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PROGRAMA DE

ESTUDIOS GENERALES

HUMANIDADES

Globalización
y
Realidad Nacional

Coordinador responsable:
Juan Luis Orrego

2020-1

Este material de apoyo académico se reproduce para uso exclusivo de los alumnos de la Universidad de Lima y en
concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos de autor: Decreto Legislativo 822.

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PRESENTACIÓN

Este manual es la selección de lecturas obligatorias que el curso


GLOBALIZACIÓN Y REALIDAD NACIONAL propone a los estudiantes del
ciclo 2020-1 del Programa de Estudios Generales Letras de la Universidad de
Lima, y guardan relación con los lineamientos de la sumilla: “La asignatura
examina los principales problemas del mundo contemporáneo y su relación con
la situación del Perú actual. Desde una perspectiva histórica, se identifican y
analizan los principales procesos y fenómenos que se desarrollaron a partir de
la Guerra Fría y el inicio de la globalización. Teniendo como eje transversal la
globalización, la asignatura comprende temas tales como el desarrollo
tecnológico, el capitalismo global, el desafío de la democracia, los cambios
sociales y culturales y la configuración geopolítica del mundo contemporáneo”.
Además, servirán como complemento para las clases teóricas y serán incluidos
en las diferentes evaluaciones que contempla el calendario del semestre.

El material de lectura está dividido en dos partes. En la primera, se recogen


textos que analizan el actual fenómeno de la globalización y los diversos
procesos que han marcado el devenir del mundo contemporáneo, desde la
Guerra Fría hasta el fin del “socialismo real” y la configuración del “nuevo orden
mundial”. Anthony Giddens nos introduce en la globalización y su importancia
en la sociedad contemporánea, presentándonos los factores que la hacen
posible como los avances en las TIC, los flujos de información. Asimismo,
desarrolla la globalización económica y el papel importante que desempeñan
las corporaciones multinacionales en la consolidación de la globalización, de
allí que resulte importante presentar las cadenas globales de artículos. La
globalización política y la consolidación de gobiernos internacionales y
regionales es otro tema abordado por Giddens. Todo ello sirve para que se
planteen las escuelas de pensamiento de la globalización. Finalmente, nos dice
cómo la globalización influye en las culturas locales, fomenta el individualismo y
promueve la gobernanza global. Ramón Villares y Ángel Bahamonde nos

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reseñan un panorama de la Guerra Fría (1947-1991), cómo se gestó, la
compleja psicología de la desconfianza entre ambas superpotencias, los
principales escenarios de conflicto (como las guerras de Corea y Vietnam), los
esfuerzos por una “coexistencia pacífica”, su rebrote (entre 1979 y 1985) y su
lento final con la aparición de la perestroika y la caída del Muro de Berlín. El
trabajo de Gabriel García Higueras, profesor del curso, nos introduce en el
mundo de la Unión Soviética con las reformas emprendidas por Mijaíl
Gorbachov a partir de la segunda mitad de la década de los ochenta. El análisis
del profesor García Higueras nos esclarece los objetivos de la perestroika y la
glásnost, y por qué dichos esfuerzos, paradójicamente, llevaron al colapso del
“socialismo real” no solo en la antigua URSS sino también en los países de la
Europa del Este. El largo camino de las mujeres, a través del siglo XX, por
alcanzar sus derechos y conseguir niveles de igualdad es el tema del texto
propuesto por José Núñez, tanto en los países capitalistas del Primer Mundo
como en los del bloque soviético y el Tercer Mundo: la conquista del voto, el rol
de las mujeres en la economía y la lucha por la libertad sexual son, entre otros,
son los puntos que se tratan. Romer Cornejo, por su lado, analiza los cambios
económicos, sociales y políticas que se iniciaron en la República Popular China
a partir de la muerte de Mao Zedong, con el advenimiento al poder del
reformista Deng Xiaoping en 1977. En suma, se trata de un texto muy útil para
comprender el perfil de la China contemporánea. El primer bloque se cierra con
otro aporte de Giddens, que esta vez nos introduce en el complejo mundo del
surgimiento del fundamentalismo religioso, tanto islámico como cristiano, y su
influencia política y social en el mundo que nos ha tocado vivir.

La segunda parte del manual está dedicado al Perú. Se abre con un ensayo de
Nelson Manrique que nos explica las enormes dificultades que tuvo nuestro
país en construir el Estado-nación durante el siglo XIX e inicios del XX. Las
continuidades del Perú colonial, los debates sobre la incorporación del mundo
andino al proyecto republicano y los desafíos del mestizaje son algunos de los
puntos que el profesor Manrique nos ayuda a repensar. Luego vienen tres
interesantes artículos sobre la población y la sociedad peruanas a lo largo del
siglo XX, escritos por los historiadores Augusto Ruiz, Martín Monsalve y
María Isabel Remy. El contenido de cada uno de ellos sigue los criterios

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cronológicos y analíticos en que el curso ha dividido nuestra trayectoria
histórica en el siglo pasado: la República Aristocrática y el Oncenio de Leguía
(1890-1930), la Crisis del Orden Oligárquico (1930-1968) y El Estado
reformista, la década perdida y el estado neoliberal (1968-2000). El crecimiento
demográfico, el impacto de las políticas sanitarias, las consecuencias de la
migración interna, el fenómeno del mestizaje, las transformaciones de las
ciudades y de la cultura urbana serán sólo algunos de los temas que los
alumnos podrán debatir y comprender a lo largo del ciclo 2020-1.

Monterrico, abril de 2020.

Este material de apoyo académico se hace para uso exclusivo de los alumnos de la
Universidad de Lima y en concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos
de autor: Decreto Legislativo 822.

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CONTENIDO

PRIMERA PARTE

1. Anthony Giddens, “La globalización” ……………………………………….. ... 7

2. Ramón Villares y Ángel Bahamonde, “La Guerra Fría”……………………... 32

3. Gabriel García Higueras, “Las reformas en la Unión Soviética hacia el final


de la Guerra Fría (1985-1991)………………………………………………. 49

4. José Núñez, “La larga marcha de las mujeres”…………………………….. 73

5. Romer Cornejo, “La era de las reformas”……………………………………. 87

6. Anthony Giddens, “Los fundamentalismos”…………………………………. 94

SEGUNDA PARTE

7. Nelson Manrique, “Identidad peruana y peruanidad”…………………….. 103

8. Augusto Ruiz, “Población y sociedad, 1880-1930”……………………….. 111

9. Martín Monsalve, “Población y sociedad, 1930-1960”……………………. 140

10. María Isabel Remy, “Población y sociedad, 1960-2000”…………………. 171

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PRIMERA PARTE

Este material de apoyo académico se hace para uso exclusivo de los alumnos de la
Universidad de Lima y en concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos
de autor: Decreto Legislativo 822.

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LA GLOBALIZACIÓN
Anthony Giddens

Adaptación realizada de:


Giddens, Anthony (2014) Sociología. 7 ma. Edición. Madrid. Alianza Editorial. Capítulo 4. La
Globalización y el cambio social (fragmento), (páginas 159-184).

En los últimos años ha comenzado a utilizarse frecuentemente el concepto de


globalización tanto en debates políticos y empresariales como en los medios de
comunicación. Hace treinta años, este término era relativamente desconocido,
pero en la actualidad parece estar en boca de todos. Para algunos, la
globalización hace referencia al conjunto de procesos relacionados con el
incremento de flujos multidireccionales de objetos, personas e información por
todo el planeta (Ritzer, 2009). No obstante, aunque esta definición hace
hincapié en la mayor fluidez o liquidez del mundo contemporáneo, para muchos
académicos la globalización trata del hecho, que cada vez más cierto, de que
vivimos en «un solo mundo», de manera que los individuos, empresas, grupos
y naciones se hacen más interdependientes. Como vimos en el capítulo
introductorio, esto ha venido ocurriendo a lo largo de un periodo muy
prolongado de la historia, humana y, con toda seguridad, no está limitado al
mundo contemporáneo (Nederveen Pieterse, 2004; Hopper, 2007). Góran
Therborn explica muy bien este punto:

Algunos segmentos de la humanidad han mantenido contactos globales, o al menos


transcontinentales o transoceánicos, desde hace mucho tiempo. Hace 2.000 años, ya
existían vínculos comerciales entre la antigua Roma y la India. La incursión de
Alejandro Magno desde Macedonia hasta el Asia Central hace 2.300 años resulta
evidente si contemplamos las estatuas de Buda de apariencia griega que se exhiben
en el Museo Británico. Lo que resulta novedoso es la escala masiva del contacto y el
contacto de las masas, los viajes y la comunicación de masas.

Tal y como sugiere Therborn, los debates actuales se centran mucho más en el
ritmo y la intensidad de la globalización de los últimos treinta años
aproximadamente. Esta idea fundamental de aceleración del proceso de
globalización es la que caracteriza este periodo de tiempo como radicalmente
diferente, y es el sentido del concepto que nos interesa aquí.
Con frecuencia, el proceso de globalización suele presentarse únicamente
como un fenómeno económico. Se da mucha importancia al papel que tienen
las corporaciones multinacionales, cuyas enormes operaciones cruzan las
fronteras de los países, influyendo en los procesos de producción global y en la
distribución internacional del trabajo, Otros apuntan a la integración electrónica
de los mercados financieros y al enorme volumen de los flujos de capital,
ambos elementos de carácter global. Además, otros se centran en el alcance
sin precedentes del comercio mundial, que afecta a una multiplicidad de bienes
y servicios nunca vista hasta ahora. Como veremos, la globalización

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contemporánea se comprende mejor si la contemplamos como una conjunción
de factores políticos, sociales, culturales y económicos.

Elementos de la globalización

La aceleración de la globalización se ha visto impulsada sobre todo por el


desarrollo de unas tecnologías de la información y de la comunicación que han
intensificado la velocidad y el alcance de las interacciones que establecen las
personas por todo el mundo. Como sencillo ejemplo, piense en la Copa
Mundial de Fútbol de 2010. Gracias a la tecnología por satélite, las conexiones
globales de televisión, los cables submarinos de telecomunicaciones, las
conexiones de Internet por banda ancha y la generalización del acceso a los
ordenadores, los partidos pudieron ser vistos por miles de millones de personas
de todo el mundo. Este ejemplo es una muestra de cómo la globalización
empieza a estar integrada en las rutinas del día a día de cada vez más
personas en más regiones del planeta. Esto crea experiencias compartidas
auténticamente globales, un prerrequisito de la sociedad global.

Avances de la tecnología de la información y la comunicación

La explosión registrada en las comunicaciones globales se ha visto facilitada


por algunos importantes avances tecnológicos y por otros relativos a la
infraestructura de telecomunicaciones del mundo. Después de la Segunda
Guerra Mundial se registró una profunda transformación del alcance e
intensidad de los flujos de las telecomunicaciones. La comunicación telefónica
tradicional, que dependía de señales analógicas transmitidas a través de
alambres y cables con la ayuda de cambios cruzados mecánicos, ha sido
sustituida por sistemas integrados en los que se comprimen y transmiten
grandes cantidades de información mediante tecnología digital. El uso del cable
se ha hecho más eficiente y más barato; el desarrollo del de fibra óptica ha
extendido enormemente el número de canales que puede transmitirse.
Mientras que los antiguos cables transatlánticos tendidos en los años cincuenta
no tenían capacidad más que para cien rutas sonoras, hacia 1992 un único
cable transoceánico podía transmitir unas 80.000 conversaciones. En 2001 se
instaló un cable transatlántico submarino de fibra óptica capaz de transmitir la
asombrosa cantidad de 9,7 millones de canales telefónicos (Atlantic Cable,
2010). Actualmente, esos cables no sólo transmiten telefonía, sino datos de
Internet, vídeo y muchos otros tipos de información. La proliferación de los
satélites de comunicación, que comenzó en la década de los sesenta, también
ha sido crucial para la expansión de las comunicaciones internacionales. En la
actualidad, una red compuesta por más de 200 de estos satélites facilita la
transferencia de información por todo el planeta, aunque el grueso de la
comunicación transcurre todavía por cables submarinos, que suelen ser más
fiables.

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En los países que cuentan con infraestructuras de telecomunicaciones muy
desarrolladas, los hogares y oficinas disponen ahora de múltiples vínculos con
el mundo exterior, entre ellos el teléfono (fijo —de línea terrestre— o móvil), la
televisión digital, por satélite o por cable, el correo electrónico e Internet. Este
último sistema ha resultado ser la herramienta para la comunicación que más
rápidamente ha crecido en la historia: unos 140 millones de personas de todo
el mundo lo estaban utilizando a mediados de 1998. En 2011 se estimaba que
había 2.000 millones conectadas, el 30% de la población mundial (véase el
cuadro 4.5).

Estas tecnologías facilitan la «compresión» del tiempo y del espacio (Harvey,


1989). Dos individuos que estén situados en lados opuestos del planeta —en
Tokio y Londres, por ejemplo— no sólo podrán mantener una conversación en
«tiempo real», sino que también podrán enviarse documentos e imágenes. El
uso generalizado de Internet y de los teléfonos móviles está acentuando y
acelerando los procesos de globalización; a través de estas tecnologías, la
gente está cada vez más interconectada, incluso en lugares que antes estaban
aislados o contaban con un mal servicio de comunicaciones tradicionales.
Aunque la infraestructura de telecomunicaciones no se haya desarrollado de
manera uniforme por el mundo, un número creciente de naciones puede ahora
acceder a las redes de comunicación internacionales de un modo que antes
era imposible y el uso de Internet ha crecido más rápidamente en aquellas
áreas que antes estaban más retrasadas, África, Asia, Oriente Medio,
Latinoamérica y el Caribe (véase el cuadro 4.5).

Los flujos de información

Al igual que la expansión de las tecnologías de la información ha aumentado


las posibilidades de contacto entre personas de todo el globo, también ha
facilitado el flujo de información sobre gente y acontecimientos de lugares
lejanos. Cada día los medios de comunicación llevan noticias, imágenes e
información a nuestros hogares, vinculándolos directa y continuamente con el
mundo exterior. Algunos de los acontecimientos más apasionantes de los
últimos tiempos —como la caída del Muro de Berlín en 1989, la violenta
ofensiva contra las protestas democráticas en la plaza china de Tiananmen ese
mismo año, los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, la invasión
de Irak dirigida por Estados Unidos en 2003 y la ocupación de la Plaza Tahrir
de Egipto en 2011, cuando avanzaba la «Primavera Árabe»— han sido
presentados por los medios de comunicación ante un público realmente global.
Hoy en día, los individuos son más conscientes de su interconexión con los
demás y resulta más probable que antes que se identifiquen con temas que
afectan a todo el planeta.

Este desplazamiento hacia una perspectiva global tiene dos importantes


dimensiones. En primer lugar, como miembros de una única comunidad
planetaria, los seres humanos perciben cada vez con mayor claridad que la
responsabilidad social no se detiene ante las fronteras nacionales, sino que se
extiende más allá de ellas. Los desastres e injusticias que sufren personas del
otro lado del orbe no sólo son desgracias que hay que soportar, sino que
constituyen áreas de acción e intervención legítimas. Se está consolidando la

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idea de que «la comunidad internacional» tiene la obligación de actuar en
situaciones de crisis para proteger los derechos humanos de personas cuyas
vidas están amenazadas. En el caso de los desastres naturales, tales
intervenciones se manifiestan en forma de ayuda humanitaria y asistencia
técnica. También han aumentado en fechas recientes las llamadas a la
intervención en casos de guerra, conflicto étnico y violación de los derechos
humanos, aunque tales movilizaciones resultan más problemáticas que las
ocasionadas por los desastres naturales.

Immanuel Wallerstein y el sistema mundial moderno

Planteamiento del problema


Muchos estudiantes acuden a la sociología para encontrar respuestas a las grandes preguntas
de la vida social. Por ejemplo, ¿por qué hay países ricos y otros sumamente pobres? ¿Cómo
las han arreglado algunos países que antes eran pobres para alcanzar la prosperidad, mientras
que otros no lo han conseguido? Estas cuestiones relativas a las desigualdades globales son
la base de la obra del sociólogo histórico estadounidense Immanuel Wallerstein (1930). Para
abordarlas, Wallerstein intento proyectar las teorías marxistas del cambio social en la era
global. En 1976 contribuyo a la fundación del Centro Fernand Braudel para el Estudio de las
Economías, los Sistemas Históricos y las Civilizaciones, de la Universidad de Binghamton,
Nueva York, que se ha convertido en un punto focal para la investigación del sistema mundial.

La explicación de Wallerstein
Con anterioridad a la década de los setenta, los sociólogos tendían a tratar las sociedades
mundiales en términos de Primer, Segundo y Tercer Mundo, en función de la situación de las
empresas capitalistas, la industrialización y la urbanización (Véase el cuadro 4.4). Por tanto, se
pensaba que la solución al desarrollo del Tercer Mundo era incrementar el capitalismo, la
industria o la urbanización. Wallerstein rechazo esta categorización dominante de las
sociedades, argumentando que existe un solo mundo y que todas las sociedades están
interconectadas mediante las relaciones económicas capitalistas. Describió este complejo
entrelazado de las economías como el “sistema mundial moderno”, avanzando así las teorías
de la globalización. Sus principales argumentos sobre cómo surgió este sistema mundial están
descritos en una obra de res volúmenes, El moderno sistema mundial (1974; 1980; 1989), en
que se desarrolla su perspectiva macrosociológica

Los orígenes del sistema mundial moderno se encuentran en la Europa de los siglos XVI y
XVII, cuando el colonialismo permitió que países como Gran Bretaña, Holanda y Francia
explotaran los recursos de los países que colonizaban. Esto les posibilito una acumulación de
capital, que al ser reinvertido en la economía sirvió para que mejoraran aún más la producción.
Esta división global del trabajo creo un grupo de países ricos, pero también empobreció a
muchos otros, dificultando su desarrollo. Wallerstein afirma que el proceso produjo un sistema
mundial constituido por un núcleo central, una semiperiferia y una periferia (véase la figura 4.3).
Y aunque es posible que un determinado país “ascienda” al núcleo central (como ha sido el
caso de algunas sociedades de reciente industrialización) o “descienda” a la semiperiferia o la
periferia, la estructura del sistema mundial moderno permanece constante.

La teoría de Wallerstein intenta explicar por qué los países en vías de desarrollo tienen tantas
dificultades para mejorar su situación, pero también amplia la teoría de Marx de la lucha de
clases sociales a un nivel global. En términos globales, la periferia mundial se convierte en la
clase obrera, mientras que el núcleo forma la clase capitalista explotadora. Según la teoría
marxista, esto significaría que, en la actualidad, sería más probable una futura revolución
socialista en los países en vías de desarrollo que en el núcleo opulento, tal y como predijo
Marx. Esta es una de las razones por la que las ideas de Wallerstein han sido bien recibidas
por los activistas políticos de los movimientos anticapitalistas y antiglobalización.

Puntos críticos

Al estar basada en la obra de Karl Marx y el marxismo, la teoría de los sistemas mundiales se
ha enfrentado a críticas similares a las que afectan a aquel. En primer lugar, esta teoría tiende

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hacer hincapié en la dimensión económica de la vida social y subestima el rol de la cultura a la
hora de explicar el cambio social. Se ha defendido, por ejemplo, que una de las razones por las
que Australia y Nueva Zelanda pudieron abandonar la periferia económica más fácilmente que
otros países fue los estrechos lazos que mantenían con la industrialización británica, lo que
permitió que enraizase ms rápidamente una cultura industrial.

En segundo lugar, la teoría subestima el rol de la etnicidad, a la que se considera meramente


como una reacción defensiva contra las fuerzas globalizadoras del sistema mundial. Por ello,
las grandes diferencias en religión o lengua no se consideran particularmente importantes. Por
último, se ha reprochado a Wallerstein que utilice su teoría para explicar acontecimientos
actuales, pero no acepte que dichos acontecimientos puedan refutarla, o que otras teorías
proporcionen una explicación mejor.

Trascendencia actual

El trabajo de Wallerstein ha sido fundamental para que los sociólogos cobraran conciencia del
carácter interconectado de la economía mundial capitalista moderna y de sus efectos
globalizadores. Por tanto, se debe reconocer su papel entre los primeros que advirtieron del
significado de la globalización, aunque su énfasis en la actividad económica se considere algo
limitado. Su enfoque ha atraído a muchos estudiosos y gracias a su base institucional en el
Centro Fernand Braudel y a una publicación académica dedicada a su difusión –The Journal of
World-Systems Research, fundada en 1995-, el análisis de los sistemas mundiales se ha
convertido en una escuela de investigación bien asentada.

Las interacciones del turismo internacional

¿Alguna vez ha mantenido una conversación cara a cara con una persona de otro país o se ha
conectado con una página web extranjera? ¿Ha viajado a otras partes del mundo? Si ha
respondido «si» a alguna de estas preguntas, usted ha comprobado los efectos que tiene la
globalización en la interacción social. La globalización, un fenómeno relativamente reciente, ha
transformado la frecuencia y la naturaleza de las interacciones entre personas de diferentes
naciones. El sociólogo histórico Charles Tilly la define en función de estos cambios; según él,
«la globalización significa un aumento en la proyección geográfica de las interacciones sociales
localmente importantes (1995:1-2). Dicho de otra manera, con la globalización, una
proporción mayor de nuestras interacciones implica la intervención, directa o indirecta, de
personas de otros países.

La globalización ha aumentado enormemente las posibilidades de viajar al extranjero, tanto que


fomenta el interés en otros países como porque fomenta el interés en otros países como
porque facilita el movimiento de los turistas a través de las fronteras. Evidentemente, la gran
cantidad de turismo internacional se traduce en un incremento del número de interacciones
cara a cara que se produce entre personas de diferentes países. Según el sociólogo John Urry
(2002; Urry y Larsen, (2011), muchas de las interacciones se configuran a partir de la «mirada
del turista», que alude a las expectativas que tiene este de vivir experiencias exóticas en sus
viajes al extranjero.

Urry compara la «mirada del turista» con el concepto de la mirada medica de Foucault (que
veremos en el capítulo 11, «Salud, enfermedad y discapacidad»), ya que esta tan organizada
socialmente por especialistas profesionales y es tan sistemática en su aplicación y tan distante
como la mirada médica, pero en este caso se organiza en busca de experiencias «exóticas».
Se trata de experiencias que vulneran nuestras expectativas cotidianas sobre cómo se supone
que ha de desarrollarse la interacción social y la que mantenemos con el medio físico.

Por ejemplo, a los británicos que viajan a Estados Unidos les puede encantar el hecho de que
se conduzca por la derecha, lo cual a su vez puede resultar desconcertante para los
conductores británicos. Las normas de circulación están tan enraizadas que vulnerarlas nos
parece algo extraño y exótico. Imagínese la decepción que sentiría si viajara a otro país y se

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diera cuenta de que es casi igual al municipio en el que ha crecido.

Sin embargo, exceptuando personas buscan experiencias extremas, la mayoría de los turistas
no quiere que sus experiencias sean demasiado exóticas. En Paris, por ejemplo, uno de los
destinos más habituales entre los viajeros jóvenes es la cadena de restaurantes McDonald’s.
Algunos lo hacen para comprobar si es cierta la cita de la película de Quentin Tarantino, Pulp
Fiction, en la que mencionan que como los franceses utilizan el sistema métrico, la típica
hamburguesa de McDonald´s denominada allí «Royale con queso» (lo cual. Dicho sea de paso,
es cierto). Los británicos que viajan al extranjero no suelen resistirse a la tentación de pararse
en pubs y tabernas de estilo inglés o irlandés. La contradicción que supone demandar a un
tiempo cosas exóticas y familiares subyace en el fondo de la mirada del turista.

Esa mirada puede someter a ciertas presiones las interacciones directas que se producen entre
los turistas y los «lugareños». Entre estos últimos los que forman parte de la industria turística
pueden apreciar a los visitantes extranjeros por los beneficios económicos que reportan a los
lugares que visitan. A otros puede que no les gusten los turistas por su actitud exigente o por la
remodelación de los destinos más visitados que suele conllevar su presencia. A veces los
turistas interrogan a los lugareños sobre ciertos aspectos de su vida cotidiana, como son la
comida, el trabajo y los hábitos recreativos; puede que lo hagan para mejorar su comprensión
de otras culturas o para hacer juicios negativos sobre los que no son como ellos. Como ocurre
con la mayor parte de los aspectos de la globalización, el impacto global de estos encuentros
interculturales tiene consecuencias tanto positivas como negativas.

REFLEXIONES CRÍTICAS

¿Alguna vez ha pensado en el impacto que puedan tener sus vacaciones en el extranjero sobre
la sociedad y las personas a las que visita? ¿De qué forma puede perjudicar su viaje y las
infraestructuras necesarias para el turismo a los ecosistemas del país? ¿Cree que los
beneficios culturales que produce el turismo global sobrepasan cualquier daño medioambiental
que pueda causar?

En segundo lugar, parece que la perspectiva global está, debilitando el


sentimiento de identidad nacional (el Estado-nación). Las identidades culturales
locales están experimentando una poderosa recuperación en diversas partes
del mundo, al tiempo que el control tradicional del Estado-nación sufre una
profunda transformación. En Europa, por ejemplo, es muy probable que los
habitantes de Escocia y del País Vasco se identifiquen, respectivamente, como
escoceses o vascos —o, simplemente, como europeos— más que como
británicos o españoles, en cada caso. El Estado-nación como fuente de
identidad está desvaneciéndose, a medida que las transformaciones políticas
que tienen lugar a escala regional y global van relajando la relación de las
personas con los estados en los que viven.

La globalización económica

Algunos sociólogos socialistas y marxistas sostienen que, aunque la cultura y la


política influyen en las tendencias globales, la fuerza motriz de las mismas es la
globalización económica capitalista y la búsqueda continua de beneficios.
Martell (2010: 5), por ejemplo, afirma que «es difícil encontrar sectores de la
globalización que no se sostengan sobre estructuras económicas subyacentes
que afectan a la igualdad o a las relaciones de poder con las que se produce o
se recibe la globalización o sobre un incentivo. Este punto de vista acepta el
carácter multidimensional de la globalización, pero rechaza la idea de que los

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factores culturales, políticos económicos tengan el mismo peso como motor de
los procesos globalizadores.

Evidentemente, no todos están de acuerdo. Los sociólogos que mantienen un


enfoque más culturalista sostienen que la globalización actual se basa en la
integración actual de economía mundial, muy influida por la cultura. Veamos el
ejemplo del turismo, hoy en día es una enorme «industria» en muchos países.
En Gran Bretaña es el tercer sector en ingresos de exportación, por valor de
90.000 millones de libras y proporciona alrededor de 1,3 millones de empleos
(DCMS, 2011). Por su parte, los ciudadanos británicos realizan más de 50
millones de visitas al extranjero cada año (Tirry, 2002: 6). Se cree que el deseo
de viajar y conocer escenarios y culturas diferentes procede de la evolución de
los gustos culturales de «la mirada del turista» (Urry y Larsei, 2011). Esta idea
se resume en «Sociedad global 4.3».

Para Waters (2001), el ámbito de la cultura es crucial para la globalización


porque a través de las formas culturales el desarrollo económico y el político se
liberan de las restricciones materiales de la geografía. Se llama economía
ingrávida a aquella en la que los productos se basan en la información, como
es el caso de los programas informáticos, los medios de comunicación y los
productos para el entretenimiento en formato electrónico, y en los servicios que
se ofrecen a través de Internet (Quab, 1999). Este nuevo contexto económico
ha sido descrito utilizando diversas denominaciones, entre ellas las de
«sociedad del conocimiento», «sociedad de la información» y «nueva
economía». La aparición de la sociedad del conocimiento se ha vinculado con
el desarrollo de una amplia base de consumidores que, diestros desde el punto
de vista tecnológico, incorporan con entusiasmo a su vida cotidiana los nuevos
avances informáticos y los que tienen que ver con el entretenimiento y las
telecomunicaciones. Tal vez el mejor ejemplo sea el de los usuarios de juegos
por ordenador, que aguardan con viva expectación la aparición de nuevas
versiones o la última aventura gráfica.

La «economía electrónica» es el puntal de la globalización económica más


general. Bancos, corporaciones, gestores de capital e inversores individuales
pueden desplazar fondos de un lugar a otro del mundo con sólo pulsar su
ratón. Sin embargo, esta nueva capacidad para mover el «dinero electrónico»
de forma instantánea resulta muy arriesgada. Las transferencias de grandes
cantidades de capital pueden desestabilizar las economías, desatando crisis
financieras internacionales. Al incrementarse la integración de la economía
global, un desplome financiero en una zona del mundo puede tener enormes
consecuencias para economías lejanas.

El propio funcionamiento de la economía global refleja los cambios que han


tenido lugar en la era de la información. Ahora muchos aspectos económicos
funcionan a través de redes que rebasan los límites nacionales en vez de
detenerse ante ellos (Castells, 1996). Las pequeñas y grandes empresas, con
el fin de ser competitivas en un contexto que se globaliza, se han
reestructurado para adoptar un carácter más flexible y menos jerárquico. Las
prácticas de producción y las pautas organizativas se han flexibilizado, la
asociación entre diversas firmas se ha hecho habitual y la participación en las

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redes de distribución mundiales se ha convertido en una parte esencial de los
negocios, dentro de un mercado global que cambia rápidamente.

Corporaciones multinacionales

Entre los muchos factores económicos que impulsan la globalización, el papel


de las corporaciones multinacionales es especialmente importante, a pesar
de que su número sea relativamente pequeño. Son compañías que producen
bienes o comercializan servicios en más de un país. Pueden ser firmas
relativamente pequeñas, con una o dos fábricas fuera del país en el que tienen
su base de operaciones, o gigantescos complejos internacionales cuyas
operaciones entrecruzan el globo. Algunas de las multinacionales más grandes
son conocidas en todo el mundo: Coca-Cola, General Motors, Unilever, Nestlé,
Mitsubishi y otras muchas. Las multinacionales, incluyo aquellas que tienen una
base nacional, están orientadas a mercados y ganancias de carácter global.

Las corporaciones multinacionales ganaron importancia a partir de 1945. En los


primeros tiempos de la posguerra la expansión provino de empresas radicadas
en los Estados Unidos, pero en los años setenta las europeas y japonesas
también comenzaron a invertir en el extranjero. A finales de los ochenta y en
los noventa, las multinacionales se expandieron de forma espectacular con el
establecimiento de tres poderosos mercados regionales: Europa (con el
mercado único), la región asiática del Pacífico (con la Declaración de Osaka,
que garantizaba la existencia de un comercio libre y abierto para el 2010) y
Norteamérica (con el NAFTA, acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos,
Canadá y México). Desde finales de la década de los noventa, los países de
otras áreas también han eliminado las restricciones a la inversión extranjera. Al
finalizar el siglo XX, en el mundo había pocas economías que estuvieran fuera
del alcance de las multinacionales. En los últimos años, han sido
especialmente activas en la expansión de sus operaciones en los países en
vías de desarrollo y en las sociedades de la antigua Unión Soviética y de
Europa Oriental.

Estas empresas ocupan un lugar primordial en el proceso de globalización


económica: realizan dos tercios del comercio mundial, son cruciales en la
difusión de las nuevas tecnologías por el orbe y también actores de primera
categoría en los principales mercados financieros internacionales (Heid et al.,
1999). Unas 500 multinacionales facturaron en 2001 más de 10.000 millones
de dólares, mientras que en ese año sólo había 75 países que pudieran
presumir de tener un producto nacional bruto que alcanzara por lo menos esa
cifra. Dicho de otro modo, las principales multinacionales del mundo son más
grandes, desde el punto de vista económico, que la mayoría de los países
(véase la figura 4.4). De hecho, la facturación total de las 500 principales
multinacionales del mundo ascendió a 14,1 billones de dólares, casi la mitad
del valor de los bienes y servicios producidos en el mundo entero.

Suele hablarse de cadenas globales de artículos para referirse al proceso de


fabricación cada vez más globalizado del que forman parte las redes mundiales

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de mano de obra y procesos de producción que elaboran un producto acabado.
Estas redes engloban todas las actividades de producción fundamentales
formando una «cadena» fuertemente interconectada que abarca desde las
materias primas necesarias para crear el producto hasta su
consumidor final (Gereffi, 1995; Appelbaum y Christerson, 1997). China ha
pasado de ser un país de renta baja a tener una renta media, principalmente a
causa de su papel en la exportación de bienes manufacturados. No obstante,
las actividades más rentables de las cadenas de artículos —la ingeniería, el
diseño y la publicidad— suelen tener como base los países de renta elevada,
mientras que las actividades menos rentables, como la producción industrial, a
menudo se sitúan en países de renta baja, reproduciendo así las
desigualdades globales.

REFLEXIONES CRÍTICAS

¿Cree que la capacidad financiera de las corporaciones multinacionales las dota de más
poder que los gobiernos nacionales? ¿Qué información podría confirmarnos si los
gobiernos mantienen la capacidad de regular las actividades de las corporaciones
multinacionales? ¿Cuál de las teorías que introdujimos en el capítulo 1 puede explicar
mejor el ascenso y creciente poder de las corporaciones transnacionales o
multinacionales?

La globalización política

La globalización contemporánea también está relacionada con la evolución de


los acontecimientos políticos. Este cambio reviste distintos aspectos: en primer
lugar, el derrumbamiento del comunismo de tipo soviético, producido en una
serie de espectaculares revoluciones que tuvieron lugar en Europa Oriental en
1989 y que culminaron con la disolución de la propia Unión Soviética en 1991.
Desde la caída del comunismo, los países del antiguo <(bloque» soviético —
entre ellos Rusia, Ucrania, Polonia, Hungría, la República Checa, los estados
bálticos, las naciones del Cáucaso y Asia Central, y muchos otros— están
acercándose a sistemas políticos y económicos de cuño occidental. La caída
del comunismo ha apresurado los procesos de globalización, aunque este
acontecimiento fuera también en parte resultado de esa misma globalización.
Al final, los países de economía centralizada y el control ideológico y cultural de
las autoridades políticas comunistas no pudieron sobrevivir en una época con
medios de comunicación globales y una economía mundialmente
electrónicamente integrada.

Barbie y las cadenas globales de artículos

La fabricación de la muñeca Barbie, el juguete más rentable de la historia, es un buen ejemplo


de cadena global de artículos. La muñeca adolescente de cuarenta y tantos años se vende a
un ritmo de dos por segundo, aportando a la Mattel Corporation, con sede en Los Ángeles,
Estados Unidos, bastante más 1.000 millones de dólares de ingresos anuales. Aunque se
vende fundamentalmente en Estados Unidos, Europa y Japón, la Barbie puede encontrarse en
140 países de todo el mundo. Es una autentica ciudadana global (Tempest, 1996), no solo en
ventas, sino también en cuanto a su lugar de nacimiento. Barbie nunca fue fabricada en

15
Estados Unidos. La primera muñeca se fabricó en Japón en 1959, cuando el país aún estaba
recuperándose de la Segunda Guerra Mundial y los salarios eran bajos. Cuando esto
aumentaron en Japón, Barbie se trasladó a otros países asiáticos de salarios reducidos. Sus
múltiples orígenes pueden enseñarnos mucho hoy día sobre la forma de actuar de las cadenas
globales de artículos.

La Barbie se diseña en Estados Unidos, donde se idean su estrategia de marketing y sus


campañas publicitarias y donde deja la mayor parte de los beneficios. Pero la única parte de
Barbie «made in USA» es su estuche de cartón, junto a algunas de las pinturas y esmaltes
utilizados para decorarla.

El cuerpo y el vestuario de Barbie proceden de todo el planeta:

1. Barbie inicia su vida en Arabia Saudita, donde se extrae el petróleo que una vez refinado
se convertirá en el etileno utilizado para crear su cuerpo de plástico.

2. La empresa estatal Chinese Petroleum Corporation importa el etileno y se lo vende a


Formosa Plastic Corporation, también taiwanesa y el mayor productor mundial de plásticos
de PVC que darán forma al cuerpo de Barbie.

3. Estas bolitas se transportan a alguna de las cuatro fábricas asiáticas que manufacturan la
Barbie, dos en el sur de China, una en Indonesia y otra en Malasia. La maquinaria de
inyección del molde plástico que será su cuerpo, la parte más cara de la fabricación de la
fabricación de Barbie, está construida en Estados Unidos, desde donde se transporta
hasta esas fábricas.

4. Una vez moldeado el cuerpo, se le coloca el pelo de nylon producido en Japón. Sus
vestidos se confeccionan en China con algodón chino (la única materia prima que procede
del país donde se fabrican la mayor parte de las Barbie).

5. Hong Kong desempeña un papel clave en el proceso de manufactura, ya que hasta su


puerto (uno de los mayores del mundo) llega prácticamente todo el material usado en su
fabricación, que luego se transporta en camiones a las fábricas chinas. Las Barbies
terminadas siguen la misma ruta. Alrededor de 23.000 camiones efectúan los viajes diarios
entre Hong Kong y las fábricas chinas.

Entonces, ¿de dónde procede en realidad la Barbie? El estuche de cartón y celofán que
contiene el conjunto de Barbie «Mi primera fiesta de té» viene etiquetado «Made in China»,
pero, tal como hemos visto, casi ninguno de los materiales que la componen procede en
realidad de aquel país. De los 9,99 dólares del precio de venta al público en Estados Unidos,
solo llegan a China unos 35 centavos, principalmente en forma de salarios pagados a las
11.000 campesinas que la ensamblan en sus dos fábricas. Una vez en Estados Unidos, Mattel
consigue alrededor de un dólar de beneficio por muñeca.

¿Qué pasa con el resto del dinero que se consigue al venderla por 9,99 dólares? Solo se
necesitan 65 centavos para cubrir los costes del plástico, la tela, el nylon y los otros materiales
utilizados en su manufactura. La mayor parte del dinero sirve para pagar la maquinaria y el
equipo, el flete transoceánico y el transporte interno en camiones, la publicidad y la
mercadotecnia, el espacio de suelo que ocupa la tienda y, por supuesto, los beneficios que
reporta a los comercios minoristas. La producción y venta de Barbie nos muestra la eficacia de
los procesos de globalización a la hora de conectar las economías del mundo. Sin embargo,
también sirve para mostrar el desigual impacto de la globalización, que permite que algunos
países se beneficien a costa de otros. Por tanto, no podemos asumir que las cadenas globales
de artículos vayan inevitablemente a promover el desarrollo en todas las sociedades
involucradas en la producción.

REFLEXIONES CRÍTICAS

¿Qué grupos sociales, organizaciones y sociedades se benefician del funcionamiento de las


cadenas globales de artículos? ¿Cuáles son las consecuencias negativas y quienes salen

16
perdiendo? ¿Cree que la globalización ayuda al progreso económico de los países en vías de
desarrollo o que, por el contrario, lo entorpece?

Un segundo factor importante que conduce a la intensificación de la


globalización es el crecimiento de formas de gobierno internacionales y
regionales, que reúnen a los estados nacionales y acercan las relaciones
internacionales a formas de gobernanza global. Las Naciones Unidas y la
Unión Europea son los ejemplos más llamativos de unas organizaciones
internacionales que reúnen a los estados-nación en foros políticos comunes.
Mientras que en la ONU los países se asocian a título individual, en la DE, que
constituye un ejemplo pionero de entidad política transnacional, los estados
miembros ceden parte de su soberanía nacional. Los gobiernos de cada uno de
ellos están ligados por directivas, reglamentos y sentencias judiciales emitidos
por sus organismos comunes, pero su participación en la unión regional
también les reporta beneficios económicos, sociales y políticos.
Finalmente, la globalización está siendo impulsada por las organizaciones
intergubernamentales (OIG) y por las no gubernamentales (ONG). Una
organización intergubernamental es una entidad establecida por los gobiernos
participantes y a la que se otorga la responsabilidad de regular o supervisar un
determinado ámbito de actividad cuyo alcance es internacional. El primer
organismo de ese tipo, la Unión Telegráfica Internacional, se fundó en 1865.
Desde entonces, se ha creado un gran número de organismos similares, con el
fin de regular cuestiones que van desde la aviación civil o la radiodifusión hasta
la gestión de los residuos peligrosos. En 1909 existían 37 OIG para regular
asuntos internacionales; en 1996 había 260 (Heid et al., 1999).

Como su nombre indica, las ONG internacionales se diferencian de las


intergubernamentales porque no están vinculadas a los gobiernos, puesto que
son organizaciones independientes que trabajan junto a los organismos
gubernamentales en la elaboración de políticas y ocupándose de problemas
internacionales. Algunas de las ONG internacionales más conocidas —como
Greenpeace, Médicos sin Fronteras, la Cruz Roja y Amnistía Internacional—
participan en la solución de problemas medioambientales y labores de ayuda
humanitaria. Pero las actividades de otros miles de grupos menores también
sirven para conectar países y comunidades. Toda esta variedad cada vez
mayor de entes políticos transnacionales es una muestra de la globalización
política, centrada en cuestiones internacionales y globales que van más allá de
los intereses nacionales.

Voces escépticas
En los últimos años la globalización ha sido objeto de un debate muy candente.
La mayoría de las personas acepta que están teniendo lugar importantes
transformaciones a su alrededor, pero se discute el hecho de que sea válido
explicarlas a partir de la «globalización». David Heid y otros autores (1999) han
revisado la polémica, dividiendo a sus participantes en tres escuelas de
pensamiento: los hiperglobalizadores, los escépticos y los transformacionistas.
En el cuadro 4.6 se resumen estas tres tendencias, que conviven dentro del
debate sobre la globalización. Observe que los autores citados debajo de cada

17
categoría han sido seleccionados porque su obra contiene alguno de los
elementos fundamentales que definen a esa escuela en particular.

a. Los «hiperglobalizadores»

Los hiperglobalizadores señalan que la globalización es un fenómeno muy real


cuyas consecuencias pueden percibirse en todas partes. La globalización se
considera un proceso que no tiene en cuenta las fronteras nacionales. Está
produciendo un nuevo orden global que se extiende mediante poderosos flujos
comerciales y de producción que rebasan dichas fronteras. Uno de los
hiperglobalizadores más famosos, el autor japonés Kenichi Ohmae (1990,
1995), considera que la globalización está llevándonos hacia un «mundo sin
fronteras» en el que las fuerzas del mercado son más poderosas que los
gobiernos nacionales.

Gran parte de los análisis de la globalización que hace este grupo se centra en
el cambio de papel del Estado-nación, que observa cómo se reduce su poder
para controlar el destino de la nación. Los países, tomados de forma individual,
ya no controlan sus economías, por el enorme crecimiento del comercio
mundial. Los gobiernos nacionales y sus políticos cada vez tienen menos
capacidad para ejercer control sobre problemas que cruzan sus fronteras,
como son los volátiles mercados financieros, los flujos de inversiones, las
amenazas medioambientales o las redes terroristas. Los ciudadanos reconocen
que los políticos sufren limitaciones en su capacidad para enfrentarse a los
problemas y, en consecuencia, pierden fe en las formas de gobierno nacional
existentes.

Algunos hiperglobalizadores creen que el poder de los gobiernos nacionales


también se ve cuestionado desde arriba por nuevas instituciones regionales e
internacionales como la Unión Europea, la Organización Mundial del Comercio
y otras. En conjunto, estas transformaciones indican a los hiperglobalizadores
el amanecer de una era de desarrollo de la conciencia global en la que los
gobiernos nacionales perderán importancia e influencia (Aibrow, 1997).

b. Los «escépticos»

Algunos pensadores señalan que la idea de globalización ha sido


sobrevalorada: que en el debate sobre este asunto hay mucha palabrería
acerca de un fenómeno que nada tiene de nuevo. En el debate sobre la
globalización, los «escépticos» creen que los actuales niveles de
interdependencia económica sí tienen precedentes. Señalando estadísticas del
comercio mundial y la inversión en el siglo XIX, afirman que la globalización
actual sólo se diferencia de la del pasado en la intensidad de la interacción que
se produce entre las naciones. En ese sentido, sería más adecuado hablar de
«internacionalización» porque el término mantiene la idea de que el Estado-
nación continúa siendo un actor político esencial. Según los escépticos, los
gobiernos nacionales siguen siendo factores clave por su labor reguladora y

18
coordinadora de la actividad económica. Son la fuerza que impulsa, por
ejemplo, muchos acuerdos comerciales y políticas de liberalización económica.

Los escépticos aceptan que puede que ahora haya más contacto entre los
países que en épocas anteriores, pero, para ellos, la economía del mundo
actual no está lo suficientemente integrada como para ser considerada
auténticamente global. Esto se debe a que el grueso de las actividades
comerciales tiene lugar dentro de tres conjuntos regionales: Europa, la zona
asiática del Pacífico y Norteamérica. Los países de la Unión Europea, por
ejemplo, comercian predominantemente entre ellos. Lo mismo puede decirse
de los otros grupos regionales, con lo que se invalida la idea de que exista una
única economía global (Hirst, 1997).

Muchos escépticos se centran en los procesos de regionalización que tienen


lugar en la economía mundial, como son la aparición de grandes bloques
financieros y comerciales. Para los situados en esta tendencia, el aumento de
la regionalización es una prueba de que la economía mundial está menos
integrada, no más (Boyer y Drache, 1996; Hirst y Thompson, 1999). Señalan
que, en comparación con las pautas comerciales predominantes hace un siglo,
la economía mundial contemporánea es menos global en cuanto a su amplitud
geográfica y está más concentrada en zonas restringidas de intensa actividad.
Según ellos, los hiperrealistas están interpretando mal las pruebas.

c. Los «transformacionistas»

Los transformacionistas se sitúan en una posición intermedia. Consideran que


la globalización es la fuerza esencial que subyace en un amplio espectro de
cambios que están conformando las sociedades modernas en este momento.
Para ellos, el orden global se está transformando, pero se mantienen muchas
de las antiguas pautas. Los gobiernos, por ejemplo, aún conservan gran parte
de su poder, a pesar de los avances de la interdependencia global. Los
transformacionístas indican que el actual nivel de globalización está acabando
con los límites establecidos entre lo interno y lo externo, lo internacional y lo
nacional. Las sociedades, instituciones e individuos, al intentar adaptarse a
este nuevo orden, se están viendo obligados a maniobrar en contextos en los
que las estructuras anteriores han sufrido «sacudidas».

A diferencia de los hiperglobalizadores, los transformacionistas contemplan la


globalízación como un proceso dinámico y abierto, sometido a influencias y
cambios. Se desarrolla de forma contradictoria, incorporando tendencias que
con frecuencia operan oponiéndose entre sí. La globalización no es un proceso
de una sola dirección, como algunos plantean, sino un flujo de imágenes,
información e influencias que tiene dos sentidos. Las corrientes migratorias, los
medios de comunicación y las telecomunicaciones de carácter global están
contribuyendo a la difusión de las influencias culturales. Las vibrantes
«ciudades globales» del mundo, como Londres, Nueva York y Tokio, son
profundamente multiculturales, con grupos étnicos y culturas entremezclándose

19
y viviendo codo con codo (Sassen, 1991). Según los transformacionistas, la
globalización es un proceso descentrado y reflexivo que se caracteriza por
flujos culturales y vínculos que funcionan de modo multidireccional. Como la
globalización procede de la intersección de numerosas redes globales, no
puede decirse que esté impulsada por una determinada parte del mundo (Heid
et al., 1999).

Los países, más que perder soberanía, se están reestructurando para


responder a nuevas formas de organización económica y social que no tienen
una base territorial (como son las corporaciones, los movimientos sociales y los
organismos internacionales). Los transformacionistas señalan que ya no
vivimos en un mundo que gira en tomo al Estado; los gobiernos se están
viendo obligados a adoptar una postura más activa y extravertida para poder
ejercer su función en las complejas condiciones de la globalización (Rosenau,
1997).

Evaluación

¿Qué perspectiva se acerca más a la realidad? En este momento,


probablemente la de los transformacionistas, que sugieren que los procesos
globales están teniendo un fuerte impacto en muchos aspectos de la vida social
en todo el mundo, aunque dicho impacto no esté transformando por completo
las sociedades. Sin embargo, no podemos saber exactamente cómo continuará
progresando la globalización en un futuro, ya que en parte dependerá de las
acciones y reacciones de los grupos, organizaciones y gobiernos atrapados en
ella, lo cual es difícil de pronosticar. Muchos escépticos se equivocan porque
subestiman el grado de transformación que experimenta el mundo: por
ejemplo, los mercados financieros mundiales están organizados de forma
mucho más global que nunca. Lo mismo ocurre con el incremento de los
movimientos de personas a lo largo de todo el mundo, que, junto con las
formas de comunicación más inmediatas, está transformando la experiencia
cotidiana de estas personas en relación con el mundo y su visión de él.

Los hiperglobalizadores, por su parte, consideran la globalización desde un


punto de vista excesivamente económico e insisten demasiado en su carácter
unidireccional, con un final claramente definido: una economía global. En
realidad, el proceso de la globalización es algo mucho más complejo y no
puede determinarse cuál será el desenlace a partir de las tendencias
presentes, ya que éstas pueden cambiar. Por ejemplo, la crisis financiera global
de 2008 hizo vivir en carne propia a muchos gobiernos los peligros derivados
de una «economía sin fronteras». En la Unión Europea, los rescates
económicos a la República de Irlanda, Grecia y Portugal volvieron a cuestionar
la moneda única creando dudas en aquellos países todavía fuera. Si los países
pierden la fe en el euro, la tendencia centrípeta hacia una mayor integración
puede revertirse, en caso de que los gobiernos decidan proteger su propia
economía. En realidad, muchos países de todo el mundo pretenden reforzar el
control fronterizo, precisamente para evitar la creación de un mundo sin
fronteras que transforme las pautas actuales de emigración.

20
Las tres posturas se centran principalmente en el proceso contemporáneo de
globalización acelerada y sus consecuencias para el futuro, aunque tal vez sea
preferible situar el debate en un mareo temporal más prolongado. De esta
forma es posible apreciar el progresivo desarrollo de las sociedades humanas
como un proceso dirigido hacia modelos más globales de relaciones de
interdependencia, a la vez que se reconoce que no era ni es inevitable
(Hopper, 2007). Como señalamos anteriormente, en términos históricos la
globalización ha sido producto tanto de los conflictos, guerras e invasiones
como de la cooperación y los acuerdos entre grupos sociales y sociedades.
Desde 1945, el mundo ha convivido con el inmenso poder destructivo de las
armas atómicas y la perspectiva de un conflicto nuclear entre potencias que
aseguraba la destrucción mutua de los combatientes (y de otras personas). Ese
conflicto probablemente habría detenido el proceso actual de globalización
acelerada y eliminado la mayor parte de esas relaciones interdependientes que
algunos consideran que llevan inevitablemente a una sociedad global. Mientras
la proliferación nuclear continúe manteniendo su actualidad internacional y la
energía nuclear siga siendo considerada por los gobiernos como una solución
al calentamiento global (véase el capítulo 5, «El medio ambiente»), esta
hipótesis no puede ser completamente descartada todavía. Los conflictos
humanos han contribuido de forma importante a la globalización, pero también
tienen el potencial de revertirla.

Conceptualización de la globalización: tres tendencias

Hipergiobalizadores Escépticos
Transformacionistas
(Ohmae, 1990, 1995; (Boyer y Drache,
(Sassen,1991;
Albrow, 1997) 1996; Hirst 1997;
Roseriau, 1997)
Hirst y Thompson,
1999)

Bloques comerciales,
Niveles de
¿Qué hay de Una época global un ente político global
interconexión global sin
nuevo? . más débil que en
precedentes
épocas anteriores

Capitalismo, gobierno Un mundo menos


Rasgos «Tupida» globalización
y sociedad civil interdependiente que
dominantes (intensiva y extensiva)
globales en la década de 1890

Poder de los
Se refuerza o Se reconstituye,
gobiernos Decae o se erosiona
aumenta reestructura
nacionales

Fuerzas
Capitalismo y Gobiernos y Fuerzas combinadas de
impulsoras de la
tecnología mercados la modernidad
globalización

Pauta de la Erosión de las viejas Aumento de la Nueva arquitectura del


estratificación jerarquías marginación del Sur orden mundial

21
McDonalds’, Transformación de la
Motivo dominante Interés nacional
Madonna, etc. comunidad política

Como reorganización
Como reordenación Como
Conceptualización de las relaciones
del marco de la acción internacionalización y
de la globalización interregionales y de la
humana regionalización
acción a distancia

Trayectoria
Bloques regionales y Indeterminada:
histórica
olio que de integración y
. Civilización global
civilizaciones fragmentación globales
.

La
La globalización
internacionalización
Planteamiento de El fin del Estado- transforma el poder del
depende del
síntesis nación gobierno y la política.
consentimiento y del
mundial
apoyo de) gobierno

FUENTE: Adaptado de D. Held et al. (1999:10).

Consecuencias de la globalización

Históricamente, el principal foco de atención de la sociología ha sido el estudio


de las sociedades industrializadas, mientras el resto de las sociedades
pertenecía a la esfera de la antropología. Pero a medida que aumenta nuestra
conciencia de la globalización esta división académica tiene mucho menos
sentido. Hace tiempo que las sociedades industrializadas y las que están en
proceso de serlo mantienen interconexiones, como se aprecia en la historia de
la expansión colonial. Quienes vivimos en sociedades industrializadas
dependemos de muchas materias primas y productos manufacturados
procedentes de países en desarrollo, mientras que las economías de la mayor
parte de los estados en vías de desarrollo dependen de las redes comerciales
que los vinculan con los países industrializados. La globalización supone
contemplar al «mundo» mayoritario y al minoritario como parte del mismo
mundo global.

La próxima vez que visite la tienda de la esquina o el supermercado observe


con detenimiento el surtido de productos expuestos. La enorme variedad de
bienes que los occidentales consideramos natural tener a nuestra disposición
depende de conexiones económicas asombrosamente complejas que se
extienden por todo el mundo. Los productos a la venta han sido fabricados o
utilizan ingredientes o piezas de decenas de países distintos. Estas piezas
deben ser transportadas de forma regular por todo el planeta, y se necesitan
continuos flujos de información para coordinar millones de transacciones
diarias. A medida que el mundo se dirige a toda velocidad hacia una economía
única y unificada, las empresas y las personas se desplazan por el planeta en
número cada vez mayor en busca de nuevos mercados y oportunidades
económicas.

Como resultado, el mapa cultural del mundo se transforma: redes de personas


atraviesan las fronteras nacionales e incluso los continentes, facilitando

22
contactos culturales entre su lugar de nacimiento y su patria de adopción
(Appadurai, 1986). Aunque en el planeta existen alrededor de cinco o seis mil
lenguas, el 98% de ellas son utilizadas por sólo un 10% de la población
mundial. Apenas una docena de idiomas dominan el sistema lingüístico global,
cada una de ellas con más de cien millones de hablantes: árabe, chino, inglés,
francés, alemán, hindi, japonés, malayo, portugués, ruso, español y suajii. Y un
único idioma, el inglés, se ha convertido en la opción preferente de la mayor
parte de personas que hablan una segunda lengua. Son estos «bilingües»
quienes mantienen unido todo el sistema lingüístico global (De Swaan, 2001).
Cada vez es más difícil que las culturas sobrevivan aisladas. Quedan pocos
lugares en la tierra (si es que hay alguno) tan remotos como para estar
inaccesibles a la radio, la televisión, los viajes aéreos —y la multitud de turistas
que los utilizan— o el ordenador. Hace una generación todavía existían tribus
cuya forma de vida permanecía aislada del resto del mundo. En la actualidad
estos pueblos usan machetes u otras herramientas fabricadas en China y otros
centros industriales, visten camisetas y pantalones cortos cosidos en talleres
textiles de República Dominicana o Guatemala y toman medicinas procedentes
de Alemania o Suiza para combatir las enfermedades contraídas mediante el
contacto con forasteros. Las historias de estas personas se transmiten a otras
personas de todo el mundo a través de la televisión por satélite o de Internet, lo
que permite a su vez que la cultura británica o la estadounidense penetre en
hogares de todo el mundo, junto con productos adaptados de Países Bajos
(Gran Hermano) o Suecia (Expedición Robinson, que se convirtió en
Supervivientes).

Anthony Giddens: cabalgando el monstruo de la modernidad

Planteamiento del problema

¿Cómo afectará la globalización a la vida de las personas? ¿Cómo cambiará la globalización


este mundo moderno en el que cada vez habita más gente? ¿Es posible ignorarla o escapar de
su poder? Desde comienzos de la década de los noventa he intentado explorar las
características de la forma global emergente de modernidad y sus consecuencias para la vida
cotidiana en una serie de artículos, libros y conferencias (1991 a, 1991 b, 1993, 2001). Me he
interesado particularmente por el deterioro de las tradiciones, nuestra progresiva conciencia de
los riesgos y el cambio en las relaciones de confianza.

La explicación de Giddens

En Consecuencias de la modernidad (1991b), resumía mi idea de que la difusión global de la


modernidad tiende a producir un «mundo que se nos escapa» y que, aparentemente, ningún
gobierno ni persona controla en su conjunto. Así como Marx utilizaba para describir la
modernidad, yo la comparo con ir a bordo de un inmenso camión:

Sugiero que deberíamos sustituirla por la imagen de un inmenso camión, un vehículo


sin frenos de fuerza descomunal que podemos guiar colectivamente, como seres
humanos, hasta cierto punto, pero que amenaza a su vez con acabar fuera de control y
hecho añicos. El camión-monstruo aplasta a quienes se le resisten y, aunque en
ocasiones parece seguir una trayectoria regular, otras veces se desvía erráticamente
en direcciones que no podemos prever. Este viaje no tiene nada de desagradable o
intrascendente; en ocasiones puede ser estimulante y estar cargado de esperanzas.
Pero mientras las instituciones de la modernidad no logren afianzarse, no seremos
capaces de controlar por completo el camino que toma o la velocidad del viaje. A su

23
vez, nunca podemos sentirnos completamente seguros, porque el terreno que
atraviesa está repleto de riesgos con graves consecuencias, lo que provoca que
coexistan de forma ambivalente sentimientos ontológicos de seguridad y de ansiedad
existencial (1991b: 139)

La forma globalizadora de la modernidad viene marcada por nuevas incertidumbres, nuevos


riesgos y cambios de confianza de las personas hacia los otros individuos y las instituciones
sociales. Las formas tradicionales de confianza se ven disueltas en un mundo que cambia
rápidamente. Nuestra confianza en las otras personas se basaba en las comunidades locales,
pero en las sociedades más globalizadas nuestras vidas se ven influidas por personas que no
conocemos y a las que nunca hemos visto, que pueden vivir en el otro extremo del mundo.

Tales relaciones impersonales suponen que nos veamos forzados a «creer» o a tener confianza
en «sistemas abstractos», como puedan ser la producción alimentaria y las instituciones
reguladoras del medio ambiente, o el sistema bancario internacional. De esta manera,
confianza y riesgo se ven estrechamente unidos. Es necesario confiar en las autoridades si
queremos afrontar los riesgos que nos rodean y reaccionar ante ellos con eficacia, pero este
tipo de confianza no se produce automáticamente, sino que es fruto de la reflexión y la
validación.

Cuando las sociedades estaban basadas en el conocimiento adquirido por la costumbre y la


tradición, las personas podían seguir las formas establecidas de hacer las cosas sin reflexionar
demasiado. En la actualidad, aspectos de la vida que las generaciones anteriores daban por
sentados se han convertido en cuestionables y objeto de decisiones, lo que han derivado en lo
que yo denomino «reflexividad», es decir, la reflexión continua sobre nuestras acciones
cotidianas y sobre los cambios que debemos efectuar a la luz de los nuevos conocimientos.
Por ejemplo, casarse (o divorciarse) es una decisión muy personal para la que se pueden tener
en cuenta los consejos de amigos o familiares. Pero las estadísticas oficiales o la investigación
sociológica sobre el matrimonio también se filtran en la vida social, llegando al público y
convirtiéndose en parte del proceso de toma de decisiones individual.

Para mí, estos rasgos característicos de la modernidad permiten concluir que la modernidad
global es una forma de vida social que muestra discontinuidad con las formas anteriores. Lo
que la globalización de la modernidad señala de múltiples maneras no es el final de las
sociedades modernas o un movimiento que las trasciende (como en la posmodernidad, véase
capítulo 3), sino una nueva fase de la modernidad «tardía» o «alta», que traslada las
tendencias implícitas en la vida moderna a una fase de mayor alcance global.

Puntos críticos

Mis críticos sostienen que tal vez exagero la discontinuidad entre la modernidad y las
sociedades anteriores y que la tradición y los hábitos continúan estructurando las actividades
cotidianas de la gente. En su opinión, el periodo moderno no es tan singular, y las personas
que en el viven no son tan diferentes de las que lo hicieron anteriormente. Otros piensan que
mi narrativa de la modernización globalizadora no concede suficiente importancia a la cuestión
sociológica fundamental del poder, y en concreto del poder que tienen las corporaciones
multinacionales para influir en los gobiernos y promover una forma de globalización que
favorece los intereses de las empresas a costa de los pobres del mundo. El concepto de
«modernidad» básicamente enmascara el poder de las corporaciones capitalistas. Por último,
algunos han argumentado que considero la reflexividad un elemento completamente positivo,
que abre la vida social a mayores oportunidades, aunque también podría provocar un mayor
grado de «anomia», en el sentido descrito por Durkheim, lo que supondría más un problema
que un elemento positivo que deba fomentarse.

Trascendencia actual

Como las teorías de la globalización son relativamente recientes y yo continúo desarrollando


mis teorías sobre la vida moderna, en realidad se trata de un trabajo «en marcha». Las ideas
que he sostenido han sido tomadas por otros sociólogos que las han llevado más lejos, y en
ese sentido resulta satisfactorio haber dotado de un marco teórico y algunas herramientas

24
conceptuales a las jóvenes generaciones para que ellas puedan desarrollarlos. Como resulta
evidente por las contribuciones efectuadas por los críticos, mis trabajos sobre modernidad,
reflexividad y relaciones de confianza han provocado un amplio debate sociológico. Espero que
siga siendo así en el futuro y no me cabe duda de que los lectores realizaran sus propias
valoraciones al respecto.

¿Sirve la globalización para promover una cultura global?

Muchos consideran que el rápido crecimiento de Internet por todo el mundo


precipitará la difusión de una cultura global, parecida a la europea o la
norteamericana, ya que más de la mitad del total de usuarios de Internet
residen en la actualidad en dichos continentes. La creencia en valores tales
como la igualdad entre hombres y mujeres, el derecho a la libre expresión, la
participación democrática en el gobierno y la búsqueda del placer mediante el
consumo se extiende con facilidad por todo el mundo a través de Internet.
Además, parece que la propia tecnología de Internet fomente tales valores: la
comunicación global, la información aparentemente ilimitada (y sin censura) y
una gratificación instantánea son características .de la nueva tecnología.

No obstante, puede que sea prematuro concluir por ello que la globalización
vaya a marginar las culturas tradicionales. A medida que Internet se extiende
por todo el mundo, surgen indicios de que resulta compatible de diversas
maneras con los valores culturales tradicionales, y que incluso puede ser un
medio para reforzarlos. El sociólogo británico Roland Robertson (1992) acuñó
el término glocalización (una combinación de globalización y localización) para
expresar este equilibrio de las consecuencias de la globalización. Significa que
las comunidades locales suelen adoptar una actitud muy activa, y no pasiva, a
la hora de modificar y dar forma a los procesos globales para que se ajusten a
sus propias culturas, o que las empresas globales tienen que adaptar sus
productos y servicios tomando en cuenta las condiciones locales. A la vista de
tales circunstancias, podemos concluir que la globalización no conduce
inevitablemente a una cultura uniforme y global, sino que produce diversidad y
flujos multidireccionales de productos culturales por todas las sociedades del
mundo.

Globalización y música reggae

Es frecuente que los que saben de música popular distingan al escuchar una canción las
influencias estilísticas que han ayudado a conformarla. Después de todo, cada estilo musical
representa una manera característica de combinar el ritmo, la melodía, la armonía y la letra. Y
aunque no hace falta ser un genio para percibir las diferencias que hay entre el rock, el rhythm
and blues y el folk, por ejemplo, los músicos mezclan con frecuencia varios estilos al hacer
canciones. Identificar los componentes de tales combinaciones puede resultar difícil, pero para
los sociólogos el esfuerzo suele merecer la pena. Lo habitual es que cada grupo surja un estilo
musical diferente, y estudiar cómo se combinan y funden los estilos es una buena forma de
mostrar gráficamente los contactos culturales que existen entre los grupos.

Algunos sociólogos han centrado su atención en la música reggae porque ejemplifica el


proceso de creación de nuevas formas musicales a partir de los contactos entre diversos
grupos sociales. Las raíces del reggae pueden situarse en África Occidental. En el siglo XVII
muchas personas de esa región fueron esclavizadas por los colonizadores británicos y llevadas

25
hasta las Antillas para que trabajaran en las plantaciones de azúcar. Aunque los británicos
intentaron evitar que los esclavos tocaran música tradicional africana, por miedo a que les
sirviera como elemento aglutinante para la revuelta, estos se las arreglaron para mantener viva
la tradición percusiva, a veces integrándola con los estilos musicales europeos impuestos por
sus dueños. En Jamaica, los tambores de uno de los grupos de esclavos, los burru, fueron
abiertamente tolerados por los terratenientes esclavistas porque ayudaban a mantener el ritmo
del trabajo. La esclavitud fue finalmente abolida en Jamaica en 1834, pero la tradición de los
tambores de los burru se mantuvo, incluso cuando muchos de sus hombres abandonaron las
zonas rurales para emigrar a los barrios bajos de Kingston.

Fue en estos arrabales donde comenzó a surgir la nueva religión que habría de ser crucial para
el desarrollo del reggae. En 1930, en África, un hombre llamado Haile Selassie fue coronado
emperador de Etiopia. Mientras los que se oponían en todo el mundo al colonialismo europeo
se alegraron de su acceso al trono, en las Antillas algunas personas comenzaron a pensar que
Selassie era un dios enviado a la tierra para conducir hacia la libertad hacia los oprimidos de
África. Uno de los nombres de Selassie era el de «príncipe Ras Tafari» y los antillanos que lo
adoraban se hicieron llamar «rastafaris». Pronto surgió entre los burru el culto rastafari, y su
música paso a combinar el tipo de percusión de ese grupo con temas bíblicos a la opresión y la
liberación. En la década de 1950, los músicos antillanos comenzaron a mezclar los ritmos y
letras en rastafaris con elementos del jazz y del rhythm and blues de los negros
norteamericanos. Al final, esta combinación produjo el ska y, posteriormente, a finales de los
sesenta, el reggae, que se basa en un ritmo relativamente lento con un bajo marcado y en
historias que hablan de privaciones en las zonas urbanas y del poder de la conciencia social
colectiva. Muchos artistas del reggae, como Bob Marley, lograron el éxito comercial, y hacia los
años setenta este tipo de música se escuchaba por todo el mundo. En las décadas de los
ochenta y los noventa, el reggae se fundió con el hip hop (o rap) para producir nuevos sonidos
(Hebdige, 1997), como los que pueden escucharse en el trabajo de grupos como Wu-Tang
Clan, Shaggy o Sean Paul.

La historia del reggae es, por tanto, la del contacto entre diferentes grupos sociales y la de los
significados –políticos, espirituales y personales- que tales grupos expresan mediante su
música. La globalización ha hecho más intensos estos contactos. Ahora, por ejemplo, un joven
músico escandinavo puede crecer escuchando música producida por hombres y mujeres de los
sótanos del barrio londinense de Notting Hill y, a la vez, estar muy influenciado por las
interpretaciones de los mariachis que se retransmiten en directo vía satélite desde México D.F.
Si el número de contactos entre los grupos es un determinante crucial para el ritmo de la
evolución musical, se puede pronosticar que, con el desarrollo del proceso de globalización,
habrá una autentica profusión de nuevos estilos en los años venideros.

Pensemos, por ejemplo, en Kuwait, en Oriente Medio, una cultura islámica


tradicional que últimamente ha experimentado fuertes influencias
norteamericanas y europeas. Este país del Golfo Pérsico rico en petróleo tiene
una de las rentas medias per cápita más elevadas del mundo. El gobierno
ofrece educación pública gratuita hasta el nivel universitario, lo que produce un
alto porcentaje de hombres y mujeres con formación superior. La televisión
kuwaití emite con frecuencia partidos de fútbol americano, aunque las
retransmisiones se interrumpan regularmente para las tradicionales llamadas
musulmanas a la oración. Alrededor del 57% de la población kuwaití de
aproximadamente dos millones de personas tiene menos de 25 años y, al igual
que sus coetáneos europeos y norteamericanos, muchos de ellos navegan por
Internet en busca de nuevas ideas, información y productos para el
consumidor.

26
Aunque Kuwait sea en muchos aspectos un país «moderno», existen rígidas
normas culturales que tratan de diferente manera a hombres y mujeres. En
general, se espera que las mujeres vistan la ropa tradicional que deja visibles
sólo las manos y la cara y tienen prohibido salir de casa por la noche o ser
vistas en público en cualquier momento en compañía masculina diferente de la
de su esposo u otro pariente.

La popularidad de Internet en Kuwait aumenta día a día y los periódicos suelen


incluir artículos sobre este medio. La mayoría de sus usuarios son jóvenes, en
torno al 67%, y las informaciones obtenidas mediante entrevistas personales
muestran que la principal motivación para su uso es que permite a los jóvenes
traspasar la rígida separación de género. Deborah Wheeler (2006) entrevistó a
kuwaitíes de ambos sexos que estudiaban en Reino Unido y Estados Unidos y
descubrió que la mayoría utilizaba de modo habitual Internet para comunicarse
con el sexo contrario, en un país que separa a hombres y mujeres, incluso en
los cibercafés.

Una estudiante, Sabiha, explicaba que «Internet es tan popular entre los
jóvenes kuwaitíes porque resulta la manera más efectiva de comunicación
entre ambos sexos» (Wheeler, 2006: 148). En otra entrevista, Buthayna afirma
que «en muchas familias kuwaitíes, las chicas no pueden tener relaciones con
chicos, ni siquiera de amistad, y supongo que por eso acuden a Internet para
hacerlo, resulta un lugar “seguro”. Dado que ninguna de las dos partes conoce
a la otra, tienen más confianza para expresar sus intereses o sus ideas, sin
arruinar su reputación y sin que tenga consecuencias para s-u vida social»
(ibid.: 146). Otras mujeres informaron de que algunos de los chats han
adquirido «mala fama» por permitir conversaciones explicitas y el mero hecho
de visitarlos puede suponer que las jóvenes reciban el calificativo de
«indecentes».

El trabajo de Wheeler muestra en microcosmos la manera en que lo global


interactúa con lo local a través de Internet. Este medio ofrece claramente
nuevas oportunidades para la comunicación global, el intercambio de
información, la investigación y otras opciones; en este sentido constituye una
influencia a favor de la globalización. No obstante, su uso sigue estando
determinado parcialmente por el contexto nacional y las normas culturales
locales. Los jóvenes kuwaitíes de ambos sexos utilizan Internet para eludir
algunas de las reglas y tabúes de su sociedad, pero las normas locales sobre
género se reafirman con las interacciones sociales y de boca en boca, lo que
estigmatiza a algunos de los chats y a las chicas que los utilizan.
Wheeler concluye que no es probable que la cultura kuwaiti, de cientos de años
de antigüedad, se transforme fácilmente por el mero hecho de tener acceso a
los diferentes valores y creencias que circulan por Internet. El hecho de que
algunos jóvenes participen en chats globales no significa que la cultura kuwaití
esté adoptando las actitudes sexuales de Estados Unidos o incluso la manera
en que se relacionan cotidianamente los hombres y mujeres occidentales. La
cultura que en último término vaya a surgir como resultado de este proceso de
glocalización será reconociblemente kuwaití.

27
REFLEXIONES CRÍTICAS

Piense en algunos ejemplos en los que productos o marcas occidentales o la propia


cultura occidental hayan cambiado a culturas no-occidentales. A continuación, enumere
algunos casos en los que el ámbito local haya alterado significativamente la influencia
occidental. ¿Significa esa adaptación a lo local que las culturas indígenas pueden
defenderse a sí mismas frente a las fuerzas de la globalización?

El auge del individualismo

Aunque la globalización se asocia frecuentemente con las transformaciones


que tienen lugar dentro de «grandes» sistemas del mundo, como los
financieros, los de producción y los comerciales, así como con los relativos a
las telecomunicaciones, los efectos de la globalización se sienten también en el
ámbito privado. Este proceso no es algo que esté simplemente «ahí fuera»,
funcionando en un plano alejado que no se mezcla con los asuntos
individuales. La globalización es un fenómeno «interno» que está influyendo en
nuestra vida íntima y personal de muy diversas maneras. Inevitablemente, ésta
se ha ido viendo alterada a medida que las fuerzas globalizadoras entraban en
nuestro contexto local, en nuestra casa y en nuestra comunidad a través de
agentes impersonales —como los medios de comunicación, Internet y la cultura
popular— y también mediante el contacto personal con individuos de otros
países y culturas.

En nuestra época los individuos tienen muchas más oportunidades que antes
para configurar su propia vida. Hubo un tiempo en el que la tradición y la
costumbre ejercían una acusada influencia en la senda que tomaba la vida de
las personas. Factores como la clase social, el género, el origen étnico e,
incluso, el credo religioso podía cerrarles ciertas vías a los individuos y abrirles
otras. Ser el hijo mayor de un sastre, por ejemplo, probablemente significaba
tener que aprender el oficio del padre y seguir practicándolo durante toda la
vida. La tradición sostenía que. la esfera natural de la mujer era el hogar; su
vida e identidad las definían en gran medida las de su esposo o padre. En
épocas pasadas, la identidad personal de los individuos se formaba en el
contexto de la comunidad en la que nacían. Los valores, formas de vida y ética
predominantes en ella proporcionaban directrices relativamente fijas que las
personas seguían en su existencia.

Sin embargo, en las condiciones de la globalización, nos enfrentamos a una


tendencia que se orienta hacia un nuevo individualismo en el que los seres
humanos han de desarrollar activamente su propia identidad. Los códigos
sociales que antes guiaban las opciones y actividades de las personas se han
relajado considerablemente. Hoy en día, por ejemplo, el hijo mayor de un
sastre podría elegir entre una variedad de opciones a la hora de construir su
futuro y las mujeres ya no se ven relegadas al ámbito doméstico. Ahora son
mayoría dentro de la educación superior y entran a formar parte de la
economía formal en mayor número, con frecuencia ejerciendo carreras
atractivas. Muchos de los otros indicadores que configuraban la vida de las
personas han desaparecido.

