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Es necesario tener la experiencia directa del Señor en la intimidad de la oración, así como
crecer en el amor a Jesucristo y convertirnos en testigos que, de manera valiente, anuncien
la verdad para ayudar a los demás en el camino de la fe. A través de esta contemplación
eucarística queremos fortalecer la comunión entre nuestras hermanas.
Cuando Jesús sube a Jerusalén con sus discípulos para la fiesta de la Pascua,
los griegos piden a Felipe: “Queremos ver a Jesús”. También ésta debe ser hoy
nuestra petición. Necesitamos acercarnos a Jesús, conocerlo mediante un
trato íntimo y cercano. Lugar de encuentro con Él son la Sagrada Escritura,
los hermanos (sobre todo los más pobres y desamparados), así como la
celebración de los divinos misterios.
Hoy tenemos esta oportunidad de acercarnos a Jesucristo, quien quiere permanecer entre
nosotros en este sacramento del amor.
Mira, Señor, mi corazón de pobre, que como un gorrioncillo busca abrigo entre tus manos;
toma mi arcilla y moldéala según los proyectos que tienes para mí. Quiero estar ante tus
ojos y dejarme penetrar por tu mirada; porque me siento pequeño y frágil. Derrama, tu
ternura y tu bondad para que mi corazón se sienta fuerte y animoso.
Señor, aparta de mi camino el mal que me rodea y no dejes que la mentira se adueñe de mí.
Dame mansedumbre y humildad para que mi corazón, Señor, no sea hoy violento ni haga
mal a nadie. Confío en la abundancia de tu amor y camino hacia ti firme de que me acoges
en tu casa.
Haz, Señor, que camine en tu presencia y que tema apartarme de ti. Bendíceme, Señor, y
guíame por el camino justo.
Aquí me tienes, Señor, desde mi pobreza
Aquí me tienes, Señor, buscando libertad, pero esclavo de mis cosas;
creyéndome lleno, pero vacío de ti; escuchando tu llamada, pero haciéndome
sordo. Al experimentar tu presencia, Señor Jesús, yo siento en mí algo que me
invita a seguirte; siento una fuerza extraordinaria que me invita a arriesgarlo
todo por ti. Sin embargo, Señor, las cosas de esta vida me siguen atando.
Me sigue atando mi egoísmo que me hacen olvidar las necesidades del hermano;
me sigue atando la comodidad que me aleja del sentido del sacrificio;
me sigue atando mi amor propio, que me encierra cada vez más en mí mismo;
me sigue atando mi orgullo que me hace creer que soy el mejor de todos.
Muchas cosas que me alejan de ti me siguen seduciendo, y yo, Señor, como
cobarde, te digo que no, porque no acabo de convencerme de que tú me darás
la auténtica felicidad. Dentro de mí siento que hay una guerra. Por un
lado quiero dejar todo lo que me impide serte fiel y por otro lado me da miedo
dejar las cosas del mundo. Hace tiempo que necesito una conversión.
Necesito encontrar algo que me dé fuerzas para dejar tantas ataduras; algo
que me ayude a vencer tantas tentaciones, que me ayude a dejar esta manera de vivir,
porque vivir a medias no merece la pena, porque mientras haya guerra en mi interior nunca
tendré la paz que sólo tú puedes dar.
Ábreme los ojos, Señor, cura mi ceguera para que pueda ver. Llama a mi
corazón, Señor, entra en él que quiero tenerte de invitado. Dame un espíritu
generoso, Señor, quiero decir “Sí” cuando escuche tu voluntad.
Entra en mi corazón, Señor, destierra de él todas las preocupaciones y tentaciones para
que pueda dedicar un espacio sólo a ti, mi Dios.
Dame fortaleza para seguirte sin desfallecer, dame voluntad para perseverar en el camino,
dame firmeza para no mirar hacia atrás, dame el experimentarte y sentirte en mi vida,
porque cuando tú, Señor Jesús, habitas en mi corazón todo me resulta más fácil y cualquier
cosa, por costosa que parezca, se hace más fácil y llevadera.
Santa María del amor, regálanos el don del amor que mueva nuestro ambiente.
Santa María de la entrega, tú, que no esperaste nada sino la donación de ti misma,
ayúdanos a vivir la entrega apostólica siendo testigos creyentes de la Palabra del Señor.
Santa María, alma en contacto con Dios, concédenos el don de la atención a la llamada y
la atención para la escucha y la respuesta.
Santa María, llena eres de gracia, ruega por nosotros porque necesitamos gracia, porque
somos indignos de ella, porque siempre estamos en peligro de perderla y renunciar a la
belleza de la fidelidad.
Santa María, arca del Señor, concédenos la gracia de saber que también tenemos
con nosotros al Señor en los momentos duros de la soledad,
de la incomprensión y de la obediencia.
Santa María de las horas difíciles, en los momentos grises, haznos oír tu clara voz, llena
de esperanza: “El Señor está con nosotros”, partiendo el pan en la misma mesa,
compartiendo mi gozo y mi llanto.
Santa María de las comunidades religiosas, ayúdanos a servirte fielmente.
Santa María de mis gustos, ayúdame a comprender el valor de la mortificación
del corazón; que sepa renunciar a los caprichos.
Santa María de mi corazón, dale un ritmo definitivo, siempre sostenido en la
objetividad; hazlo fuerte frente al sufrimiento. No me dejes desanimar por mis faltas.
Dame un corazón magnánimo donde quepan todas las preocupaciones de la Iglesia; un
corazón que guarde siempre la verdad.
Santa María de la seguridad, en los momentos difíciles, danos la claridad
para reconocer la sabiduría del amor de Dios.
Santa María madre, salva a tus hijos. Guarda a los que somos tuyos.
Defiéndenos del mundo, la carne y el desorden de nuestras pasiones.
Danos audacia en la caridad y seguridad en la fe.
Madre de nuestra educación, alcánzanos la fortaleza que no se desanima, la esperanza
sin impaciencia, la exigencia que no se desalienta, la dureza que no fractura, la audacia que
se fía de Dios, el empuje para provocar ansias de superación.