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SIBILLA A L E R A M O

Una mujer

Primera edición en esta colección: febrero de 2020


Título original: Una donna

© Fondazione Gramsci Onlus


© Giangiacomo Feltrinelli Editore Milano
© de la presente edición: Altamarea Ediciones C.B.
altamarea.es
altamarea@altamarea.es

© de la traducción: 2020 Melina Márquez

Foto de cubierta: Vladislav Muslakov


Foto pp. 256-257: Giulia Bucciarelli
Diseño de la colección: Ricardo J u á r e z
Corrección: Ana Palacios y Carlos Clavería Laguarda
Maquetación: José D. Encinas
Traducción de
ISBN: 978-84-121103-2-6 Melina Márquez
DL: M-1927-2020
Epílogo de
Impreso en España por A r t e s Gráficas Cofas S.A. en enero de 2020 Anna Folli
Primera
parte
M i adolescencia fue l i b r e y gallarda. Vo lver a recordarla, hacer
que se i l u m i n e de nuevo en m i conciencia sería u n esfuerzo
inútil. V u e l v o a ver a la n iñ a que era a los seis, a los diez a ñ o s ,
pero c o m o si la h u b i e r a s o ñ a d o . U n b o n i t o s u e ñ o que la m í -
n i m a referencia a la realidad presente puede hacer desvanecer.
U n a m ú s i c a , o m e j o r d i c h o : u n a a r m o n í a delicada y v i b r a n t e ,
y u n a luz que la envuelve, y u n a gran felicidad a ú n en el re-
cuerdo.
D u r a n t e m u c h o t i e m p o , en el p e r i o d o más oscuro de m i
v i d a , v i m i infancia c o m o algo perfecto, c o m o la verdadera fe-
l i c i d a d . A h o r a , c o n una m i r a d a menos anhelante, t a m b i é n dis-
t i n g o en esos p r i m e r o s años alguna sombra vaga, y siento que
ya desde n iñ a n o d ebí de creerme n u n c a c o m p l e t a m e n t e feliz.
N o , desgraciada t a m p o c o ; libre y fuerte, sí, eso sí que debía de
sentirlo. Era la h i j a mayor, ejercía sin m i e d o m i prepotencia
sobre mis dos hermanas peq ueñ as y m i h e r m a n o ; m i padre de-
mostraba que m e prefería y yo en t en d ía su pr o pó sit o de c r iar me
c o m o a la mejor. Estaba sana, era graciosa e inteligente — m e
d e c í a n — , y tenía juguetes, dulces, libros y u n trozo de jardín
para m í . M a m á n o se o p o n í a a mis deseos. Incluso mis amigas
se s o m et ían a m í de f o r m a espontánea.
E l a m o r incomparable p o r m i padre era lo ú n i c o que me Yo entendí que n o debía sentirse demasiado feliz c o n su nueva

d o m i n a b a . Q u e r í a a m a m á , pero p o r papá sentía u n a adoración situación. C u a n d o lo veía entrar alguna tarde libre en la p e q u e ñ a

i l i m i t a d a ; y m e daba cuenta de esta diferencia, sin atreverme habitación d o n d e estaban almacenados, u n poco desordenados,

a buscar las razones. Era él el m o d e l o resplandeciente para m i algunos aparatos para experimentos de física y q u í m i c a , c o m -

p e q u e ñ a i n d i v i d u a l i d a d , él representaba para m í la belleza de prendía que solo allí él se sentía a gusto. ¡Cuántas cosas m e iba

la vida; u n i n s t i n t o m e empujaba a considerar providencial su a enseñar papá!

encanto. N a d i e se le parecía: lo sabía t o d o y siempre tenía razón. Sin ser impaciente, m i curiosidad le daba cierto sabor i n t e n -

A su lado m e sentía liviana, c o m o p o r encima de t o d o : c o n m i so a la existencia. N u n c a me aburría. A m e n u d o m e negaba a

m a n o en la suya d u r a n t e horas y horas; los dos solos c a m i n a n d o a c o m p a ñ a r a m a m á a hacer alguna visita y m e quedaba en casa,

p o r la c i u d a d o fuera de la m u r a l l a . Él me hablaba de los abuelos, arrellanada en una gran butaca, leyendo los libros más dispara-

fallecidos poco después de m i n a c i m i e n t o , de su infancia, de sus tados, a veces incomprensibles para m í , algunos de los cuales

increíbles hazañas adolescentes y de los soldados franceses que él, m e p r o p o r c i o n a b a n una especie de embriaguez para la i m a g i n a -

c o n ocho años, había visto llegar a su T u r í n , «cuando Italia aún ción y me abstraían c o m p l e t a m e n t e de m í m i s m a . Si m e detenía

n o existía». U n pasado así poseía cierta fantasía; y él estaba a m i era para ordenar pensamientos confusos; y a veces lo hacía en

lado, c o n su ágil y alta figura, esbelta y d i n á m i c a , c o n la cabeza voz baja, c o m o escandiendo los versos que una voz i n t e r i o r m e
sugería. Enrojecía; c ó m o enrojecía c o n ciertas poses lánguidas
orgullosa y erguida, y la sonrisa rebosante de j u v e n t u d . E n aque-
que adoptaba en la m i s m a butaca, cuando p o r u n m o m e n t o ,
llos m o m e n t o s el m a ñ a n a me parecía estar lleno de promesas de
fantaseando, m e metía en la piel de una bella dama llena de
aventuras.
encantos. ¿Podía d i s t i n g u i r entre afectación y espontaneidad?
Papá controlaba mis estudios y mis lecturas, sin exigirme de-
M i padre juzgaba c o n una indiferencia u n poco desdeñosa toda
masiado esfuerzo. Las maestras, cuando venían a casa a vernos,
manifestación de pura poesía, decía que n o la entendía. M a m á
lo escuchaban maravilladas y, a veces, me parecía que c o n una
sí repetía de vez en cuando alguna estrofa dulce y nostálgica, o
p r o f u n d a deferencia. E n la escuela estaba entre las primeras, y a
declamaba c o n voz enfática el p r i n c i p i o de viejas romanzas; pero
m e n u d o m e surgía la d u d a de gozar de ciertos privilegios. Des-
siempre cuando n o estaba papá. Y yo siempre estaba dispuesta a
de la escuela p r i m a r i a , n o t a n d o la diferencia en la ropa y en el
creer que m i padre tenía más razón que ella.
almuerzo, había p o d i d o crearme u n concepto de lo que debían
de ser muchas familias de mis compañeras: familias de obreros Eso incluso cuando él entraba en una de esas crisis de cólera

afligidos p o r el cansancio, o de vulgares comerciantes. A l volver que nos hacían temblar a todos y que m e s u m í a n en u n estado de

a casa veía sobre la puerta la placa reluciente d o n d e el n o m b r e de angustia breve, pero indescriptible. M a m á reprimía las lágrimas,

m i padre estaba precedido p o r u n título. N o tenía más de cinco se refugiaba en la habitación. A m e n u d o , ante papá, ella tenía

años cuando papá, que enseñaba ciencias en la c i u d a d d o n d e yo una expresión de h u m i l l a c i ó n , ligeramente sobrecogedora: y n o

había nacido, se despidió en u n día de enfado y se asoció c o n u n solo para m í , sino también para los niños, toda la idea de a u t o r i -

c u ñ a d o de M i l á n , p r o p i e t a r i o de una gran empresa comercial. dad se concentraba en la figura paterna.

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Sin embargo, n o se p r o d u c ían grandes discusiones entre ellos A l igual que papá, también ella cedía de vez en cuando a los m o -
en nuestra presencia: alguna palabra áspera, algún reproche seco, mentos de cólera; pero entonces parecía que rompiese en sollozos
alguna o r d e n tajante. A veces papá se dejaba llevar p o r su t e m - contenidos durante demasiado t i e m p o . . . Yo tenía la sensación
peramento fogoso d e b i d o a alguna torpeza del servicio; o p o r de que el desahogo incluso excesivo de m i padre era siempre na-
algún capricho nuestro; pero de t o d o aparecía c o m o responsable tural, inherente a su temperamento; en m a m á , po r el contrario,
m a m á , que agachaba la cabeza c o m o si de repente u n gran can- los prontos de m a l h u m o r contra sus hijos o contra las sirvientas
sancio le h u b ie r a sobrevenido; o sonreía, c o n una sonrisa que yo contrastaban dolorosamente con su dulce naturaleza; se revelaban
n o p o d í a aguantar, p o r q u e deformaba la b o n i t a boca c o n resig- c o m o ataques espasmódicos de los que ella tomaba i n m e d i t a m e n -
nación. te consciencia y que le creaban r emo r d imien t o s.
E n ese m o m e n t o , ¿tenía ella visiones del pasado? ¡ Cuá n t a s veces v i brillar p o r culpa de una lágrima c o n t en id a
Casi n u n c a evocaba su infancia o su j u v e n t u d delante de m í . los beÜQS, profundos y oscuros ojos de m i madre! C r e c í a en m í
Sin embargo, a pesar de lo poco que había escuchado, había u n malestar i n c o n t r o l a b l e , que n o era piedad, n i dolor, n i si-
p o d i d o crearme una imagen bastante menos interesante de la quiera una h u m i l l a c i ó n real, más b i e n u n oscuro rencor c o n t r a
que despertaban los recuerdos de m i padre. Ella había nacido en la i m p o s i b i l i d a d de reaccionar, de hacer que n o sucediera lo que
u n ambiente m u y modesto de trabajadores y, c o m o m i abuela sucedía. ¿El qué? N o estaba segura. A los ocho años tenía c o m o
paterna, su madre había t e n i d o muchos hijos, que en su m a y o - el extraño m i e d o de n o tener una m a m á «verdadera», una de esas
ría vivían esparcidos p o r el m u n d o . D e b í a de haber crecido en- mamas, decían mis libros de lectura, que t r a n s m i t e n a sus hijas,
tre estrecheces, poco amada. Cenicienta de la casa. A los veinte c o n su amor, una alegría excepcional y la certeza de la protección
años, en u n baile, se había encontrado c o n papá. Ella mostraba constante. D o s , tres años después, a este m i e d o se le u n i ó la
el retrato del jo ve n im b e r b e que era m i padre entonces: rasgos conciencia de n o conseguir querer a m i madre c o m o m i corazón
aún de adolescente, dulces y regulares. E l estaba en el p e n ú l t i m o hubiera deseado. C l a r o , esto era lo que m e i m p e d í a adivinar la
a ñ o de la universidad. N a d a más t e r m i n a r la carrera, o b t u v o una verdadera razón p o r la que en nuestra casa se proyectaba peren-
cátedra y se casaron. nemente una sombra indefinible que i m p e d í a , m u y a m e n u d o ,
C u a n d o yo nací, aún n o había pasado u n año desde el día de el libre florecimiento de una sonrisa. ¡ O h ! , poder lanzarme p o r
su m a t r i m o n i o . A m a m á se le i l u m i n a b a la cara blanca y pura una vez a su cuello c o n total aban d o n o , sentirme c o m p r e n d i d a
las raras veces que mencionaba los dos cuartitos c o n muebles de por ella, también prometerle m i apoyo cuando fuera mayor; es-
alquiler de los primeros meses de vida conyugal. ¿Por qué n o es- tablecer u n pacto de t er n ur a c o m o había hecho de f o r m a tácita
taba siempre así de animada? ¿Por qué era tan propensa al llanto, c o n papá desde t i e m p o i n m e m o r a b l e .
mientras que m i padre no podía soportar la visión de las lágrimas? Ella me admiraba en silencio, proyectaba en m í u n poco del
¿Por qué, en las contadas ocasiones en las que se atrevía a expresar o r g u l l o que ya había sentido ante la intrépida energía de su m a -
sus opiniones, estas diferían tantos de las de él? A d e m á s , ¿por qué r i d o . Pero n o aprobaba el m é t o d o de educación que yo seguía
nosotros, sus hijos, la temíamos tan poco y apenas la obedecíamos? con tanto fervor; temía p o r m í , i m a g i n a n d o seguramente que

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I

crecería sin sentimientos, que estaría destinada a v i v i r solo del los cuentos nunca habían existido, al igual que n o había existido
cerebro; y n o tenía el valor de contrastar abiertamente la relación nunca el «diablo». Repasaba mentalmente los pequeños aconte-
que yo m a n t e n í a c o n papá. cimientos del día: volvía a ver la sonrisa seductora de papá; u n
Pero t a m p o c o papá intentaba conocerme del t o d o . Algunas gesto de^desaliento de las manos maternas; volvía a sentir cierta
veces me sentía realmente sola. M e envolvía entonces u n o de rabia por algunas cazurrerías de mis hermanos menores; y m e en-
esos letargos meditativos que constituían el secreto valor de m i tretenía bastante con las perspectivas del mañana: el resultado de
existencia. los exámenes, pequeños viajes, libros y juguetes nuevos, amigas y
Despertaba el p u d o r en m i alma. J u n t o a él, paralela a la maestras que c o n q uist ar ...
vida exterior, una vida oculta a todos se avivaba. Y yo veía este M a m á m e hacía rezar todos los días. Rezar a D i o s . . .
d u a l i s m o . Desde el p r i m e r a ñ o de escuela me había preocupado U n día, en segundo de p r i m a r i a , oí d i r i g i r c o n desprecio el
la existencia de dos aspectos diversos en m i ser: en la escuela apelativo «hebrea» a una p e q u e ñ a c o m p a ñ e r a , silenciosa y páli-
todos m e consideraban angelical y, de hecho, yo era buena y da, que estaba sentada en el banco de al lado. Ella se puso a l l o -
ejemplar, c o n una carita t r a n q u i l a d o n d e n o faltaba una sonrisa rar, y la maestra, sabiendo el p o r q u é , habló c o n severidad. T o d o
tímida y vivaz a la vez; nada más salir, en la calle parecía que me ello me llenó de estupor, ya que aún n o sabía nada de razas o
tragara t o d o el aire de m i alrededor, p o n i é n d o m e a dar saltos, a de religiones diversas. Pero m e sorprendió aún más una palabra
hablar a borbotones; y en casa, c o n m i g o entraba el t e r r e m o t o , de la maestra: ella había d i c h o que todas las religiones llevan al
mis hermanos p e qu e ño s dejaban sus plácidos juegos preparados h o m b r e ante D i o s y que, p o r eso, eran dignas de respeto; que
para mis órdenes de autócrata testaruda. Llegada la hora de pre- solo u n ser suscitaba asco y piedad a la vez: el «ateo». Entonces,
parar los deberes o las clases, m e retiraba a m i habitación o a u n m e acordé de m i padre. Él era ateo, estaba m u y segura de ello; él
rincón del jardín, y otr a vez n o existía para los d e m á s ; o t ra vez m i s m o había p r o n u n c i a d o esa palabra alguna vez; n o iba n u n -
enganchada al gusto del esfuerzo intelectual, a u n sin el afán p o r ca a la iglesia... Entonces, m i padre, para la maestra, para mis
i m i t a r a mis c o m p a ñ e r a s o p o r merecer algún p r e m i o . Luego, c o m p a ñ e r a s y para toda la gente, ¿era una criatura despreciable?
por la tarde, después de que m a m á me hubiera hecho recitarle Tres o cuatro años después, sola en m i h a b i t a c i ó n , a ú n m e
en nuestro q u e r i d o dialecto u n par de palabras c o m o oración hacía esta pr eg un t a. Entonces p a p á m e hablaba más a m e n u d o
(«Señor, haz que crezca y sea buena, para gozo de mis padres»), de la que él consideraba una m e n t i r a secular, m e decía que,
y de dejarme en la oscuridad de la cama d o n d e m i hermana ya antes de los h o m b r e s , en la tierra h abía animales m u y parecidos
d o r m í a , yo notaba una sensación de descanso, de bienestar, n o a nosotros, que antes de ellos y de las plantas la tierra estaba
solo físico; c o m o si en aquel m o m e n t o , obligada a la oscuridad, desierta, y que esta tierra es u n p e q u e ñ o p u n t o en el espacio,
al silencio y a la i n m o v i l i d a d , fuera m u c h o más libre que d u r a n t e al igual que a nosotros nos lo parecen las estrellas en el cielo,
t o d o el día. y para las estrellas otros m u n d o s , quizá c o n v i d a . . . É l decía
M e gustaba observar las tinieblas. N o tenía m i e d o porque papá estas cosas extraordinarias c o n tanta n a t u r a l i d a d que n o p o d í a
me había asegurado desde pequeña que los ogros y las brujas de ponerlas en d u d a .

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Sin embargo, n o m e explicó — n i y o me atreví n u n c a a pre- los milagros de u n santo y parecía que todos le creyesen. A l final,
g u n t á r s e l o — p o r q u é estamos nosotros en este m u n d o . Desde el ó r g a n o e m p e z ó a sonar y desde arriba, invisible, u n coro, u n a
este p u n t o de vista, el catequismo de la escuela quizá era más pura ola plateada, e n t o n ó los laudes... Siempre, ante ese recuer-
satisfactorio: D i o s nos ha creado, D i o s nos m i r a desde arriba, d o , algo en m í temblaba c o m o en aquella ocasión: m e asaltaban
D i o s , si somos buenos, nos permitirá entrar en el P a r a í s o . . . La de repente la tristeza de n o saber rezar n i cantar y, m u c h o más
vida no es más que u n c a m i n o . fuerte, el sentido de m i soledad.
¡Pero cuánta i m p o r t a n c i a le daban todos a este c a m i n o ! M e D e s p u é s , t o d o se desvanecía. ¿Para q u é apenarme? Era pe-
parecía que nadie pensaba en serio en el infierno y que, al c o n - q u e ñ a , pero n o quería ser engañada. D e b í a crecer: algún día,
t r a r i o , todos tenían m i e d o de hacerse d a ñ o , de enfermar, o de sabría.
m o r i r . E n cuanto a m í , estaba dispuesta a creer, al igual que M i hermana p e q u e ñ a , a m i lado, respiraba t r a n q u i l a . Q u i z á
papá, que el infierno n o existía: n u n c a sentí ángel o diablo tenta- soñaba c o n una casa de cristal para su m u ñ e c a , u n a casa que yo
d o r alguno sobre mis h o m b r o s . C u a n d o era sensata, era p o r q u e le había p r o m e t i d o una vez para que me dejara más espacio en
yo lo quería; cuando tenía r e m o r d i m i e n t o s , estaba convencida nuestra cama. ¡ N o estaba segura de n i n g u n a manera de poder
de que había sido y o la culpable. ¿Y entonces? M a m á , papá, las c u m p l i r la promesa! Pero... ¡cuando fuera mayor! Entonces t a m -
maestras, los trabajadores p o r la calle, todos en general, t a m - bién querría más a las niñas y a m i h e r m a n o , n o les haría llorar y
bién los grandes s e ñ o r e s . . . q u i e n gana d i n e r o y q u i e n lo gasta: se vería a m a m á contenta al fin...
gasta d i n e r o en c o m i d a , se come para n o m o r i r , y así m a ñ a n a y A h o r a había que d o r m i r . Tenía la cabeza u n poco cansada.
tarde, y pasan las semanas, los meses, los años, y se muere, y yo Por u n m o m e n t o , deseaba que me transportaran de u n soplido a
y mis hermanitos íbamos a hacer lo m i s m o . . . una de esas verdes laderas que eran m i delicia d u r a n t e el verano
Eso me molestaba. E l sueño estaba a p u n t o de alcanzarme y en el campo. Se oían desde lejos, me llamaban muchas campa-
yo lo notaba: a la m a ñ a n a siguiente iba a c o n t i n u a r c o n la inútil nillas...
meditación. ¡Saber, saber! D u r a n t e el duermevela se me apelo-
tonaban en el cerebro palabras llenas de misterio: «eternidad»,
«progreso», «universo», « c o n c i e n c i a » . . . M e bailaban al o í d o has-
ta que dejaba de escucharlas. Entonces, volvía a ver la expresión
d u r a de alguna maestra, y m e preguntaba si m a m á iba los d o -
mingos a misa p o r c o n v e n c i m i e n t o o p o r algún extraño t e m o r a
la gente. Yo recordaba la p r i m e r a , y única vez, que había asistido
a u n s e r m ó n , en el mes de m a y o , u n a tarde en la que el altar,
en una gran iglesia, brillaba entre los cirios y los lirios. Desde
el p u l p i t o el cura m o v í a u n brazo c o n u n gesto a m p l i o y la voz
imperiosa descendía sobre la m u c h e d u m b r e arrodillada: narraba

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I

II
niebla otoñal, es confusa. Papá hablaba, ¿asi para sí m i s m o , y
yo sentía c ó m o m i p e q u e ñ o ser se exaltaba en silencio. A m é r i c a ,
A u s t r a l i a . . . ¡Ay, si realmente^papá nos llevara p o r el m u n d o ! É l
mencionaba t a m b i é n probabilidades menos arriesgadas: volver a r

la enseñanza, fundar una empresa; pero siempre fuera de M i l á n .


La ciudad que hasta aquel día había amado, aunque sin decírme-
lo, ahora me parecía insoportable; ¡quién sabe qué otros encantos
me esperaban fuera de allí! Y me parecía haber crecido de repente
i.uuo en años c o m o en i m p o r t a n c i a . ¿ N o me tomaba papá c o m o
BU confidente? Los proyectos sobre m i f u t u r o p r ó x i m o c o m o es-
tudiante se desvanecían. Q u i z á tendría que trabajar también y o ,
U n a mañana me estaba preguntando qué resolución se habría t o - ayudar a la familia... M i r a b a a m i padre a la cara c o n los ojos fijos,
mado sobre la continuación de mis estudios después de que ter- en los que debía de brillar una llama de entusiasmo.
minara el instituto, cuando papá volvió a casa una hora antes de lo Por el c o n t r a r i o , en casa, m a m á estaba c o m o perdida. ¿ D e
habitual seguido por el chico de los recados de la oficina, que llevaba qué tenía miedo? Ella también era j o v e n , más joven que papá;
una caja en el h o m b r o . Tras despedir al chico, m i padre me levantó nosotros, los niños, estábamos todos sanos y fuertes... ¡ T a m b i é n
u n instante entre los brazos hasta su cara, después me dejó de nuevo papá hubiera q u e r i d o verla más decidida!
en el suelo; a m a m á , que lo interrogaba con la mirada, le dijo: I a m p o c o pareció aliviada c u a n d o , algunas semanas después,
—Se a c a b ó . . . he cortado c o n t o d o . ¡Al fin respiro! u n señor que quería fundar una i n d u s t r i a q u í m i c a en u n pue-
H a c í a t i e m p o que los dos socios se soportaban m u t u a m e n t e b l u c h o del sur de Italia le ofreció la dirección de la empresa a
cada vez c o n menos buena v o l u n t a d . Los dos temperamentos m i padre. C l a r o , era m u y osado al aceptar u n t i p o de trabajo
opuestos n o conseguían conciliarse, ya que u n o daba pie a inicia- que le resultaba c o m p l e t a m e n t e nuevo, pero su sonrisa seguro
tivas atrevidas, mientras el o t r o se ocupaba de pisar el freno. Por que había seducido al capitalista. Las condiciones del empleo
o t r o lado, papá se aburría en aquella metódica vida de oficina eran óptimas; y el p u e b l o , allí abajo, era m u y soleado. Se trataba
que n o le reportaba n i siquiera u n a c o m p e n s a c i ó n e c o n ó m i c a solo de unos pocos años. A m i padre n o le gustaba m u c h o hacer
considerable. U n p e q u e ñ o i n c i d e n t e aquella m a ñ a n a había p r o - planes de f u t u r o demasiado duraderos. Por el m o m e n t o , estaba
vocado u n a tensa y decisiva escena entre los dos c u ñ a d o s . c o n t e n t o c o n el riesgo. Y sin hacer caso a los miedos de m a m á ,
A los treinta y seis años, m i padre tenía que reorganizar su decidió que nos í b a m o s en primavera.
v i d a p o r segunda vez y, de nuevo, d e b i d o a su sed de emociones
nuevas y de independencia. ¡Sol, sol! ¡ Q u é sol tan espléndido! T o d o resplandecía en el pueblo
A q u e l l a m a ñ a n a salió c o n m i g o a pasear u n b u e n rato. La v i - al que yo llegaba: el mar era una gran franja plateada, el cielo u n
sión de la inmensa Piazza D ' A r m i , que cruzamos bajo una ligera esplendor i n f i n i t o sobre m i cabeza, una caricia infinita y azul para

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la mirada, que por primera vez sentía la revelación de la belleza del Bajaba, y m e iba al gran recinto al l a d o de las vías férreas,
m u n d o . ¿ Q u é eran los prados verdes de Brianza o de Piamonte, donde la fábrica crecía c o n rapidez sorprendente y d o n d e p a p á
los valles y también los Alpes que había visto durante m i infancia, pasaba casi todas las horas. A l g u n a que o t r a vez m e ordenaba
y los dulces lagos y los bonitos jardines, en comparación c o n ese pequeñas cosas que y o c u m p l í a recelosa y c o n una e x a c t i t u d es"-
campo plagado de luz, c o n ese espacio sin límites, n i encima n i < mpulosa. « M e ayudarás también más tarde, cuando t o d o esté
ante m í , c o n ese a m p l i o y portentoso alcance del agua y del aire? preparado; serás m i secretaria, ¿quieres...?». Luchaba en m í la
Entraba en mis pulmones ávidos t o d o ese aire libre, ese aliento antigua t i m i d e z c o n t r a u n i m p u l s o de audacia nuevo e i n d e p e n -
salado. C o r r í a bajo el sol por la playa, me enfrentaba a las olas en la diente. Q u i z á p a p á querría compensarme p o r haber i n t e r r u m p i -
arena, y a cada instante me parecía estar a p u n t o de transformarme do mis estudios. Es m á s , una especie de o r g u l l o casi i n a d v e r t i d o
en u n o de esos grandes pájaros blancos que rozaban el mar y que me penetraba, la vaga conciencia de haber establecido contacto
desaparecían en el horizonte. ¿ N o me parecía a ellos? c o n la vida, de tener delante u n espectáculo más variado e i n t e -
¡ O h , la felicidad perfecta de aquel verano! ¡ O h , m i b o n i t a i es inte que el de cualquier l i b r o .
adolescencia salvaje! Los trabajadores, los apuestos y bronceados campesinos que
T e n í a doce a ñ o s . E n el p u e b l o , que se condecoraba c o n el venían del c a m p o para ofrecerse c o m o peones, las chicas que se
n o m b r e de c i u d a d , n o existía escuela d e s p u é s de la p r i m a r i a . subían a los andamios c o n los cubos sobre la cabeza, m e sonreían
U n maestro al que h a b í a n l l a m a d o para d a r m e clases ensegui- y yo sentía p o r ellos una curiosidad llena de simpatía. Les repetía
da fue despedido p o r ser incapaz de e n s e ñ a r m e m á s de l o que a mis hermanos pequeños los pintorescos apodos, y m e p r e g u n -
y o ya sabía. D u r a n t e las horas calurosas del m e d i o d í a , sola ta Da si alguna vez m e atrevería a ser para ellos una patrona, c o m o
en la h a b i t a c i ó n de la g r a n casa que h a b í a elegido c o m o m i lo era c o n la señora del servicio.
p e q u e ñ o e s t u d i o , echaba, a u n q u e sin ganas, a l g ú n vistazo a Papá, sí, se declaraba h o m b r e al m a n d o , inflexible y t o d o -
los manuales gordos de física y de b o t á n i c a , o a las g r a m á t i c a s poderoso, incomparable en actividad y en energía. C u a n d o al-
extranjeras que m e h a b í a d a d o p a p á . M e salía al alto b a l c ó n , gunas tardes los tres hermanos y m a m á salíamos c o n él p o r la
observaba abajo en la plaza a los holgazanes en la farmacia o calle m a y o r del p u e b l o , la gente nos observaba desde las puertas
delante de la cafetería, a alguna campesina a b r u m a d a p o r u n c o n una mezcla de admiración y temor. A t r i b u í a n a m a m á una
peso i n v e r o s í m i l , a a l g ú n c h i c o m u g r i e n t o que despotricaba cara de v i r g e n , y las voces femeninas le susurraban a sus espaldas
c o n t r a o t r o en u n lenguaje s o n o r o e i n c o m p r e n s i b l e . A l f o n d o bendiciones para sus hijos. Ella se lo agradecía c o n u n a sonrisa
de la plaza el m a r r e s p l a n d e c í a . D o s horas antes de la puesta benévola, p e q u e ñ a y elegante en su vestido u n poco descuidado.
de sol se d i b u j a b a n , m u y a l o lejos, las velas de los pesqueros En esos m o m e n t o s también ella m e parecía feliz. H a b í a en sus
que v o l v í a n al p u e r t o , llegaban unos d e s p u é s de o t r o s , y el ojos c o m o u n a reverencia hacia su a c o m p a ñ a n t e , ahora c o n u n
t u m u l t o de las voces de los pescadores alcanzaba i n c l u s o m i s renovado atractivo.
o í d o s ; d i s t i n g u í a el r í t m i c o g r i t o de los que arrastraban la bar- Recuerdo una fotografía m í a del a ñ o siguiente. Ya estaba en
ca hasta la o r i l l a . la fábrica c o m o empleada h a b i t u a l . Vestía u n traje h í b r i d o : una

20 21
chaqueta de corte recto c o n m u c h o s bolsillos para el reloj, el I Ésa, me hablaba c o n una inflexión en la voz que solo yo c o n o -
lápiz y el cuaderno, encima de u n a falda corta. Sobre la frente se M . I : ni dulce, n i tierna, pero capaz de expresar la t r a n q u i l i d a d ,
me rizaba el pelo c o r t o , d á n d o l e a la fisonomía u n aire de chico. ese m o m e n t o de descanso y de a b a n d o n o . M e revelaba: « H a b r á
H a b í a sacrificado m i b o n i t a trenza de reflejos dorados cediendo q u e hacer estro y a q u e l l o . . . Entonces p o d r e m o s a u m e n t a r u n
a la sugerencia de papá. toco los s a l a r i o s . . . » . Parecía estar p r e g u n t á n d o m e a m í t a m -
Ese aspecto extravagante expresaba perfectamente m i c o n d i - bién. Y yo pensaba en la felicidad de e n c o n t r a r algo nuevo que
ción de entonces. N o m e consideraba ya u n a niña, n i creía ser kugerirle. La fábrica se había c o n v e r t i d o para m í , c o m o para él,
u n a señorita; era u n i n d i v i d u o atareado y absorto en la i m p o r - É l un ser gigantesco que nos evitaba cualquier otra preocupa-
tancia de m i m i s i ó n . M e sentía útil y eso me daba u n a satisfac- [ i o n , que m a n t e n í a encendida constantemente nuestra fantasía
ción i l i m i t a d a . E n realidad, manifestaba en la ejecución de los v dimes nuestros nervios, y que se hacía querer — r i n c ó n fre-
trabajos que p a p á m e asignaba u n a lealtad absoluta y u n a gran nético de la v i d a , que nos sometía a ella, mientras creíamos ser
pasión. M e interesaba t a n t o c o m o él p o r los p e q u e ñ o s o grandes n o s o t r o s sus d o m i n a d o r e s .
acontecimientos de la empresa y, mientras m e entretenía a l i - V o l v i e n d o a casa percibía, centuplicada, la sensación de m a -
neando cifras d u r a n t e horas y horas en los registros, m e divertía lestar que ya surgía en m í de p e q u e ñ a al volver de la escuela. M e
c o m o en u n juego cuando estaba delante de los trabajadores, sentía desplazada, y recalcaba c o n desprecio los signos de aquel
o b s e r v á n d o l o s en sus duros trabajos y charlando c o n ellos d u - aislamiento m o r a l . M e parecía al j o v e n c i t o que acaba de e m a n -
rante sus pausas de descanso. E r a n m u c h o s , más de doscientos; (iparse y que se queja c o n arrogancia del servicio doméstico.
una parte, que venía de P i a m o n t e , se alternaba en los h o r n o s día Keealcaba c o n el m i s m o t o n o de superioridad las negligencias
y noche; y los otros, del p u e b l o , se m o v í a n constantemente p o r de mis hermanas pequeñas y de m i h e r m a n o , su desgana para
los grandes patios o bajo los cobertizos. T o d a esa gente quizá el estudio, y la falta en m a m á de una severidad firme que los
no me quería, pero seguro que sentía placer al verme aparecer disciplinase.
de repente c o n mis maneras u n poco bruscas. U n placer que se Las mujeres del servicio debían de contar en el pueblo cosas
traducía en c o m p o r t a m i e n t o s más desenfadados, más acordes horrendas sobre m í : n u n c a cogía una aguja, n o prestaba atención
al ideal de trabajo alegremente aceptado. M e consideraban jus- a las tareas de casa... ¡Y m i cólera sin m o t i v o ! ¡Era solo compara-
ta, bastante más que a m i padre, y buscaban m o n o p o l i z a r m i ble a la de m i padre! Q u i z á , en esos m o m e n t o s se relajaban mis
benevolencia c o n ingenuos halagos para que yo influyera a su nervios demasiado susceptibles. Q u i z á , se revelaban los síntomas
favor c o n el h o m b r e que les hacía t e m b l a r a todos. Pero y o sabía de una crisis de madurez. Yo n o sabía nada de eso. Necesitaba
que cualquier i n t e n t o p o r cambiar la d i s c i p l i n a férrea de p a p á salir, echar alguna disparatada carrera p o r el m a r y sentir c ó m o
habría sido en vano; y a d e m á s m e había c o n v e n c i d o de que soplaba a m i alrededor el aire p u r o para volver a la calma, para
esta era necesaria. Por t a n t o , p o n í a atención en agradar al jefe, e l i m i n a r también el recuerdo del m a l h u m o r . Y entonces o l v i d a -
t a m b i é n c o n el e j e m p l o de m i obediencia. Y quizá p a p á se daba ba también la expresión de p r o f u n d a pena que surcaba la frente
cuenta. D u r a n t e el breve r e c o r r i d o entre la fábrica y nuestra de m a m á d u r a n t e aquellas escenas.

22 23
¡ M i madre! ¿ C ó m o era t a n descuidada c o n ella? Casi había i« i usaba frente al espejo, d u d a n d o ante cosméticos que n o usa-

desaparecido de m i vida. N o conseguía establecer en m i m e m o - ba desde hacía m u c h o t i e m n o . Se estaba pasando sobre la cara la

ria las fases de la lenta decadencia que se había p r o d u c i d o en su brp< ha del maquillaje cuando m i padre, molesto p o r la espera,*

persona desde nuestra llegada al p u e b l o . Ella n o supo, desde los K asomó de nuevo a la puerta de la habitación.

p r i m e r o s días, librarse de u n a cierta t i m i d e z que le i m p e d í a i r Veo de nuevo la habitación, el espejo, la alta ventana de la

sola, o c o n los n i ñ o s , p o r la playa o p o r los campos. E l p u e b l o que parecía que entrase n o la luz de la puesta de sol sino el reflejo

n o ofrecía otras distracciones: las mujeres de los notables del del mar, gris y oscuro. Y en m i o í d o r e t u m b a u n a frase cogida al

p u e b l o n u n c a salían de casa, ignorantes, indiferentes y supers- \c lo: « . . . entonces, ¿tengo que decir que eres una casquivana?».

ticiosas; las campesinas trabajaban más que sus m a r i d o s ; y gran M e d i a hora después, en el t r e n , y o aún temblaba en secre-
parte de la p o b l a c i ó n vivía en el m a r y del mar, resguardándose EOi incapaz de reprocharle nada a p a p á , n i de disculparme c o n
p o r -las noches en las casuchas que se a m o n t o n a b a n a cien m e - mamá, y m e d i cuenta, en la p e n u m b r a , de que sobre la cara
tros de la o r i l l a . de ella inclinada sobre la ventanilla corrían lágrimas. ¿Revivía

N i siquiera se interesaba p o r la fábrica para conseguir m o t i - también ella el m o m e n t o amargo? ¿ U otros muchos m o m e n t o s

vos de distracción. Es verdad que esto me hacía casi feliz, c o n - Iguales? ¿Pensaba que yo había sido testigo de la ofensa? Y, p o r

v e n c i é n d o m e de que ella quizá no hubiera visto c o n buenos ojos pi miera vez, la v i c o m o a una enferma: una enferma triste que

mis tareas. La veía, incluso más que en M i l á n , demasiado dife- n o quiere ser curada, que n i siquiera quiere decir lo que le pasa.

rente en gustos y en carácter a m i padre y, c o m o consecuencia, D e s p u é s . . . Yo leía en los libros las historias de a m o r y de

a m í . Y t a m b i é n consideraba que, esta diferencia, era cada vez o d i o , observaba las simpatías y las antipatías en la gente del pue-

más la causa del m a l h u m o r que mis padres n o conseguían es- b l o , creía que sabía muchas cosas sobre la vida, pero era incapaz

conder. Pero eso n o me preocupaba o, m e j o r d i c h o , m e libraba de penetrar en la dolorosa realidad de m i casa. Pasaban los m e -

enseguida de esas sensaciones fastidiosas sin i n t e n t a r p r o f u n d i - ies, aumentaba la tristeza de m a m á , d i s m i n u í a n las atenciones

zar en ellas. ¿Era quizá u n t e m o r i n s t i n t i v o a descubrimientos de papá hacia ella, sus paseos en c o m ú n , y yo que ya n o era

demasiado graves para m i edad? N o sé. Solo u n p e q u e ñ o hecho una niña seguía en la vida c o m o si n i n g u n a amenaza se cerniera

m e hizo sospechar que m i padre n o quería a m i madre c o m o me a m i alrededor. ¿Por qué? M e devoraba, sí, c o m o d u r a n t e m i

quería a m í . Infancia, la a d m i r a c i ó n p o r m i padre; pero eso n o es suficiente

Era a finales del p r i m e r i n v i e r n o que pasamos allí. M a m á , p ú a explicar m i ceguera. Q u i z á m a m á , c o n cierto p u d o r p o r su

papá y yo teníamos que i r a la capital vecina, invitados a comer y d o l o r , evitaba una confidente demasiado i n m a d u r a , entregada

al teatro p o r el p r o p i e t a r i o de la fábrica y por su señora, la cual se Casi exclusivamente al que la hacía sufrir, y dejaba que el t i e m p o

había d i g n a d o a subir a nuestra casa el verano anterior. Se p o n í a pasara, esperando errabunda y cansada a que llegara u n m o m e n -

el sol y se acercaba la hora de la salida del t r e n . Yo estaba lista t o providencial.

cuando entró en casa p a p á para cambiarse de traje; en u n abrir E n el p u e b l o ella debía de provocar una cierta simpatía p o r

y cerrar de ojos, él estaba arreglado. Por el c o n t r a r i o , m a m á se la a m a b i l i d a d de sus modales y p o r su aspecto agradable, aunque

24 25
hubiese dejado toda práctica religiosa p o r i m p o s i c i ó n de p a p á , y favorecía en él la crítica despiadada y sin límites. L a diferencia
eso hiciera m u r m u r a r a las más mojigatas. entre esa raza casi o r i e n t a l que le acorralaba sórdidamente y sus
¿ Q u i é n sabe si desde el p r i n c i p i o la i m a g i n a b a n poco feliz - ompatriotas era exagerada. ¿Reaccionaba así, quizá sin querer,
c o n u n m a r i d o y c o n una hija c o m o éramos m i padre y yo? Por- m í e el peligro de adaptarse o de ver adaptarse a sus hijos? Pero
que hacia él enseguida se había o r i g i n a d o cierta h o s t i l i d a d m u d a . p< i lia, también inconscientemente, el e q u i l i b r o de su j u i c i o ,
N o había m á s ricos en el pueblo que el capitalista p r o p i e t a r i o de • \.igeraba su superioridad y su desprecio hasta la p r o v o c a c i ó n .
la fábrica, casi siempre residente en M i l á n , y u n conde, d u e ñ o de I [abría q u e r i d o emplear en la fábrica solo a piamonteses, fundar
casi todas las tierras, que hacía raras apariciones c o n su mujer, una Lina verdadera colonia, pero el p r o p i e t a r i o se o p o n í a t a n t o p o r
e n o r m e reliquia llena de joyas, a cuyo paso se i n c l i n a b a n hasta el razones e c o n ó m i c a s c o m o p o r p r u d e n c i a . N o obstante, la maes-
suelo hombres y mujeres. U n a decena de abogados, que habían tranza estaba compuesta p o r nuestros conterráneos, que j u n t o
anidado entre u n círculo de civiles, provocaban y e n m a r a ñ a b a n a sus familias constituían u n g r u p o aislado y observado p o r los
largos litigios entre los p e q u e ñ o s propietarios empobrecidos p o r indígenas c o n recelo.
los impuestos. S u m a n d o algunos curas y una m e d i a docena de Yo m e enaltecía de corazón m i d i e n d o la distancia entre n o -
carabinieri, la clase dirigente del lugar estaba al c o m p l e t o . M i lOtros y «todos esos otros». C u a n d o volvía a casa de la fábrica,
padre n o solo no d i o señales de haber n o t a d o su presencia, sino con el g o r r o de lana roja sobre el pelo c o r t o y c o n el paso rápido
que rechazó u n banquete que habían q u e r i d o ofrecerle, así c o m o J e una persona atareada, oía m u r m u l l o s a m i s espaldas. D e l a n -
la presidencia de n o sé q u é instituciones antiguas, ostentosas y ie del café, los huelguistas habituales m e m i r a b a n s o n r i e n d o .
sin fondos. Era algo i n a u d i t o , t a n i n a u d i t o y casi ofensivo c o m o Por una parte, sentía que despertaba su curiosidad; p o r la o t r a ,
el hecho de que les devolviera sistemáticamente todos los regalos ofendía su c o s t u m b r e de ver a las niñas pasar c o n t i m i d e z , re-
que le llevaban. ¡Cuántas veces las mujercillas salían de nuestra celosas y halagadas p o r sus miradas. E l p u e b l o me aburría, y si
casa estupefactas y desesperadas porque papá n o había aceptado n o l o aborrecía era ú n i c a m e n t e p o r las bellezas naturales que
los pollos c o n los que ellas querían enternecer su corazón e n n o me cansaba de admirar. U n a extraña nostalgia — e x t r a ñ a en
favor de sus hijos! mí, que n o había sentido n i n g ú n d o l o r al dejar M i l á n — m e
Pero en su extrema ignorancia e indolencia, los pueblerinos inundaba silenciosamente el alma, exteriorizándose solo e n las
eran la m e j o r parte del p u e b l o , n o les faltaba cierta b o n d a d ins- curas a mis amigas. M i septentrión, a través de las nubes del
t i n t i v a . Ellos solo reprochaban al «director», c o m o llamaban a leeuerdo, m e parecía ahora deseable, y lleno de encantos; sobre
m i padre, la rigidez i n a u d i t a c o n sus empleados, que se exagera- i o d o la c i u d a d , la inmensa c i u d a d c o n su h o r m i g u e r o h u m a n o ,
ba a m e d i d a que pasaba de boca en boca. Con su existencia v i b r a n t e ; la c i u d a d que imaginaba a veces c o n
A l p r i n c i p i o , papá se había reído de esta extendida antipatía. sus rasgos m á s típicos, de repente se presentaba ante m í c o n
D e s p u é s , poco a p o c o , al i r conociendo más a f o n d o a los traba- u n a perspectiva que m e daba la ilusión m o m e n t á n e a de estar
jadores del lugar, u n rencor amargo e m p e z ó a i n v a d i r l e . Por en- a ú n allí, de p e q u e ñ a , de la m a n o de p a p á , bajo la niebla o e l
c i m a de t o d o , la d o m i n a n t e hipocresía le irritaba. E l aislamiento sol solo entrevisto; la c i u d a d de m i adolescencia, rodeada ahora

26 27
de u n l a m e n t o sin n o m b r e , me p r o d u c í a a veces, al recordarla,
escalofríos de p a s i ó n . . .
C u a n d o , c o m o p r e m i o a m i p r i m e r i n v i e r n o «de servicio»,
p a p á m e llevó a R o m a y a Ñ a p ó l e s , esta vaga nostalgia de cen-
tros «vivientes» se hizo más p r o n u n c i a d a para m í . D e s p u é s de
dos años volvía a ver a la m u c h e d u m b r e , m e encontraba c o n
caras sobre las que había signos de inteligencia superior y rasgos
de u n a v i d a intensa; m e volvía a sentir p e q u e ñ a , insignificante,
apartada, anhelante de aprender de todos y de t o d o l o que m e
rodeaba. Eso m e p r o d u j o u n a e m o c i ó n quizá m a y o r que la que
m e provocaban los m o n u m e n t o s y los maravillosos paisajes. E n
las cartas a m a m á , y en el d i a r i o que p o r e x h o r t a c i ó n de m i pa- l i a el t e r c e r septiembre que pasábamos en el pueblo. La época

dre escribí d u r a n t e el viaje, este s e n t i m i e n t o í n t i m o surgía a la .1. vacaciones no había cambiado nada c o n respecto a las an-

vez que l o hacían ingenuas observaciones, notas de a d m i r a c i ó n u o tes, y nada especial ha quedado en m i m e m o r i a . Solo m e

y veleidades críticas. •trece que, p o r m i cuenta, yo alternaba el placer de los cha-


I M I / o í íes cada vez más largos y arriesgados c o n el de las lecturas
Ese viaje fue c o m o la c o r o n a c i ó n de m i intrépida, temeraria
Igualmente excesivas, de las que acababa c o n la m e n t e cansada y
y t r i u n f a n t e adolescencia. M e ha quedado u n recuerdo borroso,
Con < ¡crto m a l h u m o r c o n m i g o m i s m a .
rodeado de una luz demasiado v i v i d a . Las sensaciones se h a b í a n
superpuesto en m i espíritu c o m o las sílabas de una palabra des- I )e m a m á , de mis hermanos p e q u e ñ o s , de mis conocidos, de

conocida que resumiera la vida; y yo las había acogido c o n gran m i padre en sí n o consigo recordar nada de aquel verano. ¿Por
qué una tarde en nuestra casa se hizo u n a especie de recepción
estupor, que hacía serpentear p o r m i s venas u n nuevo deleite,
p n i algunos veraneantes y algunas familias del lugar? La i n i c i a -
una d e b i l i d a d de la que n o sabía d e f i n i r la causa, u n anhelo de
uva surgió de papá. Tres habitaciones de nuestro apartamento,
t e r n u r a y c a r i ñ o . . . A l l í presente n o había o t r a cosa m á s que
uansformadas y adornadas c o n plantas y c o n luces, habían aco-
letargo, ¿me dirigía, p o r t a n t o , hacia u n a nueva fase de la exis-
gido a unas cuarenta personas: señoras de Ñ a p ó l e s y de R o m a a
tencia?
las que se les disparaba la ironía de la m i r a d a c o n los p r o v i n c i a -
nos; hombres serios que apreciaban a m i padre curiosamente p o r
su aspecto í n t i m o de b u e n chico; algún empleado, y las maes-
i ! as y los maestros del p u e b l o c o n sus familias. U n a p e q u e ñ a
orquesta invitaba a bailar a grandes y a p e q u e ñ o s . E n m i calidad
<lc señorita de la casa n o había p o d i d o negarme a dar algunas
vueltas yo t a m b i é n , aunque c o n desgana p o r q u e la danza no m e

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gustaba y m e daba d o l o r de cabeza. M e observaban: los jóvenes la i alie; pisadas c o m o de gente que lleva u n peso. L a camarera,
se m e acercaban c o n una especie de t i m i d e z que me hacía gracia. «lu lanzándose-sobre la barandilla, lanzó u n g r i t o y retrocedió
Pero entre u n baile y o t r o m e sorprendí a m í m i s m a observando para protegernos del espectáculo y para empujarnos d e n t r o de
a papá y a m a m á , i n v o l u n t a r i a m e n t e . E l , apasionado y excelente l asa. Yo v i el cuerpo de m i madre llevado p o r dos hombres, u n
bailarín, parecía u n j o v e n c i t o , y ejercía su encanto c o n la espon- Cuerpo blanco semidesnudo sobre el que una m a n o había l a n -
taneidad p r o p i a de su naturaleza. C o n su altura, revoloteando zado un trapo que colgaba, al igual que colgaban los brazos, los
entre las parejas, representaba para m í la s i m p l i c i d a d , el placer, la pies y el cabello. U n a m u l t i t u d de gente lo seguía. Pensé que m e
fuerza eje la vid a. ¿Estaba m i madre contenta en aquel m o m e n t o había vuelto loca.
de diversión? T a m b i é n ella, vestida c o n u n traje de encaje negro ¡No! Era realmente m i madre, los ojos cerrados, el rostro
c o n brillos y perlitas, me hizo recordar años lejanos, noches e n blanco como u n a m u e r t a , c o n manchas rojas sobre u n brazo y
las que la había visto salir del brazo de papá para i r a algún espec- lobre u n costado. Papá salió de la habitación a m e d i o vestir sin
táculo, tímida pero n o c o h i b i d a c o n su vestido elegante. Su cara me iidcr nada. Se echó las manos a la cabeza; su cara se descom-
conservaba la gracia de sus rasgos; n o parecía, aquella tarde, que p u s o , y yo n o debí n i ver n i sentir nada más p o r q u e n o recuerdo
tuviese más de treinta años. Bada más.
Pero m e parecía que ella no conseguía esconder su nerviosis- M e despertó u n griterío de mujeres. C o n t a b a n l o sucedido.
m o cuya causa y o desconocía. ¿Se daban cuenta los invitados y I labían visto asomarse al balcón una figura blanca, y creyendo
papá del esfuerzo que ella estaba haciendo para seguir las conver- poi culpa del sol, que las cegaba, que se trataba de una de las
saciones y los juegos? niñas, le habían i n d i c a d o que volviera a entrar. L a figura se ha-
A la m a ñ a n a siguiente, sobre las o c h o , nada más levantarme, b u asomado, a b a n d o n á n d o s e después y precipitándose hacia el
Mielo.
pasando al lado de la habitación de m a m á y creyendo que estaba
aún en la cama, llamé a la puerta para preguntarle p o r las tareas; Entró el m é d i c o . Pasé c o n él a la habitación. M a m á estaba
la voz de ella, m o r t e c i n a , m e d i j o que entrara. V i s l u m b r é el perfil lobre la cama, i n m ó v i l ; papá a sus pies c o n la m i r a d a perdida
de papá aún d o r m i d o c o n la cara hacia la puerta; la cara materna I ii lijándose las manos. M e v i o y u n gran sollozo, el p r i m e r o
n o se distinguía b i e n entre los cojines y las mantas. Volví a cerrar que yo escuché salir de aquel pecho, l o derribó sobre u n a silla,
la habitación y me u ní a mis hermanos pequeños que ya estaban mientras me arrastraba hacia sus rodillas y escondía su cara en

desayunando. IIII hombro.

¿ C u á n t o s m i n u t o s pasaron? U n g r i t o , después muchos más; ¡( ) h , el a t u r d i m i e n t o me in un d ó ! La agitación que sacudía a


luego, u n gran m u r m u l l o en la plaza de abajo hizo que me alar- mi padre me aterrorizaba; y a la vez m e invadía el oscuro presen-
mara. A ú n n o m e había acercado a la ventana cuando el r u i d o ya 111 n iento de otros m o m e n t o s atroces como a q u e l . . .
había llegado a los pies del escalón de la casa, h a c i é n d o m e correr N o habría querido deshacerme nunca de aquel abrazo. Por p r i -
hacia la puerta, seguida p o r la chica del servicio y mis hermanos mera vez, sentí la v o l u n t a d de cerrar los ojos y de desaparecer. Y
p e q u e ñ o s . Exclamaciones de sorpresa y de d o l o r subían desde n o tenía ningún pensamiento, n i siquiera este: «¿aún está viva?».

30 31
V i v í a . L a cabeza y el t r o n c o habían resultado ilesos m i l a - dentro de m í . C o m p a d e c í a a m i padre, y a m a m á le dispensaba'
grosamente, solo el brazo izquierdo estaba r o t o . N o recuperó Una teí nura vigilante para evitar las manifestaciones que temía de
el c o n o c i m i e n t o hasta tres días después. N o sabía o n o quería N alma enferma. Estaba segura de quererlos a los dos, pero c o n
decir nada sobre el trágico acontecimiento. Tengo el recuerdo Una nueva i n q u i e t u d y c o n la sensación, que me calaba cada vez
confuso de una tarde e n la que papá, de rodillas, le suplicó en • n i . h o n d o , de estar sola, sola c o n m i alma, e i g n o r a n d o a dos
vano, s i n obtener o t r a cosa p o r respuesta que: « P e r d o n a d m e , i l n i i s que amaba, que c o m p a d e c í a y que temía juzgar.
p e r d o n a d m e . . . » . Estaban en la habitación t a m b i é n los niños. Al final del i n v i e r n o m a m á estaba casi recuperada del t o d o .
Papá lloraba, y y o n o sé si eran más desgarradoras las lágrimas S( Jo el brazo r o t o , que t u v o que ser recolocado dos veces d e b i d o
de él o las palabras apagadas de la enferma que surgían c o m o de • 11 i n e p t i t u d del c i r u j a n o , seguía e n f e r m o , c o n las articulaciones
las sombras... de la mano paralizadas. Envejecida y agotada, tenía u n aspecto
¿Fue u n m o m e n t o de locura? Quise creerlo, pero a la vez me n i n más descuidado y degradado, c o n esa m a n o que la más pe-
d i o m i e d o pensarlo. E n la voz de papá se escuchaba el acento queña de mis hermanas besaba a cada rato c o n t e r n u r a , hacien-
apasionado de la sinceridad cuando se preguntaba a sí m i s m o , do que sus cansados ojos b r i l l a r a n p o r las lágrimas. Parecía que
sumiso y t e m b l o r o s o , en la p e n u m b r a de la habitación, q u é p o - hubiese vuelto a ser una niña temerosa que n o sabía librarse del
día haber provocado aquel arranque de desesperación. M a m á lo n i uerdo de u n error.
m i r a b a en silencio: y o tenía la sensación de que ella esperaba la Papá, después de las semanas de peligro, superó el a t u r d i -
explicación de é l . . . Y a la vez estaba segura en m i i n t e r i o r de que m i e n t o , y se m o s t r ó de nuevo d u e ñ o de sí m i s m o . Y sin osar
m i padre n o sabía qué reprocharse. Interrumpir los largos silencios en los que se sumergía, yo p e n -
Estuvo e n cama dos meses c o n u n i r y venir de fiebres q u e saba... Por p r i m e r a vez buscaba en el pasado, descubría i n d i -
amenazaban una congestión cerebral. Presente c o m o nunca, y a cios y los unía. Los desacuerdos que había i n t u i d o e n la vida
la vez ausente, c o m o después de una renuncia suprema. de mis queridos padres me parecían ahora diferentes a los que
A l g o siniestro se cernía sobre la casa, más allá de la angus- " M i s veces se habían instaurado entre p a p á y yo; entendí que
tia p o r l o o c u r r i d o c o n la enfermedad y a pesar de los esfuerzos debía haber algo m u c h o más p r o f u n d o , algo fatal e invencible
p o r resistir de todos nosotros. Los niños n o c o m p r e n d í a n , sufrían < orno me parecía que eran mis antipatías hacia ciertas personas
simplemente la tristeza del ambiente; y o notaba c o n disgusto, y ) (lertas cosas... Papá debía de haberla q u e r i d o t a n t o a la pobre,
luego c o n temor, en el lentísimo despertar de ella, cierto letargo | ahora en su aislamiento silencioso él rememoraba quién sabe
persistente, ciertas lagunas en la m e m o r i a , ciertos excesos en la <|uc recuerdos; pero yo sentía que se trataba solo de recuerdos.
manifestación de afecto o de antipatía p o r los que la rodeaban. N o conseguía ver u n f u t u r o c o n u n a m o r nuevo y más fuerte
Pero habiendo t o m a d o las riendas de la casa, y c o n t i n u a n d o d u - • i.(Meciéndose entre ellos, y en t o d a la familia.
rante ciertas horas a ocuparme de m i empleo, sin dejar de lado mis El estaba m u y pendiente de m a m á , era condescendiente, y
lecturas y m i correspondencia, estaba tan ocupada que n o podía I .isi delicado; pero y o percibía una pizca de resignación en el
profundizar en las sensaciones nuevas y diversas que se alternaban Riodo en el que aceptaba la melancolía persistente de ella; de

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ella, a la que yo descubría d o m i n a d a p o r el deseo t í m i d o y afligi- pbicrvado en silencio: «Será h e r m o s a . . . » . N o lo creí, pero sentí
d o de u n acercamiento. m u inexplicable satisfacción.
U n día que el sol i n u n d a b a la casa, ellos se q u e d a r o n ence-
rrados más de una hora en el c u a r t i t o d o n d e ahora p a p á d o r m í a I MÍOS n o t a r o n m i metamorfosis. H a b í a en la oficina de la'fá-
solo. C u a n d o reaparecieron, m i madre tenía la cara teñida de u n bfl< i . empleado desde hacía u n a ñ o , u n joven del p u e b l o , h i j o
color rosáceo que n o le veía desde hacía m u c h o t i e m p o , y c o n • !• pequeños propietarios, agradable físicamente y c o n modales
u n a sonrisa graciosa; la sonrisa de u n a adolescente feliz. M e m i r ó 1 ¡envueltos. Yo lo trataba c o m o a u n camarada, i n t e r c a m b i a n -
c o m o si n o me conociera. Por el c o n t r a r i o , papá se n u b l ó y evitó Jo biornas o discutiendo c o r d i a l m e n t e en las pausas del trabajo;
m i mirada. l i b r e t o d o cuando nos q u e d á b a m o s a solas en la gran sala d o n -
O t r a s veces, d u r a n t e las semanas siguientes, la visión de d< ambos teníamos nuestra mesa. A q u e l l a primavera el respeto
m a m á apoyándose cansada en el h o m b r o de papá me p e r t u r b a - ligeramente irónico que él había usado hasta entonces c o n m i g o
ba. Yo estaba convencida de que p a p á evitaba encontrarse a solas dio lugar a una a c t i t u d de a d m i r a c i ó n espontánea, que n o se m e
c o n ella; evitaba la casa y a todos casi c o n indiferencia. • < ipo y que m e divertía. M e hablaba del p u e b l o , de l o que sus
La primavera pasaba lentamente. E n los cálidos y fascinantes i ompañeros decían de m í . Yo le preguntaba a su vez c o n c u r i o -
crepúsculos yo sentía que me invadía de vez en cuando una ne- lldad. M e describió a u n o de esos que se decía enamorado de
cesidad m a r t i r i z a n t e de l l a n t o , de d e s m o r o n a m i e n t o : ¿qué era? mí v que hablaba de raptarme: esto era costumbre h a b i t u a l en
¿a d ó n d e se había i d o la intrépida adolescencia? ¿Por q u é m i iquellos lugares y al rapto le seguía el m a t r i m o n i o . Yo m e reía y
padre se alejaba así de m i alma? N o sentía m i s u f r i m i e n t o , n o - monees mentaba a m i padre, cuyo n o m b r e inducía terror. M á s
m e amaba, ¡ah, ya n o m e amaba! ¿Estaba d u d a n d o y o de él, de de una vez m e crucé c o n los ojos de ese sedicente enamorado,

m í m i s m a , de la vida? no i ti disgusto.

