dijo Bill.- Pero uno de los camiones ha llegado pronto para recoger las
mercancías. Gerard y yo tenemos que echar una mano. –Miró a Thomas.- Estoy seguro que a
Thomas le gustará hacerte compañía.
- Me encantaría.
Lynn y él terminaron quedándose un par de horas en su casa y así se enteró de que Fay era la
secretaria de Bill, y que solía ayudar con la contabilidad de la empresa.
- Puedo hacer mucho desde aquí. –Comentó enseñándole su despacho a Thomas.- Y dos veces
por semana me paso para archivar documentos y para recoger las cartas que le envío a Bill para
que las firme. –Fay sonrió.- Pero siempre saco tiempo para tomar un café con Martha.
- Bueno, entonces espero que tengas tiempo para tomártelo conmigo. –La sonrisa de Fay se hizo
más efusiva.
- ¿Qué te ha parecido Fay? –Le preguntó al estacionar el coche en la puerta.- Parece que
congeniaron mucho.
***
Thomas acababa de acostar a Lynn para su siesta matutina cuando escuchó a Susy ladrar en el
granero.
La perra estaba en un rincón, ladrándole a algo que estaba metido debajo de un enorme banco de
madera.
"Dios mío, espero que no sea una serpiente", pensó con nervios.
Con el corazón acelerado, les echó un vistazo rápido a los cachorros y se dio cuenta que faltaba
uno. Agarrando una linterna que colgaba detrás de la puerta, arrojó su luz debajo del banco y... allí
estaba el cachorro, durmiendo plácidamente. La pobre Susy no podía alcanzarlo porque había un
gran rollo de alambre que se lo impedía.
- Entonces tendremos que sacarlo, ¿no? –Le dijo a la perra, que le devolvió una mirada tierna.-
Muy bien pequeña mamá, dame un momento.
Tratando de no pensar en todos los animales venenosos que habitaban en ese país, metió la mano
y arrastró al animal hasta él.
- Ya está. –Dijo poniéndolo frente a Susy que lo agarró por el lomo y lo llevó con los demás.
Sonriente, Thomas se fue a incorporar, pero cuando estaba por ponerse de pie sintió una punzada
de dolor en la parte de atrás del hombro izquierdo.
Sólo era un clavo que sobresalía del banco. Se llevó la mano al hombro y tocó la herida, tenía
sangre. Posiblemente necesitara un punto que otro.
Mirándose en el espejo del baño, vio que sólo era un pequeño corte, nada serio. Se echó
antiséptico del botiquín, y se cambió la musculosa.
La herida le escocía muchísimo, pero hizo un esfuerzo por ignorar el dolor y seguir con las
obligaciones.
Después de terminar de limpiar, se decidió por hacer una tarta de limón. Cuando estaba reuniendo
todos los ingredientes, oyó el coche de Bill.
Al entrar, Thomas se concentró en batir y no pensar ni en el hombre que estaba parado detrás de él
ni en el dolor del hombro.
- Dios mío, Thomas. –Fue hacia él.- Tienes sangre en la espalda, ¿qué te pasó?
- Uno de los cachorros escapó y me hice daño con un clavo que sobresalía de la madera.
- Déjame ver. –Thomas dio un paso hacia atrás, pero se tropezó con el fregadero.
- Ha estado sangrando, y ahora está pegada a la camiseta. Mejor será que le eche un buen vistazo.
–Él hizo amago de apartarse.
- No es nada, de verdad.
- Puede que necesites puntos. –Sin prestar atención a las protestas de Thomas, se dirigió al cuarto
de baño y regresó momentos después con el botiquín.
- Vamos al baño de invitados, ahí hay buena luz. Vamos Thomas, no queremos que se infecte.
Thomas cedió y lo siguió al cuarto de baño. Bill puso un taburete delante del inodoro y con
brusquedad le indicó que se siente. Aquella actitud le molestaba a sobremanera.
- ¿También quieres que me tumbe? –Él lo miró a través del reflejo en el espejo.
- Normalmente eso lo dejo para la cama. –Thomas rodó los ojos y Bill rió quedamente.
El sonido de su risa sorprendió al de rastas, hasta ahora no lo había escuchado reír sinceramente.
- Muy bien, te va a doler un poco, pero si lo humedezco primero el tejido se desprenderá solo.
¿Está bien? –Preguntó mirando su reflejo en el espejo. Él asintió.
Con movimientos rígidos abrió el grifo y puso el algodón debajo del agua. Sin mirarlo, puso el
algodón mojado sobre el corte y lo limpió varias veces, haciendo que se encoja de dolor.
- Lo siento, estoy siendo todo lo cuidadoso que puedo. –Él tragó en seco.- Listo, con esto se
despegará. Quítatela.
- ¿Qué cosa?
- La camiseta. –Thomas sintió pánico y no sabía porqué. Entre usar una camiseta fina y estar sin
ella no había demasiada diferencia. Y él muchas veces había estado sin camiseta con amigos, con
su familia, en su casa. Pero la idea de que él lo vea sin ella lo invadió de estúpido pudor.
- ¿Y qué más da? –Lo miró a los ojos por el reflejo y todo su mundo se redujo al hombre que
estaba parado detrás de él. De repente, se imaginó en sus brazos, los dos desnudos y llenándolo de
besos.
- Eh... no, puedo yo solo. –Intentó mover los brazos pero no pudo, le dolía más.
- ¿Seguro?
- No te decides. –Susurró.
Él siguió mirándolo sin decir nada. No había más serio e importante que ese momento, que ellos.
Observándole a través del espejo, Thomas vio como le ponía la mano sobre el hombro sano, y se
detuvo allí un instante antes de deslizar los dedos hasta la base de la garganta.
- Eh... ¿Qué estás haciendo? –Los ojos almendras de Bill hablaban por si solos, preso del deseo al
explorar sus músculos.
- No lo sé. Maldita sea, no sé. –El corazón del de rastas latía sin ton ni son.
- Si, me acuerdo. Pero si fuera a tocarte lo haría... –Con el dedo índice tocó la hendidura más
sensible de su cuello.- Así.
Él cerró los ojos y gimió en silencio. Los dedos de él se adentraban cada vez más dentro de la
camiseta.
- Y tocar no siempre es lo mismo que acariciar. –Bill estaba derritiéndose con la hermosa vista de
sus anchos y fuertes hombros, su nuca... Un deseo imperioso de besar y escuchar los guturales
gemidos naciendo de las profundidades de su garganta estaba invadiéndolo, pero tenía que
controlarse, por lo menos un poco más.
- ¿No es lo mismo?
- No, hay una diferencia. –Dijo volviendo a acariciarle el pecho.- ¿Lo sientes?
El de trenzas se volvió a relamer los labios y se dejó llevar por esa sensación tan excitante.
Sus caricias los hacían sentirse más hombres que nunca, conscientes de sus cuerpos, de los
cambios en ellos.
Thomas sólo tenía que darse la vuelta para aferrarse a sus caderas, respirar su aroma tan varonil...
De pronto abrió los ojos y de un salto se puso de pie, escandalizado y sorprendido de lo lejos que
habían llegado las cosas.
- A veces, -dijo mirándolo fijamente- las cosas no se arreglan con una tirita.
Esa tarde, después de cenar, Bill se encerró en el estudio contento de encontrar refugio en los
libros de contabilidad. Tenía mucho que hacer y era la mejor forma de escapar del embrujo de
Thomas. Él estaba en sus pensamientos todo el tiempo y era hora de sacárselo de la cabeza.
Una hora más tarde, recordó que había dejado el periódico local en la mesa del comedor. En él
había noticias de economía que quería saber.
Mientras caminaba por el pasillo, oyó la grave voz de Thomas viajar nerviosa por las paredes.
- Ya te dije que te llamaría en cuanto pudiera, Grace. No tenías porqué llamar al hotel. –Decía
arrastrando las palabras suavemente.
Por un instante pensó que tenían visitas, pero después se dio cuenta que Thomas debía de estar
hablando por teléfono.
Hubo una pausa prolongada y un bufido. Se asomó un poco y se alarmó al verlo. Era un Thomas
completamente distinto al que se veía en el resto del día. Estaba con los hombros caídos, cabizbajo
e íntegramente frágil.
- No tienes porqué preocuparte de nada. De todas formas iba a quedarme en el hotel durante seis
meses, nada ha cambiado. –Otra pausa.- ¿Qué? ¿Ya tienes un informe de él? Entonces debes
saber que es un buen hombre.
- Si, es rico. ¿Y qué? No es por eso que estoy aquí, no me interesa su dinero. O sea, si, pero no de
la forma en que piensas. Me vendría bien algo de ayuda para Lynn, así puedo comenzar a trabajar
en un hogar para los dos...
Hubo un silencio prolongado donde la silueta tan musculosa se hizo más pequeña. Bill pensó que
podría metérselo en un bolsillo.
- Sólo seré algo así como un ama de llaves de forma temporal. Grace, no puedo evitarlo si no te
gusta, tengo que alejarme un tiempo y lo sabes. –Su voz tan rota...
Lynn comenzó a llorar y los asustó. Bill se escondió de nuevo en las sombras.
- Mira, Grace, Lynn está llorando y tengo que dejarte. –Silencio.- Si, aún está despierta, pero esta
noche está intranquila. A lo mejor le están saliendo más dientes. Si, llámame al final de la semana.
Bill se olvidó del periódico. Regresó a su despacho en silencio y se sentó con el ceño fruncido.
Chapter 5
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capítulo cinco
Thomas tardó mucho tiempo en dormir esa noche. No podía dejar de sentir los dedos de Bill sobre
su piel.
Sin embargo, eso no era lo único que lo aterrorizaba. Sus suegros estaban escandalizados con su
decisión de irse a vivir a la finca y podrían presentarse allí en cualquier momento... Tal era su
miedo, que días después de esa llamada seguía durmiendo mal por las noches y levantándose cada
vez más cansado.
Una mañana se levantó más cansado que nunca, pero se puso a pasar la aspiradora haciendo un
gran esfuerzo.
A eso de las diez de la mañana escuchó un auto acercarse por el camino. Se tensó, ese ruido no
hacía el todoterreno de Bill.
- Esto si que es una sorpresa. –Dijo saliendo a la terraza para recibir a sus suegros que subían las
escaleras que llevaban a la puerta principal. Grace le pellizcó la mejilla a modo de saludo, pero su
mirada fría lo taladró de lado a lado.
- No vemos a la niña desde navidad. –Ruperto le dio un superficial apretón de manos. "La niña...
la niña tiene nombre." Thomas apretó los dientes.
- Un poco. –Dijo su suegra, quitándose polvo de su caro traje.- Pero eso no nos impedirá ver a
nuestra nieta.
- ¿Dónde está?
- ¿Quién?
- Lynn, claro.
- Ah. –Intentó recuperar la normalidad lo más rápido posible.- Está tomando su siesta matinal.
- Pues despiértala, queremos verla. –Ordenó Ruperto.- Hemos viajado desde muy lejos.
- Dentro de poco despertará sola. Tomemos algo primero. –Señaló las sillas de mimbre.- Tomen
asiento y disfruten de la vista.
Sus suegros titubearon, pero finalmente se sentaron y Thomas fue por unas bebidas frescas. No
quería que entraran a la casa y por suerte ese día no hacía demasiado calor.
- Bueno, ¿qué les parece el lugar? –Preguntó al regresar, sacando conversación.- Es maravilloso,
¿no creen? Espero que se hayan quedado tranquilos después de ver el lugar donde me he mudado
con Lynn.
