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Los Fantasmas de Stalingrado
Los Fantasmas de Stalingrado
Los Fantasmas de
Stalingrado
ediciones
Stalingrado
Tesis al Master of Military Art and Science, Military History, Faculty of the U.S.
Army Command and General Staff College,
Fort Leavenworth, Kansas, 2004.
Willard B. Akins II
Traducido por
Francisco Medina Portillo
Traducciones
Edciones De La Guerra
www.delaguerra.net
Año 2010
ediciones
LOS FANTASMAS DE STALINGRADO1.
Por Willard B. Akins II
1
Título Original “The Ghosts of Stalingrad”, tesis presentada al Master of Military Art and Science, Military History,
Faculty of the U.S. Army Command and General Staff College, Fort Leavenworth, Kansas, 2004. Original disponible
en http://handle.dtic.mil/100.2/ADA428781.
CAPÍTULO 1. INTRODUCCIÓN A LA LUFTWAFFE Y EL RE‐
ABASTECIMIENTO AÉREO.
He hecho lo mejor que se puede, en años pasados, para hacer a nuestra Luftwaffe
la más grande y poderosa del mundo. La creación del Gran Reich Alemán ha sido posible
en gran parte por la fuerza y constante preparación de la Fuerza Aérea. Nacida del espí‐
ritu de los aviadores alemanes de la Primera Guerra Mundial, inspirada por la fe en
nuestro Fuehrer y Comandante en Jefe, así permanece la Fuerza Aérea Alemana hoy en
día, lista para ejecutar cada orden del Fuehrer a pasmosa velocidad y fuerza inimagina‐
ble.
Puesto que el Oficial de Transporte Aéreo era al mismo tiempo el oficial co‐
mandante de las escuelas de vuelo instrumental, su posición era de subordina‐
ción dual. Como Oficial del Transporte Aéreo pertenecía al estado mayor del
Intendente General, y como oficial comandante de las escuelas de vuelo instru‐
mental al del Jefe de Entrenamiento. Inevitablemente resultó una cierta canti‐
dad de fricción, que también hizo sentir sus efectos entre las unidades de vuelo
y las escuelas. Las demandas y súplicas para una aclaración de la situación es‐
taban sin ganancia, y una competición de fuerza dentro del cuartel general del
mando sucedió. Las funciones del oficial de transporte aéreo y las del oficial
comandante de las escuelas de vuelo instrumental estaban unidades en un
hombre que tenía dos estados mayor de mando operacional bajo él, uno por
cada una de sus funciones. Esta desafortunada solución al problema del mando
de dos importantes actividades debía de resultar en la negligencia no intencio‐
nada de una de ellas.
El resultado final fue el desgaste de una guerra prolongada y multifrente.
La aviación de entrenamiento principal estaba constantemente prestada para
sostener operaciones militares, y la destrucción de esta misma aviación a través
de las acciones enemigas lentamente desangró a la flota de transporte aéreo en
particular, y a la Luftwaffe como conjunto,.
CAPÍTULO 2. PRECEDENTES PELIGROSOS: DEMYANSK Y
KHOLM.
Es enteramente posible que el puente aéreo de Stalingrado pudiera haber
sido evitado de no ser por el éxito de dos puentes aéreos alemanes previos:
Demyansk y Kholm. Demyansk fue la primera operación de puente aéreo a
gran escala de la II Guerra Mundial, y fue consecuencia del encallado ataque
alemán sobre Moscú, lo cual jugó a favor de la ofensiva de invierno soviética.
A finales de 1941, los alemanes estaban al noroeste y al sur de Moscú in‐
tentando capturar la ciudad cuando el período de barro comenzó. Las fuertes
nevadas y heladas siguieron casi inmediatamente al barro, haciendo el movi‐
miento casi imposible. Las operaciones de suministro por tierra eran muy difíci‐
les a través del hielo y la nieve; el transporte de suministro campo a través se
volvería imposible si la ola de frío continuaba. El ataque sobre Moscú se detuvo.
