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La Guardaespaldas - Katherine Center
La Guardaespaldas - Katherine Center
No terminamos el cuestionario.
Al llegar al puente del río Brazos, Jack, efectivamente,
detuvo el Range Rover en la cuneta, se apeó y cruzó el
puente a pie. Yo cumplí mi parte y conduje hasta el otro
lado.
Lo esperé apoyada en el parachoques del coche,
meciéndome con las ráfagas de los camiones de dieciocho
ruedas que pasaban zumbando por mi lado y observando la
tensión de su cara y la concentración de su mirada mientras
caminaba en línea recta de un extremo del puente al otro.
Guau. ¿Cuánta gente habría pasado en coche junto a un
peatón cruzando a pie un puente de autopista sin saber que
era la superestrella Jack Stapleton?
Cuando llegó, estaba blanco y tenía la frente bañada en
sudor.
—No bromeabas —dije.
—Nunca bromeo con los puentes.
Se subió de nuevo al asiento del conductor, bajó las
ventanillas y, acto seguido, volvió a meterse en el papel del
tío relajado y despreocupado que lo tenía todo.
—Me has hecho muchas preguntas hoy —dijo entonces—,
en cambio yo no te he hecho ninguna a ti.
—Y así seguiremos.
—¿No puedo hacerte preguntas?
—Poder, puedes… —dije encogiendo levemente los
hombros, en plan «Yo no dicto las normas».
Sin embargo, la pregunta que me hizo me sorprendió.
Volviéndose hacia mí, me miró de arriba abajo.
—¿Has actuado alguna vez?
Teniendo en cuenta el lugar al que nos dirigíamos y la
colaboración para la que acababan de reclutarme, era justo
que respondiera.
Era la primera vez que me preguntaban algo así. Lo
medité.
—He representado a animales de granja en algunas
funciones de Navidad.
—O sea, no.
Intenté darle algo.
—Mi trabajo tiene una parte de actuación —añadí,
intentando darle algo—. A veces me toca interpretar un
papel en una situación dada, pero sobre todo he de
mezclarme con la gente o parecer vagamente una asistente
personal. —Jack asintió pensativo—. Pero nunca he tenido
que hacer nada tan… específico como esto.
—Vale —dijo, todavía pensativo—. Les diré que eres mi
novia y a partir de ahí todo será más fácil. Yo haré la mayor
parte del trabajo. Además, ¿quién miente sobre lo de tener
novia? En realidad, tú solo tienes que ser agradable.
—Ser agradable —dije, como si estuviera anotándolo.
—Exacto. No tienes que memorizar frases ni soltar
soliloquios. Esto no es Shakespeare. Simplemente, actúa
con normalidad y el contexto hará el resto.
—Entonces, ¿no tengo que comportarme como si
estuviera perdidamente enamorada de ti?
Me miró de reojo.
—No, a menos que quieras hacerlo.
—¿Y si no se creen que soy tu novia?
No fui consciente de lo vulnerable que me haría sentir esa
pregunta hasta que la hice. Jack, sin embargo, asintió
firmemente con la cabeza.
—Se lo creerán.
—¿Por qué?
—Porque eres absolutamente mi tipo.
No pude resistirme.
—¿Las asistentas son tu tipo?
Me señaló con el dedo.
—Fue un error comprensible.
La verdad era que no tenía ni idea de cómo iba a pasar
por la novia de Jack Stapleton. No me tragaba, ni por un
momento, que fuera su tipo. Había hecho una búsqueda
exhaustiva sobre él en Google y me había hartado de ver
Barbies. Una de ellas se había hecho tanta cirugía estética
que no pude evitar preguntarme si su madre echaba de
menos ver la cara de su hija.
Por no mencionar a Kennedy Monroe.
—Oye —dije entonces—, ¿y qué pasa con tu novia real?
—¿Qué quieres decir con «novia real»?
Resoplé.
—Sospecho que tus padres podrían darse cuenta de que
no soy Kennedy Monroe.
