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MODERNIDAD, MESTIZAJE CULTURAL,

ETHOSBARROCO

íSftba# míflüieca
B o lív a r E c h e v e r r ía
compilador

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UNAM
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19 9 4
C R IO L L IS M O Y B A R R O C O E N A M É R IC A L A T IN A

So la n g e A lberro

Voy a hablar de la sociabilidad en los reinos de Nueva España y Pe­


rú. Sociabilidad es una palabra moderna, que corresponde aproxi­
madamente a lo que se llamaba en el siglo xvii la civilidad, o sea un
arte de relacionarse en sociedad.
Para empezar voy a marcar algunas limitaciones muy importantes
a este trabajito que sólo es un avance, un conjunto de hipótesis ya
parcialmente comprobadas en un trabajo más amplio.
Primeras limitaciones: voy a hablar de una sociabilidad que interesa
únicamente a las capitales de estos dos reinos, o sea M éxico y Lima,
porque allí están las cortes virreinales. Veremos más adelante la im­
portancia de una corte virreinal.
En México podemos considerar que en el siglo xvii la ciudad de
Puebla, por su cercanía a la capital, por su tipo de población, etc.
participaba también de esta sociabilidad virreinal. Tal vez en el xvm,
también Querétaro, Guanajuato, la ciudad de Guatemala, Morelia,
Oaxaca, aunque no tengo documentos para comprobarlo. En Perú
desde luego Lim a, pero también la otra capital, la capital indígena:
Cuzco, por las mismas razones. E n Cuzco no existe la corte virreinal
pero queda m u y fuerte la huella de la corte incaica, ahí viven los
grandes caciques, la aristocracia cuzqueña y contamos con indicios
para pensar que allá existe también una sociabilidad virreinal bastante
sofisticada. En el resto de los dos virreinatos, sabemos que en cuanto
uno se aleja unos cuantos cientos de kilómetros, -en el caso de Lima

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todavía menos-, llegamos a tocar zonas llamadas de frontera. Incluj,
con relación a la ciudad de México, la frontera haista el siglo xvg
está aquí casi, en la Sierra Gorda. En estas zonas fronterizas coi
características totalmente distintas de la zona central de Nueva
España o de Lima, no podemos hablar de una sociabilidad refina^
En cambio, en estas zonas, se producen procesos aculturativos fuerte
por parte de los mismos españoles. Por ejemplo, los españoles situad^
en zonas de frontera, com o Nuevo México, al norte, los alrededor
de Zacatecas, de Durango, están sometidos, lo mismo para el sur
en el Perú, en las zonas de los chiriguanos, en los límites del alto
Perú o sea Bolivia, Paraguay, etc., para no referirme a Río de la Plata,
Chile, etc., que son zonas donde los españoles siempre fueron mj.
noritarios, aislados, sometidos a una muy fuerte presión por partí
del entorno indígena y se producen casos de aculturación al revés,
o sea que los españoles se indigenizan, y se funden dentro de la po­
blación. Insisto en este aspecto que muchas veces es soslayado, des­
preciado e ignorado y que fue, de hecho, un proceso muy frecuente
en América Latina.
Quedan las pequeñas ciudades o ciudades medias como por ejem­
plo Guanajuato, Pachuca —aunque no fue siempre una ciudad media;
o en Perú, Arequipa, ¿qué pasa en ellas? Hay m uy pocos elementos
para saberlo y lo poco que sabemos nos muestra la imitación de la
capital, imitación marcada por algún desfase y cierta torpeza. Pen­
semos, por ejemplo en los testimonios de Thomas Gage en el México
del siglo x v i i cuando pinta, con bastante ironía por cierto, la socia­
bilidad de las élites , de los nobles de San Cristóbal de las Casas.
Quienes conozcan este texto famoso recordarán la tosquedad, la
pesadez, incluso el mal gusto de estas supuestas élites. Por lo tanto
es una limitación esencialmente de carácter espacial.
Luego interviene otra m uy importante, la de las fuentes; ¿en base
a qué podemos hablar de la sociabilidad en los dos grandes virreinatos?
a partir de diarios como el de Thomas Gage, el de Suardo para Perú,
los de G uijo, Robles en IVIéxico, de viajes tam bién,1 de crónicas