T a m b i é n m i j u v e n t u d reaccionó inconscientemente. Seguí El joven m e decía también que el arcipreste m á s de u n a vez


trabajando, escribiendo largas cartas llenas de una extraña auste- nos había m e n c i o n a d o en la iglesia, a t r i b u y e n d o la desgracia de
r i d a d a mis amigas; seguí sonriendo c o n u n a pizca de coquetería m i madre a u n castigo de D i o s . A f i r m a b a que algunas viejas se
ingenua a los trabajadores piamonteses, alguno de los cuales m e niiiguaban cuando yo pasaba. M e llamaba «diablillo» y parecía
dedicaba u n a simpatía exagerada, en contraste c o n la antipatía mirarme c o m o a u n objeto curioso d o t a d o de u n mecanismo
que me provocaban las personas y las cosas del p u e b l o . desconocido y, quizá, peligroso. Enseguida se atrevió a t r a n s m i -
Y m i cuerpecillo se transformaba, iba perdiendo ciertas as- I I I m e los halagos que según él hacían los señores, sobre esta o
perezas en los c o n t o r n o s y en los m o v i m i e n t o s , y sobre t o d o el aquella valía física. Repetía t o d o eso c o n satisfacción. T a n t o sus
rostro parecía volverse más l u m i n o s o , y más expresivo. Fue m i palabras c o m o su sentimiento m e dejaban entre ofendida y hala-
padre el p r i m e r o que m e hizo d i r i g i r la m i r a d a al espejo c o n gada, pero me parecía vislumbrar en ellas u n f o n d o de sinceridad,
cierta i n q u i e t u d . U n a tarde escuché c o n una mezcla de placer y n la incipiente satisfacción de m i lozanía, consideraba perdo-
estupor, que él decía c o m o para sí m i s m o , después de haberme nable que ese, al que n o ocultaba p o r o t r o lado la conciencia de

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m i superioridad, se olvidase de vez en cuando de que yo era la h i j a in responsabilidad a c o m p a ñ a r l a y o sola! Siempre, de f o r m a
de su jefe. L e respondía b r o m e a n d o para darle a entender que, lítente, estaba el t e m o r de verla i n v a d i d a de nuevo p o r la necesi-
p o r el c o n t r a r i o , n o le daba n i n g u n a i m p o r t a n c i a al juego; a veces dad de o t r o acto i m p r u d e n t e y m o r t a l . Y otra vez, más triste que
me divertía c a m b i a n d o de repente de a r g u m e n t o , arrastrando al nunca, la d u d a de n o amarla cuanto debería y habría q u e r i d o , ¡y
j o v e n i n c u l t o y c o n o p i n i o n e s bastante rudas y convencionales d( ei inútil c o n t r a su infelicidad!
hacia discusiones e n las que enseguida le derrotaba. Entonces Pero c o n el viaje pareció que realmente le volviera u n poco
yo m e reía, c o n u n a risa altiva y estruendosa, y t a n i n f a n t i l en el I esperanza y una cierta serenidad, así c o m o u n poco de fuerza
f o n d o que él t e r m i n a b a riéndose c o n m i g o , pero n o sin dejar de l ' n i . Kn cuanto a m í , la z a m b u l l i d a inesperada en las memorias
traslucir en su cara u n estupor u n poco i n g e n u o . d mi infancia fue suficiente para disolver bastante mis oscuros
U n a segunda v í c t i m a de mis excentricidades era u n a viejecilla " i n o r e s y para devolverme parte de m i á n i m o .
que venía a m e n u d o a nuestra casa para ayudar a m a m á . C h a r - ( ) t r a vez v o l v i ó el verano. Yo c u m p l í a q u i n c e años. E n la
l a n d o , ella mencionaba de vez en cuando m i f u t u r o , m o m e n t o playa d o n d e la c o l o n i a de bañistas se reunía y, a veces, i n v i t a b a a
en el que m e convertiría en esposa y madre y me habría reído de M pasatiempos, m e sentía observada c o n curiosidad p o r todos,
mis actuales funciones c o m o empleada. T r a n q u i l a , yo le respon- mirada c o n insistencia p o r hombres de diversas edades. D u r a n t e
día que n o m e casaría nunca, que solo sería feliz siguiendo c o n llgunas semanas o c u p a r o n mis fantasías: p r i m e r o , u n j o v e n en-
m i v i d a de trabajadora libre y que, p o r l o d e m á s , todas las chicas h rmizo y b r o m i s t a ; después, o t r o casi aún adolescente, c o n u n
deberían hacer c o m o y o . . . E l m a t r i m o n i o . . . era u n a institución Cuerpo fuerte y ágil y c o n la cabeza llena de rizos que m e recor-
equivocada: papá lo decía siempre. diba a ciertas estatuas de bronce que había visto en los museos;
L a viejecilla se i n d i g n a b a . «Pero, entonces el m u n d o se acaba, pero no h i c i e r o n latir fuerte m i corazón n i m e d i e r o n ganas de
n o nacen más niños, ¿no l o comprendes?». Coquetear. M e preguntaba a m í m i s m a : «¿Me e n a m o r a r í a . . . ? » , y
M e quedaba estupefacta. M i madre, ya desde hacía algunos I I juego me gustaba, parecía dar u n sabor nuevo a la vida que y o
años m e había hablado de las funciones misteriosas del organis- i\a con tanta pasión. Dejándome mecer p o r las olas d u r a n t e
m o f e m e n i n o , aunque sin detenerse sobre las relaciones entre horas bajo el sol ardiente, desafiando el peligro y a l e j á n d o m e
h o m b r e y mujer. C i e r t o , si m i padre defendía la desaparición del i nado de la o r i l l a hasta n o ser ya visible, m e volvía una c o n la
m a t r i m o n i o , quería decir que los niños habrían p o d i d o nacer 'i «imaleza y, a la vez, desfogaba la vivacidad de m i organismo.
igualmente. Papá n o quería el fin del m u n d o . Y y o , después de I ia una persona, una p e q u e ñ a persona libre y fuerte, lo sentía y
t o d o , n o sentía esa responsabilidad c o n respecto al f u t u r o . . . N o , I mía c ó m o se me h i n c h a b a el pecho de u n a i l i m i t a d a felicidad.
n o me casaría. Pero en casa una tristeza aún más aterradora persistía. E n
M a m á presenciaba estos debates sin participar e n ellos: ella mamá el carácter se exasperaba y esto volvía más evidente el c o n -
siempre estaba absorta, encerrada c o m o en u n desierto interior. «* uente desequilibrio de su espíritu, que p a p á n o dudaba en
A l final de la primavera, p a p á le propuso i r a pasar u n mes a " i ordarle cruelmente. Los niños estaban más abandonados que
T u r í n c o n m i g o , a casa de nuestros familiares. Ella aceptó. ¡ Q u é nunca. ¡ Q u é lejos quedaba el t i e m p o en el que nuestro padre se

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volvía n i ñ o para jugar c o n nosotros! E l cansancio y la i n d i f e r e n - • Omenzado en p r i m a v e r a , d u r a n t e m i viaje c o n m i m a d r e , y que
cia hacia t o d a la familia ya eran evidentes en él. C o n la llega- i asi cada tarde p a p á iba a verla, alojada y m a n t e n i d a p o r él c o n
da del o t o ñ o , p o n í a c o m o excusa que tenía que quedarse hasta H N I . I SU miserable y numerosa f a m i l i a en u n a casa a las afueras
tarde p o r las noches en la fábrica, y en casa n o se le veía más • I. I p u e b l o . . .
que d u r a n t e las comidas, t a c i t u r n o . M á s que exigente c o n sus [Papá! M i l p e q u e ñ o s detalles se m e aclararon. N o me era p o -
trabajadores, n i siquiera a m í m e ahorraba el r i g o r de su d i s c i p l i - iU< no dar c r e d i b i l i d a d a la terrible r e v e l a c i ó n . . . Sentí que m e
na c o n u n a dureza a veces g l a c i a l . . . A s o m b r a d a y consternada, desmoronaba, arrastrada p o r el i n s t i n t o de golpear el suelo, p o r
buscaba... • I (l( >lor y p o r la v e r g ü e n z a . . .
M i c o m p a ñ e r o de oficina n o me dejó buscar demasiado. A M i padre, ejemplar, radiante, se transformó de golpe en u n
m e n u d o nos q u e d á b a m o s solos en la sala gris, d o n d e se alinea- objeto de terror. E l , que m e había criado en el c u l t o a la since-
ban las estanterías y las mesas cubiertas de papeles y de registros, i i d . n l , a la lealtad, él escondía a m i madre y a todos nosotros u n
y en m e d i o de la cual ardía una gran estufa de carbón v o l v i e n - I i d o de su vida. ¡ O h , p a p á , papá! ¿ D ó n d e estaba nuestra supe-
d o el aire muchas veces irrespirable. O t r o empleado estaba solo • [l II id.id, de la que yo estaba tan orgullosa ayer? ¡ M e pareció que
unas horas p o r la tarde, y u n cuarto se ausentaba frecuentemen- R ibíamos caído más bajo que todas aquellas criaturas que nos
te. E n t r e u n trabajo y o t r o seguíamos i n t e r c a m b i á n d o n o s fra- m d i . i b a n y cuyos asuntos me habían o l i d o m a l desde el p r i n c i -
ses más o menos divertidas, o m a n t e n i e n d o conversaciones más plol ,V mis inocentes hermanos! Y m i m a d r e , ¿mi madre sabía
serias, que se i n t e r r u m p í a n y se retomaban repetidas veces a lo M e sentía ahora atraída hacia la desventurada c o n el cora-
largo de la j o r n a d a . É l tenía v e i n t i c i n c o años, la figura v a r o n i l zón lleno hasta casi reventar; lleno de arrepentimientos y de ira
y elegante, y el rostro aceitunado c o n dos grandes ojos negros: Contra mí m i s m a . . .
hablaba c o n facilidad y en abundancia. M u c h a s cosas en él me ( hiizá m i padre ya la traicionaba c u a n d o había i n t e n t a d o
chocaban, d i a r i a m e n t e . N o le ocultaba todas, pero él n o hacía MI ii.use? Entonces yo había rechazado mis dudas c o n seguridad
caso a las observaciones de u n a c h i q u i l l a , solo se sorprendía de | Con una c o n v i c c i ó n firme. T a m b i é n h o y la rechazaba. ¡Era de-
m i independencia, acostumbrado c o m o estaba a considerar a la • •• I l i a d o horrible! Pero de todas formas, la enfermedad física y
m u j e r u n ser p o r naturaleza s o m e t i d o o servil. N o sabía nada de MHH.II que tenía m i madre n o era una excusa para m i padre ante
él, solo había o í d o decir vagamente que una chica a la que a m ó m i | OJOS.
antes de convertirse en soldado había i n t e n t a d o matarse cuando Ay, si fuera posible devolver la c o r d u r a a p a p á , enfrentar m i
al volver, él dejó de hacerle caso. A m i padre n o le gustaba, lo Voluntad audaz y enardecida a la suya, ¡salvarnos a todos de la
toleraba p o r q u e era u n trabajador; pero m e reprendía tajante- i nina!
m e n t e cada vez que nos sorprendía charlando. tero q u i e n , c o n perfidia o inconsciencia, me había dado el
¿Fue p o r represalia? A q u e l m e c o n t ó l o que ya en el pue- PUTO golpe, se o c u p ó de i n s i n u a r m e la i n u t i l i d a d de cualquier
b l o t o d o el m u n d o sabía: que m i padre tenía u n a a m a n t e , u n a • ICción y de p i n t a r m e al m i s m o t i e m p o u n oscuro porvenir. M e
chica que h a b í a sido trabajadora de la fábrica. L a cosa h a b í a dispensaba una piedad que en cualquier o t r a circunstancia m e

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habría o f e n d i d o . N o me preocupé p o r él: sentí que m e agarraban M< ontrarse rqal y se retiró. E n la sala nos quedamos papá, los
las manos, que m e acariciaban el pelo y m i ser cedía inconscien- huéspedes y yo. V i en la cara de m i padre una terrible ira conte-
temente a la d u l z u r a de aquel contacto, mientras temblaba de ira nlda. Lentamente, casi m u r m u r a n d o , declaró:
y de desesperación. — ¡ E s t a m u j e r está enloqueciendo!
¿ Q u é era aquella fuerza oscura que se me revelaba de golpe, En u n arrebato yo exploté:
aquel a m o r del que mis lecturas m e habían t r a n s m i t i d o u n c o n - — ¡ Y o también enloquecería, p a p á ! — . Y lo miré fijamente a
cepto quimérico? D e cualquier m o d o , era algo nefasto, degra- 11 i ara, con una rebeldía desesperada, s i n t i e n d o que me subía a
dante y a la vez f o r m i d a b l e si había p o d i d o vencer y envilecer a I • i abeza una terrible convulsión.
m i padre. — ¡ T ú , cállate! — g r i t ó m i padre d o l i d o en el alma, lanzándo-
Y la vida, que desconocía, pero en la que siempre había creí- K sobre m í para destrozarme, pero retrocediendo de golpe c o n
d o c o m o si fuese u n lugar de b o n d a d y de belleza, se m e aparecía un gran esfuerzo—. ¡Fuera!
i n c o m p r e n s i b l e , deforme, . . . N o recuerdo c ó m o pasé aquella noche. A la m a ñ a n a siguien-
¿ C u á n t o s días viví c o n esa terrible agitación en el alma? Ya n o i« m a m á en la habitación c o n fiebre esperaba en vano la visita
lo sé. Solo sé que en aquellos instantes de depresión que sucedie- del m a r i d o , claro, para pedirle p e r d ó n . A m í v i n i e r o n a decirme
r o n al paroxismo, una voz cálida y j u v e n i l , insistente, a m i lado, que al final de mes m i empleo habría t e r m i n a d o . Era la respuesta
m e susurraba palabras de estima cada vez menos disimuladas. • m i (rase de la noche anterior.
E n cierto m o m e n t o aún m e sentía débil y atontada, y aquella En la oficina n o p u d e contener el l l a n t o . A m a b a intensamen-
única voz p e r m a n e c i ó y m e embistió c o n la fuerza de la pasión. te aquella vida de trabajo entre los empleados, n o p o d í a p e n -
Y e m p e c é a responder, c o n una i n c r e d u l i d a d que persistía en m í , .11 en abandonarla, n o me imaginaba otra así, c o n f o r m e a mis
y j u n t o a u n a desesperanza que se m e i m p o n í a c o n í m p e t u . M e naos, a m i naturaleza. Se lo dije a m i c o m p a ñ e r o , que se m e
volví dulce y sumisa. N o le dije que le quería, n i siquiera m e lo "< ercó.
dije a m í m i s m a , pero había u n h o m b r e que me apreciaba.
— ¿ Y en m í n o piensa? ¿ Q u é haré yo? — m u r m u r ó él. Y v o l -
¿ C ó m o supo m a m á de su desventura? U n a tarde v i n i e r o n a i<> a su mesa, escondiendo la cara entre las manos c o n u n t e m -
visitar a papá después de cenar, n o recuerdo el p o r q u é , unos i n - blor nervioso en los h o m b r o s . F u i a su lado, o l v i d á n d o m e de m i
d i v i d u o s entre los que había u n n o t a r i o , criatura insignificante y pena; me agarró, me apretó, p e q u e ñ a , c o n t r a su pecho.
meliflua que m i padre habría hecho su confidente; y m i c o m p a -
— Q u é guapa estabas ayer p o r la noche, q u é valiente, c ó m o
ñero de oficina. C h a r l a b a n , cuando m i madre estalló de repente
habría q u e r i d o besarte las r o d i l l a s . . .
c o n una risa convulsa, preguntándole al n o t a r i o :
C e r r é los ojos. ¿Era verdad? T o d a m i alma quería una res-
— D í g a m e , ¿es verdad que usted acompaña a m i marido a pasear puesta. M e q u e d é quieta d u r a n t e algún m i n u t o : los labios de
por la noche por el río? ¡Cuénteme u n poco sobre qué h a b l a n . . . ! • I bajaron hasta los m í o s . N o me liberé. M i s sentidos n o res-
Los hombres se i n t e r c a m b i a r o n una m i r a d a , atónitos. E n - pondían, aún adormecidos; el corazón esperaba que una gran
tonces, pálida, m a m á se levantó c o n u n t e m b l o r , lo achacó a dulzura estuviese a p u n t o de i n v a d i r l o .

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U n r u i d o r e p e n t i n o hizo que me alejara bruscamente. A l día
siguiente, en u n instante de soledad, m e refugié de nuevo j u n t o
al j o v e n , que me d i j o que me quería, y me i m p i d i ó hablar, aho-
g á n d o m e c o n besos breves en la boca, en el cuello. M e aparté u n
poco molesta. Pero d u r a n t e los días siguientes su c o m p a ñ í a me
pareció necesaria. E n aquellos m o m e n t o s me olvidaba del d o l o r
que traía c o n m i g o de casa, que se encarnizaba cada vez que m e
encontraba c o n la m i r a d a de m i padre. Y n o pedía nada m á s ,
paralizada.
Él entendía m i inconsciencia, y confirmaba m i ignorancia y m i
frialdad de niña quinceañera. O c u l t a n d o con gestos y sonrisas el
frenesí que lo poseía, c o n lenta progresión me acarició el cuerpo, • monees, ¿yo era p r o p i e d a d de u n hombre?
hizo que le devolviera las caricias y los besos c o m o la deuda *de u n I • > creí después de no sé cuántos días de u n a t u r d i m i e n t o sin
juego, c o m o el desarrollo placentero de u n prólogo a la gran obra • •• imbre. D e esos días tengo u n recuerdo vago y oscuro.
de amor que m i imaginación empezaba a pintar ante mí. I >e repente m i existencia, ya trastornada p o r el abandono de
D e esta f o r m a , sonriendo p u e r i l m e n t e , j u n t o a la j a m b a de m i padre, se desbarataba y cambiaba trágicamente. ¿ Q u é era yo
una puerta que separaba el estudio de papá de la oficina c o m ú n , - I " >ra? ¿En q u é m e iba a convertir? M i vida de adolescente había
una m a ñ a n a f u i sorprendida p o r u n abrazo insólito y b r u t a l . '* i m i n a d o .
D o s manos temblorosas h u r g a r o n entre m i ropa, e m p u j a r o n m i M i o r g u l l o de criatura libre y reflexiva sufría; pero n o m e
cuerpo hasta dejarlo caer sobre u n taburete mientras y o i n s t i n - permitía detenerme e n arrepentimientos n i disculpas, m e e m -
tivamente forcejeaba. M e ahogaba y emití u n q u e j i d o que ter- pujaba a aceptar la responsabilidad de l o o c u r r i d o . E intentaba
m i n ó en g r i t o , cuando el h o m b r e , t a p á n d o m e la boca, me e m - M I itificar c o n afán eso que aún m e llenaba de estupor. ¿ C u á n t o
p u j ó lejos. O í unos pasos h u y e n d o y la puerta cerrarse de golpe. Kai i.i que conocía a aquel hombre? Desde hacía alrededor de
T a m b a l e á n d o m e , m e refugié en el p e q u e ñ o laboratorio al f o n d o -1-15 años. L o había visto casi cada día, había sido m i c o m p a ñ e r o
del estudio. Intenté r e c o m p o n e r m e , mientras sentía c ó m o m e \a ayuda en el trabajo. Siempre l o había visto c o n u n a satis-
faltaban las fuerzas; pero una oscura sospecha me invadió. D i r i - i l< i ion honesta de adolescente; incluso sus groserías m e habían
g i é n d o m e fuera de la habitación, lo v i interrogarme en silencio: divertido. D e s p u é s , u n día, él d e s h o n r ó a m i padre ante mis ojos
p e r d i d o y jadeante. Yo debía de parecer aterrorizada p o r q u e u n I orno si n a d a . . . ¿Por qué n o consideré la p o s i b i l i d a d de que es-
m i e d o atroz le i n u n d ó el rostro mientras avanzaba hacia a m í tuviera m i n t i e n d o ? Yo n o sabía nada de la vida y enseguida su
c o n las manos juntas en f o r m a de s ú p l i c a . . . eperiencia m e había i n f u n d i d o u n a especie de respeto. Y m e
lonreía c o n piedad. H a b í a asistido a la terrible angustia de m i
• lina de repente extraviada. Y m e había parecido diferente al de

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antes, u n nuevo ser, d o t a d o de t o d o lo que le faltaba ahora a m i de la fiebre... ¿ C u á n d o m e dije p o r p r i m e r a vez que quizá te-
padre. ¡ C ó m o l o juzgaba c o n d i g n i d a d y c o n desprecio, y q u é ñí.. (|iie corresponder a la pasión de aquel h o m b r e , aceptando la
c o n m o v i d o se le veía defendiendo a m i pobre m a m á ! Solo u n a ii v i , para toda m i existencia; su apoyo, y el refugio que él m e
vez había recibido una impresión desagradable: cuando, tras pre- • • l u x ía, s e p a r á n d o m e de t o d o lo que había c o n s t i t u i d o para m í

guntarle si me habría apoyado c o n su t e s t i m o n i o en el m o m e n t o la vida hasta entonces? N o l o sé, ya n o l o veo claro. E m p e c é a


en el que y o m e hubiera enfrentado a m i padre, me suplicó que I" n>.u que quizá y o amaba al j o v e n desde hacía m u c h o s meses
callara; que callara... ni .iberio, que quizá algo, bajo su h u m i l d e apariencia, m e había
Y desde aquel m o m e n t o m e e m b a u c ó c o n una oleada de pa- • «liu ido de f o r m a inexplicable. D e s p u é s llegué a la conclusión
labras dulces; m i corazón se enterneció. N o d u d é u n solo instan- p f que, quizá, en aquel f u t u r o de a m o r y de abnegación que
te de su d e v o c i ó n y la acepté, c o n la soberbia hasta entonces n o Kunca antes había v i s l u m b r a d o , se encontraban la salvación, la
e x t i n g u i d a de m i superioridad. l ' i / . el placer. Su m u j e r . . . ¿ N o lo era ya? É l m e quiso, él decidió

¿Sabía él algo del cansancio que m e había vencido? M e había m i destino; t o d o se había preparado mientras y o creía que i b a

t e n i d o entre sus brazos, me había d i c h o que m e amaba, y yo le I•« .1 u n c a m i n o m u y d i v e r s o . . . ¡Aquel esposo de las leyendas que

había escuchado... i. mpre me había parecido u n personaje p u e r i l , existía, era él!


N o p o d í a considerarme una v í c t i m a de u n cálculo. E l a m o r I I b o m b r e se d i o cuenta enseguida de que su causa t r i u n f a b a ,
debía haber hecho t o d o esto. ¡Y q u é m a l preparada estaba yo para | quizá n i siquiera estaba s o r p r e n d i d o p o r ello. Sin embargo, ha-
recibir al misterioso huésped! ¡Ah, en el f o n d o n o sabía nada de bí.i temblado. A h o r a , más seguro, lleno de esperanza, secundaba
la v i d a p o r haber c o n t e m p l a d o demasiado y de f o r m a exclusiva I' pasiones que y o manifestaba en cartas y en palabras elevadas
a m i padre! N u n c a m e había i m a g i n a d o m i f u t u r o c o m o mujer. pueriles a la vez; y para parar en m i boca cualquier petición
Y precisamente en m u j e r m e había c o n v e r t i d o de repente, justo l plicaciones, cualquier cuestión sobre l o o c u r r i d o , volvía a
cuando ya n o p o d í a fiarme de m i padre, cuando nuestro pasado besarme las manos y el cabello, fugazmente, y me repetía c o n u n
perdía t o d o su valor ante mis ojos, cuando m i p r o p i a madre n o ÉOCO de solemnidad que toda su existencia n o habría bastado
era capaz de escucharme n i de inspirarme. para agradecerme el regalo de la mía; e intentaba apropiarse de

N i siquiera p o r u n instante tuve la tentación de desvelarle a RUevo de m i cuerpo. Pero la iniciación había sido demasiado

la desgraciada m i terrible secreto. ¡Ella sufría ya suficiente ence- / y yo m e negaba. C o m o muchas adolescentes, en las q u e
rrada en su dolor! |' le< unas de las novelas despiertan sueños informes que nadie
A m i padre, ¡ c ó m o lo sentía distante, separado ya de m i vida! onoce, y o s u p o n í a que la realidad n o era exactamente c o m o la
¡Y q u é t o r t u r a u n i d a a otra t o r t u r a la de esconderle la tempestad • l«i« tan desagradablemente m e había s o r p r e n d i d o , para m a l : m e
que m e arrollaba! Imaginaba una c o m p e n s a c i ó n que llegaría c o n inefables e m o c i o -
Sola, en silencio, m e dejé i n v a d i r p o r una especie de autosu- i i i • q u e iba a d i s f r u t a r c o m o e s p o s a . El p u d o r en u n a quincea-

gestión, p o r una lúcida locura. ¿Era la influencia del repentino m i i i oí no y o era aún demasiado e m b r i o n a r i o para que pudiera
trastorno fisiológico? Los recuerdos q u e guardo son c o m o los u l i i i profundamente; es más, quizá, u n a sombría d i g n i d a d m e

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estimulaba y m a n t e n í a m i v o l u n t a d de a m o r y de a b n e g a c i ó n , 1 i ida, lo exasperaba. C l a r a m e n t e , n o reconocía su parte de
que cultivaba c o n una testarudez desesperada. Clllpa por la atención afectiva que m e h a b í a empezado a faltar
Pero p a p á notó mis distracciones y m i turbación; de repente, " la época en la que habría t e n i d o necesidad de ella. Sufría.
m a n t u v o su palabra y m e o r d e n ó que n o volviera a la oficina. I implicado y p r i m i t i v o a la vez, n o llegaba a hacerse u n a idea
M e enfurecí m u c h o p o r la brusca separación y creí que esta- l " . i isa de t o d o l o que ocurría a su alrededor, n i a ponerle reme-
ba pasando los peores días de m i vida. D e s p u é s , tras conseguir d i o A su vez, c o m p r e n d i ó que estaba solo al haber puesto en su
cartearme c o n el j o v e n , este me a n i m ó a hablarle a m i madre ra a la única que lo a d m i r a b a . Y d e b i d o a la a c u m u l a c i ó n
de nuestro amor; y m a m á , triste, transida y suspendida en el ll< I « a p r o b a c i ó n general en su cabeza, y al presagio de catás-
precipicio de la razón, pareció beber de una fuente de j u v e n t u d trofi i n m i n e n t e s , transmitía u n desesperado afán de tiranía y
escuchando a la h i j a enamorada. ¿Evocaba ella sus veinte años? ili vi< l o r i a .
¿Era la felicidad soñada para sí m i s m a la que creía ver b r i l l a r I >«ic- m a m á t o m a r a p a r t i d o p o r m í insistentemente lo sor-
para su criatura? A l g o de ella latía en m í , en aquel m o m e n t o , p o r i - lidió. Después de aquella tarde, siempre habían evitado ha-
p r i m e r a vez. ¿Lo sentía de f o r m a inconsciente? La desventurada l I use; ahora, ella parecía i m p o n e r l e , a m o d o de pacto de paz
n o p o d í a i m a g i n a r el d r a m a que había t r u n c a d o m i adolescencia. di e n t e n d i m i e n t o , m i b i e n . Parecía decir: «Sí, soy vieja, seré
Pensó, ¡también ella!, en u n s e n t i m i e n t o m á g i c a m e n t e esbozado lbu< i , la t r a n q u i l i d a d entrará en m i espíritu así c o m o en m i
en m i corazón para salvarme de una existencia híbrida; y reunió pobre < orazón. Podré encontrarle a la v i d a algo de belleza, siem-
toda la energía que le quedaba para que mis lágrimas cesaran, |W y i uando nuestra h i j a esté c o n t e n t a ¡y y o pueda pensar en
para que su sueño de d u l z u r a triunfase p o r una vez en su h i j a . . . y hijos!».
Yo la observaba c o n una t e r n u r a melancólica, c o n una sensa- I I no me d i j o nada. E n t e n d í que yo estaba m u e r t a para él,
ción confusa de t e m o r p o r m í m i s m a , al verme frágil c o m o ella, i" él le decía adiós a todos los sueños que sobre m í había cons-
p r e g u n t á n d o m e si en realidad yo había t e n i d o más suerte, si n o truido en tiempos remotos.
estaba e n g a ñ á n d o m e al confiar en el a m o r c o m o ella se había I e dije al j o v e n que n o era el m o m e n t o de pensar en el m a -
engañado. • r l m o n i o , p o r ahora. Tenía quince años y m e d i o , aún tenían que
C u a n d o p a p á se enteró, pareció n o darle i m p o r t a n c i a , c o m o p> ii algunos m á s . Pero él p o d í a v e n i r a nuestra casa, p o r la
si n o se l o creyera. Pero, p o r escrito y a viva voz, m i triste héroe i irdc, y salir de paseo alguna que o t r a vez c o n nuestra familia.
y yo tratamos de hacerle ver que la única meta de nuestra v i d a 1 »ué planeaba hacer? ¿Encontrar algún trabajo más conveniente
era ya solo la de u n i r n o s . Su cólera se d e s e n c a d e n ó t e r r i b l e m e n - n otra parte? ¿ E m p r e n d e r una carrera política? Yo le advertí de
te. Sin embargo, n i siquiera sospechó la verdad: ¿ c ó m o p o d r í a qu< n o me i b a n a dar n i n g u n a dote. M i e n t r a s t a n t o , debía seguir
haber pensado en u n a audacia reprobable, él que se creía tan i ' ¡tando sus servicios en la f á b r i c a . . .
t e m i d o p o r cualquiera que se le acercara? La idea de u n a estú- I labia i m a g i n a d o que dimitiría, que habría conseguido en-
p i d a ilusión de su n i ñ a preferida, educada para despreciar toda k r i n d a o t r o trabajo, incluso fuera del p u e b l o . Sin embargo, n o
fantasmagoría y para contar solo consigo m i s m a ante las batallas Oí n i i i o nada; él n o pensaba en absoluto que fuera poco d i g n o

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quedarse en las dependencias de u n f u t u r o suegro y de u n h o m - «uñándome p o r t o n t a . T a m b i é n se r i o cuando le conté la
bre cuya c o n d u c t a despreciaba. A l c o n t r a r i o , estaba seguro de habladuría que me había o í d o sobre él: que había deshonrado a
que m i padre me daría una d o t e cuando me casase. IMa < hica que después había i n t e n t a d o suicidarse. Y n i siquiera
Por t o d o ello, venía a casa p o r las tardes c o m o u n p r o m e t i - Intentó defenderse n i justificarse.
d o h a b i t u a l . C o n p a p á n o se encontraba n u n c a , ya que este se Pasaron los meses y t a m b i é n cesaron las habladurías. Por lo
iba sin falta nada más comer. A l r e d e d o r de la mesa los chicos • I- más, yo estaba aislada de la v i d a del p u e b l o . E l j o v e n , celo-
jugaban o leían, m a m á y yo nos entreteníamos c o n la costura; y I i aperaba de m í renuncias absurdas: n o p o d í a asomarme a la
el j o v e n se divertía m o l e s t á n d o m e y c o n t r a d i c i é n d o m e sistemá- • ni.i na y debía i r m e a m i habitación si algún h o m b r e llegaba a
ticamente d u r a n t e la conversación. D e vez en cuando m e daba 11 i isa, i n c l u i d o el d o c t o r de m a m á . M i personalidad, hasta en-
u n beso sin pensar, sin hacer caso a las protestas de m i madre y a lOnces tan libre, se rebelaba p o r m o m e n t o s ante la m e m o r i a del
las risas de los niños. Entonces m e tranquilizaba. N o s d e j á b a m o s I t c h o que yo consideraba irreparable, pero solo para hacerme
cerca de las diez, después de habernos abrazado en la antecámara K ni ii aún más el s u f r i m i e n t o de la derrota.
oscura d o n d e yo sola lo a c o m p a ñ a b a : a veces, sus manos me Incluso les escribía a mis amigas que era feliz. I n t e n t a b a en-
aferraban, febriles, u n instante, resucitando en mis sentidos el | MI.nme a m í m i s m a . Y conseguí a l i m e n t a r m i fantasía hasta
escalofrío, ya lejano, de terror. • peri mentar una especie de embriaguez.
Las primeras semanas se p r o d u j o en el p u e b l o una gran ha- [ A m a r l o , amarlo! Sí, buscaba el a m o r c o n tenacidad. Y n o m e
bladuría sobre nuestra relación. M i alejamiento r e p e n t i n o de la m tenía ante n i n g u n a de las continuas sensaciones desagradables
fábrica fue i n t e r p r e t a d o p o r los malvados c o m o la consecuencia Me m i p r o m e t i d o me provocaba. D e s c u b r í a en él una c a n t i d a d
de u n d e s c u b r i m i e n t o p o r parte de m i padre. ¿ N o habían susu- • l« defectos, antes insospechados: sabía que era i n c u l t o , pero l o
rrado, hacía u n a ñ o o así, las mismas lenguas que el afecto de m i libia considerado más ágil de m e n t e . Su carácter decepcionaba,
padre hacia m í n o era solo paterno? ¿ N o se habían d i v e r t i d o c o n H »l >re t o d o , mis expectativas c o n algo evasivo o a m b i g u o ; y la pe-
invenciones odiosas y monstruosas? M i s padres n o sabían l o que '|in na razonadora que yo a ú n era tenía de vez en cuando gestos
entonces se decía. A n t e la seguridad i g n o r a n t e de mis padres, yo 1 501 presa n o exentos de i n d i g n a c i ó n . . . Pero a pesar de t o d o
había visto crecer en m í u n cierto sentido de vergüenza. ¡Si al los reprimía. Yo quería creer en m i felicidad, presente y f u t u r a ;
menos m i p r o m e t i d o se h u b i e r a levantado c o n t r a los d i f a m a d o - pieria considerar hermoso y grande el amor, ese a m o r de los
res! Sin embargo, parecía haber adoptado u n c o m p o r t a m i e n t o llei ¿ i s años que resume para la adolescente la misteriosa poesía
ls

especial ante sus c o m p a ñ e r o s , c o m o si de repente h u b i e r a au- «le la vida. Y nadie cercano a m í m e m i r ó a los ojos, n i entró en
m e n t a d o en d i g n i d a d . Estos l o envidiaban y a la vez parecían es- m i alma, n i me d i j o palabras verdaderas que yo a ú n habría sido
tar contentos p o r q u e u n o del p u e b l o p o r fin h u b i e r a h u m i l l a d o Ctpaz de comprender.
a la orgullosa f a m i l i a forastera. A l pasar p o r delante del g r u p i t o M i rostro, p á l i d o , enmarcado p o r el pelo que m e había deja-
h a b i t u a l , m e d i cuenta de la expresión b u r l o n a c o n la que m e J o crecer de nuevo, perdía expresión y s i n g u l a r i d a d . ¿ H u b o de
m i r a b a n y de que m i o r g u l l o ya n o se atrevía a reaccionar. É l se Irielad u n t i e m p o en el que yo p o d í a i r m e a la playa cuando m e

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apetecía y z a m b u l l i r m e en el agua d u r a n t e horas, y vagar p o r el m o m e n t o s de exasperación que ú l t i m a m e n t e tenía a m e n u d o ,
c a m p o y abandonarme a sueños de trabajo y de belleza sinfín? ni. i rato c o n rudeza c o n una excusa...
A h o r a los días pasaban casi p o r entero en el silencio de m i I \ la tarde, m a m á v i n o al lado de m i cama. Intentó decirme
habitación. Preparaba el ajuar, y a veces m e quedaba d u r a n t e ligo para prepararme para lo que me esperaba al día siguiente.
largos m o m e n t o s parada, m i r a n d o mis manos posadas sobre la I .1 interrumpí enseguida abrazándola, acariciándole las grises
muselina blanca. M i f u t u r o c o m o esposa se iba perfilando: papá, i. nes, mientras gemidos ahogados m e estremecían. V e i n t i c u a t r o
m u c h o más fácilmente de lo que yo m e esperaba, se doblegaba a |Oras después, c o n m i m a r i d o , m i r a n d o desde el tren el b l a n -
la idea de casarme en pocos meses. Y m e parecía estar preparada, • 0 i .nnpo nevado bajo las estrellas, yo pensaba en los dos sufri-
incluso c o n la visión de la vida de restricciones que m e esperaba; MM< u t o s diversos que aquel día, c o n u n esfuerzo e n o r m e , había
y n o sentía n i n g ú n escrúpulo particular p o r el abandono de mis • K o n d i d o bajo u n a sonrisa ante todos los que habían v e n i d o
padres, de m i madre cada vez más débil, cada vez más perdida y r f e l i c i t a r n o s . . . ¿Lloraban mis padres, en ese m o m e n t o , en sus
temerosa, de mis hermanos sin guía y sin amor. h il-ilaciones solitarias?
¿ Y q u é le pasaba a m i prometido? ¿Quizá u n cierto respeto se
insinuaba en su conciencia p o r la robada criatura? ¿Quizá en su
a m o r p r o p i o se ilusionaba p o r poder hacerme feliz?
D e c i d i d o a n o dejar su empleo en la fábrica, m a q u i n a b a ha-
b l a n d o de mejoras i n m i n e n t e s y de ser el sucesor de m i padre
en el f u t u r o . D i s c u t í m u c h o c o n él la cuestión de la dote; al fi-
nal, se resignó a aceptar solo una asignación mensual. Q u e r í a u n
c o m p r o m i s o legal pero m i padre, i n d i g n a d o , se negó a aceptar
cualquier c o m p r o m i s o . M i p r o m e t i d o n o tenía nada, n i siquiera
lo suficiente para comprarse u n traje o regalarme u n anillo de
bodas. Papá d i o el d i n e r o para los muebles. M i s futuros parien-
tes intervenían nada más que para maravillarse de lo poco que se
estiraba m i familia.
La situación se volvía en silencio cada vez más penosa, ¿para
q u é alargarla? La fecha del m a t r i m o n i o se fijó para finales de
enero.
Poco menos de u n a ñ o h a b í a pasado desde la tragedia silen-
ciosa sobre la que j a m á s u n a palabra h a b í a salido de m i boca
n i siquiera c o n el culpable. Los preparativos se efectuaron sin
disfrutarlos. La v i g i l i a del día de la boda, p a p á , en u n o de sus

50
• i l M i m í a n m i nueva f a m i l i a , del a m b i e n t e en el que m i m a r i d o

V
huí ¡i crecido y en el que t a m b i é n mis hijos serían educados. D e
11 cuando iba a visitar a m i m a d r e , y se m e representaba de
ni Mura más nítida la diferencia entre el m u n d o del que había
ilido y en el que ahora entraba. Y casi u n rencor inconfesable
urgía en m í hacia m i pasado: algo i n s t i n t i v o , irreflexivo e i n -
IM .10, c o n t r a m a m á , c o n t r a mis hermanas p e q u e ñ a s , c o n t r a m i
padre y c o n t r a mis «utopías».
Solo m a m á se d i o cuenta c o n su sensibilidad de enferma.
I los o tres veces, en aquellos p r i m e r o s m o m e n t o s de m i nue-
I ida conyugal, ella me habló sin hablar, c o n el rostro b l a n -
Las ventanas del c o m e d o r de nuestro a p a r t a m e n t o daban a una aempre devastado p o r el s u f r i m i e n t o y la sorpresa dolorosa
calle ancha, al o t r o lado de ella se extendían algunos huertos; al * que le provocaba m i silencio. D e l viaje de bodas volví c o n una
f o n d o , se v i s l u m b r a b a n u n perfil de colinas y u n a franja de mar. u ion confusa, o más b i e n ya borrosa: n i n g u n a satisfacción
Las otras habitaciones daban a u n jardín p e q u e ñ o y desierto, l Miinal fuerte, n i n g u n a v i b r a n t e revelación para los sentidos.
rodeado de melancólicas enredaderas de b o j ; cerca, las vías del |l lh, l o que las jovencitas esperan! Yo n o había t e n i d o t i e m p o de
t r e n . D e vez en c u a n d o , de día y de noche, la casa temblaba lltli l<Mina en m i deseo a t o d o u n m u n d o de ebriedades, pero la
ligeramente a la llegada y a la salida de los trenes, y p o r las ha- I ilusión había sido igualmente amarga. Solo tenía en la m e n t e
bitaciones se difundía el eco de los p i t i d o s . E n el piso de abajo • • i . i dis< nsión que se p r o d u j o sin u n m o t i v o serio el tercer día,
había i n q u i l i n o s más b i e n invisibles. C u a n d o m i m a r i d o y la I i que pasamos casi toda la tarde en el h o t e l en u n i n c ó m o d o
sirvienta se i b a n , yo sin d a r m e cuenta i n t e n t a b a m o v e r m e sin I1IUI i 111 o. Y ¿por q u é , cuando a m i m a r i d o a mis amigas de M i -
hacer r u i d o . I MI ) .1 mis parientes, me d i cuenta de que temía leer en sus ojos
M i s vestidos de franela me c o n f i r m a b a n , a cada instante, que I si n p o r y, quizá, la desaprobación?
yo era, de hecho, «una m u j e r casada», u n personaje serio, cuya N o quise responder, n i t a m p o c o quise escuchar estas dudas
existencia estaba decidida d e f i n i t i v a m e n t e . C u a n d o salí p o r p r i - II mi interior. Por eso, m e angustiaba la p r e o c u p a c i ó n ansio-
mera vez sola, al lado de m i a n t i g u o c o m p a ñ e r o de oficina, p o r la I di mi madre. E n t e n d í que esperaba que yo volviese a ella
calle m a y o r del p u e b l o , c o n u n sombrero de plumas en la cabeza lian l«Minada, ya más hermana que h i j a , c o n el alma llena de
que pesaba h o r r i b l e m e n t e y el cuerpo encajado en u n vestido a iones que deberían c o n s t i t u i r u n o de los pocos m o m e n t o s
la ú l t i m a m o d a , m e pareció que u n abismo de t i e m p o y de cosas 1 - o 111 m es de su pasado. Ella m e obligaba a a d m i t i r , t a m b i é n para
me separaba de la criatura que yo había sido solo u n a ñ o antes. misma, que el «misterio» ya n o existía para m í , que n i siquie-
Sentí la extraña necesidad de acercarme a la gente del lugar, de Ia había existido, que t o d o se me había revelado u n a ñ o antes, en
empaparme de los usos y de los sentimientos de las personas que U|U< II a (>scura m a ñ a n a que creía casi o l v i d a d a . . .

53
C o n respecto a m i suegra, p o r el c o n t r a r i o , n o la sentía en ab- i •' ulo dos a ñ o s . . . D e esta f o r m a , manso y p r u d e n t e , c o n rarí-
soluto cercana. Solo quería conquistarla, y t a m b i é n a los suyos, Imos instantes de j o v i a l i d a d que quizá algún día fueron parte
y n o lo creía difícil. M e parecía que m e consideraban diferente, ilr su naturaleza, me provocaba siempre cierta piedad mezclada
de u n metal más fino, precioso, y eso les hacía estar í n t i m a m e n t e • il temor.
orgullosos. Para los dos viejos yo era una niña. Por o t r o lado, Las relaciones entre los m i e m b r o s de la familia me parecían
m i c u ñ a d a quizá intuía una fuerza escondida bajo m i fragilidad, 11 mas: en m i casa t o d o era siempre más ordenado, más disci-
pero una fuerza probablemente incapaz de volverse h o s t i l . Por |illnado, más claro. Por el c o n t r a r i o , lo que me hacía sentir u n a
lo d e m á s , para toda la familia, m i m a r i d o era sin d u d a el esposo • | " » ¡ e de fascinación en aquel ambiente vulgar era el sentido de
ideal, m u y d i g n o de haberme o b t e n i d o . I • tradición, el respeto p o r la costumbre, la v o l u n t a d tenaz que
Por las tardes veía a m i suegra agachada ante la gran c h i m e - movía a aquella gente, en determinados m o m e n t o s , a exaltar el
nea, cuya luz a veces i l u m i n a b a p o r sí sola la oscura cocina de la (n< ulo de su sangre, de su n o m b r e y de su tierra. E n m i l co-
planta de abajo, c o n la puerta casi siempre abierta hacia el huer- ' i inmiscuías: desde la f o r m a de preparar una c o m i d a c o n una
to. C o n las mejillas enrojecidas, parecía más joven c o n sus rasgos • n i solemnidad, hasta la encarnizada defensa que m i c u ñ a d a
rectos y marcados en el rostro, y casi bella; y m e sonreía u n poco • i 11 de su h e r m a n o ante los extraños, aunque poco antes en el
c o n f u n d i d a t r a t á n d o m e de usted. T a m p o c o m i suegro conseguía " • i MI lo hubiera criticado. Veía una expresión de vida bastante
tutearme. A l t o , casi gigantesco, estaba u n poco arqueado y era i o n t ra ría a la que había forjado m i carácter y m i gusto; contraria,
lento en sus m o v i m i e n t o s . Por la m a ñ a n a era él el que daba las i menudo errada — a ñ a d í a casi a la fuerza m i r a c i o c i n i o — pero
órdenes. ( i i t a de fascinación.
— ¿ E s t á contenta la señora baronesa? — p r e g u n t a b a a la hija. Mientras t a n t o , una especie de e n t u m e c i m i e n t o me iba inva-
Esta última, una solterona cerca de los treinta, encontraba siem- illi lulo, lira c o m o una necesidad de inacción, de total abandono
pre f o r m a de quejarse; tenía u n t e m p e r a m e n t o tiránico y egoísta, | lo que me rodeaba. D e esta f o r m a , m i persona se iba doble-
frío y lunático a la vez, y ante ella la madre temblaba. indn i la v o l u n t a d de m i m a r i d o . Progresivamente una cierta
E n realidad, en el p u e b l o , tenía u n a fama de m a r i m a c h o que pulsión se manifestaba en m i organismo, que yo atribuía al
yo ignoraba, al igual que ignoraba que la f a m i l i a al c o m p l e t o no ij n i amiento y al cansancio. N o intentaba vencer la frialdad de
despertaba n i n g u n a simpatía. M i suegro, hacía ya m u c h o t i e m - l l que él se asombraba y, a veces, se quejaba. M e habría parecido
p o , había sido procesado y condenado, algo bastante común • " I K ( bible u n c o m p o r t a m i e n t o más desembarazado. La única
en aquel p u e b l o . E l h i j o m e c o n t ó una c o m p l i c a d a h i s t o r i a de Mi lac< i o n era sentirme deseada, pero incluso esta desaparecía
ofensas y de venganzas para d e m o s t r a r m e la inocencia pater- rápidas visiones desagradables o ante la embestida de pa-
na, y su c o n m o c i ó n me persuadió. A h o r a , en la cocina llena de l «Il r vulgares o insensatas. Cerraba los ojos, m e i m p e d í a a m í
sombras y de reflejos m e parecía, en ciertos m o m e n t o s , ver en el mi m , i pensar y entraba c o m o en u n letargo.
viejo gestos azorados, casi c o m o si las paredes se estrecharan a su I tespués, me quedaba d o r m i d a . ¿Cuántos años tenía? A ú n no
alrededor hasta convertirse en u n a celda; la cárcel d o n d e había i ni diecisiete a ñ o s . . . El sueño era largo, tranquilo, casi infantil.

54 55
A las once de la m a ñ a n a la m u j e r que venía a l i m p i a r la casa 11 tibiera querido interesarme por los acontecimientos puebleri-

se iba. Yo preparaba sola la c o m i d a y la cena, sin t e d i o , pero 11. pero ya no tenía ningún t i p o de contacto con los trabajadores,

t a m b i é n sin placer. Y pasaban los días, sin saber c ó m o . Llevaba uní los pescadores, con los campesinos, y con respecto al elemento

algunos libros de contabilidad de la fábrica, u n trabajo que podía burgués, me parecía más vulgar aún de lo que había imaginado. Sin

hacer desde casa y que papá me había concedido para que me h i - « m i l esármelo, temía que esa vulgaridad acabara invadiéndome. Ya

ciera ilusiones m a n t e n i é n d o m e en una cierta independencia; pero 11 inercia que poseía a todas las mujeres del pueblo empezaba a pa-

solo me llevaba dos o tres horas. Subscrita a algún periodicucho, 1.1 erme, en cierto sentido, envidiable. E l cuidado torpe y material

leía u n poco; escribía a mis amigas y a mis maestras. E l p r i m e r mes «I. los hijos, la cocina y la iglesia eran toda su vida. Los hombres,

recibí la visita de algunas de las notables del pueblo y las atendí, A pesar de aceptar que no eran creyentes, exigían de las mujeres las

molesta y a la vez, divirtiéndome c o n m i nuevo papel de señora. pi.u ücas religiosas. E l m i s m o deseo inconfesado quizá estaba en

M á s satisfecha estaba cuando p o r la tarde venía a vernos al- m i marido. Sin embargo, lo que él no deseaba eran niños, y me lo

g ú n a m i g o de m i m a r i d o que, después de haber ensalzado las i. petía a m e n u d o . ¿Por egoísmo? Y yo aún no sentía surgir de lo

cualidades de nuestra m á q u i n a de café, pasaba a hacer degustar a mis profundo de m i ser el anhelo de una nueva existencia a la que

los huéspedes cierto v i n o de garrafa. F u m a b a n , bebían y a veces miar, que me perteneciese y que iluminase m i vida.

soltaban alguna expresión t r i v i a l pueblerina, olvidándose de m í . Los amigos ensalzan t u i n g e n i o , m e dicen que tengo u n a

C u a n d o la conversación era sobre política, yo participaba en la mujercilla e n v i d i a b l e . . . » , m e contaba m i m a r i d o . N o m e c o n -

discusión, y sentía que m i t i m i d e z se relajaba; los oponentes es- ni ía. Por el c o n t r a r i o , tenía la impresión de que m e considera-

taban, más o menos, a la m i s m a altura intelectual de m i m a r i d o I- ni graciosa, y quizá guapa; pero ante el espejo n o me reconocía

y capitulaban fácilmente ante m i lógica. lOITlo tal, me veía c o n u n aire a d o r m e c i d o , de niña vieja; y t a m -

Alguna que otra vez fuimos a casa de u n pariente suyo, jefe de la poco esto me preocupaba demasiado.

facción democrática, donde acudían varios burgueses, algunos con Solo una ráfaga de m i antigua fiereza m e asaltó una tarde, al

sus mujeres. El parloteo mezquino y cotilla de las mujeres se alter- p n n c i p i o de t o d o , mientras ordenaba u n p e q u e ñ o cofre d o n d e

naba con las discusiones ruidosas de los hombres. La mayoría me m i marido había puesto sus cartas, nuestra correspondencia y

observaba con una especie de recelo m a l escondido ante el recuerdo ilgún recuerdo. Q u é sorpresa cuando v i conservadas j u n t o a las

de mis excentricidades de cuando era pequeña. Solo una persona, M U Í , las cartas que seis u ocho años antes le había escrito su p r i -

u n joven doctor toscano, recientemente titulado, que se alojaba en H< ra enamorada, la chica que se había quedado soltera, y de la

la casa de nuestro pariente, parecía ser afín a m í desde los primeros • |n. yo ahora a veces sentía p o r la calle la m i r a d a centelleante de

encuentros debido a su espíritu meditativo, a su correcto lenguaje y, pdii >. Solo leí u n a de ellas, sin ortografía, llena de frases de secre-

creía, a su pensamiento. C u l t o y con una inteligencia vivaz, debía de i M io galante. Él sonreía al lado de la estufa c o n cierta fatuidad.

evaluarme con una pizca de curiosidad, y percibía la contradicción \ eguir h u r g a n d o , otras notas breves de m u j e r aparecieron.

entre m i vida exterior y m i alma, que entreveía, quizá ya entonces, — S o n . . . de cuando estaba en el r e g i m i e n t o , sabes, la hija de
como una sombra fugaz sobre m i frente infantil. un posadero...

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Pero ya n o le prestaba atención; leía u n telegrama, firmado i i . j u n t o a los niños que u n día habían sido su orgullo? ¿ T e n í a r

c o n u n d i m i n u t i v o f e m e n i n o , y m i r a b a la fecha: el verano pasa- • i 'os quince años el derecho de alejarme i n d i g n a d a de él, a


d o , d u r a n t e nuestro c o m p r o m i s o . . . ¡lii< n reconocía deber t o d o lo bueno que había en mí?
D e s p e d a c é las cartas en m i l trozos: él n o se atrevió a protestar. \a parte de estos reproches i b a n también d i r i g i d o s a
¿Por q u é n o le creí mientras me contaba t o d a u n a historia? ¿Y mamá. Su d e b i l i d a d , su renuncia a la lucha me exacerbaban
p o r q u é sufría de aquella manera? ¿Tanto quería a aquel hombre? • l i o más ahora que estaba obligada a reconocer p u n t o s en
¿ O , en realidad, algo se derrumbaba? ¿Se venía abajo t o d o el edi- i m i un con ella en m i resignación ante m i destino.
ficio que m i buena v o l u n t a d había i d o construyendo? Pero la desventurada sufría a t r o z m e n t e , y n o solo en el
E l desconcierto pareció disiparse c o n u n a crisis de lágrimas. alma. U n a t e r r i b l e crisis fisiológica la i n v a d í a y yo percibía cier-
M e impuse a m í m i s m a olvidar y n o a t o r m e n t a r m e . Fuese lo que I i insinuaciones en sus palabras sin sentido que hacían que m e
fuese, ahora él era m i m a r i d o , m i c o m p a ñ e r o , en el que debía • .111 meciera en lo más í n t i m o de m i esencia f e m e n i n a , ahora
actuar lentamente, pero de f o r m a segura, m i honesta influencia. i nns( l e n t e . Y me pareció que esto, e x t r a ñ a m e n t e y ahora m á s
Ya n o veía a m i padre, pero m i m a r i d o m e hablaba de él, que n u n c a , m e i m p e d í a ser, para la m u j e r que era m i m a d r e ,
siempre considerándolo demasiado exigente y brusco, y de mis onsuelo. ¡ A h , yo n o era en realidad la esposa enamorada
hermanas y, a veces, de m a m á . Él vivía casi siempre fuera de casa, l|lte' ella creía, n i la c r i a t u r a feliz y capaz de sentir u n a p i e d a d
ya n o se interesaba p o r la v i d a de sus hijos. La casa se i n u n d a b a Infinita hacia ella, aquella que buscaba c o n las manos abiertas
de terror cuando él entraba. D e s p u é s , en cuanto volvía a cerrar I bien p e r d i d o !
la puerta a sus espaldas, los niños asistían al espectáculo de m i M i padre... ¿qué sentía? ¿ Q u é le decía el m é d i c o que s u m i -
madre que entraba en u n a crisis de l l a n t o y de protestas, o l v i d a n - lll naba a la enferma pociones deprimentes y se e m p e ñ a b a en
d o que estaban presentes. A duras penas m i hermana pequeña demostrarle la necesidad de cambiar de vida, de irse, de confiar
conseguía calmarla o hacerla volver en sí, c o n la pobre y d o l o r i d a II los recursos del p r o p i o organismo, en el t i e m p o , en los h i -
sonrisa de su b o q u i t a i n f a n t i l . La otra hermana, ya c o n trece I imbién él rogaba a m i padre, c o m o la p r o p i a infeliz, que
años, c o n sabiduría y t r a n q u i l i d a d asumía, casi sin darse cuenta, Miera y que tuviera piedad? Yo lo c o m p r e n d í , puesto que la
las riendas de la casa. M i h e r m a n o m e soltaba frases violentas ilinación era así: ella habría aceptado la l i m o s n a de su afecto
sobre padre, q u i e n n o lo enviaba a la c i u d a d para c o n t i n u a r con • ••• luso c o m p a r t i d o c o n la rival.
sus estudios, sino que lo obligaba a hacer u n trabajo demasiado Sentía que papá n o volvería atrás. E l estaba, c o n cuarenta y
pesado en la fábrica. Y parecía que todos estaban a la espera de iln» años, en lo más alto de la f o r t u n a material, en guerra c o n t r a
u n funesto desenlace. • is y hombres, e m p u j a d o c o m o n u n c a antes p o r la v o l u n t a d
Yo n o me sentía c o n la energía suficiente c o m o para juzgar a lili l« mente de n o reconocerse n i n g u n a culpa. C l a r o , n o se re-
m i padre. A veces tenía la impresión fugaz de haber c o n t r i b u i d o niaba al pasado, n o se decía que hacía u n t i e m p o habría p o -
c o n m i triste fatalidad a aquel naufragio de su conciencia. ¿ N o illdn evitar la desgracia... ¿Sufría? ¿Tenía algún atisbo de cons-
lo había abandonado sin haber hecho nada para retenerlo en su I ii ion? N i una palabra, n i u n gesto de él que me lo aclarase.

