Está en la página 1de 11

Freudiana (LV)

El Complejo de Edipo
Carlos Sopena

El complejo de Edipo es una noción central en el psicoanálisis freudiano,


estrechamente relacionada con la sexualidad infantil, con el complejo de castración,
con la prohibición del incesto, con la diferencia de sexos y de generaciones. Muy
tempranamente Freud consideró que era al atravesar la fase edípica cuando se
producía la estructuración de la personalidad y la orientación del deseo humano.

El Edipo es el conjunto de representaciones parcial o totalmente inconscientes y


provistas de un poder afectivo considerable, a través de las cuales se expresa el deseo
sexual o amoroso del niño por el progenitor del sexo opuesto, y su hostilidad al
progenitor del mismo sexo. Esta es la forma positiva del complejo, que se presenta
como en la historia de Edipo Rey. Esta representación puede invertirse y expresar
amor al progenitor del mismo sexo y odio al progenitor del sexo opuesto. El Edipo
completo consiste en la combinación de ambas representaciones, que nunca falta.

El Edipo de Sófocles

Freud vinculó el complejo con el personaje de Edipo creado por Sófocles. Edipo es hijo
de Layo y Yocasta. Para evitar que se realizara el oráculo de Apolo, que le había
predicho que sería asesinado por su hijo, Layo entregó su vástago recién nacido a un
servidor, después de haberle perforado los tobillos con un clavo, y le ordenó que lo
abandonara en el monte Citerón. En lugar de obedecerlo, el servidor confió el niño a
un pastor, que a su vez se lo dio a Pólibo, rey de Corinto, y a su esposa Mérope,
quienes no tenían descendencia. Ellos lo llamaron Edipo (pies hinchados) y lo educaron
como hijo suyo.

Edipo creció y le llegaron rumores de que no era hijo de aquellos a quienes creía sus
padres. Fue entonces a Delfos a consultar al oráculo, el cual le profetizó que mataría al
padre y desposaría a la madre. Para huir de la predicción, emprendió un viaje. En la
ruta a Tebas se cruzó en un desfiladero con Layo, a quien no conocía. Este lo provocó
ordenándole brutalmente apartarse para dejar pasar a sus superiores; los dos hombres
tuvieron una pelea y Edipo lo mató.

En esa época Tebas vivía aterrorizada por la Esfinge, monstruo femenino alado y con
garras, que daba muerte a quienes no resolvían el enigma que ella planteaba. La
Esfinge dijo a Edipo: Se mueve a cuatro patas por la mañana, camina erguido a
mediodía y utiliza tres pies al atardecer. ¿Qué cosa es? Y Edipo respondió: el hombre.
La Esfinge, al verse vencida, se mató. En recompensa, Creonte, regente de Tebas, le
dio por esposa a su hermana Yocasta, con la que Edipo tuvo dos hijos y dos hijas.
Pasaron los años. Un día se abatieron sobre Tebas la peste y el hambre. El oráculo
declaró que los flagelos desaparecerían cuando el asesino de Layo fuera expulsado de
la ciudad. Edipo consultó a todos. Tiresias, el adivino ciego, conocía la verdad, pero se
negó a hablar. Finalmente, Edipo fue informado de su destino por un mensajero de
Corinto que le anunció la muerte de Pólibo, y le contó que él mismo había recogido en
otro tiempo a un niño de las manos de un pastor para dárselo al rey. Al conocer la
verdad, Yocasta se ahorcó. Edipo se perforó los ojos y se exilió en Colono con su hija
Antígona.

Freud hizo de la tragedia de Sófocles el punto nodal de un deseo infantil incestuoso.


"He encontrado en mí -escribe a Fliess- sentimientos de amor hacia mi madre y de
celos hacia mi padre, sentimientos que pienso son comunes a todos los niños
pequeños". Desde el comienzo sostuvo la universalidad de los deseos edípicos a través
de la diversidad de culturas y de los tiempos históricos, señalando que "A todo ser
humano se le impone la tarea de dominar el complejo de Edipo".

