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Lengua y Literatura Fecha:

Profesora: Romero Celeste


Alumno/a: Curso y División:
Comprensión de textos

1. Leer el siguiente texto y realizar el glosario.


2. responder:
a) ¿Cuáles son las ideas principales de cada párrafo?
b) ¿Cuál es la intención o finalidad de este texto?
El lenguaje de las abejas
Las aves, los insectos, los monos y otros animales utilizan sistemas naturales de comunicación,
aunque ningún sistema animal puede compararse ni remotamente al nivel de complejidad del
lenguaje humano.
Una de las formas de comunicación animal más investigada es la “danza” que ejecuta la abeja
exploradora cuando vuelve a la colmena, con la cual transmite información precisa sobre la
fuente y la cantidad de alimento descubierto. Se ha observado que las abejas siguen varias
pautas de movimiento según la información que quieran transmitir.
En la “danza circular”, que se emplea cuando la fuente de alimento está cerca, la abeja se
mueve en círculos a la derecha y a la izquierda alternativamente.
En la “danza del abdomen”, que se emplea cuando la fuente de alimentación está alejada, la
abeja se mueve en línea recta mientras agita su abdomen lateralmente y luego vuelve a su
punto de partida.
La línea recta señala en la dirección del alimento; la vivacidad de la danza indica su cantidad; y
el tempo o velocidad, la distancia a la que se encuentra el alimento. Por ejemplo, en un estudio
experimental se indicaba la presencia de un comedero situado a 330 metros de la colmena
mediante 15 ciclos completos durante 30 segundos, mientras que cuando se alejaba el
comedero a 700 metros de distancia sólo se efectuaban 11 ciclos.
Ningún otro sistema de comunicación animal parece capaz de proporcionar una información
tan precisa, a excepción del lenguaje humano.
Enciclopedia del lenguaje. Madrid, Taurus, 1994
1. Leer el cuento “La luz mala” de Hugo Mitoire
2. Responder:
a) ¿De acuerdo con el texto cómo es la luz mala?
b) ¿En qué lugares se puede encontrar la luz mala?
c) ¿Quién era Braulio y qué le sucedió?
d) Luego de lo sucedido cómo lo encontraron a Braulio?
e) ¿El caso de Isidro fue parecido al de Braulio? ¿Por qué?
f) Extraer del cuento frases o expresiones que se usan en la vida cotidiana o te
resulten conocidas.

La luz mala
Si hay algo que da miedo, qué digo miedo, si hay algo realmente espantoso y terrorífico,
eso no es otra cosa que la luz mala. No tengan ninguna duda.
Es una de las cosas más temibles y aterradoras que uno pueda ver en toda su vida.
Pero ojo, eh. No hay que asustarse por cualquier lucecita de morondanga, o cree que esa
luz que viborea en el monte es una luz mala y resulta que es un borracho con una linterna.
O salir corriendo porque ven dos luces malas que se vienen por la orilla del maizal, y es un
simple tractorcito.

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Por eso es necesario conocer bien la luz mala y poder diferenciar cuándo, en un de
repente, se nos aparece una iluminación, en medio de la pampa.
La luz mala verdadera es de un color entre amarillento y anaranjado, medio paliducha, es
redondeada y no hace ruido. Siempre es una sola y, obvio, anda de noche.
-¿Y de dónde salen esas luces, tío? -Preguntó M.
Esas luces salen de los entierros. Por eso acá hay tantas, porque la mayoría de los tesoros
de la Guerra de la Triple Alianza están enterrados en Cancha Larga, Pindó, Tatané, y toda
esta zona.
Pero con todo esto, lo que más la mata a la gente no es la luz mala, sino el susto que les
agarra cuando andan por el campo o el monte y de golpe se aparece esa iluminación.
Así le ocurrió al Braulio, un gaucho de Cancha Larga. Una noche de tormenta, muy tarde
ya, venía del pueblo en su zaino a todo galope porque se había largado la tormenta.
Viento, lluvia torrencial y truenos, eso era espantoso, y ahí venía el Braulio. De repente
mira para atrás y la ve…
-¡¡¡Aaaaayyyy!!! ¡¡¡Mamita querida, a mí me tenía que pasar esto!!!-gritó el gaucho
encomendándose a la Virgen y clavando las espuelas al zaino. Meta gacha y rezos, el
Braulio iba a todo trapo y cada tanto miraba para atrás y la maldita luz mala, cada vez más
cerca, venía por el medio del camino.
-¡Protégeme Virgencita de los Milagros! ¡Por favoooor te lo pido!- imploraba el gaucho
mirando siempre para atrás y viendo esa cosa amarillenta apenas a unos cien metros.
En medio de la brutal tormenta y con esos truenos y relámpagos, le metía más espuelas al
zaino. A todo galope pasó por el almacén El Palenque, que estaba al costado del camino.
Allí, debajo de la galería a la luz de un candil, estaban tres gauchos tomando vino y
mirando la tormenta, y como alma que se lleva el diablo ven pasar al Braulio, que les grita:
-¡Cuidauuu! ¡Cuidauuu! ¡Que me viene corriendo la luz mala, metansé pa adentro!
Y ahí nomás los gauchos se atropellaron y se empujaron para meterse en el almacén.
Trancaron la puerta y se asomaron por la reja para ver pasar a la maldita luz.
A los pocos segundos lo que vieron pasar no era la luz mala, sino al Jacinto en su
motoneta, que también venía del pueblo. Nadie sabía cómo podía ver ese cristiano con
esa luz tan debilucha y manejar en medio de la tormenta. Pasó y les tocó bocina a los
gauchos.
Al otro día encontraron al Braulio que se había estrellado contra un algarrobo, cuando a
todo galope se desvió del camino y se metió en el monte. Parece que le calculó mal en la
oscuridad y una rama del árbol lo bajó del caballo como si fuera un cachilito. Por suerte
sólo se rompió tres costillas y una pierna.
Por eso no hay que desesperarse o afligirse y querer salir rajando apenas uno ve una luz.
Puede ser cualquier cosa y claro, también puede ser la luz mala, y ahí sí: ¡Agarrate
Catalina!
Recuerdo un caso bien embromado: le sucedió al yerno de don Anacleto, allá cerca del
Estero Cuatro Diablos, un estero que casi siempre está seco.
Esa zona sí que es para julepearse. Lo que más se suele encontrar ahí son la luz mala,
lobisones y almas en pena.
Una noche muy oscura y sin luna, el Isidro se había escapado de la casa para ir a una
chamameseada en el paraje Rincón del Zorro. Allí tenía unos amigotes que siempre se
juntaban para tomar vino, jugar al truco y tocar el acordeón y la guitarra.
A eso de las dos de la madrugada el Isidro, que estaba bastante mamado de tanto vino y
ginebra, les dijo a los muchachos:

