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Prólogo.

La imagen de aquella post adolescente brincando desnuda sobre su


novio, con su delgadez casi extrema y esos enormes pechos operados,
aún seguía clavada en su mente mientras salía a toda prisa de su trabajo
rumbo al aeropuerto.
Ya estaba hecho.
Era hora de cambiar.
Había pedido una excedencia ante el horror de su jefe, había tirado a la
basura todas las cosas de su ex-prometido, a excepción del carísimo
anillo que aún conservaba en el cajón de su mesilla, y pensaba coger el
primer vuelo que saliera de allí.
¿Rumbo? Lo sabría en cuanto viera los paneles del aeropuerto.
1.
Ashley.
Hizo el sprint final con las pocas fuerzas que le quedaban, dejándose caer
después sobre la arena aún húmeda. Miró su pulsómetro y sonrió al ver
que había conseguido el objetivo del día: 15 kilómetros.
Respiró profundamente el aire puro de Civitavecchia, maravillada con la
tranquilidad que aquel sitio le proporcionaba.
Llevaba allí casi seis meses y había disfrutado de cada instante.
La armonía del momento se rompió cuando su teléfono móvil vibró bajo
los cortos pantalones de deporte.
¿Sí?
Cara (querida), tienes que hacerme un favor.
Sus labios se curvaron en una leve sonrisa al escuchar a Francesco, un
antiguo amigo romano, hablar con su habitual ansiedad.
¿Otro?- bromeó.
Necesito tus dotes de relaciones públicas otra vez esta noche.
No me hagas esto.- protestó, levantándose del suelo con un gemido.
La risa de Francesco sonó con claridad al otro lado de la línea.
No te lo pediría si tuviera otra opción, pero me acaban de confirmar que
van a venir unas personas muy importantes y no tengo a nadie para
recibirlos.
Siguió parloteando un rato más sobre lo importante que era aquel
negocio, que era gente a la que debían tratar bien, que no había nadie
mejor que ella…
Además, uno de ellos es uno de tus chicos- apostilló.
¿Cómo que uno de mis chicos?
Caminó despacio hacia el paseo marítimo, de vuelta a su nueva casa.
Te hablo de que va a venir parte de la selección italiana de rugby, donde
está…
Giovanni D’angelo- terminó por él.
¡Exacto!
No pudo evitar una sonrisa.
El gran Giovanni D’angelo… Era uno de esos pocos afortunados que
habían provocado en ella escalofríos al verlo jugar. Uno de sus elegidos.
Él, por supuesto, no sabía nada de ella, y esto no tenía por qué cambiar.
Tenía curiosidad por cómo le habría sentado la repentina fama, por lo
que aceptó al instante y escuchó atentamente las instrucciones de
Francesco mientras volvía tranquilamente hasta su precioso
apartamento de un dormitorio en el centro de la ciudad.
Aquello era tan distinto a su hogar y a la vez tan acogedor que no podía
evitar sentirse cómoda. La amabilidad italiana, sus comidas, su clima,
aquella historia que rodeaba cada elemento, cada casa, cada
monumento… Era precioso.
Eso, claro está, no hacía que olvidara su tierra. Echaba de menos Sídney,
su propia casa frente al océano, la fuerza de las olas rompiendo. El mar
allí era más bien calmo, como una balsa.
Con metódica rutina, puso la cafetera exprés en funcionamiento mientras
se daba una rápida ducha con la que borrar el cansancio y el sudor de la
larga carrera.
Se miró al espejo al salir, completamente desnuda, y no pudo evitar una
leve sonrisa de satisfacción. Si sus jefes la vieran, no la reconocerían.
Gracias a su nueva pasión por correr, había perdido los casi diez kilos
que hacía años pensaba que le sobraban y sus piernas volvían a ser
firmes y definidas, como cuando estaba en el equipo de animadoras del
instituto.
Se revolvió el cabello con una risita. Había dejado atrás su larguísimo
cabello rubio dorado y ahora lucía un bonito corte por encima de los
hombros y de un color rojo intenso. Se daba baños de color
semanalmente para mantenerlo así, sabiendo perfectamente que en
cuanto volviera al trabajo debía deshacerse de él. No era un tono ni
profesional ni discreto, dos características indispensables en su
profesión.
Como casi cada día durante la última semana, su jefe la llamó mientras
saboreaba entretenidamente una tostada con aceite de oliva frente al
ordenador.
Tienes que volver ya- fue lo primero que dijo.
Curvó los labios en una leve sonrisa.
¿Tanto me echas de menos, Jeff?
No estoy para bromas, Ashley, está a punto de empezar la pretemporada
y…
No te preocupes tanto- le cortó-, volveré en una o dos semanas.
Sonrió al escuchar su característico gruñido de inconformidad.
Le conocía desde hacía tanto tiempo que distinguía perfectamente cada
cambio en su humor de por sí inquieto.
¡Dos semanas!- protestó Jeff Hunter al otro lado de la línea- Eso es
tardísimo, no podemos permitirnos…
Volveré en cinco días, el miércoles.
Se apartó el teléfono de la oreja, sabiendo que su grito de júbilo podría
dejarla sorda, mientras repasaba las noticias del día desde la pantalla del
ordenador.
Ya sabes que odio que tengas que acortar tu excedencia, lo que te ha
pasado… bueno, es horrible, claro- siguió hablando-, pero ya sabes que a
tu padre nunca le gustó demasiado ese chico…
Claro que no.
Su padre, el conocido jugador de rugby Jordan West, nunca había
aprobado su relación con ese capullo insolente de Lloyd. Él siempre
había querido que saliera con alguien como él, alguien fuerte, con
carácter, un jugador de élite, no ese contable flacucho con voz débil y
gafas de pasta.
“Te mereces algo mejor” le repetía prácticamente en cada visita, a veces
incluso frente al susodicho.
Y ahora estaba claro, sí que se merecía algo mejor que aquella basura
infiel.
Ya, era un capullo.- frenó su monólogo tras demasiado tiempo
escuchando su curiosa interpretación de una disculpa.
Por eso debes centrarte en tu trabajo.
Asintió con un cabeceo divertido.
No te preocupes, no puedo alejarme de él aunque lo intente- contestó,
consciente de que en pocas horas estaría viendo a D’angelo.
Por suerte, la noticia de que en unos pocos días estaría de vuelta, pareció
contentarle y pudo dejarle seguir con su rutina, que incluía dar un largo
paseo por Civitavecchia, comer en uno de los miles de restaurantes
italianos de la zona y seguir leyendo aquellos libros que había dejado
atrasados durante los últimos años.
Era increíble, pero realmente se sentía impaciente porque llegara aquella
noche.
2.
Ashley.
Era la hora.
Terminó de calzarse los altísimos tacones rojos al mismo tiempo en que
Francesco la llamaba de nuevo.
¿Has salido ya?- fue su saludo.
Estoy en la puerta.
Recogió las llaves, el monedero y lo metió todo en un bonito bolso de
mano.
Más te vale, eh, cara, no quiero que llegues tarde.
Te juro que llegaré a tiempo.
No conduzcas como una loca, que nos conocemos.- replicó su amigo con
una risita.
Rio mientras bajaba hasta el garaje subterráneo y se metía en su discreto
Fiat 500 color blanco, muy distinto al portentoso Mustang negro que le
esperaba en su chalet de Sídney.
Esta cosita enana no puede correr.
Es el coche perfecto para moverte por Roma- repitió él por millonésima
vez-, me canso de decírtelo.
Entonces cuelga y déjame conducir.
Lanzó un gruñido al arrancar el motor. Era un trasto demasiado
silencioso para su gusto.
Recuerda, tienes que ir a por ellos a las suites del Hotel César y cuando
bajes con ellos al parking tú y dos conductores más os montaréis en los
Jeeps que tengo preparados, y…
Me lo has dicho cuatro veces, Francesco, me he enterado- protestó
mientras ponía el manos libres y salía a la carretera.
Quiero que tú lleves a los capitanes, ya sabes…
Ya, ya, a D’angelo y su grupito de tops- se burló, apretando al máximo el
acelerador.
Bufó, enfadada por el ridículo motor de aquella bolita diminuta.
¿Estás yendo ya?
Que sí, en veinte minutos estoy en la puerta.

Efectivamente, veinte minutos después aparcaba en el parking privado


del hotel más lujoso de la capital y subía en el ascensor directamente
hasta la última planta.
¿Cómo era posible que estuviera nerviosa?
Por Dios, había crecido en aquel ambiente, era ridículo.
Sin embargo, sus nervios prácticamente desaparecieron cuando dos
guardaespaldas vestidos de traje la hicieron parar frente a una inmensa
puerta dorada durante unos segundos antes de comprobar de quién se
trataba.
El bullicio que se oía tras el umbral se intensificó considerablemente
cuando finalmente la dejaron pasar.
Era difícil distinguir algo entre aquella amalgama de cuerpos grandes,
muy grandes, vestidos con camisas de colores. Sin embargo, estaba
acostumbrada a fijar su mirada justo en el punto exacto.
Y allí estaba, Giovanni D’angelo, esbelto como una torre, algo más alto de
lo acostumbrado en aquel deporte, con un cuerpo musculoso, imponente.
Y, por supuesto, lo que le había hecho ganar tantísimo dinero con la
publicidad: aquellos enormes ojos color azul oscuro rodeados de piel
bronceada.
A pesar de que no era la primera vez que le veía, sí era la ocasión en la
que más cerca había podido estar de él. Y se encontraba francamente
impresionada con su innegable atractivo.
¿Y tú quién eres, belleza?
Giró levemente el rostro hacia uno de los muchachos, al que le tendió la
mano con una sonrisa divertida.
Soy Cassie- contestó en un perfecto italiano, presentándose con su
segundo nombre como algo natural-, y me ha tocado encargarme de
vosotros hoy.
Las risas fueron generalizadas.
Permíteme que te presente, soy…
Andreas Lemos- terminó por él antes de girarse hacia su compañero de
la izquierda-, Piero Da Lucca…
Uno por uno, fue diciendo sus nombres, sin dudas, sin titubeos, hasta que
llegó a la estrella del equipo, momento en el que se tomó unos segundos
para sonreír con socarronería.
Giovanni D’angelo- terminó.
El aludido curvó los labios en una sonrisa increíblemente sensual.
Te lo has aprendido bien.
Es mi trabajo, pensó
Alzó la mano izquierda para que viera el tatuaje de su muñeca, un skyline
de Sídney que se había hecho en su último año de instituto.
Los australianos nos tomamos muy en serio el rugby.
Los llamativos ojos color marino se fijaron en ella con demasiada
intensidad, y apretó fuertemente los labios para recordarse que no debía
echarse a temblar como una cría estúpida.
Por lo menos serás de los Thunders.
Los Thunders de Sídney era el equipo más laureado de Australia, donde
su padre había encumbrado su carrera y, por supuesto, la empresa que le
daba de comer.
Como respuesta, le señaló con un dedo que se acercara mientras el resto
de sus compañeros estallaba en carcajadas.
Sintió perfectamente su calidez al recorrer el corto espacio entre ellos. Se
dio la vuelta con una leve carcajada y le señaló la espalda.
Asómate.- le dijo con diversión.
No pudo evitar un suave tembleque cuando una de sus manos cogió el
tirante derecho de su fluida camiseta negra para tirar hacia fuera, apenas
unos centímetros.
Supo exactamente en qué momento había visto su segundo tatuaje en
cuanto se echó a reír con ganas.
Observó por el rabillo del ojo cómo los dos conductores que Francesco le
había prometido iban llevando a algunos de los jugadores hacia los
ascensores a pesar de lo entretenidos que todos parecían con la escena.
¿Tienes más tatuajes?
Otro más- contestó, separándose algunos pasos-, pero no tengo tanta
confianza contigo.
Volvió a situarse junto al primer capitán, Andreas.
Bueno, chicos, seguidme, tengo un coche esperando abajo.
Aún riendo, él le tendió el brazo con cómica galantería y lo tomó,
divertida, consciente de la mirada de D’angelo en su nuca.
3.
Ashley.
Llevó a los cuatro capitanes de la selección en el inmenso Jeep negro que
habían preparado para ella: Andreas Lemos, el más veterano de todos;
Julio Hulley y Gianluigi Russo, dos primeras líneas con una envergadura
bastante apabullante; y D’angelo, el preferido del país.
Una vez en la inmensa discoteca Famma, el tesoro más preciado y
rentable de Francesco, los dejó en la sala VIP de la planta superior, con
terraza y bar privado, y se escabulló para buscar a su amigo.
Lo encontró en su despacho, justo tras en inmenso escenario, donde
montaban espectáculos de todo tipo.
Ah, cara, ¿qué tal ha ido?
Sin problema.- contestó, dando la vuelta al abarrotado escritorio para
depositar un casto beso en su mejilla.
Estás espectacular, seguro que te comen con los ojos.
Abrió la boca para contestar, pero la cerró algunos segundos después
cuando sintió que su mente andaba perdida en el desconcertante deseo
que sentía por D’angelo.
Era… extraño
Trabajaba entre deportistas, algunos de ellos increíblemente guapos,
pero ninguno había provocado en ella esa sensación de no poder
contenerse.
Lo has hecho aposta- exclamó con un gemido disconforme tras varios
minutos en silencio.
La cara de póker de Francesco confirmó la idea que acababa de iluminar
su cabeza como el foco de un faro costero.
No sé de qué me hablas.
¡Intentas juntarme con Giovanni!
Yo no…- balbuceó su amigo, removiendo algunos papeles, como si quiera
tener las manos ocupadas en algo.
Se llevó las manos a la cabeza.
¡Francesco!
¡Lo he hecho por ti!- terminó exclamando su amigo- Piénsalo, es
perfecto…
Oh Dios mío, no necesitabas mi ayuda, ¡querías buscarme un novio!
Francesco negó con un cabeceo, echándose a reír mientras revolvía su
cabello oscuro con una mano.
No, no un novio cualquiera, ¡Giovanni D’angelo!
Se dejó caer sobre la silla frente a él.
No estás siendo objetiva, Ash, ¿has visto lo guapísimo que es?
¿Que si lo había visto?
Cállate- gruñó.
A tu padre le encantaría…
Claro que le encantaría.
Su padre trabajaba como parte del equipo de entrenadores desde que se
había retirado hacía ya diez años. Y, desde que había llegado D’angelo a
los Thunders, parecía totalmente entusiasmado con su talento y
prácticamente lo había acogido como su pupilo.
Desde luego que le vería como un candidato mucho más aceptable que su
ex-prometido.
Eso no hace que tu plan sea bueno.- protestó.
Venga, vuelve con los chicos, pásalo bien, habla de ese deporte horrible
lleno de golpes y sudor, y, si es posible, folla.
¡No quiero follar, déjame!
Apretó las manos para no golpear su nuca.
Necesitas un buen italiano que te recuerde lo que es el buen sexo.
¿Y tiene que ser Giovanni D’angelo?- protestó, cruzando los brazos bajo
el pecho.
Francesco rio de nuevo, levantándose para rodear sus hombros con un
paternal gesto.
También lo intenté con ese actor de telenovelas, Dante nosequé, pero le
diste calabazas.
Intentó no sonreír, pero no pudo evitarlo al recordar a aquel napolitano
tan sumamente pesado que había estado persiguiéndola toda la noche.
Recuérdame por qué sigo siendo tu amiga.- se burló.
Porque soy adorable.
Sí que lo era.
Se habían conocido hacía ya varios años, en su primer año de
universidad, cuando había decidido pasar el curso en una facultad
romana, únicamente para fastidiar a su protector padre. Francesco se
encargó de acogerla entre los suyos como si se tratara de una de sus
hermanas, y entonces se juró ayudarle en todo lo que necesitara.
Venga, que te acompaño con tus chicos.
No son “mis chicos”- gruñó por lo bajo, siendo arrastrada hacia la
puerta-, en serio, Francesco, ya he cumplido, los he traído, ¿no puedo
irme a mi casa?
Atravesaron el largo pasillo hasta las escaleras mientras ella murmuraba.
No, no, no, hazme caso, cara, dale una oportunidad.
Pero…
Sólo un polvete- le cortó su amigo-, venga, te vendrá bien.
Golpeó discretamente su costado con el codo, provocando una risa
ahogada en él.
No me puedo creer que me estés pidiendo que me acueste con uno de
tus clientes, de verdad.
Dicho así parece que quiero prostituirte- rezongó Francesco-, lo digo por
ti, para que te relajes y vuelvas a Sídney feliz y completa.
Justo antes de entrar en la espectacular sala VIP, se volvió hacia él.
¿Te das cuenta de que D’angelo vive a dos calles de mí?
Su amigo esbozó una enorme sonrisa.
Mejor, así puedes repetir si te gusta.
Abrió la boca para seguir replicando, pero la cerró en cuando vio que
algunos de los jugadores los observaban y que Francesco iba hacia ellos
para presentarse con esa amabilidad suya tan innata y envidiable.
Cabrón…- musitó antes de irse hacia la barra.

Giovanni.
Observó, voraz, cómo esa mujer, Cassie, se apoyaba sobre la barra para
hablar con un camarero.
Eres un canalla, Gio.
Volteó la cabeza hacia Da Lucca sin apartar los ojos de aquella preciosa
figura.
¿Eso a qué viene?
Deja de comértela con los ojos- se carcajeó su amigo-, seguro que está
cansada de quitarse a famosillos babosos de encima.
Pasó la lengua por su labio inferior, recreándose en cómo deseaba
deshacerse de aquella estrecha falda oscura.
Tiene que ser mía.
Oh, venga ya, no seas flipado.
Joder, mírala- replicó, observando cómo bebía de su copa con una media
sonrisa-, es preciosa, y entiende de rugby, ¿cuántas mujeres así conoces?
Piero Da Lucca se echó a reír, golpeando su hombro con la palma de la
mano.
Si de verdad entiende de rugby, se irá con el mejor jugador, es decir,
conmigo.
Curvó los labios en una sonrisa mientras su amigo se alejaba.
4.
Ashley.
Dio un sorbo a su gin-tonic, consciente de que la mirada azul tormenta de
D’angelo llevaba clavada en ella desde que había entrado en la sala.
¿Y si Francesco tenía razón?
Por una noche no iba a pasar nada, al fin y al cabo sólo iba a ser sexo, sin
sentimientos de por medio.
Era atractivo, y no iba a esforzarse por convencerse a sí misma de que no
le deseaba. Era inútil.
Pero no, ¿qué estaba diciendo? Dios, trabajaban prácticamente juntos,
aunque él no lo supiera. Era… era una locura, ¿no?
Aún no me has dicho qué más tienes tatuado.
Cerró los ojos un instante ante la quemazón que recorrió las puntas de
sus dedos al escuchar su voz, baja y profunda.
Sigo sin tener confianza contigo- contestó con socarronería antes de
volverse hacia él.
¿Por qué tenía que tener aquellos ojos tan bonitos?
Giovanni esbozó una sensual sonrisa, apoyándose contra la barra a su
lado.
A pesar de sus tacones de doce centímetros, él seguía superando su
altura al menos por un palmo.
¿No me vas a dar ninguna pista?
Se acercó un paso más, de repente envalentonada.
No- susurró, cerca de su oído.
Sus ojos brillaron un poco más y tuvo que apretar todos los músculos de
su cuerpo para no dejarse llevar por sus instintos más básicos.
¿Puedo suponer entonces que está en un sitio… impúdico?
Puedes suponerlo, sí- se rio, bebiendo de nuevo de su copa.
D’angelo sonrió una vez más, felino.
Eso aumenta mi curiosidad.
Se subió de un salto a un taburete, inclinándose hacia él.
Bueno, si sigues mirándome así el escote, acabarás viéndolo.
Incluso a pesar de su advertencia, el italiano no pareció azorado o
contrariado, más bien al contrario.
Si hubiera tenido conversación semejante con Lloyd, su vergüenza
hubiera acabado haciéndole bajar la cabeza. Su moral era nula, e hizo que
ella dejara de ser aquella chica extrovertida y confiada para hundirse en
un pozo de inseguridades.
Sin embargo, Giovanni se acercó un poco más a ella, causando estragos
en su ritmo cardíaco.
Perdóname, no sé dónde están mis modales- murmuró con esa
seguridad en sí mismo tan arrolladora-, no he sabido contenerme al ver a
una mujer tan impresionante.
Apretó los labios para no suspirar.
Pero qué le estaba haciendo.
Se echó a reír.
No me hagas la pelota, eso no funciona conmigo.
D’angelo alcanzó otro taburete y lo acercó hasta casi pegarlo al suyo,
apoyándose después en él para seguir hablando.
¿Y qué funciona contigo?
Definitivamente, si seguía hablándola con aquel tono de voz tan
masculinamente torturador, acabaría cambiando de opinión y dándole la
razón a Francesco.
El alcohol- contestó con diversión, alzando la copa antes de dar un largo
trago.
Eso es fácil de solucionar.
Fijó la mirada en él mientras pedía otro gin-tonic para ambos.
Siempre había creído exagerado el atractivo que se le atribuía, pero
ahora, cara a cara, no era capaz de encontrar algo en su físico que no
pareciera hecho específicamente para deleitar al mundo.
Era extraño. Hasta aquel momento le había visto como un activo más
para los Thunders, como parte de su trabajo, pero ahora…
¿En qué estás pensando?
En que hasta ahora creía que las fotos de tus anuncios estaban
retocadas- respondió sin titubear.
Eres una de esas personas brutalmente sinceras, ¿no?
Eso era algo que su padre se había pasado la vida repitiéndole, que su
sinceridad y su falta de vergüenza eran demasiado para algunas
personas. Hasta que empezó a salir con ese capullo de Lloyd, claro.
¿Te molesta?
Me gusta- replicó él con rapidez-, me gusta mucho.
Giovanni.
Preciosa, franca y agradable.
Estaba gratamente sorprendido.
Cuando sus compañeros le contaron que habían organizado una salida
nocturna, se esperaba verse rodeado de gogos descerebradas que sólo
querían un instante de fama junto a él.
Y ahí estaba, sentado junto a una mujer espectacular y que parecía más
madura e inteligente de lo que estaba acostumbrado.
¿Dónde aprendiste a hablar tan bien italiano?
Mi padre me obligó a aprender idiomas- contestó ella-, sé inglés, italiano,
español, francés y algo de alemán- dio otro trago-, además, hice un año
de universidad aquí.
Asintió, intentando no mostrarse impresionado.
Por el tatuaje de tu espalda, supongo que te gustará mucho el rugby-
cambió de tema intencionadamente, sin poder quitarse de la cabeza lo
bien que lucía aquel león semi-geométrico sobre su columna.
Bueno…, podría decirse que el rugby forma parte de mi vida.
Alcanzó la copa que junto a su brazo dejó el camarero, dando un leve
sorbo antes de volver la atención hacia ella.
Los rasgos de su rostro eran delicados, casi infantiles, los labios gruesos,
la nariz respingona y unos bonitos ojos de un turquesa brillante, extraño
y magnético.
Hay algo en ti…- empezó a decir- que me resulta familiar.
Cassie se encogió de hombros con una leve sonrisa.
Soy de Sídney, puede que alguna vez nos hayamos cruzado.
Negó con un cabeceo, convencido de que era imposible.
Recordaría haber visto antes a alguien como tú.
Vuelves a hacerme la pelota, D’angelo- bromeó ella.
Llámame Giovanni.
Apretó las manos contra los bolsillos de los vaqueros para no
extenderlas hacia ella al verla echar suavemente el rostro hacia atrás
para saborear su copa, dejando que se deleitara con su bonito cuello
desprovisto de joya alguna.
Hacía mucho que no deseaba a una mujer de aquella forma. Salvaje,
incontrolable.
Definitivamente, tenía que ser suya.
Giovanni…- la escuchó murmurar sin borrar la sonrisa.
5.
Ashley.
¿Qué había pasado?
No tenía muy claro cómo o en qué momento había ocurrido aquello,
pero, algún tiempo después de haber empezado a hablar con él, se veía
arrollada por su feroz entusiasmo en la habitación de un hotel que,
estaba segura, no era el César.
Ni siquiera recordaba cómo habían acabado allí, o qué se habían dicho
para llegar a aquel momento, pero la situación era totalmente imparable.
Agarró con fuerza su cuello, dejando que sus labios arrancaran de ella
hasta la última pizca de oxígeno.
Se sentía ansiosa, febril, una sensación que podía decir le era
desconocida.
Desde luego, Lloyd nunca había provocado en ella aquel deseo tan…
animal.
Notó desde el fondo de la garganta el amargo y dulce sabor de la ginebra
que él había estado pidiendo para ambos durante toda la noche, pero aun
así no podía achacar a una borrachera lo que estaba a punto de hacer.
Simplemente se sentía incapaz de parar. Incapaz de reprimir el calor que
subía por todo su cuerpo.
Un gemido escapó de su boca cuando la levantó con facilidad del suelo
para apretarla contra su pecho antes de conducirlos a ambos hasta la
linde del colchón cubierto con una elegante colcha oscura.
Desabrochó los botones de su camisa negra con una rapidez innata,
tirándola después al suelo con un preciso movimiento que le sacó una
sonrisa.
Dejó que la echara sobre la enorme cama y le observó mientras, con una
calma sensual y frustrante al mismo tiempo, se deshacía primero de su
falda, después de su blusa. No pudo evitar un suave gemido cuando
desabrochó su sujetador de encaje y acarició su sensible piel con
delicadeza.
Bonito tatuaje.
Bajó la mirada hacia la flor de loto entre sus pechos y sonrió.
Ya te dije que era impúdico.- se burló.
Sexy.
Apretó con fuerza su nuca para guiarlo hacia sus labios impacientes,
besándolo una y otra vez mientras sentía cómo sus manos se deslizaban
por su cuerpo como si recorrieran un camino de sobra conocido.
Desde luego, estaba claro que sabía perfectamente lo que estaba
haciendo.
Curvó la espalda al notar su enorme mano deslizándose por encima de su
columna, de arriba abajo, con una caricia torturadora.
Instintivamente, rodó hasta quedar encima de él, sentada sobre su
cintura. Sus ojos oscuros llamearon al contacto con los suyos y tembló de
cabeza a pies.
Estás…
Esbozó una sonrisa, apoyando un par de dedos sobre sus labios.
¿Desnuda?
Aún no- se rio Giovanni, metiendo una mano bajo el encaje de su ropa
interior-, pero podemos arreglarlo.
Dio un respingo cuando la alzó con insultante facilidad para ponerla en
pie junto a la cama, justo entre sus piernas.
Se agarró a sus anchos hombros, consciente del suave tembleque que
recorría sus piernas ante el abrumador atractivo de D’angelo.
¿No crees que a mí me falta mucha ropa… y a ti muy poca?

Giovanni.
Hambriento. Así se sentía. Ávido.
Soltó una carcajada ronca, deslizando las manos por sus caderas.
Tenía la piel inhumanamente tersa, y unas curvas increíbles, los pechos
turgentes, la cintura estrecha y unas piernas largas y firmes.
Eso también se puede arreglar.
Se levantó de un salto, extendiendo los brazos hacia los lados en una
invitación que ella entendió a la perfección.
Con aquella sensual sonrisa que tanto le había llamado la atención, se
apoyó contra su pecho mientras desabrochaba sus vaqueros y los dejaba
caer al suelo.
Mucho mejor.
No podía apartar los ojos de ella, de cómo se deshacía de su ropa interior
con una seguridad excitante, de cómo le rodeaba el cuello con los brazos
y se apretaba contra él.
Impaciente, apretó sus voluptuosas caderas para alzarla del suelo ante su
mirada de asombro antes de dejar caer sobre la moqueta la única prenda
que seguía cubriendo su despampanante figura.
No le hizo falta decir nada para que Cassie rodeara su cintura con las
piernas, aunque tampoco hubiera podido hacerlo, pues se vio ocupado
siguiendo el frenético ritmo que la boca de aquella deliciosa mujer le
imponía.
Se sentó en la linde del colchón, acomodándola sobre su regazo y
buscando con el órgano más anhelante de su cuerpo aquella piel cálida y
húmeda que le esperaba.
No pudo evitar un gemido al adentrarse entre sus suaves y acogedores
muslos. Echó la cabeza hacia atrás mientras apretaba sus caderas contra
él.
Cassie reclamó su boca de nuevo y dejó un brazo sobre su espalda para
impedir que cayera hacia atrás.
Increíble.
Su cuerpo se llenó de ardores cuando sintió cómo sus largas uñas
pintadas de rojo se clavaban en su espalda mientras la escuchaba
proferir un suave jadeo delicioso.
Observó, anheloso, cómo estiraba la espalda hacia atrás, dejando que se
deleitara con su escandaloso cuerpo desnudo, ahora cubierto con una
fina capa de sudor brillante.
Eres…
Ella clavó sus hipnóticos y extrañamente familiares ojos en él y contestó
antes de que acabara la frase.
No digas nada.- la escuchó decir con un sensual murmullo.
6.
Ashley.
Un rayo de luz atravesó la ventana y se coló entre las gruesas cortinas
hasta chocar contra la almohada en la que estaba acostada.
Se revolvió con un gruñido, llevándose la sábana hasta la cabeza.
Estaba agotada, exhausta, apenas sentía las piernas y tenía un delicioso
tembleque que recorría todo su cuerpo, algo que nunca había sentido
antes de aquella noche.
Qué locura.
Nunca habría imaginado que el sexo podría llegar a ser así. Tan… ilógico,
incontrolable… animal.
Aquella era la palabra: animal.
Se acurrucó sobre sí misma y alargó la mano hacia el otro lado de la
cama, palpando de arriba abajo.
¿Giovanni?
Buscó con el brazo el cálido cuerpo del famoso jugador, pero sólo
encontró las tibias sábanas vacías.
Abrió los ojos, incorporándose mientras apretaba la ropa de cama sobre
su pecho.
¿Giovanni?- repitió, con la vista fija en la puerta del aseo.
Al no recibir respuesta alguna, echó un vistazo hacia el suelo, buscando la
ropa que la noche anterior habían dejada tirada.
No había ni rastro de las prendas de él, sólo su ropa, aún arrugada y
esparcida por toda la habitación.
Estupendo…
Un pinchazo de vergüenza y rabia atravesó su pecho, haciéndole soltar
un nada amable gruñido enfadado.
No se había sentido tan estúpida en toda su vida.
Ese cabrón…
Cogió el teléfono de la habitación para marcar el primer número y
contactar con la recepción del hotel.
Le comunicaron que la habitación estaba pagada y que D’angelo había
dejado anotada su tarjeta de crédito para cualquier cargo.
La extremada educación del recepcionista le hizo sospechar que no
estaba en un hotel cualquiera, sino que, a pesar de su estado de
embriaguez, habían ido a parar a algún picadero de la élite romana.
¿Podrían subirme el desayuno a la habitación?
¿Cuál quiere? Tiene una carta junto a…
El más caro- se apresuró a contestar-, y también necesitaría la prensa
diaria y… ¿tienen masajista?

Antes de volver a casa, se empachó con el desayuno más completo que


había visto jamás, se dio un larguísimo masaje tailandés y, finalmente,
comió un espectacular plato de pasta fresca y marisco. Todo a cuenta de
D’angelo, por supuesto.
La habría dejado allí tirada después de un par de polvos bastante
impresionantes, pero no iba a dejar que lo olvidara. Nunca.
Y aquel extracto en su tarjeta sería el primer recordatorio.
Aún se sentía iracunda por la humillación cuando a media tarde,
mientras hacía una lista con las cosas que debía empaquetar para la
vuelta a casa, su teléfono móvil emitió un leve pitido que le hizo dar un
respingo.
En cuanto vio el nombre en la pantalla, esbozó una gran sonrisa.
Hola, papá.
Hola, cariño, ¿cómo estás?
Expiró, aliviada.
La voz de su padre siempre había logrado calmar sus inquietudes.
Le debía todo lo que era y todo lo que, estaba segura, sería. Y es algo que
se recordaba cada día. La suerte que tenía.
Estupendamente.
¿Estupendamente?- replicó Jordan con una carcajada- Veo que tu…
retiro espiritual está surtiendo efecto.
Apretó los labios para no decirle que lo que le había animado había sido
el sexo descontrolado con uno de sus jugadores.
Te alegrará saber que estoy haciendo la maleta.
Eso me hace muy feliz.
Dile a Jeff que intentaré coger un vuelo mañana- contestó, sin borrar la
sonrisa-, pero ya sabes que entre unas cosas y otras son dos días de
camino.
Sólo de pensar en la cantidad de horas de vuelo hasta Dubái, donde debía
hacer escala, y las otras tantas hasta Sídney, se le caía el alma a los pies.
Era agotador.
Por no hablar de la espera en el aeropuerto, el cambio del huso horario y
el desesperante jet lag.
Pero el saber que, al llegar, su padre y su magnífico trabajo estarían
esperándola, aliviaba su angustia.
Seguro que le encanta la noticia, está dando mucho la lata.
Lo sé, me llama todos los días.
¿Pero tú cómo estás, cielo?
Puso el altavoz mientras revisaba su ropa y se hacía una idea de cómo
debía ir cada cosa empacada.
Me encuentro mucho mejor, estoy deseando volver.- respondió.
¿Estás lista?
Sídney… su hogar, su familia, su trabajo y… una buena sorpresa para ese
capullo estúpido de D’angelo.
Más que nunca.
7.
Giovanni.
No podía quitarse de la cabeza a aquella mujer…
¡Eh, D’angelo, sigue corriendo!
Inquieto, se revolvió el cabello y siguió moviendo sus piernas por pura
inercia: derecha, izquierda, derecha, izquierda.
Hacía ya tres días desde que la había dejado tirada en aquel hotel, y,
aunque no era la primera vez que hacía algo semejante, se sentía…
sorprendentemente culpable. Sí, eso era: culpabilidad.
Ella había sido encantadora y apasionada como nunca había visto, y, a
cambio, él se marchaba sin avisar siquiera.
Dios, ¿pero a qué venían aquellos remordimientos?
No la conocía de nada, y no le extrañaría que por su trabajo conociera a
tipos como él cada noche.
Con un gruñido, aceleró el paso hasta situarse junto a sus compañeros de
selección en el que sería el último entrenamiento juntos antes de volver a
Sídney.
Llevaba trabajando en el otro lado del mundo algo menos de un año, pero
se sentía cómodo allí. La gente era amable, estaba en el mejor club del
mundo y tenía la grandísima suerte de tener como uno de los
entrenadores a su ídolo: Jordan West.
Dios, ¿pero qué te pasa?- preguntó Da Lucca.
¿Qué me va a pasar?
Pareces distraído últimamente.
Últimamente no, podría decirle con exactitud en qué momento se
distrajo: la noche del viernes, mientras le desabrochaba la blusa a aquella
mujer.
Estoy bien- repitió, más para sí mismo que para Piero.
Su compañero se encogió de hombros, retomando su ritmo habitual y, de
nuevo, dejándole atrás.
¡D’angelo, corre!
Le lanzó una dura mirada a Andreas, su primer capitán, que le señaló con
un sutil cabeceo a la grada norte.
Al ver a un grupo de periodistas reunidos en las filas más bajas con las
cámaras apuntando directamente en su dirección, aceleró de nuevo,
intentando despejar por completo sus ideas.
Las fotos y vídeos del entrenamiento no tardaron en aparecer en la
prensa, con titulares como: ‘¿Qué pasa con D’angelo?’ ‘¿Lesión a la vista?’
‘Ánimos por los suelos en el favorito italiano’.
Por supuesto, la llamada de Jeff Hunter, el presidente de los Thunders,
tampoco tardó en llegar.
¿Estás lesionado?
Casi sonrió ante la ansiedad que se vislumbraba en su tono de voz.
No, para nada.
¿Seguro? - repitió su interlocutor.
Las comisuras de sus labios se curvaron mientras se echaba hacia atrás
en el cómodo sillón del salón de su casa en el centro de Roma.
Tu contrato dice que si tienes alguna lesión debes comunicárnoslo,
porque…
Jeff, no estoy lesionado.
Una pausa al otro lado de la línea seguida de murmullos incomprensibles
le dieron el tiempo suficiente para ir hasta la nevera y sacar un envase
con un plato de pasta fresca que su madre le había preparado aquella
mañana.
West quiere hablar contigo. - dijo Hunter finalmente.
Asintió con un cabeceo a pesar de que sabía que nadie vería su gesto,
poniendo la comida en una sartén y encendiendo el fuego
correspondiente.
Hola, Giovanni, ¿cómo estás?
Bien, estoy bien.
Le intenté explicar a Jeff que no parecías lesionado, pero ya sabes cómo
es, se agobió al pensar que no podrías jugar. - comentó su entrenador con
aquella voz baja y grave.
Ya me lo imagino…
Observó en silencio cómo la salsa de calabacín, la mejor especialidad de
su madre, se calentaba junto con la pasta hasta casi hervir y lo retiró del
fuego.
¿Seguro que estás bien?
Apretó con fuerza el dedo en su sien derecha, midiendo con cuidado sus
palabras.
Sólo estoy algo distraído, de verdad que no es nada grave. – dijo
finalmente.
Eso suena a que tiene que ver con una mujer.
No pudo evitar una sonrisa.
Era increíble.
Jordan West siempre había sido su mayor ídolo, alguien a quien imitar.
Lo había conseguido todo, y con un estilo de juego para nada
convencional, sólo algo especial, único.
Y, ahora que le había conocido, había descubierto que no sólo era uno de
los mejores jugadores de rugby de la historia, sino que, además, era una
persona encantadora, con una empatía natural. Hacía que quisieras
imitarle en cada aspecto de su vida, y eso era algo que nunca había
sentido con ningún otro.
Tenía una especie de don para saber qué le pasaba a cada uno de los
jugadores, qué les producía reservas o con qué no estaban seguros.
Algo así...- reconoció.
Italia está muy lejos para tener una novia allí, D’angelo.
Una carcajada escapó de sus labios ante su broma mientras servía la
comida en un plato hondo y se sentaba en un taburete junto a la barra
alta que separaba la cocina del salón.
No me he echado una novia, sólo es una chica a la que conocí una noche
y… creo que me comporté como un capullo.
Si es algo que te tiene tan preocupado como para hacer ese
entrenamiento pésimo que has hecho hoy, ve y discúlpate.
Disculparse. Claro.
Era algo que ya había pasado por su cabeza, pero no estaba nada seguro
de que ella quisiera verlo después de todo. Y no soportaba bien los
rechazos.
Giovanni, hazlo- siguió diciendo West-, quiero que vuelvas en dos días
con la mente totalmente despejada.
Con un gruñido disconforme, se despidió y empezó a prepararse un
discurso perfecto para que su conciencia quedara en paz y pudiera
centrarse en lo que de verdad importaba, su carrera deportiva.
Se acabaron las mujeres, se dijo.
8.
Giovanni.
“Ha vuelto a Sídney”
Aquellas palabras resonaban en su cabeza una y otra vez mientras
recorría los últimos pasos hasta la terminal después del larguísimo vuelo
de vuelta.
Tal y como le había dicho a West unos días atrás, había ido a buscar a
aquella mujer a la discoteca donde trabajaba, Famma, pero, aunque
preguntó a varios camareros, a ninguno le sonaba nadie con el nombre
de ‘Cassie’, hasta que una de las chicas cayó en la cuenta:
¿Te refieres a la australiana?- le preguntó.- No trabaja aquí, sólo ha
venido de vez en cuando para echarle una mano a Francesco, el dueño.
Así que fue a buscar a ese tal Francesco a un inmenso despacho tras el
escenario principal. Era un hombre elegante, alto y delgado, al que le
sonaba haber visto saludando a sus compañeros aquella noche de la
semana anterior.
Finalmente, le explicó que Cassie vivía en Sídney, y que sólo había estado
en Italia algunos meses.
“Ha vuelto a Sídney” volvió a repetirse.
Lo que más le extrañaba era que, al preguntarle cómo podría localizarla,
Francesco se había echado a reír con sorprendente diversión.
No te preocupes, el destino se encargará de que vuelvas a verla- fue su
enigmática respuesta.
Parpadeó, por un segundo confuso, cuando, al salir finalmente del pasillo,
varios flashes se iluminaron a su paso.
Automáticamente, se colocó las gafas oscuras sobre los ojos y saludó con
la mano mientras seguía su camino, ignorando las preguntas de los
periodistas.
¿Confirma los rumores de lesión?
¿Es verdad que está en negociaciones con la competencia?
Negó con un cabeceo.
Era increíble lo que podían llegar a inventar con tal de sacar una noticia
de portada.
¿Irse a la competencia?
Joder, había luchado toda su vida para entrar en el club de sus sueños… y
allí estaba al fin. Si tenía suerte, para siempre.
¿Confirma su relación con la modelo Holly McCain?
Torció los labios en una mueca.
¿Quién era esa?
No he coincidido con esa mujer en mi vida.- contestó automáticamente.
Dicen que se les vio juntos en Roma.
Con la única mujer con la que había estado en Roma era esa extraña
australiana a la que encontraría gracias al… “destino”.
Chorradas.

Ashley.
Por fin volvía a pisar aquella hierba…
Con una sonrisa, galopó hasta llegar a las gradas.
¡Amaba aquel lugar!
Prácticamente había crecido en aquel campo de entrenamiento, viendo
cómo su padre entrenaba cada día, mañana y tarde, lloviera o hiciera sol.
Ashley, cariño, ¿qué haces aquí?
Correteó hasta el hombre que le había dado la vida, dejándose rodear por
sus enormes brazos.
Echaba de menos este sitio. – contestó con un susurro.
Espero que no sólo al sitio.
Soltó una carcajada, agarrándose de su brazo para recorrer las líneas una
a una, recreándose en los recuerdos que tenía, desde el más antiguo,
prácticamente la primera imagen que se grabó en su memoria, hasta el
más reciente, de apenas unos meses.
Sabes que a ti al que más.
¿Vas a quedarte a ver el entrenamiento?
Negó con un cabeceo.
Tengo que volver al despacho- suspiró-, tengo unos doscientos vídeos
esperándome.
Jordan la agarró con firmeza mientras atravesaban el edificio en el que se
ubicaba el gimnasio y los vestuarios.
Acabas de volver, no te agobies.
Miró de reojo la expresión calmada de su padre, sus bonitos ojos azules
fijos en el frente, los labios curvados en una leve sonrisa.
Díselo a Jeff, le ha faltado venir a buscarme al aeropuerto y traerme aquí
directamente.
Está agobiado- respondió él-, sobre todo desde lo de D’angelo.
Como una reacción totalmente instintiva, dio un respingo que hizo que
Jordan volteara en su dirección.
¿Qué pasa con D’angelo?
¿No lo has leído?
Para ser sincera, se había negado a leer prensa deportiva desde el día en
el que había sufrido la mayor vergüenza de su vida.
No, no he visto nada.
Me sorprende de ti.- replicó su padre, provocando su nerviosismo.
Bueno, cuéntame qué ha pasado.
Él sacudió la cabeza con una media sonrisa.
Su último entrenamiento con la selección italiana fue pésimo, y la prensa
lo interpretó como que tenía una lesión.
Pero… no es así, ¿no?
No, para nada, ya estuve hablando con él.
Sonrió al ver el edificio principal de la ciudad deportiva.
¿Entonces?
Parece ser que es una chica la que le quita las ganas de correr.
¿Una chica?
No le dio tiempo a expresar en voz alta su pregunta, pues una voz más
que conocida se elevó hasta ellos con una premura demasiado habitual.
¡Ashley, por fin vienes!
Entornó los ojos, protegiéndose del sol, para ver cómo Jeff Hunter se
dirigía hacia ellos.
Era curioso.
Le conocía desde que tenía memoria, incluso mucho antes de ser
presidente del club, cuando sólo era un ayudante del director deportivo,
y no le veía cambio alguno. Seguía siendo ese personaje nervioso e
histérico del primer día.
Dios, no me agobies. – protestó con un bufido.
Su padre se echó a reír mientras su jefe llegaba a su posición, apenas a
dos o tres metros de la puerta de entrada al edificio.
Hay mucho trabajo pendiente.
Y ya estoy aquí para solucionar eso.
Alzó los brazos como una burla que hizo que torciera los labios en una
mueca.
Venga, Jeff, no te enfurruñes, aterricé antes de ayer, aún tengo yet lag.
Eso se te pasa poniéndote a trabajar. – replicó él.
Con una risita divertida, se despidió de su padre y atravesó las puertas
de cristal, subiendo hasta la segunda planta, donde su despacho, al fondo
del pasillo izquierdo, la esperaba.
Suspiró de alegría al entrar y verlo todo exactamente como lo había
dejado seis meses atrás al salir prácticamente huyendo de allí.
Con calma, se dirigió hacia el enorme ventanal que cubría la pared del
fondo y cuyas vistas daban al campo principal de entrenamiento y sonrió,
encantada.
Pero su sonrisa se torció con socarronería al ver quién salía de los
vestuarios, vestido de calle y con gafas de sol.
Es hora de jugar, Giovanni.
9.
Ashley.
Salió a correr, como cada mañana desde que había vuelto una semana
antes, por la playa que se extendía como un maravilloso paisaje de
película frente a su casa, un inmenso chalet con mucho más espacio del
que necesitaba, y que sólo mantenía por las preciosas vistas y porque, a
cinco minutos andando, estaba el hermoso caserón donde se había
criado.
Sonrió al notar cómo sus músculos se quejaban del esfuerzo al pasar la
hora de carrera y apretó un poco más el ritmo con un jadeo.
Ya podía ver la barandilla blanca que delimitaba su jardín trasero
cuando, aliviada, escuchó cómo su reloj pitó al alcanzar la marca diaria.
No había llegado a su casa cuando una figura más que conocida se asomó
desde ella.
Subió corriendo las escaleras.
¿Qué haces aquí, papá?
Jordan la recogió con una carcajada cuando se lanzó con un certero salto
a su espalda, algo que hacía desde niña y que era una costumbre que no
pensaba perder.
He llamado a la puerta, pero, como no contestabas, he usado mi llave.
Bajó al suelo y, riendo, se dirigió dentro de la casa, con su padre
pisándole los talones.
¿Y qué pasa si hubiera estado ocupada? – bromeó.
Pasa que hubiera echado de una patada al capullo en cuestión.
Se echó a reír mientras ponía en marcha la cafetera y se sentaba junto a
él en los taburetes que rodeaban la isla de la cocina.
Apretó los labios para reprimir una gran sonrisa al ver la bandeja de
dulces que su progenitor había dejado sobre la encimera.
Soy mayorcita, papá, tengo derecho a ver a todos los capullos que
quiera- contestó al fin, con los recuerdos fijos en aquella noche con
D’angelo.
Eres mi niña.
Observó los ojos claros de su padre, iguales a los suyos, y, como siempre,
no pudo evitar sentir orgullo de ser su hija, su niña.
Sirvió el café en dos tazas mientras le escuchaba engullir algún bollo.
¿Ya te has puesto al día?
Asintió con un cabeceo, dando un largo trago de pura cafeína, que corrió
como lava hirviendo por su garganta.
¿Algún descubrimiento nuevo?- le escuchó preguntar, distraída en elegir
una pasta de entre todas las opciones.
Le tengo echado el ojillo a alguno…, pero tengo que darle más vueltas, ya
sabes que esto lleva su tiempo.
Jordan sacudió la cabeza con un sí callado.
Creo que Jeff quiere convocar una reunión antes de que empiece la
pretemporada.
O sea, ya- apostilló.
Mordisqueó, entretenida, el dulce, clavando la mirada en su café.
Cariño…
Alzó los ojos hacia Jordan, que la observaba con un gesto casi triste, muy
distinto a su estado natural.
¿Qué pasa? ¿Por qué pones esa cara tan rara?
¿Has vuelto a saber algo de…?
¿Lloyd? – propuso con ironía.
Él asintió sin abrir la boca.
Aquello era algo que siempre le había definido. Jordan West no
desperdiciaba palabras.
Intentó llamarme al móvil y le bloquee, pero no creo que se atreva a
pasarse por aquí, así que… no, no tengo noticias suyas, ni las quiero.
Parece que lo has superado.
¿El qué?
¿Haber pasado años al lado de un capullo imbécil que le ponía los
cuernos con adolescentes descerebradas?
Minucias.
Está superadísimo. – zanjó, terminando de desayunar con premura- Voy
a darme una ducha y nos vamos.
Ponte algo cómodo, ayer me prometiste que te pasarías por el
entrenamiento.
Claro.
No se lo perdería por nada del mundo.

Giovanni.
Trascurridas las largas y motivadoras horas de entrenamiento, se dirigió
junto a Thomas Perks, su capitán y mejor amigo en el equipo, hacia los
vestuarios.
West nos ha dado caña hoy.
Sonrió como respuesta, pero su gesto cambió al fijar los ojos en el frente.
Podía distinguir desde la distancia a Jeff Hunter, el Presidente del club,
hablando con una mujer, alguien a quien no recordaba haber visto por
ahí y que, sin embargo, le era familiar.
Tenía el cabello rubio a la altura de los hombros y lo que parecía una
silueta espectacular.
Me suena esa mujer…- murmuró.
¿Ashley?
Volteó el rostro para mirar a su compañero, que se echó a reír ante su
gesto de incomprensión.
Ésa es Ashley- repitió-, y es lógico que la conozcas, gracias a ella estás
aquí.
¿Perdón?
Thomas le echó un brazo sobre los hombros mientras le hacía caminar
en esa dirección.
Es ojeadora.
Estás de coña- gruñó, con los ojos fijos en aquella despampanante
figura-, no vino ninguna mujer a hablar conmigo cuando…
Es que ella no se dedica a eso, se mantiene en la sombra, sólo decide
quién tiene talento y quién no.
Abrió la boca para contestar, pero, ya a pocos metros de distancia, ella
giró en su dirección y entonces recordó de qué la conocía.
Aquellos ojos azules le perseguían en sueños.
Mis dos estrellas- exclamó Jeff en cuanto reparó en ellos-, D’angelo, ven,
quiero presentarte a tu descubridora.
Ella sonrió con socarronería, dejando que viera un par de hoyuelos en
sus mejillas que recordaba a la perfección.
Ya nos conocemos, ¿verdad?
La chica de la discoteca de Roma…
A pesar del cambio de color en su cabello, estaba exactamente igual. La
misma mirada penetrante, los labios llenos entreabiertos, y aquel cuerpo
endiabladamente atractivo.
Sí…- murmuró.
Ella se adelantó para abrazar a su compañero, que correspondió con una
risita.
Thomas, ¿cómo estás?
No tan bien como tú.
No seas galán- se burló la mujer-, ¿qué tal la pequeña Lilly?
No era capaz de procesarlo.
¿Cómo…?
Deseando ver a su madrina.
Podía escuchar la conversación, pero no entendía qué estaba pasando.
Si ella era su ojeadora… eso significada que desde el primer momento
supo quién era él y, por supuesto, que trabajaba prácticamente bajo su
mando.
Debía reconocerlo.
Cuando aquel amigo suyo romano le dijo que les uniría “el destino” no se
imaginó aquello.
10.
Giovanni.
No podía parar de mirarla.
¡Te has cortado mucho el pelo!
Ashley dio un par de vueltas sobre sí misma, sacudiendo la cabeza para
mover su cabello.
No llevaba aquel conjunto que tan sexy le había parecido esa noche en
Roma, sino unos vaqueros, zapatillas y una sencilla camiseta; pero debía
reconocer que le resultaba aún más sensual.
Apretó fuertemente los músculos del rostro para no mostrar gesto
alguno que pudiera delatarle.
¿Has visto el entrenamiento? – escuchó que preguntaba su amigo
mientras veía a Jeff alejarse con el teléfono en la oreja.
Sí, claro, tengo que echaros un ojo de vez en cuando.
Thomas se echó a reír, señalándole con un gesto.
Bueno, a éste le tendrás muy visto.
Ella clavó aquellos bonitos ojos de un turquesa intenso en él y sonrió
ampliamente.
Desde luego- la escucho decir-, es mi trabajo.
Eso es algo que se te pasó decirme.
Ignorando su protesta, Ashley se adelantó para dar un beso en la mejilla
de su compañero.
Nos vemos luego, Thomas.
Tienes que venir a cenar un día de estos.
Ella esbozó una amplia sonrisa antes de mirar en su dirección.
Adiós, Giovanni. – murmuró con esa voz baja tan sensual.
Abrió la boca para contestar, pero no le dio tiempo siquiera a pensar en
qué decir cuando ella giró y se marchó con paso firme hacia el edificio de
oficinas.
¡Vaya, colega, parece que has visto un fantasma!
Aspiró trabajosamente, lanzando una retahíla de improperios en su
lengua materna, antes de poder contestar a Thomas.
Es ella, joder.
¿Ella?- inquirió su amigo mientras caminaban hacia el vestuario.
Sí, coño, la chica de Roma.
Observó cómo abría los ojos desmesuradamente y gruñó por lo bajo.
¡¿Me estás diciendo que la tía a la que te follaste y luego dejaste tirada es
Ashley?!
No grites.- replicó, golpeando su hombro.
No me jodas.
Negó con un cabeceo.
Era increíble.
Como se entere West…
Volteó hacia Thomas con una pregunta en el rostro que él contestó sin
dejar de reír.
Ashley no es sólo la principal ojeadora de los Thunders- empezó a decir,
ya en la puerta del edificio-, también es la hija de Jordan West.
Se llevó una mano a la cabeza con un jadeo.
Lo que le faltaba.