Las constantes referencias en psicoanálisis a héroes de la mitología griega, como Edipo


o Narciso, tanto en lo que tiene que ver con la elaboración de la teoría como en las
descripciones clínicas, se deben a que ese lenguaje es más apto para aproximarnos a
los fenómenos psíquicos inconcientes que la terminología de la ciencia en general.
Freud reconoció la insuficiencia del saber médico y la necesidad de un aprendizaje de
orden histórico y mitológico para quienes deseaban adquirir una formación adecuada a
la práctica del psicoanálisis. La historia y los mitos legendarios son una ayuda
importante para comprender lo que hay de más específico y original en el psicoanálisis.

También recurrió al mito buscando dar una base de demostración muy amplia,
universal, a sus descubrimientos. La mitología ofrece un testimonio de percepción de
los deseos humanos y del mundo fantasmático reprimido que el psicoanálisis descubre
en la práctica clínica y que ya había sido visto en cierta forma y sacado a la luz por los
mitos (P. Kaufmann, 1993).

Freud también construyó su propio mito científico para explicar la prohibición del
incesto y el nacimiento de la cultura, presentándolo como algo que realmente habría
ocurrido en la noche de los tiempos y que se repetía en la historia individual de cada
sujeto. En "Tótem y tabú" plantea que en un tiempo primitivo los hombres vivían en
pequeñas hordas, cada una de ellas sometida al poder despótico de un macho que se
apropiaba de las hembras. Un día, los hijos de la tribu pusieron fin al reino de la horda
salvaje: se rebelaron contra el padre y en un acto de violencia colectiva lo mataron y
comieron su cadáver. Lo que comieron en el banquete totémico no fue tanto el cuerpo
del padre como su espíritu; asimilaron los atributos del padre, por lo que el resultado
fue una identificación.

Después del asesinato se arrepintieron, renegaron del crimen y crearon un nuevo


orden social, instaurado simultáneamente en la exogamia (o renuncia a la posesión de
las mujeres del clan del tótem) y el totemismo, basado en prohibir el asesinato del
sustituto del padre (el tótem).

Paradojalmente, la cultura comienza con un crimen, y es el padre muerto el que


adquiere mayor poder; es a él al que los hijos obedecen, no tanto por sometimiento a
un ser poderoso y temido como por el sentimiento de haber cometido una falta. Se
trata de una obediencia retrospectiva, como dice Freud, inspirada en un sentimiento de
culpabilidad derivado del vínculo ambivalente con el padre a la vez admirado, odiado y
temido.

Freud pudo demostrar que los dos tabúes propios del totemismo: la prohibición del
incesto y la de matar al padre tótem, no eran otra cosa que la interdicción de los dos
deseos edípicos, normalmente reprimidos, lo que le permitió afirmar que el complejo
de Edipo era la condición del totemismo y que era por lo tanto universal, puesto que
traducía las dos grandes prohibiciones fundantes de todas las sociedades humanas.

La sexualidad infantil

La sexualidad infantil fue uno de los grandes descubrimientos de Freud y uno de los
que produjo mayor rechazo, pues echaba por tierra la creencia en la inocencia de los
niños. La larga dependencia del niño favorece y hace inevitable su atadura a sus
objetos primarios, atadura necesariamente sexualizada por la primera floración de la
sexualidad infantil, a la que responde la sexualidad -aunque sea reprimida o inhibida-
de los progenitores.

En su primera teoría de la seducción, Freud consideraba que un niño inocente había


sido objeto de abusos sexuales por parte de un adulto, hecho traumático que había
dejado huellas perdurables en el psiquismo del niño. No es que dichos abusos no
existan en la realidad, pero al descubrir la importancia de la fantasía en la vida anímica
encontró que los niños también tenían fantasías sexuales, y que ellas involucraban a
sus padres, por lo cual, el descubrimiento de la sexualidad infantil trajo consigo el del
complejo de Edipo.

En psicoanálisis la palabra sexualidad no designa solamente las actividades y el placer


dependientes del funcionamiento del aparato genital, sino toda una serie de
excitaciones y actividades existentes desde la infancia, que producen un placer que no
puede reducirse a la satisfacción de una necesidad fisiológica. El psicoanálisis modifica
el concepto de sexualidad al considerar que actúa desde el comienzo de la vida.