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-Bueno, me voy yendo. Ya es muy tarde y la patrona debe estar muy preocupada y
enojada, así que mejor me las pico.
Se ajustó la faja, se colocó las polainas y metió su facón en la cintura. De un salto intentó
subir al caballo y se pasó de largo y cayó al otro lado.
-¡¡No te muevas cuando voy a saltar, caballo de porquería!!- le gritó a su tordillo, que
estaba quietito.
Enseguida nomás emprendió la partida, y con un trotecito tranquilo, más la borrachera
que tenía encima, parecía que en cualquier momento se iba a dormir arriba del caballo. Ya
habría hecho como una legua y estaba atravesando el Estero Cuatro Diablos, cuando vio
una especie de esplendor entre las palmeras cerca de un mogote. Se refregó los ojos para
ver si no estaba soñando, y ahí la vio mejor: era una bola de fuego medio anaranjadona,
que se movía a media altura entre la arboleda.
-¡La Santísima Trinidad, es la luz mala!- gritó lleno de miedo.
En un segundo parece que se le pasó la borrachera y estaba más despierto que nunca. Le
metió unos guachazos y hundió las espuelas en la panza del tordillo, arrancando a todo
galope.
Parecía un cohete como corría ese pobre caballito con el gaucho que por poco no se
sentaba en el cogote del animal, para alejarse un poco más de la luz que los perseguía.
Esa bola de fuego que avanzaba cada vez más rápido entre las palmeras iba iluminando
todo a su paso, y el Isidro ya sentía que le quemaba el calor de semejante cosa.
Gritando y llorando de desesperación y de miedo, el gaucho prometía a la Virgencita que
nunca más se iba a escapar de su casa, que nunca más se iría de farra y que nunca más se
emborracharía. Y así en medio de esos juramentos, la luz mala lo alcanzó justo cuando su
tordillo se llevaba por delante un tacurú, y hombre y bestia se desparramaron por el suelo
como estornudo de ñato.
La cosa es que al Isidro lo encontraron al otro día a la siesta. Estaba medio boleado y
tirado entre unas palmeras, con la ropa hecha flecos, la cara toda arañada y con más
golpes que la campana de una escuela. Lo llevaron a una curandera que lo atendió un mes
más o menos, hasta que se empezó a poner bien y a recordar lo que pasó.
Ahí cuenta el Isidro que la luz mala lo empezó a zarandear de aquí para allá. Lo levantaba
en el aire y lo tiraba; lo estrellaba contra los aromitos y palmeras o lo agarraba de una pata
y lo arrastraba entre los espartillos.
-Asegún cuenta el Isidro, esa luz tenía la fuerza de un toro… ¡Pa no creer!- contaba la
esposa a quien quisiera escucharla.
Y habría sido cierto nomás, porque los que vieron luego al gaucho aseguraban que parecía
haberle pasado una manada de novillos por encima, de lo estropeado que quedó.
Luego de este hecho, la que resultó más contenta fue la mujer del Isidro, que a todo el
mundo contaba que su marido le había prometido que nunca más se iría de farra, que
tampoco tomaría más vino ni ginebra, y menos que menos, pasaría de noche por el Estero
Cuatro Diablos.

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