Ashley.
Saboreó su dulce venganza con una suave carcajada mientras cerraba la
puerta de su despacho con el pie, encendiendo automáticamente los
televisores que tenía en la pared frente a su mesa.
Las cinco pantallas parpadearon un segundo antes de ponerse en
marcha.
Se sentó sobre su cómoda silla de cuero pálido y comprobó que cada
canal estuviera en su lugar.
Veía cada día todos los partidos y resúmenes de los que le era imposible
dado los husos horarios, leía la prensa deportiva y hablaba con los
distintos representantes y directores deportivos de otros clubs
prácticamente en cada jornada.
Cuando veía algo que le llamaba especialmente la atención, viajaba
donde fuera y lo comprobaba con sus propios ojos.
Aquél era su día a día. Y le encantaba.
Abrió su portátil y enfocó los ojos en la televisión central.
A pesar de lo que le había dicho a su padre, aún le quedaban pendientes
algunos partidos que, por supuesto, tenía grabados.
Antes de que pudiera seleccionar qué ver, sonaron dos golpes en su
puerta y volvió la cabeza hacia ella.
Adelante.
Sonrió al ver a Thomas entrar.
Anda, siéntate. – le dijo, señalando una silla frente a ella.
Te voy a estropear este ambiente tan pijo con mi sudor varonil.
Se echó a reír, negando con un cabeceo.
Me he criado rodeada de tíos varoniles y sudorosos, ya no tengo olfato.
Thomas se sentó con un bufido, estirando sus larguísimos brazos por
encima de la cabeza.
Ay, Ash, Ash…
Alzó una ceja con diversión, observando cómo se peinaba con los dedos
su cabello rubio.
Sólo por detrás de D’angelo, Thomas Perks, el capitán del equipo y uno
de los jugadores más rápidos que había visto nunca, era el que más
dinero generaba por publicidad.
Era atractivo. Lo había sido siempre.
¿Qué te pasa?- preguntó al cabo de unos minutos en silencio.
Sus ojos pardos se clavaron en ella mientras curvaba los labios en una
amplia sonrisa.
¿Desde cuándo te enrollas con los pupilos de tu padre?
Sonrió con socarronería, echándose hacia atrás en la silla.
Dímelo tú.
Eso no es justo- protestó él, riendo-, era joven y vigoroso, ¡y era el
instituto, ahí no hay reglas!
Rio, recordando a aquel muchacho que tan locas volvía a las adolescentes
de su instituto. Incluida ella.
Y teníamos diecisiete años.
Yo tenía dieciséis- le recordó con socarronería.
Thomas se llevó la mano a la frente de forma cómicamente teatral.
Sigo viviendo con el miedo de que se lo cuentes a tu padre.
¿El qué, que desfloraste a su princesita en el asiento trasero de un Fiat
Punto?
Me encantaba ese coche…
Se conocían desde hacía más de una década y seguían teniendo la
confianza del primer día.
Bueno, volviendo al tema de D’angelo…
¿Me vas a echar una charla?- preguntó.
Su amigo negó con un cabeceo sin borrar la sonrisa.
Oh, no, estoy encantado de que lo hayas dejado con ese estúpido
presuntuoso y recuperes el tiempo perdido, pero… ¿con Giovanni?
Soltó un bufido.
¿Qué pasa? ¿No puedo?
Me sorprende, y más que lo hagas sin decirle quién eras.- contestó él con
un tono de reprimenda.
Qué estúpida manía.
‘Quién eras’ ‘Quién eras’… ¿Qué más daba quién era?
Por si no te ha contado toda la historia, se largó sin decir nada antes de
que me despertara en un hotel desconocido, ¿eso te parece normal?
Thomas negó de nuevo.
Ash, es horrible y ya le eché la bronca por eso, pero, si te sirve de
consuelo, le tuviste con unos remordimientos bastante asombrosos hasta
que fue a buscarte.
¿A buscarla?
11.
Ashley.
A… ¿A buscarme?- preguntó en voz alta.
Sí, al parecer se lo sugirió tu padre después de ver su entrenamiento con
la selección.
Se llevó la mano derecha al cuello y lo frotó suavemente.
Mi padre. – repitió.
Thomas esbozó una sonrisa divertida, secándose el sudor de la frente
con el borde de su camiseta de entrenamiento.
Sí, tu padre, le dijo que hiciera lo que tuviera que hacer para volver
centrado en el trabajo.
No sabe que fue a buscarme a mí, ¿verdad?
Tenía una confianza con su padre muy fuera de lo normal, pero no quería
que se enterara de que se había acostado con su estrella.
No que yo sepa.
Dios, menos mal- murmuró.
El caso es que habló con un amigo tuyo que le dijo que volvería a verte
gracias… al destino.
Al destino…
No le cabía duda de quién le había dicho semejante chorrada.
Francesco.
Iba a tener que hablar muy seriamente con él.
¿Por qué le dais tantas vueltas? – gruñó- Sólo fue un polvo, tengo
derecho, ¿no?
Su amigo alzó las manos.
Tírate a todos los que quieras, te lo mereces después de haber estado…
Sí, con ese estúpido presuntuoso. – le cortó.
De verdad que nunca entenderé qué hacía una mujer tan increíble como
tú saliendo con… ése.
Era como escuchar a su padre.
Jordan le había repetido esas palabras miles de veces durante los dos
años que había estado junto a Lloyd.
Todos nos equivocamos.
¡Ah, reconoces que fue una equivocación!- exclamó Thomas.- ¿A qué
clase de hombre no le gusta el rugby?
Enterró el rostro entre las manos.
Lloyd opinaba que el rugby era un deporte de… neandertales,
literalmente. Por eso era un tema del que nunca hablaban.
Ella siempre había amado aquel deporte y, pensándolo en ese momento,
se dio cuenta de lo estúpido que sonaba haber estado a punto de casarse
con alguien que lo aborrecía.
No me des la lata, ya lo hemos dejado, pues ya está.
Le observó con una ceja alzada mientras se levantaba y rodeaba su mesa
hasta pararse frente a ella.
Venga, levántate.
Sonrió ampliamente mientras obedecía y se dejaba rodear por sus largos
brazos, apoyándose contra él.
Ay, mi jefecilla- le escuchó murmurar-, cómo la he echado de menos…
Y yo a ti, grandullón.
Se balanceó en su abrazo.
Thomas la apretó hasta que se echó a reír, protestando teatralmente.
Suéltame, abusón- golpeó su hombro-, que ya no soy una niña.
Su amigo se separó con una carcajada.
Entonces qué, ¿qué vas a hacer con Giovanni?
Ay, yo que sé, pues nada.
Volvió a acomodarse sobre su sillón, dejando que se deslizara sobre las
ruedas hasta casi tocar el ventanal.
Yo creo que hacéis buena pareja- contestó él con esa media sonrisa
burlona tan suya.
Paró a tiempo la orden de lanzarle la grapadora a la cabeza y respiró
profundamente un par de veces antes de abrir la boca.
No digas tonterías.
A West le gustaría… si omitimos lo del polvo fallido.
No fue un polvo fallido- replicó con rapidez.
Thomas rio de nuevo, llevándose las manos al estómago.
Vale, vale, ya me voy.
Eso, lárgate
Él se despidió con una cómica inclinación.
Vente a cenar a casa, Lilly se alegrará de verte.- dijo antes de cerrar la
puerta tras él.
Asintió incluso a pesar de que no la veía.
Lilly, la hija de Thomas, era su debilidad. Perks era como un hermano
para ella, la única familia que tenía además de su padre, y, tanto su mujer
Lisa como él, la habían adoptado como una tía más para su pequeña niña
de ojos verdes.
Estaba deseando que llegara aquella noche.

Llegó a la puerta de Thomas y Lisa a las siete en punto acompañada de


una gran caja llena de regalos para Lilly y un par de botellas de vino para
sus anfitriones.
¡Ash!- exclamó Lisa cuando una mujer del servicio la acompañó
amablemente hasta el salón.
Hola, guapura, ¿cómo estás?
Se abrazó a ella con una sonrisa.
Lilly no ha parado de preguntar por ti.
Le entregó las botellas mientras seguía el sonido de la voz de la pequeña
hasta el piso de arriba.
Enanaaaa- dijo mientras caminaba por el pasillo derecho después de
subir las escaleras.
¡Ashley!
No le dio tiempo siquiera a asomarse por su habitación cuando tuvo que
soltar la caja para atraparla, pues se lanzó hacia sus brazos con una
rapidez asombrosa.
La apretó con fuerza, riendo al sentir su cabello claro, igual al de su
padre, haciéndole cosquillas en el cuello.
¿Cómo está la niña de cinco años más guapa del mundo mundial?
Ella sonrió, enterrando el rostro contra su hombro.
Quería verte- la escuchó murmurar.
Y yo a ti, princesa.
Se agachó para soltarla suavemente en el suelo, señalándole la enorme
caja de lunares de colores que había traído consigo.
¿Qué te parece si bajamos eso y abres los regalitos que te he traído?
Su sonrisa calentó su pecho una vez más.
Cuando bajó, con Lilly colgada de su cuello y el pesado bulto entre los
brazos, Thomas había hecho acto de presencia y se dirigía a recibir a
alguien.
Apretó los labios al reconocer al nuevo invitado y, cuando su amigo se
acercó para saludarla, dejando a la pequeña desenvolviendo
frenéticamente los paquetes, le susurró al oído:
Eres un cabrón.
12.
Giovanni.
Dio dos besos a Lisa, sin apartar los ojos de Thomas, que parecía
excesivamente divertido con lo que Ashley le estaba diciendo.
¡Gio!
Con una sonrisa, se agachó hasta quedar a la altura de la pequeña Lilly y
estiró los brazos para alzarla del suelo.
Ciao, bambina (hola, niña).
No hables italiano que me enamoro- escuchó que decía Lisa tras él.
¡Oye!
Se volvió hacia su amigo, que cruzó los brazos con fingida indignación.
Ay, cariño, si ya lo sabes, no aguanto escuchar a un hombre hablar
italiano.
Pues yo también puedo buscarme a alguien que lo hable- bromeó
Thomas, rodeando los hombros de Ashley-, venga, guapa, dinos algo.
La observó esbozar esa media sonrisa que tan bien se había clavado en
su memoria, sacudiendo el cabello rubio con un gracioso gesto antes de
fijar la mirada en él.
Questa è una trappola (esto es una encerrona).
Sintió un escalofrío a lo largo de la espalda y apretó con fuerza el
cuerpecito de Lilly, que apoyó la cabeza en su hombro.
Non è la prima trappola che ho con voi oggi (no es la primera encerrona
que tengo contigo hoy).
¿Qué has dicho?- preguntó la niña.
Thomas se echó a reír mientras Ashley negaba con un movimiento
divertido.
Que hace muy buena noche, bambina.
La depositó de nuevo en el suelo, dejando que fuera a abrir unos
paquetes a medio envolver que había desperdigados por media
habitación.
Can you feel the love tonight…- canturreó su amigo, bailando
torpemente hasta llegar a su mujer, que rio.
Corta el rollo- protestó Ashley.
¿Sabes que es de mala educación no darle dos besos a un europeo
cuando le ves?
Apretó los labios para evitar una carcajada al ver la mirada gélida que
ella le dedicó al bocazas de su capitán.
Mira, he vivido en Italia en un par de épocas de mi vida y en ninguna de
ellas he tenido que ir a saludar a un hombre, jamás.
Tampoco en su caso.
Por supuesto.
Enfadado por su repelente tono, se acercó a ella a paso firme y, pasando
el brazo por la cintura que marcaba voluptuosamente su vestido, se
inclinó para dar dos besos en sus mejillas, mucho más cerca de sus
comisuras de lo necesario.
La sintió temblar y sonrió.
Buona notte, cara (buenas noches, querida).

Ya sentados a la mesa, frente a ella, no podía dejar de mirarla.


Era, sin lugar a dudas, una de las mujeres más atractivas que había visto
jamás, y el que ella no pareciera dar importancia a ese rasgo acentuaba
su sex appeal.
Giovanni, ¿Thomas no te ha contado aún cómo le ficharon para los
Thunders?- escuchó que preguntaba Lisa, atusándose el cabello oscuro
con una sonrisa amable.
Era agradable.
Creía que el cambio de continente se le haría muy cuesta arriba, pero sus
compañeros y especialmente Perks y mujer le habían integrado
perfectamente y ya no sentía tanta nostalgia como las primeras semanas.
Oh, por dios, esa historia otra vez no.
Ash, deja de protestar, él aún no la ha escuchado.
La susodicha hundió el rostro entre las manos con un gemido que le llenó
de ardores.
¿Nunca iba a poder olvidar aquella noche?
Me gustaría oírlo.
¿Por qué no lo cuentas tú?- preguntó Thomas, dando un suave codazo a
Ashley, que dio un respingo sobre su asiento.
No pudo evitar echar una mirada al bonito escote que mostraba aquel
vestido lila que tan bien se ajustaba a su cuerpo.
Habla tú, te interrumpiré cuando empieces a inventarte cosas.
Su amigo rio levemente antes de volverse hacia él y empezar a parlotear.
Fue en el instituto, yo era la estrella del equipo y…
Oh dios mío, eres un engreído- bufó ella-, no eras la estrella, pasabas
bastante desapercibido.
Apretó los labios para no echarse a reír ante el gesto malhumorado de
Thomas.

Ashley.
Su mirada clavada en ella le estaba poniendo de los nervios.
En realidad, si hubieras sido la estrella, los ojeadores habrían reparado
en ti.
Eres odiosa.
Sonrió ampliamente, golpeando con suavidad el hombro de Thomas.
Cállate, gracias a mí ahora sí que eres una estrella.
Os estáis yendo por las ramas- intervino Lisa.
El caso es que Ash se empeñó en que tenía talento… y aquí estoy.
Era… una bonita forma de contarlo.
Cuéntalo como si fuera algo sencillo- se burló, antes de volverse hacia
Giovanni, que permanecía impávido, atento-. Un día llegué a casa y le
conté a mi padre que había un chico en el equipo del instituto que era
una pasada y me contó que los ojeadores de los Thunders habían estado
viendo a un par de jugadores… ninguno era Thomas.
Sí, es increíble.
Le echó una mirada socarrona al susodicho.
El caso es que me puse pesada hasta que mi padre fue a verle jugar.
Dile cómo le convenciste, es la parte graciosa.
Se mordió la lengua para evitar pegarle un puñetazo a su amigo.
Cállate.
Dímelo.- escuchó decir a D’angelo, inclinado hacia delante en su silla.
Dios, no podía concentrarse con aquellos preciosos ojos azules
mirándola.
Se metió en el equipo de animadoras.
Se llevó la mano al rostro y pellizcó el puente de su nariz.
Aún recordaba todo como si hubiera sido ayer.
Tras mucho insistir en que su padre fuera a ver un partido y de que él se
negara, algo comprensible dada su increíble fama en aquel momento, la
única solución que había encontrado para que acudiera fue apuntarse al
equipo de animadoras. Por supuesto, aunque a él no le gustó que
desperdiciara su tiempo en algo que consideraba tan sexista, no podía
rechazar ir a verla a ella.
Al final, algo que había empezado como un simple instrumento para
conseguir que alguien además de ella descubriera el talento de Thomas,
se convirtió en un bonito hobby. Y, por supuesto, le pilló en una época en
la que sólo buscaba irritar a su protector padre. Algo que conseguía
haciendo aquellos bailecitos en público y que le encantaba.
No me mires con esa cara- dijo tras unos minutos aguantando el fuego
en los ojos oscuros de D’angelo-, acabé siendo capitana.
13.
Ashley.
Incluso a pesar de tener que aguantar a Giovanni y a su estúpido
atractivo, el resto de la cena fue tranquila, e incluso divertida.
El humor de Thomas era algo contagioso. Era capaz de animar cualquier
situación, incluso aquélla.
Acababan de servirle el postre, un delicioso yogurt helado con frutos
rojos, cuando la pequeña Lilly apareció arrastrando los pies por el
comedor.
Papá…
Thomas se levantó para ir hacia ella.
¿Qué te pasa, cariño?- escuchó que decía con su voz más tierna- Deberías
estar durmiendo.
No tengo sueño…
Adoraba a aquella niña.
Antes de que a su amigo le diera tiempo a cogerla, la alzó ella misma en
brazos, apoyándola contra su cadera.
Ven, que yo te ayudo a dormir.
Lilly se agarró a su cuello y subió con ella las escaleras a toda prisa.
¿Qué tal el cole, enana?
¡Bien, tengo profe nueva!- exclamó la pequeña.
¿Y qué, te gusta?
Ella asintió con un cabeceo, acariciando con su cabello claro su mejilla.
Una vez en su habitación, toda ella decorada con motivos acuáticos:
sirenas, peces, barcos, piratas, enormes animales marinos…, la niña
bostezó ampliamente.
Es muy maja, y sabe muchas cosas.
Con una enorme sonrisa, la acostó sobre la cama y pasó la sábana
estampada con estrellas de mar por encima de su cuerpecito, sentándose
en el borde de ésta.
Me gusta tu pelo largo.- dijo Lilly, alzando la mano para tocar sus puntas.
¿Quieres que me lo deje crecer?
Ella asintió y la imitó con una risita.
Largo entonces.
La pequeña se acurrucó contra ella con un suave ronroneo.
He oído decir a papá que ya no tienes novio.
Thomas y su enorme bocaza…
No, ya no tengo ningún novio.
No me gustaba…- la escuchó murmurar con la cabeza contra su pierna.
¿Era a la única a la que Lloyd no le parecía un capullo?
Incluso una niña de cinco años se había dado cuenta antes que ella.
Era vergonzoso.
No vas a tener que verle más.
Lilly cerró los ojos, apretando su muslo con una mano.
Gio me gusta…
Apretó los labios para no reír.
¿Ah, sí?- preguntó con una media sonrisa.
Es muy guapo.
Sí que lo es…- se sorprendió diciendo.
¿Pero qué narices le pasaba?
Sí, era guapo, eso era indiscutible, ¡pero había conocido a hombres
igualmente atractivos y no se había puesto así de tonta!
Es por la ruptura, se dijo.
Podría ser tu novio.
Abrió la boca para contestar, pero estuvo tanto tiempo buscando una
respuesta que le dio tiempo a Lilly a dormirse.
Giovanni D’angelo su novio…
Estúpido.
Muy lentamente, se levantó y la arropó hasta la barbilla antes de salir de
la habitación y entrecerrar la puerta.
Esta niña… murmuró mientras bajaba las escaleras.
Estiró las arrugas inexistentes de su vestido antes de entrar de nuevo en
el comedor.
¿Ya se ha dormido?
Asintió en dirección a Lisa y se dejó caer sobre su silla.
Sólo necesitaba un poco de cháchara.
¿Qué te ha contado?
Pues… que le gusta su profe nueva y…- le echó una mirada cómicamente
enfurruñada a Thomas- que como ha oído que ya no tengo novio, tengo
que buscarme otro, uno que a ella le guste.
Vio a Lisa señalando discretamente a D’angelo a su lado y carraspeó para
evitar una carcajada.
Yo no he tenido nada que ver.- protestó Perks.
A ver de dónde ha sacado la niña esas ideas.
Thomas se encogió de hombros con una risita irritante.
Y… ¿te ha sugerido algún candidato?
Lisa volvió a inclinarse hacia Giovanni, que observaba tranquilamente la
escena sin dejar de comerse su postre.
No- mintió.
Gio le gusta mucho.
El susodicho alzó la mirada, curvando aquellos apetecibles labios en una
sonrisa socarrona.
Es un encanto.
No te ofendas, D’angelo, pero también siente ese amor tan profundo por
Zac Efron y por John Smith, el de Pocahontas.
¿A quién no le gusta Zac Efron?- bromeó Lisa.
Amén a eso, hermana.
Chocó la mano con ella sobre la mesa, riendo.
Anda ya, hasta yo sé que nosotros dos somos mucho más guapos que ese
niñato.- protestó Thomas- Venga, Gio, levántate la camiseta.
Antes de que nadie hiciera el amago de moverse, se puso en pie, evitando
la mirada de D’angelo y, por supuesto, de esa camiseta que pretendían
que se levantara.
Yo me voy a casa antes de que empecéis con el exhibicionismo, mañana
madrugo, y vosotros también.
Sí, es hora de irse.- apostilló D’angelo, levantándose también.
Afortunadamente, nadie puso objeción y los anfitriones les acompañaron
a la puerta.
¿Has venido andando?- le preguntó Thomas.
Claro, como siempre.
Gio, llévala a casa, por favor, no quiero que vaya sola por la calle a estas
horas.
Cruzó los brazos sobre el pecho.
No digas tonterías, soy mayorcita, y vivo a quince minutos de aquí.
Prefiero llevarte.- escuchó decir a Giovanni tras ella.
Quería contestar, responder que no necesitaba niñeras, que había hecho
aquel camino mil veces y que si le pasaba algo sabía defenderse, pero
calló al ver el gesto severo de Thomas, muy parecido al que usaba su
padre para reprenderla.
Joder, vale, pero deja de mirarme así.
14.
Ashley.
Oh. Dios.
No.
No…- murmuró, hundiendo el rostro en la almohada.
El bulto cálido sobre el que estaba apoyada se movió y alzó la cabeza,
atenta a si se despertaba, pero volvió a quedarse totalmente estático y
pudo respirar con tranquilidad.
¡¿Pero en qué estaba pensando?!
Muy despacio, apartó los brazos del cuerpo desnudo de Giovanni,
rodando sobre el colchón para separarse de su asombrosa calidez.
Se masajeó las sienes con un leve gemido, intentando no quedarse
embobada con la perfecta ondulación de los músculos de su torso.
Tonta, tonta, tonta.- se repitió en voz baja mientras se levantaba para ir
al baño anexo a su habitación- Al menos esta vez estás en tu casa.
Apoyándose contra la encimera, se miró en el espejo.
Eres idiota.
Cerró los ojos para intentar concentrarse en recordar qué había pasado
la noche anterior.
Se había subido en su bonito Porsche negro en casa de Thomas y había
conducido las pocas manzanas que los separaban de su casa. Una vez allí,
él se había acercado para peinar un mechón de su cabello que se había
deslizado hasta el lado contrario y… bueno, el final era obvio.
Se lavó la cara con abundante agua y peinó su cabello rubio bruscamente
antes de salir.
D’angelo se había vuelto hacia el lado contrario y ahora tenía una visión
perfecta de su amplia espalda. La vez anterior no había tenido ocasión de
admirar sus tatuajes, pero ahora se tomó su tiempo en recorrer con la
mirada las decenas de escenas que decoraban gran parte de su cuerpo.
Era bastante impresionante.
Sentada sobre la linde del colchón, estiró la mano hasta tocar con un
suave roce las líneas que formaban una frase entre sus hombros: ‘Nessun
limite’, no hay límites.
Ummmm…
Se apresuró a enfundarse el fino camisón de seda blanca que guardaba
en el cajón de su mesilla.
Giovanni se revolvió entre las sábanas antes de erguirse, estirando los
largos brazos por encima de la cabeza.
Se giró para no mirarle, volviendo de nuevo al baño.
¿Sales corriendo?- le escuchó decir con ese acento tan estúpidamente
sexy.
Se asomó por la puerta con una sonrisa irónica.
Eso es cosa tuya.
Yo por lo menos sí te dije quién era.
Negó con un cabeceo, echándose agua en el pelo para poder peinárselo
hacia atrás.
Lo que fuera para no estar cerca de él. Estaba claro que no se podía fiar
de sí misma.
Pero, cuando apareció por el umbral de la puerta, no pudo evitar un
respingo.
Intentó no mirar cómo se apoyaba contra la pared, totalmente desnudo y
sin ápice de vergüenza.
¿Por qué no me lo dijiste?- preguntó, demasiado cerca.
Soltó una carcajada, alzando la barbilla en su dirección.
¿Y perderme la cara de espanto que pusiste al verme?
Fue juego sucio.
Abrió la boca para replicar, pero boqueó como una adolescente
hormonada cuando él se inclinó sobre ella y apoyó la mano contra su
cuello desnudo.

Giovanni.
Acarició muy despacio la suave piel entre su garganta y sus hombros.
Sus bonitos ojos azules se clavaron en él con una seguridad que la hizo
aún más atractiva si era posible.
Me duele no haberte visto cuando Thomas te dijo quién era mi padre.
Sacudió la cabeza con una sonrisa, intentando no pensar en su querido
entrenador.
Si West le viera…
No, no debía pensar en eso.
Fui a buscarte- cambió de tema-, a la discoteca.
Ashley sonrió, inspirando profundamente.
Eso he oído.
Incapaz de contenerse un minuto más, deslizó las manos hasta sus
caderas por encima de la seda blanca, apretándola contra su cuerpo,
famélico, ansioso.
Te estás sobrepasando, D’angelo.- se burló ella, curvando los labios en
ese gesto que tan a fuego se había gravado en su memoria.
Creo que ya me sobrepasé mucho anoche, por un poco más…
Ella pasó los brazos por sus hombros, alzándose sobre las puntas de los
pies.
Supongo que tienes razón.
¿Por qué tenía que utilizar aquel tono de voz tan sensual?
No, con ella no podía reprimirse.
Agarró con fuerza sus piernas, enredándolas alrededor de su cintura
mientras la levantaba con facilidad del suelo.
Me gusta más tu pelo así.
Ashley sonrió de nuevo.
Caminó con ella hasta la enorme cama de su habitación, acariciando su
espalda desnuda entretenidamente.
Antes de poder sentarse sobre el colchón, un agudo timbre resonó por
toda la planta y se volvió hacia la puerta.
¡Ash!
Ella saltó al suelo con rapidez.
Joder, es mi padre, había quedado a desayunar con él.
Sintió cómo un escalofrío recorrió su columna vertebral.
Quédate aquí- siguió diciendo ella.
¿Que me quede… aquí?
Ashley le empujó hasta sentarle sobre el colchón mientras sonaba un
nuevo timbrazo.
¿Quieres bajar y explicarle a Jordan West que te tiras a su hija?
Se tumbó con un gemido y ella salió corriendo escaleras abajo.
Esconderse en la habitación de una chica para que no le viera su padre…
Joder, pero… ¿cuántos años tenía?
15.
Ashley.
Abrió bruscamente la puerta, dejando pasar a su padre, que le dedicó una
mirada extrañada.
¿Estabas dormida?
Asintió con un cabeceo, acompañándole hasta la cocina para llenar la
cafetera de grano molido y pulsar el botón de encendido.
¿No has ido a correr hoy?- le escuchó preguntar a su espalda.
No, he debido apagar el despertador.
Pues tienes ojeras, ¿has dormido mal?
Prácticamente no había pegado ojo, pero no iba a darle más
explicaciones, por lo que se encogió de hombros antes de volverse hacia
él.
Voy a darme una ducha y a vestirme mientras se hace el café.
No esperó a tener una contestación.
Subió las escaleras casi a la carrera, entrando en su habitación y
cerrando la puerta tras ella.
Giovanni seguía tumbado boca arriba sobre la cama, pero se había
cubierto a partir de la cintura con las sábanas.
Clavó sus bonitos ojos oscuros en ella.
Voy a darme una ducha.- dijo, prácticamente al aire, dejando caer su
camisón al suelo.
Te acompaño.
Quiso negarse, pero, de repente, se vio alzada en brazos. Abrió la boca
para gritar, pero Giovanni cubrió sus labios con una mano mientras
caminaba hasta el baño.
No grites, nos va a oír.
Suéltame, idiota.- protestó, intentando deshacerse de su agarre.
Ignorando su reproche, avanzó hasta el plato de ducha, donde la soltó
suavemente, cerrando la mampara tras su espalda.
Ahí metidos parecía aún más grande. Demasiado grande.
Recorrió su cuerpo desnudo con una mirada calmada, respirando
profundamente para no ponerse a jadear como una perturbada.
No me mires así o mi buen propósito de sólo ayudarte a enjabonarte se
va a ir al traste.
Sonrió, dando media vuelta para abrir el grifo de la ducha y dejar que el
agua cayera sobre su piel tibia.
Sal de aquí, sé bañarme solita.
Dio un respingo cuando sintió cómo su pecho se pegaba a su espada y
estiraba el brazo por encima de su hombro para alcanzar un bote de gel
del estante.
Entre dos iremos más rápido.- sentenció él.

Ya en la oficina, esperando a que llegara la hora de la reunión que tenían


planeada, seguía sintiendo que su piel ardía.
Había dejado a Giovanni en su habitación después de la excitante ducha,
con la copia de las llaves de su casa para que pudiera sacar el coche del
garaje después de que su padre la llevara al trabajo.
Pasó las manos por la falda de su vestido, nerviosa.
Estaba segura de que Jordan sospechaba algo. Ella siempre había sido
una mujer de costumbres, y, desde luego, dormirse no era algo nada
habitual en su vida. Darse una ducha de cuarenta minutos mientras tenía
visita tampoco.
Estaba viendo el último partido de los All Blacks, la selección de Nueva
Zelanda, pero apenas podía prestar atención. Sólo pensaba en aquellas
grandes manos deslizándose por su piel, en la calidez de su cuerpo…
¡Toc toc!
Dio un respingo sobre la silla, girando el cuello hacia la puerta, por la que
Thomas entró con una gran sonrisa.
Buenos días, rubia.
Buenos días- contestó, echando un vistazo a su uniforme
sorprendentemente limpio-, me asombra que no estés sudoroso y
asqueroso.
Thomas cruzó los brazos sobre el pecho, justo a la altura donde lucía el
escudo de los Thunders, con un león como imagen principal.
¿Desde cuándo voy a las reuniones sudoroso?
Alzó la ceja derecha con escepticismo.
Cállate, y vamos, que es casi la hora.
Apagó los televisores y el ordenador antes de levantarse y dirigirse junto
a él hasta el ascensor.
¿Qué tal la vuelta a casa?
Bien.- contestó con simpleza.
Él clavó los ojos en su rostro durante todo el camino, irritando a cada
paso su estado de ánimo.
Deja de mirarme así, me estás enfadando.
No sé qué le has hecho a D’angelo, pero en el entrenamiento de hoy
estaba… especialmente viril.
¿Qué gilipollez es esa?
Lo digo en serio, se olía la testosterona.- siguió diciendo Thomas.
Sacudió la cabeza, esperando impacientemente a llegar con el resto del
equipo directivo y así poder dejar de oír tonterías.
Cállate ya, Thomas.
Os acostasteis anoche, ¿a que sí?
Soltó un bufido por lo bajo.
Sí.- contestó tras unos segundos en silencio.
Su amigo se echó a reír, rodeando sus hombros con un brazo para
apretarla contra su costado.
¡Fue tu culpa!- protestó- ¿Para qué narices nos invitas a cenar a la vez?
Ya te lo dije, hacéis buena pareja.
Eres idiota, y vamos a dejar el tema.
Thomas hizo una pequeña inclinación en su dirección al llegar a la puerta
de la sala de juntas, cediéndole el paso.
Ashley, Thomas, venga, sentaos.- dijo Jeff al verlos en el umbral.
Tomó asiento en su sillón habitual, entre su padre y el estúpido capitán
del equipo.
Junto a West, que era considerado el portavoz del equipo de
entrenadores, estaba el principal preparador físico, y junto a Perks,
cerrando el círculo que formaba la mesa, el director deportivo y el de
marketing y Hunter.
Ella, en representación al grupo de ojeadores, con los que se había
reunido el día anterior, era la única mujer. Algo que no le amedrentaba,
estaba acostumbrada a moverse en un mundo que siempre se había
considerado masculino.
Bueno, hagamos balance.- empezó a decir Jeff, extendiendo unos
dosieres encuadernados con el índice del día.
Primero los nuevos.
D’angelo.- especificó su padre.
Dios, ¿por qué sólo hablaban de aquel italiano arrogante?
¿Cómo lo ves, Thomas?
Bueno, la experta en Giovanni D’angelo es Ashley.
Intentando mantener su pose profesional, contó hasta diez mentalmente
para no pegarle un puñetazo.
Yo he estado fuera estos meses y no le he podido seguir la pista tan bien
como tú.- contestó finalmente ante la atenta mirada de todos.
Thomas curvó sus finos labios en una sonrisa divertida.
Yo le veo bien, en forma y con muchísimas ganas…
¿West?
Creo que, aparte de una forma física magnífica, Thomas tiene razón, ha
venido con mucha hambre de juego.
Volvió a contar.
No podía dejar de pensar en el hambre que tenía ella.
16.
Giovanni.
West y Thomas los reunieron a última hora de la tarde para comentar lo
que habían hablado con los directores durante gran parte del día.
En un par de días tenían su primer partido de pretemporada y se había
decidido que no hablarían de refuerzos de plantilla hasta que no les
vieran jugar de nuevo.
Era justo.
Echó un vistazo al edificio principal mientras pasaba distraídamente la
pelota de una mano a otra.
Si buscas a Ash, su despacho está en la segunda planta- escuchó decir a
Thomas a su espalda-, al final del pasillo izquierdo.
¿Qué te hace pensar que la busco?
Como miras con carita de perrillo abandonado en esa dirección…
Gruñó por lo bajo, tornando los ojos con un gesto malhumorado.
Eres inaguantable, Thomas.
Hoy he recibido muchos descalificativos.- se burló su compañero.
Seguro que te los mereces.
Él se encogió de hombros.
Es probable.
El caso es que sólo quiero devolverle algo.
¿Las bragas?
Automáticamente, alzó el puño y lo estampó contra el pecho de Thomas,
que se echó a reír, como si aquella situación fuera increíblemente
divertida.
Ignorando su regodeo y soltando la pelota en el camino, siguió las
indicaciones, adentrándose en el edificio de dirección y subiendo las
escaleras de dos en dos antes de girar hacia la izquierda.
Golpeó con los nudillos la última puerta del pasillo, sorprendentemente
inquieto.
Adelante.
Con calma, entró y cerró la puerta tras su espalda.
Los ojos turquesa de Ashley se clavaron en él, que echó un vistazo a las
pantallas encendidas adosadas a la pared.
Paul Keane es impresionante.- dijo, señalando el televisor central, donde
se veía el último partido de la selección galesa.
Ella curvó los labios en una media sonrisa, apuntando algo a pluma en
unas hojas llenas de notas.
Está sobrevalorado.
¿Tú crees?
Tiene demasiadas carencias- sentenció Ashley-, busco a jugadores
mucho más completos.
¿Como yo?
La vio negar con un cabeceo, soltando una leve carcajada.
¿Qué quieres, Giovanni?
Se acercó para dejar sobre la mesa el manojo de llaves que ella le había
dejado aquella misma mañana.
Sólo quería devolverte esto.
Ah, bien, se me había olvidado.
Echó una ojeada al enorme despacho, acercándose al impresionante
ventanal con vistas al campo de entrenamiento. Junto a él, un escritorio
de madera de haya y, tras él, unos armarios que cubrían toda la pared.
Casi sin percatarse, se vio de pie junto a ella, observando los distintos
partidos que emitían los televisores.
¿Cómo era posible que mantuviera la atención a todas aquellas jugadas al
mismo tiempo?
Bajó la mirada hacia ella, que no tardó en percatarse de aquel gesto.
No me mires así.
Hizo el amago de contestar, pero, tras un rápido golpe a la puerta, ésta se
abrió, dejando pasar a Jordan West, que canturreaba una melodía
irreconocible.
Ah, hola, D’angelo.
Carraspeó, incómodo, antes de hacer un gesto de saludo y dar un par de
pasos hacia atrás.
No te esperaba aquí.- siguió diciendo su entrenador, con sus ojos iguales
a los de su hija fijos en él.
Quería conocer a la persona que me trajo aquí.
Él esbozó una media sonrisa, alzando la ceja derecha con un gesto que
nunca le había visto hacer.
Bueno, yo me iba- explicó rápidamente-, ya me he presentado.
¿Por qué no vamos los tres a cenar?
Papá, no molestes.- se burló Ashley.
Jordan avanzó hasta apoyarse contra el escritorio de su hija, encajando
su enorme cuerpo de tal manera que la cubría parcialmente.
Venga, que os invito a un buen chuletón para celebrar el inicio de la
pretemporada.
¿Chuletón por la noche?- repitió ella, negando con un cabeceo mientras
recogía los papeles de su escritorio y apagaba el ordenador- Lo mejor
para la dieta.
Ella no necesitaba dieta alguna, pero apretó los labios para no delatarse.
Mañana nos espera un día muy duro a todos, papá, así que mejor
dejamos las celebraciones para cuando tengamos algo que celebrar.
No pudo evitar una carcajada ante el gesto contrariado de su entrenador.
Dado que era prácticamente una leyenda del rugby, nunca había visto a
nadie llevarle la contraria, y mucho menos provocar en él aquella mueca
casi infantil.
Es muy mandona.- dijo, mirando en su dirección.
Ya veo…
Tú ten cuidado o te mando de vuelta a Italia.- bromeó Ashley, apagando
finalmente todas las pantallas.
Intentó no seguir con la mirada el bamboleo hipnótico de sus caderas al
caminar mientras se dirigía hacia la puerta.
Venga, fuera todos, que tengo que echar la llave.
Jordan salió justo delante de él, deteniéndose a medio pasillo para
apoyar una de sus grandes manos sobre su hombro.
Has hecho un buen entrenamiento, muy intenso.
Gracias.- contestó, intentando no recordar quién le había puesto tan…
intenso.

Ashley.
Era una locura.
Había cenado algo ligero en su casa y estaba tumbada en el sofá leyendo
un libro cuando, de repente, se vio saliendo a la calle en una dirección
fija.
Se maldijo por lo bajo al frenar frente a un enorme caserón muy parecido
al suyo, justo dos calles más hacia el sur.
Respiró hondo antes de llamar al timbre.
Diez segundos después, Giovanni D’angelo abrió la puerta principal y
después la verja, sólo vestido con unos cortos pantalones de deporte,
causando una vez más estragos en su ritmo cardiaco.
Ashley… ¿qué haces aquí?
Expiró profundamente, ya a pocos centímetros de él.
No le des muchas vueltas a esto…- murmuró antes de echarle los brazos
al cuello para presionar apasionadamente los labios contra los suyos con
un gemido de rendición.
Una locura, se repitió.
17.
Ashley.
Una semana después, se desperezó con un gemido al sentir los rápidos
dedos de Giovanni deslizándose por su columna.
Abrió un ojo para ver la hora en el teléfono móvil que tenía sobre la
mesilla.
Dios, es muy pronto… ¿por qué me despiertas?
Porque me vuelvo a mi habitación.
Alzó la mano y la sacudió en el aire.
Ve.- contestó con un murmullo.
Escuchó su carcajada y cómo se levantaba para vestirse a su espalda.
¿Vas a venir al partido?
Volteó hacia él, mordiéndose los labios para evitar un jadeo al ver su
bronceado cuerpo semidesnudo.
Antes tengo que ver el entrenamiento de los Warriors, así que me
perderé el principio.
¿Has encontrado algo interesante en ese grupo de llorones?
Sonrió, cerrando los ojos un instante.
Eso no puedo decírtelo.- contestó.- Vete ya, que quiero dormir un rato.
Giovanni esbozó una sonrisa socarrona, inclinándose para prodigar un
apasionado beso sobre sus labios antes de marcharse sigilosamente de
aquella habitación de uno de los mejores hoteles de Buenos Aires, donde
jugaban su segundo partido de pretemporada y donde ella debía vigilar a
un par de gallitos de un equipo inglés participante también en el mismo
torneo.
¿Pero qué estaba haciendo?
Había pasado cada noche con D’angelo desde que habían cogido el avión
cinco días antes, primero a Perú y después a Argentina. Siempre de
forma discreta, cambiándose a hurtadillas de habitación y evitándose en
público. Como dos críos.
Ni siquiera siendo una adolescente se había tenido que comportar así.
Era ridículo.
Y, sin embargo, le resultaba tremendamente excitante.
Loca, se estaba volviendo loca.
Cerró los ojos durante algunos segundos, o lo que a ella le parecieron
segundos, y, de repente, la melodía de su teléfono resonó con estruendo
por toda la habitación.
Lo cogió con un gruñido disconforme.
¿Sí?
Ashley, tenemos que vernos.
Hundió el rostro contra la almohada durante unos segundos.
Por dios, Jeff, no son horas- protestó.
En el comedor en media hora.
No le dio tiempo a replicar antes de que escuchara el pitido que ponía fin
a la llamada.
¿Qué era tan grave como para llamarla a las siete de la mañana?
Arrastrando los pies, fue hacia el baño para darse una ducha que borrara
los besos y las caricias que Giovanni había estado prodigándola. Olía a él,
y debía deshacerse de ello antes de ver a su jefe.
Dudaba que lo viera con buenos ojos.
Se puso unos pantalones de deporte y un top ajustado, las deportivas y
bajó hasta la planta baja para dirigirse al comedor, que abría en aquel
momento.
Su jefe ya estaba acomodado en la única mesa ocupada del inmenso
restaurante.
No había llegado a sentarse y un camarero ya estaba junto a ella.
Señorita West, ¿qué desea tomar?
Un café solo muy cargado, zumo de naranja y un cruasán a la plancha.-
contestó automáticamente- Muchas gracias.
Se pellizcó el puente de la nariz, observando cómo Jeff ojeaba un
periódico mientras bebía de una taza de café.
¿Qué es eso tan importante que no puede esperar un par de horas?
Por fin, él alzó la mirada por encima del periódico y lo dejó a un lado.
Verás, es que dentro de tres semanas son los World Rugby Awards,
como ya sabrás…
Ajá.- murmuró.
El camarero le sirvió el desayuno con una rapidez sorprendente al
mismo tiempo en que Hunter retomaba su conversación.
He hablado con la WR y con otros presidentes y todos me han dado el sí,
está ya casi confirmado.
Parpadeó un par de veces, intentando encontrar algo comprensible en
sus palabras.
¿De qué me estás hablando?
Jeff se inclinó en su dirección y miró un par de veces a su alrededor, al
parecer para asegurarse de que nadie les escuchaba.
Vamos a homenajear la carrera de tu padre con un trofeo, ¿qué te
parece?
Con una gran sonrisa, se echó hacia atrás en la silla, cruzando los brazos
sobre el pecho.
Me parece magnífico.- contestó finalmente.
¿Crees que le gustará?
Se echó a reír suavemente, dando un gran bocado a su cruasán.
Si se hace bien, puede que hasta llore.
Estaba dando el último sorbo a su café cuando vio por el rabillo del ojo
cómo empezaba a entrar gente en el comedor.
El caso es que te van a llamar para que les ayudes, supongo que te
pedirán fotos o alguna anécdota divertida, algo de ese estilo- siguió
diciendo Jeff-, pero quería decírtelo yo antes, para comprobar que
estabas de acuerdo.
Me parece perfecto.
Apretó los dedos contra el mantel al ver cómo Thomas y Giovanni
aparecían por la puerta riendo por alguna broma privada. Parte del
equipo los seguía con la misma expresión divertida.
Todos se distribuyeron en las mesas situadas a su izquierda, demasiado
cerca, por lo que Jeff bajó el tono.
¿Te mantendrás en la sombra este año también?
Curvó los labios en una media sonrisa.
Creo que es el momento de salir a los focos de nuevo.- murmuró,
terminando su zumo.
Eso es estupendo.
Asintió con un cabeceo distraído, señalando con un gesto a su padre,
Jordan, que atravesaba en aquel momento las puertas y se dirigía hacia
ellos.
Qué madrugadores.- dijo, antes de inclinarse para prodigar un casto
beso en su frente.
Se sentó a su lado, frente a Hunter, y pidió sus habituales cantidades
ingentes de comida para desayunar.
Yo ya he terminado, me voy a correr un rato.
Se levantó de un salto, estirando las comisuras de los labios en una
sonrisa.
¿Qué planes tienes luego?
He quedado para comer con Do Santos antes del entrenamiento de los
Warriors.- comentó, consciente de la mirada oscura de D’angelo clavada
en su nuca.
¿A quién quiere venderte esta vez?
Rio suavemente.
Joao Do Santos era uno de más conocidos representantes del mundo del
rugby. Se mantenían en contacto desde hacía años, y se veían cada vez
que viajaba a Sudamérica por trabajo. Por supuesto, para intentar
convencerla de que alguno de los jugadores a los que representaba era
perfecto para su plantilla.
Luego te lo cuento.- contestó antes de dirigirse hacia la puerta.
18.
Giovanni.
Voy al baño.- murmuró en dirección a Thomas, levantándose de su
asiento.
Caminó despacio hasta la salida del comedor y, una vez, allí, amplió has
zancadas siguiendo el camino hacia la puerta trasera que hacía Ashley a
varios metros de él.
La interceptó ya en el exterior, a medio camino en las escaleras que
bajaban hasta un largo camino que rodeaba todo el complejo hotelero.
Agarró sus caderas con ambas manos, haciendo que frenara su camino.
¿Adónde vas tan guapa?- murmuró en su lengua materna.
Sintió cómo temblaba entre sus brazos y sonrió.
Ash volteó para clavar aquellos bonitos ojos azules en él.
¿Esto te parece ir guapa?
Señaló con un divertido gesto su ropa deportiva, girando sobre los
talones para que pudiera ver cada centímetro de su espectacular cuerpo.
Sí que me lo parece.
Deberías mejorar tu vista, D’angelo.- se burló ella en un perfecto italiano.
Deslizó los brazos por su cintura, acariciando la piel desnuda de su
espalda mientras se inclinaba sobre ella.
¿Cómo has sido tan madrugadora hoy?
Me voy a correr.- contestó ella, pasando los dedos por las hebras de su
cabello.
Soltó una carcajada, besando apasionadamente su boca.
Se sentía como un adolescente con ella. Le costaba contener sus manos si
la tenía cerca.
Era idiota.
¿Otra vez?
Guarro. – se rio ella, golpeando su brazo.
¿Pero qué narices estaba haciendo?
Ashley West era la persona que menos le convenía. No podía ni
imaginarse lo que pensaría su padre si supiera…
Deberías volver antes de que Jeff envíe una patrulla a buscarte.
Asintió con un cabeceo, apartando muy lentamente los brazos de su
cuerpo.
Ten cuidado- se escuchó decir con sorpresa-, no te alejes del hotel.
Vale, papi.
Le vio alejarse al trote después de soltar una carcajada sarcástica y volvió
adentro, sacudiendo la cabeza.
Jamás había conocido una mujer con un carácter tan fuerte, tan
insoldable. Parecía que sólo hacía lo que ella quería y que nunca nadie
podría obligarla a nada.
Vivía y trabajaba rodeada de hombres duros, fuertes y con poder, y, sin
embargo, ella siempre parecía llevar el control, no se amedrentaba ni se
acobardaba.
Sonrió, divertido, entrando de nuevo en el comedor para ocupar su sitio
junto a Thomas, que se inclinó en su dirección con un gesto bromista.
Deberías cortarte un poco.
No sé de qué me hablas.- contestó, engullendo una tostada que quedaba
sobre su plato.
La persigues como un perro salido.
Golpeó discretamente su rodilla con el pie bajo la mesa.
Cierra la boca.
Buenos días, chicos.
Se tensó cuando escuchó la voz de Jordan tras su espalda al tiempo en
que su mano se apoyaba sobre su hombro.
Buenos días.- murmuró.
¿Estáis listos?
Thomas se giró sobre su silla con una gran sonrisa.
Más que listos.
En quince minutos salimos a entrenar.- le escuchó decir, aún a su
espalda.
Se mantuvo en la misma posición, estático, mientras le escuchaba
alejarse con esos pasos fuertes tan característicos.
Thomas palmeó su brazo con una risita.
Relájate, chaval.
Gruñó por lo bajo, levantándose de nuevo para seguir a su compañero de
nuevo hacia las habitaciones para terminar de preparase antes de salir.
¿Qué, seguís viéndoos a hurtadillas como dos adolescentes en celo?
Miró a su alrededor, inquieto. Por suerte, el resto de sus compañeros
estaba a varios metros de ellos, lo suficientemente lejos como para
escuchar su conversación.
Pues sí, pero baja la voz.
¿Ya se os puede llamar “pareja”?
No.- contestó con rapidez.
Paró frente a la puerta de su habitación, con Thomas pegado a su
costado.
Pero adónde vais, qué vais a hacer, qué plan…
Dios, cállate ya.- protestó, agitando los brazos en el aire- Somos
mayorcitos y no estamos pensando en qué vamos a hacer mañana, ¿te
vale?
Su amigo entró tras él en su propio cuarto, ignorando su gesto de enfado.
Sólo quiero proteger a Ash.
Volteó en su dirección, atento a sus palabras.
Ha salido hace nada de una relación muy tóxica y lo ha pasado mal…-
siguió diciendo-, ella es como mi hermanita.
No le era suficiente con que Jordan West fuera su padre, como para tener
a Thomas Perks como hermano…
En serio, Thomas, está todo claro.
¿Seguro?
Asintió con un cabeceo, intentando añadir veracidad a su conversación.
¿Qué le pasó con su exnovio?- preguntó con curiosidad.
Thomas se apoyó contra el marco de la puerta mientras él iba al baño
para lavarse los dientes concienzudamente.
Era un capullo, un gilipollas repeinado que creía que el rugby era un
deporte de trogloditas estúpidos y que su trabajo era mucho más
importante que el de Ashley.
Le lanzó una mirada con una pregunta que él pareció entender.
Era contable- escupió su amigo-, West le odiaba, pero tenía a Ash
totalmente ciega, la cambió y la convirtió en una persona… débil,
acomplejada- negó con la cabeza-. Un día llegó a casa y le encontró en la
cama con otra, fue entonces cuando lo dejó todo y se marchó a Roma
para volver a ser esa mujer fuerte que era antes de conocer a semejante
basura.
Era incapaz de entender qué clase de hombre querría cambiar la
personalidad de alguien tan fascinante como ella.
Ahora es ella, se ha recuperado, y por eso no quiero que nadie le haga
daño.
Se secó la cara con una toalla, estudiando su reflejo con poco interés.
No tienes que preocuparte, me retiraré antes de que esto pase a
mayores y pueda decepcionarla.
19.
Ashley.
Estaba agotada.
Do Santos era cargante y bastante insufrible, daba igual las veces que le
dijeras “no”, él insistía una y otra vez. Pero aquella era una parte
importante de su trabajo, tratar con capullos que creían que sabían
mucho más que ella.
Por suerte, el entrenamiento de los Warriors fue mucho más entretenido.
Como siempre, se mantuvo discretamente en la grada junto a unos
cuantos hinchas.
Aquel era su método desde hacía años, pasar desapercibida. Nada de
trajes elegantes, ni ordenadores portátiles de marca, sólo integrarse
entre la gente y preguntar. Encontraba increíblemente útil la opinión de
los aficionados, algo que sus compañeros no se molestaban en conocer.
Llegó al partido de las semifinales del torneo, en el que su equipo se
jugaba pasar a la final precisamente contra los Warriors, durante los
últimos minutos de la primera parte, junto a tiempo de ver la perfecta
ejecución de un puntapié de castigo por parte de Thomas.
Tras los diez minutos del descanso, durante la segunda parte, los
Thunders fueron arrolladores.
Estaba orgullosa.
Y ellos pletóricos.
Lo celebraron con una cena espléndida de todo el equipo, y cada una de
las personas que les acompañaban.
Por lo general, no era muy dada a hacer apariciones públicas, ni siquiera
dentro del equipo, pero, dado que había tomado la decisión de volver a
salir a la luz, podía empezar por dejarse ver en aquel ambiente casi
íntimo.
Ya dejaría las grandes apariciones para más adelante.
Con calma, se enfundó un bonito vestido corto de vuelo color azul cielo,
amarrado con un cinturón rosa y con unos altísimos zapatos a juego, se
maquilló sutilmente y peinó su corto cabello por encima de los hombros.
Después, bajó hasta el comedor, reservado aquella noche únicamente
para ellos, y entró discretamente.
Algo que no resultó, pues Thomas estaba mirando en aquella dirección y
se acercó a ella con unas rápidas zancadas.
¡Ash!
Entrecerró los ojos al verle venir con tanta fuerza, pero no estaba
preparada cuando la rodeó con los brazos y la alzó del suelo al menos
tres palmos.
Gio, a pocos pasos de ellos, se tapó la boca para no echarse a reír
mientras Thomas la giraba un par de vueltas.
Suéltame, idiota, al final voy a enseñar el culo.
Su amigo la dejó de nuevo en el suelo, ignorando las risas de alguno de
sus compañeros y acercándose a Giovanni.
Gracias por traer a este fenómeno.- dijo, rodeando con un brazo los
hombros del susodicho.
Alzó las cejas con escepticismo.
Es mi trabajo.
Y eres cojonudamente buena.
Giovanni soltó una carcajada.
¿Estás borracho, Thomas?- bromeó, dejándose abrazar de nuevo por su
amigo.
Él se acercó a su oreja con una risita.
Un poco, pero no te chives.
¿No crees que es un poco pronto?- preguntó con el mismo tono
musitado.
Thomas negó con un cabeceo antes de alejarse correteando como un crío.
¿Qué le has dado?
D’angelo se encogió de hombros con esa sonrisa encantadora que hacía
que su corazón se saltara un par de latidos.
Ya estaba así cuando he bajado.- contestó el italiano, observándola de
arriba abajo- Estás muy guapa.
Gracias, tú has jugado muy bien hoy.
¿Has visto el partido?
Asintió con un cabeceo, apretando las manos fuertemente contra la falda
de su vestido para no extenderlas hacia él.
Me he perdido casi toda la primera parte- dijo, manteniendo cierta
distancia-, pero, por lo que he visto, os habéis animado en la segunda.
Sí, eso parece…
Mordió su labio inferior. Su bonita mirada azul estaba demasiado fija en
ella, y eso le ponía nerviosa.
Voy a saludar a los demás…, nos vemos luego.
Volteó con rapidez, sin esperar respuesta, y se dirigió hacia el grupo de
entrenadores, apostados contra la barra con unas copas en la mano.
Su padre extendió el brazo en su dirección y se dejó rodear por él.
Ash, qué alegría verte por aquí.
Jim Carter, otro de los entrenadores y antiguo jugador del mismo equipo,
palmeó su hombro con simpatía mientras el resto la saludaban
animadamente.
Los Thunders tenían un equipo de cinco personas que se encargaban de
los entrenamientos, estrategias y preparación física, algo que les
distinguía del resto de equipos australianos y que, habían comprobado,
aumentaba su efectividad.
Acostumbraos- se burló-, voy a empezar a dejarme ver más.