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nnr Darte de censores o de religiosos, estoy pensando en
♦ aijlD lC n» r * y -j—
» / . , .
' de Betancourt para Nueva España; también de instrucciones
¿^virreyes que dejan a sus sucesores; también de ordenanzas, de cé­
d u la s reales e^as’ aunque de manera un poco alusiva a veces, se
hace referencia a prácticas, conductas que nos remiten a la sociabilidad;
ahí surge un problema de tipo conceptual: estas fuentes no ha­
b í a n de “sociabilidad” obviamente, porque este es un término con­

temporáneo; y m uy pocas veces de civilidad. Hablan de la vida


blica de la república, de fiestas esencialmente. ¿Qué quiere decir
e sto ? Hay dos explicaciones posibles: la primera es que no existe
esta “sociabilidad” , en el sentido que le damos ahora, o sea una ma­
nera de relacionarse no solamente en la vida pública sino también
e n la doméstica, la amistad, etc., una sociabilidad de carácter más
ce rra d o , más íntimo, como la nuestra. La otra postularía que la no­
ción no existe, o sea, que el concepto de sociabilidad doméstica, no
existía. Por lo tanto los testigos no la vieron, porque un historiador
y un testigo sólo ven y sólo registran lo que su mundo conceptual
les permite percibir; por tanto si no tienen la noción de civilidad
c o m o una práctica, una conducta doméstica íntima, no la van a re­
gistrar. Esto no quiere decir absolutamente que no exista, sino que
no queda registrada en las fuentes de la época.
Sólo a partir del xvm encontramos anotaciones más frecuentes
sobre la sociabilidad. Esto corresponde a una evolución de la cultura
occidental en general en la que, ya lo sabemos, el siglo xvm corresponde
al advenimiento de la vida privada, de la familia, del niño, de la mu-
jery más ampliamente, del hogar. Esta evolución se refleja en la ar­
quitectura, la manera como se organizan los palacios, las viviendas,
en la ropa, en el vestido, en la manera de comer; la distribución de
los espacios domésticos, las prácticas también y, una delimitación
cada vez más clara de lo que es exterior e interior, la casa/la calle, lo
público/lo privado.
Quisiera regresar brevemente sobre el papel de la corte virreinal,
de la que no sabemos casi nada. En efecto, no ha habido hasta ahora

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un estudio sobre la importancia de las cortes virreinales como ^
culturales. Con el virrey y la virreina llegan no solamente un sinfj
de funcionarios, de “criados” como se decía -lo cual no tiene la rj^
ma acepción que actualmente, sino alguien que vive alrededor, £
la intimidad de un personaje-, pero también de familiares. Cq
ellos llegan también las modas de la Península, los muebles, las paj
tituras de música, los libros, los nuevos usos. Es decir que la corti
trae a América la influencia peninsular y a través de ella la europe¡
en general. A partir del momento en que se implanta en este continenl»
la corte virreinal difunde dentro de toda la sociedad, (no toda,
veremos después también las restricciones), las nuevas normas y la¡
novedades. Como lo ha demostrado Norbert Elias, la corte se vuelvt
una fuente permanente de difusión de modelos, de conductas y 4
comportamientos.
Veamos ahora las características principales de esta sociabilidad ba­
rroca de los dos virreinatos. La primera muestra que la sociabilidad
barroca es ante todo pública, casi siempre ligada a acontecimientos
públicos como son los cumpleaños del virrey, de la virreina, del rey,
de los miembros de la familia reinante, etc., los nacimientos reales, las
bodas, las muertes de todos estos personajes, las victorias de las armas
hispánicas en la Península pero también, la toma de la ciudad de Mé­
xico y la fiesta de San Hipólito, las paces con las potencias europeas,
la entrada del virrey en Lima, en México, la llegada de flotas, etc.; tam­
bién las ejecuciones civiles y religiosas, los autos de fe participan, de
esta sociabilidad barroca. Siempre se trata de fiestas, de celebraciones
de carácter público y cívico, con elementos comunes! toros, arcos, so­
bre todo para las entradas de virreyes; fuegos artificiales, mascaradas,
bailes autóctonos, etc.
En un ambiente un poco más reducido, el de la familia virreinal,
de sus allegados y de las autoridades, como por ejemplo el cabildo,
los oidores, los inquisidores muchas veces, el cabildo de Catedral,
etc., se representan comedias. La función se verifica en un espacio
más reducido, el Palacio. Y ya no es la Plaza Mayor. Lo mismo sucede