Las operaciones ofensivas llegaron a un completo punto muerto; la única cosa
que quedaba por hacer era prepararse para operaciones defensivas. Debido al
rápido avance alemán de las unidades de vanguardia, la línea del frente estaba
desequilibrada exponiendo los flancos de muchas unidades. Los patrones de
clima severo combinados con el difícil terreno y la relativa inmovilidad de blin‐
dados y armas pesadas dejaron a las unidades en avance en una situación pre‐
caria –la retirada por el momento parecía indeseable e impracticable debido a
que habría significado la pérdida de mucho equipamiento pesado.
El 9 de enero de 1942, el avance de la ofensiva soviética de invierno per‐
mitió a cuatro ejércitos soviéticos, operando en un frente de sesenta millas, pe‐
netrar las posiciones de la línea de demarcación sostenidas por dos divisiones
de infantería entre los Grupos de Ejércitos Norte y Centro Alemanes. Las tropas
alemanas fueron apresuradamente reunidas y situadas en pueblos y ciudades a
lo largo del sendero soviético para actuar como rompeolas, pero la acometida
soviética continuó. Entre los atacantes estaban tropas de refresco siberianas,
operando cerca de sus bases de suministro y bien familiarizadas y equipadas
para el invierno ruso. Las unidades alemanes, atrapadas en posiciones defensi‐
vas completamente inadecuadas, fueron superadas y obligadas a retirarse hacia
el este, dejando detrás sus armas pesadas y vehículos. En la segunda semana de
febrero, las fuerzas soviéticas rodearon a todo el X Cuerpo de Ejército y a partes
del II Cuerpo de Ejército, localizados en el área de Demyansk (ver Figura 1):
alrededor de seis divisiones de aproximadamente cien mil hombres. En varios
días, la distancia entre el frente alemán y los enclaves aumentaron a setenta y
cinco millas. A menos que el avance de la contraofensiva rusa pudiera ser dete‐
nido, el colapso del sector central del frente parecía cierto.
Demyansk
La única forma de superar la distancia, el tiempo, y la falta de adecuación
de la red de carreteras para el suministro a las fuerzas aisladas era por aire. El
mismo Hitler ordenó el reabastecimiento el 8 de diciembre. Esto era un nuevo
papel para la Fuerza Aérea Alemana. Más que cimentar el camino para las con‐
quistas ofensivas del ejército, ahora debían rescatar a las fuerzas terrestres ale‐
manas en un papel defensivo. Cada división que aterrizaba en el área operativa
con tropas, armas y suministros reforzaría a las fuerzas alemanas, mientras si‐
multáneamente aliviaba la presión soviética.
El Coronel Fritz Morzik, jefe del transporte aéreo, declaró que el puente
aéreo era posible una vez que ciertas condiciones fueran afrontadas. Primero,
para entregar una cuota diaria de trescientas toneladas, él necesitaba al menos
150 aviones operativos, ya que él sabía que los efectivos presentes eran de 220
aviones y solamente un tercio de éstos eran operables. Era por consiguiente ne‐
cesario sacar aviones de otras frentes y despojar a Alemania de toda la aviación
de transporte disponible. Segundo, solicitó personal de tierra adicional y mejor
equipamiento terrestre. Especialmente en Demyansk, el único modo de asegu‐
rar un alto grado de preparación operativa para un extenso puente aéreo era
hacer ciertas modificaciones necesarias. Talleres móviles, motores de arranque
auxiliares, máquinas de calentar de mano, etcétera, eran vitales para hacer fren‐
te a temperaturas de cuarenta a cincuenta grados centígrados bajo cero. Tercero,
el Coronel Morzik solicitó la eliminación de la cadena de mando usual. Esto
permitiría al jefe del transporte aéreo emitir órdenes directamente a la organi‐
zación terrestre y a las unidades de suministro y proponer solicitudes para ser‐
vicios necesitados y artículos de suministros directamente a estas mismas agen‐
cias. Morzik proporcionó su justificación para la tercera condición:
Los requerimientos anteriormente mencionadas están basados en la clara
comprensión de que una empresa improvisada del alcance contemplado podría
tener éxito solamente si la autoridad necesaria está concentrada en una persona.
