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Este poder jurídico compete al individuo en cuanto tal, como un atributo de su personalidad.
Conclusión: La acción, como poder jurídico de acudir a la jurisdicción, existe siempre: con
derecho (material) o sin él; con pretensión o sin ella, pues todo individuo tiene ese poder
jurídico, aun antes de que nazca su pretensión concreta. El poder de accionar es un poder
jurídico de todo individuo en cuanto tal; existe aun cuando no se ejerza efectivamente.
Cuando el derecho de petición se ejerce ante el Poder Judicial, bajo la forma de acción civil,
ese poder jurídico no sólo resulta virtualmente coactivo para el demandado, que ha de
comparecer a defenderse, si no desea sufrir las consecuencias perjudiciales de la ficta
confessio, sino que también resulta coactivo para el magistrado que debe expedirse en una u
otra forma acerca del pronunciamiento. Este deber de pronunciamiento de parte del juez, es
de tal manera riguroso ante el ejercicio de la acción civil, que su omisión configura causa de
responsabilidad judicial.
Claria Olmedo: la pretensión es una posición actuante que un sujeto jurídico asume y exhibe
(pretensor) respecto de ese derecho subjetivo, poder jurídico, posibilidad o situación, en el
sentido de sostener por anticipado que corresponde le sea satisfecho su interés por ser digno
de la tutela jurídica cuyo reconocimiento postula, con razón o sin ella.
Concepto unitario de la acción procesal:
Para obtener ese concepto debemos hacer caso omiso de la variabilidad en el tipo, la
naturaleza o la modalidad que muestra el contenido de la norma jurídica cuya tutela se invoca
al requerirse la decisión del órgano jurisdiccional para obtener la concreta actuación del
derecho
La acción debe ser valorada objetivamente, es decir, en su relación con la totalidad del
ordenamiento jurídico
Función jurídica:
Porque estamos frente a una situación activa desde el punto de vista procesal. Se trataría de
una atribución de excitar el movimiento y decisión del órgano jurisdiccional sobre el
fundamento de una pretensión de que debe hacerse valer. Se afirma la existencia del
fundamento fáctico-jurídico de lo pretendido respecto de quien esté específica o
genéricamente legitimado para vincularse del lado pasivo al interés exhibido por el pretensor.
Se trata de un poder concedido por las normas jurídicas a todas las personas de derecho,
incluso el mismo Estado que las dicta, cuando ha surgido una pretensión referida a un derecho
del cual esa persona se considera titular. Se trata de un poder ejercitable directamente por su
titular o por sus representantes (voluntarios o necesarios)
El ejercicio de la acción corresponde tanto aquél que tiene el poder con capacidad para
postular, como aquél a quien se le otorga la atribución de actuar en nombre del titular del
poder.
Desde el punto de vista del ejercicio la acción puede ser pública o privada. Cuando el interés
de la colectividad se conforma o tranquiliza con la satisfacción del interés privado, el ejercicio
de la acción queda exclusivamente en manos del particular, con lo cual se estará frente a la
acción de ejercicio privado (ejemplo cuestiones civiles y algunos delitos en materia penal).
Cuando el interés de la colectividad supera las exigencias del particular no conformándose con
la medida puesta por la satisfacción privada frente a la cual puede o no haber coincidencia,
aparece el órgano público de la acción y por ello su ejercicio público (la mayoría de los asuntos
penales, cuestiones de familia)
La acción procesal es el poder jurídico de presentar y mantener una pretensión ante el órgano
jurisdiccional. De aquí que la pretensión sea el contenido de la acción.
La pretensión se integra:
Por una petición: para que ese fundamento sea aceptado y, por ende, satisfecho el interés
exhibido.
La pretensión no se dirige contra nadie, sino ante quien habrá de proveer la petición, sin
interesar que provea favorable o desfavorablemente.
La acción se satisface con el proveído sobre el fundamento de la pretensión por cuanto éste es
su destino conforme al carácter publicístico que la anima.
Desenvolvimiento de la acción:
Esencia y contenido:
Surge la indespensabilidad de que el accionante afirme tener razón (dar el fundamento) con
respecto al interés que lo determina a actuar (impulso) peticionando en su favor el
reconocimiento del derecho (postulación).
De aquí que la pretensión sea parcial. En cambio la imparcialidad propia del órgano
jurisdiccional determina el dualismo de su decisión: favorable o desfavorable al fundamento
de una u otra de las pretensiones.