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Solo entendí que la h o s t i l i d a d ya evidente de t o d o el p u e b l o ,
la revuelta del s e n t i m i e n t o p ú b l i c o inspirada p o r el arcipreste,
p o r los «civiles» envidiosos, y p o r los empleados despedidos,
crispaban su a m o r p r o p i o ; y que también su c o n d u c t a provoca-
dora hacía que perdiera cada vez más el sentido de la realidad.
Y, mientras t a n t o , las semanas pasaban. L l e g ó el verano sin
casi darme cuenta, adormecida c o m o estaba t a n t o en cuerpo
c o m o en alma.
U n a noche l l a m a r o n a la puerta. Era m i madre, sostenida
p o r m i suegro, desaliñada, c o n la m i r a d a perdida y e m i t i e n d o
sonidos inarticulados. H a b í a salido de casa sin que la sirvienta se
diera cuenta de ello, había vagado por las calles, quizá d u r a n t e i inte m u c h o s días yací i n e r t e , r e p i t i é n d o m e a m í m i s m a en
m u c h o t i e m p o , hasta que finalmente se había tropezado c o n d baja la palabra « m a m á » ; p r e g u n t á n d o m e si habría q u e r i d o
viejo que la había traído hasta m í . Q u i z á se había r e n d i d o ante la Ufl > i de m i sangre y s i n t i e n d o que n o p o d í a l l o r a r c o n pa-
obsesión de salir a buscar a m i padre. 11 • iquel h i j o que n o había p o d i d o crear.
M e q u e d é f u l m i n a d a . D e s p u é s i m a g i n é la casa abierta c o n los \s t a n t o , u n resentimiento m e punzaba, algo que m e
niños d o r m i d o s , ignorantes de t o d o . A n t e esa miseria h u m a n a H limía, que me quitaba, una vez m á s , el a m o r p o r m í m i s m a
que m e buscaba en m i t a d de la noche, tuve una salvaje sacudida i i la vida. Pensaba en m i madre, en el torrente de palabras
en t o d o m i ser... Temblaba, presa yo t a m b i é n de la fiebre... Y lili había salido de m i boca aquella noche terrible. E n el pasa-
lancé a la desventurada palabras duras, enloquecidas casi c o m o 1 ( ) u é había sido ella para mí? ¿La había querido?
las suyas... ¡ O h , m i m a d r e ! . . . ¡Y p o r el a m o r de u n h o m b r e que N o me atrevía a responder, m i e n t r a s y o m i s m a m e veía c o n
ya n o la merecía! 1 • i vo aspecto, en la desolación de u n s u e ñ o m a t e r n o sobre-
M e veo, m e d i o desnuda, de pie al lado de la cama, mientras nlJo de repente y que i n m e d i a t a m e n t e se h a b í a desvanecido.
ella, apoyada en la pared, m e m i r a y l l o r a sumisa. E l m é d i c o , al Pili((|uc nunca h a b í a c o n t r i b u i d o a la felicidad de m i m a d r e ,
llegar, le d i o u n fuerte calmante. E n u n d e t e r m i n a d o m o m e n - 0 quizá nada m á s nacer en el seno de u n m a t r i m o n i o ena-
t o , p i d i ó que la llevaran j u n t o a sus n i ñ o s . M e v o l v í a acostar. II ido. Es verdad que ella n o estaba presente c o m o e l e m e n t o
E n la o s c u r i d a d , en el silencio, la t e r r i b l e escena se repetía en ni i il en n i n g u n o de mis recuerdos m á s v i v i d o s ; pero ¿era
m i m e n t e hasta el i n f i n i t o ; y sentí que la fiebre aumentaba, y Llfii ¡ente para explicar la i n d i f e r e n c i a que y o h a b í a s e n t i d o
c o n la fiebre, u n o d i o feroz p o r la v i d a , u n disgusto, y u n can- I mt< i o d o este t i e m p o p o r la mísera alma doliente?
sancio sin fin... 1 • - lo el pasado se presentó ahora más claramente ante m i espíritu,
V o l v i ó el m é d i c o . U n germen de vida nueva, que n i siquiera i turante dieciocho años la infeliz había v i v i d o en la casa c o n -
se había n o t a d o en m i vientre, me había abandonado. I ( orno esposa, las pocas alegrías se habían transformado

ii
en penas infinitas; c o m o madre, n u n c a había gozado del recono- i más grande y por no ser capaz de llevar a la desventurada
c i m i e n t o de sus criaturas. I» |m ile aquel que no tenía n i n g u n a piedad.
Su corazón nunca había encontrado el camino del afecto. H a - l i p a parecía t a c i t u r n o , impenetrable, n o hablaba. Y todos
bía pasado la vida i n c o m p r e n d i d a por todos: de niña, su familia la • >...,»!ms seguíamos teniéndole cierto terror, que nos paralizaba
consideraba romántica, exaltada y al m i s m o t i e m p o inepta, aunque lint abatía.
fuese la más inteligente y la más seria de la numerosa prole. Había I 11 i.iI mente, los médicos declararon que era necesaria una
roto sin remordimientos casi toda relación con sus parientes que M i l a regular, en una casa de salud. N o se p o d í a dejar más a la
desaprobaban a su esposo. Creyente, quizá con u n misticismo des- " i Mii.i con los asustados niños.
alentador y sin afición por la práctica del culto, la religión no la 1 >< hecho, su p a r t i d a a la c i u d a d vecina fue para los p e q u e ñ o s
había librado de ningún dolor. A pesar de su fantasía viva y cálida Inli l u e s , después de tantos meses de angustia, una liberación.
y de buen gusto, nunca se había dedicado a ningún arte, y ninguna 1 I m a g e n dulce y doliente que habían visto inclinada sobre sus
manifestación de su ingenio había despertado en ella una especial í n u l a s durante sus años de infancia se había transformado en
fascinación que la evadiera de sí misma durante algún instante. N i • • ligura fantasmagórica, p o r la que ya n o se sentían queridos
una amiga, n i una consejera, nunca, en su camino. Y una salud I|U< iemían n o poder amar más. ¡ O h , si volviera p r o n t o para
incierta, u n organismo a t o r m e n t a d o p o r lentas enfermedades... 1 . i i también la sombra de aquel sueño siniestro!
¡Pobre, pobre alma! N o le bastaron la belleza, la b o n d a d o la \ ¿podría haberle p e d i d o perdón?, ¿haberle hablado sobre
inteligencia. La vida le había pedido fuerza: n o la tenía. IIII pena sin n o m b r e p o r el recuerdo de haber sido tan i n h u m a -
¡ A m a r y sacrificarse y sucumbir! ¿Es este su destino y, quizá, • I i Mostrarle que finalmente la comprendía?
el de todas las mujeres? nunca más m i voz le llegaría al corazón. N u n c a más p o -
H a b í a pasado alrededor de u n mes desde m i enfermedad. l " i h a b l a r a m i madre, lo sabía, lo sabía; ¡todo había t e r m i n a d o !
Solo u n a vez volví a ver a la enferma, u n día en el que ella estaba I V ella, de lo que ella había sido s o l o quedaría en nosotros el
t r a n q u i l a y en el que, entre el resto de frases casi sensatas, m e • Jo, c o m o u n oscuro r e p r o c h e . . .
d i j o , h a c i é n d o m e temblar:
— ¡ A y , si hubieras t e n i d o u n niño! ¿Por q u é n o has t e n i d o 1 i iban los días y las semanas.
u n n i ñ o ? — . Ella había s o ñ a d o c o n u n n i e t o , ¡una m a t e r n i d a d I • o a poco m e liberé del a b a t i m i e n t o físico: la energía espi-
renovada! I parecía haberse e x t i n g u i d o . N o tenía n i n g u n a queja. I m a -
D e s p u é s , el m é d i c o me p r o h i b i ó más visitas. Cada tarde ve- i n a k i q u e , p o r la serie de casos trágicos que se habían cernido
nía u n m o m e n t o m i h e r m a n o , o la hermana p e q u e ñ a , c o n la ni MI m i eorta v i d a , ya poseía la visión c o m p l e t a del m u n d o : una
angustia en la garganta y los ojos dilatados. M a m á ya n i siquiera I n e l e x t r a ñ a . . . T o d o era placer y dolor, esfuerzo y rebelión; la
escuchaba sus voces, alternaba extravagancias c o n amenazas de |}ll!< i indulgencia era la resignación.
t o d o t i p o : la enfermera ya n o era suficiente para vigilarla. La II siquiera intentaba dedicarme a mis hermanas para atenuar
niña r o m p í a a llorar entre mis brazos; el n i ñ o se t o r t u r a b a p o r 11 li 111 ura y darle u n propósito inmediato a m i existencia. U n a

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joven institutriz que había llegado poco después de la partida de • i< lía. Pero después surgía sin falta la imagen de la m u j e r doliente
nuestra madre intentaba apropiarse de su afecto. Elegante y co- b el 11 ágico asilo, tal y c o m o la había visto por primera vez pocas
queta, yo veía de mala gana c ó m o desempeñaba su delicada tarea y las después de su partida. Y sentía u n escalofrío repentino,
pensaba que debería luchar para que ella no ejerciera demasiada i n - lll la sensación de q u i e n , perdido en u n glaciar, siente la oscila-
fluencia en las dos niñas. Sin embargo, dejaba que estas se alejaran lión de una cuerda que lo une a u n compañero que acaba de caer
de m í con una progresión insensible. Papá me buscaba menos aún. • I ibismo. ¡ O h , la voz de m i madre, ya diferente, que decía cosas
D e la ausente, nadie pronunciaba jamás el nombre delante de él. " i Gerentes! Y la inmensa vecindad de la que se elevaba u n z u m -
Incapaz de ver más allá, m i m a r i d o se c o n f o r m ó c o n m i t r a n - bido a >nf uso de risas y llantos, c o m o el eco de una m u c h e d u m b r e
q u i l i d a d exterior, c o n la transformación evidente de m i carácter, furli isa separada por u n m u r o del resto del m u n d o ; los grandes pa-
cada vez más sumiso. E l disfrazaba su i l i m i t a d o egoísmo c o n una Illi». desiertos, que recorrían las enfermeras con manojos de llaves
atención superficial. Era una atención de b o q u i l l a , pero servía • el < i nt urón, mientras a las puertas se asomaban a veces figuras
para i m p e d i r el estallido de m a l h u m o r y las explicaciones sin- con grandes ojos en blanco y bocas sonrientes, fantasmas
ceras. Parecía que ambos temiésemos profundizar en la realidad Í una vida oculta; y al final, la habitación blanca con sus rejas, a
y que u n pacto de silencio mantuviese las relaciones cordiales l • que m i madre se aferraba llamando p o r su n o m b r e a la ciudad
e indulgentes. Pero n o era exactamente así. E l creía en la per- • |H. se extendía lejana y bella bajo el sol, c o m o u n niño llama para
sistencia de m i a m o r y, p o r su parte, me quería u n poco c o m o i «I l i g o y al bosque. Salí del recinto del d o l o r con u n escalofrío
a una cosa de su p r o p i e d a d , o c o m o si se l o impusiera alguna • ••i, i ior, sin poder llorar n i hablar, sintiendo u n sufrimiento físico
idea convencional del deber. Yo adulaba su a m o r p r o p i o c o n m i • |U< me postraba y me agitaba a la vez, algo oscuro e inexpresable,
belleza que florecía de nuevo, c o n m i inteligencia, c o n la calma lomo un deseo i l i m i t a d o de evasión: evadir la vida y extraviarse en
y con la obediencia a sus caprichos celosos, que n o me ofendían, 1 • «He- que lleva al puerto de la l o c u r a . . .
y ante los que me mostraba sonriente. Si le daba alguna razón
de malestar, era p o r la intolerancia cada vez más aguda de mis 1 n n i o envuelto en una niebla lúgubre. D e s p u é s . . . después el
sentidos ante t o d o i n t e n t o de perversión. M u c h o más ignorante lili I d o en m í de una nueva vida, y la incomparable espera...
que b r u t o , él n o se lo explicaba y se atormentaba, mientras que En primer lugar, tuve una sensación de temor, casi de terror: la
yo solo me ocupaba de defenderme. • IH. 11 n o expresada pero tormentosa sobre la herencia personal que
Y los días, las semanas pasaban. Aquella época, a pesar de los • i hijo <>btendría de m í y de m i pareja... Y otras preocupaciones
recuerdos que surgen aquí y allá, es una de las más confusas de m i profundas, pero también graves, sobre el futuro material
vida, y la más indescifrable. Solo tengo la clara sensación de que l|ll< nos aguardaba, sobre mis aptitudes para la m a t e r n i d a d . . .
algo, n o sé el qué, me defendía ante la tristeza y el abatimiento I ia primera impresión desapareció enseguida. M e atreví a
irremediables, me imponía seguir viviendo así, automáticamente, Il hacia el f u t u r o , a aceptarlo c o n u n a valentía tan fuerte
con u n oscuro orgullo ante la silenciosa aceptación del d e s t i n o . . . Mi<> persistente era en m í una p r o f u n d a melancolía, que nunca
La m e m o r i a de los años de infancia era u n oasis al que a veces perimenté en n i n g u n a otra época de m i vida. Poco a poco

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escuché c ó m o en m í se despertaban los instintos maternales; nvencido de que n o h a n sido creados para la felicidad. Y 1a
sentí que m e volcaría en aquel p e q u e ñ o ser que se formaba m i s - sventura estaba preparada para golpearle una vez más.
teriosamente, sentí que lo iba a querer c o n t o d o el a m o r que aún M i suegro y m i m a r i d o cayeron enfermos al m i s m o t i e m p o ,
n o había dado a criatura alguna. Y u n placer silencioso y austero • I primero por u n reumatismo ignorado durante m u c h o tiem-
floreció en m i alma, rociado p o r las primeras lágrimas dulces de p o , el segundo p o r u n a fuerte angina. A u n q u e la enfermedad
m i vida. Por fin, tenía u n a meta para m i existencia, u n deber I I viejo n o parecía tener demasiada i m p o r t a n c i a , la m u j e r y
evidente. N o solo m i h i j o debía nacer y vivir, sino que debía ser 1 • hija permanecieron en el cabecero de su cama y y o estuve
el más sano, el más guapo, el más b u e n o , el más grande y el más " l . i asistiendo a m i m a r i d o , cuya enfermedad avanzaba rápi-
feliz. Yo le daría toda m i sangre, toda m i j u v e n t u d , todos mis damente. U n a noche m e pareció que le faltaba la respiración;
sueños. Por él estudiaría, yo m i s m a m e convertiría en la mejor. • 'nédico que a c u d i ó h i z o u n gesto de desesperación, la enfer-
M i m a r i d o , tras u n m a l h u m o r que desapareció enseguida, se- . l i d que sufría había a s u m i d o todas las características de la
guía m i embarazo con ternura. L o veía bien; ya notaba en él el fuer- lili leí ¡a. N o supo e s c o n d é r m e l o , a pesar de m i estado; pero y o
te amor de padre, u n amor completamente instintivo, sin una pre- me sentía a n i m a d a p o r la v o l u n t a d de n o p e r j u d i c a r en nada
ocupación real por la responsabilidad que empezaba para ambos. 1 I \a de la c r i a t u r a que latía en m i v i e n t r e . Estuve t r a n q u i l a ,
Su madre, para q u i e n nuestra boda solo c i v i l fue u n a pesadi- • II el corazón confiado, d e j a n d o al e n f e r m o en la i g n o r a n c i a
lla, p r i m e r o m e suplicó que hiciera del n i ñ o «un cristiano», y yo 1 n N erdadero estado, asistiéndole sin descanso, c o m o segura
se lo p r o m e t í , recordando que m i padre había hecho a m i madre lli q u e el deber así c u m p l i d o n o h a b r í a p o d i d o ser m a l o .
la m i s m a concesión c o n nosotros. Pero t a m b i é n le dejé claro que I B ( nlermedad se curó en pocos días, tras los cuales el conva-
n o habría tolerado interferencias suyas o de su h i j a en la educa- 1 " l ,( > m ó conciencia del peligro del que se había escapado.
ción del n i ñ o , a q u i e n n o quería inculcar ciertos usos bárbaros l u v o t i e m p o de regocijarse. Su padre había empeorado y al
a ú n vigentes en aquel lugar, n i rodearlo desde la cuna c o n a m u - il MI d e dos semanas falleció,
letos y otros objetos protectores. A eso m e respondía c o n una lira la primera vez que la m u e r t e pasaba llevándose u n a exis-
gallardía que contrastaba c o n su t i m i d e z h a b i t u a l : «¡Diez hijos ' id l.i < ercana a m í , pero m i alma n o se c o n m o v i ó . Q u i z á estaba
he t e n i d o y a m a m a n t a d o yo misma!». l l i i i i i e de mis fuerzas, c o n todas las facultades concentradas en
D e los diez hijos, seis m u r i e r o n d u r a n t e su infancia y los su- r v e u i o que iba a marcar m i vida.
pervivientes p o d í a n considerarse afortunados. Ella defendía que I nmprendí la retórica del l u t o . M i m a r i d o y m i c u ñ a d a , que
los niños deben pasar cinco o seis enfermedades, en las que D i o s " • habían sonreído a su padre después de su infancia, que
a m e n u d o se los lleva para crear ángeles. 9 lo habían visto c o m o el poseedor de u n d i n e r o c o m ú n , p r o -
¡Pobre vieja! M e ayudaba a cortar y a hilvanar camisitas y m»ron un terrible dolor. Q u i z á creyeron d u r a n t e algún t i e m -
camisolas, y disfrutaba c o n ese trabajo en la paz de nuestra salita; i ¡ u f r í a n indescriptiblemente.
le enternecía u n dulce bienestar del que se consideraba indig- I icé aquella circunstancia sobre la base de algunas c o n -
na c o m o todos los que, tras sufrir d u r a n t e t o d a su vida, se han I H Iones que había escuchado más de u n a vez de m i padre.

66 67

E n aquel p u e b l o reinaba u n a gran h i p o c r e s í a . E n r e a l i d a d , los
padres, ya fueran burgueses o trabajadores, eran explotados
y m a l t r a t a d o s t r a n q u i l a m e n t e p o r los h i j o s ; sobre t o d o m u -
chas madres sufrían vejaciones en silencio. N i u n a m u j e r era
sincera c o n su m a r i d o en el balance de los gastos, n i n i n g ú n
h o m b r e llevaba a casa el salario al c o m p l e t o . Pocas parejas
mantenían una fidelidad r e c í p r o c a , y de bastantes señores se
r e c o n o c í a a la a m a n t e en alguna m u j e r que v i v í a sola, o c o n
u n m a r i d o , c o n fuentes de ingreso inconfesables. Poco t i e m p o
antes, u n t e r r i b l e p a r r i c i d i o g o l p e ó a u n a f a m i l i a : el h i j o h a b í a
s o r p r e n d i d o a su padre c o n su p r o p i a m u j e r . M u c h a s chicas
se v e n d í a n sin la c o n s t r i c c i ó n del h a m b r e , p o r el c a p r i c h o de
a l g ú n a d o r n o ; a los catorce a ñ o s n i n g u n a era ya i n o c e n t e . Pero
se q u e d a b a n en casa, alardeando de su candidez, desafiando al
• I indo, a la luz incierta de u n alba lluviosa de a b r i l puse p o r
p u e b l o a o b t e n e r pruebas c o n t r a su h o n e s t i d a d . La hipocresía
I-MI,,, ra vez mis labios sobre la cabecita de m i h i j o , m e pareció
se consideraba u n a v i r t u d . ¡ A y de q u i e n se atreviera a hablar
|U< la vida asumía p o r p r i m e r a vez ante mis ojos u n aspecto ce-
c o n t r a la s a n t i d a d d e l m a t r i m o n i o y el p r i n c i p i o de la a u t o -
|( i i i l ; que la b o n d a d entraba en m í , que y o m e convertía en u n
r i d a d paterna! ¡ A y de q u i e n se atreviera a mostrarse p ú b l i c a -
llniiu> del i n f i n i t o ; u n á t o m o feliz, incapaz de pensar y de hablar,
m e n t e tal y c o m o era!
I illgado del pasado y del f u t u r o , abandonado al alegre M i s t e -
Por eso m i padre había sido condenado y o d i a d o salvajemen-
• ».. I >os lágrimas se m e pararon en las pupilas. Sostenía entre
te p o r aquel p u ñ a d o de personas tan inferiores a él. Por eso siem-
ION brazos a m i criatura: ¡viva, viva, viva! M i sangre y m i espíritu
pre sintió u n i m p u l s o que lo había llevado a apartarse.
I «luí en ella: él era toda y o , desde ese instante, y t a m b i é n m e
¡Y m i h i j o nacía en aquel ambiente!
• • •' il c o m p l e t o , ahora y siempre. Yo le entregué una segunda
L o esperaba c o n u n a fuerte concentración, alejando c o n
11 v ida c o n la promesa y el o f r e c i m i e n t o de la m í a en aquel
energía cualquier asalto de pesimismo, m u l t i p l i c a n d o los m i n u -
1 v lemie beso cual sello celestial.
ciosos preparativos, consciente y c o n m o v i d a p o r la d i g n i d a d que
Vi a m i m a r i d o c o n m o v i d o p o r la felicidad, le sonreí, me
me recubría en aquel d e t e r m i n a d o m o m e n t o . T e n í a a m i lado la
idormccí... M á s tarde, tras descansar, envuelta en limpias sába-
imagen de m i madre constantemente; de m i madre joven en los
D | de lino, recuerdo haber sonreído a mis hermanas que habían
lejanos y desconocidos años de m i p r i m e r a infancia. Sentía en
I'l<>; recuerdo haberme m i r a d o en el espejo que una de ellas
m i alma el calor de aquel afecto que debía haberme d i r i g i d o con
Irc( ¡ó, y haber descubierto el lustre en mis mejillas, el esplen-
la m i s m a fuerza c o n la que m i corazón abrazaba amorosamente
1 }| di mis ojos, la blancura de m i frente: una bella imagen de la
la espera...

68
maternidad. A m i padre, que también había venido, el médico • i i el d o m i n i o de la vida. Las horas en las que el p e q u e ñ o
le narraba las fases del parto: los primeros dolores a las dos de la MI n i en su blaaca cuna a m i lado, y el silencio y la p e n u m b r a
v

mañana, la rápida evolución de la crisis, una media hora de sufri- lindaban la habitación, yo daba rienda suelta a la fantasía, y en
m i e n t o , la última angustia, y finalmente el alivio, el p r i m e r gemido II mente se alternaban dos proyectos distintos: u n o tenía que ver
del niño excepcionalmente robusto y perfecto en sus formas. Las MI mi h i j o , que resumía la visión de todos los meses anteriores
frases me llegaban c o m o la narración de u n acontecimiento lejano n i . i m i e n t o y perfilaba ante m í la solemne dulzura de m i tarea
del que mis sentidos n o guardaban más que u n débil recuerdo. Sí, lodriza, maestra y compañera; el o t r o , constituía el p r i m e r
m i cuerpo-se había visto envuelto en espiras de fuego, m i frente se Ipulso invencible p o r la exteriorización artística de t o d o lo que
había cubierto de u n sudor frío, yo me había convertido — ¿ p o r - onmovía ahora, lo que me llenaba de sensaciones distintas,
u n momento? ¿por una eternidad?— en u n pobre ser que i m p l o - [lillas, nuevas e indescriptibles. Se desarrollaba en m i cerebro el
raba piedad, ajeno a t o d o , las manos convulsamente agarradas a lliyctto de u n l i b r o ; pensaba escribirlo apenas fortalecida, d u -
imaginarias sujeciones del vacío y la voz convertida en estertor. Sí, |Ui las largas horas de reposo al lado de la cuna. Y de vez en
yo había creído que entraba en la muerte en el m o m e n t o en que lo, en duermevela, sonreía ante imágenes de gloria.
m i h i j o entraba en el m u n d o , había lanzado u n grito de insurrec- I • séptima u octava noche después del n a c i m i e n t o , mientras
ción en n o m b r e de m i carne desgarrada, de mis visceras devoradas, urraba al lactante palabras de ternura, v i el rostro i n f a n t i l es-
de m i conciencia que naufragaba... ¿En qué m o m e n t o t o d o eso? • «i u n a sonrisa. U n a sonrisa larga, plena, b r i l l a n t e y m i l a g r o -
¡Antes, antes! Antes de sentirme m a m á , antes de ver los ojos de m i " li | ii i >dujo una sensación tan intensa que creí que m e caía.
pequeño; y ya era c o m o si nada hubiera o c u r r i d o , porque yo tenía N o hice caso al d o c t o r cuando, a la m a ñ a n a siguiente, me
ahora ahí en m i cama el cálido cuerpecito envuelto en paños, por- • i " que aquella sonrisa n o fue más que una contracción m u s -
que sentía u n bienestar delicioso en todos mis miembros, porque I " absolutamente inconsciente, f r u t o solo del bienestar fisio-
m a ñ a n a iba a dar el pecho a aquella b o q u i t a de la que salía u n I i del que el n i ñ o gozaba en aquel m o m e n t o de saciedad y
sonido que me hacía reír y l l o r a r . . . • miso, lira m u y dulce pensar que entre m i h i j o y yo ya existía
¿Podría amamantar a m i criatura? D u r a n t e t o d o el t i e m p o 1 con u n t e de simpatías, y que, en el misterio de la noche, c o n
de embarazo esta fue m i p r e o c u p a c i ó n permanente; también la I - mi i ostro amoroso en los ojos, el n i ñ o confirmaba ya su vida
tarde anterior m e había d i c h o a m í m i s m a que habría q u e r i d o queño h o m b r e .
sufrir algún día m á s , pero estar segura de poder criar al n i ñ o . Por I I i l o i tor me m i r ó c o n afecto y m e sugirió que n o m e excita-
eso, cuando vislumbré la boca c h u p a n d o ávidamente y escuché llbrc i o d o que n o m e preocupara, c o m o empezaba a hacer,
la garganta tragar el líquido que manaba de m i seno, y después r u d o que el p e q u e ñ o adelgazaba. M e aseguró una vez más
v i la cara satisfecha d o r m i d a sobre m i pecho, tuve u n a nueva mi leche era suficiente y que n o tenía nada que temer.
c o n m o c i ó n inenarrable. D u r a n t e u n a semana viví c o m o en u n IW el día enardeciendo m i corazón c o n la evocación de
sueño placentero, en una p l e n i t u d de energía espiritual que me iM.111 s o n r i s a n o c t u r n a , que m e había parecido u n p r e l u d i o a
i m p e d í a sentirme extenuada, que m e hacía creer que m e dirigía lli ¡.iias que m i h i j o m e daría c o n el t i e m p o .

70 71
Por la tarde v i n i e r o n mis hermanas c o n la i n s t i t u t r i z a visitar-
itli nos que habían florecido ante la blanca cuna; algo que yo
me. Conversaba alegremente c o n ellas, casi i r r a d i a n d o felicidad,
• Ii i iba con la indignación del joven m o r i b u n d o , c o m o una
cuando llegó m i c u ñ a d a . Sin manifestar interés p o r las presentes,
Mlnnsi i uosa i n j u s t i c i a . . .
y después de haber besado al s o b r i n o , se q u e d ó en pie, c o n el
Tuve que ceder para que la criaturita n o se muriera. C o n s e g u í
rostro serio y m u d a . Las otras, después de haberse i n t e r c a m b i a d o
que l.i nodriza se quedara en casa y que m i h i j o d u r m i e r a a m i
una m i r a d a , c o n t i n u a r o n t r a n q u i l a m e n t e c o n la conversación y
1 l A la joven que me sustituyó creo que la odié, con su cara
al marcharse, después de u n rato, solo agacharon u n poco la
I tupidamente clásica y sus m o v i m i e n t o s pesados y torpes; pero
cabeza hacia la parte d o n d e estaba la lunática i n d o m a b l e . Esta n i
" i ilquiera ella tenía leche suficiente para el p e q u e ñ o glotón que
siquiera esperó a que cerraran la puerta, se dirigió a m í c o n furia
• MI.II padecido hambre. Después de una semana también se la
y c o n una avalancha de i m p r o p e r i o s hacia ellas. Era u n viejo
•UMÍiuvó a ella. La nueva nodriza, de aspecto h u m i l d e , de mirada
rencor l o que ella sentía p o r mis hermanas p o r q u e n o i b a n nunca
iNnquila y buena, por fin calmó m i angustia p o r la salud del niño.
a visitarla, pero que n o se me había revelado antes de esta f o r m a .
Itlluycndo mis celos maternales, la pobre c h i q u i l l a se resistía a la
M i m a r i d o i n t e r v i n o m u y d é b i l m e n t e ; yo n o pude más que res-
Init ación de besar a la criatura a la que daba su sangre, y ponía
p o n d e r c o n alguna frase de desprecio, mientras me abandonaba
HHI IS las facultades de su intelecto en n o transgredir mis normas.
sobre las almohadas, s i n t i e n d o la fiebre subir p o r mis venas, y
\ pude vencer bastante m i pena, resignándome a d i r i g i r la obra
separando al n i ñ o del pecho a raíz de exhortaciones sumisas de
•Ui no podía interpretar, y restableciendo m i organismo extraor-
la alarmada sirvienta. D u r a n t e m u c h o t i e m p o la m u j e r h a b l ó y
! m i e n t e trastornado. M e vuelvo a ver completamente pálida
habló fuera de sí, e n c o l e r i z á n d o s e . . . C u a n d o se fue, m e sentía
i iila de blanco, h u n d i d a en el sofá; i n t e n t a n d o calentarme al
exhausta, casi desmayada, incapaz siquiera de reprocharle nada
Di di mayo, escuchando distraídamente los discursos del m é d i c o ,
a m i m a r i d o , de hablarle de m i estado... Por la noche el n i ñ o
| «nina persona que casi cada día traía a m i vida una pizca de
lloró, insatisfecho c o n la nutrición. E n su visita m a t u t i n a el doc-
<• «i- n i u l a d espiritual. La anemia se adueñó de m í y nunca más
tor m e e n c o n t r ó mientras dejaba caer sobre la cara de m i h i j o ,
"< ibandonaría. N o me preocupaba, pero los nervios se resentían,
aferrado en vano al seno, algunas lágrimas desesperadas.
• inpre dolorosamente tensos. La higiene del p e q u e ñ o era para
N o tenía más leche. D u r a n t e quince días intenté en vano y con
IWl t o m o una obsesión, puesto que la llevaba al extremo, tenía que
afán t o d o remedio, toda dieta, viviendo solo con la idea fija de
11 irme con una exigencia casi cruel c o n la nodriza, a pesar de
querer yo, yo sola, criar a m i h i j o a toda costa. La energía que me
i" l« i siuviera inmensamente agradecida en ciertos m o m e n t o s
había m a n t e n i d o hasta ese m o m e n t o parecía abandonarme. Lloré,
I lenidad. M i h i j o crecía c o m o una flor entre las dos madres.
lloré en silencio, c o m o una niña, m i r a n d o el seno que n o se me
Hora iras hora sentía que lo amaba cada vez de forma más deliran-
hinchaba, verificando con desolación en cada pesaje que el peque-
•'uiprendiendo que había concentrado en él toda m i esencia
ño disminuía; tratando de resignarme ante el pensamiento de ver
I H M i vida giraba en t o r n o a aquel p e q u e ñ o ser.
aquella cabecita apoyada en o t r o pecho. Era u n d o l o r nuevo, físico
N o me daba cuenta de que m i m a r i d o se había v u e l t o para
más que m o r a l , algo que me corroía, algo que cercenaba todos los
II i o d o indiferente y que a m i espíritu había dejado de

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i m p o r t a r l e . La tolerancia c o n respecto a él se había c o n v e r t i d o M i s a n d o m o r a l que se unía al físico, al descontento c o n m i g o
en u n a costumbre. Él era el padre de m i criatura, el h o m b r e al • ••i i . , i , al reproche de la m e j o r parte de m í que había dejado de
que u n día m i h i j o tendría que respetar, y yo actuaba c o n los 1 1 i aquel yo p r o f u n d o y sincero d u r a n t e t a n t o t i e m p o r e p r i -
d e m á s inspirada p o r la v o l u n t a d de mantener la ilusión en t o r n o mido y enmascarado. N o era una enfermedad, era la deficiencia
a su persona m o r a l , de hacerle parecer d i g n o de m í , d i g n o de su l i n d u m e n t a l de m i v i d a que se manifestaba. E n m í , la madre
paternidad. Le estaba agradecida cuando l o veía conmoverse y • ••• *c integraba c o n la mujer, y los placeres y las penas puras en
alegrarse p o r algún p e q u e ñ o progreso del n i ñ o , cuando p a r t i c i - I irin ia que me llegaban de aquella cosa palpit an t e y sonrosada,
paba en cierta manera en mis incesantes inquietudes y soporta- nmrastaban c o n una inestabilidad, c o n u n a alternancia de de-
ba, además de las molestias nocturnas, mis quejas c o n t ra t o d o lo bilidades y fortalezas, de deseos y d e s á n i m o s , de los que desco-
que n o era la sonrisa de m i h i j o . •' ( l origen y que me hacían juzgarme u n ser desequilibrado
C o m o si u n m a l de o j o pesase sobre la crianza del p e q u e ñ o , • lili o m p l e t o .

alrededor del q u i n t o mes a la nodriza se le m u r i ó una h i j a y la


leche m e r m ó . E n t r ó en casa una m u j e r nueva, m o re n a , v i t a l ,
hermosa y c o n el carácter opuesto a la que se iba. N u n c a más
he encontrado u n t e m p e r a m e n t o tan i n c o n g r u e n t e , absurdo e
i m p e r t u r b a b l e . D u r a n t e meses y meses, mientras el n i ñ o desa-
rrollaba placenteramente sus gracias y sus fuerzas, yo sostuve
una lucha c o n t i n u a c o n t r a mis impulsos para aguantar a aquella
campesina de risa sonora y fatua t a n t o en el halago c o m o en la
i m p e r t i n e n c i a , una risa que me hería sobre t o d o cuando veía que
estallaba a u n p a l m o de distancia de la carita de m i h i j o .
Mi m a r i d o , al regañarme, aguzaba m i amargura: ¿no c o m -
prendía que los defectos de aquella m u j e r m e i r r i t a b a n porque
deformaban la segunda madre que yo quería que ella fuera para
m i h i j o ? . . . Sobre t o d o , temía que el n i ñ o pudiera, c o n la leche,
absorber los gérmenes de aquella naturaleza patosa y avinagrada.
Y v i e n d o a m i m a r i d o defenderla, me atravesó la m e n t e una sos-
pecha que m e ofendió hasta en lo más sagrado.
A q u e l l a sospecha m e infundía t a n t o h o r r o r que h u i c o n todas
mis fuerzas de verificarla. E n verdad, fuera de la suma de ener-
gías que y o empleaba c o n el n i ñ o , había en m í una incapacidad
cada vez m ayor para ver, para querer y para vivir. Era c o m o u n

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la me entregaba a él; su padre, su abuela, todos los d e m á s g ó -
b m del espectáculo, pero yo era la autora, solo a m í deberían
tar agradecidos p o r t o d o lo que llegara.
I i nodriza se fue antes de que el n i ñ o c u m p l i e r a u n a ñ o . La
i un.i vera y el verano m e v i e r o n calentarme al sol j u n t o a m i
u n i r á . Sujetaba al p e q u e ñ o cuando correteaba tambaleante,
ipués lo cogía en brazos, lo llevaba a través de los campos o
la orilla del mar, d u r a n t e m u c h o t i e m p o , jadeante a veces y
p r i e n d o j u n t o s p o r el cansancio. ¿ Q u é nos decíamos m i h i j o y
i .luíante t o d o el día? ¡ Q u i é n sabe! Él m e llamaba: «¡Mamá!»,
jfO debía de responderle est r emec ién d o me. A veces escribía,
Sobre u n l i b r i t o señalaba las fechas más i m p o r t a n t e s de la exis- Riéndolo en m i regazo, cartas a amigas, cuentas para los traba-
tencia frágil y preciosa p o r la que vivía y p o r la que respiraba do i es; o leía t en d id a a su lado sobre una alfo mbr a entre los más
c o m o si fuera el ú n i c o aire v i t a l para m í . Aquellas notas, j u n t o a I I uios objetos. E n los ojos celeste oscuro, suavizados p o r las
alguna anotación rápida del p r i m e r despertar de la inteligencia I largas pestañas, brillaba a intervalos una chispa de astucia,
del n i ñ o y de las diversas sensaciones que me había suscitado, onciencia de su o m n i p o t e n t e v o l u n t a d ; y yo me rendía p o r
fueron m i estreno c o m o escritora. Hnpleto, ya n o era capaz de exigir nada a q u i e n m e m i r a b a c o n
Vuelvo a ver el cuerpecito de m i h i j o desnudo en el b a ñ o , l idorable malicia.
sujetado p o r mis temerosas manos: bello, c o n una belleza per- M i suegra había dejado de g r u ñ i r p o r q u e n o seguía sus rece-
fecta que yo apreciaba sin o r g u l l o , c o n temor, i m a g i n a n d o posi- ñí, ijueas c o n t r a el m a l de o j o y otros tantos peligros. C u a n d o
bles deformaciones, p r e g u n t á n d o m e si amaría a aquella criatura "•i i buscarme, más p e q u e ñ a y delgada c o n el traje de l u t o ,
cuando mostrase alguna señal de i n f e l i c i d a d , y d i c i é n d o m e que • i i se le encendía fugazmente v i e n d o las gracias del niete-
le proporcionaría una v i d a feliz a toda costa. Vuelvo a ver su "' I n el pueblo se decía que ella ahora sufría no se sabe q u é
m i r a d a , inexplicable: u n a m i r a d a b r i l l a n t e c o m o una franja de • iln no de la hija. N o se lamentaba, pero estaba cada vez más
cielo azul; y la boca deliciosamente florida, y la cabecita cubierta • " i v . i d a y silenciosa: ¿qué oscuros pensamientos le pasaban
de finos cabellos castaños, y las manos nerviosas, irrefrenables y •' Ifl < .ibeza?
siempre ocupadas. Y m e veo a m í m i s m a i n c l i n a d a sobre la cuna I I niño reavivó bastante m i relación c o n mis hermanas y m i
d u r a n t e horas y horas, de día y de noche, a veces asustada, c o n el " " i n o . La i n s t i t u t r i z se había marchado en busca de u n tra-
pecho h e n c h i d o de u n placer casi místico. M i h i j o m e necesitaba |o mejor y n o había sido sustituida. Cada dos meses í b a m o s
t a n t o c o m o yo a él; m i vigilancia perenne hacía de él u n ejemplo I u n . i nuestra madre, que ya n o pedía volver c o n nosotros,
soberbio de infancia feliz; era yo q u i e n lo sacaba adelante, sin I I vez se interesaba menos p o r nuestras titubeantes frases, y
descanso, yo sola, obstinadamente. Él me pertenecía, po rq ue yo •I'IIM.I progresivamente, j u n t o a una obesidad que preocupaba

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I °

a los m é d i c o s , u n lenguaje y una expresión infantiles. Las hijas L a misión que me había impuesto c o n respecto a m i m a r i d o
empezaban a sentir c o m p l e t a m e n t e su soledad m o r a l y a expresar era cada vez más insoportable. A h o r a t a m b i é n su afecto egoísta
reproches concretos c o n t r a la c o n d u c t a materna. Pero se desaho- parecía haberse enfriado. Nuevas sospechas sobre su fidelidad
gaban poco c o n m i g o . D e b í a n de pensar que n o era feliz: aunque me surgieron p o r u n a bella y descarada trabajadora que él había
m e compadecieran, seguro que también me consideraban u n ser defendido ante m i padre injustamente. Por o t r o lado, el i n s t i n t o
poco sensible. Sufría p o r ello, pero n o encontraba la manera de celoso perduraba en él, y se manifestaba cada vez de f o r m a más
desengañarlas, de conquistarlas. tiránica.
A l g u n a que otra vez me encontré a papá, solo pendiente de U n día, n o sé a cuento de q u é p u e r i l altercado, lo v i p o r p r i -
enriquecerse desde que había alquilado la fábrica, sin pensar en el mera vez m o n t a r en cólera, tirarse en c ima de u n nuevo vestido
abandono en el que se encontraban sus hijos a pesar del desahogo que iba á p o n e r m e , y rasgarlo... Sentí que yo m i s m a había sido
e c o n ó m i c o que les rodeaba. M i r a b a a m i p e q u e ñ o c o m o a u n despedazada. Él se recuperó enseguida e intentó pedir disculpas.
gracioso m o n s t r u i t o . C o n m i m a r i d o seguía estando solo media- ( )uiso olvidar y n o dar i m p o r t a n c i a al i n c i d e n t e . . .
v

namente satisfecho, a pesar de haberlo ascendido a vicedirector. A veces lo m i r a b a , siempre seguro de sí m i s m o , satisfecho
Se había v u e l t o c o m p l e t a m e n t e ajeno a la v i d a del p u e b l o . E n n n i m a m e n t e de su situación, débil y atemorizado ante los supe-
sus críticas había demasiada a c r i t u d c o m o para que solo pudiera riores y el gentío, falto de toda intuición, torpe t a n t o en la cari-
expresar, c o m o en el pasado, los comentarios apropiados; y, sin cia c o m o en el reproche, inútil, ajeno a m i vida. E l n o percibía
embargo, mientras hablaba c o n él sentía que m e llevaban a u n que lo estaba e x a m i n a n d o , y yo trasladaba la m i r a d a a m i h i j o ,
círculo más a m p l i o de ideas, t a n t o que al volver a m i habitación olvidaba instantáneamente el frío y el terror de aquel análisis
tenía la impresión de volver a s u m i r m e en u n pozo estrecho y i n v o l u n t a r i o , m e calentaba y me tranquilizaba c o n su sonrisa.
asfixiante. N i siquiera las conversaciones c o n el a m i g o d o c t o r C o n la llegada del i n v i e r n o , retomamos una o dos veces p o r
me provocaban ese efecto de despertar t o d o lo que había en m í •.emana las veladas en casa de nuestro pariente. A c u d í a n de for-
de o r i g i n a l y de fuerte. n i i regular, además del doctor, algún comerciante casado, el se-
C o n el m é d i c o , aunque m e divertía rebatir sus opiniones cretario del a y u n t a m i e n t o , u n maestro c o n algunas de sus hijas
moderadas y en parte pesimistas, m e quedaba perpleja y, a me- I d e vez en cuando, m i h e r m a n o c o n u n a m i g o estudiante casi
n u d o , desconcertada. Nuestra simpatía m u t u a tenía quizá sus lempre de vacaciones. A veces en la sala había más de veinte
raíces en una diferencia sustancial en nuestra educación y en u n p n s o n a s escuchando las cancioncillas napolitanas del secretario
parecido igual de p r o f u n d o en nuestros gustos. Pero yo n o estaba m í e u n c o t i l l e o , una disputa y u n razonamiento cojo.
en posesión de m í m i s m a p o r c o m p l e t o y él n o era el espíritu M i c uñ a d a n o faltaba nunca. N o t é en ella c o n cierto asombro
adecuado para suscitar algo auténtico en m i alma. i aprichos de belleza y una especie de p r e o c u p a c i ó n p o r la coque-
Por o t r o lado, ¿qué pensaba realmente él sobre mí? A l igual i. M I desde que había dejado el l u t o . Se mostraba abiertamente
que frente a los d e m á s , ante él n o habría q u e r i d o parecer una . I l( >sa de las chicas más jóvenes y u n poco más refinadas que ella,
m u j e r de la que compadecerse. foro nadie, p o r suerte, le hacía m u c h o caso: solo el doctor, que

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la había atendido pocos meses antes por una insistente neuralgia, habla establecido hacía poco t i e m p o en el p u e b l o , d o n d e al
le lanzaba alguna crítica, c o n una sonrisa fina, y ella i n c l i n a ba la i • 1 I m e favorecía a su mujer.
cabeza, extrañamente c o n f u n d i d a , y n o le rebatía. \< i st remecí ante su mirada. ¿ Q u é quería aquel hombre? M e
El d o c t o r m e transmitía la satisfacción que le causaba el ver- I" |ue m e sonreía de forma enigmática, quizá con la satis-
me participar en aquellas reuniones vespertinas d o n d e tantas I H • Itin »le haberme hecho notar su mirada; y me sentí abofetea-
cosas m e molestaban. Estaba tan falta de distracciones que iba 1 •i |'i( lia sonrisa m u d a . Pero una especie de h i p n o t i s m o me
allí casi c o n gusto. Entonces m e sentía rodeada de u n respeto 1 1 biiM ar sus pupilas de nuevo; ya no sonreían; eran oscuras,
que m e halagaba, proveniente de i n d i v i d u o s que generalmente 1 11 " i . i s \. Aquella noche me acosté con una silencio-
mostraban desprecio hacia las mujeres; más que la fama de celo- I , l h nid en el alma, casi c o m o si el enemigo me hubiese de-
so que m i m a r i d o se había ganado era sobre t o d o m i aspecto de 1 i l n la guerra por u n m o t i v o y con u n resultado desconocidos.
niña m e d i t a b u n d a y amable, tan diferente al p r o t o t i p o femenino 1 • p u n i e r a vez desde que me casé, u n h o m b r e a dos pasos de m í
del lugar, lo que dejaba sin habla y reprimía el pensamiento de ll le vio a mirarme de aquella manera, c o m o olvidando m i fama
todos aquellos hombres, obligándolos a sacar a la luz t o d o lo Hi Mingante y sobria. Y m i sorpresa se igualaba a m i indignación.
menos vulgar que poseyeran. I luí i n t e algunas tardes f u i perseguida p o r aquellos ojos azu-
U n a tarde, mientras el secretario tocaba el p i a n o , v i en u n 1 1 n o s , implacables, pero que poco a poco perdían la expre-
m o m e n t o , de f o r m a intensa y singular, fijos en los m í o s , los ojos Inii d< autoridad que me había consternado para asumir u n a
de u n o de la c o m i t i v a sentado frente a m í . Era forastero, c o m o 1 grande, casi u n éxtasis de ensueño. N o r m a l m e n t e ha-
llamaban en el p u e b l o a todos los que n o habían nacido allí. 1 1 ib • p o i o , cuando podía se aislaba de u n o o de o t r o g r u p o ,
É l decía que había v i v i d o , hasta hacía tres años, siempre en el Ii I el rincón en el que se colocaba me m i r a b a fijamente,
extranjero p o r aquí y p o r allá, p o r el placer de la aventura. D e i l i d í e m e solo de mí. E n el m o m e n t o de despedirnos, m a n t e n í a
hecho, hablaba varias lenguas y era seguramente, después del nte más de lo necesario m i m a n o en la suya, en silencio.
doctor, el más inteligente e i n s t r u i d o de todos los que conocía en 1 l • ' « asa por la calle con m i m a r i d o , fantaseando, en la i n -
el pueblo. V i v í a de una p e q u e ñ a renta, c o n su m u j e r y su h i j o , de 1 "• n o c h e invernal. E n casa encontraba al n i ñ o d o r m i d o ,
la m i s m a edad que el m í o , precioso. I M I M O una m u j e r del servicio, agotada, que enseguida se
Solo hacía pocas semanas que la relación entre nuestras fami- 1 su< h a . U n a rápida flecha al corazón. Y bajo las sábanas
lias se había estrechado. La joven me pareció u n tanto ambigua, iba i o n afán el sueño.
con una expresión ligeramente sarcástica en su pálido rostro des- INH la mañana, m e volvía a levantar c o n la cabeza pesada. A l
gastado. E n cuanto al h o m b r e , de treinta años, de mediana esta- Mu lado de las ventanas del c o m e d o r veía de vez en cuando,
tura pero con forma atlética, r u b i o , con una voz particular, queda lliii|n « n la calle, pasar lenta una figura que n o me saludaba y
y metálica, correcto en las formas pero impenetrable en la mirada, 1 iba. I Jn instante; y me alejaba de la ventana. M e p o n í a a
no me interesaba especialmente. N o tenía de él una opinión defi- n o n el niño. Por la tarde, antes de salir, m e paraba ante el
nida, c o m o tampoco la tenían el resto de sus conocidos, porque i i . oí n o nunca antes lo había hecho.

80 oí
E n nuestra r e u n i ó n , las tres hijas del maestro cuchicheaban llnlui bullían. Sonreí. Las frases n o me c o n v e n c í a n y v i c ó m o se
a m e n u d o entre ellas c u a n d o m i c u ñ a d a escuchaba al d o c t o r I t t ' h aba el esperado desenlace. ¿Por q u é respondí?
con aire estático. U n a vez m i h e r m a n o , v i é n d o l a c o n aquel Respondí, no recuerdo con qué términos, que aquel corazón
c o m p o r t a m i e n t o , m e d i j o r i e n d o en voz baja: «El secreto de t u I • i ie< < Miquistar su varonil calma, h u i r de las sombras de u n sue-
c u ñ a d a es u n secreto a v o c e s . . . ¡El d o c t o r debe de estar m u y i< l< »nar a quien había dejado que, quizá, surgieran en él vanas
o r g u l l o s o de su c o n q u i s t a ! » . P o d r í a haberle p e d i d o explicacio- m is p o r una debilidad reprochable... Era u n escrito sincero,
nes, pero n o m e atreví. ¿ Q u é q u e r í a decir? ¿ Q u é relación p o - ma pizca de ironía que no excluía el sentimiento de la piedad
d r í a existir entre m i a m i g o y aquella criatura? M e q u e d é per- i i la < IIencia de ambos; debía provocar algo de desaliento y amar-
pleja m i e n t r a s crecía de repente en m í u n oscuro s e n t i m i e n t o |.m i p o i l.i resignación ante el destino. A l releerlo, antes de enviarlo,
de malestar. Y m e sentí m á s sola, observada ú n i c a m e n t e p o r MU paieció que había escrito para m í misma, que había resumi-
aquel... 1 tima, y una especie de derrumbamiento se me v i n o encima.
Ya n o p o d í a i g n o r a r el p r o p ó s i t o de aquel h o m b r e ; y o le I i II npi eiidí por primera vez todo el horror de m i soledad, sentí el
gustaba y quería que l o supiera. ¿Y l u e g o ? . . . ¿ Q u é esperaba? llln Ji mis veinte años sin amor, y lloré con u n llanto largo, deso-
¿ Q u é se imaginaba? A veces, p o r la n o c h e , v o l v i e n d o del en-^ salvaje, tras el que comprendí la dimensión de m i miseria,
c u e n t r o h a b i t u a l y c a m i n a n d o d u r a n t e u n trecho p o r la calle lias enviar esta respuesta, d u r a n t e algunos días me q u e d é en
j u n t o a su m u j e r , él m e lanzaba p o r e n c i m a del h o m b r o de su • i • • milenta y triste a la vez p o r n o recibir n i n g u n a señal más
m u j e r , b a j i t a , su m i r a d a p e n e t r a n t e , y y o n o la evitaba hasta 1 " I i de q u i e n , sin saberlo, me había hecho lanzar una m i r a d a
después de u n m o m e n t o y al ser consciente de las otras dos ilin m i misma y me había arrancado tal desesperada confesión,
figuras que c a m i n a b a n a nuestro l a d o , ignorantes. M e p r e g u n - i - N i imagen n o me dejaba, y yo sentía c ó m o m e invadía poco
taba: « ¿ D ó n d e vas? ¿Eres tú la que aceptas esto?». i u n a d e b i l i d a d m o r t a l , que ya n o era resignación y n o era
U n s i m p l e arrebato habría sido suficiente, sí. E l pensamien- I - lión, sino s i m p l e m e n t e el afán p o r q u e alguna catástrofe
to sobre aquel h o m b r e m e perseguía ya d u r a n t e t o d o el día, luí i - i ida me quitase de la conciencia m i m a l .
p o n i e n d o en u n segundo p l a n o mis ocupaciones. N i m i h i j o era ilencio enseguida se me v o l v i ó insostenible. D e s p u é s de
capaz de l i b r a r m e de aquella obsesión; pero n o era u n pensa- >l| i.udes volví a la casa de nuestro pariente. N a d a más en-
m i e n t o apasionado, n i siquiera s i m p á t i c o . M i corazón n o latía, • • •< M , I n m i d o rostro, que palidecía ligeramente, mientras sus
n o p o d í a latir p o r q u i e n m e era desconocido, p o r q u i e n n o veía liaban los m í o s ; más tarde escuché la voz ronca hablar
en m í , claro, nada más que u n a flor d i g n a de ser robada al i n d i - 1 i ilestar padecido d u r a n t e los días anteriores. A la m a ñ a -
ferente p r o p i e t a r i o . . . Y aquel debía de saber b i e n que el juego Wi M U Í . me, c o n u n pretexto, me llegó una segunda carta. Era
n o p o d í a alargarse p o r m u c h o t i e m p o . IHII ma Me decía que el a m o r n o se d o m a , que la pasión n o se
El fin de a ñ o pasó: recibí, u n día que m i m a r i d o estaba ausen- 1 ' I • • no tenía nada que p e r d o n a r m e , sino i m p l o r a r m e t o d o ,
te del p u e b l o , una carta. Se m e rogaba una palabra que corrobo- icmpre, p o r m í , p o r el derecho a la felicidad, m u c h o
rase las esperanzas nacidas en u n corazón en el que el a m o r y el mi «iii» p o r sí m i s m o , i n d i g n o . . .

82 83
¿Era u n a táctica inteligente o era el destino? ¿Era u n hábil ex
perto y calculador, o yo atravesaba u n a crisis en la que cualquici
f
I I I m i , v en toda la sala ridiculamente adornada n o v i a u n solo ser
¡II i!< MI/ara los ápices del sueño que estaba v i v i e n d o , y sentí por
voz de sublevación m e era irresistible? •••i v. n.is la agitación de una sangre joven y rica, y c o m p r e n d í en
N o recuerdo q u é le respondí. C l a r o que me desahogué, me • I dentello d e cientos de ojos despreocupados la confirmación de
quejé miserablemente, m e a b a n d o n é a la dulce esperanza de sel ulíenles palabras: que yo era una m u j e r bella, la única bella,
c o m p r e n d i d a , de haber encontrado u n alma fraterna bajo apa- 1 11 • I •« ll.i; y m e dije que u n h o m b r e había sido capaz de provocar
riencias taciturnas. D e c í a que al día siguiente se c u m p l í a n cuatro una l l a m a que me arrollaba... pensé que m i destino se sella-
años de m i m a t r i m o n i o . . . que la vida estaba marcada, que solo ib< wcc la primera y única exaltación de m i vida.
p o r m i h i j o habría p o d i d o sonreír de nuevo . . .
H U Í entonces del análisis de m i creciente s e n t i m i e n t o , esperé Id p i c v i o a v i s o , m i m a r i d o t u v o que ausentarse d u r a n t e algunos
la precipitación de los hechos, sin que el cerebro paralizado me Ii l < u a n d o lo supe, temblé. Era una tarde grisácea y gélida; él
p e r m i t i e r a imaginármelos de n i n g u n a manera. • n u d o cerca de la chimenea, y yo me acerqué a él, m e
Yo sabía que su mujer, abocada a una m u e r t e p r ó x i m a , tenía • ns rodillas c o m o en los días lejanos de nuestro oscuro
u n carácter molesto, frío, incapaz de dar n i de recibir afecto. N o Millo, olvidando en aquel instante que él era el autor de m i des-
lo consideraba una excusa para traicionarla; t a m p o c o hacia m i i " i escuchar la advertencia del corazón p o r la que veía a
m a r i d o sentía tener m o t i v o s de represalia; incluso m e sorpren- • arrollada p o r la m í a en una i n m i n e n t e t o r m e n t a . É l
día a m í m i s m a a l i m e n t a n d o hacia la una y hacia el o t r o una H m i i o la cabeza c o m o hacía t i e m p o que n o hacía, se d i o
piedad sincera e intensa. E l pensamiento sobre el n i ñ o se cerní.i le la alteración de m i rostro, se desconcertó y e n c o n t r ó
sobre m i alma. Pero t a m b i é n eso parecía debilitarse; poco a poo | i il i b i i de t e r n u r a ante mis repentinas lágrimas. ¿Entonces aún
t o d o se o s c u r e c í a . . . ¿ H a b í a llegado al sofisma de tantas mujeres I'" • " N o lo sabía. Sabía que y o n o lo había amado n u n c a ,
que c o n c i b a n el a m o r p o r los hijos c o n la m e n t i r a marital? ¿Se que solo entonces la m u j e r que había en m í se despertaba, la
imaginaba m i espíritu u n f u t u r o de vileza feliz entre las alegrías i • di seosa de u n desconocido frenesí que la pusiese, cons-
maternas y los abrazos del amante? li il< ai p r o p i o valor, a merced de u n f u e r t e . . .
N o creo. Intenté persuadirme de que la v i d a me ofrecía final podía decirle? L o dejé marchar. E l o t r o supo que estaba
m e n t e el amor, el verdadero, y que debía aceptarlo, entregando y di forma audaz y simple me rogó c o n u n a n o t a que lo re-
m e y o m i s m a y la otra parte de m i vida, m i h i j o , al h o m b r e que la la l u d e siguiente: hablaríamos. Yo sabía que iba a recibir
m e merecía de f o r m a simple y leal. ¡ O h , amar, amar, entregarme • ihallero.
v o l u n t a r i a m e n t e , sentirme de u n h o m b r e , vivir, renacer! Vino. I a situación era peculiar, y nosotros estábamos c o h i -
¿Cuántos días de batalla? N o lo recuerdo: pocos. C u a n d o lo i i desmemoriados de la exaltación recíproca de los días
volví a ver, en una de las fiestas de baile que el g r u p o de amigos es. N o sé p o r q u é l o encontré casi tosco, sentado delante
había organizado, y él me agarró de la cintura y me arrastró a || la mesa redonda en m e d i o , eligiendo las primeras
u n torbellino de giros susurrándome al cuello palabras breves de • • • H U Í una m i r a d a exenta del h a b i t u a l y osado b r i l l o . M e

«4 85
sentí de t o d o menos c o n m o v i d a , tan rígida y m u d a , c o n el oído
pendiente de la habitación d o n d e d o r m í a el p e q u e ñ o , y la frente
ensombrecida p o r la desconfianza.
N o recuerdo nada más que algún i n i c i o de frase: « C l a r o . . .
ambos tenemos deberes, deberes d o b l e s . . . Pero n o podemos en-
gañar al s e n t i m i e n t o . . . E l corazón tiene sus necesidades... Sin
menospreciar esos deberes, sin hacer s u f r i r . . . » .
¿ Q u é más? N o era demasiado elocuente y yo n o lo alentaba.
«Sin hacer sufrir a n a d i e . . . Se puede c o n c i l i a r . . . » .
¿Obligaciones? Balbuceaba. Se decidió, i n t e r r u m p i ó las ex-
plicaciones, m e cogió las manos, avivó su m i r a d a , me d i j o que
me amaba, que yo también lo amaba, que p r o n t o seríamos fe- I • M aquel día había considerado que poseía una m o r a l firme,
lices. M e tuteaba. Se levantó, me atrajo hacia sí, de repente me llipli \, c o n la que iba a transcurrir la vida sin dudas
besó en la boca; y alejándole yo c o n u n gesto, de nuevo m e de- neterme a duras pruebas. Si el p o r q u é de la existencia se
claró que no quería nada de m í que yo n o quisiera concederle • • SÍ apaba, si en t o r n o a m í , desde la adolescencia en adelante,
espontáneamente; que le bastaba c o n saber que m i corazón era Mu visto d i s m i n u i r poco a poco los m o t i v o s de entusiasmo, de
suyo, escuchar de mis labios y de m i p l u m a de vez en cuando las Di lóti y de o r g u l l o , si yo m i s m a casi ignoraba m i i n d i v i d u a -
embriagadoras palabras de la pasión. M e atrajo de nuevo hacia sí lidad v perennemente la traicionaba, n u n c a m e había faltado la
y, apoyada en su pecho, su m e j i l l a al lado de la m í a , sentí p o r u n 1 n la v o l u n t a d y siempre me habían parecido incomprensibles
m o m e n t o que había sido arrastrada, náufraga, p o r u n náufrago. IM, haiasos provocados p o r el s e n t i m i e n t o o la sensualidad: la
D e repente mis manos lo rechazaron c o n violencia. E l me de un alma. E l p r i m e r gran d o l o r que había experimenta-
apretaba, m e manoseaba... U n recuerdo m e cegó. ¡También I m e lo p r o p o r c i o n ó m i padre, el d e s c u b r i m i e n t o de la d e b i l i -
este! Y entre las náuseas que me cerraban la garganta, estallé en lil di un h o m b r e que me había parecido u n dios. Yo tenía más
una risa convulsa. • >idad de a d m i r a r que de amar. A c e p t a n d o la u n i ó n c o n u n
Se apartó, c o n estupefacción. Yo abrí la puerta y m e precipité que me había o p r i m i d o y h u m i l l a d o , p e q u e ñ a e indefensa,
a la otra habitación. I - i i ( leído obedecer a la naturaleza, a m i destino de m u j e r que
D e s p u é s de u n m o m e n t o escuché cerrar c o n cautela la puerta • imponía reconocer m i i m p o t e n c i a para caminar sola. Pero,
p r i n c i p a l de la calle. O t r a vez estaba sola en casa. E l p e q u e ñ o I • misma manera, también había q u e r i d o que la fatalidad n o
respiraba t r a n q u i l a e i m p e r c e p t i b l e m e n t e . N o lo miré, n o lo t o - • • m a s fuerte que y o , había dado a aquel destino u n rostro
q u é . .. ¡ O h , m i único a m o r p u r o ! M e quité ansiosa la ropa, y solo MIO.
cuando estuve bajo las sábanas, extendí los brazos hacia su lado, admitiría ahora en m i miserable vida la intervención de una
m o r d i e n d o la almohada, l l a m a n d o en u n susurro a la m u e r t e . . . H • a extraña y desconocida? ¿ M e creería su escarnio? ¿ M e diría a

86
m í m i s m a que n o era más que u n ser h í b r i d o , i n c i e r t o , en manos Un». s o b r e la mesa, el alma i n t e r r o g a b a p r o f u n d a m e n t e a l c e r -

del e n t o r n o , una presa fácil de los caprichos infames que me I Hilo a d v e n i r s i n o b t e n e r r e s p u e s t a ; e n t o n c e s , v i e n t r a r a l d o c t o r

rodeaban? | MI! una ( ara e x t r a ñ a . El d o c t o r q u e e n a q u e l i n s t a n t e d e b e r í a d e

La invocación de la m u e r t e había sido el p r i m e r g r i t o de la MI ai • u i n p l i e n d o su h a b i t u a l r o n d a p r o f e s i o n a l .

criatura d u r a n t e la noche. Pero v i n o el s u e ñ o , y después el des- \ as p a l a b r a s b a s t a r o n . Él v e n í a d e l a casa d e a q u e l h o m b r e ,

pertar: la necesidad de coger en brazos al p e q u e ñ o , de prepararle • l i la m u j e r le h a b í a e n c o n t r a d o a q u e l l a m a ñ a n a u n a d e m i s

el desayuno, de participar en los quehaceres de la casa d o n d e la n el b o l s i l l o . La d e s g r a c i a d a s o s p e c h a b a d e s d e h a c í a a l g ú n

v i d a se desarrollaba de f o r m a impasible; d o n d e el sol y el aire Hipo Pero la v e r d a d n o l a h a b í a a s u s t a d o . S a b í a q u e e s t a b a

m a r i n o n o faltaban; d o n d e libros y papeles hablaban de luchas y • M I I .1 la m u e r t e y, p o r o t r o l a d o , n o e r a l a p r i m e r a t r a i c i ó n

de evoluciones; d o n d e se asomaba el recuerdo de raros pero res Mi n i d o , n i e l p r i m e r d í a e n e l q u e e l l a h a b í a s e n t i d o q u e l o

plandecientes instantes de i l i m i t a d a esperanza para mis sueños • I mería v e n g a r s e a n t e s d e m o r i r . Por eso h a b í a l l a m a d o a l

de m u j e r y de madre. ' i b i e n d o q u e era m i a m i g o .

Y mis veinte años se s u b l e v a r o n . . . ¿Por q u é n o podría ser I I MI» i e n d i ó l a c a r t a q u e h a b í a c o n s e g u i d o h a c e r s e e n t r e g a r

feliz p o r u n instante? ¿Por q u é n o podría encontrar el amor, i la p r o m e s a d e l s i l e n c i o . Y a n t e m i r o s t r o q u e se descom-

u n a m o r más fuerte que cualquier deber y que cualquier de- ld u n e el i n s u l t o , y a n t e l a p e n a , e l b u e n j o v e n n o p u d o m á s

seo? T o d o m i ser lo buscaba. A q u e l h o m b r e me sometió durante II MU II me p o r m i n o m b r e t e m b l a n d o . . .

tantas semanas, supo imponerse a m i p e n s a m i e n t o . . . ¿Por qué? los « l i m o s l a m a n o c o m o e n c o n t r a n d o u n c o n s u e l o r e c í p r o -

Porque estaba sola, despreciada, sedienta y a n h e l a n t e . . . II iqnel p a c t o d e s i l e n c i o .

¿Él? ¿Era justo él, aquel h o m b r e mísero que se me había pre- < hié ( reía? ¿Se l o p o d í a explicar?

sentado la tarde anterior desnudo de toda poesía y de toda i l u - I ' i«» que era l o q u e le p a r e c í a a c o n s e j a b l e p a r a e s c a p a r d e l a

sión, b r u t a l y ridículo? Sentía una rabia furiosa c o n t r a m í mis- Mole. I<1 h a b r í a v i g i l a d o p o r s u p a r t e ; c o n t o t a l d e d i c a c i ó n .

m a , que caía enseguida para dar pie a u n a p r o f u n d a vergüenza. Pero no l o r e c i b i r á m á s , ¿ m e l o p r o m e t e ?