- Pero es temporal querido, ¿no? –Dijo Grace antes de inspeccionar el lugar.- Si, es agradable.
Pero está muy aislado. ¿Y si Lynn se pone enferma? ¿Si necesitas un médico de urgencia?
- Pediremos que venga o iremos al pueblo. No está tan lejos de la civilización. ¿Se quedarán
mucho tiempo? Imagino que ya habrán reservado el hotel. –Thomas supuso que el humilde hotel
de Gustav y Vanessa era poquísimo para ellos y no iba a ofrecérselo.
- Vinimos directamente del aeropuerto y no tuvimos tiempo. Pensamos que podríamos... –Thomas
le alcanzó un vaso de té helado recién servido a Grace.- ¡Oh, Dios mío! Thomas, no llevas los
anillos. ¿Qué ha pasado? ¿Los has perdido?
- Los he guardado. –Respondió tranquilamente.- Por el calor los dedos se hinchan y no quiero
llevarlos a agrandar.
- Viene alguien. –Anunció Ruperto. Thomas levantó la cabeza tan rápido que sufrió un leve
mareo.
- Es mi jefe. –Dijo, intentando ocultar el temor que sentía. ¿Si no le gustaba que tuviera visitas, se
enojaba con él y lo despedía?
- Bien, quiero conocer a ese tal Bill Kaulitz. –Dijo Ruperto, dándose importancia.
- ¿Por qué?
- Creo que los dos se darán cuenta que estamos seguros en la casa de Bill.
Grace lo atravesó con la mirada al mismo tiempo que Bill se detenía delante de la puerta.
- ¿Y lo llamas por su nombre de pila? Parece que se toman muchas confianzas. –Grace chasqueó
la lengua.- En la ciudad jamás verías eso, querido. Recuérdalo cuando vuelvas.
- Es un placer. –Saludó cortésmente sin mirarlo.- Supongo que habrán hecho un viaje largo.
- Pensamos que era nuestra responsabilidad ver donde vivía nuestra nieta. –Dijo Ruperto sin el
tono pedante que acababa de usar un minuto antes.
- ¿En qué estaba pensando? –Exclamó, sabiendo que su jefe era consciente del insulto que su
suegra acababa de propinarle.- Voy a preparar más bebida. O quizás quieras comer pronto. Hay
ensalada y...
Se volvió a la pareja.
- Entonces piensan...
- Oh, creo que es Lynn. –A Grace se le iluminó la mirada. Se puso de pie.- Iré a buscarla.
- No. Yo la traeré. –Dijo Bill, apresurándose. Grace se dejó caer de nuevo en la silla y miró a su
yerno con los labios fruncidos.
- Sólo intenta ser amable. –El de rastas volvió a sentarse. Su suegra lo miró con ojos escépticos.-
Bueno, háblame de Nadia.
Thomas sabía que hablar de su otra hija era el tema favorito de su suegra, así que la dejó hablar.
Ella se explayó con entusiasmo y sin escatimar detalles.
- Oh, déjame tomarla en brazos. –Exclamó Grace al ver a Bill con la niña en brazos.
Un poco adormilada todavía, Lynn exclamó un gritito de sorpresa al verla y se aferró con fuerzas
al cuello del rubio, escondiéndose.
- Vamos, Lynn. –Dijo regañándola. Grace miró a Bill como si fuera su culpa.- Muy bien, ya la
sujeto yo.
Thomas vio que su jefe se estaba poniendo muy tenso, pero antes de que pudiera reaccionar,
Grace la arrancó de sus brazos y la sentó en su falda.
- Muy bien, Lynn. –Los miró con una mirada triunfal.- ¿Lo ven? No deben dejar que la pequeña
los controle, ustedes son los adultos. –Volvió a mirar a la niña y la apretujó por los costados.- Creo
que no has crecido nada. ¿No lo crees, Ruperto?
- Creo que tienes razón. Hola, bonita...
- Thomas, ¿le das bien de comer? Estoy segura que debería crecer mucho más rápido.
- Grace, -respondió con los dientes apretados- te puedo asegurar que Lynn ha crecido bastante y
que ha ganado peso.
La mujer miró a su nieta con gesto dubitativo, incrédulo. La niña arrugó los labios, queriendo
largarse a llorar.
- Ahora no, jovencita. –Ordenó Grace. Al ver la cara de la niña, su padre se levantó de inmediato.
- Seguro que necesita que le cambien el pañal. –Se excusó, tomándola en brazos.- La cambio y la
traigo de nuevo.
- Bueno, Grace... –Comenzó, sentándose al lado de ella.- ¿Cómo vinieron? ¿En coche o avión?
- Oh, vinimos en avión desde la ciudad, ¿no Ruperto? –Contestó, intentando centrarse.
Era una pena que el pañal de Lynn no hubiera manchado el traje de Grace. Hubiera sido algo
divertido.
Se lo cambió y luego fue a la cocina a prepararle un biberón con leche. También preparó
rápidamente la mesa para uno y dejó en la heladera el plato con ensalada y carne, por si Bill quería
comer temprano.
- Deja que yo se lo dé. –Exigió Grace, casi quitándole la botella de la mano. Y ese no era
momento ni lugar para discutir.
Le entregó a Lynn sin protestas de ninguna parte, la niña estaba con hambre y no le importaba
quién le dé de comer.
- Has sido muy amable en atender a mis suegros, Bill, pero si quieres ya puedes marcharte.
Era consciente que no estaba siendo muy amable con su jefe, pero necesitaba sacarlo cuanto antes
de las garras de ellos.
- Ha sido un placer conocerlos. Que tengan un buen viaje de vuelta. –Dijo y entró sin esperar
respuesta.
- Creo que no está muy contento contigo, querido. –Dijo Grace en tono burlón.
- Se le pasará.
- No creo que debas hablarle así, podría despedirte. Si lo hace, no dejes de decírnoslo. –Dijo con
la mirada encendida.- Vendremos a buscarte y podrás volver a casa. No será ninguna molestia.
- Gracias.
Y a partir de ahí las cosas se tranquilizaron y la visita llegó a ser casi agradable. Thomas no
insistió en que se quedaran más tiempo y un rato más tarde la pareja se marchó con algo de
reticencia y haciéndole prometer que al día siguiente los llamaría.
Thomas suspiró.
Bill esperó a escuchar el ruido del coche antes de salir del estudio. No tenía ganas de volver a
cruzarse con los suegros de Thomas. Abrió la puerta y salió al exterior.
- Podrías haberlos invitado a comer. –Dijo mientras observaba al de rastas subir cansinamente los
peldaños de la escalera con Lynn en brazos. La niña le acariciaba la escasa barba del rostro, como
consolándolo.
- Oh, bueno, gracias. –Ablandó el gesto de la cara.- A propósito, te pido disculpas por haberte
dicho que te fueras delante de ellos. No quería que te vieras obligado a pasar tiempo con nosotros.
- Te lo agradezco.
Thomas se sorprendió.
- ¿Qué?
- Parecías enfadado.
- ¿Sólo un poco? –Bromeó. Sacó dos sombreros de atrás de la puerta.- Ven, demos un paseo.
Tenemos que hacer un poco de ejercicio.
- ¿Ejercicio?
- Si. Iremos a ver los caballos. Estoy seguro que a Lynn le gustarán.
- Ten, puedes usar este. Es de mi hermano, Georg. ¿Tienes uno para Lynn?
- Eh... Si.
- Ponle algo de protección solar. Y tú también. No estaremos en el sol mucho tiempo, pero no
quiero que ninguno de los dos sufra una insolación. –Le pellizcó la mejilla a la niña y ella le
sonrió. Les abrió la puerta para que pasaran al interior.- Te veo aquí en cinco minutos.
Diez minutos después regresó, el sombrero de su hermano le quedaba hermoso a Thomas.
- Gracias.
- Y tú estás preciosa. –Lynn estaba graciosa con un vestido escocés y el sombrero puesto.- Deja
que la cargue.
Incluso para los brazos musculosos y fuertes de Tom, la niña estaba pesada para que la lleve
mucho tiempo a upa.
- Tu hermano se llama Georg, ¿no? –Le preguntó mientras caminaban hacia el granero.- ¿Es el
modelo? –Él asintió.- Es un lindo nombre.
Bill estaba sintiendo los chispazos de los celos que se apagaron cuando él alabó su nombre. Pensó
que alabaría la increíble belleza de su figura, las líneas de su rostro o su pelo, quizás sus profundos
ojos verdes. Pero no, fue su nombre.
- Si. Él no piensa lo mismo. No le gusta como suena, y mucha gente lo menciona mal. –Thomas
se rió por lo bajo.
- ¿Y cómo es él?
- Es buena persona, aunque un poco testarudo y cuando pelea conmigo es infantil. Pero
últimamente lo ha pasado mal. –Recordó él desengaño amoroso que su hermano estaba intentando
sobrellevar.
- Oh, vaya, lo siento. –Bill echó la cabeza atrás y rió porque Lynn quiso agarrar su sombrero. Sus
manitas cayeron en las mejillas y miraba embelezada la boca sonriente.
- De eso nada.
- Si, pero a la distancia. Mi hermano tiene su piso y mi madre otro, pero no se pierden de vista.
- ¿Padres?
- ¿Viven?
- Mi padre murió cuando era un crío; y mi madre se volvió a casar hace cinco años. Vive en
Inglaterra.
- ¿Y tú? ¿También quieres superar a la tuya? –Thomas miró al suelo y se metió las manos en los
bolsillos.
Bill no habló más. Era evidente que el de rastas no quería hablar más sobre el tema y el rubio no
quería involucrarse demasiado.
Pronto llegaron a la verja del prado. Había dos caballos pastando bajo un árbol, así que Bill los
llamó con un silbido bastante fuerte. Thomas dio un paso hacia atrás y le tomó del brazo con
fuerza.
Así que les tenía miedo a los caballos. Y no estaba nervioso por la presencia de él, sino por los
nobles animales.
- ¿Me puedes devolver mi brazo, por favor? –Dijo intentando hacer una broma. Él lo soltó,
avergonzado.
- Lo siento.
Le entregó a la niña y Thomas se alejó unos pasos cuando un gran caballo marrón llegó a la valla.
Bill acercó la mano y acarició su cabeza.
Lynn intentaba zafarse de los brazos de su padre, tenía muchas ganas de acariciar los caballos.
- Ya sé qué quieres, azúcar, ¿no? –La niña chasqueó la lengua varias veces haciendo el ruido de
los cascos de los animales y extendió los brazos a Bill. Thomas retrocedió un poco, Lynn no
cooperaba con sus nervios.- Si, Lynn, es un poco pesado.
Sacó unos terrones de azúcar de una bolsita del bolsillo y se los puso en la boca al animal. Cuando
terminó, volvió a acariciarse contra la mano.
- No hay más, amigo. ¿Quieres que te presente? Ellos son Lynn y Thomas, se quedarán aquí por
un tiempo y los verás a menudo.
Sabre miró a los desconocidos durante un momento y Bill dejó que se familiarizara con ellos.
- Acércate y deja que te huela. Extiéndele la mano. –Thomas sacudió la cabeza.- Sabre no
muerde, hace tiempo dejó de hacerlo.
- Hubo un tiempo en que era joven y rebelde. Pero bueno, nunca ha mordido a alguien que le
guste. Ustedes le gustan mucho.
- ¿Lo sabes?
- Le gustan mucho. –Aseguró, asintiendo. El caballo relinchó.- Mira, quiere que lo acaricies.