28
La globalización nos está obligando a vivir de una forma más abierta y
reflexiva. Esto significa que estamos constantemente respondiendo al entorno
cambiante que nos rodea y ajustándonos a él. Incluso las pequeñas opciones
que tomamos en nuestra vida cotidiana —lo que nos ponemos, cómo
empleamos el tiempo libre, de qué manera cuidamos la salud y el cuerpo—
forman parte de un proceso continuado de creación y recreación de nuestra
propia identidad. Podemos concluir de una manera sencilla diciendo que,
actualmente, muchas personas de multitud de países han perdido el sentido
claro de pertenencia y han ganado libertad de elección. Que esto suponga o no
progreso es algo que forma parte del debate continuo sobre las ventajas e
inconvenientes de la globalización.

Conclusión: ¿Hacia una gobernanza global?


Al avanzar la globalización da la impresión de que las estructuras y modelos
políticos actuales no están bien equipados para gestionar un mundo lleno de
riesgos, desigualdades y desafíos que rebasan las fronteras nacionales. Cada
uno de los gobiernos, por sí solo, carece de capacidad para atajar la expansión
del sida, enfrentarse a los efectos del calentamiento global y el crimen
organizado, o regular los inestables mercados financieros. No existe un
gobierno global ni un parlamento mundial y no se vota en elecciones
transnacionales. Y, sin embargo,
en un día cualquiera, el correo postal atraviesa fronteras, las personas viajan de un país a otro
usando distintos modos de comunicación, se transportan bienes y servicios por tierra, mar, aire
y ciberespacio, y tiene lugar otra serie de actividades transfronterizas, todo ello de forma
razonablemente segura para las personas, grupos, empresas y gobiernos involucrados [...]
Esto nos plantea de inmediato una paradoja: en ausencia de un gobierno mundial, ¿cómo
funciona el mundo para crear normas y códigos de conducta, así como los instrumentos para
regular, vigilar y hace cumplir dichas normas? ¿Cómo se determinan, casi autoritariamente, los
valores que rigen en el mundo, que se aceptan como tales, sin un gobierno que los dictamine?
(Weiss y Thakur, 2010: 1).

La pregunta es pertinente, pero si reflexionamos veremos que en su


razonamiento mezcla gobierno con gobernanza. Mientras que el primero está
formado por una serie de instituciones con poder ejecutivo sobre determinado
territorio, la gobernanza expresa un concepto mucho menos tangible.
Precisamente por la ausencia de un gobierno global, o de cualquier perspectiva
futura del mismo, algunos académicos han reclamado una gobernanza global
más efectiva, con el fin de abordar los asuntos globales. Este concepto se
propone captar todas aquellas reglas, normas, políticas, instituciones y
prácticas a través de las cuales la humanidad global ordena sus asuntos
colectivos. En ese sentido, ya contamos con cierta gobernanza global gracias
al derecho internacional, los tratados multilaterales y las normas que rigen las
guerras y las resoluciones de conflicto presentes en instituciones como la ONU,
el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Sin embargo, gran parte
de esta arquitectura sigue siendo más inter-nacional que auténticamente
global, ya que fue diseñada en una época en la que prevalecía la competencia
entre los estados-nación, asumía que el Estado era el principal agente, y
dependía de las grandes potencias para hacer cumplir las leyes. El problema

29
es que, en la actualidad, los temas y los problemas globales han sobrepasado
al sistema internacional basado en el Estado.

En 1995, tras la desaparición de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, la


ONU publicó un informe titulado Our Global Neighbourhood, en el cual se
analizaban los nuevos desafíos a los que se enfrentaba la humanidad y los
modos de abordarlos. Sostenía que la gobernanza a escala global ya no podía
limitarse a las relaciones y los acuerdos entre gobiernos nacionales, sino que
debería incluir a ONG, movimientos ciudadanos, empresas multinacionales,
mundo académico y medios de comunicación de masas. Su versión de la
gobernanza global sugería «un proceso amplio, dinámico, complejo e
interactivo de toma de decisiones, en constante evolución, para responder a las
circunstancias cambiantes» (UN Commission on Global Governance, 2005
[1995]: 27). La integración de tan diferentes participantes supone que la
gobernanza global sea más inclusiva, participativa y democrática de lo que lo
eran las relaciones internacionales en el pasado y que sea preciso crear una
ética cívica global compartida.

Los argumentos a favor de una gobernanza global parecen sólidos, lo que no


significa que vaya a ser fácil lograrla. Tanto los estados-nación como las
grandes corporaciones compiten entre sí, y la pertenencia de los ciudadanos a
«sus» naciones es tanto una cuestión emocional como lógica o racional. Tal
vez las teorías de la globalización lleven implícita la superación del Estado-
nación, pero también podría ser que la propia globalización genere un contexto
en el que se intensifique la competencia en lugar de la cooperación.

Así pues, aunque parezca muy optimista, o incluso irrealista, hablar de ética
global y gobernanza por encima del Estado-nación, quizá estos objetivos no
sean tan fantásticos como pueda parecer a primera vista. Sin duda, la creación
de nuevas reglas y normas y de instituciones reguladoras más efectivas no
resulta inadecuada cuando la interdependencia global y el ritmo acelerado de
cambio nos une a todos más que nunca anteriormente. Lo cierto es que, si nos
fijamos en los fenómenos del terrorismo, los daños al medio ambiente y el
cambio climático, las redes criminales transnacionales, el tráfico de seres
humanos y la crisis financiera internacional, parece que cada vez es más
necesaria una mejor gobernanza global. Quizás el mayor reto para la
humanidad en el siglo XXI sea utilizar los organismos internacionales
existentes y trasladarlos al nivel global para rellenar las lagunas de
gobernanza.

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ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Realice un resumen de la teoría de los sistemas mundiales de Wallerstein y evalúe su


capacidad de explicación en la experiencia de los países recién industrializados.
2. Escriba dos definiciones de globalización extraídas del texto. ¿Cree que son
necesariamente incompatibles? ¿En qué se diferencian del concepto de glocalización?

3. Enumere cuatro factores que contribuyan a la globalización contemporánea. Especifique y


explique si se tratan de carácter político, económico, sociocultural.

4. Cuál es la diferencia entre gobierno global y gobernanza global.


5. Elabore un vocabulario básico con los siguientes términos: globalización, glocalización,
TIC, economía electrónica, economía ingrávida, corporaciones multinacionales, ONG, OIG.

VIDEOS SOBRE EL TEMA


Documental: la globalización es buena. Recuperado de
https://www.youtube.com/watch?v=hBhMCtNaP9Y

31
LA GUERRA FRÍA
Ramón Villares y Ángel Bahamonde

Adaptación realizada de:


Villares, Ramón y Ángel Bahamonde. (2017) El mundo contemporáneo. Del siglo XIX al XXI.
11 va. Edición. Barcelona. Penguin Random House. Capítulo 11 La Guerra Fría. (páginas 323-
345)

EL CONCEPTO DE GUERRA FRÍA

En 1947 Walter Lippmann, célebre periodista norteamericano, publicó un


libro titulado La guerra fría: un estudio de la política exterior de Estados
Unidos. Aunque no fuera el creador del término "guerra Fría", Lippmann
colaboró en divulgarlo hasta tal punto que se ha convertido en un concepto
clave para referirse a las relaciones, internacionales desde 1947 hasta la
década de los noventa. Pocos meses antes el británico Winston Churchill
había utilizado otro término que igualmente llegó a conseguir una triste
celebridad: "el telón de acero", es decir, la línea que tras la II Guerra Mundial
iba a separar dos bloques antagónicos, el este y el oeste, bajo la dirección,
respectivamente, de la Unión Soviética y de Estados Unidos.

Por guerra fría entendemos una situación de tensión continua que emerge
con fuerza de la inmediata posguerra y que va a enfrentar, en primer lugar, a
dos superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, para extenderse
posteriormente hasta adquirir una dimensión planetaria. En los años
cincuenta ya están perfectamente configurados dos bloques liderados,
respectivamente, por cada una de las potencias, con dos sistemas políticos,
económicos y sociales totalmente opuestos. Más allá de estos dos bloques se
encontraba un conjunto de países, en su mayoría pertenecientes al Tercer
Mundo, autoproclamados "no alineados"; esta denominación hacía referencia
al hecho de que no pertenecían a ninguno de los bloques, pero, en realidad,
sus respuestas siempre estuvieron condicionadas por la evolución global de
la guerra fría. De hecho, el neutralismo puro nunca existió, y la mayoría de los
países que se proclamaban como tales acabaron por aproximarse a alguno de
los dos bloques.

Aunque era un estado de tensión permanente, la guerra fría evitó confrontación


generalizada. Los casos de tensión extrema siempre se resolvieron por medio
de conflictos localizados, desarrollados en espacios más o menos lejanos de los
centros neurálgicos de las dos superpotencias. La tensión permanente puso en
marcha unas estrategias de acoso continuo al contrario que incorporaban la
amenaza militar constante —tanto convencional como nuclear—, la
confrontación ideológica y la guerra económica. La guerra fría fue algo más que
una cuestión que afectase a las relaciones internacionales de los últimos
cincuenta años: alteró profundamente el tejido social, económico y político del
conjunto de países que forman la sociedad internacional. Igualmente, alteró la
psicología colectiva de los pueblos, atemorizados por el miedo permanente a la
guerra nuclear y el odio al enemigo como último elemento de legitimación de

32
esta política bipolar. Así lo señalaba E. P. Thompson en su libro Protesta y
sobrevive.

La guerra fría significó una organización de las relaciones internacionales y


unas reglas del juego establecidas desde Washington y Moscú. Organización
hecha añicos en la década de los noventa y que todavía busca nuevas
alternativas. Siguiendo una cronología tradicional, cabe diferenciar tres etapas
en la evolución de la guerra fría. Un primer periodo, de "máxima tensión",
abarcaría desde 1947 hasta 1953 con dos escenarios principales, pero no
únicos: la crisis de Berlín, en 1947, y la guerra de Corea entre 1950 y 1953. El
fin del monopolio nuclear por parte de Estados Unidos, la muerte de Stalin y la
subida de Dwight D. Eisenhower al poder abrieron el segundo periodo, que se
extiende hasta el final de los años setenta, periodo denominado de
"coexistencia pacífica", en el que las reglas del juego entre Moscú y Washington
aparecen claramente fijadas y la negociación comienza a hacerse posible. Pero
todo ello está salpicado por conflictos de máxima intensidad, como la crisis de
los misiles cubanos en 1962 y la guerra de Vietnam, cuya máxima extensión se
produjo entre 1968 y 1975. La subida de Reagan a la presidencia de Estados
Unidos trajo consigo el "último rebrote" de la guerra fría. La ascensión de Mijaíl
Gorbachov al poder en la URSS, en 1985, y la posterior disolución del bloque
socialista significaron el final de la guerra fría.

Más allá de la política internacional, la guerra fría se convirtió también en una


cuestión de política interior. En algunos países el esquema bipolar se trasladó al
escenario nacional. Esta situación fue más intensa en los países situados en las
zonas de confluencia de los dos bloques. Por ejemplo, los partidos comunistas
de la Europa occidental nunca' pudieron acceder al gobierno, aunque sus
resultados electorales fueran elevados; el caso italiano sirve de paradigma. Las
disidencias eran duramente reprimidas o, según las situaciones, marginadas. En
la Europa oriental la guerra fría evitó las vías nacionales hacia el socialismo y,
además, ayudó a consolidar la nomenklatura soviética a costa de la represión de
revueltas como las de Polonia y Hungría en 1956 o la checoslovaca de 1968.
También fueron combatidas las disidencias en Estados Unidos: la "caza de
brujas" llevada adelante por el senador McCarthy, a principios de los años
cincuenta, es demostrativa de tal situación.

Cualquier instrumento era válido para sostener a gobiernos afines: presiones


políticas, ayuda militar, asistencia técnica, subvenciones económicas, hasta
llegar al grado último bajo la forma de intervención directa, bien provocando
golpes de Estado o invasiones militares. El rosario de estas prácticas sería
interminable de enumerar. Basten como ejemplo el derrocamiento de la
experiencia reformista de Salvador Allende en Chile en 1973, la caída de
Sukarno en Indonesia en 1965 o las intervenciones militares soviéticas en
Angola y Mozambique, además de los casos extremos de Vietnam y
Afganistán.

La guerra fría también ofrece una perspectiva económica. Ya hemos señalado


que la consolidación de los dos bloques estableció unos lazos económicos que
en Occidente significaron la consolidación del sistema capitalista y en el bloque
del este la del socialismo estalinista. Aquí se trata de hacer mención de la

33
importancia de la industria armamentística en el entramado económico
mundial. La situación de alarma permanente provocó que las exportaciones de
armamento se convirtieran en un negocio de suma importancia para los países
desarrollados. Los gastos militares se incrementaron continuamente en todas
partes, y suponían cada vez un mayor porcentaje del Producto Interior Bruto.
La carrera de armamentos tuvo unas consecuencias especialmente nocivas
para el Tercer Mundo. Mientras los países más ricos podían mantener
perfectamente un elevado gasto militar y un alto nivel de vida —"cañones y
mantequilla"—, los países pobres sustituían inversiones para el desarrollo y
gasto social por gastos militares. Todo ello generó una espiral que ayudó a
incrementar el descontento social en amplias áreas del planeta, el cual
rápidamente era interpretado dentro de la lógica de la guerra fría.

En el ámbito del pensamiento y la cultura la guerra fría también causó estragos.


Cualquier oposición, disidencia o reinterpretación fuera de los cauces oficiales
fue considerada como una infiltración alentada por el enemigo. Ser tachado
como "agente de Moscú" o del "imperialismo norteamericano" se convirtió en
norma, más allá de los movimientos u operaciones orquestadas desde Moscú y
Washington.

Un ejemplo convincente nos lo ofrece el nacimiento de las corrientes pacifistas


alternativas o verdes en Europa occidental, cuyos orígenes respondían a
demandas sociales, sobre todo determinadas por el miedo nuclear. Estados
Unidos siempre vio la mano de Moscú detrás de estos movimientos. Es cierto
que Moscú veía con simpatía dichos movimientos de resistencia, porque se
producían en el bloque enemigo, aunque no los tolerase en el suyo. No hay
que olvidar que la URSS legitimaba la existencia del bloque socialista como
garante de la paz y del derecho de los débiles frente a la agresión del
"imperialismo yanqui". Por el contrario, los movimientos por los derechos civiles
en los países del este de Europa —cuyo máximo exponente puede ser la Carta
77 tras la primavera de Praga de 1968— fueron valorados desde Moscú como
meras expresiones de operaciones encubiertas de la Central de Inteligencia
norteamericana (CIA), aunque también respondieron a demandas sociales. En
Europa oriental, Estados Unidos se presentaba como el defensor del mundo
libre.

LA GUERRA FRÍA Y LA PSICOLOGÍA DE LA DESCONFIANZA

Sin solución de continuidad, la guerra fría se encadenó con el fin de la II Guerra


Mundial. Pronto se demostró que la cooperación entre los aliados vencedores
resultaría imposible, lo que significaría el fracaso de las políticas pactadas en la
serie de conferencias habidas durante la II Guerra Mundial o de la configuración
de un sistema mundial de seguridad y cooperación basado en la Carta de las
Naciones Unidas En marzo de 1946 el embajador norteamericano en Moscú,
George F Kennan, envió un informe a Washington sobre la política exterior
soviética, recomendando a la administración estadounidense la contención firme
de las tendencias expansivas soviéticas. Así se popularizo otro término,
contención, que sería el pilar de lo que se ha denominado la doctrina Truman.
Por la parte soviética, Andrei Jdánov se convirtió en el primer ideólogo de lo que

34
vino a llamarse el "campo antiimperialista", es decir, la necesidad de contener
las ambiciones expansivas del imperialismo estadounidense y sus aliados.

Cada uno de los bloques enfrentados creó una institución para cubrir frentes de
distinta naturaleza abiertos durante la guerra fría. Se trata aspectos tales como
el espionaje, la guerra económica, el sabotaje, la guerra ideológica o el
derrocamiento de gobiernos no afines. Los soviéticos crearon el KGB (Komitet
Gosudarstvennoi Bezopasnosti) siglas con que se conoce al Comité de
Seguridad del Estado, que agrupaba a los servicios de seguridad de la Unión
Soviética. Esta institución, heredera de las anteriores GPU y NKYD, se creó
oficialmente en 1954 y dependía directamente del consejo de ministros de la
URSS. En su vertiente interior iba dirigida a combatir las "actividades
antisoviéticas", es decir, todas las disidencias. Su vertiente exterior sobrepasaba
las funciones de vigilancia de las fronteras para desarrollar una variada gama de
actividades en todo el mundo, incluidas las de infiltración o de influencia política
en forma de asesores. En cuanto a la citada CIA (Central Intelligence Agency)
norteamericana, fue fundada en 1947, y su radio de acción responde a las
mismas características que el KGB. Su vasto imperio la convertía en un Estado
dentro del Estado, pues abarcaba desde el mundo radiofónico o editorial hasta el
asesoramiento a gobiernos amigos. Los analistas relacionan a la CIA con
acontecimientos tales como el desembarco en Bahía Cochinos (Cuba) en 1961,
de Santo Domingo en 1965 o los golpes de Suharto en Indonesia en 1965
también, y el de los coroneles griegos en 1967; además se la relaciona con los
derrocamientos de Musaddaq en Irán (1953), el coronel Arbenz en Guatemala
(1954), Diem en Vietnam (1963) y el sabotaje al gobierno de Salvador Allende en
Chile entre 1970 y 1973, entre otros casos. Tanto el KGB corno la CIA dieron
lugar a una literatura de acción y espionaje cuyo máximo exponente ha sido
John Le Carré. Igualmente, el cine se ha inspirado en este tema: desde El tercer
hombre hasta El cuarto protocolo, pasando por algunas de las obras de
suspenso de Hitchcock, como Cortina rasgada. La filmografía del director Costa-
Gavras constituye otro notable ejemplo.

La base de la guerra fría fue la psicología de desconfianza entre la Unión


Soviética y Estados Unidos. Ambos países lideraban dos sistemas económicos,
sociales y políticos antagónicos que se habían coaligado provisionalmente ante el
peligro nazi pero que, antes o después, entrarían en colisión.

Bien puede decirse que el espíritu de la guerra fría había nacido en 1917. Por
parte soviética, la psicología del acoso procedía de la revolución de octubre de
aquel año. La política de cordón sanitario y la negativa a colaborar en el
desarrollo económico soviético fueron los elementos más significativos. Con la
llegada de Stalin, y el consiguiente viraje nacionalista, la teoría del acoso
exterior fue instrumentalizada en beneficio del poder absoluto de Stalin. A
pesar de que la doctrina del socialismo en un solo país abandonó el ideal de la
revolución mundial, las potencias capitalistas siguieron mostrando su recelo,
desconfianza y oposición al régimen soviético. Cuando terminó la II Guerra
Mundial los soviéticos heredaron esta memoria histórica, y toda su política
exterior estuvo encaminada a evitar cualquier forma de acoso. A ello se unía
una tradición secular, procedente del viejo Imperio zarista, por la que Moscú se

35
sentía con el derecho a influir o intervenir en la cuenca danubiana y en los
Balcanes.

Por parte estadounidense, la psicología de la guerra fría encuentra sus raíces


en realidades políticas y económicas. A ojos de Washington, Europa estaba
debilitada, por no decir exhausta, como consecuencia del conflicto bélico.
Francia y Gran Bretaña parecían muy frágiles respecto de su poderío de
preguerra, incapaces, por tanto, de enfrentarse a la Unión Soviética. Para la
administración estadounidense el dominio del ejército soviético en toda Europa
oriental, así como la influencia y prestigio de los partidos comunistas en países
como Francia o Italia —que podían actuar como quinta columna de Moscú—,
resultaban los prolegómenos de una Europa roja sometida a la URSS. Fuera
de Europa, sobre todo en el continente asiático, el desplome de los imperios
coloniales podía concluir en un vacío de poder, del que podría sacar partido el
expansionismo comunista. Esta situación ponía en peligro la existencia de un
mercado mundial bien organizado y estable, que Estados Unidos necesitaba
para alimentar su economía.

La coalición aliada quedó rota entre 1945 y 1947. Los analistas han destacado
dos situaciones internacionales que colaboraron decisivamente a esta ruptura,
aunque más tarde se sucedieron otros acontecimientos que consolidaron el
enfrentamiento: el asunto iraní y la guerra civil griega. En 1941, Irán fue ocupado
por tropas soviéticas y británicas durante la contienda mundial. Se habían
comprometido a retirarse una vez finalizada la guerra, pero ambos países
intentaron sacar ventajas significativas de su ocupación en el momento de la
paz. Se entremezclan en este conflicto intereses estratégicos y económicos; se
consideraba a Irán como una excelente plataforma para una ulterior influencia
sobre el Próximo Oriente. Además, se trataba de un país muy rico en petróleo.
La estrategia británica se fundamentó en el control del gobierno de Teherán,
cuya debilidad para imponerse en el conjunto del país resultaba evidente. En
este contexto, la posición soviética se fue reforzando a la par que la británica se
debilitaba. El conflicto se resolvió con el apoyo de Estados Unidos, que obligó a
la retirada soviética.

La guerra civil griega entre los partisanos comunistas y los grupos monárquicos
arranca con el final de la II Guerra Mundial. La influencia comunista se fue
ampliando en todo el país hasta 1947 y su triunfo parecía solo cuestión de
tiempo. Los monárquicos recibían su apoyo de Gran Bretaña, mientras que la
guerrilla comunista lo obtenía de Yugoslavia e, indirectamente, de la Unión
Soviética, a través de Bulgaria En 1947 los británicos reconocieron su
incapacidad para resolver la situación. La masiva ayuda económica y militar
estadounidense, unida a los enfrentamientos en el seno del Partido Comunista
entre los partidarios de un comunismo nacional y los prosoviéticos, acabaron
por inclinar la balanza hacia los monárquicos conservadores. La cuestión
griega había interesado tanto a Estados Unidos como a la Unión Soviética, por
el valor estratégico de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, puerta del
Mediterráneo oriental y Turquía.

Irán y Grecia habían puesto de manifiesto la debilidad británica, y habían


reforzado la teoría estadounidense de una Europa susceptible de caer bajo la

36
órbita de Moscú. Comenzaba así el enfrentamiento bipolar. La situación quedó
agravada con la crisis alemana de 1947-1948, que aceleró la constitución de
los dos bloques antagónicos. Según los acuerdos de Yalta y Potsdam,
Alemania sería ocupada militarmente y dividida en cuatro zonas regidas por
Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética; la ciudad de
Berlín, inserta en la zona soviética, quedó dividida también en cuatro zonas de
ocupación. Una comisión de control aliado se encargaría de coordinar la
ocupación. Desde el punto de vista económico, se preservaba la unidad para el
pago de las reparaciones de guerra. A medio plazo se había previsto la
organización de un nuevo Estado alemán de base democrática, una vez
culminada la desaparición del nazismo.

Sin embargo, el proceso fue muy distinto. Los soviéticos fueron organizando
políticamente su zona de ocupación, al igual que hicieron los restantes aliados.
Además, los franceses se mostraban muy recelosos ante la prevista
reunificación alemana. El año 1947 fue el momento clave. Británicos y
estadounidenses integraron económicamente sus zonas, con la oposición
soviética y francesa. La conferencia de Londres, celebrada en 1948 e integrada
por Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia y el Benelux, decidió la creación de
un Estado alemán, llamado República Federal Alemana, y la convocatoria de
una Asamblea Constituyente. En el mes de junio las tres zonas de ocupación
occidentales establecieron un sistema monetario común, diferente al de la zona
soviética. La respuesta soviética fue el bloqueo de la ciudad de Berlín, que duró
hasta octubre de 1949. La zona occidental, a pesar de las dificultades, quedó
abastecida a través de un formidable puente aéreo que Puso de manifiesto la
capacidad logística estadounidense.

El bloqueo de Berlín aceleró la formación de dos estados alemanes Y dejó en


punto muerto la reunificación. En septiembre de 1948 se reunió en Bonn el
Consejo Parlamentario, y el 8 de mayo de 1949 se aprobó la Ley Fundamental,
es decir, el texto constitucional de la República Federal Alemana. Hasta 1991,
con el fin de la guerra fría y el desmoronamiento del bloque soviético, Alemania
permaneció dividida en dos estados, hecho que coadyuvó decisivamente a la
configuración de los dos bloques. En poco tiempo los países que formaban
cada bloque caminaron hacia una mayor integración política y económica,
respaldada por un sistema militar y por un conjunto de alianzas
multilaterales y bilaterales.

Las bases del sistema del bloque occidental en Europa fueron dos: el Plan
Marshall y la OTAN. El Plan Marshall era un sistema de ayuda económica
dirigido a asegurar la reconstrucción de Europa occidental. Aprobado en abril
de 1948, proporcionó en cuatro años cerca de 13.000 millones de dólares, que
se repartieron entre diversos países europeos. El Plan Marshall aseguró el
liderazgo económico de Estados Unidos en su área, facilitó la propia expansión
de la economía norteamericana y fue determinante en los procesos de
integración económica europea. En cuanto a la Alianza del Atlántico Norte
(OTAN), tenía carácter militar y fue constituida en abril de 1949 por Estados
Unidos, Gran Bretaña, Francia, Canadá, Italia, Bélgica, Holanda, Luxemburgo,
Portugal, Noruega, Dinamarca e Islandia. Estaba dirigida a organizar la defensa

37
colectiva de los países firmantes. Años después se integraron Grecia y Turquía
(1952), la República Federal Alemana (1954) y; finalmente, España (1981).

Estados Unidos promovió igualmente grandes alianzas en otras zonas del


mundo. En 1947 se firmó el pacto de Río de Janeiro con los países de América
Latina; en 1954 se firmó el Tratado de Asia del Sureste (OTASE) por parte de
Gran Bretaña, Francia, Australia, Nueva Zelanda, Filipinas, Tailandia, Pakistán
y el propio Estados Unidos. Un año después, en 1955, se firmó el pacto de
Bagdad (CENTO) entre Turquía, Irak, Irán, Pakistán y Gran Bretaña. Otros
acuerdos bilaterales estaban enfocados a completar el sistema; afectaron
sobre todo al área del Pacífico, siendo los más importantes los firmados con
Corea del sur (1953), Taiwán (1954) y Japón (1961). Este conjunto de pactos
permitió a Estados Unidos instalar un rosario de bases militares dirigidas contra
la Unión Soviética, creando un cerco que significaba el control de las
principales rutas del tráfico marítimo internacional para los norteamericanos. El
sistema de alianzas contemplaba, además de los aspectos militares, la
asistencia técnica y la ayuda económica, reafirmado así la posición de
liderazgo de Estados Unidos en el bloque occidental.

El bloque oriental se constituyó con una estructura similar, siempre partiendo


del hecho de la mayor debilidad económica de la Unión -Soviética con respecto
a Estados Unidos durante esta primera época de la guerra fría. El Consejo de
Ayuda Mutua Económica (CAME o COMECON) fue una de sus dos
organizaciones esenciales; era un sistema de integración económica formado
en 1949 por la Unión Soviética, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria,
Rumania, Albania y la República Democrática Alemana; posteriormente se
integraron Mongolia y Cuba, y Albania se retiró de la organización. Su
objetivo consistía en coordinar las políticas de planificación y la mutua
asistencia técnica y económica. El Pacto de Varsovia era la otra
organización esencial del bloque comunista. Se creó en 1955 y estaba
formada por la Unión Soviética junto a los países de la Europa oriental, con
la excepción de Yugoslavia. Albania también abandonó esta alianza en
1968.

DE COREA A VIETNAM

La guerra fría alcanzó, pues, dimensiones planetarias. Los focos de tensión se


extendieron a lo largo y ancho de mares y continentes. Cabe establecer una
jerarquía, sin embargo, y destacar los focos más duraderos y persistentes de
esta tensión generalizada: se trata de los espacios protagonistas. Los
principales conflictos se desarrollaron en el continente asiático —Corea,
Vietnam y la península de Indochina, Afganistán—, aunque el Oriente Próximo
fue otro espacio vital del conflicto, donde el futuro de Palestina, una cuestión de
alcance regional en principio, se articuló con el conflicto árabe-israelí.

Corea había estado ocupada por los japoneses durante la II Guerra


Mundial. En la cumbre de Yalta de febrero de 1945 se decidió la creación
de un comité de tutela para Corea integrado por Estados Unidos, la Unión
Soviética, Gran Bretaña y China. La declaración de guerra de la Unión
Soviética a Japón en agosto de 1945 posibilitó la entrada de tropas

38
soviéticas en el norte de Corea, desde Manchuria. El desplome final
japonés supuso la división efectiva del país en dos zonas de ocupación,
separadas por el paralelo 38: al norte los soviéticos, al sur los
estadounidenses. A pesar de que los aliados pretendían la reunificación del
país, el nacimiento de la guerra fría provocó la creación de dos estados
antagónicos dentro de la península coreana. Un nuevo ingrediente de
tensión vino determinado por el triunfo comunista en China, en 1949. Meses
después, el 25 de junio de 1950, el ejército norcoreano —adiestrado y
pertrechado por los soviéticos— atravesó el Paralelo 38 e invadió Corea del
Sur. Hubo que esperar hasta el 7 de julio para que el Consejo de Seguridad
de la ONU, del que estaba ausente la Unión Soviética, como protesta por el
no reconocimiento de la República Popular China, autorizara a Estados
Unidos a comandar una fuerza internacional que auxiliara al gobierno de
Corea del Sur. Estados Unidos interpretó este conflicto como el primer intento
de expansión del comunismo chino en Asia, apoyado por la URSS. La caída de
Corea en manos comunistas supondría, según la teoría del efecto dominó, una
cadena de conquistas que se extendería por todo el este asiático, incluido
Japón.

La primera fase de la guerra se caracterizó por el imparable avance del ejército


norcoreano; prácticamente llegaron a ocupar todo el sur, salvo una estrecha
cabeza de puente en torno al puerto de Pusan. El desembarco de las tropas de
la ONU en Inchon (próximo a Seúl) al mando del general estadounidense
MacArthur cambió el curso de la guerra y los norcoreanos tuvieron que
replegarse más allá del paralelo 38. En octubre de 1950 los norteamericanos
avanzaron hasta las cercanías del río Yalu, en las inmediaciones de la frontera
china, lo cual provocó la intervención masiva de la China Popular. MacArthur
solicitó entonces al gobierno estadounidense el bombardeo atómico de China y
fue destituido por su propuesta. A partir de ese momento la guerra siguió un
curso convencional, con ataques y contraataques que dejaron estabilizado el
frente en noviembre de 1951. El armisticio de julio de 1953 consagró en la
práctica la división de Corea en dos estados, siempre separados por el paralelo
38. Varios millones de vidas humanas habían sido inútilmente sacrificadas.
Estados Unidos puso de manifiesto en Corea que no iba a aceptar la
instauración de nuevos regímenes comunistas en Asia; como primera
consecuencia inmediata, reforzó a sus aliados en aquel continente, acelerando
la modernización de Japón y ampliando su apoyo económico y militar a la
China nacionalista de Taiwán. Corea fue, en gran medida, la antesala de
Vietnam.

La guerra de Vietnam fue el conflicto más sangriento y persistente de la guerra


fría. Durante la II Guerra Mundial el territorio indochino fue ocupado por los
japoneses; más tarde, en el momento de la capitulación nipona, el movimiento
de resistencia anticolonialista, el Vietminh —de inspiración comunista y dirigido
por Ho Chi Minh— ocupo el vacío de poder y proclamó la República Popular de
Vietnam en el norte del país. El sur, con capital en Saigón, fue tomado por el
ejército británico, que inmediatamente cedió el poder a los franceses como
antigua potencia colonial. Desde este momento Francia delineó una estrategia
con el objetivo de recuperar el norte y restablecer su dominio colonial en toda la

39
península de Indochina, esto es, el espacio ocupado por los actuales Vietnam,
Laos y Camboya.

La primera guerra de Indochina enfrentó a Francia con los guerrilleros del


Vietminh entre 1946 y 1954. Fue una guerra de recuperación colonial, que
desembocó en un conflicto tipo de la guerra fría. Este primer episodio culminó
con la derrota del ejército expedicionario francés en Dien Bien Phu, en 1954, lo
que significó la independencia para la península. Los acuerdos de Ginebra de
julio de ese mismo año diseñaron un programa de paz para el futuro de
Indochina basado en la división del territorio en tres estados independientes
(Vietnam, Laos y Camboya), su neutralidad y la división provisional de Vietnam
en dos zonas, divididas por el paralelo 17, hasta que unas inmediatas
elecciones libres reunificaran políticamente el país. En el norte se reconoció. el
régimen comunista de Ho Chi Minh.

Ho Chi Minh (Nguyen Tat Tan) (1890-1969)

Nacido en Annam septentrional en 1890, Ho Chi Minh era hijo de un pequeño funcionario annamita
caído en desgracia por su postura contraria a la potencia ocupante, por lo que pronto se familiarizó
con el discurso anticolonialista. Se trasladó a Europa en 1911, primero a Londres, instalándose luego
en París, donde entró en relación personal y doctrinal con los círculos socialistas. Su pensamiento
anticolonialista fue consolidándose en un ambiente intelectual propicio, editando el periódico El paria.
El impacto de la Revolución Rusa en el seno del socialismo europeo tuvo su plasmación en
Francia en el congreso de Tours de 1921. Ho Chi Minh participó en el congreso fundacional del
Partido Comunista Francés. En 1923 se trasladó a la Rusia soviética, convirtiéndose en agente de
la III Internacional en varios países asiáticos: prime-ro en China, hasta que fue expulsado en 1927;
luego en Siam y en Hong Kong, donde conoció las cárceles británicas. Desde finales de los años
veinte Ho empezó a alimentar y a organizar el anticolonialismo indochino.

La II Guerra Mundial creó las condiciones para afianzar la causa anticolonialista, sobre todo cuando
las autoridades francesas quedaron desplazadas por la ocupación japonesa de Indochina. En 1941
Ho Chi Minh fundó el Vietminh, eficaz plataforma ideológica y de agitación en pro de la
independencia, que agrupaba a sectores comunistas y nacionalistas y que caló hondamente en el
tejido social annamita. En 1945 la rendición japonesa y el inmediato vacío de poder fueron
aprovechados por el Vietminh para proclamar la República Independiente de Vietnam. Al primer
reconocimiento francés de la nueva situación le sucedió el rechazo y la guerra colonial con la
colaboración anglo-norteamericana. Vietnam había dejado de ser una cuestión bilateral entre
ocupante y ocupado para convertirse en espacio principal de la guerra fría. Por eso la aplastante
derrota francesa ante el Vietminh en Dien Biem Phu (1953) no significó el fin del drama vietnamita,
sino la conclusión de un triste preámbulo. Los acuerdos de Ginebra de 1954 no fueron respetados,
Vietnam quedó dividido y la presencia francesa fue sustituida por la presencia norteamericana.
Comenzaban así dos décadas de una guerra terrible que Ho Chi Minh no vio finalizar. Su entereza
y decisión, encerradas en un físico de apariencia frágil, hicieron mella a escala mundial, hasta
convertirse en una especie de mito interpretado en claves del combate de un David oriental y
paciente contra un Goliat desenfrenado. La honda de David estuvo bien servida por soviéticos y
chinos, hecho ilustrativo de la capacidad política de Ho para mantenerse equidistante ante la
controversia chino-soviética. Después de la guerra, y en homenaje al dirigente, Saigón fue
rebautizada como Ciudad Ho Chi Minh.

Los acuerdos presuponían la preservación de los intereses económicos


franceses en la zona. Estados Unidos, sin embargo, pronto se mostró contrario
al espíritu de estos acuerdos: demasiado cercana la guerra de Corea, no
estaba dispuesto a tolerar un régimen comunista en Vietnam. Por ello inició
una estrategia de intervención, con objeto de sustituir a Francia como potencia
interesada en el área. El derrocamiento del emperador Bao-Dai en Vietnam del
Sur y la subida al poder de Ngo Dinh Diem, un hombre próximo a Estados
40
Unidos, constituyeron la primera fase de la operación. El nuevo gobierno del
sur se negó a poner en práctica los acuerdos logrados respecto de la
convocatoria de elecciones que posibilitaran la reunificación. Los expertos
estadounidenses habían considerado inevitable el triunfo electoral de Ho Chi
Minh, dada su popularidad y la ausencia en el sur de un tejido político con
capacidad para competir con el Vietminh. El 26 de octubre de 1955 quedó
proclamada la República de Vietnam del Sur. Surgían, por tanto, dos Vietnam,
que se arrogaban la representatividad exclusiva del pueblo vietnamita,
negando la legitimidad del contrario. Vietnam del Norte recibía el apoyo de
China y de la Unión Soviética, mientras que el sur lo recibía de Estados
Unidos y sus aliados. Aunque de forma Inestable, Laos y Camboya habían
llevado a la práctica los acuerdos de Ginebra y reorganizaban políticamente
sus territorios en un ambiente comprometido.

En suma, Estados Unidos había considerado que la neutralidad de Indochina,


tal como preveían los acuerdos de Ginebra, abría las puertas a la influencia
decisiva de la China comunista; pero, al elegir a un católico como gobernante
del sur, se enfrentó con las creencias budistas de la mayoría de la población.
En este clima de descontento resultaba muy complicado llevar a cabo la
creación y el adiestramiento de un ejército en el sur. Vietnam del Norte, por su
parte, intensificó su presencia con una estrategia tendente a aglutinar al
conjunto de la población bajo la égida del Vietminh. Así, el 20 de diciembre de
1960 quedó constituido el Frente de Liberación Nacional de Vietnam del Sur,
con una presencia efectiva en todo el territorio.

La respuesta estadounidense fue doble. Por un lado, la ampliación de la ayuda


militar a Saigón con la creación, en enero de 1962, del primer mando
norteamericano en la zona; por otro, se obligó a los ocho millones de
campesinos a concentrarse en 7.000 aldeas estratégicas, con el fin de impedir
la influencia del Vietminh en el campo. Finalmente, el derrocamiento de Ngo
Dinh Diem permitió la subida al poder de la cúpula del ejército, que instauró
una dictadura militar. Todo ello sentó las bases para la intervención masiva por
parte de Estados Unidos; el 7 de agosto de 1964 el Senado otorgó plenos
poderes al presidente Lyndon B. Johnson en este terreno. Desde esta fecha la
implicación norteamericana fue creciendo en volumen e intensidad:
bombardeos desmesurados en Vietnam del Norte, guerra química, dislocación
de la sociedad vietnamita. En 1965 la guerra se extendió a Laos y
posteriormente a Camboya. En 1968 las tropas norteamericanas destinadas en
Vietnam alcanzaron la cifra de medio millón de hombres; sin embargo, la
consolidación de la guerrilla era incontestable, como demostró la ofensiva del
Tet en enero de 1968 y la ulterior creación del gobierno revolucionario
provisional de Vietnam del Sur.

En Washington se tomó conciencia de que la guerra no podía ganarse


militarmente. Además, la oposición al hecho bélico alcanzó su máxima
expresión en los propios Estados Unidos; a partir de 1968 este país se vio
obligado a modificar su estrategia: se redujo paulatinamente el número de
efectivos, se incrementaron los bombardeos aéreos y se expresó públicamente
la posibilidad de negociar con el régimen de Vietnam del Norte. La conferencia
sobre Vietnam celebrada en París entre febrero y marzo de 1973 sentó las

41
bases para la finalización del conflicto, en un momento en que ya era un hecho
la aproximación diplomática entre Estados Unidos y China Popular, tras la
incorporación de esta última a la ONU en 1971. En París se aprobó el fin de la
intervención militar estadounidense. El desenlace de la guerra quedo decidido;
las tropas de los revolucionarios vietnamitas entraron en Saigón en abril de
1975, a pesar de la resistencia a aceptar los acuerdos que opuso la cúpula
militar survietnamita. Pocos meses después la guerra también acabó en Laos y
Camboya. Estados Unidos había sufrido la mayor derrota militar de su historia.

LA COEXISTENCIA PACÍFICA

A mediados de los años cincuenta la guerra fría entre los dos bloques empieza
a tomar otro cariz. De forma lenta, aunque irreversible, Se va pasando de una
situación de extrema alarma a otra de coexistencia pacífica, que se va a
extender hasta finales de los años setenta. Tanto Estados Unidos como la
Unión Soviética tomaron conciencia de que era preciso convivir con el enemigo
y, por consiguiente, evitar confrontaciones que desembocaran en la guerra
nuclear. Las razones que explican este cambio en la estrategia global de la
guerra fría y en su evolución son variadas. Algunas tienen sus raíces en el
tiempo inmediato de la década de los cincuenta y otras hay que buscarlas en
momentos anteriores.

En primer lugar, habría que destacar las enseñanzas de la guerra de Corea. En


ella quedó reflejada la inviabilidad de las políticas al borde del abismo. Estados
Unidos había perdido el monopolio nuclear. El miedo a la guerra atómica ahora
era real, y se incrementaba por el aumento de la capacidad destructora de los
nuevos ingenios nucleares. La carrera de armamentos se sucedió con gran
rapidez. La Unión Soviética alcanzó el estatus de potencia nuclear a partir de
1949; en 1952 los estadounidenses experimentaron con éxito la bomba de
hidrógeno. En 1957 la URSS colocaba en órbita su Sputnik, el primer satélite
artificial, poniéndose a la cabeza de la carrera espacial y provocando el
consiguiente temor de la opinión pública estadounidense. Todos estos
acontecimientos eran elocuentes en torno a la vulnerabilidad del territorio
norteamericano a partir de un ataque con misiles desde la URSS o cualquiera
de sus países aliados.

A mediados de los años cincuenta tanto la Unión Soviética como Estados


Unidos poseían la suficiente capacidad nuclear para llegar a la destrucción total
en un conflicto. Sin embargo, el nacimiento de la coexistencia pacífica no
interrumpió, ni mucho menos, la carrera armamentística. Cada avance
estadounidense o soviético en el campo militar era inmediatamente respondido
con un esfuerzo técnico o estratégico del enemigo en la misma dirección. Así,
Estados Unidos tomó la delantera en la fabricación de submarinos atómicos,
en los que instalaron los cohetes Polaris a partir de 1959 y ante los que era
difícil defenderse a causa de su movilidad. Además, otros países
construyeron sus propias armas nucleares: Gran Bretaña, Francia, China,
India y Pakistán, hasta llegar en los años ochenta a una situación en que
numerosos países poseían la capacidad de crear su propio arsenal nuclear.

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Estados Unidos y la Unión Soviética, así como los dos bloques, entendieron
la necesidad de crear foros internacionales que se plantearan algún tipo de
ordenamiento en la carrera nuclear. De este modo el miedo nuclear estuvo
en la raíz de las primeras conferencias internacionales sobre limitación de
armamentos, conferencias que proliferaron desde mediados de los años
sesenta. La visita de Nikita Jruschov a Estados Unidos en 1959 y la
fracasada cumbre de París de 1960 representaron el símbolo de la
aproximación entre las dos grandes superpotencias. La desaparición de
Stalin en la Unión Soviética, en 1953, y la sustitución de Truman por
Eisenhower, un político más pragmático y realista, en Estados Unidos
colaboraron en este viraje. En el XX Congreso del PCUS, en 1956, el nuevo
líder soviético, Jruschov, condenó los excesos del estalinismo y planteó la
doctrina de la coexistencia pacífica. Estados Unidos comenzó a diseñar en
paralelo una política que sustituyera la respuesta nuclear preventiva.

Harry Truman

Importante político norteamericano que fue presidente de Estados Unidos desde 1945 a 1952.
Procedente de un ambiente de clase media, Truman inició su carrera política en las filas del Partido
Demócrata, y su nombre está asociado a los orígenes de la guerra fría. Senador por el estado de
Misuri en 1934, acompañó a Franklin D. Roosevelt como vicepresidente en las elecciones de 1944,
sucediéndole en la presidencia tras la muerte de este último, en abril de 1945. Una de sus primeras
medidas fue autorizar el bombardeo atómico de Hiroshima y Nagasaki, en agosto de 1945. Su
acción política ofrece líneas de continuidad con respecto a la gestión de Roosevelt en lo que
se refiere al intervencionismo en el exterior, aprovechando la posición de preeminencia
indiscutible de Estados Unidos después de la guerra. En marzo de 1947 el presidente
norteamericano hizo pública la denominada doctrina Truman, fundamento de la política
exterior norteamericana en el nuevo clima de la guerra fría: la contención del comunismo y la
prevención de la expansión soviética. Un intervencionismo dirigido a Europa, como espacio
principal, que se concretó inmediatamente en Grecia y Turquía, y que tomó cuerpo económico
en el plan Marshall de junio de 1947, para la ayuda a la reconstrucción de los países
europeos, y textura militar con el nacimiento de la OTAN en abril de 1949. Un cuadro de
alianzas que adquirió el rango de planetario a través de un sistema de pactos de carácter
regional que entremezclaban la ayuda económica y militar. En 1948, en la Conferencia de
Bogotá, había surgido la Organización de Estados Americanos.

La guerra de Corea (1950-1953) fue el momento de mayor fricción internacional de la época


Truman, dentro de una política de riesgo calculado que llevó al presidente a destituir al general
Mac Arthur en abril de 1951, cuando éste propuso el bombardeo atómico de las bases chinas de
Manchuria. En el plano interior, una espesa ambientación anticomunista fue atrapando a la
sociedad norteamericana, como preámbulo y preparación de la caza de brujas, definiéndose la
idea del ciudadano norteamericano leal que se proyectó en los decenios posteriores. En materia
social, la política Truman aunó el intervencionismo del gobierno en temas salariales y de
protección y las medidas represivas. La ley Talt-Hartley de 1947 dispuso la actuación
gubernamental frente a las posibles huelgas en las industrias básicas. Una enmienda de 1951
estableció la imposibilidad de la reelección de un presidente para un tercer mandato
consecutivo. La carrera política de Truman se cerró en noviembre de 1952 con la elección como
presidente del general Eisenhower.

La disciplina en el seno de los dos bloques fue cuestionada desde


mediados de los cincuenta. En el bloque oriental las revueltas de Polonia y
Hungría de 1956, y en este último caso la "invasión correctora soviética",
mostraron las primeras dificultades para mantener cohesionado el bloque.
La Primavera de Praga (Checoslovaquia, 1968) fue la manifestación más
acusada de estas disidencias. En el mundo occidental, la Europa
43
reconstruida empezó a ser menos dependiente de Estados Unidos; el
boom económico europeo entre 1955 y 1965 contribuyó a crear un ambiente
de seguridad de la zona. Determinados países exigieron autonomía, siendo la
Francia del general De Gaulle el caso más sintomático. El nacionalismo
gaullista propugnó la doctrina de la tercera vía: la creación de una fuerza
disuasoria propia y el desarrollo de una política exterior equidistante de Moscú
y Washington. Francia abandonó el mando militar integrado de la OTAN entre
1965 y 1966, y actuó igualmente con el "pool del oro", bastión para la
estabilidad del dólar.

Aunque la República Popular China no formaba parte del Pacto de Varsovia,


las vinculaciones económicas, políticas, militares y técnicas entre China y la
Unión Soviética fueron muy estrechas hasta la muerte de Stalin. A partir de ese
momento el distanciamiento entre los dos colosos comunistas se fue ampliando
en todos los terrenos, hasta culminar con la ruptura definitiva en 1965. Desde
entonces China se convirtió en el principal referente para muchos movimientos
de liberación en países del Tercer Mundo, lo que debilitaba la posición
internacional de la URSS. La aparición de nuevos países en los foros
internacionales, como consecuencia de la descolonización en Asia y África,
provocó el creciente cuestionamiento de la estructura bipolar del mundo. Surgió
así el movimiento de los países no alineados, cuyo preámbulo estuvo en la
Conferencia de Bandung, en 1955, que tomó cuerpo institucional en la
Conferencia de Belgrado de septiembre de 1961.

La afloración de conflictos regionales que, aunque relacionados con el


enfrentamiento bipolar, escapaban de la dinámica propia de la guerra fría,
amenazaron el ordenamiento existente. El mejor ejemplo se encuentra en el
enfrentamiento árabe-israelí. En las conversaciones de Glassboro, en junio de
1967, el presidente norteamericano Johnson y el premier soviético Alexei
Kosiguin establecieron un principio de acuerdo para la resolución de estos
problemas regionales. De ahí surgieron los acuerdos de Camp David, que no
supusieron el final del conflicto.

La coexistencia pacífica tuvo un desarrollo peculiar. Se sucedieron grandes


crisis políticas en esa época, crisis que provocaron la apertura de negociaciones
en las que ambas superpotencias acercaban sus posiciones y llegaban a
acuerdos. Por tanto, la coexistencia pacífica se desenvolvió en la dialéctica
entre enfrentamientos localizados y negociaciones. Así, las sucesivas crisis de
Suez en 1956, la segunda crisis de Berlín entre 1958 y 1961, y la crisis de los
misiles cubanos de 1962 acabaron por desembocar en una mayor proclividad a
la negociación.

En la crisis del canal de Suez se entremezclaron la dinámica regional y la


guerra fría, junto con intereses económicos y estratégicos. En este caso, la
Unión Soviética y Estados Unidos condenaron la agresión franco-británica a
Egipto, que había nacionalizado el canal de Suez y lesionado los intereses de
Francia y Gran Bretaña en la región. Una colaboración táctica que permitió a
las dos superpotencias controlar el Oriente Próximo, en detrimento de las
mencionadas Francia y Gran Bretaña, antiguas potencias coloniales. Tampoco
llegó la ruptura con la segunda crisis de Berlín, iniciada cuando la Unión

44
Soviética exigió el estatuto de ciudad libre, en 1958, en un momento en que la
República Democrática Alemana estaba sufriendo una sangría migratoria hacia
Occidente a través de la ciudad dividida. La crisis culminó con un importante
enfrentamiento político y con la construcción del muro de Berlín en agosto de
1961, hecho que no motivó una intervención occidental.

Mayor tensión provocó la crisis de los misiles en Cuba. Con el apoyo de la CIA
y del Departamento de Estado norteamericano, exiliados cubanos
desembarcaron en Bahía Cochinos con el fin de derrocar a Fidel Castro.
Ocurrió en abril de 1961. A mediados de 1962 los soviéticos comenzaron a
instalar en la isla cohetes de alcance medio que apuntaban hacia el corazón de
Estados Unidos: por primera vez bases nucleares soviéticas estaban sólo a
decenas de kilómetros del territorio estadounidense. La respuesta de los
norteamericanos al descubrir las bases fue tajante; el Consejo de Seguridad
Nacional se planteó tres supuestos diferentes de actuación: el bombardeo, el
desembarco o el bloqueo de la isla, opción por la que finalmente se inclinó el
presidente Kennedy. Las relaciones entre las dos superpotencias llegaron a un
extremo máximo de tensión, y el mundo temió que provocara el holocausto
nuclear. Por fin Jruschov dio marcha atrás y ordenó el regreso de los buques
soviéticos que se dirigían a Cuba con armamento nuclear.

El planeta había estado al borde del abismo, lo que demostraba, una vez más,
la necesidad de un espíritu de conciliación. La búsqueda de un espacio de
entendimiento entre la Unión Soviética y Estados Unidos no admitía retrocesos.
En 1963 se instaló el célebre teléfono rojo entre Washington y Moscú, un
sistema de comunicaciones directas entre los líderes de ambas superpotencias
para buscar salidas negociadas en los momentos de máxima tensión. La
coexistencia pacífica cristalizó en un conjunto de acuerdos bilaterales y de
conferencias internacionales entre las dos superpotencias y entre los dos
bloques, con el fin de establecer el nuevo modus vivendi. Se trataba de
encontrar cauces Para una mayor cooperación económica y técnica, pero, sobre
todo, de regular la carrera armamentística, especialmente en su vertiente
nuclear. El Tratado de Moscú de 1963 prohibió las explosiones nucleares en la
atmósfera; en 1968 se aprobó el Tratado de No Proliferación Nuclear, que
intentaba impedir el acceso a las armas atómicas para nuevos países. También
comenzaron las negociaciones sobre armamento nuclear estratégico en los
acuerdos SALT.

Una vez asegurado el contacto permanente entre las dos superpotencias, la


práctica de las negociaciones alcanzó al conjunto de los dos bloques, o a parte
de ellos, con especial importancia en el ámbito europeo. La principal iniciativa
partió de Alemania. En 1969 ascendió a la Cancillería de la República Federal
Alemana el socialdemócrata Willy Brandt, partidario de una apertura hacia el
este. Su política de acercamiento se denominó Ostpolitik y se materializó en
varios acuerdos: tratado con la Unión Soviética en agosto de 1970; tratado con
Polonia en diciembre del mismo año; con la República Democrática Alemana en
diciembre de 1972, lo que suponía un mutuo reconocimiento, y con
Checoslovaquia a finales de 1973. La República Federal Alemana se
comprometía a no utilizar la fuerza para alterar las fronteras surgidas tras la II
Guerra Mundial.

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En julio de 1973 se inició en Helsinki la Conferencia sobre Seguridad y
Cooperación Europea (CSCE), con la participación de todos los estados
europeos salvo Albania, además de Estados Unidos y Canadá. El espíritu de
Helsinki procuraba crear un foro permanente que fomentara la cooperación y el
entendimiento en todos los ámbitos, así como la promoción de los derechos
humanos. La CSCE creó una serie de organismos estables y reuniones
plenarias que se celebraron en Belgrado (1977-1978), Madrid (1980-1983) y
Viena (1986-1989). Igualmente, en 1973, dieron comienzo las negociaciones
entre la Alianza Atlántica y el Pacto de Varsovia sobre la "reducción mutua y
equilibrada de armamentos"; las negociaciones se extendieron hasta 1988 sin
lograr resultados relevantes.

REBROTE Y FINAL DE LA GUERRA FRÍA

La guerra de Vietnam debilitó la posición de Estados Unidos en el mundo. En el


interior, la derrota se interpretó como un síntoma de decadencia; en el exterior,
el papel hegemónico de Estados Unidos quedó cuestionado, y los países no
alineados condenaron mayoritariamente la actuación estadounidense. Su
liderazgo económico también quedó maltrecho; la crisis monetaria —cuyo
máximo exponente se sitúa en 1971, cuando el dólar abandonó de hecho las
reglas del Sistema Monetario Internacional— y la crisis del petróleo que
comenzó en 1973 produjeron una marcada recesión en el mundo occidental,
ámbito donde Japón y la Comunidad Económica Europea emergían como
serios competidores de Estados Unidos. Para la Unión Soviética, sin embargo; la
situación era diferente. Salió reforzada del conflicto vietnamita, a pesar de que
su apoyo a Vietnam del Norte o a las guerrillas del sur fue inferior al que prestó
China. El "desorden económico capitalista", fruto de la crisis de 1973, alimentó
el optimismo, conformando un ambiente en el que la nomenklatura soviética se
planteó seriamente tomar la delantera en la confrontación bipolar.

Entre 1977 y 1985 el mundo asistió a un rebrote de la guerra fría cimentado en


nuevas tensiones y en el incremento de la carrera de armamentos, sobre todo
en su vertiente nuclear. La estrategia soviética persiguió alcanzar la hegemonía
militar. En 1977 la URSS desplegó por su territorio europeo y asiático los misiles
SS-20 de 5.000 kilómetros de alcance y provistos de tres cabezas nucleares;
esto suponía la amenaza directa a los territorios de Europa occidental. Al mismo
tiempo creció su presencia en el Tercer Mundo: sus intervenciones en Etiopía,
Angola, Mozambique y, especialmente, Afganistán son los casos más re-
presentativos. La intervención militar en Afganistán fue muy parecida a la de
Estados Unidos en Vietnam, tanto por los medios empleados como por los
efectos logrados. La justificación de la invasión estuvo en la petición de ayuda
por parte de un gobierno amigo, que era incapaz de controlar a las guerrillas
opositoras. La Unión Soviética invocó el principio de la solidaridad socialista con
un régimen afín. La trama del conflicto se desarrolló durante diez años, a base
de una compleja guerra civil. El fracaso continuado de las tropas soviéticas, con
el consiguiente sacrificio de hombres y recursos, provocó su desprestigio
internacional. El desenlace fue la retirada en derrota, lo que tuvo asimismo
enormes repercusiones en el interior de la URSS. Precisamente la guerra fue

46
una de las claves, aunque no la única, del recambio político planteado por
Gorbachov desde 1985.

Por parte norteamericana, el rebrote de la guerra fría tuvo como capital


protagonista al presidente Ronald Reagan, vencedor en las elecciones de 1981
con un programa dirigido a superar las secuelas de Vietnam y restablecer la
hegemonía estadounidense: el rearme psicológico, económico y militar del país.
Resulta significativo el drástico incremento del gasto militar de Estados Unidos
hasta 1986; dentro de los gastos militares destacó el desarrollo de un nuevo
programa, la iniciativa de Defensa Estratégica, conocido popularmente como
"guerra de las galaxias". Tenía como objetivo la creación de un escudo espacial
que protegiera el territorio norteamericano de los misiles soviéticos. A pesar de
todo, este nuevo aumento de la tensión no dañó excesivamente el espíritu de la
coexistencia pacífica, como pone de manifiesto la continuación de las
conferencias internacionales de control de armamentos.

La subida de Mijaíl Gorbachov al poder en la Unión Soviética en 1985 significó


un punto de inflexión en el curso de la guerra fría. Además de las reformas
internas, Gorbachov intensificó una política de diálogo con Estados Unidos,
bien recibida en Washington. Ambos países mostraban señas inequívocas de
agotamiento. En la Unión Soviética el optimismo daba paso a la toma de
conciencia del bloqueo del sistema, sobre todo en su vertiente económica; en
Estados Unidos la expansión económica de la era Reagan mostraba síntomas
de debilidad, a cuenta del incremento masivo del doble déficit: presupuestario y
de la balanza de pagos. Poco a poco la normalización fue una realidad entre
ambas superpotencias.

Por parte soviética la nueva estrategia se basó en el abandono progresivo del


Tercer Mundo, encontrando el punto culminante en 1989, con la retirada del
ejército soviético de Afganistán. Además, se normalizaron las relaciones con
China, siendo la cumbre de mayo de 1989, entre los máximos dirigentes de
ambos países un momento emblemático de este proceso. La guerra fría tocaba
a su fin, una conclusión que se aceleró con la desintegración del bloque soviético
a finales de los años ochenta. Su mayor símbolo en Europa, el muro de Berlín,
fue derribado en noviembre de 1989. A partir de entonces, el control de Moscú
sobre los países del este de Europa fue disolviéndose aceleradamente, sobre
todo en Polonia, Checoslovaquia y Hungría. En 1991 desapareció el Pacto de
Varsovia, aunque no la OTAN, todavía vigente.

El fin de la guerra fría, en definitiva, es fruto del desplome del sistema soviético,
pero también de otras variables. El sistema de confrontación bipolar en su estado
más puro había entrado en crisis anteriormente, debido al estallido de conflictos
regionales en el área tercermundista que escapaban a la lógica de la guerra fría,
aunque se relacionasen con ella. Además, resultaba imposible mantener
económicamente, ya desde los años ochenta, la costosa carrera armamentística
nuclear. Si en épocas anteriores la carrera de armamentos había constituido un
acicate para el crecimiento económico, ahora amenazaba con bloquear las
economías, aunque, paradójicamente, el desarrollo de la guerra fría había
colaborado decisivamente a la expansión de la revolución científico-técnica.
Añadamos, por último, un elemento de vital importancia en la crisis final de la

47
guerra: nos referimos al incremento del pacifismo y del antimilitarismo en la
opinión pública de ambos bloques, fenómenos que en el caso occidental provocó
el resurgimiento de los movimientos y organizaciones del movimiento por la paz,
que influyó notablemente en la toma de decisiones gubernamentales a este
respecto, sobre todo en aquellos países donde estaban instalados los
euromisiles, como la República Federal Alemana y Holanda.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. ¿Qué entendemos por “psicología de la desconfianza”?


2. Además del terreno político, ¿en qué otros campos se desarrolló la Guerra Fría?
3. Identifique y explique escenarios de conflicto y tensión.

• Elabore una “línea de tiempo” considerando las fases de la “Guerra Fría”.


• Analice el siguiente video: Discurso de Winston Churchill en la Universidad de Fulton
(1947), el “Telón de acero”: https://youtu.be/SFUqeh3P71w

48
LAS REFORMAS EN LA UNIÓN SOVIÉTICA
HACIA EL FINAL DE LA GUERRA FRÍA
(1985-1991)

Gabriel García Higueras

Adaptación realizada de:


García Higueras, Gabriel (2015). Historia y perestroika. La revisión de la historia soviética en
tiempos de Gorbachov (1987-1991). Huelva. Universidad de Huelva. (páginas 63-78, 101-111
y 199-217)

1. El advenimiento de las reformas

El 12 de marzo de 1985, la prensa internacional informaba en sus primeras


planas del relevo acontecido en el Kremlin el día anterior. La muerte del
anciano Konstantín Chernenko clausuraba una etapa de la historia política
soviética. En una sesión extraordinaria, el Comité Central del Partido
Comunista de la URSS eligió por unanimidad a Mijaíl Gorbachov, a la sazón el
más joven de los miembros del Politburó. La prensa destacaba del líder electo
que “no vivió la Revolución de Octubre ni la era estalinista”. Este factor, aunado
a su rauda designación, parecía ser signo de la apertura hacia una nueva era
de actuación política1. Su elección fue vista con expectativa en el mundo;
además por haber acaecido en la víspera de las negociaciones sobre armas
nucleares celebradas en Ginebra.

Mijaíl Serguéievich Gorbachov nació en el pueblo de Privolnoie, región de


Stávropol (norte del Cáucaso), en el seno de una familia campesina, el día 2 de
marzo del año 1931. Durante los años que cursó estudios en la Facultad de
Derecho de la Universidad Estatal de Moscú, fue el organizador del Komsomol
(Liga de la Juventud Comunista) universitario, y en 1952 se convirtió
oficialmente en miembro del Partido Comunista. Se licenció en Derecho con
altas calificaciones, en 19552 y retornó a su región natal, donde haría carrera
en el Komsomol local hasta ascender a primer secretario de la organización
regional, en 1960. También alcanzó la dirección del Partido en Stávropol, en
1966, y el segundo cargo en importancia del comité del Partido dos años
después. En 1970, Gorbachov resultó elegido primer secretario del Partido en
la antedicha región, y en el XXIV Congreso fue elevado a miembro de pleno

1 El editorial de El País describía así a Gorbachov: “No es un aparatchik, un hombre de


aparato; ha estudiado derecho e ingeniería. Ha cosechado los éxitos –gracias a los cuales se
ha convertido en un dirigente nacional– en la agricultura, en la producción. Ha ido a la política
desde la gestión de empresa. Es lógico suponer que representa no sólo a una nueva
generación, sino a esos sectores de profesionales, científicos y técnicos sometidos hoy en gran
medida a jerarcas del aparato, pero que son indiscutiblemente los que pueden promover un
proceso modernizador”. Editorial “Una nueva generación al frente de la URSS”. El País, 12 de
marzo de 1985, p. 14.
2 Lenin y Gorbachov han sido los únicos dirigentes en la historia de la URSS que obtuvieron un

título universitario; además, coincidentemente, en la misma especialidad: Derecho.

49
derecho en el Comité Central. En el desempeño de sus responsabilidades en
calidad de primer secretario, gozó de una sólida reputación de honradez y
energía. En 1978 fue convocado a Moscú para ocupar el puesto de secretario
encargado de agricultura en el Comité Central. Su ascensión meteórica en el
Partido prosiguió al ser elegido miembro del Politburó un año más tarde 3.
Cuando Yuri Andrópov, antiguo jefe del KGB (Comité para la Seguridad del
Estado), asumió el poder en noviembre de 1982, designó a Gorbachov
secretario del Comité Central responsable de la Ideología, cargo que se
consideraba, de manera extraoficial, el segundo en relevancia dentro del
Partido. A la muerte de Andrópov en febrero de 1984, se eligió a Konstantín
Chernenko para sucederlo. Gorbachov se hallaba muy próximo al nuevo
dirigente hasta que, a la muerte de aquél, fue elegido secretario general del
Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética.

En sus primeros discursos, el flamante líder esbozó la línea política y los


objetivos de su gobierno, destacando entre algunas de sus prioridades: la
elaboración colectiva de la política del Partido, la aceleración del desarrollo
económico y social del país, la atención prestada a “la iniciativa y la capacidad
creadora de las masas” como centro de interés, y el establecimiento de una
política exterior basada en los principios de la coexistencia pacífica4.

Expresión de la nueva orientación política fue el Pleno del Comité Central del
PCUS, en abril de 1985. En el informe presentado, Gorbachov expuso un
panorama crítico de la situación interna de la URSS: estancamiento económico,
dificultades en el abastecimiento y retraso tecnológico creciente. Ante ello,
propuso la aceleración del desarrollo socioeconómico, que requería de una
estrategia económica con miras a intensificar la productividad y la
modernización del aparato productivo. Así también, se mostró dispuesto a
emprender medidas para combatir la corrupción, el anquilosamiento y los
excesos de la burocracia5.

Las declaraciones de la moderna dirigencia soviética fueron seguidas de otras


manifestaciones que ponían de relieve el nuevo diseño de la política nacional e
internacional de la superpotencia. En tal sentido, debe destacarse la iniciativa
de Gorbachov encaminada a concertar acuerdos internacionales en materia de
limitación de las armas nucleares. De este modo, anunció en abril de 1985 la
inmediata suspensión del despliegue de misiles soviéticos de alcance medio en

3 En una biografía de Gorbachov, publicada en los Estados Unidos, se destacaba de su


proceder político en aquellos años las siguientes cualidades personales: “A Gorbachov le
faltaban visiblemente las dos características típicas de los burócratas soviéticos de alto nivel de
entonces: no era arrogante ni corrupto. De hecho, y a diferencia de muchos políticos soviéticos,
siempre se mostraba amable, una cualidad que ha mantenido y que se ha convertido en una de
sus mejores armas como estadista mundial. Su encanto personal resultó muy efectivo para
vencer toda oposición y rivalidad dentro de la Unión Soviética…” EDITORES DE TIME:
Gorbachev: una biografía íntima. Ediciones B, Barcelona, 1988, p. 86-87.
4 El País, 14 de marzo de 1985 en línea Consulta: 16 de marzo de 2008

http://www.elpais.com/articulo/internacional/GORBACHOV/_MIJAIL_/URSS/CHERNENKO/_K
ONSTANTIN_/URSS/UNION_SOVIETICA/PCUS/rapida/eleccion/Gorbachov/suceder/Chernenk
o/signo/renovacion/politica/Union/Sovietica/elpepiint/19850312elpepiint_19/Tes)
5 EFE (abril 26), El Comercio, 27 de abril de 1985, sección B, p. 2.

50
Europa, y expresó su confianza en que Estados Unidos respondiera con un
gesto semejante6.

Por otro lado, en el proyecto de programa del Partido trazado en octubre de


ese año, se afirmaba que la única perspectiva en las relaciones entre Estados
con sistemas diferentes era la coexistencia pacífica, al tiempo que aseguraba la
sustitución inevitable del capitalismo por el socialismo. La finalidad del
documento era "la mejora planificada y plurilateral del socialismo para el
avance de la sociedad soviética hacia el comunismo mediante el desarrollo
socioeconómico acelerado"7.

A este respecto, se debe subrayar que, a diferencia del programa elaborado en


la época de Nikita Jruschov, en 1961, destinado a la "construcción de la
sociedad comunista", en el citado documento partidista el comunismo dejaba
de ser la tarea "directa y práctica" para convertirse en un objetivo a largo plazo.
Por otra parte, merece destacarse que el referido borrador excluía 10 párrafos
del proyecto de 1961 que situaban la experiencia de la URSS como modelo
para la construcción del comunismo. Contrario sensu, se afirmaba ahora, de
modo pluralista, que la experiencia acumulada en las pasadas décadas
"demuestra de forma patente la diversidad del mundo del socialismo" 8.

Junto con las declaraciones citadas, empezó a emplearse un término para


designar el pensamiento político que comenzaría a regir en el país: perestroika,
voz rusa cuyo significado es “reestructuración”. Tal vocablo adquirió carta de
ciudadanía en el escenario mundial y fue moneda corriente en el lenguaje de la
prensa.

El impulso efectivo que se confirió a la perestroika provino del XXVII Congreso


del PCUS, celebrado entre febrero y marzo de 1986. En el informe político del
Comité Central, Gorbachov expuso el proyecto del nuevo programa del PCUS y
las orientaciones fundamentales de la economía nacional. Se buscaban
soluciones a partir de las “ventajas y posibilidades” del régimen socialista, y
apelaba al espíritu creador e innovador de los miembros del Partido ante la
situación económica y política en la que se hallaba la Unión Soviética.

Este informe delineaba las dos dimensiones de la perestroika: la económica y


la política. En la primera, se acometió un balance del desarrollo
socioeconómico y se precisó que, tras el crecimiento económico de los años de
la posguerra, en la década de 1970 acrecieron las dificultades de la economía
nacional, y se ralentizó visiblemente el ritmo del crecimiento. Ante tal situación,

6 El País, 8 de abril de 1985 en línea Consulta: 16 de marzo de 2008


http://www.elpais.com/articulo/portada/Gorbachov/anuncia/suspension/despliegue/misiles/Eur
opa/elpepipri/19850408elpepipor_3/Tes
7 BONET, P. [corresponsal en Moscú]: “La coexistencia pacífica y el socialismo, tesis clave del

proyecto de programa del PCUS”. El País, 26 de octubre de 1985 en línea Consulta: 23 de
abril de 2008.
http://www.elpais.com/articulo/internacional/UNION_SOVIETICA/PCUS/COMUNISMO/coexist
encia/pacifica/socialismo/tesis/clave/proyecto/programa/PCUS/elpepiint/19851026elpepiint_12/
Tes
8 Ibídem.

51
el informe sostenía que el rumbo estratégico coadyuvaría a la aceleración del
desarrollo socioeconómico del país9.

En este ámbito, se sostenía que la reforma no se limitaba a las


transformaciones en el terreno económico (intensificación de la producción
sobre la base del progreso científico-técnico, reformas en la economía, formas
eficientes de gestión económica, organización y gratificación del trabajo), sino
que comprendía una política social dinámica y la aplicación de los principios de
justicia socialista. Ello presuponía el perfeccionamiento de las relaciones
sociales y la renovación organizativa de las instituciones políticas e
ideológicas10.

La segunda dimensión de la perestroika, la política, se concebía en términos de


democratizar la sociedad y profundizar la “autogestión socialista del pueblo”.
Así, tal documento aseguraba que “la aceleración del desarrollo de la sociedad
es inconcebible e imposible sin el continuo avance de la democracia socialista,
de todos sus aspectos y manifestaciones”11. Habida cuenta de ello, se incluían
medidas como la reactivación de un conjunto de organizaciones, entre ellas los
soviets, los sindicatos y el Komsomol.

Finalmente, fueron establecidos los objetivos y orientaciones fundamentales de


la estrategia del Partido en política exterior, encaminada a “la lucha contra el
peligro nuclear y la carrera de armamentos, por mantener y consolidar la paz
universal”12. Ante la amenaza de guerra nuclear, proponía en el campo de las
relaciones con el bloque capitalista establecer “una interacción constructiva y
creadora de los Estados y pueblos a escala global”13.

A lo precedente se incorporaba un tercer factor de la reestructuración: expresar


“franca y honestamente al partido nuestras deficiencias en la actividad política y
práctica, las tendencias desfavorables que se observan en la economía y en la
esfera social y cultural, y las causas de tales fenómenos”14. Este último
componente de la política gorbachoviana constituyó lo que más tarde se
designaría como glásnost (transparencia, en ruso).

En la esfera ideológica, Gorbachov reivindicaba la doctrina oficial del régimen,


es decir, el marxismo-leninismo (así lo manifestó en múltiples discursos). Éste
era la fuente ideológica de la concepción contemporánea referente a la política
del Partido, apreciando el marxismo en cuanto “teoría auténticamente científica
de desarrollo social que expresa los intereses cardinales de los trabajadores y
los ideales de justicia social”15.

9 En cuanto a la aceleración económica se estimaba que, de 1986 al año 2000, la renta


nacional debía duplicarse; esto suponía un crecimiento de 5% por año. Véase LAVIGNE, M.:
“La economía soviética, del XI (1981-1985) al XII plan quinquenal (1986-1990)”. Encuentro.
Selecciones para Latinoamérica, nº 49, [1988], p. 59.
10 Véase GORBACHOV, M.: Informe político del Comité Central del PCUS al XVII Congreso de

Partido. Editorial de la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1986, p. 28.


11 Ibídem, p. 70.
12 Ibídem, p. 82.
13 Ibídem, p. 26.
14 Ibídem, p. 4.
15 Ibídem, p. 5-6.

52
Cabe referir, en este dominio, que el líder de la URSS, durante la aplicación de
las reformas socioeconómicas, estableció una ligazón entre la perestroika y la
herencia ideológica de Lenin y la Revolución de Octubre. Tanto mayor era este
vínculo cuanto que hizo del ideal de “volver a Lenin” uno de los principios
esenciales de su programa.

A este propósito, Gorbachov expuso en su libro Perestroika, impreso en Moscú


en noviembre de 1987:

“Las obras de Lenin y sus ideales del socialismo siguieron siendo para nosotros una
fuente inextinguible de pensamiento dialéctico, creativo, riqueza teórica y sagacidad
política. Su misma imagen es un ejemplo imperecedero de elevada fuerza moral, una
cultura espiritual versátil y una generosa devoción a la causa del pueblo y del
socialismo. Lenin vive en las mentes y corazones de millones de personas. Derribando
todas las barreras levantadas por académicos y dogmáticos, el interés en el legado de
Lenin y la sed de conocerlo mejor en el original crecieron a medida que se acumulaban
los fenómenos negativos en la sociedad.”16

Del legado teórico de Lenin no se reivindicaba íntegramente la armazón


ideológica de su pensamiento; antes bien, fueron extraídas aquellas ideas que
concernían a la construcción del socialismo a partir de la introducción de la
Nueva Política Económica (NEP), en 1921, es decir, los puntos de vista que el
caudillo bolchevique expresara en los postreros años de su vida17.

Esta aprehensión parcial de las concepciones de Lenin sirvió de fundamento a


la perestroika a efectos de establecer las reformas socioeconómicas bajo la
invocación continua del pensamiento dialéctico y creativo del padre del Estado
soviético. Se pretendía que el sistema funcionara apelando a la concepción del
socialismo preconizada por Lenin y, por esta vía, superar las deformaciones del
estalinismo. Por lo tanto, la doctrina del régimen se adaptaba a la realidad
socioeconómica y política y a los objetivos trazados por el ala reformista de la
burocracia. Había, pues, una utilización pragmática de la ideología. Ello nos
remite, por otra parte, a uno de los contenidos políticos esenciales de la
perestroika: la profundización del socialismo.

