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El Complejo de Edipo
Carlos Sopena
El Edipo de Sófocles
Freud vinculó el complejo con el personaje de Edipo creado por Sófocles. Edipo es hijo
de Layo y Yocasta. Para evitar que se realizara el oráculo de Apolo, que le había
predicho que sería asesinado por su hijo, Layo entregó su vástago recién nacido a un
servidor, después de haberle perforado los tobillos con un clavo, y le ordenó que lo
abandonara en el monte Citerón. En lugar de obedecerlo, el servidor confió el niño a
un pastor, que a su vez se lo dio a Pólibo, rey de Corinto, y a su esposa Mérope,
quienes no tenían descendencia. Ellos lo llamaron Edipo (pies hinchados) y lo educaron
como hijo suyo.
Edipo creció y le llegaron rumores de que no era hijo de aquellos a quienes creía sus
padres. Fue entonces a Delfos a consultar al oráculo, el cual le profetizó que mataría al
padre y desposaría a la madre. Para huir de la predicción, emprendió un viaje. En la
ruta a Tebas se cruzó en un desfiladero con Layo, a quien no conocía. Este lo provocó
ordenándole brutalmente apartarse para dejar pasar a sus superiores; los dos hombres
tuvieron una pelea y Edipo lo mató.
En esa época Tebas vivía aterrorizada por la Esfinge, monstruo femenino alado y con
garras, que daba muerte a quienes no resolvían el enigma que ella planteaba. La
Esfinge dijo a Edipo: Se mueve a cuatro patas por la mañana, camina erguido a
mediodía y utiliza tres pies al atardecer. ¿Qué cosa es? Y Edipo respondió: el hombre.
La Esfinge, al verse vencida, se mató. En recompensa, Creonte, regente de Tebas, le
dio por esposa a su hermana Yocasta, con la que Edipo tuvo dos hijos y dos hijas.
Pasaron los años. Un día se abatieron sobre Tebas la peste y el hambre. El oráculo
declaró que los flagelos desaparecerían cuando el asesino de Layo fuera expulsado de
la ciudad. Edipo consultó a todos. Tiresias, el adivino ciego, conocía la verdad, pero se
negó a hablar. Finalmente, Edipo fue informado de su destino por un mensajero de
Corinto que le anunció la muerte de Pólibo, y le contó que él mismo había recogido en
otro tiempo a un niño de las manos de un pastor para dárselo al rey. Al conocer la
verdad, Yocasta se ahorcó. Edipo se perforó los ojos y se exilió en Colono con su hija
Antígona.
También recurrió al mito buscando dar una base de demostración muy amplia,
universal, a sus descubrimientos. La mitología ofrece un testimonio de percepción de
los deseos humanos y del mundo fantasmático reprimido que el psicoanálisis descubre
en la práctica clínica y que ya había sido visto en cierta forma y sacado a la luz por los
mitos (P. Kaufmann, 1993).
Freud también construyó su propio mito científico para explicar la prohibición del
incesto y el nacimiento de la cultura, presentándolo como algo que realmente habría
ocurrido en la noche de los tiempos y que se repetía en la historia individual de cada
sujeto. En "Tótem y tabú" plantea que en un tiempo primitivo los hombres vivían en
pequeñas hordas, cada una de ellas sometida al poder despótico de un macho que se
apropiaba de las hembras. Un día, los hijos de la tribu pusieron fin al reino de la horda
salvaje: se rebelaron contra el padre y en un acto de violencia colectiva lo mataron y
comieron su cadáver. Lo que comieron en el banquete totémico no fue tanto el cuerpo
del padre como su espíritu; asimilaron los atributos del padre, por lo que el resultado
fue una identificación.
Freud pudo demostrar que los dos tabúes propios del totemismo: la prohibición del
incesto y la de matar al padre tótem, no eran otra cosa que la interdicción de los dos
deseos edípicos, normalmente reprimidos, lo que le permitió afirmar que el complejo
de Edipo era la condición del totemismo y que era por lo tanto universal, puesto que
traducía las dos grandes prohibiciones fundantes de todas las sociedades humanas.
La sexualidad infantil
La sexualidad infantil fue uno de los grandes descubrimientos de Freud y uno de los
que produjo mayor rechazo, pues echaba por tierra la creencia en la inocencia de los
niños. La larga dependencia del niño favorece y hace inevitable su atadura a sus
objetos primarios, atadura necesariamente sexualizada por la primera floración de la
sexualidad infantil, a la que responde la sexualidad -aunque sea reprimida o inhibida-
de los progenitores.