Clasificación:
Unas veces la clasificación responde al derecho (acción real); otras, a la pretensión (acción
reivindicatoria); otras, al proceso (acción ejecutiva); otras, a la jurisdicción (acción penal);
otras, al fin procurado (acción de divorcio); etc. La clasificación de acciones en declarativas, de
condena, constitutivas y cautelares es una clasificación de sentencias y no de acciones.
Procesos colectivos:
La tutela colectiva, la tutela diferenciada en este campo del derecho sólo puede justificarse en
la medida que se oriente a resolver conflictos caracterizados por rasgos tales que no puedan
ser atendidos eficientemente por las vías ordinarias.
Se trata de una verdadera necesidad impuesta por el rango constitucional del derecho a una
tutela judicial efectiva y por el deber genérico de aseguramiento positivo establecido en el art.
75 inc. 23 de la CN
3. El caso "Halabi" como muestra de las dificultades que genera el enfoque del asunto desde
una perspectiva de "naturalezas jurídicas"
Al dictar sentencia en la causa "Halabi", la Corte señaló que para resolver si corresponde o no
expandir la cualidad de cosa juzgada de las sentencias judiciales sobre sujetos que no
hubieran participado en el proceso (esto es: para resolver si resulta procedente o no la tutela
colectiva), es necesario determinar entre otras cosas, "cuál es la naturaleza jurídica del
derecho cuya salvaguarda se procuró mediante la acción deducida " (considerando 8°).
Abocada a esa tarea, identificó tres categorías de derechos, a saber: (i) individuales; (ii)
derechos de incidencia colectiva que tienen por objeto bienes colectivos ; y (iii) derechos de
incidencia colectiva referentes a intereses individuales homogéneos (considerando 9°). Según
el tribunal , los últimos dos tipos encuadran en la noción de "derechos de incidencia colectiva"
receptada por el art. 43 CN.
Claro que esta perspectiva no resulta novedosa. El proceso concursal, por ejemplo, es una
clara muestra de cómo la tutela diferenciada de determinado tipo de conflicto puede
justificarse a la luz de las particulares características y consecuencias que éste reúne y provoca,
con total independencia de la naturaleza jurídica de los derechos de fondo en discusión (en el
ejemplo, puramente patrimoniales e individuales).
5. Cinco notas características de los Conflictos Colectivos, comprobadas a la luz de los casos
"Verbitsky", "Mendoza" y "Halabi"
En segundo lugar, el conflicto colectivo puede identificarse por la circunstancia de que todos
los sujetos afectados se encuentran en una posición similar frente al eventual demandado, sea
por
compartir una determinada situación de hecho o de derecho entre ellos, o bien por hacer lo
propio con la contraparte.
Esto es fundamental porque genera una comunión de intereses entre aquel número relevante
de individuos a que ya hice referencia, sin importar si la vulneración recae sobre bienes
individuales o colectivos; lo cual —a su turno— permite juzgar concentradamente el asunto y
obtener una solución común para todos.
En "Verbitsky" los miembros del grupo compartían una situación fáctica común entre ellos
(condiciones insalubres de detención) y jurídica con relación al demandado (calidad de
detenidos); mientras que en "Mendoza" la relación que provocaba el interés común entre los
miembros del grupo era puramente fáctica (habitar en determinada zona geográfica). En
cuanto al conflicto ventilado en "Halabi", todos los miembros del colectivo afectado estaban
ligados con el demandado por medio de una situación puramente jurídica (encontrarse
comprendidos en el campo subjetivo de aplicación de la norma que se reputaba
inconstitucional).
5.3. Trascendencia social, económica y/o política de su discusión y resolución en sede judicial.
Una tercera nota presente en este tipo de conflictos puede identificarse en la trascendencia
social, económica y/o política que encierra su eventual discusión y resolución en sede judicial,
con la consecuente necesidad de generar un debate mucho más amplio que aquel que exige la
resolución de un conflicto individual (30). Sucede que la confluencia de muchos sujetos
involucrados en el conflicto pone en jaque la noción misma de "caso judicial", y provoca el
dictado de decisiones que asumen características cuasi administrativas o cuasi legislativas (31).