Giovanni.
Esto empezaba a ser preocupante.
No podía dejar de mirarla, se sentía como un pervertido.
Siguió con los ojos cómo se deslizaba entre la gente, saludando a unos y
otros con una sonrisa permanente.
Aún recordaba lo que le había dicho a Thomas aquella mañana: se
retiraría antes de que las cosas pasaran a mayores.
Sabía lo que decía.
Después de lo que conocía de su historia con su exnovio, no tenía
intención alguna de meterse en una relación con ella.
Dios, por supuesto que no. Era un capullo, todo el mundo lo sabía. Y no
iba a hacer daño a la única hija de su mayor ídolo sólo porque el sexo con
ella era jodidamente maravilloso.
No. Estaba decidido.
Eres un crack, ¡un crack!
Giró la cabeza hacia la derecha para ver a Thomas correteando hacia él.
Le atrapó con un brazo, dirigiéndole hacia la salida discretamente.
Hace mucho que no bebes, ¿no, colega?
Su amigo se echó a reír, con esas carcajadas etílicas tan características,
mientras se dejaba llevar hasta la pared.
Prueba a tener hijos, Gio…- le escuchó decir mientras atrapaba una
botella de agua por el camino-, tienes hijos y… ¡PUM! dejas de beber.
Eso está bien.
Abrió la botella y se la ofreció sin dejar de sujetársela.
Bebe, venga.
No me trates como si fuera un borracho- protestó Thomas-, sólo me he
tomado un par de copas… o cuatro.
Bebe.
Thomas obedeció, asintiendo con un cabeceo.
Deberías tener hijos con Ash.
Gruñó por lo bajo mientras le sacaba definitivamente del comedor,
observando que nadie escuchara a su alrededor.
Bueno, basta ya, hora de dormirse.- le dijo.
¿Qué tiene de malo Ashley?
Sacudió la cabeza, abriendo la puerta de la habitación 109 con la tarjeta
magnética que él mismo le tendió.
No tiene nada de malo.
Entonces ten bebés con ella.- murmuró Thomas antes de dejarse caer
sobre la cama.
20.
Giovanni.
Después de dejar a Thomas durmiendo la mona, volvió al comedor.
Jeff decidió que la distribución de las mesas se haría a sorteo para que
todos se interrelacionaran sin importar el departamento al que
pertenecieran. Al parecer, era algo que había leído en una revista
americana.
Por supuesto, la mano inocente del Presidente quiso que acabara en una
de las mesas redondas entre uno de los fisioterapeutas y Ashley West.
¿Por qué?
El azar era cruel.
Apenas era capaz de no comérsela con los ojos cuando se la cruzaba por
los pasillos, ¿cómo iba a aguantar toda una cena a su lado, escuchando su
deliciosa voz, aspirando el característico olor de su piel…?
Era insoportable.
Más aún cuando, a mitad de la velada, sintió cómo sus dedos se apoyaban
delicadamente sobre su muslo derecho, causando un respingo
sorprendido en él.
Ash…- murmuró, inclinándose en su dirección.
Su respuesta fue una de esas grandes sonrisas tan suyas antes de
ponerse a hablar de nuevo con un par de sus compañeros, sentados al
otro lado de la mesa.
Esa mujer iba a acabar con su cordura.
Pero, por supuesto, dejaba de ser prudente cuando recibía tal atención
de una mujer tan impresionante.
Discretamente, bajó el brazo por debajo del mantel y agarró su mano,
acariciando la suave palma.
Pórtate bien.- susurró.
Ashley apoyó la cabeza sobre su mano libre, sin dejar su conversación
con otros jugadores.
He ido a ver a los Warriors y… creo que deberíais atar en corto a
Johnson, corre como una gacela.
¿Más que Gio?
Volteó el rostro hacia él con una sonrisa socarrona.
Mmm… yo diría que sí.- se burló antes de soltar una suave carcajada.
Bajo la mesa, deslizó los dedos hasta su rodilla mientras el resto de los
comensales se echaba a reír animadamente.
Eso lo veremos en la final.
Apretó los dientes al sentir su pierna apretada contra la suya.
No te pongas chulito, D’angelo, a ver si te va a dar un tirón corriendo por
encima de tus posibilidades.
¡Bien dicho!- exclamó alguien frente a ellos.
Acarició su muslo por encima del vestido, divertido al ver cómo sus
labios se contraían en un gesto de sorpresa.
¿Quieres apostar?
Ella soltó una carcajada, dirigiéndose al resto de comensales de la mesa.
¿Qué decís, chicos? ¿Quién se anima a apostar?
Yo creo que Giovanni le dará una lección.- comentó el fisioterapeuta de
su izquierda.
Sonrió, deslizando la mano de arriba abajo por su suave pierna desnuda.
¿En serio apostarías contra mí?
Sé que Thomas es más rápido que Johnson, pero tú…- bromeó
teatralmente, divirtiendo en grado sumo a sus compañeros.
¡Pelea, pelea!
Esbozó una sonrisa al rozar con las yemas de los dedos el encaje de su
ropa interior.
Es curioso que la persona que me trajo aquí tenga tan poca fe en mis…
capacidades.
No le hagas caso, Gio- intervino su compañero-, le gusta utilizar la
psicología inversa.
Ashley se echó a reír, removiéndose sobre la silla al sentir su tacto más
que curioso.
No me estropees la estrategia, Jimmy, siempre funciona.
Sí, como cuando me dijiste que saltaba como un bebé.
¡Ahora eres el mejor!- exclamó ella con regodeo.
Era increíble.
Guapa, inteligente y divertida.

Un par de horas después, cuando la larga sobremesa y los cócteles se


acabaron, se despidió de sus compañeros, siguiendo el camino que
Ashley había hecho quince minutos antes.
Se sentía totalmente atrapado en su magnetismo. Y eso no era nada
bueno.
Instintivamente, recorrió el pasillo de la segunda planta hasta parar
frente a su puerta, alzando la mano en el aire dubitativamente.
Ashley abrió y asomó el rostro con una sonrisa, tirando de su brazo para
meterlo dentro de la habitación.
Pasa, te va a ver alguien.
¿Cómo sabías que estaba ahí?- preguntó, recorriendo con la mirada su
precioso cuerpo sólo cubierto con un conjunto de ropa interior blanco.
Respiró profundamente, intentando controlar sus instintos.
Te he oído llegar.
Hizo el amago de soltar una carcajada, pero sus labios se vieron de
repente ocupados en seguir el ritmo de su boca exigente.
Pasó las palmas de las manos por su cintura, rodeándola.
Era… deliciosa.
Suavemente, la apartó unos centímetros.
Espera, tenemos que hablar de algo.
Ella alzó la ceja derecha con escepticismo, dando un par de pasos hacia
atrás.
No…- empezó a decir, sintiéndose totalmente estúpido-, no quiero una
relación… estable, con nadie.
Sorprendido, torció el gesto al ver cómo Ashley se echaba a reír.
Dios, yo tampoco.
Abrió la boca para contestar, pero la cerró tras varios segundos sin
encontrar nada lógico que decir.
Se sentía aliviado y dolido al mismo tiempo.
¿Estabas preocupado por si me hacía ilusiones románticas contigo?
Supongo… supongo que sí.- respondió con un murmullo.
Thomas se ha puesto en plan paternal, ¿verdad?
No pudo evitar una media sonrisa al asentir con un cabeceo, recorriendo
de nuevo su cuerpo semidesnudo con la mirada.
Acabo de salir de una relación muy larga, no quiero meterme en otra
ahora mismo- siguió diciendo ella-, pero sí que deberíamos pensar en
ponerle fin a esto, porque sé que al final acabarán pillándonos, o
terminaremos siendo una pareja aburrida y rutinaria.
¿Qué propones?
Ashley se llevó un dedo a los labios en un gesto horriblemente sexy.
¿Qué tal si nos vemos antes de la final y lo dejamos ahí, como un bonito
recuerdo?
La final… era apenas tres días después.
Me parece bien.- se escuchó contestar antes de atraparla entre los
brazos y alzarla algunos centímetros del suelo.- Aprovechemos el tiempo.
Ella rio, pero no hizo amago de detener sus manos, sus labios o su cuerpo
al echarlos a ambos sobre la cama.
Eso era. Disfrutaría del momento y después… después volvería a la vida
que había tenido antes de que ella apareciera para ponerlo todo patas
arriba.
Era un buen trato.
21.
Ashley.
Parpadeó un par de veces, confusa al ver el gesto cuasi enfadado de su
padre frente a ella.
¿Me estás escuchando?
Dejó caer la cabeza sobre la mesa con un gemido.
No mucho.- reconoció.
¿Qué te pasa?
Negó con un cabeceo.
Nada, me he distraído un momento.- musitó, comiendo de su plato de
pasta fresca.
¿Qué narices le pasaba?
Estaban en un restaurante de Miami, donde habían llegado el día
anterior para jugar la final del torneo de pretemporada de aquella misma
noche.
Había quedado con Giovanni después de aquella comida con su padre, y
sabía que era la última vez que estarían juntos, al menos íntimamente.
Después… tendría que pensar qué haría con su vida.
Estaba aterrada.
Ash, ¿estás bien?
Perfectamente.- se apresuró a contestar.
Miró el reloj con impaciencia, repiqueteando las uñas sobre la superficie
de la mesa.
Estaba deseando ver a Giovanni, pero, al mismo tiempo, no quería que
aquello se acabara.
Dios, se estaba volviendo loca.
Claro, sabía que era lo mejor para ambos. Aunque algo le decía que sobre
todo para ella.
No podía permitirse enamorarse de otro capullo. No después de lo de
Lloyd, había cubierto el cupo. Y sabía perfectamente que, si seguían
viéndose a escondidas, acabaría pillada por ese italiano orgulloso y
estúpidamente sexy.
Antes de terminar la comida, había mirado su reloj de pulsera al menos
en veinte ocasiones.
¿Qué pasa, tienes una cita, Ashley?- le preguntó Jordan de vuelta al hotel.
Soltó una carcajada deslavazada.
No, que va, ¿por qué dices eso?
Porque no paras de mirar la hora, ¿has quedado con alguien?
Negó con un cabeceo, aumentando el ritmo de sus pasos.
Sólo quiero… echarme una siesta antes del partido, estoy algo cansada.
Eso pareció convencer a su padre, pues se encogió de hombros mientras
alcanzaban la puerta principal del hotel de cinco estrellas del centro de la
ciudad, muy cerca del estadio que acogería el esperado partido.
Se despidió con un beso en la mejilla y subió a toda prisa hasta su
habitación en el penúltimo piso.
No le dio tiempo a cerrar la puerta tras de sí antes de verse arrollada por
el habitual entusiasmo de Giovanni, que la atrapó por la cintura en
cuanto traspasó el umbral.
Empujó la puerta con la pierna, soltando una carcajada al sentir cómo sus
manos apretaban fuertemente sus caderas.
Cuánto entusiasmo.
Llegas tarde.- contestó él, echándola sobre la enorme cama de la suite.
Pasó los dedos por su cuello bronceado, recorriendo la dura piel de su
nuca con una enorme sonrisa.
Ya veo que has ido calentando mientras esperaba.
Giovanni curvó los labios con un gesto que le volvía absolutamente loca.
Esa mueca sexy que solía utilizar en sus campañas publicitarias.
Dejó que los brazos de Gio rodearan su cuerpo mientras su boca
arrancaba de la suya cada pizca de oxígeno.
Espera, espera.- se rio, apoyando las manos sobre su camiseta- Tengo
que ir a por algo al baño.

Giovanni.
Inquieto, se revolvió el cabello mientras fijaba los ojos en la puerta
cerrada del aseo.
Bajó la mirada hacia el suelo, pensando en qué pasaría después de
aquella noche. Deseaba jugar aquella final tan importante, pero le
molestaba que eso supusiera dejar de ver a Ashley.
Aunque, claro, estaba claro que no podían seguir haciendo aquello. Ella
tenía razón. No quería que West se enterara, y mucho menos quería una
pareja estable.
No.
Todo se acabaría allí, en su último encuentro.
Escuchó la apertura de la puerta y alzó los ojos, carraspeando para poder
respirar.
¿Qué…
Abrió la boca, buscando alguna palabra que pudiera acercarse a describir
la brutal sexualidad de aquella preciosa mujer, enfundada en un
escasísimo bodi de encaje rojo que dejaba entrever cada parte de su
curvilíneo cuerpo.
Lo encontré ayer en una tienda del centro.
Asintió con un cabeceo, pero apenas escuchaba sus palabras.
Se levantó muy lentamente, recorriendo los pocos pasos que los
separaban para tomar su mano e instarla a dar una vuelta sobre sí
misma.
Apretó los labios para evitar un gemido de satisfacción.
Es…- empezó a decir, acariciando los finos tirantes.
¿Demasiado?
Soltó una leve carcajada que acabó en gruñido cuando ella recortó las
distancias y se apretó contra su pecho, esbozando aquella bonita sonrisa
tan suya.
Nunca es demasiado.
Se inclinó para agarrar sus caderas con ambas manos y alzarla del suelo,
haciendo que sus piernas rodearan su cintura.
Acarició el encaje que cubría apenas sus nalgas, sonriendo con suma
satisfacción.
Ashley pasó los brazos por sus hombros, apretándose para besarlo
apasionadamente, sin duda alguna.
Era…
Descartó aquellos pensamientos de su cabeza mientras se sentaba aún
con ella en brazos sobre la linde del colchón, recorriendo entonces con
ambas manos cada centímetro de su cuerpo.
Espero que esto no te descentre para el partido de esta noche.
Curvó los labios en una sonrisa, buscando con los dedos los pequeños
botones que cerraban el bodi en el lateral derecho.
Los desabrochó uno a uno, muy despacio, disfrutando del exquisito roce
de su tersa piel.
Ya sabes lo que me pasa después del sexo.- contestó en un murmullo,
hundiendo el rostro en su cuello.
Sintió su pecho agitarse al reír mientras deslizaba una mano bajo el
encaje ahora abierto de sus costillas.
¿Que te pones eufórico?
Aspiró el dulce olor de su piel, intentando no estremecerse al sentir sus
dedos curiosos recorrer su pecho bajo la camiseta.
Podríamos decirlo así…- contestó-, ya sabes, que juegue bien o no ahora
depende de ti.
Por supuesto, ella aceptó el reto.
La observó deshacerse de su agarre y levantarse para, con una atractiva
seguridad, terminar de desabrochar los enganches de aquella preciosa
prenda y dejarla caer al suelo.
Entonces, haremos las cosas bien.
22.
Giovanni.
La final fue un espectáculo apoteósico entre los dos mejores equipos del
mundo, y los Thunders acabaron ganando por un tanto prácticamente en
el último momento.
Después, celebraron la victoria por todo lo alto haciendo un recorrido
por todas las salas de fiesta de la ciudad, y las fotos de aquella noche
aparecieron en todos los medios de prensa. Especialmente una toma en
la que se le veía besando a una muchacha de largo cabello oscuro frente a
la barra de una discoteca.
Intentó hablar con Ashley para explicarle que él no había tenido nada
que ver con aquello, que esa mujer se había abalanzado sobre él de
repente, seguramente a cambio de una buena recompensa tras la
publicación de las fotos. Sin embargo, ella no había querido escuchar
nada, se limitó a alzar los brazos con una sonrisa tensa y decir “lo que
hagas no es asunto mío”.
Fue como una patada en el estómago.
Pero, dos semanas después y de vuelta a Sídney, se encontraba de mejor
humor.
Las cosas habían vuelto a la normalidad. Prácticamente.
Quedaban cinco días para la gala de los World Rugby Awards, y su
nominación como el mejor jugador del año estaba causando revuelo en
los Thunders, al igual que la evidente probabilidad de que ellos lideraran
el ranking de mejores equipos.
Estoy seguro de que este año es tuyo.
Esbozó una leve sonrisa, palmeando el hombro de su compañero Scott,
un defensor alucinante, mientras empezaban el entrenamiento de
aquella mañana.
Venga, chicos, a correr.- aulló West al pisar el campo.
Rotó un par de veces los tobillos antes de dar la primera zancada.
No habían terminado la primera vuelta cuando una figura más que
conocida irrumpió por el fondo del campo a grandes pasos, dirigiéndose
directamente hacia Jordan.
No pudo evitar seguir con la mirada el camino airado de Ashley, vestida
con vaqueros y zapatillas.
Observó cómo alzaba los brazos y empezaba a gritar, aunque desde
donde estaba no podía escuchar a qué se refería.
Apretó los dientes, recordándose que no era de su incumbencia, que no
debía acercarse, que no le importaba el porqué estaba enfadada.
Sin embargo, Thomas no pareció pensárselo. Le vio acercarse a toda
prisa hacia Ashley y su padre, que parecía intentar calmarla sin éxito.
No podía dejar de observar la escena: Ashley volvió a gritar algo
mientras Thomas rodeaba sus hombros y West salió a toda prisa hacia el
edificio principal.
¡No!- la escuchó vociferar, echando a correr tras él.
Resiste, se dijo a sí mismo.
Eh, no perdáis la concentración.- interrumpió sus pensamientos Jim
Carter, otro de sus entrenadores.
Sacudió la cabeza, siguiendo su camino.
No tiene nada que ver contigo, se repitió.

Ashley.
Ese hijo de puta…
Obviamente Thomas consiguió alcanzar a su padre antes que ella.
Para.- gruñó al llegar a la puerta principal del recinto, donde su amigo
agarraba firmemente a Jordan por los hombros.
No quiero que ese cabrón se acerque a ti.
Sonrió levemente al ver el gesto de esfuerzo de Thomas.
Papá, deja de removerte, le estás haciendo daño.
Finalmente y tras un gruñido nada agradable, Jordan dejó de resistirse al
agarre y Thomas pudo soltarle con un suspiro.
Gracias.- murmuró éste.
Perdona, Thomas, es que ese gilipollas…
Sí, te enerva, lo sabemos.
Negó con un cabeceo, apoyándose contra la pared para dejarse caer
hasta el suelo.
¿Estás bien, Ash?
Buscó a su amigo con la mirada, intentando encontrar las palabras.
Era increíble.
Habían pasado ya... al menos siete meses, y él volvía a aparecer.
Aquella mañana, al salir de casa, un Audi familiar aparcado frente a su
puerta le había provocado náuseas. Intentó echarse atrás, volver a meter
su coche en el garaje y fingir que no estaba, pero Lloyd salió por la puerta
del conductor y la saludó con la mano.
Como si fueran amigos.
¿Qué coño haces aquí?- dijo al bajar de su Mustang.
Hola, Ashley.
Estaba exactamente como le recordaba: delgado, espigado, vestido con
un ridículo traje de tweed y con esas gafas redondas de las que no se
separaba ni para ducharse.
Contesta a mi pregunta.
Yo…- empezó a decir él, avanzando un par de pasos con un gesto
tembloroso-, te echo de menos. Mucho.
Había salido de allí pitando, ignorando las ganas que tenía de cruzarle la
cara de un puñetazo.
Sacudió la cabeza para volver al presente, intentando calmar sus nervios
y que su padre no se pusiera aún más histérico.
Pero, ¿te ha seguido? ¿qué te ha dicho exactamente?
Dios, papá, no seas melodramático- protestó-, sólo ha aparecido en la
puerta de mi casa con su estúpido monovolumen diciendo que me
echaba de menos.
Vio cómo el rostro de Thomas se contraía en un gesto que sólo podría
entender como de asco.
¿Un monovolumen, en serio?
Golpeó su brazo derecho con el puño.
¿Eso qué tiene que ver, imbécil?
Oh, venga ya, un flacucho con gafas de pasta, trajes de pana, odio hacia el
rugby y encima que conduce un monovolumen… ¿en qué coño estabas
pensando?
Thomas tiene razón.- apostilló Jordan.
Alzó los brazos con un gemido frustrado.
¿Por qué seguís dándome la lata con esto?
Porque no entiendo por qué no elegiste a alguien más parecido a ti,
alguien con carácter, que te respetara a ti y a tu trabajo, con tus gustos…
Y más atractivo, porque…
¡Ya basta!- exclamó.
No podía ser.
Años después, seguían con la misma monserga.
Thomas se acercó para rodear sus hombros con un brazo e inclinándose
sobre ella.
¿Esa descripción no te recuerda a nadie?- musitó cerca de su oído
mientras Jordan daba vueltas sobre sí mismo murmurando palabras
malsonantes.
Claro que lo hacía.
Pero se estaba esforzando por no pensar en él, en las ganas que tenía de
besarle de nuevo, de dejarse rodear por su increíble calidez…
Cállate la boca.
23.
Giovanni.
Thomas no volvió al entrenamiento hasta prácticamente los últimos
minutos, en los que siguió corriendo mientras los demás practicaban con
la bola, por lo que no pudo preguntar qué había pasado con Ashley hasta
aquella noche, en la que le había invitado a cenar en su casa.
A pesar de que sabía que esa vez no ocurriría, esperaba que ella
estuviera. Una reacción estúpida e impropia de él.
No la busques, no está.- fue el saludo de Thomas.
Cierra el pico.
Lisa se adelantó para darle un abrazo, aunque no ocultó una sonrisa
divertida ante el cómico gesto de su marido.
No le hagas caso, Gio, este hombre es idiota.
¿Y por qué te casaste con él?
Ella se echó a reír, golpeando amigablemente su hombro.
No me hagas dudar, ahora ya es tarde.- se burló.
¡Oye!
Sonrió, siguiéndoles hasta el salón, donde se acomodaron en los amplios
sillones de piel blanca que rodeaban toda la estancia.
¿Dónde está mi bambina?
Ahora voy a por ella.- contestó Thomas antes de mirar el reloj de su
muñeca y coger las llaves que tenía sobre la mesa.
Se iba a quedar a dormir en casa de una amiguita, pero cuando le dijimos
que venías a cenar, quiso volver.
No pudo evitar una leve sonrisa.
Lisa le sirvió un refresco mientras su marido salía en busca de la
pequeña.
¿Puedo hacerte una pregunta, Gio?- la escuchó decir al cabo de unos
minutos de cómodo silencio.
Observó a su anfitriona, sentada frente a él en los amplios sofás.
Claro.
¿Por qué no quieres estar con Ashley?
Abrió la boca algunos segundos, dispuesto a contestar, pero la cerró un
par de veces más antes de poder pronunciar palabra.
En realidad, se esperaba aquella pregunta.
Y, sin embargo, no se había preparado respuesta alguna.
No es que no quiera…- empezó diciendo.
¿Entonces?
Entonces…
Ash es prácticamente de la familia, siempre ha estado cuando la hemos
necesitado…- relató Lisa-, cuando empecé a salir con Thomas, me daba…
miedo, y ella me ayudó mucho- continuó con una risita.
¿Miedo?
Ella se echó a reír de nuevo, llevándose su copa de vino a los labios antes
de seguir hablando.
Bueno, yo era una chica normal, y se estaba interesando por mí un
jugador ya bastante notable de los juveniles de los Thunders que,
además, había estado saliendo con la hija del mejor jugador de rugby del
momento… imagínate.
No le dio tiempo a contestar antes de que Thomas apareciera por la
puerta, precedido por una inquieta Lilly, que corrió hacia él según
atravesó el umbral.
Se levantó para alzarla en brazos con facilidad, depositando un casto
beso en su coronilla.
Buona notte, bambina.
¡Gio!
Sonrió, encantado.
Estaba acostumbrado a los niños. Venía de una gran familia en la que sus
tres hermanas menores ya tenían hijos, y le encantaba pasar todo el
tiempo que pudiera con ellos, incluso a pesar de la distancia.
¿Por qué no subes a dejar tus cosas antes de cenar, Lilly?
La dejó en el suelo y ella, obediente, recogió una pequeña mochila roja
que había dejado junto a la puerta y se dirigió a las escaleras.
Entonces, se acercó a su amigo, con una mezcla de asombro y celos que le
sorprendió una vez más.
¿Cómo no me dijiste que habías estado saliendo con Ashley?- murmuró,
casi con un gruñido.
Thomas dirigió la mirada hacia su mujer, que desvió los ojos
teatralmente.
Muy bien, cariño, gracias por contarle esa tontería.
¡Yo no digo tonterías, es la verdad!
Una vez más, esos celos innatos.
Pero, ¿qué narices le pasaba?
Dios mío, salimos durante tres meses en el instituto, no se la puede
considerar “novia”… - protestó su amigo.
¿Con cuántos más…
Dios, se sentía completamente estúpido.
¿Del equipo?- terminó Thomas, negando después con un cabeceo- Que
yo sepa, sólo tú.- soltó una carcajada- ¿Fuera de los Thunders?- siguió-
Eso sólo le concierne a ella.
Claro, sólo le concernía a ella.
Uhhh, parece que te gusta mucho…
Alzó la ceja derecha en dirección a Lisa, que se echó a reír
estrepitosamente al mismo tiempo en que su hija volvía al salón a la
carrera.
¿De qué te ríes, mamá?
De que a Giovanni le gusta una chica.- contestó ella ante el carraspeo mal
disimulado de su capitán.
Los ojos de la pequeña se iluminaron y soltó un gritito muy agudo.
¡¿Tienes una novia?!
Se llevó una mano al cabello con una sonrisa mientras Lilly correteaba a
su alrededor y Thomas intentaba que todos pasaran al comedor.
No, no tengo ninguna novia.
¡Pero te gusta una chica!- replicó la niña.
La alzó en brazos para seguir a su amigo.
Que le guste una chica no significa que sea su novia.- escuchó decir a
Lisa tras ellos.
¿Por qué no?
Hacía demasiadas preguntas.
La dejó sentada en su silla especial y se acomodó junto a ella, al lado de
Thomas y frente a Lisa, donde ésta le indicó.
Porque a lo mejor a esa chica no le gusta Gio.- propuso su amigo.
Le lanzó una mirada envenenada.
¿A qué estaba jugando?
O a lo mejor esa chica no sabe que a él le gusta.
Gracias, Lisa.- bromeó.
No lo entiendo, mamá.
¿Y quién sí?
Las mujeres son complicadas, cariño.- sentenció Thomas antes de avisar
de que podían servir la cena.
24.
Giovanni.
¿No vas a preguntar qué le pasaba a Ash hoy?- inquirió Thomas ya casi a
medianoche.
Empezó negando con un cabeceo, intentando no volver a pensar en ello,
pero las miradas de ambos adultos sobre él pudieron más que su orgullo.
Estás deseando contarlo.
No lo haré si no quieres saberlo.
Yo creo que te interesaría.- apostilló Lisa, que acababa de venir de
comprobar por tercera vez que Lilly ya estaba dormida.
Se revolvió el cabello con impaciencia.
Está bien, ¿qué le pasaba?
Thomas se tomó unos minutos para mantener un teatral silencio antes
de contestar.
Su exnovio fue a verla esta mañana.
Apretó los dientes para mantener la compostura.
¿El contable?
Sí, ese gilipollas de Lloyd- respondió su amigo-, al parecer la estaba
esperando en la puerta de su casa para hablar con ella cuando saliera.
No te importa, se repitió inútilmente un par de veces.
Y… ¿estaba disgustada?
No, estaba encantada, ¿eres tonto?
Gruñó por lo bajo.
No me vaciles.
¡Cómo va a estar encantada!- exclamó Thomas, alzando los brazos
cómicamente.
Yo qué sé, a lo mejor no le ha parecido tan mal volver a verle.
Lisa negó con un cabeceo.
Las cosas acabaron mal.
Tan mal que se mudó a catorce mil kilómetros dedicando cinco minutos
a despedirse de su padre y pedir una excedencia.
Ni siquiera se despidió de nosotros.
Mordisqueó distraídamente un pequeño trozo de pan que aún tenía a su
alcance.
No entiendo por qué me estáis dando la lata con ella, la verdad.
Porque hacéis una gran pareja.- contestó Lisa con su habitual énfasis.
Negó con un cabeceo.
No quiero una pareja, y ella tampoco.
Tenéis una edad…
Alzó la mano derecha y la dejó en el aire con un gesto de estupefacción.
Es como oír a mi madre, joder.- protestó.
Está bien, está bien, nos callamos.
De acuerdo, hablemos del discurso que vas a dar cuando ganes el premio
a mejor jugador del año.- interrumpió Thomas con una sonrisa divertida.

Ashley.
Debido a la ola de calor que azotaba Sídney, llevaba un par de semanas
saliendo a correr por la noche en vez de a primera hora de la mañana.
Llegó a casa prácticamente de madrugada, después de una carrera
especialmente larga con la que intentar olvidar el enfado que tenía con
Lloyd por haber vuelto a aparecer en su vida cuando ya no era más que
un molesto recuerdo.
Ese cabrón…- murmuró mientras subía los escalones hasta su porche
trasero y entraba en la casa.
Directamente, se dirigió hacia la cocina, dispuesta a preparar algo de
pasta que calmara su hambre, a pesar de las horas.
Puso el agua a hervir y empezó a quitarse la ropa de deporte para
meterla en la lavadora, pero sólo le había dado tiempo a deshacerse de la
camiseta cuando el timbre de la puerta principal resonó por toda la
primera planta.
Pero qué narices…
Miró el reloj de su muñeca. 1:07 a.m.
Con un gruñido, se asomó hacia fuera para ver quién estaba apostado
frente a la verja, dispuesta a montar el espectáculo del siglo si se trataba
de Lloyd de nuevo.
Pero la visita era aún más sorprendente.
¿Qué haces tú aquí?
¿Podemos hablar?
Pulsó el botón de apertura y esperó con los brazos en jarra hasta que
Giovanni atravesó el jardín delantero y se colocó frente a ella.
Sin decir una palabra, entró y se dirigió de nuevo a la cocina para
controlar la pasta, escuchando sus pasos a su espalda.
¿Qué haces aquí a estas horas?- preguntó, aún sin mirarle.
Pasaba por aquí para volver a casa y… vi luz.
Sacudió la cabeza para evitar un gruñido.
¿Qué clase de respuesta era aquella?
¿Estás cocinando ahora?
Encima se atrevía a hacerle preguntas estúpidas.
Pues sí, acabo de llegar de correr y tengo hambre.- contestó
bruscamente- ¿quieres?
No, no, acabo de cenar con Thomas y Lisa.
Ahora sus amigos se pasaban al bando contrario.
En realidad, se lo había buscado.
Había desaparecido medio año sin siquiera avisarles de su repentina
decisión, y durante aquellos meses, D’angelo se había convertido en un
miembro importante tanto para el equipo como para sus mejores
amigos.
¿Qué quieres, Giovanni?- repitió, concentrada en la olla hirviendo y no
en su proximidad.
Me ha contado Thomas lo que ha pasado esta mañana.
Ese bocazas…
Con calma, puso la pasta en un escurridor.
¿Y tú también quieres opinar sobre el tema?
Rehogó un poco de ajo picado en aceite de oliva que había traído consigo
de Europa y le añadió albahaca, dejando que impregnara toda la cocina
con aquel aroma tan italiano que echaba de menos.
Sólo quería saber si estabas bien.
Sonrió levemente, terminando el plato en la sartén antes de pasarlo a
una fuente para que se enfriara un poco.
Volteó hacia él, agarrándose con fuerza a la encimera para no extender
los brazos en su dirección.
Estoy perfectamente- contestó, haciendo un gran esfuerzo para
mantener la mirada en la suya-. ¿Necesitas algo más?
Giovanni negó con un gesto, dirigiéndose hacia la puerta de nuevo.
Mira, no sé a qué viene esa hostilidad hacia mí, no creo que haya hecho
nada para merecérmela.
No lo había hecho, ciertamente.
Pero ella se veía incapaz de comportarse cuando él estaba cerca, y eso le
enfurecía.
Aunque haya terminado… eso- siguió diciendo D’angelo, ya desde el
umbral-, me gustaría que fuésemos amigos.
Respiró hondo un par de veces para no gritar.
¿Sabes por qué no podemos ser amigos, Giovanni? Porque quiero amigos
con los que no me apetezca acostarme.
Antes de darle tiempo a abrir la boca, cerró la puerta con un portazo.
Ya basta, se dijo.
25.
Ashley.
Siento que tengas que ir acompañada de tu anciano padre y no de un
novio guaperas…
Con una carcajada, agarró su brazo mientras ambos se desplazaban en
una limusina de la organización camino al mayor evento anual del
mundo del rugby.
Aquel año, Wellington, la capital de Nueva Zelanda, era la sede del
evento, y nadie había querido perdérselo. Todo el equipo había volado
aquella mañana y se alojaban a su hotel habitual de la ciudad
neozelandesa.
En aquel momento, a apenas una hora del inicio oficial de la gala, se
sentía extrañamente inquieta.
No podría ir con nadie mejor.- contestó.
Me alegra que vuelvas a la vida pública.
Asintió con un cabeceo.
Cuando era pequeña, Jordan nunca había querido que la prensa se
metiera en su vida, siempre había procurado que las cámaras captaran lo
mínimo a su pequeña. Después, en la adolescencia, ella sólo quería ser
famosa, que la gente supiera quién era su padre, pero él se había negado
a que estuviera continuamente señalada.
No fue hasta que empezó la universidad cuando su padre y ella
decidieron que era un buen momento para que el mundo conociera a
Ashley Cassie West ya como adulta.
Sin embargo, cuando empezó a salir con Lloyd, se echó a un lado.
Claro que iba a las World Rugby Awads, pero siempre entraba por la
puerta trasera y se mantenía en un discreto segundo plano.
¿Crees que le darán el premio a Giovanni?
¿Por qué todo tenía que girar alrededor de ese hombre?
Probablemente…- musitó, pasando las manos por la larga falda de seda
de su vestido.
Se lo merece.
Sí, supongo que sí.
¿Supones?- inquirió Jordan- Tú insististe en traerlo, y resultó perfecto,
¿y ahora sólo supones?
Exhaló bruscamente.
¿Cuánto tiempo quedaba para llegar?
Es una forma de hablar.
¿Te llevas mal con él?
Abrió la boca para contestar, pero sólo pudo emitir una leve risa nerviosa
que se vio cortada por la voz del chófer.
Hemos llegado.
Jordan tomó su mano para apretarla apenas unos segundos antes de salir
por su puerta y dar la vuelta al coche para ayudarla a salir.
Ya podía oír el zumbido de las cámaras fuera, y tuvo que respirar hondo
un par de veces antes de que su padre abriera su puerta y le tendiera la
mano.
Era el momento.

Giovanni.
Estaba en el photocall instalado en la entrada del enorme teatro que
recogía la gala cuando escuchó un nuevo coche parando frente a la
puerta y, un minuto después, un gran alboroto por parte de los
periodistas.
Pudo distinguir a West, vestido con un elegante traje negro, dirigiéndose
en su dirección y, agarrada a su brazo, a Ashley.
Estaba… increíble.
Vestía de verde esmeralda, y refulgía intensamente bajo los flashes de las
cámaras, incluso a pesar de la atención que solía acaparar Jordan.
Se apartó discretamente cuando ambos llegaron al photocall, turnándose
para hacerse las pertinentes fotos.
No podía quitar sus ojos de ella, de la esbeltez de sus curvas cubiertas de
seda, de su sencillo peinado estilo años veinte y de aquella preciosa
sonrisa con la que atraía todas las miradas.
¡Nos alegramos de verte de nuevo, Ashley!- escuchó exclamar a uno de
los fotógrafos.
Ella contestó con un divertido gesto al mismo tiempo en que West
reparaba en su presencia y se acercaba a su posición, ya en el umbral de
la sala.
Eh, D’angelo, ¿listo para tu gran noche?
Estrechó la mano que le tendía, haciendo un gran esfuerzo para no seguir
con la mirada cómo Ash iba hacia ellos.
¿Por qué tenía que comportarse como un adolescente?
Sí…, tiene buena pinta.- murmuró.- Buenas noches, Ashley.
Ella sonrió, aunque su gesto era tenso, incómodo.
Buenas noches.
Vamos a entrar, que nos estarán esperando.
La observó agarrar el brazo que su padre le tendía y caminar junto a él
dentro del teatro. Apretó los labios para reprimir un gemido al ver la
espalda abierta de su vestido y, justo en el centro de su columna, aquel
tatuaje que tan sexy le había parecido la primera vez que la vio.
Por supuesto, aquel detalle de su aspecto volvió locos de nuevo a los
fotógrafos, que dispararon frenéticamente con sus cámaras hasta que
atravesó el umbral, seguida muy de cerca por él, que era incapaz de
apartar los ojos de su preciosa piel desnuda.
¡Eh, Gio!- le dijo Jordan, señalando las tarjetas que señalaban los
asientos- Estás a nuestro lado.
Maravilloso, pensó con ironía.
Curvó los labios en una media sonrisa antes de comprobar una vez más
su lugar, efectivamente junto a Ashley.
Por suerte, Thomas estaría a su izquierda.
Intentaría pensar en mantener una conversación con su amigo y no en
cómo deseaba tan desesperadamente arrancarle la ropa a aquella
preciosa mujer.
Les siguió en silencio hasta la primera fila, donde se solían sentar los
nominados a mejor jugador del año y otras celebridades importantes.
Me asombra que no te hayas traído a alguna de tus novias…- murmuró
Ashley en su dirección en cuanto tomaron asiento ante el jaleo general.
¿A qué novias te refieres?
Ella torció los labios en un gesto socarrón.
A tus chicas de las revistas…
Apretó la boca para no gritar.
Sabes perfectamente que no salgo con nadie.- replicó, intentando
mantener un tono que sólo ella pudiera escuchar.
Puedes hacer lo que quieras, Giovanni.
No, no podía.
Porque lo único que quería era a ella, por mucho que deseara no saber
nada de él, ni siquiera ser amigos.
Era desesperante.
Y no iba a aguantar así mucho tiempo más.
Ashley se recolocó sobre su asiento y, debido al movimiento, la falda se
su vestido se abrió por la apertura lateral, dejando que pudiera
deleitarse con una visión bastante clara de sus larguísimas piernas.
Exhaló lentamente.
Iba a ser una noche muy larga.
26.
Ashley.
No, podía concentrarse, ni siquiera en el parloteo constante de Thomas
muy cerca de ella, sólo podía sentir la calidez del cuerpo de Giovanni, su
delicioso olor amaderado.
Se estaba volviendo loca.
Por suerte, después de una introducción de los presentadores de este
año, un antiguo jugador neozelandés de la época de su padre y una
cantante de la misma nacionalidad, un empleado de la organización le
hizo un gesto para que pasara a la parte trasera del escenario.
¿Y eso?- le preguntó su padre mientras alzaba la ceja derecha hasta
límites insospechados.
Me han pedido que dé un premio.
En realidad, no era mentira.
En las semanas en las que había colaborado con la organización y
dirección de la gala para llevar a cabo el homenaje a toda la carrera de
Jordan, habían aprovechado para ficharla como una de las personas que
daría uno de los premios, el que enunciaba a los jugadores que
componían la mejor alineación del año.
Sólo que no era el momento de aquello…
Estaba increíblemente emocionada.
Muy lentamente, se levantó de su asiento y caminó discretamente hasta
el lateral de la sala, donde siguió al empleado hasta una puerta.
Tras el escenario, se ocultaba un largo pasillo lleno de pequeñas
habitaciones comunicadas donde guardaban los trofeos, los camerinos y
los vestuarios.
Una vez allí, le tendieron unas fichas escritas que previamente había
mandado a la organización.
Ahora, demos la bienvenida a los ojos y oídos de los Thunders.
Expiró profundamente antes de avanzar hacia el centro del escenario,
junto a Larry Ellison, que extendió los brazos para darle un leve abrazo
acompañado de un par de besos en las mejillas.
Me alegra verte de nuevo, Ashley.- murmuró, sólo para ella.
Y a mí.
Sonrió, encantada, mientras saludaba a la copresentadora.
¡Eh, Jordan, ha salido mucho más guapa que tú!- escuchó que bromeaba
Larry.
Vio cómo su padre se echaba a reír, asintiendo con un cabeceo.
Se colocó frente al atril central en cuanto los presentadores se retiraron
hacia un lado y colocó los papeles sobre la superficie.
Estaba sorprendentemente tranquila.
Hacía tiempo que no se sentía tan segura de sí misma.
Buenas noches a todos- empezó diciendo-, para lo que no me conozcan,
soy Ashley West, ojeadora de los Thunders y, como ha señalado nuestro
encantador presentador, hija de Jordan West.
Escuchó algunas risitas y sonrió.
Hace unas cuantas semanas, me comunicaron que este día tan especial
en el que rendimos homenaje al deporte de nuestra vida sería también el
momento en el que festejaríamos la carrera de, para mí, el más grande.
Evitó echar una mirada hacia el lugar en el que estaba su padre, aunque
sentía sus ojos clavados en ella.
Sacó un papel arrugado de entre las fichas y lo enseñó al público.
Esto lo escribí con siete años- empezó a decir sin borrar la sonrisa-, era
el día de la madre y en la escuela nos dijeron que escribiéramos qué
significaba nuestra madre para nosotros, entonces yo le dije a mi
profesora que yo no tenía mamá, que si lo podía hacer de mi papá, y me
dijo que sí- señaló la letra torcida escrita en un vívido rosa fucsia- esto es
lo que dice: ¿qué es mi papá? Mi papá es alto como un árbol, y muy
grande; mi papá va siempre en pantalón corto y me deja ponerme la
gorra azul que me gusta; mi papá tiene el pelo muy bonito, pero siempre
va sucio de barro; mi papá trabaja golpeando una pelota en la hierba- las
carcajadas se hacían cada vez más fuertes-; mi papá es el que más corre y
el que mejor empuja- hizo una pausa para mirar al público-, aquí, mi
papá tuvo que ir a explicarle a la profesora que no era a mí a quien
empujaba- las risas fueron generalizadas-; mi papá siempre está conmigo
y me cuenta historias por las noches, me lleva en avión y me compra las
zapatillas que me gustan.- dejó de leer unos segundos para curvar los
labios en una sonrisa y dirigir la mirada hacia Jordan, que parecía apretar
fuertemente la mandíbula para evitar las lágrimas- Mi papá es el mejor
papá del mundo, y le quiero siempre…, aunque me haga comer coliflor.
Dejó el papel arrugado de nuevo sobre el atril y los presentes estallaron
en un bonito aplauso, tiempo que aprovechó para intentar
recomponerse.
Siempre que hablaba de él, no podía evitar la emoción.
Aunque su historia era pública, nunca hablaban de ello. Sabía
perfectamente cómo había pasado todo y, ni siquiera siendo niña,
preguntó de más.
Su madre era una conocida modelo americana con la que su padre había
mantenido una relación bastante breve. Cuando ella se quedó
embarazada, dejó claro que sólo tendría el bebé si se casaban y
compartían la ya por entonces enorme fortuna de Jordan. Viendo que lo
único que ella quería era dinero, él se negó y luchó para tener su custodia
desde el día uno de su vida, momento en el que ella desapareció para
siempre.
Sentía un nudo de emoción en la garganta que amenazaba con provocar
una llantera que estropearía su cuidado maquillaje.
Mucha gente creyó que un hombre tan joven, un deportista de élite con
tanta… tentación a su alrededor, sería incapaz de criar a una hija.- dijo,
conteniendo la rabia- Pero lo hizo y, veinte años después, sigo pensando
como esa niña, sigo creyendo que es el mejor papá del mundo, porque el
hecho de convertirse en uno de los mejores jugadores de la historia no le
arrebató su humildad, no le cambió el carácter y no minoró sus ganas de
seguir mejorando, de esforzarse cada día al máximo.- continuó, sin mirar
las fichas- Él me enseñó muchas cosas, pero la más importante fue a no
rendirme, a que los sueños se cumplen y a que no debemos
conformarnos nunca.
Dirigió de nuevo su mirada hacia él, como si no hubiera una sola persona
más en el mundo.
Gracias por enseñarme a vivir, papá. Te quiero mucho.
Estiró las comisuras de los labios al máximo para retener las gotas
saladas que ya estaban instaladas en sus pestañas.
“Te quiero” leyó en sus labios mientras todo el mundo aplaudía, puestos
en pie.
Recibamos ahora a la segunda persona que mejor conoce al
homenajeado, Jeff Hunter.
Se echó a un lado, palmeando las manos, para que su jefe llegara hasta
ellos, vestido con su habitual pulcritud y con esa sonrisa televisiva tan
característica.
Ha sido un discurso precioso, Ashley.- dijo al micrófono después de dar
un par de besos en sus mejillas.
Siempre puedes agradecérmelo subiéndome el sueldo.- bromeó.
De nuevo, risas.
Animada, se colocó junto a los presentadores mientras Jeff enumeraba
todas las virtudes de su padre, acompañando el relato con diversas
anécdotas divertidas.
Él siempre había sabido cómo promocionarse.

Durante algunos minutos, se proyectaron algunas de las mejores jugadas


de Jordan. Había visto aquellos vídeos una centena de veces y, sin
embargo, no podía evitar sorprenderse del increíble talento de su padre.
Echó una mirada a D’angelo, que parecía totalmente entusiasmado con
las escenas, aunque, estaba segura, no era la primera vez que las veía.
Eran jugadores parecidos, ciertamente. Tenían esa seguridad en la
mirada, esas jugadas inventadas que sólo son fruto del talento, esa
fiereza atlética.
Sacudió levemente la cabeza para volver a centrarse en el acto.
Tras los vídeos, Thomas y Scott, uno de sus defensores, subieron a hablar
de cómo era West como entrenador, causando aún más risas entre los
asistentes.
Se sentía tan afortunada detener un padre como él que era difícil
expresarlo con palabras.
Durante un tiempo, creyó que hubiera sido mejor tener una familia
normal, una madre con la que hablar de chicos, por ejemplo, y un padre
normal, con trabajos normales, ajenos al mundo público.
Pero, si lo pensaba, Jordan había sido su padre, su madre, su hermano y
su amigo, todo al mismo tiempo, sin descuidar ningún aspecto de su vida
e intentando tratarla como a cualquier otra niña.
No fue a colegios especiales, ni dejó de hacer excursiones o actividades
extraescolares, viajes de fin de curso o salidas nocturnas.
Sólo era una chica más… con un padre famoso.
27.
Giovanni.
Lisa ocupó el asiento de Ashley mientras ella y Thomas estaban en el
escenario. Comentaban los vídeos y discursos con Jordan, pero, aunque él
participaba en la conversación, estaba tan emocionado que apenas podía
hablar.
Y él apenas podía dejar de mirarla, ahí arriba, con ese brillante vestido
verde, los ojos vidriosos y esa gran sonrisa.
El homenaje acabó con la entrega de un bonito trofeo, igual al que se
otorgaba al mejor jugador del año, pero en platino en vez de en oro, de
un tamaño mayor y con una bonita placa de acero con su nombre.
Era emocionante.
Siempre había soñado con trabajar junto a West, verle de cerca, aprender
de su experiencia y admirar su talento. Y allí estaba, viendo en primera
fila cómo se celebraba toda su carrera.
Era el culmen de todo su esfuerzo, y no podía evitar sentir un profundo
respeto.
Si cuando pasaran veinte años y estuviera retirado, la WR le
homenajeaba de aquella forma, se consideraría afortunado.
Finalmente, todo el público rompió en un largo aplauso mientras Jordan
se fundía en abrazos con todos los que se acercaban a felicitarle, él
incluido.
Sin embargo, y aunque había terminado aquella parte de la gala, sólo
Jordan y sus compañeros volvieron a sus asientos. Ashley permaneció en
lo alto del escenario junto a los presentadores.
Bueno, es la hora de entregar los premios de este año.- anunció Larry
Ellison, otra de las leyendas del rugby.- Ahora, anunciaremos la mejor
alineación.
Ash se adelantó de nuevo hasta el atril y tomó un sobre que le tendieron
desde un lateral.
Después, sin borrar su amplia sonrisa, nombró a los quince jugadores
mejor valorados del año, con una mayoría apabullante de los Thunders.
Junto a Thomas y otros seis de sus compañeros, subió al escenario, con
los ojos fijos en ella, que parecía retarle a cada paso.
Con seguridad, le mantuvo la mirada mientras recibía de sus manos el
pequeño trofeo dorado.
Enhorabuena…- la escuchó decir antes de pasar al siguiente.
Saludó animadamente al resto de jugadores. A pesar de ser rivales en el
campo de juego, su relación con la mayoría de sus contrarios era cordial,
e incluso amistosa.
Deja de comértela con los ojos…- murmuró Thomas al pasar por su lado.
Cállate.
Discretamente, mientras bajaban de nuevo hasta sus asientos y después
de hacerse las fotos requeridas, golpeó con el codo las costillas de su
amigo, lo que le provocó aún más risas.
Dejad de pegaros como críos.
Echó un vistazo a su espalda. Ashley caminaba tras ellos de camino a su
sitio.
Perdona, mami.- se burló Thomas.
Esperó a que ella se acomodara antes de sentarse a su lado.
Ha sido un discurso muy bueno.- dijo, intentando no prestar atención a
cómo movía nerviosamente en el aire su pie derecho enfundado en unas
sandalias plateadas.
¿Por qué no podía parar de pensar en cómo deshacerse de cada una de
sus prendas?
Gracias.
Alzó la mirada del suelo para poder ver aquellos grandes ojos azules.
¿Estás nervioso?- la escuchó preguntar.
¿Crees que debería?
La observó sonreír con una mueca divertida al mismo tiempo en que
sentía cómo su mano acariciaba suavemente su brazo, apenas unos
segundos.
Apretó los dientes.
Creo que ahora mismo lo vas a descubrir.
Ha llegado la hora- anunció la copresentadora-, Jordan, ¿nos haces el
favor de volver aquí para anunciar el premio al mejor jugador del año?
De nuevo, contuvo el aliento.
Obediente y animado, West se levantó y, después de dar un casto beso en
la coronilla de su hija, se subió de un salto al escenario, causando las
risas de los asistentes.
Movió el cuello con nerviosismo mientras le veía abrir el sobre que le
tendieron.
Tranquilo…
Miró de nuevo a Ashley, apenas consciente de las palabras que se
estaban pronunciando desde el atril.
¡Giovanni D’angelo!
El aplauso de toda la sala le hizo levantarse de un salto.
¡Enhorabuena!- estalló Thomas, abrazándole fuertemente.
¿Qué…?

