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Sesgo atencional en niños y adolescentes con ansiedad: Una revisión.

Chapter · January 2012

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Maria Dolores Castillo Pedro Gonzalez-Leandro


Universidad de La Laguna Universidad de La Laguna
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SESGO ATENCIONAL EN NIÑOS Y ADOLESCENTES CON ANSIEDAD:
UNA REVISIÓN

Mª Dolores Castillo1 y Pedro González-Leandro2


1
Dpto. de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional
2
Dpto. de Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos
Universidad de La Laguna
La Laguna – Tenerife

Dirección de contacto: Mª Dolores Castillo


Dpto. de Psicología Cognitiva, Social y Organizacional, Facultad de Psicología
Universidad de La Laguna – La Laguna (Tenerife)
Tfno: 00 34 22 31.75.02; Fax: 00 34 22 31.74.60; E_mail: dcvillar@ull.es
Resumen

En este trabajo se presentan datos recientes sobre el sesgo atencional en niños y

adolescentes con ansiedad. En la población adulta normal y clínica ha sido investigado con

profundidad, pero no ocurre así en la población infanto-juvenil. Dicho sesgo consiste en

focalizar la atención en estímulos que pueden representar un peligro o amenaza potencial y

desatender los de carácter no amenazante o neutros. Para investigarlo se ha utilizado el

paradigma Stroop emocional y la técnica de detección del punto.

Los resultados con el paradigma Stroop emocional muestran que los niños y

adolescentes con ansiedad tienen una mayor latencia en el nombrado de estímulos de amenaza

con respecto a estímulos neutros. En la técnica de detección del punto también manifiestan

menor latencia cuando la señal visual (el punto) coincide con la localización de los estímulos

de amenaza que con los neutros. Por el contrario, en los niños con ansiedad baja no se

encuentran diferencias en las latencias a la señal cuando ésta se sitúa en cualquiera de ambas

posiciones o incluso presenta el patrón opuesto –menor latencia ante la señal que reemplaza a

las palabras neutras-. Esto indica que los niños con ansiedad elevada dirigen su atención hacia

la información de amenaza, independientemente de su localización, lo que es consistente con

un sesgo atencional de vigilancia hacia estímulos de amenaza. Por el contrario, los niños con

baja ansiedad tienden a centrar su atención fuera de la amenaza, mostrando un sesgo de

evitación atencional.

Otros temas relacionados con el sesgo atencional y también examinados en este

trabajo son: el curso temporal del sesgo, si su manifestación ocurre en todos los niños a

edades tempranas o sólo en los de ansiedad elevada, la influencia de la ansiedad parental en

los sesgos de procesamiento y varios de los modelos teóricos más actuales que tratan de

explicarlo.

2
Palabras clave: sesgo atencional en niños, sesgo atencional en adolescentes,

procesamiento de información, ansiedad.

3
El sesgo atencional consiste en la tendencia a dirigir la atención de forma preferente

hacia estímulos que pueden representar un peligro o amenaza potencial. Los estudios sobre

este fenómeno se han investigado ampliamente en la población adulta normal y clínica

(Castillo, 2003, 2004 y Williams et al., 1997 para revisiones) pero son más escasos en la

infantil y adolescente, si bien en las dos últimas décadas los trabajos sobre estas dos últimas

poblaciones ha experimentado un incremento importante, como se demuestra en las revisiones

de Bar-Haim et al. (2007), Ehrenreich y Gross (2002) y Vasey y MacLeod (2001). El

objetivo de este trabajo es revisar los estudios actuales sobre el sesgo atencional con niños y

adolescentes con síntomas de ansiedad, con el fin de exponer cuál es la situación actual de

este tema de investigación. Consideramos que éste es un aspecto importante porque interesa

elucidar cómo se adquiere el sesgo en la niñez y si una vez adquirido se transmite y persiste

en la edad adulta como sostienen algunos autores (Essau, Conradt, & Petermann, 2002; Roza,

Holstra, van der Ende, & Verhulst, 2003; Weems, 2008 para revisión). También abordamos

el curso temporal del sesgo y su manifestación en todos los niños a edades tempranas o sólo

en los de ansiedad elevada, el papel que juegan los padres con ansiedad en la transmisión del

mismo y los modelos teóricos que tratan de explicarlo.

Para investigar el sesgo atencional se han utilizado palabras con diferente contenido

emocional (v.gr., relativas a amenaza física, social, evaluativa, etc.) y su procesamiento se ha

comparado con el de palabras neutras, carentes de peligro y equiparables en diversas

características lingüísticas (v.gr., categoría gramatical, longitud, frecuencia de uso, etc.).

Como estímulos más naturales, también se han utilizado fotografías de animales que inducen

peligro o diapositivas de expresiones faciales con signos claros de hostilidad o amenaza,

comparándose su procesamiento con el de estímulos neutros o caras de alegría y expresiones

neutras. Seguidamente examinamos las evidencias experimentales más relevantes y los

principales resultados.

4
1. EVIDENCIAS EXPERIMENTALES

Para estudiar del sesgo atencional en la población infantil y adolescente los dos

paradigmas clásicos son Stroop emocional y la tarea de detección del punto (dot-probe task).

También se ha empleado el paradigma de búsqueda visual, pero llama la atención que en la

población infantil y adolescente sólo se haya utilizado en dos investigaciones (Hadwin,

Donnelly, French et al., 2003 y Pérez-Olivas, Stevenson, & Hadwin, 2008), mientras que en

adultos son más numerosas (véase Donnelly, Hadwin, Menneer, & Richards, 2010), ya que es

una herramienta básica en el estudio de atención. Una situación similar presenta la técnica de

movimientos oculares, donde el sesgo atencional en niños con este procedimiento sólo lo han

explorado In-Albon, Kossowsky y Schneider (2010) en una muestra con ansiedad de

separación. Debido a la escasez de trabajos que han hecho uso de estas dos últimas técnicas,

no van a ser consideradas en este estudio.

1.1. Tarea Stroop emocional

El aspecto distinto en esta versión, con respecto a la original (Stroop, 1935), es el uso

de palabras de carácter emocional como estímulos (v.gr., de amenaza, positivas y neutras)

frente a las de nombres de colores. La tarea del sujeto consiste en nombrar el color de la tinta

en el que dichas palabras están impresas e ignorar su significado. Por ejemplo, ante la palabra

sida impresa en color verde, la respuesta correcta es “verde”. La presencia del efecto Stroop

se manifiesta en el fracaso en centrarse exclusivamente en la dimensión del color del estímulo

y desatender su significado, produciéndose un enlentecimiento en el nombrado de dicho color.

Cuando se utilizan caras en lugar de palabras, expresando signos de amenaza, alegría o

neutras, el sesgo de amenaza se infiere cuando nombrar el color de la cara de amenaza supone

más tiempo que el de una cara neutra (MacLeod, 1991). El efecto de interferencia se calcula

tomando el tiempo en nombrar los estímulos de amenaza y restándole el tiempo

5
correspondiente a los estímulos neutros. Una interferencia positiva indica que los estímulos

amenazantes interfirieron con la habilidad para nombrar el color, comparados con los

estímulos neutros.

La técnica Stroop emocional inicialmente fue la herramienta más utilizada para

investigar el sesgo atencional en adultos con ansiedad (Logan & Goetsch, 1993; Williams,

Mathews, & MacLeod, 1996 para revisiones) y también ha sido muy empleada en niños (ver

Nightingale, Field, & Kindt, 2010). Puede presentarse en formato de tarjeta o mediante la

pantalla de un ordenador. En el primer caso, varios estímulos aparecen agrupados en una

misma tarjeta, mientras que en el segundo, los estímulos aparecen de forma independiente.

Además, cada formato parece tener un efecto interferidor diferente, siendo el de tarjeta el que

ha producido mayor interferencia.