Tenemos entonces conflictos cuya desactivación en sede judicial implica definir el destino de
importantes recursos públicos, habilitar el acceso al diálogo democrático de grupos
históricamente relegados, y provocar efectos prácticos similares a la derogación de leyes
formales del Congreso. Por todo ello, el temor de politizar la justicia aflora con todas sus
fuerzas frente a este fenómeno, lo que no ocurre —al menos en línea de principio— en el
marco de un conflicto individual (34).
Una cuarta característica tiene que ver con la mayor presión que estos conflictos generan
sobre el sistema de administración de justicia a efectos de obtener de éste una respuesta única
para todos los sujetos afectados.
Si bien la posibilidad de sentencias contradictorias ante un mismo hecho lesivo es una realidad
inherente al sistema federal y a la división del trabajo de los tribunales por territorio y función
(entre otros factores), dicho fenómeno provoca serios cuestionamientos cuando es analizado a
la luz del derecho de igualdad. La existencia de un conflicto colectivo, donde numerosas
personas se encuentran en situación similar ante el demandado, refuerza esos
cuestionamientos y opera ejerciendo mayor presión sobre el sistema para obtener una
solución común del asunto.
La muestra más evidente de tales indeseadas externalidades pudo apreciarse con motivo del
juzgamiento atomizado de los conflictos individuales surgidos por las normas de emergencia
que primero retuvieron y luego convirtieron en pesos las imposiciones efectuadas en dólares
en el sistema financiero argentino.
Primera etapa
El inicio de la primera etapa histórica puede ubicarse a comienzos del año 1983 con el dictado
del fallo “Kattan”, y se extiende hasta la reforma de la CN operada en el año 1994.
Durante este período la principal discusión en los tribunales de nuestro país y también en el
campo doctrinario giró en torno al alcance de la noción de “intereses difusos”, los cuales eran
considerados como algo diferente de las situaciones jurídicas reconocidas por la vieja trilogía
administrativista “derecho subjetivo/interés legítimo/interés simple”
Asimismo, se discutía por entonces si el Poder Judicial contaba con competencia para entender
en este tipo de asuntos. Sobre este punto hubo ciertos sectores de la doctrina que bregaron
fuertemente por cerrar las puertas de la justicia a reclamos colectivos, argumentando sobre la
supuesta falta de capacidad política y aptitud funcional del Poder Judicial para resolver
conflictos que involucran grandes números de personas.
Ya sobre el final de esta etapa fue sancionada la Ley de Defensa del Consumidor N°
24.240. Si bien se trata de una ley sustancial o de fondo, el texto sancionado por el Congreso
contenía previsiones relativas a la legitimación colectiva de las asociaciones de defensa del
consumidor y también previsiones relativas al alcance de la cosa juzgada de los efectos de la
sentencia a dictarse con motivo de la actuación de tales organizaciones.
Segunda etapa
En el orden interno fue durante este período que el Congreso de la Nación sancionó la Ley
General del Ambiente N° 25.675, incluyendo allí diversas previsiones procesales en materia de
legitimación, cosa juzgada y otros aspectos del trámite del proceso por daño colectivo. Por su
parte, la CSJN no se quedó atrás y reguló la figura del amicus curiae para causas de
trascendencia institucional (Acordada N° 28/2004), ampliando de este modo las posibilidades
de participación en el contexto de casos colectivos.
Tercera etapa
La tercera etapa comienza a mediados del año 2006 con la sentencia recaída en “Mendoza I” y
se extiende hasta comienzos del año 2009, cuando la CSJN dictó el fallo “Halabi”. La causa
“Mendoza” versa sobre la contaminación ambiental de la cuenca hídrica Matanza-Riachuelo.
Se trata de un conflicto de carácter interjurisdiccional que tramita en instancia originaria de la
CSJN y afecta a más de cinco millones de personas.
fue durante esta etapa que el Congreso de la Nación reformó la Ley de Defensa del
Consumidor N° 24.240 por medio de su similar N° 26.361. La reforma incorporó al estatuto del
consumidor numerosas previsiones procesales de tipo colectivo, incluyendo la posibilidad de
tutelar derechos individuales homogéneos, el mecanismo de fluid recovery como modo de
liquidación colectiva de la sentencia, el Defensor del Pueblo como sujeto habilitado para
actuar en este campo (cuestión hasta entonces muy debatida en la jurisprudencia a pesar de la
claridad del texto constitucional), el beneficio de justicia gratuita para quienes promuevan
acciones colectivas, los requisitos para arribar a una transacción válida y el alcance de la cosa
juzgada, entre otras.