- Creo que tiene unos ojos grandes y bonitos. –Admitió.- Brillantes y expresivos, como Bambi.
- ¡Bambi! Que no te oiga decirle eso, tiene su orgullo, ¿sabes? –Sonrió y le ofreció una mano.-
Vamos, acércate un poco.
- Pero Lynn…
- No dejaré que nada les ocurra. –A Thomas no se le pasó por alto el plural. Dudó, pero
finalmente hizo lo que le pedía.- Ahora estira la mano y te olerá.
Sabre estiró el cuello y empezó a olisquearle la mano. El de rastas contuvo el aliento cuando la
nariz tocó su piel.
- Yo si. Lo haces muy bien. –Bill se dio cuenta que la niña miraba con insistencia el caballo.
Thomas se había girado lo suficiente para ponerla lo más lejos posible del animal.
Thomas iba a tocarlo cuando Lynn se estiró y sin querer le pegó en la nariz, lo que hizo que el
caballo soltara un relincho de sorpresa. Él saltó hacia atrás.
- ¡Lynn!
- Ella se moría por tocarlo. –La defendió, acariciando el cuello del animal así se calmaba.
Bill sintió que la sangre se le subía a la cabeza. Cuánto deseaba besarlo, era tan hermoso…
- Um… Creo que debería volver a la cocina. Te veo luego. –Le dijo por encima del hombro.
Me di cuenta que el capítulo lo tenía por la mitad. ¡Me quería morir! Así que lo
primero que hice al llegar a casa de mis padres donde tengo el libro en el que me baso
para hacer esta historia, lo completé y aquí está :)
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capítulo seis
Esa noche Lynn no quería irse a dormir. Thomas intentó meterla en la cuna por segunda vez y la
niña comenzó a llorar de nuevo.
Había tenido un día muy ajetreado y, después de una siesta, había estado muy intranquila.
- No voy a cargarte de nuevo, tengo que seguir trabajando. Lynn, por favor... –La arropó con la
sábana, le dio su osito de peluche y un beso en la frente. Dejó la habitación, decidido a dejarle
llorar hasta que se cansara.
Diez minutos más tarde estaba de vuelta en la cocina, terminando de limpiar, y la niña seguía
llorando.
Un momento antes se había asomado a la habitación sin que ella se diera cuenta para ver si estaba
bien, pero el llanto se le estaba haciendo insoportable.
Él se mordió el labio.
- Siento que te moleste. –Dejó el trapo con el que estaba fregando.- Iré a ver...
- Oh, pero...
- Tengo televisión en mi dormitorio. Podemos verla allí, como siempre hago con ella.
Arrugando el entrecejo, Bill lo miró fijamente mientras se acercaba a él y, en vez de dejarlo pasar
de largo, lo agarró del brazo.
- ¿Es por eso que te quedas todas las noches en tu dormitorio? ¿Crees que no quiero que veas la
televisión en el salón?
- No tengo ningún problema con verla en mi cuarto. Y estoy seguro que Martha tampoco lo tenía.
–Dijo, ignorando lo mucho que le afectaba el tacto de su piel.
Lynn volvió a llorar, pero Bill guardó silencio. Dio media vuelta y se fue sin más.
No obtuvo respuesta.
- Bill, sinceramente, no tienes porqué hacerlo. Yo puedo cuidar de mi hija. –Dijo, corriendo tras
él.
- Lo sé, pero está llorando, así que es evidente que hay un problema.
- Yo puedo ocuparme de esto. –Le dijo, él siguió adelante.- Seguro que tienes que volver al
trabajo, con los libros de cuentas.
- No. –Dijo él, abriendo la puerta del dormitorio.- Hey, ¿a qué viene todo ese ruido, princesa? –Le
preguntó en un susurro cariñoso.
Lynn estaba tan sorprendida que el llanto se le acabó de golpe. Bill fue directamente hacia ella la
sacó de la cuna.
Thomas se quedó perplejo ante lo que estaba ocurriendo. Hasta esa misma tarde jamás hubiera
pensado que a Bill se le diera tan bien con los niños, pero había tenido tanta sutileza con Lynn y el
caballo...
- Bill... –Le dijo por fin, encontrando la voz.- Ha tenido un día muy largo y no está acostumbrada,
eso es todo. Déjala y yo cuidaré de ella. –Añadió, dispuesta a mecerla toda la noche en brazos si
con eso lograba calmarla.
- Con un poco de televisión se calmará. –Dijo, claramente acostumbrado a llevar la voz cantante.-
Trae su oso de peluche y esa muñeca. Y hazme un poco de café, ¿quieres?
Thomas regresó a la cocina prendido fuego. Su imaginación tergiversó el sentido de sus palabras.
O quizás le dio el verdadero significado.
Respiró hondo y puso las cosas en perspectiva. Bill Kaulitz era un hombre atractivo por el que
muchas personas caerían a sus pies y él no era la excepción. Sin embargo, sólo se trataba de una
atracción física y nada más.
Café. En ese momento tenía que hacer café y no montañas de un grano de arena.
- Gracias. –Reacomodó a Lynn en su regazo y entonces bebió por el otro lado, intentando no
quemar a la niña en un descuido.- Está muy rico, ¿no te hiciste uno?
- Ten más cuidado la próxima vez, cariño. Me gustan las cosas intensas.
Martha había dicho que él era bastante especial con el café y no se había equivocado. Y aunque
intentó negarlo, no pudo dejar de resonar en su cabeza el apelativo que Bill había usado.
Se sentó en otra butaca a su lado y bebió un poco de agua fría. La tensión seguía estando ahí,
latente.
Una carcajada de Lynn atrajo su atención, parecía estar muy contenta en brazos de Bill. Él estaba
hablándole con voz infantil y movía la muñeca de un lado para el otro; Lynn se reía y balbuceaba
como si respondiera.
De repente el picor de las lágrimas acosó sus ojos. Cuando Jazmín los dejó no había podido vivir
la experiencia de tener a su niña en las piernas y jugarle, era muy chiquita. Y cada noche se
lamentaba de todas las experiencias que ella no podría vivir.
- Si... Tengo que ir a lavar unas jarras. Permiso. –Huyó lo más rápido y normal que pudo,
sintiendo los ojos de él en la espalda.
Una vez en la cocina, terminó de lavar las cosas de la cena, ordenar y lavar un par de cosas más
que ya estaban limpias, pero quería hacer tiempo. Y cuando no pudo retrasar más el momento,
regresó al salón.
- Listo, no creo que se despierte. –Murmuró Thomas, cerrando la puerta tras de si.
- De nada. –Dijo simplemente. Thomas miró hacia el pasillo como si quisiera correr, huir de allí.
- Dime una cosa. –Pidió bruscamente.- ¿Por qué estuviste a punto de llorar hace un rato?
- ¿Cu-cuándo?
- Nos mirabas a Lynn y a mí como si estuvieras a punto de llorar. –Dijo clavándole la mirada.- ¿Es
por tu mujer? –Thomas sintió un nudo en la garganta.
- Si.
- Yo no intento ocupar su lugar, ¿sabes? Con lo que respecta a Lynn, quiero decir.
- Lo sé. Yo... –El de rastas puso su mano en su pecho intentando poner más distancia entre ellos,
pero sólo logró que se quedara apoyada allí. Ambos se quedaron quietos, sorprendidos por el
contacto.
Se clavaron la mirada, se acercaron un poco más. Sus cabezas se chocaron... y entonces sus labios
se encontraron.
¿O era él quién gemía? Qué importancia tenía ahora, necesitaba tanto de él…
Bill retrocedió un poco y sin dejar de abrazarlo lo condujo a su cuarto. El joven miró a su
alrededor. El suave resplandor de la luna entraba por las cortinas, recortando la silueta de sus
rostros en la penumbra. Thomas aspiró profundo, dejándose embriagar por el masculino aroma de
Bill.
Thomas sintió un cosquilleo por todo el cuerpo. Sabía lo que estaba a punto de pasar, pero
también sabía que no podía hacer nada para impedirlo.
Y entonces lo besó en la boca, deslizando la punta de su lengua a lo largo de sus labios para
después meterla dentro y besarlo con frenesí.
Se sacaron las camisetas con prisa, besaron cada centímetro de piel y se descubrieron como dos
hombres, como dos cuerpos ardiendo de placer.
Bill se separó y llevó sus manos al botón del pantalón de él. Sus ojos se oscurecieron de deseo.
Thomas se estremeció al sentir sus labios sobre su vientre, deslizándose hacia abajo lentamente.
Jamás pensó que vería a Bill arrodillado frente a él, pero no como un pensamiento de superioridad
o denigrante hacia su jefe. Jamás pensó encontrarse en esta situación con el hombre que lo había
confundido hasta lo incomprensible, aunque si lo deseó por momentos.
Bill se dio cuenta que el de rastas se había quedado quieto cuando le bajó los jeans, pensó que
estaba yendo muy rápido. Lo empujó y cayó en la cama, sorprendido. Se sacó sus pantalones y
gateó sobre él, dejando un camino ascendente de besos hasta llegar a su rostro, donde buscó sus
labios nuevamente.
Mientras sus lenguas jugaban Thomas reaccionó a su impulsivo deseo, lo sujetó de las caderas y lo
hizo apretarse contra su cuerpo excitado; buscó su trasero al que apretó con lujuria.
Con mucha más rapidez se quedaron desnudos; masculinos y viriles, frente a frente. Únicos
amantes en la penumbra, disfrutándose y comiéndose con la mirada, recreándose con las caricias.
Bill dedicó su tiempo en preparar a Thomas con paciencia, con gentileza. Disfrutó de oírlo
suspirar, jadear por momentos; oír su nombre aferrado a una profunda exhalación.
Thomas no tenía lugar adónde ir, sino más arriba, arriba... hasta explotar en el mismo infierno,
lleno de fuego y un placer que debería ser pecaminoso hasta para el mismo Lucifer.
Chapter 7
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capitulo siete.
La luz del sol se filtraba por entre los párpados de Thomas. Los abrió lentamente y se encontró
con un gran vacío.
Era doloroso observar las sábanas revueltas, oler su perfume y recordar todo lo sucedido la noche
anterior.
En ese momento pensó en la pequeña Lynn y se levantó rápido para ir a buscarle. La niña lo era
todo para él y si no hubiera sido por ella, él habría perdido el juicio, abandonado todo.
Por eso debía alejarse de Bill Kaulitz para evitarse más complicaciones.
Se dio una ducha rápida, preparó a su hija y se fue a la cocina. Bill estaba allí, todavía no había
terminado de desayunar.
- Eh… Buenos días. –Dijo sin mirarlo a los ojos, colocando en la sillita a Lynn.
- Buenos días. –Mientras colocaba las correas de seguridad, levantó la vista y se encontró con la
fría mirada de Bill.
- ¿No? –Dijo sin pensar y se sonrojó. ¿Quizás lo había encontrado insulso, aburrido?- ¿Puedo
preguntar por qué?
- Porque no estás preparado para una relación. –Sintió alivio y se le hinchó el corazón.
- Creo que no hay más que decir. –Dijo intentando sonar indiferente.
- No, nada más. –Respondió tenso.- Creo que lo mejor es que regresemos cada uno a su trabajo.
Estaré toda la mañana en el estudio.
Allí se quedó Thomas, escuchando sus pasos alejarse por el pasillo hasta que Lynn reclamó su
atención.
Un rato después escuchó un coche acercarse por el camino.
- Hola, soy Pauline Morris. –Dijo jovial al mismo tiempo que Thomas abría la puerta exterior.-
Usted es Thomas Trümper, ¿no?
