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“Te presto mis zapatos”

Para una persona autista el socializar puede volverse muy complicado, el no entender los
códigos sociales hace que nos sintamos confundidos y optemos por quedarnos solos.
Déjenme aclarar esto, no es por preferencia, sino con el fin de no agotarnos, tratando de
descifrar estos códigos, o sentirnos rechazados, por el hecho de no entenderlos.

Lo sé, porque durante mucho tiempo no entendía mucho respecto a los códigos sociales,
gestos, señales, bromas, sarcasmos y todo lo que conllevaba el ámbito de socializar.

Algo que es importante destacar, es que la dificultad principal no es el aspecto formal del
lenguaje, sino el aspecto simbólico del mismo, es decir, lo que quiere expresar una palabra
o frase en un tiempo específico.

Ahora, ya logro entender mucho más lo que son los códigos sociales, pero es algo que he
logrado de a poco y con esfuerzo.

En la universidad, uno se ve obligado a hablar y entablar relaciones con compañeros, algo a


lo cual jamás me había enfrentado tan directamente, menos con tanta gente.

De hecho, por estas mismas situaciones comencé a adquirir un mecanismo de defensa: si


mis compañeros se reían de alguna situación, yo también me reía. Aunque en el fondo no
entendía lo que querían decir, lo cual solo llevaba a una risa forzada de mi parte y más
estrés.

Me vi obligada a socializar en un entorno donde la gente ya es considerada adulta, se asume


que si estás en la universidad es porque entiendes lo que sucede a tu alrededor, pero para las
personas autistas no es así, nos complica la pragmática del lenguaje, tenemos problemas
para interpretar lo que nos dice el interlocutor, lo cual nos lleva a la frustración, ansiedad,
preocupación y esto deja como consecuencia problemas de socialización.

Además, muchos trabajos son en grupo y los profesores no te preguntan con quién
congenias más para trabajar. Así que a punta de ensayo y error tuve que aprender cómo
funcionaban algunos códigos sociales.

Sí, la universidad es estresante.


La verdad al principio tenía miedo de hacer preguntas, pues yo sabía que para algunos iban
a resultar obvias (aunque para mí no son obvias, ya que son necesarias) y pensaba que por
lo mismo se iban a reír de mí.

Con el paso del tiempo tomé valor, pues no podía quedarme atrás. O preguntaba, o no iba a
entender, y en la universidad no hay tiempo para quedarse atrás.

Así que he aprendido a tragarme el miedo, porque ser valiente no implica hacer las cosas
sin miedo sino hacerlas, aunque tengas temor.

«Mira que te mando a que te esfuerces y seas valiente» (Josué 1:9)


Ahora puedo decir que la experiencia no ha sido siempre negativa, he conocido compañeros
muy agradables por el camino, que me han ayudado a socializar y a desenvolverme en este
nuevo lugar.

Sí, alguna vez me llevé un comentario desatinado y prejuicioso de alguien que encontraba
gracioso el que yo no entendía.

Pero la mayoría de las veces, mis compañeros se dan el tiempo para explicarme cuando no
entiendo alguna de estas señales, lo que hace que uno se sienta cómodo e incluido.

Así comencé a darme cuenta de que en realidad no necesitaba de esa sonrisa forzada, pues
ya no tenía por qué guardar aquellas dudas.

Uno no debería tener miedo a preguntar cuando se tiene una duda.

Las dudas son totalmente legítimas, independiente si eres una persona neurotípica o
neurodiversa, independiente también si el resto las considera obvias o no.

Si estas preguntando es porque no entendiste. ¿Verdad?

Pero entiendo el miedo al reproche y al juicio. (Aún lo siento, pero es algo que uno puede ir
superando)

Cuando uno recibe respuestas como estas: “¿Cómo preguntas algo así de obvio ***?” o
¿Cómo puedes preguntar esa ***? (Dejo a tu imaginación cómo terminan esas frases…
Aunque puedo decirles que son términos muy coloquiales.)
O recibir respuestas de algunos docentes como: “Eso es algo que usted ya debería
saber” o “Eso ya lo expliqué”.
Se trata de respuestas poco solidarias, poco pacientes, hacen que uno se aísle. ¿Y quién no?

Pero la verdad es que no queremos aislarnos, deseamos socializar, y cuando una persona
autista pregunta algo, es porque genuinamente no entendió lo que se estaba hablando.
Estamos en todo nuestro derecho a preguntar, tanto personas autistas como neurotípicas.

De pequeña se me inculcó, “el preguntar no es poco inteligente, el quedarse con la duda


si”.
Ahora era el momento de aplicar esta gran verdad. Una simple aclaración puede ayudar
mucho y a cualquiera en realidad.

Puede que no entendamos la plasticidad del lenguaje en forma inmediata, esto es porque
nuestro procesamiento es más lento.

El lenguaje es lo que nos ayuda a comunicarnos con los demás y para poder comunicarnos
de manera óptima, necesitamos entender el mensaje que queremos entregar y que se nos
entrega.

Sin embargo, habrá gente que no tendrá la paciencia de explicar lo que preguntamos,
muchas veces se dará la situación de que solo se nos dé un reproche o nos darán una mirada
de incredulidad.

Para poder entender a los demás y darse el tiempo de explicarlo, ya sea a personas
neurotípicas o neurodiversas, se necesita empatía, amabilidad, un trato humanizante hacia
los demás.

Esta es la base para ponerse verdaderamente en el lugar del otro y poder entenderlo dentro
de su situación personal.

Sí, lo más seguro es que jamás lleguemos a comprender la vida del todo, pero el hecho de
explicarnos las cosas nos permite mejorar nuestra calidad de vida.
¿Por qué callar mis dudas, por qué reprocharnos entre nosotros cuando lo único que
deseamos es entender? ¿No se supone que todos tenemos derecho a preguntar, por qué
ocultar las dudas con el fin de evitar un reproche o risas incrédulas de parte de los demás?

¿No será más humano ser solidario con el otro para ayudarlo con lo que no está
comprendiendo? ¿Qué es más fácil?

Te respondo: el reírse, el enjuiciar, el mirar con incredulidad y desconfianza, eso es más


fácil.

Esto es una cuestión de empatía, tolerancia y respeto.

Pienso que no debiera ser tan solo para las personas autistas, sino para la sociedad en
general.

Quiero entender y entenderte, no me mires con incredulidad.

Necesitamos aprender a ponernos en el lugar del otro.

¿Si te presto mis zapatos durante una semana, te los pondrías

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