Pues solamente hay una agencia capaz de supervisar e integrar los muchos re‐
querimientos de una operación a gran escala, y esa agencia es la encargada de la
responsabilidad de dirigirla.
El General Alfred Keller, comandante de la Primera Flota Aérea, que era
responsable de todas las operaciones de la Fuerza Aérea Alemana en el sector
que incluía Demyansk, estuvo de acuerdo con las condiciones. Veinticuatro
horas después, un puente aéreo provisional estaban en marcha. Formaciones de
Ju‐52 llegaron volando a sus nuevas bases en Pleskau Oeste y Sur, Korovye‐
Selo, Tuleblya, Ostrov, Riva y Riga Norte, y Daugavpils. Los aeródromos de
aterrizaje eran: Demyansk, Pieski; el Área de Lanzamiento de Suministros,
Demyansk; y Kholm. Inicialmente, solamente dos de estos aeródromos tenían
las instalaciones y el equipamiento para hacerse cargo de operaciones a gran
escala o incluso constantes en todas las condiciones meteorológicas: Pskov Sur y
Riga. El aeródromo de Demyansk consistía en una pista de aterrizaje de 2.625
por 164 pies, una pequeña área de rodaje, y un área de descarga que consistía
en quitar la nieve y apretujar la tierra debajo; de veinte a treinta aviones podían
utilizar las instalaciones improvisadas de Demyansk a la vez. Morzik sabía que
Demyansk sólo sería insuficiente para apoyar cien mil hombres. Las inclemen‐
cias del clima, la destrucción de aviones, o la actividad enemiga podrían cerrar
el esfuerzo indefinidamente. Como una contingencia, el Coronel Morzik de‐
mandó un segundo campo de aterrizaje dentro del área rodeada; Pieske, a ocho
millas al norte de Demyansk, fue completado en marzo y consistía en una pista
de aterrizaje de 1.968 por 98 pies en la nieve fuertemente apisonada y podía so‐
portar la carga y descarga de solamente tres a seis aviones a la vez. Morzik limi‐
tó las operaciones en Pieski a los pilotos más experimentados y restringió las
cargas a una tonelada y media para impedir que el tren de aterrizaje se averiara
en la nieve. Adicionalmente, el Área de Lanzamiento de Suministros, Dem‐
yansk, era un área marcada y abierta utilizada para lanzar suministros durante
el período de barro. Kholm podía soportar una limitada actividad de aterrizaje.
Cuando comenzó la operación, no había una organización establecida
para hacerse cargo de ella efectivamente. Todo tuvo que ser traído por aire:
equipamiento de orientación de aviones, radiofaros, e incluso las herramientas
más simples. El 20 de febrero, los primeros cuarenta Ju‐52 aterrizaron en Dem‐
yansk.
Un problema que debía de obsesionar a las fuerzas de transporte aéreo a
lo largo del puente aéreo fue la falta de integración con el esfuerzo entero de la
Luftwaffe. Parte de la razón por la que el comandante en jefe de la Primera Flo‐
ta Aérea estuvo de acuerdo con las condiciones del jefe del transporte aéreo era
que él no comprendía las idiosincrasias y requerimientos de una misión de
transporte aéreo a gran escala, ni el estado mayor de la flota aérea. Como resul‐
tado, hubo poco apoyo proporcionado a las fuerzas de transporte. En una oca‐
sión, el Coronel Morzik solicitó información con respecto a la mejor ruta de
aproximación a Demyansk para evitar la defensa antiaérea rusa. La respuesta
de la rama de inteligencia del estado mayor de la flota aérea fue “seleccionar la
ruta que ofrezca la mejor probabilidad de evitar bajas”. En otra ocasión, el esta‐
do mayor de la flota aérea no pudo informar al estado mayor del transporte
aéreo que los rusos habían lanzado en paracaídas exitosamente fuerzas en el
área rodeada. El estado mayor del transporte aéreo supo de esto solamente
cuando varios aviones de transporte regresaron a la base necesitando repara‐
ción después de ser accidentalmente alcanzados por el fuego antiaéreo alemán.