Yo había renunciado a m í m i s m a . Esa pequenez en que m e había Ii r< s p o n d í . Se levantó y solo entonces, al t o m a r l e de

c o n v e r t i d o , aquella criatura h u m i l d e pero reflejo de una mater- ile la m a n o , se d e s h i z o e l n u d o q u e t e n í a e n l a g a r g a n t a ;

n i d a d pura, yo la había lanzado a los pies de u n ser vulgar, de I I " o me c o r t ó l a v o z c u a n d o b a l b u c e é q u e n o m e a p e n a b a

estúpido e g o í s m o , que se apresuraba a pisotearme c o m o a una liil' i i " idido su a p r e c i o .

hierba en la calle. ¿Tan bajo había caído? Las ansias de v i v i r m e I¿> c r e o . — Y m e m i r ó triste.

habían cegado. La vida que buscaba era el error, era la h u m i l l a - 1 • n o n dos d í a s , e n los q u e s e g u í p e r s u a d i é n d o m e de m i h u -

c i ó n . . . M e enfrenté a m i m a r i d o : estábamos al m i s m o nivel, y 1 m i e n t r a s , c o n el p e n s a m i e n t o de q u e m i m a r i d o p u -

yo más r u i n que él p o r q u e lo sabía. ibei lo s a b i d o y h a b e r l o i n t e r p r e t a d o d e u n a f o r m a b r u t a l ,

A l g u n o s días después, acababa de volver a casa c o n el niño I n v a d i ó u n a m u d a r e b e l i ó n y, a la v e z , las ansias d e c o n f e s a r

después de estar en el jardín de m i padre, y había u n r a m o de • i ' H i l i t e n t a t i v a d e v i v i r , p a r a q u e se e n t e r a s e y m e echase d e

88 89
casa c o m o a u n a m u j e r que n o es la suya y que habría p o d i d o ser Milu '¡uc ambos pidieran cuentas al difamador p o r sus palabras.
de otros, y que quizá l o sería algún día. E n los sentimientos c o n - 1 ••• 1 < o m e d i o para rebatir de una vez p o r todas la audacia de
trarios que m e asaltaron, sentí c ó m o naufragaba m i v o l u n t a d , m i M|ii« I sinvergüenza, demostrándole que no se le temía.
persona, t o d o aquello que había creído ser y a l o que renunciaba M i m a r i d o , p á l i d o , se contenía. A l quedarnos solos, se l i m i t ó
con desolación. ilin ipio a reprocharme m i ligereza, mis nuevas ansias de
M i e n t r a s , aquella m u j e r n o había sabido o q u e r i d o callar; se •i" I .no d e ver agente, de m o s t r a r m e elegante y brillante. ¡Para
había desahogado c o n u n a amiga, y la n o t i c i a , apetitosa cuanto • I I i i . m q u i l o s en el pueblo no hay que salir del caparazón!
increíble, se había d i f u n d i d o hasta llegar a oídos de u n cabecilla 1 lo la duda navegaba p o r su espíritu, cada vez daba a sus pa-
de la facción clerical c o n o c i d o c o m o el picapleitos. lnln.is u n tono más mordaz e imperioso. É l era el t i p o de persona
E l d o c t o r , en c u a n t o se enteró, v i n o a verme enseguida; me enciende y se exalta hasta el paroxismo en las horas de
d i j o que era necesario que t o d o pareciese u n a mera invención ' 1 Yo supe que ya nada le detendría en sus inquisiciones;
difamatoria. i u n o despertaban y se enredaban en su cabeza las sospechas,
N o t a b a en él una ofensa personal cada vez mayor. Velaba por lili ipa/ de dominarse más, me exigió que le negara aquello de lo
mí. ¿ Q u é le llevaba a hacerlo? N o p o d í a , n o quería indagar en •I". \ me acusaba, y que declarara que solo lo amaba a él. La cara
aquel oscuro m o m e n t o . . . Pero n o conseguí disipar el recuerdo 'ba y morada, los ojos fuera de sus órbitas, daba m i e d o : tuve
de la sospecha que se m e pasó p o r la mente sobre su relación con r u t i n a sensación de ser una pequeña criatura indefensa bajo
m i c u ñ a d a . T a m b i é n él estaba aislado en aquel e n t o r n o hostil; MM • p o t e n c i a ciega y bestial. Permanecí m u d a y rígida.
t a m b i é n él había cedido y se había h u m i l l a d o ante sí m i s m o . K i u i c r t o m o m e n t o m e decidí, embestida p o r la m i s m a exal-
Q u i z á ahora veía en m í a o t r a v í c t i m a . Y yo sentía su espíritu HMlñn -Para qué mentir? Yo había l l a m a d o a aquel h o m b r e .
cerca del m í o c o m o n i n g ú n o t r o antes, t i e r n o y triste. I<> había amado! T a m b i é n lo había rechazado, c o m o l o
É l v o l v i ó p o r la tarde, p i d i ó hablar a solas c o n m i m a r i d o . • I " ib.i a él, a m i m a r i d o , y los odiaba a a m b o s . . . ¡Ojalá m e
A c o s t é al n i ñ o , escuchando a t u r d i d a el susurro de sus voces en 1 ii i! ¡< >jalá me matara! S i n t i e n d o c ó m o su o r g u l l o crecía de
la habitación c o n t i g u a . D e s p u é s m e l l a m a r o n , el d o c t o r había • Milu . implacable, t o d o m i ser se alzaba en u n í m p e t u . . . É l n o
c o n t a d o que el picapleitos se divertía desde hacía algunos días igaba; amenazaba y acusaba. N o m e creía: m e había entre-
hablando m a l en las reuniones vespertinas en la casa de nuestro • • I " debía confesar...
1

pariente el asesor, y en la reciente fiesta de baile. O t r a señora de N o recuerdo m á s . M e vuelvo a ver a m í m i s m a tirada en el
la c o m i t i v a y yo éramos la p r i n c i p a l diana de aquellas charlas MU lo alejada c o n el pie c o m o u n o b j e t o i n m u n d o , y vuelvo a
infames. A aquella se le atribuían varios amantes a la vez, a m í 1 1 1 t r o m b a de palabras infames, líquida e h i r v i e n t e c o m o
solo u n o , discreto y a ú n p l a t ó n i c o , puesto que se hablaba solo de ( m u l i d o . C o n la cara c o n t r a el suelo una idea m e cruzó la
miradas p o r la ventana y de cartas... Me matará?». C o n una calma extraña m e pregunté si a
E l d o c t o r estaba t r a n q u i l o , afable c o m o siempre, y deseoso de lima se le unirían en algún m o m e n t o las almas de m i madre
calmarme. H a b í a aconsejado al m a r i d o de la otra señora, y ahora i «I lujo.

90 91
Y tengo la confusa sensación de la ira desesperada q u e m< ili I M u n i r la postura de aquel que tiene todas las razones
e m b i s t i ó c u a n d o , después de u n a noche inenarrable en la q u e mi i a una m u j e r caballerosamente? E l d o c t o r m e hacía
cara recibió t a n t o esputos c o m o besos, y m i cuerpo se convirtió ln,
en poco menos que en u n pobre e n v o l t o r i o i n a n i m a d o , esciu lic h il(¿i mis hermanas me llevaron a visitar a m i madre. Casi
la p r o p o s i c i ó n de una s i m u l a c i ó n de s u i c i d i o . . . «Es necesario Mu idos habían pasado desde su ingreso en aquel tétrico l u -
que y o te mate c o n mis propias manos; pero n o q u i e r o i r a l | I ll.i n o nos reconocía, ya n o tenía n i n g ú n recuerdo, n i n g u n a
cárcel: debo hacer creer que te has q u i t a d o la v i d a tú m i s m a . . n los ojos; repetía u n gesto i n f a n t i l de las manos para palpar
Ira silenciosa y vana, desesperación espasmódica, agontí • •I• I»»-, lazos y nuestros peinados; y u n lenguaje a base de
atroz, sombras de l o c u r a . . . D í a s , semanas. T o d o c u b i e r t o de ll ibos ( on una garganta afónica era t o d o l o que diferen-
gris; ya n o d i s t i n g o la sucesión de los sufrimientos, de los de • • • ¿presiones de las de u n n i ñ o de u n a ñ o . Desde la últi-
lirios, de las treguas de estupor. M i padre, advertido y sabedor, i había engordado m á s , y los rasgos m e n u d o s y delicados
había conseguido, j u n t o al doctor, persuadir al h o m b r e loco y I • • na, que desaparecían entre las mejillas y el m e n t ó n , tenían
v i l de que m e perdonara, de que creyera que t o d o n o era m i * i una expresión desgarradora, parecían vivir, recordar y
que una aberración m o m e n t á n e a . M i c u ñ a d a , m i suegra habían i nemas sobre la persona esbelta y sensible que aquellos
pulsado el b o t ó n del escándalo: ¡cualquier cosa antes que la pu i " Ii ibían a l u m b r a d o u n t i e m p o . . .
blicación de aquella deshonra! Y , a la vez, todas aquellas personas los mechones grises, y justo en ese m o m e n t o una voz
m e rodeaban c o m o en u n sueño m o n s t r u o s o . Todos m e consi Im p.necio avisarme: « . . . tus labios ya n o tocarán más esta
deraban una bestia i n m u n d a ; y todos me perdonaban p o r r u i n
Cada noche era una t o r t u r a para m í ; cada día había escenas i | D u r a n t e el c a m i n o de vuelta, en el coche, c o m o una
de a r r e p e n t i m i e n t o , promesas de t r a n q u i l i d a d y de o l v i d o . ¿Me • • di i ibsesión m e asaltó: aquella advertencia m e vibraba en
temía? Mii/ón A m i alrededor t o d o era verde y fresco; mis hermanas
Y , mientras t a n t o , la v i d a exterior debía parecer inalterada mbiaban pocas palabras, y la vida parecía que les sonreía
D e b í a salir al lado de m i m a r i d o y, a veces, entre nosotros estaba iei na inconsciencia después de la terrible visión.
el n i ñ o ; la dulce flor sonreía entre dos que se o d i a b a n . I II «asa, el niño me esperaba, lenta dos años, me amaba,
M i reputación ya se había c o n v e r t i d o en algo p ú b l i c o que los .uñaba c o n toda la fuerza de su corazoncito, era i n t e -
dos partidos debían defender y acusar. M i s partidarios podían H fuerte, guapo, c o n la d u l z u r a de m i madre en los ojos,
despreciarme en secreto, pero debían exaltarme en voz alta; los nII D miaba sobre su día? Su p a p á estaba triste; lo dejamos
del picapleitos y los del arcipreste n o me c o n o c í a n en absoluto o puse el cuerpecito entre las sábanas, p e r m a n e c í c o n la
y debían t i l d a r m e de deshonesta. E n esta odiosa d i s p u t a , ¿ q u é bre la p e q u e ñ a y t i b i a m e j i l l a hasta que sentí la respira-
c o n d u c t a seguía aquel que había sido la causa? Su m u j e r , déte II ili I que d u e r m e , y v o l v í al comedor.
Horada p o r la enfermedad, se había i d o lejos c o n sus padres. Pero ll m u i d o había encontrado aquel día al h o m b r e que creía
más de u n o había n o t a d o los paseos bajo m i ventana. ¿ N o era Hilante, y le había parecido ver en sus ojos u n destello de

92 93
mofa. A q u e l se encontraba c o n dos amigos, claramente sus con id ida p o r u n duermevela l i g e r o , p o r u n a l i v i o en todos m i s
fidentes. ¿ Q u é pensaban y q u é sabían de eso? ¡ Q u e hablasen, que I »I ( »s. . .

hablasen, p o r dios! ( uando m i m a r i d o v o l v i ó , n o sé si después de u n a h o r a o


Yo m a n t u v e una a c t i t u d sumisa, incapaz de realizar cualquier MM pM. o menos, en u n p r i n c i p i o m i sopor le pareció fingido; y
m o v i m i e n t o . E n realidad, n o escuchaba c o n claridad l o que m< 'i nsultándome, con m e n o r violencia. Su voz me llegaba
decía. Parecía que m i v i d a pasase ante mis ojos, resumida en po Miin II i miada. En algún m o m e n t o su m i r a d a debió de reparar
eos episodios, y que yo la viese desde otra o r i l l a , desde u n a nueva N i el Ilasco que estaba en la mesa. Se inclinó sobre m í y c o m -
perspectiva. Era breve y n o era b o n i t a . ¿ Q u é iba a decir m i h i j o el |H» l i d i o . Agarró la botella con el resto del veneno y se precipitó
día en que la conociera? Si él aquella tarde hubiese p o d i d o c o m - • • • illi mientras yo aceptaba con confusión el pensamiento de
1

prender y hablar, seguro que me habría rogado que lo cogiera en T" i nalquier ayuda habría sido en vano.
brazos y que nos fuéramos lejos p o r la noche, y que afrontara la Dos mujeres, a q u í . . . M i suegra preparaba el fuego, el agua
miseria, el h a m b r e , la m u e r t e . . . I n i i p l a d a , y m i cuñada me suplicaba... luego él que lloraba a
«¡Tú n o hables, no hables! ¿ Q u é me escondes? ¿ Q u é estás pre-1 Mil pies. Yo veía t o d o c o m o a través de u n velo, sin dolor. D u d a -
parando para arrastrarme al fango? ¡Habla!». IM di i el alma ya me había abandonado, creía estar asistiendo
Y otra vez m e v i tirada en el suelo, y volví a sentir que un m u i , espíritu a las últimas convulsiones de mis restos.
pie m e golpeaba dos, tres veces; oí insultos obscenos y, después, I • mujer me sacudió, me d i o agua, que n o pude tragar. Pre-
nuevas amenazas... |< i m una hoja de papel:
D e s p u é s , mientras p e r m a n e c í a t u m b a d a en el suelo, sintien Ks< ribirás al menos que has sido tú, para que este pobre
d o una especie de alivio, c o m o en u n letargo c o n los ojos abiei i icnga también problemas.
tos de par en par, él salió d a n d o u n portazo c o n una última {Quién sabe si la sonrisa de c o m p a s i ó n que sentí deslizarse
blasfemia. ¿ H a b í a despertado al niño? i ' " m i a l m a se esbozó en mis secos labios? M e pusieron la p l u m a
No. C u a n d o pude m o v e r m e m e arrastré al lado de la c a m a , l i l i , los dedos, pero no la sujeté. E n aquel m o m e n t o entró el
en la oscuridad. - < ¿inseguí aun negar con la cabeza mientras m e daba u n
— H i j o m í o , h i j o m í o . . . T u m a m á n o volverá a v e r t e . . . Es ¡que me dejara, que m e dejara, al menos él que sabía!
necesario... N o puede vivir, está cansada, y n o quiere hacerte iVro la mano firme e inflexible m e agarró la cabeza y m e
s u f r i r . . . T ú tienes su sangre, pero serás más fuerte, v e n c e r á s . . . it|ili|*i i

quizá alguien te dirá u n día que t u madre te quiso, que n o quiso


a nadie más que a t i en la tierra, que n o era mala, que te soñó
bueno y g r a n d e . . .
V o l v í a la sala. E n el aparador había u n frasco de láudano
casi l l e n o . E n g u l l í dos tercios, hasta que el amargor m e c e r r o
la garganta. M e t u m b é sobre el sofá. Y r á p i d a m e n t e m e sentí

94 95
i 1111 l i o simplemente adiós a la vida, c o n calma, aunque en
• i n d o de derrota; c o m o obedeciendo a una o r d e n llegada
I |os, más que p o r la necesidad imperiosa del m o m e n t o .
Iltentiá debía t e r m i n a r en ese preciso instante. La m u j e r
II M I sido hasta aquella noche debía m o r i r . H a y épocas que
• H 11 solución, y parece que deban cerrarse de golpe c o n una
• lepulcral.
I >• sde hacía c u á n t o se desarrollaba d e n t r o de m í la crisis sin
.I», rio? Ll día en el que u n ser i n f o r m e i n t e r r u m p i ó b r u t a l -
i I.i flor de m i adolescencia, u n proceso de decadencia se
I ( m r o de m í . E l deterioro mortífero m e había i n v a d i d o
.1 poco, c o r r o m p i e n d o m i cuerpo y m i espíritu. M i c o n -
" ••• l.i no había p e r c i b i d o nada de esta tragedia i n t e r i o r hasta la
ole. M e sentía triste, cansada, c o n m i e d o . . . Y la derrota
inesperada pero lógica; n i n g u n a revuelta tardía había re-
ido en ella, n i siquiera u n poco de estupefacción. U n ciclo se
riba, el orden se restablecía.
Pól otro l a d o . . . c o m o había estado a p u n t o de q u i t a r m e la
| examiné el m u n d o y a m í m i s m a desde u n a nueva pers-
I' i renaciendo. E n u n p r i m e r m o m e n t o reviví m i infancia,
orno una niña d u r a n t e semanas. Saboreaba p u e r i l m e n t e la
d u l z u r a de «ser», sonreía emocionada ante el sol, ante las cimas hil< lia imborrable. Y me pareció que u n proceso de reflexión
de los árboles que veía desde el sillón, ante la belleza de m i h i j o , I' ibía iniciado d e n t r o de é l . . . ¿Pensaba él en lo poco o nada
ante cada objeto que brillase, que floreciese, que llamara a mis r Ii alna aportado a nuestra u n i ó n , en las esperanzas que yo
sentidos, atentos a la obra de la vida. Y el espíritu permanci u había visto caer en cuatro años, en las exigencias de m i ser aún
inerte. Sabía que había i n t e n t a d o m o r i r , sabía que t o d o había • I arrollo, en la ignorancia c o n la que había descuidado cada
cambiado a m i alrededor, y que yo aún tenía que caminar. Veía • ( h i o i n a de m i malestar? ¿Percibía, quizá, m i superioridad al m i s -
luces y sombras alternarse rápidamente; pero n o sentía n i miedo an po que sentía ira c o n t r a lo que él imaginaba que había
n i esperanza-ni repulsión n i dudas; c o m o m u c h o , una fe vaga, l mi delito? Su a m o r p r o p i o todavía sufría y, mientras t a n t o ,
una especie de abandono t í m i d o , casi inconsciente. E n los labiol él no podía escapar a la extraña e indescriptible fascinación que
conservaba el sabor amargo del veneno, y m i cabeza estaba ex- I» provocaba m i nueva personalidad, trágica y decidida. M i cuer-
traordinariamente débil; cualquier leve r u i d o la aturdía, quitán- l ' " q u e yo sentía estremecerse, ejercía sobre él una atracción más
d o m e la percepción nítida de las cosas. Sin embargo, la sacudida ijtuda y dolorosa. El recuerdo de m i invencible repugnancia ante
física n o había sido tan grave; solo m e h i c i e r o n estar en cama i • i. ios amorosos n o le traía quizá a la m e m o r i a el t o r m e n t o
unos pocos días. Todos, incluso m i padre, ignoraban lo que ha M i d i e n d o contra m í de adolescente, pero seguro que le generaba
bía sucedido. E n el exterior t o d o c o n t i n u a b a su r i t m o n o r m a l j IMliisos reproches por no haber demostrado el respeto adecua-
incluso m e dedicaba a alguna tarea de la casa, y n o dejaba que ll I • • m i organismo i n m a d u r o , p o r n o haber sabido despertar en
faltara n i n g u n a atención al n i ñ o . A veces conseguía v i s l u m b i . u " " II Morosamente a la m u j e r y p o r n o haber sabido envolver de
en el espejo la expresión de convaleciente que le daba a m i afila |Mtn /a la invitación al sano placer.
d o rostro u n nuevo encanto. ^ estaba solo, ante su p r o f u n d a e inmensa turbación. Tenía
N o recuerdo c o n claridad lo que pasó entre m i m a r i d o y yo || Acusación de que nadie más sabía de ella. Su madre lo c o m -
d u r a n t e los primeros días. A n t e la t r a n q u i l i d a d c o n la que eje i ldc< ia por u n s u f r i m i e n t o m u c h o más simple y el d o c t o r lo
cute m i m u e r t e , él t u v o que haber sentido una extraordinaria (libaba con una indulgencia n o exenta de desprecio. Y en ciertos
confusión en el corazón y en el cerebro, y esto lo había dejado llluinentos r o m p í a a llorar, confesando ser u n miserable.
destrozado. ¿Arrepentimiento? ¿Miedo? ¿Humillación? ¿ C e l o . N o me v o l v i ó a pegar. Se arrodilló ante m í , p i d i é n d o m e
T o d o se confundía en él en u n a única sensación de d o l o r : dá |li n l o n por n o haber sido más generoso, p o r h a b e r m e e m p u -
lor verdadero, s u f r i m i e n t o físico en gran parte, que lo arrastraba h . l o a dar u n paso desesperado. «¡Vive! ¡Por nuestro hijo!». L a
desde el extremo a b a t i m i e n t o hasta la extrema exaltación. Aplica a s u m í a en aquellos labios t a n reacios a la d u l z u r a u n
Q u i z á el d o c t o r le había hecho pensar en la idea de que yo Item o desgarrador. Y yo u n í a mis lágrimas a las suyas, c o m o el
pudiera enloquecer. D e b í a sentirse o b l i g a d o , ante la visión de la ' i . . . llora ante el l l a n t o ajeno. Por m i sensibilidad de enferma
r u i n a que y o habría dejado en la casa al i r m e , a reconocer que i arrastrada a considerarle u n p o b r e c o m p a ñ e r o de desgra-
hasta ahora yo había t e n i d o allí el papel p r i n c i p a l , que había sitio || así c o m o a m í m i s m a u n j u g u e t e y u n a v í c t i m a de ciegos
el alma de la casa y que había dejado silenciosamente en ella u n a ••mi c i m i e n t o s . Yo m e c o n v e n c í a de que nos n e c e s i t á b a m o s

100 101
m u t u a m e n t e para r e c o n s t r u i r u n a existencia en c o m ú n solo < i tle las delgadas manos en u n rayo de luz y m o v i e n d o con
por el b i e n de nuestro h i j o . Ii n u i i i d las hebras de colores. Aquella reclusión n o m e disgustaba;
D e s p u é s sucedió algo extraño. U n a m a ñ a n a m i m a r i d o volvió »M neniaba cierto deleite en aquella aniquilación de cada u n o
a i n t e r r o g a r m e sobre l o que había sido la causa para ambos de }lk instintos rebeldes, en aquella esclavitud estilo oriental. E n
m u c h o s t o r m e n t o s . R e p i t i e n d o c o n paciencia el relato, c o n los ido, se trataba aún del descanso, de la recuperación de las
detalles más específicos que ya le había expuesto en muchas oca- 1 IVnsaba en m i carcelero con una piedad cada vez más
siones, v i que él conseguía mantenerse t r a n q u i l o , reflexionando i le. i o n una resignación casi serena. ¿Amor? Se había c o n -
y dejando largos silencios después de mis respuestas. Finalm.cn lo del todo, y yo le había dejado tener esperanzas. Entre sus
te, u n gran respiro le elevó el pecho: una mezcla de placer y di i«M/n',, \ m e sentía más bien tensa; pero eso no me llevaba sino a
o r g u l l o , m u y m a l d i s i m u l a d o s , se reflejó en su m i r a d a . Es decir, MMII|M usar de otro m o d o a aquel al que no podía entregar toda m i
d u r a n t e todas las inquisiciones c o n las que me había atormen i • --na I ra c o m o si yo no hubiera nacido para los placeres, sino
tado n u n c a había c o m p r e n d i d o , quizá n u n c a había conseguido l " , los sufrimientos del a m o r . . .
escuchar hasta el final, n i había conseguido frenar la irrupción P.l se sentía satisfecho por m i docilidad serena. N o rememoraba
del terrible ataque de celos... Y ahora para él t o d o l o acontecí di l i l pasado si no era para preguntarme qué me había faltado y así re-
se reducía a u n episodio insignificante e irrelevante. E n t e n d í que ptiii liáisclo a sí m i s m o abiertamente. Responderle era penoso para
él se elevaba ante el o t r o , d i s f r u t a n d o de su h u m i l l a c i ó n ; que me i|i i • i I I ahorrármelo; sin embargo, desahogarme era algunas ve-
estaba agradecido, que finalmente volvían a él la confianza, l l H i luí sistible. Esto m e servía más de examen a m í que a él. Eran las
certeza de que yo estaba atada, de que yo lo amaba, ¡de que m< • • • • 11' i< »nes de u n espíritu que, tambaleándose, se abría paso y len-
sentía de su propiedad! hum nie i i m p e r a b a su vigor y su independencia. Penosas, pobres y
J u n i o t r i u n f a b a sobre los campos dorados. E l m a r probable l».i|Mn< niarias reminiscencias de u n t i e m p o ya envuelto por la nie-
m e n t e era t o d o destellos, u n sueño enceguecedor; yo n o lo veía la . il< una vida transcurrida en una realidad encerrada. H a b l a n d o
1

p o r q u e n u n c a salía de casa, excepto alguna vez p o r las tardes p o c o a poco c ó m o m i rostro perdía l a expresión de h u m i l d e
unos pocos pasos c o n m i m a r i d o p o r las desiertas vías del tren N t l b u i a , v se convertía en una fría máscara de mirada impasible,
A pesar de t o d o , sus celos n o habían desaparecido. Por las ma • ' • n i p u n t o confuso que quizá era el pasado, quizá el futuro. Y
ñañas, gracias a la presencia de la mujer, p o d í a m o v e r m e por 1| • hacei u n esfuerzo por salir de aquel m o m e n t á n e o y descono-
casa, pero n o entrar en las habitaciones que daban a la calle. D e s li I ligio, para conducir a pensamientos más intranscendentes
pues del desayuno, p o r t e m o r a que pudiera recibir a alguien, h< nnbre al que sorprendía absorto, p o r su parte, en visiones que
se m e encerraba bajo llave hasta su regreso a las seis, sola con el n l i uncir e l ceño, con una arruga dolorosa y pueril de quien
p e q u e ñ o en el e n t o r n o caldeado y reducido del d o r m i t o r i o qui " i n p r e n d e r algún gran fenómeno y n o consigue más que
daba al jardín abandonado. • il'ii la p r o p i a desconfiada debilidad.
El n i ñ o d o r m í a durante dos o tres horas. Yo bordaba j u n t o a Nuestro h i j o derretía nuestros corazones y los acercaba, nos
la ventana entornada, divirtiéndome de vez en cuando al observ.u la 11 eer en nuestras recíprocas promesas de paz. Era é l , era l a

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sensación de poseerlo a ú n , de tenerlo allí p e q u e ñ o y sonríen i i . A l p i n a s veces por las m a ñ a n a s venía el d o c t o r d u r a n t e algunos
era el recuerdo incesante, aunque n u n c a manifiesto, de aquel miliu(os. listaba menos locuaz que de costumbre. Se preocupaba
adiós n o c t u r n o en el que m e había i m a g i n a d o a la criatura de i n i lini alud. Si yo mencionaba m i clausura permanente c o n
sangre sola p o r el m u n d o , desconocedora del m i s t e r i o materno • •••• I. ve sonrisa, él bajaba la cabeza, mientras una sombra le
era el pensamiento t a m b i é n perenne de la atención apasionad.i Mi «I -1 tapidamente el rostro; después, c o n u n esfuerzo que n o
que en adelante n u n c a le iba a negar, era él t o d o l o que desde • apaba, intentaba bromear sobre ello, y m e animaba a
los p r i m e r o s días había v u e l t o grata m i renovada existencia. Poi I i u m e abatir y a exigir algún viaje a la espera de días más
él, p o r él, p o r é l . . . V i v i r t a n t o hasta volverme u n alma b r i l l a n t i l i n i o s . Jugaba con el n i ñ o , feliz p o r e n c o n t r a r l o m u y sano
capaz de ser madre c o n t o d o el significado de la palabra: ¿era •Iva/ a pesar de la gran falta de aire y de ejercicio; y en cada
u n sueño? Yo m e i n c l i n a b a sobre la camita, c o n t e m p l a b a la cara lia ais lormas con respecto a m í se volvían más afectuosas y a
d o r m i d a de m i h i j o , adorable c o n sus rasgos puros y ya defini- mas reservadas, c o m o si u n sentido a ú n m a y o r de respeto
dos, y una t r a n q u i l a seguridad invadía m i alma. A él n o pocha Im a d í e s e , lo sorprendiese y le calentase el alma. Yo le estaba
pedirle p e r d ó n nada más que m e n t a l m e n t e , n o me sentía h u m i - • ia (decida, su presencia me traía u n mensaje silencioso de
llada c o n aquel acto; ¿quizá era la conciencia de que m i amoi ' i o m u n d o que yo creía m u e r t o para m í , y m e hacía sentir,
p o r él n o d i s m i n u i r í a j a m á s , de haberlo t e n i d o siempre en l o más II i m i pesar, que aún pertenecía a aquel m u n d o en el que
alto de mis pensamientos, incluso d u r a n t e las horas de locura, lo h ibía sufrido.
que me hacía sentir siempre d i g n a de su inconsciente bendición
upi p o r él que las consecuencias de m i aventura n o habían
Q u i z á solo era la ley de la sangre: aquellos m i e m b r o s habían sal i
'ido. Hn verdad, pocos en el pueblo habían creído en la
d o de m í , u n aliento v i t a l idéntico al m í o les daba vida, entonces
»• i< i o n ; la mayoría quizá pensó que se trataba de u n a ligereza
y siempre; aquella criatura «mía» debía reflejar en la v i d a m i l
Ii u . i m p i d a desde u n p r i n c i p i o . Pero el p a r t i d o adversario se
acciones y luchar c o n m i g o p o r la prosperidad.
lilii id ni nado de la cuestión. M i h o n o r estaba en sus manos,
R e c i b í a p o r p r i m e r a vez y p o r c o m p l e t o la influencia benéfu a pilo era necesario reclamarlo.
de la cercanía de m i h i j o , m i afecto p o r él se había hecho más I o Ir tocaba, según las convenciones, a m i m a r i d o . Pero
p r o f u n d o y a la vez se había s i m p l i f i c a d o , perdiendo t o d o lo qui había adoptado la a c t i t u d del h o m b r e que había sido desa-
tenía de adolescente y de enfermizo. Y su n o m b r e constituía el Hiltln due< lamente y hacía t o d o lo posible p o r sentirse o f e n d i d o
a m u l e t o del presente, el s í m b o l o del f u t u r o ; circunscribía c o n • • ' ' I d . demostrar su s u p e r i o r i d a d de e s p a d a c h í n y, sin d u d a ,
sus sílabas breves el nuevo h o r i z o n t e . i Mii liai ei creer que él tenía razones personales para defender
M i e n t r a s tanto, la vida práctica de la casa seguía adelante, torpe Hll h o n o r . . .
y gris. M i s hermanas, ignorantes de t o d o , fueron a pasar alguna-, i 'I ilinaciones monstruosas de toda m o r a l i d a d , que n o m e
semanas a la casa de los tíos de Turín, y yo permanecí encerrada ll i l u i ni sorprendido en absoluto, ya que c o n o c í a m u y b i e n la
con el pretexto de h u i r del i n c o r d i o de las miradas malintenciona i i o n y la hipocresía del a m b i e n t e , si n o m e h u b i e r a n reve-
das o curiosas. M i suegra y m i cuñada, por suerte, estaban lejos 1 l m i n u e v o aspecto del carácter de m i m a r i d o . M e d i cuenta

104 105
de que él creía en la necesidad de u n d u e l o , n o para defenderme,
sino para defenderse; solo su a m o r p r o p i o sufría. ¡Y además tenía
miedo!
El d o c t o r se d e d i c ó p o r entero a arreglar el asunto. Después
de diversas negociaciones, el abogado t e r m i n ó por entregar a los
padrinos de m i m a r i d o una declaración pomposa y enmaraña
da en la que y o era calificada de «respetabilísima». M i m a r i d o
se declaró satisfecho y satisfechos parecieron t a n t o u n o c o m o
o t r o p a r t i d o , que habían tratado m i reputación c o m o si fuera un o^H
asunto p ú b l i c o .
N o quise a d m i t i r l o , pero el ensalzamiento del sacrificio se
d e r r u m b ó p o r c o m p l e t o ; se acabó m i v o l u n t a d de d o b l e g a r m e ' " i i el final de la m a l d i t a controversia, m i m a r i d o se tranquilizó

el silencio de m i conciencia insatisfecha. | I I pendió p o r c o m p l e t o sus peregrinaciones hacia el pasado,

Cada h u m i l l a c i ó n recibida, cada bajeza que me habían restre liante algún t i e m p o m a n t u v o sus p r o h i b i c i o n e s , y yo seguí

gado, las componendas y las mentiras, los deseos de la carne y las "i .ilir, pasando las tardes encerrada bajo llave, t e n i e n d o hojas
traiciones del espíritu, episodios irónicos y episodios m o n s t r u o Ii papel de carta numeradas, y v i e n d o solo a los parientes, al
sos... t o d o ello v o l v i ó a surgir en m i m e m o r i a aterrorizada q u e i l m i o i o a la sirvienta. T o d o bajo la apariencia de la más a m p l i a
i m p l o r a b a en vano paz y o l v i d o . . . Y llegó el m o m e n t o culmen llbi n a d y con procedimientos de una i n g e n u i d a d que m e habría
de la larga j o r n a d a de terror: el m e d i o d í a resplandeciente sobn llvei i u l o si mis veintiún años a p u n t o de c u m p l i r s e n o h u b i e r a n
u n campo devastado. N a d a se escondía ya para m í tras velos la • "!«> tan irremediablemente vedados a la risa. Ponía atención
laces. H u m i l l á n d o m e , yo no p o d í a n i siquiera tener el consuelo n - Miarle razones de p r e o c u p a c i ó n , incluso a n t i c i p á n d o m e a
de perdonar a q u i e n me o p r i m í a . N a d a estaba por encima de mí, ith < \igencias, pero más p o r una v o l u n t a d de defender m i t r a n -
condenada a caminar agachada. Y m i h i j o , m i h i j o era otra v u q u i l i d a d y la de m i h i j o que p o r u n í m p e t u piadoso. Él había
t i m a entre dos condenados encadenados. ¿ Q u i é n lo salvaría lie • i. h«> a ser c o m o en el pasado, necio, ciego y t r a n q u i l o . C o n
vándoselo lejos d o n d e alguien le transmitiera la v i r t u d humana: (pitas tic u n bienestar agradable, t e r m i n a b a p o r congratularse del
ltnme< ¡miento que me había puesto en sus manos vencida, re-
• I n u l a y sumisa. Yo lo observaba d u r a n t e la rápida recuperación
tli a i estado n o r m a l , sin indignarse. A estas alturas ya n o p o d í a
ni por m í n i por él.
I n aquellos días de soledad i n f i n i t a , en la ausencia de toda
•nal de vida h u m a n a , abandonada a toda esperanza y a toda fe,
i é en u n l i b r o u n m o t i v o de salvación.

106
Era el p r i m e r o que cogía entre mis manos después de muchos il» u n m u n d o . Y aquel encantamiento hacía retroceder en silen-
meses: u n envío de m i padre; que m e veía raramente y que me i i n I los recientes fantasmas desesperados, hacía de la soledad
creía, seguro, c o n cierta amargura, una v í c t i m a silenciosa p o r no rfl}«n agradable, y me defendía de las pequeñas realidades que
haber aceptado la invitación de refugiarme en su casa d u r a n ce lltoideaban de su irremediable miseria.
aquellos trágicos días. ( liando el sentido c o m ú n vencía los celos de m i m a r i d o y l o
E l autor era u n joven sociólogo cuyo l i b r o , apenas p u b l i c a d o , llttlih 1.1 a llevarme de paseo, yo sentía u n indescriptible fastidio
expandía su n o m b r e p o r toda Europa. H a b l a b a de algunos d( | n I is miradas de la gente y p o r el t e m o r a encontrarme cara a
sus viajes p o r países jóvenes y, c o n una elegante vivacidad, hacía II i < o n el h o m b r e que p o d í a volver a encender en el alma de
a los profanos y escépticos ser conscientes de m u c h o s problemas Ijlili I I estaba a m i lado la b r u t a l i d a d p r i m i t i v a . V i s l u m b r a n d o a
graves que surgían p o r el contraste entre dos civilizaciones. la conocida figura, sola o en algún c o r r i l l o , y evitándola,
U n a aguda facultad para la intuición y u n verdadero genio il ii neldo m u t u o c o n m i m a r i d o que también escudriñaba la
para la síntesis otorgaban u n raro atractivo a aquella obra algo | lili me consideraba v i l . ¿Por q u é n o consideraba la existencia
atropellada pero pensada c o n i n g e n i o , en la que u n g e n u i n o sen W iquel h o m b r e c o m o u n hecho que n o m e incumbía? Q u i z á
t i m i e n t o de h u m a n i d a d vivificaba cada página. Un ei a o d i o lo que yo sentía p o r él, sino que más b i e n temblaba

Si en lugar de aquel l i b r o m e hubiera topado en aquel m o - ¡Milito se tiembla ante el n o m b r e de una enfermedad que nos

m e n t o c o n u n poema sobre el paganismo o u n ensayo sobre el • prc< ipitado a nosotros, o a algún ser q u e r i d o , al borde de la
m i s t i c i s m o , ¿mi destino habría sido diferente del que ha sido? El « ha. Y cuando estaba cerca de mis hermanas, ya c o n v e r t i -
posible que n i siquiera hubiera sufrido n i n g ú n t i p o de influencia I • . I I d o s flores de j u v e n t u d , aquel terror m e invadía. ¿ H a b r í a n
y m e hubiera h u n d i d o en una atonía incurable. Mitpet hado ellas alguna vez? Y la c a l u m n i a , incluso después de
N o lloré, n o me exalté y n o sentí n i n g u n a revolución en m i Milu líos años, ¿llegaría hasta ellas?
interior. Aquellas páginas respondían en sustancia a u n orden Un joven ingeniero de u n pueblecillo vecino amaba desde
de ideas que se desarrollaba d e n t r o de m í desde la infancia. Pero • • " i i meses a la mayor, él era de una férvida inteligencia c o n
justo porque n o me descubrían abismos desconocidos, justo Hit ti niperamento desigual, nacido para la lucha y c o n la cabeza
p o r q u e c o n una delicada vehemencia, casi inadvertida, me lie ll• n i «le nuevos ideales. Yo convencí a m i hermana, de diecisiete
vaban hasta regiones pobladas de latentes pensamientos como de que se lo planteara p r o f u n d a m e n t e antes de q u i t a r l e
s u s u r r á n d o m e sobre una riqueza olvidada d u r a n t e m u c h o t i e m - • 11 esperanza al j o v e n . A h o r a , después de u n largo p e r i o d o de
p o ; p o r eso fueron providenciales en aquel m o m e n t o . U n lento l • isión, la muchacha le declaró a nuestro padre que aceptaba
encantamiento me envolvía mientras en la cerrada habitación, al • I |( ivcn pretendiente y que esperaría a que el p r o m e t i d o consoli-
lado del n i ñ o entretenido c o n sus juegos, yo meditaba sobre lo l " i I I carrera para casarse c o n él; y puesto que papá ante dicha
que había leído, recordando lejanos discursos de la adolescencia, l ' l " i « » n n o había puesto n i n g ú n i m p e d i m e n t o , mostrándose
a ñ a d i e n d o observaciones y reflexiones propias a las del escritor, y * - I " poco c o n t e n t o , los dos se escribían, se veían de paseo, se
p a r t i c i p a n d o de manera inconsciente en el ideal de construcción • lidiaban, y la pasión de u n o se convertía en afecto protector,

108 100
o^o^K
la simpatía de la o t r a , agradecida d e v o c i ó n . Se c i m e n t a b a un \ h i c c o n t e n t o estaba el p e q u e ñ o m o v i e n d o audazmente sus
s e n t i m i e n t o c o m ú n de estima p o r la que el f u t u r o se perfilaba N|i i m i uas por las herbosas sendas, saludando a la manada de
cada vez más firme ante sus confiados ojos. D e esta manera, en H n p a n i l l a s plateadas! E n el h o t e l i l l o d o n d e nos a l o j á b a m o s él
la casa que había permanecido d u r a n t e m u c h o t i e m p o sin luz, se n i la s o n r i s a , la flor exquisita que todos querían aspirar c o n u n
colaba gracias a la v i r t u d del a m o r u n soplo de v i d a nueva, más v q u e llegaba de lejos, de una parte de Italia que n o sabían
seria y elevada; la invadía u n extraño poder que p r o n t o se volvió ni.i. .11 b i e n en el mapa aquellos hermanos nostálgicos, pensati-
esencial y beneficioso. R e g o c i j á n d o m e , yo favorecía aquel amor IHI \n poco t a c i t u r n o s . . .
cuya l l a m a parecía la de u n o de mis sueños solo bosquejado, t a m b i é n m i m a r i d o , que n o c o n o c í a la v i d a de m o n t a ñ a ,
n u n c a hecho realidad. miaba c o n t e n t o , p r ó d i g o de exclamaciones enfáticas y de obser-
H a c i a el final del verano m i m a r i d o decidió hacer u n viaje- M I i n i u s ingenuas, seguro c o m o siempre de su j u i c i o , orgulloso
para descansar y distraernos; recuperar mis fuerzas exhaustas y lli |-1 c u sus ahorros de f o r m a refinada, y ansiando m i expreso
fortalecer la salud del n i ñ o . La semana que pasamos en Vene- IOI i m i e n t o . Y cuando me sorprendía melancólica se i n d i g -
cia fue triste, a pesar del encanto de la c i u d a d y a pesar de la M <l. i del m i s m o m o d o en que lo hacía cuando alguien i n t e n t a b a
dulce languidez que la c i u d a d inyecta hasta en las venas de los »urinario. ¿ Q u é m u j e r era? ¡ N a d a m e satisfacía!
más desesperados. E l n i ñ o n o nos permitía visitas minuciosas a arrepentido, m e instigaba después a hacer algún proyecto
museos e iglesias. Por o t r o lado, m i m a r i d o , en ausencia de un n i n d o volviéramos a casa, a i n t e n t a r o t r a vez la distracción
gusto i n n a t o y c o n una ignorancia absoluta sobre arte, n o era |< la escritura... ¿Por q u é n o empezaba i n s p i r á n d o m e en aquel
u n c o m p a ñ e r o agradable, e s t r o p e á n d o m e incluso las sensaciones Milu o lugar?
espontáneas. A l p a r t i r nos sentimos casi aliviados, pero en el re- I o escuchaba c o n aire cansado, c o m o se escucha a u n t r a n -
m o t o rincón del T i r o l en el que h a b í a m o s d e c i d i d o acampar la q u i l e q u e habla de nuestra salud y que nos da consejos sin saber
tristeza n o desapareció. M id i de- nosotros. N i siquiera yo m i s m a sabía q u é me hacía falta
E l sitio era maravilloso, u n valle estrecho c o n sonido de cas llif.ado a aquel p u n t o . Solo sentía agigantarse m i soledad, m i
cadas, verde de abetos y p i n o s , enmarcado p o r gigantescas y 1 imiento m o r a l ; mientras p o n í a u n cierto e m p e ñ o en hacer
candidas m o n t a ñ a s . M i infancia, m i infancia que volvía c o n los tí< i pe a m i m a r i d o de las impresiones que recibía, en ser para
paisajes agrestes, c o n los olores salvajes, c o n el sencillo y sereno o u n l i b r o abierto, c o m p r e n d í a que el sustrato de m i v i d a
silencio de la naturaleza. ¿Por c u á n t o t i e m p o sepultada en m i u n n u c í a i n v i o l a b l e , que, incluso q u e r i e n d o , n o habría p o -
memoria? ¡ O h , poder estar sola c o n m i h i j o en aquellos bosques, '.» d e j a r m e ayudar en la tarea de b ú s q u e d a que c o n t i n u a b a
educarlo en la escuela de la naturaleza, hacer que en el lejano tro de m í . Y algo c o m o u n t e m b l o r i n t e r i o r me poseía sin
p o r v e n i r la ola de los recuerdos infantiles n o llegara n u n c a a él de II . ¿ C ó m o recordar periodos parecidos? A veces, p o r la m a -
la f o r m a arrebatadora en la que llegaba a m í en aquel m o m e n t o , , u ñ e m o s la sensación nítida de haber pasado una noche
que t o d a su v i d a se desarrollase de f o r m a armoniosa, c o m o el "... n ,i de sueños y de fantasmas grandiosos, de haber v i v i d o d u -
h u é s p e d n o b l e en tierras nobles! i breves instantes de duermevela u n a v i d a p r o f u n d a , pero n o

110 m
conseguimos reconstruir las visiones n i rehacer los pensamientos e adoran la V i d a fuera de sí m i s m o s . «Yo» desaparecía, c o n m i
n o c t u r n o s . Y nos damos cuenta después de que toda nueva a< peria; ante mis ojos n o quedaba m á s que la belleza de aquel
ción realmente esencial n o nos sorprende, p o r q u e nuestra sus <M n i n o i m p u l s o que se erguía ante la i n m e n s i d a d del m u n d o .
tancia í n t i m a ya había recibido antes u n aviso. Era u n espectáculo que el alma acogía y guardaba c o n recelo.
La ú l t i m a tarde que pasamos en la m o n t a ñ a se m e q u e d ó N o era la gran revelación: era el ajetreo subterráneo de las semi-
impresa en la m e m o r i a visual de f o r m a singular, a m í que casi II is que ya sienten el calor del sol cercano y t e m e n y desean de él
exclusivamente retengo los caracteres morales, yo diría, de los lu i".l<> su esplendor.
gares que recorro; es decir, que a cada lugar le d o y en el recuerdo
la fisonomía que m i alma le d i o en el m o m e n t o en el que l o aco- \a vuelta, el doctor me d i j o que la m u j e r de aquel h o m b r e
gió d e n t r o de sí y l o sintió el marco de sus propios sentimientos. había m u e r t o y que él, a b a n d o n a n d o al h i j o c o n sus suegros, se
M e vuelvo a ver p o r la a m p l i a calle p o r la que d e b í a m o s bajar a I ibía icio a A m é r i c a , c o m o b u e n buscador de aventuras que era
la m a ñ a n a siguiente d u r a n t e horas y horas en diligencia hacia las ¡encia; sin n i n g ú n proyecto, pero d e c i d i d o a n o volver. Fue
vías del t r e n , hacia el Benaco. La atmósfera era gris y h ú m e d a . I . u l i i m a vez que oí hablar de él. L l o r é u n poco después de que
Sin embargo, cada cosa y cada sonido tenían una n i t i d e z extraor- I I doctor se fuera. Estaba libre, la v i d a se volvería más fácil, y
d i n a r i a ; t o d o parecía más vasto, y f o r m i d a b l e y estable. Nosotros más activa, p o r el b i e n de m i h i j o ; devolviendo la sensación de
que í b a m o s lentos entre t a n t o aire ceniciento, ¿qué éramos sino • f u n d a d al h o m b r e que me poseía, recuperaría todos mis dere-
p e q u e ñ í s i m o s p u n t o s transitorios que la T i e r r a protegía c o n un • li«>s; y sin tener ya ante m í n i n g u n a imagen del pasado, ganaría
a m o r austero? Q u i z á p o r p r i m e r a vez en m i vida abrazaba esta . M serenidad y, poco a poco, recobraría la confianza en mis fuer-
T i e r r a c o n u n pensamiento respetuoso y filial. E l t i e m p o y el . ¿Por q u é aquellas lágrimas? Parecía que se me desgarrase
espacio m e parecía que se volvían fluidos, que m e transportaban I u n t r o z o de carne sana j u n t o a la herida de la que se m e había
en su corriente: yo era la H u m a n i d a d de viaje, la H u m a n i d a d liberado. Por t a n t o , ¿estaba m u e r t a en m í la fe en el amor, en la
sin u n a meta y a la vez llena de ideales, la H u m a n i d a d esclava i a encia de u n a m o r poderoso y resplandeciente, pues lloraba
de leyes ciertas, y t a m b i é n e m p u j a d a p o r una v o l u n t a d rebelde .1 dar el ú l t i m o adiós al fantasma que me ilusionó d u r a n t e u n
a despreciarlas, a reconstruirse una existencia superior a ellas... MI i ante? Se iba aquel c o n el que había i n t e r c a m b i a d o promesas
A q u e l día terminé de releer el l i b r o que m e había t e n i d o tan I l e l i c i d a d ; desaparecía, en u n vórtice, para siempre. ¿Sabía él
absorta semanas antes y que había sido m i c o m p a ñ e r o de viaje que su recuerdo n o me a b a n d o n a r í a p o r q u e su breve paso p o r
discreto y constante d u r a n t e t o d a la estancia en la m o n t a ñ a . F u n - mi vida había marcado m i transformación? C l a r o que n o ; y m i
día las dos siguientes emociones: la que me suscitaron las ideas hombre p r o n u n c i a d o u n día ante él, después de años y a ñ o s , n o
desarrolladas en m i m e n t e en t o r n o a esa lectura y aquella en la !• |u rturía en él m á s que u n s e n t i m i e n t o de desprecio.
que la autora era la Naturaleza que me rodeaba y que yo estaba I i amargura n o volvía a mis labios, pero el corazón se abando-
a p u n t o de abandonar. D e ambas emanaba u n fervor o c u l t o que M iba d e nuevo a la tristeza abrumadora, a la compasión enfermiza
solo conocen los grandes creyentes y los grandes enamorados; los I la desolada oscuridad; en el vacío. D u r a n t e días, semanas. M i

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m a r i d o , aunque cada vez más t r a n q u i l o y más decidido a mante- una V o l u n t a d d i v i n a , que yo la esperé c o n las manos juntas. Y
ner la paz, se preocupaba por el m a l invencible que me doblegaba, «ai aquella llamada estaba toda la desesperación de u n espíritu
insistía en que me dedicara al estudio, en que escribiera quizá • l i e se siente débil, exhausto, en el m i s m o m o m e n t o en el que
mis memorias, la historia de m i error. Sí, él estaba t r a n q u i l o , lia v i s l u m b r a d o u n largo c a m i n o p o r recorrer... M e h u m i l l a b a
se admiraba p o r ello; su b o n d a d le parecía merecedora de sel Irrefrenablemente, pero de manera consciente: ¿era t e m o r a u n a
celebrada en u n poema. M e trajo a casa u n cartapacio de papel 111 ieva, diversa y más cruel ilusión de m i corazón i n f l a m a d o de
blanco, que miré s i n t i e n d o c ó m o el calor me subía hasta la fren- leales? Q u i z á . Si pedía la intercesión de m a m á , de m i madre de-
te. ¿Hasta ese p u n t o p o d í a llegar el subconsciente? Sin embargo, nu m e , parecía que quisiera renegar del o r g u l l o de m i pasado p o r
algunos días después, una cálida tarde otoñal, mientras el niño encima del de m i f u t u r o . M e reprochaba a m í m i s m a la h o r r i b l e
estaba c o n mis hermanas, me encontré c o n la p l u m a suspendida 1 1 i o t a de Ella, y la f u t i l i d a d de toda rebelión en criaturas c o m o
encima de la p r i m e r a página del cuaderno. ¡ O h , contarle a al- «Ha marcadas p o r la desgracia. Ella había deseado que al menos
guien m i dolor, m i miseria!; más b i e n , ¡contármelo a m í misma, •ais lujos estuvieran a salvo: a m i vez, ¿qué habría p e d i d o a u n
solo a m í , de una f o r m a nueva, decidida, que m e revelara algún Itíosque se me apareciera delante? Alejar de la cabeza de m i h i j o
ángulo de m i oscuro destino! el d o l o r , que lo guiara p o r calles llenas de l u z . . . ¿Y si t a m p o c o a
Y escribí d u r a n t e una hora, dos horas, n o sé. Las palabras mi me escuchaba? ¿Y si la cadena debía repetirse eternamente?
fluían, serias, casi solemnes. Perfilándose m i estado psicológico, M i m a r i d o , que venía de vez en cuando d u r a n t e el día para
le pedí al d o l o r si p o d í a volverse fecundo; declaraba escuchar ex- licgurarse de que yo no abusaba de aquel poco de l i b e r t a d , m e
trañas vibraciones en m i intelecto, c o m o el presagio de u n lejano m prendió arrodillada. M e levanté de golpe c o n u n s e n t i m i e n t o
florecimiento. N u n c a m á s , en verdad, sentí poseer u n a fuer/a M vergüenza: ¡era para él u n espectáculo de d e b i l i d a d ! Y c o m -
expresiva tan resoluta y una facultad de análisis tan aguda. ¿Qué p u n d í que simplemente había s u c u m b i d o a una crisis nerviosa,
debía esperar de mí? ¿ D e b í a reunir todas mis energías, d i r i g i r m e de aquella pobre enfermedad que yo aún padecía.
a la conquista de m i paz c o n t r i b u y e n d o a la obra de la h u m a n i - E l me preguntó ansioso qué me ocurría. L o tranquilicé con
d a d , que es la única que ennoblece la existencia? ¿ O quizá nunca un gesto, mientras las lágrimas volvían a brotar abundantemen-
jamás una sonrisa feliz me haría bella ante m i hijo? te: t a n liberadoras. ¡Benditas, benditas! Finalmente m e recobré,
La p l u m a se paró, yo corrí a la habitación, me tiré de rodillas I mal mente acepté en m i alma el tosco c o m p r o m i s o de caminar
en el m i s m o p u n t o d o n d e , una noche ya lejana, había susurrado Ha, de luchar sola, de sacar a la luz t o d o cuanto en m í había de
a una p e q u e ñ a criatura d u r m i e n t e m i propósito de m u e r t e . ¿Poi fuerte, de p u r o , de bello; finalmente me sonrojé por mis absurdos
q u é me v i n o a los labios el n o m b r e de m i madre en u n sollozo? I mordimientos, p o r m i largo sufrimiento estéril, p o r el abandono
¿Por q u é me invadió u n a necesidad desgarradora de rezar y de en el que había dejado a m i alma, casi odiándola. Finalmente volví
invocar a la Potencia oculta a la que debía haber recurrido tan- •i sentir el sabor de la vida, c o m o a los quince años.
tas veces el corazón de m i madre cuando estaba lleno de pena?
N o lo sé. Fue la única vez en m i vida que yo aspiré a la Fe en

114 115
XII
Id escuela no me parecía que fuese m i m i s m a existencia extendi-
•I i hacia atrás de manera i n f i n i t a , sino que se representaba en m i
liuiiasía c o m o u n tapiz; c o m o u n espectáculo. Por lo t a n t o , n o
iilía, en aquel periodo, más que volver a la realidad i n m e d i a t a ,
lodo era para m í objeto de examen. M e había obligado a m í
l u b i n a por p r o p i a iniciativa a examinar al ser h u m a n o c o n una
lltli n idad excepcional, f o r m á n d o m e c o n u n esfuerzo incons-
ilenie u n c u l t o por la h u m a n i d a d n o del t o d o teórico. Si b i e n
IIIK i audiciones familiares no me habían llevado a p r o f u n d i z a r
n i el l e n ó m e n o de las desigualdades sociales, lo que había n o -
' ido ile forma accidental en la escuela y p o r la calle me llenó el
L l e g ó u n intenso y extraño p e r i o d o d u r a n t e el que no viví más • de una v o l u n t a d confusa de acción reparadora.
que de lecturas, de meditaciones y del a m o r de m i h i j o . Cual [Vas salir de la c i u d a d , y acabar en u n p u e b l o i n c u l t o , ense-
quier otra cosa m e era indiferente. Solo tenía la sensación de des- lida perdí, bajo la exclusiva influencia de m i padre, el sentido
canso que me p r o d u c í a aquella existencia tan recatada, u n i f o r m e \\v la fraternidad que en los grandes centros es i m p e r a n t e y ac-
y sin subterfugios n i miedos. llvo; ( oncebí el m u n d o c o m o u n g r u p o de inteligencias s o m e t i -
U n i n s t i n t o silencioso me hacía dejar a u n lado los problemas .11 i u n a m u l t i t u d i n e v i t a b l e m e n t e i g n o r a n t e y casi insensible,
sentimentales, me m a n t e n í a lejos también de las lecturas román h i " i i m p o c o esta creencia tardó en desvanecerse a causa, c o m o
ticas que m e habían c o m p l a c i d o t a n t o d u r a n t e la adolescencia. p i m i e r a razón, creo, de u n p e q u e ñ o episodio o c u r r i d o a mis
Sin embargo, la cuestión social n o tenía nada de peligroso para ilor< e años. H a b í a v e n i d o a desayunar c o n nosotros el d u e ñ o
mi fantasía. M e había pasado la v i d a soportando en m i inte- ili la fábrica: u n blasonado m i l l o n a r i o . Este había hojeado una
r i o r una inconcebible confusión de p r i n c i p i o s h u m a n i t a r i o s , sin Invista a la que m i padre estaba abonado. La consideraba b o n i -
haber deseado n u n c a darles alguna justificación. D e niña había ' pero «demasiado cara». Esto elevó ante mis ojos a m i f a m i l i a
a l i m e n t a d o en secreto el a m o r p o r los desdichados, a pesar de líenle al ricachón que poseía dos coches de caballos pero n o
haber escuchado las teorías autocráticas de m i padre. M i s com- h m . i una revista... O s é hablar demasiado, y al referirme a mis
posiciones contenían pasajes retóricos que me sorprendían y me IIIIK iones dije «nuestra fábrica». A l corregirme m a m á , el conde
halagaban, y que hacían sonreír afablemente a papá. E n m i edu había añadido:
cación había h a b i d o una extraña mezcla. N o se había cultivado ¡Déjela! Es c o m o m i cochero, que dice «mis caballos».
en m í el sentido de la a r m o n í a . N i n g u n a página i n m o r t a l había I a rabia que me invadió de repente también sacudió toda m i
pasado ante mis ojos d u r a n t e m i adolescencia. E l pasado casi no epc i o n de la sociedad.
existía para m í , n o iba más allá de mis abuelos, a los que se norn Más tarde, el m a t r i m o n i o daría una especie de tregua a m i
braba solo de vez en cuando; y la historia que me enseñaban en lli \.u 10II0 espiritual.