Ashley.
Si hubiera podido ilustrar la palabra “elegancia”, desde luego Giovanni
habría sido una posibilidad nada descabellada.
Después de recoger su prestigioso premio, dando por finalizada aquella
parte de la gala, se deslizaba entre la gente recibiendo las felicitaciones
debidas.
Era la hora de pasar a una sala contigua acondicionada como comedor
para celebrar la cena programada.
Mientras Jordan fue acomodado junto con Larry Ellison y otras leyendas
de su época en la mesa central, ella ocupó su asiento en la mesa en la que
estaban Thomas, Lisa y Giovanni, entre otros de sus jugadores y sus
respectivas parejas.
Era extraño.
Estaba ocupando el sitio que se habría reservado para el acompañante
del italiano.
A pesar de que ambos intentaban no cruzar miradas.
Ay, Ash, me han dado ganas de llorar con tu discurso.- escuchó que decía
Lisa cuando empezaban a servir el menú compuesto por decenas de
canapés y aperitivos de todo tipo.
No había podido comer en todo el día de los nervios, pero ahora se le
hacía la boca agua al ver aquellos pequeños bocados de pinta tan
deliciosa.
Gracias, aunque deberías felicitar a mi yo del colegio, cuando encontré
ese trabajo en la buhardilla de mi padre, sabía que serviría.
Ha sido un buen truco- apostilló Thomas, volviendo después el rostro
hacia Giovanni, sentado demasiado cerca a su izquierda-, en cambio, el
tuyo…
El aludido levantó la vista de su plato con una mueca.
¿Qué le pasa a mi discurso?
Ha dejado bastante que desear.
Sabía que bromeaba.
Había sido un monólogo estándar, con el agradecimiento a su familia, a
sus compañeros y a su nuevo y antiguo equipo, incluido todo el equipo
profesional que en ellos trabajaba.
El que hice yo hace dos años fue mucho mejor.- siguió burlándose su
amigo.
Sí que fue bueno…
D’angelo la miró con una media sonrisa.
¿Tú crees?
Hizo un chiste sobre balones y culos- replicó con diversión-, eso es
bastante insuperable.
28.
Ashley.
Tras la cena, reacondicionaron la habitación para convertirlo en una sala
de baile, con unas barras laterales donde pedir algo de beber.
Hacia allí se dirigió, intentando alejarse del brutal magnetismo sexual
que la atraía hacia Giovanni.
Dios, ¿pero por qué tenía que comportarse así?
Dos gin-tonic, por favor.- pidió una voz tras ella.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral.
Esto parece un déjà vu…
Escuchó su risa y no pudo evitar curvar los labios en una leve sonrisa.
Esta vez empezaré de cero.
Volteó hacia él, que le tendió la mano en un gesto cómico.
Buenas noches, soy Giovanni D’angelo.
Buenas noches- contestó, intentando no echarse a reír-, yo soy Ashley
West.
Gio se llevó la mano al rostro, apoyando un dedo sobre los labios.
Era estúpidamente sexy.
West, West… ¿de qué me suena ese apellido?
Dio un sorbo a su copa.
Deja de hacer el tonto, Giovanni.
Él se adelantó para coger su gin-tonic, de un vívido azul cielo, y darle un
largo trago que acabó con la mitad de su contenido.
Perdona, es que quiero decirte algo y quería romper el hielo.
Alzó la mirada hacia sus bonitos ojos azules, sintiendo cómo su
respiración se aceleraba.
Volvió a beber mientras él hacía lo mismo.
Vamos a bailar-propuso D’angelo, dejando su copa en la barra para
tenderle la mano.
Echó un vistazo a su alrededor.
Había al menos una docena de parejas deslizándose por el centro de la
pista al ritmo del suave jazz que tocaba la banda desde el fondo de la
sala.
¿Qué estaba haciendo? Se preguntó mientras tomaba su mano extendida
para acompañarle junto al resto de parejas.
Tembló de cabeza a pies en cuanto su brazo rodeó suavemente su cintura
y la hizo balancearse al compás de la música.
Apoyó dubitativa la mano libre sobre su hombro, dejándola caer después
hasta la pechera de su bonito traje azul oscuro.
¿Qué… qué querías decirme?- murmuró.
Sintió cómo sus dedos se apretaban un poco más contra su columna,
cerca de la costura del vestido.
Ash, no quiero que dejemos de vernos.
Contuvo el aliento durante unos segundos, evitando su mirada fija en
ella.
Pero… no vamos a dejar de vernos, trabajamos en el mismo sitio y…
Ya sabes a lo que me refiero.- le interrumpió Giovanni.
Sacudió la cabeza, intentando buscar la fuerza de voluntad necesaria
para no lanzarse a sus brazos en aquel preciso instante.
Pero hicimos un trato.
Me da igual.
Te repito que no quiero ser tu amiga.- replicó con cierta brusquedad.
Giovanni soltó una leve carcajada.
No hablo de ser sólo amigos y lo sabes.
Explícame exactamente qué es lo que quieres.
Creo que lo que teníamos antes era estupendo.- se apresuró a contestar
él.
Sí que lo era.
Se tomó unos minutos para pensar mientras él los deslizaba entre el
resto de parejas sin dejar de perder el ritmo un instante.
O sea, que quieres sexo.
¿Tú crees que lo que había entre nosotros era sólo sexo?- preguntó
D’angelo con esa seguridad tan suya- Porque me he acostado con
bastantes mujeres y…- le lanzó una mirada envenenada que frenó de
golpe su monólogo- vale, no debería haber dicho eso.
Desde luego que no.
Clavó fuertemente las uñas en su mano, pero él no pareció inmutarse.
Lo que quiero decir es…
¿Me la prestas un rato?
Estiró las comisuras de los labios para forzar una sonrisa en cuanto su
padre apareció en su campo de visión, justo junto a ellos.
Giovanni la soltó automáticamente, volviéndose hacia él.
Claro, adelante.- murmuró antes salir de la zona de baile a grandes
zancadas.
Estrechó la mano de su padre y posó la contraria sobre su hombro para,
de nuevo, seguir el ritmo de la suave música.
¿De qué hablabais tan acaloradamente?
Sonrió de nuevo, buscando rápidamente una respuesta válida.
Thomas se burló de él diciéndole que su discurso había sido muy malo, y
me estaba pidiendo opinión.
Jordan se echó a reír suavemente.
Bueno, no ha sido espectacular, pero tampoco es para ponerse así-
replicó-. Aunque después de lo que has dicho tú, todo queda ridículo.
Sonrió con ternura.
Te ha gustado porque hablaba de ti.
¿Cuándo me robaste esa carta de cuando eras niña?- inquirió su padre
con un gesto divertido.
Soltó una carcajada.
Hace una semana entré mientras estabas trabajando.
¿Sabes que cuando me lo diste fue uno de los mejores días de mi vida?
Asintió con un cabeceo, apretando los labios para reprimir las ganas de
soltar un par de lágrimas.
¿Aunque casi te denunciaran por malos tratos?- se burló.
Jordan rio de nuevo, contagiando su diversión.
Eras una niña adorable.
Sigo siendo adorable.
Sus bonitos ojos azules relampaguearon con regodeo.
Touché.
29.
Ashley.
Tras el largo baile con su padre, se disculpó para ir a los aseos.
Pero no llegó a traspasar la puerta.
Alguien tiró de su mano e hizo el amago de darle un empujón, pero
distinguió el rostro de Giovanni y frenó en seco.
¿Qué narices haces?- protestó- Me has asustado.
Ven.
Apretó los labios para no discutir mientras la conducía hacia el final del
pasillo y abría la puerta izquierda.
Era una especie de sala de conferencias, con una enorme mesa de roble y
varios sillones forrados en cuero a su alrededor.
¿Qué hacemos aquí?
Hablar sin que nos interrumpa nadie.- replicó él.
Se alejó un par de pasos, hasta apoyar las caderas contra la mesa.
¿Vas a seguir hablándome de la cantidad de mujeres a las que te has
tirado?
Giovanni negó con un cabeceo, soltando una especie de gruñido
inconexo.
No, joder, antes no quería decir eso.
Le observó avanzar en su dirección y retrocedió automáticamente.
Pues qué querías decir.
Sólo quería que supieras que me gustaría recuperar lo que teníamos-
dijo D’angelo, sin dejar de caminar hacia ella-, no puedo dejar de pensar
en ti…
Contuvo la respiración durante algunos segundos.
Pero… creía que estabas de acuerdo en que separarnos era lo mejor.
Yo también lo creía, pero… ¡quieres dejar de alejarte!
Se detuvo, observando con sorpresa su gesto parcialmente airado.
No, no puedo dejar de alejarme, porque no me fío de mí cuando estás
cerca.- exclamó, alzando las manos al aire.
Su sonrisa fue totalmente hipnótica.
No se dio cuenta de que seguía estática hasta que sus brazos se
extendieron en su dirección y rodearon su cintura.
Se dejó abrazar en silencio, disfrutando del cálido roce de sus manos
contra su espalda desnuda.
Lentamente, deslizó las palmas por su cuello.
Entonces piensas igual que yo.
¿Y qué piensas tú?- se escuchó preguntar casi en un murmullo.
Gio se inclinó sobre ella para rozar apenas un instante sus labios con los
suyos.
Pienso que eres irresistible.
No pudo evitar una leve sonrisa ante su tono bajo y apasionado.
Es por el vestido.
No, es por ti.- se apresuró a replicar él.
Sacudió la cabeza, intentando minorar el rubor de sus mejillas.
No uses tus truquitos de galán italiano conmigo, D’angelo.
Él se echó a reír sin dejar de mover los dedos sobre la piel descubierta de
su columna.
Yo también echo de menos… eso- siguió diciendo, procurando
concentrarse en cada palabra que pronunciaba-, pero, Gio, ¿sabes lo que
acabará pasando?
Sorpréndeme.
Aspiró pausadamente.
Nos pillará un paparazzi, o simplemente alguien con una cámara y redes
sociales activas, mi padre montará un espectáculo porque no le
habremos dicho nada; y entonces empezarán los rumores: boda,
infidelidades, embarazos, crisis, rupturas…, dirán que yo estoy contigo
por la fama y que tú me elegiste porque mi padre es quien es.
A pesar de su discurso, el gesto de Giovanni no cambió ni un ápice.
Estás siendo exagerada.
Dios, tú también estás en este ambiente, sabes perfectamente cómo
funcionan las cosas.
Nos cuidaremos de la prensa, de tu padre y de todo el mundo- terminó
diciendo él-, y si queremos anunciar algo, lo haremos en el momento y la
forma en que nosotros queramos.

Giovanni.
La observó apretar los labios con fuerza, aparentemente para reprimir
una sonrisa.
Te veo muy seguro.
Sorprendentemente, lo estaba.
Dime que tú no tienes ganas y te juro que te dejo en paz.
Sabía que no lo haría. Veía el fuego en sus ojos cuando la miraba. Eso no
podía ocultárselo.
¿Estás convencido de esto?- preguntó ella.
Sí.
Permanecieron algún tiempo más en silencio, como si quisieran
evaluarse el uno al otro.
Siempre podemos dejarlo si las cosas se complican, sin malos rollos.
¿Sin malos rollos?... no tenemos quince años.
Alzó la ceja derecha con diversión.
No, por suerte somos personas adultas que pueden hacer lo que quieran
sin dar explicaciones.- replicó.- ¿Por qué no puedes vivir hoy sin pensar
en qué va a pasar en el futuro?
Casi no le dio tiempo a terminar la frase antes de que ella tirara de su
nuca para acercarle y, con un rápido movimiento, buscara sus labios con
los suyos.
Deliciosa.
Mantuvo un brazo alrededor de su cintura para apretarla con fuerza y
deslizó la mano contraria hasta su mejilla.
Pudo sentir cómo un escalofrío recorría el cuerpo de Ashley y sonrió.
Gio…- dijo ella entre un beso y el siguiente-, no quiero que se entere la
prensa.
Y yo no quiero que se entere tu padre.
Ella asintió con un cabeceo mientras pasaba los brazos alrededor de su
cuello y se estiraba para besarle muy suavemente.
Será mejor que vuelva, llevo mucho rato fuera.
Sí…
No quería soltarla, pero sabía que debía hacerlo.
Si querían ser discretos, el hecho de que ambos desaparecieran tanto
tiempo no ayudaba precisamente.
Espera…- murmuró cuando ella hizo el amago de separarse.
Pegó la frente a la suya, clavando la mirada en aquellos bonitos ojos color
turquesa.
¿Nos vemos luego?
Te espero en mi habitación.- contestó Ashley con el mismo tono bajo y
apasionado.
Curvó los labios en una sonrisa socarrona.
¿Sigues teniendo ese bodi rojo?
30.
Ashley.
El mercado de fichajes se cerraba en cuatro días y no podía tener más
trabajo.
Y, sin embargo, allí estaba, frente a su ordenador revisando los
historiales de sus grandes apuestas de aquel año, y dejando que Giovanni
la distrajera de su tarea.
Deja de hacer eso…- murmuró al sentir sus manos deslizándose por sus
caderas.
Cerró los ojos un instante, concentrándose en seguir el cálido tacto de
sus dedos por debajo de su camiseta.
Maravilloso.
Giovanni…, déjame trabajar.
Son las tres de la mañana, no es hora de trabajar.
Negó con un cabeceo.
Tres semanas después de los World Rugby Awards y tras varios viajes a
distintas partes del globo, estaba en el momento clave de la temporada
en lo que a su tarea se refería.
El mercado de fichajes…
Sí, está a punto de cerrar.- le interrumpió él con burla.
Giró la cabeza para mirar a su espalda. D’angelo estaba tumbado todo lo
largo que era sobre su cama, desnudo, con el brazo izquierdo bajo la
cabeza y la mano libre acariciando su piel.
Tal y como habían quedado, se veían a escondidas, preferiblemente en
casa de ella, ya que estaba menos vigilada, y desaparecían antes de que
las calles se llenaran de gente. Igualmente, Giovanni se paseaba por su
despacho de vez en cuando para distraerla completamente con su brutal
sexualidad, apenas unos minutos. No necesitaba más.
No podía evitar pensar que él había tenido razón, que debían disfrutar
del día a día, y ya verían qué necesitaban en el futuro.
Sabes que aún tengo que decidir entre dos zagueros, y me están
metiendo mucha presión desde la dirección.
Y no me puedes decir quiénes son esos dos misteriosos tíos.- continuó él.
Negó con un cabeceo.
Sabes que no.
Giovanni se incorporó para coger su rostro con ambas manos y
prodigarle un suave beso en los labios, clavando aquellos bonitos ojos
oscuros en ella.
Confía en tu instinto- le escuchó decir, obnubilada en su encanto-, sabes
que eres la mejor, y tomarás la decisión más adecuada.
Lentamente, esbozó una media sonrisa.
Aquello era lo que más había echado de menos de su relación con Lloyd.
Él no hacía amago alguno de apoyarla en nada relacionado con su
trabajo, no le parecía importante, ni serio, más bien se lo tomaba como si
se tratara de un simple hobby.
¿Lo dices sólo para poder acostarte conmigo?- bromeó.
D’angelo se llevó una mano al pecho teatralmente.
Reconozco que eso es un poco verdad, pero aún así sigo pensando que
eres la mejor… me elegiste a mí.
Se echó a reír, volviendo la atención a la pantalla, donde abrió una nueva
nota y creó cuatro columnas.
Como siempre que necesitaba decidir entre dos opciones, optó por una
tabla de pros y contras para cada uno de los jugadores.
Para que Giovanni no supiera de quiénes se trataba, simplemente puso la
primera letra de sus apellidos y se dispuso a escribir rápidamente en
cada columna.
Oye, oye, ¿qué es eso de ‘guapo’?
Apretó los labios para no soltar una carcajada al ver cómo se acercaba
cada vez más hasta casi pegar la nariz a la pantalla de su ordenador.
La imagen es importante, Gio, ya lo sabes.- dijo sin dejar de escribir-
Además, he escrito más de doce razones y tú te fijas en la última.
El italiano sacudió la cabeza antes de dejarse caer de nuevo, extendiendo
el brazo para rodear sus caderas.
Al menos dime que en mi tabla también ponía ‘guapo’.
Pues no, no lo ponía.
Se dejó caer hacia un lado de la risa al ver la mueca de enfado en su
rostro.
Contigo no necesité hacer ninguna tabla.- terminó por decir,
inclinándose para depositar un leve beso en su boca entreabierta.- Te
tenía elegido mucho antes de lo que te imaginas.
Giovanni esbozó esa sonrisa que hacía que el corazón de la mitad de la
población femenina se detuviera por un segundo.
¿Eso qué significa?
Guardó el documento y cerró el portátil antes de volverse hacia él.
Tu nombre llevaba mucho tiempo el primero de mis archivos a la espera
de que me pidieran a alguien con tu perfil.
Él alzó la ceja derecha con un gesto de incomprensión.
Se acostó a su lado, deslizando los dedos entre los duros músculos de su
abdomen.
Cuando terminé el instituto estaba algo rebelde y decidí irme a hacer el
primer curso de la universidad a Italia- empezó a relatar-, a pesar de las
protestas de mi padre, claro.
¿Qué estudiaste?
Sonrió, pasando el dedo índice por su pecho.
Fisioterapia deportiva.
¿En serio?- le oyó preguntar con sorpresa.
No me voy a ofender por ese tonillo de asombro.
Él se echó a reír mientras deslizaba la mano por su muslo desnudo.
El caso es que mi primer año lo hice en La Sapienza, en Roma.
La Sapienza… yo…
Sí, tú estudiabas allí- asintió, encantada con su desconcierto-, y es donde
te vi jugar por primera vez.
Giovanni se incorporó muy lentamente sin apartar la mirada de ella.
Parecía estupefacto, y eso le resultaba tremendamente encantador en
alguien con esa seguridad tan apabullante.
¿Estás diciendo que coincidimos en la universidad? ¿Y que me viste
jugar?
Sí, coincidimos ese año, aunque ni en curso ni en carrera- contestó
despacio-, y sí, te vi jugar, muchas veces, no me perdía ningún partido.
¿Es broma?
Rio, divertida, mientras hundía el rostro en la almohada.
Pues claro que no- replicó sin dejar de reír-, era tu fan número uno.
¿Y por qué no nos presentó nadie?
Las manos de Gio se apretaron contra sus caderas y la alzaron lo
suficiente para sentarla sobre su cuerpo, observándola
apasionadamente.
Porque yo tenía dieciocho años, venía de un ambiente lleno de tíos
jóvenes, viriles y llenos de testosterona, y no quería tener nada que ver
con el ligón más famoso de Roma.
Él soltó una carcajada ronca mientras se deshacía de su camiseta y la
lanzaba al suelo.
Era una fama exagerada.
Se apretó contra su torso desnudo, disfrutando de la increíble calidez de
su piel.
Claro, claro…- murmuró antes de pegar los labios a su esternón.
Me hubiera gustado conocerte en aquella época.
Apoyó ambas manos a ambos lados de su cuello para después inclinarse
y besarle una y otra vez.
Gio respondió apretando su cintura contra su cuerpo, no dejando un solo
centímetro por el que pudiera pasar el aire entre ellos.
Te hubiera enseñado el campus…- le escuchó murmurar mientras
acariciaba su cuerpo con suma sensualidad-, y te hubiera llevado a visitar
Roma…, y a cenar una buena focaccia…- hundió los labios en su cuello-,
pasearíamos abrazados por el centro…, y después…
Soltó una carcajada que acabó en gemido al sentir cómo sus dedos
revoloteaban entre sus muslos.
Pasemos directamente a lo de después…
31.
Giovanni.
Cada mañana era más difícil separase, debía reconocerlo.
Deslizó los labios por sus hombros desnudos, aspirando el dulce olor de
su piel.
Umm…
Con una media sonrisa, apartó la sábana que la cubría para observar una
vez más la belleza de su cuerpo desnudo.
Era increíble.
La mayoría de las mujeres con las que había estado a lo largo de los años
se habían esforzado por parecer hermosas a cada instante, incluso las
veía levantarse antes que él para maquillarse antes de volver a la cama,
pero ella no, era totalmente natural. Apenas se echaba maquillaje,
excepto en ocasiones especiales, solía pasearse en vaqueros y zapatillas
por el campo de entrenamiento, por no hablar de las camisetas anchas
con las que dormía.
Ashley era simplemente hermosa. Sin necesidad de esforzarse.
Me tengo que ir…
¿Ya es de día?- la escuchó musitar.
Pasó la palma de la mano por su muslo, buscando el interior con las
puntas de los dedos.
Son las siete de la mañana.
Ashley se removió hasta dar la vuelta sobre sí misma y pegarse
fuertemente a él.
Tengo que ir a correr.
Yo también.- contestó.
Hizo un esfuerzo para apartar las manos de su cuerpo y salir de la cama.
Podemos ir juntos.- dijo ella a su espalda- Eso no es nada sospechoso,
¿no?
Rio suavemente, estirando el brazo para atraparla por la cintura y tirar
de ella hasta sacarla del colchón.
Pues venga, prepárate.
Ash se echó a reír, revolviéndose para intentar deshacerse de su agarre.
¡No puedo si no me sueltas!- gritó ella.
Buscó sus labios casi con desesperación, apretando los brazos alrededor
de sus caderas de tal forma que podía alzarla algunos centímetros del
suelo.
Te gusta demasiado demostrar tu… poderío físico.
Curvó las comisuras en una media sonrisa mientras acariciaba
suavemente sus nalgas.
Y a ti te gusta demasiado disfrutar de mi… poderío físico.- bromeó ante
sus carcajadas y su mirada socarrona.
Eres un engreído.
Ashley dio un certero empujón sobre su pecho y se alejó de él algunos
pasos después de saltar al suelo.
Ponte unos pantalones, nos vamos a correr.

Como era día de viaje, no entrenaban aquella tarde, pero la carrera con
Ashley de esa misma mañana había activado lo suficiente su cuerpo
como para sentirse en plena forma.
La verdad es que estar con ella le revitalizaba.
Vuelve a la tierra.
Sacudió la cabeza con un gruñido mientras Thomas soltaba un certero
golpe sobre su hombro derecho.
Deja de pegarme.- protestó, mirando por la ventanilla cómo el autobús
del equipo recorría las últimas calles que separaban el aeropuerto de
Melbourne del hotel que los acogería hasta el partido que tendría lugar
dos días después.
Deja de tener la cabeza en otras cosas.
Murmuró por lo bajo algunas palabras malsonantes en su idioma
materno.
No, no musites como un crío- contestó su amigo sin dejar de inclinarse
de una dirección a otra-, y dime qué te pasa.
No me pasa nada
Repiqueteó los dedos contra la ventana.
Oía desde su asiento al fondo del autobús cómo sus compañeros
hablaban entre ellos, se echaban unas risas e, incluso, algunos montaban
una pequeña timba de blackjack mientras lanzaban las cartas de un lado
a otro.
Hace mucho que no se te ve con una novia nueva…
Giró el rostro hacia Thomas con sorpresa, soltando una carcajada seca.
¿A qué viene eso?- replicó.
Puede que hoy estés de mal humor porque no echas un polvo desde hace
demasiado.
No pudo evitar esbozar una sonrisa pagada de sí misma que su amigo
captó al instante.
Oye… ¿y esa sonrisita?
Sacudió la cabeza.
Esta vez, ni Ashley ni él habían hecho amago de contarle a Thomas nada
de lo que se traían entre manos, pero tampoco lo habían impuesto como
un secreto inconfesable a su amigo.
Cuéntamelo- siguió parloteando Thomas-, venga, ¿con quién estás?
Con nadie…
Su amigo apoyó los brazos en su hombro y lo sacudió a pesar de sus
protestas.
¿Te estás acostando con alguien? ¿es conocida? ¿es guapa? Sí, guapa
seguro que es, claro…
Se deshizo de su agarre con un bufido.
Es conocida, definitivamente- sentenció su amigo-, ummm, ¿es famosa?
¿o es del trabajo?... ¿es… ¡un momento!
Dio un respingo sobre el asiento.
Es Ashley, ¿verdad?- murmuró Thomas, inclinándose en su dirección.
Cierra el pico.
Thomas echó los brazos hacia arriba con un grito debido al cual la mitad
del autobús se giró en su dirección.
Hundió el rostro entre sus manos, apretando los labios para evitar
echarse a reír.
A vuestros asuntos.- gruñó Thomas, sacudiendo la mano en el aire.
Después de comprobar que efectivamente cada uno continuó con sus
respectivas conversaciones, se volvió en su dirección.
¿Vuelves a salir con Ash?
No salimos juntos.- se apresuró a contestar.
No le dio tiempo a escuchar su réplica, pues el autobús frenó y el
conductor les señaló que habían llegado al hotel y era hora de bajar.
Suspiró, aliviado, y se apresuró hacia la salida, prácticamente arrollando
al resto de sus compañeros.
Con la misma velocidad, recogió la bolsa con su nombre que le tendía
uno de los utileros y caminó hasta la entrada del Hotel Melbourne Palace,
el mejor de la capital australiana y donde los equipos más grandes de la
ciudad se alojaban cuando iban a jugar.
Señor D’angelo- le interceptó uno de los empleados del hotel, que
parecía observarle con fascinación mientras se ocupaba de su bolsa-,
acompáñeme, le enseñaré dónde está su habitación.
Obediente y encantado por deshacerse de la mirada astuta de Thomas,
siguió al joven vestido de traje y pajarita por el ascensor hasta la quinta
planta y después por el pasillo, el que recorrió casi por completo antes de
pararse frente a la puerta 530.
Es aquí.
Tan rápidamente como había aparecido, le tendió una llave magnética y
su equipaje y desapareció por el corredor.
Sacudió la cabeza, abriendo la puerta para después dejar caer el bulto
sobre el suelo de parqué oscuro.
¿Ha tenido un buen viaje, señor D’angelo?
Focalizó la mirada en la cama, desde donde venía aquella deliciosa voz
que conocía a la perfección.
Ashley, sentada sobre el colchón y vestida con un escaso camisón de seda
negro, le devolvió una mirada llameante.
32.
Ashley.
Era adictivo.
Y eso empezaba a preocuparle.
Se sentía como una adolescente mientras observaba con avidez cómo
entrenaba con el resto del equipo, zigzagueando de un lado a otro del
campo.
Seguía teniendo aquella fuerza, aquella seguridad en sus jugadas, que
tanto le había llamado la atención en la universidad.
Y eso era un rasgo más que añadir a su ya de por sí brutal atractivo.
¿Pero qué le estaba pasando?
¿Qué, vigilando que tus chicos se porten bien?
Sacudió levemente la cabeza, sin echar la vista hacia atrás.
Hola, Carter.
Él se echó a reír, saltando entre los asientos para sentarse a su lado, en
las primeras filas de la grada sobre los vestuarios del enorme estadio de
los Tigers de Melbourne, el mayor rival de los Thunders.
Hola, preciosa- le escuchó contestar-, me alegro de verte.
Se inclinó en su dirección para recibir su beso en la mejilla.
No estoy muy segura de que puedas estar aquí.
Carter Bass era la estrella de los Tigers, capitán y uno de los grandes
delanteros de la liga australiana.
Es mi estadio.
Y es nuestra hora de entrenamiento.- replicó, curvando los labios en una
leve sonrisa.
Él rio de nuevo y miró en su dirección.
Su cabello claro, prácticamente de un rubio platino, sus ojos grises y
aquella tez pálida hacían de él un espécimen extraño en un lugar en el
que el bronceado era la bandera nacional.
Te vi en la gala de los World Rugby Awards, estabas…
¿Verde?- propuso con diversión.
Carter contestó con un leve cabeceo.
Yo estaba pensando más bien en algo como “preciosa”.
Sintió cómo su mano cogía un mechón suelto de su cabello para volver a
colocarlo en su sitio.
Me gusta tu nuevo estilo.
Volvió la atención hacia el campo.
Todos los jugadores estaban en rondó, pasándose la pelota de uno a otro
con envidiable habilidad.
Pero no fue su talento lo que llamó la atención, sino los ojos de Giovanni
clavados en ella y en Carter.
Parecía incluso… ¿celoso?
No pudo evitar una sonrisa.
D’angelo es bueno.
Sí que lo era.
Y no sólo en el campo.
Sabes que tengo un gusto maravilloso.- se burló.
Si lo tuvieras, me habrías elegido a mí.
Tú encajas aquí, no en los Thunders, y lo sabes.
Él asintió, estirando los brazos por detrás de su asiento.
Y hablando de encajar…
Soltó una carcajada.
¿Otra vez, Carter?- preguntó, mirando fijamente sus brillantes ojos
platinados.
La última vez que lo intenté estabas prometida, pero ahora no hay
ningún tipejo que te impida tener una cita conmigo, ¿no?
Una cita con Carter Bass… a pesar de que la mayoría de mujeres solteras
del hemisferio sur matarían por algo así, a ella le parecía un suicidio
sentimental.
Bass era un reconocido mujeriego, la persona menos fiel que había
conocido nunca.
A lo mejor me lo impide mi autoestima.- replicó.
Siempre me ha puesto mucho que fueras tan... directa.
No vio cómo llegaba hasta allí, pero, dos segundos después, Giovanni se
apostaba frente a ellos, de pie en las escaleras.
Su expresión era tan solemne que resultaba incluso divertida.
Carter se apresuró a levantarse para extender la mano en su dirección.
D’angelo, encantado de verte.
Ya.- contestó Gio secamente antes de mirarla- Ashley, ¿podemos hablar
un momento?
Sonrió, poniéndose en pie.
Perdóname, Bass, ya seguiremos luego.
No escuchó su respuesta, pues ya estaba siguiendo a Giovanni escaleras
abajo. A pesar de que él prácticamente corría, ella caminó con calma
hasta llegar a la primera fila, donde unas pequeñas portezuelas
comunicaban con el campo.
¿Quieres dejar de correr, Giovanni?
Escuchó su bufido antes de que volteara hacia ella.
Se mantuvo estática, a un escalón de él y, ni aún así, a su altura.
¿Qué pasa con Bass?- le oyó preguntar tras algunos segundo en silencio.
Se encogió de hombros ante su gesto entre furioso y sorprendido, como
si no supiera cómo debía sentirse.
¿Qué pasa con él?
No me gusta.
Apretó los labios para evitar una sonrisa, pero una carcajada escapó de
su boca.
A mí tampoco- contestó a pesar de su ceño fruncido-, a no ser que
hablemos de él como jugador, entonces sí que me gusta.
Te mira como…
Le vio apretar los dedos contra sus pantalones deportivos y sonrió.
¿Estás celoso, D’angelo?
Sus bonitos ojos oscuros se clavaron en ella con esa intensidad que hacía
que temblara de cabeza a pies.
Puede que un poco.- terminó contestando.
Oprimió las comisuras para no echarse a reír, conteniendo a duras penas
las ganas que tenía de extender los brazos hacia él.
No te tenía por alguien posesivo, la verdad.
Sé que eres preciosa y que te mira todo el mundo, eso no me importa-
empezó a parlotear el italiano, observando que no hubiera nadie a su
alrededor lo suficientemente cerca para escucharlos-, pero Bass…
Es un cerdo, lo sé.
Gio asintió con un leve cabeceo.
No sabía que querías exclusividad…- se burló, cruzando los brazos sobre
el pecho.
Su expresión de asombro fue el detonante para reír de nuevo.
Es una broma, Gio.
Él esbozó esa sensual sonrisa tan característica, extendiendo el brazo
para rozar durante unos segundos su mano, causando en ella un eléctrico
estremecimiento.
Tengo muchas ganas de besarte- le escuchó murmurar-…, sólo yo.
Sonrió.
Nos vemos luego, ¿en mi habitación?
33.
Giovanni.
Ella tenía razón, ¿desde cuándo se había convertido en una persona
celosa o posesiva?
No era algo habitual en él.
Y seguía dándole vueltas al tema mientras peloteaba con sus compañeros
a menos de una hora de empezar el partido y un día después de aquella
estúpida escenita con Ashley y Carter Bass.
¿En qué se había convertido?
Estiró el brazo para lanzar y no pudo evitar un aullido de dolor al notar
un fuerte pinchazo en el hombro.
¿Qué pasa, D’angelo?
Joder, el hombro…
No, no podía volver a pasar.
Cinco años atrás, una lesión al final de la temporada le obligó a pasar por
quirófano y a perderse la pretemporada mientras luchaba contra el dolor
para poder recuperarse a tiempo. Y, desde entonces, tenía pequeñas
recaídas de aquella dolorosa tortura, pero se había esforzado por
ocultarlo. No quería perderse ni un solo segundo de juego.
¿Estás bien?
Asintió con un cabeceo en dirección a Jordan, apretando los labios para
aguantar un aullido.
Ve a que te vean los fisioterapeutas- fue la orden de West, señalando con
un gesto el túnel de vestuarios-, ahora mismo.
Estoy bien…
Los ojos claros de su entrenador se clavaron en él con una seguridad
apabullante.
No te lo estoy pidiendo, ve.
Torció los labios en una mueca y, a grandes zancadas, fue hasta el túnel
de vestuarios, murmurando palabras malsonantes en su idioma materno.
Deja de rezongar.
No pudo evitar una leve sonrisa ante aquella preciosa voz.
Ashley se encontraba apoyada contra la pared junto a la puerta del
vestuario visitante.
¿Qué haces aquí?- preguntó, acercándose lo suficiente para rozar su
brazo con la mano.
Venía a ver a Thomas, que está con los “fisios”.
Entrecerró los ojos, conteniendo de nuevo las ganas de gruñir de dolor.
Joder…- musitó, traspasando la puerta.
Recorrió el extenso vestuario escuchado los pasos acelerados de Ashley
tras él, atravesando cada una de las distintas estancias hasta llegar a una
de las habitaciones reservadas al equipo médico.
Allí, Thomas se encontraba semi incorporado sobre la camilla, sólo
vestido con la ropa interior, y acompañado de dos de los fisioterapeutas
del equipo, que parecían trabajar sobre su pierna derecha. Aunque sus
gruñidos parecían indicar que se asemejaba más a una tortura que a una
recuperación.
¿Qué coño te pasa?
Su amigo enfocó los ojos en su dirección.
Tiene una sobrecarga muscular en el muslo.- contestó por él Larry, uno
de los profesionales.
¿Por qué estáis haciendo una reunión cuando estoy casi desnudo?
Escuchó tras él las carcajadas de Ashley.
No tienes nada interesante que ver.
¿Qué necesitas, Giovanni?- preguntó Larry mientras Thomas seguía
protestando.
¿El hombro?- propuso su compañero.
Asintió con un gesto, agarrándose discretamente el brazo.
Fuller no ha venido aún y nosotros tenemos que terminar con éste,
pero…- Larry enfocó la mirada en su espalda antes de seguir hablando-
Ash, tú nos has ayudado otras veces, ¿puedes ir calentando la zona con él
mientras terminamos?
Automáticamente, su cuerpo se tensó al escuchar las palabras “Ash” y
“calentar” en la misma frase.
Thomas soltó un estornudo con el que intentó ocultar la risa, aunque no
engañó a nadie, y vio cómo Ashley se adelantaba para clavar las uñas en
su pierna.
¡Ay, bruta!
Cierra la boca.
Los fisioterapeutas los miraron de hito en hito.
Venga, pasaos a la habitación de al lado, que hay otra camilla.
Camilla…- escuchó murmurar a Thomas antes de que Ash volviera a
arañarle el tobillo.
Su compañero no pudo replicar, pues ella abrió la puerta contigua y le
señaló que pasara.
Obedeció en silencio y, cuando Ash cerró la puerta, se sentó en la camilla.
Había pasado por aquella situación en numerosas ocasiones, pero nunca
se había sentido tan tenso. No porque no confiara en sus habilidades,
sino porque su sola presencia le provocaba cierta rigidez.
La observó deshacerse de su americana y buscar un bote de crema entre
los cajones del armario lateral.
¿Qué es eso?
Una pomada de calor.- la escuchó contestar antes de que se acercara a él.
Miró atentamente cómo se echaba un poco de aquella sustancia blanca
en las manos y se la extendía entre éstas.
¿A qué esperas? Quítate la camiseta.
De un rápido movimiento, se sacó la prenda por la cabeza y la tiró al
suelo.

Ashley.
Era difícil concentrarse en su cometido con un paciente tan sumamente
atractivo.
Pero, apretando los labios, se contuvo de hacer comentario alguno y posó
las manos sobre su hombro izquierdo.
¿Cómo sabías que era ése?
Alzó el cejo con suspicacia, negando con un cabeceo, mientras masajeaba
su piel.
Lo sé todo de ti, Giovanni- contestó-, es mi trabajo.
Dio un respingo al sentir su mano deslizándose alrededor de su cintura.
¿Todo?
Todo lo que tengo que saber.- sonrió.
Siguió pasando los dedos por su duro deltoides, el músculo que recubría
su dolorida articulación.
Relájate, te noto tenso.
Vio cómo esbozaba una enorme sonrisa y se mordió el labio inferior para
no suspirar como una cría.
Perdona, pero nunca había tenido un fisioterapeuta tan sexy.
Y espero que a los demás no les manosees como a mí.- replicó, dejando
que sus inquietas manos recorrieran su cuerpo.
Aumentó un poco más la presión de sus dedos y Giovanni lanzó un bufido
nada elegante.
Ash…
Sin mirar su rostro, continuó su tarea.
Quería pedirte perdón por lo de ayer.
Frenó el movimiento de sus manos, pero apenas unos segundos.
¿Por tu ridículo ataque de celos?- preguntó.- Creía que eso ya lo
olvidamos anoche…
Lo de anoche fue…
¡Ya estamos a tu disposición!- exclamó Larry al entrar abruptamente en
la habitación.
34.
Ashley.
Se echó a reír ante el respingo de Giovanni, que, por suerte, había
apartado sus manos de ella antes de que pudieran descubrirlo.
Avanzó hasta alcanzar un rollo de papel para poder limpiarse las manos
mientras observaba cómo sus compañeros se ponían a trabajar.
Te dejo en buenas manos…
Gracias, Ash.- contestó Larry.
Hizo un gran esfuerzo para dar media vuelta y apartar la mirada de él,
pero resistió a sus instintos y salió de la habitación cerrando la puerta
tras ella.
¿Qué, habéis… calentado… mucho?
Ignoró las bromitas de Thomas, que la siguió por el vestuario sin dejar de
reír.
Para ya.- terminó diciendo antes de salir al túnel.
Oh, venga, es divertido.
Si tú lo dices…
Sintió su mano sobre su espalda y se giró para encararlo.
Ahora en serio, ¿cuánto hace que os veis?
¿Quién te dice que nos… vemos?- protestó.
¡Mi rival favorita!
Incluso a pesar de saber perfectamente a quién pertenecía aquella voz,
no pudo evitar alegrarse por la interrupción.
Carter…- murmuró Thomas a su lado.
El aludido se hizo paso entre la gente que iba de un lado a otro del túnel
hasta ellos.
Bueno, Perks, tú tampoco estás mal.
Apretó los labios para no echarse a reír ante la mueca mal disimulada de
su amigo, que, sin embargo, contestó a su apretón de manos con toda la
educación que podía.
¿Qué hace una belleza como tú por aquí?
Thomas musitó una maldición por lo bajo y, automáticamente, golpeó su
estómago con el codo.
Sólo me pasaba a comprobar que todo estaba listo para que mis chicos
te den una paliza.- sonrió, reanudando su marcha hacia el vestíbulo
central del enorme estadio- Suerte, Thomas.
Con calma y sin pararse a escuchar las carcajadas de Bass, prosiguió el
camino, saludando a varios directivos, técnicos y otras figuras del rugby
destacadas, hasta llegar al palco reservado a los altos cargos del equipo
visitante, a excepción del presidente, que debía ver todo el encuentro con
su homónimo.
Según se sentó en primera fila, casi pegada a la barandilla, sonó el himno
de los Tigers y sonrió, dispuesta a ver aquel gran partido.

Sorprendentemente, los Thunders derrotaron a su mayor rival con la


mayor diferencia de tantos de la historia de ambos equipos.
Normalmente, los partidos entre los dos eran una lucha constante por
mantener la hegemonía de una forma igualitaria, por lo que solían acabar
en empates o con una cantidad de tantos muy similar.
Pero no aquella vez.
Sus chicos pasaron por encima de los Tigers, literalmente.
Y eso le puso eufórica.
Aunque no tanto como a D’angelo, que, a pesar del cansancio del partido,
apareció en la puerta de su habitación pasada la medianoche y, en cuanto
abrió, entró en el cuarto con un ímpetu desmedido.
Apenas le dio tiempo a coger aire antes de que Giovanni se abalanzara
sobre ella como un tsunami.
Se rio, pero no pudo escuchar sus carcajadas porque la boca de él no le
permitía ni recuperar el aliento.
Alzó los brazos y rodeó su cuello, apretándose contra su camiseta oscura
casi con desesperación.
Sintió cómo sus manos anormalmente cálidas se metían por debajo de su
ropa y se estrechaban contra sus caderas.
No sabía por qué, pero su tacto le hacía estremecerse, como si cada una
de sus terminaciones nerviosas reaccionaran con sumo entusiasmo ante
su sola presencia, ante su característico olor y ante la grave vibración de
su voz.
Era increíble.
Reconocía que había estado enamorada de Lloyd, enganchada a él como
una lapa emocional, pero nunca había provocado en ella aquella
respuesta física tan brutal y abrumadora.
Es más, el sexo con él ni se acercaba ínfimamente a lo que hacía
prácticamente cada noche con Giovanni…
Él sabía qué, cuándo o cómo tocar cada parte de su cuerpo y hacer que
temblara como una hoja seca.
¿No estás cansado?- consiguió musitar entre un beso y el siguiente.
Escuchó su risa mientras sentía cómo sus labios se curvaban
deliciosamente.
No me he sentido tan descansado en mi vida.
Estaba dispuesta a contestar cuando él la alzó con esa facilidad tan sexy y
caminó hasta la linde de la cama, donde se dejó caer aún con ella en
brazos.
Bruto, nos van a oír.- protestó sin ganas.
De nuevo, aquella sonrisa.
A quién le importa…
No pudo reprimir un ridículo suspiro que le hizo reír una vez más.
D’angelo rodó hasta colocarse sobre ella, sin dejar que su peso la
aplastara.
Observó, obnubilada, sus bonitos ojos. Aquel extraño color que parecía
mezclar el negro más puro con un azul mar hipnótico.
¿Es ridículo que me alegre de haberle dado una paliza a Bass?
Apretó los labios para no echarse a reír.
¿Te sientes más macho?- se burló, deslizando la mano bajo su camiseta.
La verdad es que sí.
Negó con un cabeceo divertido mientras intentaba no estremecerse ante
sus incesantes caricias.
Eso es un poco… troglodita.
Pero no te pone… ¿ni un poquito?
Se removió lo suficiente para deshacerse de su camiseta ante su mirada
en llamas.
Quizás un poquito.- reconoció, apretándose contra su cálido cuerpo.
Gio curvó los labios con loca sensualidad.
Eso es muy troglodita, eh.
Quedará entre tú y yo.
No apartó la mirada de él mientras se levantaba y dejaba caer cada
prenda de su propia ropa al suelo.
Se mordió el labio inferior.
No me mires con esa cara de pervertida.
No pudo evitar una carcajada.
Sus ojos volvieron a estar fijos en ella y entonces lo sintió. Un calor
abrasador que empezaba justo en el centro del pecho y que, según
pasaban los segundos, se iba extendiendo por todo su cuerpo.
Aquel era el día que había estado esperando con pánico. Y había llegado.
35.
Giovanni.
Pasaba el día entero pensando en cuándo volvería a verla, esperando que
bajara de las oficinas y se pasara por el campo de entrenamiento con
cualquier excusa, que le mandara un mensaje diciendo que había podido
salir antes y quedarían en su casa.
Aquel día sabía que ninguna de esas opciones era viable.
Era el día de cierre del mercado de fichajes y ella había elegido
finalmente un zaguero: Pedro Zábalo, un argentino de 25 años, figura
clave en su selección y, por supuesto, en su anterior equipo, los Warriors.
En cuanto el nombre se hizo oficial, supo que era el que ella había
calificado como “guapo”, y no pudo evitar un ramalazo de celos.
Aquel día tenían la presentación oficial en el estadio, que abrirían para
que aficionados, curiosos y periodistas dieran la bienvenida a Pedro, tal y
como hacían con cada uno de los nuevos fichajes.
Aún recordaba su presentación casi un año antes. Más de veinte mil
personas fueron a verle y a él le pareció el día más especial de su vida.
Ese viernes soleado no pensó en la persona que había conseguido que
cumpliera su sueño, y ahora no podía dejar de hacerlo.
Sabía que tampoco podrían verse aquella noche, pues la directiva en
pleno del equipo iba a salir a cenar a un conocido restaurante de alto lujo
para celebrar la conquista de Zábalo.
Era curioso cómo se hacían las cosas en los Thunders.
Hasta ayer mismo, todo el mundo contaba con que el defensa argentino
ficharía por los Tigers de Melburne. Se rumoreaba a voces que tenían un
acuerdo y estaba todo listo.
Hasta que Ashley West le señaló con el dedo y toda la maquinaria se puso
en marcha hasta llegar a aquel momento.
Mientras corrían, se acercó a Thomas, que, como siempre, parecía
especialmente concentrado en seguir las órdenes de los entrenadores.
¿Te apetece salir a cenar hoy?
Su amigo dio un respingo.
Joder, qué manía con correr siempre tan silenciosamente- se quejó antes
de echarse a reír- ¿Qué pasa, se han truncado tus planes para esta noche?
Torció los labios en una mueca.
Olvida la invitación.
Aceleró el paso, molesto con su descaro natural, aunque en el fondo
supiera que le era imposible enfadarse con alguien como Thomas.
Venga, venga, que era una broma.
Escuchó sus carcajadas a su espalda y frenó apenas un segundo, lo
suficiente para que pudiera alcanzarle con su paso constante.
Que sí, claro que dejo que me invites a cenar, y más si me miras con esa
carita de perrito abandonado.
Corta el rollo.- gruñó.

Pasó a recoger a Thomas exactamente a las ocho en punto. Y él, por su


puesto, se retrasó.
¿Adónde me llevas?- preguntó según entró en el coche con su
permanente sonrisa.
He reservado en el Césare.
Ahogó un gemido de satisfacción al escuchar el dulce ronroneo alemán
de su nuevo deportivo.
Vaya nivel- parloteó Thomas a su lado-, pero te aviso de que por muy
abultada sea la cuenta, no conseguirás llevarme a la cama.
No pudo evitar una sonrisa.
Seguro que con un par de botellas de vino no dices lo mismo.
Dos minutos después, llegaban a Kent, la calle que albergaba los mejores
restaurantes de la ciudad, donde la élite australiana se pavoneaba de su
fortuna.
Un aparcacoches se hizo cargo de su preciado deportivo con profesional
indiferencia mientras Thomas y él eran dirigidos por un elegante maître
hasta una mesa al fondo del amplio salón ricamente decorado.
El resto de comensales se giraron a su paso con discretas sonrisas y
murmullos, pero ninguno hizo amago de acercarse para pedir fotografías
o autógrafos. Eso no estaba bien visto en aquel lado de la ciudad.
Gracias- murmuró al solícito jefe de sala cuando terminó de
acomodarlos y se marchó por donde habían venido.
¿Te das cuenta de que nos mira todo el mundo?
Alzó la ceja con escepticismo.
¿Te sorprende?
Su amigo negó con un cabeceo, observando su alrededor con una mirada
divertida.
Me apuesto mi cuenta de ahorros a que están pensando en qué narices
estás haciendo cenando conmigo y no con una modelo de largas piernas
y corta de pensamiento.
No pudo evitar echarse a reír, negando con un cabeceo divertido.
Me pintas como a un devorador de mujeres- protestó-, como si me
hubieras visto salir con muchas…
¡Salir!- exclamó Thomas-, más bien… entras.
Automáticamente, dejó caer la cabeza sobre la mano con un movimiento
exagerado.
Por amor de Dios…
En aquel momento, uno de los perfectamente uniformados camareros se
acercó a ellos para tomarles nota.
Como ninguno de los dos había siquiera abierto la carta, le dijo que les
sirviera las recomendaciones del chef, algo que, al parecer, le hizo
especial ilusión, pues no tardaron en empezar a llegar deliciosos platos,
uno tras otro, hasta llenar toda la superficie de la mesa.
Bueno, ahora que ya estamos cenando…- empezó a decir Thomas-, ¿me
vas a contar de una vez lo de Ashley?
Alzó la mirada de la comida.
¿Ya estamos otra vez?
Oh, venga, sólo confírmamelo.
Negó con un gesto.
Pareces de la prensa.
Thomas se inclinó hacia delante.
¿Tanto te cuesta hablar de esto?- replicó su amigo con cierto tono
irritado- ¡Soy tu colega!
Lo que eres es un pesado. Ashley y yo no tenemos nada que haya que
contar a nadie, incluido tú.
Él se encogió de hombros sin borrar la sonrisa.
¿Y ella cómo lo lleva?
Bufó por lo bajo por su incesable insistencia, estirando el brazo para
alcanzar un pequeño bocado de lo que parecía ser tartar de salmón.
¿Cómo lleva el qué?
Pues eso- contestó Thomas, engullendo comida al mismo tiempo-, lo de
pasar de estar prometida a tener sólo sexo con otro hombre?