Un buen número de estudios aporta evidencias de una mayor latencia en el nombrado

de estímulos de amenaza con respecto a estímulos neutros en niños “normales” con rasgo de

ansiedad elevado (v.gr., Martin & Cole, 2000 con niños de 8 a 12 años; Martin, Horder, &

Jones, 1992 en una nuestra de 6 a 13 años; Martin & Jones, 1995 en tres grupos con edades

entre 4-5 años, 6-7 y 8-9 años; Richards, French, Nash et al., 2007 con una muestra de 10 a 11

años). Hadwin, Donnelly, Richards et al. (2009) utilizaron imágenes que presentaron

mediante Stroop y comprobaron el efecto que la ansiedad rasgo (evaluada mediante auto-

informe), la ansiedad social y la edad tenían sobre el procesamiento de caras esquemáticas de

enfado (comparadas con neutras) en niños de 6 a 12 años. Se obtuvo que el incremento en la

ansiedad social está asociado con un decremento en la habilidad para inhibir la atención de las

caras de enfado y que esta relación no está modulada por la edad. En cuanto al estudio de

adolescentes, Richards, Richards y McGeeney (2000) utilizaron el formato de tarjeta y

hallaron un efecto de interferencia al nombrar el color de palabras emocionales en una

muestra con edad comprendida entre 16 y 18 años.

6
Algunos estudios con muestras clínicas también son favorables al sesgo en niños con

distintas alteraciones (v.gr., Dubner & Motta, 1999 con tres muestras de 8 a 12 años, 13 a 15

y 16 a 19 años con estrés post-traumático; Moradi, Neshat-Doost, Taghavi et al., 1999 con

niños y adolescentes entre 9 y 17 años con estrés post-traumático y Taghavi, Dalgleish,

Moradi et al, 2003 con niños de 13-14 años y trastorno de ansiedad generalizada). Sin

embargo, también hay datos contrarios al sesgo. Por ejemplo, Kindt, Brosschot y Everaerd

(1997) presentaron a niños no-clínicos con ansiedad elevada y entre 8 y 9 años la tarea Stroop

en condiciones físicas estresantes. Tanto los niños con ansiedad elevada como los de ansiedad

baja mostraron una interferencia cognitiva específica ante la información de amenaza física,

independientemente del estresor. Además, en la situación neutra (donde la situación de estrés

estaba ausente), las niñas altas y bajas en ansiedad –pero no los varones- mostraron el sesgo

de información de amenaza de carácter general. Similares resultados obtuvieron Kindt,

Bierman y Brosschot (1997) al comparar ambos formatos de la prueba (computarizada vs.

tarjeta).

En un estudio similar, Kindt y Brosschot (1999) presentaron imágenes de arácnidos a

niños entre 8 y 12 años que sufrían de fobia a las arañas. El material se presentó de forma

integrada (i.e., las palabras y los colores se presentan simultáneamente) y de forma no-

integrada (i.e., las palabras y las imágenes aparecen superpuestas en círculos de colores).

Consistente con estudios previos, los autores encontraron que las palabras integradas relativas

a arañas produjeron interferencia en las chicas con fobia y en el grupo de control. Las palabras

no-integradas (pero no las imágenes) produjeron alguna interferencia en las chicas, pero no en

el grupo de control. Sin embargo, este efecto no fue significativo y los autores creen que pudo

deberse a la actuación de los participantes de mayor edad.

Kindt, van den Hout, de Jong y Hoekzema (2000) replicaron este estudio en dos

experimentos. En el primero, un grupo con fobia a las arañas y otro grupo sin fobia con

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edades entre 8 y 11 años fueron falsamente informados de que tendrían que enfrentarse a una

araña en la realidad. Con la manipulación de esta información se pretendía activar en los

niños cogniciones de amenaza, incrementando su estado de ansiedad. Los resultados

mostraron ausencia de interferencia en las palabras de arácnidos y en las imágenes. Sin

embargo, consistente con Kindt, Bierman y Brosschot (1997), la interferencia fue mayor con

la edad en las niñas fóbicas y decreció en las no-fóbicas. En el segundo experimento se utilizó

una muestra mayor y sólo palabras como estímulos que se presentaban mediante Stroop.

Todos los niños demostraron interferencia al nombrar el color de las palabras no-integradas

relativas a arañas y la expectativa de aproximarse a una araña real no afectó

significativamente al sesgo.

Morren, Kindt, van den Hout y van Kasteren (2003) también utilizaron material

integrado y no-integrado con una muestra que comprendía de 7 a 11 años y con fobia elevada

a las arañas (n = 170) y fobia baja (n = 215). Observaron que los niños respondían más

rápidamente a las palabras relativas a las arañas que a las palabras de control, resultado que

fue interpretado como un efecto de evitación, según el cual los niños podrían haber tratado de

evitar procesar los estímulos de amenaza respondiendo a ellos más rápidamente. Este mismo

efecto de evitación también lo observaron Heim-Dreger, Kohlman, Eschenbeck y Burkhart

(2006) en dos experimentos y con caras emocionales presentadas mediante Stroop.

En cuanto a los niños con ansiedad clínica, también hay datos que revelan una

ausencia de sesgo. Prueba de esto es el estudio de Schneider, Unnewehr, In-Albon y Margraf

(2008) con niños entre 8 y 15 años diagnosticados con ataques de pánico y fobia animal. Así

mismo el trabajo de Schwartz, Snidman y Kagan (1996) con adolescentes con 12 y 13 años

que cuando tenían 2 años habían sido diagnosticados con conducta inhibitoria y no-

inhibitoria. De igual modo, los resultados de Freeman y Beck (2000) con niños entre 11 y 13

años con estrés post-traumático, y Dalgleish, Taghavi, Neshat-Doost et al. (2003) con una

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muestra de ansiedad generalizada. Ausencia del sesgo también lo corroboraron Kindt, Bögels

y Morren (2003) con niños entre 7 y 18 años con ansiedad de separación, fobia social y

ansiedad generalizada, al igual que Benoit, McNally, Rapee et al. (2007) con niños de 7 a 12

años y adolescentes entre 13 y 17 años, diagnosticados con diferentes alteraciones ansiógenas.

En suma, aunque los estudios referidos sólo son una muestra representativa de la

literatura que ha utilizado este paradigma, se puede observar que los resultados son mixtos, un

buen número de estudios ha hallado evidencias de la interferencia efecto Stroop, pero también

un importante volumen de trabajos muestra datos contrarios al sesgo. Los datos favorables al

sesgo se interpretan en el sentido de que en la ansiedad elevada existe dificultad para evitar

procesar el significado de amenaza y que al interferir éste con el color produce un

enlentecimiento en la respuesta. Ahora bien, una hipótesis alternativa (Mathews & MacLeod,

1994) es que el enlentecimiento podría deberse a un intento por evitar procesar estímulos de

amenaza en estas personas. Ello les llevaría a apartar la vista de estos estímulos (y del

contexto en el que aparecen) con el consiguiente incremento en la latencia de su respuesta. En

cualquier caso, y de ser esto así, supone haber extraído el significado aversivo de los

estímulos y después intentar evitar su procesamiento. En el caso de ausencia de sesgo, cada

autor interpreta su resultados en función de las variables evaluadas, manipulación

experimental del material, características de la muestra o bien aduciendo a las críticas que la

propia tarea ha suscitado. Por ejemplo, algunos autores (v.gr., Algom, Chajut, & Lev, 2004;

MacLeod, Mathews, & Tata 1986) consideran que la respuesta retardada al estímulo de

amenaza puede ser el resultado de un proceso tardío no relacionado con la atención. MacLeod

et al. (1986) sugieren que los participantes con ansiedad podrían procesar ambos significados,

neutro y amenazante al mismo nivel, pero la presencia del último podría intensificar el afecto

negativo de los participantes con ansiedad, enlenteciendo su tiempo de reacción. De Ruiter y

Brosschot (1994) también sugieren que la interferencia que produce el estímulo de amenaza

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podría reflejar un esfuerzo por evitar procesar indicios de amenaza más que la captura

atencional de los mismos.