- Soy asistente social. –Le entregó la identificación oficial.- Supe que era nuevo en la zona y quise
pasarme a dar una vuelta.
- No tiene nada de qué preocuparse. Sólo he venido a hablar un poco con usted. –Thomas estaba
paralizado. Sin duda Grace y Ruperto eran los responsables de esta visita.- ¿Le importa si pasamos
un momento? –Sugirió Pauline, que parecía recién salida del instituto.
- ¿Podría traerme un vaso de agua, por favor? Ha sido un viaje muy largo.
- Claro, lo siento.
- Oh, déjela aquí. La pequeña Lynn me hará compañía un rato. –Él titubeó. No quería dejar a su
hija con una desconocida.- Estará bien. –Le dijo. El brillo de sus ojos le dejaba bien en claro que,
aunque nueva y joven, no era idiota.
Thomas dejó a la niña a su lado y se apresuró a la cocina. Fuera como fuera, no quería dejar a la
niña demasiado tiempo sola.
Las manos le temblaban tanto que derramó líquido sobre la encimera. Trató de serenarse un poco,
buscó papel para limpiar el desastre y vio como parpadeaba la luz del teléfono del estudio.
Se había olvidado que Bill seguía en la casa. Él llevaba toda la mañana hablando por teléfono.
De alguna forma, Thomas se las arregló para volver con una sonrisa al salón.
- En absoluto, es una princesa. ¿No es así, Lynn? –Él le alcanzó la bebida.- Gracias.
- ¿Está mucho tiempo en el corral? –Preguntó en un tono fingidamente casual. Thomas se agitó.
- No, lo llevo conmigo. –Dijo intentando controlar su enfado.- A cada habitación que voy, voy
con la niña.
- Ya veo.
Thomas no tenía en claro qué era lo que la asistente social veía, pero estaba seguro que no era
nada positivo.
Buscó el corral, lo armó rápidamente y metió a la niña dentro. Lynn rápidamente se acomodó y
gateó muy veloz hasta un juguete.
- ¿Todavía no camina? –Preguntó en el mismo tono de antes. Sin embargo, sabía Thomas que ella
estaba tomando nota de todo.
- Sola no. Pero la estimulo. –Remarcó.- Si se agarra de alguien o algo, da unos pasos. Igual gatea
muy deprisa.
- A lo mejor. Como usted sabe, los niños no siguen al pie de la letra los patrones establecidos en
los libros. Ellos marcan su propio ritmo.
- Eso es cierto. –Pauline apoyó el vaso en la mesita y se recostó en el sofá.- Bueno, creo que su
esposa murió hace seis meses. Lo siento mucho.
- Siete meses. Gracias. –Podría haberse enterado por otra persona, pero sabía que todos los datos
se los brindaron sus suegros.
- Eso es lo que he venido averiguar. Lynn ha tenido demasiados sobresaltos en su corta vida. Sólo
quiero asegurarme que se encuentra bien.
- Mírela. Es una niña feliz y bien adaptada. Crece con normalidad, se alimenta bien, y sólo porque
no camine todavía... –Se atragantó con una tormenta de emociones.- Dónde esté ella, cualquier
lugar será un hogar y estoy seguro que ella siente lo mismo. La amo más que a todo.
- Señor Thomas, de eso no me cabe la menor duda. Es evidente. Pero los niños no pueden
decirnos como se sienten siendo tan pequeños.
- Si yo pensara que mi niña necesita ayuda, sin dudarlo haría hasta lo imposible.
De repente, el de rastas sintió que tenía que hacer la pregunta del millón.
- Fueron mis suegros quienes se pusieron en contacto con usted, ¿no? –El rostro de la chica
permaneció impasible.
- No sabría decirle...
- Mire, la razón por la que estoy aquí son justamente mis suegros. Quieren quitarme a Lynn y
criarla a su manera. Ése es todo el embrollo. No se trata de que mi hija no esté creciendo bien o
que esté en peligro.
- A veces no es malo aceptar ayuda. –Pauline lo miró fijamente. Él se dio cuenta que la joven no
estaba escuchando lo que le estaba diciendo.
- ¿Qué está sucediendo aquí? –Dijo Bill, parado en el umbral con el seño fruncido.
Qué iba a pensar la trabajadora social si malinterpretaba las cosas porque vivía con otro hombre
que es soltero... Y él encima con la pulsera arco iris. "Maldita sea, Jazmín, tú y tus regalos...",
pensó.
- Lo siento, Bill, por no haberte avisado. Vino a ver a Lynn por orden de Grace y Ruperto.
- ¿Ah, si?
- Kaulitz. Soy Pauline Morris, asistente social, he venido a hacer una pequeña visita de rutina al
señor Trümper. –Pestañó y sus largas pestañas parecieron alas de ángel.
"¿Le está coqueteando a Bill?", pensó sintiendo la furia en su estómago. "¿Celos?", se preguntó,
burlándose de si mismo.
- Ah, entiendo. No se preocupe, no es culpa suya; se nota que no conoce a los suegros de
Thomas.
- ¿Se tutean? Tenía entendido que la relación entre ustedes era de jefe-empleado.
- ¿Qué? –Dijo Bill, comprendiendo lo que quería decir la joven.- No, no se crea que...
- Oh, por favor, hay muchas historias como estas por todos lados y debo decir que me fascinan.
No tienen que preocuparse conmigo, yo estoy a favor de las parejas homosexuales y en el
departamento se están haciendo cada vez más populares.
- Pero no... –Comenzó Bill, pero rápidamente se vio interrumpido por Thomas y su mirada
desesperada.
- Yo estaba enamorado de mi mujer, y todavía la sigo amando; y creo que ella estaría de acuerdo
en esta relación. –Hizo una pequeña pausa cuando Bill se sentó a su lado y lo abrazó por los
hombros. Él estaba tenso; de reojo lo observó y apretaba la mandíbula.- Los Kaulitz han vivido
aquí durante años y son una familia muy respetada en la zona.
- Yo soy nueva en la zona, así que me temo que no conozco a mucha gente todavía. Pero no me
cabe la menor duda que el señor Kaulitz es la mejor elección.
Antes de que pudiera pensar en qué decir, Bill esbozó su mejor sonrisa para Pauline.
- Estoy seguro que usted podrá evaluar la situación de Lynn con independencia de nuestro futuro
compromiso. –Dijo en un tono cordial, pero inflexible.
Pauline perdió su coquetería en un segundo.
Lynn llamó la atención y Bill fue a buscarla. La niña lo abrazó por el cuello con mucho cariño,
como si fuera su padre. Al de rastas se le llenaron los ojos de lágrimas, pero las reprimió.
- Puede preguntarme lo que quiera, estoy dispuesto a responder cada una de sus preguntas. –Dijo
sentándose frente a la trabajadora social con una sonrisa en los labios.
- Me gustaría que no le quedara ninguna duda respecto a nosotros. –Lynn intentó tirarle del pelo y
se rió, sin darse por vencida.- Como ve, es una niña feliz y sana. Y yo la quiero como si fuera mi
propia hija.
Thomas se restregó los ojos, limpiándose las lágrimas. Sabía que lo estaba diciendo para persuadir
a la asistente, pero parecía tan convincente...
- Si, veo que la niña lo adora. –Se volvió y sacó un anotador del bolso.- Sólo me quedan un par de
preguntas y después me marcho.
- Muchas gracias a los dos por su ayuda. –Thomas fue a hablar, pero Bill se le adelantó.
- ¡Gracias a Dios! –Exclamó Thomas, incapaz de contenerse. Miró al rubio y a su niña e hizo un
esfuerzo sobrehumano para no largarse a llorar.
- No. Yo trabajo para el gobierno, no para el denunciante. Si alguien pregunta, obtendrá una
respuesta estándar. Claro que pueden poner otra denuncia si está justificada.
- Esta denuncia jamás estuvo justificada. –Protestó Bill con el rostro rígido.
- Eso no depende de mí. –Dijo Pauline, poniéndose de pie.- Pero creo que es mejor ser sincero
con los demás. De esa forma no se les acusará de mantenerlos alejados de la vida de la niña.
- Lo haré. –Prometió Thomas poniéndose de pie, aunque sabía que sus suegros no eran de esos.
Bill lo imitó.
- Piénselo. –El de rastas asintió.
Vieron a la asistente alejarse por el camino desde la terraza. Thomas se dejó caer en una de las
sillas de mimbre, las piernas no le resistían más.
Habían ganado una batalla, pero no la guerra. Grace y Ruperto jamás se rendirían tan fácilmente.
Al levantar la vista se encontró con la implacable mirada de Bill.
- Dame a Lynn, tiene que dormir su siesta. –Se levantó con una fuerza inexplicable y agarró a la
niña.
"Oh, Dios ayúdame", pensó. Levantó una mano frenando la reacción de su jefe.
- ¡Eso es genial, porque no tengo palabras luego de lo que hiciste! –Ladró, fulminándolo con la
mirada.- En realidad no. Eres increíble, no llego a comprender todo el circo que montaste. ¡No
tenías que decir que íbamos a comprometernos!
- ¡Thomas! –Le gritó finalmente, con toda la furia.- ¡Tú no has hecho nada para negarlo!
- ¡Quieren quitarme a mi niña! –Le espetó desesperado, con el llanto atragantado en la garganta.-
Grace y Ruperto quieren alejarla de mí a toda costa. ¿Sabes lo que eso significaría? –Bill siguió
asesinándolo con la mirada.- ¡¿Es que no entiendes?!
- ¿Y si vuelven a poner otra denuncia en los próximos seis meses y vuelve a venir la mujer esta?
Para entonces no estarás aquí y la trabajadora social pensará que eres un mentiroso o una persona
inestable. Pensarán que vas de cama en cama, de un lado a otro. ¿No ves que lo único que hiciste
fue darles a tus suegros otra arma para que te quiten a Lynn, para que se la lleven lejos de ti?
- Oh, eso no se me ocurrió... –Dejó salir un sollozo profundo y de la vergüenza se dio vuelta.-
Pensé que si Pauline veía que Lynn tenía una familia se llevaría una buena impresión, creí que era
una buena idea.
- ¡Ah, no! –Expresó Bill, asustando al de rastas. Él se volvió y lo miró con los ojos completamente
abiertos.- Lo que buscas es el matrimonio, ¿no?
- ¡Basta de mentiras! Estás intentando pescar a cualquiera que te haga el papel de pareja y eres
capaz de usar a cualquiera con tal de que no te saquen a Lynn. –Bill hizo una mueca de
desprecio.- Supongo que tengo la suerte de ser el elegido.
- ¡No! No tengo la intención de casarme con nadie y menos contigo. Acabo de perder a mi esposa,
¡por el amor de Dios!
- Lo siento. Si pudiera cambiar todo lo que hice sin perjudicar a mi hija lo haría. –Vaciló un
instante.- Por favor, mantengamos esto en secreto. La asistente es la única que lo sabe. Ya se me
ocurrirá algo cuando me vaya de aquí.
- Está bien. Pero te advierto algo, Thomas, por ahora seré tu...prometido, pero jamás seré tu pareja.
–Espetó y entró en la casa.
A pesar del asfixiante calor, las cosas poco a poco se fueron calmando y todo volvió a la
normalidad.
- Este fin de semana tengo que ir a Alice Springs a una cena benéfica. –Le dijo entre bocado y
bocado. Thomas parpadeó.
Aquella ciudad estaba en el corazón del país y el viaje llevaba varias horas. Seguramente no lo
vería en unos cuantos días...