Hablar de sexualidad infantil significa reconocer no sólo la existencia de excitaciones o


de deseos genitales precoces, sino también, de una serie de actividades que hacen
intervenir a otras zonas corporales (zonas erógenas) que también buscan el placer,
independientemente del ejercicio de una función biológica como la nutrición, por
ejemplo. En este sentido hablamos de sexualidad oral, anal, etc.

La diversificación de zonas erógenas significa que la pulsión sexual se divide en


pulsiones parciales: dos de ellas relacionadas con el cuerpo (la pulsión oral y la anal) y
otras definidas por su fin, por ejemplo, la pulsión de dominio. Se postula la existencia
de una energía sexual o libido que desde la infancia hasta la sexualidad adulta muestra
su evolución y sus transformaciones, de manera que la sexualidad adulta extrae su
fuerza y su fuente de la sexualidad infantil.

La sexualidad nunca fue para Freud un dato natural, biológico o anátomo-fisiológico, y


el acceso a la genitalidad no está asegurado por la mera maduración biológica. La
sexualidad no está estructurada previamente, como si se tratara de un instinto, sino
que se va estableciendo a lo largo de la historia individual cambiando de zonas
erógenas y de metas sexuales.
Esta historia individual comporta el atravesamiento del complejo de Edipo y la relación
del niño con sus progenitores, por lo cual no sólo hay que tener en cuenta los factores
genéticos y endógenos sino sobre todo los exógenos, ya que la sexualidad irrumpe en
el niño desde el mundo adulto. El niño debe situarse desde el comienzo en el universo
fantasmático de los padres y recibe de éstos, en forma más o menos velada,
incitaciones sexuales.

Fase fálica y complejo de castración

La fase oral y la anal son seguidas de la fase fálica, que está estrechamente ligada al
complejo de castración y al Edipo y supone el coronamiento de la sexualidad infantil.
Dicha fase aparece cuando el varón, hacia los dos o tres años, empieza a experimentar
sensaciones voluptuosas producidas por su órgano sexual. Desea poseer a la madre,
erigiéndose en rival del padre antes admirado. Pero también adopta la posición
inversa: ternura con el padre y hostilidad a la madre (Edipo invertido o negativo). Esta
doble polaridad está relacionada con la bisexualidad de todo ser humano, y es un
efecto de ella.

En "La organización genital infantil" Freud escribe que no existe una primacía genital
sino una primacía del falo. ¿Qué significado tiene esto? Significa que en el imaginario
humano el falo es la representación de la potencia generadora y también del deseo
sexual. La aparición de esta representación se remonta a épocas prehistóricas, pues se
la encuentra en el arte de las cavernas. Es en tal sentido que existe una primacía
organizadora del falo (no del pene) en el desarrollo sexual del varón como de la niña,
así como en las relaciones eróticas entre los sexos.

En este estadio de la organización sexual infantil existe lo masculino pero no lo


femenino; la alternativa es: órgano genital masculino o castrado. La polaridad
masculino-femenino recién se establece en la pubertad, cuando se produce la
unificación de las pulsiones parciales (orales, anales) y su subordinación a la primacía
de los genitales.

El complejo de castración, como indica su nombre, está centrado en la fantasía de


castración, y significa una respuesta al enigma que plantea al niño la diferencia
anatómica de los sexos, que concibe a la madre como castrada y al padre como
castrador. El complejo de castración resulta tanto del Edipo positivo, sancionando las
fantasías incestuosas y parricidas, inhibiendo todo intento de transgresión y
empujando a la represión y luego al renunciamiento de la realización de los deseos
edípicos, como también del Edipo negativo, que en el varón exige la castración
imaginaria para satisfacer los deseos homosexuales.

Al comienzo, el niño cree que todas las personas son fálicas y cuando descubre la falta
de pene en la mujer lo interpreta como castración, pero piensa que eso es algo que
sólo le sucede a algunas, o sea, no hace una generalización. Considera que las
personas respetables como su madre conservan el pene. El falo, en tanto que objeto
de creencia, representa la no-carencia, la perfección narcisista omnipotente.