1.2. Tarea de detección del punto

Para superar algunas de las críticas imputadas a la tarea Stroop emocional, MacLeod,

Mathews y Tata (1986) diseñaron la tarea de detección del punto. Consiste en presentar pares

de estímulos (v.gr., de amenaza y neutros) en la pantalla de un ordenador durante un breve

período de tiempo. Los estímulos se disponen de modo que uno aparece en la parte superior

de la pantalla y el otro en la mitad inferior con una separación entre ambos que varía según

los estudios. Esta separación espacial permite procesar los estímulos independientemente y

registrar el grado en que cada uno de ellos capta la atención del sujeto. La tarea de éste

consiste en leer en voz alta sólo el estímulo situado en la parte superior de la pantalla. La

distribución de la atención visual se mide a través de una tarea secundaria que consiste en

detectar la presencia de un punto que sustituye a uno de los dos estímulos, y que puede

localizarse en la posición superior o inferior de la pantalla, correspondiendo con la posición

del estímulo al que reemplaza. Cuando esto ocurre, los sujetos deben presionar, lo más

rápidamente posible, una determinada tecla del ordenador, quedando registrada la latencia de

su respuesta. Se considera que esta medida es un índice de atención visual que se dedica a la

localización donde aparece el punto, en comparación con otras zonas de la pantalla (Navon &

Margalit, 1983). El sesgo atencional de amenaza se revela cuando los participantes responden

más rápidamente al punto que reemplaza al estímulo de amenaza (palabra o imagen) que al

neutro. Esta técnica actualmente es muy utilizada y presenta dos ventajas importantes con

respecto a Stroop emocional. La primera es que los sujetos tienen que responder a un estímulo

neutro (el punto), por tanto, el tiempo de reacción mayor cuando el punto aparece en la

localización del estímulo neutro no puede ser resultado de un sesgo de respuesta ni de un

arousal general (Taghavi, Neshat-Doost, Moradi, Yule, & Dalgleish, 1999). Y segundo, la

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técnica permite determinar la orientación de los recursos atencionales – en dirección hacia la

amenaza o fuera de ella- (Kindt & van den Hout, 2001).

Los estudios con esta técnica (Dalgleish, Moradi, Taghavi et al., 2001; Dalgleish,

Taghavi, Moradi, Yule, & Canterbury, 1997; Dalgleish, Taghavi, Neshat-Doost et al., 2003;

Hunt, Keogh, & French, 2007; Taghavi, Dalgleish, Moradi, Neshat-Doost, & Yule, 2003;

Taghavi, Neshat-Doost, Moradi et al., 1999; Vasey, Daleiden, Williams, & Brown, 1995;

Vasey, El-Hag y Daleiden, 1996 ; ver Garner, 2010 para revisión) han mostrado que los

infantes y adolescentes con ansiedad elevada tienen latencias menores cuando el punto

coincide con la localización de los estímulos de amenaza que los neutros. Por el contrario, en

los niños con ansiedad baja no se encuentran diferencias en las latencias al punto cuando éste

se sitúa en cualquiera de ambas posiciones o incluso presentan el patrón opuesto –menor

latencia ante el punto que reemplaza a las palabras neutras-. Esto indica que los niños con

ansiedad elevada dirigen su atención hacia la información de amenaza, independientemente

de su localización, lo que es consistente con un sesgo atencional de vigilancia hacia estímulos

de amenaza. Por el contrario, los niños con baja ansiedad tienden a centrar su atención fuera

de la amenaza. Estos resultados coinciden con la propuesta teórica de Williams et al. (1988,

1997) y con los obtenidos en los estudios experimentales con población adulta (ver Ber-Haim

et al., 2007 para revisión).

Pocos trabajos han utilizado simultáneamente los dos paradigmas descritos (Stroop

emocional y la tarea de detección del punto). Heim-Dreger, Kohlmann, Eschenbeck y

Burkdardt (2006) los han empleado y en cada uno han computado un índice que mostraba el

sesgo de amenaza, resultando ser mejor predictor que los índices originales de los

paradigmas. El dato relevante de este estudio es que no sólo se obtuvo un sesgo de vigilancia

hacia los estímulos de amenaza, sino también un sesgo de evitación cuando dichos estímulos

contenían una amenaza moderada. Ambos resultados coinciden con la idea de que vigilancia y

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evitación hacia la amenaza son indicadores de dos estrategias de afrontamiento ante estímulos

aversivos de intensidad moderada (ver Calvo & Eysenck, 2000; Hock & Krohne, 2004),

mostrando la evitación una tendencia a apartarse del estímulo amenazante cuanto antes, a fin

de que afecte al sujeto lo menos posible.

1.3. Empleo de estímulos pictóricos

El sesgo atencional inicialmente ha sido explorado mediante estímulos verbales,

comparándose el procesamiento de los de amenaza con respecto a los neutros, como ya hemos

indicado. Sin embargo, este tipo de estímulos se ha criticado en varios sentidos. Por ejemplo,

es probable que las personas con ansiedad pasen más tiempo que las de menor ansiedad

pensando en situaciones de amenaza o hablando sobre sentimientos de amenaza y, como

resultado, las palabras de amenaza estén “primadas” o favorecidas en estas personas. Por

tanto, puede ser que los efectos observados con las palabras de amenaza reflejen una

familiaridad y una frecuencia subjetiva de uso alta más que un sesgo atencional de amenaza

genuino (McNally, Riemann, & Kim, 1990).

Para superar esta crítica se han utilizado imágenes de amenaza, alegres y neutras,

siendo las correspondientes a caras humanas con expresiones emocionales las más empleadas

(v.gr., Ekman & Friesen, 1976; Tottenham, Tanaka, Leon et al., 2009). El reconocimiento de

una expresión facial es un proceso automático, no requiere conocimiento consciente (Morris,

Öhman, & Dolan, 1998) y es un fenómeno altamente adaptativo. Una cara de amenaza es una

señal clara de peligro y, por tanto, es previsible que capte fácilmente la atención de las

personas con ansiedad. Las caras de enfado y miedo entran en la categoría de estímulos

relacionados con amenaza, mientras que las alegres y las neutras se utilizan como estímulos

de control. Otros estudios también han utilizado imágenes de animales como arañas,

serpientes, tiburones, etc. como estímulos aversivos comparándose su procesamiento con el

de estímulos neutros (v.gr., casa, mesa, coche, etc.). En cualquier caso, las imágenes, ya sean

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de animales o caras emocionales, son más apropiadas para los niños que las palabras porque

su procesamiento no depende de la habilidad lingüística, además son más concretas,

ecológicamente más válidas y más próximas a la fuente original de amenaza.

Hadwin, Donnelly, French et al. (2003) utilizaron la tarea de búsqueda visual para

explorar si la ansiedad elevada estaba asociada con un menor tiempo en la detección de caras

de enfado con respecto a caras alegres o neutras. Niños con edades entre 7 y 10 años tenían

que localizar caras de enfado entre un número de caras distractoras e indicar si dichas caras

estaban presentes o no. En dos experimentos la ansiedad elevada estuvo asociada con un

menor tiempo de reacción en decidir sobre la ausencia de caras de enfado, pero no de alegres

o neutras.

1.3.1. Sesgo de vigilancia o de evitación atencional

A diferencia de lo que ocurre en la población adulta, donde consistentemente se ha

encontrado un sesgo hacia las caras de amenaza (v.gr., Bar-Haim et al., 2007; Bradley, Mogg,

White, Groom, & de Bono, 1999; Mogg, Philippot, & Bradley, 2004), los resultados con

niños han variado en términos de si el sesgo es hacia o fuera de la cara de amenaza, dando

lugar a un sesgo de vigilancia o de evitación de amenaza, respectivamente. Por ejemplo, Roy,

Vasa, Bruck et al. (2008) encontraron un sesgo de vigilancia hacia caras de amenaza en

jóvenes con ansiedad que presentaban fobia social, ansiedad generalizada o ansiedad de

separación. En este estudio el sesgo de vigilancia no se relacionaba con el tipo de diagnóstico

o severidad de la ansiedad, aunque todos los niños con ansiedad presentaban un nivel severo.