16 GORBACHOV, M.: Perestroika. “Nuevo pensamiento para mi país y el mundo”. Editorial La


Oveja Negra, Bogotá, 1988, p. 23.
17 Gorbachov hizo referencia a los últimos escritos de Lenin. Para comprender mejor el valor

asignado a estos textos, reseñaremos en breve lo tratado en dos de ellos. En el artículo “Sobre
la cooperación” (1923), Lenin refiere que el régimen social cooperativo, en el contexto de la
propiedad social de los medios de producción, se identifica con el desarrollo del socialismo (la
comprensión de la importancia de las cooperativas condujo a Lenin a reconocer que este
camino implicaba un "cambio radical en todos nuestros puntos de vista sobre el socialismo").
En otro artículo –el último que escribió–, titulado “Más vale poco pero bueno” (1923), Lenin
criticaba el funcionamiento del aparato del Estado soviético y reflexionaba sobre la manera de
luchar contra sus deficiencias. Precisamente estos enfoques leninistas se revelaban actuales
en la perestroika, dada la promulgación de la Ley sobre la Empresa Estatal que activaba la vida
de las colectividades laborales; existía también el proyecto de Ley de Cooperativas en la
URSS. En cuanto a la lucha contra la burocracia, halló reflejo en la Ley sobre la participación
del pueblo, disposición que normaba la participación del trabajador en la administración de la
sociedad y del Estado, contribuyendo con ello a la democratización de la vida social.

53
Cierto criterio, ampliamente extendido, sostenía que la perestroika equivalía a
un repliegue hacia las posiciones del capitalismo, entendiendo por ello que las
medidas impulsadas en la URSS pretendían el abandono del régimen socialista
y la introducción de la economía de mercado. Antes, al contrario, lo que se
perseguía era el apartamiento de un modelo rígidamente centralizado –
implantado en los años treinta– que fuera reemplazado por otro
económicamente más eficiente: un socialismo de democracia económica y
política18. La perestroika procuraba superar las debilidades y deficiencias del
modelo vigente y encarnar los ideales originales del socialismo. Además,
conviene recordar que un antecedente a dicha reforma fue planteado en la
década de 1970 con el eurocomunismo, representado por los partidos
comunistas italiano, francés y español, que sostuvo en su programa, junto con
el pluralismo político, la coexistencia de formas públicas y privadas de
propiedad.

Ahora bien, ¿cómo definir la perestroika? ¿Puede ser caracterizada como una
revolución o una reforma? Gorbachov, en el precitado libro y en otros
documentos políticos, postulaba que la perestroika era una segunda revolución.
Según su estimación, el carácter revolucionario de la reestructuración
dimanaba de los cambios radicales a los que se aspiraba en el país con arreglo
al objetivo de conseguir la aceleración del desarrollo socioeconómico y cultural.
Conforme a su visión, eran medidas de “largo alcance, radicales e inflexibles”;
de ahí su carácter revolucionario. Ampliaba sus ideas, apuntando que el
término “revolución desde arriba” podía emplearse en este caso, puesto que el
impulso de la perestroika provino del partido gobernante y de sus líderes; por
consiguiente, no residía en un proceso espontáneo, sino dirigido. Sin embargo,
la utilización de este concepto requería de una observación crítica: la iniciativa
de renovación no alcanzaría el éxito si no consideraba la participación de las
masas. Por ello, añadía que la característica distintiva de la perestroika era
haber sido, de forma paralela, una revolución “desde arriba” y “desde abajo”19.

Por nuestra parte, evaluamos más congruente emplear el término reforma y no


el de revolución para definir la perestroika, por cuanto el concepto de
revolución usado en el análisis histórico designa una transformación rápida y
profunda de las estructuras de poder y de la organización socioeconómica.
Esta noción, en sentido general, se encuentra asociada a las rupturas de
carácter político y a las aceleraciones del tiempo histórico. La revolución, a
diferencia del disturbio o la revuelta, aspira conscientemente a un cambio

18 Gorbachov, en diferentes circunstancias, aseguró que sus reformas no significaban el


abandono del marxismo-leninismo, y defendió los cimientos ideológicos de su programa de
reestructuración. De acuerdo con TASS, Gorbachov declaró: “No nos estamos retirando ni un
paso del socialismo, del marxismo-leninismo, de todo lo que ha sido ganado y creado por el
pueblo.” “Tratamos, en las actuales condiciones, de reactivar el aspecto leninista del nuevo
sistema, de extraerle las acumulaciones y deformaciones, todo lo que ha encadenado a la
sociedad y le ha impedido aprovechar el potencial del socialismo en toda su plenitud.” (AP. El
Comercio, 19 de febrero de 1988, sección B, p. 10). En esa misma línea, reafirmó en una de
las reuniones del pleno del CC del PCUS de febrero de 1988: “[…] rechazamos de manera
decidida la herencia dogmática, burocrática y voluntarista, ya que no tiene que ver con el
marxismo-leninismo ni con el auténtico socialismo.” (UPI. El Comercio, 20 de febrero de 1988,
sección B, p. 2).
19 Cfr. GORBACHOV, M.: Op. cit., pp. 52-55.

54
integral. De manera, la aplicación de este concepto no es apropiado al proceso
de cambios desenvuelto en la URSS, en cuya plasmación, de ritmo poco
vigoroso, no se evidenció una modificación radical del sistema político y del
carácter de la propiedad, factores que a la postre serían una de las causas de
su fracaso. Bien es verdad, como hemos anotado, que los cambios promovidos
afectaban la política tradicional del Partido, empero no se cuestionó la
preeminencia de éste ni se pretendió la abolición del monopolio político ejercido
por el PCUS, como tampoco la introducción del pluripartidismo. Éstas serían
conquistas de las fuerzas renovadoras propulsadas en la sociedad soviética
desde fuera del Partido, en un contexto de radicalización de las tendencias
liberalizadoras, como se observará más adelante. Por lo tanto, hemos de definir
la perestroika como el proceso multifacético de reformas en el sistema soviético
entre los años 1985 y 1991. En efecto, la perestroika representó el conjunto de
reformas promovidas por parte del sector progresista de la dirección política –
conformada en una porción relevante por tecnócratas–, con el propósito de
alcanzar transformaciones en el orden económico, cultural y en las instituciones
políticas; directivas que gozaron para su realización, en una primera instancia,
del apoyo de las masas. La revolución política que engendraría fue una
consecuencia del ascenso de las fuerzas democráticas que el espíritu
renovador de la perestroika infundió tanto en la URSS como en los países de la
órbita soviética de Europa del Este.

Entre los años 1985 y 1987, se llevó a efecto la primera etapa de la perestroika,
que se caracterizó por la prioridad asignada a la aceleración de la economía20.
Los sectores más beneficiados por los cambios fueron el cultural y el
informativo; este último, amparado por la notable apertura expresada en los
medios de comunicación.

Las primeras directivas de la reforma económica se aplicaron en 1987; entre


ellas, la ley de la actividad individual y la ley de empresas mixtas, razón por la
que sus resultados no eran percibidos aún por el ciudadano medio. Por
entonces, la población padecía de problemas de abastecimiento de productos.
El proceso de reformas no se desenvolvía de manera lineal y no estaba exento
de conflictos. Gorbachov reconoció en reiteradas ocasiones, en el curso de
1987, que la perestroika avanzaba con lentitud en medio de no pocos escollos,
algunos levantados en las filas de su propio partido21.

20 El 8 de enero de 1988, en un encuentro con los directivos de los medios de comunicación,


Gorbachov afirmó que la primera etapa de la perestroika había concluido, indicando que en
aquélla “se movilizaron muchas fuerzas de nuestra sociedad; sobre todo, el potencial del propio
Partido, los científicos, los artistas, los medios de información”. GORBACHOV, M.: La
democratización: esencia de la perestroika, esencia del socialismo. Editorial de la Agencia de
Prensa Nóvosti, Moscú, 1988, p. 4.
21 Al iniciarse el año 1987, la prensa internacional informaba de la existencia de posibles

enfrentamientos en el Partido Comunista por causa de los proyectos reformistas. Estas


especulaciones fueron confirmadas por el propio Gorbachov, quien en una alocución televisada
expresó: “Las fuerzas del inmovilismo y de la complacencia todavía están dejándose sentir.
Algunas personas aún tienen esperanzas de que todo vuelva a las viejas sendas, pero esto no
detendrá el avance de la sociedad soviética por el camino de la transformación”. EFE (enero 2).
El Comercio, 3 de enero de 1987, sección B, p. 1.

55
Gorbachov, en el despliegue de la perestroika, buscó afianzarse en el poder y
asegurarse el soporte político de partidarios del programa reformista. Para ello
se decidieron remociones en la cúpula, mediante las que se consiguió separar
a los últimos representantes de la vieja guardia22; aunque no por decisiones
como ésta se consiguió neutralizar plenamente la influencia de los sectores
más ortodoxos23. La resistencia principal a las reformas provenía de la
nomenklatura, término que designaba las listas de puestos de responsabilidad
en la administración estatal y en el Partido y que requerían de la aprobación del
PCUS.

Un hecho que engendró consecuencias decisivas en el avance de las reformas


–de la glásnost, en particular– fue el accidente en la central nuclear de
Chernóbil (Ucrania), sobrevenido el 26 de abril de 1986. Este acontecimiento
de proporciones trágicas demostró la necesidad apremiante de promover los
cambios, e influyó asimismo en la manifestación de una voluntad política de
transparencia. Según el parecer de la mayoría de observadores, el verdadero
impulso a la glásnost provino de la conmoción producida por esta catástrofe, a
la que originalmente las autoridades no le prestaron la atención que merecía y
sobre la que se mantuvo ocultamiento y publicaron informaciones confusas24.

Además de los aspectos ya tratados y para los objetivos del presente estudio,
destacaremos, en síntesis, ciertos hechos de la política soviética en aquel
tiempo que son reveladores de la profunda renovación instaurada.

En el campo de las relaciones internacionales, se suscribieron los primeros


acuerdos con los Estados Unidos sobre reducción de armas nucleares y
arsenales estratégicos, de resultas de una serie de cumbres entre Gorbachov y
su homólogo Ronald Reagan entre los años 1985 y 1988. Se consiguieron
efectos sustantivos en el campo de las relaciones internacionales, que
conducirían a reducir la tensión entre los bloques Este-Oeste ante la amenaza
constante de guerra nuclear. (En este terreno, es oportuno destacar el rol
diplomático cumplido por el georgiano Eduard Shevardnadze, ministro de
Relaciones Exteriores de la URSS entre 1985 y 1991.) Asimismo, ello era un
propósito imperativo por cuanto la URSS, si quería estrechar la brecha

22 Entre los retiros que adquirieron mayor cobertura en la prensa se hallaba el de Andréi
Gromiko, quien, durante 25 años, condujo la política exterior soviética.
23 EFE (diciembre 19). El Comercio, 20 de diciembre de 1987, sección B, p. 10.
24 La verdad sobre lo ocurrido en Chernóbil tardó en revelarse. La radiactividad contaminó

tierras feraces de Europa Oriental y Occidental, y provocó una protesta unánime. Ante esta
perspectiva, la URSS se vio en la necesidad de proporcionar detalles sobre la tragedia. Un año
después de ocurrida, en junio de 1987, se anunció que la explosión de la estación nuclear (que
dejó treinta y un muertos) había contaminado severamente a por lo menos 27 ciudades y
pueblos que no podrían ser repoblados en un futuro previsible. AP (junio 17), El Comercio, 19
de junio de 1987, sección B, p. 13. Empero la verdadera magnitud de la catástrofe sólo pudo
conocerse después de la desaparición del sistema soviético. La radiactividad causada por la
explosión del reactor nuclear fue 100 veces superior a la que emitieron juntas las bombas
atómicas en Hiroshima y Nagasaki. En cuanto al número de víctimas, algunos científicos
ucranianos sugieren la cifra de 15.000. La zona más afectada fue Bielorrusia, donde la quinta
parte de su territorio se vio seriamente contaminada (400.000 personas fueron trasladadas).
Posteriormente, se detectaron 1.800 casos de cáncer de tiroides atribuidos a Chernóbil. Véase
PEARCE, F.: “Chernobil cierra, el debate sigue abierto”. El Correo de la UNESCO, octubre
2000, pp. 10-14.

56
tecnológica que la distanciaba de los Estados Unidos, debía poner coto a los
excesivos gastos militares (los costes de la carrera armamentista
representaban del 15 al 17% del PNB). Además, se debe subrayar un viraje
significativo en la filosofía de la política exterior de aquel tiempo: el abandono
de la directiva de exportar la revolución al resto del mundo, política que
tradicionalmente signó la estrategia internacional del régimen soviético 25.

Finalmente, cabe recordar la intensificación de la reforma del conjunto de la


economía. En junio de 1987, en un extenso informe presentado al Comité
Central, Gorbachov instó a la adopción de amplias reformas en la economía, y
manifestó que no debería haber límites en el salario de los trabajadores.
Insistió en la necesidad de una “reforma radical” en la administración
económica. Tales propuestas significaban un notable alejamiento del sistema
centralizado de administración que rigió la economía desde el gobierno de
Stalin.

De otro lado, reconocía que la Unión Soviética había comenzado a


experimentar “procesos de inflación” ocasionados por exceso de fondos y
escasez de mercancías demandadas. Gorbachov dirigió una crítica al Partido
por haberse retrasado en cuanto a los “procesos económicos, sociales y
espirituales” que se desarrollaban en el país26.

Perfilando un balance de lo alcanzado en aquel año, Gorbachov destacó que


1987 fue un año de “profundos cambios y decisiones a gran escala” 27.

2. La apertura de información

Hemos referido que, durante el XXVII Congreso del PCUS, Gorbachov


bosquejó la glásnost o transparencia informativa. Esta “claridad desde arriba”,
que era también libertad de crítica, intentaba crear las condiciones espirituales
indispensables para democratizar la sociedad y convertirla en herramienta
efectiva de control público de las actividades de los funcionarios28.

Se procedió a la apertura de los medios de comunicación (periódicos, revistas y


televisión) que dependían del Estado, del Partido o de organizaciones sociales;
una suerte de liberalización de los medios a través del planteamiento de
nuevos y desacostumbrados temas. Con posterioridad, se toleró la aparición
pública de pequeños medios de comunicación escritos, pero independientes.
La corrupción, la guerra de Afganistán, la catástrofe nuclear de Chernóbil y la
crisis económica fueron algunos de los problemas que se expusieron.

25 Fue Evgueni Prímakov uno de los primeros exponentes de este novedoso criterio. Prímakov,
director del Instituto de Economía Mundial y Relaciones Internacionales de Moscú, resumió
esta nueva orientación en el artículo publicado en Pravda que llevó por título “La filosofía de la
nueva política exterior”. Reuter (julio 10). El Comercio, 11 de julio de 1987, sección B, p. 2.
26 AP (junio 25). El Comercio, 26 de junio de 1987, sección B, p. 5.
27 El País, 2 de enero de 1988 en línea Consulta: 16 de abril de 2008
http://www.elpais.com/articulo/internacional/1988/nueva/etapa/perestroika/maximo/dirigente/so
vietico/elpepiint/19880102elpepiint_19/Tes
28 En este aspecto, el fiscal general de la URSS, Alexandr Rekunkov, reveló que en el año

1986 200.000 funcionarios “fueron sometidos a responsabilidad disciplinaria por violaciones a


la disciplina del Estado”. UPI (marzo 25). El Comercio, 26 de marzo de 1987, sección B, p. 4.

57
Otros temas vedados que comenzaban a ser desvelados, de manera parcial o
integral, fueron: las cosechas de cereales en los años 1981-1985, que se
hallaban por debajo de las previsiones del plan económico; la mortalidad infantil
(rubro en que la Unión Soviética ostentaba el índice más elevado de los países
socialistas europeos); el alto nivel persistente de alcoholismo 29; el SIDA; los
abusos de la psiquiatría; los privilegios del aparato dirigente; las consecuencias
psicológicas desestabilizadoras de la guerra de Afganistán en un sector de la
juventud; etcétera30.

El redactor jefe del diario Pravda, órgano oficial del Partido Comunista, Víktor
Afanásiev, en su discurso de apertura del Sexto Congreso de Periodistas de
Moscú, demandó que cesarán los temas prohibidos en los medios de
comunicación. En esta línea, exigió mayor apertura, crítica y autocrítica,
aunque señaló también que la tarea consistía en criticar de forma constructiva y
responsable, coadyuvando con los cambios de la sociedad y luchando contra
factores antisociales31.

En aquellos días, los lectores de Pravda remitieron cartas a la redacción


solicitando al periódico que proporcionara cobertura más amplia de la
información internacional y que dejara de lado los preconceptos y las verdades
parciales al ocuparse de Occidente. Estas críticas coincidían con las
conclusiones de analistas extranjeros residentes en Moscú, según los cuales, a
pesar de los cambios radicales en la prensa soviética sobre asuntos internos, la
cobertura informativa no se extendía a los problemas internacionales32.

Bajo la égida de la glásnost, se vertieron críticas inéditas hacia las relaciones


de la Unión Soviética con los países comunistas de Europa del Este.
Verbigracia, el historiador Leonid Yagodovski, en un artículo publicado en el
suplemento del semanario Tiempos Nuevos, aseveraba que la Unión Soviética
no poseía el monopolio de la verdad y que debería aprender de la experiencia
de otros países comunistas. Añadía que los Estados de Europa del Este
erraron en adoptar el modelo soviético (estalinista) en los años cincuenta, y
que, países como Hungría, Alemania Democrática y China, que empleaban
métodos económicos diferentes, podrían servir de inspiración a la Unión
Soviética en sus reformas; añadiendo que este país podría aprender también
de la experiencia yugoslava en la autogestión económica. Y, aludiendo a la
postura de la oficialidad soviética en referencia a la revolución húngara de
1956, la “Primavera de Praga” de 1968 y el movimiento sindical polaco de los
años ochenta, afirmó que, en estos casos, la Unión Soviética ignoró los
intereses de los demás Estados comunistas33.

29 Desde el inicio de su gobierno, Gorbachov hubo de interesarse en promover una campaña


contra el alcoholismo, programa que comenzó en mayo de 1985. Este asunto había sido
preocupación de la administración de Andrópov ante el alarmante incremento del consumo de
alcohol en el país.
30 BONET, P.: “Tabúes que han dejado de serlo”. El País, 9 de marzo de 1987 en línea

Consulta: 23 de mayo de 2008


http://elpais.com/diario/1987/03/09/internacional/542242813_850215.html
31 DPA (marzo 15). El Comercio, 16 de marzo de 1987, sección B, p. 4.
32 Reuter (marzo 30). El Comercio, 31 de marzo de 1987, sección B, p. 2.
33 Reuter (septiembre 28). El Comercio, 29 de septiembre de 1987, sección B, p. 2.

58
Apreciaciones de este carácter eran factibles desde que el nuevo inquilino del
Kremlin anunciara que los partidos comunistas del mundo deberían seguir sus
propias sendas nacionales. De facto, Gorbachov había derogado la doctrina de
“soberanía limitada”, impuesta por Brézhnev, que establecía que, si en algún
país de la esfera de influencia soviética brotaban movimientos hostiles al
socialismo, se justificaba la intervención de las fuerzas del Pacto de Varsovia.

De otro lado, la renovación en el ámbito informativo quedó patentizada con los


nombramientos de los directivos de los medios de comunicación; todos ellos
periodistas, defensores de las reformas de Gorbachov. Una manifestación de
aquello fue el ingreso de nuevos directores a las revistas de literatura y los
semanarios culturales en 1986. Entre ellos, podemos mencionar a Grigori
Baklanov y Serguéi Zalygin, directores de las revistas literarias Znamia y Novi
Mir, respectivamente. Por su parte, Vitali Korotich asumió la dirección del
semanario ilustrado Ogoniok, y Yegor Yákovlev del semanario Moskovskie
Nóvosti34. Desde entonces, los medios de prensa adquirieron un renovado
impulso con los problemas que empezaron a abordar.

En este clima de apertura floreciente, las revistas literarias de aparición


mensual promovieron una suerte de competición por hacer público lo
previamente censurado. Revistas moscovitas de circulación nacional como
Novi Mir (Nuevo Mundo), Znamia (Bandera), Druzhba Narodov (La Amistad de
los Pueblos), Oktiabr (Octubre) y otras más se distinguían del resto por los
materiales que publicaban. Sus niveles de lectoría se acrecentaron
considerablemente. En este tiempo, verbigracia, Novi Mir alcanzó una tirada de
1.150.000 ejemplares por edición35. Otro medio que atrajo la mirada pública fue
el semanario ilustrado Ogoniok (Llama). Esta revista había mantenido una línea
conservadora, pero desde que Korotich fuera designado director, comenzó la
publicación de material original y atractivo. De guisa similar, adquirió
popularidad entre los lectores Moskovskie Nóvosti (Novedades de Moscú),
semanario que se publicaba en lenguas extranjeras (los 400.000 ejemplares de
su tirada eran adquiridos rápidamente). En todos los periódicos nombrados y
también en la prensa diaria se abordaban temas desacostumbrados; las
revelaciones en diferentes temáticas concitaban cada vez más la atención de la
sociedad.

Los medios oficiales de la prensa escrita no fueron la excepción en la política


de apertura. Asimismo, se inauguró la circulación de publicaciones marginales;
por lo general, se trataban de boletines mecanografiados y copiados en papel
carbón, publicaciones de producción artesanal cuyo número se fue
incrementando36. Los corresponsales occidentales en Moscú informaron, por
entonces, de la existencia de una docena de tales publicaciones, cada una de

34 SHERLOCK, T.: “Politics and History under Gorbachev”. Problems of Communism, n. º 3-4,
May-August 1988, p. 18.
35 NOVE, A.: Glasnost’ in Action. Cultural Renaissance in Russia. Unwin Hyman, Boston, 1990,

X.
36 Entre aquellas publicaciones periódicas marginales destacaban: Elección, Punto de Vista,

Express Jronika, Glásnost o Día Tras Día.

59
ellas de orientación meridianamente definida37. La periodicidad de estas
ediciones fluctuaba, desde el carácter semanal hasta la irregularidad absoluta.
En cuanto al número de páginas, oscilaban entre un par de folios y más de un
centenar38.

La televisión y la radio soviéticas, en un tiempo manifiestamente conformistas,


informaban sobre casi todos los problemas internos y también acerca de la
situación de los países occidentales. Todo ello se hacía público sin que se
existiera una ley de prensa que, de acuerdo con lo previsto, debía haberse
aprobado en 1986. Los medios oficiales seguían monopolizando el acceso a
las técnicas de impresión y las cooperativas de edición no pudieron operar.

En 1987, Gorbachov escribía sobre lo conseguido en materia de transparencia


informativa:

“Hoy la glasnost es un vívido ejemplo de una atmósfera normal y favorable, espiritual y


moral, en la sociedad, que hace posible que la gente entienda mejor lo que nos sucedió,
lo que ocurre ahora, por qué nos esforzamos y cuáles son nuestros planes y, con base en
este entendimiento, participe conscientemente en el esfuerzo de reestructuración.” 39

Con respecto a las implicancias de esta labor de información, añadía:

“La gente debe conocer la vida con todas sus contradicciones y complejidades. El pueblo
trabajador debe de tener una información completa y confiable de los logros e
inconvenientes, cuáles son los obstáculos en el camino del progreso.” 40

Debe destacarse el rol que le cupo al principal asesor de Gorbachov, Alexandr


Yákovlev, en la puesta en obra de la política de apertura informativa. Yákovlev,
doctor en Ciencias Históricas, desempeñaba los cargos de secretario del
Comité Central y jefe del Departamento de Agitación y Propaganda. En su
calidad de miembro del Politburó del Comité Central del Partido 41, fue uno de
los ideólogos del “nuevo pensamiento”, y, además, desde el Comité Central
cumplió la tarea de supervisar la ideología, la cultura y las instituciones
educativas y científicas. De ahí que los medios informativos le designaran de
ordinario “padre de la glásnost”.

En la andadura de la transparencia de información, el disidente Andréi Sájarov,


físico y Premio Nobel de la Paz en 1975, se erigió en el principal defensor de
las libertades en la sociedad soviética. En los últimos días de 1986, el Gobierno
había autorizado a Sájarov abandonar su destierro interno en la ciudad de
Gorki –adonde lo confinaran las autoridades desde 1980, después de que

37 Punto de vista representaba una posición de “socialismo con rostro humano” (expresión
acuñada en la “Primavera de Praga”), en tanto que Elección se especializaba en filosofía y
temas religiosos. Un caso excepcional era Express Jronika, que se definía como un “fenómeno
antiperestroika”. Véase BONET, P.: “El monopolio de la ‘glasnost’”. El País, 11 de octubre de
1987 en línea Consulta: 17de marzo de 2008
http://www.elpais.com/articulo/internacional/UNION_SOVIETICA/PERESTROIKA_/_GLASNO
ST/monopolio/glasnost/elpepiint/19871011elpepiint_12/Tes
38 Loc. cit.
39 GORBACHOV, M.: Perestroika. “Nuevo pensamiento para mi país y el mundo”, pp. 71-72.
40 Ibídem, p.72.
41 URSS ‘88. Anuario. Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1988.

60
condenara la invasión soviética a Afganistán– y retornar a Moscú. Esta
personalidad científica, figura principal de los disidentes, sostenía que la
condición esencial para lograr un avance económico –objetivo prioritario de la
dirección– era ofrecer mayor apertura en la sociedad. Opinaba que ésta debía
incluir a los movimientos de liberación, la libertad de salida al extranjero y de
retorno al país, así como la libertad de pensamiento religioso y de
información42. A la vez, exhortaba a una amnistía general para los “presos de
conciencia” en la Unión Soviética43.

Tales demandas empezaron a ser atendidas. En el mes de febrero de 1987, se


anunció que serían puestos en libertad 150 presos políticos y que otros 140
casos serían estudiados. De hecho, ese mismo mes las autoridades soviéticas
liberaron a 42 disidentes y activistas por los derechos humanos de su
confinamiento en campos de trabajo forzado, prisiones y exilios internos. Se
trataba de la liberación más numerosa de presos políticos conocida en la URSS
desde los años cincuenta44. Sin embargo, dos meses después un grupo de
nueve activistas por los derechos humanos, a quienes les fue devuelta la
libertad, denunciaron que el proceso de excarcelación de los presos políticos
se había interrumpido, y cuestionaron la política de apertura democrática de
Gorbachov45. Lo antedicho revelaba que el incipiente proceso de apertura, que
pretendía poner término a la represión y censura, tenía límites y encontraba
escollos en su tránsito. La apertura que germinaba en lo cultural no se
correspondía aún con las libertades en el ámbito político.

3. La ampliación de la perestroika

El año de 1988 señalaba el principio de la segunda etapa de la perestroika. En


tales términos lo anunció Mijaíl Gorbachov, quien declaró a los medios de
comunicación que aquél sería un año de apología de las ideas y práctica de la
perestroika. Advertía, por otra parte, que las reformas acometidas se
ejecutarían no sin dificultades, sobre todo en la labor ingente de reestructurar la
economía46. En efecto, la perestroika ingresaba a una nueva y crucial etapa en
que las reformas encontrarían severos obstáculos e inconvenientes47. Además,
no pocas autoridades soviéticas prevenían, en público y en privado, que las

42 DPA (enero 11). El Comercio, 12 de enero de 1987, sección B, p. 1.


43 UPI (enero 10). El Comercio, 11 de enero de 1987, sección B, p. 1.
44 AP (febrero 7). El Comercio, 8 de febrero de 1987, sección B, p. 1.
45 UPI (abril 24). El Comercio, 25 de abril de 1987, sección B, p. 2.
46 GORBACHOV, M.: La democratización: esencia de la perestroika, esencia del socialismo,

pp. 34-35. En los comienzos de 1988, los medios de comunicación anunciaron que el 60% del
producto industrial de la Unión Soviética quedaba fuera del control estatal. En lugar de los
planificadores centrales, los gerentes de planta asumían la administración de las empresas
sobre la base de la contabilidad de costes y el financiamiento propio. A partir de ese momento,
las empresas se encaminaban hacia la rentabilidad, y las industrias deficitarias quebrarían al
no percibir más el respaldo estatal. Esto se haría posible por los nuevos métodos de gestión,
que permitían la transferencia de las empresas a la autogestión económica y la
autofinanciación, a tenor de la Ley de Empresa Estatal.
47 Los medios de prensa occidentales informaban que existía en la URSS un sentimiento

creciente de que los esfuerzos reformistas de Gorbachov se veían lesionados por la resistencia
y los intereses irreductibles de un sector del Partido y aun del Gobierno (para esta época
Gorbachov había removido a la mayoría de miembros del Politburó; análogamente, autoridades
del Gobierno habían sido sustituidas).

61
políticas innovadoras no estaban consiguiendo los cambios que se
aguardaban, sobre todo en la esfera de las reformas económicas48.

La XIX Conferencia Nacional del PCUS lo reconocería así cuando expresó:

… los procesos de la perestroika transcurren de modo contradictorio, en medio de


complicaciones y dificultades y del enfrentamiento de lo viejo y lo nuevo. Y aunque están
a la vista las tendencias positivas y los primeros resultados, todavía no se ha producido
un viraje radical en el desarrollo económico, social y cultural. El mecanismo de freno aún
no ha sido desmontado del todo ni sustituido por el mecanismo de aceleración. 49

Por otra parte, la prensa refería los agrios enfrentamientos protagonizados


entre Gorbachov y el conservador Yegor Ligachov (el líder soviético reconoció
durante esos días que se estaba librando un combate político decisivo para el
éxito de la perestroika), y hasta se barruntaba la existencia de un plan para
destituir al Secretario General de la URSS50. Considerando las divergencias en
el seno del PCUS y las circunstancias de la destitución de Jruschov en 1964
por el sector ortodoxo del Partido, existían fundadas razones para abrigar tal
tipo de sospechas.

En ese trance, Gorbachov venía presionando al Partido y al Gobierno a adoptar


medidas con objeto de incrementar la oferta de alimentos, de bienes de
consumo y de vivienda, y para mejorar los servicios de salud. Pero el centro del
problema residía en las organizaciones partidarias regionales, distritales y
metropolitanas, y el sistema de poder y privilegios burocráticos las hacían
resistentes al cambio de manera inherente. Gorbachov, en su objetivo de
remover estos privilegios y poderes de la burocracia, decretó el 1 de junio de
1988 la suspensión de las prerrogativas de 400 mil autoridades del Partido y
del Gobierno51. Finalmente, la confrontación política favoreció al Secretario
General cuando éste consiguiera la destitución de Ligachov del cargo de
ministro de asuntos ideológicos; esto lo privaba del control sobre los medios de
comunicación estatales. Por consiguiente, Gorbachov obtenía una situación de
ventaja para abogar por mayores reformas52.

A buen seguro, en la segunda etapa de la perestroika las reformas políticas se


intensificaron. En una reunión del pleno del Comité Central, Gorbachov exhortó
a sus miembros a fin de realizar una completa revisión general del sistema
político, e hizo responsable de obstruir las reformas económicas a las
48 Desde principios de 1988, algunos observadores advertían de ciertos peligros. El economista
soviético Nikolái Sjemilov expresó en Novedades de Moscú que el paquete de reformas
económicas, aprobado en junio, se había debilitado y desvirtuado y que las reformas podrían
fracasar, como ocurrió con anteriores esfuerzos en los años 60 y en 1979. UPI (enero 1). El
Comercio, 2 de enero de 1988, sección B, p. 5.
49 XIX Conferencia Nacional del PCUS. Documentos y materiales. Informe, intervención y

discurso de Mijaíl Gorbachov, Secretario General del CC del PCUS. Resoluciones. Editorial de
la Agencia de Prensa Nóvosti, Moscú, 1988, p. 119.
50 El medio que lo informó fue Soviétskaia Kultura, órgano del Ministerio de Cultura, cuando

señalaba que funcionarios del Partido podrían estar organizando un complot para desbancar a
Gorbachov. Este temor era compartido por intelectuales liberales partidarios de las reformas.
Reuter (abril 30). El Comercio, 1 de mayo de 1988, sección A, p. 1.
51 Especial de The New York Times publicado en El Comercio, 29 de abril de 1988, sección B,

p. 16.
52 UPI (abril 21). El Comercio, 22 de abril de 1988, sección A, p. 1.

62
posiciones estalinistas; de la misma manera, enfatizó la necesidad de remover
a la burocracia y liberar los ideales y valores del socialismo de todo elemento
inhumano53. De hecho, la estructura política y administrativa burocrática y
centralizada representaba una fuerza conservadora y un poderoso óbice a las
reformas.

Resultaba evidente en los seis primeros meses de 1988 que el Partido


Comunista (integrado por 20 millones de afiliados) aspiraba a una nueva
identidad. Este proyecto se expresó en las tesis aprobadas por el Comité
Central el 23 de mayo que proponían desmontar la burocracia y revivir las
“normas leninistas de la vida estatal y del partido”. Las propuestas enderezadas
hacia estos objetivos fueron aprobadas en su integridad en la XIX Conferencia
Nacional del Partido Comunista.

Entre los meses de junio y julio hubo de celebrarse la XIX Conferencia del
PCUS, que procedió a la reforma del sistema político, con el propósito “de crear
condiciones para desarrollar plenamente la iniciativa de los ciudadanos”. Para
ello la Conferencia juzgaba necesario potenciar las funciones legislativas,
administrativas y de control de los soviets, y que la política del Partido se
aplicara, ante todo, a través de los órganos de representación popular 54.
También se consideró indispensable llevar a efecto la reconstrucción de los
órganos superiores de poder del Estado y se instituyó el Congreso de
Diputados Populares de la URSS como órgano supremo de poder. Éste
resolvería en sus sesiones anuales los problemas constitucionales, políticos y
socioeconómicos más relevantes. Además, establecería el Soviet Supremo de
la URSS –de dos cámaras– con funciones de organismo permanente
legislativo, administrativo y de control; este órgano, por su parte, elegiría al
Presidente del Soviet Supremo.

La Conferencia estimó esencial la formación del Estado socialista de derecho y


la democratización del funcionamiento del Partido. Dentro de la nueva
estructura política se observaba que el secretario general del Comité Central
del Partido actuaría simultáneamente en calidad de presidente. Y, en el plano
de la política nacional, se resolvió ampliar los derechos de las repúblicas
federadas, acrecentando su autonomía y responsabilidad en la esfera
económica y cultural.

En otro ámbito, las relaciones del Kremlin con los gobiernos comunistas de
Europa del Este se flexibilizaron significativamente. Esta política procedía de la
visión de Gorbachov que respaldaba el derecho de cada país a escoger su
propio camino hacia el socialismo. Además, algunos gobiernos comunistas, de
conformidad con las reformas introducidas en la URSS, resolvieron
encaminarse por la senda de las reformas, tal como ocurriera en Polonia y
Hungría. En otros países, se rechazó la aplicación de políticas de apertura.

En la esfera internacional, prosiguieron las conversaciones con los Estados


Unidos. En junio, tuvo lugar en Moscú la cuarta cumbre soviético-
estadounidense. Las partes se comprometieron a concluir un acuerdo sobre los
53 UPI (febrero 19). El Comercio, 20 de febrero de 1988, sección B, p. 2.
54 XIX Conferencia Nacional del PCUS, p. 130.

63
tratados START, que limitaban las armas estratégicas. También, a fines de ese
año, Gorbachov anunció en la ONU la reducción unilateral de 500 mil hombres
entre los efectivos del Pacto de Varsovia. En cuanto a la guerra en Afganistán,
en febrero de 1988 el dirigente soviético notició que el 15 de mayo comenzaría
la retirada de las tropas soviéticas del país ocupado.

4. Los sucesos políticos en 1989

De acuerdo con lo dispuesto por Gorbachov, el 15 de febrero de 1989 se hubo


de consumar el retiro del último contingente de soldados soviéticos de
Afganistán. Tras una guerra de nueve años y tres meses, 200 efectivos
cruzaron la frontera hacia la Unión Soviética. Se estima en más de 50.000 las
bajas sufridas por el ejército soviético, cifra que incluye unas 15 mil vidas
segadas durante la guerra de Afganistán55.

En otro ámbito, el 26 de marzo se efectuaron los comicios para la elección de


los diputados populares. Este acontecimiento obedecía a las reformas
constitucionales aprobadas en diciembre de 1988 por el Soviet Supremo. En tal
virtud, el nuevo organismo del poder estatal era el Congreso de los Diputados
del Pueblo, para el que fueron elegidos 2.250 representantes. Éste se reuniría
dos veces al año y sus integrantes elegirían a los 450 miembros del nuevo
Soviet Supremo.

La trascendencia de lo referido estriba en su carácter reformador: se trataba de


los primeros comicios en que los ciudadanos podían elegir entre varios
candidatos, aunque una cuarta parte de los distritos electorales contaran con
candidato único. Borís Yeltsin, el político que simbolizaba la lucha contra los
privilegios, pese a las críticas que recibiera de parte del Gobierno, obtuvo una
inmensa mayoría de votos (89,44% de los votantes de Moscú). Él abogó en su
programa por el referéndum estatal, la creación de nuevas organizaciones
juveniles y el debate sobre el pluripartidismo. El encumbramiento de Yeltsin al
liderazgo político de oposición y la amplia adhesión que obtuvo de la
ciudadanía, condujo a la prensa soviética a referirse al “fenómeno Yeltsin” 56. En
general, los candidatos del sector reformista radical fueron favorecidos en las
elecciones.

Por aquellos días, Gorbachov manifestaba a la prensa que no asentía el


pluripartidismo en la URSS, e hizo un llamamiento al consenso social y a la
democratización: "Me parece que un número u otro de partidos políticos no es
aún la solución del problema y pueden convencerse de ello examinando la
experiencia mundial. La glásnost y la democratización son la llave para abrir el
potencial de nuestra sociedad socialista. Debemos reunir los distintos intereses
y armonizar los partidos de la mayoría", sentenció57.

Del 25 de mayo al 9 de junio sesionó el Primer Congreso de Diputados del


Pueblo y se eligió al Soviet Supremo de la URSS, el máximo órgano de poder

55 UPI (febrero 15). El Comercio, 16 de febrero de 1989, sección B, p. 5.


56 TRETIAKOV, V.: “El fenómeno Borís Yeltsin”. Novedades de Moscú, nº 16, abril 1989, p. 11.
57 BONET, P.: “Las elecciones soviéticas apuntan a una arrolladora victoria de Yeltsin en

Moscú”. El País, 27 de marzo de 1989 en línea Consulta: 19 de mayo de 2008

64
de la nación. Mijaíl Gorbachov resultó electo primer presidente del Soviet
Supremo (obtuvo 95,6% de los votos)58. La elevada votación obtenida era
manifestación fehaciente del consenso en el Partido en torno a su liderazgo.

La resolución del Congreso de Diputados Populares señalaba, entre los


problemas que requerían de una solución inmediata, la adopción de medidas
urgentes por el Gobierno para poner coto al déficit de los artículos de primera
necesidad, mediante la aplicación de una moderna política agraria que
incluyera la transformación de las relaciones socialistas de producción. Así
también, resolvía elevar a todos los ciudadanos la cuantía mínima de las
pensiones de vejez hasta el nivel del salario mínimo59.

En el mes de agosto, el Comité Central adoptaba el programa del PCUS sobre


la cuestión nacional y proponía a las repúblicas forjar un nuevo pacto. Según el
historiador Yuri Afanásiev, Estonia, Letonia y Lituania habían solicitado a
Moscú la concesión de cierta autonomía en la esfera económica, demanda a la
que Gorbachov se opuso de modo categórico. La recusación causó su
descontento. Por consiguiente, el movimiento democrático en las tres
repúblicas bálticas derivó en nacionalismo60. En ese mismo mes, los frentes
populares de Estonia, Letonia y Lituania argumentaban su anexión ilegal a la
Unión Soviética en 1939. Gorbachov pretendía, ante todo, preservar la
Federación soviética y renovarla, garantizando la soberanía real de las
repúblicas. Advertía contra los riesgos de separarse de la Unión y manifestó su
predisposición a tolerar que las repúblicas federadas gozaran de mayor
independencia61.

Por otro lado, en el otoño de 1989, de manera imprevista y vertiginosa, acaeció


el hundimiento del comunismo en Europa del Este. La celeridad de los
acontecimientos que condujeron al derrumbe del “socialismo realmente
existente” causó estupor en el mundo entero. La onda revolucionaria suscitada
por las expectativas de libertades y democracia que despertara la perestroika
en los pueblos de Europa Oriental y Central ponía término al orden mundial de
la posguerra. En la mayoría de casos, las movilizaciones populares exhibieron
un carácter pacífico, salvo por lo que se refiere a Rumanía, en donde la caída
de la dictadura comunista se produjo tras sucesos violentos. En otro tiempo, el
Gobierno soviético hubiera intervenido militarmente para sofocar las
manifestaciones revolucionarias –como ocurriera en Hungría, en 1956, y en
Checoslovaquia, en 1968–. La perestroika había renunciado a la doctrina
Brézhnev de la “soberanía limitada”, permitiendo que las fuerzas sociales de
los otrora Estados satélites se expresaran por los cauces de la libertad 62.

58 Novedades de Moscú, nº 23, mayo 1989, p. 1.


59 “Resolución del Congreso de Diputados Populares de la Unión de Repúblicas Socialistas
Soviéticas”, Suplemento Teórico de la revista Panorama Internacional, nº 8, agosto de 1989,
pp. 6-7.
60 AFANÁSIEV, I.: Op. cit., p. 98.
61 UPI (septiembre 15). El Comercio, 16 de septiembre, sección B, p. 5.
62 En 1990, Eduard Shevarnadze, ministro soviético de Relaciones Exteriores, afirmó que

Moscú contribuyó a acelerar la transición hacia una democracia de partidos múltiples en


Europa Oriental, temiendo que se produjeran acontecimientos trágicos si no se reemplazaba a
los regímenes comunistas de la región. En ese mismo discurso al Congreso del Partido,
declaró que la Unión Soviética había destinado la cuarta parte del presupuesto a gastos

65
También es verdad que, por motivo de su debilidad económica, la URSS no
podía preservar el control político y militar que ejercía sobre Europa Oriental.

La caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989 fue el hecho que


simbolizó el hundimiento del “socialismo real”, la conclusión de una era de la
historia mundial dominada por la Revolución de Octubre –como lo anota Erick
Hobsbawm63– y el final de la herencia de Stalin.

Cabe recordar que la mayoría de regímenes comunistas se habían sostenido


en el poder mediante la coerción estatal, no por el consenso de la opinión
pública. Eran sistemas políticos incapaces de satisfacer las aspiraciones
democráticas de la población; por tanto, los ciudadanos no disponían de
canales de libre expresión ni de una oposición política organizada.
Indudablemente, la perestroika alentó las tendencias reformistas en los países
sovietizados, cuyas sociedades se decantaron por una vía democrática liberal.

Además de lo apuntado, debe considerarse el fracaso de la planificación


económica, factor que, junto con el rezago tecnológico, impidió a las
economías socialistas alcanzar una producción masiva de bienes de consumo.
Tampoco se debe soslayar –en el sentido propuesto por Hobsbawm– que, en
la era de la comunicación global, no era posible mantener desinformada a las
poblaciones del mundo socialista sobre el nivel de vida alcanzado en los países
occidentales. Ello les convenció de las disparidades que se vivían a cada lado
de la Cortina de Hierro, en términos de condiciones materiales de vida y de
libertades ciudadanas.

5. Las reformas en 1990

En los tiempos de su elección para el cargo de secretario general del Comité


Central del PCUS, Gorbachov obtuvo cotas elevadas de aprobación entre sus
conciudadanos. La afirmación de su autoridad derivaba cada vez más del
apoyo de la población. Además de las reformas trascendentales que promovió,
introdujo un nuevo estilo de liderazgo: fue el primer dirigente soviético que
interrogó al ciudadano común y que visitó las fábricas para inquirir a los obreros
acerca de sus problemas.

Sin embargo, a partir de 1989, la popularidad de Gorbachov comenzó a


declinar, en particular, por la ola de levantamientos nacionalistas que se
extendería con mayor ímpetu y violencia al año siguiente64. Esta situación
ocurría en una coyuntura económica que imponía con urgencia cambios
drásticos. De este modo, Gorbachov enfrentaba presiones, tanto de los
reformistas que exigían cambios con mayor celeridad, como de parte de los

militares, lo que ocasionó la ruina del país. Reuter (julio 3). El Comercio, 4 de julio de 1990,
sección B, p. 2.
63 HOBSBAWM, E.: “El día después del fin de un siglo”. Travesía. Revista de ensayo y política,

n.º 3, octubre 1991, pp. 19-34.


64 En contraste con el descenso de su popularidad en la URSS, Gorbachov era una figura de la

política mundial que gozaba de notable aceptación en Occidente. En los Estados Unidos, el
semanario Time lo distinguió como “Hombre de la Década” en su edición del 1 de enero de
1990. Y en mérito a sus esfuerzos por desmantelar la Guerra Fría, se discernió a Gorbachov
con el Premio Nobel de la Paz en 1990.

66
conservadores de su partido. El establecimiento de los cambios requeridos
implicaba una orientación divergente del sistema, en el que un grupo de
funcionarios no estaba dispuesto a perder sus privilegios. A cinco años de
emprendida, la perestroika navegaba por aguas menos apacibles.

En lo que toca a las reformas del sistema político, ciertos hechos merecen ser
evocados. Es de resaltar la trascendencia de los cambios políticos en la
sociedad soviética desde 1985. El modelo estaliniano fue sustituido
paulatinamente por un sistema aquiescente de las elecciones libres, el
pluripartidismo y el respeto a los derechos humanos. El Partido Comunista de
la URSS admitió la participación de otras organizaciones políticas y la
competencia por el poder. Esto supuso el reconocimiento de que nuevas
fuerzas del horizonte político habían enraizado. Asimismo, se abolió el artículo
sexto de la Constitución soviética, según el cual el Partido Comunista era la
fuerza conductora de la sociedad soviética y el núcleo de su sistema político 65.
Con ello, se puso fin al monopolio del PCUS sobre el poder; se trataba del
avance más radical de la perestroika. Un mes después, la fracción opositora
Plataforma Democrática decidió escindirse del PCUS y crear un nuevo
partido66.

En este trance, Moscú se constituyó en el escenario de grandes


manifestaciones que abogaban por el establecimiento de la democracia;
asimismo, se demandaba la no intervención del Partido Comunista en todos los
órganos gubernamentales y medios de comunicación; también, se favorecía la
legalización de otros partidos, una nueva Constitución, la distribución de tierras
entre los campesinos, la propiedad privada en todas sus formas y un mínimo
de interferencia central en la economía. Los grupos políticos que participaron
en estas concentraciones fueron la Asociación Socialdemócrata, la
Confederación de Sindicalistas Anarquistas y la Asociación Democrática Rusa.

6. La crisis del PCUS y la disolución de la URSS

Entre el 2 y 13 de julio de 1990, se hubo de reunir el XXVIII Congreso del


PCUS –el último de su historia–. En esta asamblea, Gorbachov advirtió sobre
la imperfección de la perestroika, recordando que la URSS se hallaba en un
período de transición, por cuanto no se había concluido el desmontaje del
sistema anterior y menos aún la construcción de uno nuevo. Evaluaba como
causas de los fenómenos críticos: la contradicción del período de transición y el
“complicado entrelazamiento de intereses, cálculos políticos y factores
objetivos y subjetivos”. Y, entre las medidas eficaces que planteó en la
cristalización de la reforma económica, subrayaba que la prioridad esencial
debía ser la solución del problema de alimentos y la mejora del abastecimiento
de los productos industriales a la población67. Las cifras de la economía

65 BONET, Pilar: “El PCUS, presto a abandonar el monopolio del poder” en línea Consulta:
19 de mayo de 2008
http://www.elpais.com/articulo/internacional/UNION_SOVIETICA/PCUS/PCUS/puesto/abando
nar/monopolio/poder/elpepiint/19900204elpepiint_5/Tes
66 DPA (marzo 20). El Comercio, 21 de marzo de 1990, sección B, p. 3.
67 Cfr. “Informe político del Comité Central del PCUS al XXVIII Congreso y tareas del Partido”.

Suplemento Teórico de la revista Panorama Internacional, nº 7-8, 1990, pp. 6-7.

67
soviética eran indicadores de que la perestroika no ofrecía aún resultados
eficaces: en 1990, el déficit global había sido de 8,5% del PIB y los precios se
elevaron en 5%. La explotación petrolera decaía y el empleo había disminuido.

Con el objeto de anular los subsidios aplicados a la industria, el Gobierno


introdujo reformas que eliminaron los controles de precios. Las mejoras
salariales, las jubilaciones y otras asignaciones pretendieron atenuar el impacto
del alza; no obstante, el público declaraba que la compensación era
insuficiente. Según algunos economistas, este descontento sirvió para avivar la
hostilidad del pueblo hacia el Gobierno68.

La reforma de los precios incrementó la inflación que se calculaba en 100%


para el año 1991, situación que hacía peligrar las reformas económicas. En
esta coyuntura, Borís Yeltsin, quien el 13 de junio de ese año se convirtió en el
primer presidente de la República Rusa elegido democráticamente, denunció
que el experimento marxista era la causa de todos los males de la URSS, y
declaró que nada podía salvar ya al sistema comunista. Prometió acelerar el
ritmo de las reformas políticas y económicas. Su proyecto era el de una
federación con haciendas familiares, negocios privados y estrechos lazos con
el mundo exterior69.

En el ámbito nacional, las demandas separatistas, los disturbios étnicos y las


huelgas agravaron la situación interna de la URSS. De esta suerte, en 1991 se
acrecentaron las reivindicaciones nacionalistas. Mediante plebiscito, los
lituanos votaron abrumadoramente en favor de la independencia. Con tal
resultado, se rechazó la posición del presidente Gorbachov, quien declaró que
la votación no era válida y que los lituanos deberían participar en un plebiscito
nacional para preservar la unidad federal70. En un intento por refrenar las
aspiraciones independentistas, el Ejército soviético intervino en Lituania,
tomando por asalto edificios estatales en Vilna; decisión que fue censurada
tanto por gobiernos de Occidente cuanto por organismos internacionales71. A
esto siguió una represión militar en la capital lituana que fue condenada por la
prensa reformista.

La situación crítica de la URSS fue resumida por Gorbachov a fines de 1991:

“El país se había hundido en una crisis sistemática. La misma lógica de desarrollo de la
sociedad dictaba la necesidad de cambios profundos en el curso de los cuales surgía un
conglomerado de contradicciones. El descalabro del sistema anterior generó inestabilidad
y caos. No había, en todo caso, cómo llevar fácilmente a cabo las reformas en un país tan
enorme, que durante décadas fue un Estado totalitario con monopolio del poder y en
donde regía la propiedad estatal. El proceso de reforma resultó ser muy dolorosa y tuvo
un serio efecto en la vida de las gentes.”72

68 Reuter (abril 17). El Comercio, 18 de abril de 1991, sección B, p. 10.


69 AP (junio 14). El Comercio, 15 de junio de 1991, sección A, p. 1.
70 AP (febrero 9). El Comercio, 10 de febrero de 1991, sección A, p. 1.
71 EFE-UPI-AP (enero 11). El Comercio, 12 de enero de 1991, sección A, p. 1.
72 GORBACHOV, M.: El golpe de agosto. La verdad y lo que aprendí. Grupo Editorial Norma,

Bogotá, 1991, pp.10-11.

68
En tal coyuntura crítica y en vísperas del tratado a suscribirse entre el Gobierno
Central y nueve repúblicas soviéticas, merced al cual se concedería más
poderes a éstas, el 19 de agosto la televisión de Moscú informaba acerca del
relevo de Gorbachov de sus funciones como presidente de la Unión Soviética.
En ese momento, Gorbachov, en compañía de sus familiares, vacacionaba en
Crimea y fue sometido a arresto domiciliario. Los organizadores del plan
golpista, provenientes del sector ortodoxo del Partido, constituyeron un Comité
Estatal de Emergencia, encabezado por el vicepresidente de la URSS:
Guennadi Yanáyev. El Comité declaró que el presidente Gorbachov era
“incapaz de asumir funciones por razones de salud”, y se proclamó el estado
de emergencia por seis meses, estipulando severas medidas de control sobre
la sociedad (prohibió manifestaciones y huelgas, y dispuso el control de los
medios de comunicación). Yanáyev informó que las disposiciones anunciadas
eran provisionales y que no implicaban la renuncia a las reformas. Sin
embargo, en el seno del Comité hubo vacilaciones; éstas se expresaron en la
dirección de las Fuerzas Armadas, el Ejército, el Ministerio del Interior y el
Comité de Seguridad del Estado (KGB). La noticia del golpe de Estado generó
alarma en la comunidad internacional, y en la URSS se hizo un llamamiento a
la resistencia civil. La integridad del Ejército no secundaba al Comité: una
división blindada respaldó a la Federación Rusa. En esa hora crítica, Borís
Yeltsin denunció el “golpe de Estado de derecha, reaccionario y
anticonstitucional”, tildando de “delincuentes” a los golpistas; y dirigió
personalmente la resistencia civil convocando a una huelga general 73. Los
gobiernos del mundo expresaron su preocupación. Verbigracia, el presidente
de los Estados Unidos, George Bush, solicitó que Gorbachov fuera restituido en
su cargo de presidente y no reconoció la autoridad del Comité Estatal de
Emergencia.

El asalto blindado al Parlamento fracasaría por la desafiante multitud que


resistió la embestida de los tanques. Seguidamente, el Ministerio de Defensa
ordenó la retirada de las tropas de la capital, en tanto que el procurador general
presentó cargos criminales contra los golpistas. El Presídium del Soviet
Supremo declaró anticonstitucional el golpe y abrogó todos los decretos del
Comité Estatal de Emergencia. Gorbachov, de retorno en Moscú, hubo de
reasumir la presidencia de la URSS74.

Desde el inicio, el Comité de Emergencia incurrió en errores severos: anunció


al país de manera poco convincente que Gorbachov se encontraba
incapacitado para desempeñar la función presidencial por causa de su estado
de salud; confiaba que el putsch obtendría mayor apoyo de parte de los
soviéticos “cansados de la perestroika”; además, no ordenó la detención de
Borís Yeltsin, dirigente político capaz de aglutinar a las fuerzas opositoras al
emergente Gobierno. Es significativo acotar que, en octubre de 1964, cuando
Jruschov fue removido del poder no hubo ninguna manifestación pública en
favor del defenestrado dirigente. El apoyo público a la restitución del presidente
de la URSS, en agosto de 1991, evidenciaba la manera en que, durante los
últimos seis años, las ideas democráticas habían impregnado la mentalidad de

73 EFE. Expreso, 22 de agosto de 1991, sección B, p. 11.


74 Reuter-EFE-UPI-DPA (agosto 21). El Comercio, 22 de agosto de 1991, sección A, p. 1.

69
los ciudadanos. A este propósito, cabe plantear si acaso el pueblo ruso asimiló
de manera más rápida y profunda las enseñanzas de la perestroika que los
propios dirigentes comunistas.

De otra parte, la intentona golpista anunció el canto del cisne de la perestroika.


El propósito de transformación de la URSS desde las elites políticas, iniciado
en marzo de 1985, había fracasado.

Durante la legislatura del Soviet Supremo, su restituido presidente prometió


nuevas elecciones después de que se firmara el Tratado de la Unión. En esa
ocasión, Gorbachov admitió parte de la responsabilidad en el golpe al expresar:

“[…] la conspiración estaba madurando. Hubo justificación más que suficiente para tomar
medidas urgentes con el objeto de defender el orden constitucional. En lugar de acciones
y medidas decisivas, hubo liberalismo e indulgencia. Me culpo por todo esto.” 75

La organización del fallido golpe de Estado, que comprometía a una parte de


su cúpula dirigente refractaria a la perestroika, indujo a Gorbachov el proyecto
de disolución del PCUS76. Además de la suspensión de sus actividades y la
clausura de locales del Partido, los bienes del PCUS –el mayor propietario de
la Unión Soviética– comenzaron a ser expropiados por los parlamentos de las
15 repúblicas.

En noviembre, Yeltsin declaró fuera de la ley al Partido Comunista de Rusia


(PCR) y al de la URSS (PCUS) en el territorio de la república que presidía,
argumentando que su existencia suponía un peligro para la democracia. Las
estructuras del PCUS fueran disueltas al argüirse que proseguían con su
actividad ilegal, agravando aun más la crisis y por “crear condiciones para un
nuevo golpe de Estado antipopular”77.

Con respecto al sistema económico que fenecía en conjunción con la URSS,


Gorbachov declaró en una entrevista con US News Report:

“El comunismo destruye los incentivos para trabajar y dejó a la Unión Soviética con una
clase trabajadora sin ningún sentido de la responsabilidad.”

Y añadió:

“El sistema centralista de dirección económica había agotado su potencial y la gente no


obtenía beneficios apropiados de los enormes recursos que se estaban gastando. [...] El
dominio total de la propiedad por el Estado destruía la motivación natural, los incentivos
naturales para trabajar. [...] También generó una mentalidad igualitaria, falta de iniciativa y
dio nacimiento a cierto tipo de trabajador que no está interesado en nada.” 78

Por tanto, expresaba que el objetivo de entonces era “avanzar mediante la


reforma de la propiedad, creando una economía mixta con varias formas de
propiedad y haciendo sitio en la competición”79.

75 AP-EFE-Reuter (agosto 26). El Comercio, 27 de agosto de 1991, sección A, p. 1.


76 EFE-AP (agosto 24). El Comercio, 25 de agosto de 1991, sección B, p. 5.
77 EFE (noviembre 6). El Comercio, 7 de noviembre de 1991, sección A, p. 1.
78 AP (noviembre 23). El Comercio, 24 de noviembre de 1991, sección A, p.1.
79 Loc. cit.

70
En lo referente a la política nacional, Gorbachov defendía la conservación del
Estado federal, propugnaba un nuevo tratado de la Unión y amenazó con
renunciar si la URSS se disolvía80. Estaba convencido de que, si no se
preservaba la integración, el país estaría amenazado por un proceso de
erosión social que conduciría a la catástrofe.

Sin embargo, la disolución de la URSS era inminente: Ucrania y Bielorrusia


habían optado por su independencia, Moldavia decidió idéntico camino, al
tiempo que los gobiernos occidentales procedieron al reconocimiento de
Letonia, Estonia y Lituania como Estados independientes81. Los presidentes de
siete de las repúblicas soviéticas concordaron en formar una nueva “Unión de
Estados Soberanos” que reemplazara a la Unión Soviética. En este convenio
participaron Rusia, Bielorrusia, Kazajstán, Azerbaiján, Kirguizistán, Tadjikistán y
Turkmenistán. No concurrieron Moldavia, Georgia, Armenia, Uzbekistán y
Ucrania. El nuevo tratado sería divergente del elaborado en los meses
precedentes, cuya firma programada para el 20 de agosto fue frustrada por el
golpe de Estado82.

Ante la proximidad de disolución de la URSS, Gorbachov lanzó una dramática


exhortación para preservar la integridad de la nación, y advirtió de una posible
guerra y “una catástrofe para toda la humanidad” si la URSS se desintegraba.
Mientras tanto, las autoridades de Ucrania anunciaron que los electores habían
aprobado un referéndum sobre la independencia.

Así las cosas, el 13 de diciembre de 1991 fue creada la Comunidad de Estados


Independientes (CEI), constituida por Ucrania, Rusia y Bielorrusia. Las cinco
repúblicas asiáticas empobrecidas y dependientes económicamente del centro,
a excepción de Kazajstán, se vieron casi forzadas a integrar la CEI. Además,
ésta contaba con la aquiescencia de Armenia, Azerbaiján e incluso Moldavia.
La Comunidad acordaba un espacio económico común, una diplomacia
coordinada y un mando único defensivo y estratégico83.

El 21 de diciembre en Alma-Atá, capital de Kazajstán, los líderes de las 11


repúblicas firmaron los documentos que concertaron la Comunidad de Estados
Independientes. Yeltsin hubo de convencer a las otras repúblicas que poseían
armas nucleares (Ucrania, Bielorrusia y Kazajstán) que únicamente Rusia
podía suceder a la extinta superpotencia.

Cuatro días después de constituida la CEI, el 25 de diciembre, Mijaíl


Gorbachov dimitía a su cargo de presidente de la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas. En un discurso leído ante la televisión, Gorbachov
declaraba: “… pongo fin a mis funciones de presidente de la Unión Soviética”
por causa de la “situación que impera actualmente” en el país 84. En su último

80 Expreso, 28 de agosto de 1991, sección B, p. 1.


81 UPI- Reuter-EFE-AP (agosto 25). El Comercio, 26 de agosto de 1991, sección A, p. 1.
82 UPI-EFE-Reuter-DPA (noviembre 14). El Comercio, 15 de noviembre de 1991, sección A,

p.1; Expreso, 17 de noviembre, sección B, p. 1.


83 EFE (diciembre 13). El Comercio, 14 de diciembre de 1991, sección B, p. 2.
84 Expreso, 26 de diciembre de 1991, sección A, p. 10.

71
mensaje presidencial, manifestó también que sentía profundo descontento por
la disolución de la URSS y su transformación en la Comunidad de Estados
Independientes, pero que se comprometía a trabajar para su éxito. Además,
expuso una valoración del camino recorrido desde que en 1985 asumiera el
poder, manifestando el acierto y la “trascendencia histórica” de las reformas
que se emprendieron. Y recordó que ahora se vivía en un “mundo nuevo”:

“La Guerra Fría terminó. La carrera armamentista y la militarización negligente del país,
que distorsionaron nuestra economía, la conciencia social y la moralidad, se han
detenido. La amenaza de una guerra nuclear ha quedado descartada.” 85

Treinta minutos después de pronunciada la dimisión del último gobernante de


la Unión Soviética, la bandera roja con la hoz y el martillo, símbolo patrio
durante 74 años, era arriada de la cúpula del Kremlin. En su reemplazo se
izaba la bandera tricolor de Rusia que comenzó a ondear sobre el alto muro de
piedra roja en la fría noche del 25 de diciembre de 1991.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. ¿Cuáles fueron las reformas económicas y políticas de la perestroika?


2. La perestroika: ¿reforma o revolución?
3. ¿Qué factores desencadenaron la disolución de la Unión Soviética?

• Observe el documental “Los últimos días de la URSS”: https://youtube/TUhgDrXBVO


• Consultar el artículo de Carlos Miranda, “El fin de la URSS: la glasnost y sus efectos”:
https://www.cepchile.cl/cep/site/artic/20160303/asocfile/20160303183914/rev48_mirand
a.pdf

85 UPI-Reuter-EFE-DPA (diciembre 25). El Comercio, 26 de diciembre de 1991, sección A, p.1.

72
LA LARGA MARCHA DE LAS MUJERES
José Núñez

Adaptación realizada de:


Núñez, José (2015). Las utopías pendientes. Una breve historia del mundo desde 1945.
Barcelona. Crítica (páginas: 207-230).

A finales de enero de 2015, tras ganar por margen suficiente las elecciones
legislativas en Grecia, la coalición de izquierda radical Syriza, erigida en gran
esperanza del retorno a la socialdemocracia clásica en la eurozona, anunciaba
la constitución de su gabinete ministerial. La sorpresa entre la izquierda
europea fue, sin embargo, mayúscula y la decepción inmediata: ni una sola
mujer figuraba entre los ministros, y el porcentaje femenino entre los
viceministros y secretarios de Estado era inferior al 15 por ciento. En el
programa de la formación apenas figuraban cuestiones como la violencia de
género o la conciliación de la vida familiar y profesional de la mujer.

Tales ausencias no habrían sorprendido a ningún observador entre las décadas


de 1950 y 1970. En el primer gobierno laborista de Attlee (1945-1950) había
una sola mujer entre veinte ministros. En el primer gabinete del
socialdemócrata Willy Brandt (1969-1972), tampoco había presencia femenina.
Y en el primer gobierno socialista presidido en España por Felipe González
(1982-1986), también brillaban por su ausencia las mujeres. No obstante,
entrado el siglo XXI, las cosas habían cambiado de modo sustancial: la
igualdad ante la ley a todos los efectos, y la plena participación política y en la
vida pública de la mitad de la humanidad, tradicionalmente excluida de ella
hasta mediados del siglo XX, ha sido aceptada como un índice de normalidad y
de desarrollo humano. Lo mismo se aplica a la presencia femenina en
prácticamente todos los ámbitos de actividad laboral, el protagonismo público
de las mujeres y su capacidad de decisión sobre su propia vida. Como ha
afirmado Geoff Eley, si el siglo XX ha marcado un hito en algo, ha sido sin duda
en los avances hacia una plena equiparación de mujeres y hombres en
derechos y deberes, en presencia pública y acceso al mercado laboral.

No obstante, el avance se ha concentrado, sobre todo, en el período posterior a


la II Guerra Mundial. Ha sido desigual según las áreas geográficas y culturales,
las confesiones religiosas y los niveles de desarrollo socioeconómico
imperantes en cada región del planeta. También ha estado sujeto a bruscas
alteraciones a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, y aun en el siglo XXI.
Las mujeres musulmanas de la mundana Kabul o de regiones de Irak y
Jordania fueron obligadas a perder derechos de un día para otro, cuando
tomaron el poder los fundamentalistas islámicos; y en países de mayoría
católica las mujeres también vieron cuestionados derechos adquiridos, como el
de la libre interrupción del embarazo, cuando grupos ultraconservadores y
confesionales impusieron sus criterios.

73
LA CONQUISTA DEL VOTO

En los sistemas democráticos del mundo, el pleno derecho de la mujer a la


participación política, a elegir y ser elegida, es hoy un hecho irreversible.
También lo es la igualdad de derechos ante la ley, en materia civil y criminal, o
en igualdades educativas. No lo es en apartados como el derecho a la
interrupción voluntaria del embarazo. Sin embargo, la realización efectiva de
esos derechos, y su traslación en una igualdad de oportunidades de hecho en
el ámbito laboral, está lejos de haberse alcanzado a principios del siglo XXI.
Los valores asociados a la masculinidad y la división tradicional de roles han
sido dominantes en buena parte de las culturas hasta bien entrado el siglo XX.
Esa división ha estado muy marcada por una visión patriarcal, según la cual la
familia, considerada célula básica de la sociedad, ha de basarse en una pareja
heterosexual, donde el hombre gestiona la esfera pública, los ingresos de la
familia y la relación con el ámbito laboral y social; y la mujer,
independientemente de que su trabajo, fuera de casa o en la propiedad
familiar, aporte ingresos al grupo familiar, asume de forma preferente la gestión
del ámbito privado, la familia y el cuidado del hogar. En las sociedades
campesinas europeas y americanas las mujeres, sobre todo en ausencia del
hombre emigrado, asumían también temporalmente roles protagonistas en la
comunidad de referencia, en el mercado o en la obtención de recursos. Más la
representación de la familia burguesa tradicional ha sido la imperante en los
diversos conservadurismos europeos y americanos, y en parte exportados a
otros continentes.

Desde finales del siglo XIX, el movimiento sufragista tuvo como motor
fundamental a las mujeres burguesas y de clase media, y centró sus
reivindicaciones en la obtención de plenos derechos de participación política.
Los primeros Estados que reconocieron el sufragio femenino fueron Nueva
Zelanda en 1893, y Australia del Sur en 1902. En Europa fueron los países
nórdicos los adelantados: el Gran Ducado de Finlandia, aún dependiente del
imperio zarista, en 1907, seguida de Noruega en 1913 y Dinamarca en 1915.
La incorporación de la mujer al trabajo en la retaguardia durante la I Guerra
Mundial y su mayor asunción de responsabilidades públicas contribuyó a que,
en el período de entreguerras, el sufragio femenino fuese adoptado por la gran
mayoría de los países europeos entre 1918 y 1939. Sólo Francia hasta el fin de
la II Guerra Mundial, Italia (1946) y Suiza (1971, después de que un
referéndum rechazase la ampliación del sufragio a las mujeres en 1959),
además de Grecia (1930, con restricciones) constituyeron sonadas
excepciones. Norteamérica, los dominios británicos, y buena parte de las
repúblicas sudamericanas, empezando por Uruguay (1927) siguieron la ola.

En la segunda posguerra, el sufragio femenino se extendió a las repúblicas


centroamericanas y caribeñas (incluyendo a Colombia y Venezuela), los países
asiáticos ya soberanos, y la práctica totalidad de los nuevos Estados africanos
y asiáticos independientes tras la descolonización. Algunos países de mayoría
musulmana, como Jordania (1970), Irán (1963), Irak (1980) o Egipto (1956),
estuvieron entre los que más tardaron en incorporarlo a sus ordenamientos
jurídicos, mientras que otros, como Pakistán o Indonesia, lo asumieron

74
plenamente desde su nacimiento como Estados en 1947 y 1949. A la altura de
2014, y además del caso peculiar del Vaticano, sólo Arabia Saudí, los Emiratos
Árabes Unidos y Líbano contemplaban restricciones legales a la práctica del
sufragio femenino.

El reconocimiento normativo en el ámbito internacional de la igualdad de


derechos políticos entre mujeres y hombres se incluyó de manera explícita en
la Declaración Universal de los Derechos del Hombre aprobada en 1948. Seis
años más tarde entró en vigor la Convención sobre los Derechos Políticos de la
Mujer, tras ser aprobada por la Asamblea General de la ONU en diciembre de
1952. En ella se explicitaba el derecho de las mujeres al voto y su acceso a
cargos públicos, “en igualdad de condiciones con los hombres, sin
discriminación alguna”.

Desde 1945, con ritmos desiguales en Europa, América y el resto del mundo,
las mujeres se incorporaron de modo progresivo a la vida política y profesional,
trabajaron fuera del hogar, y reivindicaban sus derechos. El avance de los
movimientos por los derechos humanos y de reivindicaciones específicas,
como la lucha por el fin de la discriminación racial en EE. UU., influyeron en su
desarrollo. El estatus social y político de las mujeres, y los éxitos y visibilidad
de sus reivindicaciones y logros, dependieron de varios factores generales: el
grado de desarrollo económico de sus sociedades, el contexto cultural y
religioso, y su situación social.

CONSUMIDORAS Y PRODUCTORAS

Durante la Guerra Fría, tanto el bloque capitalista como el comunista hicieron


de la situación de la mujer en sus respectivos ámbitos un motivo de
propaganda sociopolítica. En Norteamérica y Europa occidental se destacaba
así no sólo la integración política de la mujer en los sistemas democráticos,
sino también su creciente calidad de vida, gracias tanto a su incorporación al
trabajo como, sobre todo, a las comodidades que la introducción de
electrodomésticos, desde la lavadora al frigorífico, había supuesto en su
actividad como ama de casa. La mujer era ahora, ante todo, consumidora
activa y consciente, y formaba parte de una nueva “república de
consumidores”, en la que se destacaba el protagonismo femenino y se
recordaba que, tras su participación activa en la producción durante la guerra
mundial, ahora era deseable que la mujer retornase al hogar. El consumo se
democratizaba, y las mujeres devenían en visitantes habituales de tiendas y
supermercados, en lectoras de revistas de moda y en difusoras de las virtudes
de la industria nacional. En Francia o en la RFA, el papel de la mujer como
“consumidora racional” en la gestión de la economía doméstica se convertía en
fundamento del crecimiento económico de los treinta gloriosos. Y como en
Norteamérica, ese papel era presentado como un deber casi patriótico, además
de como una garantía de estabilidad social.

Sin embargo, en Gran Bretaña o en EE. UU., tras la experiencia de la


incorporación masiva al trabajo durante la II Guerra Mundial, muchas mujeres
opusieron creciente resistencia a volver al hogar, como se les animaba en la
propaganda oficial, cuando los hombres volvieron del frente. La postura
masculina frente al trabajo femenino fuera de casa, aun después del

75
matrimonio, también fue cambiando lentamente. La progresiva pérdida de
relevancia del trabajo industrial y la expansión del sector servicios repercutió,
además, de modo favorable en el aumento de la tasa de actividad femenina. En
EE. UU., el porcentaje de las mujeres en la población activa pasó de
representar el 25 por ciento en 1940 al 34 por ciento en 1964. En Francia, en el
año 1968 trabajaban fuera de casa el 44 por ciento de las mujeres, aunque sólo
el 34 por ciento de las que eran madres. En Dinamarca, un 78 por ciento de las
mujeres en 1989 eran activas, en el Reino Unido un 68 por ciento, y en Suecia
un 81 por ciento.

La extensión del trabajo a tiempo parcial constituyó en este sentido un impulso


adicional. En 1991, un 30 por ciento de las mujeres alemanas trabajaba a
tiempo parcial, y un 24 por ciento de las francesas. A pesar de la resistencia de
los estereotipos tradicionales, en buena parte de Europa y Norteamérica las
amas de casa pasaron a suponer menos de la mitad de las mujeres adultas, y
su prestigio social decayó. Eso no suponía que su trabajo no tuviese relevancia
en la productividad global, que algunos economistas estimarían para Europa
occidental en un 4-5 por ciento del PIB, sino que su trabajo no se veía
reconocido desde el punto de vista salarial.

El modelo de la familia heterosexual, en la que el hombre trabajaba y ganaba el


sustento, y la mujer se concentraba en la esfera doméstica, todavía fue
característico de las sociedades desarrolladas hasta los años setenta. En la
RFA se hizo famoso el lema democristiano que asociaba a la mujer a las “tres
K”: cocina (Küche), niños (Kinder) e Iglesia (Kirche). A partir de la primera crisis
del petróleo, sin embargo, ese patrón empezó a sufrir importantes cambios. Por
un lado, el desempleo masculino aumentó, y los salarios ya no permitían
siempre mantener una familia con un sueldo; las mayores necesidades de
consumo, y la ampliación de las expectativas laborales de la mujer, llevaron a
que descendiese el porcentaje de la población ocupada masculina, mientras
que aumentaba paulatinamente el de mujeres ocupadas. Muchos obreros o
campesinos de Europa occidental y EE. UU. se convirtieron en parados,
prejubilados o trabajadores eventuales; y la aportación de sus parejas se hizo
imprescindible para el núcleo familiar. El número de familias en las que ambos
miembros trabajaban aumentó de forma progresiva en las sociedades del
capitalismo avanzado, y el ritmo se aceleró de forma especial en los últimos
quince años del siglo XX. A principios del siglo XXI, sólo en los países
mediterráneos de Europa, Luxemburgo e Irlanda seguía siendo mayoritario el
modelo familiar de un solo sustentador, mientras que el trabajo de los dos
cónyuges (ambos a tiempo completo, o uno de ellos a tiempo parcial) suponía
en los países de Europa central y nórdica más de un 60 por ciento de los
hogares con hijos.