117
F i n a l m e n t e , entendí el sentido de u n a existencia mayor, m i i A m i alrededor, mientras t a n t o , muchas cosas c o b r a r o n sig-
p r o b l e m a i n t e r i o r se v o l v i ó menos oscuro, y se i l u m i n ó ante el llfi( a d o y l l a m a r o n m i atención. M e d i cuenta, c o n una lenta
reflejo de otros problemas más vastos, mientras me llegaba el eco estupefacción, de que n u n c a antes m e había p r e g u n t a d o si tenía
de los palpitos y de las aspiraciones de los hombres. Gracias a loa Uguna responsabilidad sobre l o que m e fastidiaba o m e c o n m o -
libros ya n o estaba sola, era u n ser que entendía, asentía y cola vía del m u n d o que me rodeaba. ¿ H a b í a examinado seriamente la
boraba en u n trabajo colectivo. Sentí que esta h u m a n i d a d sufría b n d i c i ó n de aquellos cientos de trabajadores a los que m i padre
por p r o p i a ignorancia e i n q u i e t u d ; y que los elegidos habían s i d o empleaba, a aquellos miles de pescadores que vivían apiñados a
llamados a sufrir m á s que los d e m á s p o r llevar hacia delante la lo< os pasos de m i casa, a aquellos representantes individuales de
conquista. l l burguesía, del clero, de la enseñanza, del g o b i e r n o , de la n o -
U n día de m i infancia papá habló de Cristo. M e d i j o que hábil Iblcza, que c o n o c í a de cerca? T o d a esta masa h u m a n a solo había
sido el mejor de los hombres, el maestro de la sinceridad y del m a í d o m i curiosidad superficial; sin ser soberbia n i servil, había
amor, el mártir de su p r o p i a conciencia. Yo me guardé en el pecho pasado de u n extremo a o t r o de los polos opuestos de la orga-
aquel n o m b r e y lo convertí en el símbolo o c u l t o de la perfección, n i z a c i ó n social s i n sentirme parte de ellos. N u n c a antes había
aunque sin adorarlo, simplemente feliz de saber que u n «altísimo» O m i t i d o la idea de ser u n a casada a la que la observación d e l
había existido, que el ser h u m a n o podía, queriendo, elevarse hasta m u n d o se presentaba en circunstancias excepcionalmente favo-
representar el ideal de la d i v i n i d a d y la aspiración hacia lo eterno hbles. E l alejamiento de los v o l ú m e n e s de estudio era u n a culpa
¡ Q u é pueril m e había parecido la mitología cristiana! Cristo no •enos grave que la que s u p o n í a haber dejado de observar el gran
era nada sino D i o s ; pero si él era h o m b r e , se convertía en la floi l i b r o de la vida.
de la H u m a n i d a d , n o en u n dios reducido, sino en el h o m b r e en ¿Y ahora? N o p o d í a caminar p o r el p u e b l o , n i volver a entrar
su mayor potencia. Y siempre Jesús, el Jesús de Galilea, sonriente en aquel a m b i e n t e cuyo contacto había sido funesto para m í . M i
con los niños; el Jesús indulgente c o n la arrepentida, incapaz di m lusión, a fuerza de c o s t u m b r e , se v o l v i ó t a n espontánea que
rencores, tanto en la amonestación c o m o en la profecía, brilló ani< • se podía r o m p e r sin hacer tambalear de nuevo la existencia en
m i alma. Figura ideal que me parecía ver ofuscarse de tristeza cadl nuestra casa. D e b í l i m i t a r m e a recoger el eco que subía desde la
vez que yo me alejaba de la b o n d a d y de la verdad. • illc hasta m i s habitaciones.
Pasados unos meses, quizá después de años de estar perdicb El j o v e n q u e m i h e r m a n a amaba se había c o m p r o m e t i d o
v o l v í a ver la sonrisa de C r i s t o e n m i c a m i n o y m e dirigí a el • l u í a n t e aquel i n v i e r n o c o n una l u c h a que había enajenado del
c o m o a u n a fuente de inspiración. D u r a n t e algún t i e m p o anheK m d o el alma de m i padre. Organizaba a los obreros de la fábrica,
una d o c t r i n a que uniera la suavidad de los preceptos del Galileo, l<»s unía para la resistencia; el socialismo invadía el p u e b l o gracias
surgidos del regazo de la naturaleza, c o n la potencia de las teorías I él. Mi padre p r o h i b i ó a las dos muchachas q u e l o volvieran
modernas que habían emanado de la ciencia y de la experiencia, i recibir en casa. L a n o v i a estaba desorientada. A pesar de la
la l i b e r t a d c o n la v o l u n t a d , el a m o r c o n la justicia. Era c o m o una o p i n i ó n contraria de m i m a r i d o , invité al j o v e n ingeniero a m i
directriz, c o m o el t r i u n f o de una a r m o n í a . i asa. ¡ C ó m o le b r i l l a b a n los ojos a la m u c h a c h a la p r i m e r a vez

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que hice que se encontrara en m i casa, sin previo aviso, c o n su V t f i i c d a d era i n f i n i t a . ¿ H a b í a tanta riqueza en mí? M e decía a m í

amado! Por ella, p o r la o t r a niña, p o r m i h e r m a n o ya de dieciséis IttUina que probablemente n o tenía nada de excepcional, que

años, desgraciadamente, n o p o d í a hacer o t r a cosa que asegurarles piobablemente todos los seres t a m b i é n la poseían en l o p r o f u n -

m i apoyo. Ya realizaba u n esfuerzo reparador demasiado grande do de su espíritu y solo las circunstancias i m p e d í a n que a u m e n -

sobre m í m i s m a c o m o para que me sobrara la energía suficiente 11 « el p a t r i m o n i o c o m ú n . Pero la hipótesis n o m e c o n v e n c i ó .

para dedicarme eficazmente a aquellos pobres abandonados de I I ibía tanta inconsciencia y dejadez alrededor!

m i sangre. I I d o c t o r habría p o d i d o p r o p o r c i o n a r una base a mis estu-

El joven me i n f o r m ó c o n e x a c t i t u d del m o v i m i e n t o que le- i con su ciencia, pero él n o se preocupaba ya de a l i m e n t a r su

vantaba a las masas trabajadoras en t o d o el m u n d o y las enfren- l ' i i n i i . Las necesidades urgentes de su profesión le ocupaban

taba f o r m i d a b l e m e n t e a la clase a la que yo pertenecía. demasiado, y su escepticismo le hacía ver demasiado hipotética

É l había estudiado en el extranjero, había viajado, y había • ••i i mutación de las condiciones seculares, así c o m o el alivio de

v u e l t o a su región hacía dos años para d i r i g i r los trabajos de un l • miseria fisiológica hereditaria. N o obstante, m e d i o algunos l i -

nuevo t r a m o ferroviario. A l l í sintió la necesidad irrefrenable de i i atados de biología, manuales de higiene, de h i s t o r i a n a t u -

i n t e n t a r hacer algo p o r aquella p o b l a c i ó n miserable de la que él MI Y sonreía c o n una simpatía casi burlesca cuando le enseñaba

m i s m o había salido. l|iii h a b í a hecho resúmenes y anotaciones.

M i hermana aceptaba t o d o a p r i o r i ; las ideas vivían y palpita fil era para m í u n f e n ó m e n o m e l a n c ó l i c a m e n t e interesante.

ban en el j o v e n , y ella n o p o d í a separarlas de él. Yo discutía y me Aun me preguntaba si habían existido o si existían relaciones

enfervorizaba. L e n t a en la expresión, p o r a m o r a la sinceridad y mi unas entre él y m i c u ñ a d a , y la sola sospecha me parecía h u -

a la e x a c t i t u d , inexperta en la dialéctica, i n t e n t a b a después reto- millante. Pero ¿ c ó m o vivía él soltero? E l caso de m i padre me

m a r m i l i b e r t a d de espíritu en el escritorio y escribía en el m i s m o !• i- I I centrar la atención en el hecho sexual y obtenía amargas

cuaderno al que había confiado el desahogo de m i d o l o r . M e il- iones. A s í era, t a m b i é n este joven que m e profesaba tal res-

c o m p l a c í a cediendo al i m p u l s o , después me sonrojaba, asaltada que reconocía verdades superiores, que llevaba una vida

por la d u d a de ser v í c t i m a de una t o n t a e i n c i p i e n t e a m b i c i ó n , i )< i n p l a r acorde a las convenciones sociales, tenía una v i d a secre-

de «interpretar u n papel», c o m o en los lejanos tiempos en los ta quizá no confesable...

que de niña me imaginaba ante el espejo que era una seductora i Miién osaba a d m i t i r una verdad y adaptar la v i d a a ello? ¡Po-

dama. Pero c o n t i n u a b a , n o obstante, c o n í m p e t u . lín vida, mezquina y oscura, cuya conservación todos deseaban

¡Pensar, pensar! ¿ C ó m o había p o d i d o estar t a n t o t i e m p o sin • •MÍO' lodos se contentaban: m i m a r i d o , el doctor, m i padre, los

pensar? Personas y cosas, libros y paisajes, ya t o d o m e sugería 1 1 listas, t a m b i é n los curas, las vírgenes o las meretrices. Cada

reflexiones i n t e r m i n a b l e s . Algunas m e sorprendían, otras, in- • i n . • llevaba consigo c o n resignación una m e n t i r a . Las revueltas

genuas, me hacían sonreír. O t r a s , incluso poseían cierta gracia Individuales eran estériles o dañinas; las colectivas eran dema-

intrínseca que m e hacía admirarlas c o m o si las viera expresadas • •«!<• ilébiles a ú n , ¡casi ridiculas ante la espantosa grandeza del

con nobles signos destinados a c o n m o v e r a las m u l t i t u d e s . Su struo que había que derribar!

120 121
Y empecé a plantearme si a la mujer no se le debería atrl
buir una parte no leve del mal social. ¿ C ó m o puede un h o l l ie forma d , , „ , a yst q u e , a p e s a r ¿ t m d < ¡ ^
bre que ha tenido una buena madre volverse cruel con los J
biles, desleal con una mujer a la que entrega su amor y t i r a d r , e s p , m u i H o r a s * . d K [ ¡ „„ d
con sus hijos? Pero la buena madre no debe ser, como la mfl J l » . k,a„o . „ d t l e m p o , , m y é s d e | Q s

una simple criatura para el sacrificio: debe ser «una muj< I


una persona humana.
¿Y en qué se puede convertir una mujer si los parieni< I
entregan, desconocedora, débil e incompleta, a un hombre qfl
no la recibe como a su igual; que la usa como a un objeto I
su propiedad; que le da hijos con los que la abandona a solÉ
mientras él cumple con sus deberes sociales para continua i 11
treteniéndose como en la infancia?
Desde que leí un estudio sobre el movimiento feminista i i
Inglaterra y en Escandinavia, estas reflexiones se desarroll.il>.m
en m i cerebro con insistencia. Había sentido enseguida IIIM

simpatía irresistible por aquellas criaturas desesperadas que |>m


testaban en nombre de la dignidad de todas hasta elimin.ii I
sí mismas los instintos más profundos: el amor, la materniil.nl
y la benevolencia. Casi de manera inadvertida m i pensamieM
se había detenido día tras día un instante más en esta palabfl
«emancipación», que recordaba haber oído pronunciar sen
mente en m i infancia, una o dos veces, a m i padre, y despufl
siempre con mofa, a toda clase de hombres y mujeres. Más i.n.l.
comparé a todas las rebeldes con la gran masa de las ignorani«
de las inertes, de las resignadas, el tipo de mujer forjado din.un»
siglos por el sometimiento, y del que m i madre, mis h e r m a d
y yo, y todas las criaturas femeninas que yo conocía, éramos I "
ejemplos. Y algo semejante a una consternación religiosa me I
vadió. Sentí que tocaban el umbral de «mi» verdad, sentí H
estaba a punto de desvelarme a m í misma el secreto de m i laffl
trágica y estéril angustia...

122 123
n así todos privados de cualquier tipo de ayuda! ¿Esa era la
humanidad? ¿Y quién se atrevía a definirla con una frase? En
realidad, la mujer, hasta el presente esclava, era completamente
ij-norada», y todas las psicologías presuntuosas de los novelistas
y de los moralistas mostraban muy bien la inconsistencia de los
' leí nentos que utilizaban para sus construcciones arbitrarias. Y
el hombre, también el hombre se ignoraba a sí mismo: sin su
««implemento, solo en la vida para evolucionar, gozar, comba-
iii. habiendo renegado estúpidamente de la sonrisa espontánea
\ onsciente que podía darle el sentido último a toda la belleza
11 universo, él permanecía débil u orgulloso, siempre imperfec-
U n suceso que ocurrió en la capital de la provincia m e llevo H» Tanto una como otro eran, en diferente medida, dignos de
irremediablemente a escribir un articulillo y a enviarlo a u n p< Compasión.
riódico de Roma, que lo publicó. En él aparecía escrita la pal.il »i » Ningún libro tenía la virtud de desbaratar mis recientes con-
«feminismo». Cuando la vi impresa, la palabra de sonido ásp» • li • iones; y ninguno de los que leí durante aquella época me
me pareció que de repente adquiría todo su significado y que I Irodujo una gran impresión. Me di cuenta de que m i sentido
dibujaba ante m í un nuevo ideal. 111111 o, después de la larga parálisis, se había ampliado e intensi-
Mientras tanto, el cartapacio con los escritos aumenta!).i <l« H< mío; y a la vez descubrí en m i espíritu una especie de nostalgia

tamaño. Disparatados intentos se repetían. Junto a i m p r e s i ó n , polorida por todo aquello que m i educación irremediablemente

visuales y a la pintura rápida de cualquier tipo, se desarroll.il. • • » «I MI pasado por alto. L a poesía, la música, las artes del color

en cientos de fragmentos el hilo de mis reflexiones sobre la v\M I de la forma, seguían siendo para m í cosas casi desconocidas,

que tendían a unirse en un núcleo, en un organismo. Una pal m a s que mi ser aspiraba por entero al éxtasis que estas pro-

oculta corría por aquellas hojas, que yo empezaba a amar coffll il'.m; el pensamiento del que vivía a veces quería tener alas

algo «que valía más que yo misma», casi como si me devolví» rfl| r " i i onfundirse con los rayos y con los sonidos. A l escribir, m i

una imagen más purificada de m í misma y me convencieran • I- Impotencia para traducir líricamente el oscuro mundo interior

que yo podía vivir de manera útil e intensa. ¡Vivir! Ahora qm rU •••• producía a menudo un agudo sufrimiento; todo lo que no
•MiM'guía expresar volvía a caer en el abismo desconocido de
vivir, no solo por m i hijo, sino por m í y por todos.
iliiinle había surgido por un instante.
Me consideraba afortunada en m i soledad. El crud<»i al< nln
siempre estaba ante mis ojos; mirándolo me quedaba eml>< l< i I n la tranquila casa, una vieja mujer, que había entrado de
|IMni.i estable a nuestro servicio, cumplía las funciones domésti-
da pensando en las innumerables criaturas que subían u n o • . mi
I ijtie antes habían estado casi por completo a m i cargo. Alta y
sin encontrar en la cima ni siquiera una cruz sobre la qn< • |>i
ni»»»iv.ida, el rostro huesudo extrañamente feo y expresivo, me
rar una justicia postuma. Mujeres y hombres; ¡ a p e l o t o n a i

125
había producido repugnancia en el primer momento y me había durante su juventud un motivo de acción fuera del círculo fa-
conquistado poco después con su inteligencia y con su tacto. miliar, la desventura no la habría hundido. ¿No creía yo, con
Su historia no era diferente de la de muchas mujeres del pue- veintidós años, que podía aceptar la vida sin amor? Es más, ¿no
blo, primero exhaustas por la maternidad, después abandonadas encontraba una especie de seguridad en la convicción de que
por el marido emigrado, y finalmente explotadas por sus propias nunca más el amor-iba a estar presente en m i vida?
criaturas. Ella lo contaba tímidamente, revelando una simpatía Aún no podía percibir claramente las graves deficiencias de
estoica por la vida. M i atención la había halagado: ya desde los mi vida. A l conseguirlo, cercenaría todos mis ingenuos entusias-
primeros días m i figura adolescente, con una larga trenza y el mos. ¡Ay de m í si hubiera analizado m i vida cotidiana! Pero me
rostro rosado tan parecido al de m i hijo habían sido para ella un excedía tanto de lo que habría debido ser m i círculo, estaba tan
objeto de sorpresa. Después, la vida solitaria que yo llevaba y los convencida de que cumplía un esfuerzo excepcional, que la con-
temas de las conversaciones con m i marido en la mesa, cuando tradicción entre lo que pensaba y lo que sufría no hería m i alma,
a él le daba por escucharme, le habían producido un temeroso Uno que solo me producía una leve angustia física.
respeto en el que se mezclaban orgullo, devoción y extrañas el A mitad del verano tuve que hacer un trabajo, en el que m i
peranzas para ella y para sus hijos. lóente se ocupaba desde hacía tiempo, y lo terminé en pocos
Empecé a considerarla como a una compañera humilde v días: se trataba de una pequeña monografía sobre las condicio-
discreta. ¡No tenía a nadie más! ¡Qué conmovedores esfuerzo! Hcs sociales de la región en la que vivía, tejida con observacio-
para comprenderme cuando intentaba instruirle sobre algún nes personales y una vibrante emoción. Se la enseñé al doctor
tema! Si yo debía renunciar a ello, ella dejaba caer los encorva w cuando me la devolvió sentí que él estaba convencido de m i
dos hombros: «¡Ah, señorita mía, si tuviera treinta años menofl hueva potencialidad. C o m p r e n d í también, por instinto, sin pre-
¡Quién sabe qué habría hecho de mí!». guntarme si me complacía o me molestaba, que en esta activi-
Ella, junto con m i suegra y otra viejecilla que venía alguna il.ul por la que me sentía absorbida, él habría visto un obstáculo
vez a casa a hacer remiendos, representaban para m í el mayol nuevo para el sentimiento que quizá nutría por m í en secreto...
grado de sumisión de m i sexo, no solo ante la miseria sino antl I levándome me alejaba, por tanto, más que nunca.
el egoísmo del hombre. Cabezas grises sacudidas perennemenn ¿Qué importaba? M i separación del mundo era ahora sin-
por un leve temblor, como por el recuerdo instintivo de tormén •era; dotada de juventud y de belleza, podía, gracias a la cri-
tos sufridos; cabezas cansadas sobre las que a menudo la miradl |U sufrida, creerme eximida para siempre de todo deseo de los
no osaba mantenerse; ¡cuántas veces os he besado en espíritu lentidos. Las relaciones con m i marido, a las que me resignaba
no por vosotras o por una fugaz piedad hacia nuestro destino fon una docilidad melancólica, no disturbaban el trabajo de m i
sino por la ardiente ola de propósitos que, sin saberlo, lanzaba! conciencia. Cuando durante mis lecturas, o mis fantasías, me

dentro de m i corazón! lii outraba ante las figuras de las antiguas y modernas ascetas,

M i madre, desde el espantoso asilo, también me incitaba. I I 'landecientes con una pureza de hielo, no podía dejar de con-
litlerarme, por un instante, su hermana.
taba convencida de que, si la desventurada hubiera enconti.iJ"

126 127
Recuerdo la mañana en la que me llegó la revista donde estaba, I Aquel instante surge en m i recuerdo como uno de los más
colocado entre los escritos importantes, el estudio en el que el doc« I •largos y a la vez más profundos de m i vida. Observando la
tor me había ayudado pacientemente con algunas correcciones. I I I •c/quindad de la criatura a la que estaba subyugada, y vién-
niño me la arrebató de las manos enseguida, descubrió m i firmal lome definitivamente tan dividida en espíritu y sola, sentí el
—no sabía leer, pero distinguía la grafía de mis tres nombres— m | l flialofno que provocan ciertos espectáculos en los que se mezcla
sonrió con la pequeña sonrisa sabia y radiante que tenía cada ve* •grotesco con lo sublime.
que examinaba en su cerebro la palabra impresa. Aquella sonrisa I Tras pasarse aquel pánico, seguí escribiendo y publicando.
era el premio y la aprobación cotidiana de m i esfuerzo. Parecía que I Kmpezaba a recibir el eco de mis ideas en cartas y en artículos.
dijese: «Yo siento que tú trabajas también por mí, mamá, siento m\r italiano, apenas trasladado a Suiza, había iniciado
que floreces, que te abres, vives, y por eso te vuelves fuerte y bne«¡ ninmigo una dinámica correspondencia. Por recomendación
na, y me preparas para una existencia fuerte y buena...». • y a , una joven doctora veneciana también me escribió y una
Aquella mañana respondí a la sonrisa de m i hijo con u m linistad epistolar se entabló enseguida entre nuestros dos espíri-
igual de sabia y radiante. Era como si me encontrase arriba, en • l fervientes, imaginación se pobló de figuras disparatadas,
las alturas, con el niño de la mano, y contemplara un pueblo in< IK adquirían curiosas fisionomías ante el desconocimiento de
mensurable y maravilloso ante mí, y me dispusiera a atravesarlo, m$ rasgos. De algunos de mis amigos por correspondencia ni si-
segura de mis fuerzas. Detrás y alrededor, nada. En el impreciso guiera intentaba forjarme una imagen en la mente: un científico
y a la vez imperioso presentimiento del futuro, una paz absoluta : • noves, por ejemplo, totalmente dedicado a la propaganda mo-
y un tranquilo olvido me invadían. ÍHl entre los marineros, se había convertido en alguien apreciado
|im mí y en un objeto de culto devoto, sin pensar que no conocía
Algunas semanas después, m i marido llegó a casa muy preoc I Huela de su vida privada, o su edad. De otros, de ciertos jóvenes
pado. Yo había recibido el mismo día una carta de una ilusin
l|tie publicaban artículos o versos en los mismos periódicos en

escritora que me invitaba a colaborar en un periódico femenino los que yo colaboraba, veía, por el contrario, rostros tímidos o
laníos. Las mujeres me producían mayor curiosidad: las deseaba
que estaba a punto de fundar, por encargo de una nueva sen I
todas bellas; algunas me enviaron sus retratos, y eran realmente
dad editorial. Se me ofrecía una modesta compensación. EsM
inactivas...
raba que se alegrara. Por el contrario, me ordenó callar. El M
¿Hermanas?
había enterado de que el ingeniero que estaba prometido con mi
hermana había sufrido un registro en casa. En aquel momenn ¡Quién sabe! Alguna pronta decepción me puso en guardia.
una ola de reacción recorría Italia. M i marido buscó la revi HDCO a poco vislumbraba el estado de las mujeres intelectuales
ta que llevaba m i artículo, algunas cartas de antiguos y nuevo rn Italia y el puesto que las ideas feministas ocupaban en sus
corresponsales que me felicitaban por ello, y tiró todo al fuefl espíritus. Con estupor constataba que era casi insignificante;
añadió un m o n t ó n de periódicos y de revistas; después, se pus» t\, en verdad, venía de arriba, de las dos o tres escri-
a husmear entre mis cartas... Hras de mayor renombre, abiertamente hostiles —¡oh, ironía

128 129
de las contradicciones!— al movimiento para la mejora de lili d r i l , na.s, rodas iguales, flanqueadas por espinos blancos, flagrantes
condición femenina. Por otro lado, toda la producción literari|| Mirante la primavera, polvorientos durante el verano. A lo le-
femenina del país, que respondía a ideales de todo tipo, me pa«| i" surgía una doble cadena de alturas: colinas delante, detrás
recia deficiente: grandes frases vacías, sin nexo ni convicción. YJ Apeninos. Se divisaban burgos construidos en la cima de al-
también en la acción, ¡qué raras eran las mujeres! La mayor partll guna colina y que evocaban la Edad Media con sus cinturones
eran extranjeras. «Miniados, con sus callejuelas serpenteantes alrededor de algún
Las más jóvenes, con títulos académicos, sentían casi despn Minpanario puntiagudo. El campo y el mar eran a veces deslum-
ció por la conquista de los derechos sociales. Entre estas estábil I ' mies, a veces cenicientos; algunos días imperaba el silencio,
m i nueva amiga de Venecia, especial ingenio crítico. Entre lai Milano y dulce, otros días parecía que cada brizna de hierba,
maduras, más de una me dejó adivinar que había sido torturada inda gota de agua, afirmara su vida con un susurro, y el aire
y consumida por la vida; y, abiertamente, me exhortaron a no I (inlilado de sonidos parecía como sensible. Las líneas del paisaje
lanzarme a la lucha, a frenar mis entusiasmos, y a perseguir algún I I i"¿tn familiares desde hacía muchos años. Como en la época
sueño de arte puro si realmente no me era suficiente el amor d* I. mi adolescencia, yo no analizaba lo que se extendía ante mis
m i hijo y de m i nido. Honestas, sin duda. Sus cartas me dejaban • i " . n o buscaba el secreto de la armonía que me enternecía o me
perpleja. judiaba, que me daba la sensación del descanso o el de la fuerza,
M i hijo, pequeño psicólogo inconsciente, adivinaba en un |U< me identificaba con él. Me dejaba envolver por la misteriosa
rostro los signos de tristeza y de serenidad, callaba cuando mr y limpie fascinación, y una gratitud apasionada florecía en m i
veía absorta, fruncía el ceño cuando percibía malhumor entre su nia/ón. Entonces, me llegaban profundas manifestaciones de la
padre y yo... Yo representaba todo lo bueno que él conocía de la • I i de la tierra, finalmente íntegras y lúcidas, capaces de repre-
humanidad: era la más sabia, la mejor de las criaturas. Incluso, MMtar el llanto, la sonrisa, el amor, la muerte. N o era demasiado
mis momentos de cólera, aquellos momentos raros de los que Urde.
me arrepentía y que eran fruto de m i constante desequilibrio Mi pasado reaparecía ante m í como ordenado por un deseo
físico, no suscitaban en el pequeño espíritu el m í n i m o signo de tlrupiadadamente sabio. De hecho, ¿no parecía estar todo orde-
rencor. Él quizá se decía que m a m á «tenía razón», y casi siem Irfdo para preparar el futuro?
pre me pedía perdón, temblando no por el castigo recibido sino Sin embargo, no veía con claridad el futuro. Y sin una clara
por el espectáculo de m i dolor... ¡Pobre hijo m í o , pobre niño Hita ion, mis tentativos se producían de manera desordenada.
adorado! Durante dos años su infancia fue realmente feliz, pudo | n qué deseaba convertirme? Periodista, no: empezaba a sentir
acumular una fuerza vital que normalmente los niños no llegan • i la total inutilidad de aquel esparcimiento de ideas incom-
a poseer. ¿Era una fuerza oscura que preveía el futuro y que, cu m I I S . ¿Artista? N i siquiera me atrevía a pensarlo, exagerando m i
los límites de lo posible, se preparaba para protegerlo? • ultura, m i falta de fantasía, m i incomprensión de la belleza...
Dos años. ¿Cómo recordar en fragmentos aquel periodo m Un libro, «el libro»... ¡Ah, no anhelaba escribirlo, no! Pero me
concreto? Yo iba, con mi hijo de la mano, por las calles principal! Insumía algunas veces contemplando en m i espíritu la visión de

130 131
aquel libro que sentía necesario. U n libro de amor y de dolor, que
fuera desgarrador y a la vez fecundo, inexorable y piadoso, que
mostrara al mundo entero el alma femenina moderna, por prime-
ra vez; que por primera vez hiciera palpitar de arrepentimiento
y de deseo el alma del hombre, del triste hermano... U n libro
que llevara traducidas todas las ideas que bullían dentro de mí,
caóticamente, desde hacía dos años, y que llevase la impronta
de la pasión. ¿No lo escribiría nunca nadie? ¿No había ninguna
mujer en el mundo que hubiera sufrido lo que yo había sufri
do, que hubiera recibido de las cosas animadas e inanimadas los
reproches que yo había recibido, y que supiera extraer de ello l l
esencia pura, la obra maestra equivalente a una vida? n.i tarde vi Uegar inesperadamente a m i marido con la cara des-
mipuesta, una visión desagradable cuando se desencadenaban
:i su interior las pasiones primitivas. Había discutido con m i
kdre y había dejado su puesto afirmando que no volvería jamás.
Una visión remota se me vino a la memoria: m i padre, el día
•pie dejó su puesto de trabajo en Milán. ¡Qué tranquilo estaba, casi
i omento al encontrarse ante un destino desconocido pero libre!
De la misma tranquilidad, casi felicidad, me sentía invadi-
da yo, ahora, mientras m i marido disimulaba a duras penas su
arrepentimiento, no por haber ofendido al padre de su mujer, al
lt«.iubre al que debía todo, sino por haber arruinado su posición.
Kl asunto era irreparable. Claramente, m i padre no iba a per-
lonarlo. Su aparente indiferencia por sus hijos parecía que se
•tuviese transformando desde hacía algún tiempo en un ren-
" i i .ida vez más amargo, que ansiaba una salida. Quizá era por
Influencia de la mujer con la que él pasaba la mayor parte de
limpo libre fuera de sus ocupaciones en la fábrica. Quizá sos-
hnhaba que nos sentíamos defraudados por el dinero que gasta-
ba en grandes cantidades por aquella familia. En verdad yo aún
dudaba a la hora de juzgarlo: me decía a m í misma que él debía
1 Ii.iber sufrido a su vez habiendo dejado que se le escaparan

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los corazones de sus criaturas; que él aún no estaba lo suficiente l ln día dejé intuir a m i amigo el doctor este sentimiento de
mente lejos de su pasado de fervor intelectual y de ternura como • i El me miró, calló. Ante aquel silencio noté un pinchazo
para no sentir una instintiva nostalgia. Raras veces, en su jardín, • I i orazón.
con algún comentario sobre mis artículos, de los que había oído Parecía cansado, agotado. En el pueblo se expandía el tifus y
hablar, se ponía a charlar, yendo de una planta a otra, y me re- Iba durante tocto el día de una casucha de gente pobre a otra,
cordaba a instantes de la infancia, a las fascinantes clases entre • ( uerpo un poco encorvado. La voz siempre afligida tenía
flores y hierbas. Me miraba con aquellos ojos de brillo metálico, dar a los enfermos esperanzas, debía confundirse con los
y parecía que me preguntara si no veía en él aún algo de superior Millos que flotaban en torno a quien muere o teme morir. Y
a todo lo que conocía; y una pena angustiosa, un miedo indes- imente venía a verme.
criptible me invadían... ¡Qué misteriosa e inevitable lección la I turante algunas semanas vivimos así, inestables. Buscar un
vida de aquel hombre! pico en cualquier ciudad a m i marido le parecía humillante.
Cuando m i marido vio que m i padre no volvía a llam.u • i nos quedaba la asignación de m i padre. Pero con el despido
lo — n i de manera espontánea ni como consecuencia de sita I < fábrica también permanecía suspendido m i trabajo de con-
rectificaciones—, una ola de desesperación lo invadió. Eviden vidad y la compensación mensual. ¿Cómo podría de ahora en
temente, nunca había tenido en cuenta una hipótesis de este I «MIC usar m i actividad para mantener el equilibrio familiar?
tenor. Me dejé llevar por la inspiración repentina una mañana que
¿Estaba tan solo a un paso de encontrar m i propio camino? • hijo, trayéndome el correo, extrajo un fascículo y me lo ense-
El problema de la subsistencia me tenía tranquila; me habían • nies que los demás, con su tarea de pequeño hombre cono-
acostumbrado de niña a pensar que quien tiene voluntad siem «»i de mis predilecciones.
pre encuentra de qué vivir y que cualquier trabajo es digno. Pero I v hecho, se trataba de una revista milanesa que yo adoraba.
la idea de dejar el pueblo se resistía a entrar en m i marido. I I I I director, un viejo combatiente por la libertad, había «lanzado»
no tenía estudios, casi nada de dinero y ya no era muy joven; i r uñosamente a más de un joven con talento, y a m í misma
pesar del alto concepto que siempre había demostrado tener d< ".. i nviaba de vez en cuando peticiones afectuosas para que me
sí mismo, temblaba... •afirmara con algún trabajo más sólido y no solo con los breves
Y, sin embargo, sentía que m i salida de aquel ambiente cía idos que él publicaba con esmero.
inevitable. ¡Se acabó aceptar la explotación, por la que desde ha I c escribí exponiéndole las necesidades actuales.
cía algún tiempo yo me reprochaba, que m i padre ejercía sol>i< VA me respondió después de algunos días que no podría ha-
los trabajadores y que m i marido justificaba! Ahora me paree ífl i nada en Milán, pero que escribiría a un editor en Roma que
adquirir de nuevo dignidad; respiraba más tranquila, sobre todo I ibía fundado recientemente un periódico femenino. De hecho,
con relación a m i hijo. ¡Lejos! ¡Él habría podido olvidar aquel • • Ibí enseguida una nueva carta de la novelista que me había
lugar que había sido tan nefasto para su madre, donde tanto, • N rito meses atrás, en la que me decía que sentía mucho que
ejemplos malvados contradecían mis palabras! no hubiera recibido la otra carta, porque entonces me ofrecía

134 135
un puesto de redacto ra que ahora estaba ocupado. N o obstan!) Hablé de la oferta sin entusiasmo a m i marido. Él hojeó con
podía hacer que me asignaran un pequeño sueldo por trabajod • ••II los fascículos y d u d ó durante algún tiempo. N o temía
secundarios que requerían m i presencia en Roma, pero no un lid i - ia de la revista, que le parecía bastante moderada, sino
rario de oficina. Junto a esta carta recibí los números de Mulirr, |)i nsaba que nos encontraríamos demasiado cohibidos en
El aspecto de la revista era simpático, pero con un vestigio «I* • I ambiente mundano. Solo se tranquilizó cuando le hice
frivolidad que me desanimó bastante. La revista tenía algunm '|n< yo podía trabajar desde casa: permanecer aislada. Era
pasajes excelentes: irlo decidir cuanto antes. ¿Qué podría hacer él en Roma?
«Dejad que también las mujeres finalmente digan algo d< i por aferrarse a una resolución que le parecía fácilmen-
mismas. Los hombres hacen panegíricos o requisitorias. Unos, | i h ili/able. Fue a visitar a algunos propietarios del lugar y les
cluso altos intelectuales o almas profundas, sienten un rencor invl liso el proyecto de ampliar el comercio de sus productos en
luntarid porque la mujer, hoy poco inteligente, no los busca ni I I Mía v en el extranjero. Muchos se afiliaron. N o era necesario
admira; los otros fingen conocer a la mujer porque han tenido mu • f i n capital, solo algunos miles de liras para empezar. Su
chas experiencias y muchas víctimas. Estos no han tenido tiempo
1 i regañadientes, se las prometió.
ni de conocer a una sola: conocen cómo vencer los sentidos de mu
chas y cómo se puede extraer de ellas el mayor placer. Nada m á s
l o el día antes de tomar la decisión, el doctor se puso en-
«En realidad "la mujer" es una cosa que existe solo en la fafl Sabíamos que estaba exhausto por el cansancio; creímos
tasía de los hombres: hay "mujeres", esto es todo». I naraba de una indisposición, quizá no demasiado grave,
El artículo, a n ó n i m o , era claramente de la ilustre novelista, adié se alarmó. Solo a mí me afligía que en aquel difícil mo-
que aún no había creado modelos de mujer verdaderamente in nto me faltaran sus consejos. Pensaba que, además de por mis
dividuales, pero que quizá podría haber retratado a alguno de uunas, solo por él sufriría al irme del pueblo.
los no raros que ya empezaban a destacar. Concluía así: «Nn I 'na semana después murió.
prometemos mucho más de lo que siempre habéis visto: no nos
I 'na repentina y violenta complicación meningítica del
preguntéis demasiado. El ideal de la mujer no lo encontraréis
IIH abatió al débil hombre que al parecer había estado i n -
formado completamente en esta revista más de lo que lo encon
bando desde hacía tiempo la muerte. De un día para otro
tráis en la vida real. Solo queremos ayudar a sacarlo de las nubes
Intelecto se nubló, y el cuerpo luchó, solo durante algunos
de la utopía y a ponerlo ante las mujeres de hoy».
i ontra el progresivo deterioro... Nadie podía creer lo que
Pero en realidad de este ideal había poco en la revista. lu sucediendo. La agonía d u r ó un día y una noche; en su
U n artículo de arte, el perfil de una actriz con varias pose,
i ero estaba su madre septuagenaria, que acudió cuando la
retratos de duquesas escotadas, relación de acontecimientos de (i i medad se había manifestado incurable; una mujer a quien
portivos y de fiestas benéficas, y un artículo de higiene. U n a • a bellos plateados daban un aire venerable, mientras que en
columna del extranjero era la única parte del periódico en la que libios le rondaba una sonrisa de niña ingenua. De temple
se discutía sobre feminismo. pcional, ya había aseado el cuerpo, en el último sueño,

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de un hijo soldado de veinte años. Atendía constantemente inbiente y tan solos! En una ocasión su alma se había dirigido
al marido que sufría de problemas cardíacos, administraba el ii mí, yo lo había sentido. ¿Podría haberlo amado? ¿Por q u é
complicado patrimonio de la familia, representaba el sacrificio ada nos había empujado uno a los brazos del otro? ¿Por q u é
enérgico y simple, indiferente a toda crítica exterior, a cambio nada había unido nuestras energías que quizá en lo más í n t i m o
de una fuerte esperanza ultraterrena. A ú n puedo verla duran n Do eran tan diferentes? ¿Había faltado una palabra, quizá un
aquella última noche de m i pobre amigo; con una mano se- Impulso?
cando el sudor de la bonita frente ya lívida, acercando la otra ¡Destino! El desparecía, pensando quizá llevarse consigo su
mano de vez en cuando a la boca ya rígida, donde apenas po- percto. Yo me quedaba más sola que nunca, ¿yendo hacia d ó n -
dían infiltrarse algunas gotas de cordial: la imagen de un s a n i o d. ¿Para q u é fin superior protegida del odio y del amor?
Tan espontáneo y tranquilo aquel acto que parecía casi imposi-
ble también para nosotros no esperar un milagro. t Jo lecuerdo claramente los últimos días que pasé allí, no se me
La agonía funesta ya había comenzado cuando entró el viene a la cabeza nada en particular...
cura para la extrema u n c i ó n . Q u e r r í a haber estado presen n Vuelvo a ver a m i hijo romper a llorar mientras yo le digo que
por consideración a la desventurada, pero renuncié a ello pa | f d é e l último adiós a la habitación donde nació, y de donde
sados los primeros instantes. M i ser interior se rebelaba contri ION muebles ya han partido. Tengo la sensación del nudo en la
aquel rito que el espíritu ya ausente había rechazado en vid.i H»H|',anta que sentí cuando, al ir a casa de mis padres para despe-
Me refugié en la habitación de al lado, donde se encontraban dinne de m i padre y obtener de él unas buenas palabras, recibí

mi marido, los médicos y algún amigo. Nos llegaban las vo( el kunas frases secas que interrumpió de repente d á n d o m e la es-
l'ilda... Como en una niebla recuerdo otra escena dolorosa: m i
lastimeras de las mujeres, un coro indistinguible que acom
• ni i d a lanza ataques contra mis hermanas apesadumbradas que
p a ñ a b a la voz m o n ó t o n a del sacerdote; veía aquello como un
IMH venido a su casa para abrazarme el último día; y a m i suegra
ultraje, rogué a m i marido que me a c o m p a ñ a r a fuera, a casi
ijiii i'ime sin parar...
lejos, porque ya no quedaba para m í nada de la persona que
rida en aquel lugar. Una última visita a m i madre: una inútil exhortación al pa-
A l alba vinieron a comunicarnos su muerte. M i marido I jado, la tortura de aquellos ojos sin mirada, de aquella voz un
| t n t o ronca que ríe...
levantó y salió enseguida. Yo quise llorar y no pude: el miste i ¡0
aquel misterio monstruoso y venerable del «final» me oprimí.i Id mar, el campo, las calles del centro, en aquellos últimos
Solo después de una hora, quizá más, vencieron mis instinto illas d e septiembre, debían de tener una fisionomía dulcemente
naturales. Pensé en la pérdida que yo sufría y la piedad, poi m| ll( li uorada; exhalando la mejor expresión de sus almas...
y por todos los que no volverían a escuchar nunca más s u VQ I Vspués de once años desde que los vi por primera vez, los
tranquila y afectuosa, se liberó en un llanto desconsolado. il< i i b a , dirigiéndome al encuentro de lo desconocido. Once trá-
Entre lágrimas pensé que él había estado a m i lado desde el !'". años durante los que mi sustancia se había ido forjando
momento de m i boda: seis años. ¡Ambos tan diferentes a aquí I »e de lágrimas: lágrimas de rebelión, lágrimas de sumisión,

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ligrimas al aceptar, también, el invencible Misteno... Los dcjalI
n una mirada casi como si huyese, como si tenuese v t f l u m b |
una sonrisa irónica en sus sombras: la advertenaa para no conj
derarme libre demasiado pronto.

I i . nubes bailaban en un cielo glorioso envueltas por el sol,


iniciantes y continuas. Las plazas, las fuentes, las casas de pie-
• !M LIS cúpulas, el río, las pinedas recortadas en el horizonte, el
•I. i. n o del campo y los montes lejanos, todo parecía seguir el
!• Mío viaje de las nubes; todo estaba como ellas, inmerso en la luz
lililí a vil losa y, como ellas, parecía fluido y eterno.
Yo lambién había pasado ya bajo aquel cielo que ahora vol-
• I i m i r a r ; y también en aquel momento de m i adolescencia el
illita había sentido que se dilataba ante la visión del azul infinito.
|No c í a la misma, entonces? ¿No empezaba ahora la juventud?
Knm.i pertenece al espíritu que la desea con voluntad y cumple
Indo l o que se le pide con fuerza en el alma. Y quizá no estaba
jos el día en el que entendería la ciudad única con una
niada, en el que la sentiría en cada latido de m i corazón...
Mu m í a s tanto, ¡qué embriaguez y qué éxtasis asistir con m i hijo
4 |ns largos atardeceres llameantes desde la terraza de nuestro
MI n i n o , con el río y monte Mario delante, después de haber
II ih.nado horas y horas en silencio en el gran escritorio!
Ic parece que no soy capaz de contar aquellos primeros
un ' de mi vida romana, así como no he podido contar m i
Itlliim ta. La sucesión de sensaciones, de vida palpitante por la

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excitación exterior, el centelleo de imágenes, el eco de sonidos, ith indillas, y nos miró durante largo tiempo a ambos, con
todo ello no lo puedo resucitar por m í misma... presión un poco abstracta de sus dulces ojos, como para
¡Ciudad de exaltación y de paz! j .unos el secreto de nuestra unión, por la que parecía que
Procurando impregnarme poco a poco de la belleza y de h o(•na criatura estuviera adherida aún a m i persona. ¿Qué
grandeza de los lugares sagrados, exploraba con gusto las pane, • u»» Nunca, nunca lie escuchado, en un silencio, tanta ines-
modernas, que reavivaban en m í el sentido de la energía humana I ( ompenetración. Y cuando empezó a hablar, a contarme
que había tenido en la adolescencia. Pero de vez en cuando, ante llguna de las obras creadas durante tantos años por su
cuadros de silencio y de sueño, desde la confusión y el estruendo II llosa voluntad de justicia, me pareció que había llamado
de la vida febril, me sentía repentinamente transportada lejo.H, •i miente a m i alma...
a épocas apenas conocidas más allá de las leyendas. Y también I )espués... después el engranaje del trabajo me atrapó. Mu-
había aspectos inesperados de civilizaciones más cercanas y co tenía sus oficinas al lado de Piazza d i Spagna. Yo iba allí
nocidas por m i espíritu, y a veces la sensación de la presencia de • • tres veces por semana, pero, como habíamos acordado,
grandes almas aún no extinguidas, aún no lejos de la tierra tan • I uuaba en casa m i trabajo, que era resumir y traducir artí-
marcada por ellas. Si estaba sola o con la única compañía del ION ile periódicos extranjeros o de dar a conocer algún libro.
pequeño y nada del exterior me molestaba, la intensidad de la lili nvenida de la directora había sido cordial, con una viva
conmoción me hacía algunas veces sentir un nudo en la gargan- i p i . ..i ante m i juventud. Escribía cosas tan serias «¡con ese aire
ta. El futuro se ensombrecía, se alejaba; el presente parecía cada li * ncita!».
vez más indescifrable. Y yo, pequeña al lado de m i pequeño, casi I nseguida entendí que su nombre era para la revista más que
hacía que se desvaneciera m i propia conciencia. • una bonita insignia, pero que en realidad quien decidía
Me sobresaltaban confusos presentimientos sobre algo m;i* en la compañía era el editor, un hombrecillo rubicundo y
que la ciudad aún tenía que decirme. A l contemplar los conjun o \. La ilustre escritora, de unos cuarenta años, aún atrac-
tos de piedra que representaban memorias grandiosas o aconte , dividía su tiempo entre sus novelas, su familia y su salón. Su
cimientos mediocres, sabía que existían extrarradios de mise 111 • • había empezado hacía unos quince años, y ahora se encon-
que congregaban seres que la sociedad fingía ignorar y en los que l n aquel momento crítico de la carrera en la que se acepta
mientras tanto quizá fermentaba el secreto del m a ñ a n a . . . I I propio arte está a punto de declinar y se empieza a temer
¿Quién me había hablado de ello tan pronto? ¡Oh, fue us lea olvidado. Quizá por eso había considerado conveniente
ted, buena mamá, mía y de cuantos encontró en la vida! Estaba atender aquel nuevo medio que se le ofrecía para reclamar
aquel primer día que la abracé, en su retiro en el Janículo. I | a la atención del público. Algunas páginas realmente genia-
paredes cubiertas de retratos célebres y desconocidos, de grandi i I análisis y en la expresión constituían el valor de su obra,
hombres y de niños. El escritorio amplio y lleno de cartas I iado abundante y poco meditada. Es más, en los últimos
usted, robusta y encorvada, con algo de m i madre en los rasgol pos había adoptado alguna de las nuevas ideas, pero sin pa-
del rostro, enseguida me llamó hija, y cogió a m i hijo y lo apoya lpitándole todo el entusiasmo que requiere el apostolado,

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no se indignaba al ver su revista convertirse abiertamente en unI I I I i mayor ventaja de m i nuevo trabajo era para mí la gran
especulación comercial. Tras la indolencia de ella, la activid .1.1 Idad de publicaciones de cada país que llegaban a la redac-
del editor me parecía que simbolizase todo un grupo de intere.M | que podía llevarme a casa'para leer. En segundo lugar,
amenazados por las nuevas tendencias de la mujer. Aquel pequ bu la posibilidad de examinar en aquel ambiente singular
ño burgués de aspecto casi mísero, con ropa ajustada, siemffl n lipo característico de mujer: una doctora en medicina
encerrado en un cuartucho al lado del salón de la directora, l «i.i nociones de higiene, entre las que el editor introducía
presentaba a los comerciantes que se enriquecían con la van ule I dilecciones de perfumerías, de las tiendas de corsés y de los
y la futilidad femeninas, e introducía los anuncios de estos un i. is de belleza; una noruega alta, muy rubia con una nari-
las creaciones de las mujeres artistas, entre los alegatos de m I pmgona y los ojos azules y tranquilos, ilustraba los cuen-
emancipadoras, entre las exhortaciones de las consoladoras y | ««imponía fábulas para niños; a una joven señora, cuyas
las madres sociales. li iones de familia no le consentían hacer valer su título de
III Ic/a y su «distinción» de otra forma, se le había encargado la
El modelo había llegado desde Francia al igual que los soil(
breros. El buen gusto de la directora y la astucia del editor se 11 lili i mundana. En la tertulia que organizaba la directora, que
nían de acuerdo para dar un cierto nexo a las cosas d.n
disparatadai marido me permitía visitar de vez en cuando con la condi-
que contenía la revista. De esta manera, podía introducirse II ile que evitase entablar relaciones, se encontraban persona-
los ambientes más opuestos; y si a una mujer de cultura no potM ll I «le diferentes categorías. Desde un rincón, inobservada,
ofrecerle más que media hora de distracción; a las nobles ociosolá • 11 podido alcanzar aquel concepto de realidad que los libros
entre una y otra curiosidad, podía sugerirles quizá la vaga noc iói| rían capaces de darme por completo.
de una existencia más seria que se desarrollaba de forma paral INM «»s días después de empezar a trabajar, me hicieron ver la
a la suya, y también el sentido oscuro e inquietante de la ferml lema que producía la revista; el editor ejerció de guía con esa
tación de todo un mundo nuevo. n i levemente irónica que siempre se esbozaba en sus abulta-
Eso se acercaba muy poco al programa escrito por la dim labios. Un cajista tenía sobre el chibalete una de mis páginas,
tora en un momento de entusiasmo. Los primeros días me scn| I *' que añadiera algunas palabras a conveniencia de la corn-
humillada, y solo para evitar sarcasmos de m i marido, emfl il i. ion; y allí, entre el estruendo de las grandes máquinas,
de buena voluntad m i trabajo, bastante pesado para una p n n ni" el empleado traducía inmediatamente en caracteres las
cipiante. El no me perdonaba que lo hubiera llevado a lanza Iti i aún húmedas; mi corazón en el pecho latía y mis ojos
al caos de la ciudad y se preparaba con apatía para su empcÉ ipanaban...
después de tantos años acostumbrado a un trabajo metódim ¿Volvían los tiempos del trabajo agradable, cuando entre los
inferior, la libertad y la responsabilidad le suponían un estoilu II los de mi padre trabajaba alegre e inquieta? ¿Había sido
No conseguía establecerse por su cuenta un horario cotidid IO el largo intervalo, los días de reclusión en el pueblo en
y se dedicaba con hastío a observarme, prometiéndose que ni i - ilinación sofocante, sola con m i hijo y con el alma llena de
haría sentir su autoridad al primer indicio de independenc u i ,i'. fantasías?

144 145
El o t o ñ o romano ejercía toda su magnificencia a su alrede- lidiando un dictado interior: sobre la mujer, sobre las leyes,
dor. Yo proseguí durante mis paseos saboreando el misterios»» las costumbres. Expresaba mis propias críticas con la vigo-
encanto de los espectáculos que tenían lugar delante de m í , así/ I simplicidad que a m í me faltaba; pero en torno a la ciencia,
como de tantos otros símbolos. Y entonces pasaban a m i lado, ionio a los sistemas de reconstitución social hoy en boga,
rápidas como fantasmas y m i r á n d o m e por un instante, figui.i. r. palabras se volvieron especialmente irónicas, con desprecio.
serias y singulares, quizá científicos, quizá extranjeros a los qui M« i shortó a considerarme afortunada por m i falta de estudios;
el sol de Italia hacía brillar su verdad interior, quizá utopistas qu< I nibó, tajantemente, la base de las vanas y orgullosas investi-
tenían como patria el futuro. A ú n era una romántica, es verdad, loncs que la humanidad estaba llevando a cabo; y, en cierto
y no me avergonzaba de ello, había tal cantidad de aconteci- Hininento, poniéndose de pie, pareció que una visión inmensa se
mientos del pasado de los que veía los vestigios, que bien podía i india ante su alma, solo para él. De repente ya no habló más
imaginarme para el futuro las posibilidades humanas más felice», I I lores ni de locuras, y n i siquiera de sacrificios; acarició otra
Me vuelvo a ver en el pequeño despacho, a mediados de no • «I niño, mencionó su propia infancia salvaje, y me extendió
viembre, en una tarde tan soleada que me obliga a protegerme !• m a n o con un movimiento rápido como firmando un pacto.
los ojos con la mano. Delante de m í está sentado un hombre HRICI con su secreto...
pálido, demacrado, al que le brillan sus dos grandes ojos negro», Mi ni árido calló y al poco abandonó él también el despacho;
Toda la cabeza es hermosa, tranquila y atormentada a la vez, v I pequeño me vio absorta y continuó mirando las imágenes de
la parte inferior expresa una voluntad segura, y la frente alta una • •• MI libro. Pensé en m i padre, en los escalofríos que me pro-
soberana paz. El interrumpe de buenas a primeras su disemino lii non algunos de sus matices en los años lejanos en los que
para inclinarse sobre el niño tumbado sobre la alfombra, a nuca» *l« MIIH.I de él la vida espiritual. Hasta aquel día nadie más se
tros pies, para deslizar sobre sus rizos la delicada y pálida mano, ll ibía mostrado delante como un individuo libre, como un
A mis espaldas siento a m i marido que hojea distraídamente un limpíete de la verdad, como un maestro. Creía que la era de los
libro para darse importancia. El que habla me ha sido presenta id las había terminado: ¿no era verdad?
do poco tiempo atrás por una buena vieja amiga. Autor de al« U n aturdimiento me atrapa por un momento. Después,
gunos opúsculos bastante comentados, su atractivo pseudónimo i • 11 11 anquilidad. ¿No estoy todavía preparada para afrontar
ya lo conocía de antes. Había descubierto que ocultaba a un al tu M i Ipo de revelación? Y antes de retomar m i pobre trabajo
funcionario que había renunciado a su cargo para poder delen I lista, miro desde la terraza el disco brillante del sol sobre
der libremente la verdad; extremadamente pobre, se dedn IIM llpieses de Monte Mario, y las dos bandas incandescentes
a un gran trabajo filosófico. Su sonrisa de simpatía esponi un • > mesan y enrojecen el horizonte. Y creo que aquel atar-
me había complacido y me había dado el coraje suficiente p >• • I i jará para siempre en m i memoria.
invitarle a casa a pesar de la desconfianza de m i marido.
Me dijo muchas cosas con una voz cálida a la que el a< •
meridional daba un aire de dulzura. Hablaba sin énfasis, « mini

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i ihi Mis ambiciosas aspiraciones de ser escritora quedaban ya
!• i" 1 IH ontraba cierta belleza también en la oscura tarea de se-
IIM mu.u noticias y recoger hechos en torno a los temas que más
MI. interesaban. Y me indignaba viendo llover en la redacción
libios mediocres firmados por mujeres, verdaderas parodias de
Minos masculinos de moda, dictados por una vanidad aún más
• •.mi que la de las muñecas mundanas de las que el editor repro-
ilui 1.1 lotográficamente los apartamentos modern style. ¿Cómo
• • • posible que todas aquellas «intelectuales» no comprendieran
i I ' mujer no puede justificar su intervención en el campo ya
• I» ni isi.ido denso de la literatura y del arte, sino con obras que
Llegó la Navidad, con los arbustos de bayas rojas sobre los esca- mili ngan realmente su marca?
lones de laTrinitá dei M o n t i , con los pesebres de Piazza Navona, I »presé dichas consideraciones a la directora, temerosa a
una delicia para m i pequeño. Llegó la estación de los teatros y d* j 10 i de mi timidez y de m i habitual silencio. La directora me
las conferencias, y febrero con las primeras ramas en flor; por la* Hlliñ sonriendo con los ojos miopes, suspiró, y algo como una
calles, oleadas de jóvenes extranjeras, altas, rubias y sonriente», i i sombra se cruzó en ellos. Casi me arrepentí de mis obser-
pasaban llevando en los brazos las candidas nubes de pétalos. A • IOIK s: ;creía que quizá la pequeña desconocida que yo era, su
veces, también m i hijo y yo llevábamos a casa aquellos tenm i |Vni|»ino», como ella me llamaba, osase juzgar también su obra?
anuncios primaverales. En las paredes algunas fotografías, las HI- lilla no estaba completamente satisfecha de su trabajo, lo sa-
bilas de la Sixtina, el trágico y dulce Guidarello en su cojín df i. un poco de sí misma n i de su vida íntima debía de estar
piedra, un calco de la Erinia durmiente —regalo de la dibujan ta. Su marido, jurista notable, no era el compañero a me-
te noruega—, algunos retratos, Leopardi, George Sand con lo» l'.ua ella, aunque tuviera inteligencia, cultura, buen gusto
mechones de negros cabellos, Emerson, Ibsen; figuras de genio» IIe< icra ante todos un marido y un padre modelo. Nunca
y de símbolos parecían cobrar vida ante los brillantes reflejos di lia K ).u tado, de ninguna manera, las aspiraciones de su mujer.
las flores coloreadas levemente. De ellas se desprendía como un lpie< ¡aban mutuamente, seguían unidos por las dos hijas y
consuelo para el cansancio y la esperanza. El niño jugaba en la I Pilan creer que se hacían felices. Pero la mayor de ellas, quizá,
terraza. Mientras trabajaba, seguía sintiendo cómo respiraban en i iba a intuir algo: a sus dieciocho años revelaba una per-
espíritu, de manera confusa, las ideas y las imágenes que habí* lalldad ya fuerte, y bajo la bella frente debían de estar madu-
recogido durante el paseo por los prados de Villa Borghese o |>ol HIIO las intenciones de una intrépida coherencia entre su vida y
la desierta duna del río. 1.1< des. Ella era el futuro. Ante ella sentí por primera vez que
La desproporción entre estos pensamientos y el trabajo hu llti .eres más jóvenes que yo que podrían heredar de m í alguna
tante mecánico que desempeñaba era grande. Pero no me causaba lilpa ) transmitirla, elevándose con el tiempo.

149
¿Pero se vería algún día fuera de m i alma un signo de m i l o o \a del compañero, y en el popular que ella
fuego interior? i il ta, había conocido a grandes poetas y expresidiarios, mu-
La misma pregunta me parecía leer alguna que otra vez « n d«-sventuradas y libertinas, hombres de Estado y jóvenes
los ojos de la buena vieja m a m á de los desdichados, cuando en Pindos. También ahora por su despacho pasaban criaturas
su retiro, a sus pies sobre un taburete, la escuchaba hablarme de más diversas índoles, y parecía que de esta manera desfilara
su maravillosa vida. Si la hija de la directora representaba pd I Illa la humanidad, plural y una. A veces, yo los escuchaba
mí la esperanza del mañana, la creación de toda una humanid.nl M!»I.II de otras gentes, de multitudes remotas que de la vida y del
femenina más consciente y digna; esta mujer a quien la frenl Iverso tenían una concepción para nosotros incomprensible,
le brillaba bajo los blancos cabellos era más bien la imagen J i' " -imiento de nuestra civilización en marcha centrada solo
genio femenino que se había manifestado a través de los siglos en lina parte tan pequeña del planeta me desalentaba. Roma,
alguna rara personalidad más fuerte que cualquier constriu mu • na el centro ideal, la patria c o m ú n de las estirpes privilegia-
de ley o de costumbre. Ferviente seguidora de Mazzini en • volvían a irse aquellos peregrinos que tenían tantas y tantas
juventud, trasladó en seguida su fuerza revolucionaria al c a m p o litaciones compartidas, y que no podían imaginar una obra
social. Su temperamento la empujaba a la acción directa, y n o a • i que emanase de este corazón del mundo: ¡Roma!
la propaganda. Desde hacía treinta años, desde que había llega \li< in.mcia de entusiasmos y de desalientos. La primera vez
do a la capital de Lombardía y se había unido libremente a u n i turé con la vieja amiga en algunas casas del barrio de San
escultor ilustre, su trabajo por redimir desventuras había sido ir i izo, sentí que penetraba de repente en m i sangre también el
incesante e incalculable. Su paciencia para perseguir m e j o f i • ni o instinto de la destrucción... En la calle, el cielo brillaba
parciales, reformas de instituciones benéficas, ayudas de los en • •i. uiiensidad, las colinas tiburtinas, al fondo, emergían como
tes públicos, y su tenacidad para llamar a las puertas de los riel lugar de serenidad. Y en los rincones de los portones ya se
con el fin de obtener de ellos una pequeña limosna contrastaban Idaba el sol; subíamos las escaleras, oscuras y encharcadas de
extrañamente con su creencia en la necesidad última de devastai • i \ los lados de los rellanos se abrían pasillos negros, y de
con fuego y con hierro a la masa opresora de las institución»I ili.m mujeres despeinadas, el pecho mal cubierto con ca-
formadas por las clases superiores. ¿Había dejado entrever este r mugrientas, la mirada hostil... ¿Desde qué profundidades
terrible pensamiento a alguno de los jóvenes trabajadores qui- < M!U as surgían estas espeluznantes apariciones? Y las voces
la escuchaban en la Escuela Popular que había fundado? Su i n I • ni siquiera imploraban, hablaban con indiferencia de
naturaleza aunaba el amor práctico por la vida humana c o n I lili mu elides, de nacimientos, de huelgas forzadas, de heridas.
indignada revuelta teórica contra las carcomidas ordenanzas; 1 ijtiha de los pisos superiores alguna niña rubia, aún rosada,
nadie como ella sentía la belleza trágica de nuestra época, con • ii el arco de los labios dispuesto a abrirse en una sonrisa
sus pretensiones sociales diseminadas, con sus presentimienios i• «111111.1. Desaparecía. Y de las habitaciones abiertas de par en
de revelación científica innovadora y con la búsqueda de n u e i " i manaban olores insoportables, y de toda la vecindad, de
vos ideales sobrehumanos. Tras muchos años en el ambienn ||i i|o, de arriba, surgían chillidos, quejas, gritos...