¿Prometida?
36.
Giovanni.
¿Cómo que prometida?- preguntó justo antes de pedir la cuenta al
camarero.
Thomas alzó los brazos, torciendo los labios en un gesto de
incomprensión.
Creía que habíamos dejado el tema hacía una hora.
Es que… ¿por qué yo no sabía eso?
Se sentía estúpido.
Llevaba meses yendo y viniendo con Ashley y se enteraba a esas alturas
de que había estado a punto de casarse con su exnovio…
¿No lees la prensa?- se burló su amigo.
No la de cotilleos.
Creía que lo sabías.
Se llevó una mano a la cabeza, sacudiendo su cabello oscuro con un
gruñido.
Ella no me ha dicho nada…- murmuró.
Ah, ¿pero vosotros habláis?
Le lanzó una mirada furiosa.
Muy gracioso.
No te preocupes- contestó él, sacudiendo una mano en el aire con su
habitual despreocupación-, no habrá surgido el tema.
Callaron un momento mientras pagaba con la tarjeta la escandalosa
cuenta y sacaba unos cuantos billetes para dejarlos de propina antes de
que el camarero se retirara con una gran sonrisa.
¿Cuánto le has dado a ese chico? Se ha ido demasiado feliz.
¿Qué más daba?
Ganaba una cantidad obscena de dinero que no podría gastarse ni en
cinco vidas.
Vámonos, anda.
Venga, que te invito a una copa.
Salieron, poniendo rumbo hacia el final de la calle, donde se situaba uno
de los más exclusivos pubs de la ciudad.
Sin embargo, una vez fuera, no llegaron a dar el segundo paso, pues algo
llamó automáticamente su atención en la acera de en frente.
Ashley.
La cena transcurrió en perfecta armonía.
Se alegraba de su elección. Pedro Zábalo no era sólo un defensa
magnífico y mundialmente reconocido, sino también un hombre
extrañamente calmado, amable, y lo suficientemente atractivo para
poder sacar unos cuantos millones de dólares por publicidad.
Los directivos parecían encantados con él, incluso su padre, como
representante del equipo deportivo.
Había echado de menos aquello, los actos de presentación, las cenas de
bienvenidas; en general, dejarse ver en público. Pero allí estaba, había
vuelto a su puesto años después y no pensaba ocultarse de nuevo.
Mañana te presentaremos a tus compañeros.- escuchó decir a Jordan
mientras se levantaban para dar por terminada la noche.
Estupendo, tengo muchas ganas de empezar.
No pudo evitar una media sonrisa.
A la prensa le encantaba aquel acento latino que todos sus jugadores del
sur de Europa y América tenían. Algo que también D’angelo poseía y que
le otorgaba aún más sensualidad a su tono de voz ronco.
Pero, ¿qué hacía pensando en él?
Sacudió la cabeza un segundo antes de levantarse, alcanzando el ligero
kimono de seda salvaje verde que había elegido para cubrir de la
agradable brisa nocturna su vestido negro.
Se lo encajó sobre los hombros y puso rumbo hacia la salida.
El verde…- escuchó decir a Zábalo a pocos centímetros de su espalda- te
queda bien.
Echó una rápida mirada hacia atrás.
Gracias.
Él dio una gran zancada para ponerse a su altura.
Te vi en la gala- siguió diciendo-, tu discurso fue estupendo.
Me resulta sencillo encontrar cosas buenas que decir de mi padre, la
verdad.
No me extraña.- se rio Pedro.
Ya en la calle, asintió con un cabeceo sin poder borrar la sonrisa.
Lo siento, te molestarán mucho con las adulaciones a tu padre.
Soltó una carcajada.
Estoy acostumbrada, no te preocupes.
Escuchó cómo Jordan y Jeff, acompañados por el resto de la directiva,
salían tras ellos entre risas.
Ash, cielo, ¿te vienes a tomar una copa con nosotros a casa?
No, estoy algo cansada- contestó con diversión-, y beber con mi padre no
me parece un buen plan, la verdad.
Jordan sacudió la cabeza con fingida indignación, aunque no pudo evitar
esa media sonrisa tan suya.
Puedo llevarte yo a tu casa.- propuso Zábalo, apoyando una mano sobre
su hombro.
Lanzó una mirada a su alrededor. Y entonces lo vio.
Los oscuros ojos de D’angelo fijos en ella desde la acera de enfrente
mientras lucía una expresión totalmente neutra, algo nada habitual en su
carácter apasionado.
Alzó la ceja derecha con escepticismo.
Pedro, ¿te apetece empezar a conocer a dos de tus compañeros esta
misma noche?
Uhm, claro.
Mañana nos vemos- dijo en dirección a sus jefes antes de volverse hacia
Zábalo-, tú, ven conmigo.
Divertida, cogió el brazo de su nuevo jugador y lo arrastró al paso de
cebra, el cual cruzaron casi a la carrera ante la enorme sonrisa de
Thomas y el gesto malhumorado de Giovanni.
Perks, D’angelo- les saludó al llegar a su altura-, supongo que ya os
conocéis, pero os presento formalmente a Pedro Zábalo.
Thomas se adelantó para estrechar la mano del zaguero con demasiado
énfasis.
Bienvenido, tío.
Gracias, capitán.- contestó el aludido con una sonrisa amable.
Discretamente, extendió la pierna para propinar una leve patada en la
espinilla de Giovanni, que seguía mirándolos sin hablar.
El gesto le hizo sacudir la cabeza antes de imitar el saludo de su amigo.
Bienvenido.
Bueno, ¿os venís a tomar una copa?- siguió hablando Thomas- Íbamos
aquí al lado.
Cruzó la mirada con D’angelo, curvando los labios en una media sonrisa.
¿Por qué no?
Creía que estabas cansada.- apostilló Zábalo.
Por muy bien que te lleves con ellos, no debes beber con tus jefes.
Thomas le tendió el brazo con cómica galantería y dio un par de saltos
hasta poder tomarlo, alzándose sobre las puntas de los altísimos tacones
para procurar un beso en su mejilla.
¿Por qué le haces de rabiar?- se burló su amigo, musitando las palabras
en su oído.
Sonrió ampliamente.
Era divertido.
37.
Ashley.
Le resultaba increíble y sorprendentemente erótico la forma en la que
Giovanni controlaba sin siquiera hablar que la mirada de Zábalo, sentado
a su lado, no se detuviera demasiado tiempo en ella.
Thomas, por su parte, parecía igualmente divertido por la situación,
mientras que Pedro aún parecía ajeno a todo.
Se recostó sobre el cómodo sofá circular en el que estaban sentados,
estirando la pierna derecha por debajo de la mesa hasta rozar el muslo
de D’angelo, que dio un cómico brinco.
La verdad es que todos creíamos que acabarías en los Tigers…-
comentaba Thomas.
Mientras, deslizó su tacón por los pantalones de Gio hasta apoyarlo sobre
el sofá, justo entre sus muslos, aunque sin rozarle.
Sí, hubo muchos contactos, pero, al final…
Al final, esta preciosa muchacha se metió en medio- se rio su amigo-,
como siempre.
Los oscuros ojos de D’angelo se mantuvieron fijos en ella con una
intensidad abrumadora.
Sí, tal cual- bromeó Zábalo-, fue como una aparición en el último
momento.
Alzó los brazos con una carcajada.
Así soy yo.
No pudo evitar un respingo cuando sintió cómo las manos de Giovanni se
posaban en su tobillo y se deslizaban por su pierna.
Alzó la mirada hacia él, que permanecía discretamente semi inclinado
hacia delante, luciendo una de sus sonrisas socarronas.
Sí, así eres tú.- le escuchó apostillar.
A ti te pasó lo mismo, ¿no, Giovanni?
El aludido giró el rostro hacia Zábalo, aunque no frenó las caricias de sus
grandes manos.
Bueno, sí, fue algo parecido…
Nuestra chica es una joya, y somos un equipo de gente muy convincente,
el resto no tienen nada que hacer cuando ella le echa el ojo a alguien.
Literalmente.- añadió D’angelo.
Sonrió.
¿Qué significaba aquello?
Bueno, yo me voy a dormir, mañana entrenamos a primera hora.
Le lanzó una mirada cargada de intención a D’angelo a la que contestó
alzando la ceja derecha con diversión.
¿Me llevas a casa?- preguntó, recogiendo la pierna con discreción- Yo
también tengo que madrugar.
Thomas lanzó un bufido.
Vaya par de sosos.
Se levantó lentamente y estiró las arrugas de su entallado vestido negro,
ajustándose sobre los hombros el kimono.
Automáticamente, Zábalo se incorporó como un resorte, seguido con más
calma por D’angelo.
No hace falta que te levantes, Pedro- le dijo, apoyando una mano sobre
su hombro ante la sonrisa más que divertida de Thomas-, quedaos otro
rato si queréis.
Gio la dejará en su casa sana y salva… estoy seguro.
Negó con un cabeceo, evitando la sonrisita desquiciante de su mejor
amigo.
Buenas noches, caballeros.- dijo antes de enfilar el camino hacia la
puerta.
No habían llegado a la acera cuando un muchacho se apresuró a dejar el
nuevo deportivo de Giovanni justo en la entrada antes de darle las llaves
con una ceremonia desmedida.
Con su habitual sonrisa de galán italiano, le abrió la puerta del copiloto.
Señorita…
Muchas gracias, Señor D’angelo.- se burló, acomodándose sobre el
confortable sillón de cuero.
Observó, hambrienta, cómo rodeaba el coche para sentarse a su lado.
Arrancó un segundo después y puso rumbo hacia la parte este de la
ciudad.
¿Qué tal la cena?
Sonrió.
Bastante bien- contestó-, bueno, tú ya sabes cómo va esto.
Ya…
No pongas ese tonito, nadie te va a quitar el trono.
Giovanni cruzó una rápida mirada con ella antes de volver la vista hacia
la carretera.
No estoy preocupado por eso.
Soltó un suspiro más que audible.
Admiro tu confianza.- dijo, apretando los dedos alrededor del pequeño
bolso de mano.
¿Insinúas que Zábalo es mejor que yo?
Si en algo era extremadamente celoso era en su profesión, no le cabía
ninguna duda.
No creo que seáis comparables, la verdad- respondió con calma
mientras le veía dirigirse sin duda alguna hacia la puerta de su garaje,
donde frenó hasta que ella sacó el mando y la abrió.
No sé cómo tomarme eso.
Sois de dos posiciones radicalmente distintas, no voy a hacer semejante
comparación estúpida.
Él negó con un cabeceo, bajándose del coche, una vez aparcado, para
abrir su puerta e instarla a bajar.
Está bien, no te enfades.
Con un cabeceo, se dirigió hacia el salón, donde dejó tirado el kimono
sobre el sillón.
Estás preciosa.- escuchó que Giovanni decía a su espalda.
Apretó los labios para contener una sonrisa mientras buscaba la
cremallera de su vestido con la punta de los dedos.
Sei bellissima (eres preciosa).- repitió él, esta vez en su idioma materno.
Muy lentamente, fue dejando caer la prenda al suelo, apartándola con los
tacones negros que aún llevaba puestos.
Cerró los ojos en cuanto sintió cómo se acercaba a ella. Su calidez era
increíblemente agradable incluso sin llegar a tocarla.
La donna più bella del mondo (la mujer más bella del mundo).

Giovanni.
No pudo evitar estremecerse de placer al ver su escultural silueta, sólo
cubierta por un elegante conjunto de ropa interior de encaje negro,
sujeto con ligueros a unas medias transparentes.
Pasó las manos alrededor de sus caderas, acariciando el exquisito
bordado.
No me hagas la pelota.
Sonrió, siguiendo con las yemas de los dedos las líneas de su figura.
Cualquiera con ojos en la cara te diría lo mismo.
Sintió cómo su piel se erizaba a medida que deslizaba los labios a lo largo
de su columna, partiendo desde su estilizado cuello desprovisto de joyas.
Dobló las rodillas para continuar su camino hasta el borde de su ropa
interior, donde frenó para agarrar su cintura y voltearla.
Con una sonrisa, besó su ombligo ante el suspiro nada disimulado de
Ashley.
Vamos a la cama.- gruñó, excitado, antes de rodear sus piernas y ponerse
en pie, cargándola sobre un hombro.
Entonces escuchó su risa. Su contagiosa y deliciosa risa.
Y se sorprendió pensando en que quería escuchar aquel bonito sonido
cada día de su vida.
Pero qué…
38.
Giovanni.
No. No. No.
No se iba a enamorar de ella.
Se negaba a pensarlo siguiera.
Muchas horas después, con los primeros rayos de luz, seguía dándole
vueltas al tema mientras pasaba los dedos por la espalda desnuda de
Ashley, dormida profundamente sobre su pecho.
Inquieto, alargó el brazo hacia la mesilla y palpó la superficie hasta
alcanzar el libro que estaba sobre ella.
El amor en los tiempos del cólera…- leyó en voz baja- Joder.
Lo soltó rápidamente, como si le quemaran los dedos.
Abrió el pequeño cajón, nervioso.
Pero lo que había dentro no le calmó. Más bien al contrario.
No me jodas…
Se incorporó sobre el colchón, sentándose al borde para coger la
pequeña caja cuadrada y abrirla muy despacio. Demasiado despacio.
El sorprendentemente grande diamante sobre la alianza de oro refulgió
con la luz que entraba desde la ventana.
Thomas tenía razón. Debía ser complicado para una persona que tenía su
vida en pareja prácticamente planificada, que se iba a casar y formar una
familia, dejar toda esa idea al lado y pasar a tener únicamente sexo.
Era…
Se sentía abrumado.
Dio un respingo cuando el sonido de su teléfono retumbó por toda la
habitación.
Sintió cómo ella rodaba hasta el lado contrario de la cama para
alcanzarlo.
Hola, papá.- la oyó decir con voz pastosa.
Un escalofrío recorrió su columna vertebral.
Sí, vale, pásate.
Escuchó cómo dejaba el teléfono sobre la mesilla derecha y se deslizaba
de nuevo en su dirección.
¿Gio?
Dime…- murmuró, dándole vueltas a la caja del anillo.
¿Qué haces ahí sentado?
Se encogió de hombros, lo que, al parecer, a ella le pareció una respuesta
válida, pues, un segundo después, sintió sus manos apoyarse contra su
espalda.
Va a venir mi padre a desayunar.
Ahora mismo me voy.- contestó.
Puedes quedarte.
Se tensó automáticamente.
¿Qué…
A mi padre le caes bien, creo que le gustaría saber que tú y yo…
¿Estás diciendo que quieres contarle esto a Jordan?
Dios, era lo primero que le había pedido: West no podía enterarse.
Sintió cómo ella se separaba y se incorporaba al otro lado de la cama.
¿Tan horrible te parece?- la escuchó preguntar.
La observó mientras cruzaba la habitación sin siquiera mirarle hasta
llegar al baño contiguo, desde donde siguió hablando sin cerrar la puerta.
Nunca le he ocultado nada, y no creo que te esté pidiendo demasiado.
Su tono de voz era brusco, casi enfadado, y eso le molestó aún más.
Fue lo primero de lo que hablamos, Ashley, no quiero que tu padre sepa
nada de esto.
Vio cómo se asomaba a la puerta con un gesto molesto más que
reconocible.
No sé si te avergüenzas de mí, o te da miedo Jordan…- contestó,
despacio, casi masticando cada palabra-, pero ambas opciones me
parecen estúpidas y… ¡¿qué coño haces con eso en la mano?!
Como si hubiera olvidado que aún lo sostenía, miró la alianza de nuevo.
¿Por qué no me habías dicho que estabas prometida?
Siguió con la mirada cómo negaba con un cabeceo, dando un par de
zancadas para alcanzar unos vaqueros tirados sobre la cómoda.
Y a ti eso qué te importa.
Gruñó por lo bajo, recogiendo su ropa del suelo con brusquedad.
Tú no quieres esto, Ashley- protestó, señalando la cama deshecha
mientras se enfundaba los pantalones-, lo que quieres es esto- alzó la caja
con el anillo de pedida.
Sus ojos azul turquesa refulgieron con un brillo metálico desde el otro
lado de la habitación.
¿Qué coño significa eso?
Dejó la alianza sobre la mesilla, sacudiendo la cabeza de un lado a otro.
¡No podía seguir con aquello!
¿Te hacía ilusión casarte?
No la miraba, pero escuchaba su respiración agitada, a pesar de quedarse
sin respuesta.
Era lo que necesitaba para confirmarlo.
Tú quieres el pack completo- siguió diciendo mientras terminaba de
vestirse-: el noviazgo público, el matrimonio, hijos, una casa familiar con
perros en el jardín…
¡¿Y tú qué coño quieres, Giovanni?!
Se volvió hacia ella, ante su grito enfadado.
Se encontraba en mitad del cuarto, completamente vestida y con los
brazos cruzados sobre el pecho.
Te lo voy a decir yo: lo que quieres es ser un golfo toda la vida, follarte a
toda hembra con un par de melones lo suficientemente grandes y que las
revistas sigan tachándote como un soltero codiciado…, pero ¿sabes qué?-
la escuchó bufar- llevo en este mundo más que tú, Giovanni, he visto a
muchos tíos intentarlo y esa mierda no dura para siempre.
Abrió la boca para contestar, aunque no era capaz de encontrar una
respuesta a tal discurso.
Ashley soltó un gruñido, señalando la puerta con el brazo.
Eres un cobarde, y me avergüenzo de haber sentido algo por ti.

Ashley.
Según escuchó el sonido de la puerta del garaje al cerrarse y el brusco
acelerón tan característico de Giovanni, se acercó a la cama y recogió la
caja, lo único que le quedaba de su relación con Lloyd.
¿Tenía un imán para los capullos? ¿Es que acaso no existían los hombres
normales, o es que ella no sabía elegir?
Enfadada, lanzó la alianza dentro del cajón de su mesilla y lo cerró de una
patada.
Hijo de puta… - murmuró- HIJOS DE PUTA.
El timbre resonó por toda la casa y dio un respingo.
Bajó las escaleras de dos en dos hasta llegar a la puerta, la cual abrió de
un tirón.
Buenos días, cielo.
Con una sonrisa, se alzó sobre las puntas de los pies para depositar un
beso en su cálida mejilla.
Buenos días.
Tienes mala cara, ¿estás bien?
Le precedió hasta la cocina sin poder evitar torcer los labios en una
mueca divertida.
Jordan siempre había tenido aquel instinto sobre los sentimientos
ajenos. Sabía perfectamente cuándo pasaba algo, mucho más en su caso.
Estoy bien, papá- contestó con calma-, ¿quieres un café?
No estaba bien, pero lo estaría.
¿Que sólo se juntaba con capullos? Sí, pero esta vez, cuando se acercara a
otro hombre, ya sabría a qué atenerse.
39.
Ashley.
Dos semanas después y tras dos humillantes derrotas con equipos
mediocres, los Tigers visitaban Sídney en busca de la revancha.
¿Por qué no hacéis las paces?- parloteó Thomas mientras la seguía hasta
su despacho- Juega como el culo desde que estáis… no sé lo que estáis,
pero no tiene buen humor.
Apretó los labios para evitar unos cuantos improperios perfectos para
describir a ese italiano estúpido.
¡Que él estaba de mal humor! ¡Já!… valiente arrogante idiota.
Dile que, si quiere ser alguien en este deporte, su bragueta no debe
decidir de qué puto humor está.
Hizo amago de cerrar la puerta a su espalda, pero Thomas la paró con
una mano.
Pero… ¿qué ha pasado, Ash?- le escuchó preguntar- ¿y por qué ninguno
quiere contarme nada?
Se sentó sobre su cómodo sillón de cuero, dejando que se deslizara hasta
el escritorio.
Me merezco un hombre al que no le importe aparecer conmigo en
público.
Bueno, en eso estoy de acuerdo - corroboró su amigo-, pero… no sé,
supongo que Gio sólo necesita tiempo.
Soltó una carcajada sarcástica.
Pues yo no voy a esperar a nadie, que madure solito.
Thomas abrió la boca para, al parecer, buscar una respuesta, pero no
pareció encontrarla, pues la cerró al cabo de unos segundos de silencio.
¿Nada que replicar?- se burló.
No, en realidad no.
Se echó hacia atrás en el asiento, esbozando una sonrisa cómica.
Oh dios mío, ¿te he dejado sin palabras?
Es que no quiero meterme en esto, la verdad.
Alzó la ceja derecha con escepticismo.
Pero si has sido tú el que ha preguntado.- protestó.
Pero porque… joder, porque está muy distraído, y al final tu padre le va a
mandar al banquillo y…
No es mi problema.
Su amigo le dedicó una mirada indescifrable.
Le trajiste tú, ¿recuerdas?
Era bueno cuando llegó- apostilló, encendiendo el ordenador-, si ahora
es una mierda, que lo vendan.
Ash…
Su gesto era tan extrañamente pasmado que no pudo evitar una leve
carcajada.
Thomas…- bromeó.
Eres mala.
Asintió con un cabeceo, pulsando el botón que ponía en marcha todas las
televisiones de la pared.
Anda, vete a entrenar, a ver si esta tarde conseguís no avergonzarnos de
nuevo.
¡Eres malísima!- protestó su amigo antes de lanzarle un beso y traspasar
las puertas.
Y mucho peor que iba a ser…

Como casi siempre antes de un partido tan importante, se dio un paseo


por los pasillos inferiores del estadio, donde estaban los vestuarios, las
salas de fisioterapeutas, las de los utileros y otras decenas de
habitaciones en las que guardar material, reunirse en privado o
simplemente rellenar espacio en el inmenso Sky’s Garden, la casa de los
Thunders.
¿Dando tu vueltecita tradicional?
Sonrió, volviéndose hacia Thomas.
¿Otra vez tú?
Estás de un antipático últimamente…- protestó su amigo aun sin borrar
esa sonrisa divertida tan suya.
Gana hoy y volveré a ser tan amorosa como siempre.
Thomas extendió el brazo derecho hacia ella y rodeó sus hombros.
Así me gusta, dando ánimos.
Escuchó pasos rápidos a su espalda y giró la cabeza.
Mira, la mujer más guapa del hemisferio sur.- bromeó Carter Bass
mientras correteaba en su dirección junto a uno de sus compañeros, que
se echó a reír.
Bass, Ortega…- saludó.
Thomas se adelantó para estrechar la mano de ambos jugadores con
especial énfasis.
A pesar de su rivalidad dentro de la cancha, casi todos los deportistas se
llevaban sorprendentemente bien.
Carter se acercó hacia ella con su mirada felina mientras Ortega charlaba
animadamente con Thomas.
Cuánto tiempo sin verte.
Si tú lo dices…
A mí se me ha hecho largo.
Soltó una carcajada, dejando que se inclinara sobre ella para depositar
un casto beso en su mejilla.
Tú y tu galantería desmedida…- se burló.
Él extendió el brazo en su dirección y rodeó sus hombros.
¿Cuándo aceptarás mis cumplidos sin soltar un comentario irónico?
¿Y cómo iba a divertirme si no?
Ash, ¿me acompañas?
Asintió en dirección a Thomas, que parecía lucir en el rostro una mueca
de sorpresa, seguramente por el tono de su conversación con Bass.
Ojalá pierdas, Carter.- dijo con una sonrisa antes de dirigirse hacia su
amigo.
Ojalá me dejes invitarte a cenar algún día.
Volvió el rostro hacia atrás apenas un segundo, lo suficiente para decir:
Hecho.
¿En serio?- escuchó que preguntaba Carter con incredulidad.
Alzó la mano derecha en el aire sin detener su avance hacia el pasillo
central.
Pasa a buscarme después del partido.
Thomas agarró su brazo por el camino mientras escuchaba la risa
entrecortada de Bass a su espalda.
¿Acabas de aceptar una cita con…?
Sí.- le cortó.
Pero, pero, pero, ¿por qué?
Torció los labios en una media sonrisa.
Quiero comprobar si de verdad es tan encantador como dicen.
¿Esto qué es, una especie de venganza contra Giovanni?- preguntó
Thomas con un tono claramente irritado.
Se volvió hacia él, ya prácticamente en la puerta de los vestuarios locales.
No tengo quince años, no necesito darle celos a nadie.
Justo en el momento en que continuaba en solitario su camino, vio cómo
una figura emergía del umbral.
Pero no miro hacia atrás.
40.
Ashley.
Fue un partido francamente mediocre que acabó con un empate
igualmente mediocre.
Los Tigers no apretaron tanto como se esperaba después de la cruel
humillación de hacía algunas semanas, y los Thunders seguían con ese
ritmo al ralentí que ya empezaba a preocupar tanto a aficionados como a
expertos.
De nuevo, se repitió la nada brillante actuación de Giovanni, que acabó
siendo relevado por otro compañero con el consiguiente cabreo público.
Por un lado, el hecho de que a su equipo le fuese mal le partía el corazón
y le preocupaba profundamente, pero, por otra parte, podía llegar a
alegrarse aunque fuese un poco de verlo así de enfadado.
Carter pasó a buscarla a su casa una hora después del fin del partido, lo
que le dio el tiempo suficiente para darse un relajante baño y enfundarse
en un elegante vestido verde esmeralda, estrecho hasta la cintura y con
una caída fluida hasta las rodillas. También llamó a su padre para
avisarle de aquella extraña cita, pues era probable que mañana fuera
noticia de primera plana en las revistas del corazón.
No pareció muy encantado con la idea, pero poco podía hacer contra su
decisión.
Respiró hondo antes de salir por la puerta, directa hacia el enorme
deportivo rojo de alta gama que esperaba frente a su umbral.
Carter bajó para abrirle la puerta del copiloto con cómica galantería.
Definitivamente, el verde es tu color.
Negó con un cabeceo divertido, acomodándose sobre el asiento mientras
él rodeaba el automóvil.
¿De verdad iba a hacerlo?
Llevaba años evitando tener una cita con Bass, y ahora…
¿Adónde vamos?- preguntó en cuanto se sentó a su lado.
Ahora lo verás.
Miró por la ventanilla mientras él ponía el coche en marcha y seguía el
trazado de la carretera.
Se mantuvo en silencio durante todo el trayecto hasta la ópera, camino
que, como buena residente de Sídney, conocía a la perfección.
Vaya despliegue de medios…- se burló cuando un aparcacoches se hizo
cargo del automóvil y Carter la ayudó a salir frente al edificio más icónico
de la capital.
Aún no has visto nada, preciosa.
Divertida, agarró el brazo que le tendía teatralmente y dejó que la
condujera hasta el Bennelong, el restaurante más exclusivo del complejo.
El maître les condujo sin decir nada hasta la mesa situada más al fondo
del salón, junto a la cristalera que mostraba una de las vistas más bonitas
de la ciudad.
No era la primera vez que iba y, sin embargo, seguía emocionándose.
Se sentó frente a Bass y dio las gracias al jefe de sala.
Me encanta este sitio.
Lo suponía.- se rio su acompañante.
Fingió ojear la carta mientras observaba de reojo cómo el resto de
comensales les observaban discretamente.
Eran carne de prensa rosa.
¿Qué te apetece beber?
¿Qué tal un chianti?- propuso.
Carter curvó los labios en una sonrisa.
¿Te gusta el italiano?
Dio un respingo brusco sobre la silla, soltando de golpe la carta.
¿Có… cómo?- balbuceó.
El vino italiano.
Soltó una carcajada, asintiendo con un cabeceo estúpido.
Me gusta el vino, en general.
Bass se echó a reír, llamando al camarero para pedirle lo que ella había
propuesto.
Me fiaré de ti.- bromeó él, echándose el cabello rubio hacia atrás.
Es una buena decisión.
Sus ojos claros relampaguearon con un brillo metálico.
Tu criterio es muy valorado en todo el mundo, por algo será.
Su criterio deportivo, apostilló para sí misma, porque su criterio
amoroso… hasta ahora había sido patético.
Aunque esperaba que aquella noche su actitud diera un vuelco.
Nada de enamorarse, sólo disfrutaría de la vida.

Giovanni.
No pudo evitar un bramido de rabia al leer el titular del principal
periódico deportivo australiano.
“Thunders y Tigers hacen las paces fuera del campo”, rezaban las
grandes palabras en negrita acompañadas de una foto que, aunque algo
desenfocada, mostraba claramente a Ashley y Carter saliendo de la ópera
de Sídney. Y, por si quedaba alguna duda, el pie de página era bastante
explícito: “Ashley West, hija del conocido Jordan West y ojeadora de los
Thunders, y Carter Bass, capitán de los Tigers, juntos y acaramelados en
Sídney”.
Acaramelados…
No podía dejar de mirar en aquella imagen cómo la mano de ese imbécil
presuntuoso de Bass estaba apoyada sobre la cintura de Ash…
Cabrón…- musitó, aún sabiendo que él no tenía culpa alguna de aquello.
Claro, había visto su oportunidad y la había aprovechado.
Era lógico.
Y…
Si era todo tan lógico, ¿por qué le enfadaba tanto?
Nunca se había considerado una persona celosa o posesiva, más bien al
contrario, a pesar de su carácter fuerte y apasionado, había sabido
mantener las distancias con cualquier mujer que mostrara interés en él.
A excepción de su madre y sus hermanas, claro.
¡Joder!
Como no tenía suficiente con el mosqueo que sus entrenadores habían
mostrado por su mediocre nivel durante los últimos encuentros… ¡ahora
esto!
Su teléfono sonó y dio un respingo sobre el sofá antes de extender el
brazo y cogerlo sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador, donde
ese estúpido reportaje seguía fijo.
¿Sí?
¿Quieres pasarte a desayunar antes del entrenamiento?
Cómo no.
Thomas.
Tan oportuno como siempre.
No pudo evitar una media sonrisa.
Me doy una ducha y voy.- dijo antes de colgar.
Eso era.
Se centraría en sus amigos, su familia y, sobre todo, en recuperar la
confianza del equipo en él.
Era capaz, sabía que lo era.
Y una mujer no le iba a desconcentrar hasta tal punto en que echara por
tierra todo por lo que había trabajado durante su vida.
De eso ni hablar.
41.
Ashley.
Miró la foto que se había colgado en internet con un gesto indescifrable.
Acaramelados…- musitó, negando con un cabeceo.
Había sido una cita agradable, entretenida, pero nunca consideraría que
se hubieran mostrado… acaramelados.
Al menos en aquel momento en que habían sido fotografiados.
Quizás después, tras la deliciosa cena y tras unas copas frente al puerto
de Sídney, cuando la llevó a casa y se besaron frente a su portal como un
par de adolescentes, sí podrían haber estado algo más melosos.
Y, ni aún así, había dejado de pensar en ese estúpido italiano.
¡¿Pero qué tenía que hacer?!
Enfadada, se echó la sábana por encima de la cabeza, dispuesta a
disfrutar de su día libre metida en la cama.
Pero el timbre de su puerta resonó por toda la casa y tuvo que
arrastrarse hasta la planta baja con un gruñido disconforme.
¡Ash!
Una sonrisa escapó de sus labios al reconocer aquella dulce voz.
Abrió la verja exterior antes de salir al porche a recibir a Lisa y a la
pequeña Lilly, que correteó como un huracán hasta ella.
La alzó en brazos, encajándola contra sus caderas.
¿Cómo estás, cosa preciosa?
¡Te hemos traído bollos!- se rio la niña.
De nuevo animada, las condujo a ambas hasta la cocina.
¿Qué os parece si preparo la mesa de la terraza trasera y desayunamos
allí?
¡Sí!
Soltó a la pequeña en el suelo y le dio un mantel del primer cajón.
Venga, llévalo fuera. - la animó.
La vio salir corriendo por la puerta y se volvió de nuevo hacia los
armarios para ir sacando platos y cubiertos.
Bueno, ¿cómo estás?
Sonrió.
Estoy bien.- contestó simplemente, poniendo en marcha la cafetera.
Por lo que he leído, mucho más que bien, eh.
Lilly apareció de nuevo, frenando a duras penas en el recibidor.
Ya he puesto el mantel.
Toma, lleva esto- le tendió su madre la cubertería-, pero ve despacio, no
te vayas a hacer daño.
Ella obedeció con divertido entusiasmo.
La escuchó murmurar alguna canción de moda por el camino y sonrió.
No te creas todo lo que sale en la prensa.- contestó, sirviendo un par de
tazas de café.
Mientras Lisa reía, sirvió un gran vaso de leche y cogió un bote de cacao
en polvo, haciendo señas a su amiga para que la siguiera con las tazas.
Entonces, ¿no es verdad que saliste anoche con Carter Bass?
Le lanzó una mirada socarrona a la que, de nuevo, se echó a reír.
Sabes que es verdad.
¡Estoy alucinando!
Dio un respingo ante su grito de asombro, musitando para sí palabras
malsonantes.
No grites.- protestó al llegar a la terraza.
Lilly ya estaba sentada sobre la silla de la cabecera, mirando con ojos
brillantes la bandeja con bollería de todo tipo frente a ella.
Entonces cuéntame, ¡cuéntame!
Le sirvió a la pequeña su vaso de cacao antes de sentarse a su lado, frente
a Lisa.
¿Qué tienes que contar, tía?
Que ayer salí con un chico.- respondió, extendiendo el brazo para
alcanzar un cruasán.
¿Y es guapo?
Sonrió.
Ya te digo…- murmuró su amiga-, pero, cariño, tú le conoces, ¿te
acuerdas de Carter?
No…
Sí, el capitán de los Tigers, ese chico tan rubio, con los ojos claros…
El gesto de la pequeña se torció.
¡Pero los Tigers son malos!- exclamó al cabo de unos segundos en
silencio.
Lisa soltó una carcajada.
Eso es sólo cuando juegan, cielo.
No- replicó ella tajantemente-, papá dice que son malos siempre.
Sacudió la cabeza de un lado a otro.
Pero sigue siendo guapo.- apostilló su amiga.
Sí que lo era.
¿Es tu novio?
Novio… ¿qué locura era aquella?
Pero, ¿cómo explicarle a una niña que sólo quería pasarlo bien con
Carter? Ella no lo entendería.
Sólo es un amigo.
Lisa carraspeó por lo bajo y estiró la pierna para propinarle una patada
en el tobillo.
¿Pero amigo de darse un besito o…- señaló con un cabeceo a Lilly
mientras su amiga hablaba- o un amigo de darse… dos besitos?
Sólo un besito.
¡Qué asco, tía!
Rio al ver a su preciosa ahijada haciendo gestos teatralmente exagerados
de repugnancia mientras devoraba un enorme bollo de chocolate.
Jope, yo quería que Gio y tú fueseis novios.
Soltó una carcajada nerviosa.
Eso no va a pasar, cielo.- contestó.
¿No os habláis?
No le dio tiempo a contestar antes de que ella volviera a la carga con su
incómoda curiosidad infantil.
¿Por eso Gio está en casa enfadado?
Le dirigió una mirada sorprendida a Lisa, que se encogió de hombros con
una sonrisa nerviosa.
Está desayunando con Thomas antes de que se tengan que ir a entrenar.
Thomas… su mejor amigo, prácticamente su hermano… apoyando a
aquel capullo italiano.
Tú no te preocupes por Giovanni, princesa, que seguro que encuentra
enseguida a una… - hizo una pausa, buscando una palabra adecuada para
que la oyera la pequeña-novia.- Sonrió, incómoda, mientras se levantaba-
Voy a por más café.
Te acompaño.
Lisa se situó junto a ella de camino a la cocina.
No te enfades con Thomas, sólo se preocupa por su amigo.
¿Y por qué tiene que preocuparse?- replicó- Él tomó la decisión de
seguir siendo un picaflor, no tiene razones para estar enfadado.
Su amiga sacudió la cabeza.
Ya sabes cómo son los hombres, lo quieren todo y al mismo tiempo no
quieren nada.
Ése es su problema.- contestó con dureza.
¿De verdad vas en serio con lo de Carter?
Giró la cabeza en su dirección, alzando lentamente las comisuras de los
labios con socarronería.
Sólo voy a pasármelo bien, me toca.
42.
Ashley.
Pasaron la mañana de tienda en tienda por el centro de Sídney, tras lo
que las invitó a comer al restaurante favorito de Lilly.
Después, a primera hora de la tarde, decidió pasarse por el
entrenamiento.
Normalmente, después de un partido tan importante, todos los jugadores
disponían de un día libre, pero, teniendo en cuenta lo desastroso de las
últimas semanas, los entrenadores les habían convocado para una
preparación física extra.
Fue directamente hacia las gradas que rodeaban el campo y se sentó en
su lugar predilecto, en la segunda fila del lateral izquierdo.
Distinguió al equipo a pocos metros, a mitad de campo, haciendo un
círculo alrededor de dos de los entrenadores: su padre y Jim.
Observó cómo hablaban durante algunos minutos y después empezaban
a correr rodeando todo el campo.
Su padre le saludó con la mano y le imitó con una sonrisa.
Cruzó las piernas y se recostó sobre el incómodo asiento.
Se había criado prácticamente allí mismo, en esas gradas, sobre aquel
plástico azul. Allí había visto a su padre entrenar cada día mientras hacía
los deberes del colegio, allí se enamoró profundamente de aquel deporte,
e incluso allí, debajo de las gradas, le dieron su primer beso.
Era sorprendente, pero la mayoría de sus recuerdos partían de ese lugar.
No pudo evitar una sonrisa.
Pareces contenta.
Alzó la mirada del suelo para dirigirla hacia su padre, que se encontraba
apoyado sobre la barandilla que separaba los asientos del campo,
observándola con esos bonitos ojos azules.
Estaba recordando cuando hacía los deberes aquí sentada.
Jordan alzó los hombros.
Bueno, no te di una infancia demasiado… corriente.- le escuchó
contestar.
Fue perfecta.
Vaya, eso es un alivio.- se burló él- No te esperaba hoy aquí.
Levantó las manos en el aire sin borrar la sonrisa.
Quería ver cómo les ponías firmes un rato.
Ya que estás…
Alzó la ceja derecha con suspicacia, cruzando los brazos sobre el pecho.
¿Qué quieres?- le interrumpió.
Jordan esbozó una gran sonrisa.
¿Podrías tener una charla con D’angelo?
Empezó a negar con un cabeceo.
Venga, cielo, hazlo por mí.
Pero, pero, pero, ¿qué quieres que le diga yo?- protestó.
Necesita motivación, recordarse que es uno de los mejores del mundo, y
tu capacidad de convicción es mucho mejor que la de cualquiera de
nosotros.
Siguió diciendo que no con la cabeza hasta que vio la mirada suplicante
de su padre, que sabía perfectamente cómo conseguir algo de ella.
Es… ¿qué narices le digo?
Él sacudió la mano derecha y se echó a reír.
Seguro que se te ocurre algo.- replicó- Venga, habla ahora con él.
¿Ahora? ¿No quieres que entrene?
Jordan sonrió de nuevo.
Su forma física no es su problema, te lo aseguro.
Desde luego, pensó para sí, recordando cómo aquellos duros músculos se
apretaban contra ella.
La verdad es que su desnudez era todo un espectáculo.
Basta, gruñó para sí.
Está bien.- bufó.
Se levantó y saltó entre los asientos para bajar hasta el campo.
¡Ash!- le saludó Thomas, alzando el brazo exageradamente.
Ignoró su grito y esperó a que D’angelo completara lo que quedaba de
vuelta para que quedara a su altura.
Giovanni, ¿puedes venir un momento?
El italiano giró el rostro hacia ella como si hubiera reparado en su
presencia en aquel momento y frenó el ritmo.
Acompáñame.- le dijo, emprendiendo el camino hacia las oficinas.
Sintió su presencia pegada a su espalda. Perturbadora, sensual…
Si vas a hablarme de lo que ha salido en la prensa, me…
No voy a darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer con mi vida
privada.- replicó con dureza, ya a las puertas del edificio principal.
Entonces qué quieres.
Hizo caso omiso a su tono de voz más bien desagradable y siguió su
camino escaleras arriba hasta su despacho, del que mantuvo la puerta
abierta hasta que él entró.
Siéntate.
Mientras él obedecía, ocupó su propio asiento y encendió el ordenador,
deslizándose después hasta la esquina del armario lateral.
Abrió el cajón central, que escondía un enorme archivador dividido por
secciones.
En este lado guardo las fichas de los jugadores actuales- explicó en voz
alta-, y allí a la derecha los que considero que podían serlo en el futuro.
¿Y esto qué tiene que ver conmigo?
¿Por qué no te callas y miras lo que quiero enseñarte?
Con un gruñido, sacó una carpeta de plástico azul de la casilla donde
ponía “Giovanni D’angelo” y dejó caer sobre la mesa su contenido: una
docena de CD’s y cuatro tarjetas de memoria, todos ellos debidamente
etiquetados y embolsados.
Cogió una de las tarjetas y la insertó en el puerto correspondiente de su
ordenador mientras ponía en funcionamiento la televisión central de la
pared de enfrente y vinculaba ambos equipos.
Abrió la carpeta y seleccionó el primer archivo, que se abrió tras un leve
parpadeo.
Sonrió automáticamente.
¿Reconoces esto?
Claro, fue la final del torneo de pretemporada.- contestó Giovanni,
mirando fijamente la pantalla.
Hizo un esfuerzo titánico para centrarse en el trabajo que tenía entre
manos y olvidar lo que había pasado pocas horas antes de aquel mismo
partido.
Mírate bien.
Ya lo hago.
Tras unos minutos, en los que pudieron revivir alguna de sus mejores
jugadas de aquella noche, pinchó otra tarjeta y seleccionó un archivo. Y
después otro. Y otro.
Durante media hora, vieron en silencio fragmentos de partidos de los
últimos años y, poco a poco, vio cómo una media sonrisa empezaba a
emerger en su rostro serio.
Incluso a pesar de que conocía perfectamente lo talentoso que podía
llegar a ser, seguía asombrándose cada vez que revivía alguno de
aquellos momentos.
Y, por último…- murmuró, cogiendo el CD con un 1 escrito a rotulador.
Cuando empezó la reproducción, se tapó la boca para evitar una
carcajada.
Al contrario que el resto de archivos, aquella era una grabación hecha
con su teléfono móvil, con una calidad algo mediocre y con un ruido de
fondo digno de cualquier película americana de adolescentes.
El vídeo mostraba a un jovencísimo Giovanni jugando un partido
universitario con un nivel asombroso. Parecía todo un profesional
rodeado de críos que no sabían qué hacer ante tanta potencia.
El público jaleaba su nombre cada vez que hacía una de sus maravillosas
virguerías y, durante unos segundos, se vio cómo se giraba el plano y ella
y Francesco, con un peinado que tardaría en olvidar, saludaban a cámara.
43.
Giovanni.
Intentó recordar aquel bonito rostro durante la época que mostraban las
imágenes, pero sabía que, si se hubiera fijado en ella por un instante, se
acordaría.
De nuevo, el plano se dirigió al campo de La Sapienza y se vio a sí mismo
corriendo a toda velocidad, esquivando rivales con chulería.
Entonces, no pudo evitar una gran sonrisa.
¿Esto también lo recuerdas?
Asintió con un cabeceo, emocionado, antes de girar la cabeza apenas
unos segundos hacia Ashley.
¿Cómo tienes esto?
Te dije que no me perdía un partido.- contestó ella- Tengo varios
grabados, sabía que tarde o temprano los usaría para traerte aquí.
Apartó la mirada de ella, apretando los dientes para no decirle lo que
pensaba.
No, la decisión ya había sido tomada.
No iba a dar marcha atrás.
Querían cosas distintas, y eso no cambiaría.
¿Qué más daba si era la mujer más inteligente, divertida y preciosa que
había conocido jamás? ¿Qué importaba que ella fuera la única pareja con
la que había podido hablar sobre rugbi, que era la única que entendía su
pasión? ¿Qué más daba si pensaba que ella era…?
Para, se dijo a sí mismo.
Mírate, Giovanni- repitió ella a su espalda-, eso es lo que eres.
Cerró los ojos un instante.
Ya no tengo diecinueve años.
Escuchó su risa, suave, divertida.
¿Por qué le atormentaba?
Eso no es una excusa, te he seguido durante años, Gio, y ahora eres
mucho mejor profesional que cuando estabas en la universidad, aunque
parezca increíble.
¿Qué me quieres decir con todo esto?- preguntó, intentando ignorar las
ganas irrefrenables que tenía de volver el rostro hacia ella.
La oyó levantarse de la silla y rodear el escritorio hasta apoyarse en él a
su lado, demasiado cerca.
Alzó la mirada en su dirección y se sorprendió al verla observando con
atención otro de los vídeos caseros con una gran sonrisa.
Yo amo mi trabajo- empezó a decir-, para mí, este mundo está por
delante de cualquier cosa- hizo una pausa-, cuando veo los partidos, yo…
es difícil de explicar.
Ash…
Ella negó con un cabeceo, ampliando su sonrisa a medida que la pantalla
mostraba más y más jugadas.
Cuando encuentro un jugador con talento, me embarga una ilusión, una
emoción…, es excitante, me tiro días y días repasando partidos- Ashley
dirigió la mirada en su dirección-. Tú provocaste en mí algo más.
Respiró lentamente, apretando las manos sobre las rodillas para no
extenderlas hacia ella.
¿Eso qué significa?
Verte jugar…, incluso en ese momento- continuó Ash, señalando con un
dedo la pantalla-, hacía que me echara a temblar, que un cosquilleo me
recorriera por dentro y me quedara sin palabras.
Apretó los labios, incapaz de hablar.
Te aseguro que eso no es algo que me pase a menudo.- apostilló ella
antes de inclinarse hacia él- Tú eres mi apuesta, Giovanni, fuiste mi
apuesta desde que tenía dieciocho años, y por fin estás aquí… no puedes
dejar que tu nivel descienda, no ahora.
Se levantó de un salto, provocando en ella un respingo de asombro.
¡No estoy de mal humor por voluntad propia!
Sus grandes ojos color turquesa relucieron con una furia fugaz.
Estás siendo un cobarde de nuevo, Giovanni, y esta vez vas a arruinar tu
carrera, ¿es que no lo entiendes?
Estiró los brazos para apoyarlos sobre el escritorio, dejando a Ashley
acorralada entre su cuerpo y el mueble.
Haz que recupere ese tembleque, D’angelo…
Inclinó el rostro algunos centímetros, con los ojos fijos en aquellos
carnosos labios pintados de rosa que le perseguían en sueños.
Tenía tantas ganas de…
¿Y cómo quieres que haga eso?- murmuró, acortando el espacio entre
ambos.

Ashley.
No podía evitar respirar agitadamente ante su brutal sexualidad.
Mantenía los ojos fijos en sus pupilas oscuras, apretando la mandíbula
para no buscar sus labios.
Sabes perfectamente qué hacer para estremecerme…- se escuchó
musitar.
D’angelo esbozó esa sensual sonrisa que le hacía tan interesante y
estrechó aún más los brazos, llegando incluso a rozar su cintura.
No, debía tener la mente despejada, se repitió.
Recuérdamelo.
Cerró los dientes con fuerza para infundirse fuerza y apoyó la palma de
la mano contra la pechera de su camiseta. Ardía.
Vuelve a jugar como sabes, Giovanni.- sentenció, escapándose de entre
sus brazos para rodear el escritorio.
Justo en ese momento, el teléfono de su despacho sonó y lo cogió con una
sonrisa, observando el gesto en blanco de D’angelo.
Ashley West.
Soy Hume, de seguridad- contestó su interlocutor-, está aquí en la puerta
Carter Bass y dice que quiere verla.
Salvada por la campana.
Asintió con un gesto a pesar de que Hume no podía verla.
Dígale que ahora mismo bajo, por favor.
Colgó y se sentó sobre su cómodo sillón para apagar el ordenador y las
televisiones.
¿Puedes prestarme el CD?
Volvió el rostro hacia Giovanni, que parecía ya recuperado de la sutil
humillación.
¿Cuál de ellos?- preguntó.
El italiano le señaló la pantalla ahora apagada.
El último.
Obediente, lo guardó en su funda correspondiente y se lo tendió.
No tengo copias de éste, así que procura tratarlo bien- le dijo,
incorporándose para ir hacia la puerta.
Sé cuidar las cosas.
Soltó una amarga carcajada mientras él salía tras ella y cerraba con llave
el despacho.
¿A qué viene esa risita?
Sacudió la mano derecha en el aire.
No tiene importancia.
Ignorando su presencia, bajó las escaleras y salió al exterior, dirigiéndose
después hacia la verja que rodeaba todo el complejo, donde Bass la
esperaba con esa media sonrisa divertida tan suya.
Pásalo bien.- escuchó decir a D’angelo a su espalda.
No le pasó desapercibido su tono sarcástico.
Se giró unos segundos sin detener su avance.
Lo haré.
44.
Ashley.
¿Qué haces aquí?- preguntó, divertida, al llegar a la puerta.
Carter se adelantó para rodear su cintura con los brazos e inclinarse
hasta encontrar sus labios con un corto pero apasionado beso.
Quería darte una sorpresa.
Pero ayer te dije que tenía el día libre, ¿cómo sabías que vendría?
Él se echó a reír.
No creo que seas una mujer que se tome muchos días libres.- terminó
por contestar.
Eso era cierto.
¿Has terminado? Puedo volver luego o…
Agarró su brazo con una carcajada.
Vámonos- le interrumpió-, yo ya he hecho mi parte.
¿Y adónde vamos?
Tengo una idea…

Mientras conducía los últimos metros hasta el garaje de su casa, pensaba


en que estaba sorprendentemente nerviosa.
Sabía lo que significaba aquello, esa decisión. Y sabía que después no
habría marcha atrás.
Aparcó y abrió la puerta que comunicaba con el interior de la casa.
Guapa, lista y con buen gusto para los coches- escuchó bromear a Carter-
, ¿hay algo en lo que no seas perfecta?
Le echó un último vistazo a su precioso Mustang negro directamente
exportado desde Estados Unidos antes de cerrar a su espalda.
No voy a decírtelo, eso no sería inteligente por mi parte.
¿A qué venían aquellos nervios?
Por dios, sabía el porqué.
D’angelo había dejado el listón demasiado alto…
Joder, basta, se dijo, extendiendo los brazos para rodear su cuello y así
poder apretarse fuertemente contra él.
Observó durante algunos segundos sus clarísimos ojos grises.
Mi habitación está arriba…- murmuró, rozando sus labios con los suyos.
¿No crees que estamos yendo muy deprisa?
Alzó la ceja derecha con escepticismo.
¿En serio?
Carter mantuvo la expresión solemne por un tiempo sorprendentemente
largo antes de echarse a reír.
Dio un grito cuando pasó sus brazos bajo su cuerpo y la alzó del suelo.
No- contestó, subiendo las escaleras-, sólo quería ver cómo suena si, por
una vez, lo digo yo.
Apretó los labios para evitar una carcajada.
No tienes tanta gracia como crees, Carter.
Le señaló con una mano cuál era la puerta que llevaba a su habitación,
hasta donde la cargó sin aparente esfuerzo.
Lo sé, pero suplo mi carencia de humor con otras virtudes más
interesantes.
Según atravesaron el umbral, él la dejó sobre el suelo.
De espaldas a Carter, se deshizo de los zapatos de tacón y los dejó a un
lado mientras buscaba la cremallera lateral de su vestido.
No, para.
Dejó las manos estáticas, sobre su cadera derecha, y cerró los ojos.
Sintió cómo Bass se acercaba y posaba una de sus grandes manos sobre
su cuello, apartando el cabello rubio con delicadeza.
Expiró lentamente cuando sus labios se posaron sobre su piel.
Deja que te desnude yo.- le escuchó decir en un susurro.
Dejó que sus dedos agarraran la cremallera y la bajaran de un rápido
tirón. El vestido cayó al suelo con un leve silbido.
Volteó para buscar su calor, sus brazos a su alrededor, un beso largo y
sensual que la calmara.
Cerró los párpados mientras Carter se deshacía de su ropa interior y
recorría su cuerpo con ambas manos. Después, ella misma se encargó de
desabotonar su camisa y sus vaqueros apretados.
Metió las manos bajo sus pantalones, clavando la mirada en sus ojos
pálidos, que parecían arder en contacto con los suyos.
No sabes cuánto tiempo llevo esperando para…
Apoyó un dedo sobre sus labios.
Cierra el pico, Bass.- le cortó.
Él sonrió, inclinándose lo suficiente para colocar las manos en sus nalgas
y tirar de ella hasta levantarla del suelo y encajarla contra sus caderas.
El gesto la dejó sin respiración durante algunos segundos.
Mandona hasta ahora…- bromeó Carter, caminando algunos pasos hacia
la cama.
¿Qué esperabas?
Él rio suavemente, dando un rápido giro para echarse hacia delante y
dejarla tumbada sobre el colchón.
Enganchó las manos en su nuca y tiró de él para buscar su boca
entreabierta.
Su cuerpo desnudo se rozó contra el suyo y cerró fuertemente los ojos,
disfrutando de cómo aquellas grandes manos anormalmente cálidas
recorrían cada centímetro de su piel, estremeciéndola de placer.
Era…
Cara, sei la donna più bella del mondo…
Dio un respingo, abriendo los ojos bruscamente ante aquella voz que
poco tenía que ver con el ronco murmullo de Carter.
No, seguían siendo sus manos, su cuerpo, los que estaban junto a ella.
¡Para ya! Se enfadó consigo misma, sacudiendo la cabeza para centrarse
en aquel momento, en aquel hombre que acariciaba su cuerpo y besaba
sus labios.
No había nada más.
Solos Carter y ella, lo prometía.