- Claro, ¿por qué no iba a estarlo? –Lo taladró con la mirada.- No los dejaré aquí solos mientras
estoy afuera.
- Estaremos bien.
Thomas sintió un intenso calor en las mejillas al ver lo mucho que se preocupaba por él. Comenzó
a pensar en la posibilidad del viaje.
- Bien, no hay más de qué hablar. La cena es un evento formal, así que...
- Espera un momento. –Interrumpió.- Pensé que sólo me proponías que te acompañara en el viaje,
no he dicho nada de asistir a la cena contigo.
- Lo siento. Pero no puedo asistir a la cena como tu acompañante. ¿Qué sucedería si alguien me
reconoce a través de Grace y Ruperto? ¿Qué pasaría si les dicen que he asistido al evento contigo?
- Es imposible que alguien te reconozca. Y si lo hacen, qué importa. En este momento, es el mal
menor.
- El hotel tiene una niñera muy buena que también es enfermera. Sólo tienes que firmar el
consentimiento de asistencia médica por si le sucede algo mientras no estamos.
- Sólo quería disipar tus dudas sobre dejar a Lynn con una extraña.
Una vez más, a Thomas se le ablandó el corazón por mucho que intentara resistirse.
Thomas sintió un atisbo de enojo al darse cuenta que era el segundo plato. "¡Ni hablar!", pensó.
- He reservado la mejor suite con dos habitaciones, así que no será muy distinto a lo que estás
acostumbrado aquí. Y por cierto, no te preocupes por la ropa, te compraré un traje allí. –El de
rastas abrió la boca para protestar, pero él lo interrumpió.- Estoy seguro que no esperabas asistir a
una gala formal durante tu estancia en el campo profundo.
- Genial. Saldremos el sábado por la mañana. –Explicó, dando por sentado que él había aceptado.
Chapter 8
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capitulo ocho.
Después de un vuelo tranquilo en el avión que Bill había alquilado, llegaron al hotel a eso de las
cuatro de la tarde.
Él había pedido un corral para Lynn y también había dado orden a para que las mejores tiendas de
trajes llevaran algunos modelos para la habitación de Tom.
Y allí estaban, uno enfrente del otro, mirándose las caras en el recibidor de la enorme suite.
Bill se sintió tentado de ir hacia él y estrecharlo entre los brazos. Pero finalmente fue hacia la
puerta.
- Tengo que ver a un hombre por un asunto de venta de reses. –Le anunció en un tono seco y se
marchó.
Era verdad que tenía que atender algunos negocios, pero nada urgente. Bien podría haberse ido al
bar con tal de escapar de la turbadora presencia de Thomas.
Un par de horas más tarde regresó a la suite y se encontró a Thomas tumbado en la alfombra,
jugando con su hija, risueño y feliz.
Por un instante pensó que así hubieran sido las cosas si tuviera un hijo.
- ¿Encontraste el traje que querías? –Preguntó para salir del paso. El de rastas comenzó a ponerse
de pie.
- Si, fue difícil elegir. Todos eran preciosos y adivinaste bien mi talle. Gracias.
- Deberías haberte quedados con todos. –Fue hacia el teléfono.- Haré que los traigan todos...
- Deberíamos llevar a Lynn a nadar. –Sugirió, sabiendo que no hacía más que engañarse a si
mismo. Lo único que quería era ver a Thomas, su piel bronceada y sus hermosos músculos.
De repente, él se sonrojo apenas, como si se hubiera dado cuenta de lo que estaba pensando.
- Entonces luego. –Dijo, viendo como cargaba a la niña en brazos y se la llevaba a la habitación.
Al final Lynn durmió tanto que no tuvieron tiempo de ir a la piscina. Pero a Bill no le importó.
Un rato más tarde Thomas salió del dormitorio con un elegante traje negro brilloso.
- ¿Cómo me veo? ¿Hice bien el nudo de la corbata? –Preguntó inocente.- Jamás supe hacerlo
bien. –Se excusó un poco avergonzado.
Se rió con ternura y se acercó sin poder desprenderse de la hermosa sensación que lo embargaba.
- Te quedará mejor sin corbata. –Tiró de un extremo y el nudo se deshizo rápidamente.- Se nota
que no sabes hacer el nudo...
Al retirar la corbata, el rubio se acercó al rostro del de rastas. Sintió como sus alientos se
mezclaron y un calambrazo de placer le recorrió la columna.
Después de las presentaciones y consejos de rigor, le dio el número del celular a la joven y dejaron
la suite.
- Los del hotel me han asegurado que es la mejor. Sus referencias son inmejorables.
- Me alegro.
- No me dijiste que íbamos a estar en la mesa principal. –Le susurró mientras avanzaban hacia el
centro del enorme salón.
Todas las miradas estaban sobre ellos y murmuraban por lo bajo, pero a Bill no le importó.
- Relájate y disfruta.
- ¡Bill! –Dijo una voz femenina de repente. Él se quedó petrificado al ver a la mujer que estaba
sentada en la mesa.
- Hola, Natalie.
- Mira quién está aquí, cariño. Es Bill. –Dijo volviéndose a su marido que también estaba en la
mesa.
Parecía que el viejo pensaba que se había sacado el premio gordo con Natalie. Si hubiera sabido...
- Me alegro de verte. Siéntate conmigo, cariño. –Dijo la mujer con efusividad. Bill se detuvo.
- ¿No quieres que te presente a mi acompañante? –Agarró a Thomas del codo y lo adelantó.-
Thomas, este es Roger Parks y su esposa, Natalie.
El de rastas sonrió con calidez, sin embargo, él notaba su tensión. Es evidente que se había dado
cuenta de todo.
- ¿Ah, no?
Lamentablemente tuvieron que compartir mesa. Hubiera puesto a Thomas entre Natalie y él, pero
no hubiera sido justo.
- ¿Por qué no te tomas algo conmigo después de la cena? Me encantaría. –Le susurró en una
ocasión.
- Lo dejamos para otro momento. –Le dijo intentando frenar sus intenciones.
Al principio estuvo muy intranquilo y en más de una ocasión lo encontró mirando el celular para
comprobar que no hubiera llamadas de la niñera.
Sin embargo, según fue avanzando la velada fue relajándose y empezó a disfrutar de la velada y
de otros invitados, que no tardaron en sucumbir a su encanto natural.
- ¿No te lo estás pasando bien? –Le preguntó cuando salieron al pequeño jardín interior.
- Natalie es preciosa.
- ¿Sabes? Me siento como un príncipe esta noche. –Comentó mirando hacia adentro.
Él apretó la mandíbula.
- No digas eso. Tú le das mil vueltas a toda esta gente. Eres demasiado bueno para todos ellos y...
- ¿Bill? –Lo interrumpió.- ¿Crees que soy demasiado bueno para ellos?
Una alarma se disparó en la mente de Bill. No sabía porqué se había ablandado tanto con él, pero
suponía que era después de verlo junto a Natalie.
- ¿Alguna vez has ido a una cena de este estilo con tus suegros? –Intentó concentrarse en otra
cosa.
- Entiendo.
Terminó de fumar el cigarrillo y entraron de nuevo. Thomas fue al baño y minutos después volvía
hacia él entre la gente.
Estaba tan hermoso... En un momento le regaló una sonrisa que lo dejó perplejo. No podía hacer
otra cosa más que mirarlo y mirarlo, embelesado.
De repente, una señora mayor se levantó de su silla justo delante de él y se tropezó. Thomas
intentó alcanzarla, pero la anciana se aferró a él y al mantel, tirando unos platos y vasos.
Bill se levantó de inmediato y echó a correr en esa dirección. Thomas estaba agachado, ayudando
a la señora, y una pequeña multitud se había formado a su alrededor.
La anciana no parecía haberse hecho daño, pero trataba de recuperar el aliento. Bill la reconoció
de inmediato.
- ¿Se encuentra bien? –Le preguntaba Thomas, sacándole un trozo de vidrio de atrás de la cabeza.
La señora hizo una mueca de dolor.
- Creo que no me he roto nada. Sólo estoy un poco magullada. –Intentó incorporarse, pero
Thomas la detuvo.
- Quédese quieta, no se mueva. –Miró a su alrededor.- ¿Hay algún médico por aquí?
- Soy su nieto. –Dijo arrodillándose.- Abuela, ya estoy aquí. ¿Te encuentras bien?
Bill lo ayudó a incorporarse y se quedaron mirando cómo atendían a la anciana. Habían llamado a
una ambulancia por precaución.
- Vamos. –Dijo Bill, llevándoselo del salón.- No podemos hacer nada más.
- ¿Estará bien?
- Qué desastre. Debí dejarte que me compres otro traje por si pasaba algo como esto. Yo...
- Pero sólo son las nueve y media, y has venido desde muy lejos... –Bill presionó el botón del
ascensor.
- Pero ya he hecho suficiente para guardar las apariencias. ¿Sabes quién era esa mujer?
- ¿Debería?
- ¡Oh, por Dios! No la reconocí. Lo siento, Bill. Genial espectáculo he dado. –Su rostro se
sombreó de vergüenza.
- No te preocupes. Al contrario, me impresionó mucho que te preocuparas por un extraño.
Las puertas del ascensor se abrieron y varias personas subieron junto a ellos. Dos señoras mayores
le vieron las manchas y Thomas les siguió la conversación con entusiasmo y buen humor.
Nada que ver con Natalie... De haber sido ella, jamás hubiera ayudado a nadie, y se habría ido
corriendo a su habitación para cambiarse y seguir con la fiesta.
En cuanto Bill abrió la puerta, Rhonda, la niñera, se levantó del sofá y fue hacia ellos. Al ver las
manchas en el traje, la joven niñera lo miró de arriba abajo con gesto de reproche.
- ¿Qué?
- Ahora está dormida, pero ha vomitado un par de veces. –Dijo, un poco más blanda.
- Si, al médico del hotel. Me dijo que sólo había sido una pequeña indigestión. Pero hizo bien en
firmar el consentimiento médico. No pude comunicarme con usted.
- Oh, no. Hay dos llamadas perdidas. No las oí. Silencié el teléfono para que no sonara durante los
discursos.
- Pues no lo hicieron.
Rhonda pareció escéptica, pero Thomas no se molestó en discutir. Dio media vuelta y se fue al
dormitorio a ver a Lynn. Los otros dos lo siguieron.
Thomas estiró el brazo para acariciarle el cabello, pero retrocedió, no quiso despertarla.
- Gracias por haber cuidado de mi pequeña, Rhonda. Hiciste muy bien en llamar al médico.
- Es una niña muy buena. Siento que se pusiera enferma. –Hizo una pausa.- Bueno, ya que están
aquí me marcho.
Thomas agarró algo de ropa y fue a darse al baño. Si hubiera estado solo, se habría quedado en
bóxers, pero no se hubiera sentido cómodo delante de Bill. Así que se colocó unas bermudas y
una camiseta.
- Ha vuelto a vomitar. –Dijo Bill, haciendo lo posible por apartar a Lynn de la mancha.
- Gracias.
Mientras examinaba a la niña, el de rastas se dio cuenta que Bill había cambiado las sábanas de la
cuna y abierto las puertas del balcón. La suave brisa nocturna agitaba las cortinas y refrescaba la
habitación.
- No creo que vaya a tener más problemas esta noche. –Les dijo el médico antes de irse. Thomas
suspiró de alivio.
- De nada.
- Me voy a quedar con Lynn aquí, para cuidarla. Buenas noches, Bill.