De la misma manera, Brotman, Rich, Schmajuk et al. (2007) hallaron un sesgo de vigilancia

en niños con desorden bipolar y ansiedad, pero no hallaron evidencias del sesgo en los que no

habían experimentado ansiedad. Waters, Mogg, Bradley y Pine (2008) encontraron que

cuando niños diagnosticados con ansiedad generalizada eran divididos en dos grupos (los más

y los menos severos), el sesgo atencional hacia las caras de amenaza sólo emergió en el grupo

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más severo, pero no en el menos severo ni en el de control. Estos dos últimos grupos no

mostraron sesgo alguno ni hacia la amenaza ni hacia su retirada.

Otros estudios más recientes (v.gr., Shafiee, Goodarzi, & Taghavi, 2009) también han

hallado un sesgo vigilancia de amenaza en niños con rasgo elevado de ansiedad, pero lo que

es más novedoso es el hallazgo de un sesgo de evitación, según el cual los niños con rasgo

bajo de ansiedad dirigen su atención fuera de la amenaza. Dicho sesgo también lo obtuvieron

Monk, Nelson, McClure et al. (2006) con niños con ansiedad generalizada, y Stirling, Eley y

Clark (2006) con niños con ansiedad social.

Los sesgos de vigilancia y evitación también se han manifestado con material diferente

al de caras emocionales. Por ejemplo, prueba de un sesgo de vigilancia hacia imágenes

negativas, respecto a positivas, lo obtuvieron Waters, Lipp y Spence (2004); con palabras de

amenaza, Ehrenreich et al. (1998); con imágenes de animales asociados a amenaza, Field

(2006) y con caras de enfado presentadas fuera del nivel consciente, Monk, Nelson, McClure

et al. (2006). De igual modo, el sesgo de evitación también se ha encontrado con imágenes de

amenaza moderada (Legerstee, Tulen, Kallen et al., 2009) y palabras emocionales (Hunt,

Keogh, & French, 2007). En contraste, en otros estudios no se han hallado pruebas ni de sesgo

de vigilancia ni de evitación (v.gr., Waters, Mogg, Bradley, & Pine, 2008).

En resumen, la evidencia de un sesgo de vigilancia o evitación en niños con ansiedad

es inconsistente y, en parte, puede ser debido a cuestiones metodológicas, características de la

muestra (v.gr., grado de severidad de la ansiedad), contexto en el que se ha realizado el

estudio, tiempo de exposición de los estímulos, etc. Tal variabilidad limita las conclusiones

que sobre este aspecto del sesgo pueden hacerse. Waters, Henry, Mogg, Bradley y Pine

(2010) trataron de arrojar alguna luz sobre la dirección del sesgo en un estudio con la tarea de

detección del punto y caras emocionales que presentaron durante 500 ms. La muestra estuvo

compuesta por un grupo de 53 niños entre 8 y 12 años de edad con ansiedad generalizada,

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ansiedad de separación y fobia específica. Los autores hipotetizaron que el sesgo de ansiedad

hacia las caras de amenaza se vería incrementado en los niños con ansiedad clínica,

comparados con los de control, y que este sesgo sería más pronunciado en los niños con

ansiedad más severa que en los menos severa y los de control. El estudio también examinó el

sesgo atencional ante caras alegres. Sin embargo, las predicciones específicas fueron menos

claras, dado que en algunos estudios se había encontrado sesgo hacia estas caras alegres

(Bradley, Mogg, White et al., 1999; Martin, Williams, & Clark, 1991; Waters, Mogg,

Bradley, Pine et al., 2008) y en otros no (Monk, Nelson, McClure et al., 2006; Pine, Mogg,

Bradley et al., 2005). En cualquier caso, y según los modelos cognitivos de la ansiedad (v.gr.,

Mogg & Bradley, 1998), no se esperaba sesgo hacia las caras alegres porque a éstas no se les

atribuye significado amenazante. Los resultados mostraron que los niños con trastorno de

ansiedad manifestaron un sesgo de vigilancia hacia las caras de amenaza comparados con el

grupo de control. Estos hallazgos son consistentes con las predicciones teóricas de Mogg y

Bradley (1998) y Williams et al. (1997) y con los estudios de adultos (v.gr., Bradley, Mogg,

White et al., 1999; Mogg, Bradley, Miles, & Dixon, 2004). Una posible explicación es que las

caras de amenaza sean evaluadas de forma más amenazante por los niños con ansiedad

elevada que por los de ansiedad baja, y ambos, a su vez, las consideren con más amenaza que

el grupo de control, pero el grupo más ansioso pudo tener dificultades para utilizar estrategias

de regulación emocional y controlar el sesgo. Esto significaría que los niños con ansiedad más

y menos severa son reactivos a las caras de amenaza, pero los de más ansiedad tienen mayor

dificultad de control atencional. Con respecto al sesgo para las caras alegres, éste se obtuvo en

todos los niños; sin embargo, dado que son pocos los estudios que han observado dicho sesgo

es necesario que nuevos estudios traten de replicar el efecto antes de extraer conclusiones

definitivas.

2. CURSO TEMPORAL DEL SESGO ATENCIONAL

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En este aspecto del sesgo se trata de examinar si el tiempo de exposición de los

estímulos afecta a la ocurrencia del sesgo y qué dirección adopta éste, i.e., si se produce un

sesgo de vigilancia o de evitación de la amenaza. Para comprobarlo, el procedimiento ha

consistido en manipular la duración del SOA (Stimulus Onset Asyncrony) entre el inicio del

estímulo y el inicio de la prueba.

La investigación con niños hasta el momento es inconsistente, como demuestra el

hecho de que en seis estudios con caras de amenaza expuestas durante 500 ms, cuatro

informaron de un sesgo de vigilancia hacia la amenaza (Roy, Vasa, Bruck et al., 2008; Telzer

et al., 2008; Waters, Mogg, Bradley, & Pine, 2008, Watts & Weems, 2006) y dos estudios

revelaron un sesgo de evitación (Monk, Nelson, McClure et al., 2006; Pine, Mogg, &

Bradley, 2005). Otros estudios han utilizado exposiciones más largas (en torno a 1000-1500

ms), observándose un sesgo de vigilancia para las palabras de amenaza en niños con ansiedad

clínica (Dalgleish et al., 2003; Hunt, Keogh & French, 2007; Taghavi, Neshat-Doost, Moradi,

Yule, & Dalgleish, 1999; Vasey, Daleiden, Williams, & Browon, 1995) y ansiedad de

evaluación (Vasey, El-Hag, & Daleiden, 1996). Por último, con una exposición intermedia

(i.e., 1250 ms) los resultados han sido mixtos: un sesgo atencional hacia las escenas de

amenaza en los niños con ansiedad elevada y ausencia de sesgo en los de ansiedad baja

(Waters, Wharton, Zimmer-Gembeck, & Craske, 2008), si bien ambos niveles de ansiedad

mostraron dicho sesgo en el estudio de Waters, Lipp y Spence (2004).