Este daño podía haber sido evitado si el estado mayor de la flota aérea hubiese
informado del ataque al jefe del transporte aéreo inmediatamente.
Pieski estaba a 150 millas de Demyansk, pero los transportes estaban de‐
ntro del alcance de los cazas rusos durante las cien millas finales. Los rusos
usualmente quedarían a la espera cerca de Demyansk y atacarían a los confia‐
dos transportes desde ángulo recto cuando se alineaban para aterrizar. Sin em‐
bargo, si los cazas alemanes aparecían, los rusos huirían.
Los esfuerzos rusos para frustrar el puente aéreo alemán obstaculizaron
el éxito de la Luftwaffe, a pesar de la inexplicable renuencia soviética a atacar
las instalaciones de descarga alemanas. Una vez que el Ejército Rojo compren‐
dió que las misiones de puente aéreo eran parte de una operación sistemática y
permanente, los líderes soviéticos emitieron órdenes para asegurar que cada
soldados llevara un arma con él en todo momento y disparara inmediatamente
a cualquier avión de transporte que pasara sobre ellos. Las tripulaciones pronto
informaron de un fuego aumentado de armas de infantería de todas las clases.
El esfuerzo de reabastecimiento de la Luftwaffe vio consecuentemente un in‐
cremento diario en aviones y aviadores perdidos.
El Coronel Morzik envió inicialmente los aviones individualmente a baja
altura, pero la artillería antiaérea rusa se convirtió en demasiada peligros y apa‐
recieron cantidades crecientes de cazas enemigos. El constante incremento en la
pérdida de aviones le apremió a aumentar la altitud de vuelo a entre los 6.500 y
los 8.200 pies. También optó por que las unidades de transporte volaran en
grupos de veinte a treinta aviones para concentrar su potencia de fuego si eran
atacados por cazas enemigos. Las rutas de ida y vuelta fueron cambiadas cada
día. Estas nuevas tácticas fueron inicialmente exitosas. Sin embargo, los soviéti‐
cos adaptaron sus tácticas y comenzaron a atacar a los poco manejables trans‐
portes con cazas monomotores. Usualmente, de dos a cuatro cazas rusos ataca‐
rían, pero no estaban ansiosos por atacar a los grandes grupos de transporte en
formación cerrada, especialmente cuando los transportes abrían fuego inmedia‐
tamente. Por consiguiente, los cazas rusos se enfrentaban principalmente con
los Ju‐52 rezagados detrás del grupo principal. Si el piloto de transporte era
hábil y el artillero no era muy severo en el ahorro de fuego trazador, los atacan‐
tes enemigos usualmente huían. Comparadas con las bajas por artillería antiaé‐
rea y fuego de infantería, las pérdidas por cazas fueron escasas, y algunos
transportes incluso derribaron cazas rusos.
No obstante, los cazas rusos suponían una amenaza, pues debido a la
vasta diferencia en velocidades de vuelo así como también en la escasez de ca‐
zas alemanes, no hubo un plan para una escolta regular de cazas para las mi‐
siones de transporte. Como resultado, el personal de la Luftwaffe organizó un
tiempo y altitud pre‐coordinados para que los Ju‐52 se encontraran con los ca‐
zas, los cuales proporcionarían cobertura aérea en el área rodeada y escoltarían
a los transportes de vuelta al espacio aéreo amigo. La tarea de escolta era popu‐
lar, ya que los transportes eran un objetivo lucrativo, tentando a combatir a los
cazas rusos. Eso permitió a los Me‐109 atacar a los agresores soviéticos en de‐
fensa de los transportes, obteniendo muchas victorias aéreas en el proceso.