Recostado en la cama en penumbras, pensó en todo lo acontecido ese día y se dio cuenta de que
Bill y él habían congeniado de una forma que jamás pensó que sucedería. La forma en que lo
defendió con la niñera, como cuidó de Lynn recién... Todo era muy extraño, sobretodo teniendo
en cuenta que no eran una familia propiamente dicha.
Se dio cuenta de que tenía mucha sed. Se puso la bermuda y abrió la puerta del dormitorio para
tomar una botella de agua del bar.
Descubrió a Bill sentado en el suelo del balcón, tomando un whisky. La corbata y la chaqueta
descansaban sobre el sofá.
- Sigue durmiendo. Venía por una botella de agua, tengo sed. ¿Estás bien?
- Si. –Señaló con el vaso y los cubitos de hielo chocaron entre si.- Sírvete tú mismo.
- Gracias.
Thomas agarró el agua y regresó al balcón, sentándose a su lado en el piso. Abrió la botella, bebió
un sorbo y entonces lo miró por fin.
Bill pensó que no lo había escuchado y sonrió disimuladamente cuando lo vio a su lado.
- Gracias por ayudarme con Lynn. Hace mucho que me valgo por mi mismo y suelo ser un poco...
descortés cuando me brindan ayuda.
- No, te lo agradezco. Jazmín siempre huía cuando se trataba de vómitos, le revolvían el estómago
y se descomponía ella también. –Se formó un silencio profundo.
- Háblame de ella.
- ¿Cómo era?
- Era una genial mujer, Bill. Eso lo supe desde el principio. Y además era una modelo, un sueño.
La mayoría de mis amigos la pretendieron antes de que esté conmigo, pero ella me dijo que sólo
tenía ojos para mí.
- ¿Y era así?
- Al principio no, pero pasado el tiempo me enamoré de ella. Y entonces, después de que mi
madre se volviera a casar y se fuera, fue lindo tener a alguien en quien contar.
- No se merecía morir. Había ido al banco a resolver un problema con la cuenta bancaria. –Bien
sabía Thomas cuál era el problema, pero no quiso revelárselo a Bill.
- Grace y Ruperto se ofrecieron a prestarnos algo de dinero para que pudiéramos comprar un
coche nuevo, pero Jazmín no quiso aceptarlo. Hubo una época en la que pensaba que si no
hubiera entrado en ese banco, si una cliente embarazada no se hubiera puesto histérica, entonces
Jazmín no habría intentado ayudarla y no le habrían disparado por ello. Sin embargo, después
comprendí que siendo la clase de mujer que era, eso no hubiera supuesto diferencia. Alguien, en
algún momento atípico, necesitaría su ayuda. –Un nudo se le formó en la garganta.- Y no podía
dejar de ser una heroína.
Hubo un silencio.
- Parece que era una gran mujer. –Comentó Bill. El corazón se le encogió.
- Lo era. Pero...
- Su trabajo era la pasión de su vida. La mantenía ocupada, jamás se despegaba de él. Me hacía
sentir que Lynn y yo éramos su segunda opción. Sé que eso era un error, pero no podía sacarme
esa sensación.
- ¿Qué? –El de rastas lo miró estupefacto. Nadie le había dicho eso jamás.
- Tenía al mejor esposo del mundo y a la hija más bella, ¿pero prefería su trabajo? –Bill lo observó
con gesto cándido.- En serio, era una tonta.
Thomas debió de sentirse ofendido, pero no fue así. En cambio, sintió una liberación en su
interior, como si se hubiera quitado un peso de encima.
Por más que hubiera intentado tapar el sol con un dedo, la realidad había sido esa y no podía
cambiarse.
- Yo jamás cometería ese error. –Comentó Bill, inconscientemente. Thomas supo que decía la
verdad.
- ¿Por qué no te has casado, Bill? –Su expresión se tornó fría y hostil; pensó que no iba a
responderle.
- Comenzamos a salir hace unos seis meses, en la capital. Parecía que congeniábamos, así que me
decidí a sentar cabeza. Estaba a punto de pedírselo cuando llegó con la noticia de que se casó con
Roger.
- No. Ella sólo me usó para acercarse a otras personas, como Roger. Pero estoy seguro que si él no
hubiera aparecido, me habría casado con ella. Tuve suerte de escaparme.
- Lo siento.
- No lo hagas.
- No busco a nadie.
- Me enteré cuando estaba en la universidad. –Le comentó con una voz desprovista de emoción.-
Habíamos usado protección, así que comencé a sospechar que Julie mentía. Y luego resultó ser
que lo hacía para proteger a su amante casado.
- Lo siento mucho, Bill. –Dijo sin saber qué otra cosa podía decir en un momento así.
- Y después vino Natalie. Ella era la clase de persona que no quiere hijos, así que pensé que
seríamos felices juntos. Por suerte, jamás le conté lo de mi esterilidad. Muy poca gente lo sabe,
sólo mi familia; Julie, claro, pero ella desapareció de mi vida hace mucho tiempo.
Se levantó, fue hasta él y lo abrazó por detrás, acariciando su pecho. Su potente corazón latía
como loco a través del tejido de la camisa.
- ¿Tom? –Murmuró.
- Si que me deseas. Y si que puedes. –Sin darle tiempo a reaccionar, se estiró un poco y pasó la
punta de la lengua por la comisura de sus labios, bajando a su cuello.
- Para. –Dijo mientras él acariciaba su pecho, completamente cautivado con los músculos.
- No. –Susurró.
- Para.
- No.
Lentamente deslizó los dedos sobre su abdomen. Le abrió la cremallera del pantalón y deslizó la
mano hacia adentro.
Él gemía suavemente con las caricias que recibía sobre su potente miembro erecto.
Thomas retomó los besos por el pecho, pero bajó por el vientre... y entonces llegó al centro de su
masculinidad.
El de rastas deslizaba su lengua de arriba abajo, probando su sabor, jugando con él hasta hacerle
perder el control.
Desde la cama, Thomas lo contempló un instante con mariposas en el estómago. Era tan viril, tan
hermoso... Los pantalones a medio abrochar, el pecho al descubierto rogando sus caricias...
No aguantó verlo así. Bill fue arrinconado en la pared y en menos de dos segundos estaba
completamente desnudo.
Retomó el control de la situación un poco antes de que Thomas lo haga llegar al éxtasis.
- No, Bill.
- ¿No?
- Quiero sentirte dentro de mí. No quiero que nada se interponga entre nosotros. –Dijo en un
susurro.- Confío en ti, y no soy mujer...
Los ojos de él brillaron con luz propia.
- ¿Seguro?
- Completamente.
Le dio un profundo y sentido beso en los labios, y entonces volvió a tener completo control.
Vibraron hasta enloquecer de pasión en un insólito clímax como jamás habían conocido.
Chapter 9
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capitulo nueve
A la tarde siguiente, Lynn ya se encontraba mucho mejor como para ir a la piscina, así que
aprovecharon el cálido sol.
Bill jugaba con la niña en la parte poco profunda y Thomas los observaba con el corazón
rebosante de amor y alegría a su pequeña.
Mientras tomaban una ligera merienda, el de rastas observó por el rabillo del ojo que Natalie se
acercaba. Enfundada en un diminuto bikini amarillo, la explosiva rubia se contoneaba al andar;
cada paso que daba era una provocación.
"Bill tendría que haber sido de piedra para no haber deseado a esta mujer", pensó Thomas,
sintiendo una extraña sensación en la boca del estómago, mezcla de lujuria y celos.
- Aquí estás, cariño. –Dijo la rubia, contoneándose más a medida que se aproximaba.- Te he
estado buscando, pensé que íbamos a recuperar el tiempo perdido.
Thomas se puso tenso y miró a Bill de reojo. ¿Acaso había ido a ver a su ex amante esa mañana?
Después de desayunar le había dicho que se iba y regresaba antes del mediodía, jamás mencionó
alguna reunión de negocios.
- Y yo no sabía que tú supieras lo que me gusta. –Dijo él, dándose la vuelta con indiferencia para
darle un trozo de fruta a Lynn.- Pero no queremos entretenerte.
Natalie hizo una mueca casi imperceptible y entonces esbozó una sonrisa felina.
- Tengo que ir a buscar a mi esposo. Le prometí que le daría un largo y lento masaje. –Dijo en un
tono sugerente y sensual, y se marchó tal y como había llegado.
A la mañana siguiente, Bill lo despertó con un beso y le hizo el amor sólo como él sabía.
- ¡Vamos, vamos! –Le apremió con entusiasmo un rato más tarde.- Tengo una sorpresa.
Thomas aún estaba medio sumergido en el sopor de todas las transformaciones químicas que su
cuerpo experimentaba.
- ¿Qué?
- ¿En serio? ¿Paseo en globo? ¡Me encantaría! –Thomas se mordió el labio.- ¿Y Lynn?
Una hora más tarde de haber llegado la niñera, se estaban subiendo a la canasta del globo.
Lentamente comenzaron a moverse y a ascender hacia el cielo. Los rayos del sol iluminaba el
desierto que se extendía a sus pies, inmenso, infinito...
Algo en el tono de voz hizo que el de rastas se volteara y se diera cuenta que se refería a él.
- Te refieres a la abrumadora belleza del desierto, ¿no? –Le dijo fingiendo que no entendía. Él
esbozó media sonrisa.
- Oh, ahora entiendo lo tuyo. –El rubio se carcajeó y contagió al de rastas que le observaba con
atención.
Un águila pasó volando a toda velocidad por su lado, rompiendo la magia del momento. Y fue en
ese instante que algo pasó dentro de Thomas. Allí, en medio de la nada, con el mundo a sus pies.
Lo amaba. Con todo su ser.
Su corazón dio un vuelco, se acordó de Jazmín. No podía pasar por el dolor de la pérdida otra vez,
no sería capaz de soportarlo. Y esta vez sería peor, porque amaba a Bill mucho más de lo que
había querido a Jazmín.
Y por eso era mejor vivir sin él que arriesgarse a tener el corazón roto de nuevo.
- ¿Qué pasa? –Le preguntó Bill de repente, preocupado. Tom desvió la mirada y señaló a su
alrededor.
- Es que esto es tan hermoso... –Le comentó intentando desviar la conversación de las emociones
que hervían en su interior.
Sin saber qué ocurría en sus pensamientos, Bill lo abrazó por detrás y juntos contemplaron aquel
paisaje.
Llegaron al rancho a la última hora de la tarde. Al bajar del coche, Thomas observó la casa un
instante. De repente significaba tanto para él...
Pero no podía ceder ante sus propios sentimientos. Lo mejor era marcharse lo antes posible,
alejarse cuando aún estaba a tiempo.
- Quiero que traigas tus cosas a mi habitación. –Le dijo en un tono lleno de ilusión.
- No puedo, Bill, lo siento. Creo que tengo que irme. –Dijo, tragando con dificultad.
Él respiró hondo.
- Dios, no.
"¿Por qué no quedarme hasta el final y disfrutar de esta felicidad mientras dure?", se preguntó
indeciso. Sabía perfectamente que al momento de irse, Bill jamás lo detendría.
- A lo mejor nos da su permiso. –Le dijo con ironía. Lo atrajo hacia si y le dio un beso.- Prepárate.
Tal vez no quieras compartir mi cama, pero no podrás impedirme que comparta la tuya. –Antes de
que el de rastas pudiera pensar algo, él lo soltó y se dio media vuelta.- Y si mi madre se presenta,
mala suerte.
