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COLEGIO BICENTENARIO APRENDER

Santo Tomás 0963


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La Pintana

Contexto de producción

Nombre: ________________________________ Curso: IVº ___ Fecha: _______

OBJETIVO: Comparar dos obras con una temática en común a partir de su contexto de producción
I

NSTRUCCIONES GENERALES:

1. Lee los textos “Hombres necios” y “Segundo sexo” de Sor Juana Inés de la Cruz y Simone De Beauvoir,
respectivamente.

2. Responde las preguntas establecidas para cada texto

I. Lee el poema de Juana de Arco y responde las preguntas en tu cuaderno:

Hombres necios que acusáis, Juana de Arco.


Hombres necios que acusáis Opinión, ninguna gana;
a la mujer sin razón pues la que más se recata,
sin ver que sois la ocasión si no os admite, es ingrata,
de lo mismo que culpáis: y si os admite, es liviana.
si con ansia sin igual Siempre tan necios andáis
solicitáis su desdén que, con desigual nivel,
¿por qué queréis que obren bien a una culpáis por crüel
si las incitáis al mal? y otra por fácil culpáis.
Combatís su resistencia ¿Pues cómo ha de estar templada
y luego, con gravedad, la que vuestro amor pretende
decís que fue liviandad si la que es ingrata, ofende,
lo que hizo la diligencia. y la que es fácil, enfada?
Queréis, con presunción necia, Mas, entre el enfado y pena
hallar a la que buscáis, que vuestro gusto refiere,
para pretendida, Thais, bien haya la que no os quiere
y en la posesión, Lucrecia. y quejáos en hora buena.
¿Qué humor puede ser más raro Dan vuestras amantes penas
que el que, falto de consejo, a sus libertades alas,
él mismo empaña el espejo y después de hacerlas malas
y siente que no esté claro? las queréis hallar muy buenas.
Con el favor y el desdén ¿Cuál mayor culpa ha tenido
tenéis condición igual, en una pasión errada:
quejándoos, si os tratan mal, la que cae de rogada,
burlándoos, si os quieren bien. o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de culpar, Dejad de solicitar,
aunque cualquiera mal haga: y después, con más razón,
la que peca por la paga, acusaréis la afición
o el que paga por pecar? de la que os fuere a rogar.
Pues ¿para qué os espantáis Bien con muchas armas fundo
de la culpa que tenéis? que lidia vuestra arrogancia,
Queredlas cual las hacéis pues en promesa e instancia
o hacedlas cual las buscáis. juntáis diablo, carne y mundo.

1. ¿Cuál es el tema principal del poema? Utiliza versos del poema para demostrarlo.
2. Explica, utilizando tus palabras, la diferencia entre Thais y Lucrecia.
3. ¿A qué se refieren los versos “él mismo empaña el espejo/ y siente que no esté claro”?
4. El hablante lírico hace referencia a la prostitución ¿En qué versos lo hace y qué piensa de aquello?
5. Relaciona el contexto de producción con la temática del poema. (El contexto de producción es el universo de
circunstancias económicas, emocionales, políticas, religiosas, sociales y culturales en las que se ve inmerso un
escritor al momento de producir una obra literaria)