En los países socialistas hasta 1989, por el contrario, se hacía bandera de la


alta tasa de actividad de la población femenina, casi equiparada a la de los
hombres, y de la contribución de las mujeres a la producción y la investigación.
No se reservaba a la mujer un papel específico como consumidora. En las
representaciones visuales del realismo socialista la mujer era, ante todo, una
productora activa y consciente. Ya desde los años veinte el porcentaje de
mujeres activas había crecido de forma significativa en la URSS, y durante la II
Guerra Mundial, el papel de las mujeres en la retaguardia adquirió un papel
76
predominante; y, aunque en mucha menor proporción que los hombres, en el
Ejército Rojo también habían luchado en vanguardia, como partisanas o
aviadoras. Aunque a menudo eran relegadas a puestos de trabajo inferiores, y
tras 1945 fueron desplazadas de puestos directivos en fábricas y granjas
colectivas, cuando los hombres retornaron del frente, el porcentaje de mujeres
activas no sólo era superior al de Occidente, sino que se incrementó
progresivamente. A mediados de los años sesenta, las mujeres representaban
el 45 por ciento de la fuerza de trabajo en la industria. Y en 1963, la URSS se
apuntó un tanto propagandístico al enviar la primera mujer astronauta al
espacio, Valentina Tereshkova, veinte años antes que EE. UU. Provocó así un
debate de alcance mundial acerca del papel de la mujer en el progreso
tecnológico y las ciencias, pero también sobre la idoneidad de las mujeres para
desempeñar oficios y funciones especialmente peligrosas en el ámbito militar.

Un proceso similar, y mucho más rápido por partir de tasas de actividad


femeninas más bajas, tuvo lugar en otros Estados socialistas. En la RDA, el
porcentaje femenino en la población activa era del 45 por ciento en 1960, y del
48 por ciento en 1970. Con todo, un sistema de guarderías estatales, muchas
veces sostenidas en los propios centros de trabajo, compensaba esa situación.
En los años ochenta, las tasas de ocupación de la población femenina en
Europa del Este eran netamente superiores a las de Occidente, y alcanzaban
en Hungría o Checoslovaquia el 60 por ciento. En 1975, la delegada cubana
Vilma Espín, esposa del entonces ministro de Defensa Raúl Castro, afirmaba
que Cuba había alcanzado en apenas tres lustros la plena equiparación de
derechos y oportunidades educativas, sociales y laborales entre hombres y
mujeres. Eso no significaba, empero, que en todos los países socialistas se
hubiese alcanzado una igualdad efectiva en todos los ámbitos: las mujeres
cobraban salarios inferiores, recibían peores puestos de trabajo y, además, los
hombres no compartían las labores del hogar y el cuidado de los niños de
forma paritaria.

El fin del socialismo real en Europa tras 1989 provocó el efecto contrario.
Mientras la tasa de ocupación femenina aumentaba lenta pero
progresivamente, alcanzando a principios del siglo XXI cuotas superiores al 70
por ciento en Suecia, y del 55 por ciento en la UE, la pérdida de puestos de
trabajo, la incertidumbre económica y la descomposición del sistema estatal de
guarderías llevó a un descenso acusado del porcentaje de mujeres activas en
Europa del Este, que sólo remontó el vuelo a partir de 2005. En Polonia, donde
además se reforzó la tendencia a una recatolización del papel tradicional de la
mujer y se impusieron severas restricciones al aborto en 1993, la tasa
descendió del 50 por ciento, y en la República Checa se situaba en el 55 por
ciento. Durante una década se reforzó la percepción de que las mujeres habían
sido las perdedoras del proceso de democratización en Europa oriental, hasta
que las tasas de actividad se recuperaron en buena parte para las
generaciones más jóvenes, cuyo destino ya no fue tanto el sector industrial
como el sector servicios.

77
LA LUCHA POR LA LIBERTAD SEXUAL E INDIVIDUAL

El nuevo feminismo de los años sesenta en Europa occidental y Norteamérica


era en buena parte una reivindicación de mujeres cuya alta cualificación
profesional no les eximía de enfrentarse a crecientes obstáculos, que se
reproducían en cada uno de los niveles de la escala profesional. Para ellas, el
problema no era ya tanto la igualdad de derechos políticos, como la libertad
individual. Sus fundamentos teóricos fueron expuestos ya en 1949 por la
filósofa francesa Simone de Beauvoir, cuya obra El segundo sexo se convirtió
en un éxito de ventas y alcanzó gran difusión internacional en las tres décadas
siguientes, además de provocar el escándalo del Vaticano por su crítica frontal
al matrimonio y su defensa del aborto. Beauvoir analizaba desde los
presupuestos teóricos del existencialismo los orígenes históricos y los
argumentos culturales y religiosos de la discriminación de la mujer. Distinguía
entre feminidad biológica y la construcción social de esa condición: no se nacía
mujer, sino que las mujeres se hacían. La subyugación femenina se reproducía
mediante la esclavitud sancionada por el matrimonio, que perpetuaría la
dependencia económica de la mujer respecto al marido, y la ideología de la
maternidad. Beauvoir establecía la necesidad de proceder a una crítica de ese
papel social, que relegaba de forma permanente a la mujer a objeto pasivo,
pero no activo, de su propia historia. Con ello, sentaba las bases para una
crítica feminista de la sociedad moderna.

En un sentido semejante incidía la obra de la escritora norteamericana Berty


Friedan “La mística femenina” (1963), que proclamaba el descontento de las
mujeres por verse reducidas al papel de esposas y madres, cuando sus
capacidades intelectuales las facultaban para asumir cualquier rol social y
público. Dos años más tarde, dos activistas estudiantiles norteamericanas,
Casey Hayden y Mary King, establecían en Sexo y casta un paralelismo entre
la discriminación que sufrían los afroamericanos en una sociedad dominada por
blancos, y la que padecían las mujeres en una sociedad controlada por
hombres. Con ello, también planteaban un debate hasta entonces ausente en
la Nueva Izquierda: ¿Hasta qué punto las reivindicaciones progresistas en
Norteamérica y Europa, desde el movimiento por los derechos civiles a las
protestas estudiantiles, reproducían los esquemas de dominación de género de
sus oponentes?

La respuesta consistió a menudo en la fundación de organizaciones


específicamente femeninas dentro de la izquierda estudiantil, lo que se
extendería a los demás movimientos sociales de nuevo cuño, y alcanzaría
plena difusión en la década de 1970. Surgieron así diversas revistas y órganos
de difusión del nuevo feminismo, y en las universidades la desigualdad de
género fue objeto de discusión académica. Al mismo tiempo, las
reivindicaciones feministas se diversificaron, penetrando en distintos ámbitos
políticos y culturales, y apuntaron a su vez en distintas direcciones: las
reivindicaciones de las mujeres profesionales de clase media no eran las
mismas que las de las mujeres obreras o campesinas, blancas o negras,
comunistas o liberales. Y sus repertorios de protesta también se intensificaron y
diversificaron: las feministas de Copenhague en 1971 lanzaron una campaña
para pagar sólo el 80 por ciento de los billetes de autobús urbano, por ser ésa
la proporción del salario medio femenino sobre el masculino; y las parisinas
78
depositaron en la tumba del soldado desconocido una corona de flores
dedicada a su mujer, que por él seguía esperando.

A partir de fines de los setenta, y como resultado de esa movilización, la gran


mayoría de las organizaciones políticas de los países democráticos asumieron
reivindicaciones del movimiento feminista. Hasta los partidos demócrata-
cristianos, confesionales y fieles al postulado de la familia tradicional como
célula fundamental del orden social y la continuidad histórica, adoptaron parte
de ellas, en particular la plena equiparación de derechos políticos y la asunción
de funciones sociales y representativas en pie de igualdad con los hombres. Si
en los años sesenta ya había habido algunos precedentes de mujeres que
ocupaban el puesto de primer ministro, en algunos casos mediante una
transferencia de prestigio de sus maridos o padres, empezando por Sirimavo
Bandaranaike (1960) en Sri Lanka, Indira Gandhi (1966) en la India, y Golda
Meir (1969) en Israel, las dos últimas de orientación socialista o
socialdemócrata, en 1979 también llegaría al poder una primera ministra
conservadora en Gran Bretaña, Margaret Thatcher; y nueve años después en
un país musulmán, la pakistaní Benazir Bhutto (1988).

Un nuevo frente de las reivindicaciones feministas fueron las cuestiones ligadas


a la sexualidad y la reproducción. La comercialización de la píldora
anticonceptiva a un coste cada vez más bajo a partir de 1960, seguida por
otros métodos de fácil uso para las mujeres, como el dispositivo intrauterino,
supuso una auténtica revolución sexual en los países desarrollados. Las
mujeres podían ejercer ahora un mayor control sobre el proceso reproductivo,
lo que no necesariamente suponía el fin de su explotación sexual. Aunque
algunas feministas consideraban el coito una expresión de dominio masculino y
temían que la píldora lo agravase, la mayoría de las mujeres norteamericanas y
occidentales veían en la libertad sexual una plena equiparación de derechos
con los hombres. Con ello, también se reforzaba el individualismo del nuevo
feminismo, sobre el colectivismo imperante en la primera posguerra. El sexo
recreativo pasaba a ser una parte inalienable de la libertad individual, como ya
predicó el movimiento hippy y se reforzó en los años setenta. El progreso
técnico liberaba a las mujeres de su rol ancestral de madres forzosas, y por
tanto también cuestionaba las barreras morales y los valores tradicionales. Esto
también suponía derribar las últimas barreras al requisito de que para el
divorcio hubiese causas como adulterio o malos tratos, que aún persistían en
algunos estados norteamericanos. Bastaba con el acuerdo amistoso entre las
partes. Con todo, incluso en Europa occidental la ruptura del matrimonio civil
tuvo dificultades para imponerse en algunos países de tradición católica, como
Italia (1970, luego derogado y sometido a referéndum en 1974) o España
(1981); en Irlanda, no se legalizaría hasta 1995, y en Malta habría de esperar
nada menos que hasta 2011.

La igualdad de hombres y mujeres ante el Derecho Civil, empezando por la


plena equiparación jurídica dentro del matrimonio, también se consolidó en la
posguerra. En países como Gran Bretaña ya se había recogido tal principio en
el período de entreguerras. En la RFA, la Ley de Igualdad de 1957 todavía
incluía principios como la preeminencia paternal en el derecho de custodia o la
definición específica del deber del marido a mantener a la familia, y a la mujer a
cuidar de ella. En Francia no fue hasta 1965 que las mujeres fueron liberadas
79
de la tutoría legal de sus maridos, y en 1970 se eliminó la figura jurídica del
cabeza de familia; hasta 1985 no se estableció la plena igualdad de los
cónyuges en la administración del patrimonio familiar. La autonomía jurídica de
la mujer casada fue garantizada de forma progresiva por los códigos legales de
Holanda, Irlanda y Bélgica a finales de los años cincuenta, y en los de Italia,
Luxemburgo, España y Portugal casi quince años después. Finalmente, la
tipificación del delito de violencia y maltrato domésticos, incluida la violación
dentro del matrimonio, fue más tardía, y se extendió por los países
desarrollados desde los años ochenta.

El derecho al aborto también se transformó en una reivindicación extendida en


el movimiento feminista internacional a partir de los primeros años setenta. La
gran mayoría de los Estados del mundo prohibían la interrupción voluntaria del
embarazo, tipificándola como delito, o imponían severas restricciones a su
práctica. Antes de esa fecha, el aborto sólo se había legalizado en el territorio
ruso de la URSS en 1920 -con la esperanza de que, una vez despenalizado, su
práctica desapareciese progresivamente, por ser visto como una lacra de la
sociedad burguesa-, siendo abolido por Stalin en 1936 y restaurado en 1955.
Asimismo, el aborto se había legalizado en Suecia (1938) para algunos
supuestos, al igual que en Japón en la inmediata posguerra (1948). En Gran
Bretaña la legalización llegó en 1968, en parte para poner orden en un caos
legislativo anterior. En la mayoría de los países del bloque socialista, el
derecho al aborto se extendió durante los años cincuenta y sesenta, desde
Hungría (1953), Polonia (1956) y Rumanía (1957) hasta la RDA (1971). Con la
excepción de Hungría y la RDA, el acceso de la población a los anticonceptivos
estaba, paradójicamente, mucho menos generalizado que en Europa
occidental. En algunos Estados con problemas acuciantes de crecimiento
demográfico, como la India, también se sancionó el derecho al aborto como
medida adicional de control de nacimientos en 1971.

Tras una intensa campaña de agitación en EE. UU. por parte de significadas
activistas femeninas, como Gloria Steinem, en 1973 el Tribunal Supremo de
aquel país, mediante la sentencia del caso Roe versus Wade, reconoció que el
derecho a la privacidad o intimidad de la mujer amparaba su decisión o no de
interrumpir un embarazo, y/o clasificaba como un derecho fundamental,
derivado de la decimocuarta enmienda de la Constitución estadounidense. Con
ello, las leyes que penalizaban el aborto en los distintos estados de la unión
fueron derogadas. En los años siguientes, tanto la Iglesia católica como varias
organizaciones conservadoras de confesión evangélica desenvolvieron una
intensa campaña publicitaria y presentaron recursos legales contra la decisión,
llegando en algunas manifestaciones a las agresiones físicas y al asesinato
contra médicos que practicaban abortos. Un aspecto fundamental del debate
residía en la definición del momento de la gestación en que se podía considerar
que al feto se le debían reconocer el derecho fundamental a la vida, si la
decisión de la mujer debía ser libre, o si sólo en circunstancias de embarazos
forzados (violación), graves malformaciones congénitas o riesgo para la vida de
la madre se debía autorizar. Las posiciones variaban desde la radical negativa
de las organizaciones confesionales y las Iglesias cristianas a despenalizar
cualquier medida de interrupción, hasta la reivindicación del aborto libre gratuito
y amparado por los sistemas sanitarios públicos. Las posturas intermedias
argumentaban de modo pragmático que los abortos clandestinos siempre
80
existirían, con riesgos sanitarios, creando además una clara desigualdad de
oportunidades entre mujeres con recursos y sin recursos, y una cierta
frecuencia de infanticidios o abandonos infantiles.

El ejemplo norteamericano fue seguido en otros países de Europa occidental,


como Dinamarca (1973). En la RFA, un grupo de activistas liderado por la
periodista Alice Schwarzer declararon públicamente que habían abortado,
violando así la ley alemana. El debate público que provocaron llevó a la
legalización de la interrupción voluntaria del embarazo en junio de 1974, si bien
la batalla por la definición de los plazos legales y las condiciones de su
autorización se prolongó hasta entrados los años noventa. En 1975, la Ley Veil
legalizaba en Francia la interrupción voluntaria del embarazo dentro de las
doce primeras semanas de gestación.

A lo largo de la segunda mitad de la década se adoptaron medidas semejantes


en la mayoría de los países europeos, aunque con ritmos más pausados allí
donde la influencia católica era mayor. Holanda aplicó la primera ley del aborto
en 1984; España sólo adoptó una ley de supuestos en 1985, ampliada en 2010;
Bélgica hizo lo propio en 1990. En Suiza, un primer proyecto de legalización del
aborto fue rechazado en referéndum en 1977, aunque fue tolerado en la
práctica en varios supuestos, hasta que en 2002 un nuevo plebiscito se
pronunció a favor del derecho a la interrupción voluntaria del embarazo. En
Portugal el aborto fue despenalizado en 2007; en Irlanda, sin embargo, es
ilegal hasta hoy. La despenalización del aborto se extendió a la mayoría de los
países del mundo, aunque en buena parte de ellos imperan leyes que limitan el
derecho a la interrupción del embarazo en supuestos de violación,
malformación grave o riesgo para la vida de la madre. En China, de modo
similar a la India, el aborto se permitió como recurso de la política de control de
natalidad desde finales de la década de 1970.

A pesar de las diferencias iniciales entre bloque del Este y Occidente, en las
sociedades europeas se impuso desde 1989 una creciente homogeneización
de la gama de modelos familiares y de reproducción. El número de uniones
civiles y de hecho creció y se equiparó en varios países al de matrimonios, al
igual que el porcentaje de hijos nacidos fuera del matrimonio. La línea divisoria
más importante ya no era entre Este y Oeste, sino entre la Europa nórdica y
central y la Europa mediterránea de tradición católica, más Irlanda. En 2007, un
55 por ciento de los niños nacidos en Suecia lo era fuera del matrimonio, frente
a un 18 por ciento en Italia y un 5 por ciento en Grecia. Las formas de
convivencia y de articulación de núcleos familiares se diversificaron, marcadas
por un aumento del individualismo. Las biografías profesionales de hombres y
mujeres tendieron a asemejarse, y la fundación de familias, así como el
momento de la maternidad, a retrasarse y subordinarse no sólo a las
expectativas económicas del contexto, sino también a las opciones
profesionales individuales y a la oferta existente de políticas públicas de
protección de la maternidad.

La reivindicación de la plena libertad de opciones sexuales también creció al


amparo de las reivindicaciones feministas, y puso en evidencia las trabas
legales que sufrían importantes segmentos de la población mundial para el
pleno ejercicio de sus derechos civiles y la expresión sin trabas de su identidad

81
sexual. A partir de sus primeros pasos en la década de 1960, durante los años
setenta se extendieron y diversificaron desde un punto de vista organizativo los
movimientos de homosexuales y lesbianas, cuyas reivindicaciones se centraron
en la derogación de las disposiciones legales que en buena parte del mundo
penalizaban la condición homosexual. Desde que Gran Bretaña despenalizó la
homosexualidad masculina en 1967, a lo largo de las dos décadas siguientes
se derogaron o modificaron en toda Europa occidental las leyes que contenían
cláusulas discriminatorias o penalizadoras contra homosexuales y lesbianas, y
en los años noventa la tendencia se extendió a Latinoamérica, buena parte de
Asia y, en menor medida, África. También se tipificaron los derechos a la
diferencia y al reconocimiento de las personas transexuales (que deciden
cambiar de sexo) e intersexuales (que presentan características fenotípicas de
ambos sexos). Con todo, en el año 2014, según datos de Amnistía
Internacional, la homosexualidad seguía siendo ilegal en ochenta Estados (36
de ellos africanos, además de varios países musulmanes), y en diez de ellos
estaba castigada con la pena de muerte, incluyendo Arabia Saudí o los
Emiratos Árabes. En países como Nigeria o Uganda, las leyes que
criminalizaban las relaciones entre personas del mismo sexo incluso se han
endurecido.

El amparo jurídico a escala planetaria del derecho a la libre orientación sexual,


como elemento integrado en los derechos humanos, ha sido también tardío. En
1994, el Comité de Derechos Humanos de la ONU dictaminó que la prohibición
y penalización de la homosexualidad vulneraba derechos fundamentales. No
fue hasta el año 2008 que se desarrollaron, como parte integrante de la
Declaración de los Derechos Humanos, una serie de principios básicos para
garantizar los derechos de gays, lesbianas y personas transexuales (Principios
de Yogyakarta), que no han sido asumidos por todos los Estados miembros.
Por otro lado, en los países donde la homosexualidad es legal, persisten en la
segunda década del siglo XXI fuertes diferencias en lo relativo al
reconocimiento jurídico de las uniones entre personas del mismo sexo (como
matrimonios igualitarios o uniones civiles), y su capacidad para adoptar hijos,
generalmente reconocidas con diversas variantes en Europa occidental, central
y nórdica, Canadá y numerosos estados de EE. UU., Brasil y el Cono Sur. Lo
mismo se aplica a la admisión de homosexuales y lesbianas en las fuerzas
armadas -en EE.UU. sólo fue posible desde 2010-, o la posibilidad legal de
cambiar de sexo, vetada todavía en muchos países occidentales y americanos.
En buena parte de Asia, China incluida, la homosexualidad es legal, pero no lo
son las uniones civiles de parejas del mismo sexo. En Rusia, existen
restricciones a la libertad de expresión y asociación de los homosexuales y
transexuales. En la India, la homosexualidad es un delito, aunque en la práctica
la ley no se aplica.

IGUALDAD DE GÉNERO Y DIFERENCIA CULTURAL

El feminismo internacional estaba dividido en la posguerra en dos grandes


organizaciones, la Liga Internacional por la Paz y la Libertad de las Mujeres
(Women International Leaguefor Peace and Freedom, WILF), que databa de
1915, con base sobre todo en EE. UU. y Europa occidental, que centraba sus
demandas en la equiparación económica y cultural de la mujer con el hombre; y
la Federación Democrática Internacional de las Mujeres (Women International
82
Democratic Federation, WIDF), fundada en 1945 y cuyos miembros procedían,
en su mayoría, de los países comunistas.

La ONU reaccionó de modo tardío al aumento de la visibilidad de las nuevas


reivindicaciones feministas basadas en la libertad sexual. Declaró el año 1975
como Año Internacional de la Mujer, y patrocinó la celebración en México D.F.
de la primera Conferencia Mundial de la Mujer, con participación de un millar de
delegadas oficiales y cerca de 5.000 representantes de organizaciones no
gubernamentales, activistas sociales y políticas, líderes feministas y mujeres
destacadas en numerosos campos de la vida pública. Mientras las delegadas
de los países desarrollados se hicieron eco de cuestiones como el aborto y los
derechos de las lesbianas, las de países subdesarrollados incidieron en la
desigualdad económica y social, y su incidencia en la situación subordinada de
las mujeres. Las resoluciones oficiales de la conferencia expresaron un
compromiso entre ambas prioridades: los Estados del mundo debían promover
la igualdad de trato y oportunidades a las mujeres en la esfera pública, y
promover el desarrollo económico para eliminar las desigualdades sociales y la
persistente discriminación laboral que seguían afectando a las mujeres en
buena parte del planeta. En las conferencias internacionales que se celebraron
en los lustros siguientes (Copenhague, 1980; Nairobi, 1985; Pekín, 1995) las
posiciones de las feministas de los países desarrollados, emergentes y del
Tercer Mundo se aproximaron de forma progresiva, pasando de un
“hermanamiento romántico” a una solidaridad “estratégica”. A finales del siglo
XX, existía un mayor consenso acerca de la relación entre pobreza,
desigualdad social y de género, que en buena parte traducía también el mayor
peso de los países de la antigua periferia, desde China a la India o África.

Para las portavoces de la igualdad de género en Europa occidental o


Norteamérica, la lucha por la igualdad de oportunidades pasaba por garantizar
ayudas estatales a la maternidad, la provisión de plazas públicas de educación
infantil, la posibilidad de permisos maternales y paternales remunerados para el
cuidado de los hijos, o las medidas de discriminación positiva y acción
afirmativa, inspiradas en parte en el movimiento norteamericano por los
derechos civiles, garantizando que porcentajes determinados de puestos
públicos fuesen cubiertos por mujeres, o que en caso de igualdad de méritos se
premiase al género estructuralmente más desfavorecido. Ese tipo de medidas,
primero aplicadas en la Europa nórdica y central, se han generalizado a buena
parte de los países desarrollados, despertando no poca oposición por parte de
los sectores más tradicionalistas; igualmente, se han extendido al ámbito de las
políticas de promoción de las iniciativas empresariales de las mujeres, su
acceso al crédito, o la prevención y persecución rigurosa del hostigamiento y
acoso sexual en el trabajo.

En determinados ámbitos laborales ha sido posible implantar esas medidas de


acción afirmativa, como en el sector público en general, en el que desde 1980
el número de mujeres empleadas aumentó de forma exponencial, y dentro de
él de modo particular en áreas como la enseñanza primaria y secundaria o el
secretariado. Sin embargo, en el sector privado de las economías desarrolladas
se ha consolidado de modo persistente una suerte de mercado laboral
segmentado. En su seno, los hombres acaparan los puestos mejores y mejor
pagados, y las mujeres los de peor cualificación, tienen más dificultades para
83
ascender, y sufren discriminación latente por el peso de los prejuicios,
asociados a expectativas laborales diferenciadas según el género. En 1989, los
salarios de las trabajadoras industriales británicas eran el 68 por ciento del de
los hombres; la proporción en Portugal era del 83 por ciento. Aun en las
sociedades más tolerantes en materia de igualdad de género persisten
estereotipos fuertemente implantados acerca de la idoneidad de las mujeres
para determinados trabajos, y su falta de adecuación o capacidad para otros,
bien por requerir trabajo físico o aptitudes de mando, bien por exigir una
dedicación horaria plena.

Por otro lado, en las sociedades donde la igualdad de oportunidades entre


sexos ha alcanzado cotas más altas, como Suecia, desde finales del siglo XX
se ha advertido un paulatino cambio de tendencia: el aumento de la fertilidad
ha ido acompañado de un incremento de la ocupación femenina a tiempo
parcial, cimentando el modelo de familia donde un miembro trabaja a tiempo
completo y otro, por lo general la mujer, a tiempo parcial, para poder dedicar
más horas al cuidado de la familia. A principios del siglo XXI, este modelo ya
era mayoritario en países como Holanda, llegaba al 40 por ciento en el Reino
Unido, y casi un tercio de las familias con hijos en Alemania.

Además, en los países más pobres, particularmente en África, pero también en


amplias zonas de Asia y Latinoamérica, la creciente globalización, por un lado,
y las medidas de ajuste económico impuestas por el FMI, por otro, habían
generado retrocesos considerables en la calidad de vida de las mujeres. Sus
puestos de trabajo habían desaparecido, su acceso a posibilidades de
educación y formación profesional se veía obstaculizado permanentemente, y
buena parte de los trabajos que desempeñaban, hasta un 75 por ciento, no
estaban retribuidos. Las mujeres cargaban a menudo con pesados trabajos
físicos y con la tarea de alimentar a sus familias, mientras sus maridos
emigraban a las ciudades o al extranjero en busca de trabajo. Además, en
sociedades de fuerte tradición patriarcal las crisis económicas y la escasez
penalizaban sobre todo a las mujeres. Estas, en buena parte campesinas,
seguían sin tener derecho a poseer tierras o a arrendarlas. La reducción de
subsidios o prestaciones por parte del Estado en ámbitos como la sanidad o la
educación empeoraba aún más su situación.

Las reivindicaciones feministas en los países en vías de desarrollo no sólo se


centraban, por tanto, en la liberación personal o sexual, sino que vincularon su
causa a la lucha contra el atraso socioeconómico. Aunque en varios países,
como la India, sus movimientos y organizaciones tendían a subordinarse a las
prioridades establecidas por los movimientos de liberación nacional, también se
registraron críticas frontales al patriarcalismo de las sociedades tradicionales.
Una de las principales líderes feministas egipcias, la médica y escritora Nawal
el Saadawi, causó gran revuelo con su libro Las mujeres y el sexo en 1972,
donde denunciaba la práctica de la ablación genital en las zonas rurales del
país, y consideraba a la religión como un agente opresor de la mujer,
particularmente en las sociedades musulmanas. El Saadawi marcó la pauta
que seguirían las estrategias feministas en el Tercer Mundo: el énfasis en
situaciones concretas, dependientes de contextos culturales específicos, y su
relación con cuestiones étnicas y de clase, presentando sus objetivos de forma
integrada con reivindicaciones sociales y culturales, desde el indigenismo a la
84
lucha contra la pervivencia del sistema de castas o contra el apartheid
sudafricano... Las feministas en Kenia se integraron así en las comunidades
rurales y se ocuparon de la solución de los problemas de las mujeres para
compatibilizar cuidado de los niños, búsqueda de alimentos y lucha contra la
pobreza. En buena parte de Latinoamérica, las feministas desarrollaron su
actividad de forma conjunta con los sindicatos, y se centraron en la mejora de
las condiciones de trabajo extra doméstico, exigiendo mejores sueldos y
menores jornadas de trabajo, así como una profundización de los derechos de
participación política de la mujer.

Con todo, a finales del siglo XX, en numerosos Estados africanos y asiáticos
persistían restricciones en sus legislaciones civiles para el disfrute de los
derechos de propiedad de las mujeres, y sólo desde la Conferencia de Pekín
de 1995 países como Bolivia, Malasia, Nepal, la República Dominicana,
Uganda o Tanzania promulgaron leyes que corregían la discriminación vigente.
En Mongolia, hubo que esperar a 1999 para que su Código Civil y de Familia
reconociese la igualdad de los derechos de la mujer a heredar, explotar la tierra
o poseer ganado. Por las mismas fechas, la República de Armenia adoptó una
legislación similar. Pero también en países europeos, como Albania, hasta
1998 no se recogió la igualdad entre hombres y mujeres en su Constitución.

De esas diferencias de enfoque también surgían a menudo agrias disputas en


los foros internacionales acerca de cuestiones como la mutilación sexual
femenina en varios países de África y Oriente Medio, y la forma de abordarla.
El movimiento feminista occidental, desde la publicación en 1979 del Informe
Hosken, estableció la erradicación de esa práctica inhumana como un objetivo
fundamental a escala mundial. Empero, las feministas de países islámicos y
africanos, aun compartiendo la condena, eran de la opinión de que el enfoque
de la lacra de la ablación por parte occidental dejaba de lado importantes
cuestiones de fondo, como la explotación económica de las mujeres en el
Tercer Mundo por el neocolonialismo, y reflejaba un sentimiento de
superioridad occidental frente a las culturas musulmanas o africanas, vistas de
forma indiferenciada como atrasadas y propensas a la barbarie. Si la distinción
de sexos era una construcción social de las diferencias biológicas, sus
modalidades dependían de los contextos sociales y culturales en que se
formulaban; y, por tanto, las soluciones también debían ser distintas. La
concepción occidental de la situación de la mujer en el Tercer Mundo reflejaría,
según la socióloga y teórica india de las relaciones de género Chandra
Mohanty, una representación tardía del otro de origen colonial.

Como efecto colateral de esa percepción diferenciada, se pueden recordar las


controversias acerca de la práctica del uso del velo por las mujeres en los
países musulmanes, en diferentes formas y variantes (desde el burka, que
cubre todo el cuerpo incluida la cara, hasta el hiyab o el chador, que dejan la
cara descubierta, o el nicab, que cubre el rostro). Era una práctica propia de
muchas sociedades tradicionales, también cristianas, y que en parte fue
reactivada desde los años setenta en varias sociedades de mayoría
musulmana. Mientras buena parte de la opinión pública occidental consideraba
el velo un símbolo de opresión masculina, y una forma de someter a la mujer a
una humillación en el espacio público, muchas feministas musulmanas
defendían el uso opcional y voluntario del velo, a menudo contemplado como
85
una tradición cultural no necesariamente ligada a un significado religioso, y
situaban la práctica en su contexto social específico. Para numerosas mujeres
musulmanas, la vuelta al velo supondría simplemente una reafirmación de su
identidad cultural frente al influjo occidental, y era compatible con la adopción
de la modernidad, su libertad personal y sexual y su plena integración
sociolaboral. La polémica alcanzó gran relevancia mediática en Francia desde
1989, cuando tres alumnas de origen inmigrante en una escuela secundaria de
la periferia parisina fueron expulsadas por negarse a dejar de cubrirse la
cabeza. La reacción de la comunidad inmigrante musulmana, y de destacados
intelectuales de izquierda, obligó al Gobierno de Mitterrand a dar marcha atrás.
No obstante, los términos de la discusión estaban sobre la mesa: ¿Debían
aceptarse, al menos, algunos de los tipos de velo tradicional como
manifestaciones culturales, y tolerarse siempre que su uso fuese voluntario?
¿O debía prevalecer el principio republicano de igualdad de hombres y
mujeres, y por tanto de no discriminación simbólica en la esfera pública? El
debate se vinculaba así al dilema entre pluralismo cultural y asimilación de los
inmigrantes, por un lado, y a la afirmación de los derechos individuales, por
otro. Como cualquier símbolo, el velo estaba sujeto a interpretaciones muy
divergentes. Si se imponía por decreto, como sucedía con los talibanes en
Afganistán, la práctica devenía en símbolo de opresión femenina. Si se prohibía
por decreto, su uso podía transformarse en un símbolo de libertad y afirmación
cultural.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Explique tres momentos por los que la mujer debió luchar para el reconocimiento de
sus derechos.
2. Determine dos problemas que la mujer debió resolver en su camino por la igualdad de
género.
3. ¿Cómo se insertó el reconocimiento de los derechos no heterosexuales en las luchas
de las mujeres?

• Visualice el film “Las sufragistas” de Sarah Gavron (elabore un ensayo).

• Lea el texto: “Situación actual de la mujer en el mundo” de José Lattus Olmos (link:
http://www.revistaobgin.cl/app/webroot/files/pdf/v05_n2_020.pdf).

86
LA ERA DE LAS REFORMAS
Romer Cornejo

Adaptación realizada de:


Cornejo, Romer (2018) Hacia el mundo contemporáneo. En: Historia mínima de China. Lima.
Universidad del Pacífico (páginas: 337-348).

La Tercera Sesión del XI Congreso del partido, a fines de 1978, es el hito con
el que la historiografía china suele marcar el inicio del amplio proceso de
reformas que ha afectado casi cada aspecto de la sociedad. El planteamiento
básico de esa sesión fue cambiar el centro de gravedad del esfuerzo del
partido del ámbito de la lucha política al del desarrollo económico. El clima de
cambio propició que, en el centro de Beijing, en Xidan, empezaran a aparecer
periódicos murales criticando directamente a Mao y a sus seguidores y
apoyando a Deng. Asimismo, se publicaron una serie de panfletos y revistas
políticas y literarias que expresaban con libertad todo tipo de tendencias,
paralelamente se formaron grupos de discusión sobre derechos humanos y
otros temas, era un movimiento amplio que se llamó del Muro de la
Democracia. La más emblemática de las revistas literarias de ese momento,
Hoy, continuó publicándose fuera del país. En una actitud aparentemente
paradójica, Deng Xiaoping y su grupo catalogaron al movimiento de inaceptable
y por lo tanto de incompatible con las cuatro modernizaciones, la respuesta del
gobierno ocurrió después del viaje de Deng a Estados Unidos del 28 de enero
al 4 de febrero de 1979, y se tradujo en represión y encarcelamientos y
consecuentemente en la salida del país de muchos intelectuales y artistas. La
posición de Deng sobre este movimiento reveló la actitud que asumiría el
liderazgo de la reforma económica frente a las aspiraciones participativas de
algunos grupos de la sociedad china.

No obstante, el movimiento de transformación en las expresiones artísticas y


literarias continuó y el IV Congreso de Escritores y Artistas reunido en el otoño
de 1979 marcó el inicio de una nueva etapa en las expresiones culturales de
China pues, a pesar del ambiguo discurso de inauguración de Deng Xiaoping,
hubo una explosión de literatura crítica a la revolución cultural, llamada
literatura de la herida, con escritores muy sobresalientes como Wang Meng 1 y
Gu Hua, entre muchos otros, así como la introducción de técnicas literarias
novedosas en el país y amplias discusiones de reevaluación de la historia del
país.

Las reformas económicas no se formularon como un proyecto previamente


concebido, sino como un ensayo basado en principio en la sustitución de las
organizaciones colectivas en la agricultura por el sistema de responsabilidad
familiar y los mercados libres, en la responsabilidad de las empresas estatales
sobre sus pérdidas y ganancias y la construcción de una economía de

1Fue ministro de cultura de 1986 a septiembre de 1989, criticado en 1957 y durante la


revolución cultural.

87
exportación con la participación de la inversión extranjera. Las reformas se
pueden individualizar por su carácter endógeno y aplicación gradual, espacial y
temporalmente, por el mantenimiento de la rectoría del estado que, aunque
abandonó la planificación central compulsiva y la propiedad de las empresas
como norma, ha mantenido el control del proceso y ha insistido en mantener la
propiedad sobre algunas empresas y apoyar el desarrollo tecnológico propio.

El impulso inicial de las reformas económicas en China a fines de la década de


1970, provino del análisis del estancamiento de la producción agraria, fuente de
acumulación de la paralizada economía industrial, y sustento de una población
cuyo crecimiento representaba un auténtico desafío2. Esta aproximación con
base en el análisis de resultados económicos insatisfactorios fue la misma que
se utilizó para iniciar la colectivización de la agricultura en 1955, para lanzar el
Gran Salto Adelante en 1958 y para la nueva política económica de principios
de la década de 1960, con resultados radicalmente diferentes.

En términos muy generales se pueden identificar varias etapas del proceso de


reformas económicas: 1979, el inicio de las reformas estructurales en el campo
y las Zonas Económicas Especiales para la inversión extranjera; 1984, cambios
en las reformas en el campo y las reformas en el sector industrial- urbano
basados en la responsabilidad de cada empresa; 1993, la profundización de la
apertura y la reforma en las empresas estatales con la venta de muchas
empresas no consideradas prioritarias; 1997, la profundización de las reformas
institucionales como requisito para el ingreso a la Organización Mundial de
Comercio, y a partir de 2002 la respuesta al ingreso del país a la OMC y
reevaluación de los resultados de todo el proceso de reforma económica.

Las primeras reformas radicales se llevaron a cabo en el campo. En la


primavera de 1979 el gobierno elevó los precios de acopio de los granos y
ofreció un aumento del precio de los granos producidos individualmente por
encima de las cuotas contratadas con las familias, aumentó el tamaño de las
parcelas privadas, liberó los precios de los productos subsidiarios y estimuló el
surgimiento de mercados rurales. Estas primeras reformas tuvieron un gran
impacto sobre la producción agrícola y sobre la acumulación de los primeros
pequeños capitales en el campo. El gran paso siguiente se dio en septiembre
de 1980 cuando se ordenó la descolectivización y la puesta en práctica del
llamado Sistema de Responsabilidad Familiar (SRF), el cual, a grandes rasgos,
consistió en el desplazamiento de las organizaciones colectivas para colocar en
los jefes de familia la responsabilidad de contratar con las organizaciones
estatales sobre la cantidad de tierra a cultivar, productos a sembrar, cantidad
de productos a vender al estado, precios y otras condiciones. Este proceso de
cambio tuvo tal acogida que en 1983 el 89% de las familias estaba bajo el SRF,
y para el año siguiente comenzó a permitirse oficialmente la contratación de
trabajadores agrícolas y la renta de la tierra contratada, posteriormente el

2Uno de los pilares de la reforma fue la aplicación paralela de una estricta política de control
del crecimiento de la población. Este es un tema que no vamos a tratar en este breve ensayo,
para ver su aplicación al inicio de las reformas puede consultarse Botton, Flora y Romer
Cornejo, “La política de un solo hijo en China”, Estudios demográficos y urbanos, vol. 4, núm. 2,
mayo-agosto de 1989.

88
sistema ha tenido varios ajustes. En el plano institucional, la constitución de
1982 aclaró el traslado de las facultades administrativas de la comuna a las
aldeas y cantones, los cuales tomaron también las propiedades de las
comunas y comenzaron a crear pequeñas empresas de cantones y aldeas,
cuyo crecimiento tuvo un gran impacto.

Gracias al SRF la producción agrícola tuvo un crecimiento sostenido hasta


1998, fecha en que se observó un descenso y estancamiento, que llevó al país
a tener un importante déficit en el comercio exterior de productos agrícolas. La
reevaluación de estas políticas ha dado como resultado el freno de la tendencia
decreciente en la producción de granos, la cual recuperó su pico de un poco
más de 500 millones de toneladas en 2007. Actualmente el campo chino es
objeto de cercana atención por el gobierno, tiene serios rezagos sociales, de
inversión y políticos, con un ingreso promedio per cápita de un tercio del de las
zonas urbanas, con bajo nivel educativo y de servicios de salud y aquejado por
la corrupción de funcionarios y empresarios locales es una de las fuentes más
importantes de protestas sociales.

Otra de las grandes reformas iniciadas en China en 1979 fue la aceptación de


inversión extranjera y la liberalización de la inversión en el ámbito urbano. Las
normas para la operación de las empresas extranjeras de 1979 se relajaron en
1983. En 1984, a las primeras cuatro zonas económicas especiales, se
agregaron 14 ciudades costeras que fueron abiertas a la inversión extranjera,
proceso de apertura espacial que siguió al año siguiente hasta la apertura de
toda la zona costera. En octubre de 1987 el secretario general del partido
finalmente declaró que China debía ser una economía de exportación. En
relación con la inversión extranjera, el ingreso de China a la OMC en 2001
implicó compromisos concretos en la apertura de sectores previamente
restringidos. Cientos de normas y regulaciones concernientes a la inversión
extranjera han sido derogadas o modificadas por el Consejo de Estado y la
Asamblea Popular Nacional. Todo ello condujo a que a partir de 2002 el país se
colocara como el principal receptor de inversión extranjera directa en el mundo,
y se ha mantenido como un destino privilegiado para ellas.

El estado ha conservado su función rectora del proceso de reformas tanto a


través de la propiedad en sectores considerados importantes como de su
intervención en políticas centrales como la de ciencia y tecnología. El gobierno
optó primero por reformar el sistema de administración de las empresas
estatales, luego por privatizar las pequeñas y que no consideraba prioritarias, y
finalmente por conservar un conjunto de grandes empresas e intentar
recapitalizarlas con inversión bursátil, así como insistir en la reforma
administrativa, la renovación tecnológica y el saneamiento financiero, todo ello
conservando la propiedad de un núcleo de empresas definidas como básicas.
Desde 2003 estas empresas están administradas y supervisadas por la
Comisión de Administración y Supervisión de los Bienes del Estado, que tiene
un rango de ministerio estratégico y depende directamente del Consejo de
Estado. Asimismo, el estado está comprometido en la creación de una
plataforma nacional de investigación científica y tecnológica que le permita un
desarrollo propio. Los elementos básicos de las reformas económicas han sido
el estudio de otras experiencias de desarrollo, como la de Japón, la aplicación

89
gradual y la evaluación continua de los programas y, en consecuencia, el
cambio flexible de políticas, en un marco de planeación a corto, mediano y
largo plazo. Los resultados económicos y sociales de estas reformas son
inéditos en la historia de la humanidad en el sentido de lograr altos y
sostenidos ritmos de crecimiento de la producción, las más elevadas cuotas de
inversión extranjera y de acumulación de reservas, ser uno de los más
importantes exportadores de bienes manufacturados del mundo, así como una
radical transformación de la estructura social en un lapso de 25 años.

Las reformas han planteado una reinserción de China en la comunidad


internacional. El primer año de las reformas fue complejo, en la medida en que
Beijing mantuvo su desconfianza ante la influencia de la Unión Soviética en sus
fronteras y la expansión de Vietnam en Camboya. De allí su incursión militar en
Vietnam en 1979 debido a un incidente relacionado con la minoría china en
Vietnam, al tiempo que establecía relaciones diplomáticas formales con
Estados Unidos. Las reformas trajeron también la normalización lenta de
relaciones con la URSS, así como una drástica mejoría de la relación con los
países vecinos, la construcción de alianzas de interés mutuo y una relación
económica particularmente estrecha. En la región sólo resalta la relación
paradójica con Japón, en la que al tiempo que se profundiza en el plano
económico se mantienen concepciones divergentes sobre seguridad regional y
sobre la historia de las atrocidades japonesas durante su invasión a China. La
represión del gobierno de Beijing sobre los manifestantes de Tiananmen en
1989 produjo una reacción de rechazo en Europa y Estados Unidos cuyas
consecuencias aún se viven. Sin embargo, el comercio y la inversión de esos
países han sido el principal motor del desarrollo económico de China, aunque
mantengan su desconfianza y falta de reconocimiento de la legitimidad de su
régimen político. Su necesidad de asegurarse fuentes de materias primas y
mercados ha llevado a Beijing a estrechar sus relaciones con regiones como
África y América Latina, provocando la reactivación de varias economías de
estos continentes.

Las reformas vinieron también aparejadas con la reincorporación de Hong


Kong en 1997 y de Macao en diciembre de 1999, sin embargo, desde su
perspectiva, el gobierno chino aún espera por la reincorporación de Taiwán,
una aspiración de las elites de ambos lados en el pasado, pero que se ha
enfrentado a la oposición de una parte de la población de Taiwán que bajo el
liderazgo del Partido Demócrata Progresista ha construido un discurso
nacionalista local. En este caso el gobierno de China apuesta por una solución
de mediano o largo plazo fundamentada en la integración económica.
Asimismo, dentro de sus fronteras continentales el gobierno del Partido
Comunista aún enfrenta la oposición de grupos tibetanos, la mayoría de los
cuales reconoce el liderazgo del XIV Dalai Lama, exiliado en Daramsala y con
gran prestigio internacional. Los movimientos de protesta más recientes fueron
entre octubre de 1987 y marzo de en la primavera de 2008, ambos seguidos
por una firme represión y particularmente el último por el recrudecimiento del
nacionalismo Han, dado el desprestigio que significaba este movimiento para
los juegos olímpicos de ese año. En el extremo noroeste del país, grupos de
origen musulmán, menos populares entre la opinión pública internacional,
reclaman también derechos de autonomía. En estos dos últimos casos el

90
gobierno apuesta a una solución de largo plazo basada en transformaciones
económicas y movimientos de población.

Los cambios políticos y sociales

Desde el punto de vista institucional, los líderes de la reforma proveyeron al


país de una nueva Constitución en 1982, que retorna los principios de la de
1954. Esta nueva Constitución restauró la presidencia de la república 3 y ha sido
enmendada cuatro veces, expresando así los profundos cambios estructurales
del país. Las transformaciones que se han experimentado en el sistema político
de China pueden resumirse en el tránsito de un autoritarismo políticamente
muy opresivo e interventor a uno donde un gobierno unipartidista ha
liberalizado el control sobre la vida cotidiana y sobre las actividades
económicas de la población, así como descentralizado la toma de decisiones, a
la vez que ha puesto en práctica formas particulares de participación política
local ajustadas a las nuevas circunstancias. Los movimientos políticos entre
sectores urbanos, principalmente intelectuales, que tendían hacia una apertura
mayor del sistema que se gestaron a principios de las reformas, tuvieron una
última expresión en 1989 en Tiananmen, el más atendido de ellos por los
medios de comunicación internacionales por las circunstancias que le
rodearon, la visita de Gorbachov y la propia reforma política en la Unión
Soviética. Todos fueron aplastados por el estado y a partir de esta última fecha
el gobierno central sólo se ha considerado retado por el intento de formación de
un pequeño partido democrático en 1998 y por un movimiento con
características religiosas, Falungong, en 1999, en ambos casos pareciera que
el gobierno exageró su reacción ante movimientos con poca capacidad real de
competir con el Partido Comunista.

La efervescencia cultural que se vivió en la primera década de la reforma tuvo


una transformación muy importante después de la represión de Tiananmen en
1989. Cuando los controles políticos se relajaron de nuevo, a partir de 1992,
muchos elementos comenzaron a influir para cambiar el ambiente cultural del
país. Por un lado, la nueva generación de intelectuales y artistas, cosmopolitas
y fuertemente influidos por el post-modernismo, el nihilismo y el falso
antiintelectualismo, se encuentran prácticamente sin disyuntiva política. El
partido ha reducido al máximo los elementos de censura, de manera que si no
se cuestiona explícitamente al gobierno del partido las posibilidades temáticas
son muy amplias. Magníficos fotógrafos han documentado la pobreza, la
prostitución, la contaminación y la marginalidad en general. Los artistas
visuales han superado con mucho en audacia a las más tremendistas
tendencias del mundo. En el arte visual la dictadura, o la censura, provienen
ahora de la relación entre las ambiciones económicas de los creadores y el
mercado. Recientemente el mercado internacional ha llevado a una obra de
Yue Minjun, en algún momento a la vanguardia del realismo cínico, a la cifra de
seis millones de dólares, y a una obra de Wang Guangyi a los 4.1 millones de
dólares, se espera que estos precios suban. Las expresiones visuales van del

3Ese cargo ha sido ocupado por: Li Xiannian, julio 1983-abril 1988; Yang Shangkun, abril 1988-
marzo 1993; Jiang Zemin, marzo 1993-marzo 2003; Hu Jin, marzo 2003 (su periodo termina en
2013). El periodo dura cinco años, con una reelección subsiguiente.

91
monumentalismo de Cai Guoqiang, pasando por la deconstrucción del lenguaje
de Xu Bing, hasta el radical cuestionamiento de la relación entre el mercado y
la historia de Ai Weiwei, quien en 1995 dibujó el símbolo de Coca Cola sobre
una urna de la dinastía Han. Algunos artistas han tocado los límites del
realismo usando su propio cuerpo o cadáveres, uno de los más interesantes de
ellos es Xu Zhen en cuya obra 8846 menos 1,86 presenta en una caja en
refrigeración la punta de 1.86 metros que dice haberle cortado al Everest.

Asimismo, el régimen ha tolerado a escritores críticos como Wang Lixiong,


quien además de su trabajo literario es un conocido militante por los derechos
de las minorías, en particular de los tibetanos, y por el medio ambiente.
Obviamente este tipo de intelectuales no son favoritos del régimen y padecen
las consecuencias de no serlo, pero son tolerados. En el ámbito académico y
político los debates se han intensificado y las posiciones se han diversificado,
sólo que, al contrario de la década de 1980, cuando se discutía sobre las
posibilidades y los límites del socialismo, actualmente la discusión se ha hecho
más academicista en el sentido de especializarse sobre tópicos muy
específicos, casi técnicos, de la economía, la sociología, etcétera. En esta
tendencia ha tenido gran influencia la desaparición de los intelectuales que
repensaban la realidad en su conjunto, que tendían a pensar en utopías
sociales, y escribían para un público amplio. Ellos han sido sustituidos por los
especialistas, sujetos a las evaluaciones académicas y que escriben para sus
pares, o por los que se dirigen a las grandes audiencias de los medios de
comunicación para traducirle los tecnicismos de los anteriores. En ambos
casos la censura del estado ha sido sustituida por los imperativos de los
mecanismos de evaluación de la academia o por los de las audiencias.

El nuevo grupo político que se ha consolidado en el poder en China desde


2002, en el XVI y el XVII congresos del Partido Comunista, ha expresado un
importante cambio en su discurso político. Partiendo del probado análisis,
basado en las contradicciones, pone el acento en los grandes desbalances
creados por el proceso de reformas y se propone indagar e iniciar la solución
de la inequidad social, de la desigualdad regional en la distribución del ingreso,
de la contaminación ambiental y de la corrupción, así como el establecimiento
de un estado de derecho, de elecciones locales en los tres más bajos
escalones de la división administrativa, la innovación propia en ciencia y
tecnología, etcétera. Algunas de estas propuestas ya han sido expresadas en
reformas constitucionales y en otras leyes nacionales. En el ámbito político el
Partido Comunista busca estimular la participación de los ciudadanos a través
de la elección de las autoridades colegiadas locales, así como de las
organizaciones sociales que representen intereses colectivos funcionales
reconocidos por el estado, como las organizaciones empresariales y los
sindicatos, o las organizaciones no gubernamentales involucradas en la ayuda
social o en el cuidado del ambiente.

Gran parte de estas propuestas de cambio son también una respuesta a la


expansión de manifestaciones de protestas populares que se han dado en todo
el país, algunas con saldo de vidas perdidas. En el noreste han proliferado las
manifestaciones de despedidos de las empresas estatales, en el centro
muchos campesinos se han levantado por cobro de impuestos excesivos, en

92
otros casos hay informes de enfrentamiento de comunidades de minorías
étnicas, sobre todo musulmanas, con chinos han, etcétera. Asimismo, en las
grandes ciudades ha crecido la resistencia civil en contra de los desarrolladores
urbanos que están fuera de la ley.

La base social donde han ocurrido estas reformas económicas radicales y


cambios políticos ha experimentado su segundo gran cambio radical estructural
desde 1949. En aquel momento el cambio social fue compulsivo, a través de
leyes se establecieron desde el poder normas específicas de organización
social y se cambió el comportamiento funcional de los grupos sociales, en
muchos casos simplificando su estructura. El grupo social más importante
surgido de ese momento político fue el de los cuadros, un grupo muy amplio al
que se ingresa a través del reclutamiento, con privilegios diferenciados según
su cercanía al poder central, pero perfectamente identificado como
representante del poder político.

Los actuales cambios sociales en China no han sido compulsivos, sino que el
poder central cambió la estructura económica y relajó los controles políticos, y
éste fue el marco propicio para que, en un lapso tan corto como 25 años, de las
masas campesinas primero y urbanas después surgiera y se consolidara uno
de los empresariados más dinámicos y complejos del mundo, y además una
rica y creciente clase media urbana y una elite intelectual educada en las
corrientes del pensamiento más avanzadas; y todos ellos conviven en relación
estrecha y dinámica con un estrato de cuadros del partido que está en un
proceso de renovación que implica mayor educación y profesionalización, una
amplia mayoría de campesinos y población urbana de trabajadores fuertemente
orientados a la satisfacción de sus necesidades básicas, y un fluctuante
número de pobres, excluidos todavía del desarrollo. La eficaz política de control
del crecimiento de la población, aplicada desde principios de las reformas,
también ha transformado estructuralmente a las familias y a la población misma
y, sin pretender rebasar esta aproximación esquemática, en la complejidad de
la sociedad china actual hay que considerar también la diversidad étnica y
regional y los amplios movimientos espaciales de la población.

ACTIVIDADES

1. Explique a partir de dos argumentos las reformas emprendidas en el campo económico tras
la muerte de Mao.
2. ¿Cómo se desarrollaron las transformaciones en el sistema político de China considerando
el Partido Comunista a partir de los años ochenta?
3. Identifique y compare tres características de los vídeos que a continuación se le presentan:

VIDEOS SOBRE EL TEMA:


https://www.youtube.com/watch?v=0tymIOx-Fv8
https://www.youtube.com/watch?v=WPBkHurMR8Q

93
LOS FUNDAMENTALISMOS
Anthony Giddens

Adaptación realizada de:


Giddens, Anthony (2014) Sociología. 7 ma. Edición. Madrid. Alianza Editorial. (páginas: 845-
851).

La fuerza del fundamentalismo religioso es otro de los factores que indica que
la secularización no ha triunfado, ni siquiera en el mundo desarrollado. El
término fundamentalismo puede aplicarse a muy diferentes contextos para
describir una estricta observancia de un conjunto de principios o creencias. El
fundamentalismo religioso describe el enfoque que adoptan los grupos
religiosos que demandan la aplicación literal de escrituras o textos
fundamentales y que creen que las doctrinas que emergen de dichas lecturas
deben ser aplicadas a todos los aspectos de la vida social, económica y
política.

Los fundamentalistas religiosos creen que sólo es posible una visión del mundo
y que la suya es la correcta: no hay lugar para la ambigüedad o la multiplicidad
de interpretaciones. Dentro de los movimientos fundamentalistas, el acceso al
significado exacto de las escrituras queda reservado a un conjunto de
«intérpretes» privilegiados, como los sacerdotes, el clero u otros líderes
religiosos. Tal facultad confiere a estos dirigentes una gran autoridad, no sólo
en cuestiones religiosas, sino también en las mundanas. Hay fundamentalistas
religiosos que se han convertido en poderosas figuras políticas dentro de
movimientos de oposición o de partidos políticos mayoritarios, e incluso en
jefes de Estado.

El fundamentalismo religioso es un fenómeno relativamente nuevo: el concepto


no ha entrado en la lengua común hasta las últimas tres o cuatro décadas.
Surge sobre todo como respuesta a la globalización. Mientras las fuerzas de la
modernización iban socavando progresivamente elementos tradicionales del
mundo social como la familia nuclear y el dominio de la mujer por parte del
hombre, el fundamentalismo surgía para defender esas creencias tradicionales.
En un mundo en proceso de globalización, que exige razones racionales, el
fundamentalismo insiste en dar respuestas basadas en la fe y referencias a una
verdad ritual: el fundamentalismo es la tradición defendida de forma tradicional.

Aunque el fundamentalismo se alza para oponerse a la modernidad, también


utiliza enfoques modernos para afirmar sus creencias. Los fundamentalistas
cristianos de los Estados Unidos, por ejemplo, fueron de los primeros grupos
en utilizar la televisión como medio para extender sus doctrinas. Los militantes
del grupo Hindutva han utilizado Internet y el correo electrónico para fomentar
una «identidad hindú». En este apartado examinaremos dos de las
manifestaciones más destacadas de fundamentalismo religioso: el islámico y el
cristiano. En los últimos treinta años, la fuerza de estas tendencias ha

94
aumentado, configurando los contornos tanto de políticas nacionales como
internacionales.

El fundamentalismo islámico

De los primeros sociólogos, puede que sólo Weber hubiera podido sospechar
que un sistema religioso tradicional como el islam podía tener un gran
resurgimiento y convertirse en el protagonista de importantes procesos políticos
a finales del siglo XX; sin embargo, esto es exactamente lo que ocurrió desde
la Revolución Iraní (1978-1979), que acabó con el gobierno monárquico e
introdujo una república islámica con el ayatolá Jomeini a la cabeza. En los
últimos años, el resurgimiento islámico se ha extendido y ha tenido un impacto
notable en otros países, entre ellos Egipto, Siria, Líbano, Argelia, Afganistán y
Nigeria. ¿Qué explica este resurgir a gran escala del islam?

Para entender el fenómeno, no sólo hemos de tener en cuenta las


características del islam como religión tradicional, sino también los cambios de
tipo social que han afectado a los estados modernos en los que su influencia es
omnipresente. El islam, como el cristianismo, es una religión que ha estimulado
continuamente el activismo: el libro sagrado musulmán, el Corán, está lleno de
instrucciones dadas a los creyentes para que «luchen por el camino de Dios».
Esta lucha se dirige contra los no creyentes y contra los que introducen la
corrupción dentro de la comunidad musulmana. A lo largo de los siglos han
existido sucesivas generaciones de reformadores musulmanes, y el islam ha
quedado tan dividido internamente como el cristianismo.

Los chiíes se separaron del cuerpo principal del islam ortodoxo al principio de
su historia y siguen teniendo influencia. El chiismo ha sido la religión oficial de
Irán (antes conocido como Persia) desde el siglo XVI y proporcionó las ideas
que impulsaron la revolución iraní. El origen de los chiíes se remonta al imán
Alí, un líder religioso y político del siglo VII del que se cree que mostró
cualidades de devoción personal a Dios y una virtud sobresaliente entre los
mundanos gobernantes de la época. Los descendientes de Alí llegaron a
considerarse los líderes legítimos del islam, puesto que se creía que
pertenecían a la familia del profeta Mahoma, a diferencia de las dinastías que
ocupaban realmente el poder. Los chiíes creían que finalmente llegaría, a
instituirse el gobierno del legítimo heredero de Mahoma, que derribaría las
tiranías y las injusticias asociadas con los regímenes existentes El heredero de
Mahoma sería un líder directamente guiado por Dios, que gobernaría de
acuerdo con el Corán.

Existen nutridas poblaciones chiíes en otros países de Oriente Próximo, como


Irak, Turquía y Arabia Saudí, así como en la India y Pakistán. Sin embargo, en
estos países el liderazgo islámico está en manos de la mayoría, los suníes, que
siguen el «Camino Trillado», una serie de tradiciones que proceden del Corán y
que toleran una considerable diversidad de opiniones, en contraste con las
concepciones chiíes, más rígidamente definidas.

El islam y Occidente

95
Durante la Edad Media hubo una lucha más o menos constante entre la Europa
cristiana y los estados musulmanes, que controlaban grandes áreas de lo que
se convirtió después en España, Grecia, Yugoslavia, Bulgaria y Rumanía. La
mayoría de las tierras conquistadas por los musulmanes fueron retomadas por
los europeos y, de hecho, muchas de sus posesiones en el norte de África
fueron colonizadas cuando el poder de Occidente aumentó en los siglos XVIII y
XIX. Estos reveses fueron catastróficos para la religión y las civilizaciones
musulmanas, que los creyentes islámicos consideraban las mejores y más
avanzadas de cuantas eran posibles, trascendiendo a todas las demás. A
finales del siglo XIX la incapacidad del mundo musulmán para oponerse
eficazmente a la expansión de Occidente desembocó en movimientos
reformistas que trataban de devolver el islam a su fuerza y pureza originales.
Una de las ideas clave era que el islam debía responder al reto de Occidente
afirmando la identidad de sus propias creencias y prácticas (Sutton y Vertigans,
2005).

Esta idea se ha desarrollado de diversas formas en el siglo XX y fue el telón de


fondo de la «revolución islámica» iraní de 1978-1979. Esta se aumentó
inicialmente de la oposición interna al Sha, que había aceptado y tratado de
promover formas de modernización inspiradas en Occidente, como la reforma
agraria, el voto para las mujeres y el desarrollo de una educación laica. El
movimiento que derribó a Sha aglutinó a personas con intereses muy diversos
que, de ninguna manera, eran todas afectas al fundamentalismo islámico; sin
embargo, una de las figuras dominantes era el ayatolá Jomeini, que
reinterpretó de forma radical las ideas chiíes.

Jomeini organizó su gobierno de acuerdo con la ley islámica tradicional. La


revolución islámica hizo de la religión, tal como queda dicho en el Corán, la
base directa de toda la vida política y económica. Bajo la ley islámica —la
shaira— rediviva se practicaba una rigurosa segregación de los sexos, las
mujeres eran obligadas a cubrirse el cuerpo y la cabeza en público, los
homosexuales practicantes eran enviados ante el pelotón de fusilamiento, y las
adúlteras, lapidadas hasta la muerte. Este estricto código se ve acompañado
de una concepción sumamente nacionalista, que se crece especialmente frente
a las influencias occidentales.

El objetivo de la revolución iraní era islamizar el Estado: organizar el gobierno y


la sociedad de modo que las enseñanzas musulmanas se hicieran las
dominantes en todas las esferas. Sin embargo, este proceso no se ha
completado en absoluto, y hay fuerzas que luchan contra él. Zubaida (1996) ha
distinguido tres conjuntos de grupos enfrentados entre sí. Los radicales quieren
continuar la revolución islámica y profundizar en ella, creyendo también que
ésta debería trasladarse de forma activa a otros países musulmanes. Los
conservadores se componen principalmente del funcionariado religioso, que
cree que la revolución ya ha avanzado lo suficiente. Les ha dado una posición
de poder en la sociedad que les gustaría mantener. Los pragmáticos están a
favor de implantar reformas en el mercado y de la apertura de la economía a la
inversión y el comercio extranjeros. Se oponen a la aplicación estricta de los
códigos islámicos en relación con la mujer, la familia y el sistema legal.

96
La muerte del ayatolá Jomeini en 1989 supuso un golpe para los elementos
radicales y conservadores de Irán; su sucesor, el ayatolá Alí Jamenei, siguió
contando con la lealtad de los poderosos ulemas (líderes religiosos) iraníes,
pero fue perdiendo aceptación entre el ciudadano medio del país, que se siente
molesto con el régimen represivo y la persistencia de los males sociales. Las
grietas internas de la sociedad iraní, entre los pragmáticos y el resto, afloraron
con bastante claridad a la superficie bajo la presidencia reformista de Mohamed
Jatami (1997-2005), cuya administración se caracterizó por las luchas con los
conservadores, que se las arreglaron para obstaculizar sus intentos de
reformar la sociedad iraní. La elección del profundamente conservador alcalde
de Teherán, Mahmud Ahmadinejad, como presidente en 2005, aligeró la
tensión entre la dirección política y religiosa del país. A pesar de que fue
reelegido en 2009 —entre protestas de fraude electoral— su permanencia en el
poder se ha caracterizado por las tensiones con Occidente, entre otras cosas
por la continuación del programa nuclear iraní. En 2012, por ejemplo, Irán
suspendió todas las ventas de petróleo a compañías francesas y británicas,
adelantándose a la prohibición de importar petróleo iraní de la Unión Europea.
El ministro de Exteriores británico predijo una posible guerra o una nueva
«guerra fría» en la región si Irán desarrollaba armas nucleares.

La difusión del resurgimiento islámico

Aunque se suponía que las ideas que subyacen en la revolución islámica iraní
habían de unir a todo el mundo musulmán contra Occidente, los gobiernos de
los países en los que los chiíes están en minoría no se han mostrado próximos
a dicha revolución. Sin embargo, el fundamentalismo islámico ha recabado
grandes apoyos en la mayoría de esos estados, y diversas formas de
resurgimiento islámico se han visto estimuladas por él.

Aunque el fundamentalismo islámico haya ganado influencia en muchos países


del norte de África, Oriente Próximo y el sur de Asia durante los últimos diez o
quince años, sólo ha logrado llegar al poder en dos estados. Desde 1989
Sudán está gobernado por el Frente de Salvación Nacional, mientras que el
régimen fundamentalista talibán consolidó su control del fragmentado Estado
afgano en 1996, pero fue desalojado del poder a finales de 2001 por fuerzas de
la oposición afgana y el ejército de Estados Unidos. En muchos otros países
los grupos fundamentalistas islámicos han ganado influencia, pero se ha
evitado que lleguen al poder. En Egipto, Turquía y Argelia, por ejemplo, los
levantamientos fundamentalistas musulmanes han sido sofocados por el
Estado o el ejército.

A muchos les preocupa que el mundo musulmán se dirija hacia una


confrontación con las partes del mundo que no comparten sus creencias. Los
países musulmanes parecen resistirse a las olas de democratización que están
recorriendo el mundo. El politólogo Samuel Huntington (1996) ha señalado que
la pugna entre las ideas occidentales e islámicas podría convertirse en parte de
un «choque de civilizaciones» a escala mundial, que se produciría tras el fin de
la Guerra Fría y con la creciente globalización. El Estado nación ya no es la
principal influencia en las relaciones internacionales y, por lo tanto, las

97
rivalidades y conflictos tendrán lugar entre las grandes culturas y civilizaciones,
que para él forman la base de la identidad y los compromisos de las personas.
En concreto, Huntington sugiere que la religión es el factor que más contribuye
a la diferenciación y la división de las civilizaciones.

Ya hemos visto ejemplos de este tipo de conflictos en la antigua Yugoslavia, en


Bosnia y en Kosovo, donde los musulmanes bosnios y los albanokosovares
han luchado contra los serbios, que representan una cultura cristiana ortodoxa.
Esos acontecimientos han acentuado entre los musulmanes la conciencia de
pertenecer a una comunidad mundial; como han señalado ciertos
observadores, «Bosnia se ha convertido en un punto de unión para los
musulmanes de todo el mundo [...] ha creado y agudizado una sensación de
polarización y de radicalización en las sociedades musulmanas, al tiempo que
aumentaba la conciencia de ser musulmán» (Ahmed y Donnan, 1994).

De la misma manera, la guerra dirigida por Estados Unidos contra Irak se


convirtió en un punto de unión para los musulmanes radicales tras la invasión
de 2003. Las tesis de Huntington recibieron una gran atención mediática como
explicación de las causas del ataque terrorista a Nueva York y Washington el
11 de septiembre de 2001, de la decisión norteamericana de derribar el,
régimen islámico de Afganistán y del renacimiento de la resistencia religiosa
ante la presencia estadounidense en Irak a partir de 2003.

Pero los críticos señalan que existen muchas diferencias políticas y culturales
dentro de las civilizaciones y que el pronóstico de un conflicto entre
civilizaciones es improbable y alarmista. Por ejemplo, en 1990 el régimen suní
de Saddam Hussein invadió Kuwait, que también cuenta con una población
mayoritaria suní, y entre 1980 y 1988 Irak e Irán (con mayoría de población
chií) se enfrentaron en un conflicto armado. También puede llegarse a exagerar
fácilmente el número de «conflictos entre civilizaciones» del pasado, ya que
muchos de los conflictos definidos como culturales han estado más
relacionados con el acceso a recursos escasos y con las luchas por el dominio
político y militar (Russett et al., 2000; Chiozza, 2002). En ese tipo de conflictos
es mucho más habitual que se formen alianzas que atraviesan los límites de las
civilizaciones a gran escala.

En la actualidad, la oposición islámica sigue desarrollándose en estados como


Malasia e Indonesia; varias provincias de Nigeria han adoptado recientemente
la sharia, y la guerra en Chechenia ha recabado la participación de radicales
musulmanes que apoyan el establecimiento de un Estado islámico en el
Cáucaso. Los miembros de la red terrorista de al-Qaeda proceden de todo el
mundo islámico. El simbolismo y las formas de vestir del islam se han
convertido en importantes señas de identidad para el número creciente de
musulmanes que vive fuera del mundo islámico. Acontecimientos como la
Guerra del Golfo y los ataques terroristas a Washington y Nueva York del 11-S
han suscitado reacciones diversas pero intensas dentro de ese mundo, ya sea
para oponerse a Occidente o para responderle.

Está claro que el resurgimiento islámico no puede interpretarse únicamente en


términos religiosos, ya que en parte representa una reacción contra la

98
influencia de Occidente y también es un movimiento de reafirmación nacional y
cultural. Resulta cuestionable: que el resurgimiento islámico, incluso en sus
manifestaciones más fundamentalistas (que siguen siendo una pequeña parte),
sólo deba considerarse una renovación de ideas basada en la tradición. Lo que
ha ocurrido es algo más complejo. Se han revivido prácticas y formas de vida
tradicionales, pero combinándolas con intereses netamente relacionados con
los tiempos modernos.

El fundamentalismo cristiano

El auge de las organizaciones religiosas fundamentalistas en Europa, pero de


una forma más acusada en los Estados Unidos, es uno de los hechos más
notables de las últimas décadas. Los fundamentalistas creen que la Biblia es
una guía que se puede utilizar en la política, el gobierno, los negocios, la familia
y todos los asuntos que ocupan a la humanidad (Capps, 1995). Para los
fundamentalistas, la Biblia es infalible: su contenido expresa la verdad divina.
Los fundamentalistas cristianos creen en la divinidad de Cristo y en que es
posible salvar la propia alma mediante la aceptación de Cristo como salvador
personal. Se comprometen a diseminar su mensaje y a convertir a los que aún
no han abrazado las mismas creencias.

El fundamentalismo cristiano es una reacción contra la teología progresista y


los partidarios del «humanismo laico»: los que están «a favor de la
emancipación de la razón, de los deseos y de los instintos que se oponen a la
fe y a la obediencia de los designios de Dios» (Kepel, 1994: 133). El
fundamentalismo cristiano se alza contra la «crisis moral» que ha traído
aparejada la modernización: la decadencia de la familia tradicional, la amenaza
de la moral individual y el debilitamiento de la relación entre el hombre y Dios.

En los Estados Unidos, tras la creación de la Mayoría Moral fundada por Jerry
Falwell en los setenta, ciertos grupos fundamentalistas se han involucrado cada
vez más en la política nacional, especialmente en el ala conservadora del
Partido Republicano, dando lugar a lo que se ha dado en denominar «Nueva
Derecha Cristiana» (Simpson, 1985; Woodrum, 1988; Kiecolt y Nelson, 1991).
Falwell señaló «cinco grandes problemas que tienen consecuencias e
implicaciones políticas y a los que los estadounidenses con moral deberían
estar dispuestos a enfrentarse: el aborto, la homosexualidad, la pornografía, el
humanismo y la familia fracturada» (en Kepel, 1994). Las organizaciones
religiosas fundamentalistas son una fuerza poderosa en Estados Unidos y han
contribuido a redefinir las políticas y la retórica del Partido Republicano durante
las administraciones de Reagan y de ambos Bush (padre e hijo).

Falwell culpó inicialmente a los «pecadores» de Estados Unidos por los


ataques terroristas del 11-S. Comentó en directo por televisión:

Realmente creo que los paganos y los abortistas y las feministas, y los gays y las lesbianas
que están intentando de forma activa instaurar su modo de vida alternativo, la Unión por las
Libertades Civiles, las Personas a favor del Estilo de Vida Americano [ambas organizaciones
liberales], todos los que han intentado secularizar América. Pongo mi dedo frente a su cara y
digo: «Vosotros colaborasteis en que esto sucediera» (CNN, 2001).

99
Aunque posteriormente pidiera disculpas por estos comentarios, aún provocó
más polémica al afirmar que «Mahoma fue un terrorista. He leído bastante de
autores musulmanes y no musulmanes para decidir que fue un hombre
violento, un hombre de guerra» (BBC, 2002). De nuevo, volvió a disculparse
por estas observaciones, pero demasiado tarde para evitar los disturbios
sectarios entre los hindúes y musulmanes que reaccionaron contra él en
Solapur, India occidental. No sorprende que a estos comentarios siguiera una
condena generalizada de los líderes islámicos de todo el mundo. Otro
predicador fundamentalista cristiano, el pastor Terry Jones de Florida, intentó
organizar una quema de ejemplares del Corán en el aniversario del 11-S en
2010, aunque no llegó a realizarla por presiones del presidente Obama y del
secretario de Defensa. Pero en marzo de 2011, hizo una farsa de juicio y
quemó una copia del Corán frente a un pequeño grupo de seguidores en
Gainesville.

Muchos de los evangelistas más conocidos e influyentes de los Estados Unidos


tienen su sede en estados sureños y del medio oeste como Virginia, Oklahoma
y Carolina del Norte. Los grupos fundamentalistas más influyentes del país son
la Convención Baptista Sureña, las Asambleas de Dios y los Adventistas del
Séptimo Día. Destacados predicadores de la Nueva Derecha Cristiana han
fundado varias universidades con el fin de producir una nueva generación de
«contraélites», educadas en creencias fundamentalistas y capaces de llegar a
puestos destacados en los medios de comunicación, en los académicos, en la
política y en las artes. Universidades como la de Liberty (fundada por Jerry
Falwell), Oral Roberts, Bob Jones y otras otorgan títulos en estudios
académicos convencionales, situando la docencia en el marco de la infalibilidad
bíblica. En los campus, la vida privada de los estudiantes se rige por estrictos
principios éticos; el alojamiento está separado por sexos y los estudiantes
pueden ser expulsados si mantienen relaciones sexuales fuera del matrimonio
(Kepel, 1994).

REFLEXIONES CRÍTICAS
Parece que el fundamentalismo religioso ha aumentado durante el periodo de rápida
globalización. ¿Qué relación pueden tener estos dos fenómenos? ¿Qué datos podrían
indicar que la religión fundamentalista no será algo transitorio, sino que puede
convertirse en un rasgo permanente de las sociedades?

Conclusión

En una época en proceso de globalización que necesita desesperadamente el


entendimiento mutuo y el diálogo, el fundamentalismo religioso puede ser una
fuerza destructiva. Esta tendencia coquetea demasiado a menudo con la
violencia: en los casos de los fundamentalismos islámico y cristiano, los
ejemplos de violencia inspirados en la filiación religiosa no son infrecuentes. En
Líbano, Indonesia y otros países se han producido en los últimos años choques
violentos entre grupos musulmanes y cristianos; en Estados Unidos, los grupos
pro-vida cristianos han atacado (y a veces asesinado) a médicos que
practicaban abortos ilegales.