En cuanto los primeros rayos de luz atravesaron su ventana abierta, se


puso en pie.
Echó un vistazo hacia su cama antes de enfundarse un batín corto de
seda.
La pálida piel de Carter brillaba por efecto del sol matinal y rendía
tributo a su cuerpo desnudo.
Era atractivo. Muy atractivo.
Tras una rápida ducha con la que borrar el sudor acumulado tras las
largas horas de placer con el australiano, se vistió con vaqueros y una
blusa blanca y se acercó de nuevo a la cama para acariciar su bonito
cabello rubio.
Pero no había llegado a posar su mano en él cuando el timbre sonó desde
la planta de abajo.
Tener intimidad en su casa era prácticamente imposible.
Bajó a toda prisa y abrió ambas puertas antes de lanzar un bufido.
¿Y tú qué haces aquí?- protestó, viendo cómo Thomas acortaba los pasos
que los separaban con una de sus permanentes sonrisas.
Dejar que me invites a desayunar.
Según atravesó el umbral y cerró la puerta principal, una música
irreconocible sonó lejana y su amigo le dirigió una mirada suspicaz.
No le dio tiempo a pulsar el botón de la cafetera cuando Carter apareció a
la carrera en la cocina, abotonándose la camisa y con el cabello revuelto.
Hombre, Perks, me alegro de verte.
Apretó los labios para evitar una carcajada ante el gesto incrédulo de su
amigo.
Acaban de llamarme, me están esperando en el aeropuerto.- explicó Bass
mientras terminaba de abrocharse.
¿Necesitas que te lleve?
Él rio suavemente.
No, ya han mandado un coche a buscarme- contestó ante la mueca mal
disimulada de Thomas-, te llamo cuando llegue, preciosa.- terminó de
decir antes de depositar un apasionado beso en su boca.
45.
Ashley.
Hasta prácticamente diez minutos tras la marcha de Carter, Thomas no
fue capaz de articular palabra.
A si que…
Le tendió una taza de café, apoyándose contra la encimera.
No es sólo una cita…- siguió diciendo con una voz extrañamente ronca.
Supongo que no.
Sorbió de su café, divertida al ver cómo su amigo levantaba y bajaba las
cejas durante algunos segundos.
Entonces…
¿Entonces?- le instó, terminando de retirar un par de tostadas de la
plancha.
Giovanni…
Irritada, dejó su plato sobre la mesa de malas maneras y sacó mermelada
de arándanos, su favorita.
¿Quieres terminar una maldita frase?
Thomas alzó la mirada hacia ella y apretó los dientes.
Supo al instante lo que le iba a preguntar e intentó buscar una respuesta
que no la dejara en ridículo.
¿Te has olvidado de él?
No.- contestó automáticamente a pesar de sí misma.
Sus parpados se entrecerraron, obligándole a apartar la mirada para
prestar atención a su desayuno.
Pero, entonces…
¡No voy a esperarle, Thomas!- exclamó, alzando las manos en el aire- Él
dejó claro lo que quería, y para mí eso ya no es suficiente, no quiero
seguir escondiéndome, no quiero seguir mintiendo a mi padre, no quiero
vigilar por las ventanas que no haya nadie para poder salir de su casa.
Tienes que entender que para él esto tampoco es fácil, nunca ha tenido
una relación y…
Deja de justificarle- protestó, engullendo el pan tostado-, si yo lo
entiendo, sé que quiere seguir tirándose a cualquier conejita que se le
cruce, pues estupendo, está perdonado en lo que a mí respecta, pero yo
no voy a detener mi vida sólo porque a él le joda.
Finalmente, Thomas asintió con un cabeceo, acabándose el café de un
trago.
Sé que tienes razón, pero me había hecho ilusiones.
Giovanni y yo no encajamos, es hora de que lo aceptes.
Volteó para aclarar su taza y meterla en el lavavajillas.
¿Pero qué le pasaba?
Había pasado una noche apasionada y divertida con Carter y, sin
embargo, no podía dejar de pensar en D’angelo, su piel cálida y tatuada,
sus manos moviéndose sin descanso sobre ella, sus labios pegados a su
cuello desnudo…
¿Qué opina Jordan sobre esto?
Volvió el rostro hacia su amigo.
No tengo quince años- replicó, recogiendo igualmente su vajilla-, él no se
mete en con quién salgo o dejo de salir.
Pues cuando estabas con Lloyd sí que opinaba.
Touché.
Cuando estaba con Lloyd directamente no paraba de opinar.
A pesar de ser un Tiger, seguro que le gusta más que ese imbécil.
Ya me imagino.- respondió Thomas, sacudiendo la cabeza- Venga,
llévame a la ciudad deportiva, que he venido andando.

Giovanni.
Se sentía profundamente confundido.
Por una parte, había decidido hacer caso a Ashley, centrarse en el
trabajo. Y, tras revivir sus proezas universitarias, ya no tenía dudas sobre
sí mismo. Era uno de los mejores y debía demostrarlo cada día.
Sin embargo, seguía enfadado consigo mismo por cómo le afectaba su
relación con ese chulito de Bass. No podía siguiera imaginárselos cerca.
Pero, ¿por qué?
Él mismo había decidido poner fin a aquello y ella seguía con su vida, era
lo normal… ¿qué esperaba, que llorara su ausencia? Sabía que no lo
merecía.
Expiró profundamente mientras recorría los últimos metros hasta el
parking subterráneo de la ciudad deportiva.
No podía dejar de pensar en ella.
¿Acaso había tomado una decisión equivocada?
No…- murmuró para sí.
Claro que no.
Sabía que si seguían con aquello y ella se hacía más ilusiones, él la
defraudaría. Era así. Siempre había sido así.
Y no iba a cambiar tan fácilmente.
El guarda de seguridad de la entrada le saludó con su habitual énfasis
antes de abrirle la puerta.
Todo el mundo parecía feliz a su alrededor…
Molesto, aparcó en su plaza habitual y salió de nuevo hacia el exterior,
directo al pabellón de los vestuarios.
¡Eh, D’angelo!
Entornó los ojos para ver cómo Thomas se acercaba junto a Ashley desde
el garaje.
Era preciosa…
Lucía increíble con un estrecho vestido azul y los altísimos zapatos a
juego.
Negó con un cabeceo.
No, ya no era suya.
Buenos días.- murmuró.
Ella clavó aquellos bonitos ojos en su rostro, tranquila y altiva.
Buenos días.
Vaya caras de funeral.
Le dedicó una mirada de advertencia a su amigo, que se echó a reír con
su incómoda naturalidad.
Eres muy divertido, Thomas, pero cierra el pico.- replicó Ashley- Voy a
tener un día horriblemente aburrido, así que menos bromitas.
Ya veo que te has puesto tu ropa de convencer gente…
Ignorando la risita de Thomas, le echó un vistazo de nuevo a su atuendo,
y no dudó ni un instante en por qué podía “convencer gente” con él.
Sólo con mirarla se le erizaba la piel de impaciencia.
Tengo reuniones con un montón de representantes capullos que creen
que pueden darme lecciones.- contestó ella con una media sonrisa-
Incluidos los vuestros.
Pásalo bien.
Ella soltó una leve carcajada antes de dar media vuelta sobre los tacones
y dirigirse hacia el edificio de dirección.
Siguió con la mirada el suave bamboleo de sus caderas al andar.
Apretó fuertemente los labios.
Deja de comértela con los ojos.
Observó de forma fugaz a Thomas, que ya caminaba de nuevo en la
dirección contraria.
Tú escogiste perderla.- siguió diciendo sin mirarle.
Tenía razón.
La decisión estaba tomada, y debía ser consecuente con ella.
No mirar atrás.
46.
Ashley.
Hace ya un mes desde que se publicaron vuestra primera foto como
pareja y aún nos sorprende a todos que estéis juntos- parloteó el
periodista frente a ellos-, ¿cómo conseguís no discutir siendo de equipos
rivales?
Carter, a su lado, se echó a reír con ese encanto natural que tanto gustaba
a la prensa.
Simplemente no hablamos de rugby.
Porque saldría perdiendo.- bromeó.
¿Veis? No se puede hablar con ella.
Sonrió.
Tras un par de miles de fotos más, ambos pudieron continuar su camino
hasta el interior del auditorio de Melbourne, donde esa noche tenía lugar
la entrega de premios de la liga australiana
A pesar de que Carter y ella habían repetido en decenas de ocasiones que
no eran pareja, sino solamente “amigos”, a la prensa le parecía más
divertido que lucieran como un par de enamorados.
Parecían estar esperando una declaración públicamente romántica con la
que pedir su mano, que tuvieran una jauría de niños rubios y fuera felices
para siempre.
Eso no iba a pasar.
Que se dejasen ver juntos en público no implicaba que fuesen novios en
el sentido estricto de la palabra.
Divertida, apoyó la mano sobre el brazo que él le tendía con cómica
galantería.
¿No se cansarán nunca de esta pantomima?- le escuchó decir mientras
traspasaban las primeras puertas tras el photocall.
Se rio suavemente, agarrando la falda de su vestido de gala negro para
subir los escalones hasta el hall.
Creo que les damos alas apareciendo juntos hoy.
Sabes que soy egoísta, y si puedo ir del brazo de una mujer tan preciosa,
lo aprovecho.
Dio un leve golpe con el codo a sus costillas.
Deja el peloteo.- replicó.
Vale, vale, voy a saludar a mis compañeros.
Carter se inclinó para depositar un rápido beso en su mejilla.
Luego nos vemos.
Dio una vuelta sobre sí misma, dirigiéndose hacia el bar con un suspiro.
Ni siquiera le apetecía ir a aquella estúpida gala, pero Thomas había
insistido y, después de la sugerencia- que no invitación- de Carter, no
podía negarse, ni siquiera sabiendo que Giovanni estaría allí…
Llevaban ignorándose mutuamente desde hacía casi un mes. Sin
enfrentamientos, sin escenitas. Simplemente cada uno seguía con su vida.
Ella centraba sus esfuerzos en su trabajo y, de vez en cuando, Bass y ella
quedaban, salían a cenar, al cine, se daban un revolcón si surgía la
ocasión, y cada uno a su casa.
Él, por su parte, intentaba recuperar ese brillo que le hacía ser un
jugador tan especial, aunque no descuidaba para nada su vida social.
Llevaba cuatro portadas junto a actrices de medio pelo en aquellas
semanas.
No le parecía algo reprochable, pero era imposible que le diera igual a
estas alturas.
Un gin-tonic, por favor.- le pidió al hombre tras la barra.
Ahora mismo.
Cerró los ojos un instante, intentando no echar la vista atrás.

Giovanni.
Aquel león tatuado fue lo primero en lo que se fijó según atravesó el
umbral.
Intentó apartar los ojos de cómo su brillante vestido negro se cernía a su
figura y dejaba al descubierto su bonita piel desde el cuello hasta el final
de su espalda, pero su semidesnudez era hipnótica.
Algo que ya había aprendido con anterioridad.
Giovanni…
Bajó la mirada hacia su brazo, del que llevaba a una espectacular rubia
que se había acercado a él el día anterior en una discoteca del centro.
Julia Russo se llamaba, y era actriz de publicidad en… a eso no había
prestado demasiada atención.
Era bonita y aceptaba lo que quería de ella.
No necesitaba nada más.
Pero, si no necesitaba más…, ¿por qué no podía evitar mirar a Ashley una
y otra vez?
Sólo te parece atractiva, repitió para sí, deslizando el brazo alrededor de
la cintura de Julia.
Hay mucha gente aquí…- la escuchó decir con entusiasmo.
Demasiada, pensó.
De reojo, vio cómo Thomas y Lisa, con un largo vestido burdeos,
entraban también en la sala y se dirigían hacia ellos.
Os presento a Julia.- se oyó murmurar mientras saludaba a sus amigos
sin apartar la mirada de Ashley, que bebía de una gran copa junto a la
barra.
Parece que ya estamos todos.
Asintió en dirección a Thomas, que acabó dando un codazo a su brazo.
Céntrate.
Claro, claro.- musitó, volviendo a la realidad.
Por favor, ocupen sus asientos en las mesas colocadas al fondo de la
sala.- anunció una voz por megafonía.
Observó cómo ese imbécil de Bass se acercaba a Ash para depositar un
rápido beso en su mejilla antes de ir hacia una de las mesas redondas.
Vamos, la nuestra es la seis.
Siguió a su amigo hasta su asiento, rodeada por varios de sus
compañeros, Jeff Hunter, Jordan West, otro de sus entrenadores, Jim, el
director de marketing, del que desconocía el nombre, y Ashley, sentada
justo enfrente, junto a Thomas y Lisa.
Julia ocupó la silla a su derecha, igual que hicieron las respectivas parejas
del resto.
Bueno, bueno, ¿nerviosos?- se rio Jeff, palmeando el hombro de West.
Si esto es más predecible que el final del sexto sentido.
Todos rieron la broma de su compañero Scott, pero él seguía con los ojos
fijos en ella.
La verdad es que después de los World Rugby Awards, esto es una
pantomima.- apostilló Thomas.
¿Crees que se repetirán los resultados?
Ashley curvó las comisuras de los labios en una leve sonrisa.
Os veo muy confiados.
¿Por qué narices tenía que usar aquel tono de voz tan sensual?
Y a ti muy pesimista.- replicó West.
Lo único que os salva es que las votaciones se cerraron hace semanas.
Ni siquiera era capaz de resistirse a su sarcasmo.
Bueno, no les tortures más, Ash- replicó su presidente-, que ahora se van
a casa y se relajan un poco, ya verás como cuando vuelvan nos va mucho
mejor.
Casi se había olvidado.
Tenían parón de selecciones durante diez días, en los que volvía a Italia y
se podía alejar de todo aquel drama.
Estaba deseando ver a su familia, volver a entrenar con sus compatriotas,
pasear por Roma, comer una focaccia decente…
¿Ya habéis decidido quién va ser el cuidador de quién?- preguntó
Thomas.
Alzó la mirada hacia él.
También se había olvidado de eso.
La última vez que había vuelto a casa nadie del equipo estuvo con él,
aunque sí en la ocasión anterior, cuando Jim estuvo observando su
preparación, aunque sin intervenir en ningún momento.
Seguramente fuera su acompañante de nuevo.
47.
Ashley.
Observó con atención su reacción a lo que estaban a punto de
comunicarle en relación al tema que había sacado Thomas.
No le iba a hacer nada de gracia.
Pero eso a ella le divertía.
Jordan se queda aquí en Australia contigo, Larry- otro de los ojeadores-
se va a Escocia contigo, Scott, Jim a Argentina a acompañaros a vosotros-
siguió diciendo Hunter, señalando a los aludidos- y… bueno, obviamente
a Italia con D’angelo se va Ashley, al resto de vuestros compañeros se les
comunicará mañana antes de que salgáis.
La respuesta gestual de Giovanni fue automática.
Se echó hacia atrás en la silla, torciendo el rostro en una mueca durante
unos segundos.
¿Obviamente?
Apretó los labios para reprimir una carcajada, algo de lo que no se privó
Thomas a su derecha.
Bueno, ella sabe italiano, conoce todo aquello- contestó su jefe con
incredulidad- y, además, es la que mejor te conoce, es como… tu
mecenas.
No le digas eso, Jeff, no parece que le haga mucha gracia.
D’angelo clavó esos oscuros ojos azules en ella mientras el resto se
echaba a reír.
Sólo quería saber por qué esa elección era obvia, como la última vez vino
Jim...
Fue él porque yo estaba de excedencia- explicó con calma-, aunque en
realidad, sí que estaba allí.
Claro.- replicó él con patente ironía.
Esbozó una amplia sonrisa.
Bueno, vamos a dejar de hablar de trabajo, que estaremos aburriendo a
tu amiga…- digirió la mirada hacia la rubia de turno que acompañaba al
italiano-, perdona, ¿cómo te llamas?
Julia, Julia Russo.
Me suena tu cara, ¿sales en la televisión?
Sonrió al ver el gesto malhumorado de Giovanni.
Parecía incluso que le molestaba que entablara una conversación con su
nueva conejita… curioso.
Sí, a mí también me resultas familiar.- apostilló Thomas.
Es que soy actriz.
Claro. Actriz.
Una profesión interesante.
Apretó los labios para evitar una sonrisa.
El rostro de D’angelo se torcía cada vez más a medida que el resto de los
allí sentados hacían algún comentario amable hacia su pareja.
Señoras y señores, compañeros de profesión.- sonó una voz por encima
del ruido de la sala.
Todos dirigieron la mirada hacia el escenario intensamente iluminado,
donde una antigua leyenda del rugby, predecesor de su padre, cogía el
micrófono y esbozaba una inmensa sonrisa.
Giró sobre su silla y cruzó las piernas, dispuesta a disfrutar de la velada a
pesar del mal humor de Giovanni.
Eso no le iba a amargar la noche.

Dos horas después, tras la recogida de unos premios totalmente


esperados en los que se repitieron los mismos protagonistas que en los
WRA, retiraron las sillas, repartieron canapés por todas las mesas y una
banda empezó a tocar.
Su primer baile fue con Jordan, que prácticamente la arrastró hasta el
centro de la enorme sala.
Tras algunos minutos en silencio, soltó un gruñido.
Venga, papá, dilo ya.
Sus ojos azules se clavaron en ella con fingida sorpresa.
Que diga el qué.- replicó.
Eso que te ronda la cabeza.
Él negó con un cabeceo sin dejar de moverlos al ritmo de la música.
No… prefiero no decir nada.
Venga- le instó con una sonrisa-, quieres dar tu opinión sobre que haya
venido con Carter, dilo.
Los labios de su padre se torcieron en una mueca que acabó en una leve
sonrisa.
¿Crees que ha sido una buena idea?
¿Por qué no?
Vio de reojo cómo otras parejas bailaban a su alrededor, incluido ese
estúpido italiano con su estúpida actriz.
Apretó los dientes con fuerza.
Si no sois… pareja, ¿por qué actuáis como tal?- preguntó Jordan.
Soltó aire lentamente.
¿No puedo venir a una fiesta con un amigo?
Claro que…
Si ese amigo fuera Thomas no estaríamos teniendo esta conversación.-
le cortó, intentando no irritarse.
Su padre se encogió de hombros.
Supongo que no.
¿Qué es lo que más te molesta de él, su personalidad o el equipo en el
que milita?
Jordan soltó una carcajada antes de fruncir el cejo.
Lo que más me molesta es que se acuesta con mi hija.- contestó
finalmente.
Entonces tienes que odiar profundamente a D’angelo, pensó para sí,
puesto que se había acostado con él muchísimas más veces que con
Carter.
Ese pensamiento la irritó aún más.
Bueno, papá, no puedes enfadarte cada vez que tenga vida sexual.
Eso es parte de ser padre.- bromeó Jordan.
Con una carcajada, se apretó un poco más contra él.
Ya no soy una niña.
Siempre serás mi niña.
Sonrió ampliamente.
Perdonad.
No pudo evitar una carcajada al ver el gesto contrariado de West, que la
soltó suavemente para dirigir la mirada hacia Carter, de pie tras él.
¿Me la prestas para un baile?- preguntó Bass con un divertido titubeo.
Claro…
Dio un beso en la mejilla de su padre antes de que se apartara y Carter
cogiera su mano.
¿Estás teniendo una buena noche?
No está mal.- rio, apoyando la mano libre sobre su hombro.
Se deslizaron siguiendo cada acorde.
Cuando esta pantomima se termine, la velada puede mejorar… mucho.-
murmuró Carter en su oído.
En la siguiente vuelta, su mirada y la de Giovanni quedaron fija la una en
la otra, como dos imanes atraídos por una fuerza majadera e irracional.
Voy al aseo un momento.- musitó, deshaciéndose suavemente del agarre
de Bass.
¿Estás bien?
Asintió con un cabeceo mientras daba media vuelta y se dirigía hacia el
otro lado de la sala.
Procuró mantener un paso firme pero lento, a pesar de que deseaba
echar a correr.
48.
Giovanni.
Observó cómo caminaba con esa gracia natural lejos de todos ellos.
Ahora vuelvo.- le dijo a Julia, que extendió las manos hacia él durante
unos segundos antes de bajarlas.
Pero…
Ignoró su voz y siguió el camino de Ashley, pero una mano se apoyó
contra su hombro con sorprendente fuerza.
No vayas.- dijo Thomas con su voz más dura.
Clavó los ojos en él.
Tengo que hablar con ella.
Otra vez no.- protestó su amigo con un gemido- Dejad de haceros esto.
Se deshizo de su agarre con facilidad.
Es sólo un segundo, no va a pasar nada.
Thomas negó con la cabeza, pero le dejó ir antes de volverse hacia Lilly,
que los observaba con expresión grave.
Rechazando su desaprobación, se dirigió hacia el pasillo contiguo.
¿Por qué me sigues?- escuchó según atravesó el umbral.
Enfocó los ojos.
Ashley se encontraba inmóvil, con las caderas apoyadas contra la pared y
las manos extendidas tras ella, como si necesitara que el muro la
sostuviera.
Es que hay algo que sigo sin entender.
Ella negó con la cabeza, cerrando los ojos un instante.
No me apetece tener una charlita contigo ahora, Giovanni.
Me lo merezco.
Apretó los dientes al escuchar su bufido sarcástico y avanzó un par de
pasos más en su dirección.
Mi vida no es asunto tuyo- gruñó Ashley-, y no te debo ninguna
explicación.
Automáticamente, agarró su muñeca en cuanto hizo el amago de volver
al salón principal. Ella frenó justo a su lado, los brazos pegados a los
suyos, la cola de su falda rozando sus piernas.
Aspiró el dulce aroma que desprendía su cabello recogido.
Contéstame sólo a una cosa.
Escuchó perfectamente su suave jadeo cuando se inclinó sobre ella.
Estaba tan cerca…
Y tenía tantas ganas de…
¿Qué… qué quieres?
Soltó sus dedos y los deslizó apenas unos centímetros por su antebrazo.
Si conmigo no quisiste una relación, digamos, informal- empezó a decir,
cerrando los ojos un instante-, ¿por qué con ese… imbécil sí?
Su primera respuesta fue una risa baja, ronca, que le llenó de ardores.
Mucho más cuando su rostro se giró hacia él, clavando aquellos preciosos
ojos azules en su expresión confusa.
Aún no lo entiendes, ¿verdad?
No le dio tiempo a contestar antes de que ella se alejara con paso firme y
cabeza altiva.
No, no lo entendía.
Para nada.
¿Qué tenía con Carter que no había tenido con él? ¿Qué podía darle él
que…?
No, no servía para nada pensar en aquello.

Ashley.
No podía quitarse de la cabeza su conversación.
¡Qué estupidez!
¡¿Que por qué tenía sólo sexo con Carter y con él no?!
Dios, ¿ese hombre era idiota?
La respuesta a su pregunta era tan obvia que el simple hecho de que lo
hubiera mencionado era una ofensa.
Enfadada, adelantó el paso según atravesó el umbral hacia el enorme
salón, pero Thomas le cortó el camino.
Ash, ¿estás bien?
Con una sonrisa, apoyó la mano izquierda sobre su hombro y cogió la
suya con la contraria, dirigiéndose hacia el centro de la pista.
Thomas comenzó a moverse con un suave balanceo.
Estoy bien.- contestó finalmente.
Su amigo se inclinó sobre ella, como si quisiera protegerla de algún mal
que ella no era capaz de ver.
Dejad de hacer eso…
Yo no he hecho nada.- replicó, alzando la mirada hacia él.
Thomas entornó los ojos con una mirada cansada.
¿De qué quería hablar contigo?
Soltó una carcajada seca, carente de humor.
Tu amigo es un poco imbécil.
Bueno, eso no es algo nuevo.- se burló él.
Rio por lo bajo.
Básicamente me ha preguntado qué tiene Carter que no tenga él.
¿Un pelazo rubio increíble?
Golpeó el pecho de su amigo, divertida.
Había pocas personas en el mundo que podían conseguir que se echara a
reír incluso cuando estaba enfadada.
Thomas era una de ellas.
Menos bromas.
Sólo quiero ponerle un poco de humor a este tema tan… desagradable.-
apostilló.
No seas dramático.
Su amigo estrechó un poco más los brazos a su alrededor.
Tienes un gusto horrible para los hombres.
Es cierto- confirmó con una gran sonrisa-, y esas malas decisiones
empezaron contigo.
Yo he sido el único decente.
Apoyó la cabeza contra su hombro.
Tu modestia es abrumadora.
Ahora en serio, Ash- dijo Thomas con un tono de voz totalmente
distinto-, te vas a Italia con él mañana, ¿estarás bien?
Le lanzó una mirada juguetona.
¿Te refieres a que si aguantaré diez días sin meterme en su cama?
Oh, por dios, ¿por qué tienes que ser siempre tan ácida?
Se separó de él con suavidad, agarrando su rostro con ambas manos.
No hace falta que te preocupes tanto por mí, soy mayorcita, sé cuidarme.
Thomas esbozó esa bonita sonrisa tan suya.
Eres como mi hermanita- murmuró-, y no quiero que lo pases mal.
Sólo es un chico, Thomas- contestó, echando un vistazo a su espalda-, y
ya estoy haciendo… cosas para olvidarme de él.
Él lanzó una mirada hacia donde se dirigían sus ojos y gruñó por lo bajo.
Carter, desde el otro lado de la sala, le guiñó un ojo, lo que le hizo sonreír.
No me recuerdes en alto esas… cosas que haces, ni con quién las haces.
Le prodigó un casto beso en la mejilla.
Está bien, no te lo diré- bromeó-, pero ahora me voy, quiero… hacer
cosas antes de coger un vuelo.
49.
Ashley.
Bienvenida a Roma, Señorita West.
Grazie mille (muchas gracias).- contestó con una sonrisa al recepcionista
del hotel César, en el centro de la capital italiana.
Para usted hemos reservado la suite 1.002, en la última planta, y el
Señor D’angelo se instalará en el noveno piso junto a sus compañeros,
habitación 917.
Le tendió la llave magnética y, tras ella, Giovanni alargó la mano para
coger la suya.
Apretó los dientes, intentando mantener la cabeza fría.
Me subo, ya nos veremos.
Que tenga una feliz estancia, Señor D’angelo.- le deseó el joven
empleado.
Grazie…
Recogió la documentación y, mientras un par de botones se encargaban
de su equipaje, salió del hotel y dirigió sus pasos hacia el norte.
Mientras caminaba por las calles empedradas, absorbiendo el cálido sol
mediterráneo y respirando aquel delicioso olor a orégano y café que
desprendían las decenas de restaurantes que se agolpaban unos tras
otros a lo largo de las avenidas, pensó en la conversación que la noche
anterior había tenido con Carter.
Como dos personas adultas y civilizadas, habían decidido poner fin a sus
encuentros esporádicos. Al parecer, él había conocido a una bonita
organizadora de eventos y quería intentar tener algún tipo de relación
con ella.
Le parecía correcto.
Ya que ambos reconocían que lo suyo había sido algo, aunque
apasionado y divertido, temporal, no pondría pega alguna a que se viera
con otra persona, al igual que si el caso hubiera sido al revés. Estaba
segura de que a Carter le parecería bien.
Sonrió en cuanto vio el enorme cartel, ahora apagado, que lucía sobre la
fachada de un moderno edificio de varias plantas.
Segura de su camino, fue hacia la parte de atrás y llamó al discreto
timbre junto a una puerta metálica.
Está cerrado.- dijo una voz a través del interfono.
Vengo a ver a Francesco, soy Ashley West.
Un segundo…
Cruzó los brazos sobre el pecho, esperando mientras repiqueteaba con
las uñas pintadas de rojo la pared.
¡Ashley, cara!- se escuchó claramente tras la puerta.
Al abrirse ésta, entornó los ojos, preparada para una reacción por parte
de su amigo que, efectivamente, llegó pocos segundos después.
Se adelantó y, rodeándola con sus largos brazos, la alzó del suelo con un
gritito increíblemente agudo.
¡Ten cuidado, bruto!
¡Cómo me alegro de verte, cara!- exclamó su amigo, estrechándola con
demasiada fuerza.
Se echó a reír en cuanto la soltó lo suficiente como para que tocara el
suelo.
Estás siendo demasiado efusivo, para variar.
Venga, pasa- contestó Francesco sin dejar de reír-, pediré que nos
traigan algo de comer, ¿acabas de llegar?
Sí, hemos aterrizado hace menos de una hora.
Francesco le echó una mirada divertida mientras la conducía a su
enorme despacho.
¿Hemos?
Soltó una carcajada, sorteando los equipos de música y atrezo a los
espectáculos de la discoteca.
He venido por trabajo- contestó-, a acompañar a uno de mis jugadores
en el parón de selecciones.
Francesco le señaló la silla frente a su escritorio y después arrastró la
suya hasta colocarla a su lado.
Dime que al que acompañas es ese macizorro de Giovanni D’angelo.
Negó con un cabeceo sin poder evitar una sonrisa.
No le llames…
¿Qué, macizorro?- replicó su amigo mientras hacía una pausa para pedir
algo de comida a través de interfono-, está bueno, buenísimo diría yo.
Para ya.
A ti te lo voy a contar…
Alzó la ceja derecha con suspicacia.
¿Sabes que vino a buscarte?- siguió parloteando el italiano.
Algo he oído…
Fue muy adorable, la verdad.
Soltó un gruñido.
Giovanni puede ser muchas cosas, pero nunca adorable.
¿Lo dejamos entonces en que es un cañón?- se burló Francesco.
Alzó los brazos en el aire.
¡¿Quieres parar de una vez?!
Claro, claro, ahora tienes a otro tío bueno a mano, por lo que he visto en
la prensa…
Francesco cogió una revista que tenía sobre la mesa y la levantó para que
pudiera ver la portada, una foto de Carter y ella en la fiesta del día
anterior.
Era increíble, a pesar de que hacía muchas horas de aquello, debido al
vuelo y el cambio de huso horario, le parecía que había sido hacía
prácticamente… nada.
El sexo con Carter estaba bien, pero se ha acabado.- replicó.
Hizo una pausa cuando una chica vestida con un escasísimo vestido
blanco abrió la puerta tras dos discretos toques y dejó un par de bolsas
de papel marrón sobre la mesa antes de despedirse con un guiño que le
hizo reír.
¿Y eso por qué?
Porque todo en esta vida termina.- bromeó.
El buen sexo no debería terminar nunca.
Sonrió.
No puedo estar más de acuerdo.- contestó, extendiendo la mano hacia
una de las bolsas, desde las que emanaba un increíble aroma- ¿Me has
pedido mi focaccia favorita?
Francesco inclinó su apabullante altura sobre ella para depositar un
sonoro beso en su mejilla.
Pues claro, para mi bella flor lo que quiera.
Se echó a reír mientras cogía un envoltorio transparente que reconoció a
la perfección. Habían sido muchas las noches en que Francesco y ella
habían dedicado su tiempo a ver películas antiguas, escuchar música de
toda clase y cenar aquellos deliciosos bocados en la residencia de La
Sapienza.
Quiero un tío que no se comporte como un capullo, ¿puedes
conseguirme eso?
Él esbozó una sonrisa calmada y sacó otro paquete y una botella de vino
rosado.
Por supuesto.
Francesco Luppi no comía siquiera un trozo de pan sin acompañarlo con
un buen vino.
Bueno, si yo te sirvo, soy encantador.
A lo mejor debí especificar que quiero un hombre heterosexual.- se rio.
La verdad es que no se me da bien buscar a heteros.
Está claro que a mí tampoco.
¿Por qué no…- empezó a decir su amigo antes de levantarse y corretear
hasta un armario, que abrió de un tirón- te tomas unas copitas conmigo y
me cuentas lo que has estado haciendo estos meses?
Alzó en el aire un par de copas de vino como si de un trofeo se tratara.
Es una historia algo larga.
Tengo tiempo.- le cortó Francesco.
Se encogió de hombros, dispuesta a contarle cada detalle.
50.
Ashley.
No recordaba cuántos gin-tonics se había tomado después de las dos
botellas de vino que Francesco y ella se tomaron en su despacho antes de
que les fueran trayendo copas, una tras otra, según empezó el jaleo en
Famma.
Y eso no era nada bueno.
Nada nada bueno, se repitió a sí misma mientras caminaba algo inestable
por la recepción del hotel hasta el ascensor.
Buona notte, Señorita West.
Buona notte.- murmuró en dirección al recepcionista.
Entró en el ascensor tan deprisa que su tobillo derecho se dobló y su
cuerpo chocó con la pared. O lo que creía que era la pared.
¿Estás bien?
Cerró los ojos un instante.
Sí…- musitó.
¿Has bebido?
Negó con un cabeceo, pero el gesto la mareó y se tambaleó hacia un lado.
Giovanni deslizó el brazo rápidamente alrededor de su cintura,
manteniéndola firme contra su costado.
Puede…
Vamos, a tu habitación.- replicó el italiano, pulsando el último botón.
No, no, ya subo sola, tú vete adonde quiera que fueras.
Sus párpados se cerraron mientras hablaba.
Como si fueras capaz de encontrar el camino sola en este estado.
Alzó la mirada hacia él, hacia aquellos preciosos ojos azul océano, y
perdió el hilo de sus pensamientos.
¿Por qué tenía aquel rostro tan atractivo?
Vete…- susurró-, no quiero estropearte la noche.
No estropeas nada…
Las puertas se abrieron y dio un respingo.
Venga, vamos.
El primer paso le hizo tambalearse de nuevo y optó por deshacerse de
los altísimos tacones a pesar del férreo agarre de D’angelo.
Después, se los tendió y él los cogió como si de un instrumento de tortura
se trataba.
¿Cómo puedes andar con esto?
Se encogió de hombros con una risita.
Apenas era capaz de hilar dos pensamientos racionales, por lo que tuvo
que hacer un grandísimo esfuerzo por buscar la llave magnética dentro
del bolso.
¡Ajá!- exclamó al encontrarla.
Por amor de dios…
Le lanzó una mirada enfadada.
Me caes mal.
Al parecer cansado de su lento paso, Giovanni pasó los brazos bajo ella y
la alzó en el aire, lo que le hizo soltar un fugaz grito de asombro.
Calla, la gente está durmiendo.- le escuchó murmurar en su lengua
materna.
Si había algo más sexy que un hombre atractivo era un hombre atractivo
hablando italiano.

Giovanni.
No… en italiano no…- la escuchó murmurar contra su camisa.
Con un suspiro, cogió la tarjeta y la pasó por el lector de la puerta 1.002,
maniobrando aún con Ashley en brazos.
¿Ahora de repente no te gusta que hable en mi idioma?
Ella soltó una risita etílica mientras los internaba a ambos dentro de la
habitación.
Me gusta…
A él sí que le gustaba…
No, céntrate, se dijo, apretando los dientes.
La suite seguía siendo tan increíble como recordaba.
Caminó sobre el moderno parqué grisáceo hasta una puerta corredera
abierta en el lateral izquierdo del enorme salón.
Hora de dormir la mona, preciosa.- dijo antes de soltarla suavemente
sobre el colchón.
No estoy borracha.
Sonrió por su tono descoordinado, nada habitual en una persona como
ella.
Que Ashley West perdiera el control era extraordinario.
La observó incorporarse, dejando que las piernas colgaran a un lado de la
cama.
Gio…
Se inclinó para poder escuchar lo que decía, pero se sorprendió cuando
ella alzó el rostro y buscó sus labios con los suyos.
Apretó la mandíbula para no responder a su beso, pero no se apartó, dejó
que Ash rodeara su cuello con los brazos sin dejar de torturar su boca
con esa suavidad tan sensual.
Ashley, para…
Ella se apartó apenas unos centímetros con los ojos brillantes.
¿Qué…
Extendió la mano y acarició su mejilla, absorto en la perfección de sus
rasgos.
Estás borracha, y no voy a aprovecharme de eso.- contestó a la pregunta
no formulada.
¿Me rechazas otra vez?
Sacudió la cabeza, incómodo.
Te deseo tanto que duele, Ashley- respondió, extendiendo los dedos
para acariciar su cabello rubio-, pero esto no está bien, si estuvieras
sobria me darías la razón.
Su rostro se mantuvo serio durante algunos segundos, y él se preparó
para su respuesta ácida, pero no dijo nada.
De repente, ella se levantó de un salto y salió corriendo rumbo al baño
contiguo.
Escuchó desde su posición cómo vomitaba y se dirigió hacia allí con más
calma.
Seguro, mojó una toalla con agua fría y se arrodilló junto a Ashley, que
permanecía con la cabeza apoyada contra la pared junto al retrete.
Pasó la tela húmeda sobre sus mejillas y recogió su cabello en la nuca.
¿Estás mejor?
No me mires…
Incluso a pesar de la rojez en sus ojos y el rostro pálido, seguía
pareciéndole una belleza.
Vete.- la escuchó decir mientras apoyaba ambas manos sobre sus
pómulos sonrojados.
No te voy a dejar aquí vomitando sola.
No voy a vomitar más.
Mojó de nuevo su frente.
¿Qué tal si te das una ducha?- preguntó suavemente, ayudándola a
incorporarse- Yo te espero fuera.
Ash asintió con un cabeceo, arrastrándose hasta la bañera mientras
dejaba caer su vestido al suelo de cerámica.
Rápidamente, apartó la mirada de su cuerpo semidesnudo y salió del
baño.
No, debía ser fuerte.
No caería en aquello otra vez.
51.
Ashley.
Apenas recordaba nada de la noche anterior, sólo haber bebido una
cantidad ingente de alcohol, que Francesco pidió un taxi que la llevara
hasta el hotel y… un encontronazo en el ascensor con Giovanni.
Después de eso, nada.
¿Estás despierta?
Muy lentamente, alzó los párpados ante aquella voz más que reconocible.
Giovanni se encontraba a su lado en la cama, con sus oscuros ojos
clavados en ella, inquisidores aunque amables.
¿Qué haces…- a mitad de frase, alzó las sábanas y suspiró de alivio al ver
su camisón.
No, no ha pasado nada.
Ahora que se fijaba, él ni siquiera la rozaba. Estaba tumbado sobre la
gruesa colcha gris, totalmente vestido.
¿Qué haces aquí?
Gio se incorporó lentamente, sacudiendo las arrugas de su camisa.
Llegaste muy borracha, sólo te acompañé, te ayudé a vestirte y me quedé
por si necesitabas algo.- le escuchó decir.
Lanzó una carcajada carente de humor.
Giovanni D’angelo siendo un buen samaritano.
Su mirada se dirigió de nuevo en su dirección y su piel estalló en llamas.
Deberías ser más agradecida.
Alzó la ceja derecha, susceptible, antes de rodar hasta el otro lado de la
cama e inclinarse para recoger su bolso tirado en el suelo.
Cogió su teléfono con una mano mientras apretaba su sien con la
contraria.
¿Cómo había conseguido Francesco que bebiera tantísimo?
¿Qué, vas a mirar si tu novio te ha dejado algún mensaje?- escuchó decir
a Giovanni.
Cualquiera diría que estás celoso, D’angelo.
Oyó cómo soltaba un gruñido y se acercó un par de pasos hacia él,
echando un rápido vistazo a la hora que marcaba la pantalla.
Por suerte, su subconsciente parecía más espabilado que ella misma,
pues aún tenía bastante tiempo antes de que tuviera que irse.
¿Celoso? ¿de ese presuntuoso de Bass?
Sonrió, de repente envalentonada, mientras avanzaba de nuevo en su
dirección hasta quedar a apenas unos centímetros, los suficientes para
poder admirar aquellos matices tan particulares en sus ojos, cómo
distintos tonos de azul se entremezclaban deliciosamente.
Yo diría que sí…- murmuró.
Giovanni se inclinó sobre ella.
Apretó las manos contra sus muslos para no extenderlas hacia él.
Deberías llamarle, pero no le cuentes que he pasado la noche contigo, no
creo que eso le guste.
Carter sólo es un amigo.- contestó con una sonrisa divertida.
Un amigo con el que te acuestas.
Asintió durante algunos segundos mientras veía cómo su mandíbula se
endurecía.
Un amigo con el que me acostaba.- precisó.
¿En pasado?
Torció los labios en una media mueca.
Sí- respondió con sequedad-, aunque no es asunto tuyo.
Gio extendió la mano y la apoyó contra su mejilla, lo que le provocó un
leve respingo.
Su piel ardía.
Aún no me has contestado a lo que te pregunté en la fiesta del otro día.
Alzó el rostro.
Te voy a contestar- dijo finalmente-, pero deberías ir abriendo la puerta
para facilitarte la huida.
Él le dedicó una mirada furiosa, algo que no minoró su arrojo.
La razón por la que no me importaba tener sólo sexo con Carter y sí
contigo es porque por ti siento cosas que no siento por él.
Giovanni se quedó inmóvil, como si le hubieran convertido en piedra, y el
silencio se extendió por toda la habitación durante al menos un minuto.
Ahora vete, quiero ducharme tranquila.- gruñó, dando media vuelta para
dirigirse al baño- Te agradezco lo que hiciste por mí anoche, pero eso no
cambia nada.- desde el umbral, le echó una última mirada- Tú haz tu
trabajo y yo haré el mío…, y cierra la puerta.

Giovanni.
“… por ti siento cosas que no siento por él…”
No podía quitarse de la cabeza aquella frase, ni siquiera el día siguiente,
mientras agradecía a los aficionados su presencia en aquel partido contra
Inglaterra tras una deliciosa victoria. Aplaudía, pero como algo instintivo,
no como algo que estuviera pensando hacer.
Simplemente seguía la corriente.
He oído que eres una estupenda fisioterapeuta…- escuchó decir a Piero
Da Lucca, uno de sus compañeros, mientras entraba en el túnel de
vestuarios.
Sus ojos se dirigieron automáticamente hacia Ashley, apoyada contra la
pared con su vestido ligero y unas zapatillas deportivas.
Estaba preciosa… y prohibida, se repitió.
Echa el freno, Da Lucca.
No pudo evitar sonreír ante su contestación.
Oh, venga, me duele la pierna.
Cuidar de ti no es mi trabajo.- se burló ella.
Carraspeó al llegar hasta ellos.
No, prefieres cuidar de este canalla…
No es una preferencia, es un deber.- contestó Ashley con sequedad.
Uhhh…
Alzó la ceja derecha, negando con un cabeceo, mientras su compañero
correteaba hacia los vestuarios
¿Qué haces aquí?
Mi trabajo- replicó ella-, ¿qué sensaciones has tenido en el partido?
Se pasó el brazo por la frente para secarse algunas gotas de sudor.
Sentía un agradable dolor en las articulaciones que le recordaba lo
maravilloso que era estar vivo y dedicarse a su mayor pasión.
Creo…- murmuró, intentando no quedarse absorto en sus carnosos
labios pintados de rosa-, me siento bien, creo que ha ido… bien.
Ashley esbozó una lenta sonrisa.
Yo también creo que ha ido… bien.
¡Gio!
Se preparó para el golpe incluso antes de verla.
Apretó los párpados al sentir cómo se enganchaba de su cuello, dejando
que sostuviera todo su peso.
Lucía…- susurró, apretando fuertemente su cuerpo.
¡GIO, GIO, GIO!
Los grandes ojos color turquesa de Ash seguían fijos en él mientras daba
un par de vueltas ante la estridente risa de Lucía.
Finalmente, la dejó de nuevo en el suelo.
Ashley, esta es mi hermana Lucía.
A pesar de que su gesto no cambió un ápice, vio un leve destello de alivio
en su mirada.
52.
Ashley.
¿Cómo narices se había dejado enredar para aceptar aquello?
Apretó los labios para evitar un exabrupto mientras se esforzaba por no
mostrar debilidad alguna.
Ya casi llegamos.- dijo Giovanni mientras giraba el volante de aquel
deportivo alquilado.
Bien…
¡¿Cómo se había dejado convencer?!, se instó de nuevo a sí misma.
En cuanto Giovanni hizo las presentaciones, Lucía lo había propuesto:
“venid a comer mañana”.
¿Por qué había dicho que sí?
Quizás por la increíble amabilidad de ella. Quizás por la curiosidad de
conocer a la familia del arrogante Giovanni D’angelo. Quizás por aquel
gesto en su rostro con el que parecía retarla.
A si que allí estaba, camino a la finca que Giovanni había adquirido para
su familia a las afueras de Roma.
Thomas había bromeado alguna vez con que ella era experta en D’angelo,
pero, en realidad, sí que lo era. Sabía tanto de su vida que, incluso antes
de encontrarse en Roma, tenía la sensación de conocerle.
Sabía que se había criado con sus tres hermanas y su madre en un
pequeño piso de un barrio humilde de la capital italiana, que su padre, un
albañil aficionado a la bebida en exceso, había muerto poco después del
nacimiento de su última hermana, Lucía, y que prácticamente él adoptó
el papel de patriarca mientras su madre trabajaba en dos sitios al mismo
tiempo para poder mantenerlos.
Habían tenido vidas totalmente distintas.
Mientras ella viajaba en primera clase junto a su padre a los partidos,
Giovanni hacía recados a los vecinos para ayudar en la precaria
economía familiar. Mientras que ella y Jordan disfrutaban de todos los
lujos, él cuidaba de que la infancia de sus hermanas fuera lo más normal
posible.
Era admirable.
Llegamos…
Enfocó los ojos y parpadeó un par de veces.
Desde luego, la vida de los D’angelo había cambiado de forma increíble.
Una enorme edificación de piedra rodeada por tres chalets poco más
pequeños se distinguía tras un extenso jardín delantero al que se accedía
a través de unas altas verjas metálicas.
Es… enorme.- no pudo evitar murmurar.
La risa de Giovanni fue amable, divertida.
En el edificio principal vive mi madre, y mis hermanas y sus familias
están en las casas de alrededor, así lo quisieron.
A pesar de que mi padre y yo estamos muy unidos, a los anglosajones
nos cuesta entender vuestro concepto de familia.- comentó mientras el
coche recorría el camino empedrado hasta la entrada.
Ya… bueno, Jordan y tú no parecéis los típicos australianos despegados,
vivís prácticamente al lado.
Asintió con un cabeceo.
No se imaginaba no tener a su padre al lado.
Es verdad que no tenían una actitud típica respecto a la familia, a la
relación padres-hijos adultos, pero sabía que se debía al hecho de haber
estado solos tantos años. Sólo se tenían el uno al otro, y por eso no
soportaría separase de él.
No les dio tiempo a bajarse del coche antes de que una mujer de unos
cincuenta y tantos, delgada, espigada, de cabello y ojos oscuros, saliera
por el umbral. Giovanni se adelantó para abrazarla con fuerza mientras
ella reía, pasando las manos por sus brazos.
Qué guapo estás…
Desde luego, pensó para sí, repasando mentalmente su atuendo sencillo:
camiseta negra y vaqueros.
¡Para ya!
Tras algunos segundos más en los que no pudo escuchar lo que decían,
Gio se volvió hacia ella.
Mamá, ella es Ashley- le oyó decir-, es ojeadora de los Thunders-
apostilló-, esta es mi madre, María.
María D’angelo se adelantó para rodearla con sus largos brazos,
depositando un par de besos en sus mejillas.
Encantada.
Es un placer tenerte en casa, Ashley- contestó la mujer con una amplia
sonrisa contagiosa-, mi hija me ha dicho que eres hija de Jordan West.
Asintió con un cabeceo mientras la seguía dentro de la casa.
Sí…
¿Sabías que es el mayor ídolo de mi Gio?
Algo he oído, sí.- se burló.
Escuchó cómo a su espalda él murmuraba algunas palabras malsonantes
antes de que su madre se volviera hacia él.
Sonrió al ver cómo se erguía automáticamente.
Giovanni D’angelo, cuida esa boca, de copas con tus amiguetes di todas
las palabrotas que quieras, pero ahora estás en mi casa y aquí hay niños
pequeños, ¿de acuerdo?
Su infantil gesto de enfado le hizo soltar una carcajada que fue secundada
por la matriarca D’angelo.
Aún guardo algunos de los posters y recortes que tenía de él colgados
por la habitación.
¿En serio?
María agarró su brazo y la acercó a ella mientras atravesaban un
espacioso hall hasta un salón aún más grande, aunque decorado con una
sencillez calma, familiar.
Es un hombre muy atractivo… muy muy atractivo, de eso no hay duda.
¡Mamá, por favor!- protestó Giovanni al tiempo que ella se echaba a reír.
Ella alzó la mano y la sacudió en el aire antes de volver a clavar su
mirada en ella.
Tienes sus mismos ojos, son preciosos, ¿verdad, Gio, a que tiene unos
ojos muy bonitos?
Él gruñó por lo bajo, removiendo su cabello oscuro con una mano.
Sí, mamá, muy bonitos.
Gracias.- contestó con una calma autoimpuesta.
Gio, ¿por qué no vas a buscar a tus hermanas y nos vemos todos en el
jardín?
No sabía exactamente por qué, pero se sentía cómoda con María.
Parecía ser una de esas personas que hacía que quisieras pasar a su lado
todo el tiempo del mundo. Algo que le recordaba a su propio padre.
Hablas muy bien mi idioma.
Gracias- contestó-, he vivido aquí un par de temporadas.
¡Eso es estupendo!
Sonrió ante su entusiasmo mientras se dejaba llevar hasta unas altas
puertas de cristal que se abrieron ante su cercanía y que comunicaban
con la parte trasera de la casa.
Desde luego, si el caserón parecía impresionante, el jardín no se quedaba
atrás.
Abarcaba tanta extensión como era capaz de captar con sus ojos, y estaba
dividido en varias secciones.
La primera de ellas, donde María frenó, era un amplio porche empedrado
con una pérgola blanca y, bajo ella, una mesa con más de una decena de
sillas.
Después, metros y metros de césped y, a la izquierda, casi pegada al
muro lateral, una piscina de tamaño olímpico rodeada de hamacas.
María le señaló una de las sillas del porche antes de sentarse ella misma
a su lado.
Siéntate, por favor.
Espero que no le haya molestado que su hija me invitara.- dijo con
suavidad.
Ella se echó a reír, acentuando las pequeñas arrugas alrededor de sus
ojos negros.
Oh, no, estoy encantada de conocerte, por lo visto eres la persona que ha
conseguido que mi Gio cumpla su sueño y tengo muchas ganas de charlar
contigo.
53.
Giovanni.
Rodearse de su familia le ponía frenético.
¡Tío!- estalló Alonzo, el más mayor de sus sobrinos, según se acercó al
umbral de Beatrice.
Le alzó en el aire con una gran sonrisa.
¡Estás enorme!
El niño rio.
Sus tres hermanas, Beatrice, Anna y Lucía, estaban felizmente casadas y
tenían hijos. Alonzo y César de Beatrice, María de Anna y la bebé Chiara
de Lucía.
Ninguno de ellos superaba los cinco años, y era lo que más echaba de
menos viviendo al otro lado del mundo, su infancia.
Cada vez que los veía estaban más y más mayores, y sentía que se le
escapaba el tiempo de entre los dedos.
¿Dónde está tu madre?
Está den…
¡Hermanito!
Soltó a Alonzo a tiempo de clavar los pies en el suelo, manteniéndose
firme ante el entusiasmo desmedido de sus tres hermanas, que salieron
casi a la carrera del umbral para echarse sobre él.
No tenía brazos suficientes para sujetarlas a todas, pero hizo fuerza para
que no cayeran al suelo.
Dios mío, sois como crías.- murmuró pegando el rostro al cabello de
Anna.
Nos alegramos de verte, protestón.
Fue besando sus mejillas con una sonrisa.
Lucía nos ha dicho que vienes con una chica…
Le lanzó una mirada teatralmente furiosa a la más pequeña de sus
hermanas, que se encogió de hombros con una expresión divertida.
Ella la invitó, yo no…
¿Y es guapa?
¡Es guapísima!- contestó Lucía antes incluso de que le diera tiempo a
abrir la boca.
Negó con un cabeceo mientras Beatrice se agarraba de su brazo y
caminaban juntos hacia la casa principal con Alonzo correteando a su
alrededor.
No la agobiéis, ¿vale?- les pidió- Es prácticamente mi jefa.
¿No te la has tirado?
Soltó una carcajada, intentando no mostrar su incomodidad.
¿Desde cuándo os interesa mi vida sexual?
Beatrice silbó entre dientes, señalando con la cabeza a su hijo, que
parecía totalmente ajeno a su conversación.
No nos oye…
Entonces sí que te la has tirado.- murmuró Lucía.
Callaos ya.
Fue prácticamente arrastrando a su hermana mientras las demás los
seguían jugueteando con el pequeño Alonzo.
¿Dónde están los niños?- preguntó, acariciando suavemente el cabello
negro de Beatrice.
Los chicos se los han llevado a la compra, ahora vienen.
Algo le decía que tanto sus hermanas como su madre buscaban tiempo a
solas con Ashley, pero no quería ni pensar en el porqué.
Según atravesó el camino que separaban las casas, las vio.
Estaban sentadas en la mesa del jardín, una junto a otra, riendo a
carcajadas mientras bebían de grandes vasos de lo que parecía ser té
helado.
Parece que a mamá le gusta…
Pues sí que es guapa…
Sacudió la cabeza, incómodo.
Que paréis de una vez.
Ninguna de las dos mujeres se percató de su presencia hasta que
estuvieron prácticamente junto a ellas.
Oh, chicas, ya estáis aquí- pronunció su madre con ese tono calmo que
tanto le gustaba-. Ashley, éstas son mis hijas: Beatrice, Anna y ya conoces
a Lucía.
Apretó fuertemente la mandíbula al verla esbozar una bonita sonrisa.
Iba a ser un día largo.