Jack soltó una carcajada y dijo:
—Mis padres no prestan atención a esas cosas.
—¿Estás diciendo que tus padres no saben que estás
saliendo con Kennedy Monroe? ¡Aparecíais juntos en la
portada de People! ¡Con jerséis a juego!
—Probablemente.
—Imposible. No hay nadie que no lo sepa.
Jack lo meditó y, seguidamente, se encogió de hombros.
—Si preguntan, les diré que rompimos, pero no
preguntarán. Saben que nada en Hollywood es real.
¿Kennedy Monroe no era real? De repente, me dio corte
preguntarlo.
Traté de imaginarme a alguien tragándose que Jack me
preferiría a mí antes que a Kennedy Monroe. ¿Tan ingenuos
eran esos padres? ¿Acaso estaban en coma?
La voz de Robby asegurando que era imposible que
pudiera pasar por su novia resonó en mi cabeza y me odié
por estar de acuerdo con él. Pero lo estaba.
Jack seguía rumiando.
—Creo que la mejor opción es que te limites a sonreír —
dijo. No parecía tan difícil—. Simplemente sonríe. A ellos. A
mí. Sonríe hasta que te duelan las mejillas.
—Entendido.
—¿Qué tal llevarías que te tocara?
¿Qué tal llevaría que Jack Stapleton me tocara?
—¿A qué te refieres con lo de tocar?
—Bueno, cuando estoy con mis novias… Tiendo a tocarlas
mucho. Ya sabes, cuando alguien te gusta, tienes ganas de
tocarlo todo el rato.
—Entiendo —dije.
—Eso podría añadir autenticidad.
—Estoy de acuerdo.
—¿Te parece bien si te cojo la mano?
La respuesta no era difícil.
—Sí.
—¿Puedo… pasarte el brazo por los hombros?
Otro asentimiento.
—Me parece aceptable.
—¿Puedo susurrarte cosas al oído?
—Depende de lo que susurres.
—Mejor te pregunto si hay algo que no quieres que haga.
—Prefiero que no te quites la ropa.
—No suelo quitármela —dijo— cuando estoy con mis
padres.
—Quiero decir en general —aclaré—. Nada de desnudos
sorpresa.
—Vale. Lo mismo te digo.
—Y no creo que sea necesario que me beses…
—Ya he pensado en eso.
¿Ya había pensado en eso?
—Podemos darnos besos falsos —dijo—. Si no hay más
remedio.
—¿Besos falsos?
—Es lo que se hace en las películas. Parece un beso, pero
las bocas no llegan a tocarse. Por ejemplo, podría agarrar tu
cara entre mis manos y besarme el pulgar. —Apartó la mano
del volante y se besó el pulgar a modo de demostración.
Ah.
—Vale.
—Pero mejor no intentamos nada de eso hoy.
—No.
—Requiere cierta práctica.
Practicar besos de mentira con Jack Stapleton…
—Entendido. —Luego añadí—: Y como es lógico, si por lo
que sea tienes que besarme de verdad, no pasa nada. O
sea, que me parece bien, si es necesario. Vaya, que no me
enfadaré.
Dios, sonaba como una loca.
—Tomo nota —dijo sin más, como si estuviera
acostumbrado a tropezar con esa clase particular de locura.
Y probablemente así fuera. Continuó—: Lo que estoy
intentando decirte con todo esto es que agradezco lo que
estás haciendo por mi madre y por mí, y que no quiero
hacerte sentir incómoda.
—Gracias.
—Intentaré no meter la pata, pero si la cago, dímelo.
—Lo mismo digo.
Aclaradas las cosas, subió la radio, descorrió el techo
panorámico y se llevó un chicle de canela a la boca.
8
Dejarlo.
Supondría el fin de la misión y, probablemente, también el
fin de mi carrera, pero no había otra salida.
El amor nos confunde. El amor nos nubla el juicio. El amor
nos hace perder la cabeza de deseo.
O eso dicen.