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las muertes. Una parte es totalmente pública, abierta e incluso
C° nujar y una parte es más reducida con el pésame, por ejemplo,
recibe el virrey. Lo que me interesa aquí recalcar es el aspecto
c o m p u e s t o , míxto y finalmente barroco de estas fiestas. En las fiestas,

mezclados los elementos aristocráticos con los estrictamente


ulares y los de distintos orígenes. Veamos una cita breve, que
precisamente a la ciudad de México en 1700 para la ca­
nonización del santo español san Juan de Dios; fiestas religiosas ob­
viamente, se trata de una canonización, pero, desde luego hay
abundancia de manifestaciones cívicas, laicas, populares; una procesión
para la fiesta de canonización:

Fueron por delante los gigantones y matachines bailando danzas


a lo romano y otras a lo mexicano.2

Aquí encontramos el elemento compuesto, o sea, los gigantones


que son de origen flamenco; los matachines españoles que son parte
de los bailes de moros y cristianos. Las danzas a lo romano plantean
un problema, puesto que en 1700 sólo podría ser una recreación to­
talmente fantasiosa y finalmente las danzas a lo mexicano, o sea pro­
bablemente los concheros, u otros bailes autóctonos mexicanos.
Una estética de la fiesta, de la procesión, que nos remite a las fachadas
barrocas de los templos, donde muchos elementos de origen distinto
se entrelazan, se combinan para un determinado efecto de conjunto.
En esta fiesta barroca se produce también algo que Lévi-Strauss notó
en el famoso cuadro de Las M eninas de Velázquez, la familia virreinal,
las autoridades civiles y religiosas miran un espectáculo, espectáculo
que es para todos, el pueblo y las élites. Se trata de una organización
en la que los pudientes, las élites, miran el espectáculo que se brinda
al conjunto de la sociedad mientras miran asimismo al pueblo que
está gozando del mismo espectáculo. Ahora, el pueblo a su vez mira
el espectáculo y a la élite que lo mira, constituyendo el conjunto un
espectáculo cerrado que se define a través de la noción de espectáculo

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mutuo: unos y otros se miran y concurren a ofrecer un espect
cuya característica es una especie de globaiidad, de representa
general de la sociedad.
No quiero insistir sobre la organización espacial y social deb
pectáculo, porque los historiadores del arte lo han hecho. Sólo qu¡¡
recalcar el hecho de que estos espectáculos están estrictamente i
ficados. Esta característica se manifiesta a través del problema de¡3
preeminencias, cuya importancia trasciende de numerosos docui__
del siglo xvii . Esta cuestión de las preeminencias comprueba el a
pecto estrictamente codificado, jerarquizado de estos espectác^.
que no tienen absolutamente nada de espontáneo. La función
tales espectáculos consiste en enaltecer, exaltar los valores y el on
monárquicos, con su grandeza y estabilidad. Estas fiestas pue
en cierta medida, ser vistas como los antecedentes de nuestras fie
cívicas donde, por ejemplo en la ciudad de México, tenem os,
todavía muy barroco. Las autoridades no se mezclan con el pue
sino como las autoridades virreinales, se quedan en los balconeso
en los pisos de los palacios, desde donde miran el espectáculo y¿
pueblo que goza el espectáculo. El mismo pueblo, abajo, tamt
mira el espectáculo que se le ofrece pero también a las autorida
que lo miran, etc. Es decir que se produce el mismo juego de ref
Esta sería, por tanto, la primera característica de la fiesta barr
el hecho de que sea totalmente pública.
La segunda característica se deriva de la primera: lo público yl
privado también están estrechamente mezclados. Hemos visto i
en todas las fiestas ciertas secuencias sólo interesan a grupos másrej
ducidos y selectos como la comedia, el pésame, o la asistencias
algún lugar determinado donde no tiene acceso el conjunto del putI
blo. Algunas secuencias de la fiesta, por tanto, empiezan a tener uihI
distribución y una función limitada y selectiva. Esta segunda carac-|
terística se desprende, obviamente, de la número uno.
La tercera me parece muy importante: se trata de la civilidaáA
Una sociabilidad estrechamente ligada con la esfera religiosa es|

