La mutiplicación resonó en mi. Resonó en cada órgano de mi
cuerpo .La sentí en mi memoria, en mis sentidos. La sentí con el olfato. La sentí en el estremecimiento de mis hombros y con las manos. Siguió resonando cuando caminé hasta Pacífico a tomar el bondi que me llevaba a casa, siguió resonando . Ya van dos semanas, o tres, no sé. El caso es que algo me envolvió desde el silencio de un padre, trayéndome al mío con su cigarrillo en la boca. Una bocanada de humo me llegó a mi cara de nena y pense´”cuando sea grande voy a fumar”, y recordé otra imagen de una película ( Julia ) donde Vanesa Redgravee arrojaba su máquina de escribir en una ataque de ira, y me enredé en el pelo de ese personaje, que era una mujer que luchaba en un mundo de nazis y guerra, de espionaje y aventuras. Quería ser una mujer bella, quería ser escritora y tener ese modo de expresarme. Y colgada de los rizos, vuelta a vuelta vuelvo al humo que de vueltas y me envuelve, la cara de mi padre está ahí, pega una enorme pitada y saca humo como una chimenea azul. Enorme como la que él mismo construyó en Gesell. Rizo, risomas. El pelo de Vanessa y el humo del cigarrillo de mi padre, o del padre de Paola… Vuelvo al silencio de un padre, cualquier padre. Siento miedo, quiero llenarlo con palabras, a veces sus palabras me hieren, y sólo algunas de grande, logré comprender lo que expresaban. No sabía hablar a un niño. El nunca fue niño, no sé. O acaso se puede ser niño vendiendo golosinas en los trenes , que van apurados hacia alguna parte. Tan apurados como el humos del cigarrillo, tan alborotados como los rulos de Vanessa. Rizomas, resonancias. Rizomas resonantes. En este silencio de hoja en blanco y teclas gastadas, siento que quiero compartirlo todo. Volver a estos sábados únicos del mes en que me deja tanto para seguir resonando. LALA GARCIA