A mí no me había ocurrido con Robby…, pero —y solo
ahora caía en la cuenta de ello— tal vez lo que sentía por él
no fuera amor. Porque lo que me estaba sucediendo con
Jack Stapleton, fuera lo que fuese, era mucho más
desestabilizante.
No lo entendía, pero sí que tenía algo claro: era lo
bastante complejo para simplificar las cosas.
Necesitaba salir de allí.
Bajé del columpio y eché a andar por el camino de grava
hacia la casa-cuartel de vigilancia. Entraría, llamaría a Glenn
y renunciaría. Fácil.
Sin embargo, me hallaba a medio camino cuando oí un
sonido inconfundible.
El disparo de un rifle.
Me detuve en seco. Me di la vuelta.
Otro disparo.
Provenía del otro lado del granero.
Eché a correr en esa dirección, salté la valla y oí otro
disparo.
¿Qué estaba ocurriendo? ¿Quién estaba disparando?
¿Acaso la criadora de corgis había dado con nuestro
paradero y se le había ido la olla? ¿Había seguido a Jack
hasta alguna de las gargantas de esas doscientas hectáreas
alejadas de todo?
Mientras corría como una bala por el campo, tropezando
con hormigueros y cardos, elaboré una lista mental de
posibilidades sobre lo que iba a encontrarme y toda una
colección de planes de contingencia para manejar cada una
de ellas.
¿Por qué, oh, por qué Glenn no me había autorizado a
llevar pistola? «No la necesitarás», me había prometido.
Demasiado tarde ahora.
Independientemente de lo que encontrara en esa
garganta, tendría que pensar con rapidez y hallar una
solución.
Con suerte.
Sin embargo, lo que allí encontré no fue una criadora de
corgis chiflada, ni a un Jack Stapleton ensangrentado, sino
al dulce y amable Doc Stapleton, patriarca de la familia, con
un rifle de palanca en las manos. Disparando botellas.
Para cuando llegué al borde de la garganta, estaba lo
bastante cerca para que me oyera. Se dio la vuelta mientras
yo descendía. Aminoré el ritmo hasta detenerme y me doblé
hacia delante con las manos en las rodillas, resoplando y
esperando a que los pulmones dejaran de arderme.
Cuando finalmente levanté la vista, Doc me estaba
mirando como si no pudiera entender qué hacía allí.
—Oí los disparos —dije corta de resuello—. Pensé que… —
Di marcha atrás—. Me asusté.
Doc soltó un pequeño bufido y dijo:
—Esta gente de ciudad.
Vale. No podía rebatirle eso.
Me incorporé, todavía jadeando, y me acerqué. Alineadas
sobre unas piedras contra una curva de la garganta había
botellas de cristal, puede que una veintena. Verdes,
marrones, transparentes. En el suelo, a los pies de las
piedras, había un auténtico lago de cristales rotos.
—Los disparos —continuó Doc mientras yo contemplaba la
escena— significan algo muy diferente en el campo.
Que él supiera. Pero asentí.
—Así que estás practicando tiro al blanco.
Doc me tendió el arma.
—¿Quieres probar?
Contemplé el rifle. La respuesta, por supuesto, era no. No,
no iba a ponerme a disparar botellas justo ahora que me
encontraba camino de dejar mi trabajo. No, no iba a pasar
ni un minuto más de lo necesario en este rancho de pirados.
Ni a delatarme en el último momento haciendo una
exhibición de mis habilidades.
No, no y no.
Por otro lado, necesitaba un minuto para recuperar el
aliento.
Y puede que hasta me sentara bien disparar a algo ahora
mismo.
Justo entonces, Doc dijo:
—Si no aciertas, no pasa nada —dando a entender, por su
tono, que yo estaba dudando porque no sabía disparar. —
Seguía resistiéndome al pequeño desafío cuando añadió—:
Además, este rifle es un poco difícil de manejar para una
mujer.
A ver.
Cinco minutos tenía, ¿no?
Alargué las manos hacia el rifle y dejé que me lo tendiera.