100
' tica del barroco. En primer lugar, todo lo que ocurre dentro
Car3C b to religioso, incluso el más cerrado, como es el caso de los
del am
c o n v e n to s o j
monias, se vuelve un hecho público. Por ejemplo la
• n de una abadesa, de un prior, de un guardián, de un supe-
• r ' implican la participación directa de toda la ciudad. En la Lima
de i 635 sucede, por ejemplo, lo siguiente:

El ii de enero, las monjas de Santa Clara hicieron elección de


nueva abadesa en doña M aría de Silva, que lo ha sido otra vez
con muy gran aclamación y aplauso de todo el pueblo. A las 12,
or la tarde, en los barrios populares y delante de la portería prin­
cipal del Convento de Santa Clara, se jugó un toro y hubo muchas
carreras de muchos caballeros mozos de esta ciudad en regocijo
de la nueva abadesa3

Este primer punto es para nosotros casi incomprensible! en la


elección de una abadesa de monjas clarisas, ¡toda la ciudad interviene
en los barrios y frente al convento! Segundo punto: las mismas ins­
tituciones religiosas, en particular los conventos, y los femeninos
muy concretamente, desempeñan funciones de sociabilidad impor­
tantísimas aunque hasta ahora muy poco estudiadas y que además
serán difíciles de estudiar precisamente por el problema de las fuentes.
De sociabilidad porque los conventos funcionaban como especies
de salones selectos de gran lujo. Como lo veremos ahora. Estamos
en Lima otra vez, ya que curiosamente Suardo da muchos más de­
talles sobre la sociabilidad virreinal en Lima que Guijo y Robles so­
bre la de México. El I o de noviembre de 1631:

Este día, a las dos de la tarde, el señor virrey y la señora condesa


fueron al convento de monjas de Nuestra Señora de la Encarnación
[era el más importante de Lima, como en México la Concepción]
en cuya portería principal les estaba prevenido un condigno. Y
aviendo sus excelencias tomado sus asientos junto a la puerta que
estaba abierta de par en par, y por de dentro estavan cerca
treinta monjas, empezaron a cantar y tañer diversidad de instrurnei«
y después les sacaron muchas fuentes allí de muy regalada colacig
con exquisitos olores con que los señores condes estuvieron en
tretenidos hasta cerca de las ocho de la noche y haviéndose llevad
todas las fuentes a Palacio, el señor virrey las mandó presentar
señor presidente visitador de los Charcas.4

Se establecen por tanto vínculos de sociabilidad entre los virreye


sus criados, damas de honor, etc., en un convento de clausura.«
espectáculo es acompañado de una merienda preparada por
monjas y, a su vez, la sociabilidad conventual se prolonga en la c
virrey que hace obsequio a un visitador de Charcas de las fuentes
de dulces regalados por las monjas. Este papel de los conventos fe­
meninos me parece fundamental. Aquí en M éxico sabemos, p®
ejemplo, que sor Juana Inés de la Cruz en el convento de las jerónima;
recibía también visitas de la virreina y que existió una sociabilidad
semejante.
Pero pensemos también en papeles mal conocidos y sin embargo
muy importantes de estas monjas. Éstas, al menos hasta finales del
xvm cuando se reformó la vida conventual, a pesar de la clausura,
no estaban totalmente separadas del mundo secular. Vivían a menudo
con niñas, esas famosas niñas que pululaban en los conventos, que
eran sobrinitas, niñas pepenadas —decían en México—, o sea adoptadas,
que tenían algún tipo de lazo familiar con las m onjas con las que
vivían; estas niñas se criaban, se educaban, muchas veces se quedaban
más tarde en el convento tom ando el hábito. A veces estas niñas se
casaban, también tenían hijos y se volvían un eslabón importante
en la sociedad colonial, -de las élites-, para la transmisión de pautas
de comportamiento como la manera de hablar, los usos de mesa;
las artes mujeriles de hacer flores de papel, bordados, etc. También
las monjas tenían locutorio, en el que podían comunicarse con sus
madres, hermanas, tías, incluso sus hermanos, padres, etc., hasta