Con respecto a muestras no-clínicas, Waters, Kokkoris, Mogg, Bradley y Pine (2009)

realizaron un estudio con un SOA corto y otro largo (500 y 1250 ms, respectivamente) que

presentaron al mismo grupo de niños “normales” con diferente nivel en ansiedad. Los autores

hipotetizaron un sesgo de vigilancia en la ansiedad elevada y ausencia de sesgo en la ansiedad

baja. Según el meta-análisis de Frewen et al. (2008) el sesgo atencional se disiparía a través

de los dos SOAs, mientras que según el meta-análisis de Bar-Haim et al. (2007) y los estudios

16
de Heim-Dreger et al. (2006) el sesgo no variaría a través de estas exposiciones. Otra

posibilidad es que con 500 ms se hallaran evidencias de un sesgo de vigilancia y al aumentar

el SOA a 1250 ms dicho sesgo se convirtiera en evitación. Un segundo objetivo de este

estudio era comprobar si se producía un sesgo atencional hacia las caras alegres. Los

resultados mostraron un sesgo de evitación de caras de amenaza en los niños con ansiedad

elevada, que no varió en las dos exposiciones (500 y 1250 ms) y ausencia de sesgo en los de

ansiedad baja. No hubo efecto de la ansiedad sobre el sesgo de caras alegres. Los autores

explican el sesgo de evitación en ambos intervalos aduciendo que al encontrarse dicho sesgo

en niños con ansiedad elevada, es posible que éstos manifestaran ansiedad generalizada

durante todo el transcurso de la prueba y esto pudo afectar a que la dirección del sesgo no se

alterara en ambos intervalos temporales.

En definitiva, el curso temporal del sesgo en niños, por el momento, no es

concluyente. El hecho de que se hayan obtenido resultados mixtos sugiere plantear nuevos

estudios, con el fin de comprobar la dirección específica del sesgo.

3. MANIFESTACIÓN DEL SESGO ATENCIONAL. ¿EN TODOS LOS NIÑOS A

EDADES TEMPRANAS O ESPECÍFICAMENTE EN LOS DE ANSIEDAD

ELEVADA?

Los resultados de la investigación sobre esta cuestión han suscitado un candente

debate entre los autores interesados en determinar el curso del desarrollo del sesgo. En estos

estudios las dos variables importantes son: la edad de los participantes y su nivel de ansiedad.

Kindt y cols. (Kindt, Bierman, & Brosschot, 1997; Kindt, Brosschot, 1999; Kindt, Brosschot,

& Everaerd, 1997; Kindt & van den Hout, 2001) han hallado evidencias de que el sesgo

atencional está presente en todos los niños y no sólo en los de mayor ansiedad. Para explicar

estos resultados se basan en su “hipótesis de la inhibición”, según la cual los niños no-

17
ansiosos aprenden a inhibir el sesgo de amenaza, a medida que aumenta la edad, cuando la

amenaza tiene una intensidad moderada, mientras que los niños con mayor ansiedad no lo

logran. Morren, Kindt, Van den Hout y Kasteren (2003) sugieren que esta capacidad

inhibitoria de los no-ansiosos se desarrolla entre los 7 y 11 años, por tanto, el sesgo puede no

estar presente en los niños con edad inferior (Hadwin, Garner, & Perez-Olivas (2006). Esta

idea es contraria a la hipótesis del “sesgo integral”, propuesta por Martin, Horder y Jones

(1992) y Martin y Jones (1995), que sostiene que el sesgo atencional de amenaza y la

ansiedad van de la mano de forma muy temprana en la vida del niño y los procesos cognitivos

son un constituyente innato de la emoción.

Waters, Lipps y Spence (2004) utilizaron la técnica de detección de punto con

imágenes de serpientes, arañas, tiburones, etc. como estímulos de amenaza, que presentaron a

niños con ansiedad clínica y a un grupo de control, con edades comprendidas entre los 9 y 12

años. Todos los niños de esta edad mostraron un sesgo atencional hacia los estímulos de

amenaza (Expto. 1). También observaron una mayor atención hacia dichos estímulos en un

grupo mixto de niños con ansiedad clínica (i.e., ansiedad generalizada, ansiedad social, fobia

social y fobia específica, Expto. 2), aunque el efecto no fue significativamente diferente del

grupo de control. Para explicar este sesgo de procesamiento de imágenes de amenaza en toda

la muestra, los autores sugieren que el emparejamiento de los miedos de los niños y las

imágenes pudo no haber sido suficientemente específico para demostrar diferencias

individuales en la ansiedad. Este argumento enfatiza la importancia de la utilización de

estímulos apropiados para explorar los sesgos de procesamiento en niños y el uso de imágenes

representando potenciales amenazas físicas, en comparación con estímulos verbales que

requieren niveles mínimos de lectura.

En un reciente estudio, Susa, Pitica y Benga (2008) trataron de describir el desarrollo

del sesgo en una muestra de niños que dividieron en dos grupos: de 5 a 9 años y de 10 a 11.

18
Mediante una técnica de detección de punto y dos intervalos temporales en la presentación de

los estímulos (1000 vs. 750 ms), hallaron que todos los participantes, independientemente de

su nivel de ansiedad, mostraron sesgo atencional hacia los estímulos de amenaza, aunque el

sesgo fue más pronunciado en los niños con mayor ansiedad en la exposición más corta.

En definitiva, aunque los datos presentados son favorables a un sesgo atencional en las

primeras etapas del desarrollo en todos los niños, independientemente de su nivel de ansiedad

(Nightingale, Field y Kindt, 2010), los estudios en esta línea aún son escasos y la falta de

investigación longitudinal no permite extraer conclusiones definitivas sobre este aspecto del

sesgo en la niñez.

4. INFLUENCIA DE LA ANSIEDAD PARENTAL EN LOS SESGOS DE

PROCESAMIENTO DE LOS NIÑOS

Se tienen datos de que los trastornos de ansiedad tienden a co-ocurrir dentro de la

familia (Turner, Beidel, & Costello, 1987) y mientras la asociación entre la ansiedad parental

e infantil puede ser parcialmente explicada por factores genéticos, la influencia ambiental que

los padres ejercen sobre sus hijos probablemente representa una contribución específica

importante en la transmisión del miedo. Field y Cartwright-Hatton (2008; citado por Lester,

Field, Oliver, & Cartwright-Hutton, 2008) proponen que alguna concordancia entre la

ansiedad de padres e hijos puede ser debida a que los primeros transmiten su estilo cognitivo a

los segundos. Si esto es así, cabría esperar una correlación entre los sesgos de ambos. Los

datos empíricos encajan con estas observaciones teóricas. Por ejemplo, Moradi, Taghavi,

Neshat-Doost, Yule y Dalgleish (1999) demostraron mediante el paradigma Stroop que niños

cuyos padres presentaban estrés post-traumático manifestaron un efecto de interferencia en

palabras relativas a traumas, comparados con niños cuyos padres no padecían este

diagnóstico. Los autores propusieron que los niños con estrés post-traumático estaban

19
expuestos a niveles más altos de distrés emocional debido a la influencia de sus padres y que

el contagio emocional entre padres e hijos podía afectar a los procesos atencionales de los

niños. Del mismo modo, Pine, Klein et al. (2005) trabajaron con niños donde un padre (o

ambos) estaba diagnosticado con desorden de pánico, trastorno depresivo mayor o sin

trastorno. Los niños cuyos padres sufrían de trastorno de pánico o trastorno depresivo mayor

tuvieron mayores niveles de ansiedad comparados con los niños cuyos padres no sufrían estas

alteraciones. Más específicamente, los niños con padres con desorden de pánico manifestaron

más miedo ante las caras emocionales y tardaron más tiempo en llevar a término su decisión.

Estos estudios apoyan la idea de que la exposición a un riesgo o trauma en forma de

psicopatología parental está asociado con la presencia de sesgos de procesamiento de

información de amenaza en los niños y señala la importancia de medir adecuadamente dicha

psicopatología cuando se exploran los sesgos infantiles.