La fase oral y la anal son seguidas de la fase fálica, que está estrechamente ligada al
complejo de castración y al Edipo y supone el coronamiento de la sexualidad infantil.
Dicha fase aparece cuando el varón, hacia los dos o tres años, empieza a experimentar
sensaciones voluptuosas producidas por su órgano sexual. Desea poseer a la madre,
erigiéndose en rival del padre antes admirado. Pero también adopta la posición
inversa: ternura con el padre y hostilidad a la madre (Edipo invertido o negativo). Esta
doble polaridad está relacionada con la bisexualidad de todo ser humano, y es un
efecto de ella.
En "La organización genital infantil" Freud escribe que no existe una primacía genital
sino una primacía del falo. ¿Qué significado tiene esto? Significa que en el imaginario
humano el falo es la representación de la potencia generadora y también del deseo
sexual. La aparición de esta representación se remonta a épocas prehistóricas, pues se
la encuentra en el arte de las cavernas. Es en tal sentido que existe una primacía
organizadora del falo (no del pene) en el desarrollo sexual del varón como de la niña,
así como en las relaciones eróticas entre los sexos.
Al comienzo, el niño cree que todas las personas son fálicas y cuando descubre la falta
de pene en la mujer lo interpreta como castración, pero piensa que eso es algo que
sólo le sucede a algunas, o sea, no hace una generalización. Considera que las
personas respetables como su madre conservan el pene. El falo, en tanto que objeto
de creencia, representa la no-carencia, la perfección narcisista omnipotente.
Al descubrir la falta de pene en la mujer el niño percibe algo que contradice a la teoría
sexual infantil relativa a la presencia universal del pene, produciendo la consiguiente
angustia. Lo percibido desmiente algo que es del orden de las fantasías del niño, de
igual manera que el temor a la pérdida del pene se refiere más al objeto de una
creencia que a un órgano real.
En un comienzo, todo hijo puede encontrarse en posicin fálica con respecto a la madre,
sea niña o varón; ser el falo de la madre significa colmarla siendo el objeto de su
deseo. Aquí el falo es el significante del deseo de la madre, tal como lo definió Lacan;
es una señal, un signo de los objetos propuestos por el deseo parental.
El Edipo femenino
El Edipo de la niña no es simétrico al del varón. Este sale del Edipo por la angustia de
castración, que lo incitará a renunciar a la madre como objeto sexual. La niña, en
cambio, siente la ausencia de pene como un perjuicio sufrido, que intenta negar,
compensar o reparar. Se siente privada de pene por la madre, y es el resentimiento
que ello le produce lo que la aparta de la madre, determinando su entrada en el Edipo
al elegir al padre como objeto de amor, en la medida que él podría darle el pene o su
equivalencia simbólica, un niño. En ella el complejo se manifiesta en el deseo de tener
un hijo del padre, superando así la envidia del pene al establecerse la ecuación
simbólica pene-niño y relevando el deseo de tener un pene por el de tener un niño.
Contrariamente al varón, la niña debe desprenderse de un objeto del mismo sexo (la
madre), para investir otro de sexo diferente (el padre). Debe también pasar de la
dominancia de la zona genital clitoridiana, heredera de las investiduras orales y anales,
que es más semejante al pene del niño, a investir la vagina como órgano principal de
placer. No hay, pues, un paralelismo exacto entre el Edipo masculino y su homólogo
femenino.
El complejo de Edipo parece ser más complicado, o menos claro, en la niña que en el
niño. Si bien tanto en un caso como en el otro la madre es el primer objeto erótico, no
es tan clara la explicación acerca de cómo llega la niña a renunciar a la madre y a
tomar en su lugar al padre como objeto amoroso. Al no incidir en ella la amenaza de
castración, falta un incentivo para salir del Edipo, que en su caso parece ser
abandonado lentamente o puede persistir largo tiempo en la vida anímica de la mujer.
Al estudiar la sexualidad femenina Freud descubrió la importancia del primitivo vínculo
con la madre, que puede determinar que algunas mujeres queden fijadas a esta
primera relación (S. Tubert, 1988).
Vemos entonces que tanto la feminidad como la masculinidad no están aseguradas
desde el comienzo sino que se van estructurando a través del pasaje por la fase fálica
y el complejo de Edipo articulado con el complejo de castración.