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cierto punto desde luego. Pensemos entonces que estos conventos
funcionaban, en el mundo hispánico, un poco como los salones en
la Francia del siglo xvn , los salones esencialmente femeninos también.
Lo que me sugiere esta hipótesis es la presencia, el impacto en la vi­
da mexicana y peruana de finales de nuestro siglo de muchos elementos
que ustedes tal vez no ven porque están acostumbrados a ellos, pero
elementos que son claramente de origen conventual, no solamente
la comida sino, por ejemplo, el gusto por lo diminuto, lo entemecedor
o aniñado; los regalos que se hacen el día del maestro, de la secretaria,
etc. Muchas veces son fiorecitas de papel, de migajón, seguramente
de origen conventual. Vemos, por tanto, esta sociabilidad virreinal
ligada con la vida religiosa no solamente a través de las grandes
fiestas, misas fúnebres, etc., sino también de las órdenes religiosas
y, en particular, de los conventos femeninos. Para la América colonial
me atrevería a hablar de una función civilizadora en el sentido en
que emplea el término Norbert Elias, de la corte virreinal jun to con
los conventos femeninos. Lo atestigua el hecho de que en América,
las ciudades pugnaban por tener conventos de monjas, porque era
considerado como una especie de timbre de nobleza, de elegancia,
como la seguridad de los hijos de los vecinos de la ciudad, sus hijas
y mujeres en general, pudieran tener contacto con personas de trato
exquisito y participaran, por tanto, de una sociabilidad más refinada
que la común. Esta sería la tercera característica importante.
En fin, la cuarta, se deriva de las tres anteriores e interesa a la es­
fera de lo privado, ¿a qué se reduce la sociabilidad privada en el pe­
riodo barroco en los dos grandes virreinatos americanos? Parece que
a muy poca cosa, a no ser, como dijimos al principio, que las fuentes
opaquen un poco ese aspecto por razones conceptuales. En efecto,
la esfera de lo privado se mezcla íntimamente a las dos primeras, o
sea a lo público y a lo religioso; incluso, acontecimientos que ac­
tualmente consideramos como significativos, en cuanto ejes de nues­
tra sociabilidad moderna, como por ejemplo, al bautizo; a la boda,
que en países como México y Perú, resulta ser una de las mayores

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oportunidades de restablecer y establecer relaciones familiares e új
cluso sociales.
Lo mismo puede decirse de la muerte, con el velorio, el sepelj,
y el luto que desempeñan, en el M éxico de hoy todavía una función
fundamental de sociabilidad, com o lo atestiguan los convivios q^
se llevan a cabo en una agencia funeraria de abolengo como Gayos^
Todos esos acontecimientos que para nosotros son tan importante
como ejes de nuestra sociabilidad moderna son acontecimientos
esencialmente privados y sin mucho relieve durante el periodo co­
lonial. Por ejemplo, el alumbramiento en una casa siempre resultaba
un acontecimiento sumamente grave por la alta incidencia de muerte^
pero el bautizo en sí aunque era un acto de sociabilidad que permita
contraer relaciones con compadres y otros sectores sociales, o reactivar
algunas relaciones, sin embargo no tenía el carácter convivial que
tiene actualmente. El bautizo, incluso, caía dentro del ámbito délo
público, y se mandaban fuentes de dulces a los padrinos y a la gente
que asistía. La boda, esencialmente privada y casi clandestina, celebra­
da a veces a horas muy curiosas com o las diez de la noche o seis de
la mañana, se verificaba en casa, con la presencia del notario y del
sacerdote. Se daba la bendición nada más. A veces se nos brindan
algunas anotaciones sobre el atuendo de la novia, pero por lo visto
no era un aspecto importante, el banquete era poco común, siendo
la boda estrictamente íntima y sin que tuviera lugar un acto de socia­
bilidad notable. La muerte también era un acto dramático, como
el parto, pero era un acto expedito. Se enterrbaa muy rápido y sin
mucho acompañamiento y el acto tenía un aspecto esencialmente
religioso, con lo que volvemos a encontrar la segunda gran característica,
de tipo religioso.
Pero también había otros acontecimientos familiares que participaban
de las dos primeras categorías, como la toma de hábito del hombre,
y sobre todo de la mujer. En este caso se trataba de un acto público,
a la vez que fam iliar y religioso, y lo seguirá siendo, al menos hasta
el siglo xix según vemos en la marquesa Calderón de la Barca. Tam­