Otra línea de investigación ha puesto de manifiesto el efecto que la verbalización de

los miedos de los padres puede ejercer sobre el sesgo de sus hijos. Por ejemplo, Muris,

Steerneman, Merckelbach y Meesters (1996) encontraron que niños de madres que tendían a

verbalizar sus miedos presentaban un elevado miedo ante estímulos y situaciones específicas

y que dichos miedos estaban relacionados con los miedos de sus madres. También se ha

encontrado que el aprendizaje vicario en forma de información negativa aportada por los

adultos puede producir un incremento en el miedo de los niños (v.gr., Field, Argyris, &

Knowles, 2001). Similares resultados se han obtenido cuando se ha adquirido miedo mediante

condicionamiento vicario (v.gr., Gerull & Rapee, 2002; Olsson & Phelps, 2004).

Finalmente, Fulcher, Mathews, Emler, Catherwood y Hammerl (enviado) han

estudiado el efecto diferencial que las madres (con respecto a los padres) con ansiedad

elevada tienen sobre el sesgo atencional en sus hijos. Los autores presentaron a niños de 7 y 8

años de edad estímulos de caras humanas mediante una tarea de detección del punto. Los

20
resultados mostraron que la ansiedad de la madre (pero no la del padre) estaba asociada con

un sesgo de vigilancia atencional para caras de amenaza en los niños. Aunque este estudio es

prometedor para dilucidar el efecto diferenciado que ejerce cada uno de los padres, pocos

trabajos han tratado esta cuestión, por lo que no es posible extraer conclusiones definitivas

hasta contar con más apoyo experimental. En definitiva, los estudios referidos apoyan el

hecho de que la familia influye en el desarrollo de los sesgos de sus hijos, sin embargo, los

mecanismos que subyacen a dicha la relación aún no se han identificado.

5. MODELOS TEÓRICOS

Se admite que los mismos mecanismos que pueden explicar el sesgo de amenaza en

los adultos pueden hacerlo también en los niños y adolescentes. La literatura más reciente

proporciona varios modelos que vamos a considerar seguidamente.

5.1. Modelo de Williams et al. (1988, 1997)

Según este modelo en el procesamiento de información de amenaza están implicados

dos estadios: pre-atencional y post-atencional. En el primero, la presencia de un estímulo

activa un componente –denominado Mecanismo de Decisión Afectiva- capaz de evaluar la

valencia emocional del estímulo. La evaluación es grosso modo y consiste en determinar si el

estímulo es “bueno” o “malo” o si implica o no amenaza. Se realiza de forma rápida e

intervienen procesos de carácter automático. Las personas con rasgo de ansiedad bajo, en este

estadio de procesamiento temprano, asignan recursos fuera de los estímulos valorados como

amenazantes, como una forma de protección que limita el incremento de la ansiedad,

mostrando un sesgo de evitación atencional. Sin embargo, las personas con rasgo de ansiedad

elevado dirigen sus recursos pre-atencionales de modo prioritario a los estímulos de amenaza,

con lo que focalizan su atención preferentemente en ellos, desambiguan los estímulos neutros

en dirección a la amenaza y dan signos de un sesgo de vigilancia atencional. De este modo, la

21
ansiedad afectaría al estadio más pasivo y automático del procesamiento, haciendo que las

representaciones mentales de amenaza estuviesen más accesibles a las personas con mayor

ansiedad. El estado de ansiedad afecta a este estadio, intensificando el valor de amenaza del

estímulo a medida que se incrementa el nivel de ansiedad.

Si la evaluación del estadio pre-atencional implica alguna amenaza, entonces se pasa

al segundo estadio o post-atencional. En éste, un nuevo mecanismo –el Mecanismo de

Asignación de Recursos- analiza el estímulo con mayor profundidad y determina los recursos

de procesamiento a asignar. El análisis es lento e intervienen operaciones de naturaleza

estratégica. En la ansiedad existe una tendencia a no elaborar el material amenazante, de

modo que se impide la asociación de las representaciones mentales de las palabras de

amenaza con otras representaciones relacionadas. Los recursos de procesamiento elaborativo

se dirigen fuera del material amenaza y, por ello, los estímulos de amenaza suponen un

material de difícil recuperación y recuerdo.

Dos son las predicciones básicas de este modelo con respecto a la ansiedad: 1) Se

producirá un sesgo de atención selectiva de información de amenaza en la ansiedad elevada, y

2) Se producirá un efecto de interacción entre rasgo y estado de ansiedad, y efectos

diferenciados de cada factor. El estado afectará al primer estadio, al Mecanismo de Decisión

Afectiva. El rasgo, al segundo, haciendo que el Mecanismo de Asignación de Recursos dirija

la atención hacia el estímulo o fuera de él. En la interacción entre ambos factores se predice

que en ausencia de estrés habrá poca diferencia en los sesgos atencionales en función de la

ansiedad. En cambio, cuando el estado de ansiedad o el nivel de estrés sean elevados, las

personas con mayor ansiedad dirigirán su atención hacia los estímulos de amenaza más que

los positivos o neutros, dando lugar a un sesgo de vigilancia atencional Por el contrario, las

personas con menor ansiedad, en las mismas condiciones, tenderán a evitar procesar dichos

estímulos, lo que se reflejarán en un sesgo de evitación atencional.

22
5.2. Hipótesis Cognitiva-Motivacional de la Ansiedad (Mogg & Bradley, 1998)

Esta hipótesis propone que los sesgos pre-atencionales y atencionales de estímulos de

amenaza dependen del funcionamiento combinado de dos componentes: el Sistema de

Evaluación de la Valencia del Estímulo (SEV) y el Sistema de Atención al Objetivo. El SEV

es el mecanismo responsable de valorar el grado subjetivo de amenaza del estímulo. Sus

funciones se corresponden, en gran medida, con los procesos de evaluación descritos por

LeDoux (1996) y con el Mecanismo de Decisión Afectiva de Williams et al. (1997). Tales

funciones consisten, de una parte, en realizar un análisis rápido y genérico del estímulo para

extraer información acerca de la posible peligrosidad del mismo. De otra, en integrar otro tipo

de información con más detalle y almacenarla en la memoria (v.gr., relativa al contexto,

información interoceptiva, experiencias previas relacionadas con el estímulo, etc.).

Una vez evaluado el estímulo (esto es, obtenida la información de si implica o no

amenaza) se pasa al Sistema de Atención al Objetivo. Este mecanismo se encarga de asignar

recursos de procesamiento y determinar las acciones subsecuentes. Si el estímulo es evaluado

como “amenaza severa”, entonces este sistema automáticamente interrumpe las actividades en

curso y dirige sus recursos hacia él. Si, por el contrario, el estímulo es evaluado como

“amenaza leve”, el organismo lo desatiende e inhibe un procesamiento más elaborado. La

atención, en este caso, seguiría focalizada en procesar los objetivos en curso.

Los dos componentes referidos de este modelo tienen un importante valor adaptativo.

Ello se debe a que son sensibles a estímulos que pueden arriesgar el bienestar el organismo y,

en respuesta a ellos, elicitan de forma automática y rápida un conjunto de respuestas

coordinadas (cognitivas, conductuales y fisiológicas) para ocuparse de la amenaza potencial.

Además, la idea de dos sistemas diferenciados tiene ventajas conceptuales: a) permite

distinguir ente los procesos implicados en la evaluación de la amenaza del estímulo y los

correspondientes al control coordinado de los procesos cognitivos orientados al objeto y a los

23
procesos conductuales. b) Puede ayudar a explicar las respuestas diferenciadas de las personas

con ansiedad y depresión a estímulos aversivos. Y c) permite considerar si las diferencias

individuales en vulnerabilidad a la ansiedad pueden ser debidas a la reactividad diferencial en

uno o en ambos sistemas.

Según esta la Hipótesis, la relación entre el valor sujetivo de amenaza del estímulo y

los sesgos atencionales puede no ser lineal. Es decir, si el estímulo es evaluado

subjetivamente como “exento de amenaza” no se producirá sesgo atencional. Si la evaluación

implica una “amenaza leve”, entonces la atención tenderá a desviarse del estímulo,

ocasionando un sesgo de evitación. Por último, si la evaluación de amenaza se incrementa,

bien porque objetivamente la peligrosidad del estímulo ha aumentado y/o por efecto de un

incremento en el estado de ansiedad, la atención se orientará hacia dicho estímulo, dando

lugar a su sesgo de vigilancia.