El falo y el narcisismo
El falo tiene un papel articulador del Edipo con el narcisismo. En tanto que
representación del deseo sexual masculino tiene un papel defensivo y reasegurador
para el narcisismo. Al contrario, el deseo y el goce femeninos, en la medida que no
aparecen ligados a ningún órgano visible, nos enfrentan a algo peligroso por
desconocido y abisal. El goce no visible de la mujer, que escapa a una simbolización
fálica, es imaginado como algo inconmensurable y se llega a pensar que es mucho
mayor que el del varón. Freud hablaba de la feminidad como de un continente negro.
Vemos como la referencia al falo como emblema del narcisismo está presente en las
evoluciones diferentes de la niña y del varón en el seno del complejo de Edipo y de la
fase genital, en que la economía narcisista debe ser renegociada. En resumidas
cuentas, lo amenazado por la castración no es tanto el pene como órgano real, sino lo
que él representa, es decir, el falo en tanto que reflejo narcisista idealizado del sujeto
mismo, que éste teme perder. Es a una pérdida narcisista de la autoestima encarnada
en el pene a que nos remite la angustia de castración propiamente dicha (J. C. Stoloff,
2000).
El papel de la fantasía
La fantasía, que tiene un importante papel organizador de la vida psíquica, puede, bajo
ciertas condiciones, convertirse en refugio y prisión de la libido, que queda atrapada en
un mundo interior de ensoñaciones de realización omnipotente e irreal del deseo. En su
vertiente patológica, la fantasía consiste en ensoñaciones regresivas que impiden la
evolución del sujeto al retenerlo en un mundo imaginario, poblado de figuras tomadas
del mundo infantil, es decir, edípicas.
¿Por qué persiste este apego a los padres, en su mayor parte inconciente?
Precisamente porque las reivindicaciones libidinales edípicas que permanecen
reprimidas no pueden ser elaboradas y se hacen así perennes. Es precisamente el
develamiento del psiquismo inconciente y la reorganización libidinal a través del duelo
de los objetos infantiles algo que especifica a las metas de la cura psicoanalítica.
Llamamos escena originaria o escena primaria a la relación sexual entre los padres,
observada o supuesta a partir de ciertos indicios y fantaseada por el niño. Forma parte
de un grupo de fantasías originarias que son transmitidas filogenéticamente y que se
encuentran en todos los seres humanos, sin que se pueda relacionarlas en cada caso,
con escenas realmente vividas por el individuo. Si la escena originaria es una
representación del origen del sujeto, la fantasía de castración, por ejemplo, vendría a
dar una solución al enigma de la diferencia de los sexos, mientras que la fantasía de
seducción explicaría el origen del deseo.
Esta escena forma parte del complejo edípico y constituye el núcleo duro del conflicto.
La forma en que cada uno ha integrado la escena de su concepción comandará el
acceso a todo lo que le ha precedido y se convertirá en algo así como el paradigma de
su relación con el mundo.
El mito edípico puede ser pensado como tragedia, como destino y, fundamentalmente,
como estructura constituyente del sujeto. El Edipo es un concepto estructural del
psicoanálisis, pues es no sólo el complejo nuclear de las neurosis sino también el
momento decisivo en que culmina la sexualidad infantil y en el que se decide el
porvenir de la sexualidad y de la personalidad adultas, fundamentalmente, a través de
las identificaciones que posibilitan y definen la posición sexual masculina o femenina y
la manera de ser en general. El Edipo es entonces la estructura que organiza el devenir
humano alrededor de la diferencia de los sexos y la diferencia de las generaciones,
permitiendo articular lo estructural con lo histórico, es decir, con las vicisitudes reales
y fantasmáticas de las relaciones del niño con sus padres.
Los amores y los odios edípicos pueden ser hechos observables en la clínica, pero todo
lo que tiene lugar al nivel manifiesto de los afectos no trasciende el nivel descriptivo y
no explica por sí mismo la conflictiva edípica. Es en el nivel inconciente, más allá de la
referencia anecdótica, que hay que buscar la explicación.
Si tratamos de definir la función materna, podríamos decir que es preciso que la madre
sea mucho más la tierra que sostiene sin fallar que el mar que engloba y traga (S.
Leclaire, 1969). Sólo en la medida que la madre asegura una presencia corporal,
cuidadora y erógena a la vez, cumple verdaderamente su función de soporte materno.