Aunque la cooperación fue excelente, el número de Me‐109 en el área varió de
dos a diez. Afortunadamente, aún una fuerza simbólica de cazas hizo al enemi‐
go extremadamente cauto y proporcionó a las tripulaciones de transporte apoyo
moral. La cobertura de cazas alemana limitó grandemente las pérdidas por ca‐
zas enemigos, y fue la razón principal por lo que la actividad aérea rusa nunca
desorganizó el puente aéreo. El peligro al que los transportes de la Luftwaffe se
enfrentaban por parte de los soldados soviéticos no era tan grandes como el
peligro al que se enfrentaban los soldados alemanes de sus contrapartes soviéti‐
cas. La Fuerza Aérea Alemana tuvo que organizar el esfuerzo para maximizar
los resultados por los riesgos que implicaba.
El tamaño de un puente aéreo requerido para suministrar a cien mil
hombres, combinado con las dimensiones del principal lugar de descarga,
Demyansk, requirió una cuidadosa coordinación, programación y eliminación
de conflictos para asegurar un flujo ordenado de aviones, para evitar agobiar
las áreas de descarga y al personal, y para evitar tener aviones innecesariamente
retrasados en tierra, donde serían blancos fáciles para el enemigo. El plan de
Morzik era dar un horario cada día para aquellas unidades asignadas para vo‐
lar. El horario designaba un tiempo específico para cada unidad para aterrizar
en Demyansk, descargar, y despegar para el vuelo de regreso. El estado mayor
del transporte aéreo computó la oportunidad de permitir que las unidades se
siguieran unas tras otras en rápida sucesión, mientras todavía evitaba el peligro
de concentrar demasiados aviones sobre el campo a la vez.
Como muchas operaciones militares, el puente aéreo de Demyansk pre‐
sentó una empinada curva de aprendizaje para todos los participantes. La defi‐
ciencia del equipamiento de apoyo terrestre y de las instalaciones indujeron a
los comandantes de unidades a solicitar acción inmediata para mejorarlas. La
situación no pudo ser solucionada inmediatamente, y como resultado, las fuer‐
zas de transporte tuvieron que confiar en el apoyo de otras unidades de la
Luftwaffe estacionadas en los mismos aeródromos. Las unidades originales
eran reticentes. Estaban teniendo dificultades para cubrir sus propios requisitos
con las dificultades planteadas por el invierno ruso. El Coronel Morzik persua‐
dió al Cuartel General de la Primera Flota Aérea para reservar al menos del 50%
de las instalaciones para sus unidades de transporte. Las unidades originales
cumplieron con gran reluctancia, aunque lo demoraron tanto como fue posible
ya que el acatamiento completo pondría en peligro el éxito de sus propias mi‐
siones. El estado mayor del transporte aéreo continuó informando sobre estas
deficiencias y solicitó urgentemente mejoras, pues la deficiencia de las instala‐
ciones amenazaban el éxito del puente aéreo.
La flota aérea y el Mando Administrativo Aéreo intentaron resolver la si‐
tuación, pero simplemente no pudieron acomodar cuatrocientos aviones adi‐
cionales en sus áreas asignadas. Pasaron semanas antes de que las mejoras fue‐
ran hechas. La preparación operacional descendió a menos del 25 por ciento de
los efectivos autorizados y solamente la mitad de los 150 aviones en servicio
disponibles pudieron contribuir al puente aéreo. Morzik explicó lo que debió
haber sido el sentimiento prevaleciente entre los jefes de la Luftwaffe con res‐
pecto a la decisión de ejecutar el suministro aéreo:
Gradualmente se convirtió en obvio que todo lo concerniente a la decisión de
mantener a un cuerpo de ejército rodeado suministrado exclusivamente por aire había
estado basado sobre una estimación completamente errónea, o al menos excesivamente
optimista, del invierno ruso, de los recursos disponibles para enfrentarse a los requeri‐
mientos técnicos, y de las dificultades insuperables inherentes a cubrir las tremendas
distancias implicadas.