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¡Oh, aquel pueblo de serenidad que aún destacaba en el ho- I a primera vez me pregunté con terror si era un místico, un
rizonte, lejano, cuando volví a la calle! Refugiarse allí, entre el l'oco a poco la impresión temerosa se fue disipando. Yo,
verde y las aguas, olvidar que seres humanos, iguales a mí, a m i / l< n u n c a había osado adentrarme en los estudios psíquicos aun
hijo, a aquella santa que me guiaba, vivían envueltos en harapos, o l o n o c icndo que se debía a una especie de timidez intelectual,
con la respiración entrecortada, con los miembros fríos, sin sabci ! sorprendí entonces aceptando casi la hipótesis de que ese
ni siquiera qué era lo que les mantenía encerrados en esos ant i < > Ombre podía desvelarme algo en lo que creería en secreto.
con mano de hierro. I I me hablaba del misterio, de los esfuerzos que hacía la hu-
El deber estaba allí, en la lucha, ante aquella realidad espan • iniciad para asegurar un origen y un destino ultraterrenos. La
tosa. Y allí había que arrastrar a todos aquellos que gozaban de MI K ion me envolvía y sentía que me sonrojaba al recordar la
la luz, del aire puro, de las cosas bellas, simples o refinadas, necc 4 l l i d a d con la que había resuelto por m i cuenta la crisis religio-
sarias o superfluas; todos aquellos que paseaban sonrientes entn i n el peor momento de m i pasado. Aquel hombre representa-
los palacios y las fuentes, que se congregaban en los espectáculo», p ii.i mí una potencialidad de sufrimiento espiritual, que yo,
que se unían al paso de cualquier príncipe o a la inauguración de ii i onfesar, no poseía. Sufrimiento estéril, quizá. Pero ¿no se
cualquier absurda estatua. Arrastrarlos. Y cuando aún pudieran miaba en aquel padecimiento la nobleza suprema del ser
olvidar, ¡que sonasen las campanas de la catástrofe! t i e n d e a superarse a sí mismo?
^ en mí surgía por él un sentimiento humilde, materno y
Solo un ser me parecía que estaba por encima de todo este debe i I ' l i vez, del todo nuevo en m i vida. La austeridad de su
aferraba y mantenía m i alma suspendida más allá de toda visión del encia, y aquella fuerza particular de su carácter por el que
bien y del mal. Era el hombre misterioso que parecía poseer algún 1)11 i n d a revelación personal; y, también, su aspecto tan sutil
gran secreto sobre la vida, el profeta —como la directora de Mulier I' va tan intrépido, me atraían. ¿Se daba cuenta? N o me lo
lo llamaba— entre sonrisas. M i marido hacía con él una excepción • m i é . De cualquier modo, no había por m i parte ninguna
al permitirme verlo; la fama ascética del hombre le daba confianza, Icstación de fervor y tampoco m i marido comentaba nues-
Pero sus visitas eran raras y breves. A veces nos encontrábamos por la< ion.
la calle y me acompañaba durante un trecho; vivía como nos< >i i • >< iblaba poco de sí mismo, como si todos tuviesen que ig-
en el barrio Flaminio. El niño le ofrecía espontáneamente la mano, • «i vida de penurias, su estoico alejamiento de todo placer,
¿Qué nos unía a mí y a m i hijo a aquella criatura solitaria, enigma n que todo eso que el destino aún ponía, de vez en cuando,
tica y quizá enferma? Él tenía la necesidad inconsciente, de ve/ eil | mee: sonrisas de niños, devoción de mujeres, la frescura
cuando, de hablar, de dejar entrever algún atisbo de aquel inundo ni; el lo aceptase como dirigido a una parte insignificante de
en el que él, a solas, se movía... Y él me creía capaz de escuc hai l< i ipaz aún de alegrarse, pero sin ningún tipo de influencia
Pero ni siquiera era un atisbo lo que yo veía, en realidad no s.ihi.t II i puuu y sobre su voluntad.
nada más que esto: en la obra en la que trabajaba debía de haln I I Miía ile haber sufrido inmensamente en el pasado. Quizá
una enseñanza de gran beneficio para el hombre... • n< «mirado un remedio analizándose, observándose a sí

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mismo. Debía de haberse convencido de que el hombre su lie Yo pensaba en todas las veces que había sentido «alejado» del
por cosas mezquinas. Las privaciones materiales y sentimentales, Manido, separado, a aquel hombre. Él ni siquiera tenía discípulos;
la ausencia de pan, de bienestar, de cuidados, de afecto, todo MM uno de los muchos jóvenes que se hacinaban en la redacción
m

eso hacía sufrir al hombre. Pero el hombre grande es el que \ ll» Lis revistas más grandes e invocaban en versos «al esperado»,
acostumbra a actuar sin todo eso, y puede vivir solo, nutrirse de ni.i el impulso de interrogarle, de sonsacarle su secreto.
sí mismo, aislarse de la humanidad y de la vida... I i vieja amiga se resignaba:
¿A tal estado quería conducirnos a nosotros? N o era admi-.i I s verdaderamente «un ejemplar único», y yo disfruto a
ble. Y entonces, ¿qué significaba la oscura exhortación a la espera y M c i o n u n poco de esteticismo que se me ponga por delante.
que él me repetía de vez en cuando? 1 .mojo por ello, porque, en el fondo, él me despierta una
Hablaba de él con la buena vieja m a m á . Ella lo conocía desdi o m p a s i ó n . . . Y tú, pequeña, ¿has sufrido un poco su en-
hacía tiempo, sentía por él una especial ternura. ¿Lo había lleva- luto:' Las mujeres nunca son insensibles a las manifestaciones
do con ella a ver alguna miseria monstruosa? as... Si pudiera servirte de algo m i ejemplo, te diría que
Sí, y muchas más había visto ya, lejos, en Londres, en N i m i i - o en el misterio, que yo también, como se dice, tengo las

York. 0 MI mas abiertas al misterio. Pero no puedo estar todo el día en


1 ' i m a n a , ¡y hay tanto que hacer en casa!
— M i r a , hija: él debe decirse siempre que toda tentativa d i
renovación social es pueril sin la ayuda de la nueva fe que é\\ I II.i sonreía con una ironía que escondía una ternura apasio-

quiere dar a los hombres. El busca un absoluto y nada es m4l] nad.i ,< o n q u é delicadeza tocaba las almas! ¿Podría algún día

inútil, incluso nefasto, que lo absoluto, cuando sabemos <|ii< IIMIIII I ella toda mi alma? Sentía surgir en m í lentamente una

todo cambia, y que se muere. Él busca probablemente un.t I " n i Para aquella noble criatura la vida era amor, y si el amor

nueva prueba de la inmortalidad del alma, puesto que las v¡e|mj I«» en la vida, yo no conocía a ú n la vida...

ya no sirven. Pero los hombres han creído hasta hoy en » H


inmortalidad, y no se han vuelto mejores... —Los o j o s s< I. I»n.des de febrero la gripe se convirtió casi en una epidemia,
nublaban—: ¡Nadie más que yo desearía el consuelo de eo |Dll liljo enfermó, al principio sin síntomas graves, después rá-
contrar después de la muerte a quien ha amado! He esperada] 1 el..... me a u m e n t ó el peligro. Aquella criatura nunca había
durante muchos años a que el destino no me hiciera sobrevivid id.. , n l e r m a . Estuve fuera de m í durante esos días de terror
a m i c o m p a ñ e r o . N o ha sido así... Pero la dulzura de nueslfd i (dables, de los que, sin embargo, no conservo un recuer-
u n i ó n a ú n me envuelve con el recuerdo, me consiente II.IM")
lo Recuerdo una sola noche. Algunos accesos nerviosos
esta última parte del camino sola... He tenido m i partí d i ] » lol, m o s seguidos de verdaderas alucinaciones, de atisbos de
felicidad. Querida, es necesario hacer que el hombre aun !• 1 ' p o r los que el amado rostro, donde hacía poco tiempo
vida en cuanto que esta es susceptible de ser bella «para («»«!•• tn* l i m o años aún sonreían, se volvió irreconocible y aterrador—
maternal «con todos». Y no se alcanza este objetivo solo iim i I »« biotar en mi mente y en la de los presentes un siniestro
tigando q u é hay más allá de la muerte. ' i meningitis... L a palabra me atormentaba y ocupaba

154 155
todos mis pensamientos. Esperamos a la doctora. Cubierta solu MI • ni.muí, la otra noche?... Veía rojo... tú no estabas, tú no
con el albornoz, temblorosa por el frío de la noche y por la lielii h i . Y una manita se elevaba para acariciarme la cara. En
que desde hacía tres días también recorría m i cuerpo, me im lina pequeña habitación una luz violácea penetraba mientras las
ba sobre el niño que a veces me rechazaba o me miraba débilnu n li de marzo, desde el otro lado de la terraza, inundaban el
te sin reconocerme. Me acostaba en el sofá de al lado, me vol\» lo de nubes doradas. Después, la oscuridad llegaba y las largas
a levantar. Durante una o dos horas, quizá, imaginé a mi lii|M •n. no( turnas pasaban. Yo me quedaba a solas velando hasta
perdido, y me ensimismé en ese pensamiento, sentí las lágrimttfti •Iba.
que brotaban irremediablemente al ver el sufrimiento inlantll, I i figura de m i marido se perfilaba a veces turbia durante la
secarse, y me preguntaba: «¿Podré encontrar enseguida un m< tlln mientras yo permanecía con la mirada fija en las líneas
para morir, o tendré que ser astuta para eludir la vigilam i.i i|< i tas y dulces de la cabecita echada sobre la almohada. D u -
todos ellos?». Nada me ataba a la vida, si la vida se acabab.i pattf 1 periodo agudo de la enfermedad de nuestro hijo lo había
el hijo por el que yo había vuelto a abrir los ojos en otra 11 agli l tímente conmocionado. Eso no me había producido la
noche... ""na emoción, encerrada como estaba en el trágico cír-
Se superó la crisis nerviosa; durante alrededor de cuarcittfl • »•!" de mis sensaciones maternas. Como dos extraños, cercanos
horas de la boquita roja no salió una palabra dictada poi U " "laucamente por la desgracia, nuestros cuerpos erguidos
inteligencia o por la voluntad; se había contraído en una < i lil.i uno a un lado de la camita no hicieron un solo movimien-
tante mueca de amargura; los ojos, más grandes, parecían pu< un gesto hacia el otro...
guntar sobre lo que ocurría e inquietarse al no comprend. | I i adorada existencia estaba a salvo, encaminada de nuevo
N o recuerdo los rasgos deteriorados por la enfermedad, peni Ni I advenir. Ahora ya la observaba con calma, con la misma
vuelvo a sentir el sufrimiento agudo de aquella visión. Y o i< n U 1 i con la que había imaginado su posible final. Esa era la
fiebre, no podía percibir lo que me ocurría, y sensaciones di * Un |MI pane de mí, que reposaba y se restablecía de esta manera;
garradoras se repetían y se confundían. Sin embargo, reí tieidii • • r n n virgen, ignorante, poderosa, la que habría derrotado todo
el despertar: un momento divino. La sonrisa se esbozó en aquí i l<i i orno hacía poco había derrotado a la muerte. Pero, ¿y la
líos pequeños labios que iluminaban la blanca carita, micnihn MU • pane, la criatura vigilante, conmovida por recuerdos y por
una vocecita débil, nueva y a la vez antigua, respondí.i .i U ! M miemos, débil e incierta durante su dolorosa experiencia?
doctora que le preguntaba su nombre... ¡Oh, nombre, n o i n l m 1 1 v 'vía una vida intensa como nunca antes, escrutaba sin
de m i hijo que desde aquel momento te convertiste para mi »• lili ido la oscuridad presente, temía quizá por primera vez con
la palabra de vida! ndad, por sí misma y por su propio destino...
La enfermedad continuó su curso regular. El pequeño era dri \W qué había pensado con tanta naturalidad en la muerte
cil, incluso se esforzaba en curarse por sí mismo; no se rcbel.iln • mi hijo estaba en peligro? ¿No existía independiente-
contra las prescripciones médicas. En los momentos de III.I\MI de él? ¿No tenía, además del deber de criarlo, de la felici-
alivio, cuando la fiebre le daba un respiro, me preguntaba: < >n • L ' l d« i nielarlo, deberes míos igual de esenciales?

156 157
Casi tres años habían pasado desde m i intento de suicidio, I
Durante el incesante ascenso tras la caída, había querido persona


dirme, persuadiendo a los demás con la pluma y con el ejemplo,
de que la vida se vive por un objetivo más amplio que el de
la felicidad individual, que toda renuncia es posible y es l.ull i
cuando se consigue sentir la necesidad de una unión social. M | l
había exaltado muchas veces ante esta concepción, mezcla de ai I
cetismo y de paganismo, que glorificaba tanto la acción como I .
contemplación. Sin las ilusiones de una fe piadosa, había sentido
crecer en m í fuerzas insospechadas, que habían sido capaces d |
mitigar las voces del sentido y del corazón.
¡Ilusión! ¡Mentira! Yo, que predicaba la fuerza de vivir, vo, I • 1 onvalecencia del pequeño fue larga. A principios de abril
pocas noches antes, había sentido esa fuerza extinguirse ionio nosotros dos solos, a pasar algunos días a Nemi: en el
por encanto con el sonido de una mortecina voz infantil. M i l •I d o verde de los bosques, mi amada criatura recuperó final-
ideal de perfeccionamiento interior se derrumbaba ante la i< 1I1 ioda su vivacidad. ¡Inefable placer el de aquella soledad
dad de aquel hecho. Solo una cosa, ahora como hacía t r e s .11101
lili» MI.I ante la pequeña cuenca glauca y silenciosa del lago! Los
estaba realmente «viva» en mí, viva y maravillosa: el vínculo d» M|M de mi hijo, después de la enfermedad, parecían aún más
la maternidad. Iñudos y meditabundos; su sonrisa expresaba una ternura to-
1 • • • más vibrante. Había entrado ya en la infancia, los recuer-
1 empezaban a imprimírsele en el corazón. ¡Por él, por él!
I iiiiiii lencia de mi abnegación, ahora más evidente, me haría

Me reincorporé al trabajo. Todas mis compañeras me mostra-


M«H una lompasión y una cortesía excepcionales, y tanto el edi-
1110 la directora fueron indulgentes ante m i larga ausencia.
) Me |»ustaba recorrer cada día, también con el mal tiempo,
• MIM 1 • una trabajadora cualquiera, el breve tramo de calle desde
14M I» ra a la oficina de la revista, luchando contra el siroco o la
ni 'na. Llegaba a la redacción con la cara un poco enrojeci-
• • 1 • el paseo. Me sentaba, recortaba las páginas de las revistas
Mili h i b a b a n de llegar y de los libros nuevos. Era una pequeña
MI da en el lugar de la cultura, donde siempre había para

158
mí regiones inexploradas, algún cambio de escena, alguna reve- lan del todo decepcionada; estando m i ideal tan lejos, más allá
lación repentina. Apuntaba todo aquello que me proponía leer, ln< luso d e mi breve vida.
profundizar o solo aludir. Y enseguida deseaba llevarme t o d o .1 1 u.nulo ella trajo a m i casa alguno de aquellos dibujos —
casa, estar a solas con mis tesoros siempre nuevos; pero el e d i i o í Venia .1 menudo, después de la enfermedad de m i hijo por el que
salía de su cuartucho, hojeaba también él, me mencionaba I 1111.1 u n a gran pasión—, m i marido se rio de ellos de forma
«variedades» más insípidas, señalaba con el dedo las entrevista! Pllllona. Y sentí un poco de desdén contra m i amiga; ella quizá
las crónicas del cotilleo literario. La lucha de los novelistas caí oh • n»p. /o a adivinar la relación que existía entre él y yo.
eos con el Indice de libros prohibidos, las conversaciones del papl Para ganarse m i confianza me narró su historia. Sus padres la
cada recibimiento intelectual de la Reina Madre: cuidado oM hablan entregado, a los dieciséis años, a un pastor de su pueblo.
dejar escapar algo de todo aquello. Seleccionábamos los terna Mi. q u e íastidio, mi niña, ¡qué fastidio!». Finalmente entendí
con picaresca entre las redactoras con la intención de quedara »! w i d . u l e r o significado de eso que era su muletilla habitual, a
cada una con los más interesantes, y los más aburridos los erad nudo usada fuera de contexto. Verla contar con aquella boca
ba, y aceptaba hacerlo cordialmente, la directora. Ella tenía 1 «I i|u. .« m o v í a tanto, siempre sonriente —pero con una sonrisa
riqueza de imágenes y de adjetivos que despachaba el trabajo I i|ii> . milenta todos los matices, desde la alegría hasta el dolor—,
un momento. Siempre daba la razón al editor. • u • Mimaste con aquellos ojos azules implacablemente serenos,
— H a y una manera de hacer que todo pase: con un pin < • d. ni id 1 d e cinco años en casa de su santo carcelero fue para m í la
gracia, querido Perugino, con un poco de gracia puedes elotyl || n v. 11, i o n del g r a n arte profundo y espontáneo que después se
tanto al avestruz, proveedor de materia prima para nuestros un «i» i i u l e s t o en las obras de arte nórdicas.
breritos, ¡como a San Antonio, protector del matrimonio! I I me amaba, ¿sabes? Éramos dos siervos de Dios y me
de esta forma, con una broma, resolvía cualquier cuestión. 1111 il» M t u n o a una compañera de servidumbre. Y Dios siempre
¡A ella le sobraba la gracia! La dibujante noruega había hei htf 1 «I» 1 ptésente, en cualquier trabajo, a todas horas, en todos los
toda una serie de caricaturas en base a la gracia de la di reí 1014,1 Mil • s d e la casa. ¡Ah, qué fastidio, qué fastidio!
¡Buena chica! La primera vez que fui a su pequeño estudi I ln día ella le había dicho con franqueza que deseaba irse «¡le-
Parioli, me entregó, con un gesto especial completamente nri| |i< »l. I nos!>. Hubo una disputa. Él amaba antes a Dios, después
dico, mezcla de ingenuidad y picardía, una carpeta en la i|i 4 • II. I Na le dijo que eligiera...
vi, con gran sorpresa, dibujada en muchas situaciones, de las i|t|( I I Dios de los italianos es más divertido — a ñ a d í a — ,
algunas me halagaban, otras me sorprendían, y otras m u í lias •••• 1 • I « 1 vtile sin cansarte, porque en el fondo n o estamos ni
ofendían profundamente en lo más íntimo. Era como u 1 < \JM |»I 1 1 » 1 .(juiros de que él sepa de nosotros. Cuando tenemos
ante el que no había posado y que me había reproducido < u mdii • ••! id d e él lo invocamos, después nos despedimos de él y
menos me lo esperaba. Creo que por primera vez m e dio u n o s a nuestras cosas.
reflexionar sobre la ironía, ese fruto amargo de terribles d< ilt|
\ había venido sola a Italia, el país anhelado desde la ado-
siones, que yo no poseía ni quizá poseeré jamás, porque |
• n. 11. h a b í a sido institutriz, y dibujado para periódicos de

160 161
moda. El éxito de los primeros esbozos de su original arte U •I» Invernadero cuidadas de forma excepcional, algunas frágiles,
había impulsado a dedicarse a ello por entero. M
; manas, otras marchitas. Conocí entre ellas a dos escritoras,
— A veces recibía la visita de una dama... Lady Hunger, III i poetisa que en versos exquisitos exhalaba una sensualidad
Virgen del Hambre —contaba la valiente—, era muy fea, ¿sancaí Ifhuada y casi repugnante para los altos espíritus; y una nove-
Con ella entraba en m i casa una ola de felicidad. C o n s e g u í itólica que destacaba por sus análisis de los adulterios del
hacerme reír como nunca me había reído desde la infancia; su lineo q u e terminaban con el arrepentimiento y con un elogio
espíritu me reanimaba. También m i marido, escuchando! 1 nonio indisoluble. Estas dos mujeres de temperamento
abandonaba un poco su habitual ceño fruncido. En principio • I pare< ido se odiaban y se sonreían, mientras sus maridos, dos
le chocaban aquellos modos desenfadados e inconscientemenn pon. ipes romanos militantes uno de los güelfos y el otro de los
provocadores de una mujer artista que conoce la gracia de i d Mili- des, intercambiaban fríos cumplidos.
propia persona y de sus maneras; pero, por otro lado, a q u e l I i dibujante, alta, con una clámide de un amarillo desca-
feliz vitalidad femenina quizá lo desarmaba, así como aquí II • íalo, .obre la que una cabeza rubia se erigía como una espiga,
elegancia original de vestidos largos, ondeantes y envolvcm. llpi i i n d o con la frente a casi todas las personas de la sala, se
N o protestaba por nuestra creciente intimidad, nos acompanalu Ihiaba ante las damitas como si fueran delicadas muñequitas.
incluso a algún espectáculo, cuando no estaba demasiado ocupl ía que perteneciera a otra humanidad. Se le acercó un mo-
do con las dificultades de su empresa; y se arriesgaba con algún • » u n a robusta madre de familia, una actriz trágica de casi
broma, que ella aceptaba por su sabor exótico, y que devobn • ni • anos, justo cuando un profesor, marido de una colega
con alguna mofa. Entonces m i marido se excitaba fuera de I " ocupaba de cuestiones didácticas, me preguntó en tono
normal. Una vez que ella hizo, con pocos trazos, una carien m . m i pot o pedantesco:
atroz y se rio con una pizca de desprecio, él estuvo maltrata m í o I ste es el reino de Mulier o de Foeminá?.
me durante dos días hasta que en la siguiente visita ella lo calflfl Yo no pude responder a su latín, pero señalándolas a ellas, le
con algunas palabras amables.
La revista celebró el primer aniversario con una recepi íófl ,Mire, dos mujeres!
La dibujante había organizado una pequeña exposición en blan I labia conocido a la actriz en la casa de m i vieja revolucio-
co y negro, en la que triunfaban una serie de preciosos boc< t i n o ! • estaban unidas íntimamente desde hacía casi medio si-
sobre la convalecencia de m i hijo, que también fue admirad i n s u s conversaciones hablaban de las figuras heroicas de
en persona. Yo dejé que m i amiga me preparara un vestido, \3m • Iep< ndencia nacional. Republicana ferviente como su gran
simple túnica blanca que acentuaba m i figura, que decían .1.1 MiK a i o , (¡ustavo Modena, la artista oía ahora cómo se afanaban
siglo xv. La directora iba de un grupo a otro cortejada poi I • i i petas de la fama en torno a actrices que interpretaban
damas. Por primera vez vi de cerca con sus adornos de cere n o n l o s gestos que con el alma. Ella nunca se había vanaglo-
las aristocráticas figuras que una colega elogiaba en la crónica i i i iii.l.. ni de los palcos ni de la platea, y consideraba todavía que
las recepciones, de las garden party, de las cazas del zorro: Hofl I i . «iio e r a una misión.

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A su lado todo el mundo que se movía en aquella sala me pa MU 11 icrta acción femenina, pero bajo su propia vigilancia. Con-
recia efímero. ¡Qué raras y aisladas estaban las verdaderas mujeflfl «II este nuevo peligro nadie se preparaba. Es más, como bien
Domina, señora, me había dicho el galante profesor. Señora de nalaba la vieja amiga, los librepensadores de Montecito-
misma la mujer seguramente aún no lo era: ¿lo sería algún día? • io o Lindaban a sus hijas a institutos regidos por monjas, de la
La noruega se acercó a m í acompañada por un joven tan alo nii'.in.i manera que los del pueblo mandaban a las mujeres al
como ella, con aspecto simpático de estudioso, y me lo présenlo milcsionario.
Era un fisiólogo ya muy reconocido. Me demostró ensegmd. —¡Feminismo! —exclamaba ella—. Organización de tra-
una gran cordialidad, mientras parecía que la dibujante lo ex bajadoras, legislación del trabajo, emancipación legal, divorcio,
hortase a ello. Su simpatía hacia m í no era más que un reflejo i idministrativo y político... Todo esto, sí, es una tarea i n -
la que le unía a m i amiga. N o era difícil, mirándolos mienta I Hlriisa y, sin embargo, no es nada más que la superficie. ¡Es ne-
intercambiaban observaciones comunes, sentir que una esp< I I ii io leíormar la conciencia del hombre y crear la de la mujer!
de consenso íntimo los unía en sus silencios. ^ la buena vieja, cuya energía contrastaba victoriosamente
M i marido se quedaba en un rincón, desorientado, sin sa Hll ' dificultosa pesadez de su cuerpo, me llevaba con ella a ver
1

ber esconder su malhumor, calmándose solo cuando la n o r u M ii obias nuevas o renovadas.


requerida por todos, se le acercaba. Le llevé al niño, para qu ¡Actuar! ¡Esa es la verdadera propaganda!
tuviera algo con lo que ocuparse; él lo rechazó: lilla había abierto hacía poco, al lado de la sección femenina
—Quieres deshacerte de él para brillar. 1 I hospital especializado en enfermedades venéreas donde era
Dolor y desprecio me invadieron. Me quejé de una indis] N I | |" i l o r a , una especie de escuela para aquellas desafortunadas,
ción y salimos. N i por la calle ni en casa hablé. ¿A santo de q*l ila blanca donde las enfermas podían recibir un poco de
Lo suyo ya no eran celos, era un rencor oscuro, una humilla Idl IM 11 ii. ción elemental, leer algún libro y escuchar alguna palabra
era la manía de querer imponerse como ante un desafío, viená i " il< spertase en el fondo de su pobre sustancia ya pisoteada al-
confirmarse la posibilidad de m i independencia. ¡Y yo no • • 1 1 por renovarse y por salvarse. U n día entré también allí.
atreví a pararme ni un instante a examinar la ironía de m i C O M Pll no os retrataré, dolorosas hermanas, en estas páginas! Debo
ción...! ¿Por qué tenía casi pánico a que los demás lo intu\i If nuevo, debo escuchar cómo me reveláis aún más cosas
Me parecía que una voz desde dentro me tachaba de hip<» m T pude escuchar en aquel único y ya lejano encuentro. Es
incluso de malvada... piomcsa que todavía no he roto, y que mantengo desde
La extensa y complicada obra que estaba llevando a cal iHMMues, cuando volví a casa y estreché a m i hijo contra m i
me consolaba mucho ante mis derrotas personales. Hfcnp I . Im \e pregunté con terror —¡por primera vez!— si podría
a explicarme la ausencia en Italia de un núcleo que reglami 1 ••» m i . n . i ilesa a aquella flor de vida, guiándole íntegro y libre al
tara las tentativas y las afirmaciones feministas. La solida no 11 n i i o de su compañera...
femenina laica aún no existía. Sin embargo, el catolicismo M I ni re las dos fases de la vida femenina, entre la virgen y la
siempre había impuesto el sacrificio a la mujer, consentía a M Mtlic, hay un ser monstruoso, contra natura, creado por un

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egoísmo masculino bestial que inconscientemente se venga, h h/. que tuvo un eco notable en los periódicos y que hizo hablar
Aquí se encuentra la crisis de la lucha entre los sexos. La virgen É Mulier, con visible satisfacción del editor. Yo decía que casi
ignorante y soñadora encuentra en el esposo un corazón triste I lodos nuestros poetas hasta ahora habían cantado a una mujer
sentimientos fríos; hecha mujer y experta comprende cómo MI M a l , que Beatrice era un símbolo y Laura un jeroglífico, y que
amor ha sido precedido por una brutal iniciación. Entre los áM • ilr.una mujer conseguía el canto de nuestros poetas era la
vuelve a menudo la intrusa y el solo recuerdo envilece cada U É |U( ellos no podían tener: a la que tuvieron y que les dio h i -
de sus besos. • n i siquiera la nombraron. ¿Para qué seguir admirando con
¡Mi hijo! ¿Quién le haría la sagrada revelación? »• i os a una mujer metafísica y relacionándose en prosa con
¿Podría decirle algún día lo que debía ser para su mujer? 1 'ida, aunque obtenida en legítimo matrimonio? ¿Por qué
¡Había en el mundo, a nuestro alrededor, tanto escepticismt I • • innatural división del amor? ¿No deberían ser los poetas los
tanta maldad! ¿No había asistido a una sesión de la Cámara i i en querer vivir una vida noble, completa y coherente
Diputados en la que una interpelación sobre la trata de m u í • 11 l u / del sol?
res había sido «liquidada» con desenvoltura en cinco mi mu o-, < >i i i contradicción, muy italiana, era el sentimiento casi mis-
por un ministro que declaraba que la legislación italiana sobfl • I il* o que los hombres tienen con respecto a su madre, mientras
tema era bastante mejor que en otros países; mientras en la salí n i muy poco a las demás mujeres.
casi vacía algunos honorables se daban prisa en su tarea o clin Muchos periódicos lo denominaron paradojas, pero algunas car-
laban sin prestar atención? U n diputado clerical se quejo Mi* de jóvenes me demostraron que había tocado una fibra sensible.
tristeza sobre la necesidad de esta «válvula de seguridad del M 1 na tarde, en el teatro, la vieja actriz, en su palco, había ad-
trimonio», interrumpido por el interpelante que consideraba 11 priiiln dos lágrimas brillarme en los ojos. Nunca había llorado
matrimonio un fetiche por el que se sacrificaban criaturas huffll i 11 lu ción del arte. Sobre el escenario una pobre muñeca de
ñas. Dos subsecretarios dirigían los binóculos hacia la tribuna i inp,n \e nervios se daba cuenta de la propia inconsistencia, y
las señoras, pavoneándose. Después se pasó a los presupuesi.. *» proponía convertirse en una criatura humana, alejándose del
Me parecía extraño e inconcebible que las personas m l u I<> y de los hijos, para los que su presencia no era más que
dieran tan poca importancia al problema social del amor. Nn |ui f o \. Hacía veinte años que aquella fábula simbó-
ya que los hombres no estuvieran preocupados por la muí* « I II • li.ibía salido de un potente genio nórdico; y sin embargo el
contrario, esta parecía casi su única preocupación. Poetas y nON I'HIIKO, que había disfrutado durante sus tres actos, protestó
listas seguían rehaciendo el dueto o el terceto eternos, con - •''' era dedicación en la última escena. La simple y resplan-
1

plicaciones sentimentales y perversiones sensuales. Sin embai<il| I•. lente verdad, ¡nadie, nadie quería mirarla a la cara!
nadie había sabido crear un gran personaje de mujer. |Si tuviese un cuarto de siglo menos —exclamaba m i gran
Este concepto me había animado a escribir una carta abierta I • •o I,I i o n su voz aún mágica—, yo la impondría!
un joven poeta que había publicado en aquellos días un el< iglil
las figuras femeninas de la poesía italiana. Fue un atrevió i | ' asa de muñecas d e H e n r i k I b s e n , e s t r e n a d a e n 1879. (N- de laT.)

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Y yo estaba más que convencida de que le tocaba a l a n u i M Uel verano, sentí tal dolor que tuve que quedarme en cama
reivindicarse a sí misma, que solo ella podría revelar la verdadera ásde una semana. Me levanté agotada, con un cansancio mor-
esencia de su psique, compuesta, sí, de amor y de maternidad y en todos los miembros.
de piedad, pero también, ¡también de dignidad humana! Mientras tanto, llegaban cartas tristes de mis hermanas. Nues-
Llegó el verano; dos meses tórridos, inciertos en la memm l l > padre estaba en un estado de irritación constante porque los
Las amigas, el profeta, todos estaban fuera de Roma. M i trabajo bajadores, organizados fuertemente, amenazaban con una
había aumentado en ausencia de la directora, que se había ido ti lielga. En casa él encontraba una atmósfera igual de hostil que
la m o n t a ñ a en busca de aire fresco y de inspiración para su nuevt mentaba su exasperación. También m i hermano formaba parte
novela. N o obstante, conseguía una hora al día para refugiarme m i de los socialistas del pueblo y, junto a mis hermanas, escu-
con m i hijo en Villa Borghese y mientras él, con la alegre facul- aba con pasión las palabras del ingeniero. ¡Aquel joven tenía
tad de distraerse propia de su edad, jugaba junto a sus improvl t\irano poder de seducción! Las almas frágiles de los menores
sados compañeros, yo leía, descansando la vista de vez en cuando habían experimentado, y el temor al padre casi había desapa-
sobre las melodiosas líneas de los grandes pinos. ido al unirse a aquel incendiario espíritu teórico. Desde hacía
¿Mi marido? N o lo sé, no lo recuerdo claramente, solo t e n -
dos años, la prometida languidecía por la codiciada pasión. Yo
ia sensación fastidiosa de su voz un poco ronca, preparada en usaba en sus intrépidos y dulces ojos oscuros que narraban el
todo momento para las quejas y las ofensas; de su ceño fruncido, brujo del sueño que había florecido en su corazón. ¿Feliz? Cla-
en el que una nueva arruga recta se hacía más profunda en el que ella lo era, a pesar de las lágrimas que le hacía derramar el
centro, mientras la ira le acentuaba más los pómulos y la man «lente hastío existente entre el padre y el enamorado. Durante
díbula. Una hostilidad mal escondida crecía cada vez más fuein in \o iba a cumplir veintiún años; entonces dejaría la casa
en su interior. Las noches debían de ser como siempre; no lo I padre por la del esposo. Estaba decidida. Pero le preocupaba
recuerdo. Pensaría incluso que no me había importunado si no luerte de la otra niña: ¿habría podido el hermano seguir dándo-
reflexionase sobre el hecho de que él no era capaz de respetai i u todos los afectos que le iban faltando poco a poco?
mujer ni siquiera cuando el malestar o el cansancio la postraban, Entre tanto, la situación en la fábrica se volvió insostenible,
En realidad, yo no estaba bien; desde hacía algún tiempfl pi desafiaba a los trabajadores. Amenazaba con abandonar
ciertas molestias que sufría desde los primeros momentos de la u.i siempre la empresa a la que desde hacía años había dedi-
maternidad se me estaban acentuando, indicios de una inesia ido toda su energía. No podía aceptar un poder, un mandato
bilidad íntima del organismo; y, a veces, me surgía la duda de [•Inveniente de los subalternos.
si habría alguna razón más, secreta y espantosa. La doctora tnl I i amenaza se cumplió. A principios de o t o ñ o él rompió el
compañera, charlando un día, me había dicho que en el mundo ptmrato con el propietario, dejándole un mes de tiempo para
hay cientos de miles de mujeres que no saben que les deben a MI* bu., u un nuevo director. M i hermana me informaba de ello
maridos lentos y oscuros sufrimientos. N o me atreví a pediilt • '•cu aiada ante el temor de tener que dejar el pueblo antes del
más precisión y no me atreví tampoco cuando, hacia finales di nonio.

168 168
Con una sonrisa un poco amarga le dije a m i marido: Fortuna. De hecho, papá había sugerido a su exempleado y
—Ahora, deberían llamarte a t i . . . ¿Aceptarías? i iba a su disposición la caución de no pocos miles de liras
Lo vi quedarse quieto durante un instante. Después res p o n lili un padre depositó en su día, ¿qué arrepentimiento pretendía
dio con un «no» seco, y cortó la conversación. |( mostrar, qué afecto quería comprar? Quizá simplemente para
A la mañana siguiente, un telegrama de m i cuñada nos infol • i «I >lecer un vínculo con su sucesor, para no alejarse del todo de
maba de que el propietario de la fábrica, tras llegar a un acueido IM ptopia creación.
con los trabajadores, había propuesto el nombre de m i maridl bulo m i ser se sublevaba como si un monstruoso peligro
para el puesto de director. ||1 amenazara; reclamaba la vida, la libertad. Cerrando los ojos
Me parece volver a escuchar el ataque de risa que me dlf I" oídos a la llamada de la razón, de los derechos y de las
cuando escuché el contenido de la hojita amarilla. Partir, volv. i in< i sulades de los demás, una única visión me aterrorizaba: se
allí abajo, ver a m i marido en el puesto de m i padre... ¡Qfl • ii iba para mí fulminantemente el camino hacia el futuro, se
ironía! Mu II' \a de nuevo al desierto. Y conmigo a m i hijo, al que yo
El calló. Estaba confuso. Lo miré y pareció que su rostro Im li ibi i querido salvar de las influencias del ambiente originario...
biera adquirido instintivamente una nueva dignidad, como I Ill niiotros dos, de nuevo, durante años, quizá durante toda la
el hecho de ser considerado merecedor de un cargo importan! ' i i o n las manos rendidas y la boca callada, frente a un pueblo
fuera suficiente para convencerle de un valor nunca sospechado I ll «bajadores miserables y llenos de odio...
Y, de repente, m i felicidad se derrumbó.
El «no» de la tarde anterior me volvió a la mente. Una nucí
tidumbre desalentadora me acometió. Mientras tanto él, .mn
la silenciosa interrogación de m i mirada, sintió la necesidad J
fingir, de expresar indiferencia. Y m i ansiedad aumentó.
Por la tarde, una carta de m i cuñada llegó, ilustrando los h« !

chos telegrafiados; acentuaba la seguridad de nuestra vuelta • I


patria» y decía entre otras cosas: «¿Recuerdas? Te lo dije en l'«
cua...». ¡El lo esperaba desde hacía quién sabe cuánto tiempo!
Y dos días después llegó la propuesta. Condiciones bastan»!
buenas. Era la existencia asegurada, el bienestar en pocos m<
quizá la fortuna con el tiempo. Debería haber estado leli/
el poco orgullo que podía poseer, porque inesperadann nt<
alzaba ante los ojos de los demás el que me había hecho padl
cer... También habría debido sentirme satisfecha diciénd
que, en el fondo, ahora y siempre él nos debía a m í y a mi [Mili

170 I 171
1 na noche — é l había organizado su partida para el día si-
|MIM MU me desperté y lo oí sufrir, dar vueltas en la cama, pro-
ai palabras confusas. Encendí una luz, ¡tenía fiebre! Recha-
|ti nula ayuda, escondiéndose bajo las sábanas con un gesto de
rl< ii apelación. Cuando me pareció que se había calmado, quizá
Ulnnnci ¡do, me volví a meter en la cama, a oscuras. Después de
I - . , n tiempo, oí que llamaba, delirando en sueños, a m i amiga...
(Pobre, pobre!... Luchaba, la criatura despreciable, luchaba
la fuerza formidable que él nunca había conocido, nunca
klinítido, ¿el amor? ¿Desde cuándo? Quizá la verdad se le había
MI inhestado hacía unos días, desde que había decidido irse. Q u i -
Cuando terminaron las negociaciones, m i marido cayó en m i • I n o lo admitía aún, se creía débil, enfermo...
oscura tristeza. ¿Había anticipado su decisión quizá para repl l i a el castigo?
mir cualquiera de mis posibles intentos de revuelta? Quizá p •• I i dibujante lo había adivinado, quizá la primera. Y quizá,
no asistir a las demostraciones de sorpresa, a los reproches qu( i la esperanza de que m i marido lo supiera por mí, ella me
amigas y los conocidos nos habrían hecho, a m i dolor mu u n Huilla . 01 diado, a su vuelta del campo, su secreto. Ella amaba al
preparaba la mudanza; quiso hacerse el generoso. El partía ytñ ii Iisi(dogo que yo había conocido en la recepción de Mulier.
concedía quedarme con m i hijo y con la sirvienta aún algún lo este tenía que convencer a sus viejos padres, algo muy d i -
semanas en la ciudad; mientras esperaba a que m i padre, qu< 1 i ' "I \e solo con el tiempo. Predisponerse para la propia
a establecerse en Milán, dejase libre la casa del director, ahd ' lli i I i d con el sufrimiento de los padres a él le parecía egoísmo.
destinada a nosotros. Entonces, habría vuelto a recogernos. Mi marido debía de notar ahora la atención que yo ponía, a
Pero el día que había decidido irse no salió de casa; pe • pi ir, en observarlo, y eso lo irritaba. Sentía la necesidad de
necio taciturno y descontento en su mesa, escribiendo no se qti " nerse por encima de mí. Mientras tanto, m i amor propio
(

proyectos. Los días siguientes vagó por la ciudad, completara I • " «I-1 dolido. ¿Cómo explicar el hecho de que yo nunca había
te solo, como invadido de repente por un loco amor por aqiK II i i d o a aquel hombre que desde hacía diez años respiraba m i
vida vertiginosa de la que estaba a punto de alejarse. Por la tari " " m i atmósfera y, sin embargo, había bastado la sonrisa argén-
vino la dibujante, que había vuelto del campo. La conversa. I • • i de una extranjera para trastornar sus sentimientos? Y un afán
fluía lentamente, y se repetía como un estribillo la p|egun i • iber me incendiaba; por saber cuál era la esencia del amor,
«¿Por qué irse?». Ella parecía rendirse ante una melancolía inven i " " saber si aquel hombre era víctima otra vez de sus sentimien-
cible, hablaba del tiempo en el que se iba a quedar sola otra \ • n si la bonita criatura le había hechizado con alguna fuerza
yo no soportaba imaginarme lejos de ella. M i marido la niii.il Huilla que yo no poseía... Y una pregunta surgía como de un
como hechizado. • •!« • horizonte: «¿Estoy hecha para ser amada?».

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Él se fue. M i amiga se sintió aliviada. Durante algunos dítf l orno el destino nos la había preparado. ¡Que confesase! ¡Que
nos hicimos compañía casi continua y muy grata. Ibamos por Le. onociese que nuestros caminos eran diversos y que nuestra
calles, a las villas, por los campos, con el pequeño entre nosot i a\ u n í e r a una cadena también para él!
un poco distraídas, casi felices en ciertos instantes. Ella sacaba lémblaba al escribir así. En verdad, estaba consultando a la
su cuaderno, donde esbozaba con rapidez poses de mamas, d< Illa
gobernantas, de niños. Pasábamos horas en su estudio de W I I i espondió enseguida con el tono insolente que le conocía
rioli, que para mí ya no tenía secretos. Era una gran habita< ion d e hacía años. Negaba, poniendo los puntos sobre las íes, ne-
blanca, nítida como un espejo, con algunos muebles simples J m v acusaba...
madera blanca, cortinas claras y dos grandes ventanas que m Vb no sufría por ello... A l fin la realidad me dominaba. Sentí
raban al campo hacia el valle del Tíber, hasta el Monte Soratn cierta manera que era necesario actuar, sin saber aún de qué
Detrás del estudio había una pequeña habitación oscura, ool ido Una voz en el alma cantaba sin descanso: «¡Eres libre,
una cama y una silla; nada más. Una viuda que vivía e n mu tek
buhardilla enfrente con cuatro niños acudía a la casa y preparab veía con nitidez cuál iba a ser m i oficio en la casa conyugal
la comida una vez al día; el té que le servía de cena, m i amiga I • me esperaba. El hombre que un día me había suplicado que
lo preparaba ella misma. lera, ahora más que nunca no iba a buscar en m í más que el
Por primera vez me sentí arrastrada, casi sin darme c u e n t a .1. lirio de los sentidos: el olvido. Y yo, con esa única razón para
ello, a proclamar todo m i espíritu, a traducir en palabras lenta 11 a convivencia, iba a sentir crecer el desprecio hacia m í mis-
y precisas las visiones por las que solo, a través de cada aconta | • ¡No, no!
miento, la vida siempre me había parecido digna de ser vivid! I >iuante dos, tres días, no recuerdo bien, la vida a m i alrede-
Ella me escuchaba sonriente. Cuando mencionaba el futuro, m i t no me sacó de mis meditaciones. Para la revista no tenía casi
ojos se enturbiaban; m i querida amiga me cogía una mano, M • I i que hacer, el editor que se había mostrado doliente al per-
tenía nada más que ese gesto para darme ánimos. no, buscaba a alguien para sustituirme: «Es difícil encontrar a
También para ella el advenir se anunciaba indescifrable; de " i i lea con imparcialidad libros de mujer». La directora, con
bía considerar imposible entregarse al hombre que amaba, e* hacer entre cortés y distraído, me había dicho que esperaba
conderse con él para vivir felices y despreocupados de los vim u | yo continuara con m i colaboración también desde el pueblo.
los sociales. Sola, ¿sola hasta cuándo? había pensado nunca en intentar alguna obra de ficción?
Desde el pueblo m i marido me escribía ingenuamente qij I i noruega estaba en cama por una infección reumática que
se encontraba perdido, que quizá ese ya no era un lugar p.n • parecía grave. Iba cada día durante algunas horas a hacerle
nosotros, que sentía un deseo irrefrenable de volver... Le " Hipa nía. Cada día también venía a visitarla su amigo el profe-
pondí un día con toda la fuerza de la piedad humana que lul.i i I a primera vez que vi al joven inclinado sobre ella, me trans-
en mí, haciéndole entender que solo juntos mirando a la cari Itlri la seguridad dulce de su amor. Pero en la habitación oscura
la verdad podríamos sentirnos capaces de disfrutar de la vida tal I» ibía aire suficiente. Cuando él la convenció de la necesidad

174 175
de transportar la cama al estudio, la frente se le oscureció, aun peí permanecer junto al hombre que creía que me amaba y a
que él le hubiera prometido que sería solo cuestión de días. u n u creía ser útil. Mencioné el reciente descubrimiento de un
Apresuraba con el pensamiento la vuelta de m i marido; le llevo sentimiento en m i marido, y m i reciente espejismo de i n -
habría propuesto una separación amistosa, yo podría vivir de •I' pendencia... La aspiración apasionada a una vida de libertad
mi trabajo y de lo que m i padre me seguía dando. El pequen»» \e acción, en a r m o n í a con mis ideas, se me reveló a m í misma
habría podido estudiar junto a mí, e ir a casa de papá duran ti Verdaderamente como nunca antes. Cada una de mis palabras
las vacaciones. Itrci ia iluminarme el fondo del alma. Y un cierto desconcierto
¿Por q u é no iba a aceptar? Él estaba en uno de esos mo m . invadió, mezclándose con la lúcida embriaguez del pensa-
mentos psicológicos que justifican las acciones más contrarié 2 miento finalmente capaz de manifestarse.
nuestra naturaleza; todo debía aparecerle bajo un nuevo puní., I I hombre me miró con tranquilidad, después empezó a
de vista. I' « u n . Consideraba inútil juzgar la decisión irrefrenable de m i
Sin embargo, no quería de ninguna manera desaprovei Im Ipnciencia., ¿Estaba preparada para sufrir posibles consecuen-
la oportunidad. ¿A quién pedir consejo? La buena vieja mam i • 11. El solo podía decirme que todas las cosas de la vida, tam-
aún no había vuelto de Lombardía. Y a nadie más habría podid. i | | é n los problemas morales que nuestro orgullo crea, en el fondo
confesarme en aquel decisivo momento. Pero una imagen se mi ii solo sombras. Para guiarse, en la vida, se necesita muy poco;
presentaba desde hacía algún tiempo, con una insistencia < 11 10 . omprendería algún día. Mientras tanto, le gustaba m i preo-
dente: ¿no había un hombre que decía poseer la verdad? De él 4 upación por ser sincera y racional.
podría recibir la fuerza. Se puso de pie, dio vueltas alrededor tocando los libros y las
N o lo veía desde hacía semanas. Le invité con una nota I litografías. También yo me levanté y me apoyé en la mesa que
venir a casa para escuchar cosas importantes. l i b i a en el centro de la habitación; se puso a m i lado; era solo un
Llegó la tarde siguiente, mientras estaba a punto de ai 01 loco más alto que yo. C o n t i n u ó hablando, despacio. También
tar al n i ñ o . Durante algunos minutos habló con el pequen., u i a i pasado había cosas oscuras: él había creído en la ley, en el
amigo, que lo miraba confiado. Después, el p e q u e ñ o fu. | pi o r í eso; había juzgado a los hombres en nombre de un absolu-
acostarse. i " inflexible, había condenado... Después, un dolor tremendo,
Con un temblor interior extraordinario empecé a habla i I I 11 muerte casi simultánea del padre y de la madre, le devolvió la
me escuchaba impasible. Quizá lo sabía. Su cuerpo se inclinad i • »ii. iencia de que el hombre es la nada y, por primera vez, sintió
un poco hacia mí, en actitud de animarme. •I deseo tormentoso de dirigir su mirada a un punto más allá
Poco a poco me reconforté; sus preguntas, exactas, servían • I' la vida. Habían pasado años y años, él había cortado todos
para dirigir y desenredar m i relato un poco cohibido. N o habla I " lulos que lo ataban a la humanidad, y una luz, sí, una luz se
ba de un pasado lejano, o de m i adolescencia interrumpida; si >li l libia encendido en su espíritu. Él creía que podía explicar ahora
de m i padre y de m i madre, de m i matrimonio, del largo peí i< n ll I I ' ingina de nuestra esencia: de nuestra esencia inmortal. Este
en el que, consciente de mis sentimientos, había considerado un • i ••oimiento aportaría a las criaturas humanas una gran paz;

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las pautas para una conducta beneficiosa para nuestra propia "»• "mprensible para sí mismo. Y ni siquiera entonces tenía la
voluntad durante este paso por la tierra. N o podía explicarme fuerza para formarme un concepto exacto de su personalidad;
nada aún sobre ello. Dentro de poco... De cerca o de lejos, que Monees menos que nunca. Es más, evitaba, probablemente sin
continuara a esperar y a tener fe en su promesa. darme cuenta, realizar m i análisis delante de él. Lo veía pálido,
Desde la calle, de vez en cuando, el tranvía eléctrico lanzaba demacrado, sombra de la vida, con una sonrisa cada vez más
un aullido, y suscitaba en m í una sensación como de viento m u Bllgmática en los pálidos labios entre la leve barba negra, con
turno en la orilla de un mar tempestuoso. Me sentía realmeim los de niño delicado y precoz que prevé todo lo que la vida
envuelta en una fría atmósfera que mitigaba, que cercenaba in le va a negar... Yo temblaba. Tan débil y mísero como era, me
cluso todo impulso vital concreto, creando blancas alucinaciones parecía admirable. Había en él una potencia que no sabía definir,
en las que la mirada se perdía. Mro que consideraba más grande que cualquier otra. Él repre-
Cuando me encontré de nuevo sola en el estudio, donde la tltaba para mí el incesante y terrible impulso del ser humano
lámpara parecía vigilar desde lo alto la ciudad entera, me invadí! hacia la divinidad. Cuando la palabra «locura» se me venía a la
una alegría desconocida hasta entonces. ¿De qué se trataba? ¿I >c • ilx /a, sentía que me atormentaba.
qué se trataba? N o quería saberlo, al igual que no me angustiaba Pero él estaba seguro de m i fe en él; un centelleo fugaz me
el secreto que aquel hombre decía que poseía. Pero la antigtil parc< ia que le atravesaba la mirada en los momentos en los que
alma rebelde ante cualquier yugo, que había llegado a odiai 11 • n. si u prendía concentrada y absorta en sus palabras. Nunca ha-
amor por el desprecio a la abnegación, se abandonaba a la dul/u Mfl < ucontrado, seguro, una devoción tan férvida en un alma tan
ra de ser comprendida, escuchada por otra alma... llhn v joven...
El placer silencioso y casi inconfesable duró algunos días. I I I Ialdaba sobre él con m i enferma durante las muchas horas
amigo vino dos o tres veces más por la tarde; me había pedid., IM. pasaba al lado de su cama; la enfermedad se había compli-
que copiara el manuscrito de su nuevo opúsculo que estab.i I ldo, la infección había subido al corazón, y el pobre corazón se
punto de publicarse. Ciertas páginas casi indescifrables p o i m • •••i. haba cada día más, palpitaba locamente y amenazaba con
añadidos y los borrones requerían de sus explicaciones. El me la-, pal irse para siempre. El doctor, un viejo maestro de su prome-
daba con ese tipo de seguridad dogmática que impide cualqm» i tido. ya me había revelado la gravedad del caso; él luchaba, pero
objeción. El opúsculo era una sátira cortante a la que no podfl •MUÍ El joven fisiólogo la sonreía con ternura, pero de vez en
no unirme; preanunciaba, pero no desvelaba del todo, la i d . I lo me miraba atormentado. La enferma no sospechaba
dominante del autor: la síntesis secreta creada por su intelec m ' 11 no quería a su lado, además de a m í y al amigo, más que
Solo el estilo me perturbaba, complicado, enrevesado y a \ - - • l i vecina viuda. Organizaba proyectos para su convalecencia
ilógico; pero más me perturbaban, a veces, ciertas frases dichl " pinendo: «¡Qué fastidio, qué fastidio!».
a viva voz, frases oscuras, que me llevaban a los primeros m.. Una terrible crisis, inesperada, aceleró el proceso de la enfer-
mentos de nuestra relación, cuando observaba a aquella extl 1 medad, y lanzó a la enferma ante el terror final. Permanecí dos
ña criatura como a un enviado temeroso del Misterio, qm/a lies al lado de la triste cama, la mano agarrada convulsamente

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por la suya; tristeza infinita por no poder hacer nada contra l | • I niño se acostó, las almas se abrieron, con ardor la mía, un
misteriosa fuerza que la postraba. Durante algunas horas p e r » I prudente la suya. Él se aferraba a justificar su conducta. Yo
que el final era inminente. Escribí a m i marido dos líneas pftfl [iiería que el tiempo pasase en vano perpetuando la mentira.
advertirle de la necesidad de quedarme algún día más. • quizá respaldada por la excitación nerviosa después de tantos
La tercera noche el corazón disminuyó bastante sus locos la* di 1. hablé como nunca creí que podría hacerlo. Le dije lo que
tidos y el peligro se alejó. El joven, que había velado conmigt i 11 podría haberle dicho a m i hijo hecho hombre. El no pudo eva-
tres tormentosas noches, se concedió un poco de descanso, • dirte, terminó admitiendo en silencio lo que yo le atribuía. Me
no me sentía cansada, y la sonrisa con la que la amiga acogí < i m Ifti n c h ó también cuando concluí que era necesario liberarnos
resolución de quedarme junto a ella me impidió anhelar la p»/ Itnbos de una unión que nos oprimía.
de mis habitaciones, la respiración del niño dormido ante m i . I monees, con dudas, me preguntó:
ojos. La esperanza volvía a florecer. ¿De verdad lo crees? ¿Nunca podremos entendernos...?
Cuando llegó el alba dejé a la enferma al cuidado de la vi tula y \ reí que podría llegar a convencerle.
me dirigí a casa. Tras pocos pasos por la calle desierta, blam 11 . I n aquel momento sonó el timbre de la entrada. Era el profe-
me topé con m i marido que avanzaba con la cabeza agachada I • | 1 quien no veía desde hacía algunos días. Por la mañana le ha-
estremeció, no supo encontrar una palabra, casi avergonzánd. i | bí 1 hablado a m i marido de sus visitas, del trabajo que me había
Una mezcla de piedad y de desprecio me invadió. hedido; pero al verle llegar así, después de las ocho de la tarde, se
Después de haberle puesto al tanto de las condiciones d< 11 precipitó en su alma, de repente, toda la ira malintencionada de
enferma, él intentó disculparse por el viaje inesperado. L e M U . • |u. era capaz. A duras penas pudo reprimirla y la conversación
rrumpí, no quería ofender de ninguna manera a la amig.i q d unió con dificultad durante algunos minutos hasta que el
sufría allí arriba. Ninigo decidió irse, apretándome la mano como un gesto para
También en casa callamos. Volví al poco tiempo junto .1 11 o n i initirme valor.
amiga. El vino por la tarde a preguntar si podía verla un m i Sentí que había perdido la partida. M i marido empezó con
mentó. Lo observé. Pero esa que lo había enloquecido, que luí .1. u . indagaciones, brutalmente sarcásticas. Le dejé hablar y ha-
conseguido casi vencer en él la codicia de un empleo desead., bí n. esperando que así se agotase, como otras veces, el furor que
ya no tenía el atractivo sensual que lo había cautivado. Era LUI I. h a c í a rechinar los dientes... Sin embargo, m i conducta sumisa
pobre criatura marchita. mpeoró la situación. Alterado por el sonido de su propia voz,
Ella le habló de mí, le dijo que yo había sido una santa pm 1 IIH ai usó, insultó al amigo, vomitó palabras despreciables, termi-
ella. M" lanzándose sobre mí, para ponerme de rodillas, golpeándome
—Ve un poco a casa, ahora, ve. Estoy bien, descansaré. Vcfl b< MI al mente mientras yo forcejeaba a la vez con un angustioso
drás mañana por la mañana, ¿verdad? • 1 ique de ira. De la habitación contigua el niño, despierto, me
¡Pobrecilla! Tuve que contentarla. Pero entre m i marido yyá II miaba asustado. Conseguí desasirme y correr junto a la camita,
pesaba el silencio. Solo por la noche, después de la cena, cu i n d . . " i i 10 aturdida. Las pequeñas manos de m i hijo recorrían m i

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rostro h ú m e d o y enrojecido, la vocecita temblorosa susurraba f Kami nado la situación, se había impuesto una línea de condue-
— N o quiero, mamá, no quiero... N o vuelvas allí con pap4, la, había sentido evaporarse las nubes sentimentales entre las que
quédate aquí, ven a la cama, no quiero que llores... había disfrutado en los últimos meses, se había visto preparado
¡Ay, sí, obedecer, obedecer a la pequeña voz afligida! Ya • nuevo para quitarle a la vida, sin miramientos, solo los bienes
se trataba de las horribles noches del pasado en las que el alma materiales —suficientes para él—. Quizá ya sabía de antemano
envilecida aceptaba sin rebelión cualquier afrenta y no reí » lili la amenaza de quitarme a m i hijo iba a hacerme claudicar
ninguna llamada a la vida... M i hijo, ahora, se preparaba p$M • I. nuevo. Se calmó, consiguió reírse levemente de lo que había
defenderme, me quería para sí, me sabía buena, pura, tambUl pagado como de una debilidad. Creo que también me pidió per-
reaccionaba al injusto dolor que por primera vez se le revelaba lón Acordamos que me quedaría en la ciudad aún algunos días,
El hombre tuvo que dormir en el sofá en el comedor, y yt hasta que la enferma estuviese fuera de peligro.
metí al niño en la cama; otra vez, esperé al alba.
La vieja sirvienta, cuando me levanté, me interrogó tembl.m
do. ¿Qué había oído desde su habitación? Me miraba con m u
insistente piedad. Me cogió las manos, me besó algunas man •
rojas de las muñecas. ¿Recordaba ella también horas de suplii \m
Sus ojos tenían a menudo como el mudo reproche de las best 11
maltratadas.
A l mediodía, en la mesa, no recuerdo cómo la nueva eso na
se desencadenó: solo sé que en un determinado momento me < Í
contré con m i hijo abrazado al pecho, y delante m i marido <|u.
intentaba quitármelo, que le conminaba a seguirle, a irse juntof
para dejarme sola con mis locuras... El se había reído ante mi m i .
va propuesta de separación: ¡dueña yo de quedarme, de gan.u m .
la vida como quería! Pero el hijo le seguiría a él, ¡oh, donde rueil
El pequeño me miraba perdido. ¡Ah, m i niño, m i niño! ;No
moriría yo si aquel me lo quitaba? Era m i carne, m i vida, era m
fe; aquel ovillito lívido que temblaba entre mis brazos...
Con un esfuerzo tremendo rechacé la orden de la conci<
inexorablemente lúcida. N o quería morir, y para vivir, tení.i m i ,
doblegarme.
El hombre sintió que había vencido, bajó el tono de vo
ralentizó la sarta de palabras odiosas. Quizá por la noche haht.i

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lada en el escritorio; me vi con la cabeza entre las manos, el
li«» sacudido por un llanto violento y el rostro inundado de
unís. El pequeño se quedó aturdido durante un momento;
recordaba, seguro, haberme visto antes así, llorando a solas
él En vano se me agarró a las rodillas, me acarició el rostro,
dijo sus infantiles frases de amor para cesar m i llanto. Fi-
ní, me aferró la pluma de m i escritorio, me la puso entre los
M inertes:
M ama, mamá, no llores; escribe, mamá, escribe... yo es-
luí n ; no llores...
|Ay, el doloroso aspecto de aquellos frescos labios, la firme-
Tres días después de la partida de m i marido me encomie | ptecoz de aquella mirada húmeda! C o m p a r t í a realmente m i
amigo por la calle; yo iba con el pequeño. Lo vimos avanzai imicnto con toda la valentía de su pequeña alma amorosa.
tre la multitud, absorto, un poco encorvado, y en un determllj no podía más que aceptar también su sacrificio, yo, su
do momento, vislumbrándonos, se transformó por una •lu , que había soñado para él todas las alegrías, todas las
lorias...
resplandeciente. ¿Éramos para él una feliz aparición?
Cogió de la mano a m i hijo, dirigiéndole una de esas pregUl /Inscribir? Su pequeña y adorada alma intuía también eso:
llenas de noble ternura que hacen que el corazón de los nifto I necesidad de zambullirme como nunca antes en el trabajo y
un vuelco, y que tan pocos saben encontrar. Yo recordé l.i • 11 sueño. No estaba celoso, m i hijo no era prepotentemente
de algunas tardes atrás; y un arrebato de indignación me quita • i i en su afecto. Pensaba en m i salvación, en las necesidades,
fuerzas para hablar. Fue necesario que él me preguntase; y entfl • I oscuras, de m i complejo ser; no pretendía poder llenar él
ees no pude más que mencionar unos celos incipientes de mi I • toda mi vida.
rido y la imposibilidad de verlo de ahora en adelante en mi < I I ¿Pero cómo poder aferrarme a aquella pluma que me ofre-
lo había intuido, pero al escucharlo hizo un gesto de indigi i n I los deditos rosados? ¿Escribir qué? La desolación se reflejaba
Después, cuando le dije que había renunciado a los propt isito lili n en mis sueños, que se convertían en utopías inconsis-
independencia, que para no estar sin m i hijo había decidid* i n i. \k ñas de contrastes irónicos.
mar la vida mezquina y falsa, me envolvió con una mirada trUlI Mi I >enSarniento se dirigió naturalmente hacia el amigo. Él
casi fraternal, y no añadió nada más. Sin confesármelo claranu ll Hipo aconsejarme. ¿Qué era yo para él? Él actuaba con todos,
me quedé un poco desilusionada; pensé que un gesto de plril tilda yo, como hace el transeúnte que se inclina un momento
aunque despreciable, o un reproche me habrían aliviado mi I niño y lo deja asustarse y llorar por algún pequeño infor-
Por la noche, después de la cena, mientras el niño j u - i l - que él podría eliminar fácilmente. ¿Podría? El niño casi lo
la alfombra al lado de la estufa, tuve una terrible crisis . 1 I Vil también, casi, lo había creído.

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Por primera vez me pregunté si la vida que él llevaba, al cotí I leí mana me llamaba é l . . . Pero una hermana no puede nada.
trario que de purificación y de perfeccionamiento, era de I I Otras debía de haber encontrado, y ninguna le había podido
friamiento, de crueldad inútil... ¿Qué razonamientos pod I o nar el camino de la felicidad... Y él, obstinado, quería trans-
brotar de ello? mitir a los hombres su palabra de renuncia, asegurarles que aquel
Él creía que había llegado la hora de eximir al mundo .... minino estaba fuera de la tierra...
faltaba más que una preparación ritual... 1 entas, las respuestas llegaban. Sí, si él me hubiese llamado,
Y mientras él preparaba su liturgia, yo naufragaba y m i amiga •l< u n o s días antes, cuando «creía en él», yo le habría seguido; sí,
agonizaba. ¡Podría morirme también yo! ¿No había en todo < o. i " i él» quizá habría podido vivir sin m i hijo. En poco tiempo,
algo de monstruoso? • n gran cambio se había producido en m í . Algunos meses an-
Me acosté. El sueño no llegaba. ¿Qué momento de lúcid.i con i uando temí por la muerte de m i hijo, ninguna figura había
ciencia estaba atravesando? Desde que, con el niño abrazado C O i tangido ante m í para confirmarme que podría haber vivido tam-
tra m i pecho, había renunciado a mis proyectos de libertad, m lilrn por otro ser.
había preguntado aún realmente qué me esperaba. Estaban ihl Y, sin embargo, no era amor lo que yo sentía por aquel hom-
las respuestas se cruzaban ahora contradiciéndose, abatiéndolo. 1 n o podía ser amor; yo no deseaba nada para m í de él, es más,
Me despreciaba por m i debilidad... Me sentía v i l . . . Sufría sin utu P ni I.I que una entrega por su parte lo habría reducido ante mis
meta, sin un consuelo, sin una utilidad para mí o para m i hijo o j o s No podía sentirme feliz ante su beso.