El rasgo de ansiedad actúa sobre el SEV y puede ser el principal factor que subyace a

tales procesos evaluativos. Más aún se considera que el rasgo está asociado con umbrales

perceptivos diferenciados. Así, las personas con rasgo de ansiedad elevado podrían evaluar

como “amenazante” una señal inocua o con mínima amenaza, dirigir sus recursos de

procesamiento hacia ella y producir un sesgo de vigilancia. En cambio, las personas con rasgo

bajo podrían evaluar el mismo estímulo como “amenaza trivial”, desatenderlo a favor de otro

con valencia positiva y producir un sesgo de evitación. Ahora bien, un incremento en la

evaluación de amenaza puede producir cambios en la orientación atencional y manifestarse

ésta de modo diferente en función del rasgo de ansiedad. Esto implica que las personas con

rasgo elevado de ansiedad permanecerán manifestando un sesgo de vigilancia, mientras que

las personas con rasgo bajo pasarán a mostrar un sesgo de vigilancia en lugar del sesgo de

evitación característico en ellas.

24
En estas condiciones de incremento del valor de la amenaza y rasgo de ansiedad bajo

existen notables diferencias entre las predicciones de la Hipótesis Cognitiva-Motivacional y la

propuesta de Williams et al. Según la Hipótesis Cognitiva-Motivacional, como se ha indicado,

a medida que el valor de la amenaza del estímulo se incrementa por encima de un cierto

umbral de severidad, las personas con rasgo bajo tienden a dirigir su atención hacia el foco de

amenaza, produciendo un sesgo de vigilancia. En cambio, para Williams et al. estas personas

tienden a intensificar la respuesta de retirada atencional, produciendo un sesgo de evitación.

Desde un enfoque biológico-adaptativo de la ansiedad, parece razonable pensar que un

sistema de detección de amenaza debe asegurar que la atención se dirige hacia los estímulos

con amenaza real o severa. Por tanto, es lógico que incluso las personas con rasgo bajo de

ansiedad atiendan a aquellos estímulo cuya amenaza sobrepasa un determinado nivel, de lo

contrario, el sistema sería desadaptativo.

5.3. Procesamiento selectivo de información de amenaza en la ansiedad (A.

Mathews & Mackintosh, 1998)

Esta propuesta, como los mismos autores señalan, es una adaptación del modelo de

Williams et al. (1997) al que han incorporado algunos elementos nuevos. Tres son las

cuestiones que interesan a esta formulación teórica: a) que la evaluación de la información de

amenaza puede realizarse de forma automática y previamente al reconocimiento del estímulo,

2) el papel de los estímulos competitivos en el sesgo atencional, y 3) la ocurrencia de un sesgo

de vigilancia atencional en niveles bajos de ansiedad ante indicios de amenaza severa.

Veamos brevemente cada una de estas cuestiones.

1. Evaluación automática y no consciente de la amenaza.

A. Mathews y Mackintosh comparten con otros autores (v.gr., Öhman, 1993; Williams

et al., 1997) la idea de que el procesamiento del significado emocional de un estímulo ocurre

en los primeros estadios del procesamiento, de forma automática y previamente a su

25
reconocimiento consciente. Los efectos de interferencia emocional, mayores en las personas

con ansiedad que en las de control, incluso cuando el enmascarado de los estímulos impide

que sean percibidos, es coherente con esta idea.

Para el procesamiento del significado emocional de los estímulos, esta formulación

teórica propone el mecanismo denominado Sistema de Evaluación de la Amenaza (SEA), que

es similar al Mecanismo de Decisión Afectiva del modelo de Williams et al. (1997) y al

Evaluador de Significado de Öhman (1993). Su función consiste en evaluar la posible

amenaza de los estímulos y almacenar los atributos asociados con peligros. La evaluación del

SEA ocurre en los primeros estados de procesamiento, de forma automática y previamente a

la identificación consciente del estímulo. Los indicadores de peligros potenciales quedan

almacenados en el SEA y asociados a peligros reales. Así, en posteriores ocasiones, cuando

los atributos de un nuevo estímulo encajan con las representaciones de peligro almacenados,

dicho estímulo será procesado prioritariamente y se accederá a su significado de forma rápida

y no consciente. La vía tálamo-amígdala, descrita por LeDoux (1996), podría estar implicada

en este proceso. No obstante, los indicios de amenaza también pueden captar la atención

consciente del sujeto. En este caso debido a la vía tálamo-cortex-amígdala, más larga, lo que

se traduce en más tiempo e implica procesos más elaborados. De esta manera, el modelo

asume las dos vías neurológicas descritas por LeDoux (1996) para el procesamiento de

información de amenaza: la vía amigdalina, rápida e imprecisa, y la vía cortical, más lenta

pero que proporciona información más detallada.

El estado de ansiedad afecta al SEA haciendo que las probabilidades de evaluación de

amenaza, por parte de este mecanismo, se intensifiquen. Al incrementarse la ansiedad, los

indicios de amenaza que antes eran insuficientes para desencadenar la evaluación del SEA lo

son ahora. De este modo, el estado de ansiedad contribuye significativamente a la respuesta

de vigilancia. Este efecto será mayor en las personas con rasgo de ansiedad elevado por dos

26
razones: Primera, porque las diferencias constitucionales pueden hacer que el umbral de salida

del SEA sea permanentemente más bajo en unas personas (v.gr., rasgo de ansiedad elevado)

que en otras (v.gr., rasgo bajo). Y, segunda, porque las reacciones de vigilancia, más

frecuentes en la ansiedad elevada, pueden llevar a un rango mayor de representaciones de

amenaza en el SEA, como consecuencia de procesos de aprendizaje previos.

2. Papel de los estímulos competitivos en el sesgo atencional.

El modelo plantea que el sesgo atencional en la ansiedad sólo es posible cuando dos o

más estímulos (atributos o significados) se procesan en condiciones competitivas. Cuando se

presenta un solo estímulo es fácil acumular suficiente activación para captar la atención. Por

el contrario, cuando hay un estímulo o atributo crítico al que atender (v.gr., neutro

emocionalmente) y simultáneamente uno o varios distractores que desatender (v.gr., con

indicios de amenaza), los atributos de todos los estímulos son procesados en paralelo. En estas

condiciones se producen efectos competitivos entre las distintas representaciones y también se

compite por la captación de recursos atencionales. Simultáneamente, aparecen efectos

inhibitorios de otras representaciones alternativas.

En el caso de estímulos que pudieran implicar una amenaza potencial, los efectos

competitivos de activación e inhibición de las representaciones de tales estímulos pueden ser

más notorios. La razón es que la activación de las representaciones asociadas con peligros se

incrementa por la evaluación procedente del SEA. La interferencia que esta activación

adicional produce puede contrarrestarse por un esfuerzo voluntario (o por efecto de las

demandas de la tarea), al proporcionar más activación a la representación del objetivo (v.gr.,

estímulo neutro emocionalmente) y reducir la correspondiente al distractor (v.gr.,

representaciones del estímulo de peligro). Por tanto, la ocurrencia o no de sesgo atencional

depende de la presencia simultánea de varios estímulos y de cuál de estas dos influencias

oponentes llegue a ser la dominante.

27
3. Sesgo de vigilancia atencional en niveles bajos de ansiedad.

A. Mathews y Mackintosh no comparten las predicciones de Williams et al. de que las

personas con rasgo bajo de ansiedad mostrarán un sesgo de evitación atencional ante indicios

de amenaza severa. En su opinión, “parece razonable pensar que una amenaza

suficientemente severa siempre capte la atención del sujeto, independientemente de su nivel

de ansiedad” (Mathews & Mackintosh, 1998, p. 541), de lo contrario la respuesta no sería

adaptativa, como tampoco lo sería la detección de peligros reales cotidianos, mientras

evitamos otras distracciones irrelevantes para dichos peligros.

