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Septiembre llegó con todo. Las historias de luchas y resistencias de miles de chilenos/as
remecieron a buena parte de la sociedad, incluso más allá de nuestras fronteras. La
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conmemoración de los 40 años del Golpe de Estado se tiñó de un matiz distinto, porque
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“hoy nadie puede negar la historia reciente de Chile”.
Observamos a una ciudadanía ávida de verdad y justicia, aquella que han demandado por
años los familiares de las víctimas de la dictadura cívico-militar de Pinochet. La misma
que han hecho suya abogados/as de derechos humanos, críticos del actuar de magistrados
que nunca se pusieron en el lugar de las víctimas y de la constante negación de justicia. El
reconocimiento de una historia insoslayable.
Sin embargo, la historia de un país que se resiste a la memoria no termina con los
llamados al perdón o dar vuelta la página. Tampoco con la forzada reconciliación. Se
reconocen las señas entregadas, que por mucho tiempo estuvieron ausentes, pero que aún
son insuficientes. Insistimos, se requiere verdad y justicia para alcanzar la reconciliación
de un Chile que se fracturó y que aún no sana sus heridas.
En esta historia sabemos el rol importante de las mujeres y sus resistencias en dictadura.
Aquellas que –obligadas- tuvieron que partir al exilio, las que se quedaron y se
organizaron en poblaciones, en organizaciones sociales, las que salieron a la calle, las que
fueron torturadas, las feministas que nos dijeron “es posible alcanzar la democracia”, las
pobladoras y aquellas que desde la Iglesia protegieron a los más vulnerables. Y tantas
otras.
A 40 años del Golpe de Estado, las mujeres siguen en resistencia y nos comparten sus
testimonios, sus historias, las que guardaron por mucho tiempo, las que son parte de su
proceso de reparación. Es su trabajo por alcanzar la democracia. Esos testimonios han
sido recogidos por el Observatorio de Género y Equidad, porque sabemos que no es
una cuestión de semántica, porque Chile el 11 de septiembre no asistió a un
pronunciamiento militar, al contrario, fue un Golpe de Estado que se transformó en 17
años de una cruenta dictadura cívico militar. Compartimos sus historias.
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Volviendo al Golpe de Estado, recuerdo que estábamos en paro. Como colegio discutíamos
la ENU (Escuela Nacional Unificada). Nos unimos con los maristas, el colegio alemán e
hicimos jornadas de discusión de este proyecto. En ese tiempo todos queríamos ser
actores. Había aires de participación, en que todo se discutía. El mismo 11 de septiembre
había que ir al colegio, aunque estábamos en paro. Vivía cerca de La Moneda, por lo tanto
las tanquetas y los tanques pasaron por la casa, vi el bombardeo de La Moneda desde el
techo de mi casa. Los balazos y tanques se sentían. Salieron por la Alameda y llegaron a la
Moneda, otros se fueron por Ricardo Cumming y Avenida Brasil.
En octubre del ’73 se organizó el Comité Pro Paz que estaba cerca de mi casa y había que
ayudar en hartas cosas, como llevar sobres a determinadas personas, recibir sobres y
sacar información para que salieran fuera del país. Me transformé en un buzón con
uniforme y bolsón, tenía 15 años.
El ’74 fue complejo porque se empiezan a conocer las muertes, empiezan a aparecer los
muertos en la calle. Ahí entendí de inmediato que esta cosa era a muerte, no importaba
quien eras, sólo por sospecha de ser opositor al golpe te matarían. Me acostumbre a
dormir con la desesperación de los gritos de la gente. Mi generación creció con el miedo y
terror. La lucha permanente de sobreponerse al terror dependía si una hacia más o hacía
menos, creo que era de las personas de mi edad en esa época que no tuvimos nada: no
alcanzamos a tener experiencia política, nadie nos pudo decir nada porque estaban todos
arrancando o presos, tuvimos que aprender al olfato, porque nuestro convencimiento nos
decía que los golpes fascistas no podían ser, no podían imponerse a sangre y fuego, que
eso no era posible, indistinta las razones, pero esa barbarie no.
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Recuerdo que los 8 de marzo nunca se dejaron de conmemorar, aunque fuéramos pocas.