Una fuerte y breve acción concentrada contra las bases de despegue alemanas
habría permitido al enemigo detener todo el puente aéreo en muy poco tiempo, pues las
fuerzas de transporte, utilizadas constantemente casi más allá del límite de resistencia,
no tenían reservas para replegarse. Un ataque ruso bien cronometrado e intenso habría
efectivamente sellado el destino de los 100.000 hombres atrapados en Demyansk.
El aspecto negativo del éxito en Demyansk fue que llevó a la errónea evaluación
del estado y del desarrollo potencial de una situación militar dada en la medida en que la
conveniencia del transporte aéreo fue concernida. La potencialidad para el éxito de las
fuerzas de transporte aéreo fue contemplada con demasiado optimismo y, desde este
punto de vista, la operación Demyansk debe ser considerada un punto decisivo para el
transporte aéreo.
Kholm
Además del frío glacial, las fuerzas de la Luftwaffe fueron forzadas a re‐
tirarse durante días enteros debido a la niebla helada, a las fuertes nevadas y a
otros factores meteorológicos que hacían imposible volar. No hubo respiro para
las tripulaciones y el personal de tierra. Muchas veces, los retrasos eran inevita‐
bles. Si los Ju‐52 eran abarrotados para una misión, y el tiempo impredecible
cambiaba hasta impedir el aterrizaje en el área rodeada, entonces las dotaciones
terrestres de reserva tendrían que aparejar los suministros para lanzamiento
aéreo. Tenían que estar preparados para partir en un aviso de momento para
tomar ventaja de cualquier tiempo favorable.
Cuando el tiempo permitía operaciones de puente aéreo, había siempre
la amenaza de los cazas y la artillería antiaérea rusa. Inicialmente, los cazas ru‐
sos fueron sorprendentemente condescendientes hacia los transportes alema‐
nes, pero según pasaron las semanas, los cazas se convirtieron en más y más
activos. Los cazas rusos forzaban a los transportes a volar en grupos de cuaren‐
ta o cincuenta para maximizar la eficiencia de la escolta de cazas alemanes. Si‐
multáneamente, las operaciones terrestres requerían el uso de cazas y bombar‐
deros alemanes para repeler los intensos ataques terrestres soviéticos. Todos
estos factores continuaron añadiendo el precio del desgaste.
Al comienzo del puente aéreo, con buen tiempo y techos altos, las unida‐
des de suministro volaron en escuadrones o grupos de cinco aviones con una
escolta de cazas. Durante ocasiones de baja visibilidad o bajo techo de nubes,
solamente tripulaciones completamente competentes en el vuelo con instru‐
mentos volaban en grupos de cinco, el resto volaban en grupos de dos o tres.
Las misiones nocturnas eran siempre realizadas individualmente, necesitando
horarios de despegue cuidadosamente coordinados entre Morozovskaya y Tat‐
sinskaya.
A lo largo de toda la operación, los rusos atacaron a los transportes desde
el aire y desde tierra. Pitomnik poseía artillería antiaérea relativamente fuerte,
pero estas armas no detuvieron los ataques rusos. Las bajas en personal y en
aviones fueron elevadas, particularmente cuando los ataques se producían du‐
rante las operaciones de despegue y aterrizaje, o cuando los transportes estaban
siendo cargados o descargados. Los despiadados bombardeos, el fuego de arti‐
llería e incluso los ataques con granadas se cobraron un precio considerable en
la operación e incluso llevaron a una paralización en ocasiones.