II. Lee el segundo texto y responde las preguntas en tu cuaderno:


El segundo sexo, Simón De Beauvoir.
En cierto sentido, la iniciación sexual de la mujer, como la del hombre, empieza desde la más tierna infancia. Hay un
aprendizaje teórico y práctico que se prosigue de manera continua desde las fases oral, anal y genital hasta la edad adulta.
Pero las experiencias eróticas de la joven no son una simple prolongación de sus actividades sexuales anteriores; a menudo
tienen un carácter imprevisto y brutal; y siempre constituyen un acontecimiento nuevo que crea una ruptura con el pasado.
Cuando vive estas experiencias, todos los problemas que se le plantean a la joven se encuentran resumidos bajo una forma
urgente y aguda. En algunos casos, la crisis se resuelve con facilidad; pero hay coyunturas trágicas en las que solo se
resuelve por el suicidio o la locura. De todos modos, la mujer, según la forma en que reaccione en estos momentos,
comprometerá gran parte de su destino. Todos los psiquiatras están de acuerdo respecto a la extremada importancia que
para ella tienen sus comienzos eróticos, que repercuten a lo largo de toda su existencia. La situación es aquí profundamente
distinta para el hombre y para la mujer, tanto desde el punto de vista biológico como desde el social y psicológico. Para el
hombre, el paso de la sexualidad infantil a la madurez es relativamente simple: hay una objetivación del placer erótico que,
en lugar de realizarse en su presencia inmanente, se proyecta sobre un ser trascendente. La erección es la expresión de esa
necesidad; sexo, manos, boca, el hombre se tiende con todo su cuerpo hacia su pareja, pero permanece en el centro de esa
actividad, como en general el sujeto frente a los objetos que percibe y los instrumentos que manipula; se proyecta hacia lo
otro sin perder su autonomía; la carne femenina es para él una presa y toma de ella las cualidades que su sensualidad
reclama de todo objeto; sin duda, no logra apropiárselas, pero, al menos, las estrecha entre sus brazos; la caricia, el beso,
implican un semifracaso: pero este fracaso mismo es un estimulante y un gozo. El acto amoroso halla su unidad en su
culminación natural: el orgasmo. El coito tiene un fin fisiológico preciso; mediante la eyaculación, el varón se descarga de
secreciones que le pesan; después del celo, obtiene una completa liberación acompañada, desde luego, de placer. Y,
ciertamente, el placer no era la única finalidad; a menudo le sigue la decepción: la necesidad, más que satisfacerse, ha
desaparecido. En todo caso, se ha consumado un acto definido y el hombre se encuentra con un cuerpo íntegro: el servicio
que ha prestado a la especie se ha confundido con su propio placer. El erotismo de la mujer es mucho más complejo y
refleja la complejidad de la situación femenina. Ya hemos visto que, en lugar de integrar en su vida individual las fuerzas
específicas, la hembra es presa de la especie, cuyos intereses están disociados de sus fines singulares; esa antinomia
alcanza su paroxismo en la mujer; entre otras cosas, se expresa por la oposición de dos órganos; el clítoris y la vagina. En el
estadio infantil, el primero es el centro del erotismo femenino: algunos psiquiatras sostienen que existe una sensibilidad
vaginal en algunas niñas, pero esta es una opinión muy controvertida, y, en todo caso, no tendría más que una importancia
secundaria. El sistema clitoridiano no se modifica en la edad adulta, y la mujer conserva durante toda su vida esa autonomía
erótica; el espasmo clitoridiano, como el orgasmo masculino, es una suerte de deshinchazón que se obtiene de manera
cuasi mecánica; pero solo indirectamente está ligado al coito normal, no representa ningún papel en la procreación. La
mujer es penetrada y fecundada por la vagina, que solo se convierte en centro erótico por la intervención del hombre, la
cual constituye siempre una suerte de violación. En otros tiempos, la mujer era arrancada a su universo infantil y lanzada a
su vida de esposa mediante un rapto real o simulado; se trata de una violencia que la transforma de niña en mujer: también
se habla de «arrebatar» la virginidad a una jovencita, de «tomarle» la flor (…)