Al descubrir la falta de pene en la mujer el niño percibe algo que contradice a la teoría
sexual infantil relativa a la presencia universal del pene, produciendo la consiguiente
angustia. Lo percibido desmiente algo que es del orden de las fantasías del niño, de
igual manera que el temor a la pérdida del pene se refiere más al objeto de una
creencia que a un órgano real.
En un comienzo, todo hijo puede encontrarse en posicin fálica con respecto a la madre,
sea niña o varón; ser el falo de la madre significa colmarla siendo el objeto de su
deseo. Aquí el falo es el significante del deseo de la madre, tal como lo definió Lacan;
es una señal, un signo de los objetos propuestos por el deseo parental.

El complejo es estructurante a partir del reconocimiento de la castración de la madre,


porque el tercer término que escinde la célula narcisista madre-hijo pone en evidencia
la falta de la madre y su deseo de otro (el padre). La castración alude así, en un
sentido simbólico, al corte cultural con el objeto original, supuestamente natural, y a la
pérdida por parte del niño de su posición de falo, de objeto absoluto del deseo de la
madre. De esta caída del narcisismo infantil depende que el sujeto pueda darse una
historia como sujeto sexuado, asumiendo su propio deseo.

Vemos que el complejo de castración se inserta en el complejo de Edipo, del que es


una parte, siendo el que le otorga su sentido profundo, sobre todo, con su función
normativa de prohibición del incesto. El padre introduce la castración del niño y de la
madre, pues interviene como privador de la madre y también privando a la madre del
niño como objeto fálico. El niño o la niña tienen que dejar de ser el objeto de la madre,
que debe donar su hijo a la cultura para que pase a ser alguien en el mundo, en el
universo social.

El Edipo femenino

El Edipo de la niña no es simétrico al del varón. Este sale del Edipo por la angustia de
castración, que lo incitará a renunciar a la madre como objeto sexual. La niña, en
cambio, siente la ausencia de pene como un perjuicio sufrido, que intenta negar,
compensar o reparar. Se siente privada de pene por la madre, y es el resentimiento
que ello le produce lo que la aparta de la madre, determinando su entrada en el Edipo
al elegir al padre como objeto de amor, en la medida que él podría darle el pene o su
equivalencia simbólica, un niño. En ella el complejo se manifiesta en el deseo de tener
un hijo del padre, superando así la envidia del pene al establecerse la ecuación
simbólica pene-niño y relevando el deseo de tener un pene por el de tener un niño.

Contrariamente al varón, la niña debe desprenderse de un objeto del mismo sexo (la
madre), para investir otro de sexo diferente (el padre). Debe también pasar de la
dominancia de la zona genital clitoridiana, heredera de las investiduras orales y anales,
que es más semejante al pene del niño, a investir la vagina como órgano principal de
placer. No hay, pues, un paralelismo exacto entre el Edipo masculino y su homólogo
femenino.

El complejo de Edipo parece ser más complicado, o menos claro, en la niña que en el
niño. Si bien tanto en un caso como en el otro la madre es el primer objeto erótico, no
es tan clara la explicación acerca de cómo llega la niña a renunciar a la madre y a
tomar en su lugar al padre como objeto amoroso. Al no incidir en ella la amenaza de
castración, falta un incentivo para salir del Edipo, que en su caso parece ser
abandonado lentamente o puede persistir largo tiempo en la vida anímica de la mujer.
Al estudiar la sexualidad femenina Freud descubrió la importancia del primitivo vínculo
con la madre, que puede determinar que algunas mujeres queden fijadas a esta
primera relación (S. Tubert, 1988).
Vemos entonces que tanto la feminidad como la masculinidad no están aseguradas
desde el comienzo sino que se van estructurando a través del pasaje por la fase fálica
y el complejo de Edipo articulado con el complejo de castración.

El falo y el narcisismo

El falo tiene un papel articulador del Edipo con el narcisismo. En tanto que
representación del deseo sexual masculino tiene un papel defensivo y reasegurador
para el narcisismo. Al contrario, el deseo y el goce femeninos, en la medida que no
aparecen ligados a ningún órgano visible, nos enfrentan a algo peligroso por
desconocido y abisal. El goce no visible de la mujer, que escapa a una simbolización
fálica, es imaginado como algo inconmensurable y se llega a pensar que es mucho
mayor que el del varón. Freud hablaba de la feminidad como de un continente negro.