Los indicios de amenaza grave en este modelo siempre activarán las representaciones

correspondientes almacenadas en el SEA y elicitarán el output apropiado, incluso en ausencia

de ansiedad. Si tales representaciones son suficientemente firmes, entonces podrán inhibir las

representaciones competitivas y captar la atención de todos los sujetos, independientemente

de su nivel de ansiedad. En contraste, los indicios de amenaza leve captarán la atención sólo

en las personas con ansiedad elevada. Se asume que estas personas contienen más

representaciones de amenaza almacenadas en el SEA, como consecuencia de que son más

sensibles a las señales asociadas con castigo (Gray, 1987) y, por tanto, podrían haber

acumulado más información de amenaza. El efecto del estado de ansiedad será captar la

atención involuntaria con menor ansiedad. El rasgo por si solo parece ser insuficiente para

elicitar dicho sesgo.

5. CONCLUSIONES E INVESTIGACIÓN FUTURA

En este trabajo hemos revisado la literatura más reciente sobre el sesgo atencional

en niños y adolescentes con síntomas de ansiedad. Las principales conclusiones son:

1. Los estudios con los dos paradigmas experimentales clásicos para la detección

del sesgo constatan la existencia del mismo. En concreto, los datos con el paradigma Stroop

28
emocional muestran un mayor tiempo de reacción al nombrar el color de las caras de amenaza

o de estímulos pictóricos inductores de ansiedad, con respecto a caras o estímulos neutros,

efecto que se ha interpretado como una interferencia en el procesamiento de dichos estímulos.

De igual modo, en el caso de la tarea de detección del punto, la localización de éste cuando

reemplaza a un estímulo de amenaza da lugar a un acortamiento en el tiempo de reacción, con

respecto a cuando el punto sustituye a un estímulo neutro. Este efecto también se ha

interpretado como un signo de atención preferente hacia el estímulo amenazante.

2. Si los estímulos que representan caras de amenaza o imágenes negativas inducen en

los niños un sesgo de vigilancia o de evitación atencional, los resultados por el momento son

mixtos, habiéndose obtenido evidencias de un sesgo de vigilancia en niños con fobia social,

ansiedad generalizada, ansiedad de separación o desorden bipolar, y un sesgo de evitación de

la amenaza en muestras con ansiedad generalizada y ansiedad social; también hay estudios

(v.gr., Waters, Mogg, Bradley, & Pine, 2008) donde no emergió ninguna de las dos

tendencias. En consecuencia, aunque existen datos favorables al sesgo de vigilancia, no es

posible extraer conclusiones definitivas, debido a las evidencias del sesgo de evitación y

ausencia de sesgo.

3. La variable relativa al curso temporal del sesgo está relacionada con el punto

anterior, ya que se trata de averiguar en qué medida promueve un sesgo de vigilancia, de

evitación atencional o, incluso, se pasa de una tendencia a otra según el intervalo de SOA. Los

estudios con un SOA corto (e.g., 500 ms) y ansiedad clínica han mostrado resultados mixtos,

dando muestras de un sesgo de vigilancia hacia caras de amenaza y también de un sesgo de

evitación. Cuando las exposiciones de los estímulos han sido largas (e.g., 1000 ó 1500 ms), el

sesgo de vigilancia se ha mantenido, mientras que con un SOA intermedio de 1250 ms los

resultados vuelven a ser mixtos: sesgo de vigilancia en niños con ansiedad elevada y ausencia

de sesgo en ansiedad baja.

29
En los estudios con muestras no clínicas, los resultados muestran un sesgo de evitación

tanto en un SOA corto como largo, si bien se apunta a que este resultado puede ser debido a

que los niños pueden manifestar ansiedad generalizada durante toda la prueba y este hecho

puede hacer que no haya variaciones en la tendencia del sesgo, independientemente del nivel

de SOA. En definitiva, los datos relativos al curso temporal del sesgo están pendientes de

mayor evidencia experimental y del empleo de intervalos de SOA más prolongados, a fin de

poder discernir con mayor exactitud en qué medida el sesgo en los infantes tiene un carácter

de vigilancia o de evitación de la amenaza.

4. Los pocos estudios que han abordado si el sesgo se produce en todos los niños

a edades tempranas o sólo se manifiesta en los de ansiedad elevada, son favorables a un sesgo

atencional en todos los niños en las primeras etapas del desarrollo. En cualquier caso, este

aspecto del sesgo también requiere más apoyo experimental.

5. Los estudios que han examinado la influencia de la psicopatología de los

padres sobre los sesgos de procesamiento en sus hijos, revelan que los entornos con riesgo

elevado incrementan el distrés y pueden desarrollar sesgos en los niños a través de un proceso

vicario. Sin embargo, los mecanismos que subyacen a la relación ansiedad parental-sesgos de

procesamiento en niños aún no se ha podido identificar. Su establecimiento definitivo

requiere de estudios longitudinales que, por el momento, no se han llevado a la práctica.

6. Finalmente hemos descrito varios modelos teóricos que tratan de explicar el sesgo

atencional. Aunque comparten elementos, obviamente también presentan particularidades

propias. Así, por ejemplo, un elemento distintivo que merece resaltar de la Hipótesis

Cognitiva Motivacional y de la formulación de Mathews y Mackintosh (1998), con respecto

al modelo de Williams et al. (1988, 1997), es que a medida que el valor de la amenaza

incrementa, las personas con rasgo bajo de ansiedad dirigen sus recursos hacia ella, dando

signos de vigilancia atencional, en lugar de su manifestación característica de evitación

30
atencional, como propone Williams et al. La explicación que se aporta es que de no ser así, la

respuesta de los sujetos no cumpliría fines adaptativos en su entorno.

Con respecto a la investigación futura, que según nuestra opinión es necesario

acometer, hay que señalar que aunque el sesgo ha experimentado un importante desarrollo en

las últimas dos décadas, aún están pendientes de confirmar varios aspectos del mismo, como

hemos señalado en los apartados correspondientes y también acabamos de hacer aquí. A esto

hay que añadir otras cuestiones que por el momento no han sido tratadas como, por ejemplo,

refinar la investigación sobre los distintos estadios de procesamiento en los que difieren los

niños y adolescentes con ansiedad elevada y ansiedad baja. También si la noción de sesgo de

amenaza puede contribuir al desarrollo y mantenimiento de la ansiedad, ya que existe poco

apoyo experimental a esta relación causal. Con respecto a cuestiones metodológicas, hay que

señalar que en la población infantil no se han utilizado estímulos subliminares ni se han

puesto en práctica paradigmas experimentales como la tarea de go/no-go y la de búsqueda

visual. Igualmente las técnicas de movimientos oculares, potenciales evocados y resonancia

magnética funcional pueden aportar datos muy valiosos, hasta ahora desconocidos. Por

ejemplo, la resonancia magnética funcional permitiría estudiar los mecanismos neuronales

que subyacen al sesgo. Del mismo modo parece relevante realizar estudios longitudinales para

establecer la relación entre padres con alteraciones ansiógenas y su influencia en los sesgos

cognitivos de sus hijos, como ya hemos señalado. El estudio de la magnitud del sesgo en

función del tipo de desorden de ansiedad también es un tema pendiente. Por último, echamos

en falta datos en niños sobre la confluencia entre rasgo y estado de ansiedad, aspecto del

sesgo sobre el que sí existen evidencias en adultos. A nuestro entender, sería deseable que

estas cuestiones fuesen temas de interés para próximos estudios, ya que supondrían un avance

considerable en el conocimiento del sesgo atencional en la población infantil y adolescente.

31
Además, aportarían datos sobre las semejanzas y diferencias con respecto al sesgo en las

personas adultas.

REFERENCIAS

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