100
Uno de los atractivos del fundamentalismo es su capacidad de proporcionar
certezas sobre cómo llevar una vida moral basada en enseñanzas religiosas
claras. Las tradiciones liberales y las perspectivas laicistas carecen de esta
certidumbre, ya que aceptan que el conocimiento es siempre cambiante en
función de los nuevos descubrimientos. Sin embargo, en un mundo cada vez
más cosmopolita, el número de personas de tradiciones y creencias opuestas
que entran en contacto está aumentando (Beck, 2006). Al disminuir la
aceptación incondicional de las ideas tradicionales, todos debemos vivir de una
forma más abierta y reflexiva. Parece evidente que Ja mejor manera de evitar
los conflictos es manteniendo el diálogo y el debate entre las personas de
credos diferentes o sin creencias.

ACTIVIDADES
1. Explique a partir de dos argumentos ¿qué es el fundamentalismo religioso?
2. ¿Qué relación hay entre la «revolución islámica» iraní de 1978-1979 y el
fundamentalismo islámico?
3. Identifique y compare tres características de los fundamentalismos musulmán y
cristiano.

VIDEOS SOBRE EL TEMA:


https://www.youtube.com/watch?v=8cOII45wR-w
https://www.youtube.com/watch?v=RgPFH2KR_NE

101
SEGUNDA PARTE

Este material de apoyo académico se hace para uso exclusivo de los alumnos de la
Universidad de Lima y en concordancia con lo dispuesto por la legislación sobre los derechos
de autor: Decreto Legislativo 822.

102
IDENTIDAD PERUANA Y PERUANIDAD
Nelson Manrique

Adaptación realizada de:


Manrique, Nelson (2004) Identidad peruana y peruanidad. En: Enciclopedia Temática del Perú:
Sociedad. Lima. El Comercio, vol. 7, cap. 2. (páginas: 17-26)

El problema de la inserción social


LOS INDIOS Y EL ESTADO NACIÓN

A pesar de que aparece como un hecho “natural”, la construcción de una identidad


nacional es un proceso histórico complejo en el que no existe una correspondencia
necesaria entre el hecho político de fundar un Estado y el hecho total de forjar una
nación. En el Perú el Estado precedió a la nación. El joven Estado nació a la
Independencia como una República, que venía a suceder al Estado virreinal que se
recusaba, pero las condiciones para construir una comunidad nacional no existían.
Un orden republicano supone la existencia de ciudadanos autónomos, sujetos
independientes considerados iguales ante la ley, y el grueso de la población
peruana era ajena a esa condición, Como se ha señalado, eran muy pocos los
elementos comunes que compartían los criollos que habitaban el litoral y la
población indígena del interior: hablaban otros idiomas, tenían distintas culturas,
comían, vestían, se divertían de manera diferente, tenían diversas
cosmovisiones, diferente religiosidad, etc.

La cuestión de cómo debía insertarse a la población india en la nación que iba a


forjarse fue un problema que se planteó desde la propia fundación de la
República. Inicialmente escritores como el joven poeta Mariano Melgar -muerto
prematuramente en la lucha por la independencia-, José Joaquín de Olmedo y
Faustino Sánchez Carrión imaginaron una nación que debía incluir a la población
indígena, “los descendientes de los incas”. El mismo espíritu animó el decreto de
Monteagudo que abolió la palabra “indio”, exigiendo que en adelante quienes eran
así llamados fueran conocidos como "peruanos”, y el de Bolívar que abolió los
títulos nobiliarios, tanto hispanos como indígenas. Pero estas posiciones
progresistas fueron rápidamente abandonadas, a medida que se reforzaban los
poderes locales del interior. El gran mariscal Agustín Gamarra, miembro de una
prominente familia cusqueña y conspicuo representante del bloque de poder del
interior (llegó a ser prefecto del departamento del Cusco antes de llegar a la
presidencia de la República) impuso algunas de las mayores involuciones
conservadoras: la prolongación de la "tutela" impuesta a los negros bajo la
dominación de sus amos hasta que cumplieran los 50 años de edad, la restauración
del tributo indígena colonial, bajo el nuevo nombre de contribución personal, la
exoneración de este tributo a las denominadas castas, es decir la población
mestiza, a partir de 1839. “Indio” no era solo un término que identificaba étnica y
racialmente a un grupo social sino era también una condición fiscal, que llevaba
aparejadas obligaciones tributarias para quienes así eran identificados. Dos
décadas después de la Independencia alcanzó su formulación el proyecto político
que impuso la hegemonía limeña. Su mejor exposición se encuentra en el sermón

103
del 28 de julio de 1846, por el 25 aniversario de la Independencia, pronunciado por
el sacerdote Bartolomé Herrera, uno de los más lúcidos ideólogos conservadores
del siglo XIX. Él sostuvo en su discurso que la expulsión de los españoles por las
fuerzas patriotas debía ser considerada un paréntesis impuesto por Dios en la obra
de unir a la nación bajo el catolicismo y la monarquía; los criollos debían continuar
esa obra de reconstrucción de la identidad nacional, respetando su legado
hispánico, católico y monárquico. El Perú debla ser dirigido por un gobierno fuerte
asentado en Lima, investido por Dios (bendecido por la Iglesia), con el derecho
soberano de dictar leyes para todos, como una aristocracia del conocimiento creada
por natura. El sufragio selectivo debía apartar a los indios del voto, puesto que su
"incapacidad natural" los hacia inelegibles para ciudadanos (Poole, 1997).

Tres años después del discurso de Bartolomé Herrera, el país, hasta entonces
considerado en bancarrota por su imposibilidad de pagar las deudas acumuladas
desde antes de la Independencia, cambió radicalmente su suerte cuando la
exportación del guano de las islas permitió la súbita entrada de ingentes riquezas.
La prosperidad del país creó las bases económicas para la consolidación de este
proyecto político. En el interior, la debilidad del Estado central dio lugar a la
privatización del poder y a la constitución de fuertes poderes locales que se
encargaron de encuadrar a la población indígena a través de la violencia y de la
imposición de relaciones de servidumbre, apoyándose en el racismo antiindígena
colonial. Surgió así el gamonalismo republicano, una especie de feudalismo andino,
que durante más de un siglo bloqueó la incorporación de la población indígena a la
ciudadanía. El racismo antiindígena era compartido por la población
occidentalizada. Algunas décadas después, las elucubraciones del conde Joseph
Arthur de Gobineau (1816-1882), quien en su Essai sur l´inegalíté des races
humaines (1852) sostenía que las diferencias entre los individuos tenían un origen
natural, biológico, fueron entusiastamente asumidas por las élites
latinoamericanas. Este respaldo dio a los prejuicios racistas la legitimidad de los
hechos científicamente comprobados.

Del Perú colonial al Perú republicano

Continuidades y Rupturas

En la construcción de las identidades que existen en el Perú contemporáneo puede


rastrearse la presencia de elementos que tienen tras de sí una larga historia. Estos
han sido redefinidos en contacto con otras culturas y con nuevas experiencias, pero
es posible identificar su continuidad histórica. En la condición de las poblaciones
originarias las continuidades pesaron decisivamente. Ellas constituyen el meollo de
lo que Stanley y Bárbara Stein (1991) han denominado "la herencia colonial de
América Latina”. El tributo indígena colonial, abolido por San Martín el 27 de agosto
de 1821, fue restaurado en agosto de 1826, con el nombre de contribución
personal. Hacia fines de la década de 1820, su peso equivalía aproximadamente a
la octava parte del presupuesto nacional, pero para la primera mitad de la década
de 1840, representaba la tercera parte. Si hasta 1839 lo pagaban los indios y las
castas —es decir los integrantes de los grupos no indios—, en 1840 los blancos y
los mestizos fueron eximidos de esta obligación. La contribución personal
permaneció vigente hasta 1854.

104
Otra importante continuidad fue la persistencia de la utilización gratuita de la fuerza
de trabajo indígena. Esta era regulada en la época colonial a través de la mita, que
fue abolida por San Martín y Bolívar. Sin embargo, el servicio gratuito indígena
volvió a ser establecido bajo distintas modalidades en los países andinos en
cuanto se afirmó la República. La más importante en el Perú fue el "servicio a la
República": la obligación de los indígenas de trabajar un número de días al año
gratuitamente en las obras estatales. El Estado central era muy débil y con
frecuencia este trabajo fue usufructuado por los grupos señoriales del interior en
su propio beneficio. Los indios denominaron "República" a este trabajo forzado.
Los municipios usufructuaron también ampliamente esta fuente de trabajo
gratuito.

La última continuidad, por cierto, no la menos importante, fue la del papel central
de la Iglesia en la República, con su gran poder sobre las almas. Pero la base de
su poder material no era solo su ascendiente espiritual. En el Perú ella tenía
ingentes propiedades inmuebles, fruto de donaciones (los bienes de manos
muertas), diezmos, censos y capellanías, que constituían en esencia impuestos
forzados sobre la producción agropecuaria, que se mantuvieron vigentes hasta
mediados del siglo XIX.

Las rupturas con relación a la situación anterior a la Independencia tuvieron su


primera fuente en la disgregación de la economía colonial. Destruido el circuito
mercantil que unía Potosí con las minas de Huancavelica (que proveían a
Potosí del mercurio imprescindible para refinar la plata) y Lima, que constituía la
columna vertebral de la economía colonial, la región andina se fragmentó en un
conjunto de espacios económicos desarticulados entre sí, en los cuales a lo
largo del siglo XIX apenas pudieron constituirse penosamente algunos escasos
espacios socioeconómicos regionales.

Un segundo terreno en el que se percibe una ruptura capital es el de la


degradación del poder político al interior de las sociedades originarias. La
proclamada igualdad formal de los indios ante la ley chocaba con la desigualdad
real consagrada por las estructuras de dominación colonial subsistentes. La
sociedad colonial era una sociedad estamental, donde el cuerpo social era
concebido como un organismo vivo, con órganos especializados, que debían
cumplir la función para la que habían sido creados (la cabeza para pensar y
dirigir, las manos para -trabajar), donde cualquier intento de modificar el “orden
natural” de las cosas provocaría el caos y la destrucción del equilibrio que
garantizaba la salud social.

En este panorama, la liquidación de los curacazgos andinos, pese a su evidente


intención igualitaria, representó una grave degradación de las estructuras de
poder de las sociedades andinas originarias. La estructura curacal fue
reemplazada por otra institución colonial, la de los alcaldes de indios, de la que ha
derivado la estructura hasta hoy vigente de alcaldes-vara o varayoq (“el que porta
la vara"). Este tránsito se realizó de diversas maneras, en unos casos con los
antiguos caciques "convirtiéndose" a la nueva función y en otros a través del
nombramiento de los alcaldes por la burocracia colonial, afirmándose durante la
República la elección de los mismos por la comunidad, corno hasta ahora se estila
en las comunidades tradicionales. Pero la condición social del alcalde-vara no es

105
equiparable a la del antiguo curaca. Este último basaba su legitimidad al interior de
las sociedades originarias en su linaje noble, siendo el cargo hereditario. Los
alcaldes de indios se vieron obligados a buscar nuevas fuentes de legitimidad,
como desempeñar el rol de sacerdotes de los cultos ancestrales (“hechiceros",
para los párrocos encargados de perseguir sus cultos), a fines del siglo XVIII
(Millones 1978), o a buscar esta legitimidad en el reconocimiento de los funcionarios
del aparato estatal, luego de la Independencia. Estos vendieron caro ese
reconocimiento. En la segunda mitad del siglo era ya usual que las autoridades
indígenas tuvieran, como parte de sus funciones, la obligación de ir a laborar por
turnos como sirvientes (pongos, semaneros), a las casas de las autoridades políticas
(prefectos, subprefectos, gobernadores) y eclesiásticas. Asimismo, devinieron en
simples auxiliares gratuitos del Estado, ubicados en el último peldaño de la
estructura de poder. Varios subprefectos recomendaron al poder central “legalizar”
la institución de los alcaldes-vara, pues estos cumplían una importante función
como auxiliares gratuitos de la policía: mientras el Estado centrar no tuviera
fuerzas suficientes para instalar puestos de gendarmería en el interior podía y
debía contar con tan valiosos (y gratuitos) auxiliares (Manrique 1987).

Los problemas que se plantearon desde el inicio a la joven nación no eran solo de
las diferencias económicas abismales ente los habitantes del territorio peruano.
Tampoco se limitaban a las diferencias étnicas existentes entre sociedades que eran
percibidas distintas por su cultura, religión, idiomas, costumbres, etc.; si este fuera el
problema hubiera sido posible construir un Estado multinacional, como los que
abundan en el mundo, Europa incluida. Esta alternativa estuvo excluida desde los
inicios por el racismo colonial que justificaba la dominación de la nueva elite
republicana. El racismo supone algo más profundo que la discriminación étnica; es la
negación de la humanidad del otro, que es considerado biológicamente inferior, por
naturaleza. Si la inferioridad étnica de los indígenas (de la que, obviamente, también
estaban convencidos los criollos) podía ser superada a través de los programas de
“integración del indio a la nación”, su inferioridad biológica —inmutable, por estar
basada en las leyes naturales— solo tenía dos soluciones posibles en el largo
plazo: o el exterminio físico, como se emprendió en muchos países de América a
los que la élite peruana envidiaba, o la regeneración biológica gradual, a través de
la mezcla racial con ejemplares de la raza superior, blanca. De allí que hablar de
proyecto nacional durante el siglo XIX fuera sinónimo de colonización, y esta, de
inmigración blanca. De allí también que surgiera esa ideología que consideraba al
Perú un “país vacío”, que era necesario poblar promoviendo la inmigración,
ideología que subsistió durante el siglo XX en relación con la Amazonía. La
inmigración blanca era imprescindible para asegurar la superación de las taras
raciales de la población no blanca, pero además debería cumplir la función de
asegurar la hegemonía de la fracción europea de la población sobre todo el país.

De aquí nacen las grandes paradojas de la historia republicana. La existencia de


una república sin ciudadanos, donde una minoría se sentía la encarnación de la
nación, con el derecho de excluir a las grandes mayorías. En una flagrante
contradicción con el ideario democrático liberal que consagraron sucesivas
constituciones (las de 1823, 1828, 1834, 1856,1867), y de los ardientes debates
entre liberales y conservadores, las bases sociales, económicas, políticas,
culturales e ideológicas reales del nuevo Estado negaban los enunciados
doctrinarios sobre los cuales fue fundado el Estado republicano. A diferencia de la

106
historia europea en la que se inspiraron nuestros ideólogos republicanos, donde la
fundación del Estado estuvo precedida por la creación de las naciones, en el Perú
se fundó el Estado allí donde no había nación. Se sentaron así las bases para ese
desencuentro, que no ha podido superarse hasta ahora, a pesar de los cambios
vividos en los últimos 180 años, entre el Estado y la sociedad.

Nacionalismo positivo y negativo

SURGIMIENTO DEL NACIONALISMO Y LA CONCIENCIA NACIONAL

La formación de la conciencia nacional suele seguir, gruesamente, dos caminos. Uno


es el de la afirmación de los elementos que los habitantes del país tienen en común,
que los constituyen como integrantes de una comunidad nacional. Esto es lo que se
denomina el nacionalismo positivo. Las bases para la creación de tal nacionalismo,
como se ha visto, eran inexistentes en el Perú de inicios del siglo XIX. El otro tipo de
nacionalismo, el nacionalismo negativo, nace del conflicto, de la oposición frente a
quienes son considerados los extranjeros, los enemigos de la nación. En el caso
peruano, este papel lo cumplieron las naciones vecinas contra las cuales se enfrentó
el Estado peruano para delimitar sus límites territoriales.

El Perú tiene fronteras con cinco países vecinos y se enfrentó en guerras contra
cuatro de ellos. De estos conflictos, el más enconado fue la guerra con Chile (1879-
1884), tanto por su duración, cuanto por la forma corno afectó al país, con la
ocupación de la capital y de buena parte del territorio nacional, así como con la
destrucción de su infraestructura productiva. A lo largo de ese conflicto, que
desencadenó una profunda crisis económica, social y política, se logró afirmar una
conciencia nacional en vastos sectores sociales tradicionalmente marginados, como
sucedió con el campesinado de la sierra central, que se movilizó masivamente
contra la ocupación chilena durante la campaña de la Breña (Manrique 1981). Allí
donde no existían las condiciones para la formación de un nacionalismo positivo,
basado en lo que los peruanos tenían en común, surgió una conciencia nacional de
la oposición frente los chilenos. Este proceso pudo abrir la puerta para la
construcción de un nacionalismo positivo, que incorporara a la población indígena a
la ciudadanía. Así lo planteó agudamente Manuel González Prada, quien,
partiendo de denunciar la irresponsabilidad de los conductores nacionales que
llevaron al país al desastre durante la guerra, avanzó hasta señalar que el
problema medular del Perú republicano era la radical distancia existente entre los
postulados democráticos del ideario de los fundadores de la República y la realidad
social vigente. González Prada calificó de gran mentira una “República democrática
(...) en que dos o tres millones de individuos viven fuera de la ley”. Pero, pasada la
emergencia bélica, la clase dominante prefirió retomar a la situación anterior,
reforzándose el gamonalismo y la exclusión de los indios del poder.

El discurso de la "inferioridad natural" de los indígenas no se impuso sin


resistencias. La grandeza del imperio de los incas planteaba serias interrogantes
en torno a la “natural incapacidad” de los indios. Se construyeron entonces
discursos que permitieran conciliar las contradicciones manifiestas. Uno afirmó
que los incas eran una raza distinta a los indios. Extinguidos aquellos, les
sobrevivían estos, manifiestamente inferiores, Tal fue la explicación brindada por
Sebastián Lorente, un español afincado en el Perú, educador y autor de la

107
primera Historia del Perú, quien veía la solución del "problema del indio" en el
mestizaje biológico con razas superiores, europeas. Lorente estaba convencido
de que la superioridad racial europea iba acompañada de una mayor potencia
genésica, que terminaría por blanquear definitivamente al Perú en unas cuantas
generaciones, así que se difundiese el mestizaje biológico. Esta posición sería
retomada y desarrollada a comienzos del siglo XX por el más importante ideólogo
de la República Aristocrática, Francisco García Calderón, que opinaba que los
incas eran una raza conquistadora, posiblemente proveniente da las riberas del
Titicaca, que se había impuesto sobre los indios y que habría recurrido a la
deformación craneana como un medio de control social.

Otro discurso justificaba la inferioridad de los indios como resultado de su


“degeneración racial”, producto del cocainismo, el alcoholismo, la servidumbre y
el medio ambiente hostil. De una manera u otra, los indios contemporáneos
terminaban siendo racialmente distintos a los admirables incas (Méndez 1993).

Una justificación para el dominio

EL RACISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL

En el Perú republicano las contradicciones socioeconómicas se han articulado


permanentemente con las adscripciones étnico-raciales. Las ideas racistas
sirvieron para justificar la dominación de la fracción criolla, presentando las
desigualdades sociales y económicas existentes como una consecuencia de la
biología, de la existencia de razas "superiores" e “inferiores". Al ser presentadas
las desigualdades sociales como consecuencia del orden natural, adquirían la
apariencia de inmutables, como podrían serlo las catástrofes naturales -los
terremotos, las inundaciones o las sequías—, que, aunque son odiosas y
generan sufrimiento no pueden ser controladas por los hombres, por lo que es
necesario aprender a convivir con ellas.

Las ideas racistas tuvieron su expresión más orgánica durante la República


Aristocrática (1895-1919) en la obra de Francisco García Calderón quien,
apoyándose en las obras de Gobineau y, sobre todo, en los estudios del sociólogo
Gustave Le Bon, elaboró un esbozo histórico de la historia del Perú en el cual las
razas y su mezcla se constituían en un factor decisivo para explicar la naturaleza
del país y sus problemas, y la forma de solucionarlos. Para García Calderón la
combinación de las condiciones históricas y naturales hicieron de los indígenas una
raza inferior, cuya capacidad intelectual era cada vez menor, a medida que se
avanzaba desde la costa hacia la selva amazónica, donde imperaba el salvajismo y
subsistía aún el canibalismo.

Las opiniones de García Calderón acerca de los negros y los descendientes de


su mezcla con otras razas están marcadas igualmente por un racismo
exacerbado que considera su presencia en el Perú como un factor regresivo,
que frena y degrada a la civilización.

Las ideologías racistas han permeado los diversos proyectos de construcción de


la nación elaborados desde el siglo XIX. Para la élite criolla y los sectores

108
mestizos que compartían sus valores y su visión del mundo, la constitución de la
nación pasaba, en unos casos, por la desaparición de los indios: su exterminio
puro y simple —la "vía inglesa"—. Para otros, debía promoverse la inmigración
de individuos de "razas vigorosas", que permitieran superar las taras biológicas
de los indígenas a través del mestizaje biológico. Aun a fines del siglo XIX el
"desarrollo nacional" era sinónimo de inmigración, considerada esta como la
importación de población europea, como lo consigna la Ley de Inmigración de
1893. Para los progresistas, en fin, se trataba de redimir al indio por medio de la
educación. La "redención" del indio consistía en que este dejara de serlo. No
eliminarlo física sino culturalmente. El etnocidio cultural.

Los cambios del imaginario

VISIONES SOBRE EL INDIO, EL MESTIZAJE Y LA CUESTIÓN NACIONAL

La categoría “indio”-aparentemente tiene una base estrictamente biológica, pero en


su construcción intervienen determinantemente elementos sociales y culturales.
Una clara expresión de este hecho son los cambios en las percepciones de “lo
indio" en el Perú, que se ha caracterizado por una continua reducción del peso de
la fracción definida como india' a lo largo del siglo XX. A inicios del siglo Manuel
González Prada consideraba que ella constituía las nueve décimas partes de la
población. Hacia fines de la década de 1920 los intelectuales creían que
representaba las cuatro quintas partes (como lo sostiene Mariátegui en numerosos
textos). En la década de 1940 algo menos de la mitad de la población.
Actualmente, de manera asaz impresionista —pues nadie puede definir con
precisión qué es un indio—se considera que constituye la tercera o la cuarta parte.

Estos cambios expresan no tanto un incremento acelerado del mestizaje biológico


sino más bien cambios en las percepciones de las diferencias raciales, derivados en
buena medida del incremento del peso demográfico de la costa, a expensas de la
sierra, y de las ciudades, a costa del campo. El campesino inmigrante en la ciudad
se desindigeniza y se convierte en cholo.

Si se observa la evolución de la población en el Perú, de los 2,6 millones de


habitantes que había en 1876 se pasó a 6,2 millones de habitantes en 1940, de
los cuales el 35,5% eran población urbana y el 64,5% población rural, Para 1993
se pasó a 22,2 millones de habitantes, y los porcentajes de población urbana y
rural fueron de 70,4%y 29.6%, respectivamente: un país eminentemente urbano.
Por otra parte, la relación entre las regiones naturales se transformó radicalmente
durante el mismo periodo. La población de la costa pasó de 24% a 52,2% de la
población total; la de la sierra del 63% al 35,8% y la de la selva del 13% al 12%.
Esta última ha disminuido ligeramente su peso relativo en el país, la sierra ha
reducido drásticamente el suyo, mientras que la costa lo ha elevado a más del
doble. Como habitualmente se asocia la condición de indio a la de poblador
serrano, rural y campesino, la reducción del peso de la población de la sierra, el
campo y el medio rural se lee como una reducción del peso de lo indígena. En
resumen, el Perú ha pasado, en el último medio siglo, de ser un país
eminentemente rural, serrano e indígena, a ser un país costeño, urbano y mestizo
en el imaginario de los peruanos.

109
ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. ¿Por qué el autor sostiene que “El Estado precedió a la nación”? Argumente su respuesta.
2. Durante la transición de la Colonia hacia la República, hubo aspectos que permanecieron y
otros que cambiaron. Al respecto, identifique y explique tres continuidades y dos rupturas.
3. ¿Por qué las ideas racistas justificaron el dominio de la élite criolla en el Perú republicano?

VIDEOS: Contexto nacional durante la segunda mitad del siglo XIX


“Sucedió en el Perú”: Presidentes del Perú, siglo XIX
https://www.youtube.com/watch?v=2JrxpyWQ9Zo (parte 3)
https://www.youtube.com/watch?v=s1drKI6RiVE (parte 4)

LECTURA: Romero, Eddy. Breve historia del racismo en el Perú (2014)


http://hahr-online.com/breve-historia-del-racismo-en-el-peru/

110
POBLACIÓN Y SOCIEDAD
Augusto Ruiz Zevallos

Adaptación realizada de:


Ruiz Zevallos, Augusto (2015) Población y sociedad. En: Perú. La apertura al mundo, 1880-
1930. Madrid. Fundación Mapfre y Taurus, tomo 3 (Colección "América Latina en la historia
contemporánea") (páginas: 177-231)

El ensayo que presentamos constituye una síntesis de los principales rasgos


de la sociedad peruana durante el periodo que se inicia con la post Guerra del
Pacífico y se prolonga hasta la tercera década del siglo XX. Durante esas
décadas el Perú se abre al mundo y experimenta un importante impulso
modernizador.

Aunque todavía campean las epidemias, la población se incrementa, en la


medida en que decrece la mortalidad de manera mucho más pronunciada que
en los periodos precedentes, y en la medida en que se urbaniza y moderniza el
país con el consiguiente incremento relativo del nivel de vida de varios sectores
sociales. Como dijo José Carlos Mariátegui, «cuando se ha debilitado nuestro
contacto con el extranjero, la vida nacional se ha deprimido», y, al contrario,
cuando esa conexión se ha fortalecido, se han registrado progresos.

Todo lo anterior, por cierto, al margen de la dominación o de la injusticia, que


surgen como producto de la herencia colonial y de la nueva articulación al
mercado internacional. La modernización económica trajo consigo
modificaciones en la estructura social que condicionan una doble dinámica de
clientelismo y conflicto social, sin que hagan posible una revolución social, y
cambios en las configuraciones étnicas, que acentúan una tendencia creciente
al mestizaje, lo que prefigura claramente el Perú de nuestros días.

CAMBIOS DEMOGRÁFICOS

Las bacterias y los hombres

En el periodo inmediato a la derrota frente a Chile, una serie de calamidades


azotó a la población peruana. La guerra había costado una cifra de muertes
aún difícil de calcular. Los enfrentamientos armados entre Cáceres e Iglesias
y luego entre Cáceres y Piérola también dieron como saldo muerte y
desamparo. La crisis demográfica de 1895, que se prolongó hasta 1900
(cifras de mortalidad por encima de la natalidad), tiene entre sus causas la
guerra civil en la que triunfa Piérola. Según Basadre hubo 2.000 heridos y
2.000 muertos sólo en Lima. La situación económica de total descalabro se
reflejó en una mayor vulnerabilidad de los habitantes frente a todo tipo de
amenazas. La principal de ellas provenía de las bacterias, virus y bacilos
endémicos. Las infecciones como la gastroenteritis también explican la crisis
demográfica de esos años.

El Perú de finales del siglo XIX todavía seguía siendo un terreno dominado por
las enfermedades infecciosas. La tuberculosis era una de las principales

111
causas de muerte en ciudades como Lima, con el 25 por ciento del total de las
defunciones, según una inspección del doctor Emilio Coni realizada en 1901.
Epidemias como el tifus, la malaria, la peste bubónica, la viruela, la disentería,
la tifoidea, el sarampión y la fiebre amarilla atacaron poblaciones de la ciudad
y del campo, especialmente de la costa. En 1887, según reportó el médico
Manuel A. Muñiz, las muertes producidas por infecciones del aparato
digestivo ocupaban el tercer lugar de las causas de la mortalidad en la
capital de la República, después del paludismo y la tuberculosis. En el caso
de los recién nacidos, estas infecciones representaban una alta proporción,
incluso para épocas posteriores. En el cuatrienio de 1918 a 1921 murieron
en total 5.212 niños menores de 1 año por diversos males, siendo la causa
principal la diarrea o enteritis con 2.044 casos, lo que equivale a cerca del
40 por ciento.

La fiebre amarilla, que era endémica en las costas peruanas, en 1919 azotó
las ciudades norteñas de Paita, Sullana y Piura. Meses después la epidemia
se extendió a ciudades de Lambayeque y se sincronizó con otras
enfermedades. Hacia mediados de 1921 la fiebre amarilla se había extendido
desde el sur de Piura hasta el norte del departamento de Ancash. Se estimó
que, entre 1919 y 1921, hubo un total de 15.000 casos, de los cuales murieron
1.500 personas. Según Marcos Cueto, en Catacaos, se dieron
simultáneamente fuertes epidemias de peste bubónica y fiebre amarilla que
fueron acompañadas de casos de viruela, disentería, tifoidea y sarampión. En
Paita, sus 3.000 habitantes estaban expuestos a un severo brote de peste,
mucho mayor que la fiebre amarilla. «Durante varias semanas las muertes por
la peste en Paita llegaron a cinco al día», informa Cueto. Sólo en la costa norte
fueron reportados durante ese periodo 17.843 casos de peste bubónica. En la
sierra Norte también hubo brotes fuertes de esta enfermedad. En Cajamarca
«la, letalidad fue marcada: hasta 1916, 213 de los 351 casos registrados
habían fallecido». Como señaló Marcos Cueto, la peste bubónica, enfermedad
que hizo su ingreso al Perú en 1903, se convirtió en endémica en los
principales puertos del país y en algunas ciudades de la sierra, al menos hasta
1930.

En la zona selvática, la malaria, el paludismo y la lepra atacaban duramente a


la población, mientras que en la sierra lo hacían la viruela y el tifus. En 1910 y
1918 se dieron epidemias de fiebre amarilla y paludismo en la ciudad de
Iquitos. La viruela fue endémica en la sierra y sus efectos eran devastadores en
las poblaciones afectadas. Aunque no fue tan mortífera como en la colonia,
cuando hacía su aparición en algunos centros poblados de la sierra, diezmaba
a sus habitantes «al punto de hacer desaparecer familias enteras», señalan
Flores Córdova y Lorente.

Una epidemia que afectó por igual a los centros poblados de la costa y de la
sierra fue la llamada «gripe española» (España fue el primer país que ventiló
el problema; Estados Unidos —país donde se inició— y el resto de países
involucrados en la I Guerra Mundial impusieron la censura con el fin de no
desmoralizar a sus tropas). Se trataba de una gripe que desencadenaba una
mortal neumonía y fiebres en la mayoría de quienes la contraían. Se calcula
que en dos años murieron 40 millones de personas en el mundo. Aún no

112
sabemos cuántos murieron en el Perú. Pero, ya en enero de 1919, el diario
La Prensa, al informar sobre el movimiento demográfico en Lima del año
anterior, subtitulaba: «El año 1918 ha sido pavoroso para la población: los
estragos producidos por la gripe». En efecto, en los cuadros estadísticos que
reproduce ese diario, se aprecia una desviación de la tendencia central al
descenso de la mortalidad en Lima, además de que un buen porcentaje de
las muertes ocurrió en los meses de noviembre y diciembre, cuando la
«gripe española» empezó a golpear con fuerza a nuestro país. En total
murieron 346 personas víctimas de la gripe en ambos meses, mientras que,
de enero a octubre, en total, habían muerto por el mismo mal tan sólo 50
personas.

En 1919 la epidemia se propagó por ciudades y poblados de la sierra. Desde


el departamento de Ancash llegaban noticias alarmantes a la capital. El
diario La Prensa del 11 de enero de 1919 informaba que en Recuay la
situación se ha hecho más grave, si se tiene en cuenta que, en esa
población, que cuenta con cosa de tres mil habitantes, están ocurriendo
veinte defunciones diarias». En la provincia de Dos de Mayo, del
departamento de Huánuco, «los estragos que causa el terrible mal son
aterradores. Aldeas enteras que antes eran progresistas, desaparecen; los
cadáveres se sepultan en la vía pública por ser imposible llevarlos al
cementerio y el cuadro es para no describirlo. Por todas partes se ven
cruces que señalan tumbas recién abiertas».

Las enfermedades endémicas tenían que ver directamente con las


condiciones de vida de las poblaciones. En la puna, donde el tifus y la viruela
hacían sucumbir a poblaciones, los indios vivían en pequeñas chozas que
facilitaban la trasmisión de los gérmenes patógenos. Según testimonio del
doctor González de Mendoza, entonces médico titular de la provincia de
Caylloma, esas chozas, con su techumbre de paja negruzca, carentes de luz
y de toda ventilación, sirvieron como dormitorio, cocina y despensa a sus
moradores. Allí guardaban sus pieles y objetos de trabajo y también se
guarecían sus animales domésticos, como perros y aves de corral. En «esa
promiscuidad», continuaba el doctor, «en la que padre e hijos se acurrucan
bajo un mismo jergón», de pronto aparecía el tifus, cayendo como chispa en
medio de un combustible apropiado que «solo se extingue cuando no hay a
quien atacar y la cabaña ha quedado completamente desierta».

En la costa, las condiciones de la vivienda no eran mejores. Los médicos


constantemente explicaban que la tuberculosis buscaba sus víctimas en
lugares oscuros, allí donde no entra un rayo de sol, que es el brutal enemigo
del bacilo de Koch. En los barrios populosos, donde la gente vive en pocilgas
húmedas y estrechas, en los callejones donde no hay aire suficiente para las
necesidades vitales, allí el bacilo encontraba su terreno más propicio. La falta
de agua potable y la acumulación de basura hicieron endémicas las infecciones
tíficas, tanto en las ciudades como en sus alrededores. Los habitantes de los
valles, sobre todo en las haciendas de azúcar y algodón, vivían en las
rancherías, especie de galpones divididos en secciones que no tenían sino uno
o dos pequeños cuartos sin ventilación e higiene de ninguna clase, sin servicios
de agua y desagüe, «en donde viven con sus familias y en promiscuidad con

113
gallinas, chanchos y cuyes». A veces, como ocurría en el puerto de Paita, los
trabajadores habitaban en casuchas de caña o depósitos de madera de las
compañías, siendo por ello altamente propicias a la propagación de la peste.

Incremento de la población

Pese a las epidemias, la imagen dominante en las décadas posteriores a la


Guerra del Pacífico corresponde a un incremento de la población. Este hecho,
que venía del siglo en que se inicia la recuperación demográfica, formaba parte
de un fenómeno mundial caracterizado por el descenso de la mortalidad. Sin
embargo, para la época que nos ocupa los progresos fueron mayores. Mientras
que hasta 1800 la tasa de crecimiento fue sólo del 0,3 por ciento, en el periodo
que va de 1876 (fecha del primer censo nacional importante) hasta 1940, la
población aumentó a un ritmo anual del 1,6 por ciento. A partir de 1920 el ritmo
fue cercano al 2 por ciento.

El crecimiento poblacional tenía otra dimensión. Paulatina pero


inconteniblemente se va produciendo una progresiva urbanización del país. Lima
creció de modo espectacular en ese periodo. De 120.000 habitantes, según el
censo de 1876, pasó a tener un poco más de 150.000 en 1908. En 1920 llegaba
a 200.000 y en 1930 se calculó en 300.000. Aunque con menos intensidad, el
puerto de El Callao también aumentó su población. Pero no sólo crecieron estas
urbes en un contexto favorecido con el acentuado centralismo, sino también
ciudades de la costa como Trujillo, Chiclayo y Piura, y ciudades serranas como
Arequipa, Juliaca, Cuzco y Huancayo. Esta ciudad tenía 4.089 habitantes
cuando se levantó el censo de 1876. En 1929 reunía a 10.000 habitantes. Según
el censo de 1940, 26.792 personas poblaban Huancayo. En conjunto, la
población urbana del país pasó del 17 al 27 por ciento de la población total. En
1876, solamente Lima, Callao y Arequipa eran las ciudades que superaban los
20.000 habitantes. En otras ciudades, como Ica (14.000), Iquitos (15.000),
Cajamarca (14.000) y Abancay (5.000 habitantes), el crecimiento fue menor,
pero igualmente significativo.

Si bien es verdad que el crecimiento anterior es una continuación de la


recuperación demográfica registrada en las décadas finales del siglo XVIII —
recuperación promovida por una serie de factores como la aplicación masiva de
la vacuna contra la viruela y la reducción de las epidemias en Europa y
Sudamérica—, sin embargo, como señala Carlos Contreras, la
modernización de la economía de la segunda mitad del siglo XIX tuvo en él
un efecto más importante, sobre todo en los años que siguieron a la Guerra
del Pacífico. Con la recuperación económica de la década de 1890, la
modernización fue más consistente y las consecuencias sobre el progreso
demográfico más sostenidas. La modernización desarrollaba los sectores
mineros y agroexportadores, pero también impulsaba el mercado interno,
mediante la creación de industrias para el consumo y la inyección de dinero
en sectores laborales de diverso tipo (asalariados temporales, obreros
estables, empleados de las casas de comercio, enganchados, campesinos
que vendían lanas y otros productos). La modernización que tenía como eje
central las actividades económicas atrajeron más gente a las ciudades. En

114
ellas, sectores alimentados por el auge exportador, como la industria de
bienes de consumo y los servicios urbanos, evidenciaron una mayor
demanda de mano de obra. Además, como efecto indirecto de ese auge, el
Estado incrementó el gasto en educación, salud y policía, sectores que
vieron incrementar su volumen de asalariados.

Veamos más de cerca el caso de Lima. La capital de la República es vista hoy


como una ciudad con alta presencia de migrantes serranos. Pero esto ya era
evidente desde finales del siglo XIX y quizás antes. Más de 69.000 personas
que residían en Lima habían llegado del interior del país, básicamente de
Junín, Ica, Ancash y Arequipa. Muchos de los migrantes procedían de familias
urbanas y de clase media. En la Universidad de San Marcos, hacia 1915, la
mayoría de los alumnos eran provincianos, lo que se reflejó en las elecciones
de 1919 para la presidencia de la Federación de Estudiantes, en las que
ganó Haya de la Torre, venido de Trujillo. Muchos intelectuales que
empezaban a rivalizar por la hegemonía cultural con los académicos de la
oligarquía (como Basadre, Valdelomar, Mariátegui, More, Romero, Castillo,
entre otros) eran provincianos.

No todos provenían de sectores mesocráticos: también llegaron indígenas


atraídos por un mejor nivel de, vida, tendencia que venía de la colonia y se
mantuvo durante el siglo XIX. En la primera década del siglo XX —aunque
probablemente muchos aspectos de la cultura indígena permanecieron
camuflados—, la identidad indígena quedó registrada en 21.473 personas de
ambos sexos que se autoidentificaron como indios el 26 de junio de 1908, día
en que se levantó el censo. De acuerdo con éste, de cada 1.000 indios que
había en Lima, 392 habían nacido en dicha ciudad (eran hijos de padres
indígenas que vivían en la capital desde fines del siglo XIX), 149 venían de
Junín, 90 de Ancash, 51 de Ayacucho, 38 de Arequipa, 7 fuera del país y 273
del resto de departamentos.

¿Lograban un mejor nivel de vida en las ciudades? Todo parece indicar que, en
efecto, así era. La alimentación en las ciudades era mejor y más diversa que en
el campo, donde la siembra dependía de las posibilidades que ofrecían los
pisos ecológicos, y a veces, como en la puna, era muy poca la variedad de
plantas y animales de los que se podía disponer. Aunque, como veremos
luego, en algunas zonas los campesinos suplieron esta desventaja, comprando
productos en las ciudades, gracias a que se agenciaban con dinero mediante el
trabajo temporal o la venta de sus productos. La vida en la ciudad brindaba una
mejor posibilidad calórica en una época en la que el consumo per cápita de
carne entre obreros y artesanos era más alto que el actual (en una época,
además, en la que las vísceras se arrojaban a los gallinazos o se regalaban a los
menesterosos que merodeaban el camal, como se informaba mes a mes en el
Boletín Municipal al dar cuenta del movimiento de ganado beneficiado en el
Matadero General). Aunque el consumo de carne fue descendiendo lentamente
en los principios del siglo XX, no se trató de una disminución drástica. En 1920 se
beneficiaron 60.251 reses y 69.395 carneros que, en conjunto, en una población
de 223.000 personas en la provincia de Lima, se tradujeron en un promedio de
913 gramos de consumo semanal per cápita, una cifra considerable, que sólo se

115
explica si tomamos en cuenta la alta estima que los trabajadores de esos años
sentían por la carne, lo que incluso podía conducirlos a sacrificar otros consumos.

La modernización no era sólo económica: abarcaba una serie de aspectos


ideológicos e institucionales encaminados a lograr el progreso del país, como el
incremento del número y de la calidad del capital humano, ya fuera mediante el
fomento de la inmigración foránea o a través de la «regeneración» de la población
peruana mediante las campañas sanitarias.

Las campañas sanitarias

Como parte del esfuerzo del Estado por erradicar las «enfermedades evitables»
que diezmaban a la población, en 1887 se promulgó el Reglamento General de
Sanidad y, 5 años después, la Ley Orgánica de Municipalidades, que normaba
las atribuciones de los municipios en materia de salud pública, incluyendo las
visitas a domicilios y a instituciones y el dictado de las medidas convenientes para
mejorar el estado de higiene y salubridad. En 1896 fue creado el Instituto de
Vacuna y Seroterapia. En los primeros años del siglo XX, este organismo público
elaboró ingentes cantidades de vacuna antitífica mixta «que se enviaban a todos
los ámbitos de la República» para su aplicación gratuita en diferentes centros.
Las posibilidades sanitarias en este aspecto estuvieron por encima de la
amenaza que representaba el tifus, hasta tal punto que los médicos venían
clamando para que la vacunación contra el tifus fuera declarada obligatoria.

En 1903 se creó la Dirección General de Salubridad Pública, antecedente


directo del Ministerio de Salud, creado 30 años después, que tenía entre sus
funciones «concertar y dirigir medidas profilácticas para extinguir las
enfermedades endémicas y epidémicas que existen en el país». Durante la
epidemia de «gripe española», por ejemplo, por iniciativa de la Dirección
General de Salubridad Pública, se conformó un Consejo Superior de Higiene,
integrado por representantes del Ministerio de Fomento, de la Academia de
Medicina, de la Sociedad de Beneficencia Pública de Lima, de la Facultad de
Medicina de San Fernando y de la Sanidad Militar, con el fin de deliberar y
acordar las medidas más adecuadas para enfrentar la situación. El consejo
sesionó permanentemente, y entre sus primeras disposiciones estaban la
prohibición de la asistencia masiva de público a los cementerios, la difusión de
cartillas educativas para que la población se previera de posibles contagios, la
desinfección permanente de colegios, cinemas, templos y tranvías, además de
la entrega gratuita, en 18 boticas de la beneficencia, de medicinas para las
personas de escasos recursos. A todo esto, se agrega el incremento
considerable de personal médico, además de enfermeros, asistentes y
empleados relacionados con las actividades sanitarias. En Lima se había creado
el Instituto Municipal de Higiene por iniciativa del alcalde Federico Elguera, quien
quería replicar las experiencias exitosas de las principales capitales de Europa y
América. El instituto desplegó personal del municipio encargado de la vigilancia del
buen estado de los alimentos que se vendían en los lugares de abasto y de los
remedios, además de practicar análisis de sangre y orina y producir sueros y
vacunas. En la segunda década del siglo XX, desarrolló «campañas de
higienización» en la ciudad. La más intensa de estas campañas se realizó entre los
meses de agosto de 1917 y noviembre de 1918. Las acciones incluyeron las visitas

116
obligatorias a las casas. Como informó El Comercio, en total se visitaron 19.174
domicilios, se refaccionaron 645 fincas y se extrajeron 2.395 metros cúbicos de
basura del interior de las viviendas, según informaba el alcalde de Lima al director de
Salubridad.

Las campañas sanitarias dieron resultados positivos. Las cifras de mortalidad por
fiebre tifoidea ocurridas en Lima entre 1903 y 1923 bajaron. En el primer año se
registraron 142 casos, al año siguiente éstos disminuyeron a 117. En 1907 el
número bajó a 84 muertes y, aunque al año siguiente subió a 114, ya no se volvió
a la cifra de 1903. En los años siguientes, la mortalidad por esta enfermedad
siguió bajando, a pesar del repunte de 1913 (con 104 casos) hasta llegar a 71
muertes en 1923.

Algo similar, aunque no tan contundente, ocurrió en el caso de la mortalidad por


tuberculosis. Ésta, al igual que la fiebre tifoidea, seguía siendo alta en comparación
con periodos recientes, pero es evidente que a principios del siglo XX tiende
también a disminuir. En 1901 hubo 829 muertes por tuberculosis, cifra que decae
poco en términos absolutos (755 en 1920, 796 en 1921, 745 en 1922, 802 en
1923), pero sobre todo representa un retroceso de la mortalidad en términos
relativos, si tenemos en cuenta que la población de Lima se había incrementado
en 22 años a un ritmo mayor al 1,6 por ciento. En general, como señalamos arriba,
la mortalidad tiende a disminuir, a pesar de los picos altos de 1918 a 1919,
producidos básicamente por la «gripe española» y las convulsiones sociales (sólo
en el motín por las subsistencias de finales de mayo de 1919 murieron no menos
de 400 personas en Lima).

En la ciudad se podía disponer de asistencia sanitaria con mayor rapidez y


seguridad que en el campo, adonde llegaba con dificultades. Esto se aprecia
también en la manera como tuvo que ser enfrentada la epidemia de «gripe
española». A la entrega de medicinas gratuitas para los menesterosos,
mencionada arriba, debemos agregar que la Dirección General de Salubridad
Pública anunció en los diarios la instalación de una línea telefónica de
emergencia para que las personas enfermas pudieran solicitar atención
inmediata y gratuita a sus domicilios.

En el campo, aunque las cosas no avanzaron tan velozmente, se realizaron


importantes esfuerzos en esa dirección, como señalamos al hablar del combate
al tifus. Quizás en las campañas de vacunación antitífica podamos encontrar
una de las claves para explicarnos por qué en el siglo XX no se dieron
epidemias de tifoidea con dimensiones catastróficas, como las que ocurrieron
entre 1856 y 1859, que dejaron como saldo 300.000 indígenas muertos en las
punas de Puno, Cuzco y Arequipa, que redujeron la población del sur andino al
38 por ciento, igualándose a la proporción del centro del país.

Las dificultades eran obviamente mayores en el campo que en la ciudad, incluso


a nivel alimentario. Sin embargo, hay una serie de informaciones que han
permitido sostener que los diversos grupos de trabajadores rurales se
beneficiaron de la modernización y del crecimiento, y eso mismo tuvo relación
con el incremento demográfico experimentado entonces. Como se desprende de
los trabajos de Carlos Contreras, Carmen Deere, Michael González, Vincent

117
Peloso y Peter Klarén, entre otros, amplios sectores de campesinos de
comunidades indígenas y ciertos colonos pastores de haciendas tradicionales, los
migrantes estacionales y posteriormente proletarios mineros, los enganchados en
las haciendas azucareras y yanaconas y arrendatarios algodoneros, además de
otros sectores laborales, aunque fueron explotados y afrontaron las
consecuencias de los flujos económicos, pudieron experimentar algunos
progresos en su nivel de vida a lo largo del periodo.

La población foránea

La migración de fuerza de trabajo asiática puso su cuota en el crecimiento


demográfico. Aunque la gran migración china se dio en el periodo anterior a la
Guerra del Pacífico (cerca de 100.000 trabajadores llegaron entre 1849 y1874),
los efectos de esta migración se sintieron en sus descendientes, muchos de los
cuales desarrollaron empresas agrícolas propias y la mayoría se dedicó al
pequeño comercio en las ciudades. Además, en la medida en que la inmensa
migración china del siglo XIX estaba compuesta en su mayoría por hombres, sus
descendientes fueron casi siempre «injertos», es decir, mestizos de chino con
peruana, generalmente indígena. Un alto porcentaje de la población (se calcula
que en nuestros días llega al 10 por ciento) tenía sangre china. Algunos de
estos «injertos» destacaron en la vida pública. Tal es el caso de Pedro Zulen,
promotor de la defensa de la raza indígena. También llegaron nuevos
contingentes de chinos (no culíes), aunque no en las dimensiones anteriores.
Según Dora Mayer, el chino europeizado, sin la trenza y sin el traje original,
empezó a dominar el paisaje urbano, especialmente en Lima. Como precisó la
escritora, en las décadas finales del siglo XIX «primaba el elemento culto chino,
compuesto de comerciantes respetables y de letrados, sobre el acervo de
heces populares que se había reclutado al principio para suplir al esclavo
negro».

En efecto, en los principios del siglo XX hubo empresarios chinos con grandes
capitales que eran, por lo general, importadores de artículos del exterior,
aunque no faltaban los agricultores, ya fueran arrendatarios o propietarios. En
1924 Dora Mayer contabilizó, sólo para el valle de Lima, un total de seis
haciendas de regular dimensión dedicadas básicamente a la caña de azúcar y
al algodón, que empleaban un total de 910 trabajadores. Un caso destacable
fue la sociedad que establecieron Aurelio Pow San Chia y otros chinos
apellidados Chia y Kenchau, que llegó a figurar entre los grupos de poder
económico más importantes del Perú de entonces.

Sin embargo, la gran mayoría de chinos residentes en la ciudad de Lima se


dedicaron a otros rubros. De acuerdo con el censo de población de Lima de
1908, un buen número de asiáticos (1.341, número que representaba el 26 por
ciento del total de ellos) trabajaba en el servicio doméstico. Existe una
presencia mínima en los rubros de la agricultura, la ganadería, el transporte y
las profesiones liberales y una orientación ligera, pero no insignificante, hacia
los oficios del rubro de la industria y las artes manuales. La preferencia de la
mayoría de los chinos es por el sector del comercio: el 42 por ciento de los
chinos que habitaban Lima estaba insertado en este sector. La mayoría de
los chinos se dedicaba al negocio de las encomenderías, establecimientos

118
de venta al menudeo, que antes eran ocupados sobre todo por inmigrantes
italianos.

Los chinos que abandonaron el campo no sólo residieron en Lima. Muchos


desde temprano habían emigrado a las provincias del interior. Ya para 1876,
el censo da cuenta de la existencia de 127 chinos en Tarma y de 90 en
Chanchamayo. Hacia finales del siglo XIX es posible encontrar chinos en San
Ramón, Huánuco, Iquitos y Pucallpa dedicados a la explotación agrícola.
Luego avanzan hacia Chota, Cajamarca y el Alto Marañón hasta llegar a
Iquitos. Como señaló Isabelle Lausent-Herrera, allí se casaron con lugareñas
y en ocasiones asumieron apellidos del lugar, tales como Burga, Peso,
Saavedra, Ruiz, López, Navarro, García y Meza. Muchos se dedican al
cultivo, comercio y contrabando de tabaco. Otros se dedicaron al negocio del
caucho y amasaron grandes fortunas. En 1899 la colonia china era la colonia
extranjera numéricamente más importante en Iquitos, seguida de brasileños,
españoles y portugueses que hicieron de Iquitos una ciudad bastante
cosmopolita dinamizada por caucheros, comerciantes y buscadores de
fortuna.

Otra migración importante provino de Japón. Entre 1899 y1930 llegaron al


Perú 25.000 japoneses para trabajar en la agricultura. La mayoría de ellos,
hasta el año 1923, arribaron contratados para trabajar en tareas agrícolas
durante un periodo de cuatro años. Fueron en total 18.258 personas, de las
cuales 15.887 eran hombres, 2.145 mujeres y 226 niños. La presencia de
mujeres, aunque minoritaria, fue condicionando el desarrollo de la colonia
japonesa como «grupo cerrado», aunque esto se debía también a una fuerte
presencia de ideas como pureza de sangre, reforzadas después de 1923 por la
llegada de nuevos contingentes femeninos. También contribuyó la expectativa
de retorno con la que vinieron al Perú, aunque a fin de cuentas la inmensa
mayoría permaneció en el país. La mayor parte de ellos era de origen rural,
aunque probablemente se tratara de campesinos sin tierra. Trabajaron en las
haciendas de casi toda la costa. Muchas veces se fugaron y en otras realizaron
huelgas para pedir aumento de salarios. Según el excelente estudio de Amelia
Morimoto, al finalizar el tiempo del contrato, los trabajadores japoneses
quedaban en condición de libres y casi sin excepción se recontrataban en la
misma hacienda o en otra, siendo las del valle de Chancay donde concentraron
su preferencia, debido a los salarios más elevados que allí se ofrecían, sobre
todo en la coyuntura de la I Guerra Mundial, durante la cual el algodón empezó
a reportar grandes ganancias. En la hacienda Santa Bárbara, de Cañete, se
registró una experiencia similar. Algunos de los que permanecieron en las
haciendas se convirtieron en empleados y un gran número se hizo arrendatario
para dedicarse al cultivo del algodón. Hubo también en este primer periodo
algunos que migraron a las ciudades para dedicarse al pequeño comercio y a
los servicios, como, por ejemplo, el de las peluquerías. En 1907 se formó la
Asociación de Peluqueros de Lima y hasta 1909 existían 50 establecimientos
regentados por japoneses. En 1923, sólo en peluquerías, los japoneses tenían
119 establecimientos. A partir de 1924, año en que dejaron de operar las
compañías japonesas de inmigración, llegaron inmigrantes sin contrato, que se
apoyaron en familiares y amigos que residían en el Perú. Entre 1924 y 1930
llegaron 7.933 japoneses, algunos de los cuales se dedicaron a la agricultura

119
como arrendatarios y la gran mayoría, el 63 %, al sector del comercio. En 1930
había en total 20.295 japoneses en el Perú, distribuidos en distintas ciudades:
Lima (15.735), El Callao (1.990), La Libertad (749), Junín (575), Ancash (329),
Lambayeque (259), Ica (251), Piura (137) y el resto en Huánuco, Loreto, San
Martín, Moquegua y Puno.

No sólo llegaron asiáticos a las costas peruanas. Como resultado de un proyecto


migratorio distinto al de los hacendados, que no buscaba satisfacer la necesidad
de fuerza de trabajo en la agricultura de exportación, sino introducir un material
humano que ayudase a los objetivos de «civilizar», las élites ilustradas
desarrollaron desde el Estado una serie de planes concretos para atraer
inmigrantes europeos o estadounidenses, blancos, católicos o protestantes. Y
aunque el flujo migratorio europeo fue menor que el de otros países y menor que
el que recibió el Perú en el siglo XIX, entre 1900 y 1930 llegaron
aproximadamente 15.000 europeos, la mayoría italianos, para integrarse a la
economía peruana en calidad de trabajadores independientes y de empresarios.
Importantes familias italianas llegaron con capitales para invertirlos en la
industria. Inmigrantes como los Boggio, fundadores y durante mucho tiempo
accionistas principales de la fábrica de tejidos de algodón Santa Catalina; como
los Raffo, también accionistas de la misma fábrica; los Isola y los Gerborini,
propietarios de las fábricas San Jacinto y San Francisco, respectivamente; los
Perfumo y los Rezzo, miembros del directorio de la textilería. La Victoria, junto
a los Bracale y los Sanguinetti, que forjaron el Banco Italiano, estuvieron entre
los principales protagonistas y pronto se convirtieron en acaudalados
capitalistas nacionales. Un caso distinto fue el de italianos que, no siendo de la
élite, tampoco llegaron pobres, aunque sí dispuestos a hacerse ricos. Un
ejemplo simbólico lo ofrece la biografía de Pedro D’Onofrio, un napolitano que
luego de una estadía por Buenos Aires y Nueva Jersey, llegó al puerto de El
Callao en 1897, portando una máquina para la elaboración de helados y que,
al instalarse en Lima, alquiló un local para la fabricación de los helados que
empezó a vender en una carretilla. Con el paso de los años el negocio
prosperó y entonces compró un local más grande y multiplicó las carretillas y
diversificó la producción a otros rubros como los chocolates. Las ventas
aumentaron considerablemente y al llegar los años veinte, D’Onofrio se había
convertido en una fábrica importante.

Pero el caso típico del inmigrante italiano en los principios del siglo XX no fue
éste sino el de aquél que luego de trabajar como dependiente de un paisano
ahorraba un pequeño capital y lo invertía en un negocio de venta de abarrotes,
frutas, alimentos preparados y licor, o quizás en un taller de zapatería o
curtiduría. Al igual que la colonia china, la mayoría de italianos se dedicaba a la
venta al por menor de artículos indispensables para las familias, desde
carbonerías hasta pulperías. Sin embargo, como lo muestra el historiador
Bonfiglio, entre 1910 y 1920, se registró un importante ascenso social de los
italianos en Lima, que dependió básicamente de las posibilidades de
diversificación económica por parte de una nueva generación más calificada
(hijos o parientes de inmigrantes llegados en el periodo anterior) que aspiraba a
algo más que a la pulpería.

120
Además de italianos, llegaron cosacos rusos, aunque en reducido número,
para asentarse en los valles del departamento de Ayacucho; polacos,
ingleses y alemanes lo hicieron en mayores cantidades. La migración judía
en los principios del siglo XX no fue muy numerosa, pero importante por el
impacto de sus miembros en la acumulación de capital comercial, además
de los aportes culturales que realizó en el Perú.

LA ESTRUCTURA SOCIAL

Tras la derrota en la Guerra del Pacífico, se puso en marcha un proceso


modernizador que no sólo sacó del colapso a la economía peruana, sino que
también significó un crecimiento importante en términos económicos. Este
crecimiento, que se prolongó hasta la tercera década del siglo xx, se
manifestó en el incremento de la exportación de materias primas por parte
de capitalistas nacionales y del capital extranjero, especialmente del sector
minero.

En las principales ciudades capitales de provincia y especialmente en Lima


se desarrolló un sector productor de bienes de consumo interno, como
textiles, velas, fósforos, alimentos, etcétera, aunque sin que esto implicase
un proceso de industrialización sostenido. Fue, más que nada, un
crecimiento inédito del sector industrial que duró hasta 1907, con algunos
repuntes en la década de 1920. Todo este movimiento fue introduciendo
cambios importantes en la estructura social de la época.

La oligarquía

Los cambios incluyeron a la propia elite oligárquica, que, desde el control del
Estado, impulsaba el proceso modernizador. Las fuertes inversiones
realizadas implicaron cambios decisivos en la organización y hasta en la
misma mentalidad de la clase empresarial. En este sentido, ni la clase
dominante ni el periodo en su conjunto fueron «aristocráticos», como señaló
Basadre, sino más bien burgueses, como precisó Alfonso Quiroz, al identificar
los ideales, los orígenes y en suma la experiencia burguesa de la elite que
impulsaba la modernización del país. En efecto, la manera «bastante racional-
capitalista» con que la elite financió y promovió sus negocios la hizo
expandirse hacia distintos sectores agrocomerciales e industriales, y
organizarse en modalidades como los trusts, evidenciando entre 1890 y1930
una alta capacidad para crear y controlar instituciones financieras: unos 10
bancos comerciales, 11 compañías de seguros, 3 cajas de ahorro, 4 secciones
hipotecarias y hasta 40 urbanizadoras; instituciones financieras que estuvieron
concentradas en Lima, aunque algunas abrieron sucursales en provincias.

La transformación de la oligarquía en los finales del siglo XIX significó


también la mayor concentración de la propiedad, sobre todo en el sector de
la agroexportación. Un ejemplo lo ofrecen las haciendas azucareras: 26
fundos de entre 100 y 1.200 fanegadas fueron absorbidos a principios del
siglo XX por la hacienda Casa Grande, de los Gildemeister; otros 28 fundos
fueron concentrados por la hacienda Roma, de los Larco; y 6 fundos
pasaron a la hacienda Cartavio, de la empresa Grace. En 1918 la hacienda

121
Casa Grande absorbió a la hacienda Roma. A pesar del proceso de
concentración, el tamaño de la elite económica era mucho más grande de lo
que se pensaba cuando se evocaba la imagen de «las 40 familias». Además, si
bien la agricultura para la exportación fue la base de la riqueza de la oligarquía,
también fueron importantes las inversiones inmobiliarias.

La modernización de la elite se vio reforzada con capitalistas inmigrantes que se


integraron a la comunidad nacional. Ellos no sólo trajeron dinero, sino además
conocimientos técnicos y una nueva actitud empresarial. Es importante mencionar
el hecho de que en la fundación de la Bolsa Comercial de Lima tuvo un papel
destacable Paul Ascher, un inmigrante judío, quien además fue el primer corredor
acreditado en Bolsa en la ciudad de Lima. Lo mismo se puede decir de muchos
migrantes italianos en la modernización de las haciendas azucareras (los Larco) o
en la creación de las primeras industrias textiles (los Isola, por ejemplo). Estos
inmigrantes, a diferencia de los hacendados tradicionales, exhibieron cualidades de
agresividad y flexibilidad empresariales necesarias para responder rápidamente a
los cambios que el negocio del azúcar experimentaba en el exterior, mediante la
hipoteca de prácticamente todas sus propiedades a los bancos extranjeros. Con
ello, sin proponérselo, lograron que otros hacendados y negociantes asumieran
actitudes de riesgos y miradas avizoras. A su vez, al integrarse a la élite dominante
local, en un contexto de fuerte herencia colonial en lo que a mentalidades se
refiere, estos inmigrantes tuvieron que asimilar rasgos de tinte aristocrático. Sin
embargo, la tendencia central del conjunto de la oligarquía fue, con más claridad a
partir de la posguerra, hacia la modernización empresarial.

Una mayor tendencia en los intelectuales vinculados a este sector social a


buscar la integración nacional también es reveladora de los cambios operados
en la elite. Aunque el racismo y el autoritarismo siguieron vigentes, en algunos
espacios fueron paulatinamente atenuados en aras de tal integración. Así, por
ejemplo, si bien podemos encontrar argumentos en torno a la inferioridad del
indio (Deustua, Palma, entre otros), es común la defensa del indígena contra la
triple explotación del cura, el gamonal y el juez de paz (como se aprecia en la
Generación del 900), y es común encontrar autores que, al mismo tiempo que
profieren diatribas racistas contra negros y asiáticos, señalan al indio como un
elemento positivo de la nacionalidad: «Indios y blancos —dijo el doctor Carlos
Enrique Paz Soldán—: he aquí las dos riberas que canalizan la corriente racial
de nuestro país».

Hay, además, luego de la guerra una nueva mirada de lo popular que se


manifestó, por ejemplo, en que la prensa limeña hizo abandono del lenguaje
despectivo que solía usar para referirse a las clases populares y sus
costumbres. En especial en la década de 1890, se observa una progresiva
expurgación de adjetivos como «bárbaro», «incivilizado», «ignorante» o
«inculto», que habían servido para describir y descalificar las prácticas
culturales populares. Incluso la expresión «plebe», muy usada en los periódicos
limeños, dejó de emplearse, para ser reemplazada por «personas del pueblo»
o «gente del pueblo». Aunque esto era una versión renovada de la
jerarquización, como se aprecia cuando describen la fiesta del carnaval
estudiada por Rolando Rojas, también existía la idea de forjar ciudadanos
virtuosos, trabajadores y disciplinados, que venía del periodo prebélico y que

122
cristalizó en una serie de políticas con relación a las clases populares que iban
desde la extensión de la educación pública, incluyendo la educación técnico-
laboral, hasta la institucionalización de una serie de festividades como el
carnaval. Desde la Universidad de San Marcos, el Centro Universitario,
controlado por estudiantes integrantes o vinculados a la oligarquía, desarrolló la
«extensión universitaria», una especie de proyección social destinada a mejorar
las condiciones de vida de las clases trabajadoras mediante la educación no
formalizada. Sin embargo, estas políticas estuvieron dirigidas hacia la población
urbana, dejando a un lado a la gran masa indígena, a la que, por el contrario, se
le privó del derecho al voto con la reforma del artículo 38 de la Constitución de
1860. Además, la moderación en el lenguaje con respecto a los plebeyos
urbanos iba de la mano de una actitud autoritaria que descartaba la posibilidad
de que estos sectores tuvieran una injerencia democrática. Esto quedó claro con
el golpe de Estado contra el presidente Billinghurst en 1914, cuyo gobierno logró
fuerte respaldo de «insolentes» sectores del pueblo, según el hacendado Ramón
Aspíllaga, siendo ésta la razón principal por la que el ejército dio el golpe contra
Billinghurst. En suma, había una voluntad de mirar a los sectores populares con
arreglo a criterios modernos, pero en los hechos, las decisiones políticas que
tomaba la oligarquía dejaban fuera a los amplios sectores de trabajadores del
campo y de la ciudad.

Los gamonales

La oligarquía gobernaba en alianza con el gamonalismo, término en el que no


están comprendidos solamente los gamonales, como anotó bien Mariátegui,
sino además una larga jerarquía de funcionarios, intermediarios, «parásitos
letrados», entre otros.

Visible en los caciques locales que basaban su poder en la tierra, en el comercio


local o en sus relaciones clientelistas con la misma oligarquía y que ejercían el
poder a través del control de la prefectura y de los juzgados, el gamonal
propiamente dicho era hacendado o administrador de hacienda, mestizo,
hispanohablante y con cierto grado de instrucción. Sin embargo, como señalan
Burga y Flores Galindo, los gamonales constituían una gran variedad de
expresiones, que dependían básicamente de la peculiaridad económica, social
y cultural de cada una de las regiones de la sierra. Los gamonales de la sierra
Norte eran distintos de los gamonales de las haciendas de la sierra Central,
más modernas, y de los de las punas del sur, donde las haciendas se
mantuvieron atrasadas y feudales. Hubo gamonales, generalmente grandes
hacendados, que vivían en las ciudades importantes de la región, como
Arequipa y Cuzco, que vestían con telas de Inglaterra y pensaban como
«blancos occidentales». Sin embargo, también podían no ser vistos como
blancos por otros hacendados costeños. Hubo también quienes tenían
haciendas de menor tamaño y con menor número de colonos, que eran
identificados como «mistis» por los indios pero que, a ojos de otros
hacendados, podían ser vistos como indios por su vestimenta y en general por
su estilo de vida.

Los gamonales estaban enlazados con los campesinos por relaciones que
combinaban despotismo y paternalismo. Apoyándose en el juez de paz y en la

123
autoridad policial local, demostraban su poder con violencia cuando decidían
una acción a favor de sus intereses, por ejemplo, al desalojar a un colono de la
vivienda y la parcela que se le habían dado como parte de la contraprestación.
Esto no sólo ocurría en las haciendas del sur andino. Según testimonios de
ancianos, recogidos por Karim Apel, que, siendo niños, vivieron en las serranías
de Piura, el cepo y los castigos de los mayordomos estaban a la orden del día y
los perros del amo comían mejor que los colonos. «El hacendado hacía lo que
quería».

Los gamonales formaban verdaderos ejércitos con los cuales enfrentaban a


otros gamonales en su lucha por acumular más tierras y colonos y por acceder a
los cargos públicos. En el sur andino se puede encontrar como ejemplo típico el
caso de José María Lizares, hacendado de Azángaro, quien había formado un
cuerpo militar en 1866 «para defender a la patria». Lizares había reclutado
campesinos de la parcialidad de Añaypampa y se autonombró comandante. En
1899 era jefe de la montonera de Azángaro y tenía el grado de coronel. A fines
de siglo se propuso concentrar tierras usando la fuerza: usurpaba a cuantos
podía, indios o mistis, apoyándose en un ejército de 400 indios al mando de sus
mayordomos. «Sus huestes lucían trajes militares», comentan Burga y Flores
Galindo. En la sierra Norte del país, en las provincias de Cutervo y Chota, se
observa en todo un largo periodo (1900-1919) una violenta confrontación entre
los partidarios de Benel y los de Alvarado. Los gamonales se armaban para
enfrentar a sus enemigos, otros gamonales y así expandir sus haciendas.

La masa campesina

La población campesina en el Perú de finales del siglo XIX y principios del XX


integraba (la mayoría) una comunidad indígena, con lo cual tenía mayor
autosuficiencia, o podía trabajar como colono de hacienda.

En las haciendas, los gamonales mantenían relaciones casi serviles con los
colonos y sus familias. En algunas de ellas los campesinos tenían la obligación
de trabajar 180 días para el hacendado sin recibir pago alguno, es decir, una
semana en la hacienda y la siguiente en su parcela, corno señalaron Burga y
Flores Galindo. Según los autores, no siempre existía esta división espacial y
cronológica. En las haciendas de la puna, así como en Ancash y en la sierra
Central, los colonos dedicados al pastoreo tenían que encargarse durante el año
del ganado del dueño, además de su pequeño rebaño. Las obligaciones no sólo
eran productivas y debía cumplirlas tanto el colono como su familia entera. Estas
obligaciones podían ser: trabajo agrícola en el ayni, transporte en llamas y
pongaje (trabajo servil) del colono o su mujer, tanto en la casa hacienda como en
las residencias de Cuzco, donde desempeñaban labores de construcción u otra
actividad a la que fuesen asignados. Para esto, el hacendado ejercía su dominio
a través de una cadena de mandos, logrando la obediencia mediante la
amenaza, los latigazos, maltratos y usurpaciones. En el primer eslabón estaba el
administrador, seguido de los mayordomos mestizos para cada una de las
estancias que componían la hacienda. Luego venía el mandón, que era un
indígena designado por el administrador para ordenar el trabajo en una estancia
durante el año. Finalmente, los varayoc o alcaldes de indios y regidores que eran

124
elegidos por los indígenas y que gozaban del reconocimiento del gamonal y el
cura.

En las haciendas del norte la relación entre los gamonales y los campesinos
presentaba matices, dependiendo de la forma en que se realizara el pago de la
renta de la tierra. En el departamento de Cajamarca, por ejemplo, los colonos
eran los campesinos que pagaban (ellos y sus familias) su renta por una
parcela de tierra y derechos de pastoreo mediante los servicios personales y
faenas. Muchos de los colonos de principios del siglo XX habían nacido en la
misma hacienda y por ello su grado de dependencia con el patrón fue mucho
mayor. En estos casos, al igual que en el sur andino, era común que el
trabajo doméstico en la casa hacienda lo realizaran la mujer y los hijos
pequeños de los colonos de manera rotativa. Otro grupo estaba constituido
por los campesinos aparceros, quienes, por lo general, pagaban la renta con
especie y con faenas. Finalmente, había un grupo de arrendatarios, quienes
procedían, por lo general, de las comunidades campesinas y pagaban la renta
por la tierra y derechos de pastoreo en dinero y en faenas. En los principios
del siglo XX, los acuerdos por arrendamiento se incrementaron debido a la
presión demográfica en el interior de las comunidades y al hecho de que la
clase terrateniente ejercía el virtual monopolio de las tierras para pastoreo.
Los arrendatarios, a su vez, establecían acuerdos con otros campesinos, los
subarrendatarios, o también con aparceros, a quienes presionaban para
poder cumplir con la cantidad fija de dinero que había sido acordada con el
patrón de la hacienda. De los tres grupos de campesinos, el que soportaba
las mayores presiones, en términos de obligaciones, era el colono.

En las serranías de Piura, en las provincias de Ayabaca, Huancabamba y


Morropón, los términos yanacona, colono y arrendatario se usaban como
sinónimos, aunque a la hora de efectuar reclamos, los campesinos casi
siempre se presentaban como colonos. A pesar de que se pueden establecer
algunas variantes, al igual que en el sur andino, el colono, al hacer uso de la
parcela, de los pastos para su ganado y del derecho a una vivienda, se veía
obligado a realizar trabajos gratuitos en la hacienda (que podían ser de entre
36 y 90 días al año), y su familia en la casa del patrón, a vender su ganado y
productos agrícolas al hacendado al precio que éste mandase y a entregar
parte de la cosecha o el doble de las semillas que había recibido el
hacendado.

Las comunidades indígenas eran una herencia de las comunidades que había
creado el virrey Toledo y que funcionaron para sustentar la explotación
minera mediante el sistema de la mita. Luego, durante el siglo XIX y ya con la
república, sirvieron para recaudar el tributo, hasta que fue abolido por el
presidente Ramón Castilla; aunque se restauró nuevamente en 1867 y 1896,
durante breves periodos, los indígenas habían dejado de tributar como en los
tiempos coloniales. Las comunidades siguieron funcionando básicamente por
el arraigo en la población andina de las prácticas que implicaran la ayuda
mutua. Pero tanto el importante crecimiento poblacional como también la
misma abolición del tributo y el dinamismo económico llevarían a un
predominio de la conducción individual y al reforzamiento de los mecanismos
de herencia, en desmedro del colectivismo que fue más efectivo en las tierras

125
en común. Aunque sobrevivió la reciprocidad interna que las caracterizaba,
junto a una fuerte identidad local-familiar, que se expresaba incluso en las
vestimentas que singularizaban a cada parcialidad, se podría decir que la
modernización, y en particular el mercado, delineó un mayor peso de las
economías familiares, especialmente en las comunidades de la sierra Central,
donde, además, la expansión de las haciendas sobre la tierra de las
comunidades no fue tan marcada durante esos años gracias a la oposición —
incluso armada— de los comuneros, que fue una secuela de la resistencia
nacional durante la campaña de la Breña, analizada por Nelson Manrique. En la
sierra Norte el peso de las comunidades había disminuido desde los tiempos
coloniales, en que se consolidó territorialmente la hacienda de un modo más
marcado que en otras regiones, como el sur, donde desde mediados del siglo XIX
la presencia importante del régimen de hacienda implicó el sometimiento de las
comunidades y la enajenación de parte de sus tierras, estimulada por el
incremento de la demanda de las lanas en el mercado internacional,
especialmente británico. Con todo, el gamonalismo encontró una decidida
resistencia en las comunidades, incluso en el sur, lo que visto a largo plazo
contribuyó a la vigencia de las comunidades como agente protagónico en el
campo e imposibilitó que los hacendados contaran con más tierras y con mano
de obra a sus anchas. La población sometida en las haciendas fue de lejos menor
que la población de las comunidades. En este destino también representó un rol
la acción del Estado en 1919 y en 1924, cuando, bajo la influencia de indigenistas
como Hildebrando Castro Pozo, el gobierno de Leguía les otorgó el
reconocimiento legal que la República desde sus inicios les había denegado.
Entre 1926 y1935 fueron inscritas 411 comunidades, pero ya en 1925 Abelardo
Solís llegó a contabilizar alrededor de 1.500 comunidades.