Cuarta etapa
La cuarta y última etapa comenzó en febrero del año 2009 con el dictado del fallo “Halabi” por
parte de la CSJN, y aun se encuentra en pleno desarrollo.
El caso “Halabi” involucraba un planteo de inconstitucionalidad contra una ley formal del
Congreso y su Decreto reglamentario, por medio de los cuales se exigía a las empresas de
telecomunicaciones el registro de conversaciones privadas y su almacenamiento por diez años
a fin de ser observadas remotamente por el Ministerio Público Fiscal. A diferencia del caso
“Mendoza”, el conflicto ventilado en “Halabi” llegó a la CSJN en instancia de apelación
extraordinaria e involucraba un número aun mayor de interesados (el grupo afectado por la
normativa impugnada comprendía absolutamente todos los usuarios del servicio telefónico).
En lo que más nos interesa para este trabajo, tenemos que el segundo párrafo del art. 43 CN
reconoció el derecho del afectado, el Defensor del Pueblo de la Nación y ciertas organizaciones
del tercer sector para actuar en defensa de “derechos de incidencia colectiva” (noción también
novedosa incorporada por la reforma). Este segundo párrafo establece:
“Podrán interponer esta acción [se refiere al amparo regulado en el primer párrafo] contra
cualquier forma de discriminación y en lo relativo a los derechos que protegen al ambiente, a
la competencia, al usuario y al consumidor, así como a los derechos de incidencia colectiva en
general, el afectado, el defensor del pueblo y las asociaciones que propendan a esos fines,
registradas conforme a la ley, la que determinará los requisitos y formas de su organización”.
El art. 43 CN configura sin lugar a dudas la principal norma atributiva de legitimación procesal
colectiva. Sin embargo, el esquema constitucional en la materia se completa con otras dos
previsiones: los arts. 86 y 120 de la CN. El primero de ellos se ocupa de regular la figura del
Defensor del Pueblo de la Nación en los siguientes términos:
“El Defensor del Pueblo es un órgano independiente instituido en el ámbito del Congreso de la
Nación, que actuará con plena autonomía funcional, sin recibir instrucciones de ninguna
autoridad. Su misión es la defensa y protección de los derechos humanos y demás derechos,
garantías e intereses tutelados en esta Constitución y las leyes, ante hechos, actos u omisiones
de la Administración; y el control del ejercicio de las funciones administrativas públicas.
El Defensor del Pueblo tiene legitimación procesal. Es designado y removido por el Congreso
con el voto de las dos terceras partes de los miembros presentes de cada una de las Cámaras.
Goza de las inmunidades y privilegios de los legisladores. Durará en su cargo cinco años,
pudiendo ser nuevamente designado por una sola vez.
La organización y el funcionamiento de esta institución serán regulados por una ley especial.”
El art. 120 CN, mientras tanto, hace lo propio con el Ministerio Público. Podemos ver en su
contenido las notas que permiten perfilar a este organismo como un potencial actor de
relevancia en materia de tutela colectiva de derechos en sede judicial. Notas que han llevado
a ciertos autores ha sostener que luego de la reforma el Ministerio Público se convirtió lisa y
llanamente en un cuarto poder del Estado. Me refiero a su independencia (garantizada por el
expreso reconocimiento de inmunidades funcionales e intangibilidad de las remuneraciones
que perciben sus miembros), autonomía funcional y autarquía financiera. Todas ellas
alineadas en pos de un objetivo tan abarcador como promover la actuación de la justicia en
defensa de la legalidad:
“El Ministerio Público es un órgano independiente con autonomía funcional y autarquía
financiera, que tiene por función promover la actuación de la justicia en defensa de la
legalidad, de los intereses generales de la sociedad, en coordinación con las demás
autoridades de la República.
Está integrado por un procurador general de la Nación y un defensor general de la Nación y los
demás miembros que la ley establezca.