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bién la recepción de un cargo, un puesto, un nombramiento im-
ortante, un título universitario es un acontecimiento privado,
familiar pero también público, y que siempre tenía cierto carácter
r e lig io s o . No sabría decir si estos aspectos son típicamente americanos,
pero en las comedias de Molière o del Siglo de Oro español, las
bodas también se celebraban en casa, de manera rápida y sin mucho
boato Tendería entonces a pensar que esta es una característica del
barroco de la edad clásica, no solamente en América, sino en todas
partes, en todo el m undo occidental. Por lo tanto, vemos que la
sociabilidad doméstica está casi ausente de nuestro horizonte. Lo
repito, se trata tal vez de un problema de fuentes, pero también creo
que existen otras razones para explicar esta situación. Tomemos el
caso de Francia en el siglo xvn donde, efectivamente, empezó a sur­
gir una importante sociabilidad doméstica alrededor de los salones
aristocráticos en los que las figuras femeninas dominaban. Eso no
ocurría en el mundo hispánico por una razón: la tradición musulmana
todavía exigía que las mujeres de cierto status social estuviesen más
encerradas que los hombres, que viviesen en casa. Aquí me refiero
obviamente a las élites, la mujer en América, incluso la española,
gozaba en realidad de una libertad muchísimo mayor de lo que se
suele suponer. Pero, por lo menos a nivel de la pequeña, mediana
y alta aristocracia o de los grandes puestos de los puestos gubernamentales,
las mujeres iban a misa y se luego se quedaban en casa. Por tanto,
en caso de que existiese una sociabilidad doméstica, sólo concernía
a las mujeres. Efectivamente, en otro tip o de documentos, por
ejemplo en los del tribunal del Santo O ficio , de la inquisición,
existen relatos, descripciones en las que vemos a mujeres recibiendo
en el estrado. Como todavía no existe la sala como espacio claramente
delimitado, el estrado, de origen árabe, recubierto a menudo de al­
fombras y almohadas ricas, era el centro de la reunión. En él las
mujeres se sentaban en cuclillas, como seguirán haciendo en el
mundo hispánico hasta el siglo xix. Conversan, hacen labores de
mano, tocan música. Los hombres tenían frecuentemente acceso a

105
estas tertulias femeninas; los primos, los hermanos, los que acababan
de llegar de España o de un corregimiento de la provincia, etc.
Aunque no estaban realmente separadas de los hombres, la sociabilid*
propia de las mujeres era mucho más encerrada, doméstica. Alguna
documentos inquisitoriales revelan que los temas más comunes er^
los chismes, los amoríos, las noticias también. Pero no parece
en estas tertulias se hablase de teoría poética o de astronomía, como
Las preciosas ridiculas y las Mujeres sabias de Molière.
Mientras tanto, ¿dónde estaban los hombres? En la calle, los ne­
gocios, en la plaza, en Palacio, hablando con otros hombres en las
celdas de los religiosos, tal vez tratando de cuestiones intelectuales,
Pero es muy poco probable que hablasen de temas políticos, estéticos;
ni literarios con las mujeres en sus casas. Esta sociabilidad de carácter
familiar parece haberse reducido al ámbito doméstico. Esta situación!
predomina hasta el siglo xvm , en que la vida hogareña empieza a
diversificarse y enriquecerse.
Lo único que parece importante en esta sociabilidad íntima es la
ropa y la cortesía. El vestido y el lujo desempeñan una función re­
levante en América, y no quiero explayarme porque lo hice en otras
partes, sólo quisiera remitirme a una muy corta cita de ZumárragaJ
que en 1529 acaba de llegar a Nueva España y, como cualquier ad­
venedizo, se fija en lo m ás extraño. En 1529, sólo ocho años después!
de la toma de Tenochtitlán, declara lo siguiente;

Porque las sedas son tan comunes que hombres oficiales, mecánicos^
y criados de otros de baja suerte y mujeres de la misma calidad, y
enamoradas y solteras andan cargadas de sedas, capas, y sayos, y sa­
yas y mantos, etc.5

Por lo tanto, desde Zumárraga hasta ahora la ostentación en el


traje resulta ser una tradición típicamente americana. Esta ostentacióa
cuyas características analicé, tiene por función subrayar el status del
español.6 Pero como en México y en Perú, la aristocracia indígena