Un rato más tarde estaba en la cocina preparándole algo ligero de comer a Lynn, cuando
descubrió a Bill en el umbral de la puerta. Ni su mirada ni el papel que tenía en las manos daban
buenas vibras.
- No puede ser. –Le arrancó el papel de la mano y lo leyó cuidadosamente. Sentía la sangre huir
de su rostro, de su torso, del cuerpo...- Es de Grace y Ruperto. Van a llevarme a juicio para lograr
la custodia de Lynn.
- Lo he leído.
- ¡Los voy a llamar! –Agarró el teléfono móvil y trató de marcar los números, pero las manos le
temblaban mucho.
- Deja que lo haga yo. –Le sacó el teléfono con suavidad.- Pero primero respira profundo y
tranquilízate. Tienes que quedarte calmado, eso los desconcertará.
- No lo entiendo, Grace. Soy un buen padre, ¿cómo puedes decir que no lo soy si Lynn lo es todo
para mí?
- Es enfermera también, ¿lo sabías? Eso tendrá mucho peso en los tribunales. El investigador
privado que contratamos ha sido más que minucioso.
- Si. Y esta misma mañana la enfermera firmó una declaración en la que asegura que mientras tu
hija estaba enferma en la habitación del hotel, tú estabas retozando con tu... amante. –Dijo con
asco.- Incluso llegaste con todo el traje lleno de comida. ¿Estaba divertida la fiesta?
- Pero no sabíamos que Lynn estaba enferma. –Los nervios y la ira le corroían las venas y los
músculos como ácido.
- Ella me dijo que llamó al móvil para decírtelo y que no contestaste. Y también envió un mensaje
por recepción pero que decidiste ignorarlo.
- No recibí nada de recepción y el teléfono lo tenía en silencio porque no quería interrumpir los
discursos, pero lo revisaba cada cierto tiempo.
- Pues no lo hiciste con suficiente frecuencia. –Dijo con sadismo.- Puede que hayas convencido a
la asistente social, pero nosotros sabemos qué es lo que está pasando en realidad. –Hizo una
pausa.- También tenemos un informe del hotel donde afirman que llamaron al médico no una, sino
dos veces esa noche.
- Podrás haberte salido con la tuya en ese aspecto, pero te vieron al día siguiente en la piscina con
tu amante y la niña estaba llorando porque no quería estar ahí.
- Eso no es cierto. La estábamos pasando bien y se largó a llorar porque estaba cansada.
- Y tengo fotos donde están juntos, tú y tu jefe. –Escupió Grace.- Se fueron a dar un paseo en
globo. ¿Y dónde estaba tu hija?
- No puedes hacerme esto. –Iba a dedicarle con todo el veneno un apodo muy apropiado para su
ex suegra, pero eso sólo empeoraría la situación.
Thomas se achicó como aquella vez que Bill lo descubrió hablando con esta mujer, semanas atrás.
Pensó que se le iba a romper en pedazos en cualquier momento.
- Tengo que ir a la capital. Tengo que hablar con ella cara a cara. –Bill lo sujetó del brazo.
- No te servirá de nada. Esa maldita mujer es de hierro, jamás podrás escapar de sus garras si te
muestras débil.
- No lo hagas.
- ¿Pensar qué? ¿Qué haré sin ella, qué hará bajo la tiranía de ellos? ¿Qué haré sin ella? –Su voz se
quebró. Los ojos del rubio se ablandaron.
- ¿Con calma? Eso es muy fácil de decir para alguien como tú. ¡No tienes un hijo al que pueden
arrebatarte injustamente!
Lynn observaba la escena con miedo, pero no interrumpía. Parecía comprender que era un
momento en el que los adultos debían arreglar sin la opinión de los niños.
- Lo entiendo, Thomas. Sólo hazme un favor. Dame veinticuatro horas antes de que te pongas
manos a la obra.
- ¿Para qué?
- ¿Y qué vas a hacer? La forma en la que el detective presentó las pruebas no deja mucho margen
de acción.
Thomas se lo pensó un momento. Lo que él le pedía era arriesgado. Un día podía hacer la
diferencia. Un día, una hora, un segundo.
Sin embargo...
- No. Tú te quedas con Lynn aquí. Lo último que necesita es otro viaje en avión.
Una hora más tarde, Thomas oyó el motor del coche alejándose por el camino.
¡Gracias por los comments y los KUDOS, me hacen el hombre más feliz de Midgard!
<3
Chapter 10
Chapter Notes
Esta historia es una adaptación de: "Un anillo y un bebé", de Maxime Sullivan.
Editorial: Harlequín.
Capítulo diez
Nomás llegar al hotel, Bill fue directamente al despacho de dirección, donde le esperaba el director
del hotel junto con Rhonda.
Previamente lo había dispuesto todo para que un conocido se presentara también y lo acompañara,
en caso de que todo salga mal y vaya a necesitar un testigo.
- Claro, pero teniendo en cuenta que todos mis mensajes fueron ignorados, temí que pudieran ser
ciertas.
- ¿En serio? –Dijo Bill en tono sarcástico y se volteó al director.- El padre de la niña no niega
haber silenciado el teléfono, pero eso no exonera a los empleados de recepción por no haberle
trasmitido los mensajes. ¿Cuál es el procedimiento para algo así? ¿Quién se responsabiliza de los
mensajes que llegan a recepción?
- Bueno, en este caso no lo hicieron. Thomas estuvo sentado a mi lado, en una mesa que estaba a
la vista, durante el tiempo que estuvimos en la gala.
Él lo fulminó con la mirada. Si de nuevo le decía "señor Kaulitz" por más educado que quiera ser,
sentía que podía patearlo en su orgullo.
- Un padre excepcional podría perder a su hija por este motivo, señor Beecham. A mí me parece
que todavía chapoteo en la superficie.
Beecham hizo una mueca de desagrado, puso el teléfono en la oreja y dio un par de indicaciones.
- Me temo que no será tan fácil. Esta en un vuelo hacia Japón, salió esta mañana.
- Señor Beecham. –Dijo con el mismo tono pretencioso que el director había usado.- Si no
resuelven el asunto dentro de una hora, le pondré una demanda al hotel por involucrarse en
asuntos que no tienen nada que ver con su negocio. –Se volvió hacia Rhonda.- Y a usted se le
debería caer la cara de la vergüenza.
- Lo correcto hubiera sido que hablara con la asistente social encargada del caso antes de hacer
otra cosa. O haber llamado a una asistente social de Alice Springs y dejar que ellos se ocuparan de
todo. El padre de Lynn ha sido cruelmente engañado, no tiene nada que esconder.
- No, pero las tendré. –Miró al director de nuevo.- Le sugiero que les diga a sus empleados que se
den prisa. Y le agradecería si descolgara ese teléfono y llamara al médico, así le avisarán cuando
aterrice.
Thomas estaba preparando la cena de Lynn cuando sonó el teléfono. Con manos temblorosas
descolgó el auricular.
Quedó petrificado cuando del otro lado la voz de una mujer respondió.
- Soy Thomas, el… ama de llaves del señor Kaulitz. –Llevaba todo el día en vilo y la angustia de
la espera lo estaba matando.
- Martha, no. Sólo estoy aquí de forma temporal. El señor Kaulitz no ha dejado de contar con
usted.
- ¿Está seguro?
- Por supuesto.
- Oh, eso es un gran alivio. Iba a regresar la semana que viene, mi hermana no me necesita,
después de todo. Ahora está mucho mejor.
- El señor Kaulitz estará encantado de admitirla de nuevo. –Dijo, intentando ocultar sus
sentimientos.
- Y yo me alegro de poder volver. ¿Puede decirle a Bill que he llamado y que lo veré el próximo
lunes?
- Por supuesto.
La mujer colgó y Thomas tuvo que sentarse un momento, las piernas no lo sostenían.
Esa noche, a eso de las nueve, oyó el motor del todoterreno y corrió a la terraza.
Casi en cámara lenta, el joven agarró los papeles y se puso a leerlos con cuidado. Sin embargo, no
había leído más que unos cuantos párrafos cuando la expresión de la cara se transformó.
No obstante, eso no era todo. El detective también se había rendido después de que Bill lo
amenazara con hacerle perder la licencia, y además había conseguido testimonios favorables de
muchos empleados del hotel que habían visto a la niña en la piscina, riendo y disfrutando en
compañía de su padre.
- Bueno, lo único que me costó un poco más fue conseguir hablar con el médico. Pero finalmente
lo logré y nos apoyará en todo.
- Bill, yo... –Él se puso tenso, así que decidió cambiar de tema.- ¿No crees que el detective se lo
habrá dicho ya?
- Ese tipo estará desaparecido hasta mañana. Créeme, no quiere verse implicado en el fuego
cruzado. –Se sacó el móvil del bolsillo.- ¿Quieres que los llame yo?
Con el corazón en un puño, el de rastas trató de mantenerse firme. "Lo primero es lo primero", se
dijo, mientras marcaba los números. Como siempre, Grace atendió de inmediato.
- Querido, de ahora en adelante todas nuestras comunicaciones serán a través de los abogados.
- Entonces nos darás a nuestra nieta. –Un río de furia corrió por las venas de Thomas con lava en
la ladera de la montaña.
- No, Grace. No me vas a quitar a mi hija. Veras, tengo una declaración firmada de la enfermera
en la que asegura que tu detective privado le mintió acerca de mí. Y también los empleados del
hotel contradicen las estúpidas denuncias. Tu detective no tardó nada en decirme que Ruperto y tú
lo obligaron a manipular las evidencias.
Hubo un silencio.
- ¿Ah, no? Te las puedo enviar por fax ahora mismo si quieres.
- Thomas, mira. –Su tono de voz cambió.- Ya sabes que no habríamos llegado hasta el final con
esto. Sólo queríamos que regresaras a casa con Lynn.
- Grace, si tú o Ruperto vuelven a intentar contactarse conmigo o con Lynn alguna vez, pediré una
orden de alejamiento y mostraré todas estas pruebas que demuestran que ustedes son los incapaces
de responsabilizarse de Lynn. Que tengan una buena noche. –Dijo y con manos temblorosas
colgó.
- A lo mejor un día me siento lo bastante generoso como para dejar que vean a Lynn, con
vigilancia, por supuesto. Pero no hasta que cambien un poco, y presiento que eso no será en poco
tiempo.
- Ya estás siendo generoso con sólo considerar la posibilidad. –Él ladeó la cabeza.
- No, no lo sería.
El silencio se hizo presente, la tensión los rodeaba. Se podía palpar la incomodidad que los
embargó.
- Bueno, ahora que todo esto esta resuelto, Lynn y tú estarán bien. –Dijo en un tono distante.- Ya
no tienes por qué seguir aquí.
- No te tortures, Thomas. Nuestra relación iba a terminarse de todas formas, sólo está ocurriendo
un poco antes de lo esperado... No tienes porqué preocuparte por nada. –Le comentó en un tono
imparcial.- Tengo un amigo que trabaja en una inmobiliaria y te ha encontrado una casita muy
acogedora cerca de Vanessa y Gustav. He alquilado la propiedad por cinco años y todo está
pagado ya. Así podrás salir adelante más fácilmente. Mañana te llevaré de vuelta al hotel de
Vanessa y Gustav. Se van al final de la semana, así que puedes irte con ellos. No te preocupes, lo
entenderán.
De repente, todo el dolor que Thomas podía sentir se transformó en un nudo de rabia que subía
por su garganta.
- Si que la necesitas.
- Puedes quedarte con tu casa alquilada y tu dinero, Bill. Lynn y yo nos las arreglaremos.