Sin embargo, debido al aumento de la densidad poblacional, que se traduce de


inmediato en escasez de los recursos, muchos comuneros tuvieron que combinar
o en algunos casos mudar a la condición de colonos o de arrendatarios, con el
efecto de que se establecían relaciones de dependencia servil con el hacendado.
En consecuencia, en las primeras décadas del siglo XX se dio una abundancia de
mano de obra, y por lo tanto una depreciación de la misma, lo que fue
aprovechado por los hacendados para acentuar la explotación. Este hecho
probablemente ayude a explicar la novedad de la década de 1920: a las luchas
de las comunidades se suma la sublevación de los colonos en el sur andino.
Pero habría que considerar otros factores y también señalar que tanto en el
caso de comuneros como en el de colonos, no se trataba de pastores que
necesariamente veían reducirse sus niveles de vida. «Estos pastores no eran
pobres», como sostiene Luis Miguel Glave, pues tenían la lana con la cual
conseguían el dinero para acceder a otros recursos.

En efecto, las exportaciones de lana de ovejas y de camélidos que venían


desarrollándose en el sur andino, especialmente Puno, desde los años
posteriores a la independencia, atravesaron a partir de la posguerra por una
tendencia al alza que declinó al iniciarse la tercera década del siglo XX. Antes
de ese auge, las ferias, que se realizaban periódicamente, constituían un
espacio en torno al cual se congregaban diversos agentes económicos
procedentes de zonas lejanas como Tucumán. Pero, con la llegada del
ferrocarril a Puno, las ferias estacionales fueron perdiendo peso y en su lugar

126
aparecieron mercados dominicales en los pueblos situados al pie de la vía
férrea. Allí los indígenas, a la vez que eran importantes vendedores de lana,
eran también los principales compradores en los tambos de las ciudades. Es
decir, había un mutuo beneficio en la medida en que los indios recibían dinero
para comprar productos que necesitaban, a cambio de aportar la lana necesaria
para los exportadores, sobre todo en el segundo semestre del año, cuando las
haciendas paraban la trasquila de los animales. Esta situación vino funcionando
regularmente en la última década del siglo XIX y en las primeras décadas del
siglo XX, aunque no faltaron años de crisis, determinados por la baja en el
precio de las lanas debida a la reducción de la demanda internacional. En
estos casos, como señala un testimonio de la época, «la indiada está muy
pobre porque no hay negocios comerciales» y eso hace que las tiendas de
abasto entren en paro. Con todo, la tendencia de los campesinos que
comerciaban con lana en ese largo periodo es hacia el incremento de su
consumo y a un relativo mejoramiento de su nivel de vida.

Hubo también trabajadores estacionales. El trabajo temporal fue otra manera


como los campesinos de comunidades extrajeron beneficios del sector
moderno, sea en las haciendas costeñas o en los centros mineros. Este
mecanismo no era novedoso: surgió tras la desaparición, en 1790, del trabajo
coactivo que tenía como eje la mita. Se abrió paso entonces a un mercado
laboral estacional libre, ya no en beneficio del sector minero, únicamente, sino
también del campesino. Se trataba de campesinos que rechazaban la
proletarización, es decir, la dependencia exclusiva del salario; su identidad era,
en el mejor de los casos, mitad campesina y mitad minera. Esto se reflejaba,
por ejemplo, en la inestabilidad demográfica de Cerro de Pasco. En
determinadas épocas del año, en la siembra y la cosecha de los campos, gran
parte de la población minera prácticamente desaparecía. De un promedio de
3.000 trabajadores, sólo la tercera parte eran estables. A esto se agregaba su
concepción rural del uso del tiempo, donde el ocio, las fiestas y las
celebraciones eran un ingrediente importante. Para retener a los trabajadores,
los empresarios incrementaban las remuneraciones directas o indirectas. Pero
los campesinos disponían del dinero para robustecer la economía campesina.
Los campesinos compraban en la ciudad artículos necesarios, como sal,
madera, combustible, alimentos, además de aguardiente, coca, añil, artículos
de cuero, jabones y cera. Como señala Contreras, las minas eran para la
masa campesina «casi un piso ecológico más», donde se migraba para
rescatar un producto, la moneda, que le abría la puerta a otros productos que
no había en su comunidad. Sabiamente pensaban: «Dinero sí, salario no».
Por ello no siempre actuaron como pasivos consumidores: a veces invirtieron
el dinero para rearmarse económicamente. Es interesante al respecto lo
señalado por José María Arguedas para el caso de los campesinos del valle
del Mantaro, que habían cambiado mucho con las minas de Pasco y Junín y
el Ferrocarril Central que llegó a la Oroya en 1893, a Jauja en 1908 y a
Huancayo en 1909. Arguedas constataba que el pequeño propietario
campesino del valle podía conseguir capital trabajando, siempre
eventualmente, en las minas: «Con este capital mejoró el aprovechamiento de
sus tierras, porque encontró un gran mercado donde colocar sus productos:
Lima», afirmaba Arguedas. Algo similar ocurría en Cajamarca: los campesinos
cajamarquinos, y no solamente los terratenientes, estimulados por el

127
desarrollo poblacional de las haciendas azucareras en la costa norte, se
convirtieron en abastecedores de alimentos. En estos casos la articulación
entre la economía campesina y el capitalismo tenía lugar no sólo en el
mercado de trabajo, sino también en el mercado de productos, con el
consiguiente beneficio mutuo.

El enganche y la migración interna de fuerza de trabajo fueron expresiones


de la modernización. Ante la imposibilidad de contar con una fuerza de
trabajo estable, en un momento en que el estilo de vida campesino seguía
siendo muy estimado por los trabajadores serranos, a partir de 1890 los
empresarios mineros y hacendados de la costa recurrieron al sistema de
enganche, mediante el cual los indios suscribían contratos y aceptaban dinero
adelantado a cambio de un periodo de trabajo en los centros productivos. Sólo
en las haciendas azucareras hubo 20.942 braceros en 1913 y 22.466 en 1916.
En el cultivo del arroz laboraban 9.471 personas en 1916, y 11.451 en 1917.

Ha sido factible entre los historiadores ver el enganche como una relación en la
cual los campesinos asumían un rol pasivo resultado del engaño, sobre todo al
recordar el caso del auge de la exportación de caucho, que, si bien estimuló el
crecimiento de ciudades como Iquitos y proporcionó algunos beneficios para
sectores de la población, también produjo la muerte de miles de indígenas
amazónicos por las infecciones y las condiciones de trabajo. Sin embargo, esta
experiencia no se repitió en otras situaciones. Muchos otros analistas (como
Blanchard, Bauer, Albert, Deere, Peloso) han puesto la mirada en el incentivo
monetario que inducía a que los campesinos empobrecidos de la sierra
migraran, al menos estacionalmente. De acuerdo con Deere, las familias
campesinas más pobres estaban más que deseosas de tomar los adelantos
para resolver emergencias familiares, padrinazgos en fiestas religiosas o el
pago de deudas. Las entrevistas realizadas por la autora indican que, en el
curso de las cuatro primeras décadas del siglo XX, a medida que en la provincia
de Cajamarca se agudizaba la escasez de tierras, una cantidad cada vez mayor
de campesinos migró voluntariamente como parte de una estrategia familiar de
generación de ingresos. El enganche se convirtió cada vez más en el sistema
crediticio de los campesinos, que garantizaba el consumo adelantado del
trabajo realizado. Además, el desarrollo de este sistema tuvo repercusiones en
la monetización de la economía campesina en Cajamarca. En las dos primeras
décadas del siglo XX, el grueso del ingreso salarial obtenido por los trabajadores
estacionales fueron adelantos en efectivo que se gastaron en la sierra.
Posteriormente, cuando el enganche perdió vigencia, los migrantes campesinos
ahorraron dinero y lo invirtieron en su lugar de origen, comprando desde
aguardiente y chancaca hasta cuero, jebe y tintes para sandalias; desde
sombreros de Celendín y bayeta para la confección de ropas hasta arados de
acero y azadones.

Enganche y migración voluntaria iban de la mano. El sistema de enganche


prosiguió con fuerza en las primeras décadas del siglo XX. Sin embargo, al
comenzar la tercera década, fue perdiendo peso. Por ejemplo, en la hacienda
Cayaltí, en 1923 la mitad de la fuerza laboral estaba constituida por
trabajadores permanentes. Ello se explica en parte porque un número
creciente de campesinos, sobre todo de Cajamarca, migró voluntariamente,

128
sin adelantos, atraído por la diferencia entre los salarios de la costa y la sierra,
cuya relación era de siete a uno. Como señala Deere, esta migración
voluntaria, sin duda, fue facilitada por la anterior experiencia de otros
cajamarquinos con el sistema de enganche. El enganche, en suma, fue un
camino irreversible hacia la proletarización. En muchos casos esto se debió a
una elección racional de los trabajadores que empezaron a estimar y a crear
una nueva identidad moderna: es decir, con el transcurrir de los años, los
trabajadores enganchados, al igual que migrantes, se fueron transformando en
proletarios agrícolas.

Finalmente, tenemos a los yanaconas. Otro caso que implicó una migración
movida por la obtención de monedas fue el régimen de yanaconaje que regía
en las haciendas algodoneras del sur de Lima, y especialmente de Ica. Mediante
este sistema, los campesinos estaban obligados a sembrar algodón y a recibir
del patrón herramientas, insumos y préstamos que luego pagarían con intereses,
a cambio de parte de la cosecha por concepto de renta. En los años en que el
negocio atravesaba periodos de alza, el valor del retorno fue muy grande, con lo
cual se beneficiaron los hacendados y los mismos campesinos yanaconas, cuyo
número había subido de 21.000 en 1916 a 41.000 en 1923. Las ganancias
obtenidas fueron reinvertidas en sus propias parcelas, en la sierra, y gastadas en
las festividades que finalmente contribuían a consolidar la unidad de los
comuneros. Se podría decir que gran parte de los campesinos y arrendatarios se
benefició con los ingentes ingresos por las exportaciones algodoneras durante el
periodo, aunque, con el aumento de la oferta de trabajadores, hacia 1910, los
yanaconas perdieron la autonomía que habían tenido con respecto a los
hacendados. Pese a ello, el yanaconaje recuperó parte de sus derechos al
finalizar la década de 1920.

El naciente proletariado

Las fuertes inversiones de capital en la agricultura, la minería y la industria,


tanto de la oligarquía como de potencias capitalistas, dieron origen a una
importante clase obrera moderna. Sin embargo, esto no ocurrió corno sale el
sol de la noche a la mañana, como diría E. P. Thompson, sino que más bien
fue resultado de un largo proceso de forja y auto-creación del nuevo actor
social.

La recuperación de las haciendas azucareras de la costa norte y de la provincia


de Lima fue acompañada de un proceso de concentración de tierras en pocas
manos, que implicó profundos cambios en la tenencia de la tierra y en particular
el despojo y la consiguiente proletarización de cerca de 5.000 familias entre 1890
y1930. Muchos de los miembros de estas familias pasaron a trabajar como
braceros en Casa Grande, Roma y Cartavio, las tres haciendas más grandes de
la costa norte, cuyos dueños —los Gildemeister, los Larco y la empresa
estadounidense Grace, respectivamente— representaron la total colonización de
la agricultura costera por el capital extranjero en alianza con la oligarquía. Pero
también, como se vio anteriormente, estas empresas tuvieron que recurrir a la
mano de obra serrana mediante el enganche y el trabajo migrante. Ésta fue la
base sobre la cual, ya en la segunda década del siglo XX, fue formándose un
proletariado agrícola que exigió el pago en salario y no en fichas, se sumergió en

129
una disciplina laboral, recibió la influencia de los movimientos anarquistas y se
organizó en sindicatos para luchar por mejoras en sus condiciones de existencia.
De acuerdo con el Extracto Estadístico del Perú, el número de braceros
dedicados al cultivo, la cosecha y el procesamiento de caña de azúcar fue en
aumento a partir de 1912. En este año eran en total 18.945 hombres dedicados a
estas faenas, mientras que, tres años después, ascendieron a 24.433. En 1919
la cifra de obreros agrícolas en las haciendas azucareras llegó a 26.496,
mientras que en 1925 ésta aumentó a 30.159.

Las haciendas arroceras, que se desarrollaban en la costa norte, también


absorbían una importante cantidad de mano de obra. En 1923 fueron
registrados 16.000 braceros. El cultivo de la vid demandaba menos obreros
agrícolas, pero la producción algodonera, especialmente en regiones de Piura,
Huaral, Chancay, Ica, Arequipa y el sur de Lima, sí demandó cantidades de
hombres similares a las de los ingenios del azúcar (aproximadamente unos
27.000 trabajadores en su momento de apogeo), aunque, a diferencia del
sector azucarero, en el que además se realizaba una labor industrial de
procesamiento de la caña, en el sector algodonero no se puede hablar de un
proletariado agrícola, sino más bien de yanaconas que recibían del
terrateniente parcelas y a veces herramientas, además de préstamos, a
cambio de entregar parte de la cosecha como renta. Esto generaba unidades
de producción y agricultores semiindependientes.

De forma paralela al desplazamiento del capital nacional por el capital extranjero


en el sector minero, y a las fuertes inversiones en tecnología, en atractivos
salarios y en la compra por parte de la compañía de tierras de las comunidades y
haciendas con el fin de liberar mano de obra, en los principios del siglo XX el
trabajador estacional que laboraba en las minas (mitad campesino, mitad obrero)
fue dejando su condición de transitoriedad, aunque no sin resistencias. Según
las estadísticas oficiales, en 1905 los «proletarios en transición» sumaban en
total 9.651 trabajadores. Pero en 1913, al compás del crecimiento de la demanda
del mercado mundial, llegaron a 19.515. Y en la década de 1920, cuando ya se
fueron definiendo con claridad los perfiles del proletariado minero, el número
sobrepasó los 22.000, y llegó a 32.321 operarios en 1929. Estos obreros estaban
dispersos en un conjunto de campamentos de medianas y hasta pequeñas
empresas, pero era la Cerro de Pasco Corporation —que hacia 1923 se había
extendido hacia La Oroya— la que aglutinaba el 30 por ciento de la masa
laboral. Allí los trabajadores realizaban labores de extracción, fundición y
refinamiento de los minerales; sus condiciones de vida eran muy duras, pues
podían contraer enfermedades como la silicosis, sufrir heridas a causa de los
derrumbes o, en el peor de los casos, morir.

En las empresas extractoras de petróleo localizadas en los departamentos de


Piura y Tumbes había en total 5.800 trabajadores, de los cuales 3.918 se
hallaban en Talara trabajando para la International Petroleum Company,
empresa que reclutó mano de obra de los poblados aledaños a La Brea y
Pariñas sin necesidad de recurrir al enganche, con lo cual se formó desde
temprano un proletariado «más depurado».

130
En las urbes importantes del país todavía predominaba la producción artesanal
sobre la producción industrial y, en lo que a masa laboral respecta, es
indudable que los trabajadores adscritos al régimen artesanal predominaban
ampliamente sobre el personal que laboraba en fábricas.

En los principios del siglo XX el artesanado seguía manteniendo muchas de las


características centrales del pasado colonial y, en general, de los artesanos de
las sociedades que atravesaban una fase inicial del proceso de modernización.
Esto último significaba que el taller era, además, el lugar de venta de las
mercancías. En ciertas ocasiones, como en el caso de zapateros y costureras,
era también el hogar del artesano. Siendo éste una «realidad viva» en momentos
en que nacía el proletariado industrial, era inevitable que muchos de sus rasgos
estuvieran presentes en la dinámica del nuevo actor social. La jerarquía
procedente del artesanado (maestros, oficiales y aprendices) fue implementada
en los establecimientos de carácter capitalista y en aquellos que estaban cerca
de ser empresas de este tipo.

Formarse en un sentido moderno, como lo hacía el naciente proletariado,


implicaba asimilar una nueva concepción del tiempo, propia de la vorágine
industrial, que exige disciplina, puntualidad y sincronización, cosa
virtualmente ausente en los artesanos limeños, así como en los
trabajadores mineros con un pasado campesino. Sin embargo, el joven
proletariado no se desprendió con facilidad de la mentalidad premoderna. Al
igual que el artesanado, al menos hasta fines del siglo XIX, mostraba
fuertes rasgos de indisciplina laboral. El culto a San Lunes (o el hábito de
no trabajar ese día para continuar la juerga del domingo), que parecía
haber muerto en la década de 1860, persistió con fuerza en los noventa,
ahora en el proletariado industrial. De acuerdo con el editorialista de El
Comercio del 28 de agosto de 1896, «todos los industriales sufren debido a
que la gran mayoría de los obreros hacen San Lunes y muchos San Martes
y San Miércoles». Con el tiempo, los obreros, bajo la influencia del
anarquismo, desarrollaron una nueva cultura, incluso letrada, que sería la
base para el movimiento sindical.

La clase media

En los principios del siglo XX, hubo al menos dos tipos de sectores medios.
El más estudiado es el de los pobres de clase media, aquellos que vivían en
cuartos de casas de vecindad «mugrosos e insalubres», en peores
condiciones que las de los callejones donde vivían los artesanos y obreros,
con el fin de proyectar una apariencia decente. Procedentes de familias
criollas o mestizas, generalmente de tez clara, los pobres de la clase media
fueron empleados del Estado o de las casas de comercio que, en su esfuerzo
por distanciarse de las clases laborales y acercarse a la élite, sacrificaron
muchos consumos, como el alimento, y fueron objeto de muchas
observaciones en los principios del siglo XX que finalmente los retrataron como
protagonistas de un gran drama. Siendo su objetivo una imagen de decencia —
ajena a artesanos y obreros— que les abriera las puertas hacia los salones de
la oligarquía, por lo general quedaban expuestos a la acusación de
«huachafería», palabra resignificada. en Lima para describir al arribista cuya

131
actuación es burda y evidente. A la larga, un estilo de vida que exigía un
elevado consumo mantuvo, según Parker, a muchos de ellos en la pobreza y
quizás algunos lograron sus propósitos.

El segundo tipo corresponde a los ingenieros, médicos y abogados y otros


intelectuales, provincianos y limeños, cuyos orígenes podían corresponder al
de los «pobres de clase media», pero que, a diferencia de los empleados de
comercio, pudieron encontrar el éxito en sus pretensiones arribistas, aunque el
destino no siempre fue ocupar los salones de la oligarquía, sino constituirse en
una crítica radical que con el tiempo aspirará a disputarle la hegemonía política
a aquélla.

Etnia y clase

Los indios en conjunto formaban un grupo importante en la sociedad peruana,


pero no eran el 90 por ciento de la población, como pensaba Manuel
González Prada; tampoco el 75 por ciento, como sostuvo en 1925 el médico
Lorente, ni el 80 por ciento, como afirmó José Carlos Mariátegui
exageradamente si se tiene en cuenta que ya el censo de 1876 había
arrojado un 57 por ciento de población india. Ese porcentaje, en los principios
del siglo XX, bajó aún más. Según el censo de 1940, la población que se
declaró india era del orden del 45 por ciento, mientras que la población blanca
y mestiza pasó del 38 al 52 por ciento.

Ese 45 por ciento de la población hablaba un idioma aborigen —generalmente


quechua o aimara—, como sucedía mayoritariamente en los departamentos de
Ayacucho, Huancavelica, Apurímac, Cuzco y Puno, y en menor medida en
Junín, Ancash y Huánuco, donde predominaba la población que hablaba a la
vez quechua y castellano. Un grupo mayoritario de la población indígena vivía
en sus comunidades, un porcentaje menor en las haciendas, en calidad de
colonos, y otro tanto estaba en el trabajo estacional, el enganche o en las
ciudades.

El incremento de la población blanca y mestiza, y en particular de esta última,


podría revelar varios hechos simultáneos. En primer lugar, que tuvo lugar una
disminución de la gente que se autopercibía como india siendo de fenotipo
indígena; en segundo lugar, que los mestizos —y no sólo de tez clara— que
antes habrían elegido la identidad india la abandonaron; y, por último, que
ocurrió un descenso de la mortalidad de los mestizos a causa de una mayor
defensa biológica con relación a los indios (hecho que venía con fuerza del siglo
XIX).

Estos tres factores tenían relación con la migración a la ciudad o a los centros
mineros, agroindustriales y petroleros, indicada anteriormente, aunque de
manera diferente. En el caso de los dos primeros, habría que considerar el
hecho de que un indígena que ya no vive principalmente de la actividad en el
campo —que ahora habla castellano y educa a sus hijos en ese idioma, que
tiene una, nueva ubicación laboral, recibe y procesa información novedosa y ha
modificado drásticamente sus expectativas— toma conciencia de que tiene una
condición diferente de la de los campesinos de hacienda o de comunidad y de

132
que está construyendo una nueva identidad que, en el momento del censo,
podría haber encajado en la nomenclatura de mestizo. Otra posibilidad habría
sido la de ubicarse dentro de lo cholo, pero esta identidad aún estaba en
construcción en el imaginario de los sujetos migrantes y es inexistente como
categoría descriptiva en los censos.

Sin embargo, la reubicación en el mestizaje como nueva identidad no siempre


ocurrió entre los migrantes. No se explica de otro modo el hecho de que, en el
censo de 1876, en lo que respecta a Lima, y en el censo de población de Lima
de 1908 se identifique claramente un sector indígena. Estos indígenas no eran
sólo aquéllos que laboraban en el servicio doméstico o en la agricultura, sino
también quienes lo hacían en rubros como la industria y las artes manuales —en
los que predominaban los mestizos— y el comercio. Un dato interesante es que
en el rubro «empleados de Gobierno y Culto» la primera mayoría la tienen los
indios, seguidos de los blancos y de los mestizos.

A lo anterior debemos agregar un cuarto factor. En la construcción oficial de lo


mestizo, a diferencia de la colonia, en que se restringía a los hijos de blancos
con indios, se incluye ahora «a todos los individuos que no pertenecen a
ninguna de las razas puras», es decir a los «zambos», «mulatos» e incluso a los
«injertos», estos últimos producto de padre asiático y madre india.

La contribución de zambos y mulatos a lo mestizo estuvo en relación directa con


otro dato interesante: la población afroperuana decreció no sólo en términos
relativos, sino también absolutos (52.588 en 1876; 29.054 en 1940), aunque
continuaba distribuida en la costa, especialmente en ciudades como Cañete,
Chincha e Ica y en menor medida en Piura y Tumbes. Se trata de una tendencia
que los demógrafos de principios del siglo XX ya habían confirmado para la ciudad
de Lima. A pesar de que la mortalidad infantil entre los afroperuanos era baja,
debido a que «las negras son excelentes nodrizas», el número de recién nacidos
de «raza negra» fue disminuyendo a causa de que «las negras y los negros,
uniéndose a otras razas, procrean niños mestizos», señalaba Enrique León García.
Pero también estaba el hecho de que los negros, gracias a la natalidad escasa, no
formaban familias numerosas. En ciudades como Huánuco, Cuzco y Ayacucho —
donde hubo agrupaciones de trabajadores negros durante la colonia— habían
prácticamente desaparecido en los inicios del siglo XX como producto del
mestizaje, quedando sólo algunas manifestaciones artísticas como testimonio,
además de muchos mestizos con rasgos negroides. La población afroperuana, y
en general afrodescendiente, tuvo una presencia significativa en los trabajadores
petroleros, algodoneros, cañeros. En Lima a sus miembros se les encontraba como
peones de las haciendas, en el servicio de carruajes, en el servicio doméstico y
entre los albañiles.

Algo similar ocurrió con la población china. Ésta estaba reducida a los pocos
migrantes que llegaron en el periodo y como grupo étnico era escaso, pues la
mayoría de los descendientes de los antiguos culíes, los «injertos», eran mestizos.
Un caso distinto, aunque no en términos numéricos, lo ofrece la población de origen
japonés, que mantuvo con fuerza una tendencia refractaria al mestizaje.

133
En cuanto a la población blanca no se sabe su número exacto para el total
nacional, ya que el censo de 1940, el único que permite dar una idea aproximada
de cómo habrían sido las tendencias en las primeras décadas del siglo XX, no
ofrece datos específicos, al juntar blanca y mestiza dentro de un solo grupo
poblacional. Sin embargo, es posible que se hayan mantenido algunas
tendencias evidenciadas por el censo de 1876, como la distribución equitativa
de blancos en el norte, centro y sur del país, con presencia relativamente mayor
en El Callao, Moquegua, Cajamarca, Arequipa y Lima; y que representaba al
menos un 13 por ciento de la población total del país. Estamos hablando de
varios cientos de miles de personas blancas para los principios del siglo
distribuidas en diversos estratos socioeconómicos, no solamente pudientes.

El censo de Lima de 1908 da la cifra de 58.683 personas de raza blanca, que


representan el 41 por ciento de la población limeña. Según la misma fuente, la
inmensa mayoría de los que eran propietarios (90 por ciento), o trabajaban en las
profesiones sanitarias (72 por ciento) o liberales (73 por ciento) o instrucción y
educación (77 por ciento) eran blancos, lo que nos indica la escasa democratización
socioeconómica de entonces. El poder económico estaba casi monopolizado por
los blancos. Sin embargo, también es posible encontrar porcentajes importantes de
blancos en rubros donde la mayoría son indios y mestizos, como la agricultura y la
ganadería (con el 27 por ciento) o la industria y las artes manuales (22 por ciento).
En otras palabras, aunque los blancos predominaban en los rubros de más altos
rendimientos y mayor consideración social, también era posible hallarlos en
espacios de inferior categoría. ¿Podría tratarse de indios o mestizos que quisieron
pasar por blancos? La tendencia era contraría: eran los mestizos e indios que se
encontraban en una buena posición socioeconómica quienes podrían verse
tentados de disfrazarse como blancos. Como explicó el doctor Enrique León
García, encargado del censo: «Muchos indios, sobre todo los que gozan de
cierta holgura pecuniaria y de alguna elevación social, se han inscrito como
blancos, sin que haya sido posible evitarlo». Indios y mestizos pobres
difícilmente verían necesario camuflarse como blancos. Por lo tanto, existe en
Lima un grupo significativo de blancos que son pobres y esto mismo se podría
afirmar de todo el país. Un dato interesante que muestra el censo de 1940 es
Cajamarca: el departamento con más número de blancos y mestizos, con un 98
por ciento de hispanohablantes, tiene un porcentaje de instrucción muy bajo
(32 por ciento), menor que el de Junín, Lambayeque y apenas mayor que el de
Ancash, departamentos que tienen un porcentaje mayor de indígenas. La
ecuación entre blancos y clase dominante es relativa para el Perú republicano y
en especial en el periodo que analizamos, lo que no quita que la mayoría de los
que son más ricos es blanca, mientras que la mayoría de los que son pobres es
indígena o descendientes de ellos.

Ha sido común hablar acerca de la situación dominante del mestizo con


respecto al indio, hecho que era claro en las áreas rurales de la sierra sobre
todo en las haciendas, donde su nivel educativo y su condición de propietario e
hispanohablante que conoce una lengua aborigen le da suficiente poder para
evadir la situación laboral de los indios y buscar alianzas con los gamonales. Sin
embargo, en las ciudades importantes tal esquema de la «mecánica de la
dominación interna» no se reproducía para todos los espacios donde había
mestizos. En primer lugar, porque eran numerosos y a veces la mayoría en un

134
sistema oligárquico. En segundo lugar, porque, como resultado de lo anterior,
en las ciudades los mestizos tenían que realizar oficios manuales y constituían
el grueso del proletariado industrial naciente.

Hay, en suma, un avance del mestizaje, en términos biológicos y sobre todo


culturales. Esto podría ser interpretado como una acentuación de la tendencia
hacia el blanqueamiento que venía de la colonia: procrear hijos menos negros,
menos indios y de ser posible menos mestizos, más blancos —como se pensaba
en las clases medias y en la oligarquía, sectores en los que los rasgos negroides e
indígenas fueron casi borrados con el aporte genético de los inmigrantes
europeos—. Pero esto iba paralelo a la tendencia a mantener el fenotipo y la
cultura por parte de indios y sectores de afroperuanos. La primera tendencia, la
del mestizaje, estaba vinculada a los discursos de la identidad nacional, a la
construcción de la nación desde la lógica de la elite criolla —y más tarde desde los
proyectos nacionales impulsados por el aprismo y el socialismo—, mientras que la
segunda tendencia se mantendría al margen de ese discurso, sobre todo entre los
indios. Con la excepción de los casos estudiados por Nelson Manrique para la
sierra Central, donde los indios desarrollan un sentimiento nacional frente al
ejército chileno, la mayoría de indígenas carecía de este sentimiento y a veces no
tenían ninguna idea de lo que era el Perú, como lo expresaron González Prada a
fines del siglo XIX y Arguedas para la tercera década del siglo XX. La
peruanización del indio sería un fenómeno posterior.

La tendencia étnica, ajena al discurso de la nación, no derivó en la formación de


identidades monolíticas y extensas. Tanto indios como negros habitaban
espacios compartidos con otros grupos históricos, como blancos y mestizos, y
además estaban dispersos sin mayores articulaciones entre sí, de modo que no
hubo una correlación entre identidad étnica y dominio del espacio, que es lo que
potencia un movimiento étnico y hace factible convertirlo en un movimiento de
nación oprimida. Por otra parte, negros e indios no siempre tuvieron un
acercamiento amistoso (hubo desencuentros); y negros y asiáticos se
enfrentaron fatalmente para los últimos en Cañete y Lima en 1881, y
nuevamente en Lima en 1909. La tesis de la autodestrucción de las clases
laborales (Bonilla) o etnias dominadas tuvo sentido en algunos momentos de
este largo periodo. Además de que dentro de una misma etnia había muchas
rivalidades a veces ancestrales, como ocurría entre comunidades indígenas,
para la felicidad de los gamonales que se aprovechaban de ellas. En suma, ya
sea por esta última razón o por la coexistencia en un mismo espacio con otras
macroetnías, los indios no llegaron a desarrollar una identidad nativista
movilizadora más allá de lo regional: de ahí que el movimiento indígena más
importante de ese periodo –el de los años veinte– sólo abarcara el sur andino.
Cuando en los años sesenta las movilizaciones de indígenas se organizaron en
el norte, el centro y el sur, el componente étnico había cedido el lugar central al
de clase: más que indígenas eran movimientos campesinos subordinados a
discursos antioligárquicos, pero integradores y nacionales.

DOMINACIÓN Y RESISTENCIA

Clientelismo político y sumisión

135
Como parte de la precariedad y de la vulnerabilidad estructural en que vivía la
mayoría de trabajadores, el clientelismo político fue una característica muy
marcada en las relaciones de autoridad en el país. El clientelismo supone
relaciones particulares entre desiguales, no legales, y por lo tanto no fundadas en
el derecho sino en el favor. En esa relación los patrones políticos (en la ciudad y
en el campo) otorgaban protección y favores a los clientes (los trabajadores) a
cambio de lealtad, sumisión y apoyo político en su lucha contra otros patrones. El
clientelismo, por lo tanto, se opone a la lógica de los movimientos sociales y a la
de la representación.

En el mundo rural esto era notorio sobre todo en aquellas regiones (como el sur
andino y Cajamarca) donde el poder del gamonalismo y de la hacienda tradicional
era muy fuerte. La falta de pago a los arrendamientos de las tierras o el
incumplimiento en el pago de tributos eran la antesala para cobranzas y
embargos por parte del gamonal con uso de la violencia organizada (bandas
armadas que se presentaban en nombre de la fuerza pública). Como explican
varios autores, esto conducía a caer presa de la dominación del gamonal a
cambio de una protección paternalista de la presión estatal o de otros gamonales.
En muchas oportunidades, los hacendados aprovechaban las rivalidades que
había entre las comunidades para ganar su lealtad, brindándoles protección, ya
fuera mediante la fuerza o la manipulación de algunas decisiones en los juzgados
o prefecturas.

Numerosos testimonios de la época describen al indio como un ser pasivo.


Manuel González Prada y Hermilio Valdizán creyeron ver en la apatía del
indígena la causa de las injusticias que se cometían en su contra. Viajeros
europeos como Middendorf fueron testigos de escenas que denotaban sumisión
en los campesinos de la sierra peruana. Éste señalaba, por ejemplo, que
estando en la sierra observó a 50 indios que se quedaron parados a su paso y
luego hincaron las rodillas hasta que terminara de pasar: «En general, frente al
blanco es generalmente humilde», sentenciaba.

En el mundo urbano podía ocurrir algo similar. A la precariedad estructural de


las clases laborales, artesanos o proletarios fabriles, el historiador Steve Stein
agregó una serie de elementos culturales, en la familia, el colegio y en el culto
religioso, que formaban un sistema de valores que premiaban la adaptación
pasiva y la dependencia personal. A ello se agrega el hecho de que, al menos
para el caso de Lima, entre 1908 y1930 dos tercios de los niños crecieron sin
un padre, es decir, en hogares matriarcales, lo que podría haber contribuido a
aumentar «la tendencia de los hombres de bajos estratos a buscar más tarde
lazos dependientes en la política». Las sociedades mutualistas y los capituleros
que compraban los sufragios reforzaban esta tendencia hacia el clientelismo.
En esta misma línea de argumentación, se señala que el mutualismo era
respetuoso y adulador del capital, respetuoso con el poder, al que recurre en
busca de apoyo.

Pero no siempre fue así. Aunque es verdad que las sociedades mutualistas
muchas veces fueron alentadas por los patrones, y sus dirigentes manipulaban
con el fin de lograr beneficios personales, también es cierto que éstas
fomentaban la solidaridad, la reciprocidad —forjando ciudadanos con deberes—

136
que, en algunos casos decisivos, apoyaron medidas de lucha, como la que
condujo a Guillermo Billinghurst aun gobierno claramente enfrentado a la
oligarquía, y a la lucha por el abaratamiento de las subsistencias en 1919.

Además, hay que precisar que, así como los artesanos mutualistas en muchas
oportunidades elevaron petitorios y gestionaron beneficios para los
trabajadores, los campesinos desarrollaron una labor de resistencia cotidiana
que implicaba en algunos casos el no pago del tributo y en otros la
desobediencia a las disposiciones prefecturales que favorecían a los
gamonales. En muchas ocasiones hubo violentas revueltas y rebeliones, tanto
en el campo como en la ciudad. Ello ocurría así porque, al lado del componente
fatalista, existían en los sectores laborales actitudes optimistas que, en
resumen, significaban que los sectores populares, tanto rurales como urbanos,
podían ver la posibilidad de dominar sus destinos.

Revuelta y rebelión

La situación social que se vivía en aquellos años generó una serie de


conflictos que se expresaron por medios pacíficos y violentos. Éstos podían
ser caracterizados –siguiendo a Charles Tilly— como reactivos y proactivos.
En el primer caso, las movilizaciones están destinadas a defender derechos
tradicionales o a restablecerlos cuando otros los viola. En el caso de los
proactivos, son en apoyo a reivindicaciones no establecidas previamente y
elegidas autoconscientemente.

Se podría decir que la mayoría de los conflictos sociales del periodo son
mayoritariamente reactivos. Las luchas contra las cargas fiscales de parte de los
campesinos o el enfrentamiento de las comunidades contra la invasión de las
haciendas son los ejemplos más típicos de los movimientos reactivos ocurridos
en el campo. En la ciudad, lo son las protestas contra la implementación de
maquinaria en la fabricación de algunos bienes que se hacían manualmente; los
conflictos, como el de mayo de 1909, entre peruanos y trabajadores chinos, que
eran vistos como competidores en el mercado laboral; y la terca lucha para rebajar
los precios de los alimentos, como la de mayo de 1919. Todos ellos tienen en común
un apego al modo tradicional en que funcionaba la vida social y económica y la
pretensión de restablecer derechos perdidos.

Los movimientos proactivos fueron de menores dimensiones, aunque constantes.


Ejemplo de éstos son las continuas luchas que obreros panaderos, portuarios,
textiles y tipógrafos realizaron para exigir aumentos de salarios o la jornada de ocho
horas. Otra lucha proactiva fue el movimiento de colonos de hacienda en el sur
andino, que estuvo encaminado a lograr la libertad de comerciar con las lanas,
atendiendo a la oferta y la demanda y no al precio que imponía el gamonal. Estas
luchas fueron proactivas en la medida en que buscaban introducir innovaciones
favorables al progreso de las condiciones de vida de los trabajadores urbanos y
rurales. Son por ello mismo de carácter moderno, pues miraban al futuro. Aunque
no fueron las que predominaron, con el tiempo serán el antecedente de los
conflictos sociales en el periodo posterior a 1930.

137
Los más importantes movimientos campesinos que realizó la población indígena
fueron la rebelión de Atusparia (Ancash, 1885); las revueltas antifiscales en
Ayacucho, Cuzco y Puno (1896); el levantamiento de Rumi Maqui en Huancané y
Azángaro (1915); y las revueltas indígenas del sur (1920-1923). Eran parte de un
proceso iniciado con la rebelión de Juan Bustamante en Huancané (1867-1868),
que rompe medio siglo de tranquilidad en los Andes.

Un importante ciclo de revueltas rurales (de 1920 a 1923), también llamado por
algunos autores como la «gran sublevación del sur» (Burga y Flores Galindo 1980),
fue protagonizado por indígenas con claros objetivos antifeudales. El historiador
Manuel Burga sostiene que la restauración de la autoridad indígena y la exclusión de
los mistis «era la ambición latente de un sector del campesinado indígena», pero las
fuentes para documentar la presencia de ambos elementos provienen de las
publicaciones de los hacendados, quienes con ello pretendían deslegitimar el
movimiento indígena, señalándolo como fraccionalista y traidor. Pero, al margen de
ello, un elemento importante en este conjunto de rebeliones y revueltas fue la
participación de los colonos de hacienda en las provincias de Espinar, Ayaviri,
Azángaro, Lampa, Canas, Canchis y Chumbivilcas. En todas ellas los colonos
tomaron las haciendas, aunque no interrumpieron los trabajos productivos. Hay que
recordar que los colonos tenían parcelas y ganado de su propiedad y los
hacendados les compraban la lana compulsivamente y a precios caprichosos. Con la
revuelta, los colonos decidieron vender directamente las lanas a los rescatistas de
las casas comerciales posados en las estaciones del ferrocarril. En otras palabras,
los campesinos eran favorables al libre comercio de este producto.

En los conglomerados mineros y petroleros y en las haciendas agroexportadoras de


la costa, los trabajadores realizaron revueltas y con el paso de los años huelgas
organizadas por sindicatos. El conflicto violento realizado en el valle de Chicama
en abril de 1912, en el que los trabajadores cañeros protestaban contra el exceso
de tareas, quemando y saqueando instalaciones de la hacienda, figura entre los
más violentos de la época. En los enfrentamientos murieron 150 huelguistas. En las
zonas mineras de Morococha y Casapalca, en 1919, se produjeron protestas
acompañadas por actos de sabotaje contra la empresa Backus y Johnston.

En Lima, ese mismo año, los obreros coronaban con éxito una huelga a favor de
la jornada laboral de ocho horas y de inmediato, en el mes de mayo,
protagonizaron un motín dirigido por el Comité Pro-Abaratamiento de las
Subsistencias, que dejó como saldo cientos de muertos, tiendas de abasto
saqueadas y cuarteles de cañaverales incendiados por las turbas, además de una
política favorable en relación a la producción y consumo de los alimentos.

CONCLUSIÓN

En suma, en este largo periodo que se inicia tras la Guerra del Pacífico se
registra como telón de fondo una tendencia al crecimiento continuo de la
población, resultado a su vez de la participación de amplios sectores laborales
en los beneficios económicos que traía el auge exportador, de una mayor y
mejor urbanización, y de la intensidad de las campañas médicas.

138
Se registran también cambios importantes en la estructura social debidos a la
diversificación de las inversiones económicas y que acentúan la tendencia de la
oligarquía y algunos gamonales hacia la agroexportación. Sin embargo, esta
tendencia no derivó en un despojo dramático de las tierras comunales: la mayoría
de la población campesina del Perú siguió adscrita a una comunidad, lo que
ayuda a entender por qué se registró una fuerte movilización y no una revolución.
Con todo, nuevos actores sociales surgieron con fuerza al iniciarse el siglo XX
obreros petroleros, trabajadores enganchados que se convirtieron en proletarios
agrícolas, obreros de manufacturas modernas. En las ciudades, donde con más
claridad se aprecian los cambios producidos por la modernización, seguía siendo
mayoritario el sector artesanal.

No menos importante fue la fuerte tendencia al mestizaje, tanto a nivel biológico


(debido a la fuerte mortalidad indígena ocurrida con las plagas y a la gran
natalidad de los mestizos) como también a nivel sociocultural, es decir, a la
reubicación en términos étnicos de indígenas que emigraron a la costa, quienes
empezaron a construir una identidad chola-mestiza, y de personas pertenecientes
a las antiguas castas de zambos y mulatos, que ahora eran percibidos corno
mestizos por parte del discurso oficial. Un hecho a favor de lo mestizo es la
ideología del «blanqueamiento», presente, en diversos grados, en todos los
sectores étnicos de la sociedad peruana.

Finalmente, aunque de manera lenta, se manifiesta en este periodo una


modernización de los conflictos sociales, sobre todo en las ciudades, con los
que los subalternos buscan democratizar la sociedad peruana.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Identifique dos aspectos que provocaron la crisis demográfica en la costa hacia fines
del siglo XIX.
2. Identifique dos medidas sanitarias implementadas por el Estado a fines del siglo XIX
que contribuyeron a disminuir la mortalidad de la población.
3. Explique la relación entre el mestizo y el indio en los ámbitos rural y urbano durante la
primera mitad del siglo XX.

Observar el siguiente video: https://www.youtube.com/watch?v=Tf2bPm7BxJQ


• Identifique el nombre de 5 espacios o edificaciones.
• Describa brevemente el contexto político del video.

Observar el siguiente video: https://www.youtube.com/watch?v=ONnphcPOhxI


• Identifique y describa brevemente el contexto geográfico que muestra el video.
• Describa tres aspectos de las condiciones de vida de las poblaciones del video.
• Señale las diferencias entre colonos, aparceros y arrendatarios, en relación a las
poblaciones campesinas.

139
POBLACIÓN Y SOCIEDAD
Martín Monsalve

Adaptación realizada de:


Monsalve, Martín. (2015) Población y sociedad. En: Perú. Mirando hacia dentro,
19301960. Madrid. Fundación Mapfre y Taurus, tomo 4 (Colección "América Latina en
la historia contemporánea") (páginas: 189-245).

Entre 1930 y 1960 la población del Perú experimentó transformaciones que


fueron cambiando las estructuras demográficas y sociales del país. Las tasas de
mortalidad infantil fueron disminuyendo al mismo tiempo que crecía la esperanza
de vida al nacer; los pequeños pueblos y capitales provinciales se convirtieron en
ciudades; aparecían nuevos centros industriales, y la ciudad de Lima comenzó a
concentrar a la población urbana nacional. Las migraciones internas iniciaron el
paso de un país andino (serrano) a uno costeño y a la integración de la Amazonía
al imaginario nacional. Este fue un periodo de transición que sentó las bases para
grandes cambios, sobre todo en la movilidad social y en la clásica asociación de
niveles de ingreso con razas, que experimentaría el país con intensidad después
de 1960.

Esta transición fue impulsada en parte por el Estado que, desde Lima, buscó
extender su autoridad sobre el territorio nacional en detrimento de las élites
regionales. Para lograrlo era fundamental crear una infraestructura vial,
educativa y de salud que uniera a la población en torno al Estado. Si bien es
cierto que las bases para esta política estatal se crearon en las primeras
décadas del siglo xx, aquellas se consolidaron y extendieron después de 1930.
El régimen de Benavides reinicia en la década del 1930 la política vial de
Leguía para unir las diferentes regiones con la capital, conectar a los pueblos
de las diferentes regiones en los ámbitos comercial y cultural, y reactivar el
empleo asalariado. Durante este gobierno se terminó la carretera
Panamericana que atraviesa la costa y la carretera Central hasta la localidad
amazónica de Tingo María. Los sucesivos gobiernos continuaran la política vial
y la combinaron con la construcción de aeropuertos en capitales
departamentales y en zonas comerciales estratégicas.

Durante los años treinta y cuarenta, se establecería también un sistema de


salud y seguridad social que intentará llegar a la mayor parte de la población.
Dentro de esta lógica se creó en 1935 el Ministerio de Salud Pública, Trabajo y
Prevención Social, más tarde el Seguro del Obrero (1936) y el Seguro del
Empleado (1948). Dentro de este proyecto de mejorar la salud y las condiciones
laborales se aprobó la Ley de Yanaconaje en 1947 bajo el gobierno de José
Luis Bustamante y Rivero y, durante la dictadura de Odría, se creó el Ministerio
de Trabajo y Asuntos Indígenas dos años después. Además, como parte de la
política estatal por mejorar las condiciones laborales y de vida de los
trabajadores, se inició una política de construcción de viviendas sociales, que
fueron desde los barrios obreros y comedores populares de los años treinta
hasta las unidades vecinales. Durante el gobierno de Bustamante y Rivero se

140
emprendió una nueva «ofensiva educativa» bajo la dirección de intelectuales
indigenistas, como ha estudiado Rojas en «La cultura». Precisamente, para
diseñar mejor estas políticas se decidió en 1938 realizar el primer Censo
Nacional de población del siglo XX.

Pero la intervención estatal no es la única explicación de los cambios


demográficos. El desarrollo del sector capitalista en la economía en la costa fue
otro de los factores fundamentales que explican estos cambios. La mayoría de
los sectores importantes (algodón, azúcar, harina de pescado, manufacturas,
petróleo y servicios urbanos) se encontraban en la costa; la minería era el único
rubro significativo de las exportaciones que tenía a la sierra como base y que no
requería de gran población laboral. Además, la necesidad constante de mano
de obra en las diferentes empresas radicadas en la costa hacía que la demanda
de mano de obra fuera constante, lo que hizo que los ingresos de los
trabajadores en esta región crecieran regularmente, formándose además un
incipiente proletariado, en inicio migrantes temporales de la sierra, en las
plantaciones y ciudades. Sin embargo, el crecimiento demográfico provocó que
hacia el decenio de 1950 disminuyeran los empleos temporales en las
plantaciones, por lo que los migrantes estacionales provenientes de la sierra
tendieron a establecerse en las ciudades costeras y sobre todo en Lima. Fue
así, como señala Geoffrey Bertram, como se pasó del problema de cómo
reclutar mano de obra al de cómo organizar a una población subempleada que
buscaba un hogar en las ciudades costeras.

El crecimiento de la población urbana y costera, acompañado por el surgimiento


de partidos políticos de masas, analizado por Lossio en el capítulo «La vida
política», hizo que los gobiernos subsidiaran los precios de los alimentos y
presionaran a los agroexportadores a dedicar parte de sus tierras al cultivo de
productos de panllevar. Este fenómeno deterioró aún más las economías de los
hacendados y campesinos de la sierra, creando las bases para una crisis
agraria en los Andes e incrementando la migración. Es más, dentro de este
contexto las carreteras sirvieron para que los productos de la costa penetraran
en los mercados regionales de la sierra, poniendo en peligro la economía de los
productores locales.

Paralelamente, durante el periodo de 1930 a1960 se desarrollaban en la sierra


tres fenómenos que estaban ligados al movimiento poblacional. En primer
lugar, la pérdida progresiva del poder de la hacienda tradicional andina, que
originó que el Estado asignara menos recursos a la región y apoyo político a
sus propietarios: hacia 1930 la mayoría de los hacendados de las sierras
Central y Sur habían fracasado en su intento de modernizar sus tierras; sólo los
terratenientes del norte lograron modernizar sus haciendas ganaderas entre
1940 y 1950. Los intentos por transformar económicamente las grandes
propiedades agrícolas fueron interrumpidos por la caída del precio de las lanas
en los mercados internacionales, los subsidios estatales a los precios de los
alimentos y la oposición de los campesinos al cercamiento de las tierras de
pastoreo. El estancamiento económico de la sierra originó que la élite sólo se
preocupara por los asuntos locales a menor escala y no elaboraron proyectos
que modernizaran la región.

141
En segundo lugar, la relativa expansión de los servicios públicos de salud y
educación colaboró con reducir las tasas de mortalidad infantil y la expansión de
la esperanza de vida al nacer en la sierra. Consecuentemente, se creó una
mayor presión demográfica sobre la tierra cultivable y de pastoreo en la sierra.
Los campesinos ya no podían heredarles a todos sus hijos varones una parcela
de tierra, por lo que el proceso de migración masculina a la costa se aceleró.

En tercer lugar, la descomposición de la hacienda y la presión demográfica


aceleraron la diferenciación social campesina, lo que permitió que algunos
agricultores aprovecharan las oportunidades económicas que el surgimiento de
nuevas ciudades comerciales les brindaba. Este proceso de reestructuración
del agro fue la característica clave en la sierra. Este fenómeno afectó con
mayor intensidad la economía de las mujeres campesinas, que permanecieron
en sus pueblos de origen y que fueron desplazadas primero de la producción
artesanal en las haciendas y luego de las posibilidades de obtener trabajo en
las haciendas ganaderas, las minas o las plantaciones costeñas. La mayoría de
ellas fueron relegadas a trabajos de subsistencia y al comercio en pequeña
escala. Esta situación, a su vez, las marginó del acceso a la educación y
acrecentó las desigualdades en términos de género.

No obstante, cabe resaltar que, por un lado, los cambios que se dieron en la
sierra no fueron homogéneos, por lo que un análisis regional del proceso es
indispensable. Por otro lado, se debe subrayar que la inmigración serrana
también se dirigió a la región amazónica del Perú. Este movimiento poblacional
fue básicamente masculino y ocasionó que varios pueblos de la selva fueran
transformados en incipientes ciudades.

Este proceso migratorio debió tener un impacto importante en las percepciones


raciales y en la aparición de nuevas formas de discriminación racial o
reforzamiento de antiguas prácticas. A pesar de ello, resulta difícil medir la
influencia de las migraciones internas en términos raciales porque, luego del
censo de 1940, el Estado abandonó la categoría racial en sus censos como
parte de un proyecto político-cultural (no necesariamente exitoso) por identificar
al Perú como una nación mestiza. Sin embargo, lo que sí se puede constatar en
el análisis de los censos y otras bases de datos es que existió una disminución
constante de la población entre 1930 y 1960 que sólo hablaba quechua, aimara
u otros idiomas originarios de los Andes y la Amazonía. En el ámbito oficial estos
datos fortalecieron la imagen del Perú mestizo que los burócratas querían
difundir. Pero a escala local las migraciones de poblaciones quechua o
aimarahablantes a las ciudades costeras y de la selva acentuaron las dicotomías
—así como el racismo y discriminación— entre «criollo» o «costeño» y «cholo» o
«serrano», en el primer caso, y entre «ladinos» y «nativos» en el segundo.
Además del movimiento poblacional, otra característica del periodo de 1930 a
1960 es la consolidación de una clase media profesional urbana y una
diversificación de los sectores populares que hace difícil la clasificación de estos
últimos. Mientras que la mayor parte de esta clase radicaba en Lima, una nueva
clase media de comerciantes y pequeños propietarios surgía en la sierra y
algunas zonas de la selva.

142
Este capítulo dará una visión panorámica de las transformaciones
demográficas y sociales del Perú entre 1930 y 1960, tomando como fuente
principal los censos de 1940 y 1961. Para ello es necesario discutir primero el
significado del censo de 1940 como parte de un proyecto del Estado peruano.
Luego analizaremos de forma general los cambios demográficos nacionales
más importantes y los relacionaremos con los cambios en los sectores
sociales, poniendo énfasis en la aparición de una incipiente clase media. Más
tarde estudiaremos, a través de un enfoque regional, el impacto del fenómeno
más importante del periodo, las migraciones internas, en la selva, la sierra y la
costa peruanas. Pondremos atención a la forma en que las migraciones
alteraron los equilibrios de poder entre las ciudades intermedias, los mercados
regionales y las relaciones sociales. Después, examinaremos el caso de Lima
Metropolitana (ciudad de Lima y el Callao) como el centro de transformaciones
sociales del periodo, y los cambios que ocurrieron en la movilidad social.

El Censo Nacional de 1940: un proyecto poblacional

El censo de 1940 representa un hito importante en la elaboración de políticas


estatales para incrementar y mejorar «la calidad» de la población nacional y
tiene una especial importancia en la historia demográfica peruana. Se trata del
primero después de sesenta y cuatro años, y tendrían que pasar otros veintiún
años (1961) para el siguiente censo. Asimismo, se trata del primero del siglo
XX elaborado con técnicas estadísticas y preocupaciones modernas, lo que lo
hace poco comparable con el de 1876. Es cierto que el censo de 1940 no
estuvo exento de errores y algunos de sus criterios hacen difícil su
comparación con los censos siguientes, pero sin lugar a dudas es un punto de
referencia en la historia social del Perú.

La expansión del Estado en las décadas de 1920 y 1930 hacía necesario que
los administradores oficiales tuvieran una mejor idea del tamaño y las
necesidades de la población para orientar las políticas públicas eficientemente.
Por ello, el régimen de Benavides acordó en 1938 la elaboración de un Censo
Nacional de Población y Ocupación que habría de llevarse a cabo el 9 de junio
de 1940. La comisión central del censo estuvo bajo la jurisdicción de Ministerio de
Hacienda y su ejecución estuvo a cargo de Alberto Arca Parró, como director del
censo, quien dos años más tarde, analizó los resultados desde la Dirección
Nacional de Estadística. Así, el censo de 1940 y su posterior análisis significaron
una continuidad de las políticas de gobierno. De esta forma, el Censo Nacional
fue planificado durante la administración de Benavides y ejecutado durante la de
Prado. Dado que era el primer censo en sesenta y cuatro años era crucial para su
éxito que la población estuviera informada de su importancia y de sus preguntas.
Para la comisión era vital que el lenguaje utilizado fuera adecuado a lo que
llamaban la «mentalidad nacional». Por ello, a partir de 1938 se hicieron trabajos
de campo para conocer las características de la población antes de elaborar el
censo. Luego se inició una intensa campaña de difusión con el apoyo de dos
instituciones: el ejército y la escuela. Con el objetivo de explicarles a los militares
y maestros su rol se difundieron los folletos como «¿Qué es el censo y para qué
sirve?» y «Los maestros del Perú y el Censo de Población y Ocupación». Los
maestros rurales serían los empadronadores y se pensaba que si se difundía el
censo entre los niños la información llegaría a sus padres. Para lograr este

143
objetivo Arca Parró mandó elaborar folletos como el escrito por José María
Arguedas, quien reelaboró una leyenda inca en la que se calculaba la población
del Tahuantinsuyo. Este folleto contaba la historia de un maestro mestizo de
Apurímac que explicaba a sus estudiantes que el censo era fundamental para
alcanzar el «progreso nacional» y que estas prácticas eran similares a las
organizadas por los incas.

En su descripción de las metodologías empleadas para realizar el censo y su


análisis de los resultados, Arca Parró mantuvo un discurso constante de
mejoramiento de la población a través del mestizaje cultural, y posteriormente
celebró el éxito del censo afirmando que no ocasionó levantamientos indígenas
(como ocurría en la colonia), sino que, por el contrario, «el hombre común
reclamó el derecho de ser censado, de ser tomado en cuenta». Los
encargados del censo de 1940 vieron su labor como una forma de «mejorar el
capital humano de la nación» y de consolidar una identidad basada en el
mestizaje. Es por esto por lo que el Censo Nacional de 1940 utilizó las
variables de raza y altitud para analizar a la población, datos que censos
posteriores omitieron. En el caso de la raza, la comisión decidió reducir las
categorías a cinco grupos: blanca, india, negra, mestiza y amarilla. A las
personas sin una definición clara se les sugería declararse como mestizos. Sin
embargo, sólo el 13 % de las respuestas fueron suministradas por los
censados, el resto dependió de la apreciación de los empadronadores. Pero el
problema fue la falta de acuerdo para distinguir entre blancos y mestizos,
porque según Arca Parró en Hispanoamérica los criterios de raza «blanca»
europeos no eran aplicables; por lo que decidió unir los resultados en la
categoría blanco/mestizo, lo que fortalecía el proyecto nacional de formación de
una nación mestiza. De esta manera, los resultados confirmaron que la
población «blanca/mestiza» aparecía convertida en la mayoría del país, con un
52,89 % del total de la población. Como era de esperarse, los resultados fueron
comparados con los de 1876: se comprobó que todas las categorías raciales,
en términos relativos, habían perdido población frente al grupo
«blanco/mestizo» (a pesar de que en términos absolutos la población «india»
se había duplicado en el periodo intercensal).

Los estudios sobre la distribución de la población en los diferentes pisos


ecológicos corroboraron que más del 60 por ciento de la población vivía entre
los 1.751 y 4.000 metros de altura en la sierra, que presentaba además los más
altos índices de migración. Sin embargo, en esta misma región sólo el 40 % de
los niños en edad escolar accedían a la instrucción por lo que Arca Parró
concluía que se necesitaba una mayor cobertura educativa en la región que
calificaba como «el reservorio del potencial humano del Perú». El Censo
Nacional de 1940 fue uno punto de inflexión en el discurso oficial del Perú
como un país socialmente mestizo.

Una población y sociedad en transición

A diferencia de la interpretación del censo de 1940, el informe que presenta los


resultados del Censo Nacional de Población y Vivienda de 1961 puso énfasis en
el crecimiento en términos absolutos de la población con respecto a 1940. Las
discusiones metodológicas y los proyectos nacionales fueron reemplazados por

144
un dato significativo: la población peruana creció en aproximadamente en 59,6
% en un lapso de veintiún años, a una tasa de crecimiento anual de 2,25 %. Se
trataba de una importante recuperación poblacional, pero no de una revolución
demográfica, si tenemos en cuenta que cuando añadimos a la población omitida
por ambos censos la tasa de crecimiento, según el Instituto Nacional de
Estadística e Informática (INEI), sería de sólo de un 1,9 %, bastante inferior al
promedio de América Latina (2,5 %) para el mismo período (y por debajo de la
tasa de crecimiento de 1961-1972 de 2,8 %).

Cambios en la composición de la población

Los periodos de transición demográfica se caracterizan por una disminución en


las tasas de mortalidad, mientras que las tasas de natalidad se mantienen
constantes, el periodo intercensal 1940-1961 parece alcanzar este patrón durante
el quinquenio 1950-1955. Pues fue en este momento cuando se dieron en
términos porcentuales las reducciones más importantes tanto en la tasa de
mortalidad bruta (TM B) como en la tasa de mortalidad infantil (TMI). Sin
embargo, éstas seguían siendo elevadas si se las compara con el promedio
latinoamericano para el mismo quinquenio. Mientras que en el Perú la TMI
llegaba a 158,6, el promedio para. América Latina era de 127,7; y la TBM
peruana era de 21,6 frente al 15,8 latinoamericano. Las estadísticas peruanas
sólo superaban a Bolivia, Haití, Honduras y Nicaragua. Con respecto a la
esperanza de vida, el promedio para los hombres se incrementó de 39,8 años en
1940 a 45,1 para el quinquenio 1955-1960. El incremento para las mujeres fue
algo mayor: de 41,3 a 47,5 en las mismas fechas. Una vez más las cifras eran
decepcionantes si se las compara con el promedio de América Latina que, para
1960, era de 52,9 y 56,6 años para los hombres y las mujeres respectivamente.

A pesar de todo, la disminución de las tasas de mortalidad, el aumento de la


esperanza de vida al nacer y el incremento de la población entre los 15 y los 64
años indican que un número mayor de personas estaba sobreviviendo a su ciclo
145
reproductivo. Si a esto sumamos una estabilidad en la natalidad se comprende el
crecimiento poblacional en el periodo intercensal. Lo interesante es que todos los
indicadores reproductivos parecen llegar a su pico más alto en el quinquenio de
1950 a 1955, que se corresponde con las bajas más claras en las tasas de
mortalidad. Así, la tasa global de fecundidad, el número de hijos que tendrá una
mujer, llegó en ese periodo a 6,85 y se mantuvo así hasta 1965. De igual forma, la
tasa bruta de natalidad, la frecuencia con la que ocurren nacimientos por cada mil
habitantes, llegó a 47 por mil; y la tasa bruta de reproducción, el número de hijos
que puede tener una mujer a lo largo de su vida, se estabilizó en un 3,34 por mil,
según Varillas y Mostajo, 1990: 70-72.

En términos de la distribución de la población por género no hubo cambios radicales


de un censo a otro. En 1940 el índice de masculinidad era de 101,4 y en 1961 de
101,6. Debido a los procesos migratorios los índices de masculinidad eran superiores
al promedio en casi todos los departamentos de la selva e inferior en los
departamentos de la sierra con mayor número de migrantes, como Cajamarca y
Ancash, entre otros. Una situación similar ocurre con la distribución de la población por
edades. En 1940 la población entre 0 y14 años representaba un 42,1 % y la que se
encontraba entre los 15 y 64 años llegaba a un 51,5 %. Los porcentajes respectivos
para 1961 son del 43,2 % y el 53,3 %. La población que pareciera haber disminuido
entre ambos censos es la mayor de 64 años. Las diferencias de género sobresalen
cuando se estudia la composición de la población en términos de idioma y tasas de
alfabetismo. Entre 1940 y 1960 los idiomas más extendidos entre la población eran el
español y el quechua. El aimara y las lenguas amazónicas eran hablados por grupos
minoritarios que, en conjunto, no superaban el 4 % de la población en 1961. Una de
las características de este periodo es la disminución, tanto en términos relativos como
absolutos, de la población que hablaba solamente quechua. Para 1940 encontramos
1.625.156 (un 31,08 %) de quechuaparlantes y para 1960 el número se redujo a
1.389.195 (un 16,98 %). Sin embargo, el número de personas que hablaban español y
quechua se incrementó en términos absolutos en 476.355 personas a pesar de que
en términos relativos esto representó un aumento de sólo el 0,175 %. Lo significativo
es que el porcentaje más importante de quienes sólo hablaban quechua se
encontraba en la población rural femenina (55,6 %), lo que indica que esta
población tampoco tenía acceso a la educación, puesto que ésta se daba
prioritariamente en español. Efectivamente, a pesar de que la tasa de
analfabetismo total disminuye de un 58 % en 1940 a un 39 % en 1961, la población
femenina era mayoritariamente analfabeta. Las mujeres componían el 69,3 % de
los analfabetos en 1940 y el 51,7 % en 1961; en ese mismo año las mujeres
representaban el 76,2 % de los analfabetos rurales, según Varillas y Mostajo, 1990:
83-89. Se puede afirmar entonces que el analfabetismo rural femenino era un claro
discriminador de género.

Los cambios sociales: surgimiento de la clase media y crecimiento de la


desigualdad rural

Un cambio notable que los censos muestran es la consolidación de un sector


medio compuesto en su mayoría por profesionales con formación universitaria
que trabajan tanto en el sector público como en el privado. En lo que respecta a
las clases altas y populares, los censos no indican cambios fundamentales en
las formas de acumulación de capital u ocupación, pero sí en la distribución

146
geográfica, pues toda la población comienza a concentrarse en Lima. Las
inversiones de la elite siguieron concentrándose en plantaciones
agroindustriales, haciendas y rentas, casas comerciales, industria, minería,
empresas urbanizadoras y banca. Pero la diferencia con respecto a los inicios
del siglo xx fue la concentración del poder económico en Lima, donde el 3,5 %
de la población de ciudad podía ser considerado, en 1961, como parte de la
elite económica nacional. Esto contrasta de manera notable con el 1,5 % y el
0,3 % de concentración de las élites económicas en los departamentos de
Loreto y Ayacucho, respectivamente. Entre los factores que aceleraron este
fenómeno se encuentran la expansión del Estado, que menoscabó el poder de
las élites regionales, y la crisis productiva de la hacienda andina.

A pesar de la migración de la población del campo a la ciudad, entre 1940 y


1961 la población económicamente activa (PEA) seguía dedicándose
mayoritariamente a las actividades primarias y, en especial, a la agricultura.
Consecuentemente, la mayoría de los sectores populares eran campesinos y
sirvientes de las haciendas, a los que debemos añadir a los sirvientes
domésticos urbanos y a los jornaleros/informales. En el sector secundario
encontramos una ligera disminución de empleo de la PEA en el censo de 1961
con respecto al de 1940. Lo interesante es que esa reducción se da
principalmente en el sector de las manufacturas, que pasa del 15,36 % al 13,1
% en 1960. Esta disminución afectó principalmente al sector obrero que, junto
con los trabajadores mineros y los artesanos, era el «sector alto» de las clases
populares.

El dato más importante que indica la evolución de la economía en las siguientes

147
décadas es el incremento en el porcentaje de la PEA dedicado al sector terciario de
la economía para 1961. La mayor parte de este sector estaba compuesta por
aquellos dedicados a prestar servicios profesionales y los que trabajaban en el
sector financiero. A diferencia de en los años cuarenta, a principios de los sesenta
parece estar consolidándose una clase media profesional. Los datos no muestran
que ocurriera un fenómeno similar con una clase media propietaria, ya sea de
pequeños negocios o de tierras. La mayoría de la clase media profesional era aún
parte de una burocracia gubernamental, sobre todo en los departamentos de la
sierra y selva. Sólo en Lima Metropolitana, donde se concentraban el comercio, la
banca y la industria, la proporción de la clase media profesional contratada por el
sector privado fue significativa.

El alto porcentaje de empleados mal remunerados en el sector privado hace que


el salario promedio sea más bajo que en el público y reduce la diferencia del
sueldo promedio de un obrero en Lima a 450 soles. Además, era una práctica
común entre los empleados estatales tener más de un empleo. La clasificación
social se complica más aún cuando se tiene en cuenta que un alto funcionario del
Estado en una zona con una élite regional empobrecida, como era el caso de
Ayacucho, podía utilizar su salario e influencias políticas para acumular más poder
local.

Richard Webb, en su importante trabajo sobre los ingresos en el Perú, sostiene que
sólo el 1 % de la clase media tenía un ingreso mínimo de 70.000 soles y la mayoría de
ellos correspondían a los altos empleados de las empresas privadas ubicadas en la
ciudad de Lima. La mayoría tenía además rentas de casas o pequeñas propiedades
agrícolas y compartía con las clases altas su origen europeo. Conforme nos salirnos
de este grupo, la clase media se vuelve más heterogénea, tanto en términos de
ascendencia como de actividad económica. Así, entre una clase media que obtenía
cerca de 34.000 soles al año podemos encontrar tanto a pequeños propietarios
agrícolas de la sierra como a obreros altamente cualificados, comerciantes y algunos
artesanos. La clasificación de los pobres en términos de ingresos menores a 3.200
soles anuales era complicada, debido a la desigualdad regional en ingresos promedio.
Según Webb el ingreso anual promedio en Lima podía llegar a 19.200 soles (si se
excluían los ingresos a la propiedad), mientras que en la sierra el promedio de ingreso
anual era de 6.600 soles, es decir, mucho menos de lo que podía ganar un alto
empleado del sector privado en Lima. A pesar de ello la capital concentraba el 20 por
ciento de la pobreza rural del país.

En el caso de la pobreza rural la situación era más compleja porque los ingresos
en la economía agraria moderna costeña, así como algunos de los ingresos de
los pequeños agricultores en la sierra crecieron durante la década de 1950. Por
ello, se puede observar en las sierras Sur y Central un proceso de
diferenciación campesina y cierta mejora de los niveles de vida. Sin embargo,
los arrendatarios, las mujeres propietarias de parcelas dedicadas a la
subsistencia y aquellos con menor acceso a la educación primaria sufrieron un
proceso inverso. Así, la desigualdad rural comenzó tener el rostro de una mujer
campesina.

148
Es decir, entre 1930 y1960 se dan dos fenómenos simultáneamente: uno es el de
la formación de una clase media profesional urbana y el otro un complicado
proceso de desigualdad rural. Ambos fenómenos presentan características
heterogéneas que son mejor entendidas a través de un análisis regional.

Los cambios en la distribución espacial de la población

Debido a las dificultades que plantean las clasificaciones por raza, género y
clase social, la descripción de la distribución espacial de la población es una
forma de estudiar los cambios sociales reflejados en los censos de 1940 y 1961.

La comparación entre ambos censos muestra uno de los puntos de inflexión más
importantes del proceso demográfico peruano de la segunda mitad del siglo XX:
la urbanización de la población. Si bien es cierto que según estos censos la
mayoría de la población aún vivía en áreas rurales (un 64,6 por ciento en 1940 y
un 52,6 por ciento en 1961), la tasa de crecimiento anual del sector urbano
triplicaba a la del rural, lo que se aceleraría en los siguientes años. Otra de las
tendencias del periodo es el crecimiento de la población en las regiones de la
costa y la selva (Amazonía). En ambos censos se muestra que la sierra (Andes)
seguía concentrando la mayor parte de la población, un 65 por ciento de los
pobladores censados en 1940 y un 52 por ciento en 1961. Esta disminución de
13 puntos porcentuales no significaba que la población absoluta de la sierra
hubiera disminuido: por el contrario, se incrementó en más de un millón de
personas. El problema, como se muestra en el siguiente gráfico, es que la tasa de
crecimiento intercensal en los Andes apenas llegaba al 1,2 por ciento, muy por
debajo del crecimiento de la costa y la selva.

149
La región amazónica comienza a crecer, pero la densidad demográfica regional
no superaba 1,2 habitantes por kilómetro cuadrado y su población no
sobrepasaba el 9 por ciento del total nacional. Emblemático fue el departamento
de Madre de Dios que, entre 1940 y 1961, creció en un 200 por ciento. No
obstante, su población sólo representaba el 0,2 por ciento de la población
peruana. Por el contrario, la costa, con un crecimiento similar al de la selva,
comienza a concentrar porcentajes de población cada vez más importantes. La
concentración de la población en el área metropolitana Lima-Callao significaba el
36,6 por ciento y el 47,8 por ciento de la población costeña en los censos de
1940 y 1961 respectivamente. Estos desarrollos desiguales fueron una constante
durante el periodo intercensal entre 1940 y 1961. Por un lado, los departamentos
más poblados, con excepción de Lima, se encontraban en la sierra y eran
predominantemente rurales: ninguno de ellos sobrepasaba el 50 por ciento de la
población urbana en los resultados del censo de 1961. Por otro lado, las
ciudades más importantes se trasladaban hacia la costa para 1961.

Por otra parte, si bien es cierto que la tasa de crecimiento intercensal era mayor en
el área urbana que en la rural, sólo los departamentos de Arequipa, Lambayeque,
Lima, San Martín y Tacna y la Provincia Constitucional del Callao superaban el 50
por ciento de población urbana para 1940. Veintiún años después tan sólo Ica y
Tumbes se añadirían a la lista. De los siete departamentos mencionados, cinco de
ellos (más el Callao) se encuentran en la costa. Sin embargo, es importante
especificar que la definición de centro poblado urbano utilizada en los censos de
1940 y 1961 era bastante flexible e incluía a toda capital de distrito, provincia o
departamento sin tener en cuenta el número de habitantes, a los conglomerados
que contaran con calles, servicios de agua y desagüe o alumbrado (se excluía a
las haciendas, fundos y comunidades de esta definición). Por lo tanto, en los
porcentajes urbanos se incluyen en realidad tanto pueblos como ciudades.

Por ello, es mejor estudiar el crecimiento urbano en función de algunas de las 32


ciudades que se consolidaron a lo largo del siglo XX. En 1940 sólo el 18 por
ciento de la población vivía en esas ciudades y en 1961 el 29,9 por ciento, lo que
nos da una mejor idea del nivel de urbanización del país. Por ejemplo, en 1940
sólo Lima Metropolitana (645.172) superaba los 100.000 habitantes y sólo
Arequipa (80.947) superaba los 50.000. Para 1961 el panorama era distinto: Lima
llegaba a 1.845.910 habitantes, mientras que Arequipa (158.685) y Trujillo
(103.020) superaban los 100.000 habitantes. También se desarrollaron ciudades
150
medianas (Chiclayo, Piura, Iquitos, Chimbote, Cuzco y Huancayo) que
sobrepasaban los 50.000 habitantes. De las nueve ciudades más pobladas en
1961, cinco de ellas se ubicaban en la costa, tres en los valles serranos y una en
la selva. Este predominio urbano del litoral se debe a la concentración de la
industria, servicios y la agroexportación en esta región.

La siguiente tabla muestra la distribución del número de ciudades de acuerdo a la


cantidad de población en los censos de 1940 y 1961. El Perú presentaba
inicialmente un sistema urbano poco diversificado sin un sistema de ciudades inter-
medias importante. Una muestra de ello es que en ambos censos el mayor número
de ciudades se encuentra entre los 10.000 y 30.000 habitantes; y más del 20 por
ciento de los 32 conglomerados urbanos importantes no pasaba de los 10.000
pobladores.
Tabla 8. Distribución de las 32 ciudades más importantes por número de habitantes, censos de 1940 y
1961
Número de habitantes 1940 1961

Más de 100.000 1 3

5 0. 0 0 0 -10 0.0 0 0 1 6

30.000- 50.000 4 1

20.000- 30.000 3 13

10.000- 20.000 10 2

1.000-10.000 11 7

Menos de 1.000 2

Fuerte: Instituto Nacional de Estadística e Informática.

Para 1961 la mayoría de las ciudades de la sierra y la costa tenían entre 20.000 y
30.000 habitantes; Pucallpa era la única en la selva que se ubicaba en ese rango (la
mayoría de las ciudades de la Amazonía poseían una población menor a los 10.000
habitantes). Otro dato interesante de la comparación es que las ciudades de
Chimbote (13,4 por ciento), Pucallpa (12,2 por ciento) y Tingo María (10,3 por
ciento) tuvieron una tasa de crecimiento mayor al 10 por ciento. En estos casos, el
incremento estuvo ligado a la intervención del Estado, ya fuera a través de
carreteras o proyectos industriales y de desarrollo.

Como se ha podido observar, el ciclo intercensal entre 1940 y 1961 significó el


comienzo de un proceso de redistribución poblacional que se intensificará en las
décadas siguientes. Los migrantes pasan del 11 por ciento de la población total en
1940 a representar el 23,2 por ciento en 1961. Huelga decir que Lima
Metropolitana absorbió la mayor parte de esa migración interna, que básicamente
provenía de los Andes. Los cambios migratorios afectaron también la densidad
poblacional por departamentos. Sin duda la Provincia Constitucional del Callao
(1.452,9 habitantes/km') y el departamento de Lima (58,4 habitantes/km')
presentan la mayor densidad en 1961.

151
Tabla 9. Densidad poblacional en la costa (habitantes/km 2 )
Departamento 1940 1961

Provincia Constitucional
559,9 1452,9
del Callao

Lima 23,8 58,4

La Libertad 15 22,8

Lambayeque 13,6 24,1

Piura 11,4 18,6

Ica 6,6 12

Tumbes 5,5 12

Tacna 2,3 4,1

Moquegua 2,2 3,3


Fuente: Instituto Nacional de Estadística e Informática.