Una hora después, toda su familia estaba reunida alrededor de la enorme


mesa del jardín, incluidos sus cuñados y el resto de sus sobrinos.
Acunó al más pequeño, la bebé de apenas ocho meses de Lucía, mientras
terminaba de dormirse a pesar del jolgorio que les rodeaba.
Ha crecido mucho…- susurró en dirección a su hermana, que esbozó una
tierna sonrisa antes de coger a la pequeña Chiara y dejarla en el carrito
que había tras ella.
Es un trasto.
Extendió el brazo para apretar durante algunos segundos a Lucía.
Se parece a su madre.
Tonto.
Con una carcajada, volvió su atención al resto de la extensa mesa
mientras se llevaba a la boca otro ravioli de setas, uno de los platos
caseros de su madre que más le gustaban.
Sus ojos se dirigieron automáticamente a Ashley, sentada entre María y
su hermana mediana, Anna.
Parecía increíblemente cómoda. Incluso jugaba a carcajadas haciendo
muecas con Alonzo, acomodado en una trona frente a ella.
No pudo evitar una leve sonrisa.
Vaya, vaya, qué carita…
Le echó una mirada a Lucía, que se echó a reír tapándose la cara con la
servilleta.
Creo que nunca te había visto mirar a nadie así.
¿A qué te refieres?
No te hagas el tonto conmigo.- replicó su hermana.
Prestó atención a que nadie a su alrededor estuviera escuchando su
conversación.
Para ya.
¡Veeenga! Es divertida, y guapa, y parece inteligente, no sería nada
extraño que tú...
Ten cuidado con lo que dices, enana.- la cortó, mirando de nuevo en
dirección a Ashley.
Todos los que la escuchaban parecían encantados con ella y con lo que
relataba, aunque no era capaz de oír qué era.
No te vas a librar de terminar esta conversación antes de irte,
hermanito.- sentenció Lucía antes de pellizcar un trozo de pan para
lanzarlo al lado derecho de la mesa.
Beatrice fue quien recibió el ataque. Y, a pesar de que estaban sus hijos
delante, no dudó en responder de la misma forma.
Entonces, se desató la guerra y los niños estallaron en gritos y
carcajadas.
Oh, por dios...
Nada como la familia, pensó para sí.
54.
Ashley.
Tras la larga comida y la aún más larga sobremesa, debía reconocerlo: los
D’angelo eran una familia muy divertida.
Se agachó a recoger a César, uno de los hijos de Beatrice, cuando éste
palmeó con una risita su rodilla, y lo sentó sobre sus piernas.
No molestes, cielo.
No, no molesta.- contestó a Beatrice mientras jugueteaba con el crío.
El pequeño levantó la mirada hacia ella.
¿Mano?
Extendió la palma frente a él, que la cogió con sus pequeñas manitas, lo
que le hizo soltar un leve suspiro.
¡Piscina!- estalló Alonzo frente a ella.
Lucía se levantó de un salto, provocando que todas las miradas se
dirigieran hacia ella.
Ya le habéis oído, ¡todos a cambiarse!
Abrió la boca para replicar que ella no se había traído ropa de baño, pero
no le dio tiempo a pronunciar una sola sílaba antes de que la instigadora
de tal idea se acercara a ella.
Tú no te preocupes- le dijo-. Ven conmigo, yo te dejo algo de ropa.
Todos se movieron a una velocidad increíble.
Los niños desaparecieron, los adultos tras ellos y ella se vio arrastrada
por Lucía hasta una de las tres casas idénticas que rodeaban el caserón
principal.
No le dio tiempo a discernir ningún detalle de ésta, pues la condujo a la
carrera escaleras arriba hasta una habitación de matrimonio
increíblemente grande y prácticamente rodeada de ventanales.
La observó sacar algo de un vestidor lateral y tendérselo con una sonrisa
que no se había borrado de su rostro en el poco tiempo que la conocía.
Toma, póntelo.- le dijo, señalando con la cabeza la puerta de un baño
contiguo.
Cuando salió de nuevo dos minutos después, no pudo evitar lanzarle una
mirada de divertida reprobación.
Esto me queda… un poco… ¿pequeño?
Venga ya, estás genial.- replicó ella antes de encerrarse en el baño con
otro montón de ropa.
Se miró en el espejo que había junto a la cama.
Sí, definitivamente era un bikini demasiado pequeño.
Estiró la tela negra para intentar cubrir mucha más piel en la zona del
pecho.
¡Ya estamos!
El entusiasmo de las hermanas de Giovanni era abrumador, incluso para
ella, acostumbrada a Thomas o a Francesco.
Lucía, ahora enfundada en un trikini burdeos, correteó de nuevo hasta el
vestuario para coger un largo pareo semitransparente y envolverla en él.
Riendo, se dejó hacer, divertida con su agitación.
Venga, venga, vámonos.
Se calzó unas sandalias que le tendía y salió prácticamente a la carrera
tras ella.
Era un tornado.
Discretamente, le dio otra vuelta al pareo para cubrirse un poco más.
¿Por qué se sentía tan… nerviosa?
Ella nunca había sido una persona vergonzosa, más bien al contrario,
pero en aquel momento, estaba sorprendentemente nerviosa, y se
negaba a creer que fuera por Giovanni.
Prácticamente toda la familia estaba ya reunida entorno a la enorme
piscina.
¿A qué velocidad vive esta gente? Se preguntó con diversión.
Sus ojos se encontraron de forma automática con los de Giovanni, ahora
vestido con camiseta de manga corta y bañador a rallas.
Era insoportablemente sexy.
Ven, Ashley, siéntate con nosotros.- le dijo María, señalándole la hamaca
contigua.
Esquivó a Alonzo cuando éste corrió directamente al agua, salpicando a
todos los que se encontraban a su alrededor, y se acomodó donde le
indicaron.
¿No te apetece darte un baño?
Sonrió, poniéndose las gafas de sol.
Quizás luego.
Tengo curiosidad- pronunció María con esa voz tan calmada-, ¿cuándo…
descubriste… a mi hijo?
Pues, la verdad es que fue en la universidad.
¡¿Tú también fuiste a la Sapienza?!
Dio un respingo ante el grito de Anna a su espalda.
Sólo un curso.- contestó.- Lo suficiente para verle jugar.
Alzó la mirada hacia él, que en aquel momento se deshacía de la camiseta
para lanzarse al agua. Apretó la mandíbula.
¿Qué estudiaste?
Fisioterapia deportiva.- contestó con un hilo de voz.
Apenas era consciente de la conversación que mantenía, simplemente
respondía de forma automática.
¿Y no tienes hermanos, Ashley?
Volvió la mirada a Beatrice, que se sentó junto a ella en la misma hamaca.
No, soy hija única.- explicó- Solos mi padre y yo.
Eso no suena tan mal, te lo aseguro, ¿sabes lo horrible que ha sido
criarse con éste?
Lucía señaló a su hermano, que alzó los ojos en su dirección, como si
hubiera sentido que hablaban de él.
¿A qué te refieres?
Intentó no mirar cómo se dirigía hacia ellas mientras se secaba el pecho
descubierto con una toalla.
Todas mis amigas babeaban por él.
Y las mías.- apostillaron las otras dos hermanas con resignación.
Todas querían tirárselo.
¡Chicas!- exclamó María, negando con un cabeceo.
¿Por qué escandalizáis a mamá?
Un escalofrío recorrió su columna vertebral.
¿Por qué?
¿Por qué tenía que reaccionar así ante su sola presencia?
Sólo le estamos contando a Ashley cómo ligabas con nuestras amigas.
Giovanni curvó los labios en una media sonrisa socarrona, pasando la
mano por su cabello húmedo.
Eso no es cierto- replicó-, ellas intentaban ligar conmigo, es distinto.
Sacudió la cabeza con diversión.
Eres un poco engreído.
¿Ah sí?
Giovanni cruzó los brazos sobre el pecho, clavando aquellos hipnóticos
ojos únicamente en su rostro.
Desde luego.- confirmó.
No lo vio venir.
Antes de que le diera tiempo a abrir la boca, él la había alzado en brazos
lo suficiente para acomodarla sobre su hombro y se lanzaba a la piscina.
55.
Ashley.
Cabrón…- murmuró, golpeando su pecho con el puño cerrado.
Oía las risas a su alrededor, pero sólo podía verle a él, sus ojos brillantes,
su amplia sonrisa.
Eso te pasa por tomarme el pelo.
Se apoyó en sus hombros para sentarse sobre el borde de la piscina.
Soy prácticamente tu jefa, graciosillo, no lo olvides.- se burló.
Incómoda, se deshizo del pareo empapado y lo escurrió justo sobre su
cabeza, a lo que las risas se multiplicaron.
Uy, qué miedo.
Ríete mucho, pero puedo hacer que te tires haciendo flexiones dieciocho
horas al día.
Giovanni apoyó ambas manos sobre el suelo, prácticamente pegadas a
sus caderas, y se alzó con facilidad hasta quedar a su altura.
No necesito más flexiones.- bromeó antes de volver a dejarse caer en el
agua.
Sacudió la cabeza, levantándose para volver con las hermanas y la madre
de Gio. Esta última le tendió una toalla pulcramente doblada.
Gracias.
Parece que os lleváis bien…- dijo Anna con una mirada divertida.
No le pasó desapercibido el gesto que mostraban sus rostros.
A ratos.
No creí que los ojeadores estuvieran tan… cerca de los jugadores-
apostilló Beatrice-, y, además, había escuchado que eras muy discreta
con tu trabajo.
Sonrió con regodeo.
Este caso es algo distinto.
¿Por qué?
Giovanni es una apuesta personal- explicó, pasando la toalla por su
cabello-, y me pidieron que siguiera su evolución.
¿Y cómo va?
Abrió los labios para contestar.
Pues…
Dejadla ya en paz- interrumpió Gio a su espalda.- ¿Cuántas preguntas le
habéis hecho ya?
Lucía se echó a reír.
Unas dos mil…
Echó la mirada hacia atrás.
No me molesta que me hagan preguntas.
Acabarán preguntándote hasta dónde compraste el colchón.- replicó él.
¿No te parece que tiene demasiados tatuajes, Ashley?
Giovanni alzó los brazos en el aire mientras los demás se echaban a reír,
con especial énfasis sus cuñados, justo tras él.
Sí que tenía muchos tatuajes… pero eso le hacía parecer aún más sexy.
Oh, por dios, mamá, ¿eso qué tiene que ver?
Yo no puedo opinar- contestó con una carcajada-, también estoy tatuada.
¡Oh, sí, ese león que tienes es una pasada!
Sonrió en dirección a Lucía, que extendió la mano para tocar su espalda.
¿Ves? Ahora no sólo te preguntan sino que también te manosean.- se
burló Gio.
Apretó los labios para evitar decir quién quería que la… manoseara.
¡A jugar!- gritó Alonzo mientras aparecía por la puerta del jardín con un
balón de rugby en la mano.
Giovanni levantó la mano izquierda.
¡Pasa!
El tiro fue sorprendentemente certero, aunque D’angelo puso mucho de
su parte corriendo hasta casi caer a la piscina.
Desde allí, en el borde, alzó la pelota.
¿Qué, quién se apunta?
Lucía fue la primera en responder con un agudo “¡yo!”, seguida muy de
cerca por su marido y sus cuñados, que parecían especialmente
entusiasmados con la idea.
Los ojos de Giovanni se centraron una vez más en ella y esbozó esa
sonrisa socarrona que hacía que le hirviera la sangre.

Giovanni.
No podía dejar de mirarla.
¿Y tú qué, Ash, te animas?
Pasó el balón de una mano a otra sin apartar ni un segundo los ojos de
ella, de su gesto divertido, su cabello húmedo pegado al cuello, aquel
cuerpo que le perseguía en sueños…
¿De verdad tantos italianos sabéis jugar a esto?- la escuchó burlarse-
Creía que por aquí erais más de… ¿fútbol?
Las carcajadas fueron generalizadas.
A lo mejor crees que puedes darnos lecciones, sureña.
La observó caminar hasta la hamaca donde había dejado tirada su propia
camiseta negra y enfundársela sin vergüenza alguna.
Era la mujer más sexy que había conocido jamás. Incluso con aquella
prenda varias tallas más grande cubriendo su cuerpo. Quizás incluso
más.
Estoy preparada.
Vosotros tenéis que ser los capitanes- sentenció Lucía-, si no, no sería
justo que tuviésemos que jugar contra dos profesionales.
Ella no juega, sólo se sienta a ver lo que hacemos los demás.
Ashley cruzó los brazos sobre el pecho, esbozando una divertida sonrisa.
Que sepas, listillo, que yo jugué en la liga infantil femenina.
Le lanzó la pelota, la cual atrapó con facilidad.
¿Y por qué no seguiste?- preguntó Beatrice a su espalda.
La aludida se encogió de hombros con una risita.
Me pidieron que me retirara porque era demasiado agresiva.
Se echó a reír mientras caminaban hacia la extensa explanada central del
jardín, donde solían jugar cada vez que volvía a casa.
No me lesiones.
Lo voy a intentar.- bromeó ella.
¡Yo voy contigo!- exclamó Alonzo, que corrió hasta chocar contra las
piernas desnudas de Ashley.
Le lanzó una mirada cómicamente indignada.
¡Oye, pequeño traidor!
El niño rio encantado cuando Ash extendió la mano en su dirección para
que la chocara con efusividad.
¿Qué pasa? Quiere ir en el equipo ganador.
No te chulees- le interrumpió.
Sentía la mirada fija de su familia sobre ambos, como si su conversación
fuese un partido de tenis especialmente interesante.
Te vamos a dar una paliza.
¡Eso!- gritó el niño, correteando a su alrededor.
Le dirigió una mirada intensa que ella aceptó con esa confianza suya tan
sexy.
Bien se dejaría perder por ella…
56.
Ashley.
Se sentó con un suspiro cansado sobre una de las sillas del porche, junto
a Lucía, que había dejado de jugar hacía ya un rato para relevar a su
madre en el cuidado de la pequeña Chiara.
¿Ya te has cansado de la chulería de mi hermano?
Sonrió.
Estoy acostumbrada.
A mi madre siempre le ha puesto nerviosa su… petulancia.
Es bueno y lo sabe- contestó, lanzando una mirada a Giovanni, que ya
sólo jugaba junto a los niños-, eso no es malo en este mundillo.
No podía dejar de mirar cómo zigzagueaba lo suficientemente lento
como para que sus sobrinos le alcanzaran.
Que tuviera aquella faceta familiar no ayudaba a su fuerza de voluntad.
Le gustas.
Volvió el rostro hacia Lucía, que acunaba sobre el pecho a su bebé sin
dejar de mirar hacia el extenso jardín.
A mi hermano- apostilló- le gustas.
Le observó lanzar el balón mientras se dejaba caer ante el ataque de los
niños.
Lo sé.
Y a ti te gusta él.
Y a quién no, estuvo a punto de contestar.
Sonrió.
Sí.- confirmó ante aquel extraño calor en el pecho.
Entonces, ¿qué es lo que me pierdo?
Se encogió de hombros con calma.
Queremos cosas distintas.
Lucía la observó en silencio durante algunos segundos.
Eso es una pena.
Cada uno es libre de decidir cómo quiere vivir su vida.- contestó con
sosiego.
Era un tema que ya no le irritaba como antes, y se sentía más madura por
ello.
Ashley.
Volvió el rostro hacia atrás.
María D’angelo salía al jardín con esa sonrisa permanente pintada en los
labios.
¿Quieres darte una ducha antes de cenar?- preguntó amablemente.
Miró hacia abajo.
La camiseta que le había cogido a Giovanni estaba húmeda del agua de la
piscina y el sudor, tenía las piernas y los brazos llenos de tierra y césped
y el cabello sucio y alborotado.
Eso me vendría muy bien, gracias.
¡Gio, ven!
Se tensó automáticamente cuando, obediente, él dejó el balón en manos
de Alonzo y recorrió los metros que los separaban para pararse justo a
su lado.
Era tan grande…
Lleva a Ashley a la habitación azul para que pueda bañarse- la escuchó
decir-, y tú, Lucía, deja su ropa sobre la cama.
Todo el mundo se puso en marcha, incluso ella se levantó de un salto de
la silla.
Siguió a Giovanni dentro de la enorme casa, atravesando el recibidor
para subir las escaleras. Cerca de los últimos escalones, él se giró.
Estoy sorprendido.
¿Por qué?- preguntó, evitando observarle directamente.
Él soltó una leve carcajada mientras continuaba su camino por el pasillo
izquierdo hasta la última puerta.
No pareces asustada.
¿Y por qué debería estarlo?
Mis hermanas suelen ser como…- se llevó las manos a la cabeza y simuló
que estallaba- ¡PUM!
Sonrió, entrando en la habitación cuando él abrió el umbral para ella.
A mí me parecen encantadoras.
Giovanni le señaló con la mano una puerta frente a la enorme cama doble
y se internó en el baño. Sus ojos se dirigieron directamente al reflejo del
espejo sobre una moderna pila.
Madre mía…- murmuró, pasando los dedos por su cabello para quitar
trozos de hierba pegados a él- Qué horror.
Estás preciosa.
Se giró, encarando con una seguridad que no sentía, hacia él, que
permanecía estático junto a la puerta.
Las llamas de sus ojos oscuros se extendieron hasta ella, que sintió cómo
se derretía por dentro.
No podía respirar.
Aquella era exactamente la sensación, se veía incapaz de coger un solo
gramo de oxígeno.
Mucho menos cuando su mano se apoyó contra su mejilla.
Cerró los ojos un instante, inclinándose en esa dirección para sentir con
más intensidad su contacto.
Sabía que no debería.
Se lo había repetido mil veces.
Giovanni D’angelo estaba prohibido.
Pero no podía pensar en otra cosa que no fuera en deshacerse de su ropa
sudorosa y acariciar aquella dura piel que le atormentaba en sueños.
Él no parecía tener pensamientos mucho más racionales, pues, con un
rápido movimiento, cerró la puerta del baño y deslizó los brazos
alrededor de la cintura.
Automáticamente, dio un salto para poder rodear su cuerpo con las
piernas, echándole los brazos al cuello.
Gio esbozó esa media sonrisa que le aceleraba los latidos del corazón y
buscó sus labios con los suyos con un leve gemido de rendición.
Fue todo muy deprisa.
Giovanni la soltó únicamente para deshacerse con un rápido movimiento
de la camiseta que la cubría.
Tembló de cabeza a pies.
Tu madre… su casa… esto…-murmuró de forma inconexa, echando la
cabeza hacia atrás mientras él besaba su garganta.
No se enterará.
Quería decir que no, que aquello no estaba bien, pero se veía totalmente
incapaz de pronunciar semejantes palabras.
Lo deseaba tanto que tembló cuando pasó las manos por su nuca,
enredando los dedos por su cabello negro, mientras él deslizaba sus
brazos por su espalda.
Soltó un leve suspiro cuando sintió cómo deshacía los lazos de su bikini y
éste caía al suelo.
Sus manos acariciaron su cuerpo desnudo y cerró los ojos un instante.
Entonces, Giovanni volvió a alzarla del suelo únicamente para meterla
dentro de la bañera antes de seguirla.
Escuchó cómo se deshacía de su bañador y volvió a levantar los párpados
para buscar su mirada de tormenta.
Y, en aquel preciso instante en el que él se inclinaba para robar un nuevo
beso de sus labios, fue como si los últimos meses no hubiesen existido,
como si fuera la primera vez que se veían.
Dos extraños sin más historia que la que estaban a punto de escribir.
57.
Giovanni.
No podía quitarse de la cabeza la imagen de sus grandes ojos azules fijos
en él mientras acariciaba cada centímetro de su cuerpo desnudo, sus
labios entreabriéndose en un suspiro, sus manos apretando su nuca en
pleno beso…
Metió de nuevo la cabeza bajo la ducha.
Sólo podía pensar en que Ashley estaba apenas a dos paredes de
distancia terminando de vestirse.
¿Qué narices…
Con un gruñido, cerró el grifo y extendió la mano para alcanzar una toalla
con la que secarse.
Se pasó la tela por el cabello, frotando hasta que sintió dolor.
Se vistió de forma automática, sin prestar atención a la humedad de su
cuerpo o a qué camiseta cogía del armario.
Gio, ¿estás visible?
Pasa.
Dirigió la mirada hacia la puerta, por donde Lucía entró como un
terremoto, algo a lo que estaba gratamente acostumbrado.
Vaya, creí que estarías acosando a Ashley en la habitación de al lado.
Negó con un cabeceo, esbozando una media sonrisa divertida.
¿Eso a qué viene, enana?- preguntó.
Te conozco, y sé lo que pasa cuando le echas a alguien esa mirada de…
no sé de qué.
Su hermana sacudió la mano en el aire sin dejar su parloteo constante.
Y cuando mamá ha dicho que la acompañaras, he pensado
automáticamente que ibas a intentar… pero no, claro, ella es lista, y me
ha dicho que…
Según pronunció las últimas palabras, Lucía calló, torciendo el rostro en
una mueca de espanto.
¿Qué te ha dicho?- inquirió, dirigiéndose lentamente hacia ella, que dio
un par de pasos hacia atrás.
Nada…
Habla.
Su hermana negó con la cabeza y no pudo evitar una sonrisa.
Parecía que volvía a ser esa niña incansable y preguntona que le
perseguía según le veía entrar por la puerta, que le acompañaba a
entrenar y miraba su alrededor con una curiosidad desbordante.
De todas sus hermanas, Lucía siempre fue la más inquieta.
No me ha dicho nada.
Venga, di- repitió, cerrándole el paso hacia la puerta con una mirada
divertida-, dímelo y te contestaré a una pregunta sobre ella, la que
quieras.
Sus ojos oscuros brillaron de emoción.
¿La que quiera?
Inclinó el rostro y soltó una carcajada.
Nada sexual.
Está bien…
Rodeó sus hombros con un brazo, dirigiéndola hacia el pasillo.
Ahora cuéntame lo que te ha dicho.- dijo, intentando no dejar entrever
su intensa curiosidad.
En realidad no ha dicho nada, sólo le he comentado que me parecía que
a ti te gustaba ella y…
¡¿Perdona?!
Frenó en seco, haciendo que ella hiciera lo propio, soltando un agudo
chillido.
Tranquilo, ella ya lo sabía- replicó su hermana con total naturalidad-, y
entonces le dije que parecía que tú le gustabas y dijo que sí.
¿Cómo?
Lucía le echó una mirada cómicamente divertida.
Deja de hacer eso, ni que no lo supieras.
Bueno, qué dijo después.- gruñó.
Ella sacudió la cabeza sin dejar de caminar hacia las escaleras.
Echó un vistazo hacia atrás para comprobar que Ashley no estuviera
cerca.
Le pregunté que qué me estaba perdiendo en esta historia y me dijo que
simplemente queréis cosas distintas.
Abrió la boca para contestar, pero no encontraba las palabras correctas.
Ella había reconocido que le gustaba… y… sabía que él…
No, nada de eso hacía que las cosas fueran diferentes.
Ni que a él le gustara ella, ni que a ella le gustara él, ni que lo
reconocieran, ni que hubieran hecho el amor apasionadamente en la
habitación de invitados de la casa de su madre, ni que pensara en ella
continuamente, ni…
En fin, que no sé por qué no espabilas y te casas con ese bombón
australiano.
Apretó sus hombros un poco más.
No quiero casarme y lo sabes.
Ella golpeó su brazo con sorprendente fuerza.
No seas capullo, no vas a encontrar a una chica que sea tan perfecta para
ti como ella.- siguió parloteando Lucía.
¿Por qué no te callas ya?
Su hermana se echó a reír, colgándose de su brazo como cuando era niña.
Aún no he hecho mi pregunta.
No me apetece contestarte ahora a nada.- bufó por lo bajo, arrastrándola
escaleras abajo.
¡Me lo has prometido!
Negó con un cabeceo, frenando justo frente a la puerta de cristal, a través
de la cual pudo ver cómo su familia empezaba a sentarse alrededor de la
mesa mientras el servicio lo preparaba todo.
Siguió con la mirada a Ashley, que jugaba con César y Alonzo
correteando alrededor de la mesa.
De acuerdo, pregunta.
Está bien, pero recuerda que me has prometido contestar.- le recordó
ella a su espalda.
Y tú recuerda que no puede ser nada sexual.
Escuchó su risa, un sonido de la infancia que le calentaba el corazón, pero
apenas era consciente de dónde o qué hacía. Sólo la veía a ella, haciendo
cosquillas a uno de sus sobrinos mientras otro se encaramaba a su
espalda, a ella, riendo por algo que su madre le contaba, a ella, dejándose
abrazar por sus hermanas…
¿Alguna vez has sentido por alguien lo que sientes por Ashley?
No.- contestó automáticamente.
No.
Nunca había sentido aquello: el cosquilleo en las puntas de los dedos
cuando estaba cerca, el anhelo adolescente de esperar a que llegara la
hora de verla, aquellos extraños celos al observarla con otro hombre, el
nerviosismo que le invadía cuando estaba cerca y lo rápido que
desaparecía cuando la abrazaba, el calor de su cuerpo cuando ella le
tocaba, su desconcierto al no encontrar en ella algo que le disgustara, lo
mucho que disfrutaba en su compañía y con su conversación, el cerrar
los ojos cuando se besaban, incluso la primera vez…
¿Y eso te da miedo?
Sí, respondió para sí mismo.
Se acercó un par de pasos más para abrir la cristalera, sin volver la vista
hacia su hermana.
Sólo una pregunta, pequeña.
58.
Ashley.
Aterrizaron en Sídney cuatro días después, tras una nueva victoria de la
selección italiana, esta vez a Grecia.
D’angelo volvió a deslumbrar en su casa y pudo llamar a Jeff para avisar
de que su rendimiento era el que siempre debió ser.
En cuanto a ellos…
Habían tenido dos encuentros más. Dos noches de apasionado sexo que
le provocaban una mezcla de sentimientos que no se veía capaz de
gestionar.
Era como…
Sentía en su cuerpo un alivio indescriptible, pero, al mismo tiempo, sabía
que aquello no había sido una buena idea. Colgarse de Giovanni D’angelo
era lo peor que le podía haber pasado.
Ya se lo había explicado a su hermana… ellos estaban en puntos distintos
y ambos lo sabían.
Según pisó tierra australiana, cogió un taxi y se dirigió a casa de Thomas
y Lisa, avisando por el camino a su padre de su llegada.
No había frenado del todo cuando pagó y sacó la maleta del coche,
llamando con demasiado énfasis al timbre junto a la enorme verja de
hierro forjado.
¡ABRE!
Thomas apareció en la puerta sólo vestido con unos pantalones de
deporte, los ojos entrecerrados y frotándose el cabello rubio.
Joder, ya voy.
Abre, abre, abre.- siguió diciendo, repiqueteado las uñas sobre la
cerradura.
Su amigo avanzó en zigzag hasta ella y la dejó pasar con un gruñido.
Cógeme la maleta, anda.
Pasó de largo su gesto malhumorado y se metió en la casa como un
huracán, yendo directamente hasta la cocina.
Tú pasa, tranquila.- escuchó murmurar a Thomas a su espalda.
Me caes mal.
Se sirvió un café bien cargado.
¿No sirven café en primera clase?
Sacudió la cabeza con un bufido, bebiendo hasta prácticamente terminar
la taza de un trago.
¿Me vas a contar ya qué te pasa?
Volvió la cabeza hacia atrás.
Thomas estaba apoyado sobre el umbral de la puerta, con los brazos
cruzados sobre el pecho desnudo y los párpados prácticamente cerrados.
Tenías razón- contestó finalmente-, y eso no me gusta.
Negó con un gesto para ratificar sus palabras.
¿Podrías ser un poquito más específica?
¡Giovanni!
Él dio un respingo asustado, abriendo de golpe los ojos ante su
exclamación de horror.
Supongo que al final sí que te has metido en su cama...- se burló Thomas
con esa media sonrisa tan irritante.
Apretó los puños para no estampárselos en esa cara de bobo y se sirvió
otro café solo, sin leche ni azúcar.
Es... ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué he caído otra vez?
Porque te gusta...
Le lanzó una mirada envenenada.
Es un gilipollas.
Un gilipollas que te gusta.- apostilló su amigo antes de soltar un largo
bostezo.
Cierra el pico, idiota.
¡La tía ha dicho idiota!- escuchó desde el pasillo.
No pudo evitar una leve sonrisa.
Lilly entró como un terremoto en la cocina y se agachó para alzarla en
brazos, abrazándola contra su pecho.
Hola, preciosa.
Escuchar conversaciones ajenas es feo, enana.- dijo su padre.
La niña hundió el rostro en su cuello.
Yo no estaba escuchando...
¿Cómo estás, cosa bonita?
Has estado en Italia, ¿a que sí?- chilló Lilly, demasiado cerca de su oído.
Asintió con un cabeceo.
Eso es, acabo de llegar.
¿Y has encontrado un novio allí?
Se llevó la mano al rostro, pellizcándose el puente de la nariz, mientras
Thomas se echaba a reír exageradamente.
Algo así, cariño.
No hagas caso a tu padre.- replicó, volviendo a dejar a Lilly en el suelo
para terminar su segundo café.
El timbre exterior retumbó por la casa y Thomas fue hacia la puerta.
Hombre, el que faltaba...- le escuchó decir.
Se tensó automáticamente.
Lilly salió corriendo tras su padre y desde la cocina pudo oír su grito.
¡GIO!
Había evitado verle desde Italia. Incluso compartiendo vuelo se las había
arreglado para mantener las distancias. Y ahora, allí estaba.
Otra vez.
Thomas le precedió con una sonrisita divertida.
Otro que viene a por café...- bromeó-, definitivamente en los aviones no
os dan bien de desayunar.
Giovanni no cambió el gesto al verla, pero sus ojos brillaron durante un
segundo antes de que volviera la vista hacia la cabeza de Lilly pegada a
su hombro.
Ash nos estaba contando su interesante viaje.
Le tendió una taza al italiano mientras le hacía un gesto obsceno a
Thomas a espaldas de su hija.
No seas embustero.
¡Papá dice que tiene un novio!- exclamó la niña.
Los párpados de Giovanni se abrieron un poco más.
¿Ah sí?
No hagas caso a tu papá, cielo- replicó, golpeando con el codo las
costillas de su amigo-, sabes que bromea demasiado.
Eso...
Yo creo que bebe a escondidas.- le cortó con burla.
¿A eso vienes a mi casa a las ocho de la mañana, a insultarme?
Volvió a pegarle, esta vez sin disimulo.
Vengo a por café.
Alzó la taza.
Ahora me voy- apostilló-, quiero dormir un rato.
¿Sola?
Esta vez fue Giovanni el que le dirigió una mirada agria.
Cierra el pico, idiota.- gruñó antes de dirigirse hacia la puerta.- Adiós,
preciosa, vengo a verte otro día.
59.
Giovanni.
Observó en silencio cómo salía de la cocina sin echar la vista atrás.
¡Adiós, antipática!- se despidió Thomas, sirviéndose otra taza de café.
¡No insultes a la tía!
Sonrió, acariciando durante unos segundos el cabello claro de Lilly antes
de que ésta saliera corriendo hacia el pasillo.
Ashley ha vuelto… radiante de Italia, ¿no?
Alzó la ceja derecha con escepticismo.
Si tú lo dices…- murmuró, bebiendo de su taza.
¿Por qué será?
Quién sabe.
Thomas esbozó lentamente una de sus grandes sonrisas divertidas, como
si se contara a sí mismo un chiste continuo.
¿Quieres seguir con esta pantomima durante mucho tiempo?
No sé de qué me hablas.- contestó, negando con un cabeceo.
Él se encogió de hombros.
Sé que soy encantador, pero no tanto como para que los dos vengáis
corriendo a mi casa según aterrizáis sin motivo alguno.
Apretó la mandíbula.
Eres demasiado engreído.
¡Oh, venga, dime ya lo que ha pasado!- exclamó Thomas, dando una
infantil patada contra el suelo.
Dio un par de vueltas alrededor de la amplia cocina, parándose de nuevo
frente a él tras dar un largo trago que acabó con el contenido de su taza.
Nos acostamos… más de una vez.
Su amigo se apoyó contra el marco de la puerta, cruzando los brazos
sobre el pecho.
¿Y?
Le lanzó una mirada de incredulidad.
¡¿Cómo que “y”?!
Sois dos adultos solteros y os gustáis mutuamente, ¿qué tiene de raro
que echéis un casquete movidos por la pasión y sexualidad de la bella
Italia?- replicó él.
¡Es Ashley!
Sacudió los brazos en el aire.
¿Por qué él no lo entendía?
Prometí que no tendría nada más con ella, ¿recuerdas?
Tus promesas valen lo mismo que una patata hervida.
Soltó un bufido nada elegante.
¿Por qué? ¿Por qué no puedo…
¿Resistirte?- sugirió Thomas con una risita.
Sí.
Se dejó caer hasta apoyarse contra la encimera, pasando los dedos entre
su cabello.
Bueno, es guapa, y…
¿Quién es guapa?
Alzó la mirada hacia la puerta, por donde Lisa entró con rostro
somnoliento y el pelo alborotado.
Ashley.- contestó Thomas con calma antes de servir otro café y
tendérselo a su esposa, a la que dio un tierno beso en los labios.
Sí, es guapísima.
Y lista.
Y deportista.
Y le encanta el rugby.
Y es divertida.
Y tiene buen gusto musical.
Y unos pechos preciosos.- siguió diciendo Lisa.
Eso es cierto…
Levantó las manos, pasmado.
¡Parad ya!- protestó- ¿Por qué me la estáis vendiendo?- torció los labios
en una mueca- ¡¿Y por qué habláis de sus pechos?!
Lisa se apoyó en su marido mientras bebía de su taza con esa calma tan
suya.
Bueno, yo los he visto y me parecen bonitos, aunque no soy ninguna
experta, claro, pero tú también lo opinas, ¿no, Thom?
Era la conversación más absurda que había tenido en la vida.
Dejando a un lado que tú eres la mujer más preciosa del mundo… sí, son
unos pechos bastante estupendos.
Lanzó un gruñido.
Oh, por favor, parad.
Tiene razón, cariño, creo que sus pechos no son el problema.- apostilló
Lisa.
¡Por supuesto que sus pechos no... por favor, qué absurdo todo!
Thomas rodeó por los hombros a su mujer, observándolo con su irritante
mirada socarrona.
Pero qué coño te pasa, colega, Ashley es perfecta para ti.
¡No quiero novia!- exclamó, cruzando los brazos a la altura del pecho.
¿Sabes, Gio? Yo también pesaba así…
¡Oye!- gruñó Lisa, golpeando el brazo de su marido.
Deja que me explique, cariño.- apostilló Thomas antes de volver la vista
hacia él- Yo también creía que me perdería muchas cosas, que no quería
ver el mismo rostro cada día, convivir con la misma mujer me aterraba…,
pero esa decisión deja de ser tuya cuando encuentras a la persona
adecuada, Giovanni.
Negó con la cabeza.
No, no quería ni pensarlo.
No te pongas moñas conmigo.
Yo creo que es cierto.- murmuró Lisa, abrazando a su vez a su pareja.
Si no quieres estar con Ashley, pues no estés, pero no podéis seguir así,
que si sí que si no, que si ahora quiero y ahora no.
Volvió a caminar de aquí para allá, inquieto.
¿Qué sientes por ella?
Miró a Lisa en silencio, intentando encontrar alguna palabra que
definiera esa situación.
No lo sé… ¿por qué todos lo reducís a blanco o negro? ¿por qué no gris?-
parloteó- ¿por qué no podemos ser sólo dos personas que lo pasan bien,
sin que lo tenga que saber todo el mundo, sin que tenga que significar
algo?
Esa opción ya no es posible y lo sabes.
En ese caso, no volveré a verla.
Patata hervida.- dijo Thomas, soltando una carcajada.
Le lanzó una mirada envenenada.
Me buscaré a otra mujer que no sea una ojeadora profesional, mi jefa,
hija de mi entrenador y exnovia de uno de los mejores jugadores de la
liga, además de haber sido “amiga especial” de mi mayor rival.
Su amigo sacudió la cabeza mientras Lisa se echaba a reír contra su
costado, como si todo aquello fuera divertido, como si el hecho de que él
estuviera profundamente confundido fuera motivo de alegría.
Patata hervida.- repitió.
60.
Ashley.
Hacía todo lo posible para no coincidir con Giovanni en ningún momento,
incluso en el trabajo.
Prácticamente no salía de su despacho, no se pasaba por los
entrenamientos ni rondaba las zonas donde él pudiera estar.
Ni siquiera bajaba a comer en las zonas comunes, llevaba dos semanas
pidiendo que le subieran la comida.
¿Se estaba volviendo loca?
Sabía perfectamente la respuesta a aquella pregunta: SÍ.
Hacía tiempo ya que no estaba en sus cabales.
Sólo podía pensar en él…
Se sentía como una adolescente.
Además, evitaba también ser a Thomas y a su familia. Se estaban
poniendo especialmente pesados con el tema, y eso no ayudaba.
Necesitaba olvidarse de él, ¿es que no podían entenderlo?
Aquel viernes previo al derbi de la capital, salió tarde del despacho,
seguramente la última de todos los empleados a excepción de la
seguridad.
Cogió el coche del parking subterráneo y se dirigió hacia la puerta
principal, pero, según atravesó las verjas, frenó en seco, soltando
automáticamente un gruñido al ver el monovolumen aparcado en la
acera de en frente.
Qué coño…
Salió del coche sin apartar los ojos de él, apoyado contra el capó.
Ashley…- le escuchó decir.
¿Qué narices haces aquí, Lloyd?
Él se colocó las gafas con nerviosismo mientras cruzaba la calle hasta
ella.
No coges mis llamadas…
Será que no quiero hablar contigo.- replicó.
Casi se le había olvidado su aspecto, sus ojos oscuros tras las gruesas
lentes, el cabello repeinado, su complexión delgada, su forma de
encorvarse cuando estaba nervioso…
Ashley, por favor, tengo que hablar contigo, tienes que hacerme caso.
No tengo tiempo para estas tonterías ahora.
Lloyd alzó la mano hacia ella y dio un paso hacia atrás, pegando la
espalda contra la puerta de su Mustang.
Pero cariño, tenemos que hablar
¡No me llames cariño!
Sus labios estrechos se curvaron en una media sonrisa.
Venga, Ashley, te echo de menos, sé que la cagué, pero tú y yo tenemos
algo especial, algo… increíble.
Soltó un bufido de rabia.
No me jodas.
¿Pasa algo?- intervino una voz tras ella.
No.
Lo que le faltaba.
No pasa nada.
¿Y tú quién eres?- replicó Lloyd, torciendo el rostro en una mueca.
D’angelo salió de su coche, parado tras el de ella, para avanzar hasta
ellos.
Se parecía tan poco a su exnovio que era increíblemente sorprendente
que hubiera tenido algo con ambos hombres.
¿Estás de broma?
Negó con un cabeceo.
No, no lo está- contestó por él-, no ve deportes, ni sabe nada de rugby.
Supongo entonces que eres el contable.
Apretó los pies sobre el suelo para no echar a correr.
Soy el prometido de Ashley.
Se llevó las manos al rostro, pellizcándose el puente de la nariz con un
gemido.
¡Tú no eres nada mío, joder!-protestó, volviendo a meterse en el coche-
Me voy, no quiero aguantar más gilipolleces.
Arrancó antes de que a ninguno de los dos le diera tiempo a replicar
nada, dirigiéndose a más velocidad de la permitida hacia su casa.