- No, pero aunque así fuera, no es asunto tuyo. Ya has hecho la buena obra de este año, nos has
salvado de las garras de mis malvados suegros. Ahora puedes volver a tu vida y olvidarte de
nosotros.
- No seas tonto, Tom. –Dijo, agarrándolo del brazo. Él se soltó con brusquedad.
- ¿Y sabes qué es lo más gracioso de todo? Martha llamó hoy para decirte que volvía la semana
que viene. No tenias necesidad de pedirme que me fuera, pues yo me hubiera ido de todos modos.
–Dijo y se fue a su habitación.
Nada más entrar en el dormitorio, fue a sentarse en la cama. Las piernas apenas le soportaban.
Miles de agujas se le clavaban en el corazón y las lágrimas amenazaban con amontonarse en sus
ojos y rodar por sus mejillas. Pero no quería llorar.
"¿Qué me pasa? ¿Por qué hago una montaña de algo que era inevitable?", se preguntó.
El rubio jamás le había prometido amor eterno ni nada que se le parezca. Sin embargo, algo había
cambiado. Él había cambiado.
De repente se puso de pie y fue a buscarle.
Bill estaba en el estudio, de pie delante del escritorio, revisando unos papeles de espalda a la
puerta.
- Bill, quiero quedarme. –Le dijo sin más, dando un paso adelante.
- Imposible.
- Pero...
- Te necesito a ti.
- ¿Es porque no puedes tener hijos y piensas que no mereces el amor de nadie? –Él palideció y
asintió débilmente.
- Si, Tom.
- Te veo con Lynn, veo cuánto la quieres, veo que eres un padre maravilloso; y recuerdo que una
vez me dijiste que querías tener una familia numerosa algún día.
Hubo un silencio.
- Si, dije que quería una gran familia, no que debería tener una a toda costa.
- No tiene sentido hablar de ello. –Le contestó con la mirada llena de intransigencia.- Nada va a
cambiar, Tom. No puedo tener hijos, y tú los necesitas para ser totalmente feliz.
- ¡No! –Thomas corrió a él y cubrió su rostro con las dos manos.- Te amo, Bill, con todo mi
corazón. No me importa tener hijos o no si no puedo tenerte. Tú eres suficiente para mí y lo que
he deseado siempre. Y no te dejaré escapar.
Bill se estremeció.
- Escúchame. No me importa tener otro bebé o no tenerlo. –Dijo lentamente, haciendo hincapié en
cada palabra.
- Lo sé.
Thomas lo vio todo claro en ese momento y el nudo que lo atenazaba se deshizo.
Sus miradas se encontraron un instante y por primera vez, Thomas lo vio flaquear un momento.
- No. –Susurró.
- ¿Estás seguro? –Él se puso erguido. Los rasgos de su rostro se habían vuelto como el acero.
- Como he dicho, se trata de ti, no de mí. Prefiero odiarme a mí mismo ahora, que permitir que
odies durante los próximos años... Se ha acabado, Tom.
El joven lo miró a los ojos y se dio cuenta de que no había más que hacer.
- Hazme el amor, Bill. Hazme el amor una última vez antes de que me vaya. Me lo debes.
Su corazón le pertenecía, para siempre. No sabía cómo era posible que el de rastas hubiera llegado
a entender algo de lo que él no era consciente, pero en cualquier caso estaba acertado.
Si que lo amaba. Y ésa era la razón por la que conocía la diferencia entre lo que sintió con Natalie,
si es que alguna vez lo hizo; y lo que siente por Thomas en este momento.
Él era el amor de su vida. No había ninguna duda. Y sin embargo, tenía que dejarlo ir, no tenía
otra opción.
Ya en la habitación lo atrajo hacia si y respiró su aroma embriagador. Estaban hechos el uno para
el otro, como dos piezas de rompecabezas.
Puso sus labios contra los de él y se detuvo sólo un instante para sentir como el universo se detenía
también, para sentir su aliento chocar contra su boca, y verlo estremecer.
Lo abrazó con deseo, lo besó con pasión desbordante y sintió que podía deshacerse allí mismo,
derretirse como un hielo.
Se fueron desvistiendo como si le sacaran los pétalos a una rosa. Se recostaron en la cama,
acariciándose y besando cada centímetro de piel.
Allí era donde debían estar, en sus brazos, cerca de sus corazones.
Se miraron a los ojos y Bill lo colmó de besos hasta que tuvo que recuperar el aliento. Se dio
cuenta de que jamás lo amaría más que en ese momento, jamás lo amaría menos.
- Oh, Bill... –Decía en un susurro, aferrándose a él como si lo fuera todo.
El rubio besó su mandíbula, su cuello, los músculos del pecho. Comenzó a explorar su abdomen
aterciopelado, el contorno de sus caderas, el centro de su masculinidad...
El de rastas abrió las piernas en un gesto de invitación y él se arrodilló a sus pies, tomándose su
tiempo para acariciar y deleitarse con sus fuertes pantorrillas y sus muslos firmes.
Temblando por dentro, Thomas sintió sus besos acercarse, cada vez más próximos, y finalmente
gimió de placer al sentir su boca sobre su miembro.
Bill gimió de placer, él siempre reconocería su sabor porque eso era el amor en realidad. No sólo
se trataba de sexo, sino de conocer a otra persona tan bien como se conoce a uno mismo, en
cuerpo y alma.
Thomas pronunció su nombre y le agarró la cabeza con ambas manos, enredando los dedos en su
pelo. Con cada caricia de su lengua sentía una tensión que crecía más y más, de forma
incontrolable. Bill lo dejó ir, lo dejó precipitarse al amor que sentía por él.
Unos segundos después, el de rastas abrió los ojos y parpadeó rápidamente, como si acabara de
regresar de un largo sueño.
Lo miraba con tanto amor... tanto amor como Bill sentía por él. Y sin embargo no podía decírselo.
Como si pudiera leerle la mente, los ojos de Thomas emitieron un destello y él supo que por fin
había comprendido la verdad; que eso era todo lo que podía haber entre ellos.
- Te quiero, siempre lo haré. –Murmuró el de rastas, abrazando a Bill y dándose vuelta, dejándolo
a él abajo.
Thomas lo besó con pasión, tomando las riendas de la situación. Sintió las piernas de él aferrarse a
su cadera, y sus miembros se friccionaron, provocando chispas entre ellos.
El de rastas se tomó su tiempo en prepararlo, en devolverle todas las caricias y los besos. Gruñó
cuando se vio rodeado de la calidez de su interior, jadeó cuando Bill gimió su nombre mientras se
arqueaba contra su pecho.
El rubio quería sentirlo todo. Todo su cuerpo, su piel, todas las emociones y sensaciones del
mundo. Sabía que Thomas podía entregarle eso y mucho más, y lo estaba haciendo.
La tensión subía sin cesar y unos minutos después alcanzaron juntos el cielo. Thomas se dejó caer
sobre el cuerpo sudoroso y tembloroso de su amante; Bill lo abrazó con fuerza y lo besó en ese
espacio entre la mandíbula y la oreja.
Suspiró profundamente y supo que acababa de decirle adiós al hombre que más amaba.
***
A la mañana siguiente los recuerdos de la noche anterior volvieron a la mente de Thomas. Habían
hecho el amor no una, sino varías veces durante la noche. Se habían amado con tanta
desesperación que no quedaba ninguna duda: él lo amaba, aunque no quisiera reconocerlo.
Levantó la cabeza y lo buscó con la mirada. No quería despertarlo porque si lo hacía tendría que
recogerlo todo y marcharse. Y no sabía si podría soportar la despedida más amarga de toda su
vida.
Cruzaron miradas y se dieron cuenta que esa era la última vez que estarían juntos.
Thomas cerró los ojos, reprimiendo las lágrimas. Sintió la mirada de Bill en él mientras se vestía a
medias y salía de la habitación, yendo a ver a su niña.
- Era uno de mis hombres, me necesitan en los prados. –Anunció Bill, entrando por la puerta de su
cuarto. Le tomó por el rostro y le dio un beso rápido.- Volveré luego para llevarte al hotel de
Gustav y Vanessa. –Dijo bruscamente, volviendo a levantar los muros de defensa.- ¿Estarás listo?
Fue hacia la puerta y una vez allí, Bill miró atrás un momento y sus ojos se encontraron por última
vez.
***
Bill pasó la mayor parte de la mañana ayudando a sus hombres y poco antes de las once regresó a
la casa. El equipaje estaba en el vestíbulo, pero Thomas no estaba por ninguna parte. Tampoco se
oían las risas de Lynn.
Siguió avanzando por el pasillo, siendo azotado por un horrible presentimiento. Escuchaba los
ladridos de Susy de fondo.
Comenzó a correr por la casa y justo antes de salir por la puerta de atrás, lo vio. Estaba cerca del
cobertizo, Susy estaba en sus brazos pero se retorcía de un lado al otro, intentando soltarse.
Había una gran serpiente al otro lado del patio, grande, marrón y muy peligrosa. Mientras la
observaba, la serpiente levantó la cabeza y enseñó los colmillos una y otra vez, como si percibiera
su presencia.
Si la serpiente llegara a morderlo, tendría muy pocas posibilidades de sobrevivir y la sola idea de
perderlo le helaba la sangre. Buscó con la mirada algo con lo que golpearla, tenía que hacer algo y
hacerlo rápido. "El rifle", se acordó.
En silencio y a toda prisa, fue a sacar el arma del armario. Le quitó el seguro y se preparó para
disparar.
Susy había dejado de ladrar y Thomas pudo escuchar el clic del arma, mirándolo de inmediato.
Pero él no tenía tiempo de pensar. Buscó su objetivo, apuntó y disparó. Sin embargo, sólo
consiguió herir a la serpiente, que ya volvía a levantar la cabeza y acechar a Thomas.
Fue hacia el joven corriendo, estaba muy pálido. Thomas dejó caer a la perra y miró con
verdadero terror en el semblante.
- Menos mal que has llegado y gracias a Dios que Lynn no estaba conmigo.
Él se apartó un instante y lo miró. Sentía tanto amor y miedo de perderlo que las palabras y las
emociones se le agolparon en la boca.
Lo único que pudo hacer fue besarlo con violencia, mordiendo sus labios, tirando de su pelo,
clavándole las uñas en la espalda. Quería castigarlo por haberle hecho pasar ese horrible momento,
aunque sabía que no había sido su culpa porque las serpientes se aparecían de vez en cuando en su
campo.
- Te quiero tanto, tanto, tanto... –Susurró sobre sus labios, apoyando su frente en la de él.-
Thomas, no te vayas, por favor.
- Lo siento, me fue inevitable. Pensabas que yo era un cazafortunas. –Se acercó de nuevo y le
puso las manos en la cadera.- ¿Quieres que me quede?
- No te dejaré escapar. Ni a ti ni a Lynn. –Lo besó como si de ello dependiera su vida, que así era,
y sintió como depositaba su corazón en sus manos.
Chispas saltaban alrededor de Thomas. Allí era donde pertenecía, en los brazos de Bill, contra su
pecho y junto a su boca.
- Entonces lo intentaremos. –Se detuvo un instante y ladeó la cabeza, como si escuchara algo.
- ¿Qué haces?
GRACIAS a todos los que siguieron esta historia, las que comentaron, los lectores
fantasmas, los que pusieron Kudos y a mi mami por hacerme tan bello :3333 (?
Si les gustó la historia compártanla, sino también, para castigar a sus enemigos lml
Now if you'll excuse me, I have to destroy Jotunheim.
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