Así, pues, el «destino anatómico» del hombre y de la mujer es profundamente distinto. La situación moral y social
de ambos no lo es menos. La civilización patriarcal ha destinado la mujer a la castidad; se reconoce más o menos
abiertamente el derecho del hombre a satisfacer sus deseos sexuales, en tanto que la mujer está confinada en el
matrimonio: para ella, el acto carnal, si no está santificado por el código, por el sacramento, es una falta, una caída, una
derrota, una flaqueza; tiene que defender su virtud, su honor; si «cede», si «cae», provoca el desprecio; en cambio, la
misma censura que se dirige contra su vencedor está teñida de admiración. Desde las civilizaciones primitivas hasta
nuestros días, siempre se ha admitido que el lecho era para la mujer un «servicio» que el hombre agradece con regalos o
asegurándole la subsistencia: pero servir es darse un amo; en esa relación no hay ninguna reciprocidad. La estructura del
matrimonio, como también la existencia de prostitutas, es prueba de ello: la mujer se da, el hombre la remunera y la toma.
Nada prohíbe al varón dominar, tomar criaturas inferiores: los amores domésticos siempre han sido tolerados, mientras que
la burguesa que se entrega al chófer o al jardinero es socialmente degradada. Los sudistas norteamericanos, tan ferozmente
racistas, siempre han sido autorizados por las costumbres para acostarse con mujeres negras, tanto antes de la guerra de
Secesión como hoy, y hacen uso de ese derecho con una arrogancia señorial; pero una blanca que hubiese tenido comercio
carnal con un negro en tiempos de la esclavitud, habría sido condenada a muerte y hoy sería linchada. Para decir que se ha
acostado con una mujer, el hombre dice que la ha «poseído», que la ha «conseguido»; inversamente, para decir que se ha
«conseguido» a alguien, a veces se emplean expresiones sumamente groseras; los griegos llamaban «Parthenos ademos»,
virgen insumisa, a la mujer que no había conocido varón; los romanos calificaban de «invicta» a Mesalina, porque ninguno
de sus amantes le había procurado placer. Para el amante, el acto amoroso es, pues, conquista y victoria. Si, en otro
hombre, la erección aparece a menudo como una irrisoria parodia del acto voluntario, cada cual, sin embargo, la considera
en su propio caso con cierta vanidad. El vocabulario erótico del varón se inspira en el vocabulario militar: el amante posee el
ardor de un soldado, su sexo se tensa como un arco; cuando eyacula, «descarga»; es una ametralladora, un cañón. Habla de
asalto, de victoria. Hay en su celo no se sabe qué gusto de heroísmo. «Consistiendo el acto generador en la ocupación de un
ser por otro -escribe Benda-, impone, por un lado, la idea de un conquistador y, por otro, la de una cosa conquistada. De tal
modo que cuando tratan de sus relaciones amorosas, los más civilizados hablan de conquista, ataque, asalto, asedio y
defensa, derrota, capitulación, calcando nítidamente la idea del amor sobre la de la guerra. Ese acto, que comporta la
polución de un ser por otro, impone al que mancilla un cierto orgullo, y al mancillado, aun consintiendo en ello, una cierta
humillación.»

1. Define las palabras ennegrecidas (diez) y crea una oración para cada una de ellas.
2. ¿Cuál es el tema principal del texto? Utiliza pasajes del texto para demostrarlo.
[3.] ¿Qué diferencias hay entre la sexualidad del hombre y la mujer en el área de la P ÍSÍCOLOGÍA?
3.[4.] ¿Qué diferencias hay entre la sexualidad del hombre y la mujer en el área de la BIOLOGÍA?
4.[5.] ¿Qué diferencias hay entre la sexualidad del hombre y la mujer en el área SOCIAL?
5.[6.] ¿Por qué Simone hace alusión a la esclavitud?
6.[7.] ¿Qué relación tiene Parthenos ademos y Mesalina?
7.[8.] ¿Por qué se dice que el hombre utiliza un lenguaje militar para referirse al acto sexual?
8.[9.] ¿Qué relación tiene el contexto de producción con la temática del ensayo?
9.[10.] ¿Estás de acuerdo con la postura que adopta Simone?
10.[11.] ¿Crees que este tema aún persiste en la actualidad? ¿Por qué?
11.[12.] Crea una tabla comparativa entre el poema y el ensayo. Utiliza al menos 3 diferencias y 3 similitudes.

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