El MEMCH nace el ’83 reeditando el MEMCH histórico Movimiento Pro Emancipación de
la Mujer Chilena). Primero nace la Agrupación de Mujeres de Chile, MUDECHI, instancia
del partido comunista, cuando las mujeres de los partidos políticos comienzan a armar
organizaciones, “frentes” a la usanza de antiguos movimientos, que no tenía ninguna
reivindicación de género. Cuando nace el MUDECHI tenía una clara hegemonía del
partido comunista. Las mujeres eran primero militantes comunistas, segundo militantes
comunistas, tercero militantes comunistas y cuarto eran mujeres. Por lo tanto, cuando el
partido decía una cosa y las mujeres decían otras, el partido se imponía y eso sucedió
también con las otras instancias políticas, del Partido Socialista, con todas…
Recuerdo que la primera protesta había sido en la Plaza Artesanos del año ’82 y el ’83 se
conmemoró el 8 de marzo masivo en la calle. Por lo tanto, el ’84 decidimos arrendar una
casa que estaba en Catedral que la arreglamos porque se estaba cayendo, nos conseguimos
fondos. Esa casa la arrendé y el aval fue la Elena Caffarena. Nos instalamos
organizaciones y personas, empezamos a funcionar más estructuradamente como
instancia de coordinación. Creció a medida que crece el movimiento social, las protestas,
el descontento y se va perdiendo un poco el miedo, a pesar que la represión era violenta,
cuando el dictador se enojaba sentíamos fuerte la cosa.
Creo que el gran esplendor fueron los años ’87 y ’88. Más de 130 organizaciones en
Santiago, nos permitíamos mandar material a provincia: Antofagasta, Concepción, Puerto
Montt, Temuco etc. Las mujeres, en la medida que nos fuimos organizando y haciendo
discusión colectiva nos dimos cuenta que nuestro problema no sólo era la vuelta de la
democracia en el país, sino que también era en la casa y nos fuimos haciendo feministas y
eso les pareció pésimo a los partidos políticos, porque siempre decían que esa era una
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demanda burguesa y que nosotras estábamos confundidas, que primero había que luchar
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por la democracia y que después íbamos a ver qué pasaba con nosotras y nosotras éramos
la mitad de la población. Entonces no se trataba que la otra mitad nos dijera cual era el
orden. A las que más les costó fue a las compañeras del Partido Comunista. Teníamos
demandas propias y queríamos que esa otra mitad nos reconociera como actrices
validadas. Era terrible cuando llegaban mujeres que nunca habían ido, que paraban el
dedo y decían que la orden política era otra, ahí nos hartamos y nos sacábamos la mugre
en las asambleas. A veces ganábamos, a veces no, pero cuando se imponían esas ideas
“foráneas” de los iluminados masculinos, no resultaban tan maravillosas las
manifestaciones, pero cuando eran resultado de nuestro trabajo, de nuestro tejido diario
eran masivísimas.
Había dos resistencias: a la dictadura y a los partidos políticos. Dependía del movimiento
social y de la coyuntura. En el año ’82 había hambre, se organizan las ollas comunes y
mujeres que participaban en el MEMCH participaban en las ollas comunes. Las mujeres
de los barrios, poblaciones después del término de la feria iban a pedir lo que sobraba y
con eso se cocinaba. Después se hacían turnos, se organizaron y comienzan a juntarse más
a no comer separadas y conversar. Ahí se desarrollo una solidaridad enorme. Además se
hacía discusión sobre no aguantar que el marido les pegara porque llegaba curado, “está
bien, está deprimido, le ha ido pésimo, pero a ella también le ha ido pésimo”, y se empieza
a tomar conciencia que ella también era una actora preponderante en el cuento. No le
pasa sólo a los hombres, les pasa a ellas, a sus hijos… ahí comienza a haber cartillas de
formación, instrucción, demandas, etc. También se hacen las arpilleras, cosas realmente
bonitas, verdaderas obras de arte. Las mujeres comienzan a enseñarse entre ellas. Hay
talleres de tejido y comienzan a vender. No sólo se hacen como denuncias las arpilleras, se
comienzan a vender, a hacer despachos hacia afuera.
El trabajo de organización nace en torno a una actividad asociada a su rol histórico “que le
es propio: cocer, cocinar, cuidar niños, etc.”. Había tanto miedo, el juntarse con otras
significaba romperlo. Hacer reuniones entre mujeres y de temas de mujeres era muy
subversivo: “las mujeres están hablando”. Fue subversivo para la dictadura y para la
sociedad. A los hombres y las orgánicas de los partidos políticos no les parecía
entretenido, nunca entendieron nada de lo que pasaba, hasta ahora no entienden lo que
pasa con la otra mitad de la población.
Intentamos hacer calificación de mano de obra, no podíamos buscar apoyo del Estado. La
calificación que se hizo fue en cosas muy tradicionales, cosas que no te sacan del sistema.
Tratamos de hacer algo en construcción y electricidad, lo hacíamos con otras
organizaciones. No te olvides que el MEMCH era una instancia coordinadora de
organizaciones para discutir qué hacer políticamente y de repente una organización decía:
“vamos a hacer eso”, otra decía “qué interesante” y se acordaba hacer algo. El MEMCH era
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un consejo, eso era lo rico y cuando dejó de serlo fue complejo. Era su riqueza, cuando se
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termina su instancia coordinadora, la organización muere. Se aprendía de la experiencia
de las otras, permanentemente, se hacía campaña de concientización sobre todo, sobre los
derechos de las mujeres por ejemplo “soy mujer tengo derechos”.