Luego permití que me diera una lección. No le mentí, no
exactamente. Simplemente permanecí calladita mientras
Doc me instruía sobre los conceptos básicos del arma que
sostenían mis manos.
—Esto es la culata —comenzó— y esto de aquí es el
cañón. Esto es el gatillo. Entre disparo y disparo tienes que
tirar de esta palanca para recargar. —Señaló la boca del rifle
—. Las balas salen por aquí. Asegúrate de mantenerla
apuntando al suelo hasta que estés lista para liarla.
«¿Las balas salen por aquí?». El deseo de ponerlo en
evidencia subió por mi cuerpo como el agua llenando un
vaso.
—Apunta a ese grupo de allí —dijo Doc señalando una
hilera de botellas de cerveza viejas—. Si consigues darle a
una, te doy un dólar.
Guau. Nada me motivaba tanto como ser subestimada.
Entonces decidí hacer algo más que darles a las botellas:
iba a darles con estilo. Rápida y relajada. Como una
campeona. Y desde la cadera.
—Bien, señorita —dijo Doc—, simplemente hazlo lo mejor
que puedas.
«¿Lo mejor que pueda?». De acuerdo.
Retiré el seguro, adopté una postura cómoda, apoyé la
culata en el hueso de la cadera y apreté el gatillo con un
«¡BANG!».
El rifle tenía un retroceso potente, pero la primera botella
desapareció en medio de una nube de arena. Sin embargo,
no me detuve a disfrutarlo. Un segundo después de apretar
el gatillo, empujé y recogí la palanca con un gratificante
«ca-chanc» y apreté de nuevo el gatillo.
Otro «¡BANG!» y otra botella convertida en polvo.
Seguida de otra, y de otra, y de otra. BANG-ca-chanc,
BANG-ca-chanc, BANG-ca-chanc, ¡BANG! Hice estallar
botella tras botella a lo largo de toda la hilera. Terminé en
menos que canta un gallo.
Me volví hacia Doc con un último chasquido de palanca —
ca-chanc— suave y femenino. Puse el seguro, me quité el
rifle de la cadera y le dije, mientras él me observaba
boquiabierto:
—Me ha encantado.
Acababa de desvelar demasiado sobre mí, y a esas alturas
ya debería estar camino de Houston, pero había merecido la
pena.
En ese momento divisé algo en lo alto de la garganta.
Era Jack observándonos. Y, a juzgar por la mirada de
admiración detrás de esas gafas ligeramente torcidas, lo
había visto todo. Se llevó los dedos a la sien en señal de
respeto y yo respondí con un pequeño asentimiento.
Ahora había llegado el momento de largarme.
17
darle al vídeo.
La puerta se abría y el mismísimo Jack aparecía en
persona. Descalzo, con sus Levi’s y su camisa de franela
favorita sobre una camiseta que yo había visto por última
vez hecha un ovillo en el suelo del cuarto de baño.
En cuanto lo vi —incluso en tamaño móvil y hecho de
píxeles— un estremecimiento de placer me recorrió el
cuerpo.
—¡Caramba! ¡Hola! —decía Jack al tiempo que Kennedy
Monroe se arqueaba en un abrazo que me hizo pensar en un
gato siamés. ¿Fue por la forma en la que sacaba el culo y
apretaba las tetas contra el torso de Jack? ¿Fue por la forma
en la que se frotaba contra él, como si estuviera marcando
territorio? ¿O por la forma en la que ronroneaba?
Daba igual. La imagen iba a quedar grabada para siempre
en mi memoria.
—Solo quería saludarte —decía entonces Kennedy
Monroe, volviéndose hacia la cámara— y he traído algunos
amigos.
Seguidamente, se arrancaba con la entrevista más sosa y
ridícula que había visto en mi vida, compuesta básicamente
de golpes de melena, risitas, tomas fortuitas del canalillo y
preguntas cañeras a Jack del tipo: «¿Estás cada día más
bueno?».