El afectado:
los constituyentes parecen haber buscado cumplir un objetivo bien claro al dotar de
legitimación colectiva al afectado. Esto es: permitir que aquella persona vulnerada en su
esfera individual pueda promover una acción de amparo ya no sólo en defensa exclusiva de su
derecho sino también en defensa de todos aquellos que se encuentran en su misma situación
(de todos los miembros del grupo al cual pertenece el afectado en cuestión).
el constituyente se apartó del modelo brasileño de tutela colectiva de derechos (donde los
sujetos individuales carecen de legitimación para accionar) y se acercó fuertemente al modelo
estadounidense de acciones de clase (donde uno o varios individuos pueden defender en sede
judicial su situación y la de otros situados en una posición similar)
El necesario control sobre la calidad del representante del grupo: Legitimación en abstracto
Vs. Legitimación en concreto
Por un lado, la sentencia sólo podrá imponerse a los miembros del grupo ausentes en
el debate en la medida que quien ejerza la legitimación colectiva actúe adecuadamente. Se
trata de una cuestión de sentido común, apoyada en la garantía de debido proceso legal. Sin
ese control no hay modo (constitucional, al menos) de imponer a un grupo de personas los
efectos de una decisión judicial obtenida por alguien a quien éstas no eligieron como su
representante.
El objeto de los procesos analizados es la tutela de los derechos de incidencia colectiva, que
definimos como aquellos que pertenecen divisible o indivisiblemente a una pluralidad
relevante de sujetos, desbordando, por sus especiales cualidades, los tradicionales
mecanismos de enjuiciamiento grupal (vg., intervención de terceros, litisconsorcio).
En estos casos, la prosecución colectiva del litigio se torna indispensable, razón por la
cual a las pretensiones multisubjetivas caracterizadas por su indivisibilidad, se las
denomina ontológicamente colectivas30.
Integran esta especie todos aquellos supuestos en los que es posible la satisfacción de
algunos de los miembros de la colectividad, sin el correlativo beneficio de los demás.
Ha sido también utilizada la noción de "susceptibilidad de apropiación exclusiva”32
para vislumbrar esta categoría, criterio que es equiparable en sus alcances con el que
seguimos en este trabajo, basado en el concepto de divisibilidad. El típico ejemplo es el
de los daños y perjuicios ocasionados masivamente en razón de productos en mal
estado, catástrofes, explosiones, etc. No existe inconveniente lógico en proceder a la
reparación de sólo algunos de los miembros de la comunidad afectada, y así se lo ha
hecho desde siempre en el marco del tradicional litigio individual o litisconsorcial. Es
posible que algunos de los afectados renuncien a su derecho expresa o tácitamente,
que otros decidan enfrentar el litigio y que, una vez iniciado, ciertos accionantes
consideren más adecuado arribar a un acuerdo transaccional, siendo así sólo el grupo
residual el que termine siendo alcanzado por la sentencia fondal; entre tantas otras
alternativas de disposición del objeto procesal que pueden ser imaginadas para
demostrar la ontológica escindibilidad del destino de cada pretensión.
b) El interés individual homogéneo. Origen común (…) el carácter divisible de estos derechos,
que dentro de los parámetros clásicos de política e interpretación jurídica son encauzados a
través de procesos litisconsorciales, hace que el tratamiento colectivo de los mismos sea
procedente exclusivamente en base a requerimientos prácticos de tipo funcional. Es decir, que
como no es la naturaleza del debate (indivisibilidad) lo que impone una solución uniforme,
sino imperativos de conveniencia, debe preverse cuáles son los parámetros para discernir, en
cada caso, la utilidad de la prosecución colectiva de la causa. Uno de esos parámetros es el
“origen común”41, que se manifiesta en dos vectores principales. En primer lugar, para que la
afectación a una pluralidad de sujetos pueda ser tutelada por la vía estudiada, debe tener una
causa-fuente única. Esto requiere que el hecho dañoso -o la sucesión de eventos dañosos42-
sea causa adecuada de los perjuicios cuyo resarcimiento o cesación se reclama. Cobra aquí
importancia el análisis retrospectivo propio de la teoría de la causalidad. Cuando el conjunto
de los daños sufridos por la masa afectada es referible causalmente a un mismo evento o
cadena de eventos, se cumple el estándar de la comunidad de origen, que define el concepto
de interés individual homogéneo. Pero además de la comunión respecto del origen causal de la
lesión, también puede darse un nexo que enlace a los miembros del grupo en torno a los
fundamentos jurídicos de la pretensión incoada. Es decir, que la uniformidad puede operar no
sólo sobre un capítulo fáctico (la causa del daño)43 de la pretensión, sino también respecto de
los argumentos normativos sustanciales utilizados en el reclamo44.