El deseo y el goce femeninos vienen a significar no sólo la irrupción de lo desconocido


e ilimitado, vivido como desorganizador, sino también la preferencia por las metas
pulsionales pasivas que caracterizan a la feminidad y que recuerdan a la posición
pasiva a la que el sujeto se ha visto sometido en la seducción primaria, al ser tratado
como un objeto de goce para el otro.

Vemos como la referencia al falo como emblema del narcisismo está presente en las
evoluciones diferentes de la niña y del varón en el seno del complejo de Edipo y de la
fase genital, en que la economía narcisista debe ser renegociada. En resumidas
cuentas, lo amenazado por la castración no es tanto el pene como órgano real, sino lo
que él representa, es decir, el falo en tanto que reflejo narcisista idealizado del sujeto
mismo, que éste teme perder. Es a una pérdida narcisista de la autoestima encarnada
en el pene a que nos remite la angustia de castración propiamente dicha (J. C. Stoloff,
2000).

El papel de la fantasía

Hemos dicho que fue el comprender la importancia de la fantasía en la vida psíquica lo


que posibilitó a Freud el descubrimiento del complejo de Edipo. Es a partir de la
consistencia, la organización y la eficacia del mundo fantasmático que se justifica el
empleo del término realidad psíquica. La fantasía es una formación intermedia entre el
nivel inconciente propiamente dicho y el nivel preconciente y puede ser considerada
como el escenario del deseo. Es de ella de lo que nos ocupamos fundamentalmente en
la cura analítica.

La fantasía, que tiene un importante papel organizador de la vida psíquica, puede, bajo
ciertas condiciones, convertirse en refugio y prisión de la libido, que queda atrapada en
un mundo interior de ensoñaciones de realización omnipotente e irreal del deseo. En su
vertiente patológica, la fantasía consiste en ensoñaciones regresivas que impiden la
evolución del sujeto al retenerlo en un mundo imaginario, poblado de figuras tomadas
del mundo infantil, es decir, edípicas.

La finalidad terapéutica del análisis consiste entonces en conseguir que el paciente


renuncie al fantaseo y a sus satisfacciones secretas para sustituirlas por otras
formaciones imaginarias y otras acciones en la vida, para alcanzar nuevas formas de
satisfacción en la realidad. La curación pasa por la reapropiación por parte del sujeto
de sus potencialidades pulsionales, para que pueda hacer con ellas algo en la realidad.
Hay que liberar a la libido desligándola de las imagos parentales sepultadas en el
inconciente, para devolverla a la influencia del yo y de la realidad.

¿Por qué persiste este apego a los padres, en su mayor parte inconciente?
Precisamente porque las reivindicaciones libidinales edípicas que permanecen
reprimidas no pueden ser elaboradas y se hacen así perennes. Es precisamente el
develamiento del psiquismo inconciente y la reorganización libidinal a través del duelo
de los objetos infantiles algo que especifica a las metas de la cura psicoanalítica.

Fantasía de los orígenes y fantasías originarias

Llamamos escena originaria o escena primaria a la relación sexual entre los padres,
observada o supuesta a partir de ciertos indicios y fantaseada por el niño. Forma parte
de un grupo de fantasías originarias que son transmitidas filogenéticamente y que se
encuentran en todos los seres humanos, sin que se pueda relacionarlas en cada caso,
con escenas realmente vividas por el individuo. Si la escena originaria es una
representación del origen del sujeto, la fantasía de castración, por ejemplo, vendría a
dar una solución al enigma de la diferencia de los sexos, mientras que la fantasía de
seducción explicaría el origen del deseo.

La escena originaria es generalmente interpretada por el niño como un acto de


violencia cometido por el padre en una relación sadomasoquista, y es generadora de
intensa angustia. La escena es un organizador de elementos dispersos, tratando de dar
una figuración a lo que está fuera de la escena y que debe su violencia a la sombra de
lo informe y lo incognoscible.

Esta escena forma parte del complejo edípico y constituye el núcleo duro del conflicto.
La forma en que cada uno ha integrado la escena de su concepción comandará el
acceso a todo lo que le ha precedido y se convertirá en algo así como el paradigma de
su relación con el mundo.