Os ahorraré los detalles insultantes. La vi yo, así que
vosotros no tenéis que pasar por ello. De hecho, más que
verla la devoré. No podía apartar los ojos de la pantalla.
Principalmente por Jack, claro. Su presencia era un festín
para mis ávidos ojos. Pero también por Kennedy Monroe. La
vi allí, con él, e intenté imaginármelos como pareja. Busqué
cualquier atisbo de chispa o química entre ellos. Lo que
fuera.
De alguna manera, me había olvidado de que Kennedy
Monroe existía.
Jack se mostraba amable, encantador e implacablemente
atractivo. No obstante, mientras lo observaba reparé en
algo más: no se sentía atraído por ella.
Después de todas esas semanas creyendo que tenía el
radar estropeado —como si tanto teatro me hubiera
desintonizado— de repente me di cuenta de que había
estado subestimándome.
Podía leer perfectamente a Jack.
Kennedy Monroe estaba posando para la cámara,
pavoneándose y sacudiendo la melena, y él estaba
observándola y siguiéndole el rollo. Sin embargo, la cabeza
ladeada, la ceja enarcada, los ojos entornados, el ángulo de
su sonrisa, la tensión en su columna…, todo en él decía
«No».
O algo parecido, pero en esa línea.
El caso era que podía leerlo. Es más, podía ver a través de
su actuación. Todo este tiempo había creído que no podía
distinguir qué era real en Jack, pero resultaba que podía
leerlo como a cualquier otra persona. Puede que incluso
mejor.
Y una cosa estaba clara como el agua: Jack Stapleton
sentía más atracción por ese Ficus lyrata que por Kennedy
Monroe.
¿Se trataría la suya también de una relación falsa?
Cuando ella agitaba la melena, Jack apenas se percataba.
Cuando él sonreía, lo hacía de manera mecánica. Cuando
ella le tiró de la camiseta para intentar darle un beso, él giró
la cara como si creyera haber oído que alguien lo llamaba.
—Jack —decía entonces Kennedy, mirando directamente a
la cámara—, ahora voy a necesitar toda tu atención.
Jack se volvía de nuevo hacia ella.
—Vale —decía—. La tienes.
—Porque tengo una pregunta muy importante que hacerte
y seguro que no quieres perdértela.
—Vale —decía Jack hundiendo las manos en los bolsillos—.
Dispara.
Finalmente, Kennedy apartaba la vista de la cámara para
mirar a Jack a los ojos.
—Mi pregunta —decía inclinándose hacia él— es esta. —
Se giraba hacia la cámara para lanzar otro guiño. Luego
miraba de nuevo a Jack y decía—: ¿Quieres casarte
conmigo?
Algo pasaba.
Había algo en esa casa que Jack temía.
Alguien.
Saqué las llaves, abrí el coche y cogí el iPad del asiento de
atrás. Inicié sesión para comprobar las grabaciones de las
cámaras de seguridad instaladas en casa de Jack y las pasé
a toda velocidad. Nada en la cámara del camino de entrada.
Nada en la cámara del jardín trasero. Nada en la cámara de
la piscina. Pero de repente, en la cámara instalada en el
recibidor de Jack, la cual se activaba con el movimiento, vi a
Jack hablando con un hombre alto con vaqueros. Reduje la
velocidad de reproducción para verlo mejor y me pregunté
si podía tratarse de uno de sus «amigos».
Hasta que el tipo sacó una pistola de 9 mm y apuntó a la
cabeza de Jack.
Joder.
Examiné la grabación a cámara rápida para tratar de
quedarme con lo fundamental. Vi a Jack levantar las manos
y volver a bajarlas. Vi que los dos se volvían hacia la puerta.
Luego vi a Jack abrirla unos centímetros y al otro hombre
recular unos pasos y detenerse con la pistola apuntando
directamente hacia Jack.
Suficiente. Era cuanto necesitaba ver. Llamé al 911 para
avisar a la policía. A continuación, telefoneé a Glenn.