Me dirigía hacia la felicidad como él en la espontaneidad d< MI I t r o arrodillarme ante él, adorar su alma misteriosa... servir-
seis años... Y presentía todas las torturas que él sufriría cuand< • • 1 regarle m i ingenio, m i pluma, m i vida; esto habría podido
hubiese sabido el precio de la ignominia materna... " l u í , si él hubiese querido... Y m i hijo no se habría sentido
Y, de pronto, una nueva pregunta surgió: «¿Si "él" te hubu di l i nulado.
pedido que dejaras a tu hijo, si te hubiese propuesto qiu lo •••
guieras, que lo sirvieras, que llevaras a su vida esa armonía qtif I i repente, al cabo de una semana, la enferma empeoró de
le faltaba?». • El prometido esta vez no me dijo nada, me miró como
«¡Él!» ¿Vivía por tanto aquella criatura realmente en mí? ¿lira || Implorándome una palabra de consuelo; y yo lo comprendí,
más que un guía, un ejemplo, un consuelo? U amiga estaba perdida, perdida... el pobre corazón de un
Y otra cuestión fulminante: «¿Lo has amado?». mentó a otro, m a ñ a n a o en unos días, se iba a detener de
Y además: «¿Habrías dejado todo por él?». i nlpe...

Lo veía frente a mí, como lo había visto aquel día con t nto || Entonces, ¿para qué continuar con aquella lucha cada minu-
encontrarme entre la multitud desconocida. ¿Había sido amado i" iodos aquellos remedios, aquellas curas, dirigidas no solo a
alguna vez? ¿Había conocido alguna vez el descanso en el si no kllviar a la enferma sino a atacar la enfermedad?
de una mujer que lo comprendiese y que lo defendiese d< \i |Ay, es imposible creer realmente en la ciencia que preanun-
temidas sombras del misterio? m la muerte en un cuerpo en el que la vida aún vibra! Se cree

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más bien en el milagro, en una intervención desconocul.i Si I I doctor me aconsejó que descansara algunas horas y que
espera, hasta el final. tjrfcpués diera un paseo con el niño al sol para fortalecerme y
Y nosotros esperamos. Él, con el cuerpo joven y austero, la pndci estar otra noche en pie.
ojos hundidos e hinchados detrás de las gafas; yo, más madura Nada más llegar a casa agarré a m i hijo entre los brazos, lo
en presencia de la moribunda, cansada y pálida bajo la férrftj •atuve durante un largo rato. N o descansé. No podía. Salí con
voluntad de resistencia; de pie a los dos lados del cabecero de la 1, cogí el tranvía de San Pietro. Quería ver a la vieja amiga que
cama, horas y horas, esperamos. blbla regresado hacía poco. En la plaza, casi desierta, la colum-
Ella nos confundía casi en una persona sola, como en una ll n i i . i (on su corona de estatuas ondeantes parecía palpitar en el
mósfera protectora y fiel. Durante las crisis nos apretaba los dedo be \¡do, y en el gran silencio. Nos dirigimos a pie hacia Santo
como con tenazas. ¡Pobres ojos azules y dolientes, pobre rost ro son Ipil i l o , bordeamos el muro del hospital; al otro lado de la ca-
rosado entre cabellos color de espiga! Durante las treguas internaba li' |óvenes y mujeres andrajosos interrumpían sus juegos y sus
arrancarnos el secreto de su suerte para prepararse. Pero no i tela - i saciones para mirar m i apariencia de forastera y tenderme
que fuera a morir, no podía creerlo, a intervalos seguía haciendo • mino. Harapos colgados a lo largo de los muros, hedor en el
proyectos y proyectos. Hablaba de un pueblo lejano, todo Mam ti • '" Por la subida de Sant'Onofrio más harapos, más niños en
bajo la nieve. ¡Cuánto tiempo desde que no veía la nieve! ¡Se niait • miseria, más ventanas de hospicios enrejadas. U n grupo de
juntos a los fiordos! ¡Pronto, a principios del verano! Yo agualdaba Pili indas bajaba con algunas monjas. En lo alto, en la cúspide
la terrible noticia sobre el rostro del joven cuando se levantaba I M - Irl lanículo, nos detuvimos un momento, jadeantes. Garibaldi,
haber escuchado sobre el pobre pecho blanco el latido similar a uM de leyenda, destacaba en el azul, miraba tranquilo la cú-
enorme émbolo. Su rostro se endurecía para encubrir la pena • il i «norme a su izquierda.
¿Durante cuánto tiempo? Ya no lo sé, me pareció intermití I I I tesplandor de la masa compacta de casas, de torres, de
ble; por el contrario, debió de ser bastante breve. fritóles que se extendía ante m i mirada era intenso, casi insoste-
Una mañana, la mujer me llevó a casa de la enferma una po< "II Al fondo, los montes destacaban celestes en el cielo, y a lo
tal de m i marido, casi insultante hacia mí, dirigida al niño I. MI,M • i f d e las pendientes las candidas manchas de los «Castillos de
sus cartas eran ahora frías y cortantes, con alusiones aman i 1 bina» también refulgían. Entre los montes y Roma: el campo,
profeta. N o me preguntaba ni siquiera por la amiga. a Inmensidad.
Esta me vio empalidecer. (Roma! Quizá cada día allí, en la cima de la colina, algún alma
—¿Es de tu marido? — y con un atrevido movimiento de i i " i n las energías más poderosas, vislumbraba, luminosamente
beza que le había visto frecuentemente durante sus días b u-no Ral' l o s , los trabajos que había que cumplir sobre un cúmulo
siguió—: Sea como sea, no vuelvas allí, bajo ningún com cpiu W piedras tan diferentes en edad y todas igualmente brillantes
La besé con una silenciosa ternura. lip.iuhc ativas; cada día quizá algún alma tenía la visión de una
—¿Si te quitaran al niño? — a ñ a d i ó casi con un suspiro - Una de la que, con el tiempo, desaparecerían toda violencia y
mirada era intensa como para infundirme voluntad. I • indecencia, en la que las líneas armoniosas del suelo y del

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cielo ya no se verían perturbadas por la agitación descompu. Vbitas eran constantes. No pude quedarme en el estudio, escapé
de hombres extraños incomprendidos y hostiles entre s í . . . | l i habitación; el profesor se me unió. Olvidé m i sufrimiento, le
M i hijo hablaba, hablaba, feliz de tenerme solo para él, y m« • I ngué la mano. Sí, su dolor podía unirse al mío: solo nosotros
señalaba los árboles llenos de gorjeos, y extendía la manita lint U la habíamos amado.
ciertos puntos del horizonte, como me había visto hacer tama* \o nosotros ta velamos dos noches, hablando de ella, de
veces; decía: lo que ella había sido. El bello rostro sonrosado se había vuelto
— M i r a , mira, mamá, ¡qué bonita nube sobre el pinar! Y allí, lie marfil entre los cabellos de oro apagado; se transformaba hora
¿qué es aquella tierra de allí? • hora, se volvía más rígido, más ensombrecido... ¡Se acabó, se
La vieja revolucionaria estaba en casa, pero había otro | Itabo! Pensaba en «él», en quien creía conocer el Misterio: ¿por
sitantes, entre los que se encontraba la directora de Mulier i olí |Ui en aquel momento no me lo desvelaba? ¿Por qué, sobre
la hija mayor, y un joven arqueólogo con el que la joven se- ha bdo sabiendo que m i amiga estaba condenada, no había venido
bía prometido hacía poco. La bonita pareja irradiaba felicidad • traer la palabra de luz?
confianza. La esposa, me dijo la novelista, podría ayudar al nía ¡Ah, cómo ante el Final cae toda esperanza de desafiar y de
rido en la publicación de sus trabajos; la empresa se lo facilitai (a, • ll, er a lo Desconocido!, ¡cómo se siente que la humanidad es
además de en virtud del amor, por el aire poético con el que • I "i opiada para la empresa, destinada a pasar por la tierra sin
animaba sus investigaciones sobre ruinas y tumbas... pli< arse la razón de su paso! Pero, a la vez, nuestra sustancia
Los dos jóvenes escuchaban sonrientes: los ojos azules de un| ma extrae la máxima conciencia de su valor: la Vida que
se fijaban en los negros del otro. Nunca, nunca había visto do* m para a mirar a la Muerte comprende la nobleza heroica de
almas ofrecerse y entrelazarse de esa manera. I • piopia obstinación por ascender y perpetuarse en la oscuri-
Por un momento su calor me envolvió, suavemente. Desput I |d Y la criatura del hoy escucha una llamada confusa: ¿es
pensé en el joven científico inclinado sobre la moribunda y U '|UI/.I la criatura del remoto mañana quien la llama, quien la
necesidad de volver junto a ellos se cernió sobre mí. Incita a proseguir; la criatura en la que brillará todo lo que hoy
En la puerta de casa me encontré a una mujer que me bu . . OS< uro, con la que comenzará la nueva época, la época del
ba: «Hace dos horas, señora...». • ipil ¡tu liberado?
Estaba muerta. La viuda la había visto rendirse en el pedia
del joven, mientras este le daba una cucharada de medicina; 1 0 I I las horas pasadas junto a los restos de quien amamos no nos
la boca entreabierta, en mitad de un «gracias». \n en videntes; pero tampoco nos postran, ni nos quitan
«¡Gracias!». N o sabía la pobre mujer la profunda belle/ il • I mentido de la existencia que sigue con nosotros. Parece, en
aquella palabra. N o lamenté haberme alejado y haberla dejado momento, que heredamos, junto a los deberes, también las
morir en los brazos de su amado. u ilidades de quien nos ha dejado; nos sentimos más ricos, o de
Allí, ella ya estaba colocada en la cama, pero ya no era elll • r g í a o de idealismo o de amor. Nos sentimos más solidarios
Alguna vecina y alguna compañera habían acudido. A h o i a I • los vivos que con los muertos.

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El pensamiento de haber hecho todo lo que estaba en mil i pienderle allí donde él vivía su vida desierta, de darle allí m i
manos para aliviar a la amiga los últimos sufrimientos me daba i o , va que enseguida partiría.
una especie de sereno consuelo. La breve y ajetreada vida de elU Subí corriendo la oscura escalera de la vieja y h ú m e d a casa.
había concluido bajo la protección del amor: ella se había llev| \nochecía: en la habitación ya había una vela encendida, se
do consigo, muriendo, la certeza de ser comprendida y de < ¡tft| \íi I.I u n a cama en un rincón, muy baja, casi un jergón. Sobre las
viva en la nostalgia. H i l a s de una estufa de leña aparecían dos manzanas cocidas.
Me sorprendí diciéndome a m í misma que, con toda proba NNto a la ventana, una mesa atestada de papeles y algunas sillas
bilidad, yo sería menos afortunada... En el pueblo, consumid • • " i i hbros; la severa efigie de una vieja colgada de la pared: ¿su
en pocos años por una árida existencia, ¿quién iba a cerrarm. I . . m idie? Y al fondo de la habitación la descarnada persona, con
ojos después de haberme sonreído? Junto a m i cama, en las uh > u n i ai titud un poco insegura, que alargaba un brazo para pedir-
mas horas, ñ o habría tenido más que a m i hijo, inconscienn m «| u e me sentara.
solo... solo. {Qué nos dijimos? N o consigo recordarlo bien. El se disculpó
Esto dije, o más bien dejé adivinar, la mañana del funeral, • 11 |0I el f r í o en el ambiente, me preguntó por el pequeño, por la
vieja amiga que había venido a despedirse de la amiga din m i . mi i • n i id a... Le miraba los labios: no manifestaban ni un m í n i m o
ahora completamente cubierta de flores. Estábamos al lado de U Innblor. Hice referencia al cajón de la mesa. ¿Ahí estaba su obra?
ventana, por un instante alejadas del largo desfile de COIKK id... Mi un leve gesto de asentimiento. Y no sé cómo, tuve que
y ambas dirigíamos miradas de serenidad hacia la forma iiu uiia I. i u entrever m i incredulidad... Más que mis palabras, rotas
envuelta en blanco, hacia las alegres imágenes que ella c o n vi n » B i n o sollozos, mis ojos le comunicaron seguramente la derrota
inagotable había esparcido por las paredes, hacia el c a m p o \1 • I- m i fervor y la amargura de m i alma nuevamente liberada.
lejano Monte Soratte. ¡Ah, el descanso eterno! La dulce erialur| I n el silencio que siguió, vi por primera y última vez aquel
lo había obtenido... o . n o . siempre iluminado como por una visión interna, oscu-
Y la voz de la vieja mujer me repetía queda y vibrante: Tni f f i i rse, alterarse, y expresar el más humano de los dolores; el
qué te vas? ¡Sabes bien que la resignación no es una virtud' limpie y profundo sufrimiento de quien se siente abandonado...
M u r m u r é el nombre de m i hijo, y ella calló, pasándome mti) I nerón pocos instantes. La calma descendió sobre su frente
m a n o sobre la frente, levemente. lomo un obstinado gesto de su intangible soberanía.
«¡No vuelvas allí!». I hirante dos días, las pequeñas habitaciones de nuevo atesta-
También la durmiente me lo había dicho antes de i e i i d | l ' d< < ajas, como ataúdes en los que enterraba, con los objetos y
los ojos. i o n los libros, mis sueños y mis latidos. M i marido declaraba en
M ii ias que me quería con él. Renegaba de la pobre muerta. Él
En el funeral, detrás del carro lleno de flores, entre mucha • ' «I 11 <
. vspechado su amor por el joven científico y el orgullo había
ras y periodistas, vi fugazmente al profeta. Algunos días dc.spin • • - i ido en él todo residuo de sentimiento. Por un instante inten-
pasando junto a su habitación, me invadió el deseo repeni m<» di Hi un arle de nuevo m i libertad, y solo apreté más las cadenas.

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m\a vez sentí por completo m i independencia moral.
I ii Roma siempre había conservado, en el fondo, escrúpulos
l'.n.i declararme libre, desligada de toda obligación con respec-
10 .1 aquel a quien la ley me unía; y temía, entonces, que otro
.«ni i miento se uniera a este. Ahora me sentía completamente
ii.mquila. La mañana de m i llegada observé que m i marido ha-
l'u unido ciertas consideraciones acondicionando nuestro aloja-
mu nto temporal. En el escritorio había revistas y libros nuevos;
• U sonrisa casi tímida parecía expresar el deseo de reconquistar-
m< I labia en él una mezcla de sentimientos oscuros; una espe-
« K de despecho por haberme dejado traslucir su debilidad con
respecto a m i amiga y d á n d o m e así un motivo para reafirmar m i
|bertad de corazón, y a la vez el deseo solícito de olvidar todo
•bn la tranquilidad de poseerme. Abochornado y torpe, no tenía
II fuerza para esperar a que el tiempo siguiese su curso. Y ense-
JUida sentí el peso de sus buenos propósitos, así como el de su
primitiva tiranía.
Tero los deberes de su empleo me salvaban en cierto modo,
I'IK s lo preocupaban y lo cansaban en exceso. Decidí declarar-
me completamente ajena a su campo de trabajo. El primer vis-
i .1/0 de cerca me confirmó lo que había supuesto ya de lejos: m i
marido era más brusco que m i padre en materia de prepotencia, preciosa niña tenaz y poco comunicativa que compartía algunos
Suscitaba a su alrededor una antipatía más malévola en cuanto de los rasgos de su carácter, dejó que se le escapara una lágrima.
que, debido a sus orígenes, él no infundía a los trabajadores i I Yo, en la cama, en la oscuridad, también lloraba en ese mismo
temor instintivo que habían alimentado por el señor forasn:ro momento por aquel acto irrevocable que se cumplía, por la ca-
El ridículo es la mejor manera de acabar con todo espíritu de • I na de errores que continuaba irremediablemente sin que los
obediencia, y yo lo veía brillar en los ojos de aquellos chicos de horribles ejemplos sirvieran... Creí llorar por esto, pero en el
rostro decidido cuando me los encontraba cerca del círculo sin- londo del alma quizá se trataba, sin embargo, del lamento deso-
dical organizado para la lucha obrera. lólo de m i soledad, de m i destino que me mantenía alejada de
Una cosa me hería en silencio: el verme envuelta en sus h<>•• i u i pequeña hermana en el momento de su mayor felicidad; que
tilidades. Y no podía pensar en remediarlo. Trabajar, allí... crear me declaraba incapaz de participar en tal fiesta; que me expulsa-
alguna escuela, algún curso para las madres que dejaban mom • ba del grupo de las criaturas fieles, deseosas, amantes...
dos tercios de sus hijos, difundir libros... ¡Qué pena! N o habría Algo en m í se agitó, algo nuevo e indescriptible. Una con-
tenido la energía de imponérselo a m i marido, y nadie, nadie moción sorda, sin una razón clara, me invadía continuamente.
podía ni quería ayudarme. I Ina necesidad de dulzura, de ternura, un anhelo confuso de
La boda de m i hermana marcó la primera crisis de dolor di 11 I M >csía, de colores, de sonidos; una languidez por la que m i ser
nueva fase de m i existencia. En los últimos meses, no sé por qu< i veces se veía atrapado por el sueño de éxtasis desconocidos...
había acariciado la idea de una posible ruptura entre ella \ I 1 uando volvía en mí, no podía volver enseguida a ver la reali-
novio. ¿Falta de confianza en el amor? ¿Celos por la felicidad di I id por completo. El niño me apretaba el pecho con frenesí,
los demás? ¿Temía que, para ella, como antes para mí, fuera uní lin manifestar sorpresa alguna, y se abandonaba a m í con toda
ilusión, una autosugestión? Después, en las semanas anteriori II luerza de su corazón, deseoso de verme sonreír. Deshacién-
a la boda, había visto a la chica feliz, ávida por acoger el dest ino dome de su abrazo, descubría en los dulces ojos fijos en m í la
forjado con sus propias manos. La vi concentrada preparando lll piegunta ansiosa... ¿Por q u é le transmitía de esa manera m i
ajuar, ayudada por nuestra hermana pequeña que parecía igual mal a la pequeña criatura pidiéndole lo que no podía darme?
de contenta. Y pensé en nuestra madre: ¿quizá había sido ella Por qué le pedía, ajena a él, todo el amor que le faltaba a m i
también así? ¿también ella se había abandonado confiada a l l vida? M i madre, mis hermanas, otras sombras de hombres y de
ilusión del amor eterno? mujeres que habían pasado por m i lado y se habían ido, sin co-
Y fue al ayuntamiento una tarde, a última hora, acompañad • noeerme, sin vislumbrar en m í lo que de profundo y de verdad
solo por m i hermano, ya que el esposo había evitado la com 11 ilbergaba. Nadie me había ofrecido nada para desarrollar m i
nía de m i marido y, como consecuencia, la mía. Papá, que se i ipacidad interior; nadie había llorado por m í , por m i causa;
había mantenido firme en no querer dar su consentimiento | \r m i parte, yo no había hecho nada por nadie, no había
también había negado la mínima dote, viendo partir a la (in- 11 .i ido sonrisas, no había contribuido a una victoria, no había
durante tanto tiempo había sustituido a la madre en la casa, a l l secado una lágrima.

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Y entonces me pareció que todos los tesoros que no hfl ÉCsada tumbarse a m i lado; en el silencio, alguna palabra que
bían salido de m i alma, ahora la oprimiesen, la asfixiasen minia expresar pasión, embriaguez; y estaba en su poder... Yo
¡Ah, c ó m o sentía que aún las poseía, todas esas fuerzas inta« u I I n 11 id ía la cara en la almohada... ¡Oh, la sublevación y la exaspe-
¡Cómo temblaba ante la posibilidad de que el grito insurgen! m lón de todo m i ser! Náuseas, odio hacia él y hacia m í misma,
de m i naturaleza desesperada saliera y llenara el desconot i d«n v al (inal, un siniestro resplandor: ¡la locura!
silencio de los días y de las noches! Si la revuelta no era posi- El hombre se dormía a m i lado. Escuchando su respiración
ble, ¿para q u é quejarme? ¿Por qué durante la dulce primavi | ( l»iolunda, yo permanecía insomne durante horas. La mente,
al lado de la flor humana de m i vida, m i único bien, en el veté u n . ntras tanto, continuaba el intrincado y doloroso ajetreo; y al
canoro del jardín, yo cedía a las tentaciones nostálgicas, evm a l u II m 11 e del cerebro algo aumentaba, parecía que explotase.
los rostros perdidos y dibujaba otros nunca vistos, otorgando l« I Esta es m i vida. Ser utilizada como un objeto para el placer,
voces acaloradas y fraternas que sobresaltaban m i corazón? Poi la M U Í i r reprimida m i esencia íntima. Y ver los días suceder a las
noche, esperando a que m i marido se uniera a m í en la cama q m i i " lies, uno tras otro, sin fin.
había albergado tantas miserias, y alejando con el pensamiento 1 )e hecho, pasaban las semanas, los meses. M i padre se fue
su llegada, ¿por q u é sentía que la convicción de un derecho n u n ll linitivamente del pueblo a Milán, acompañado de los dos h i -
ca satisfecho invadía m i sangre? Y ¿por qué también penen al» i m menores. Los esposos fueron a establecerse al Véneto. Nadie
en m í un inmenso impulso de conquista, las ansias de alean/.o «le m i familia quedaba en el pueblo. En Pascua nos acomodamos
y de conocer el placer de los sentidos, que ennoblece y embellfl «ii la casa que había dejado papá, hermosa y cómoda, rodeada
ce la materia humana; esa fusión de dos cuerpos en un suspm. p»»i un gran jardín. ¡Pobre papá! U n poco de su alma se había
de felicidad del que el nuevo ser toma el impulso para la \i«li quedado allí; en aquel embrollo verde, en aquel triunfo un poco
triunfante? salvaje de la irracional vegetación, él había utilizado allí lo que
¡Qué lejos e incomprensible me parecía, en aquellos momefl n o podía dar en otro lugar: su necesidad de belleza, su búsqueda
tos, la mujer tranquila y sin anhelos que yo había sido hasta | f originalidad, de simplicidad y de verdad. ¡Cuántas medita-
hacía pocos meses! Tan desligada de m í como aquella otra, la qtfl «iones confusas, solitarias y orgullosas ante aquel pueblo mudo y
en tiempos remotos había dejado que hombres insustanciales m llorido! Y el tiempo había transcurrido también para él, se había
tentaran darle significado a la esencia de la humanidad. Lúcida » MÜdado el intrépido organismo de pensamientos y de energías
inexorablemente, por primera vez, en el gran desierto espiritual " ' i i el que había transformado toda una población, sacudiéndo-
que se había formado a m i alrededor, el sentido de la vida se m« la de una inercia secular y dirigiéndola hacia nuevas metas. Solo,
desvelaba: A r m o n í a . . . nada más; una conciliación de toe i I | s i n u n a voz fraternal que respondiera a sus ideas o que las con-
energías asociadas: sentidos y razón, corazón y espíritu... trastara, él pidió en vano al culto de la naturaleza los beneficios
Sin embargo... el hombre cansado o malhumorado ential» • «pie n o supo extraer del amor de los suyos.
en la habitación oscura, encendía la luz, se movía sin mirar si v«> Ahora m i hijo reinaba feliz en el lugar del abuelo. Con la
dormía; después, mis ojos estaban cerrados y yo sentía una m a | • i única de tela natural que le llegaba hasta las rodillas, con la cara

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encendida, los ojos celestes brillantes bajo las mechas de pelo de
Algunas noches, desaparecían todos y me dejaban sola: lle-
reflejos dorados, parecía un Sigfrido en miniatura cuando irruín
vaba al niño a la cama y después me h u n d í a en una butaca de
pía con el sol en la habitación donde yo leía o fantaseaba duran
paja en el jardín. La profunda bóveda tachonada de mundos si-
te la mayor parte del día. El era m i único compañero. Solo el
meiosos atraía m i mirada de forma magnética, pero el misterio
compensaba el contacto frecuente y penoso con la familia de n u
del universo rio me tentaba en aquellos momentos, una angustia
marido. A la suegra, muy envejecida, casi no se le podían perdo
humana, precisa y acuciante me poseía por completo: la amar-
nar ya las irritantes exclamaciones de maravilla que le suscita!u
gura sin nombre de m i soledad; el vago temor a una posible
siempre la visión de la casa, del jardín y del huerto:
muerte, cercana, allí entre tanta gente hostil y extraña, sin haber
—¡El paraíso! ¡Estás aquí como una reina! ¡Ah, m i hijo, final
dejado una huella de m i alma... Tanto espacio en el cielo y yo
mente se ha hecho justicia!
incadenada, doblegada bajo un yugo despiadado, y solo capaz
Con respecto a m i cuñada, aún más seca y malintencionada
de un llanto sereno...
después de la muerte del doctor, quizá era capaz de intuir que v<
Volvía en m í e iba a la habitación del niño dormido. Tan
sufría y naturalmente disfrutaba de m i sufrimiento; pero hai ía
plácido y confiado en esa noche llena para su madre de escalo-
ver que me creía feliz, también ella.
li ios. Si al menos él estuviera a salvo, ¡mi único tesoro! Si pudiera
M i marido no escondía su satisfacción al sentirse objeto d.
•bisar que al menos él sonreiría siempre a la vida al igual que en
admiración, casi de veneración para los suyos. Todo en él, i o n
•ai sueño infantil.
una constante e increíble progresión, me molestaba ahora: e n la
Parecía, en aquel sueño, pedirme perdón. M e llevaba a los
mesa, en el jardín, por la calle, me parecía ver por primera vez
labios la pequeña mano. O h , nada tenía que perdonar a la cria-
este o aquel gesto insoportables.
u n a que un día quizá me diría: «¡Pobre mamá, te has sacrificado
La m o n o t o n í a de los días se veía interrumpida a veces poi l l
por mí!». N o obstante, un vago sentimiento de culpa no dejaba
visita de algún cliente importante o corresponsal de la fabril |
de atormentarme. ¿Cómo crecía él en una relación como la que
Era necesario invitarlos a nuestra mesa, y se iban de ella maravj
manteníamos su padre y yo? En la casa era el único que sonreía
liados por la distinción de nuestro ambiente familiar. M i m a n
espontáneamente: ¡pero tan raramente! Adoraba los libros que
do intentaba entonces mostrarme que me estaba agradecido: I
veía entre mis manos, y tenía el sentido de una vida ideal que
cortaba al primer instante. Herido, se encerraba en sí mismo v
solo yo personificaba a su alrededor. Pero quizá ya era conscien-
no salía de ahí nada más que para herir a su vez, con palabia.
te de las decepciones que el destino le preparaba. Demasiado a
sarcasmos, mofas sobre todo aquello que me importaba. El niño
menudo, durante las horas más oscuras, yo lo maltrataba, en
escuchaba con una sombra de sorpresa en sus profundos o o i |
un desahogo salvaje de m i naturaleza atormentada, exigiéndole
algunas veces una presión de las manitas me ofrecía, en sileni ÍO
m a s de lo debido, obligándole a concentrarse en su cuaderno,
ayuda. Notaba con felicidad y dolor que él no manifestaba m o
piohibiéndole un pasatiempo legítimo; demasiado a menudo,
guna confianza por aquel padre siempre ceñudo y siempre COA
lo descuidaba, dejándole jugar solo en el jardín, o correr hacia la
una opinión diversa a la de mamá.
Bórica, o aburrirse sobre una alfombra pintando con acuarelas

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viejos grabados de periódicos sin escuchar sus llamadas. A mí l i u ida desesperación. Quizá pensó que su padre no habría queri-
me faltaba la voluntad constante de la verdadera educadora, la do o podido acogerla; que la miseria la esperaba; que su corazón
serenidad de espíritu para guiar esa pequeña existencia; no podl • • habría hecho pedazos alejado de sus criaturas o de aquel que
concentrarme por completo para tener en cuenta sus necesida había tenido toda su juventud. ¡Ella lo había amado! ¿Lo amaba
des, para prevenirlas y satisfacerlas. En ciertos instantes me odia aun? Se había quedado por nosotros; por el deber, por el temor a
ba al ser consciente de ello. Por tanto, ¿cuan miserable era si no m ocharnos decir algún día: «¡Nos has abandonado!».
conseguía, una vez aceptado el sacrificio de m i individualidad, Nunca sospeché que m i madre se hubiese encontrado en al-
olvidarme de mí misma, para dedicar todas mis energías a aque- g ú n momento en una situación similar. En Milán, m i precoz
lla individualidad que se formaba a m i lado? inteligencia no había podido percibir nada. Si hubiera tenido
Así había sido m i madre con sus hijos... U n día extraje di algunos años más, mientras ella estaba en sus cabales, cuando en
una cajita algunos viejos papeles de ella, que me había entregado <lla la vida reclamaba sus derechos contra la fatal seducción del
mi hermana pequeña antes de su partida del pueblo. N o había m i iHcio; ¿i hubiera podido sorprenderla durante aquella noche,
tenido nunca el valor de hojearlos. Eran cartas de parientes, 11 « M uchar de su boca la pregunta: «¿Qué debo hacer, hija mía?» y
tas de la compra, notas sin sentido, borradores de lo que ella icsponder también en nombre de mis hermanos: «¡Vete, mamá,
vele!».
escribía a sus padres, a su hermana, a su marido; alguna poesía
suya, también, de sus años jóvenes, sentimental, romántica y, sin Sí, le habría respondido eso, le habría dicho: «Obedece la
embargo, llena de una trágica sinceridad. El espíritu materno • d e n de tu conciencia, respeta sobre todo tu dignidad, madre:
se me manifestaba en aquellos papeles sueltos tal y como yo lo né fuerte, resiste lejos, en la vida, trabajando, luchando. ¡Man-
había reconstruido penosamente solo con la intuición durantf i< n i e lejos de nosotros, sabremos valorar tu sacrificio de hoy!
los días de su decadencia. •hórranos el espectáculo de tu lento deterioro, de esta agonía
Y una carta me quitó la respiración. Se remontaba a Milán q u e sientes de forma inevitable!».
estaba escrita a lápiz, de una forma casi ilegible, de noche. Mainil ¡Pobre de mí! Eramos nosotros, sus hijos, nosotros, los i n -
anunciaba a su padre su llegada para el día siguiente; decía • in- Ibnscientes que la habíamos dejado enloquecer. Si ella se hu-
terna preparado el baúl con las pocas cosas que tenía, que había m a a ido, si nuestro padre no nos hubiese permitido alcanzarla;
estado ya en la habitación de sus hijos para besarlos por última habríamos sabido que estaba viva y después de diez, veinte años,
vez... u n í podríamos haber recibido de ella los beneficios de su espíri-
«Debo irme... aquí enloquezco... él ya no me ama... \ t u liberado y fortalecido...
sufro tanto que ya no sé querer a mis hijos... debo irme, irm< ¿Por qué en la maternidad adoramos el sacrificio? ¿De dónde
Pobres hijos míos, ¡quizá es lo mejor para ellos!». pmviene esta inhumana idea de inmolación materna? De madre a
La carta no estaba terminada y, por supuesto, no había i-1 luía, desde hace siglos, se transmite la servidumbre. Es una cadena
ni reescrita ni enviada. La desgraciada no había tenido el valot di •Monstruosa. Todas tenemos, en un cierto momento de la vida, la
cumplir el propósito que se había impuesto en un m o m e i m - di l i n t icncia de lo que hizo por nuestro bien quien nos procreó; y

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siendo conscientes de ello, el reproche por no haber compensado i veces me sorprendía con una expresión demasiado intensa y
de forma adecuada el holocausto de la querida persona. Entoncci, espantosa para ella; en m i rostro, que para todos seguía siendo
plasmamos en nuestros hijos todo lo que no dimos a las madre*, el de una niña sabia. Y aventuraba algún consejo, algún exor-
renegando de nosotras mismas y ofreciendo un nuevo ejemplo ele i limo: «trabaje como en los buenos tiempos, tenga esperanza,
mortificación y de desolación. ¿Y si de una vez por todas la cad< 11 < tenga fe...».
se rompiese, y una madre no suprimiese de sí la mujer, y un hijo Las palabras piadosas me enternecían. ¿Qué extraña intuición
tomase de la vida de ella un ejemplo de dignidad? Entonce había en aquella simple alma devota? Quizá era la influencia de
empezaría a entender que el deber de los padres empieza m i u ho mi presencia constante: con m i taciturnidad, m i inquietud, con
antes del nacimiento de los hijos, y que su responsabilidad se su n Lis resonancias que tenían las palabras de índole familiar que de-
te «antes», cuando la vida egoísta nos apremia, autoritaria y sedut bía dirigirle. Yo la fascinaba, la hechizaba y la transportaba hasta
tora. Cuando en la pareja humana se tuviese la humilde certeza (ll el oscuro círculo de mis sensaciones.
poseer todos los elementos necesarios para la creación de un mu \ i ¡Ah, poder influir libremente en todas las criaturas ávidas de
ser íntegro, fuerte, digno de vivir; desde aquel momento, si tic n- salvación, poder ofrecer una sonrisa, una esperanza, cierta ener-
que haber un deudor, ¿no sería este el hijo? gía a quien ignora y gime y muere!
Por eso que somos, por la voluntad de transmitirles a ello| La fuerza de m i emoción se volvía pura, sublime, y se elevaba
una vida noble y bella, deben estarnos agradecidos los hijos, no con las albas y las puestas de sol, con los pensamientos nobles y
porque después de haberlos hecho surgir ciegamente de la nad I con los versos de los poetas. Eran inmersiones en el sol, escaladas
renunciemos a ser nosotros mismos... I sublimes cimas de hielo, montones de flores ideales; momentos
Aquella noche no dormí. El confuso problema de concient l l de alegría perfecta, como la sensación repentina de una fresca
vislumbrado por primera vez en Roma se me imponía ahora con caricia de viento primaveral que nos iguala a las nuevas frondas,
una lucidez implacable. Y durante días, durante semanas madu nos hace palpitar como ellas por el solo placer de vivir. Surgía
ré en el espíritu lo que aquella noche había «visto». en mí la convicción de que el genio es eterno solo en cuanto
Había formulado m i ley, que habría actuado, me habría in su lenguaje es incansablemente un testimonio de la humildad
vadido, se habría convertido en instinto, en acto, y un día s i n y de la dignidad humanas. Pasan las épocas, decaen los sueños
esfuerzo la seguiría, como la golondrina sigue las corrientes <l. y las certezas, se transforman nuestros anhelos; pero permanece
la primavera. invariable el poder del amor y del dolor en la criatura terrena,
Exteriormente estaba más tranquila, en ciertos momentos | | invariable la facultad para exaltarse al comprender las voces fra-
idea se apoderaba tanto de mí que ya no la consideraba nada m á s ternas en el espacio en apariencia desértico.
que en abstracto, sin aplicarla a m i caso, tan límpida y natural
era en su verdad, tan lejana de m i experiencia y la de todos. Llegado el otoño, entre m i marido y los empleados, como un
Nadie se daba cuenta. Solo la sirvienta, la buena vieja ya d e s año antes entre estos y m i padre, la discordia aumentó. Mien-
de hacía tanto tiempo acostumbrada a observarme en sileiu n>. t ras los negocios de la fábrica seguían proporcionando beneficios

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considerables de los que el director percibía un buen porcentaje, Im mana. Ya desde pequeña sentí de forma vaga cómo en la ciu-
los salarios seguían siendo mediocres y las condiciones de traba!» dad el hombre desafía sin descanso y con soberbia a la naturaleza
durísimas: m i imparcialidad se revolvía. Una oscura vergueo/.i limitada e insuficiente para él. En realidad, delimitando en cier-
me invadía cada vez más por el hecho de permanecer allí, i n e i i< to modo su prisión, el hombre se siente entre los muros de la
e inerme. Algunos trabajadores que pasaban ante la verja del jal ciudad más libre y poderoso que bajo el infinito cielo estrellado,
din, en grupos, saliendo de la fábrica con una sonrisa descanta m í e ante el mar o la m o n t a ñ a indiferentes hacia él. Eso explica
y despreciable, me parecían más dignos de respeto que yo. Y m también la ostentación del progreso que las metrópolis ofrecen.
casi ni osando salir de casa, el gran jardín en la ostentación ota Claro, aquí como en Roma, como en el pueblo, casi siempre
nal me veía vagar durante horas como una sombra. ¡Mi madfl el motivo de un esfuerzo era egoísta: los seres se oprimían, corrían
¿No me dirigía hacia ella? ¿no vivía ya un poco como ella? v parecían indiferentes los unos a los otros. Pero una muda agi-
Un malestar, un agotamiento general me invadieron. Uní 1 u i o n de las conciencias se entreveía a través de aquella tupida y
duda me atravesó por un instante la mente: ¿iba a ser madre d« tumultuosa red, en los grandes suburbios de los trabajadores, en
nuevo? las escuelas, en los mítines; conciencias que se dirigían hacia una
El terror del que me vi invadida me hizo ver una vez más l.i visión aún confusa, que encontraban estímulo para el trabajo en
dimensión de m i miseria. algo no tangible, en un sentimiento de reciprocidad, de solida-
¡Oh, escapar, escapar! 1 i d i d con el pasado y con el futuro, en una verdadera expansión
Volví a pedir a m i marido algo que ya me había negado: qut d e l amor en el espacio y en el tiempo. Y algunos hombres y al-
me dejara ir junto a m i hermano, a Milán, durante algunas | | gunas mujeres, con una tranquila paciencia, promovían casi ellos
manas. •.oíos aquella germinación. Una correspondencia ideal existía en-
Cuando obtuve el consentimiento, el miedo de una nuevi tre ellos y m i vieja amiga de Roma; ya en ella había admirado y
maternidad había desaparecido. M i marido también había in envidiado el poder de incitar e influir que una fuerte voluntad
tuido mi duda y en pocos días la tensión entre nosotros se hábil altruista puede ejercer en una ciudad moderna.
vuelto insostenible. Nos separamos sin mediar palabra alguna: el Iba con m i hermana a visitar los lugares donde se habían
tenía un aire de desafío amenazador. iniciado los intentos de reforma, donde se esbozaban los esque-
La ciudad me acogió de nuevo. Esta vez, era la ciudad de mi mas de la convivencia humana venidera, y observaba con recelo
juventud. Aun renunciando a buscar por las calles y por los |.n el deseo que se desarrollaba en ella de participar, aunque solo
diñes a aquella niña de quince años, me sentí rodeada por mis fuera un m í n i m o , en la acción, y de no pasar por la vida inex-
recuerdos, por una atmósfera familiar: las calles sumergid is efl perta y estéril. Desde que había llegado a Milán, había llevado
la niebla, las plazas de perfiles vagos, las hileras de farolas .1 l<> una existencia melancólica, demasiado sola siempre y sin ocu-
largo del Naviglio desierto me mostraban la misma fisonomía di paciones. Papá viajaba casi siempre, enfermo de inestabilidad,
entonces. Allí había recibido de m i padre el primer signo de m intranquilo e insatisfecho. Nuestro hermano trabajaba en una
telectualidad, allí entendí el respeto, casi el culto, por la energl ¡ lábrica y esperaba poder llegar pronto a mantenerse por sí solo

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y poder hacerse cargo de la hermana menor. Iba a la UniversitI soledad en el pueblo se manifestaba ahora con formas limpias
Popolare, leía mucho, tenía algunos compañeros interesantes; v transparentes. Casi una alegría pura de creación me invadía
pero sabía que descuidaba un poco a su hermanita. «Necesitaría «ilando contemplaba en m i interior el ideal de criaturas que ya
una amiga. ¿Qué puedo hacer yo por ella?». Ella escuchaba, c o n n o llevaban en las venas como yo, como mis hermanos y m i
sus grandes ojos dilatados, dulce flor de juventud que oscilaba Ijo, una sangre en constante lucha; en el que una única volun-
entre el entusiasmo y la depresión, a causa de la ausencia de tad hablase con el ejemplo y el recuerdo de los padres amantes
un estímulo constante, enérgico y tierno a la vez. Temía ser la v eficientes, con la esperanza de una cada vez mayor serenidad
víctima extrema del error que había unido a nuestros padres, d e de vida.
llevar su irremediable desidia en el propio carácter. Repetía: «¡SI En el futuro, en el futuro. La certeza de un futuro así había
te tuviera cerca más a menudo!». Y parecía escudriñar m i alma, Ido surgiendo en m í inadvertidamente quizá desde m i adoles-
interrogando al futuro. cencia, quizá antes, cuando la atmósfera triste de la casa donde
Con alegría y miedo a la vez vi en ella el anhelo de su espírii11. dos corazones habían dejado de comprenderse había llevado a
principio de una más alta existencia de la que yo era en parí mi alma a buscar la pasión. ¡Cómo la había perseguido m i tem-
responsable. ¿Los esfuerzos de ella y de su hermano, se verían peramento lógico y absoluto contra todo obstáculo! A veces, un
coronados por una victoria? Ambos representaban para mí al 1111 ¡miento de admiración casi ajeno a m í me invadía a causa
hombre y a la mujer de hoy a las puertas de la vida, su triste/.i del camino que estaba recorriendo; tenía una rápida intuición
y su esperanza. Mientras la una aún debía romper los víncU ile que yo representase algo raro en la historia del sentimiento
los exteriores e interiores para conquistar su propia identidad) humano, de estar entre los conocedores de una verdad mani-
el otro necesitaba ser visto, ser mirado a los ojos por ella como i !< stada aquí y allá a dolorosos privilegiados... Y, pensativa, me
un alma que sabe y quiere. ¿Encontrarían cada uno de ellos a • |ncguntaba si un día conseguiría expresar, para la salvación de
persona que podía acompañarlos en la vida y que fuera par tic i|>» míos, una palabra memorable.
de todas sus alegrías y de todos sus dolores? En ciertos m o i m n
tos me decía a m í misma que me consideraría afortunada cu mi
desventura si pudiese encontrarme, antes de morir, con algun.i
pareja humana perfecta. Pensaba en los dos jóvenes prometidoi
que vi el día de la muerte de m i amiga en Roma. Sí, alguni
ya existía, y rápidamente podría suscitar otros ejemplares .1 u
alrededor. En m i fantasía, mientras tanto, eran un tormeni.» |
consuelo a la escuálida condición en la que me encontraba. Y m e
cantaban en la mente las palabras que los poetas aún no dec i.m
Entreacto de la vida. Me sentía audaz, voluntariosa y fin-11 -

Todo lo que había acumulado en m i alma durante los mesei I

210 211
estaba curado, pero el médico prefería que siguiera en reposo, lo
que no era posible.
La narración se interrumpía con breves y ahogadas blasfe-
mias, expresión familiar de sus penas. Escuchaba en silencio,
incapaz de ser verdaderamente consciente de la realidad. Él se
levantó, me cogió entre los brazos, con una vacilación casi res-
petuosa que no le conocía; buscaba mis labios, instintivamente
agaché la cabeza, él colocó la boca en la parte alta de la frente
murmurando:
—Eres buena, t ú . . . tan buena... no te merezco...
Tumbados, su deseo exhalaba un aliento caliente alrededor
Mi marido me recogió en la estación del pueblo un poco mole-, de mis miembros... Una frase remota, el recuerdo de una sonrisa
to. Se ocupó especialmente del niño durante el trayecto a caM amarga en la cara de la doctora, un día, en Roma, me relampaguea-
En casa la sirvienta me envolvió con una mirada trepidante que i o n en la mente. Y un ímpetu indomable, salvaje, de defensa, me
me sorprendió. Pero estaban allí también m i suegra y m i cuñada invadió. El desistió después de un instante y yo permanecí tem-
tuve que poner la cara de tranquilidad y de amabilidad que usa blorosa durante mucho tiempo como salida de un baño de llamas.
ba con ellas, asistiendo a la bienvenida que le prodigaban al niño A l día siguiente vino el médico de un pueblo cercano; habló
un poco reacio y cansado. Observé a m i marido y me sorprendí» | de reposo, de curas, y se fue envolviéndome con una mirada
encontrarlo increíblemente envejecido, con las marcas de un de ambigua.
terioro interior, y por fuera, una máscara pálida y contraída. ¿El a También la sirvienta tenía un modo extraño de mirarme, o
posible que solo hubieran pasado pocas semanas desde que nos más bien, de apartar sus ojos de los míos. Finalmente, se le es-
habíamos separado? Me parecían años, más incluso; me para f¡ (apó que el señor había estado unos días en la ciudad después
que nunca le había pertenecido, tan lejano y extraño lo senn.i de mi partida, y que a la vuelta había enfermado. Aunque no le
de mí. pregunté, añadió:
Cuando nos quedamos a solas, él me contó de una indispo — N o me haga decir m á s . . .
sición que había tenido durante m i ausencia. Hablaba coníiisa | No era necesario. La fantasía dibujó para m í entonces una
abundantemente. Se trataba de algo leve, una recaída, decía, en escena de trazos ambiguos: el hombre que un día de enfado va
una infección que había tenido muchos años atrás, cuando eri a llamar a una puerta infame... V i la vergüenza de él con sus
soldado... Algo me cruzó la mente, como una confusa reminil la miliares, su resolución de esconderme todo, los subterfugios...
cencia de palabras escuchadas, ¿cuándo?, ¿en qué ciudad?, ¿poi Q u é podía sorprenderme de todo esto? Nada; como si un re-
la doctora? «Algo sin importancia», repetía, «sin consecuencias- iiato a cuya ejecución he asistido día tras días se me mostrase
Había tenido que estar en reposo durante algunos días. Ahofl Imalmente completo y perfecto.

213
Y no le dije ni una palabra: mis labios no se habrían podidl dulce pesimismo tejido entre lágrimas y gruñidos reprimidos;
abrir aunque hubiera querido. Hice que prepararan en una lia i al final, un famoso escritor nuestro, uno de mis ídolos de la
bitación al lado de la del niño una cama para mí, y por la tardl , adolescencia, a quien hacía poco se le había muerto un hijo de
antes de que él saliera a su habitual paseo por la fábrica, lo obser- Minte años suicida, víctima quizá de la discrepancia entre los pa-
vé. Él palideció un poco, pero quizá estaba preparado y mostfl d n v Símbolos sangrientos de la vanidad del sacrificio, ejemplos
no darle importancia al hecho: terribles del castigo que incumbe a toda conciencia que reniega
—¡Cuestión de días! — g r u ñ ó . de sí misma.
Una profunda repugnancia me dominaba cada vez qu< | | ¿ N o era yo una de esas conciencias? N o me habían sido su-
veía volver a casa. Él mantenía un aire de víctima molesta l'uentes el razonamiento y la persuasión íntimas. Había segui-
parecía no intuir nada nuevo en mí. Se complacía escuchad d o perteneciendo a un hombre al que despreciaba y que no me
do y experimentando los consejos empíricos de su hermana I .miaba. De cara al mundo llevaba la máscara de mujer satisfecha,
mientras apenas se quejaba de las enfermedades que atacaban I legitimando en cierto modo una esclavitud infame, santificando
quien menos se lo espera, se desfogaba con acrimonia c o n t i .1 1.1 una mentira monstruosa. Por m i hijo, por no correr el riesgo de
socialistas que intentaban durante aquellos días convoca 1 úm «i privada de m i hijo.
huelga. A veces, sorprendiéndome sentada junto al niño, c o n I Y ahora, última vileza que ha vencido a tantas mujeres, pen-
cabeza apoyada en su cabecita, decidida a contarle una histOlM al >a e n la muerte como en una liberación. Me forzaba también
o a comentarle un grabado, tenía una contracción malvada 11 a dejar, para morir, a m i hijo. N o tenía la valentía de perderlo
los labios y no reprimía burla alguna. ¿Quería hacer de aqm I para vivir.
pobrecito también un literato? Y en ciertos momentos como un aire de locura me atacaba.
Ahora, estudiaba al pequeño, y la intimidad de nuestros 11 T o i la noche, después de haber soportado la conversación con
razones parecía aumentar en aquel despertar de su inteligem 11 los parientes, si me quedaba a solas frente al hombre que me hu-
en aquellas primeras emociones del pensamiento. Mientras él en millaba con sus miradas y con sus intentos de reconciliación, me
la mesa hacía sus ejercicios, yo escribía o leía interrumpiendo!n. dejaba llevar y le lanzaba palabras cortantes contra los lamentos
para responder a sus preguntas. Eran minutos de dulzura \. que él soltaba sobre la crisis de la industria y el comportamiento
paz. Después, cuando él me dejaba para irse a jugar, una í r i a l d i 1 de los trabajadores. M i voz se volvía aguda, casi perdía el signi-
me invadía. lu ado de mis palabras. Entonces, una vocecita me interrumpía
En aquellos días hojeaba con una extraña voluntad el / Harté de repente:
íntimo de Amiel. Fantasmas poblaban m i estudio, se me apai — ¡ M a m á ! — . Y después de un momento—: ¡Ven, mamá!
cían delante entre las plantas del jardín o en medio de las < allí Me estremecía, me dirigía a la oscuridad de la pequeña ha-
principales o a la orilla del mar: m i madre joven junto ala CUfl| l)iiación donde estaba acostado el niño. El veía m i sombra en el
de mis hermanas en el acto de aceptar su suerte atroz; aquí | \ a n o de la puerta, me llamaba de nuevo más bajito:
filósofo enfermo, agachado sobre su escritorio expresando a i —¡Mamá!

214 215
Y cuando me notaba cerca de la camita, sacaba los brazos, m< Por la mañana, después del eterno viaje nocturno, encontré
aferraba el cuello, me acercaba la cabeza al lado de la suya. E l esperándome bajo la oscura marquesina a m i padre y a su her-
silencio, me pasaba una mano sobre los ojos, sobre las mejillas, mana. Me preguntaron por m i estado, m i padre se quejaba de
sentía el temblor de los dedos tibios y suaves... ¿Qué quería m i los ferrocarriles, la tía le reprochaba no haberme besado a ú n . . .
adorada alma? Asegurarse de que yo no lloraba, de que papá t i l ¡ lautos años sin sentir los brazos paternos alrededor del cuello!
me hacía llorar... Me tiraba en la camita y los sollozos aumem | El tío había muerto por la noche.
ban, irrefrenables; los ahogaba en la colcha, sintiendo de nuevo Había desaparecido una criatura de m i pasado, quizá la única
la palabra temblorosa: «¡Mamá!» y m i cara bañada en lágrimas que había pensado en m í como en una planta de la antigua estir-
mías, suyas... Rogaba de corazón: pe. Notaba un vacío, y a la vez como un sentido de liberación...
—¡Perdón, perdón, hijo!—. Y durante mucho tiempo m. De esta manera las nuevas generaciones cuando se separan de las
quedaba allí, agachada, sin palabras, esperando para el pequen»» viejas sufren y sueñan.
un sueño piadoso, y para m í la atonía que sigue a la crisis. Me quedé en Turín tres días. Alrededor del cadáver resopla-
ban las ansias de los sobrinos, herederos directos, y las de otros
Un día llegó un telegrama que anunciaba las condiciones deses- innumerables parientes... Me sentía aliviada cuando papá me
peradas de un tío mío de Turín, hermano mayor de m i padu . arrastraba lejos del lúgubre espectáculo, para caminar con él por
que siempre me había demostrado su afecto en todo momento v las queridas y tranquilas calles de su ciudad natal. Él me habla-
en cualquier acontecimiento, y más de una vez me había benc ba un poco cansadamente, y parecía que ambos asistiésemos a
ficiado con regalos y préstamos de dinero, especialmente en los una vuelta a la ternura, con moderado asombro, resignados a
momentos difíciles en Roma. Él era lo opuesto a m i padre, c o n verla desaparecer enseguida. Eramos bastante autónomos papá y
todas las características del burgués trabajador, limitado en las yo, cada uno en su calle equivocada. N o podíamos intercambiar
ideas, fiel a las costumbres, satisfecho de sí mismo, pero pro!un nejas o consejos, ni creer posible una ayuda recíproca futura,
damente bueno. A él debía tantos recuerdos de la infancia y, a un día de redención o de desastre; nos limitábamos a escuchar
pesar de la gran diferencia de principios y de sentimientos, siem lo que quedaba en nosotros de los entusiasmos comunes de un
pre me había conmovido en cada encuentro con el querido viejo, tiempo, y a observar lo que aún teníamos de idéntico en los ins-
gordo, sonrosado y huraño, a quien una veintena de sobrinos, tintos y en las tendencias.
hijos de varios hermanos y hermanas, colmaban de atenciones. Fue él quien me comunicó el contenido del testamento: a m í
¿Habría llegado a tiempo para verlo por última vez? ¿Me rt me habían asignado veinticinco m i l liras, a mis hermanos solo
conocería? cinco. ¿Por qué? Sentí una amargura muy fuerte, el impulso re-
M i marido me hizo partir esa misma tarde, después de fingida-, pentino de dividir m i parte con los menos favorecidos. Y una os-
vacilaciones, dándome, con respecto a m i comportamiento con el cura sensación de vergüenza se mezcló con el disgusto; casi como
rico tío y los parientes, algunas recomendaciones que helaron toda si hubiese empequeñecido ante mis propios ojos por la posesión
mi espontaneidad. Ahora, ¿mi vida sería así para siempre? de aquel dinero no ganado con m i trabajo, por aquel privilegio,

216 217
Vino m i cuñada alegre y melindrosa; esperaba de m í noticias
que recibía no solo por encima de mis consanguíneos sino poi
que no me daba prisa por darle, y en un cierto momento no se
encima de tantos otros hermanos, propietarios únicamente de
resistió:
un par de brazos y de una voluntad de acción.
—¿Entonces somos ricos, eh?
A pesar de ello, superada la aguda y compleja contrariecl.nl.
Tenía la cabeza agachada sobre la casita de las marionetas,
no pude no pensar en la importancia práctica que el hecho supo
k la levanté. El niño no había escuchado, concentrado como
nía para m i vida. Yo adquiría la independencia material. Aquel I
•Miaba en el espectáculo; pero la estridente voz seguía, tapando
suma, poca cosa sí, habría sido suficiente para asegurar el susteo
las palabras que yo le sugería a mis personajes.
to de m i hijo cuando yo tuviese que trabajar para mantencnm
—¡Y nuestro querido hijo ahora tiene una fortuna más! ¡Ah,
a m í misma.
quiero verlo dueño del pueblo, un día!
Una cláusula del testamento establecía que solo se cumpliese
Los dos ojos color turquesa me miraron fijos ahora diciendo:
seis meses después.
bSigue, mamá, no le hagas caso; yo no escucho a nadie más que
Informé a m i marido al anunciarle m i regreso. Sentí podi I
| i i ; mi vida me la das solo t ú . . . » .
ser ahora más exigente con él; le exigiría vacaciones, viajes; pQ
Adelante, sí. Pero por la noche, estaba a punto de acostarme do-
dría comprar libros para mí y para m i hijo, sin mendigarle sieifl
lorida, cuando el hombre entró en m i habitación. Después de una
pre permiso...
Im ha atroz, sola en la oscuridad, invoqué, una vez más, a la muerte.
Una extravagante hipótesis surgió entre aquellos vagos pro
Y a la mañana siguiente le dije al niño, bajito:
yectos. Yo tenía, en alguna parte de la península, un amante; i m
— Q u i z á muera, ¿sabes? Pero tú no debes llorar, solo debes
unía a él de vez en cuando, me satisfacía de placer, de ebriedad
recordar...
después volvía a la casa triste a retomar el yugo que m i corazón
¡Morir!
de madre no conseguía rechazar. N o engañaba a nadie porqU)
Dentro de m i mente me parecía sentir como un nudo, duro y
mi marido sabía que lo despreciaba; satisfacía un derecho de m i
pesado que se movía, que crecía... Y un pensamiento se iluminó
ser, acumulaba fuerza para resistir, para soportar...
de manera siniestra. También él, m i marido, podría no existir
¡Locura! Podía quitarle el freno a la fantasía, pero si no \ i
ya... Los seres que se mueven a nuestro alrededor mueren. Es
claro lo que hacer, sabía demasiado bien lo que nunca iba a l u
como un aliento: desaparecen. Y todos los demás hombres cami-
cer; tenía la sensación de que el futuro ya existía dentro de m i
nan, lo miran a la cara, hablan y no lo nombran m á s . . . Es como
una solución, fácil o difícil, más o menos lejana, pero cierta, cea
si no hubiese existido nunca...
fatal.
Podría pasar así conmigo... Pero ¿y m i hijo?
Sin embargo, ahora, «después»... m i hijo y yo, solos... Así;
Llegué por la mañana. El niño jugaba con las marionetas, y l o
» a mi naba por la casa, m i casa: ¡nadie! Salía al jardín, a la calle...
acompañé sentándome con él en la alfombra. M i marido leía lol
A h í estaban el mar, los pueblos lejanos. Y en este mundo inmen-
periódicos, taciturno; no habíamos intercambiado aún ni m u
so, libres, libres, m i hijo y y o . . .
palabra.