En general, los departamentos costeños duplicaron su densidad de un censo a


otro. Pero los niveles de densidad poblacional de Tacna y Moquegua eran los
más bajos, comparables sólo con los departamentos de mayor extensión
territorial como San Martín y Amazonas en la Amazonía. En la región andina,
Cajamarca fue el que tuvo la mayor densidad poblacional (22,5) lo que se
correlaciona con la presión que existía sobre la tierra agrícola en ese
departamento a pesar de la parcelación progresiva de las haciendas. También
es importante que el departamento de Arequipa, que era un foco de migración
interregional, fuera uno de los de menor densidad poblacional en 1961 (6,1).

Tabla 10. Densidad poblacional en la sierra (habitantes/km 2)


Departamento 1940 1961

Cajamarca 14,9 22,5

Apurímac 12,4 13,8

Ancash 12,1 16,6

Huancavelica 12,1 16,6

-
Ayacucho 14-1 13,7

Junín 8,2 9,4

Puno 7,6 9,5

Cuzco 6,8 8,5

Huánuco 6,2 8,7

Arequipa 4,2 6,1

Pasco 3,6 5,5


Fuente: Instituto Nacional de Estadística e Informática.

152
Los niveles más bajos de densidad poblacional en 1961 se encontraban en la
selva, a pesar de que la población de Madre de Dios (0,2 habitantes/km2) había
crecido en un 200 %, la de Loreto (0,7 habitantes/km2) en un 117 % y la de
Amazonas (3 habitantes/km2) en un 99,9 % de un censo a otro. San Martín (3,2
habitantes/krn2) era el departamento con mayor población y Ucayali, a pesar de
la impresionante tasa de crecimiento anual de la ciudad de Pucallpa, sólo llegaba
a 0,6 habitantes/km2.

En relación al género, durante el periodo de 1930 a 1960 las desigualdades se


acentuaron con respecto al acceso a la educación y a los recursos económicos.
En términos sociales el análisis de los censos de 1940 y 1961 permite observar el
crecimiento del sector terciario de la economía y en particular la consolidación de
un pequeño sector medio profesional. Finalmente, con respecto a la distribución
espacial dela población, el cambio fundamental es el desplazamiento de la
población de la región andina a la amazónica y costeña, y la urbanización. En la
siguiente sección analizaremos el proceso de urbanización a través de casos
regionales para luego complementar nuestro análisis de Lima Metropolitana.

Sociedad y población en las regiones del Perú

Una de las características de la etapa 1950-1960 fue la aceleración del crecimiento


urbano. Desde una perspectiva regional este proceso estuvo marcado por una
interacción entre las dinámicas locales y políticas estatales que transformaron los
paisajes urbanos. Para comprender este proceso es preciso analizar casos
regionales y reconsiderar el caso de Lima Metropolitana.

Crecimiento poblacional e integración de la Amazonía

Las guerras contra Colombia (1932) y el Ecuador (1941), analizadas en el capítulo


«Perú en el mundo», que fueron a causa de la disputa sobre territorios amazónicos,
hicieron que el gobierno peruano se propusiera como objetivo la integración de la
Amazonía al Estado. Para lograrlo, el Estado se propuso reorientar el comercio
regional del Atlántico al Pacífico, y subordinar a las élites locales al eliminar formas de
trabajo servil y expandir el crédito. Un problema para la integración de la Amazonía al
Estado era la falta de vías de comunicación directas entre Lima e Iquitos o con
cualquier otro poblado de la región. La ausencia de una infraestructura vial adecuada
hacía que el comercio de la Amazonía se orientara hacia el océano Atlántico vía Brasil.
Más aún, la Compañía Peruana de Vapores realizaba viajes Lima-Iquitos a través del
Canal de Panamá. Fue así como el Estado decidió en 1933 que un ramal de la
carretera Central debía comunicar a Lima con el río Ucayali.

Luego de la guerra con el Ecuador en 1941, el gobierno aceleró los trabajos de la


carretera y la hizo llegar a Pucallpa, que estaba cerca de los yacimientos petrolíferos de
Ganso Azul explotados desde 1939. La carretera Lima-Pucallpa, inaugurada en 1943,
transformó el comercio regional: no sólo cambió el eje del comercio internacional del
Atlántico al Pacífico, sino que intensificó el comercio interno; por ejemplo, el volumen de la
madera destinada al mercado limeño se triplicó entre 1944 y 1948. La reorientación de
las rutas comerciales favoreció también a las casas comerciales limeñas, que podían
colocar sus productos en la Amazonía. La carretera también facilitó el tráfico de personas,

153
por lo que se inició un proceso de migración desde la sierra hacia la selva que hizo que la
población de Pucallpa pasara de 2.368 habitantes en 1940 a 26.391 en 1961, lo que
significaba una tasa de crecimiento del 12,2 por ciento. Como señalan Fernando Santos
y Federica Barclay, esta migración trajo consigo una nueva generación de empresarios
que invirtió en la industria maderera, el comercio y el transporte. Esta nueva clase creó
una dinámica económica independiente que convirtió a Pucallpa en un importante centro
económico, lo que rompió el monopolio de Iquitos. La carretera Lima-Pucallpa no fue el
único cambio en las comunicaciones. Gracias a todo ello las grandes firmas importadoras
de Lima, en alianza con nuevas casas comerciales en Iquitos, desafiaron el predominio
de la élite comercial «tradicional», que controlaba el tráfico de mercancías que provenía
de Belén de Pará (Brasil) a través del río Amazonas.

Además de las comunicaciones, el gobierno central utilizó otro medio para romper el
monopolio comercial de la elite de Iquitos: la expansión del crédito a pequeños
comerciantes y propietarios. Para lograr este objetivo se formó en los años cuarenta la
agencia estatal Corporación Peruana del Amazonas (CPA), encargada de la
comercialización de la goma y otros productos regionales. Más adelante, en 1952, la
CPA fue fusionada con el Banco Agrícola en el Banco de Fomento Agropecuario, que
daba préstamos a pequeños productores y apoyaba nuevos cultivos como el arroz.
Todo esto dinamizó la economía regional y atrajo la inmigración andina, lo que hizo que
regiones de la Amazonía experimentaran entre 1940 y 1961 un crecimiento poblacional
porcentual superior a la media nacional (59,6 por ciento). A pesar de este crecimiento, la
Amazonía seguía siendo la menos poblada en el total de la población peruana. Loreto,
que entonces incluía el departamento de Ucayali, era el más poblado y sólo
comprendía el 0,6 por ciento de la población nacional en 1876, el 2,7 por ciento en
1940 y el 3,4 por ciento en 1961. Los resultados de los censos de 1940 y 1961
muestran que la región seguía siendo predominantemente rural; la población
urbana de Loreto pasó de un 32,3 por ciento en 1940 aun 36,8 por ciento en 1960.
Este predominio rural no significó un estancamiento de las ciudades de la selva,
como muestra el siguiente cuadro:
Tabla 11. Crecimiento poblacional de las ciudades de la selva (1940 -1961)

Ciudad 1940 1961 Tasa de crecimiento

Iquitos (Loreto) 31.828 57772 2,9

Pucallpa (Ucayali) 2.368 26.391 12,2

Tarapoto (San Martín) 8,693 13.907 2,3

Tingo María (Huánuco) 668 5.208 10,3

Tocache (San Martín) 348 1.607 7,6

Puerto Maldonado (Madre de Dios) 1.032 3.518 6,0

Moyobamba (San Martín) 8.373 7.046 -0,8

Chachapoyas (Amazonas)
5.145 6.869 1,4

Fuente: Instituto Nacional de Estadística e Informática.

154
La ciudad de Iquitos es la más importante del departamento de Loreto y, en 1940,
la ciudad concentraba al 58,3 por ciento de la población de Loreto. Sin embargo,
entre 1940 y1961, el ritmo de crecimiento de esta ciudad se redujo por el
surgimiento de la ciudad de Pucallpa. A pesar de ello era la única ciudad de la
selva que formaba parte del grupo de 6 ciudades medianas que tenían entre
50.000 y 100.000 habitantes. El flujo migratorio hacia Iquitos no se detuvo luego
de la inauguración de la carretera Lima-Pucallpa, sino que se basó más en los
migrantes provenientes de las zonas rurales de Loreto que los provenientes de las
regiones andinas. Los privilegios arancelarios y de inversión que el gobierno
otorgaría a la región amazónica desde los años sesenta aceleró el crecimiento
poblacional. Este crecimiento demográfico hizo que Iquitos experimentara el
fenómeno de los pueblos jóvenes o barriadas (conjuntos habitacionales de
viviendas precarias que carecen de servicios básicos).

Por otro lado, el desarrollo de las carreteras benefició también al pequeño pueblo
de Tingo María, en Huánuco, que se convirtió en el centro de la carretera hacia la
Amazonía. Uno de ellos es el ya mencionado a Pucallpa y el otro es el que llega al
pueblo de Tocache, en San Martín. El nuevo rol de Tingo María como entrada a la
selva la convirtió de una villa de 668 personas en una ciudad de 5.208 habitantes.
Por su parte, los pueblos del departamento de San Martín fueron los más
beneficiados con la expansión del transporte. Tocache pasó de ser de un caserío a
un pequeño pueblo de poco más de 1.000 habitantes, y Tarapoto, sede del
aeropuerto, pasó en 1961 a ser una pequeña ciudad de 13.907 habitantes. Las
ciudades tradicionales de origen colonial fueron las más perjudicadas por los
cambios en las comunicaciones: Moyobamba, la capital de San Martín, tuvo, por
ejemplo, una tasa de crecimiento negativo, y Chachapoyas, en el departamento
de Amazonas, escasamente llegó a una tasa de crecimiento del 1,4. Es decir en
la Amazonía la acción del gobierno fue determinante en el aumento poblacional
porque alentó la inmigración tanto de población de la sierra como de las áreas
rurales de la Amazonía hacia las ciudades de Iquitos y Pucallpa. Además, la
construcción de carreteras, aeropuertos y la expansión del crédito rompieron
con los monopolios comerciales de la antigua élite regional y favorecieron en
algo a pequeños propietarios y comerciantes.

Crecimiento poblacional y migraciones: los Andes

La población andina experimentó importantes cambios entre 1930 y 1960,


como una disminución de las tasas de mortalidad, lo que permitió una
recuperación demográfica con respecto al siglo anterior. Ello significó una
presión sobre la economía campesina debido a la mala distribución de la
propiedad de la tierra y a la baja producción de los suelos. Si bien es cierto que
la pequeña propiedad o la propiedad comunal predominaban, la propiedad de
las mejores tierras (sobre todo los pastos naturales) se concentraba en las
grandes haciendas que utilizaban mano de obra servil. Este sistema laboral
trajo consigo una baja productividad del trabajo y de los ingresos y a su vez la
persistencia de la pobreza. Una de las salidas para aliviar esta situación fue la
migración temporal. Los centros mineros de la sierra y las capitales de las
provincias fueron los destinos tradicionales de la migración temporal. A éstos
se añadían las migraciones hacia la costa y la selva. La migración temporal a la
costa estaba dirigida a las plantaciones de azúcar del norte y en menor medida

155
a los algodonales de Cañete, al sur de Lima. La migración hacia la Amazonía
estaba dirigida al sector maderero y a las plantaciones de café, cacao y otros
productos agropecuarios. Uno de los principales efectos de este proceso de
migración temporal fue la monetarización de la sierra. Pero la mayor circulación
de dinero no estuvo acompañada por la creación de un mercado de tierras,
laboral o de crédito por lo que se produjo el estancamiento de la economía
rural. Esto motivó que hacia la segunda mitad de la década de 1950 se
consolidara una migración permanente que tendría como uno de sus destinos
principales la ciudad de Lima.

Pero el proceso de migración hacia Lima no fue lineal, sino que implicaba también
la migración a las capitales provinciales o departamentales. La mayor parte de la
migración a estas ciudades, con la excepción de Arequipa, no estaba ligada a un
proceso de industrialización de la urbe, sino al desarrollo de actividades
comerciales o servicios. En algunos casos los focos de migración no fueron las
capitales departamentales, sino pequeños pueblos que se encontraban en una
posición estratégica para el comercio. Estos poblados experimentaron entre 1940
y 1961 un crecimiento urbano notable e incluso desafiaron la hegemonía de las
capitales departamentales, como fue el caso de Juliaca, en el departamento de
Puno. Sin embargo, hubo otros casos en que las migraciones aumentaron el
número de pobladores, pero no alteraron las formas de interacción social o
económica, por lo que pueden ser calificados, de acuerdo a Héctor Martínez,
corno «pueblos grandes», como por ejemplo Abancay (Apurímac) y Huancavelica,
en el departamento del mismo nombre.

En el siguiente cuadro se puede apreciar que de las 12 ciudades que


componen la red urbana de la sierra, sólo Cerro de Pasco, Ayacucho y
Huancavelica presentaron tasas de crecimiento muy bajas en el periodo
intercensal 1940-1961, y que las dos ciudades comerciales Huancayo y Juliaca
obtuvieron las tasas de crecimiento más altas. Sin embargo, las ciudades
tradicionales del sur, Arequipa y Cuzco, mantuvieron su condición de centros
importantes.
T a b l a 1 2 . C r e c i m i e n t o p o b l a c i o n a l d e l a s c i u d a d es d e l a s i e r r a ( 1 9 4 0 - 1 9 6 1 )

Ciudad 1940 1961 Tasa de crecimiento

Arequipa 80.974 158.685 3,3%

3,3%
Cuzco 40.657 79.857

Huancayo 26.729 64.153 4,3%

Ayacucho '.6.642 24.836 1,9%

Huánuco 11.996 24.646 3.5%

Puno 13.786 24.567 2,8%

Cajamarca 14.290 22.705 2,2%

Cerro de Pasco 17.882 21.363 0,3%

156
Huaraz 11.054 20.900 3,1

Juliaca 6.034 20.351 6%

Huancavelica 7.497 9.053 1,9%

Abancay 5.332 9.053 2,6%

Fuente: Instituto Nacional de Estadística e Informática.

Los Andes del norte: migración y hacienda ganadera. En términos generales la


migración del campo a la ciudad estuvo ligada a un estancamiento de la
economía agraria y no a una industrialización de la misma, que terminaría
expulsando a la mano de obra sobrante. En la sierra Norte, el caso de
Cajamarca representaba una excepción con respecto a este modelo. A partir de
los años cuarenta, en Cajamarca se inició un proceso de transformación
económica que convirtió a las haciendas en empresas ganaderas capitalistas,
aceleró la parcelación de tierras y precipitó la proletarización del campesinado.
Sin embrago, no se produjo el correspondiente proceso de industrialización en
la ciudad de Cajamarca, por lo que ésta no logró absorber a la población del
campo, que terminó emigrando a los valles de Lambayeque y La Libertad, y
más tarde directamente a Lima.

Este proceso se inició por la presión que ejerció la Cámara de Comercio,


Agricultura e Industria de Cajamarca sobre el Estado para que construyera las
carreteras de Cajamarca a Cajabamba y de Chilete a Pacasmayo. Ambas rutas,
concluidas en 1945, conectaron la región con los mercados de la costa. La
Asociación de Agricultores y Ganaderos de Cajamarca, a su vez, presionó para
que se facilitara la instalación de una planta procesadora de leche de la empresa
PERULAC (Compañía Peruana de Alimentos Lácteos S. A.), una subsidiaria de la
corporación Nestlé S. A. Finalmente, la planta se creó en 1949 y desde entonces
la empresa asumió la mejora de la infraestructura vial provincial de Cajamarca
para asegurar el abastecimiento de leche. Por su parte, los miembros de la
Asociación de Ganaderos y Agricultores de Cajamarca iniciaron, con el apoyo del
Estado, la modernización de sus haciendas y la parcelación de las tierras que ya
no eran útiles.

El desarrollo de la industria lechera trajo cambios en la economía campesina


de la región. El primero de ellos fue la excesiva demanda de tierras, que creó la
expectativa de la parcelación de las haciendas. Esto hizo que el precio subiera
demasiado y muchos campesinos enviaran a sus familiares a trabajar a las
plantaciones azucareras de la costa para reunir el capital necesario.

Por otro lado, al principio la industrialización del campo aumentó la demanda


laboral, pero pronto ésta se equilibró y varios campesinos se quedaron sin la
posibilidad de tener tierras ni empleo. Según Carmen Diana Deere, esta
situación golpeó a la población femenina, pues las campesinas sólo eran
contratadas como ordeñadoras en las haciendas lecheras y se les pagaba
salarios inferiores a los de los hombres. Fue por esto por lo que muchas
mujeres campesinas combinaron el trabajo agrícola con el comercio a menor
escala en los poblados de la región.

157
Estos cambios en el agro originaron un proceso de diferenciación campesina
en un contexto de crecimiento poblacional. Cajamarca era el departamento
más poblado después de Lima en 1961 y su densidad poblacional había
alcanzado los 22,5 habitantes/km2. Entonces, los cambios en la propiedad de la
tierra bajo una presión demográfica dieron origen a una ola migratoria que no
pudo ser absorbida por la ciudad de Cajamarca, a pesar de su importante
crecimiento. Estas migraciones se dirigieron primero a las ciudades de Chiclayo
(Lambayeque) y Trujillo (La Libertad), para luego dirigirse directamente a la
ciudad de Lima a fines de los años cincuenta.

Los Andes centrales: comercio y crecimiento urbano. Entre 1930 y 1960 la


producción minera dominó la economía de los Andes centrales y consolidó un
circuito comercial que fortaleció el mercado interno regional. La construcción
del ferrocarril y carreteras convirtieron a la pequeña ciudad de Huancayo,
ubicada en la sierra Central, en un centro comercial y administrativo de vital
importancia para la economía minera (así como posteriormente en un centro de
atracción turística). Además, fue un centro de reclutamiento de mano de obra
indígena tanto para las minas como para la Sociedad Ganadera del Centro y
las haciendas de algodón de Cañete. El crecimiento económico de la ciudad
fue reconocido cuando se decretó el traslado de la capital de Junín de Cerro de
Pasco a Huancayo en 1931. El crecimiento de Huancayo no sólo se basó en la
actividad comercial y agropecuaria alrededor de la agricultura: poco a poco
algunos comerciantes comenzaron a invertir en las industrias de alimentos,
materiales de construcción y textiles. Esta última industria se convirtió, por
ejemplo, en uno de los principales empleadores de la ciudad en la década de
1950.

La importancia económica y política de la ciudad de Huancayo como «puente»


entre los centros de producción minera generó el florecimiento de empresas de
transporte de pasajeros y de carga. Estas empresas muy pronto conectaron la
ciudad de Huancayo con los pueblos de los alrededores, lo que facilitó el
comercio y las migraciones internas. A la par que el transporte, fueron
aumentando las oportunidades educativas en la ciudad. Por ejemplo, Huancayo
sólo contaba en 1938 con dos colegios públicos (uno para mujeres y otro para
hombres) y un colegio privado de varones; en cambio, para principios de los
años setenta ya contaba con 25 colegios secundarios (17 públicos y 8 privados).
Finalmente, en 1960 se estableció la Universidad Comunal del Centro (hoy
Universidad Nacional del Centro). El crecimiento comercial, agropecuario y
educativo de Huancayo entre 1930 y 1960 generó migraciones internas desde
los pueblos del valle del Mantaro hacia la capital regional. Así, el área
metropolitana de Huancayo fue creciendo: de 26.729 pobladores en 1940 llegó
a los 64.153 habitantes en 1961, convirtiéndose en la ciudad más importante
de la sierra Central.

Hasta los años treinta la mayor parte de inmigrantes provenían de Lima y venían a
trabajar como empleados de las compañías mineras y otras empresas. Los
inmigrantes de origen italiano, chino o japonés preferían establecer casas
comerciales que se dedicaban a traer productos a Lima. A partir de los años
cuarenta, la inmigración proveniente de los pueblos del valle del Mantaro y de los

158
departamentos vecinos, especialmente del sur, fue la que orientó el crecimiento de
Huancayo. Esta nueva ola de inmigrantes fue fundamental para la diversificación
económica que caracterizó a la economía de la ciudad.

Los Andes del sur: dos formas de desarrollo urbano (Arequipa y Juliaca). Entre
1930 y 1960 la sierra Sur del Perú tuvo un importante protagonismo político, lo que
motivó la constante intervención del Estado, aunque no siempre con resultados
positivos para la región. Los departamentos de Arequipa, Cuzco y Puno fueron la
prioridad del gobierno central, relegando así a un segundo plano a los de
Ayacucho, Huancavelica y Apurímac. Una prioridad del gobierno de Benavides fue
completar la infraestructura vial del Perú. Como parte de ello, se terminó el tramo
peruano de la carretera Panamericana y la carretera Central hasta la localidad de
Tingo María. Además de estas grandes vías, el gobierno buscó integrar el sur
andino a Lima. Consecuentemente, entre 1935 y 1940 el 40 por ciento de la
ampliación vial de los Andes se llevó a cabo en la sierra Sur, lo que favoreció a
Arequipa con un incremento de 931 kilómetros en su red de carreteras. Una de las
consecuencias de esta ampliación fue el incremento del número de camiones de
carga y del comercio en la región. Entre 1928 y 1938 el número de camiones
aumentó en más de 5 veces, y en 1940 representaban el 50 por ciento de los
vehículos de la región. El progreso en las comunicaciones y el comercio trajo
consigo un mayor crecimiento poblacional urbano. Éste no era un fenómeno
nuevo para el departamento de Arequipa, puesto que su crecimiento urbano fue
constante desde 1876, tal como lo indica el siguiente cuadro:
Tabla 13. Porcentaje de población urbana en tres departamentos del sur andino

Departamento 1876 1940 1961

Arequipa 58,54 59 64.5

Cuzco 36,03 25,2 52,4

Puno 12,74 13 18,1

Fuente: Instituto Nacional de Estadística e Informática .

Puno era el caso opuesto al del departamento de Arequipa: su población urbana


había crecido muy lentamente (18,1 por ciento en 1961), a pesar de haber sido el
segundo (1940) y el tercer (1961) departamento con mayor población. El
departamento del Cuzco representaba un caso intermedio que, hacia 1961, había
recuperado su porcentaje de población urbana (32,4 por ciento) a niveles
similares a los que tuvo en 1876. Mientras que el departamento de Arequipa
alcanzaba un porcentaje de 64,5 por ciento de población urbana para 1961. Al
igual que Lima, la ciudad de Arequipa concentraba la mayor parte de la
población urbana del departamento, aproximadamente un 52 por ciento en 1940
y un 68 por ciento en 1961. Este crecimiento urbano sostenido puede deberse a
que, desde fines del siglo XIX, la ciudad de Arequipa fue el eje industrial del sur y
que su producción satisfacía parte de la demanda de las otras ciudades del sur
tales como Cuzco, Juliaca y Puno. Además, el establecimiento en 1942 de la
planta de leche «Gloria», propiedad de General Milk Company Inc., favoreció a
los ganaderos de la localidad que prefirieron la ganadería intensiva a la
extensiva. Esto último incrementó el fraccionamiento de las haciendas para su

159
venta o alquiler, con lo que surgió una clase de pequeños agricultores. Junto a
este grupo comienza a formarse una clase media profesional compuesta
básicamente por abogados y médicos. Este sector medio profesional y
propietario fue la base de una plataforma política y regional que tendrá una de
sus expresiones más importantes en la creación del Frente Democrático
Nacional, que llevó a la presidencia a José Luis Bustamante y Rivero (1946 -
1948). Años más tarde esos mismos sectores medios serían responsables de la
creación de la Democracia Cristiana.

Estas transformaciones sociales y económicas dieron inicio a un proceso de


migración interna desde las vecinas áreas rurales hacia la ciudad de Arequipa.
La mayor parte de estos inmigrantes se instalaban en cuartos de alquiler en el
núcleo urbano, pero poco a poco se fueron mudando hacia las zonas periféricas
de la ciudad, estableciendo las primeras barriadas o pueblos jóvenes. Hacia
1956, el 13,45 por ciento de la población de la ciudad de Arequipa vivía en este
tipo de asentamientos. Sin embargo, la expansión de los pueblos jóvenes se
dio pocos años después a consecuencia de los terremotos de 1958 y1960, que
expulsaron del centro de Arequipa a los pobladores de los tugurios o
callejones. Este proceso coincidió con una nueva ola migratoria proveniente del
departamento de Puno.

A pesar de que la población urbana del departamento de Puno tuvo una tasa
de crecimiento anual del 2,7 entre 1940 y 1961, la población rural constituía la
abrumadora mayoría del departamento (87 por ciento en 1940 y 81,9 por ciento
en 1961). Conspicuamente, la ciudad de Juliaca fue uno de los centros urbanos
que experimentó uno de los crecimientos más dramáticos del periodo
analizado. Pasó de ser la pequeña capital de la provincia de San Román en
1940, con una población de apenas 6.035 habitantes, a ser una de las
ciudades comerciales más importantes del Perú en 1961, con una población de
20.351 habitantes y una tasa de crecimiento anual del 6 por ciento. Si bien la
ciudad de Puno, capital del departamento, aún mantenía una población mayor
a la de Juliaca (24.567 habitantes) para 1961, había perdido su importancia
económica y veía desafiada su hegemonía política por la pujante ciudad
comercial.

El crecimiento de Juliaca representa una síntesis de este periodo de transición


demográfica en la sierra peruana. Tanto el ferrocarril como las carreteras
convirtieron a Juliaca en un paso obligado en el camino de Arequipa hacia el
altiplano peruano y boliviano. En un contexto de crecimiento poblacional y
estancamiento de la agricultura, los campesinos que llegaron a Juliaca se
dedicaron al comercio y otras actividades relacionadas con el sector servicios.
Uno de los personajes característicos de la nueva ciudad fue el camionero que
unía los mercados semanales de los pequeños pueblos con la ciudad de
Juliaca. El crecimiento de Juliaca la convierte en el centro económico del
departamento y comienza a competir con la ciudad de Puno por la supremacía
política. Esto va ser posible a partir del surgimiento de una nueva elite mercantil
mestiza, que liga sus intereses a una política de identidad regional.

El departamento del Cuzco no presenta un caso similar al de Juliaca, ni


tampoco tiene un centro industrial como Arequipa. Sin embargo, los patrones

160
migratorios del departamento son sumamente útiles para entender el proceso
de las migraciones en la sierra Sur. La migración en el Cuzco presentaba a
principios de los años treinta un movimiento pendular. Los migrantes se dirigían
desde las áreas rurales hacia las ciudades del Cuzco, Sicuani (centro ganadero)
y Quillabamba (La Convención) y luego regresaban a sus centros de origen.
Pero, a partir de los años treinta, las familias tendían a establecerse en los
destinos migratorios, especialmente en el valle de La Convención (ceja de
selva), donde los cultivos de cacao, café y frutales comenzaban a convertirse en
una fuente de ingresos importante. Es decir, se trata de una migración de una
zona rural a otra. Esto tal vez explique por qué el porcentaje de la población
urbana del departamento disminuyó de un 36 por ciento en 1876 a tan sólo un
25,2 por ciento en 1940, y-la recuperación no sería total para 1961 (32,4 por
ciento).

En las décadas de 1940 y 1950 las migraciones permanentes de larga


distancia se hicieron más comunes. Éstas siguieron la dirección de los
pequeños poblados a las capitales provinciales (especialmente Sicuani y
Quillabamba) o directamente a la capital del departamento. El proceso de
reconstrucción de la ciudad del Cuzco luego dcl terremoto de 1950, por
ejemplo, incentivó una ola de migraciones temporales directamente a la capital
del departamento. A mediados de los años cincuenta también comienzan las
migraciones permanentes de larga distancia como a las ciudades de Lima y
Arequipa. Sin embargo, hacia fines de la década se da, paralelamente, una
nueva migración de la ciudad del Cuzco hacia el valle de La Convención. Es
decir, en el Cuzco se combinan los diversos patrones de migración (rural-
urbana, urbana-urbana, urbana-rural) que no consolidan un crecimiento urbano
similar al de Arequipa.

Hacia el predominio del mundo urbano: la costa peruana

Para 1961 la región de la Costa peruana sólo concentraba el 39 por ciento de


la población total del país, pero se había experimentado un crecimiento de casi
un 10 por ciento con respecto al censo de 1941. Este crecimiento se debió a la
expansión de la esperanza de vida al nacer y al flujo migratorio desde los
poblados de la sierra. Los departamentos de Piura, La Libertad y Lambayeque
eran los que concentraban a la mayor parte de la población en la costa
peruana, fuera del Callao y Lima. Entre 1930 y1960, en La Libertad y Piura la
mayoría de la población era rural, aunque el crecimiento de la ciudad de Trujillo
(La Libertad) y las ciudades de Piura, Sullana y Talara (Piura) adquiría un ritmo
ascendente.
Tabla 14. Crecimiento poblacional de las ciudades de la costa (1940 -1961)

Departamento 1940 1961 Tasa de crecimiento anual

Trujillo 36.957 103.020 5,0

Chiclayo 31.539 95.667 5,4

Piura 27.919 72.096 4,6

Chimbote 4.243 59.990 13,4

161
Tacna 11.025 27.449 4,4

Ica 11.025 49.097 7,4

Sullana 21.159 28.193 3,8

Chincha 12.446 20.817 2,5

Talara 12.985 27.957 3,7

Tumbes 6.172 20.900 6,0

Moquegua 3.718 7.795


3,6

Fuente: Instituto Nacional de Estadística e Informática.

El proceso de urbanización en la costa fue más uniforme que en el resto del


país. Para 1961, las ciudades importantes pasaban los 20.000 habitantes.
Chimbote, Ica y Tumbes experimentaron altas tasas anuales de crecimiento; y
las ciudades de Trujillo, Chiclayo y Piura sobrepasaban los 70.000 habitantes. El
departamento de Piura presentaba un caso atípico al tener tres ciudades y un
puerto importantes, entre ellas, Paita, que articulaban la economía de un
departamento básicamente rural; Sullana, que representaba la capital de
provincia convertida en ciudad comercial, y Talara, una ciudad «especializada»
en torno a las refinerías de petróleo.

Con la excepción de Piura, el crecimiento de las capitales departamentales fue


mayor que el de las capitales provinciales. Los casos de Trujillo (La Libertad) y
Chiclayo (Lambayeque) son representativos. Trujillo tuvo un crecimiento lento y
recién hacia fines de los años cuarenta comienza un proceso de expansión
demográfica basado en el crecimiento vegetativo de la población con la migración
de los pobladores de los valles de Cajamarca. Otro grupo que alimentó la
expansión urbana fueron los trujillanos, que retornaban a sus ciudades natales
luego de jubilarse de sus trabajos en Lima. Como resultado de este proceso,
Trujillo pasó de 36.957 habitantes en 1940 a 103.020 en 1961. La concentración
de tierras en Trujillo por parte de las grandes haciendas azucareras cerró la
posibilidad de expansión de una clase media propietaria, por lo que en cambio
apareció una clase media profesional que iniciaba sus estudios en la Universidad
de Trujillo y los continuaba en San Marcos. Este sector social encontraba trabajo
en el Estado y al jubilarse regresaba a su ciudad de origen. Por ello, el
crecimiento de Trujillo se caracterizó, según M. F. Chanfreau, por ser concéntrico
o de pequeñas urbanizaciones. Ello comenzó a cambiar a mediados de los años
cincuenta, cuando los pobladores serranos de La Libertad y Cajamarca migraron
hacia la costa en búsqueda de empleo en la economía azucarera. Se formaron
entonces las primeras barriadas de Trujillo en terrenos eriazos en el noreste de la
ciudad y separados de ella por una franja de área agrícola. Esta división espacial
y jerárquica se mantendría en las décadas posteriores. El caso de Chiclayo es
ligeramente diferente, ya que la ciudad se benefició por la construcción de la
carretera Panamericana y se convirtió en la clásica ciudad comercial del periodo:
a medio camino entre Piura y La Libertad, punto de entrada hacia la selva norte y
centro de acopio de productos de exportación y de mano de obra. Todo esto la
convirtió en el foco migratorio de Lambayeque.

162
Pero la ciudad de la costa que representó las transformaciones del periodo,
tanto en términos poblacionales como económicos y sociales, fue Chimbote,
situada en la costa del departamento de Ancash. A principios de la década de
1940, era un pequeño pueblo de pescadores de alrededor de. 4.000 habitantes.
Para 1961, se había transformado en una ciudad de 59.997 habitantes
provenientes de casi todo el Perú. Chimbote se transformó, en
aproximadamente veinte años, en el puerto pesquero y centro siderúrgico más
importante del país, lo que sólo es comparable a lo experimentado en la ciudad
de Lima durante el mismo periodo. De hecho, la tasa de crecimiento anual de
Chimbote alcanzó el 13,4 por ciento, mientras que la de Lima Metropolitana
sólo llegaba al 5,1 por ciento.

De acuerdo al sociólogo Denis Sulmont, marcaron el destino de Chimbote la


construcción de una planta siderúrgica y el boom de la harina de pescado y
cambiaron la estructura arquitectónica y social de la ciudad. La construcción de
la siderúrgica fue planificada a principios de los años cuarenta durante la primera
administración de Prado como parte de un proyecto de desarrollo energético e
industrial que incluía la construcción de la Hidroeléctrica del Cañón del Pato, que
proveería de electricidad a la siderúrgica de Chimbote. Para llevar a cabo ambos
proyectos se constituyó la Corporación Peruana del Santa (CPS) en 1943. El
proyecto continuó lentamente hasta que, en 1956, durante la segunda
administración de Prado, la CPS, el grupo francés Delatre et Fomart y el
Consorcio de Ingenieros Contratistas Generales crean la Sociedad de Gestión S.
A. de la Planta Siderúrgica de Chimbote (SOGESA) que, en 1958, inaugura la
planta de acero de Chimbote con cerca de 1.500 trabajadores, quienes
adquirieron la fama de ser los mejor pagados del país.

Paralelamente, el capital privado experimentaba con éxito en la explotación de


nuevos productos de exportación: las conservas y la harina de pescado. El auge
de las exportaciones de conservas correspondió al periodo de la Guerra de Corea
(1950-1953). El boom de la industria conservera y de la harina de pescado
demandaba mano de obra, lo que atrajo primero a la población rural de Ancash y
luego a pobladores de diversas regiones. La inmigración en Ancash se vio
facilitada por el ferrocarril que unía Chimbote con el Callejón de Huaylas. En un
principio, la mayoría de los migrantes eran hombres, que solían trabajar en las
flotas pesqueras. Más tarde, las fábricas de conservas comenzaron a contratar a
mujeres para limpieza y empaquetamiento, y lo que se inició como una clásica
migración masculina se fue transformando en una migración familiar. Sulmont
señala que el 95 por ciento de los jefes de familia había nacido fuera de
Chimbote, y que aproximadamente un 70 por ciento de los migrantes provenía de
diversas regiones de la sierra del Perú y menos de un 30 por ciento provenía de
la costa. La mayoría de los inmigrantes se establecía en barrios precarios al
norte, este y sur de la bahía, llegando a tener la ciudad cerca de 30 barriadas en
1960, por lo que Sulmont la califica como una «gran ciudad-barriada». Esta
afirmación es aún más contundente debido a que la mayoría de los dueños de las
empresas no residía en Chimbote y a que el número de empleados y técnicos
era reducido en comparación con el de los obreros y pescadores. Para 1960
Chimbote era ya una ciudad proletaria o popular.

163
La comparación de los censos de 1940 y 1961 permite confirmar que el crecimiento
urbano y el proceso migratorio afectaron a todo el país y no sólo a Lima. Si bien es
cierto que la mayoría de migrantes provenía de los Andes, las migraciones también
ocurrieron en el interior de esa región. Uno de los impulsos migratorios fue el
esfuerzo del Estado por ampliar las vías de comunicación y el comercio interno; otro
fue la combinación del deterioro de la hacienda con una presión poblacional por
acceso a tierras. Las migraciones siguieron generalmente las rutas del comercio. El
crecimiento de nuevas (o antiguas) ciudades comerciales como Huancayo fue la
norma. Junto a ellas, se consolidaron las capitales de los departamentos más
importantes en términos de población y poder económico, como Arequipa. La única
ciudad que tuvo un carácter principalmente industrial fue Chimbote. Las migraciones
generaron una actividad mercantil en el interior del país que se vio reflejada en el
aumento del circulante, que no se vio acompañado por una ampliación del mercado
de tierras y laboral, por lo que las migraciones continuaron, esta vez con destino a
Lima.

El Leviatán urbano: Lima Metropolitana

El crecimiento de la población urbana y las migraciones internas fueron procesos


que afectaron a todas las ciudades entre 1930 y1960, pero el impacto fue mayor
en Lima Metropolitana, que pasó de tener una población de 661.508 habitantes en
1940 a una de 1.901.927 en 1961. Es decir, en 21 años la población de la ciudad se
había incrementado en un 187,5 por ciento, con una tasa de crecimiento anual de 5,1
por ciento. Además, como se muestra en el siguiente cuadro, Lima Metropolitana
pasó de constituir el 9,4 por ciento de la población peruana en 1940 al 18,7 por ciento
en 1961.

El incremento del porcentaje de la población de Lima Metropolitana con respecto


al total de la población urbana durante el periodo intercensal confirma el
predominio de la capital. Este hecho se hace más evidente cuando se tienen en
cuenta que Arequipa, la segunda ciudad del Perú, en 1940 no superaba los
100.000 habitantes; que el distrito de La Victoria en Lima poseía más población
(57.134) que la tercera ciudad del país, Trujillo (36.957); y que, tanto en 1940
como en 1961, Lima Metropolitana poseía más habitantes que la población
combinada de las otras 31 ciudades de la débil red urbana del Perú. Las
migraciones internas, sumadas a la disminución de la tasa de mortalidad, fueron
fundamentales en el crecimiento urbano de Lima Metropolitana entre 1940 y
1960. Entre 1941 y 1946 el número de inmigrantes en la ciudad fue de 88.300
habitantes. Para el periodo 1946-1951, la cifra se elevó a 132.900. Luego, en

164
1951-1956, llegaron a 161.000 migrantes, y la ciudad de Lima llegó a la cifra de
265.700 migrantes entre 1956 y 1961. Para 1940, quince de los veintitrés
distritos Lima se ubicaban en el casco urbano formado por el triángulo Rímac-
Callao-Chorrillos. Los otros ocho se establecieron en la periferia rural de este
núcleo. En 1961 se contaban con siete distritos nuevos, cuatro de ellos eran los
primeros balnearios al sur de Lima. Los otros tres, Breña, Surquillo y San Martín
de Porres, surgen como subdivisiones de distritos ya existentes debido a las
presiones demográficas.

No se debe concluir, sin embargo, que sólo el 22 % de la población migrante se


estableció en las barriadas. La mayoría prefería habitar en el casco urbano que
incluía a los distritos de clase media y clase alta como Miraflores y San Isidro.

El total de la población que habitaba en estos distritos en 1940 era ligeramente


inferior a los 108.988 habitantes de las barriadas en 1956, pero para 1961 la
población migrante del casco urbano de Lima superaba al número de migrantes
en las barriadas. Es decir, no todos los migrantes se dirigen a las barriadas, ni
todo el desarrollo urbano del periodo tiene lugar en esas zonas: éstas fueron
más bien la expresión de una crisis social que tuvo en la escasez de vivienda y
de empleo formal sus rasgos más saltantes. Sin embargo, no cabe duda de que
el surgimiento de barriadas marcó el camino de la expansión de la ciudad en las
siguientes décadas.

Los distritos populares de la capital peruana como el Rímac, La Victoria, el Callao


o Barrios Altos (en el Cercado) fueron los que más crecieron a consecuencia de
las migraciones. Por ejemplo, el distrito de La Victoria concentraba al 8,5 por
ciento de la población de Lima en 1940 y en 1961 pasó al 11,1 por ciento. Los
migrantes de menos recursos solían arribar a viviendas de familiares en los
distritos populares mencionados y más tarde participar en la formación de las
barriadas. No es de extrañar entonces que en estos distritos fuera donde se
experimentó el primer crecimiento barrial como el del Cerro San Cristóbal en el
Rímac (1933). La razón por la que los barrios populares tradicionales no
retuvieron a los inmigrantes fue porque en ellos predominaba la vivienda de
alquiler y, debido a los controles legales sobre los dueños, no estaban
interesados en mejorar las viviendas, pero sí en alquilar más cuartos. Esto
aceleró el proceso de tugurización de los barrios populares y aumentó la
necesidad de una vivienda propia. Asimismo, como señalan varias
investigaciones, el detonante para la expansión de las barriadas fue el terremoto
de 1940, que destruyó muchos de los callejones y casas de alquiler de Lima.

Otro factor que aceleró la formación de barriadas limeñas fue la construcción del
mercado de la Parada en 1945. Muchos de los futuros residentes de las
barriadas trabajarían en actividades comerciales, por lo que buscaban
establecerse cerca del mercado. Así se formó en 1946 la barriada del cerro San
Cosme, producto de la primera invasión violenta de propiedad privada (el cerro
era parte de los terrenos de una hacienda). Al año siguiente, se instalan varias
barriadas en el cerro del Agustino. La otra zona donde comenzaron a construirse
barriadas fue en las márgenes del río Rímac entre Lima y el Callao. Ésta era una
zona cercana a las zonas industriales y que no despertaba el interés de las
compañías urbanizadoras, por lo que el valor del terreno era barato. La más

165
importante fue la «27 de Octubre» que contó con el apoyo del dictador Odría,
con lo que surgió una tradición de clientelismo político en la formación de las
barriadas. Estos lazos políticos fueron fundamentales para la barriada (27 de
octubre era la fecha en que Odría derrocó a Bustamante y Rivero) que
después, junto a otras, sería el primer gran distrito de Lima conformado sólo
por barriadas; luego de la salida del poder del dictador se le cambio de nombre
a San Martín de Porres.

Hacia mediados de los años cincuenta surge otro tipo de barriada que, a la
postre, sería el más importante en Lima, cuya principal característica fue la
invasión de terrenos eriazos de propiedad del Estado. Más adelante este tipo
de barriadas fue cambiando la ciudad de Lima. En un clásico trabajo, José
Matos Mar realizó un censo de las barriadas, sistematizando datos importantes
para 1956, como que existían 56 barriadas en Lima que agrupaban a una
población total de 108.988 habitantes. Otro dato interesante es que, de las 56
barriadas identificadas, 32 fueron creadas bajo los auspicios de Odría, quien
utilizó políticamente la necesidad de vivienda.
T a bl a 1 6. Zo n as de barri adas y pobl aci ón en 1956
Zona Numero de barriadas Población
Absoluta Relativa
Márgenes del río 21 56.230 51,50%
Faldas de los cerros 19 25.725 23,60%
Zona urbana 11 21.523 19,75%
Fuera del área urbana 5 5.510 5,05%

Total 56 108.988 100%

Fuente: José Matos Mar, Las barriadas de Lima,1957, p. 28

Hasta 1956 sólo un 5,05 por ciento de las barriadas se encontraban fuera del
área urbana y la mayoría se establecía en las márgenes del río Rímac y las
faldas de los cerros. Es decir, hasta 1956 la estructura del triángulo urbano aún
se mantiene y las barriadas aparecían en espacios baldíos dejados por las
constructoras. Además, los datos muestran que sólo el 9,5 por ciento de la
población de Lima vive en barriadas, un porcentaje bajo, en términos relativos, si
se lo compara con el 13,45 por ciento de Arequipa o el 21,4 por ciento de
Chimbote. Pero, la tendencia de las barriadas en las décadas posteriores a 1960
fue establecerse fuera del casco urbano. «Ciudad de Dios», creada en 1954,
marca la pauta de lo que serán procesos posteriores, porque fue la primera gran
barriada creada en los arenales fuera del triángulo urbano. Su núcleo se
estableció en el kilómetro 16 de la carretera a Atocongo en San Juan de
Miraflores. Los pobladores que la fundaron eran de la Asociación de Mutualistas
Obreros Generales La Providencia, y parte de sus miembros de las barriadas de
«Mendocita» y «Mirones» y del recién creado distrito de Surquillo (1949).
Curiosamente, el 52,44 por ciento de sus moradores eran limeños, frente a un
48,2 por ciento de provincianos. Matos Mar afirma que esto se debe a que la
mayor parte de limeños eran menores de 18 años, hijos de familias
provincianas migrantes. Asimismo, Matos Mar señala que el 90 por ciento de la
población era alfabeta, pero sólo el 6,3 por ciento tenía educación secundaria.
Un dato complementario es que el 46 por ciento eran trabajadores eventuales o

166
comerciantes independientes. Una educación incompleta y el trabajo eventual
serían en los próximos años características en las barriadas limeñas.

Para comprender cómo esta evolución de las barriadas afecta a la ciudad es


necesario comparar la evolución del crecimiento poblacional en las zonas y
distritos donde se desarrollaron las barriadas. Los estudios de Jean-Claude
Dríant y Matos Mar indican el crecimiento barrial y el contraste entre los censos
de 1940 y 1961, especialmente en los distritos que experimentan un mayor
incremento de la población en Lima-Callao.

T a b l a 1 7 . P o b l a c i ó n d e d i s t r i t o s d e L i m a - Cal l a o c o n m a y o r p o rc e nt aj e de «b a rr i a das »

1941 1961 % de la población en barriadas en 1961

Lima 269.738 338.918 10,77

La Victoria 55.134 204.926 7,67

Rímac 57.154 44.320 27,96

San Martín de Porras


97.040 80,24

Ate-Vitarte 10.602 78.578 53,36

Santiago de Surco 7.101 48.558 21,68

Carabayllo 11.931 42.270 88.75

Lurigancho 7.472 32.561 24,21

Pachacamac 3.597 11.726 36,67

Fuente: Jean-Claude Driant, Las barriadas de Lima, pp. 45 y 55.

Como ya hemos mencionado, Lima-Cercado sigue siendo el distrito con mayor


población y el 10 por ciento de ella vive en barriadas. Pero los casos de los
otros distritos muestran mejor las interacciones entre migración y barriadas. El
distrito del Callao, en la provincia constitucional del mismo nombre,
experimenta un crecimiento similar con respecto a las barriadas. Así, en 1961,
el 20,81 por ciento de su población vive en barriadas. Los casos de San Martín
de Porres y el Cono Norte (para el periodo estudiado sólo Carabayllo, pero
luego incluirá a Comas, Independencia y Los Olivos) muestran cómo, entre
1940 y 1961, comienzan a aparecer distritos conformados casi enteramente por
barriadas y que en las siguientes décadas concentrarán a la mayor parte de la
población de Lima. Carabayllo fue el que más transformaciones experimentó ya
que, en 1940, era uno de los distritos rurales a las afueras de Lima compuesto
por unas cuantas haciendas y pequeñas propiedades que se alimentaban de
las aguas del río Chillón. Su población en 1940 ascendía a sólo 11.931
pobladores, de los cuales el 98,5 por ciento habitaba en áreas rurales. Para
1961, Carabayllo no sólo había «perdido» al distrito de San Martín de Porres,
sino que además su población rural se había visto reducida a un 10,5 por
ciento, mientras que el 88,75 por ciento de su población vivía en barriadas.

167
San Martín de Porres tiene una importancia urbanística y simbólica por ser el
primer distrito creado en base a barriadas. Sin embargo, a pesar del
crecimiento en términos absolutos de la población que vivía en barriadas en
San Martín de Porres durante 1956-1960, la participación de este distrito en el
porcentaje de la población total que vivía en barriadas en Lima se redujo del
27,01 por ciento al 24,61 por ciento. Al mismo tiempo, se empezaba a
producir una expansión hacia otras zonas de la ciudad como Ate Vitarte,
Lurigancho (que luego será el Cono Este de Lima) y Santiago de Surco y
Pachacamac (luego el Cono Sur). En resumen, entre 1940 y 1961 empieza a
nacer una nueva ciudad de Lima que, en términos espaciales y culturales,
salió del triángulo Rímac-Callao-Chorrillos.

Conclusiones. Cambios demográficos y movilidad social a mediados del


siglo XX

Los movimientos poblacionales y el crecimiento de las ciudades estuvieron


ligados (no necesariamente en una relación de causa-efecto, sino de
retroalimentación); asimismo, estuvieron relacionados con nuevas formas de
diferenciación social campesina, el surgimiento de una economía informal y del
subempleo en las ciudades, y la consolidación de una clase media profesional en
el área metropolitana de Lima-Callao. En cambio, para las élites económicas
limeñas las condiciones no cambiaron mucho entre 1930 y1960, excepto por una
mayor concentración del capital financiero e industrial en la ciudad de Lima. El
aumento de la población andina ocasionó una mayor presión sobre la tierra, lo
que trajo consigo el fenómeno de las migraciones campesinas. Pero,
simultáneamente, el desarrollo vial estimuló el comercio regional, la
«monetización» de la economía campesina y el desarrollo de ciudades
intermedias. Todo ello contribuyó a una diferenciación campesina y al desarrollo
de un mercado interno cuyos efectos sobrepasaron los Andes en términos de
movilidad social ascendente y descendente.

Entre los años treinta y sesenta del siglo XX se abrieron múltiples formas de
diferenciación campesina, que se distinguían de procesos anteriores por estar
basadas en el ingreso exitoso de éstos a los nuevos circuitos mercantiles, en
lugar del acceso privilegiado a tierra gracias a la protección del hacendado.
Consecuentemente, las capas más altas de los pueblos y comunidades de la
sierra estaban compuestas por los migrantes exitosos que regresaban de la
ciudad o de las minas, los que recibían dinero de sus parientes en Lima o
Chimbote, los que consiguieron acceso a los créditos de la banca de fomento y
los nuevos comerciantes o transportistas. Asimismo, el acceso a la educación
escolar, y en algunos casos hasta universitaria, fue otro factor de diferenciación
social, o mejor dicho, generacional. Permitió que muchos jóvenes varones
asumieran cargos en sus pueblos o comunidades, alterando las normas de
prestigio y poder tradicionales. Sin embargo, debido a su exclusión del sistema
educativo, estas posibilidades de ascenso social estaban bloqueadas para gran
parte de las mujeres quechua o aimarahablantes.

Los cambios en la diferenciación social campesina y el surgimiento de un


incipiente mercado interno transformaron la composición de las élites

168
regionales y fueron estimulados por el crecimiento de las ciudades comerciales
en los Andes y la Amazonía. Huancayo, Juliaca y Pucallpa fueron las que mejor
representaron este proceso. En estos casos la carretera fue crucial para el
desarrollo urbano, pero también lo fue la expansión de la banca de fomento,
que debilitó el monopolio al crédito a las élites tradicionales. Esto permitió el
ascenso de un nuevo grupo social compuesto por descendientes de
campesinos o empleados públicos convertidos en prósperos comerciantes o
por antiguos «camioneros» informales transformados en empresarios
transportistas.

Estas transformaciones en los Andes y la Amazonía pueden extenderse a


varias ciudades del litoral, como hemos visto a lo largo del capítulo. Sin
embargo, la situación fue más compleja en el área metropolitana de Lima-
Callao, porque concentraba la actividad empresarial formal y estatal, pero
también actividades fuera de la «economía formal». Mientras la población
crecía en la ciudad, los sectores primarios y secundarios de la economía no
aumentaron significativamente su capacidad de reclutar mano de obra. El
empleo sólo creció significativamente en empresas privadas y estatales en el
sector servicios. Esto trajo como consecuencia la consolidación de un sector
medio profesional (como argumentamos en este capítulo) y una economía
informal urbana.

Al no poder ser absorbida por el mundo empresarial y estatal, la mayor parte de


la población urbana buscó una forma de empleo en el sector terciario informal.
Tanto los migrantes como los antiguos residentes compitieron por un limitado
mercado de servicios personales y comercio a pequeña escala, que dependía
de que las nuevas clases medias gastaran parte de sus ingresos en el mercado
informal. Es por eso por lo que el crecimiento de la población urbana y del
sector servicios, la consolidación de las clases medias, el subempleo y la
economía informal estuvieron íntimamente ligados en el periodo estudiado. Los
cambios en la sociedad durante las décadas de 1930 y 1960 fueron parte de un
proceso de transición de la sociedad, cuyas características principales fueron la
recuperación de la población; un flujo migratorio interno, que no sólo cambió la
distribución espacial del país, sino también la cultural y política y que forzó las
posibilidades de ascenso social; la aparición de un sector medio activo en la
arena política durante las décadas siguientes; la formación de una economía
informal y la concentración del poder económico y de los problemas sociales en
la ciudad de Lima. Los censos muestran una sociedad mucho más dinámica en
todo el país y una descomposición paulatina del mundo de la hacienda frente al
crecimiento de las ciudades comerciales.

169
ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. Los años que corren entre 1930 y 1960 conformaron una época de transición demográfica:
la población aumenta, a la vez que se producen migraciones internas del campo a la
ciudad. Al respecto, elabore un listado de las causas de tales migraciones.
2. Uno de los cambios demográficos más significativos llevados a cabo entre 1930 y 1960 se
produce en la región amazónica. ¿Cuáles fueron y por qué se produjeron?
3. Al referirse a Lima Metropolitana, el autor considera que los cambios demográficos
experimentados por la capital peruana entre 1930 y 1960 constituyen un verdadero
“leviatán urbano”. Explique el porqué de esta calificación.
4. En base al documental del programa Umbrales de TV Perú canal 7 “La otra cara de Lima”
(capítulos sugeridos: 1, 2, 4), responda las siguientes preguntas.
http://www.youtube.com/watch?v=5GKbWGjdFOU
http://www.youtube.com/watch?v=aCi1nupjKJo
http://www.youtube.com/watch?v=n0ayo3PygCo

A. Describa cuáles han sido las transformaciones más radicales ocurridas en la capital a
partir del siglo XX.
B. ¿Cómo se define una “barriada” y cuáles han sido las principales características desde
su formación en la capital?

170
POBLACIÓN Y SOCIEDAD
María Isabel Remy

Adaptación realizada de:


Remy, María Isabel. (2015). Población y sociedad. En: Perú. La búsqueda de la democracia, 1960-
2010. Madrid. Fundación Mapfre y Taurus, tomo 5 (Colección "América Latina en la historia
contemporánea") (páginas: 229-289).

La historia del Perú tiene un punto de inflexión entre 1950 y 1960. Desde entonces
poderosos impulsos modernizadores transformaron la sociedad peruana,
poniendo fin al Estado oligárquico montado en el último cuarto del siglo XIX como
una alianza de alta estabilidad entre los grandes y tecnificados terratenientes
agroexportadores propietarios de las plantaciones tropicales de azúcar, algodón y
café, y los tradicionales terratenientes serranos, «los gamonales», señores de
tierras e «indios» en la sierra, productores de lanas de ovino y de alpaca. Los
grandes capitales ingleses y estadounidenses se habían concentrado en las
actividades de servicios (bancos, ferrocarriles) y, sobre todo, en las ricas industrias
extractivas: minería y petróleo. Nadie, desde el bloque de poder, tenía interés en
un pequeño mercado interno, dejado a campesinos y chacareros, que en una
economía con pocos asalariados libres, en que predominaban relaciones de renta
desmonetizada o pago en especie o «bonos», crecía muy poco. Un territorio mal
comunicado; una sociedad mal integrada. El Perú llegaba a la segunda mitad del
siglo XX portando viejas taras.

Pero no fue uno, sino que fueron dos modelos de cambio los que se
desarrollaron en el Perú de la segunda mitad del siglo XX. El primero, orientado
al mercado interior e inspirado en la CEPAL y las políticas de industrialización
por sustitución de importaciones (ISI), se desarrolló entre 1955 y 1980, cuando
se entra, durante una década, en crisis. El segundo, orientado a los mercados
exteriores e inspirado en el Consenso de Washington, se desarrolla en el país
desde 1990 hasta el presente. Entre ambos media no sólo la crisis del primero,
sino el despliegue de uno de los periodos más sangrientos de la historia
nacional, el que inicia en mayo de 1980 con el levantamiento del grupo
Sendero Luminoso contra el Estado peruano.

Los cambios que se desencadenan en la segunda mitad del siglo XX tienen, sin
embargo, antecedentes de la mayor importancia. Esa sociedad tradicional,
aparentemente inmóvil, había venido cambiando. Un tímido ensayo modernizante
en los años veinte había dejado algunos puntos fuertes. Uno, en el espacio rural
andino, había sido el reconocimiento legal de las comunidades indígenas y el inicio
de una política indigenista, lo que abrió dos caminos. El primero, la vía judicial para
reclamar las tierras que en el último gran asalto sobre las propiedades indígenas,
procesado en el último cuarto del siglo XIX, habían terminado formando los
grandes latifundios. El segundo camino abierto fue el del reclamo de la escuela y el

171
desarrollo del bilingüismo, a través de lo cual los indígenas rompían el cerco de
monolingüismo quechua y aimara en el que habían sido encerrados por los
poderes locales, intermediarios con un poder y con un mercado hispanoparlantes.
El bilingüismo, el servicio militar obligatorio y las migraciones temporales a trabajar
en las ciudades o en la selva, configurarían lo que se llamó un proceso de
«cholificación»: una forma de mestizaje o de sincretismo que colaboró a movilizar
la sociedad rural.

El segundo antecedente fruto de los años veinte fue la construcción de partidos de


masas: principalmente el Partido Aprista pero también, desde los años treinta y
recogiendo una tradición anarquista, el Partido Comunista. El APRA marcará, por
acción o por omisión, la historia política de la segunda mitad del siglo XX;
introducirá una discusión contra la oligarquía y, sobre todo, impulsará, junto con el
Partido Comunista, la sindicalización de los trabajadores urbanos y rurales.

Si bien el Perú llegaba tarde, en relación a otros países de América Latina, a los
procesos de modernización y liquidación del Antiguo Régimen, lo hacía con
algunos avances de la mayor relevancia. Ninguno, sin embargo, procesado de
manera significativa entre sus élites económicas. En esta sociedad de poder
oligárquico, los cambios vendrán de sus clases populares y de las nuevas élites
políticas, civiles y militares.

Concomitantemente, la población peruana, tanto en número como en


localización, se transformaba también. La segunda mitad del siglo XX ha sido el
periodo en que una «explosión demográfica» y la relocalización de la población
en espacios urbanos por migración cambiaron también la manera como se ha
poblado el país, rompiendo la dominante rural y andina sobre la economía y la
sociedad peruanas.

Un telón de fondo de la segunda mitad del siglo xx: cambios


demográficos

En 1940, el último censo antes del periodo que nos interesa, había sólo una
ciudad de más de 100.000 habitantes, Lima, que representaba el 9 por ciento de
la población. En 1972, el número de grandes ciudades era ya de 9: Lima
representaba el 23 por ciento de la población y, en su conjunto, las 9 ciudades el
33 por ciento. En 2007, poco después de cerrado nuestro periodo de estudio, el
número de grandes ciudades ha subido a 21; Lima representa el 30 por ciento y
el conjunto de grandes ciudades, el 50 por ciento de la población.

172
Dos procesos explican estos cambios: la «explosión demográfica» y las
migraciones a las ciudades.

La «explosión demográfica» tiene en la segunda mitad del siglo XX peruano una


explicación relativamente simple: en tanto que la tasa de mortalidad depende de
políticas públicas (vacunación, alcantarillado, postas médicas, atención a gestantes,
distribución de medicinas básicas contra enfermedades diarreicas), la tasa de
fecundidad depende de rasgos culturales (edad de matrimonio, periodo
intergenésico, aceptación de planificación familiar y uso de anticonceptivos,
etcétera). Las primeras, las políticas públicas, dependen de pocas decisiones y
tienen cambios rápidos; las segundas dependen de millones de decisiones
domésticas y los cambios son más lentos. En tanto que el Estado peruano desde
los años cincuenta empieza a crecer en su presencia en el territorio y a invertir en
salud pública, la mortalidad, particularmente la mortalidad infantil, desciende
aceleradamente. La mortalidad infantil pasa de 158,6 por mil nacidos vivos en el
quinquenio de 1950-1955 a 42,1 por mil en el quinquenio 1995-2000. Los cambios
en torno a la fecundidad son, sin embargo, más lentos. El gráfico siguiente muestra
la evolución de las tasas de fecundidad y de mortalidad desde 1950.

173
Efectivamente, reduciéndose la mortalidad y manteniéndose una alta fecundidad,
la población crece aceleradamente. El primer efecto de ello es el permanente
déficit en servicios o empleo. La meta es superar el crecimiento demográfico
desde el crecimiento económico (es decir, lograr un crecimiento en el PBI per
cápita). Este desafío casi nunca se ha alcanzado durante toda la segunda mitad
del siglo XX. Sólo en los últimos años, la brecha demográfica, por reducción
sostenida de la fecundidad y porque la reducción de la mortalidad empieza a
llegar a un límite tecnológico, ha empezado a cerrarse. La tasa de fecundidad
pasa de un promedio de 6,85 hijos por mujer en edad fértil en el quinquenio de
1950-1955 a uno de 3,2 en el quinquenio 1995-2000. Como consecuencia, en
medio siglo, la población del Perú se triplicó. Aunque al volver a equilibrarse
nacimiento y mortalidad empieza también a cerrarse lo que se denomina el
«premio demográfico», la etapa posterior a la «explosión demográfica», cuando
la sociedad cuenta con la proporción de personas jóvenes, en edad de trabajar,
más grande y, en general, la población económicamente activa (PEA) supera
ampliamente a la población no activa. En general, se considera un «premio»
porque es el momento más productivo, antes de pasar a una situación de
«envejecimiento» (una creciente población jubilada y pocos nuevos jóvenes).
Infortunadamente, en el Perú el periodo de «explosión» significó un deterioro
creciente de los servicios públicos, particularmente los de educación. La violencia
política de los años ochenta fue protagonizada por estos jóvenes, convertidos, por
la mala calidad de los servicios públicos, más en excedente que en «premio».

Pero la localización de la población cambia también, haciendo crecer la ciudad de


Lima pero, además, densificando la red urbana nacional. El vehículo principal
fueron las migraciones.

Efectivamente, uno de los grandes procesos de transformación de este


periodo se refiere a la masiva emigración del campo hacia las ciudades. Para
el investigador Carlos Franco, la migración se presenta como un divorcio de
las aguas en la historia peruana de este siglo. De acuerdo a él, se trataría de
la expresión final de la sociedad tradicional y el surgimiento de una nueva
sociedad.

174
A diferencia de otros procesos migratorios producidos en el siglo XX, la ola
migratoria que se inicia en los años cincuenta tiene algunas características
particulares. Sus integrantes provienen mayoritariamente de las comunidades
campesinas y no de las élites provincianas, como había sucedido
anteriormente; además, este nuevo proceso implicó como destino a todo el
territorio costeño y no sólo a la capital del país, aunque sin duda Lima fue el
destino preferente.

Una de las consecuencias de esta composición social de los emigrantes es la


reducción drástica de la ruralidad, que pasa, si consideramos el conjunto del Perú
menos el ámbito de Lima, del 92 por ciento de la población en 1940 al 53 por ciento
en 2007.

La reducción de la ruralidad y el incremento de la población en ciudades han


seguido, en el periodo, rutas diferentes. Además de crecimientos explosivos en
ciudades de la selva como Jaén o Tarapoto, o vinculadas al desarrollo pesquero
e industrial como Chimbote, o el propio crecimiento de Lima, fuertemente
relacionado con procesos de industrialización, el crecimiento de ciudades
intermedias no ha significado necesariamente un incremento de la PEA
industrial.

En algunos territorios, como en la costa, donde la fuerte inversión pública en


carreteras e irrigaciones ha facilitado el desarrollo agrícola, las ciudades
intermedias terminan el siglo como «ciudades rurales», es decir, ciudades donde
vive una importante población dedicada a la agricultura y donde las actividades
comerciales y de servicios abastecen el dinamismo rural.

En otros territorios como en la sierra, sin inversiones en activos públicos y sin


desarrollo agropecuario, las ciudades intermedias crecieron como asientos de
poder y su dinamismo poblacional se asoció más bien al desarrollo de servicios
públicos. Una ciudad intermedia como Paiján, en la costa (departamento de La

175
Libertad), ilustra el primer caso. Una ciudad como Azángaro (departamento de
Puno), en la sierra, ilustra el segundo.
Gráficos 10 y 11. Composición de la población económicamente activa en 2007 en Paiján y
Azángaro, respectivamente

Grandes transformaciones sociales en la segunda mitad del siglo XX

Dos grandes modelos de transformación social se ponen en juego en la


segunda mitad del siglo XX. El primero se orienta por una preocupación
central por aumentar el mercado interior y el consumo de manera que
pudiera desarrollarse un sector empresarial industrial, una burguesía
nacional, que liderara la nación. Supuso un conjunto de políticas públicas
orientadas a modernizar la infraestructura disponible, y a modernizar
también las relaciones sociales: una reforma agraria y cambios en la legislación
laboral se pusieron en marcha. Pero también mecanismos de protección
arancelaria a la industria nacional y políticas promocionales (banca estatal de
fomento) fueron parte de las políticas más importantes. La alianza «policlasista»
de este modelo, populista como en el resto de América Latina, incorporaba a los
sectores populares y al nuevo sector empresarial industrial, con el Estado como
mediador entre ellos; quedaron fuera las viejas clases terratenientes, en proceso
de disolución, y los sectores trasnacionales, particularmente a cargo de las
industrias extractivas, pero también de algunos servicios básicos que, incluso en
el periodo más radical del modelo, el que protagoniza el general Juan Velasco
Alvarado, son expropiados, concentrando en el Estado la renta minera y
petrolera.

El segundo modelo ensayado en el siglo es radicalmente opuesto. Es un modelo


centrado en el mercado externo y en la atracción de capitales extranjeros para
invertir en industrias extractivas y servicios públicos. El siglo XX conoce
principalmente el proceso de desmontaje del modelo anterior a través de las
políticas de privatización de empresas públicas, la eliminación de subsidios al

176
consumo, la eliminación de los mecanismos de protección arancelaria a la industria
nacional y de promoción, como la banca de fomento o la banca hipotecaria a cargo
del Estado y, en general, el retiro de la actividad económica del Estado. El modelo
es liberal (se le denomina «neoliberal») en la medida en que apuesta por la libre
competencia nacional e internacional, por el libre desarrollo, prácticamente sin
regulaciones, de la iniciativa privada. Su protagonista en la última década del siglo
XX fue Alberto Fujimori, elegido presidente en la peor crisis económica y social del
país, en un momento de extrema violencia política. Esta vez, la alianza que
sustenta el modelo tiene a los sectores empresariales nacionales, pero
trasnacionalizados, a los intereses trasnacionales y cuenta con el soporte de la
banca multilateral. Quedan fuera los empresarios industriales protegidos del
modelo anterior, en disolución, y los gremios de campesinos y obreros, cuyos
derechos económicos y sociales, en la búsqueda de la competitividad
internacional, quedan restringidos. Los sectores populares son incorporados en
calidad de «pobres» a través de políticas asistenciales, pero también en calidad de
«microempresarios» que crean su propio puesto de trabajo aprovechando la
completa desregulación de la sociedad; son lo que se llama el «sector informal».

Entre uno y otro modelo media una década. Los años ochenta están caracterizados
por una profunda crisis asociada a la caída de los precios de las exportaciones y al
incremento de los intereses de la deuda externa, que hace insostenible seguir
manteniendo los altos costos estatales del modelo de sustitución de importaciones y
los subsidios a la industria nacional. Pero esta «crisis de la deuda» que afecta a
toda América Latina se acompaña en el Perú del peor estallido de violencia política
de su historia, que cubre también toda la década. Desde las regiones más pobres
se levanta un grupo de jóvenes, muchos universitarios, dispuestos a utilizar la
muerte como forma de acción y de chantaje político. La acción asesina de Sendero
Luminoso y la acción de las fuerzas armadas y policiales dejaron, a lo largo de la
década, un saldo que se calcula en unos 70.000 muertos, en su mayoría hombres,
quechuaparlantes o hablantes de lenguas nativas de la Amazonía, pobres y rurales.
La enorme violencia desatada contra personas, incluyendo dirigentes populares,
contra ciudades (las ciudades son permanentemente asediadas y dejadas sin
corriente eléctrica) y contra símbolos de poder termina aislando al grupo
subversivo, incapacitándolo para montar alianzas y generando una enorme unidad
en su contra. Su derrota deja el país devastado, que luego Alberto Fujimori puede
reconstruir sin vestigios del viejo populismo.

La primera modernización: la apuesta por el mercado interior

Entre 1950 y 1980 el Perú cambia radicalmente. Avances significativos en la


presencia de los servicios públicos en el territorio nacional, carreteras, represas y
sistemas de riego, procesos de urbanización y de industrialización, cambios en la
propiedad de la tierra, expansión de los servicios educativos primarios y
secundarios a todo el país, incremento de las universidades… En general, son
cambios que apuntan a cerrar brechas sociales; a lograr que sectores populares,
anteriormente excluidos de derechos y de servicios, se integren a la economía y la
sociedad. Si bien es un periodo de intensos cambios sociales, económicos y
culturales, poco cambia en términos políticos, aunque en sus inicios votan, por
primera vez en la historia, las mujeres. El periodo muestra nuevamente una
combinación de gobiernos civiles (Prado de 1956 a 1962 y Belaúnde de 1963 a

177
1968) y gobiernos militares (junta militar de gobierno 1962-1963; Gobierno
Revolucionario de las Fuerzas Armadas, presidido por Velasco Alvarado, de 1968
a 1975; gobierno militar presidido por Morales Bermúdez de 1975 a 1980). Serán,
sin embargo, los últimos gobiernos militares del siglo y la primera vez que un
gobierno militar termina convocando un proceso constituyente que inicia la
transición a la democracia: en 1978 el gobierno militar convoca elecciones para
elegir una Asamblea Constituyente; en ella, los avances en términos de derechos
sociales, así como el rol preponderante del Estado en el dinamismo económico,
quedan incorporados en el nuevo pacto constituyente, junto con el reconocimiento
del derecho al voto de los analfabetos (excluidos hasta entonces) y la creación de
un nivel regional de gobierno.

Educación, carreteras, irrigaciones en la costa, grandes centrales hidroeléctricas y


una política de promoción a la industria caracterizan las primeras iniciativas
modernizadoras estatales entre 1956 y 1968. Pero no es el Estado el único actor
con iniciativa modernizadora: los movimientos campesinos de sindicalización y
tomas (recuperaciones) de tierras transforman la sociedad rural serrana, al tiempo
que pobladores urbanos, migrantes recientes, inician la enorme tarea de construir
una nueva faz urbana del país.

Con un proceso que puede rastrearse desde los años cuarenta, el conflicto en
las zonas rurales se agudizó en las décadas de 1950 y 1960. Desde su
reconocimiento formal en la década de 1920, las comunidades de indígenas de
la sierra habían iniciado acciones legales y hasta negociaciones de compras,
intentando recuperar las tierras que habían sido suyas pero que habían perdido
en manos de las haciendas. Muchas comunidades habían perdido valiosas
porciones de tierras que quedaron reducidas a porciones insuficientes; otras
habían quedado íntegramente incorporadas en latifundios y debían pagar una
renta, en trabajo o en productos, para mantener una parcela de subsistencia. El
«problema de la tierra», el abuso, la renta, el poder local habían sido
denunciados por intelectuales indigenistas y dirigentes campesinos. El conflicto
violento contra el abuso de los hacendados que había caracterizado los primeros
años del siglo había cedido paso, tras la legislación de reconocimiento y con el
apoyo de profesionales indigenistas, a estrategias de recuperación legal. Su éxito,
sin embargo, a mediados del siglo era extremadamente débil, a pesar de que se
hacía sentimiento común en la política la necesidad de que se promulgara una
reforma agraria: el propio presidente Manuel Prado (1956-1962) encargó una
comisión para que estudiara la posibilidad de enfrentar una medida de ese tipo.

Pero serán los campesinos quienes tomen la iniciativa. En los años finales de la
década de 1950 y en la década de 1960 se producen movilizaciones en diversas
zonas del país. Tres características nuevas aparecen en este movimiento
campesino. La primera es que se muestran cambios significativos a nivel
organizativo: los indígenas de hacienda, llamados feudatarios o yanaconas,
obligados a entregar trabajo o productos a cambio de tierras para su subsistencia
–tierras que muchas veces habían sido suyas o de sus cercanos antepasados–,
toman prestada de la experiencia del movimiento minero o de la incipiente
industrialización la forma sindical. La sindicalización campesina se inicia en los
valles tropicales de la vertiente oriental de los Andes y crece en los Andes hasta
el punto de que, en los años sesenta, incluso las propias comunidades de

178
indígenas que reivindicaban tierras asumen la forma sindical y se hacen
reconocer por el Ministerio del Trabajo.

La segunda característica, que diferencia este movimiento campesino de sus


antecesores, es que no es un movimiento violento y, particularmente desde 1963,
elude la violencia: los campesinos se retiran de las tierras tomadas cuando llega
la policía y una nueva toma se produce inmediatamente en otra zona. Como
estrategia para eludir la violencia, el formar parte de una federación y realizar
coordinaciones con otros sectores descontentos en plena movilización es central.
No es un movimiento espontáneo, reactivo o una respuesta a una agresión; es
una acción coordinada, una lucha colectiva que en diferentes departamentos de
la sierra del país va recuperando la tierra.

La tercera característica es precisamente ésa: la recuperación de tierras. Se trata


de recuperar, en los términos de los movilizados, las tierras que sus antiguos títulos
reconocían como propias de los campesinos; ni un metro más: es una suerte de
continuación de la propia acción legal precedente, los campesinos actúan en
nombre de la legalidad.

Entre 1960 y 1962 se producen movilizaciones en diversas zonas del país,


particularmente en la región central (departamentos de Junín y Pasco). El objeto
del movimiento es la toma de latifundios ganaderos. Quizá el caso más conocido,
porque pasó a la literatura y porque involucró una hacienda de propiedad de un
poderoso grupo empresarial minero, fue la toma de tierras de una parte de las
once haciendas (alrededor de 600.000 hectáreas) que poseía la División
Ganadera de la empresa minera Cerro de Pasco Copper Corporation, por acción
de la comunidad de Rancas y sus vecinas. Las tomas fueron reprimidas. Este
caso iba a inspirar una famosa saga novelística creada por el escritor Manuel
Scorza.

En 1962, en el valle de La Convención, en el Cuzco, se produce otra


movilización importante, la toma de 70 haciendas por los campesinos de la
zona. La movilización de La Convención muestra una nueva faceta de los
cambios que ocurren en esos años. La zona era productora de té y café para
exportación, y los campesinos que trabajaban en las haciendas eran «colonos»
venidos de la sierra. El método de trabajo consistía en la autorización, en esta
zona de frontera con la selva, para abrir nuevas tierras y sembrar café; una
parte del café era entregado como renta y el resto obligatoriamente vendido al
hacendado. La movilización se inicia, con el apoyo de comerciantes cafetaleros
locales, por la libre venta del café y termina, ante la negativa de las haciendas y
en un contexto de creciente movilización, en la toma de las mismas.