El Edipo como organización

El mito edípico puede ser pensado como tragedia, como destino y, fundamentalmente,
como estructura constituyente del sujeto. El Edipo es un concepto estructural del
psicoanálisis, pues es no sólo el complejo nuclear de las neurosis sino también el
momento decisivo en que culmina la sexualidad infantil y en el que se decide el
porvenir de la sexualidad y de la personalidad adultas, fundamentalmente, a través de
las identificaciones que posibilitan y definen la posición sexual masculina o femenina y
la manera de ser en general. El Edipo es entonces la estructura que organiza el devenir
humano alrededor de la diferencia de los sexos y la diferencia de las generaciones,
permitiendo articular lo estructural con lo histórico, es decir, con las vicisitudes reales
y fantasmáticas de las relaciones del niño con sus padres.

Los amores y los odios edípicos pueden ser hechos observables en la clínica, pero todo
lo que tiene lugar al nivel manifiesto de los afectos no trasciende el nivel descriptivo y
no explica por sí mismo la conflictiva edípica. Es en el nivel inconciente, más allá de la
referencia anecdótica, que hay que buscar la explicación.

El Edipo nos permite dar cuenta de la organización libidinal y de la estructuración del


inconciente mediante la construcción de un sistema de inscripciones pulsionales que
fijan la pulsión y sin las cuales la pulsión sería una pura tensión, una mera excitación.
El Edipo inscribe la pulsión y la somete a la represión, haciendo que sus metas sean
desviadas, indirectas y diversificadas. Esta organización permite obtener satisfacciones
acordes con la realidad o que la sexualidad encuentre nuevas canalizaciones a través
de la sublimación.

Lo que llamamos psicosexualidad supone la transposición de la pulsión sexual sobre la


escena psíquica, articulando el sexo físico con el sexo psíquico y proporcionando la
temática del montaje fantasmático que fija el deseo organizando los distintos
componentes pulsionales. La pulsión encuentra sus objetos y también los diques y los
límites que la realidad impone en su pasaje por el Edipo, en el que el deseo se orienta
hacia un objeto que a partir de ese mismo momento estará prohibido. El objeto que
causa el deseo es un objeto perdido.

Podemos hablar de psicosexualidad a partir del momento en que la pulsión es inscripta


y que de esta inscripción surge un representante que es el que configura el lado
psíquico de dicha pulsión, mientras que su fuente configura su faceta propiamente
somática. Recordemos que Freud definió la pulsión como un concepto límite entre lo
psíquico y lo somático. Es la función de transcripción producida por el Edipo la que
posibilita la articulación de lo somático con lo psíquico.

Tampoco podemos dejar de lado el papel del objeto en la estructuración del


inconciente, pues el registro representacional puede realizarse gracias a la mediación
materna, una de cuyas funciones más importante es la de proveer al niño de un
mundo de representaciones que va a permitirle organizar su psiquismo. Esta
organización lleva la impronta del otro, pues no será ajena a los deseos previamente
existentes en la madre.

El inconciente, tal como lo planteó Freud en "La interpretación de los sueños", es un


conjunto de representantes pulsionales seleccionados y ligados en una particular
combinación, que es diferente a la de las inscripciones preconcientes y que da pie a
una estructura que podemos reconocer como una organización libidinal. La integración
libidinal confluye en la producción de un sistema de identificaciones del que resulta la
formación del superyo y del ideal del yo, sistema por el cual el yo se constituye y va a
definir su carácter (A. Godino Cabas, 1977).

Función paterna y función materna

Debemos diferenciar dos niveles en el Edipo: 1) Un registro imaginario que es el


escenario constituido por las personas de los padres o sus sustitutos, en el que se
despliegan los dramas de amor y odio, de celos y venganza, que permiten hacer una
representación del conflicto, pero que no es el conflicto mismo. 2) Un registro
simbólico, más estructural, que concierne a las funciones que esas presencias
pretenden inscribir en el sujeto. Las funciones son de otro orden que las imágenes, por
lo que no hay que confundirlas.