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también entra en esta especie de eje imitativo y de rivalidad, el
resultado es un proceso dinámico donde todos presumen de tener
vestimenta y joyas más ricas que las que pertenecen a individuos
derfatusalg° inferior al suyo. Esta importancia del vestido y de los
adomos queda reflejada en los numerosos retratos coloniales del
siglo xviii, donde las mujeres ostentan una propensión extraordinaria
dejoyas que supera ampliamente la riqueza que puede observarse
en retratos semejantes, tanto en España como en los demás países
europeos.
El segundo y último punto de esta sociabilidad íntima y personal
se refiere a la cortesía. Una cortesía esencialmente verbal, que resulta
tal vez ser una exageración del conceptismo español, aunque am­
pliamente influenciada por la cortesía de origen indígena en el caso
de México. En efecto, los mismos españoles se maravillaron desde
los principios ante las fórmulas de la impresionante retórica mexica.
Esta cortesía americana llama la atención de todos los observadores
y viajeros desde el siglo xvi hasta el siglo xix, como lo vemos en la
marquesa Calderón de la Barca. Por lo general se trata de evitar las
palabras simples y de sustituirlas por metáforas un tanto misteriosas,
que finalmente nos remiten, aunque con un cariz popular, al estilo
de “Cantinflas” .
¿Cómo concluir estas reflexiones? La sociabilidad barroca en los
dos virreinatos de Nueva España y Perú tuvo un carácter ante todo
público, de carácter público y religioso, y finalmente mixto, donde
no encontramos aún lo que va a caracterizar al siglo x v i i i : es decir,
la delimitación de espacios y de esferas. En los siglos x vi y xvn, lo
cívico, en su modalidad monárquica, lo religioso, lo privado y lo
público están estrechamente ligados. Se trata de una sociabilidad
que corresponde a la estética y a la función propias de la fiesta ba­
rroca. Es una sociabilidad integradora, no tanto de sectores sociales,
sino de niveles religiosos, públicos y privados. Empezamos sólo a
vislumbrar una incipiente delimitación de espacios con las comedias
que se representan en Palacio, o las meriendas ofrecidas en los

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conventos. En efecto, la merienda está destinada al virrey y sus al]J
gados, no al pueblo en general, como tampoco la comedia de Palacio
Empieza a surgir por tanto esta distinción que en el siglo xvin^
ampliará, hasta dividir de manera casi tajante lo público de lo privad^
lo religioso de lo cívico. Finalmente, esta sociabilidad barroca cc¿
sus características americanas, que interesan la cortesía y el adorno
personal parece corresponder a la que p riva en todos los paísej
europeos en la misma época. No parece ser muy distinta de ell»
corroborando el hecho de que los dos virreinatos estaban integrad^
al m undo occidental en cuanto se refiere a sus élites. Sus valores,
conductas y prácticas seguían las mismas pautas aunque, cornos
podía esperar, imprimieron a esta sociabilidad un sello específicamerit
americano, danzas autóctonas, cortesía refinada y extremada, osten
tación en la vestimenta, el equipaje también: caballos, carrozas. E
posible, asimismo, que la relación con la esfera religiosa, mediant
los conventos femeninos, haya sido más notoria en América que ei
Europa, con la excepción, tal vez, de España e Italia.

Notas

i. a.- N ueva relación que contienen los viajes de Thomas Gage a la


N ueva España, sus diversas aventuras y su vuelta por la provincia de
Nicaragua hasta la Habana, con ¡a descripción de la Ciudad de México.
México, Xóchitl. 1947.
b.- Suardo, Antonio de. D iario de Lima, 1629-1639. Lima. Universidad
Católica de Lima, Instituto de Investigaciones Históricas. 1936. 2
vols.
c.- G uijo, Antonio de. D iario. 1629-1664. M éxico, Porrúa, 1953.
2 vols.
d.- Robles, Antonio de. D iario de sucesos notables. México, Porrúa,
1946. 3 vols.
2. Robles, Antonio de. D ia rio ..., III, p. 119.

108
guardo, Juan Antonio. D iario de Lim a. II, p. 63.
S u a rd o , Juan Antonio. D iario de Lim a. I, p. 194.
4 García Icazbalceta, Joaquín. D on Fray Juan de Zum árraga,
Jrner obispo y arzobispo de México. México, Porrúa, 1947. 4 vols.
Anexos p-
(, Alberro, Solange. D el gachupín a l criollo. O de cómo los españoles
de serlo. México. El Colegio de México. 1992. p. 175-185.
d e ja r o n

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