Tatsinskaya y Morozovskaya eran los mayores y mejor equipados aeródromos
de la región, así como también las principales bases de suministros para Stalin‐
grado; su pérdida sería un tremendo revés para el puente aéreo y, en conse‐
cuencia, los bombarderos soviéticos los atacaron repetidamente. El 21 de di‐
ciembre, dos ejércitos de la Guardia rusos habían penetrado las defensas del Eje
y estaban dirigiéndose al sur hacia Rostov. El Veinticuatro Cuerpo de Tanques
había avanzado hasta veinte kilómetros de Tatsinskaya, mientras que los bom‐
barderos soviéticos estaban machacando Morozovskaya. Todo el frente sur
alemán estaba en peligro, pero los objetivos inmediatos eran Tatsinskaya y Mo‐
rozovskaya. El General Fiebig había solicitado permiso para evacuarlos antes de
que el Ejército Rojo estuviese en posición de disparar sobre ellos. Al principio,
Richthofen le dijo que se mantuviera firme. Buscaría clarificación del Alto Man‐
do. Un día después, el Alto Mando todavía no le había respondido. Actuando
por su propia cuenta, ordenó a Fiebig que preparara Tatsinskaya y Morozovs‐
kaya para una evacuación inmediata si las fuerzas enemigas amenazaban los
aeródromos. La temprana evacuación era esencial para asegurar la disponibili‐
dad de equipamiento importante para futuras misiones. No podía arriesgarse a
perder tanques de combustible, equipamiento de motores de calentamiento, y
piezas de repuesto, que estaban peligrosamente en escasez.
El 23 de diciembre, el mismo Göring finalmente intervino y rotundamen‐
te rechazó permitir a los 180 Ju‐52 que se retiraran hasta que estuviesen bajo
fuego directo. Una flota entera de transporte, representando la esperanza más
simple de supervivencia para el Sexto Ejército, estaba en peligro. Fiebig aceptó
las órdenes con el mismo consentimiento reservado mostrado por Paulus en
Stalingrado. Esa tarde, Fiebig escribió en su diario: “Veo que nos estamos preci‐
pitando de cabeza en el desastre, pero ¡órdenes son órdenes!”. Como resultado,
Fiebig rechazó permitir la evacuación incluso después que las baterías de arti‐
llería y los tanques soviéticos comenzaran a bombardear el campo. Un proyectil
de tanque destruyó el centro de comunicaciones. El fuego de artillería y de tan‐
ques destruyó varios transportes sobre el terreno, pero esto no impidió que
otras aviones despegaran, a pesar de una visibilidad inferior a 2.000 pies y un
techo inferior a los 100 pies. Bekker describe el acontecimiento que finalmente
hizo que Fiebig se ablandase y ordenara la evacuación bajo su propia autoridad.
El Coronel Herhudt von Rohden, Jefe de Estado Mayor de la Cuarta Flota Aé‐
rea, permaneció al lado de Fiebig en su refugio, permaneciendo hasta este mo‐
mento en silencio respecto a lo que se estaba desarrollando ante él. Una hora y
media después comenzó el bombardeo, el jefe de estado mayor de Fiebig, Te‐
niente Coronel Lothar von Heinemann, irrumpió en el refugio de Fiebig tras
presenciar el pandemonium estallado entre las tripulaciones:
‐“Herr General”, jadeó, “¡debe actuar! ¡Debe dar permiso para despegar!”.
‐“Para eso necesito el permiso de la Luftflotte cancelando las órdenes existentes”, res‐
pondió Fiebig. “En cualquier caso, ¡es imposible despegar en esta niebla!”.
Tirando de sí, Heinemann declaró rotundamente:
‐ “O asume ese riesgo o toda unidad en el aeródromo será aniquilada. Todas las unida‐
des de transporte para Stalingrado, Herr General. ¡La última esperanza del sitiado 6
Ejército!”.
El Coronel von Rohden habló entonces.
‐“Soy de la misma opinión”, dijo.
Fiebig se rindió.
