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Momento I:
Señor, venimos a estar Contigo en esta hora, y queremos que nos hables y
hablarte de aquello que Tú y nosotras llevamos muy en el corazón, la realidad de una
llamada, de un seguimiento y de una vida que está centrada en ti y al servicio de los
ancianos.
Queremos ante Ti Señor tener esa memoria agradecida, que nos lleva a mirar el
pasado con gratitud, precisamente a nosotras que como Congregación acabamos de
sumar un año más de historia, historia de salvación para tantas almas que en ella se
han encontrado contigo, historia de santificación para tantas que aquí se santificaron y
se santifican en la sencillez de la vida de una Hermanita, vivida con pasión, con deseo
de agradarte y de colaborar contigo en la salvación de las almas.
Aquellos que somos invitados a recordar y agradecer, a cultivar una mirada nueva y
distinta. Hemos de saber cómo cuidar «una mirada de fe que descubre a Dios que
habita en todas partes» y embellecer la vida con la mirada, de quien sabe que antes
Jesús los «miró con cariño» [cf. Mc 10, 21]. Y esta mirada cambia la vida, aquí y ahora.
Es una mirada apasionante a lo que ocurre alrededor, haciendo de cada recodo del
camino un nuevo motivo para descubrir cómo el Reino de Dios se hace más palpable.
Es vivir, sabiendo que Él vive entre los hombres y que recibe como hecho a sí mismo, lo
que hacemos a cada uno de los que conviven con nosotros. Es una mirada que nace
desde el profundo encuentro con Cristo, de la mirada tierna del Jesús que les enamoró
y que les lleva a anunciarlo a otros. Una mirada que revela lo que habita tu corazón: la
profunda comunión con la voluntad del Padre. Ésta es la mirada del consagrado, de la
consagrada.
Sepámonos miradas con el profundo amor con el que Jesús mira en el Evangelio: en el
brocal del pozo, en lo alto de la higuera, en medio del tumulto o en la oscuridad de la
noche. Reconozcámonos llamadas a encender la vida de quien nos rodea, pues el
fuego con el que Él nos atrae hacia sí no cesa. Recibamos con alegría la mirada
amorosa de Quien nos lleva a aceptar la voluntad del Padre aquí y ahora.
Momento II:
«Estad siempre preparados, sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a vuestro Instituto
y al hombre de nuestro tiempo. De este modo Cristo os renovará día a día, para
construir con su Espíritu comunidades fraternas, para lavar con El los pies a los pobres,
y para dar vuestra aportación insustituible a la transformación del mundo. Que este
nuestro mundo confiado a la mano del hombre, sea cada vez más humano y justo,
signo y anticipación del mundo futuro, en el cual Él, el Señor humilde y glorificado,
pobre y exaltado, será el gozo pleno y perdurable para nosotros y para nuestros
hermanos y hermanas, junto con el Padre y el Espíritu Santo». Así escribió S. Juan
Pablo II a los consagrados.
¿Pongo obstáculos para que esa comunidad fraterna que el Espíritu quiere construir,
sea una realidad en mi comunidad?
Gracias Padre porque en Cristo el Hijo bendito de María hemos seducidas por tu Amor
y conducidas a la virginidad del corazón y del cuerpo. Renueva en nosotras la llama de
sea Amor, la dicha y la alegría de vivir la verdadera castidad, en el cuerpo, en la mente
y el corazón, como camino de santidad y de verdadera plenitud.
Haz que vivamos el Evangelio del encuentro con los más pobres, que nuestro corazón
sienta lástima de tantas ovejas descarriadas, que al final de sus vida buscan cobijo en
nuestro Hogar, pero te necesitan sobre todo a Ti. Que cada una de nosotras sea para
ellos puente y sendero que les conduce al manantial de la verdadera vida, la que no
tiene fin.
Momento III:
¡Ven, Espíritu Creador, con tu multiforme gracia ilumina, vivifica y santifica a tu Iglesia!
Unida en alabanza te da gracias por el don de la Vida Consagrada, otorgado y
confirmado en la novedad de los carismas a lo largo de los siglos. Guiados por tu luz y
arraigados en el bautismo, hombres y mujeres, atentos a tus signos en la historia, han
enriquecido la Iglesia, viviendo el Evangelio mediante el seguimiento de Cristo casto y
pobre, obediente, orante y misionero. ¡Ven Espíritu Santo, amor eterno del Padre y del
Hijo! Te pedimos que renueves la fidelidad de los consagrados. Vivan la primacía de
Dios en las vicisitudes humanas, la comunión y el servicio entre las gentes, la santidad
en el espíritu de las bienaventuranzas. ¡Ven, Espíritu Paráclito, fortaleza y consolación
de tu pueblo! Infunde en ellos la bienaventuranza de los pobres para que caminen por
la vía del Reino. Dales un corazón capaz de consolar para secar las lágrimas de los
últimos. Enséñales la fuerza de la mansedumbre para que resplandezca en ellos el
Señorío de Cristo. Enciende en ellos la profecía evangélica para abrir sendas de
solidaridad y saciar la sed de justicia. Derrama en sus corazones tu misericordia para
que sean ministros de perdón y de ternura. Revístelos de tu paz para que puedan
narrar, en las encrucijadas del mundo, la bienaventuranza de los hijos de Dios.
Fortalece sus corazones en las adversidades y en las tribulaciones, se alegren en la
esperanza del Reino futuro. Asocia a la victoria del Cordero a los que por Cristo y por el
Evangelio están marcados con el sello del martirio. Que la Iglesia, en estos hijos e hijas
suyos, pueda reconocer la pureza del Evangelio y el gozo del anuncio que salva. Que
María, Virgen hecha Iglesia, la primera discípula y misionera nos acompañe en este
camino. Amén.