Giovanni.
¿Qué había visto Ashley en ese tío?
Era enclenque, vestía de forma horrible, su coche era una auténtica
basura y no parecía demasiado simpático.
Alzó el dedo.
No te vuelvas a acercar a ella.- gruñó en su dirección según perdió de
vista sus faros.
El contable se colocó de nuevo las gafas, moviendo nerviosamente la
cabeza, aunque sin apartar la mirada de él.
Tú no te metas, no sé quién eres.
Avanzó un paso más hacia él.
Soy el que te va a dar una paliza como la molestes otra vez.
No puedes evitar que vuelva conmigo.
Soltó un bufido de desagrado.
Claro que puedo.- contestó antes de volver al coche, arrancando con
brusquedad.
Pasó a toda prisa por su lado, intentando borrar de su mente esa cara de
estúpido…
Frenó en seco frente a la casa de Ashley diez minutos después, aún con
los latidos disparados y un tembleque enfadado en las manos.
Llamó al timbre exterior, una, dos, tres veces.
¡Voy!- escuchó decir desde dentro de la casa.
Observó cómo corría hasta la verja y la abría antes de dar media vuelta y
volver a entrar.
Pasa.
Fue casi a la carrera tras ella, cerrando a su espalda. Pero Ashley paró en
el recibidor, cruzando los brazos a la altura del pecho.
¿Qué quieres?
¿Estás bien?- preguntó con calma.
Ella alzó los brazos durante algunos segundos en los que mantuvo un
silencio cargado de furia.
¡No, no estoy bien!
Avanzó hacia ella, posando las manos sobre sus hombros.
Tranquila, no va a volver a molestarte.
Ashley se separó bruscamente.
Dime que no le has pegado.
Lo haré si vuelve.- respondió, calmado.
¡Déjate de tonterías!
Volvió a rodear sus hombros, intentando calmar su tembleque y sus
murmullos malsonantes, pero ella parecía demasiado nerviosa, mucho
más que de costumbre.
Ashley, tranquilízate.
No, no para de llamarme, y ya le dije que no quería saber nada más de él,
pero me llama y me llama y me llama, ¡y ahora esto!- exclamó ella-
¡esperarme en mi trabajo, joder!
Dice que vais… que vais a volver juntos.
Escuchó su bufido de rabia y dio un respingo.
Qué gilipollez.
Bajó el rostro para buscar sus labios, pero, antes de que llegara siquiera a
rozarlos con los suyos, Ash se echó hacia atrás.
No, no, no- dijo, casi a voz en grito-, ahora más que nunca lo tengo claro,
y esta vez no me voy a echar hacia atrás, ni voy a caer en ninguna
tentación.
¿De qué hablas?
Cruzó los brazos, molesto.
No quiero esto, no, no me lo merezco, se acabó.- Ashley clavó aquellos
grandes ojos azules en él con una seguridad que le incomodó- Lo quiero
todo, Giovanni, todo o nada.
61.
Giovanni.
“Todo o nada” se repetía en su cabeza sin poder quitarse de la mente
aquellos ojos azules…
Correteó distraídamente en la parte del campo que estaban utilizando
para entrenar.
Sólo quedaban cuarenta minutos para que diera comienzo el partido y no
podía concentrarse, sólo podía verse a él dando media vuelta en silencio
y saliendo de su casa como un perro asustado.
Ni siquiera vio el balón que su compañero le lanzaba, por lo que se llevó
un fuerte golpe en la cabeza que le hizo echarse hacia atrás.
¡Joder!
Se llevó la mano a la nuca, frotándose lo que, sabía, sería un futuro
chichón.
¡Céntrate, D’angelo!- escuchó gritar a Jim, uno de sus entrenadores.
Asintió con un cabeceo, pero, cuando Scott le lanzó otro tiro, no fue capaz
de alcanzarlo.
El gesto de sus compañeros fue de absoluto asombro.
Se agachó hasta ponerse de cuclillas sobre el césped.
¿Estás bien?
Sí.- contestó a Thomas, aunque no era muy consciente desde dónde le
llegaba su voz.
Céntrate, céntrate, céntrate, se repitió.
Sintió cómo alguno de sus compañeros palmeaba su hombro, y cómo los
murmullos de periodistas y de los primeros aficionados se
incrementaban.
¡Giovanni, a correr!- le gritó Jim con un tono de voz más que enfadado.
Se levantó automáticamente y obedeció, moviendo las piernas por pura
inercia, derecha, izquierda, derecha, izquierda.
Estaba tan distraído que chocó contra Scott a mitad de campo.
Frenó de nuevo mientras se disculpaba, observando cómo West se
acercaba a él con un gesto indescriptible.
Miró sus ojos y vio a Ashley.
¿Se puede saber qué te pasa?- preguntó Jordan con un enfado en la voz
muy poco común.
Se llevó las manos a los ojos, apretándose los párpados con fuerza
durante algunos segundos.
¡Giovanni!
Me pasa… ¡Me pasa que estoy enamorado de tu hija, ¿vale?!
Soltó aire lentamente mientras el rostro de West se torcía en una mueca
de incomprensión.
¿Cómo?...- le escuchó murmurar.
De pronto, se volvía a sentir seguro de sí mismo, con confianza.
Buscó a Thomas con la mirada, que, por suerte, andaba cerca, tan cerca
que parecía haber escuchado perfectamente lo que había dicho, pues
lucía una enorme sonrisa.
Su amigo alzó el dedo pulgar.
Es largo de contar, Jordan, y ahora tengo algo que hacer y… me voy.
¡¿Que te vas?!- exclamó él, incrédulo.
Ahora vengo.
¡Vuelve aquí ahora mismo!
Retrocedió los pocos pasos que había dado hasta colocarse de nuevo
frente a él.
Ya no le asustaba el hecho de que Jordan supiera nada, si siquiera le
preocupaba, sólo necesitaba hablar con ella.
Thomas, ¿puedes ir a buscarla, por favor?- murmuró sin mirar a su
amigo.
¡Claro!
¡Explícame a qué viene todo esto, Giovanni!- gruñó Jordan.
Cerró los ojos un instante.
La conocí en Roma, no sabía que era ella, es decir, no sabía que era tu
hija, ni que trabajaba aquí ni nada- empezó a decir-, nos enrollamos y…
bueno, cuando llegué aquí ya lo supe todo y…
Los labios de Jordan se apretaron.
Dime que no es la misma chica de la que hablamos por teléfono, con la
que dijiste que habías sido un capullo…
Sí que era ella- reconoció-, fui a buscarla para pedirle perdón, pero ella
ya no estaba, y no la volví a ver hasta que volví a Sídney.
West se llevó las manos a las sienes, apretándolas con los dedos.
¿Por qué me cuentas esto ahora? No es el momento…
¡Tengo que contártelo!- replicó- Ashley lleva meses queriéndotelo decir
y yo…
¡Meses!
Asintió con la cabeza.
Llevamos un tiempo viéndonos, aunque no de forma continuada, y ella
quería decírtelo, pero yo no, no quería que se enterara nadie.
Jordan dio un par de vueltas sobre sí mismo, murmurando algunas
palabras sueltas que no lograba hilar.
Giovanni, no creo que sea el momento ni el lugar para esto…- dijo al cabo
de un par de minutos-, ya hablaremos luego, después del partido, y…
Volvió el rostro hacia el túnel de vestuarios, junto a los banquillos, por
donde Ashley y Thomas salían como una exhalación.
Se acercó a ellos, seguro de sí mismo.
¿Qué pasa?- preguntó ella con gesto grave- Thomas me ha dicho que te
pasa algo… ¿estás lesionado? ¿te duele el hombro? Deberías ir con los
fisios a que te miraran, algo rápido antes del partido…
Ashley, para.
Thomas se apartó discretamente.
Pero, ¿qué te pasa?
Esbozó una leve sonrisa, extendiendo las manos hasta apoyarlas sobre
sus mejillas.
¿Qué haces?- preguntó ella con un tono de voz demasiado agudo.
¿Esto te parece lo suficientemente público?
Echó un vistazo a su alrededor.
El estadio estaba prácticamente lleno, quedaban quince minutos para el
inicio del partido y la prensa ya tenía sus cámaras preparadas.
¿De qué hablas?- el rostro de Ashley era pura confusión- Me estás
asustando, Giovanni.
He decidido, Ash.
Ella movió la cabeza de un lado a otro, mirando de reojo a toda la gente
que les rodeaba.
Parecían demasiado atentos a lo que pasaba entre ellos.
Y eso era exactamente lo que quería. Lo que buscaba.
Giovanni, en mi idioma.
De acuerdo…
Apretó un poco más las manos sobre su rostro y, muy lentamente, se
acercó hasta pegar los labios a los suyos.
Escuchó su suave gemido de asombro incluso a pesar del ruido que se
desató a su alrededor.
Ya estaba hecho.
Daba igual quién les viera, quién lo supiera, ¿qué importaba?
Apretó su nuca con una mano, intensificando el beso, mientras sentía
como sus dedos se posaban sobre su pecho.
Los murmullos aumentaron su volumen, y pudo escuchar claramente la
voz en grito de Thomas cerca de ellos.
Muy despacio, se separó para clavar los ojos en los de ella.
Todo.- dijo tras unos segundos en silencio.
62.
Ashley.
Sentía que todo el mundo a su alrededor la miraba, incluso allí, sentada
cómodamente en el palco del equipo, junto al presidente.
A si que tú y D’angelo…- murmuró Jeff casi al final de la primera parte.
¿Supone un problema?
Se mostraba más calmada de lo que en realidad estaba. Pero, al parecer,
se estaba preocupando por nada.
Mientras cada uno siga haciendo su trabajo como hasta ahora, a mí me
da lo mismo- contestó su jefe-. Es más, nos dará más publicidad.
Tú siempre tan romántico…
Negó con un cabeceo, de nuevo atenta al partido.
Giovanni estaba exultante, y no pudo evitar sentir una parte de ello era
su responsabilidad.
Por dios, ¿qué se creía?
Giovanni D’angelo no jugaba bien por ella.
Nos viene mejor esto que lo de Carter Bass…
Cierra el pico, Jeff.- replicó.
Cruzó las piernas con una media sonrisa.
Cuando la noche anterior Giovanni se había ido sin decir palabra tras su
orgulloso discurso, pensó que todo se acabaría allí, en ese mismo
instante.
Aquello no se lo esperaba.
Si le hubieran dicho hacía unas horas que él la besaría delante de toda la
prensa deportiva, de su padre, sus compañeros, sus jefes y unos
cincuenta mil aficionados, se habría echado a reír.
Y, sin embargo…
Era increíble.
¿Y cuánto hace que vosotros…?
No seas cotilla.- replicó con una carcajada.
Observó cómo los jugadores se metían en el túnel de vestuarios y
empezaban a servir algunos canapés en el palco.
Pidió un refresco y se lo tomó con calma, ignorando las miradas fijas en
ella, los susurros a su alrededor.
En ese momento, todo aquello le importaba… nada.
Cuando el partido terminó, esperó, como siempre, tras la sala de prensa,
solo que en aquella ocasión se encontraba especialmente nerviosa, como
una cría la noche antes de navidad.
Por dios, ¡era estúpido!
Escuchó el alboroto repentino en la habitación de al lado y se tensó
automáticamente.
Ya salían.
Intentó mantener el rostro impasible, el gesto neutral, cuando los
jugadores empezaron a traspasar las puertas, la mayoría de ellos sin
reparar en su presencia, pues se apartó hacia un lado según se abrió la
puerta.
Vio a través del umbral cómo D’angelo se escaqueaba de la prensa allí
agolpada mientras Thomas se hacía cargo de ellos con su habitual don de
gentes.
Sonrió.
Mucho más cuando vio cómo Giovanni avanzaba directamente hacia ella
con ese gesto felino que tanto le gustaba.
Hola, preciosa.
Se mantuvo en silencio mientras él extendía la mano derecha hacia ella,
acariciando su nuca bajo el cabello, y se inclinaba.
Buscó sus labios suavemente.
Le parecía increíble.
Se besaban a la vista de cualquiera…
Has jugado bien.- se escuchó decir al cabo de unos segundos.
Él rio.
Sí, bueno, mañana a la prensa no le importará que hayamos ganado, o
que alguien haya jugado bien o mal.
Supongo que no- contestó, pasando la palma de su mano por su nuca
húmeda.
¿Quieres que te lleve a casa?
Negó con un cabeceo, esbozando una media sonrisa.
Voy a esperar a mi padre, creo que tengo que hablar con él.
Giovanni soltó aire lentamente.
Sí, ahora mismo no está muy contento conmigo.
¿Qué le has dicho?- preguntó con calma.
Él se inclinó, alzando la mano para colocar su cabello tras la oreja.
El sólo contacto de su piel le mandó una oleada de electricidad.
¿Pero qué le pasaba?
Bueno, digamos que le he hecho un resumen rápido antes del partido y…
no ha vuelto a hablarme desde entonces.
Levantó la ceja derecha con escepticismo.
¿Un resumen rápido?
Gio esbozó esa amplia sonrisa que le aceleraba el pulso.
Dejémoslo así.- terminó por decir- Me voy antes de que aparezca.
Sacudió la cabeza con una risita.
Cobarde…
Él no se esforzó por negarlo, sólo volvió a buscar sus labios un instante,
sin preocuparse por mirar a su alrededor.
¿Me llamas luego?
Sí, anda, vete.- se rio, observando cómo seguía el camino de sus
compañeros.
¿Era todo un sueño?
No se lo creía…
Ash…
Alzó la mirada del suelo, buscando la de su padre, que la observaba
desde la puerta con un gesto prácticamente de asombro.
Papá, te estaba esperando.- contestó, cauta.
Se sentía como una adolescente a la que su padre había pillado con su
primer novio.
¡Por dios, era una mujer adulta!
Sí, tienes mucho que contarme…
No me vas a dar una charlita, ¿verdad?
Se agarró de su brazo con una sonrisa en cuanto él echó a andar de nuevo
hacia la salida. Sus ojos no cambiaron de dirección, pero apretó unos
segundos su mano con la suya.
Con D’angelo…- le escuchó murmurar-, es que no… es decir, me
imaginaba que te estabas viendo con alguien desde hacía tiempo, pero,
cuando se hizo público lo de Carter, pensé que era él.
Bueno…- musitó, intentando encontrar las palabras-, no hemos estado
juntos de manera… constante en realidad, íbamos y veníamos.
Jordan bajó la mirada hacia ella, al principio severa, pero, tras algunos
segundos, se tornó cada vez más tierna.
A si que…
¿Sí?
Giovanni D’angelo…- contestó él mientras atravesaban las puertas hacia
el garaje subterráneo del estadio.
Sonrió, abrazándose un poco más a su costado.
¿Qué te parece eso?
Él movió la cabeza de un lado a otro durante un rato eterno.
Bueno, obviamente me gusta más que Bass… y, por supuesto, muchísimo
más que ese flacucho inútil…
¿Pero?
Jordan abrió la puerta del copiloto de su todoterreno para que subiera a
él antes de dar la vuelta hasta su asiento, en el que se acomodó con un
suspiro mientras ella esperaba impacientemente su respuesta.
No, no tengo peros.
63.
Giovanni.
Estaba sorprendentemente nervioso mientras aparcaba pasada la
medianoche el coche en el garaje de Ashley.
¿Quieres una copa?- la escuchó preguntar según entró en el salón.
No debería.
La observó desde el umbral.
Se había quitado los altísimos tacones, ahora tirados en mitad del pasillo,
y caminaba descalza sobre el brillante suelo blanco, aún enfundada en un
elegante y sobrio vestido negro
Yo sí me voy a tomar una, ha sido un día… raro.
Alzó la ceja derecha con escepticismo.
¿Sólo raro?
Ashley le miró desde el otro lado de la habitación con una media sonrisa
divertida.
Muy raro.- apostilló ella antes de terminar de servirse un gin-tonic.
Échame otro a mí, anda.
Se acercó lentamente hasta apoyarse en el respaldo del sillón más
cercano a ella, como si se dejara arrastrar por su gravedad.
Sólo quería extender la mano y tocarla.
Apretó los brazos sobre el pecho para no dejarse aún más en evidencia.
Estaba claro que ya había hecho el ridículo suficiente por un día.
Por dios, ¡era una locura!
No se dio cuenta de que miraba al suelo hasta que Ashley le tendió una
copa de balón con un familiar líquido transparente y burbujeante dentro.
Observó sus brillantes ojos color turquesa fijos en él y su expresión casi
expectante y sonrió.
¿Por qué me da la sensación de que no te atreves a decirme algo?
Sus labios se curvaron tímidamente.
Quiero hacerte una pregunta, pero ya has sido muy valiente hoy y no
quiero asustarte más.- contestó.
Dio tal trago a su copa que acabó prácticamente con la mitad de su
contenido.
Dime.
Ashley dejó su ginebra sobre la mesa auxiliar y se acercó hasta pegar su
cuerpo al de él.
Sus brazos rodearon su cuello y aspiró su dulce aroma.
¿Qué vamos a hacer ahora?
¿A qué te refieres?- murmuró, pasando la punta de la nariz por su cuello
descubierto.
Ahora que todo el mundo lo sabe…
Soltó una leve carcajada.
Parecía casi asustada, y eso le animó.
Tendremos una relación normal, ¿no era eso lo que querías?
Se sentía tan extraño hablando de aquello…
Pero- empezó a decir ella mientras pasaba los dedos entre las hebras de
su cabello-, ¿es eso lo que tú quieres?
¿No crees que hoy lo he dejado claro?
Ashley sacudió la cabeza, haciendo volar su pelo rubio.
Sólo quiero que estés seguro, ¿quieres dejar tus ligoteos de una noche, el
pasearte con modelos por las galas, seducir a jovencitas en las
discotecas?
No pudo evitar echarse a reír, algo que no cambió su expresión casi
divertida.
¿De qué te ríes tanto?
Negó con un cabeceo y pasó los brazos alrededor de su cintura,
apretando sus caderas con la palma de la mano libre.
Ahora la que parece asustada eres tú.- contestó.
Y tú pareces encantado con eso.
Amplió su sonrisa.
Ver a Ashley West perdiendo su insoldable confianza era algo
extraordinario, y, sí, no negaba que eso le hacía una ilusión algo estúpida.
Venga, deja de pensar en tonterías, Ash.
Ella se estiró para alcanzar su copa, bebiendo hasta casi terminarla. La
imitó, dejando ambas sobre la mesa para rodearla de nuevo.
Sintió cómo sus manos se apoyaban sobre su camiseta a la altura del
pecho y soltó aire lentamente.
¿Has hablado con tu padre?
Ash asintió con un gesto.
¿Qué te ha dicho?- preguntó, casi temeroso.
Lo que sentía por Ashley era algo nuevo para él, pero le asustaba la idea
de que su mayor ídolo, su referente, empezara a tratarle de forma
distinta. Aún tenía muchas cosas que aprender de él.
Estaba un poco flipado, la verdad.
Deslizó los dedos por su vestido, buscando la cremallera trasera, que
bajó lentamente, disfrutando de su sutil tembleque.
No está muy contento de que hayamos estado ocultándole esto,
aunque…
Buscó sus ojos con los suyos, esperando con ansia a que continuara.
Pasó las manos por sus hombros para desprenderla de toda la tela que la
cubría, algo que hizo que ella abriera los labios en una “o” casi perfecta.
¿Aunque?- la instó, inclinándose sobre ella para rozar sus labios.
De un rápido movimiento, desabrochó el enganche delantero de su
sujetador, sonriendo al escuchar el sonido que hizo al tocar el suelo.
Ashley…
Me ha dicho…- empezó a contestar ella con un suave jadeo-, que…
bueno, que no te ponía peros.
En su interior, respiró aliviado.
Sin embargo, en aquel momento no era capaz de pensar con demasiada
claridad, no cuando su piel desnuda estaba tan cerca, cuando sus dedos
podían recorrer cada centímetro de su cuerpo con sólo estirarse, cuando
podía aspirar el afrutado olor de su cabello suelto.
Giovanni…
Apretó los labios ante su ronco murmullo.
¿Qué?
Quítate la ropa.- dijo ella, casi en una orden.
Quello che ordini (lo que ordenes).
En italiano no…
Se separó lo suficiente como para deshacerse de su camiseta y lanzarla al
sofá, dejando caer después sus pantalones.
Non ti piace la mia lingua? (¿no te gusta mi idioma?)- murmuró,
agarrando sus caderas con fuerza.
Sabes que me gusta… demasiado.
La alzó del suelo, acomodando sus piernas alrededor de su cintura.
Mordió tiernamente su labio inferior y ella se echó a reír, pasando los
brazos alrededor de su cuello.
Si es el idioma lo que te pone cachonda, ¿qué hacías cuando vivías allí?
Caminó con calma hacia las escaleras y las subió, procurando de tenerla
bien agarrada.
Mira que eres tonto…- rio Ashley-, eres tú el que me pone cachonda.
Se detuvo dentro de su habitación.
Yo hablando italiano.
Ash apretó las manos sobre su rostro, buscando lentamente sus labios
con un leve gemido que le llenó de ardores.
Mejor tú sin hablar.- se burló.
64.
Ashley.
Deslizó los dedos por los contornos de uno de los enormes tatuajes de su
espalda.
Se sentía como en una nube, por muy estúpido que le sonara.
¿No puedes dejar de toquetearme?
Sonrió, dejándose caer sobre él.
Eres un idiota…
Sintió cómo su cuerpo se movía bajo ella al reír antes de que volteara,
sujetándola con ambos brazos.
Buenos días.- le escuchó murmurar.
Buscó sus labios sin borrar la sonrisa.
Buenos días…
Giovanni pasó los brazos a su alrededor, apretándola hasta casi dejarla
sin respiración.
No quiero estropear este momento, pero…- empezó a decir él- estoy
hambriento.
Algo me dice que el desayuno va a aparecer en breve…
Se incorporó para ponerse en pie, pero él la alcanzó antes de que tocara
el suelo.
¿Qué dices?
Intentó deshacerse de su agarre, pero la mantenía firmemente contra su
cadera, imposibilitando su huida.
¡Déjame en el suelo!
Él se echó a reír, pero su carcajada se vio interrumpida por el timbre de
la puerta principal.
Te lo dije…- murmuró, curvando los labios en una sonrisa.
¿Quién es?
Por fin, pudo liberarse.
Se apresuró a alcanzar unos vaqueros y una camiseta, lanzándole a él su
ropa, que atrapó con envidiable facilidad.
Tú qué crees.- se burló antes del segundo timbrazo.
Bajó casi a la carrera las escaleras ante la siguiente llamada.
Era irritante.
Abrió desde dentro la verja exterior, antes de hacer lo propio con la
puerta, sin evitar un gruñido malhumorado.
¡Ya era hora!
Se echó a un lado en cuanto vio las cámaras tras la valla.
Encima no protestes.- bufó, agachándose para coger en brazos a la
pequeña Lilly, que extendió los brazos hacia ella según entró junto a sus
padres.- Hola, preciosa.
Hemos venido a desayunar contigo.
Dio un sonoro beso en su mejilla y la dejó de nuevo sobre el suelo,
dirigiéndose hacia la cocina mientras Lisa reía a su espalda.
Venga, enana, lleva el mantel al porche, toma.
¡VOY!
Esperó hasta que Lilly desapareciera por la puerta para echarle una
mirada a Thomas, apoyado con indolencia contra el umbral.
¿Por qué eres tan molesto?
¿Dónde está tu noviecito?- replicó él con una gran sonrisa.
¿Qué te hace suponer que está aquí?
Puso en marcha la cafetera, intentando mantener la compostura.
Me lo ha dicho un periodista de fuera, que le vio entrar anoche y ha
hecho guardia por si salía.
Alzó la mirada con sorpresa.
¡¿Ha estado ahí toda la noche?!
Sí- contestó Lisa-, y ahora hay mucha más prensa fuera.
Negó con un cabeceo, sirviendo el café en varias tazas.
Buenos días.
No volteó para mirarlo a pesar de que moría por hacerlo.
Por dios, parecía una cría, protestó para sí.
¡Hombre, el italiano de moda!
No grites.- farfulló en dirección a Thomas mientras le tendía dos tazas.
Igualmente, le dio las otras dos a Lisa y les observó marchar hacia la
terraza sin dejar de reír.
¿Cómo sabías que eran ellos?
Soltó un leve jadeo cuando sintió cómo su brazo derecho rodeaba su
cintura y sus labios se pegaban a su cuello.
Thomas es una maruja.- contestó con un hilo de voz.
Giovanni prodigó un leve beso en su coronilla antes de separase.
Le dio la taza que guardaba especialmente para su ahijada y la llenó de
leche antes de señalarle la puerta.
Venga, ve.
Le siguió con un enorme bote de cacao en polvo y varias cajas con dulces.
Se sentía como una adolescente hormonada observando el trasero del
capitán del equipo de fútbol del instituto.
¿Me estás mirando el culo, pervertida?- se rio Gio, sin siquiera girarse,
antes de llegar a la terraza, desde donde ya les llegaban los gritos de la
familia Perks.
Puede que un poco.
Dio un par de largas zancadas para alcanzarle, rozando discretamente su
brazo.
Giovanni se inclinó sobre ella para hablar en su oído.
Puedes mirar lo que quieras…
Apretó los labios para evitar una contestación y se adelantó lo suficiente
como para salir al porche trasero.
Lilly ya ocupaba la silla central, con sus padres a la izquierda. Se sentó al
otro lado, frente a Lisa, y le tendió el cacao.
¿Has traído mis bollos, tía?
Le enseñó la caja rosa con una sonrisa antes de que ella aplaudiera con
entusiasmo.
Bueeno… ¿habéis leído la prensa hoy?
No.- contestó simplemente a su amigo.
Supongo que habréis estado ocupados…
Lilly alzó la mirada de su tazón.
¿En qué?
En dormir, princesa.- respondió, lanzándole una indignada mirada a
Lisa, que reía entre dientes.
¡¿DORMÍS JUNTOS?!
Giovanni, a su lado, soltó una carcajada.
¿Como papá y mamá?- siguió diciendo la niña, aún con su dulce en la
mano.
No, cariño, mucho más y mucho mejor que papá y mamá.
Thomas negó con la cabeza sin borrar la sonrisa.
Ésa ha sido buena, lo reconozco.
Entonces… ¿sois novios?
Miró al italiano, estirando las comisuras en un gesto divertido ante el que
él no se vino abajo.
Qué preguntas más difíciles hacen los niños, ¿verdad?
Él soltó una leve carcajada, inclinándose para mirar a Lilly.
Sí, bambina, somos novios.
65.
Giovanni.
Si la reacción de Lilly fue intensa, la de la prensa del corazón y deportiva
excedía límites.
Era como si un enorme foco se dirigiera directamente hacia ellos, y,
sorprendentemente, ese hecho no le asustó.
Por supuesto, tanto su madre como sus hermanas no tardaron en llamar
para alegrarse por la noticia y, al mismo tiempo, criticarle por haberse
tenido que enterar por internet.
“No lo pensé, sólo surgió”, les había repetido ante sus sutiles reproches.
Era una locura.
Había tanto revuelo que Ashley y él decidieron seguir con su habitual
rutina, sin citas o actos públicos que dieran aún más que hablar.
Dos días después de la gran noticia, iba a volver a ver a Jordan después
de todo, y estaba algo inquieto.
A pesar de que Ash le había asegurado que su padre no tenía nada en
contra de su relación, era como si necesitara una confirmación expresa
de que lo que hacía no le parecía mal.
Se cambió en silencio en el vestuario mientras Thomas parloteaba sin
cesar con el resto de sus compañeros.
Gio… Gio…
Se calzó las zapatillas, mirando a un punto del infinito.
Gio… ¡GIO!
Alzó la mirada hacia Thomas, dando un respingo sobre el banco.
Joder, qué.- protestó.
Déjale en paz, Perks, está pensando en su chica…- bromeó otro
compañero.
Las risas fueron generalizadas.
¡Cuéntanos!
¿Cómo empezó… eso?
¡Con Ashley!
Es increíble…
Se llevó los dedos a las sienes y las apretó con fuerza.
Cortad el rollo.- gruñó por lo bajo.
¡Pero cuenta!
Negó con un cabeceo, poniéndose en pie de un salto.
Por dios, no hay nada que contar.
¡Pero… Ashley!
¿Qué tiene de raro?- terminó diciendo, torciendo los labios en una
mueca de incomprensión.
Pues… pues…- empezó a decir Scott- pues… ¡que es Ashley West!
Thomas se adelantó para pasar un brazo sobre sus hombros, apretándole
durante unos segundos con una simpática palmada.
Dejadle en paz, le estáis agobiando.
Esto es absurdo.
Chicos, ¿estáis listos?- interrumpió otra voz desde la puerta de los
vestuarios.
Automáticamente, su cuerpo se tensó y Thomas se echó a reír.
Algunos más que otros…
Extendió el codo para golpear sus costillas, a lo que hubo más risas.
Vamos, al campo.- siguió diciendo Jordan, apartándose a un lado.
Esperó intencionadamente a que todos le adelantaran, quedándose a la
altura de su mayor ídolo con una inseguridad nada habitual en él.
Jordan…
Giovanni…- replicó él, haciendo una pausa antes de apoyar su mano
sobre su hombro-, quiero que sepas que no tengo nada en contra de que
salgas con mi hija, es… bueno, si la haces feliz, me parece bien, yo no
tengo intención de meterme en eso…
Entiendo que te parezca… extraño- apostilló.
West encogió sus enormes hombros con una leve sonrisa, haciéndole un
gesto para que le acompañara de camino hacia el campo, donde ya todos
sus compañeros estaban calentando.
En realidad, mientras salía con ese imbécil de Lloyd, le dije mil veces que
debía buscar a alguien más parecido a ella, alguien que la apoyara y que
amara todo esto como ella… supongo que tú eres lo más parecido a lo
que yo quería para Ashley.
No pudo evitar curvar los labios en una leve sonrisa.
Entonces… ¿todo bien?- preguntó.
Jordan le tendió la mano y la estrechó con firmeza, apretando los labios
para evitar un suspiro de alivio.
Todo bien.
Sonrió de nuevo.
Pero no voy a tratarte de forma distinta- siguió hablando West-, te
exigiré lo mismo de siempre y tendrás que mantener tu nivel, me da igual
lo que pase fuera de este campo.
Es lo único que quiero.

Ashley.
Venga, deja de leer esas cosas.
Le lanzó una mirada airada a Lisa, que alzó los brazos en el aire antes de
soltar una leve carcajada.
Volvió los ojos de nuevo hacia la pantalla y gruñó por lo bajo.
“Sólo 24 horas después de anunciar su relación con Ashley West,
Giovanni D’angelo pasa la noche con su ex amante Julia Russo.”
“Las 20 “chicas” de D’angelo”
“Giovanni D’angelo conquista a Ashley West justo antes de la renovación
de su contrato, ¿casualidad?”
“Ashley West, la última conquista del soltero de oro”
“Las 15 razones de Giovanni D’angelo para elegir a Ashley West”
“La hija del GRAN Jordan West, la última en la larga lista de D’angelo”
“La extraña pareja o cómo conseguir una mejora en el contrato”
Todos los titulares eran igualmente ofensivos.
Sólo había dos o tres crónicas en las que se alegraban de su relación.
Era deprimente.
No me jodas…
Venga, Ash, no hagas caso a la prensa
Negó con un cabeceo, repiqueteando las uñas sobre la mesa de su jardín
trasero mientras Lisa le arrebataba el ordenador portátil y lo cerraba.
Que Gio ha sido un mujeriego ya lo sabías…
Eso no me preocupa.- replicó, echándose hacia atrás.
Bebió un trago más de su copa de vino.
¿Entonces?
Alzó el brazo para alcanzar el último Nigiri, uno de los platos que Lisa
había traído para comer directamente de su restaurante de sushi
favorito.
¿Crees que ha hecho público ahora todo esto para mejorar su contrato?-
preguntó, intentando no pensar en sus propias palabras- Es decir, sé que
estaban en negociaciones, y, por lo que sé, no estaba avanzando nada
antes de… eso.
Su amiga sacudió la cabeza, lanzando un grito indignado.
Por amor de dios, no digas tonterías, a él le gustas y…
Sé que le gusto- le interrumpió-, pero esta idea no es una locura, Lisa, él
no quería que nadie supiera lo nuestro, ¿por qué ahora sí?
66.
Ashley.
No paraba de darle vueltas al tema, incluso aunque que Lisa le había
repetido varias veces que sólo eran paranoias suyas.
Pero, ¿qué le pasaba?
A pesar de que era su día libre, fue a la oficina después de comer con la
excusa de tener que repasar unos informes.
Sin embargo, según aparcó en el parking subterráneo, fue directamente
hasta el despacho de Jeff, en la última planta, justo sobre el suyo.
Llamó con dos toques de nudillos contra la puerta.
¡Soy yo!
Pasa.
Obedeció, repentinamente ansiosa, recorriendo todo el espacio hasta su
escritorio, justo frente al inmenso ventanal con vistas al campo de
entrenamiento.
¿Por qué estás aquí?- preguntó su jefe sin levantar la mirada de su
ordenador-Creía que tenías el día libre.
Quería repasar una cosa…
Eso está bien.
Sonrió.
Oye, ¿cómo va… la renovación de Giovanni?
Jeff alzó la mirada hacia ella, curvando las cejas en una mueca de
incomprensión.
¿Por qué me preguntas a mí y no a él?
Porque es un asunto de trabajo y no personal.- contestó con seguridad.
Vale, vale.
Alzó la mano en el aire.
¿Entonces?
Seguramente esta semana lo cerremos, aceptaremos la subida que su
representante pide.- terminó por decir él tras unos minutos en un
agobiante silencio.
¿Por qué?
Jeff encogió los hombros, volviendo de nuevo la mirada hacia la pantalla
de su ordenador.
Creí que eso te alegraría, pero pareces enfadada.
No estoy enfadada- replicó rápidamente-, sólo pregunto por qué vais a
aceptar la subida.
Bueno, ha dado un buen resultado, todos los entrenadores están muy
contentos con él, y es una apuesta tuya, eso nos tranquiliza.
No pudo evitar una leve sonrisa.
Además, el abogado opina que vuestra relación le confiere un punto de
apego.
¿Eso qué significa?- gruñó, de pronto irritada.
Pues que no nos importa aumentar su cláusula de rescisión porque si
salís juntos no querrá irse de aquí.

A pesar de que tenía sentido, era lo que no quería oír.
De repente, el contrato de Giovanni aumentaría en un 50% después de
semanas de negociación, y todo por aquel apasionado beso en público.
Era…
No sabía qué pensar.
Me voy- se oyó decir-, luego hablamos.
¿Estás bien, Ash?
Sí, sí…- musitó de camino a la puerta.
Se apoyó contra ésta al salir durante algunos minutos.
¿Qué iba a hacer ahora?
Sacudió la cabeza, confusa, antes de retomar su camino, recorriendo los
pasillos hasta salir del edificio.
¡Ash!
Frenó hasta que Thomas se puso a su altura, correteando como un niño
pequeño.
Hola.
Uh, qué sosez- protestó su amigo, rodeando sus hombros con los brazos
en un fuerte abrazo-, ¿qué te pasa?
Nada, ¿qué me va a pasar?
Thomas la soltó, llevándose una mano a la frente para apartar su cabello
rubio de los ojos.
¿Y por qué tienes esa cara de higo?
Déjame en paz, payaso.- replicó, golpeando su pecho con el puño.
¿Qué pasa, anoche no echaste un casquete y eso te pone de mal humor?
Thomas…- le reprochó otra voz tras ellos.
Ambos se volvieron para mirar el gesto divertido de Giovanni, que estaba
parado a pocos pasos con los brazos cruzados sobre el pecho.
¿Por qué siempre que digo algo inapropiado me pilla?- bromeó su
amigo, alzando las cejas en un gesto cómico.
Porque eres un bocazas.
Es posible… bueno, voy a cambiarme.
Se mantuvo estática, con los brazos colgando a ambos lados de las
caderas, mientras Gio se acercaba a ella.
Creía que era tu día libre.
Lo era.- afirmó, dejando que su mano se apoyara contra su mejilla.
¿Y qué haces aquí?
Se encogió de hombros, intentando mantener la sonrisa.
Tenía que hablar unas cosas con Jeff.
Los labios de Giovanni se curvaron en una mueca.
¿Estás bien, Ashley?
Sí, no sé- contestó, sacudiendo la cabeza-, creo que el sushi que me ha
traído Lisa no me ha sentado muy bien.
¿Seguro que es eso?
Amplió su sonrisa un poco más.
Sí, tranquilo, ¿has terminado?
Aún tengo que darme una ducha, no puedo ir por ahí así de asqueroso.
Rio suavemente.
Ve, yo me vuelvo a casa.
¿Nos vemos luego?- preguntó él, inclinándose hasta pegar los labios a los
suyos, apenas unos segundos.
Sí, como quieras.
¿Seguro que no te pasa nada?
Observó sus preciosos ojos azules.
Estaba tan confundida…
Por una parte, sabía que a él le gustaba, no le cabía duda, había fuego en
su mirada cuando estaban juntos, pero…
Su relación le convenía, estaba claro.
¿Era sólo una casualidad que lo hiciera público justo cuando estaban
negociando su contrato?
La vida le había enseñado que las casualidades no existían.
No pasa nada.- repitió- Ve al vestuario, luego hablamos.
No pudo evitar cerrar los ojos cuando volvió a besarla suavemente,
deslizando los dedos por su cabello suelto.
Su cabeza daba vueltas, dividida entre la confusión y aquel intenso deseo
que le quemaba por dentro.
¿Qué iba a hacer?
67.
Giovanni.
¿Te ha dicho Ashley qué le pasa?
Thomas volvió el rostro hacia él mientras alcanzaba una camiseta de su
taquilla.
¿Le pasa algo?
No sé- contestó, encogiéndose de hombros-, la he notado algo rara.
¿Habéis discutido?
Negó con un cabeceo.
No, ayer estaba normal.
Pues no sé- replicó su amigo-, ha pasado la mañana con Lisa, a lo mejor
ella sabe algo.
Le observó coger el teléfono y escribir algo en él.
Esperó en silencio a que volviera a hablar.
Ammm…
¿Ammm?
Al parecer ha estado leyendo la prensa- dijo Thomas, volviendo a dejar
el teléfono en el banco-, y ya sabes lo que suelen escribir…
Se puso la ropa a toda prisa, casi con rudeza.
Maravilloso.
Venga, paciencia.
Tengo que ver qué cojones han publicado.- murmuró, cogiendo el móvil
y saliendo casi a la carrera.
Buscó sus nombres en internet de camino al coche y leyó todos los
titulares que encontró.
Joder…
Cada cosa que leía era peor que la anterior.
Por dios, si hasta se decía que había pasado la noche anterior con Julia.
¿Qué locura era aquella?
Profirió una retahíla de improperios en su lengua materna mientras
arrancaba el deportivo y se dirigía hacia la casa de Ashley.
Tenía que hablar con ella.
No podía dejar que creyera en toda esa sarta de mentiras.
Viendo que había prensa alrededor del chalet, avisó a Ashley para que le
abriera directamente el garaje y entró por ahí.
Ella le esperaba tumbada sobre el sofá del salón, con las piernas sobre el
respaldo, haciendo que su camisón de seda negro se arremolinara sobre
sus muslos. Tenía la mirada fija en la televisión encendida, aunque no
parecía prestar atención.
Qué pronto has salido.- le escuchó decir.
Se sentó junto a ella en el enorme diván, pasando la mano por una de sus
piernas desnudas.
Sintió cómo, automáticamente, su piel se erizó.
Me he dado prisa.
¿Y eso?
A pesar de que mantenían una conversación, ella seguía sin mirarle.
Quería hablar contigo.
Fue entonces cuando dirigió sus ojos hacia él.
¿Sobre qué?- preguntó lentamente.
Deslizó los dedos por su piel, de arriba abajo por su larga pierna.
Sabes que lo que dice la prensa no es cierto, ¿verdad?
Ashley se mantuvo en silencio durante unos segundos eternos.
No he pasado la noche con ninguna otra.- precisó.
Lo sé.
Se inclinó sobre ella para besar sus labios entreabiertos y sintió cómo sus
brazos se enroscaban alrededor de su cuello.
He leído los titulares y son…
Sí, preciosos.- le interrumpió ella.
Pasó la mano por su nuca para acercarla un poco más a él.
¿Hay algo más que te preocupe?
No…- murmuró Ashley.
Torció la mueca ante su tono nada convencido.
Ash… ¿qué pasa?
Ella se levantó de un salto, deshaciéndose de su agarre para dar un par
de vueltas por toda la habitación.
Es que… es todo tan…
¿Tan?- preguntó, irritado.
¡Tan complicado!
Le lanzó una mirada enojada.
¿En serio? ¿Complicado?- replicó- Hace dos días que empezó esto, y te
recuerdo que fuiste tú la que quería hacerlo público.
Ashley se acercó de nuevo con un gesto casi asustado, dejándose caer
sobre su regazo.
Se mantuvo estático, intentando no reaccionar ante su contacto.
Perdona, es que… supongo que he leído demasiada mierda.
Ya conocías mi pasado.
Ya…
Ashley pegó el rostro al suyo, buscando sus labios suavemente.
¿O no es sólo eso?- inquirió, pasando los brazos alrededor de su cintura
para acomodarla sobre su regazo.
¿Por qué dejaba de pensar en cuanto ella se acercaba?
Era frustrante.
Siempre había tenido el control. Siempre, desde niño, desde que decidió
cuál era la pasión de su vida. Sabía qué debía hacer, qué paso daría a
continuación, tanto fuera como dentro del campo.
Pero ahora se sentía perdido.
¿Cómo va la negociación de tu contrato?
Inclinó el rostro hacia la derecha.
¿Quieres hablar de trabajo?- preguntó, deslizando los dedos por debajo
de su camisón, siguiendo el dibujo de su columna.
No…
Hasta su voz le parecía deliciosa.
Ash apretó los muslos alrededor de sus caderas y perdió por completo el
hilo de sus pensamientos.
Baciami (bésame)…- murmuró, pidiendo un beso en su idioma materno
Ella mordió tiernamente su labio inferior.
Apoyó ambas manos sobre sus caderas y se deshizo de su ropa.
Su piel ardía de impaciencia.
¿Vamos a dejar ya el tema?
Sí…- contestó Ash, con la mejilla pegada a la suya.
¿Nada sobre mi pasado?
Nada.
¿Ni sobre el trabajo?
Su respuesta fue un beso terremoto que hizo que lo olvidara todo de
nuevo.
68.
Ashley.
Se mantuvo discretamente en la parte de atrás de la sala de prensa
mientras se hacía oficial la renovación del contrato de Giovanni.
Estaban todas las sillas ocupadas, e incluso había fotógrafos y cronistas
de pie a ambos lados.
En la mesa, bajo la enorme imagen del escudo de los Thunders, Giovanni
y Jeff llevaban a cabo el acto, intercambiándose los documentos en los
que firmaban con una enorme sonrisa.
Ya había pasado una semana desde que leyera aquellos horribles
titulares y seguía dándole vueltas al tema.
En aquel momento, el caché de D’angelo se estaba disparando, y hasta su
jefe reconocía que su relación tenía algo que ver con aquello.
No quería obsesionarse con aquello, pero…
¿Qué pasaría después?
¿Y si Giovanni pasaba de ella porque ya había conseguido lo que quería?
Sería humillante.
¿Qué haces aquí escondida?
Hola, papá.
Hola, cariño.- contestó él, rodeando sus hombros con un brazo.
Dejó caer la cabeza sobre su pecho.
¿No deberías estar ahí en primera fila?
Negó con un cabeceo.
Nunca participo en las renovaciones.
Jordan soltó una leve carcajada.
Esto no es un caso normal, ¿no crees?
Prefiero no tener nada que ver.- replicó.
Su padre se inclinó sobre ella, clavando aquellos ojos gemelos en los
suyos.
¿Estás bien?
Sonrió, alzándose sobre las puntas de los tacones para dar un beso en su
mejilla caliente.
Perfectamente.- afirmó- ¿Lo tienes todo preparado para el partido de
esta noche?
Vamos a arrasar.
Rio suavemente, volviendo la mirada hacia el frente, donde Jeff y
Giovanni se estrechaban la mano ante los aplausos de la prensa.
Eso espero…
Bueno, cielo, tengo que volver al campo.
Sonrió cuando él besó su cabeza antes de marcharse en dirección a la
puerta.
Discretamente, se deslizó entre la gente hasta llegar al pasillo que llevaba
a la zona de dirección, por donde la prensa no podía pasar. Por suerte.
Esperó a que todo el jaleo se disolviera, los periodistas se fueran y
Giovanni apareciera por el corredor.
Tenía una sonrisa deslumbrante, y lucía tan elegante que sintió ganas de
arrancarle el traje a jirones.
Joder, se sentía como una adolescente.
¿Dónde te habías escondido?
Sonrió, observando cómo se deshacía de la corbata azul y la guardaba en
el bolsillo del pantalón, abriéndose los primeros botones de la camisa
mientras caminaba hacia ella.
No quería llamar demasiado la atención.- contestó.
Giovanni pasó las manos alrededor de la cintura de su vestido.
Eso es difícil.
No seas pelota.
Se alzó para pegar los labios a los suyos, aunque no estaba preparada
para su repentino entusiasmo.
Dio un respingo cuando su mano se apretó contra su cadera.
Gio… aquí no.
No puedo evitarlo…- murmuró él, mordisqueando su labio inferior con
brutal sexualidad.
Venga, suéltame.
Está bien…
A pesar de sus palabras, mantuvo un brazo a su alrededor.
¿Quieres que salgamos mañana a celebrar la renovación?
Apoyó las manos sobre la pechera de su camisa, deslizándolas por el
cuello de la americana.
¿Te parece buena idea aparecer ahora en público?- preguntó,
acariciando levemente la piel bronceada de su cuello con un dedo- La
prensa está un poco revuelta…
¿Qué más da?
Se encogió de hombros, apretándose un poquito más contra su cálido
cuerpo.
Está bien, saldremos.
¿No te apetece?
Aspiró el masculino olor de su piel.
Claro que me apetece.- respondió- Has conseguido una buena subida…
Eso parece.
Giovanni se inclinó para besarla de nuevo, apretando su nuca con la
mano libre.
¿Estás contento?- inquirió cuando se separó apenas unos centímetros.
Me da un poco igual…
Torció los labios en una mueca.
¿Te da igual?
Tengo más dinero del que puedo gastar- contestó él-, ¿tan importante
crees que es?
Negó con un cabeceo.
El mundo del rugby movía muchísimo dinero.
Su padre había cobrado una cantidad impronunciable mientras jugaba, y
seguía teniendo un sueldo astronómico como entrenador. Además, ella
era una de las personas mejor pagadas de los Thunders. Por lo que eso
nunca había sido un problema, y también consideraba que tenía más
dinero del que necesitaba.
Sin embargo, siempre que cualquier miembro del equipo o personal
renovaba su contrato, pedía más.
¿Por qué?
¿Y por qué seguía dándole vueltas al tema?

Giovanni.
Después de dejar a Ashley, volvió a la concentración con el equipo antes
del importante partido de esa noche.
A pesar de que ya habían aclarado las cosas días antes, Ashley parecía
igual de extraña, y no podía hacerse una idea de lo que le pasaba.
Sólo encontraba una solución.
Debía saber cuál era el problema.
Por lo que, una vez en el vestuario y antes de que nadie le viera, cogió el
teléfono y marcó el número de la única persona que creía que podía
ayudarle a entender qué le pasaba.
¿Sí?
Hola, Lisa, soy Giovanni.
Sonrió al escuchar un agudo grito a través del teléfono.
Perdona, Gio, es Lilly- precisó ella-, es que tengo el manos libres del
coche.
Rio.
Tengo que hacerte una pregunta.
69.
Ashley.
Una semana después, se odiaba a sí misma por no poder disfrutar de su
nueva relación sin pensar en que se sustentaba en una mentira.
¿Es que era idiota?
Es como si necesitara una prueba que resolviera toda sus dudas…
Pero, ¿quién se creía, una princesa de cuento?
Por dios.
La prensa tampoco ayudaba. Habían publicado al menos una columna
diaria sobre lo conveniente que era que D’angelo anunciara
públicamente su relación mientras en los despachos se discutía sobre su
contrato. No sobre si renovarle o no, eso era algo que todos se esperaban
por su magnífico rendimiento, sino sobre aumentar sus honorarios en…
una barbaridad.
Pero, ¿por qué no podía olvidarlo?
Cada vez que lo recordaba, se irritaba.
Para ya, se dijo, enfadada.
Como siempre, se dio una vuelta por los pasillos del estadio justo antes
de un importante partido que les enfrentaría a los terceros en la liga.
Era una especie de ritual que no podía evitar.
Terminó su paseo frente a los vestuarios. En la puerta de éstos, Giovanni
se mantenía apoyado contra la pared, con los ojos cerrados y los brazos
cruzados sobre el pecho.
Hola, guapo.
Él alzó los párpados automáticamente y curvó aquellos sensuales labios
en una media sonrisa.
Hola…
Se acercó hasta pegar los labios contra los suyos.
Sintió cómo sus manos se apoyaban sobre su espalda con un leve
tembleque y buscó su mirada, confusa.
¿Qué te pasa?
¿Pasarme?- replicó Gio con un tono algo agitado, nada habitual en su
insoldable seguridad- ¡No me pasa nada!
Entrecerró los ojos.
Pareces nervioso…
Su mirada vagó de un lado a otro durante algunos segundos.
Estoy bien… como siempre.
¿Seguro?- inquirió, pasando las manos por su cuello con una media
sonrisa.
Calla…
Giovanni terminó la conversación con un apasionado beso que,
efectivamente, le hizo perder el hilo.
Venga, venga, menos besuqueo- interrumpió la inconfundible voz de
Thomas a su espalda-, vamos a salir ya.
Se separó con una sonrisa, alzándose sobre las puntas de sus zapatillas
para procurar un último beso en la comisura de sus labios antes de
volverse hacia Thomas y golpear su hombro con el puño.
Mucha suerte, idiota.
Para suerte la tuya…- le escuchó murmurar.
Se volvió hacia él justo a tiempo de ver cómo Giovanni le lanzaba una
mirada envenenada.
¿Qué estáis tramando?
¡Nada, qué tontería!- se apresuró a contestar Thomas, empujando a su
amigo dentro del vestuario.
Se encogió de hombros, confusa, y se dirigió de nuevo hacia el palco de
dirección, sentándose junto a Jeff, que, como siempre, lucía una de sus
sonrisas de anuncio.
¿Nerviosa?- le escuchó preguntar.
Le miró por el rabillo del ojo.
¿Por qué iba a estar nerviosa?
¿Qué le pasaba hoy a todo el mundo?

Faltaban diez minutos para el final del partido y, a pesar de que el


marcador les beneficiaba, estaban jugando de forma extraña. Parecía que
todos los pases iban dirigidos hacia D’angelo, que lucía especialmente
ansioso por marcar un ensayo.
Era un jugador con un hambre increíble, pero aquello se pasaba de su
entusiasmo natural.
Se inclinó hacia delante para ver la siguiente jugada mientras Jeff
murmuraba algo que no logró adivinar.
Fue increíble. Un pase perfecto tras otro en el que participaron
prácticamente cada uno de los jugadores y que, una vez más, acabó en
Giovanni, que recorrió varios metros con la presión implacable de la
defensa contraria.
Se fue levantando a medida que avanzaban con el balón hacia la zona de
anotación del equipo visitante.
Vamos, vamos…., vamos…
Venga, D’angelo, venga…- escuchó a Jeff, extrañamente ansioso.
Cuando Giovanni llegó a la línea, ya estaba totalmente en pie, observando
cómo se apoyaba el balón contra el pecho y se lanzaba al suelo con un
salto increíblemente atlético.
¡Sí, joder!
¿Por qué te emocionas tantísimo?- preguntó en un murmullo.
Sus ojos vagaron de un lado a otro durante unos segundos.
Es… importante.
Estaba rarísimo.
Miró a su jefe con asombro antes de volver la mirada hacia el campo,
donde se desató la euforia.
Era como si hubieran ganado alguna final.
Todos los jugadores se acercaron a Giovanni para celebrar el, al parecer,
esperado ensayo, el tanto con mayor puntuación del partido, y no pudo
evitar sonreír al ver lo unidos que parecían.
Era una locura que él sólo quisiera quedarse por dinero.
Dos minutos después, en cuanto pudo levantarse lleno de hierba y barro
del suelo, Gio se dirigió seguido muy de cerca de sus compañeros hasta el
centro del campo, donde se paró de frente al palco donde estaba junto al
resto de directivos.
A pesar de la distancia, parecía que sus profundos ojos azules estaban
fijos específicamente en ella.
Entonces, alzó el dedo y la señaló, como si supiera exactamente dónde
estaba sentada.
Pero era imposible, ¿no?
Su sonrisa era inmensa.
De repente, cogió el dobladillo de su camiseta y la alzó hasta la cabeza,
mostrando otra blanca con unas grandes letras oscuras.
Entrecerró los ojos para poder leer lo que ponía con claridad: MIRA LA
PANTALLA.
Casi asustada, obedeció muy lentamente.
¿Qué…
Todo el estadio estalló en sonoras exclamaciones, pero ella no era capaz
de entender qué estaba leyendo.
Miró alternativamente a Giovanni y a la pantalla en la que se mostraba
normalmente el marcador.
Incluso los jugadores del equipo contrario respetaron en aquel momento
y aplaudieron.
Y, finalmente, sus labios se curvaron en una enorme sonrisa y dio un
salto que sorprendió a todos los presentes, aunque menos que el agudo
grito que escapó de su boca.
Volvió a leer las enormes letras: CÁSATE CONMIGO.
¡SÍ!- gritó a pesar de que él no podía oírla.
Claro que sí, pensó.
70.
Giovanni.
Después de haber terminado el partido, y sin haber llegado siquiera a
llegar al túnel de vestuarios, vio a Ashley corriendo hacia él y, dos
segundos después, la atrapó en brazos cuando dio un salto.
Vaya…- murmuró, haciéndose oír sobre los aplausos.- ¿Eso es… un sí?
Sus grandes ojos turquesas se clavaron en él antes de que su boca se
viera ocupada siguiendo el ritmo de su beso terremoto.
Agarró con fuerza su nuca con la mano con la que no sujetaba su cuerpo
contra el suyo, sintiendo cómo sus piernas se enredaban a su alrededor.
Claro que es un sí…
Sonrió.
¿De verdad?
Ashley rio, ladeando la cabeza de un lado a otro.
¿De verdad me lo estás pidiendo?- preguntó.
Apretó los brazos aún más.
Vente a mi casa ahora y te lo demuestro.
Cómo voy a decir que no a eso…
Curvó los labios con diversión cuando ella bajó al suelo y tiró de él hacia
lo vestuarios ante la ovación del público.
¿De verdad estaba pasando?

Se duchó y vistió al doble de velocidad que normalmente mientras


recibía la enhorabuena de sus compañeros y el equipo técnico.
Nunca se imaginó un momento así.
Incluso Jordan parecía feliz. Le había visto sonreír y aplaudir en el
momento de la declaración, haciendo par con la euforia de Thomas.
¿Tienes prisa, italiano?
Le lanzó una mirada divertida a su amigo, que le golpeó con la toalla
mientras salía a toda prisa del vestuario.
Ashley le esperaba en el pasillo que llevaba hasta el garaje, caminando
nerviosamente de un lado a otro.
Cogió su mano y tiró de ella hasta conducirla hasta su coche.
¿Por qué tanta prisa?
Negó con un cabeceo, nervioso, mientras arrancaba y salía del parking.
Pasaron entre los miles de fotógrafos apostados en la salida, procurando
mantener la sonrisa hasta prácticamente llegar a su casa.
Gio, me das miedo…- la escuchó murmurar al aparcar en el garaje, hasta
donde el que llegó en completo silencio.
Rodeó el coche para abrir su puerta y ayudarla a salir, cogiendo su mano.
Ven.
Ella le siguió hasta el salón principal, que habían dejado tal y como pidió:
sólo iluminado con velas blancas, con un enorme ramo de rosas rojas
sobre la mesa y una bandeja con trufas, el dulce favorito de Ashley.
Vaya despliegue de medios…
No lo estropees.- le interrumpió.
Se sentó junto a ella.
Tengo algo para ti
¿Algo redondo y brillante?- se burló ella mientras deslizaba las manos
por su cuello.
Se llevó un dedo a los labios.
Bueno, entonces tengo dos cosas para ti.
Ella rio.
Parecía increíblemente nerviosa.
Se inclinó para alcanzar varios papeles unidos con una grapa y se los
enseñó.
¿Qué es esto?
Un contrato prenupcial- contestó despacio, tomando su mano cuando
hizo amago de apartarse-. En él se dice que todo lo que tengo será tuyo
también.
¿Qué…
La confusión era claramente visible en sus ojos.
Dejó los papeles a un lado para atraparla en brazos y acomodarla sobre
su regazo, esbozando una media sonrisa.
No quiero que pienses que estoy contigo porque quería un aumento de
sueldo, ni por la cláusula de rescisión ni…
Ashley le interrumpió con un beso que le echó hacia atrás de la sorpresa.
Lisa se ha ido de la lengua, por lo que veo.
Agarró sus caderas, deslizando los bordes de su vestido por encima de
sus suaves muslos.
Y menos mal, porque tú no querías decirme qué te pasa.
Ella sonrió, apretando las manos sobre su cuello para besarle de nuevo,
una y otra vez.
¿De verdad quieres casarte conmigo?- la escuchó preguntar, con el
rostro pegado al suyo.
Estiró el brazo y cogió la pequeña caja de piel turquesa que había dejado
aquella mañana sobre la mesa contigua al sofá.
A ver si esto te convence.
Escuchó su suave jadeo en cuanto abrió el cierre y cogió la alianza de oro
blanco y diamantes para tendérsela.
A pesar de que nunca se hubiera imaginado haciendo algo así, con Ashley
le parecía totalmente natural.
No tenía dudas.
Es…
¿Demasiado?- preguntó con una sonrisa mientras la encajaba en el dedo
anular de su mano izquierda- Me dijeron que había que gastarse un mes
de sueldo…
Ashley se echó a reír, pasando los dedos por el complicado engarzado
que formaba la hila de diamantes.
Mira que eres bobo…
Sus ojos se alzaron hacia él y perdió el hilo de sus pensamientos.
Se inclinó sobre ella para pegar la frente a la suya y Ash pasó las manos
por su cuello con una caricia que le llenó de ardores.
Esto es una locura…- la escuchó murmurar con los labios rozando los
suyos-, llevamos saliendo… ¿dos semanas?
Deslizó su vestido por encima de la cabeza para deshacerse de él.
Bueno, algo más si contamos desde…
¿Qué más da el tiempo?- la interrumpió, absorto en el brillo apasionado
de sus ojos- ¿tú lo tienes claro?
Ashley se apretó un poco más contra él, pasando las manos por debajo de
su camiseta.
Tengo claro que te quiero.
Curvó los labios en una sonrisa divertida, esperando pacientemente
mientras ella le quitaba la camiseta y la lanzaba al suelo.
Repite eso.
Ella apoyó el rostro sobre su hombro, deslizando la punta de la lengua
por la dura piel de su cuello.
¿Sonaría como una idiota si digo que sentí algo por ti desde que hablé
contigo en Roma?
A mí me suena estupendamente bien…
Se levantó con ella en brazos, acomodándola contra él. Sus piernas se
enredaron a su alrededor y sonrió.
Con la mano libre, cogió un mechón de su cabello rubio y lo colocó tras su
oreja mientras la mantenía firmemente sujeta con el brazo contrario.
Tu sei la donna della mia vita (eres la mujer de mi vida)…- murmuró.
Epílogo.
Ashley.
Pasó las manos por la falda de su vestido, deslizando las yemas entre las
decenas de trozos de tul rosado que simulaban ser plumas y bajaban
desde la cintura al suelo.
Después, subió los dedos por la gasa que recorría su pecho con un
profundo escote que no hacía sombra a la espalda abierta.
Era un vestido especial, diferente, rebelde, atrevido, y, cuando se lo
probó por primera vez y vio el llanto de Lisa y el rostro enmudecido de
Jordan, supo que era para ella.
Despacio, caminó hasta la terraza de la que había sido su habitación
durante los últimos días.
Se apoyó contra la barandilla de hierro forjado y aspiró el maravilloso
aire puro, impresionada con las vistas.
La belleza de la Toscana italiana lucía en su máximo esplendor, el sol
brillaba en el último atisbo del atardecer y la temperatura era cálida,
pero nada incómoda.
Además, el caserón que habían elegido era impresionante. Amplio,
luminoso, con ladrillo oscuro, enredaderas por toda la fachada y un
jardín… que cortaba la respiración.
Escuchó dos toques en su puerta y se volvió hacia ella.
María D’angelo entró, enfundada en un elegante vestido lila con cuentas
y portando una gran caja blanca.
Madre mía…, estás impresionante.
Gracias.- contestó, nerviosa.- Tú estás increíble.
Se adelantó para besar su mejilla.
Toma, el último regalo de mi hijo como novios.
A pesar de que sabía lo que era, lo abrió con suma emoción.
Giovanni le había explicado que era una tradición que el novio se
encargara del ramo, y a ella le encantó la idea.
Por supuesto, él había acertado una vez más, pensó al ver los tulipanes
violetas y blancos unidos con un lazo de raso.
Son preciosas…- murmuró.
¿Estás nerviosa?
Sonrió, espirando bruscamente.
Un poco.
Ya es casi la hora.- dijo María, esbozando una enorme sonrisa
contagiosa.
¿Has visto el jardín? ¿está…
María apoyó las manos sobre sus hombros antes de rodearla con los
brazos en un suave abrazo.
Tranquila, está todo listo.
De nuevo, un par de golpes en la puerta.
Dio un respingo.
¿Ash?
Abrió la puerta con una sonrisa.
Papá. - exclamó, extendiendo los brazos en su dirección.
Estás…
Su abrazo casi le cortó la respiración.
Qué imagen tan tierna…- oyó suspirar a María-, yo me vuelvo con Gio
antes de que se arranque el pelo a mechones.
Soltó una leve carcajada al ver la mirada cargada de intenciones que su
futura suegra le echó a su padre.
Luego nos vemos, Jordan.
Se echó a reír ante el gesto sorprendido del aludido.
Parece que le gustas.
Es…- murmuró su padre.
Dio un par de saltos sobre las puntas de los pies, dando vueltas
prácticamente sin moverse del sitio.
Bueno, ¿le has visto?
Sí, vengo de su habitación- contestó Jordan, pasando los dedos por su
largo cabello rubio semi recogido-. Nunca le había visto tan nervioso.
Sonrió, echándole un vistazo al brillante anillo que llevaba en su dedo
desde hacía algo más de un año.
Después de la precipitada pedida de mano, se habían tomado con calma
ponerle fecha a la boda. Su preparación había sido larga, pero se había
esforzado mucho en que fuera exactamente lo que quería, una
celebración más bien íntima, en un caserón de la toscana al atardecer, sin
excesos.
Y allí estaba, exhalando bruscamente mientras empezaba a escuchar la
música desde el jardín.
Había llegado el día.
Creo que es la hora, cariño.
Cogió el brazo que él le tendía, rodeándolo con una de sus manos, con la
que agarró fuertemente el ramo.
Vamos allá…- murmuró, siguiendo el caminar de su padre.
Cada detalle de la casa era perfecto.
Un pasillo comunicaba las habitaciones de la planta superior con un
pequeño balcón lateral y éste con unas escaleras que descendían
directamente hasta el jardín.
Descendió despacio, agarrando la falda con la mano libre, hasta las
piedras que guiaban su camino hacia la parte trasera de la casa, desde
donde ya podía oír el alboroto.
Jordan apretó su mano un poco más, deteniéndose un segundo antes de
que quedaran a la vista de todos.
¿Estás lista?
Se alzó sobre las puntas de los zapatos para dar un beso sobre su mejilla.
Estoy lista.
Eres la novia más guapa del mundo.- dijo él con esa sonrisa que tan bien
le hacía.
Y tú el padre más maravilloso que podría haber tenido.
Jordan besó levemente su cabeza.
Venga, vamos antes de que me ponga a llorar antes de tiempo.
Soltó una carcajada, apretándose contra él.
La música alzó el volumen y respiró hondo antes de avanzar hacia la
alfombra violeta que cubría todo el camino hasta el altar. A ambos lados,
había varias filas de sillas blancas, casi todas ellas ocupadas por
miembros de los Thunders, amigos de otros equipos rivales y la familia
de D’angelo.
Soltó aire lentamente, siguiendo el suave ritmo de la orquesta, que
interpretaba la banda sonora de su película favorita.
Sólo cuando estaba a un par de metros del altar, alzó la mirada.
Sus brillantes ojos azules estaban fijos en ella, y se sorprendió de la
ternura y firmeza de su mirada.
A pesar de lo idiota que se sentía, no podía evitar mirarle como una
adolescente enamorada cada día.
Él hacía que su corazón se saltara unos cuantos latidos, que su
respiración se agitara y le temblaran los dedos de impaciencia.
Sonrió al llegar a su lado y ver cómo su padre apretaba el hombro de
Giovanni con un amable gesto.
Después, cogió la mano que Giovanni le tendía y la apretó con fuerza,
entrelazando los dedos entre los suyos.
Estás preciosa…- le escuchó murmurar antes de que empezara la
ceremonia.

Apenas escuchó nada a pesar de que todo se repitió tanto en italiano


como en inglés para que todos pudieran entenderlo.
Sólo oyó su claro “Sí, quiero” antes de que deslizara una alianza de oro
blanco en el dedo anular de su mano derecha. Igualmente, ella repitió el
proceso con una enorme sonrisa.
Yo os declaro marido y mujer- dijo finalmente el reverendo- Dichiaro
marito e moglie.
Giovanni esperó con una sonrisa irónica a que pronunciara la siguiente
frase ante la suave risa de alguno de los invitados.
Puoi baciare la sposa, puedes besar a la novia.
Deslizó las manos sobre ambos laterales de su cuello mientras él se
inclinaba y reclamaba para sí sus labios en un beso largo, dulce y
apasionado.
Todo el mundo a su alrededor estalló en aplausos.
No podía separarse de sus labios, de su rostro sonriente y su cuerpo
cálido.
Mia moglie (mi mujer)…
Mio marito (mi marido)…- replicó en un perfecto italiano.
Giovanni volvió a buscar su boca apenas un segundo, lo suficiente para
cortarle la respiración.
Per sempre? (¿para siempre?)
Per sempre.- confirmó él.

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