21B 219
Era un sueño con los ojos abiertos. Cuando escuché la voz —Tengo que hacer los deberes...
del niño que llamaba a la sirvienta, me sobresalté. Me sorpren- Los ojos turquesa, puros, se encontraron con los del padre, tur-
dí sobre todo al no ver con terror el pensamiento de haberme bios, espantosos: hubo un momento de silencio. Inmóvil, ya no per-
imaginado todo eso. Escuché que abrían la puerta del jardín; m i i ib ta más que la presión de una pequeña mano un poco húmeda.
marido entró, era mediodía. Se acercó, me pareció que me miró Escuché un portazo, los pasos alejarse sobre los guijarros. So-
y retiró la cara. Me ocupé del niño mientras comíamos; después, los en casa, la triste tarde . . . El niño me secaba las lentas lágri-
a solas durante un momento, me dirigí a él. Sentí que se m e m a s , con un gesto dolorido, y me preguntaba:
endurecía la expresión: — ¿ Q u é quería, qué le pasaba a papá? ¿Por qué gritaba así?
—¡Tendré que cerrar la puerta de m i habitación! •Por qué te hace llorar siempre, mamá?.
El dio un puñetazo en la mesa. Después dio algunas vueltas —Debo irme, hijo mío; ¿ves?, debo irme...
por la habitación y se sentó temblando. ¿Qué balbuceaba? Él me puso las manos sobre los hombros,
— ¡ H a z lo que quieras! ion toda Ja violencia de su pequeño y agitado ser.
Se volvió a levantar de golpe y salió al jardín. Pero enseguida — M a m á , mamá, ¿yo voy contigo, verdad? ¡Dime, dime!
volvió a entrar vomitando un cúmulo de palabras infames. Ara No quiero quedarme a solas con papá, no quiero dejarte... ¡No
chada, agarrando al niño junto a mí, continuaba maquinalmen quiero, mamá! ¿Me llevas lejos de aquí, dime, lejos?
te señalando con el dedo las líneas del libro que leía. Interrumpí Y cayó sobre mi pecho, rompiendo en un llanto que me penetró
hábil
las blasfemias mirándolo directamente a la cara, le dije que la carne, un llanto de hombre y de recién nacido a la vez, que parecía
solo un remedio, lo que le había dicho hacía un año: separarnoi resumir todo el dolor del mundo... ¡Hijo, hijo! Te agarré fuerte, llo-
El se puso aún más rojo. Que me fuera, que me fuera, ¡enst ré contigo, tan desesperadamente, sintiendo que me rundía contigo,
guida encontraría a otra mujer para sustituirme! como si te acogiese en m i regazo y te lanzase por segunda vez a la
Calmada, proseguí: vida en una contracción infinita de sufrimiento y de alegría, com-
—Que así sea. Pero no en presencia de m i hijo. Me lo Llevan prendiendo la soberanía inquebrantable de nuestra unión, eterna...
conmigo, esperaré en casa de m i padre a que la ley regule el nue Escribí a m i padre para prevenirle. Después, volví a abrir el
vo estado de las cosas. libro que ya había consultado en Roma tristemente, el año an-
Él estaba junto a mí, al lado de la cristalera del jardín, levantd terior. Claro y simple era el código civil en sus artículos... Yo lo
el brazo, después lo dejó caer. Su cara estaba hinchada y roja. conocía. Pero solo ahora pensando en m í misma, en que yo era la
—¿El niño? —estalló—. ¡Inténtalo! encadenada y que ahora para m í la ley era como la puerta de una
La voz se había elevado, habría atravesado las puertas y llegfl cárcel, sentí toda su monstruosidad. ¿Era posible? La ley decía
do a la calle. El cuerpecito infantil a m i lado se sacudió poi u n que yo no existía. ¡No existía sino para ser defraudada por todo
temblor, se apretó al mío entre sollozos contenidos. i uanto era mío: mis bienes, m i trabajo, m i hijo!
—¡Y tú, levántate! ¡Ven conmigo a la fábrica, vamos! Días de tensión espantosa en los que, pese a no atreverme a
Enseguida la vocecita se opuso: recurrir a la única solución, concentré todas mis fuerzas. ¡Oh, no

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para defenderme de la rabia de m i verdugo, sino para domar mi El niño se me acercaba, me acariciaba las sienes sobre las que
propia pena materna por el horrible pensamiento de poder ser empezaba a haber algunas canas... Y el grito de m i sangre vencía
privada de la sonrisa de m i vida! Durante algunas horas no sentí por algunos momentos; era mía aquella criatura, yo la quería por
en mí ni siquiera ya un impulso, ni de revuelta, ni de resignación. encima de todo, quería conservar sus besos a cambio de m i salva-
Solo, de vez en cuando, algunas palabras: «Tú no amas y no eres ción y la suya. No podía, no podía pensar que él cambiaría, se trans-
amada: sois dos extraños. N o hay más que un deber». lormaría, sin que mis ojos se consolaran con su florecer, y que su
Después: «Tú conoces este deber». puericia, su juventud sonreirían a otros y nunca más a mí, ¡quizá!
Y además: «O ahora o nunca». Una vez le pregunté:
Era una voz implacable. En Roma, un año antes, la fugaz rebe —En lugar de quedarte aquí solo con papá, ¿irías a un i n -
lión había sido más que nada un ímpetu instintivo que me habí.i I«I nado?
sorprendido incluso a mí. Pero ahora, después de un año de t o i N i siquiera yo misma había barajado la idea de la reclusión
mentos y de meditación inflexible, después de la visión horripi para la criatura... Pero ¿y si hubiese que elegir?
lante del abismo, era una orden a la que debía obedecer, o m o n i El pobrecito dijo que sí con la cabeza... Empalidecía a me-
La casualidad, el destino, quizá la oscura lógica de las COM nudo, durante el día, al sonido de m i voz. Me preguntaba:
había querido que, finalmente, yo estuviera obligada a mostrar al — ¿ Q u é te escribe el abuelo? ¿Me dejará ir papá contigo a
hombre del que era esclava todo m i horror ante su abrazo. D e s Milán?
pues de diez años. ¡Miseria! El tirón furibundo de la cadena n o se Ahora él también dudaba. Pero cuando me veía salir aturdida
había producido durante las largas horas en las que me lace a al» de las disputas con el padre, o me sorprendía con la mirada fija
el alma; la carne había sido más rebelde, había gritado, se h a b í k el vacío, olvidaba su pena para animarme, para decirme que
desvinculado; a ella le debía m i liberación. < I m e quería tanto, que para él yo sería siempre la única, siempre,
Irme, irme para siempre. N o volver a caer en la mentira. ¡Pbl «iempre...
mi hijo más que por mí! Sufrir todo, su lejanía, su olvido, morí — M e recordarás siempre, ¿verdad? Si muriera, si tuviera que
pero no sentir nunca repulsión por m í misma, no mentir al )<» dejarte...
ven, criándolo, yo, ¡en el respeto a m i deshonra! —Sí.
M i hijo... ¿Pero podía el inocente ser condenado? ¿Cómfl No estaba ausente su alma mientras afirmaba entre lágrimas.
podía la ley querer que el pobre niño permaneciera unido al p.i N o buscaba en un misterioso laberinto el motivo de nuestro dra-
dre, que yo no pudiera protegerlo, educarlo, desarrollar en I ma. Se hacía a sí mismo una promesa que, escondida, un día
todo lo que ya había formado en su interior? u s urgiría y lo iluminaría.
Ese atroz dilema. Si yo me iba, él sería huérfano, piu - |
seguro que me lo iban a arrebatar. ¿Si me quedaba? Ano u n I uánto tiempo me mantuve en esa alternancia entre la lucha y el
ejemplo envilecedor para toda la vida crecería también él, entÉ .ilut ¡miento? Quizá dos semanas. En el pueblo algo se había divul-
el delito y la locura. gado; adiviné que se creía que yo me rebelaba por la enfermedad de

222 223
mi marido, que también era conocida y comentada. Había venido Finalmente, una tarde consintió que yo fuera a Milán, du-
su madre llorando: rante algún tiempo, pero sin el niño. De hecho, justo aquel día,
—Pobre mujer, no sabéis cuántas otras hay en vuestra sitúa- J mi padre me había escrito de nuevo, prometiendo que interce-
c i ó n . . . Fulanita, menganita... dería de la mejor manera posible para conseguirme al niño, y
Y m i cuñada: exhortándome mientras tanto a ir allí sola para interrumpir el
—Se sabe, debilidades. Ocurrió cuando era soldado... peligroso conflicto. Cuando tomé la decisión, m i marido em-
De hecho, ella una tarde sostuvo el brazo del hermano presa pezó a poner los ojos en blanco, a emitir sonidos inarticulados.
del paroxismo: Me acerqué a él, lo sacudí: me miró aturdido. ¿Era presa de un
—¿Quieres exponerte? N o pide nada más que eso, ella... momento de confusión de la razón? ¿O fingía? Le hice tragar a
Horas de discusiones incoherentes y desesperantes. Estaba la fuerza un licor, volvió lentamente en sí. Me daba las gracias:
exhausta, habría querido llorar quedamente como una niña has- — ¡ N o me dejes, no me dejes! ¡Ves! ¡Te amo tanto!
ta cerrar los ojos para siempre; no resistía más que por una fuerza Y se aferraba a mis rodillas. Siguió suplicándome, como presa
secreta. Pedí que me dejaran ir, consultar a m i padre, encontrar de un ligero delirio. Intenté calmarle con palabras; entonces, él
un poco de descanso; lejos, quizá ambos veríamos las cosas bajo intentó acercarme a él, murmurando frases entrecortadas...
un nuevo punto de vista... ¡Cómo me sentía encerrada en mí, extraña! Y qué vil era, ¡vil
Ellos, todos de acuerdo, se negaban, se negaban. De ve/ e iluso con su fuerza de hombre! El quería detenerme con su
en cuando me echaban en cara el ejemplo de m i padre, la des deseo...
ventura de m i madre, m i falta de religión, las habladurías del Permanecí inflexible y dije:
pasado... — M e iré esta noche...
Quizá yo les daba miedo, como en aquellos lejanos días que De nuevo, dueño de sí mismo, no dejando traslucir ofensa algu-
ellos invocaban con agria maldad. En algunos momentos incluso na, asintió. Sí, me dejaría partir, pero al niño no, el niño se quedaba
sorprendí en el fondo de la mirada de mi marido cierta expresión con él, y yo desde lejos sentiría que no podría vivir sin m i familia...
de estupor, casi de respeto; y era después de que yo hubiera lia Y cuando yo volviese, estableceríamos las nuevas reglas de la vida.
blado durante el delirio de m i verdad, transportada más allá de la Se fue a su habitación. Yo no dormí. Sentada al lado de la cama
vida... Entonces la esperanza relampagueaba, me aferraba. Ah, si del niño, no pensaba, ya no sentía nada. Esperaba, ¿el qué?, no
aquel hombre no hubiese vivido a m i lado inútilmente durann lo sé: la luz, el calor, algo que me hiciera sentir viva. ¡Necesitaba
diez años, ¡si fuese capaz de no hacerle pagar al hijo su daño! ¿No tantas fuerzas!
me suplicaba que me quedara aunque solo fuera por el niño y p< >l ¡Oh, aquella respiración tranquila que las noches siguientes
su educación? Quizá, cuando hubiese comprendido la imposibi ya no escucharía! Las horas tañían a lo lejos: me estremecí. ¡Pero
lidad de la existencia en común, cedería por amor a é l . . . El era qué lentas eran las horas! Quizá m i padre me ayudaría, incluso
joven aún, podría rehacer su vida. Si perderme ahora le provocal u por la fuerza, para que volviera a tener a m i hijo... El futuro
realmente dolor, esto podría ser beneficioso para él, ennoblecerle... se me presentaba lleno de enigmas, de inquietudes, de luchas.

224 225
En esa confusión m i hijo volvía a aparecer. En la calle, en una Me encontré en el tren sin saber cómo había llegado hasta allí.
esquina por donde él pasara, yo me acercaría de repente, poeo a Las primeras embestidas del vagón me recorrieron como si algo
poco, y él siempre estaría a la espera de m i aparición... Mientras se separara de m i carne. Y el sentido de lo inevitable me invadió
tanto los hombres cambian, las leyes cambian. Una persona que una vez más cuando me vi transportada lejos sobre aquella fuerza
sea una idea viviente, una obsesión, puede persuadir a los más férrea. Había caminado como una sonámbula. Ahora, empezaba a
reacios... Y después, ¡la muerte! ser consciente de todo lo que había hecho. ¡Oh, suprema agonía!
¡La muerte! U n escalofrío, como en aquella lejana noche. ¿Cómo había podido? Ahora m i hijo, m i hijo, dormido otra
Pero yo había superado el deseo de muerte, también la de m i vez bajo m i beso, me llamaría, quizá ya me llamaba... Pensé que
enemigo. N o lo odiaba. El no era más que un fantasma confuso lo había engañado. ¿No debería haberlo despertado del todo,
y triste, que se erguía junto al espectáculo de la ley en la indesci- haberle dicho que no volvería nunca y que no sabía si él podría
frable noche del destino. venir conmigo pronto? Quizá mi marido estaba allí, ahora, junto
Encendí la lámpara, la cubrí. U n murmullo. a la camita, y le mentía a su vez diciéndole que volvería dentro de
—¿Mamá? poco, y el niño lo creería, o le preguntaría con difidencia... ¿Qué
Me lancé hacia la cama: puso su mano en la mía y se volvió a hará mañana? ¿Y después? ¿Y toda m i vida de ahora en adelante
dormir. Me quedé sin moverme, casi sin respirar. estaría quizá llena de todas estas preguntas sin respuesta?
Media noche. Faltaban dos horas. Las rodillas se me dobla- ¿Cómo había podido? ¡Oh, no había sido una heroína! Era
ron. Sentada en el sillón sentí que el frío me invadía, y reu- el pobre ser del que una mano de cirujano había separado a otro
ní todo m i calor, los ojos cerrados, retirando m i mano para no para evitar la muerte de ambos...
enfriar la manita. Y, de golpe, sentí cómo todas mis fuerzas se ¿Cuánto duró aquel horrible viaje? En cada estación me i n -
desvanecían: ¿me dormía? Estaba tan cansada, no podría irme... vadían las ansias de bajar, de esperar un tren que me llevara de
Sonaron las dos. Me puse en pie. Me cubrí con la capa y me vuelta. Después, cuando recomenzaba el viaje, se me pasaba por
aproximé a la puerta. Después, volví a la camita, desperté al niño: la cabeza la idea del suicidio, así de fácil, allí, por aquella puerta,
— M e voy —le dije despacio—, ya es la hora; sé bueno, sé instantáneo...
bueno, quiéreme, yo siempre seré tu m a m á . . . Pero, nada más llegar, esa misma voluntad casi extraña, supe-
Y lo besé sin poder derramar una lágrima, flaqueando; y es- rior a mí misma, se impuso ante mí. Me dirigí triste pero firme,
cuché la vocecita somnolienta que decía: entre el humo y la multitud, fuera de la estación; y penetré, m í -
—Sí, siempre, mucho... Manda al abuelo a recogerme, sera y perdida, por las ruidosas calles donde el sol despejaba la
m a m á . . . Estar contigo...—. Se dio la vuelta hacia la pared, niebla.
tranquilo. Entonces, entonces sentí que no volvería, sentí que
una fuerza fuera de mí me sujetaba y que iba al encuentro d e Mucho tiempo ha pasado. U n año, ya.
un nuevo destino, y que todo el dolor que me esperaba no iba .1 No he vuelto al pueblo. N o he vuelto a ver a m i hijo. El os-
superar aquel dolor. curo presentimiento no había fallado.

226 227
estar decidida a partir, a ir junto a é l . . . ¿Qué me importaba que
me degradaran, que me pisotearan, que me contagiaran? ¡Con
tal de gozar otra vez de la caricia, de las miradas, de los palpitan-
tes abrazos de mi criatura!
¿Qué me retenía con una fuerza implacable? Una voz dentro
de mí, no mía, no de m i pobre organismo sensible, me decía que
el paso que había dado era irreversible, y que no podía mentirme
a m í misma; que moriría de pena y de disgusto si no sabía resistir
el suplicio, si no prefería morir.
¡Oh, aquella orden interior y terrible!
Durante meses y meses... Estaba dispuesta a la muerte con la
¿Durante cuántos meses he luchado conservando la ilusión de misma conciencia que un enfermo incurable.
obtener a m i hijo? Cada vez más firme era m i convencimiento de que no obten-
Los primeros días fueron casi un descanso para mí, bajo la dría nunca nada de aquel, de que su venganza sería inexorable.
vigilancia silenciosa y preocupada de m i hermana; después, las Después de las amenazas, me mandaba ahora palabras irónicas,
semanas se sucedieron con un intercambio cada vez más violento sabía que yo no podía iniciar la causa de separación por ausencia
de cartas entre m i marido y yo, entre él y m i padre y, finalmente, de motivos legales. M i padre, cansado, ya no intervenía; además,
entre nuestros abogados. En él se iba manifestando una creciente desde el primer día, él me había dicho que no tuviera esperan-
sorpresa ante m i resistencia; se engañaba pensando que yo volve- za. Me llegó el rechazo de la autorización marital para cobrar la
ría: ¿acaso no tenía él como rehén al niño? herencia de m i tío. A l final, también el abogado renunció a toda
Y el niño, a través de la sirvienta, me mandaba notitas don- negociación. Yo permanecía como propiedad de aquel hombre,
de sus dedos inciertos escribían palabras de amor y de angustia: debía considerarme afortunada de que él no me hiciera volver a
«... Quiero escapar, mamá, pero ¿cómo hacerlo? Aquí me dicen la fuerza. Esa era la ley.
cosas feas sobre t i . . . Yo te quiero tanto, no te olvidaré ni en En el pueblo, la vieja sirvienta fue despedida y, de esta forma,
cien a ñ o s . . . Pero tú, ¿qué haces? ¿No puedes enviar para que me cesaron las notitas de m i hijo. Supe que habían contratado a una
recojan?». joven institutriz; le escribí, pero no me respondió.
En la pequeña habitación que ocupaba de manera provisio- Nadie podía hacer nada por mí.
nal en casa de m i hermana, y donde llegaban estas efusiones del ¿Por qué la muerte tardaba tanto?
pequeño corazón dolorido, las horas ya no se notaban. Por la no- ¿O es que yo ya estaba muerta y no sobrevivía de m í nada
che, clavando la cabeza y las manos entre las mantas, ahogaba la más que un recuerdo?
salvaje agonía... Llamaba al niño por su nombre, le hablaba, le El tiempo pasaba, volaba. M i hijo ya no debía de ser como
hablaba... Después, p o n i é n d o m e en pie de un salto, me parecía lo había visto la última noche, quizá tenía otras inflexiones en

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la voz, otra luz en la mirada. Pero no conseguía imaginármelo en m i esencia, a pesar del trágico esfuerzo cumplido, la fe en un
diferente. M i maternidad, por tanto, ¿se había cerrado realmente futuro mejor para el ser humano, ¡oh, hijo mío, pude aún derra-
en aquel último beso? mar lágrimas de consuelo!
Y en una habitación que alquilé cerca de mis seres queridos,
Cuando pasaron más meses, fui consciente con un extraño es entre correr para las clases, que eran m i único medio de subsis-
tupor de que aún seguía viva, que nada esencial había muerto tencia, y una visita al hospital, me sentaba en la mesa para escri-
en mí, y que de cualquier entorno y casi de forma desconocida, bir las páginas en las que renovaba los llamamientos lanzados a
mil enigmas me inspiraban. De paseo por la ciudad, posaba la la sociedad con nuevas ideas ingenuas, pero que yo escribía con
mirada en los niños que podían recordarme a m i niño lejano, la lágrimas y sangre. Mis gritos eran muy atroces, puesto que las
mantenía fija con insistencia y, a veces, alguno de ellos me de revistas que antes me requerían, ahora me rechazaban; pero la
volvía la mirada con un aire de inquietud. Ninguno de aquellos justicia no puede ser asfixiada, porque arde. Yo no pido fama,
pequeños sonrientes me necesitaba. Pero alguna vez, en mañanas pido ser escuchada. Desde la ventana, al alba y al atardecer, dis-
cubiertas de niebla, o al oscurecer, pequeñas formas confusas me tingo las líneas de los Alpes sobre nubes rosadas; y a menudo
rozaban y alguna vocecita lastimera me paraba. Bajo m i caricia, me llega la nenia de un cortejo fúnebre que se dirige a la ciudad
la carita afligida tenía un gesto de felicidad. ¿Dónde dormían? de los muertos. Mirando a la cara a la vida y a la muerte, no las
¿cómo vivían? A través de las preocupaciones de m i nueva vida, temo, quizá amo a ambas.
el pensamiento sobre aquellos niños, sobre aquellas madres que En el cielo y en la tierra, un camino perenne. Y todo se super-
vagaban por los suburbios me provocaba una angustiosa pesa- pone, se confunde, y una sola cosa, por encima de todo, brilla:
dumbre. m i paz interior, m i sensación constante de estar «en orden», de
Una mañana, con m i hermana, entré en uno de los hospi- poder en cualquier momento cerrar sin resentimientos los ojos
tales para pequeños enfermos pobres instituidos por un grupo por última vez.
femenino. Me ofrecí como ayudante de turno, dos o tres veces En paz conmigo misma.
a la semana. ¿Espero algo? No. Quizá mañana pueda llegarme una nueva
Pero qué pesadumbre las primeras veces. Ignorancia, mugir, razón para existir, puedo conocer otros aspectos de la vida y ex-
hambre, magulladuras, hacían de aquellos pobres niños, trágicos perimentar la sensación de un renacer, de una sonrisa nueva en
mártires... ¡Oh, m i niño sano y precioso! Y creí que no podría todas las cosas. Pero no espero nada. M a ñ a n a podría también
soportar el sufrimiento físico de un espectáculo que se repetía morir... Y la última pena de esta vida habrá sido escribir estas
hasta el infinito... páginas.
Fue entonces cuando empecé a vivir decididamente; después Para él.
de haber escuchado otra vez «a los demás» vivir y sufrir. ¡Mi hijo! ¡Mi hijo! ¡Quizá su padre cree que es feliz! El lo
Y desde entonces tuve también la necesidad de esperar de enriquece: le dará juguetes, libros, preceptores; lo rodeará de co-
nuevo: por todos, no solo por m í . Y cuando reencontré intacta modidades. M i hijo me olvidará o me odiará.

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¡Ódiame, pero no me olvides!
Y será educado en el respeto a la ley, tan útil para quien es
poderoso; amará la autoridad y la tranquilidad y el bienestar.
Cuántas veces aferró su retrato, en el que los rasgos infantiL
me parece que muestren en la mirada m i dolor, ¡en el arco d(
los labios la dureza de su padre! Pero él es mío. Él es mío, ¡debe
parecerse a mí! ¡Quitárselo, estrecharlo, encerrarlo en mí! Y yo
desaparecer, ¡para que él sea todo «yo»!
U n día tendrá veinte años. Entonces, ¿partirá para la aveniu
ra de buscar a su madre? ¿O tendrá ya otra imagen femenina en
el corazón? ¿No sentirá que mis brazos se extenderán hacia él en
la distancia, y que lo llamaré, lo llamaré por su nombre?
O quizá yo ya no esté... N o podré contarle m i vida, la bis
toria de m i alma... y decirle que lo he esperado durante tanto
tiempo.
Y por eso escribí. Mis palabras llegarán a él.

232
Tengo ante mí el futuro, aunque usted no se lo crea

Nació en 1876 en Alessandria (Piamonte) y fue la primogénita de


los cuatro hijos nacidos en un matrimonio formado por el padre
Ambrogio, licenciado en ciencias, y por la madre Ernesta, aman-
te de la música y de la poesía. Cursó la educación básica en M i -
lán, y no siguió estudiando, pero era una lectora extraordinaria y
nunca dejó de construir la obra maestra que fue su cultura como
una autodidacta, piedra a piedra. Cuando abandonó el techo
conyugal en 1902 tenía ya una cierta experiencia en el mundo del
periodismo y de la escritura, y era una firma de cierta notoriedad,
a saber, Riña Pierangeli Faccio. Pasó a ser colaboradora anónima
mientras convivió con Giovanni Cena, que no le dejaba firmar
la columna de reseñas literarias con la que colaboraba en su re-
vista {Nuova Antología). Eran los años durante los que se gestó
Una donna, y Sibilla Aleramo apareció cuando fue necesario dar
un nombre a la autora del libro. Solo tras la relación con Lina
(Córdula Poletti) y el consiguiente abandono de Cena (1910) co-
menzó la vida aventurera que la hizo célebre, y comenzaron los
grandes amores y las grandes miserias, los escándalos, los viajes.
Era una coleccionista de aventuras, las vivía como momentos de
perfección, las escenificaba como representaciones artísticas: una ayudarán a regenerar este viejo mundo nuestro», apunta en eb
galería de nombres que hoy nos impresiona y de artistas que ella cuaderno.
reconocía, en la vida y en los libros. En 1898, los apuntes se convierten en artículos para ser en-
«Trasplantada» en 1888 a Porto Civitanova —una ciudad eos viados a las gacetas y más tarde a periódicos como Vita Moderna
tera en Las Marcas en la que está ambientada la novela— estudia o La Vita Internazionale. Las primeras reseñas literarias las lleva
por sí misma y apasionadamente, al mismo tiempo que traba ja a cabo, con cautela, en 1899, el año de aparición, en Milán, de
como contable en la vidriería que dirigía su padre. Se casó en la revista semanal Italia Femminile, en la que Emilia Mariani, su
1893, a'los dieciséis años y medio de edad, en la época en la fundadora, le ofrece el puesto de directora.
que leía bajo consejo de su antigua maestra las obras de Manzo- 4 E1 cambio de ciudad y de vida en Milán —tras el despido
ni, Fogazzaro, De Marchi, Elda Giacomelli, De Amicis. Por su del marido a manos del padre— se relatan detalladamente en la
cuenta, abre los libros de Matilde Serao, Victor Hugo, Alexandrc novela, pese a que estos estén ambientados en Roma. Cuando a
Dumas. En el verano de 1894 cae en sus manos / / trionfo delLi finales de 1900 se impone inevitablemente el regreso a la ciudad
morte de Gabriele d'Annunzio: «La revelación solitaria de en qué de Las Marcas, Riña Pierangeli Faccio es una figura de gran n i -
consiste el estilo literario». El 3 de abril de 1895 nació su hijo vel, no solo una firma en un periódico, y cuando toma posición
Walter, en mayo de 1897 intentó suicidarse con una sobredo- para atacar al estereotipo de la mujer literaria y polemiza con
sis de láudano, en verano leyó L'Europa giovane del positivista alguien más ilustre que ella, Neera, lo hace con inteligencia y sin
Guglielmo Ferrero, el primero de entre aquellos libros que la contemplaciones.
salvarán siempre en el «momento preciso», una gran sintonía El año 1901 lo caracterizan las irresoluciones y la melancolía.
espiritual. Escribe reseñas de libros femeninos, pero también lee la Divina
Inicia entonces la reflexión sobre las formas sociales de la Commedia, los diálogos de Platón, el teatro y la poesía de Mae-
opresión y de la supeditación, y por ello tituló Riflessioni uno terlinck, y los dos volúmenes del Journal intime de Amiel en
de aquellos cuadernos que antes reservaba para las lágrimas y búsqueda de sintonía con aquella alma introspectiva. Mientras
para desfogarse. Socialismo, humanitarismo, emancipación son lucha para encontrarle transcendencia a su voluntad de fuga, en
las ideas del momento, que se corresponden a la perfección con los oídos le resuena la voz de Nora que le recuerda el imperativo
la educación que ha recibido del padre y con su propia biografía. ibseniano de la fidelidad a la propia fe, fidelidad a la vida.
El núcleo de aquellas reflexiones lo forma ya la «cuestión feme- Se escapa de Porto Civitanova a finales de febrero de 1902 y
nina», el asunto parte de la desigualdad construida a partir del se refugia en casa de una de sus hermanas en Roma. En aquella
sexo, el enemigo es el gigantesco sistema que la civilización ha casa cerca de la Pineta Sacchetti, una tarde de finales de junio
edificado utilizando el engaño y la mentira. Queda impresio- comienza a escribir Una mujer. En julio se va a vivir con Cena
nada por la lectura de Menzogne convenzionali de Max Nordau a Via Flaminia, en una casa que luego será muy concurrida.
en septiembre de 1897 y por la fría fuerza de aquella escritura: Serán ocho años de trabajo oscuro, de estudio, de aprendizaje:
«Creo firmemente que el feminismo es una de las palancas que es imposible no recordar las experiencias casi misionarlas en los

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ambulatorios de los barrios populares, el trabajo de alfabetiza- impresionado también a Sibilla, que a lo largo de su vida celebró
ción de los campesinos de la periferia rural de Roma, la ayuda esta fecha como si fuera el día de su nacimiento como escritora.
prestada a las víctimas del terremoto de Messina. Reseñado y discutido en Italia, traducido a siete idiomas en-
Dedicará muchas horas al día a la lectura que precede a las tre 1907 y 1909, honrado con prefacios prestigiosos, reimpreso
reseñas; toma apuntes metódicamente, copia. Se trata de pensa- por varios editores, este libro centenario ha recorrido todo el
dores y poetas, filósofos y dramaturgos, visionarios y profetas: se siglo xx. ¿Podemos aventurarnos a decir que es un clásico?
sumerge en Whitman y Poe, Jens Peter Jacobsen y Strindberg, Sibilla estaba convencida de ello, y se lo dijo a Amoldo M o n -
Nietzsche, Oscar Wilde, Anatole France, Byron, Tbomas Car- dadori el 5 de agosto de 1956, cuando estaba a punto de cumplir
lyle, John Ruskin y Walter Pater, Ralph W. Emerson y Edmond ochenta años, en una carta que la obsesionaba desde hacía tiem-
Schuré, Kierkegaard y Schopenhauer, Tolstoi, Dostoievski y po, de la que conservó la minuta para incorporarla como «detalle
Gorki, Goethe, Hólderlin y Novalis, Shelley y Keats, Colerul histórico» en el Diario.
ge, H . W Longfellow, A.Ch. Swinburne, Baudelaire y Rimbaud,
Verlaine y Mallarmé, los clásicos griegos, los clásicos italianos, El día 14 de este mes cumpliré ochenta años. Esta noche me he
Foseólo y Leopardi sobre todos. despertado soñando que le escribía: debía de ser una carta hermosa,
Acabada la «segunda existencia», para comenzar la tercera pero no tuve la fuerza suficiente para levantarme y escribírsela.
eligió a Vincenzo Cardarelli, un desconocido que acababa de Decía en ella que si yo hubiera nacido en cualquier otro país,
cumplir los veinte, y tras este a Giovanni Papini. Estamos en con ocasión de tal fecha me rendirían homenajes a nivel nacional.
1912, lee a Balzac, Weininger, Claudel, Kipling, escribe su primei Porque soy poeta, la única mujer poeta hoy en este país, porque m i
poema (RITMO) y las primeras páginas de la novela / / Passaggio primer libro, Una mujer, cumplirá en noviembre cincuenta años,
(1912-1918), todo a imitación de D'Annunzio. Pese al amor in- porque los jóvenes se sorprenden de que yo, hace medio siglo, es-
minente por Umberto Boccioni, la estancia en París, el éxito, cribiera para los jóvenes de hoy y para los por venir.
y las muchas veces en las que volverá a experimentar pasiones Y le decía a usted en ella, a usted que ha impreso la mayor
exacerbadas, creo que su periodo de formación ya ha concluido. parte de mis libros, que al ser yo italiana me sucede esto, que usted
«Te quedaste en el siglo xix», le reprocha Franco Matacotta, el rechaza reeditar en tal ocasión algunos de mis libros agotados (de
joven poeta con el que consuma la última ilusión. Pero, respon- entre los mejores). N o solo eso, malvende y manda a la guillotina
de Sibilla, reuniendo a Ibsen y a Nietzsche, «sin esa voz decimo- la antología de mis poemas e incluso la antología de mis mejores
nónica quizá no hubiera conseguido ser lo que soy», (Diario, 24 de prosas [ . . . ] . Tengo ante mí el futuro, aunque usted no se lo crea.
noviembre de 1940).
La antología poética era Selva damore (1947), la de prosas se
Esta es la cuadragésima octava edición italiana de la novela titu- titulaba Gioie d'occasione e altre ancora (1954). Pese al apoyo del
lada Una mujer desde que apareció el 3 de noviembre de 1906 en Partido Comunista, al que se afilió nada más acabar la guerra, y
Turín (editorial Sten). Llegar a saberlo nos impresiona, y hubiera el éxito afectuoso de Luci della mia sera con el hermoso prólogo

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de Sergio S o l m i (1956), los poemas del gran c u m p l e a ñ o s fueron Amalia, Gobetti; están Nietzsche, Ibsen, el poema lírico. La habí
los últimos. tan todas las dudas y complicaciones de m i adolescencia. Lejana.
E n vísperas de la invasión rusa de H u n g r í a , el de A l e r a m o era Abriga la confusión entre arte y vida, que es adolescencia, que es
u n personaje tan fuera de lugar que, incluso veinte años más tar- herencia de D'Annunzio, que es equivocación. Todo superado y
de, Giancarlo Pajetta deploraba la l a x i t u d de la línea política que pasado (El oficio de vivir, postumo, 1952).
la había aceptado. C o m o escribió E m i l i o Cecchi, maravillándose
de u n destino que la m a n t e n í a siempre igual a sí m i s m a , «la c u l - Es necesario tener u n m i t o , le d i j o Pavese. Solo q u i e n cree en u n
tura y las ideas no le d e s c o m p o n í a n siquiera u n m e c h ó n » (1948). m i t o vive una vida d i g n a de ser v i v i d a .
Eran su anacronismo — e l l a lo s a b í a — y las ideas sobre la
función reformadora del arte lo que hacían de ella la última r o - E l pecado
mántica. A m e d i d a que escribía Una mujer, redacción tras redac-
ción, se alejaba de la que había sido a n t e r i o r m e n t e , cada vez más La historia de Una mujer no acaba c o n el l i b r o . Incapaz de escri-
fascinada p o r una imagen de sí que se iba agrandando, cada vez b i r de algo que n o fuera ella m i s m a , Sibilla siguió novelándose
más convencida de su ejemplaridad. Este es el origen de aquel en prosa y en verso, en plena dedicación a su leyenda. E n 1952,
esteticismo m a l e n t e n d i d o que tantos dolores le p r o c u r ó . C r e í a en la fiesta del 8 de marzo celebrada en T u r í n , seguía explicando
estar v i e n d o m i t o s — e l espíritu f e m e n i n o , la m u j e r a r t i s t a — la fábula de la «escritora todavía desconocida» a la que visita la
cuando en realidad los encarnaba: «Todo en m i v i d a se transfor- gloria.
m a en algo artístico, incluso en los límites de la m u e r t e , incluso Sin embargo, el papel de G i o v a n n i Cena en R o m a era rele-
en la alucinado ra visión de la posteridad» (1927). vante en aquel i n i c i o de siglo, y así se m a n t u v o hasta su m u e r t e
E n mayo de 1946, cuando la inscripción al p a r t i d o causaba en 1917. La influencia de Cena se extendía n o solo p o r el campo
algo más que malestar, recibió la visita de Cesare Pavese, que es- literario. D i r i g i ó Nuova Antología c o n la intención de rejuvene-
taba perfilando los Diálogos con Leucó (1947). Le d i o las novelas cerla, a m p l i ó su h o r i z o n t e hasta la c u l t u r a europea y lideró toda
que n o conocía, Una mujer e // Passaggio, y entre ellos sucedió una suerte de revistas hermanas gracias a u n a compleja red de re-
algo que ambos transcribieron en sus respectivos diarios. laciones e intercambios. M i e n t r a s , el m a n u s c r i t o de R i ñ a llegaba
a manos influyentes y se corría la voz de que estaba escribiendo
23 de mayo de 1946. He encontrado una tipología, sin duda, ex- una novela. Incluso los futuros críticos y reseñistas eran c o m o
cepcional. S. A . N o he notado el más mínimo embarazo. La com- de la familia en V i a F l a m i n i a , c o m o familiares a la revista eran
prendo perfectamente. Soy más rico que ella. N o solo porque soy los extranjeros más i m p o r t a n t e s . A n a t o l e France, p o r e j e m p l o ,
más joven, sino en sentido absoluto. Yo sé qué es la forma, ella no q u i e n al colaborar en la traducción francesa de la novela propició
lo sabe. u n éxito más duradero.
Sin embargo, ella es la flor de Torino 900-10. Me conmueve H o y en día, la singularidad de u n personaje c o m o A n g e l o
como un recuerdo. En ella están presentes Thovez, Cena, Gozzano, C o n t i le resulta conocida solo a los especialistas, pero entonces el

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«ferviente y estéril asceta de la Belleza» era el alter ego de Gabriele el g r i t o final, cuando la contradicción i n t e r i o r se resolvía con la
D ' A n n u n z i o , que lo había elegido c o m o h e r m a n o en Fuoco, n o - decisión de «irme, i r m e para siempre».
vela de 1900, además de autor de una «Biblia del estetismo» (La A r t u r o G r a f lo veía c o m o una cuestión de v e r o s i m i l i t u d psi-
beata viva. Trattato deWoblio, 1900) que rechazaba el c o n n u b i o cológica; para «"aquella" m u j e r y "aquella" madre», la única s o - '
del A r t e c o n la V i d a . Preanunciado p o r Cena, a petición de S i b i - lución plausible era la fuga de la madre c o n el n i ñ o . Les hubiera
Ua, que quería hacérselo leer t a m b i é n a una «mujer de genio» — tocado a los hombres, a la ley i n i c u a , decidir en consecuencia.
creo que p o d r í a tratarse de Ellen K e y — , el m a n u s c r i t o que llegó Sobre este p u n t o , Pirandello estaba de acuerdo: n o le i m p o r t a b a
a manos de A n g e l o C o n t i era sin d u d a el de la última redacción. la m o r a l literaria, pero el epílogo c o n la explicación al h i j o des-
«El l i b r o m e ha dejado una impresión p r o f u n d a e i n d e s c r i p t i - cubría a ojos vista «un e n t e n d i m i e n t o extraño al arte». La autora
ble», escribió u n mes después, «todavía necesito reflexionar» (30 debería haber a ñ a d i d o algo a la realidad, una escena n o verdade-
de septiembre de 1904). ra, una en la que quizá la protagonista n o partía sola y el h i j o le
Iba a pasar todavía u n a ñ o antes de poder escribir la palabra era sustraído realmente, y que «pudiera dejar en la m e m o r i a una
«fin». E l trabajo de corrección c o n t i n u ó mientras d u r ó la i m - violencia n o c o m e t i d a p o r ella».
presión, casi hasta el día de la publicación: 3 de n o v i e m b r e de Solo M a s s i m o B o n t e m p e l l i buscó el sentido del abandono
1906, pero c o n fecha 1907. L o recibieron todos los amigos, los en algo más vasto que «intuía», en algo f u n d a m e n t a l que n o aca-
intelectuales, los críticos, sobre t o d o los que guiaban el gusto del baba de entender, y escribió a Cena: « H e leído Una mujer y m e
público a través de los periódicos. dispongo a releerla. Es u n trabajo acometido c o n una p r o f u n d a
Q u e el p s e u d ó n i m o n o fuese u n secreto lo c o n f i r m a la carta verdad psicológica, y m u y interesante. " I n t u y o " en el l i b r o u n
de A d a N e g r i d i r i g i d a a R i ñ a Faccio: «Señora, he recibido el l i b r o a m p l i o h o r i z o n t e [ . . . ] en el que n o he sabido penetrar todavía.
de Sibilla A l e r a m o y he l l o r a d o [ . . . ] . Usted conoce a Sibilla A l e - Q u i z á n o llegue a saberlo n u n c a , visto el escaso c o n o c i m i e n t o
r a m o , señora. D í g a l e que la he seguido paso a p a s o . . . » . N o solo que tengo en materia de espiritualidad y de lucha feminista, pero
eso: pese al amparo que ofrece la palabra «novela», se trataba de i n t u y o la eficacia artística a la p e r f e c c i ó n . . . » (29 de n o v i e m b r e
una sincerísima «autobiografía»: « Q u e r i d o Cena: H e m a n d a d o de 1907).
el artículo al Corriere. [ . . . ] M e he esforzado en escribir c o m o si El p r o b l e m a que planteaba la novela era el del «feminismo
n o supiese quién es Sibilla A l e r a m o y c o m o si sospechase gracias m o d e r n o [ . . . ] c o m p l e t a m e n t e femenino»; y este es su razona-
solo a los indicios que da el l i b r o de que se trata, c o m o tú d i - m i e n t o : si u n a m u j e r tiene derecho a conseguir los medios para
ces, de una autobiografía» ( U g o O j e t t i , 8 de d i c i e m b r e de 1906). desarrollar c o m p l e t a m e n t e su i n d i v i d u a l i d a d , de la cual f o r m a
D i e z días después, el l i b r o era ya u n «caso». parte la m a t e r n i d a d , entonces esta m u j e r se deshace de f o r m a
A s í , el « d o c u m e n t o h u m a n o » que quiso escribir R i ñ a r e i v i n - a u t ó n o m a de t o d o aquello que obstaculiza ese desarrollo. E l c o n -
dicaba c o n í m p e t u una realidad, y el g r i t o y el l l a n t o se oían c o n flicto es irresoluble, y es trágico el destino de la criatura en cual-
una fuerza que era en sí ya u n valor estético, una fuerza capaz quier caso m u e r t a ; de aquí nacen la densidad y la i m p o r t a n c i a de
de r e u n i r en u n solo cuerpo lo v i v i d o y l o novelado. Excepto en la historia, n o de su final.

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Se trata de la crisis de la familia burguesa, aparece la urgencia Ninguna mujer, en ninguna novela de hace veinte años, hubiera
de una nueva m o r a l que justifique el nuevo derecho. «¿Quién huido, aunque solo fuera por defender su propia mente y su propk
osaba a d m i t i r una verdad y adaptar su v i d a a ella? ¡Pobre vida, individualidad. H o y esa huida es posible y esta novela, por desgra-
m e z q u i n a y oscura, cuya conservación todos deseaban tanto! T o - cia, es verosímil.
dos se contentaban: m i m a r i d o , el doctor, m i padre, los socialis- Digo por desgracia sin demasiada pena, porque — e n el fon-
tas, también los curas, las vírgenes o las meretrices», se dice a sí d o — las mujeres que cambiarán el oscuro y fatigoso deber de ma-
m i s m a la protagonista. E n la fijación de su visión espiritual está dre por el solo y puro amor de sí mismas y de su independencia
el presagio de lo que p o n d r á «orden» en la segunda existencia: [...] serán siempre menos que las mujeres que en un tiempo cam-
«En el cielo y en la tierra, u n c a m i n o perenne. Y t o d o se super- biaban ese mismo deber por el amor de un amante.
pone, se c o n f u n d e , y una sola cosa, p o r encima de t o d o , brilla:
m i paz interior, m i sensación constante de estar "en o r d e n " , de Es cierto que la primera redacción de la novela era m u y diferen-
poder en cualquier m o m e n t o cerrar sin resentimientos los ojos te: lo poco que nos ha quedado insinúa que podía tratarse de una
p o r última vez [ . . . ] ¿Espero algo? N o » . confesión minuciosa, c o m o u n diario fragmentado y refundido con
E l l i b r o enfrentó a escritoras y feministas, y esta falta de ad- posterioridad. N o faltan tampoco los detalles relevantes, si es verdad
hesión u n i f o r m e hizo sufrir a Sibilla d u r a n t e m u c h o t i e m p o . Re- que no se escondía la existencia de u n amante: «El pasado se me
conocían lo excepcional de aquella conciencia avanzada pero n o aparece entero ante mis ojos, y no me turba: lo veo como necesario
t o m a b a n p a r t i d o p o r q u e la única v í c t i m a era el h i j o , n o p o d í a e ineluctable, y creo haber escapado de él c o m o de u n viejo estuche
resultar algo ejemplar para las «mujeres pensantes». A s í lo escri- destrozado», escribe R i ñ a al despedirse de él (25 de j u l i o de 1902).
bió una amiga — V i r g i n i a O l p e r M o n i s — expresando franca- E n esta despedida se aprecia el esquema que Sibilla sigue para
mente el parecer de muchas, pero la desilusión más grande se la pasar de u n a existencia a otra, la necesidad de archivar la ante-
p r o p o r c i o n ó Vita internazionale, la revista que la v i o nacer c o m o rior. Acabadas las relaciones c o n Cena, L i n a , Cardarelli y Papi-
escritora: aquella m u j e r era orgullosa, egoísta, carente de fuerza, n i , da comienzo a II Passaggio. Es u n a novela de b ú s q u e d a — s i
y añadía que «si hubiese sido verdaderamente fuerte n o hubiera se puede utilizar esta d e f i n i c i ó n — que sigue las huellas de Una
d u d a d o a la hora de ejecutar el sacrificio definitivo». mujer mientras las recupera c o n la intención de desvelar lo que
Las reservas c o n las que se expresaba G r a f apuntalan aque- fue callado, c o m o en u n sueño; a d e m á s , recurre a u n a f o r m a
llos pareceres. A l g u n a d i s c o n t i n u i d a d estructural, descripciones expresiva diferente a la que exige la prosa, a una expresión lírica,
apresuradas, ausencia de diálogos, personajes imprecisos; c o m o y este es el significado del poema que cierra el l i b r o : « R i t m o |
si algo hubiera sido callado y los cambios sin justificación n i reencontrada a d o l e s c e n c i a . . . » .
m o t i v o sirvieran para esconder otros detalles. D e esta o p i n i ó n Sibilla evoca r i t u a l m e n t e su alma hablándole desde el incipit
parece ser también O j e t t i , que vuelve a ver en aquel «orden» que supone u n p u n t o suspensivo.
solo el e g o í s m o , y para decirlo utiliza una de sus metáforas, algo E n una especie de m o n ó l o g o dramático escandido en once
h i r i e n t e , u n poco m u n d a n a : «estaciones», ensaya los que serán sus poemas infelices: Endimione

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(1923) y Francesca Diamante (1924, inédito), ambos m u y marcados en cualquier otro trabajo literario. Inundó los márgenes con sus
por el esteticismo de los Sogni de D ' A n n u n z i o . Sin h i l o c o n d u c t o r palabras. ¿Dónde estaba la pequeña gallarda llamada Riña, la quí-
n i trama, creo que es la imagen lo que guía «el l i b r o de Riña», sola y tras tantas y tribuladas humillaciones había reaccionado in
siempre en relación c o n el alma. trépidamente un día y se había liberado? Rebautizada, trasplantada.
Si se aborda el tercer capítulo — L a lettera— podemos apro- ¡Qué ingenuo instinto de cultivador tiene el hombre! (Capítulo v i ,
vechar una variante del m a n u s c r i t o que fija la p r i m e r a imagen Ilpeccato; manuscrito, variante 5).
y la conecta c o n u n t i e m p o especial, m í t i c o y exacto: « U n a calle
ascendente, que ac om e tí p o r p r i m e r a vez una tarde que anuncia- Un libro, «el libro»...
ba la primavera, llena de sol. Yo había viajado al alba, u n viaje
que cerraba m i p r i m e r a existencia. H a b í a abandonado a m i h i j o E l 21 de j u n i o de 1903 da p o r acabada la p r i m e r a redacción, el
[ . . . ] Yo tenía v e i n t i c i n c o años [ . . . ] A q u e l sol que anunciaba el desfogue escrito «con el corazón tumultuoso [...] sin aspiraciones
mes de marzo {primavera)». Sibilla revela así el secreto de la j o - artísticas» al que, tras su c o m p a ñ e r o y su hermana, tendrá acce-
ven absorta: u n amante aceptado en lejanía, en realidad el poeta so solo Ersilia M a j n o . Luego lo reordenará «de acuerdo c o n u n
Felice D a m i a n i . proyecto de intensa sencillez», c o m o corresponde a u n l i b r o del
E n j u n i o de 1901, en Porto C i v i t a n o v a , había dejado h i l v a - que se pretende que su «enseñanza aparezca l í m p i d a ante todos»
nado el «núcleo generador de Una mujer», pero antes, en m a y o , (30 de j u n i o ) .
sola, en Florencia, había escrito u n a «carta nupcial»: «Evocaba Sibilla parece tener ya en la cabeza la idea a la que dará fuerza
para el a m o r la bella adolescente que había sido {la muchachita y f o r t u n a : u n a autobiografía sometida a las exigencias de u n t i p o
que era a los quince años). Y de repente (un día) tuve necesidad d e t e r m i n a d o de novela. Estructura la idea en veintidós capítulos
de decir, p o r p r i m e r a vez (a toda criatura viviente y también a mí d i s t r i b u i d o s en tres partes: las dos primeras son simétricas (del
misma por primera vez) c ó m o habían asesinado aquella adoles- p r i m e r capítulo al noveno, y del d é c i m o al d é c i m o n o v e n o ) , la
cencia. Sueños de virgen que n o tuve t i e m p o de soñar, n u b i l i d a d tercera queda reservada para el final (vigésimo y vig ésimo p r i m e -
que n o c o n o c í , ¡mi vida violada!». ro) y para el epílogo (vigésimo segundo).
La conciencia de haber sido estuprada la t o m ó al contarla en La primera parte narra el fin de la infancia y la adolescencia
la novela, pero luego esas reflexivas páginas quedaron m a n u s c r i - destrozada, con una acumulación vertiginosa de acontecimientos
tas. C o n una cierta simetría confiesa aquí o t r o t i p o de violencia, funestos: el i n t e n t o de suicidio de la madre, el abandono de los
la come tid a p or el c o m p a ñ e r o literato. hijos por parte del padre y la violación ocupan el tercer capítulo.
Sigue in crescendo la secuencia que genera el deseo de m u e r t e
(Por él inducida [...] él arrancó) Arrancó él de m i libro las páginas en la protagonista.
en las que declaraba m i amor por Felice. Y yo permití que ampu- El m a t r i m o n i o c o n el «triste héroe», la demencia materna, el
tara la que quería ser, la que gritaba ser real. Como si se tratase de a b o r t o , el nuevo embarazo, el p a r t o , la depresión, la frialdad fa-
un simple recorte en un manuscrito, como un ajuste cualquiera m i l i a r , la seducción del extranjero, la conciencia del p r o p i o m a l ,

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la rebelión, el a m o r s o ñ a d o , el desencuentro c o n la realidad, el Son m o m e n t o s , gestos, paisajes, figuras, objetos c o m o el «legajo
naufragio de las ilusiones, las cartas interceptadas, el escándalo de papel blanco» en el que el m a r i d o la i n v i t a a escribir; im.í
en el p u e b l o , los malos tratos, su «estupefacción», la última visita genes — « c o n la p l u m a suspendida sobre la p r i m e r a página del
a su madre «en aquel tétrico lugar». c u a d e r n o » — en verdad iniciáticas.
C u a n d o vuelve, vive u n p e r i o d o de disociación en el que ve Palabras nuevas llegan s i m u l t á n e a m e n t e desde el m u n d o ,
su vida «recopilada en unos pocos episodios» y c o m o «desde la las palabras «ásperas» ( e m a n c i p a c i ó n , f e m i n i s m o ) , y entonces
otra orilla». Golpeada y arrojada al suelo, siente el frío suelo, los «cien fragmentos» entre los que se p e r d í a el p e n s a m i e n -
t o m a una decisión, se arrastra hasta la cama del h i j o . t o s o l i t a r i o c o m i e n z a n a conectarse entre ellos, escribirlos se
Y plantea entonces u n final que hubiera sido del gusto de los revela n o solo c o m o u n gesto de e x p r e s i ó n sino t a m b i é n de
críticos — e l adiós a la vida con el adiós al h i j o — , pero se trata poder. Se i m p o n e la necesidad de m o s t r a r p o r p r i m e r a vez
solo de una solución novelesca, irreconciliable con la autobiogra- «el a l m a f e m e n i n a m o d e r n a » . Solo u n a m u j e r c o n «aquella»
fía, donde el protagonista es también narrador. Por eso, aunque el h i s t o r i a p o d r á m u t a r la esencia de la h i s t o r i a en arte, y se hará
láudano la transporte a u n p u n t o desde el que asiste a las c o n v u l - «el libro».
siones de su sudario, aparece una m a n o firme que la detiene.
Un libro que llevara traducidas todas las ideas que bullían dentro
Desde la otra orilla... La segunda parte comienza c o n el relato de de mí, caóticamente, desde hacía dos años, y que llevase la impron-
una nueva vida, anunciada c o n la m i s m a fórmula enajenada que ta de la pasión. ¿No lo escribiría nunca nadie? ¿No había ninguna
había anticipado la idea de abandonarse a la m u e r t e . Pero antes, mujer en el mundo que hubiera sufrido lo que yo había sufrido,
en pocas líneas, se recuerda la debacle provocada p o r la b r u t a l que hubiera recibido de las cosas animadas e inanimadas los repro-
iniciación: era la m u j e r que había llegado hasta ese p u n t o la que ches que yo había recibido, y que supiera extraer de ello la esencia
debía m o r i r para que una nueva pudiera renacer. pura, la obra maestra equivalente a una vida?
Se d i b u j a n las transformaciones. M i e n t r a s la protagonista se
recoge en una q u i e t u d y en una pasividad que recuerdan la de A p a r t i r de aquí se suceden los acontecimientos necesarios para
la madre, el m a r i d o se desespera y, de rodillas, suplica en l l a n t o , que tal deseo se lleve a cabo, todos nacidos de la experiencia y
exactamente c o m o el padre: el adiós n o c t u r n o , sin explicación. de la vida real. E l traslado a la gran c i u d a d , el trabajo en la re-
Para esta construcción especular, Sibilla no recurre a epi- dacción de la revista, los encuentros c o n personalidades llenas
sodios grandilocuentes, sino más b i e n insignificantes o, m e j o r de ideales, la d i b u j a n t e sueca c o m o imagen de la m u j e r liberada,
d i c h o , significativos p o r el efecto que p r o d u c e n : la lectura del la vieja actriz que le hace conocer a la N o r a de Ibsen, la persona
l i b r o del sociólogo famoso es el acontecimiento que inaugura h u m a n i t a r i a que representa la solidaridad social y, sobre t o d o ,
su formación. Y el relato de los hechos prosigue en el t o n o des- el «profeta» H u m a n o que le revelará la gran palabra. C a d a u n o
c r i p t i v o que ya conocemos, pero c o n la inserción de u n sentido de ellos c o n u n a historia centrada en temas capitales: el c o n o c i -
simbólico en el que la conciencia de la m u j e r se hace i n d i v i d u a l . m i e n t o , el amor, la enfermedad, la m u e r t e .

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E l m o d e l o que Sibilla quiere seguir es el u t i l i z a d o en la lla- el llanto, el h o r r o r de esa cárcel bajo el firmamento se hacen re-
mada novela de f o r m a c i ó n , el Bildungsroman de Goethe que tan cuerdos obsesivos que encontramos también en el D i a r i o .
bien conocía; de eso n o hay n i n g u n a d u d a . Se trata del ún i c o A l superar algunos ataques de nervios repara en que es una
género que en su desarrollo p e r m i t e transformar a la protago- m u j e r d i v i d i d a , que n o sabe ofrecerse, que n o se realiza en el
nista en heroína. D e hecho, aquella conciencia que se o p o n í a al darse. La m a t e r n i d a d considerada solo c o m o algo a su m e d i d a :
m u n d o en su esfuerzo p o r llegar a la individualización t o m a for- u n a niña c o n su bebé, sacrificio perpetuado p o r u n a «cadena
m a en la segunda parte c o n una personalidad de carácter m o r a l . monstruosa». Reaparece la sombra de la madre, u n «viento de
A h o r a , la idea del r e t o r n o n o t u r b a su t r a n q u i l i d a d . «Por p r i m e r a locura» la embiste, las fantasías mortales se d i f u m i n a n , s u i c i d i o ,
vez sentí p o r c o m p l e t o m i independencia m o r a l . . . » es el incipit h o m i c i d i o , una liberación cualquiera: «Por la noche (hacía tres
del vigésimo capítulo, el que abre la última parte. meses que aquel hombre no me poseía, sentí el impulso del homici-
dio) estaba a p u n t o de acostarme, agotada, cuando el h o m b r e
E n el t i e m p o que comienza a transcurrir c o n m o n o t o n í a se i n - entró en m i cuarto [ . . . ] e i n v o q u é , una vez m á s , la muerte».
sertan los acontecimientos que deben hacer de la protagonista C u a n d o al fin y al cabo h u i r , partir, m o r i r son la m i s m a cosa,
d u e ñ a de la decisión que ha t o m a d o ; se trata de u n aspecto f u n - el m a r i d o le p e r m i t e hacer u n viaje, pero sin el h i j o . La m u j e r
damen tal en este t i p o de novelas. sabe que partirá de todos mo d o s. La vela n o c t u r n a que cierra la
La marcha de la hermana que se casa, sola, p o r q u e el padre historia presenta algunas variantes en el m a n u s c r i t o : « D i e r o n las
n o ha dado su c o n s e n t i m i e n t o n i concedido la dote, hace de ella tres (dos). M e levanté. M e cubrí c o n la capa (Mepuse el sombre-
una abandonada, mientras el deseo de u n a m o r de ensueño se ro)...». Luego, la llegada a la c i u d a d ruidosa en la que el sol «des-
c o m p o n e c o n el deseo de una a r m o n í a desconocida, t o t a l m e n t e pejaba la niebla» es una promesa de conquista, c o m o m a n d a n los
femenina. Opuesta a ella, la realidad del lecho conyugal, más cánones del Bildungsroman.
detallada en el m a n u s c r i t o :
D e l a n t e de u n a novela autobiográfica u n o siempre se pregunta
Entraba en la habitación oscura el hombre cansado o enfadado (sin ener- — y en este caso c o n más r a z ó n — si el relato es fiel a la realidad.
gía), encendía la luz, se movía sin prestar atención a si yo dormía. Luego, H a h a b i d o m a n i p u l a c i ó n ; se ve en el m a n u s c r i t o tras todas
los ojos cerrados, notaba una masa pesada acostarse a m i lado; en el silen- esas censuras, y afecta a las personas: al m a r i d o —especialmen-
cio, alguna palabra que quería transmitir pasión, ebriedad; y estaba a su te— ( a los suegros, al h e r m a n o , al «profeta», afecta al n o tener
merced... Hundía en la almohada m i rostro (toda la cabeza, para que mis en cuenta las fallas en la m e m o r i a o los silencios verdaderos, e
labios no fueran rozados, para no sentir su voz convertida en jadeo). incluso a los falsos recuerdos, sobre t o d o paternos. Pero si lo que
nos interesa es la i m a g i n a c i ó n que precede al p u n t o de vista,
La marcha del padre con los dos hijos pequeños deja la casa vacía entonces dos son las escenas que debemos recordar, p o r q u e se
y le da la o p o r t u n i d a d , cuando vuelve a habitarla, de encontrar el volverán a f o r m u l a r juntas en el epílo g o , para entender la verdad
fantasma de su progenitor. Las tristes reflexiones en el gran jardín, que el l i b r o iba a explicarle al h i j o .

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La p r i m e r a relata el suicidio de la madre c o m o si fuera u n El celoso amor por el fruto de mis entrañas me hacía sentir cada

cuadro. E n el centro aparece el cuerpo blanco, abandonado a vez más lo alejada que me sentía de aquel hombre. Ahora toda mi

la m u e r t e c o m o se ve en los descendimientos, pues este es el vida se alejaba de la suya incluso en los recuerdos.

m o d e l o : «Yo v i el cuerpo de m i madre llevado p o r dos hombres, ¡Ah, aquella niña que fui! La veía ahora, tras haberla olvidado

u n cuerpo blanco semidesnudo sobre el que una m a n o había todos aquellos años, finalmente volvía a encontrarme con ella...

lanzado u n trapo que colgaba, al igual que colgaban los brazos, Pobre criatura con aquella sonrisa inocente, potencialmente rica en

los pies y el cabello». alegría y en pasión... ¿Por qué cubrí su imagen durante tantos años

E n septiembre de 1903 reescribe el tercer capítulo y aparece esta con un velo de desprecio? ¿Qué le estaba reprochando? ¿Cómo fue

nota de entre sus apuntes, quizá el día de su cumpleaños: «Esta posible no darme cuenta de que ella merecía una piedad ilimitada,

noche [ . . . ] u n recuerdo, una idea, u n espectro [ . . . ] M i m a d r e . . . que ella era una víctima, una víctima?

¿Por qué m i madre, aquella mañana, hace trece años, se tiró por la Me inundaba por primera vez el alma un torrente de rencor, un

ventana?». H a b í a imágenes que la perseguían — « ¡ D i o s , Dios! ¿Por deseo violento que me empujaba al levantamiento [...] claro que él

qué no podía huir, lanzarse al abismo, no ver nada más, no saber no pensaba que hubiera cometido un delito [...] La criatura robada

nada m á s ? » — y que ahora la buscan a ella: «También yo, casi a dia- le había sonreído puerilmente, con la muerte le había pedido un

rio, por la noche, en u n m o m e n t o dado siento que me posee u n de- día perdón por un mal que más había perjudicado a sí misma que

seo inmediato y formidable de arrojarme al abismo, de acabar con al otro. Nunca, nunca jamás salió de su boca el (lamentó) reproche

todo. ¿Por qué u n día u otro no podría yo obedecer esa orden?». que buscan todos los malhechores...

A l final del m i s m o capítulo, la escena de la violación es u n Y aquella criatura está ahora allí, al lado del débil niño, del

relato p u r o puesto que el p u n t o de vista de la autora n o aparece; fruto de un abuso que inspira compasión, de un sacrificio. Y más

solo aquel «empujaron m i cuerpo hasta dejarlo caer sobre u n fuerte que la piedad hacia sí misma era, incluso, era —más que

taburete» parece r e m i t i r al f o n d o del asunto. nunca— la piedad que sentía hacia el miserable crisol en el que

H a b r á n de pasar nueve años antes de que la m u j e r c o m p r e n - se engendra el ser humano, hacia aquel crisol a veces irreductible,

da el significado de aquella acción, y todavía le cuesta recordarlo y que tan lento progresa a través de los siglos... (manuscrito, pp.

en p r i m e r a persona mientras se reúne de nuevo c o n la adoles- 217-218).

cente «olvidada», c o n aquella imagen «escondida». Era necesario


u n t i e m p o de infancia, c o m o tras el suicidio: lo encuentra al ver La tentación de desaparecer es m u e r t e en v i d a , la death in Ufe de

sanar al n i ñ o de una enfermedad d u r a n t e la cual ha pensando en los románticos, contra la que luchará siempre s u b l i m á n d o l a en

la m u e r t e de ambos. u n m i l a g r o de a m o r y de sacrificio. La novela n o se cierra c o n el


abandono del h i j o , sino c o n u n gesto que supone una separación

Lo que ahora discernía claramente en mí era que yo no consideraba de sí m i s m a , una parte de sí digna de c o m p a s i ó n , necesitada de

a aquel hombre un algo que tuviera relación con m i hijo, pues este c o m p a s i ó n de manera intolerable. L o dice en el epílogo c o n una

era mío, solo mío. frase tremendamente ambigua, dedicada a la m u e r t e c o m o aquel

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sueño de fusión que la impulsa: «¡Quitárselo, aferrado, encerrar-
lo en mí! Y yo desaparecer, ¡para que él sea t o d o "yo"!».

• ##
La presente edición se basa en la de 1950 y no en la original de 1906.
La de 1950 fue la última que revisó la autora, por lo que en ella se con-
servan las correcciones añadidas durante todos esos años (las denomi-
nadas «modernizaciones»). Para escribir este prefacio he utilizado ma-
teriales diversos: cartas, cuadernos de notas, manuscritos, todos ellos
propiedad de la Fundación del Istituto Gramsci de Roma, excepción
hecha del manuscrito de Una mujer (Biblioteca Nacional de Florencia).
Estoy muy agradecida a Dario Massimi por la ayuda dispensada en la
investigación que llevé a cabo en el Fondo Aleramo.

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