A partir de ahí puede intervenir la función paterna, concebida como función de
separación y apertura. Este espacio materno en el que el niño vive puede tornarse muy
peligroso si falla la referencia paterna, en cuyo caso el niño puede temer ser englobado
por la madre o dañarla él mismo si no puede contener su agresión, que podría llegar a
destruir el mundo que lo sostiene.
El padre desempeña entonces un papel central por ser el representante de la ley que
prohíbe el incesto, en el ejercicio de una autoridad que trasciende a su persona, pues
emana de lo social. La interdicción del incesto se organiza en torno a una
transmutación del padre real en padre simbólico que transmite prohibiciones y leyes.
Existe entonces una diferencia entre la figura del padre en el mito edípico y la
personalidad del padre concreto, tal como aparece en la realidad familiar, pues
corresponden a distintos niveles y funciones.
El incesto y la ley
Como hemos visto, es la interdicción del incesto, que amenaza con la castración, la
que hace posible mantener una distancia y una relación con los objetos edípicos, y es
también la que crea y sostiene el deseo, que de otro modo se agotaría en la
consumación incestuosa, que es destructiva tanto para el sujeto como para el objeto.
Cuando hablamos del asesinato del padre no nos estamos refiriendo a un hecho
empírico, a la muerte real del padre; también debemos tener presente que el niño no
puede gozar sexualmente de la madre, debido a su corta edad. En este sentido el
incesto no se realizaría nunca. Sin embargo, desde una perspectiva psicoanalítica,
existen relaciones incestuosas cuyas consecuencias se manifiestan en neurosis o
psicosis de la edad adulta, y que son el resultado de algo que podríamos llamar incesto
más o menos realizado.
Hemos dicho que es el padre simbólico el que hace valer la prohibición del incesto, ley
que al marcar los límites dispone un acceso atemperado al goce sexual, subordinado al
principio de placer y al principio de realidad, es decir a Eros. Cuando el niño encuentra
en el padre un obstáculo suficientemente consistente, se refuerzan el impulso sexual y
la dialéctica de las sublimaciones. En caso contrario, pueden incrementarse la euforia y
la manía, que reflejan la no elaboración de las ilusiones del narcisismo expansivo.
En la psicosis, esa búsqueda puede tener consecuencias más trágicas. Ciertos crímenes
cometidos por psicóticos, que a simple vista parecen inmotivados, ocurren a
continuación de un estado de profunda angustia que tratan de suprimir mediante un
acto de violencia. No es raro que el psicótico sienta la amenaza angustiante de verse
confrontado a un goce incestuoso, aniquilante; dichos crímenes suelen tener un efecto
estabilizador debido al reencuentro con la ley, llamada por el crimen e impuesta por la
pena penitenciaria.
En "El final del complejo de Edipo" Freud comienza diciendo que el complejo sucumbe
a su propio fracaso, es decir, por causas internas: la ausencia de satisfacción aparta al
niño de su inclinación sin esperanza. Pero más adelante pone énfasis en la amenaza de
castración, es decir, en influencias externas. Se trata de cosas diferentes, pues si la
imposibilidad es del orden de lo real, puesto que el niño no cuenta con los medios para
poseer a la madre debido a su corta edad, la amenaza de castración sólo tiene valor
para quien otorga credibilidad a dicha amenaza. Freud agrega que esta creencia se
instaura en el curso de un proceso, pues al comienzo, el niño no cree ni obedece a la
amenaza, hasta el momento en que su incredulidad es vencida cuando percibe los
órganos genitales femeninos.
Quiere decir que la decepción por la ausencia de satisfacción debe ser reforzada por la
interdicción para que el niño se aparte de su madre. En efecto, él no podría renunciar
al objeto originario por su propia iniciativa, debido a experiencias frustrantes que lo
dejarían finalmente sin esperanzas. El límite o el impedimento debe provenir de una
intimidación externa; pero para que ésta tenga una resonancia interna tiene que haber
una disposición favorable para percibirla como un peligro real.
En cierta forma el neurótico no renuncia a sus fantasías incestuosas, que son expresión
de un deseo regresivo y letal, lo que le produce muchos trastornos, pues a causa de
ello no solamente queda fijado al objeto originario sino que también debe cargar con
un superyo hiper severo, teniendo que crearse fobias u obsesiones, o mantener su
deseo constantemente insatisfecho para reconstruir límites y evitar el goce del objeto
prohibido. La neurosis es una forma de protegerse del incesto aunque sin renunciar a
él.