Si tratamos de definir la función materna, podríamos decir que es preciso que la madre
sea mucho más la tierra que sostiene sin fallar que el mar que engloba y traga (S.
Leclaire, 1969). Sólo en la medida que la madre asegura una presencia corporal,
cuidadora y erógena a la vez, cumple verdaderamente su función de soporte materno.
A partir de ahí puede intervenir la función paterna, concebida como función de
separación y apertura. Este espacio materno en el que el niño vive puede tornarse muy
peligroso si falla la referencia paterna, en cuyo caso el niño puede temer ser englobado
por la madre o dañarla él mismo si no puede contener su agresión, que podría llegar a
destruir el mundo que lo sostiene.

El padre desempeña entonces un papel central por ser el representante de la ley que
prohíbe el incesto, en el ejercicio de una autoridad que trasciende a su persona, pues
emana de lo social. La interdicción del incesto se organiza en torno a una
transmutación del padre real en padre simbólico que transmite prohibiciones y leyes.
Existe entonces una diferencia entre la figura del padre en el mito edípico y la
personalidad del padre concreto, tal como aparece en la realidad familiar, pues
corresponden a distintos niveles y funciones.

El incesto y la ley

Como hemos visto, es la interdicción del incesto, que amenaza con la castración, la
que hace posible mantener una distancia y una relación con los objetos edípicos, y es
también la que crea y sostiene el deseo, que de otro modo se agotaría en la
consumación incestuosa, que es destructiva tanto para el sujeto como para el objeto.

¿Qué significa el incesto desde el punto de vista psicoanalítico, dentro de la


constelación edípica? Significa el asesinato del padre y el goce con la madre, tomando
el cuerpo de la madre como objeto sexual. Esto puede presentarse a la inversa, es
decir, asesinato de la madre y la espera de un goce sexual con el padre. Todo esto es
válido para el niño como para la niña.

Cuando hablamos del asesinato del padre no nos estamos refiriendo a un hecho
empírico, a la muerte real del padre; también debemos tener presente que el niño no
puede gozar sexualmente de la madre, debido a su corta edad. En este sentido el
incesto no se realizaría nunca. Sin embargo, desde una perspectiva psicoanalítica,
existen relaciones incestuosas cuyas consecuencias se manifiestan en neurosis o
psicosis de la edad adulta, y que son el resultado de algo que podríamos llamar incesto
más o menos realizado.

La relación incestuosa significa la transgresión del límite; si la madre es tomada como


objeto sexual queda anulada la función de contención y de límite, que es
absolutamente indispensable en toda estructura de tipo edípico. Hay que aclarar que lo
que la ley prohibe es tomar el cuerpo de la madre como objeto sexual, pero no prohíbe
la relación tierna con ella.

Al sostener la existencia de un más allá del principio de placer en la vida psíquica,


Freud adoptó el término principio de Nirvana para promover la noción de pulsión de
muerte. Dicha pulsión opuesta a los proyectos vitales en la medida que tiende a la
anulación completa de todas las diferencias, de todas las tensiones, lo que podría ser
identificable como placer absoluto, que sería el Nirvana. Podríamos decir que la
realización del incesto es una situación que, cuando se realiza, corresponde con algo
que no puede ser considerado como placer sino como goce, es decir, que está más allá
del placer.

Hemos dicho que es el padre simbólico el que hace valer la prohibición del incesto, ley
que al marcar los límites dispone un acceso atemperado al goce sexual, subordinado al
principio de placer y al principio de realidad, es decir a Eros. Cuando el niño encuentra
en el padre un obstáculo suficientemente consistente, se refuerzan el impulso sexual y
la dialéctica de las sublimaciones. En caso contrario, pueden incrementarse la euforia y
la manía, que reflejan la no elaboración de las ilusiones del narcisismo expansivo.

En el individuo neurótico algo vinculado al límite, que permite organizar lo prohibido y


la ley, y por tanto el deseo, ha sido dañado en su experiencia, afectando
profundamente a su vida libidinal. Por esa razón tratará de construir límites que
garanticen la inaccesibilidad del goce respecto de la madre. Buscan el límite tratando
de reconstruirlo y, al mismo tiempo, de transgredirlo (S. Leclaire, 1969).