Ambos casos fueron reprimidos por la policía, aunque los campesinos actuaron
en el contexto de un debate político que, en cierto modo, les daba la razón. De
hecho, ante el movimiento campesino de La Convención, la entonces junta militar
de gobierno promulgó en 1963 la Ley de Bases para la Reforma Agraria,
prácticamente dirigida a resolver la situación de conflicto en La Convención. Por
efecto de la ley se formaron las primeras cooperativas.

179
Pero es en julio de 1963 cuando se desata la gran ola de tomas de tierras,
particularmente en el Cuzco (en su zona andina) y en Junín. El 28 de julio de 1963,
día que Fernando Belaúnde, representante de los sectores modernizantes, con un
discurso electoral favorable a una reforma agraria, asume la presidencia, 3.000
campesinos toman las tierras de la hacienda Chinchausuri en el departamento de
Junín. En septiembre de ese mismo año, 2.000 campesinos harán lo mismo en la
hacienda Occotuma en el departamento del Cuzco. Simultáneamente, la
Federación Departamental de Campesinos del Cusco convoca una huelga general
contra el trabajo gratuito. Ambas acciones, las tomas de tierra protagonizadas por
los campesinos comuneros y la «huelga general» —que se radicaliza hasta el
punto de no trabajar nunca más, ni por un salario, para la hacienda y tomar en la
práctica las tierras de subsistencia— minan las bases del latifundio como tradicional
relación desmonetizada de trabajo, amplían la frontera campesina e inician la
incorporación de un amplio sector al mercado, creciendo en ese momento por
industrialización y urbanización. Las tomas de la ciudad del Cuzco, a la que
decenas de miles de campesinos ingresaban ordenadamente para realizar sus
mítines en quechua, acciones colectivas enarbolando la bandera peruana y el uso
de una simbología tradicional mezclada con la simbología del Estado nación,
constituyen acciones afirmativas de un campesinado que rompe con la opresiva
sociedad terrateniente.

El movimiento no es fuertemente reprimido. Primero, porque su masividad, al


mismo tiempo que su propia inhibición de actos violentos, convoca una amplia
solidaridad e impide la acción policial. Pero, segundo, porque la legitimidad pública
estaba de su lado. El propio presidente intentaba que el Congreso aprobara una
amplia ley de reforma agraria, aunque la que se aprobó en mayo de 1964 tenía
tantas limitaciones que prácticamente no pudo aplicarse. El avance neto hacia la
construcción de una nación social y económicamente integrada fue obra, en este
periodo, principalmente de los campesinos. Hubo que esperar aún unos años más
a que el reformismo militar convirtiera estas acciones colectivas en un proyecto
político.

Pero no son sólo los movimientos campesinos el único impulso modernizador


«desde abajo». Para muchos investigadores en el Perú la migración del campo a
la ciudad sería expresión fundamental de un proceso de modernización en el
interior de la sociedad peruana. Para aquellos millones de peruanos rurales que
decidieron abandonar su lugar de origen expulsados por la pobreza, la falta de
tierras por el crecimiento demográfico y las enormes expectativas de progreso,
significó un paulatino cambio en sus valores, actitudes, motivaciones, formas de
pensar y formulación de estrategias.

El investigador peruano Gustavo Riofrío (1991) señala que el proceso de


modernización asociado a las políticas de industrialización por sustitución de
importaciones produjo gradualmente en toda Latinoamérica el crecimiento de
las ciudades y la urbanización de las actividades económicas. En el Perú el
proceso fue menos gradual y más explosivo. La capital, Lima, principal destino
de las migraciones, llega a un punto en que su crecimiento desequilibra las
economías regionales, entre los nuevos migrantes y los excedentes
poblacionales de periodos anteriores, empieza a producirse el fenómeno de «la

180
barriada» como modalidad predominante de asentamiento popular. La ciudad
experimentaba una crisis de crecimiento.

El Estado dio pocas soluciones al problema de la vivienda popular y más bien


centró sus proyectos de vivienda social en las clases medias, dejando en manos
de los sectores populares la obtención de un terreno y su posterior urbanización.
Fue así como muchos terrenos periféricos de la ciudad fueron ocupados por
familias pobres, muchas de ellas inmigrantes que iniciaban una experiencia
urbana. Muchas veces se ha señalado este proceso como espontáneo cuando
en realidad la invasión u ocupación de terrenos exigía planificación y verificación
de ciertas cualidades para asentarse, así como un proceso de organización y de
negociaciones. En menor escala este fenómeno se produjo también en
ciudades como Chimbote, Arequipa y Trujillo.

En reconocimiento a ese problema se crea durante el gobierno de Prado la


Comisión de Reforma Agraria y Vivienda. En 1957 se produce un censo de
barriadas en la ciudad de Lima que identifica 56 barriadas, de las cuales 37 se
habían formado en la década de 1950 y representaban cerca del 10 por ciento de
la población de Lima. En 1980, las barriadas llegan a 400. Como producto de esta
comisión, en 1961 se promulgó la Ley 13517, conocida como «ley de barriadas».
En ella predominó una visión moderna que entendió a las barriadas como
proceso inevitable del crecimiento explosivo de la ciudad, por lo cual planteaba su
reconocimiento, ya que consideraba que serían reabsorbidas por la ciudad en su
proceso de desarrollo. Le ley contemplaba un estatuto legal que aseguraba la
estabilidad de los pobladores, así como el apoyo estatal en el saneamiento físico
y legal. Éste implicaba la adecuación a las normas de urbanización, la
expropiación de terrenos si era necesario y el otorgamiento de títulos. En segundo
lugar, el Estado adoptaría un papel de gestor de nuevas barriadas con la
formación de las Urbanizaciones Populares de Interés Social (UPIS),
proporcionando terrenos y fomentado la autoconstrucción, y reservándose el
poder de reprimir las nuevas barriadas que se formaran fuera de su gestión. Esta
ley puso al Perú por delante de muchos países latinoamericanos que aún
negaban este fenómeno. Sin embargo, los acontecimientos siguieron un rumbo
muy distinto al planteado en la ley de barriadas: el Estado no asumió la
construcción de la vivienda popular, se limitó a reconocer y, en otros casos, crear
barriadas oficiales sin preocuparse por la posterior edificación.

Dado que lo que se necesitaba eran terrenos sin valor económico, las barriadas se
instalan en zonas lejanas o en terrenos de baja calidad. En el caso de Lima los
terrenos eriazos propiedad del Estado en los márgenes de la ciudad serán los más
utilizados. Las formas en que se utilizaron oscilan entre ocupar el terreno y pedir
luego su regularización, comprarlo a un especulador «pirata» —es decir, a alguien
que no es el dueño del terreno pero que forma la asociación de vivienda y negocia
la propiedad del terreno— o, finalmente, participar en algún programa de lotes
delimitados por el Estado. La aplicación de la nueva ley implicó que el Estado
destinara una serie de terrenos eriazos de propiedad estatal para la construcción de
las UPIS. Pero esta iniciativa sólo sacó adelante tres proyectos de vivienda. El
descontento por la lentitud del procedimiento llevó a protestas urbanas, pero la
situación no varió tampoco con el nuevo gobierno, el presidido desde 1963 por el
arquitecto Belaúnde. La presión por la vivienda no resuelta lanza a las familias a

181
invadir los terrenos reservados para las UPIS. Es recién con Belaúnde cuando se
produjeron las invasiones violentas en Lima; en los años anteriores las barriadas
habían sido fruto de ventas clandestinas, estafas u ocupaciones paulatinas y
pacíficas de terrenos baldíos estatales. Con estas invasiones se buscaba presionar
a la autoridad para que urbanizara. Para fines de los sesenta los pobladores ya no
exigen al Estado, sólo ocupan los terrenos y el primero se limita a validarlo siempre
y cuando sean terrenos estatales y en áreas que no generen conflicto con la
actividad privada, en muy pocos casos se realizaron ocupaciones en terrenos
privados.

La ley de barriadas acabó en buena medida con la especulación pirata, y dejó


prácticamente solo al Estado operando en el reconocimiento de los hechos
consumados o promoviendo él mismo la urbanización informal por medio de lotes
delimitados pero sin ninguna habilitación. La ley se fue ampliando o modificando para
reconocer nuevas barriadas creadas luego de 1961, que asegurarían finalmente la
propiedad del lote. Estas nuevas barriadas ya no se asientan en las laderas de los
cerros cercanos a Lima, sino en el desierto, donde disponen de más espacio, lo que
permite planificar futuras avenidas, futuros parques y futuras áreas comunes (que
durante largo tiempo se mantuvieron como terrales), pero hizo que por su lejanía
fuera más costoso atenderlas con obras de alcantarillado, luz y agua potable. Si en
los sesenta se esperaba que los funcionarios realizasen los planos, en los setenta
son las mismas comunidades quienes contratan a profesionales, y la autoridad sólo
se limita a aprobarlos.

Las barriadas se forjan por el esfuerzo autoconstructor de la familia; éste se


desarrolla progresivamente de acuerdo a las oportunidades y sin una supervisión
técnica. Luego de conseguido el lote e iniciada la autoconstrucción, comienza el
largo camino de las organizaciones de pobladores por lograr del Estado la
habilitación urbana básica: agua, luz, desagüe, pistas y veredas, mercados o
jardines públicos. Entre tanto, escuelas y postas médicas van generando servicios,
al tiempo que muchos pobladores desarrollan en su vivienda alguna actividad
económica (manufactura, comercio, servicios urbanos). Las barriadas se forman
corno las nuevas unidades de vida y de trabajo y rodean la vieja ciudad de Lima,
sus barrios residenciales y sus zonas industriales, formando un cinturón de pobreza
en el que la iniciativa, la estética, los gustos y las necesidades propias de los
pobladores construyen una nueva versión de lo urbano en el Perú.

Los nuevos fenómenos sociales, como el movimiento campesino, y las nuevas


demandas de servicios sociales de la creciente población urbana generaron un
cuestionamiento por el limitado acompañamiento estatal a las iniciativas
populares de modernización. Los nuevos partidos: Acción Popular, Partido
Democrático Cristiano y el Movimiento Social Progresista, vinculados a la
nueva clase media profesional reformista, junto con una mayor difusión de las
ideas de la CEPAL, vieron en el Estado a un agente fundamental en el
desarrollo económico y social.

A partir de la década de 1960 las proporciones que adquieren los gastos de


promoción social y promoción económica se tornan inéditos. Durante el gobierno
de Belaúnde la promoción social alcanzó un tercio del gasto público. Los gastos
de promoción económica fueron más irregulares, pero mantuvieron una

182
tendencia al alza. A la inversa de la etapa anterior, los gastos en administración
pública y defensa interna y externa decrecieron sustantivamente. Esta
problemática ha sido bien estudiada por Felipe Portocarrero (1991).

Bajo el gobierno de Manuel Prado (1956-1962), la inversión pública se


mantiene todavía a un nivel bajo del gasto fiscal, aunque tiende a remontar en
los dos últimos años de gobierno, si bien no alcanza los niveles de gasto del
gobierno anterior, el del general Odría (1948-1956), que había sido favorecido
por una coyuntura de precios de las exportaciones excepcionalmente buena.

Prado inicia tímidamente las políticas de impulso a la industrialización. En


1960 contrató los servicios de la firma estadounidense Arthur D. Little Inc., que
concluyó un Informe de Desarrollo Regional e Industrial a nivel nacional. El
informe planteaba que «la aceleración del ritmo de desarrollo es una
necesidad urgente para el Perú. Su estabilidad política y su supervivencia
económica a largo plazo están seriamente amenazadas por el aumento
explosivo de la población, el nivel de vida bajísimo de más de la mitad de esta
y la concentración de la riqueza en pocas manos...».

El mismo año que se daba la ley industrial (1959) se elabora el proyecto de


desarrollo regional de la zona central del país: Plan Perú-Vía. Éste buscaba
desarrollar la selva central y en general la región central, por medio de la
explotación de sus recursos naturales y el desarrollo industrial y comercial, bajo
la posibilidad que representaba el gran potencial energético de la hidroeléctrica
del Mantaro, ubicada en los Andes al este de Lima. En diciembre de 1961 se
crea la Corporación de Energía Eléctrica del Mantaro (CORMAN), empresa
pública encargada de desarrollar y explotar el potencial hidroeléctrico del río
Mantaro. Con el cambio de gobierno no se continuó con el plan de desarrollo
regional, pero sí con la hidroeléctrica. Belaúnde firmó los contratos e inició su
construcción, pero será el gobierno militar quien la inaugure en1973. Ésta se
convirtió en la abastecedora de energía de la zona central, de vital importancia
para Lima y, al final del siglo, representa aproximadamente el 40 por ciento de la
energía del país y alimenta al 70 por ciento de la industria nacional que está
concentrada en Lima. Bajo el gobierno de Belaúnde se decretó de interés
nacional la interconexión de energía eléctrica y por ello se construyeron la
Central de Machu Picchu al sur y la ampliación de la Central Hidroeléctrica del
Cañón del Pato en el norte.

En la agricultura costeña, los proyectos de irrigación representan una alta


participación en las inversiones públicas entre 1959 y 1962, específicamente
en la costa norte en los departamentos de Piura y Ancash. En el primero, se
construyó el sistema de riego, represa y canales de San Lorenzo. Se trata de
la más antigua de las grandes represas peruanas: fue inaugurada en 1959 e
irrigó casi 50.000 hectáreas de tierras. El proyecto de irrigación se
complementó con un plan de colonización que incluía la habilitación de nuevos
pueblos; entre ellos, Tambo Grande, el pueblo central de la colonización,
dotado de servicios públicos. Nunca más se hizo en el Perú un proceso tan
completo. Entre 1952 y1962 el área cultivada nacional aumentó en un 19 por
ciento, aunque este incremento fue absorbido por productos de exportación:
algodón y azúcar.

183
El periodo de la junta militar de 1962-1963 constituye un breve antecedente a
lo que será el reformismo militar que se inicia en 1968. Se crea por primera
vez un Instituto Nacional de Planificación. Para abordar de forma integral el
problema de la escasez de vivienda se inaugura el Banco de Vivienda. Con
relación a la explotación petrolera, se promulga la Ley Orgánica de la
Empresa Petrolera Fiscal y se sientan las bases para la construcción de la
refinería de La Pampilla en Ventanilla (Lima), que continúa siendo la más
moderna del país.

Con la elección de Fernando Belaúnde a la presidencia, las inversiones


públicas adquieren un enorme dinamismo. El incremento del gasto público
trajo sin embargo nuevos problemas: el incremento de la deuda externa y el
déficit fiscal, acompañado de inflación, se muestran como los mecanismos
que financian la renovada acción modernizadora del Estado.

Belaúnde continúa la construcción de grandes sistemas de riego en la


desértica costa peruana. Este gobierno aumentó el área bajo riego
permanente en la costa de 450.000 a 580.000 hectáreas al final de su periodo.
Asimismo, actualizó los estudios de los principales proyectos de irrigación que
se fueron construyendo en los años sucesivos.

La ampliación de la red vial empezó a cobrar importancia en la década de 1950


con un plan de construcción vial. Durante el gobierno de Belaúnde, por fuerte
iniciativa del presidente, se inicia el gran proyecto de construir la carretera
Marginal de la Selva, que se convirtió en el proyecto más publicitado y
controvertido.

El gigantesco esfuerzo de construir la carretera Marginal de la Selva buscaba no


sólo incorporar los recursos de la Amazonía a la economía nacional, sino reducir
la presión sobre la tierra en la sierra y reorientar las migraciones, que tendían a
concentrarse excesivamente en la ciudad de Lima y en la costa. Por ello, el
complemento de la inversión vial fue una intensa promoción de la colonización
facilitando la entrega de tierras para la ampliación de la frontera agrícola, sin
afectar al latifundio agroexportador costeño. La selva fue imaginada como la gran
despensa nacional y el reservorio de incontables recursos mineros y petroleros;
pero, sobre todo, fue imaginada vacía: para el impulso modernizador de estos
primeros años, los indígenas nativos de la Amazonía eran invisibles.

Pero fuera del eje vial central se hizo poco más. La creciente población colona,
creciente particularmente en la década de 1970, proveniente de orígenes
regionales y étnicos diversos, sin mayores recursos económicos propios, pero
con el empeño de salir de la pobreza de la que provenían, fue poblando
territorios sin servicios públicos y sin comunicaciones internas que no formaran
parte del eje carretero central. Los pueblos fueron creándose como ampliación
de campamentos y una sociedad desorganizada fue apareciendo, con una muy
escasa presencia de instituciones públicas garantes de la seguridad y el orden.
Este proceso de colonización, favorecido por la penetración de la carretera,
generaría importantes conflictos por la titularidad de tierras, de gran envergadura
en la zona de la selva central. Efectivamente, las comunidades nativas, que

184
pierden tierras por las colonizaciones, no habían sido hasta entonces reconocidas
legalmente, como sí lo habían sido las comunidades indígenas de la sierra en los
años veinte; recién con gobierno del general Velasco se reconocen legalmente
las comunidades nativas de la selva y éstas inician el largo proceso de titulación
de propiedades y recuperación de tierras, proceso que no termina en el siglo XX.

Junto con el avance de la red vial, la ampliación y modernización del sistema


educativo público colabora a reducir el aislamiento de las sociedades rurales. De
acuerdo al historiador Carlos Contreras, en la sociedad rural el impacto desde la
educación se produjo cuando, en la década de 1940, se inicia una tímida pero
importante presencia de maestros en el interior del país, que por primera vez en la
historia sumaban más que los efectivos de las fuerzas armadas. Hasta mediados
de la década de 1960 la educación fue vista como un elemento fundamental para
superar los males de la nación. Durante un buen tiempo los terratenientes
presionaron y llegaron a convencer a las autoridades de que la educación no sería
provechosa para los peones y los indígenas. Fue necesaria la formación de una
corriente indigenista, que pregonaba la alfabetización en el idioma materno para
superar los mediocres logros de la alfabetización y para que fueran impulsados
nuevos cambios.

Esta corriente, que había tenido entre sus figuras centrales a José María Arguedas,
había logrado durante el gobierno reformista de Bustamante y Rivero (1945-1948)
que se elaborara un proyecto educativo público. Desde entonces se inicia un
aumento sostenido del gasto en educación. En relación a los porcentajes del gasto
público por ministerio, en 1946 el de educación concentró el 16,5 por ciento, en
1960 el 26 por ciento y llegó a su pico en el gobierno de Belaúnde con un 30,1 por
ciento, lo que convirtió al Perú de ese momento en uno de los países con mayor
gasto en educación en América Latina. Si bien en muchos casos no se pudo
superar la baja calidad de los maestros, la expansión de la educación generó
importantes cambios en el mundo rural. Las escuelas primarias pasaron de 4.882 a
19.587 entre 1940 y 1966. Igualmente, los maestros, que en 1948 eran 22.238,
llegaron a los 62.416 en 1966. Los alumnos de primaria pasaron de 1 millón en
1950 a 2 millones en 1965.

En la educación secundaria el crecimiento también fue notable. En 1948 existían


109 escuelas secundarias públicas; para 1960 llegaban a 222, además de 302
particulares; y para 1966, entre públicas y privadas sumaban 1.248. En 1940
solamente el 4 por ciento de la población en edad escolar asistía a la secundaria.
Ésta aumentó al 14 por ciento en 1960 y al 29 por ciento en 1966. En la década de
1960 se produce un desequilibrio beneficioso para la sierra sobre la costa en la
ampliación de la educación secundaria. En 1958 existían alrededor de 4 millones
de colonos en las haciendas y poco más del 4 por ciento de su población en edad
escolar tenía instrucción. Para los años sesenta la escuela primaria se hizo
presente ya no sólo en las capitales distritales y en los pueblos grandes, sino en los
caseríos rurales, y las escuelas secundarias podían encontrarse en todas las
capitales provinciales, incluso más de una. Finalmente, el estrato mestizo alcanzó
la secundaria; lo harían también el estrato indígena y campesino. Ello significó
también una importante disminución de la tasa de analfabetismo del 50 al 36 por
ciento entre 1950 y 1960.

185
Este proceso se vio complementado con la apertura de nuevas universidades.
Durante la gestión de Belaúnde las universidades vieron aumentar su número
considerablemente: en 1956 éstas eran seis; para 1968 ya llegaban a 30, varias
de ellas en Lima, pero también en diversas ciudades del país. El número de
alumnos en las universidades pasó de alrededor de 30.000 en 1960 a 185.000 en
1975. La expansión de la clase media y la presión de los nuevos sectores
generaron una fuerte demanda de educación a todos los niveles, que no siempre
pudo ser respondida con una buena calidad. Pasado el auge del gasto público de
los años sesenta, poco a poco el Estado disminuye la inversión en el sector a
pesar de la creciente demanda por la explosión demográfica; poco a poco también
empieza a hacerse evidente que no basta la educación para un sostenido proceso
de movilidad social.

Aún como procesos de cambio en esta primera modernización importa señalar el


desarrollo de la industria y del sindicalismo. El Perú de estos años participa de la
corriente latinoamericana impulsada por la CEPAL de promover el desarrollo a
través de un modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI). En
el Perú su puesta en marcha fue tardía y débil en sus inicios. La Ley de Promoción
Industrial de 1959, aprobada por el gobierno de Manuel Prado, representa un punto
importante, cimentando el crecimiento y la diversificación de las ramas de la
actividad industrial que venían de la década anterior. El marco de estímulo que
estableció fue uno de los más amplios de América Latina, dado que se buscaba
darle el mismo tratamiento promocional que había favorecido al sector exportador,
y para ello se dio una importante reducción de los impuestos. La industria
manufacturera, que representaba el 13 por ciento del PNB en 1950, pasó al 20 por
ciento en 1968.

A partir de este momento, llega a su fin la primacía del sector agrícola,


reemplazado por la manufactura y la explotación minera. La agricultura pasa de
representar el 20 por ciento al 15 por ciento del PNB entre 1950 y 1968, lo que
tuvo consecuencias en la composición del grupo de poder económico y político:
empezó a ser desplazado el sector terrateniente, el más poderoso desde el inicio
de la independencia. Se buscó también favorecer a la industria a través de la
protección arancelaria. Nuevos sectores —construcción civil, sector bancario—
acompañan este crecimiento urbano industrial.

En este proceso se consolidaron también los rasgos básicos de una clase


trabajadora moderna. La actividad manufacturera y los trabajadores crecen
notablemente en Lima, pero también en ciudades como Arequipa y Chimbote.
Estos nuevos sectores iniciaron su proceso de organización; surgieron así nuevos
sindicatos y federaciones, que tendrán un rol de creciente importancia en la
acción del movimiento sindical de los años posteriores. Sin embargo, la reciente
actividad urbano-industrial no lograba absorber a la nueva población emigrante de
rápido crecimiento. Ello dio lugar a fenómenos como el comercio ambulatorio o el
subempleo.

A partir de los años sesenta los trabajadores no agrícolas pasaron a tener más
importancia dado el desarrollo de la industria, la construcción, la explotación
minera, etcétera. La emergencia y movilización de los sindicatos es el reflejo de
estos nuevos sectores y del clima de relativa apertura a las demandas sociales

186
que brindaron los gobiernos de Prado y Belaúnde. Por otro lado, en esta etapa
se hace cada vez más evidente la pérdida de la hegemonía del Partido Aprista
en la filiación de los diferentes sindicatos: la Confederación de Trabajadores del
Perú —bastión del APRA—, organización que aglutinaba a diversos sindicatos,
entró en crisis y desde dentro de ella se fue formando una coalición que, en
1968, volvió a dar vida a la Confederación General de Trabajadores del Perú
(CGTP), que había sido creada en 1929 por José Carlos Mariátegui. Su
gestación coincide con la crisis por la devaluación de la moneda nacional en
1967. Otro sector donde el APRA perdió fuerza fue en su vínculo con el
movimiento campesino, con el que la izquierda naciente logró una importante
relación.

Los conflictos en las haciendas costeñas, donde el trabajador agrícola estaba


sindicalizado, no desaparecieron y acompañaron, quizá con menos fuerza, la
ola de movilización campesina. En el año 1959 los trabajadores de la
hacienda Casagrande entraron en huelga indefinida, exigiendo cambios en las
condiciones de trabajo; así también se produjeron enfrentamientos entre la
policía y los jornaleros de diferentes haciendas en el departamento de La
Libertad, en la zona norte del país.

Como consecuencia del desarrollo minero, el sindicalismo avanza también en


ese sector. En 1959 se realiza en la ciudad de la Oroya el Primer Congreso de
la Federación Minera del Centro, con la participación de la Federación del Norte
y los nuevos sindicatos de Marcona y Toquepala, en el sur. Allí se acordó crear
la Federación Nacional de Trabajadores Mineros, Metalúrgicos y Similares.

Con el crecimiento de las instituciones bancarias sucede lo mismo; para 1964 el


sector contaba con cerca de 30.000 trabajadores. La Federación de Empleados
Bancarios (FEB), gremio que ya había mostrado su fuerza en la década de
1950, se consolidó como uno de los gremios más organizados y cuyo apoyo a
otros sectores resultaba decisivo. Asimismo aparecieron o se consolidaron los
sindicatos de empleados particulares, trabajadores de la empresa de teléfonos,
el sector pesquero, etcétera. Del mismo modo, los diferentes sindicatos del
creciente aparato estatal también realizaron paralizaciones importantes:
chóferes de autobuses, tranvías, empleados de correos, etcétera.

El crecimiento urbano impulsa el fortalecimiento del sindicato de trabajadores


de construcción civil, que agrupaba a varias decenas de miles de obreros y que
fue uno de los impulsores de la CGTP. Finalmente es importante mencionar
que el gremio de maestros también fue ganando fuerza en esta década: en
1959 se funda la Federación Nacional de Educadores del Perú (FENEP).

La lentitud de unas reformas que debían debatirse en un Congreso poco


dispuesto al cambio, la crisis inflacionaria, los escándalos de corrupción, la
incapacidad de cumplir sus promesas electorales de transformación —como dar
solución al conflicto por los yacimientos petroleros con la empresa International
Petroleum Company—, el fracaso de su propuesta de reforma agraria —
bloqueada y minimizada desde el Parlamento— crearon el clima que rodeó el
golpe de Estado del 3 de octubre de 1968, liderado por Juan Velasco Alvarado,
jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Sus primeras palabras

187
evocaron dos cosas que se harían evidentes después: que se trataba de un golpe
de Estado institucional de las fuerzas armadas, no una aventura personal, y que
tenían la voluntad de llevar adelante el programa de transformaciones sociales y
productivas que el gobierno civil y el Congreso no habían sido capaces de
implementar. Una reforma agraria, la nacionalización de los recursos estratégicos y
una definida orientación industrialista traducida en una profundización del
proteccionismo y los subsidios de la década anterior fueron el centro de su
proyecto. El Estado fue concebido como el ente que debía centralizar, gracias a su
propia actividad empresarial, el excedente minero y petrolero que se destinaría a
impulsar el desarrollo industrial, a redistribuir el ingreso creando consumo y a llevar
adelante las grandes obras de ingeniería para el desarrollo. En ese esquema, poco
espacio quedaba para una central preocupación por los servicios y más bien la
promoción social fue vista como producto del impulso a la organización y la
movilización social, de medidas de integración —como el reconocimiento oficial de
la lengua quechua— y de la creciente participación de los trabajadores en el fruto
de su trabajo a través de la comunidad industrial, la comunidad minera o las
cooperativas agrarias, que se creaban al ritmo de la expropiación de tierras por
aplicación de la reforma agraria.

Las fuerzas armadas habían desarrollado, principalmente desde el Centro de Altos


Estudios Militares (CAEM), un proceso de reflexión según el cual la seguridad
nacional, tarea de las fuerzas armadas, pasaba por garantizar una paz social que
vendría de la superación de lo que consideraban desigualdades históricas de la
sociedad peruana. La situación del agro representaba más palpablemente aquella
asimetría que el país debía superar. El Censo Nacional Agropecuario de 1961
había mostrado que las explotaciones con más de 2.500 hectáreas representaban
el 0,1 por ciento del total de explotaciones y concentraban el 61 por ciento de la
tierra. En el otro extremo, las unidades de menos de una hectárea representaban
el 34,2 por ciento del total y controlaban sólo el 0,7 por ciento de la extensión de
tierra cultivable nacional.

En 1969, el 24 de junio —tradicionalmente el Día del Indio y desde ese momento,


el Día del Campesino—, menos de un año después del inicio del Gobierno
Revolucionario de las Fuerzas Armadas (GRFA), se dicta la Ley de Reforma
Agraria. La reforma agraria peruana, una de las más radicales de América Latina,
transforma completamente la estructura de propiedad y de poder en el Perú rural;
prácticamente nada del paisaje social quedó en pie: la sociedad rural fue
íntegramente remozada, tanto sus tradicionales señores de la sierra como sus
modernos complejos agroindustriales en la costa. Prácticamente ninguna
propiedad privada grande, mayor de 40 hectáreas, subsistió. Aunque ninguna
discusión de reforma agraria había considerado antes la expropiación de la
moderna agricultura de la costa, ya que siempre fue un tema vinculado a la
explotación tradicional de la tierra en la sierra, el gobierno militar decretó una
reforma general sin hacer mayores distingos entre sierra y costa, mostrando que
toda la tierra estaba en cuestión.

En la misma dirección que los movimientos campesinos de los sesenta, la reforma


agraria plantea el derecho a la tierra como un derecho social, bajo el lema «la tierra
para quien la trabaja»; logra el fin del latifundio y con ello elimina a los terratenientes
como grupo social. Pero, en contra de lo que había sido la opción de los campesinos

188
de distribuirse las tierras, la reforma agraria opta por mantener unificadas las
haciendas expropiadas, formando grandes empresas cooperativas como las
nuevas propietarias de la tierra. Si bien la reforma tenía un objetivo de justicia social
(la eliminación de un régimen de explotación), el proyecto social y económico del
gobierno era un proyecto industrialista, como lo habían sido los anteriores, y por lo
tanto la reforma agraria debía cumplir el rol de ampliar el mercado interno para la
industria y, sobre todo, no interrumpir el abastecimiento de las industrias con
materias primas y de las ciudades con alimentos, ambos baratos. El gobierno no
confiaba en que una masiva distribución de la tierra asegurara una oferta agrícola
alta, tecnificada, creciente y segura. Su opción fueron las grandes empresas.
Orientada por objetivos nacionales de industrialización, la reforma agraria buscaba
también que los terratenientes expropiados invirtieran los bonos que se les
entregaban en el desarrollo industrial. La banca de fomento del Estado estaba lista
para convertir bonos de reforma en capital fresco para ser invertido.

Ni lo uno ni lo otro realmente funcionaron. Los exterratenientes, salvo contadas


excepciones, no invirtieron los bonos a la espera de que algún gobierno
reivindicara sus derechos agredidos por reformismo militar. Las cooperativas
agrarias tampoco se consolidaron y duraron sólo el tiempo que el general Velasco
estuvo en el gobierno; no lograron subsistir a la crisis económica, a las presiones
de los socios por tener las tierras ni, finalmente, a la violencia política de la
década siguiente, que acabó con las que subsistieron. Las cooperativas
terminaron parceladas y produjeron un masivo agro campesino.

Los espacios en que las haciendas no habían sido muy importantes quedaron
fuera de los procesos de cambio. Asimismo, tampoco se beneficiaron los
campesinos eventuales que tradicionalmente se enrolaban para realizar trabajos
en las haciendas durante los periodos de alta demanda de mano de obra, como
complemento de su débil economía parcelaria. Sin tierras suficientes para ellos, y
sin ampliación significativa de la frontera agrícola, quedaron empobrecidos y
hasta con oportunidades laborales más recortadas que antes. Éste fue el caso de
la sierra Sur Central, en los departamentos de Ayacucho, Apurímac y
Huancavelica, donde en la década siguiente se desarrollaría la violencia política;
estos sectores representaban la mayoría de la población comunera poco
beneficiada por la reforma.

Para terminar, una medida que acarreó también un proceso de cambios sociales
de la mayor importancia fue el reconocimiento de las comunidades nativas de la
Amazonía, cuya existencia había sido prácticamente negada hasta ese momento
por el Estado peruano. La ley reconoce corno personas jurídicas las comunidades
nativas y abre el mismo proceso que abrió el reconocimiento legal de las
comunidades indígenas en los años treinta: la linderación e inscripción legal de
sus tierras y el desarrollo de acciones legales para recuperar las que les fueron
arrebatadas. Pero los indígenas de la Amazonía van más allá de la ley y no sólo
se organizan en comunidades, sino que éstas se constituyen en las bases de unas
organizaciones por pueblos (asháninka, amuesha, awajún, machiguenga,
etcétera) que se reúnen en una suerte de red, la Asociación Interétnica para el
Desarrollo de la Selva Peruana (AIDESEP), que abre en el Perú el expediente de
las reivindicaciones de carácter étnico.

189
En estos procesos de cambio en la sociedad rural, la propiedad de la tierra y las
organizaciones campesinas y nativas son posibles porque el gobierno militar
produce cambios significativos en el rol del Estado. Para el investigador Sinesio
López, el velasquismo produjo un proceso de democratización social. Al romper el
dominio oligárquico que había limitado buena parte del intento reformista en
democracia, el Estado se desprivatiza y entra en una relación directa con los
campesinos: reconoce la lengua quechua como lengua oficial; amplía derechos
sindicales, constituyéndose en el régimen que más sindicatos reconoció; y hasta
creó nuevos derechos de participación de los trabajadores en el patrimonio de las
empresas. Simultáneamente, restringió una serie de libertades, particularmente la
de expresión, al confiscar los diarios. Como dictadura, extendió derechos sociales
y limitó derechos civiles.

El Estado creció rápidamente, expandió sus funciones sociales y sobre todo sus
funciones económicas; pero la nueva actividad económica del Estado no bastaba
para financiar el enorme crecimiento del gasto público, por lo que nuevamente
creció el endeudamiento externo, que llegó en 1976 a la cifra de 3.554 millones de
dólares. Velasco apostó por la modernización urbano-industrial y, si bien tuvo que
buscar el equilibrio con el sector agrario, fomentó el desarrollo del primero al
considerarlo el sector moderno y necesario para el desarrollo del mercado interno.
Finalmente, para Sinesio López, el velasquismo contribuyó a la extensión de la
ciudadanía de las clases populares; se trató de un movimiento de democratización
social con dictadura política.

Durante el gobierno de facto se produce un importante cambio en relación a la


autonomía y capacidad de decisión de los sectores estatales que profundizan las
medidas modernizantes de la década precedente. Recién con el gobierno de
Belaúnde se habían creado los ministerios de Agricultura y Vivienda. Con Velasco
se crearán los ministerios de Energía y Minas, Industria y Comercio y el de
Pesquería. El Instituto Nacional de Planificación fue vigorizado y se encargó
prácticamente de toda la inversión pública y la planificación económica a largo
plazo. Sin embargo, los ministerios sociales como el de Salud, Educación o
Vivienda no mostraron la misma energía durante el periodo militar.

Los militares concebían que el Perú estaba llegando tarde a la política de


industrialización por sustitución de importaciones y por ello debían avanzar más
rápido. En 1970 se dio la Ley General de Industrias, que buscaba que
progresivamente se redujera la proporción de capital extranjero a favor del capital
nacional. Bajo este marco se crearon las comunidades industriales que
representarían a los trabajadores y se buscaba que tuvieran participación en la
propiedad, gestión y utilidades de la empresa. La protección arancelaria se llevó al
extremo de prohibir la importación de productos industriales que compitieran con
los nacionales; en ese contexto floreció la industria metalmecánica y de
electrodomésticos. Llegaron incluso a ensamblarse motocicletas, autos o
camiones, todos con insumos y partes importadas, pagadas con dólares
subsidiados por el Estado.

Se buscaba convertir al Estado en el promotor principal de la economía y ello


impulsó menos la preocupación por la provisión de servicios sociales que el
desarrollo de empresas estatales. El gobierno intervendría en la economía desde

190
una perspectiva nacionalista. Como imagen de ello, el 9 de octubre, seis días
después del golpe de Estado, nacionalizó los yacimientos y la refinería de Talara
(Piura, norte del Perú) de la empresa estadounidense International Petroleum
Company (IPC), con quien el Estado tenía un problema por la propiedad del
subsuelo desde 1922. Esta medida le aseguró un respaldo inicial al régimen,
dado que se veía como una reivindicación por casi todos los sectores sociales y
políticos. Inició con ello una etapa, acorde con la tendencia internacional
impulsada por la OPEP, de una mayor participación de los gobiernos en la
explotación petrolera frente a las compañías trasnacionales.

Hasta 1968 las empresas estatales prácticamente no existían y su función solía


consistir en aportar al sector privado. Dese 1968 se procedió a estatizar los
recursos que se consideraban estratégicos —petróleo, minería, pesca,
cemento—, así como el sector de servicios: electricidad, comunicaciones,
comercio exterior y el sistema financiero. Para 1975 existían más de 50
empresas estatales, y en 1977 eran responsables de la mitad de la producción
minera, aportando más del 30 por ciento del PBI. Este impulso productivo estatal
se acompañó del desarrollo de infraestructura y estuvo nuevamente orientado a
facilitar la exportación de recursos, como la construcción del oleoducto
norperuano, cuya construcción se inició en 1975. El mejoramiento de la carretera
Panamericana y grandes —faraónicas— obras, como el sistema de riego Chira-
Piura, con la represa más grande del país, y la gran irrigación de Majes en
Arequipa, así como la construcción de enormes edificios públicos en la ciudad de
Lima, dan cuenta de una orientación costeña, de fuerte sesgo centralista. La
sierra no pareció tener un lugar, fuera de la movilización social en torno a la
reforma agraria.

Entre otras reformas importantes se puede mencionar la Ley General de


Educación del año 1972, encargada a intelectuales progresistas, entre ellos el
filósofo Augusto Salazar Bondy. Ésta tenía por objetivos extender las
oportunidades educativas a la población en general, propender a la creación del
«hombre nuevo» (crítico, participativo y solidario) y establecer un nuevo sistema
de educación que, como novedad, incluía la educación inicial. Como forma de
evitar exclusiones y crear impulsos unitarios, se creó el uniforme único para todos
los escolares, tanto de escuelas públicas como privadas. Este tipo de medidas
colaboraban a distanciar al gobierno de la élite económica.

En 1974, cuando se hace evidente que el sector privado no responde a los estímulos
a la inversión y no se compromete con el crecimiento económico a pesar de ser el
sector más favorecido, el gobierno toma medidas aún más radicales. Promulga una
ley de empresas de propiedad social que otorgaría la gestión de las empresas en
crisis a los trabajadores constituidos en asamblea general (la ley prácticamente no se
aplica) y la medida que marcó la ruptura radical con el empresariado y las clases
medias, y que abrió el espacio para la recuperación del Partido Aprista: la
estatización de los diarios de circulación nacional, entregados a las grandes
organizaciones representativas de sectores sociales (campesinos, obreros, etcétera),
con directores nombrados por el gobierno.

Con un sector empresarial siempre esquivo, el gobierno militar requiere construirse


una base social. Las organizaciones sindicales obreras, en proceso de

191
consolidación por el impulso a la industrialización desde la década anterior y
gozando de nuevos derechos sociales, mantienen, sin embargo, una relativa
independencia respecto del régimen, cuyas políticas económicas centrales se
orientan a favorecer al sector empresarial. Las organizaciones campesinas,
apoyo importante durante el momento de aplicación de la reforma agraria, no
terminan, de adaptarse a los requerimientos de las nuevas empresas
asociativas, y hasta se desarrollan nuevos movimientos campesinos contra
tres puntos débiles de la reforma: la posibilidad de que una gran hacienda se
fragmente entre varios familiares, consolidando medianas propiedades; la
lentitud en el avance de las expropiaciones, que permite que los propietarios
descapitalicen las haciendas antes de ser adjudicadas; y el rechazo al modelo
asociativo en defensa de la repartición parcelaria.

El gobierno requería crearse una base social propia, incondicional, de apoyo:


«Pueblo y Fuerza Armada», uno de los lemas del gobierno, debían construir
una nueva relación y para ello se constituye el Sistema Nacional de Apoyo a la
Movilización Social (SINAMOS). En los sectores organizados, el SINAMOS
impulsa la formación de organizaciones paralelas: la Central de Trabajadores
de la Revolución Peruana le hace paralelismo a la antigua CGTP, y la
Confederación Nacional Agraria (CNA) se construye como opción frente a la
Confederación Campesina del Perú (CCP), que se había forjado en las luchas
campesinas de las décadas anteriores y lideraba ahora los movimientos por la
«radicalización de la reforma agraria». La CNA creada por el gobierno tenía
bases fuertes en las zonas en que se aplicaba la reforma agraria, pero,
además, recibe el patrimonio expropiado a la antigua Sociedad Nacional
Agraria, el antes poderoso gremio de los hacendados. En acto simbólico, la
CNA se constituye en una asamblea que sesiona en el Congreso de la
República, cerrado desde el golpe de Estado.

Sin embargo, en sectores débilmente organizados, el SINAMOS colabora con el


fortalecimiento organizativo. Un caso es el de las barriadas, llamadas entonces
pueblos jóvenes. Promotores del SINAMOS recorren las urbanizaciones
populares impulsando la organización y, en cierto modo, ordenando la agenda
de demandas al Estado. También las organizaciones de mujeres fueron
impulsadas por el SINAMOS; a través de su Centro de Estudios de Participación
Popular impulsó numerosos encuentros sobre la situación de la mujer en el
Perú. En febrero de 1975, el gobierno militar creó la Comisión Nacional de la
Mujer Peruana (CONAMUP), que convocó por primera vez a organizaciones y
grupos de mujeres barriales, sindicales, culturales, profesionales y feministas
para diseñar políticas sobre la mujer y organizarlas desde el Estado. Mujeres
independientes del gobierno se movilizaron también; muchas ingresaron a los
partidos de la «nueva izquierda», constituyendo secretarías de asuntos
femeninos donde se abordó tímidamente la problemática de las mujeres
dejando de concentrar su atención sólo en «el problema de la clase». Las
mujeres, cada vez más presentes en los cargos sindicales, generan a mediados
de esta década una nueva forma de organización: los comités de amas de casa
mineras. Se organizan también en esta década a las primeras organizaciones
de indígenas amazónicos en aplicación de la legislación que reconoce e inscribe
las comunidades nativas.

192
Una función más de la mayor importancia cumplió el SINAMOS: en cada
caserío de los Andes el gobierno nombró un promotor de movilización social.
Estos funcionarios, más allá de sus funciones de organización, constituyeron la
primera presencia del Estado en el campo, sustituyendo al antiguo poder de los
hacendados. El sistema permitió que miles de poblados del interior
establecieran un vínculo con el Estado central que permitiera canalizar quejas
y demandas, organizando, también en las sociedades rurales distantes del
poder, la justicia y el mercado, una agenda nacional.

De lo dicho anteriormente podemos proponer, como balance, que el gobierno


de Velasco construye una versión, radical pero finalmente precaria, del
populismo latinoamericano. Un gobierno a cargo del programa de reformas que
media entre unas élites empresariales nacionales que debían ser las
impulsoras del modelo industrialista, favorecidas por protecciones y subsidios, y
los sectores populares, campesinos, mineros y obreros, participando de un
gobierno «de justicia social», favorable a sus derechos sociales, pero sujetos a
los límites y los objetivos del proyecto industrialista. Estrictamente, el gobierno
no representaba a ninguno de los dos y ambos empiezan a manifestar
descontento en el marco de los primeros indicios de una crisis inflacionaria.

Con Velasco afectado por una grave enfermedad, crecientemente distante de


las élites y los sectores populares, autorreferenciado, atravesado por
discrepancias internas del grupo militar y sus asesores sobre la orientación del
proceso, el gobierno se encierra y se debilita. A inicios de 1975, en el contexto
de una huelga policial, un levantamiento contra el gobierno termina con un saldo
de 86 muertos, saqueos en la capital y destrucción de algunos símbolos del
gobierno revolucionario, como el diario Correo, destruido por un incendio
provocado. A lo largo de ese año, numerosos sindicatos entran en huelga:
empleados bancarios, construcción civil, cooperativas agrarias del norte y varias
universidades públicas. La recesión mundial empezaba a sentirse en la
economía nacional, dependiente de los precios de las exportaciones para
financiar el enorme aparato público y los subsidios (al dólar, a los alimentos, a
los insumos), así corno de créditos externos cada vez más caros y escasos.

El 29 de agosto de 1975, quien era entonces el comandante general de las


fuerzas armadas, el general Francisco Morales Bermúdez, encabeza un golpe
militar que destituye al general Velasco. Presentado inicialmente como la
profundización de la revolución, pronto se hace evidente, al sacar del gobierno
a los generales progresistas y sus asesores, cercanos a Velasco, que se trata
del final de la experiencia. Morales Bermúdez debió iniciar una serie de
medidas de ajuste que generaron descontento en los sectores populares
organizados y politizados. A inicios de 1977 la inflación se aceleraba con una
rapidez nunca vista, a un 40 por ciento anual; el salario real bajó un 40 por
ciento con relación al pico de 1973. El 19 de julio de 1977 se produjo el más
grande paro nacional de la historia peruana; en Lima contó con la participación
de los diferentes sindicatos pero también con los sectores urbanos marginales,
que salieron a las calles en toda la ciudad. Entre 1977 y 1978 una serie de
frentes populares regionales desarrollaron también acciones colectivas en
demanda de obras de desarrollo y mayor autonomía regional. En el contexto de
descontento popular, el gobierno convocó una Asamblea Constituyente para

193
1978 y anunció el retiro de los militares del poder convocando elecciones
generales para julio de 1980.

Una de las primeras medidas del gobierno fue desmontar el SINAMOS,


símbolo de la movilización popular del gobierno militar. Poco después
anunciaría el fin de la reforma agraria (no habría nuevas expropiaciones) y el
fin de los proyectos faraónicos. Quienes no habían recibido beneficios,
como los campesinos de las zonas pobres de Ayacucho, Huancavelica y
Apurímac, quedaban sin esperanzas de cambio, sin vínculos con el Estado
por el desmontaje del SINAMOS y sin sus viejos modelos organizativos ni
sus poderes locales. Ni modernización ni sociedad tradicional. Otras
medidas (comunidad industrial y minera, expropiación de los diarios,
oficialización del quechua) fueron poco a poco revirtiéndose también.

La reforma agraria quedó trunca. El modelo asociativo, ya con dificultades en


el periodo de bonanza económica y apoyo decidido del gobierno, no logró
superar la crisis económica, la desconfianza en unos gerentes de quienes se
sospechaba corrupción y apropiación de los recursos de las cooperativas, y la
distancia respecto de un Estado cada vez menos comprometido en apoyar el
sector y, por cierto, sin recursos para ello.

Cuando Morales Bermúdez da el golpe de Estado, ninguna movilización de


protesta defiende la «revolución peruana». En diciembre de 1977, sin
embargo, cuando el general Velasco muere, decenas de miles, acaso
centenas de miles de personas salieron a las calles a acompañar el féretro, en
mudo reconocimiento a los cambios progresivos en la sociedad.

Pero el inicio de la crisis económica y el golpe de Estado del general Morales


Bermúdez marcaban no sólo el final del gobierno de Velasco, sino el penoso
final del modelo industrialista completo, iniciado con el presidente Prado. El
aparato industrial era poco competitivo, dependiente de insumos importados
y del subsidio estatal a la divisa estadounidense. En crisis los ingresos del
Estado, poco a poco el aparato industrial entra también en declive. La
década de 1980 está marcada por un alto conflicto sindical y el paulatino
cierre de fábricas de los polos industriales de Lima y Arequipa; crecieron el
desempleo y el conflicto social en los asentamientos populares de Lima,
asiento de los obreros y de un creciente sector informal.

Los proyectos de modernización sólo habían funcionado en el eje costero,


beneficiado simultáneamente por la redistribución de la tierra, las irrigaciones
«faraónicas» y dotado de eficientes conexiones gracias a la carretera
Panamericana. Por su parte, en las regiones de la sierra y la selva todo ello
había quedado trunco. La carretera Marginal de la Selva había avanzado lo
suficiente para suscitar la llegada de excedentes poblacionales de la sierra,
pero nada se había hecho en términos de carreteras de penetración,
infraestructura urbana y de servicios públicos para los colonos. En precarios
campamentos, una economía, una vida cotidiana debió montarse con muy
pocos elementos; en algunos espacios, ello abrió el camino al desarrollo de
una institucionalidad ilegal completa: el cultivo de hoja de coca para la
producción de cocaína.

194
El gigantesco Estado desarrollista era impagable. Los gobiernos democráticos
que sucedieron a los gobiernos militares, sin un nuevo proyecto económico y
social, mantuvieron un aparato público con funciones recortadas por razones
presupuestales, pero sin cambios. Inoperativas, partes de oficinas se cerraban
y el resto se mantenía sin servicios que dar. Los servicios públicos fueron
decayendo en calidad. Un Estado enorme pero residual.

La novedad del fin del gobierno militar vino por un proyecto político: una nueva
Constitución elaborada por una Asamblea Constituyente convocada por
Morales Bermúdez como inicio de la transición democrática. La Constitución,
promulgada en 1979, recogió el espíritu que había animado la política peruana
desde 1965: derechos sociales, rol estratégico del Estado en la economía,
prioridad a las inversiones nacionales. Pero introdujo dos aspectos novedosos.
En primer lugar, en reacción al centralismo militar y en el sentido en que se
habían movilizado los frentes regionales, estableció un nivel de gobierno
regional, que se constituyera en una instancia intermedia entre la presidencia y
las alcaldías. Para ello, establecía un proceso de estructuración de regiones
por adición de los departamentos. La segunda innovación cancelaba la
tradicional exclusión de los campesinos indígenas del derecho al voto,
estableciendo por primera vez en el siglo el voto de las personas analfabetas.
Por primera vez se universalizan derechos políticos en el país. Pero en
sustitución de la promesa del desarrollo, la promesa de la democracia llega
tarde.

Crisis y violencia. La difícil década de 1980

El18 de mayo de 1980, el día de las elecciones generales que ponían fin a
más de una década de gobiernos militares, en las que votaban por primera vez
los analfabetos, en aplicación del nuevo mandato constitucional, el Partido
Comunista del Perú Sendero Luminoso inicia la lucha armada tomando por
asalto el pueblo de Chuschi en Ayacucho y destruyendo el material electoral.
Se inicia con ello un periodo de más de una década de violencia que arrasa
con vidas, bienes públicos y propiedades de personas de la más variada
extracción social. Quizá el primer investigador que intuyó el fenómeno que
explica el surgimiento de la violencia fue Carlos Iván Degregori (1989), quien
venía estudiando el departamento de Ayacucho desde fines de los sesenta. Para
este antropólogo peruano debemos entender el surgimiento del Partido
Comunista del Perú Sendero Luminoso (SL) como producto del encuentro de la
élite intelectual provinciana mestiza y una juventud universitaria también
provinciana, andina y mestiza en un entorno adverso; el espacio de este
encuentro fueron universidades provincianas, particularmente la Universidad
Nacional San Cristóbal de Huamanga en Ayacucho. Abimael Guzmán, líder
máximo del movimiento, «gran guía, gran timonel» en los textos senderistas,
había sido profesor de Filosofía y autoridad administrativa de la Universidad de
Huamanga en Ayacucho; la columna que sostuvo la organización y su ejército
estuvo formada por jóvenes universitarios, muchos provenientes del área rural.
Otras universidades nacionales, la del Centro en Huancayo (Junín) o la Daniel
Alcides Carrión de Pasco, proveerán nuevos cuadros durante toda la década

195
cuando diferentes contingentes vayan cayendo en las acciones armadas.
Universidades de Lima fueron centros de reclutamiento también.

En esos años, el Perú había superado el promedio de los países medios de


desarrollo en cuanto al porcentaje de jóvenes de entre 18 y 25 años que
accede a la universidad; éste pasa, entre 1960 y 1980, del 19 por ciento al 76
por ciento. Para Degregori este crecimiento va a contracorriente del
decreciente interés del Estado por financiar el aparato universitario; la calidad
del servicio disminuía conforme más jóvenes, hijos de campesinos, portadores
de las esperanzas de movilidad social de sus familias y sus pueblos,
ingresaban al sistema. Ávidos de certezas, teniendo la evidencia de que para
llegar al progreso no bastaría con el título universitario, sin referentes en el
mundo familiar campesino al que ya no pertenecían, los jóvenes universitarios
devienen en las universidades públicas en los años setenta, consumidores de
los manuales de marxismo-leninismo, que proporcionan una versión
simplificada que se presenta como verdad científica.

Este sector, esta contraélite, armada de una ideología y una voluntad


radicales, sale al campo en un momento de un enorme descontento por el fin
de los procesos de transformación social, que habían cambiado la vida de las
personas destruyendo las bases del Antiguo Régimen, pero que no habían
significado términos nuevos de interacción social, inclusión y progreso. En un
limbo en el que la antigua sociedad no funciona y la nueva no termina de
instalarse, las sociedades rurales de las regiones más pobres habían quedado
sujetas a su propio y desregulado conflicto. En medio de estas situaciones de
conflictos internos, Sendero Luminoso impone un orden; un nuevo orden
autoritario.

El conflicto armado tuvo en los ámbitos rurales más deprimidos de los Andes
un escenario privilegiado. Tanto por razones de estrategia militar como política
los grupos alzados en armas buscaron controlar el campo. Sendero Luminoso,
inspirado en la tradición maoísta, inició una guerra «del campo a la ciudad».
Los grandes espacios de escaso poblamiento y débil presencia policial
ocultaban sus desplazamientos. Pero controlarlos requería de bases de apoyo;
por ello, conquistar políticamente a la población campesina fue uno de sus
objetivos políticos principales.

En los espacios de pobreza rural, si bien la población campesina estaba


organizada en comunidades, las únicas expectativas de progreso fueron
individuales: la emigración y el acceso a la educación. Los maestros, o los
hijos que estudiaban en las capitales provinciales, dotados de una alta
legitimidad, fueron prácticamente el único vínculo con el progreso. Si bien cada
localidad vivió su propia historia, los maestros de las escuelas y la visita de
jóvenes universitarios fueron el inicio de la presencia de Sendero Luminoso en
las localidades. Con mayor o menor intensidad, fue legitimándose esta
presencia, además de un discurso político de igualdad y ruptura de la
marginación, en la puesta en práctica de un orden extremadamente autoritario,
que eliminó rápidamente, para satisfacción de la población, las conductas
antisociales, los robos y el abigeato. Inicialmente, amplios sectores en estas
sociedades de alta violencia interna, poca legitimidad y rivalidad por el acceso

196
diferenciado a recursos se adhirieron a un discurso que se presentaba como
simple: una sociedad igualitaria, donde impera una justicia vertical y firme, y
conducida por personas «letradas». La primera etapa de la presencia de
Sendero Luminoso en el ámbito rural significaba eliminar cualquier presencia
del Estado que no fuera controlada por el partido: puestos policiales, alcaldes y
regidores, jueces de paz y gobernadores, y hasta presidentes de comunidades
campesinas debían renunciar a sus cargos o abandonar la zona, o serían
asesinados. Muchos lo fueron, junto con comerciantes y medianos
propietarios. Los «juicios populares» con castigo de muerte se hicieron
cotidianos. La enorme violencia tuvo detractores también; cuando el gobierno
de Belaúnde entrega la responsabilidad de la lucha contra la subversión a las
fuerzas armadas, la espiral de violencia se multiplica, la división en las zonas
rurales se exacerba enfrentando grupos a favor y grupos en contra de uno u
otro bando, y recibiendo visitas punitivas de ambos.

Los años de la violencia pueden dividirse en dos grandes periodos (con


subdivisiones al interior). Uno primero, hasta septiembre de 1986, se desarrolla
principalmente en la sierra Sur Central (departamentos de Ayacucho, Apurímac
y Huancavelica), especialmente en sus espacios rurales, aunque acciones
sistemáticas de sabotaje sobre la red eléctrica crearon desconcierto en las
ciudades y anunciaron la silenciosa presencia de los militantes de Sendero
Luminoso. Es en este periodo que se registra el año con mayor número de
muertos (1983) y es cuando la población campesina andina sufre los peores
momentos de terror y muerte, que llega tanto del lado de las fuerzas armadas
como de las fuerzas subversivas. Tras dos años (1987-1988) en que las acciones
y sus efectos de muerte disminuyen, un segundo ciclo se despliega con
intensidad desde 1989 hasta fines de 1992; su espacio principal no son ya los
Andes, sino la selva (la cuenca del Huallaga y la selva central principalmente),
así como las ciudades: Lima, Huamanga y Huancayo se convierten en territorios
de guerra. Otras historias regionales empiezan también a desarrollarse en este
periodo; es el momento en que Sendero Luminoso intenta penetrar la lucha
campesina por la tierra en Puno, y en que columnas subversivas buscan
desplegar estrategias de control en el norte del país. Tras la captura de Guzmán
en septiembre de 1992 y la desarticulación del núcleo subversivo principal, el
periodo final de la violencia después de 1993 tendrá prácticamente como único
escenario la selva.

La ciudad de Lima fue uno de los espacios de violencia. Muchas de las acciones
subversivas desarrolladas en la zona central de la capital, como el asesinato de
altos funcionarios, oficiales del ejército y empresarios, así como el estallido de
coches bomba, voladura de torres y ataques a centros comerciales y
financieros, se asocian a la alta visibilidad de la capital y la enorme resonancia
de cualquier actividad en ella; no buscaban la captación de la población de los
barrios «consolidados»; buscaban atacar al enemigo y dar publicidad a sus
avances.

Pero Lima Metropolitana es al mismo tiempo la sede de la principal instalación


industrial del país y la mayor concentración de precariedad económica, fruto
de la migración. Por tal motivo, Lima Metropolitana, en sus asentamientos
populares periféricos, fue uno de los espacios de intensa agitación y

197
proselitismo subversivo. Captar una población obrera (el sujeto de la
revolución), rodeando (literalmente) el centro del poder nacional, fue un
objetivo político, además de militarmente estratégico, de los grupos alzados
en armas. Pocas veces, sin embargo, lo lograron y el movimiento sindical,
viviendo sus propias luchas en la crisis y la caída del sector industrial, se
mantuvo al margen.

Las organizaciones alzadas en armas desarrollan también una sistemática


labor de penetración entre pobladores de asentamientos humanos populares,
buscando captar a los directivos (o directamente la dirección) de las
organizaciones barriales y de subsistencia. Pero Sendero Luminoso se
enfrentaba allí a un fenómeno nuevo, el de las expectativas que generaba la
Izquierda Unida, la izquierda legal, asumiendo, en las elecciones de 1980, 1983
y 1986, las alcaldías de los barrios populares. El éxito de Sendero Luminoso en
copar la dirección de los asentamientos humanos fue muy diferenciado; en
zonas donde las organizaciones estaban vigentes y con alta participación de
los vecinos, fueron derrotados asamblea por asamblea, en una situación
extremadamente tensa. En otros casos, mediando incluso el asesinato de
dirigentes sociales, Sendero Luminoso copó organizaciones. Así, los
asentamientos urbano-populares fueron un escenario del conflicto armado,
menos visible que los atentados en el centro de la capital, pero que
involucraron la vida cotidiana de millones de personas y aportaron
considerablemente a la dramática estadística de muertos por el conflicto
armado interno.

Tanto su estrategia de lucha contra las autoridades locales como la de control


del movimiento sindical y barrial llevó a las organizaciones subversivas a un
directo enfrentamiento con la izquierda, en la medida en que se constituía en
contrapeso a su influencia. La acción contrasubversiva del Estado que intentaba
eliminar organizaciones y potenciales focos de demandas populares también
golpeó significativamente a la izquierda y las organizaciones existentes.

De acuerdo a la Comisión de la Verdad y Reconciliación, el número estimado


de víctimas alcanzó las 69.280. El mayor número de ellas provino del medio
rural (un 79 por ciento), y un 75 por ciento tenía como lengua materna el
quechua u otra lengua diferente del castellano.

Con relación a las responsabilidades, la Comisión de la Verdad y Reconciliación


ha establecido como principal responsable a Sendero Luminoso, con un 54 por
ciento de las víctimas reportadas. Los agentes de Estado, fuerzas armadas,
fuerzas policiales, grupos paramilitares y comités de autodefensa lo serían del 37
por ciento. La Comisión de la Verdad y Reconciliación concluyó que la estrategia
de las fuerzas del orden no distinguió entre los miembros de las organizaciones
subversivas y la población ajena a ellas. Que no se ajustó a criterios de derechos
humanos, y que no tuvo mecanismos de sanción para aquellos que los
violasen.

La segunda modernización: el abandono del mercado interno

198
El Perú de inicios de los años noventa era un país devastado. No sólo por un
conflicto armado interno que se había cobrado decenas de miles de vidas y
destruido activos públicos y privados, de todo nivel social, sino también por la
crisis final de un modelo económico y un sistema de relaciones Estado-
sociedad que había empezado a montarse desde la década de 1950, y que se
caracterizaba por políticas de protección industrial y ampliación del mercado
interior, así como por una decisiva intervención del Estado en la economía.

En casi medio siglo la preeminencia del Estado como conductor de la


economía y redistribuidor selectivo que definía los términos de la
modernización económica y social (industrialización, urbanización, reforma
agraria, integración vial) del país había producido un aparato industrial
protegido por aranceles, exoneraciones tributarias y subsidios que al final de
los años ochenta se venía abajo entre quiebras generalizadas y masivo
desempleo. A ello se sumaba un enorme aparato público, imposible de
sostenerse por el bajo nivel de tributación que el proteccionismo industrial
implicaba y el alto subsidio a los servicios asociado a la necesidad de
satisfacer demandas sociales e impulsar el consumo.

Para mantener el programa de industrialización y desarrollo, dada su


imposibilidad de financiarlo, el Estado había incurrido en un excesivo
endeudamiento. Es así como, en la década de 1980, cuando se produce un
alza de las tasas de interés internacional, la situación se torna insostenible. La
deuda externa representaba el 56por ciento del PBI en 1976, el 87 por ciento
en 1976, y llega al 84 por ciento en 1988, cuando el Perú vive lo peor de la
crisis.

Pero la hiperinflación, que en 1990 llegó al 7.000 por ciento, la grave crisis fiscal
y la quiebra del sector empresarial protegido desde los años cincuenta no eran
el único, acaso ni siquiera el principal, problema del país. A esas condiciones,
comunes a diversos países de la región, el Perú sumaba la devastación
producida por 10 años de conflicto armado interno. En ese contexto las políticas
de ajuste estructural, enarboladas por Fujimori, de privatización, desmontaje del
rol promotor del Estado, eliminación de subsidios, disminución de derechos
laborales y apertura a importaciones y a la inversión masiva de capitales
trasnacionales fue percibida por muchos como parte de un proceso de
«salvación nacional».

Cuando en 1990 Alberto Fujimori asume el gobierno y aplica un radical paquete


de ajuste estructural inspirado en el Consenso de Washington, Sendero
Luminoso multiplicaba la violencia en la sierra, se hacía fuerte en zonas de la
selva y avanzaba en el control de universidades nacionales y asentamientos
urbano-populares buscando «cercar» la capital, sistemáticamente atacada con
coches bomba, paros armados y comandos de aniquilamiento. Entre abril de
1989 y diciembre de 1992 se producen en Lima 907 ataques y atentados: el 47
por ciento de los atentados producidos en todo el país, incluyendo el asesinato
por Sendero Luminoso de la lideresa del distrito de Villa El Salvador, María
Elena Moyano. Si bien el pico más alto de muertes se había producido entre
1983 y 1984, altamente concentrado en Ayacucho, un nuevo incremento se
produjo entre 1989 y 1992: el 40 por ciento de las muertes registradas según la

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Comisión de la Verdad y Reconciliación se ubican en esos años. Destruida
buena parte de la infraestructura de servicios y comunicaciones, prácticamente
sin nuevas inversiones ni públicas ni privadas, con un sector minero –crucial
para la generación de divisas– permanentemente atacado por la subversión, la
crisis de las finanzas públicas y la hiperinflación eran factores que se
adicionaban a la devastación completa del país.

El programa de Fujimori, incluyendo un radical ajuste de precios por


eliminación de subsidios, la privatización de empresas públicas, la apertura
incondicional de la economía al mercado mundial y a capitales transnacionales
y un autogolpe de Estado en el año 1992, el cual cerró el Parlamento y
convocó un Congreso Constituyente, significó la construcción completa de un
nuevo modelo, liberal en la economía, autoritario en la política y de clientelas
financiadas como «políticas sociales» o fondos «de alivio a la pobreza» con
parte de los recursos de la privatización de empresas públicas (la otra parte,
aparentemente, fue sustraída hacia cuentas privadas), en una sociedad
crecientemente empobrecida y fragmentada.

Las medidas implementadas por el gobierno de Fujimori desde julio de 1990


masificaron la pobreza pero eliminaron la hiperinflación y estabilizaron la
economía. Los éxitos del gobierno en el control del terrorismo y, finalmente, la
captura de Abimael Guzmán por parte de una división especial de la policía en
septiembre de 1992 pacificaron el país. Un proceso de paulatina recuperación
económica, de atracción de inversión extranjera, primero hacia los servicios
públicos que se privatizaron y poco a poco hacia otras actividades (financieras,
mineras, pesqueras, explotación de petróleo, agroindustrias), acompañó la
pacificación y permitió al Estado los recursos necesarios para la realización de
grandes obras públicas, pero también de miles de pequeñas inversiones en
todo el territorio, incluidos servicios a poblados rurales: programas de
electrificación y telefonía rural, caminos rurales y mejoramiento de carreteras
troncales, escuelas, postas de salud, así como programas de ayuda alimentaria
fueron no sólo compensaciones parciales a la pérdida de capacidad adquisitiva
producida por el ajuste estructural, sino que fueron percibidos como una
preocupación del Estado o del «presidente» por los «pobres» y los «pueblos
apartados»; una recuperación del vínculo con el Estado que no se había vuelto
a ver desde los tiempos del gobierno militar.

De acuerdo a Jürgen Schuldt (1994), este nuevo esquema de producción y


distribución desnacionalizadas se asemejaba al que había regido el país en el
pasado, en los años sesenta y anteriores, y tuvo las mismas consecuencias:
una desigualdad en la distribución de la propiedad y del ingreso, un sistema
político excluyente, etcétera. Sin embargo, en su beneficio puede decirse que
este esquema nacido en los noventa iniciaría la cuarta onda expansiva y larga
de exportación de materias primas.

Esta reforma profunda (o contrarreforma) tuvo varios soportes sociales. En


primer lugar, una amplia mayoría de población empobrecida, tanto en los
espacios urbano populares como en los rurales, particularmente aquellos muy
pobres afectados por la violencia, dispuesta a entregar su adhesión al

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gobierno a cambio de recursos públicos. Ésta fue la clientela política que se
forjó a partir de la ayuda social.

Otro sector fundamental fue el empresariado trasnacionalizado (grandes


bancos, sectores mineros), incrementado por las privatizaciones de empresas
estatales y servicios públicos (telefonía, explotación de petróleo y minas), que
sustituía al desaparecido empresariado industrial anteriormente protegido.
Soporte de la reforma fue también la banca multilateral (Banco Mundial, Fondo
Monetario Internacional, Banco Interamericano de Desarrollo), que encontró el
espacio para la implementación completa de un programa neoliberal,
asesorado y controlado por ellos mismos, que aseguraba, además, el pago
puntual de la deuda externa. Las políticas de ajuste no fueron características de
la situación peruana: el agotamiento del modelo de sustitución y el cambio del
escenario financiero internacional generaron una corriente de crítica a la
gestión del Estado que en el Perú fue implementada con mayor facilidad dada
la situación de crisis social, económica y política que se vivía.

Finalmente, las fuerzas armadas, con mayor libertad de actuación frente a la


subversión, modificaron su alto mando. En noviembre de 1991, Fujimori, a
través de un decreto legislativo, asume el control del nombramiento de los
mandos militares; las instituciones militares ya no elegirían a sus autoridades,
ni el Congreso tendría que ratificar los ascensos, incluso se determina que el
cargo de comandante general no tendría término hasta que el presidente así
lo determinara. De esta forma, con la asesoría de Vladimiro Montesinos,
excapitán expulsado del ejército en 1974 por acusaciones de espionaje, y el
nombramiento del comandante general Nicolás de Bari Hermoza, que se
mantuvo en el cargo hasta 1998, Fujimori manejó las fuerzas militares en
buena medida a través de la manipulación de los nombramientos y la
protección a militares violadores de derechos humanos. Esta cúpula terminó
vinculada a casos de negocios ilícitos, como el narcotráfico y la compra de
armas, y a graves casos de corrupción, como por ejemplo el desfalco de la
Caja de Pensiones Militar Policial.

Todo ello, junto con el mantenimiento del estado de emergencia y del control
político-militar en la mayor parte del país, una legislación de excepción para el
juzgamiento de casos de terrorismo, comandos paramilitares con acciones de
amedrentamiento e incluso asesinatos extrajudiciales a líderes políticos y sociales
(como el del dirigente de la Confederación General de Trabajadores del Perú,
Pedro Huilca), el debilitamiento de instituciones fundamentales como el Tribunal
Constitucional, el control del Poder Judicial y de los organismos electorales, el ya
mencionado cierre temporal del Congreso, la erosión de los gobiernos
municipales (particularmente los provinciales), la desaparición de los gobiernos
regionales y el control absoluto del Congreso (mediante los votos o la «compra»
de congresistas tránsfugas), configuró una década de alto control social, casi sin
oposición política y con una sociedad fragmentada y desmovilizada.

Los movimientos sociales de la segunda mitad del siglo XX, campesinos y


obreros, habían prácticamente desaparecido junto con el desmontaje del
Estado desarrollista y el aparato industrial protegido. Las privatizaciones
debilitaron gremios tradicionalmente sólidos, como los de trabajadores mineros y

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petroleros; en el caso del campesinado, las tierras que el proceso de reforma
agraria había entregado a grandes empresas sociales fueron progresivamente
parceladas hasta producir un panorama rural de masivo minifundio y nula
organización; las comunidades campesinas, internamente enfrentadas durante la
década de violencia y fragmentadas en múltiples microorganizaciones para captar
los fondos sociales, tampoco constituyeron espacios de organización autónoma.
La década de la violencia y su prolongación paramilitar con Fujimori significó,
además, la liquidación de la dirigencia social intermedia y local, campesina y
obrera, lo que provocó una grieta profunda, sin puentes, entre las cúpulas
políticas y sociales nacionales y sus bases. En ese contexto, antiguos dirigentes
intermedios son cooptados por el régimen como operadores locales, aportando
su experiencia y sus contactos a nivel popular, o se mantienen como brokers
políticos negociando adhesiones a cambio de beneficios. No sorprende por ello
que en el Perú, a diferencia de en los demás países andinos, nada semejante a
nuevos movimientos sociales se produjera en la década de 1990.

Sin embargo, los últimos años del gobierno de Fujimori fueron cada vez más
convulsionados social, política y económicamente. A fines de la década, una
nueva oleada de concesiones mineras de lo que fuera la empresa estatal
CENTROMIN, en la zona central, dio inicio al boom minero que caracterizaría la
siguiente década. Este nuevo desarrollo acarreó el surgimiento de nuevos
movimientos sociales y organizaciones a favor del medio ambiente, el rechazo
a un modelo de desarrollo basado en la minería y posteriormente la creciente
visibilidad de las reivindicaciones indígenas. Éstos caracterizarán buena parte
de los conflictos del inicio del nuevo milenio.

El régimen político fujimorista limitó los recursos organizativos para la acción


colectiva de opositores o disconformes, hizo más costosa la protesta al
incrementar los riesgos represivos y, sobre todo, mostró un Estado fuerte, sin
fisuras, dispuesto a reprimir, a corromper parlamentarios, dirigentes, jueces y
medios de comunicación; y a cerrar los espacios políticos que él mismo había
abierto ante el riesgo de que se volvieran en su contra. Y, sin embargo,
Alberto Fujimori es prácticamente el único gobernante del Perú en el siglo XX
que cayó por el contexto creado por un masivo movimiento social contra su
régimen.

Las elecciones de 2000 fueron la oportunidad política para la unificación de


muchas razones de protesta. El movimiento social contra la perpetuación del
régimen se había iniciado en 1997 con las movilizaciones, principalmente de
jóvenes universitarios, contra las medidas arbitrarias del gobierno para legitimar un
tercer periodo e impedir la realización del referéndum que buscaba evitar esa
posibilidad. Los escándalos de corrupción, la figura de Montesinos y sus cuentas
millonarias en el extranjero, y la evidente complicidad de la mayoría de medios de
comunicación con el régimen generaron una movilización progresiva. En julio del
año 2000, luego de denuncias de fraude en las elecciones presidenciales, se
gestó una de las mayores movilizaciones de la década, la llamada «Marcha de los
Cuatro Suyos». La presencia masiva de jóvenes universitarios, partidos de
oposición, mujeres, gremios y delegaciones provenientes de todas las regiones, y
finalmente la divulgación de un vídeo que mostraba al asesor Vladimiro
Montesinos entregando dinero a un congresista serían el punto final que

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desencadenó la salida de Fujimori del país y su renuncia a la presidencia de la
República desde Japón.

El siglo se cierra con un gobierno de transición que inicia el desmontaje de


los mecanismos de control autoritario y clientela política. Se cierra también
con el anuncio de buenos precios internacionales para las exportaciones y un
repunte de la economía que sugiere no revisar la política económica de
apertura. Si bien el país fue remozado por el experimento populista de los
años 1956 a 1980 y se liquidaron un antiguo régimen aristocrático y viejas
exclusiones, una enorme población en situación de pobreza, desequilibrios
regionales y un sistema de partidos políticos en crisis serán también parte del
legado que habrá de ser gestionado en el siglo XXI.

ACTIVIDADES SUGERIDAS

1. ¿En qué consiste el modelo de industrialización por sustitución de importaciones?


2. ¿Por qué el neoliberalismo significó el abandono del mercado interno?
3. ¿Qué etapas podemos distinguir en la guerra que libró el Estado peruano contra la
subversión terrorista?

• Consulte las conclusiones del Informe Final de la CVR:


http://www.cverdad.org.pe/ifinal/conclusiones.php
• Observe el documental “La caída de Alberto Fujimori” de HBO:
https://youtu.be/nWHAQHk-v9Q

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