‐ “¡Bien!”, dijo volviéndose a los comandantes de Gruppen. “Permiso para despegar.
Intenten retirarse en dirección a Novocherkassk”.
Si el Tercer Reich tenía una gran estrategia nacional cohesiva, era espa‐
ciosa en el mejor de los casos. La volubilidad ostensible y el diletantismo impe‐
rioso de Hitler con respecto a los objetivos y ultimátum que él colocaba ante sus
fuerzas armadas resultaba en su incapacidad final por lograr el éxito y en su
destrucción final. La destrucción del Sexto Ejército fue la primera vez en que un
ejército de campaña prusiano o alemán había sido rodeado y aniquilado desde
1806. De hecho, nunca antes en la historia de Alemania había llegado tan gran
cantidad de tropas a una desaparición tan horrorosa. De los aproximadamente
trescientos sesenta y cuatro mil soldados que se aproximaron a Stalingrado en
el verano de 1942, solamente noventa y un mil hombres, medio congelados, de‐
bilitados por el hambre, y comenzando a sufrir los dolores del tifus, salieron de
la ciudad y pasaron a campos de prisioneros de guerra soviéticos. A lo largo del
camino, el brote de tifus se convirtió en epidemia y mató a unos cincuenta mil
hombres. Muchos miles murieron durante la marcha hacia los campos en Sibe‐
ria y Asia Central. De los noventa y un mil, solamente cinco mil sobrevivieron
al cautiverio soviético, con los últimos prisioneros regresando a Alemania tan
tarde como en 1955. El final del combate liberó a no menos de siete ejércitos so‐
viéticos para atacar en cualquier otro lugar, exacerbando la incesante dispari‐
dad en la debilidad Eje‐alemana.
Los soviéticos sacaron provecho de la concentración del poder militar
alemán en Stalingrado pasando a la ofensiva a lo largo de todo el frente: en el
norte, el asedio de Leningrado fue rotoel 18 de enero; a lo largo del frente de
Moscú, los rusos recuperaron Rzhev y Vyasma antes de que acabara la campa‐
ña invernal; en el Don Superior, reconquistaron Voronezh antes de la rendición
en Stalingrado. Pero los avances soviéticos más rápidos fueron en el sur, donde
el Ejército Rojo sobrepasó a las fuerzas alemanas en Stalingrado, estableciendo
un nuevo frente a lo largo del Donetz y recuperando Kharkov a mediados de
febrero, y obligando a los alemanes a retirarse del Cáucaso.
De vuelta en Alemania, las proclamaciones soviéticas de una victoria
monumental obligaron al régimen nazi a revelar al pueblo alemán la pérdida de
todo el Sexto Ejército. Muchos alemanes comenzaron a creer que Alemania per‐
dería la guerra y el mismo Hitler se convirtió en el blanco de una extendida crí‐
tica por primera vez. Después de la guerra, Albert Speer, el Ministro de Arma‐
mentos y Producción de Guerra del Tercer Reich, escribió en sus memorias:
Stalingrado nos había afectado –no solamente la tragedia de los soldados del Sex‐
to Ejército, sino incluso más, quizás, la cuestión de cómo tal desastre pudo haber tenido
lugar bajo las órdenes de Hitler. Porque hasta ahora siempre había habido un éxito para
compensar un revés; hasta ahora había habido un nuevo triunfo para compensar todas
las pérdidas o al menos hacerlas olvidar a todos. Ahora, por primera vez, habíamos su‐
frido una derrota para la cual no había compensación.
Es un hecho bien conocido que la práctica de requisar Ju‐52 de las escuelas de en‐
trenamiento continuó implacablemente y, de hecho, se convirtió en más y más común
según la guerra progresó. Como resultado, por supuesto, las escuelas fueron simplemen‐
te incapaces de cumplir con su misión de proporcionar personal de reemplazo entrenado
para las fuerzas de bombarderos y de reconocimiento a largo alcance.
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