En la psicosis, esa búsqueda puede tener consecuencias más trágicas. Ciertos crímenes
cometidos por psicóticos, que a simple vista parecen inmotivados, ocurren a
continuación de un estado de profunda angustia que tratan de suprimir mediante un
acto de violencia. No es raro que el psicótico sienta la amenaza angustiante de verse
confrontado a un goce incestuoso, aniquilante; dichos crímenes suelen tener un efecto
estabilizador debido al reencuentro con la ley, llamada por el crimen e impuesta por la
pena penitenciaria.

El final del complejo de Edipo

La declinación del complejo de Edipo indica la entrada en el período de latencia que


interrumpe el desarrollo de la sexualidad. Este recomienza con la pubertad y corre el
riesgo de sucumbir a los arquetipos infantiles y de seguirlos a la represión. La
adolescencia se encuentra ante la tarea de rechazar las fantasías incestuosas y de
emanciparse de la autoridad parental. El Edipo es un proceso que debe desembocar en
la posición sexual y la actitud social adultas. Si no es superado, continúa ejerciendo
desde el inconciente una acción importante y durable, constituyendo con sus derivados
el complejo nuclear de cada neurosis.

En "El final del complejo de Edipo" Freud comienza diciendo que el complejo sucumbe
a su propio fracaso, es decir, por causas internas: la ausencia de satisfacción aparta al
niño de su inclinación sin esperanza. Pero más adelante pone énfasis en la amenaza de
castración, es decir, en influencias externas. Se trata de cosas diferentes, pues si la
imposibilidad es del orden de lo real, puesto que el niño no cuenta con los medios para
poseer a la madre debido a su corta edad, la amenaza de castración sólo tiene valor
para quien otorga credibilidad a dicha amenaza. Freud agrega que esta creencia se
instaura en el curso de un proceso, pues al comienzo, el niño no cree ni obedece a la
amenaza, hasta el momento en que su incredulidad es vencida cuando percibe los
órganos genitales femeninos.

Quiere decir que la decepción por la ausencia de satisfacción debe ser reforzada por la
interdicción para que el niño se aparte de su madre. En efecto, él no podría renunciar
al objeto originario por su propia iniciativa, debido a experiencias frustrantes que lo
dejarían finalmente sin esperanzas. El límite o el impedimento debe provenir de una
intimidación externa; pero para que ésta tenga una resonancia interna tiene que haber
una disposición favorable para percibirla como un peligro real.

Por un lado, la prohibición de la satisfacción frustra pero por otro protege,


garantizando una cierta seguridad de base. Por otra parte, al ser la interdicción el
soporte del deseo mantiene intacta la esperanza, pues permite soñar con la realización
de las aspiraciones sentidas como prohibidas.
El neurótico fracasa en la tarea de desprender de su madre sus deseos libidinales para
desplazarlos a otro objeto real. Se refugia en la fantasía, lo que comporta una
introversión de la libido y un cierto repliegue narcisista, por falta de compromiso con la
realidad. El síntoma fundamental de la neurosis consiste en que la libido permanece
fijada a objetos fantasmáticos tomados de la infancia y, en definitiva, tanto los
síntomas como la enfermedad dependen de la estructuración de las fantasías del
sujeto.

En cierta forma el neurótico no renuncia a sus fantasías incestuosas, que son expresión
de un deseo regresivo y letal, lo que le produce muchos trastornos, pues a causa de
ello no solamente queda fijado al objeto originario sino que también debe cargar con
un superyo hiper severo, teniendo que crearse fobias u obsesiones, o mantener su
deseo constantemente insatisfecho para reconstruir límites y evitar el goce del objeto
prohibido. La neurosis es una forma de protegerse del incesto aunque sin renunciar a
él.

En "Inhibición, síntoma y angustia", Freud vuelve a preguntarse si el final del complejo


de Edipo se produce por mera represión o por la efectiva cancelación de las antiguas
mociones de deseo. Plantea dos posibilidades: que el antiguo deseo siga ejerciendo
efectos a través de sus retoños, es decir, los síntomas a los que transfirió su energía, o
que además se haya conservado él mismo. Una tercera posibilidad es que el circuito de
la neurosis fuera reanimado por regresión, por inactual que pudiera ser en el presente.

También podría gustarte