—Código plata en la residencia de Jack Stapleton —
anuncié mientras regresaba a la casa sin notar siquiera la
gravilla bajo mis pies desnudos. Luego, por si acaso, añadí
—: Situación de secuestro.
Glenn no me estaba siguiendo.
—Brooks, ¿de qué estás hablando? Jack Stapleton es nivel
de amenaza blanco.
—Mira los vídeos —dije—. Hay un hombre con una pistola
dentro de su casa.
—¿En estos momentos? —preguntó Glenn.
—En estos momentos.
—¿Dónde estás?
—Aproximándome a la casa por el camino de entrada.
—¿Estás sola?
—Sí. Pero Jack también.
—Jack no está solo, está con un intruso armado.
—Vale. Peor que solo.
—¿Está la poli en camino?
—Sí.
—Espera a que llegue —me ordenó Glenn—. Voy a avisar
al equipo.
—No voy a dejar a Jack solo ahí dentro.
—¡Brooks, espera a que llegue la poli!
—Pon al equipo en marcha —dije—. Mira los vídeos.
Llámame si ves algo que pueda ayudarme. —Y dicho eso,
puse el teléfono en silencio.
—¡Brooks, no entres, es peligroso!
Sabía que Glenn tenía razón, por supuesto. No tenía un
arma conmigo. No tenía un plan. Ni siquiera tenía zapatos.
¿Recordáis cuando dije que el calzado es de vital
importancia? Eso fue cuando pensaba que no había nada
peor que los tacones.
Mientras me aproximaba a la casa calculé que tenía
exactamente un cincuenta por ciento de probabilidades de
sobrevivir.
Era buena en mi trabajo, pero no era una superheroína.
Parte de ser buena en este trabajo consistía en tomar
decisiones inteligentes. ¿Era esta una decisión inteligente?
Ni mucho menos. Pero me daba igual.
Solo había una cosa que me importara en ese momento:
dos personas del lado de Jack eran mejor que una. Aunque
estuviera descalza, desarmada, desprotegida y herida, no
tenía intención de dejarlo solo.
—¡Brooks! —gritó Glenn por el móvil—. Escúchame bien.
Te ordeno que no intervengas. Si desobedeces mis órdenes,
ya puedes despedirte de Londres.
Era lógico que dijera eso. Era lógico que utilizara lo que yo
más deseaba para intentar impedir que me mataran. Era su
mejor baza.
Salvo por una cosa. Lo que más deseaba ya no era
Londres.
Lo que más deseaba era Jack.
Colgué.
Al cuerno con Londres.
Eché a correr.
KATHERINE CENTER
Protege a tu cliente. Pero, por encima de todo,
protege a tu corazón.
Antes, Jack estaba en boca de todos y sus fotos, normalmente surcando las
olas como un dios griego, saturaban las revistas. Hasta que, tras una
tragedia personal hace dos años, se alejó de los focos.
Sin embargo, a medida que pasan tiempo juntos, ella empieza a pensar que
todo parece casi… real. Y es entonces cuando las cosas comienzan a
complicarse, porque para Hannah es pan comido mantener a salvo a Jack,
pero es otra historia muy distinta proteger su propio corazón.
Katherine Center es una autora superventas cuyos libros
han ocupado la lista de best sellers de The New York Times.
Sus novelas, alabadas por numerosas publicaciones, hablan
sobre el amor y la familia, tratando a menudo los golpes
que nos da la vida y cómo siempre podemos volver a
levantarnos. Se la ha comparado con Jane Austen y Nora
Ephron, y la crítica considera que sus historias son «tan
gratificantes que revitalizan el alma» y la han reconocido
como «la reina por excelencia de la lectura reconfortante».
Vive en Houston con su marido, sus dos hijos y un perro
peludito (pero feroz).
Título original: The Bodyguard
ISBN: 978-84-9129-950-9
Compuesto en www.acatia.es
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YouTube: penguinlibros
Índice
La guardaespaldas
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Epílogo
Agradecimientos
Nota de la autora
Sobre este libro
Créditos