La primera movilización de cada año era el 8 de marzo y por dios que nos costaba que se
hiciera lo que nosotras habíamos decidido. Era un tironeo, el 8 de marzo se comenzaba a
preparar en septiembre del año anterior, costaba mucho. No era fácil, no entendían que
las mujeres tenían una diversidad propia, cuando salían los afectos ellos decían: “por qué
están haciendo estas cosas si nosotros queremos que hagan esta otra cosa”. Nosotras
decíamos No, queremos hacer esto, y se daban las discusiones… era jodido, fue una
escuela para aprender a discutir.
Hay algo que no podemos negar, nunca se pudo dejar de hablar del tema de las mujeres.
Hoy día no hay partido que no lo hable, sin que lo entiendan y no les importa. Pero no es
políticamente correcto no hablarlo, es una ganancia. Nosotras somos molestosas.
Nosotras merecíamos mucho más. Esto no fue la segunda guerra mundial, es decir, las
mujeres se fueron a fabricar las bombas para la guerra y cuando volvieron los hombres,
las mujeres volvieron a sus casas y los hombres a sus pegas, no fue así.
Estamos en el siglo XXI y aquí el gran tema es la igualdad, y la igualdad de género, y los
partidos no la entienden. Esta sociedad es tan reaccionaria que es incapaz de entender
que hay una mitad de la población que ignora a la otra mitad de la población. Hay que
hacer estas comidas como las de Comunidad Mujer, gastarse toda la plata que juntaste en
un año, invitar a medio mundo para que las noten, qué terrible… es terrible, para que te
noten… ni siquiera para incidir… sólo para que te noten. Tenemos menos mujeres
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Mi familia se disgrega porque cada cual se fue para el lado que supuso había que irse. Fui
detenida el 19 de septiembre y eso marcó un quiebre en mi vida. Siempre he tenido la
imagen de una joven con calcetas y prisionera de guerra, esa distancia es demasiado
grande. Vivía en el sur en ese tiempo, hasta eso se terminó porque nunca más volvimos a
vivir todos juntos ni mucho menos en la misma casa.
Después de la Isla Quiriquina en Talcahuano nos llevaron, a las mujeres que seguíamos
detenidas, a la cárcel de Tomé. Esa fue otra experiencia porque se trataba de una cárcel
común, con presas comunes. Luego quedé con libertad condicional, tenía que ir a firmar y
estaba en el sur. Pensé que iba a superar lo que había vivido, es decir, que mi vida iba a
seguir, pero me detuvieron dos veces más, me seguían interrogando sobre lo mismo, me
seguían amenazando y era chica todavía. Tener que ir a firmar, aceptar las humillaciones
y ya, cuando fui nuevamente detenida, me sentía muy amenazada, comprendí que las
cosas estaban tomando otro cariz. Si me volvían a detener, efectivamente sucedería
aquello con lo cual tanto me amenazaban, me daban a entender que si era nuevamente
detenida nunca más saldría de ese lugar.
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Conversamos mi situación con el Comité Pro Paz y consideraron de inmediato que debía
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salir de Chile. A esas alturas estaba muy dañada, porque hay momentos en que uno
empieza a recapitular y se pregunta ¿qué pasó con mi vida? ¿Qué se hizo la vida que yo
tenía? ¿Qué pasó con mi familia? ¿Qué pasó con mi casa, mis amigos, mis compañeros/as
de liceo, de la juventud socialista? Te das cuenta que no hay nada. No están los mismos
espacios, los mismos círculos, no están los mismos apoyos y los mismos afectos. No hay
absolutamente nada.
Mi familia se destruyó. Mi padre fue detenido en tres ocasiones, vivió un intenso periplo
porque además de estar en la Isla Quiriquina, pasó por Villa Grimaldi, Puchuncaví, Tres
Álamos, Cuatro Álamos, apareció mi padre y fue expulsado a México.
Salí del país a principios del años ’75 y mis espacios de resistencia fueron otros. No pude
volver a Chile, tuve prohibición de ingreso y regresé el año ’88, antes fue imposible. Tenía
la letra “L” en el pasaporte y cuando tuve mi paso por Argentina pidieron mi extradición,
cosa absurda porque no era una persona importante, era una cabra chica que era dirigenta
estudiantil, pero que determinó el curso de ese exilio que nunca entendí así, sino como un
tiempo de paz para reencontrarme conmigo y nada más. Nadie pensaba, en el exilio, que
los años iban a pasar.
Desde que pude pararme y armarme un poquito dediqué mi vida a esto. Desde que
desaparece mi hermano nunca más dejé de trabajar en derechos humanos. De México me
fui a Suecia donde hice el mismo trabajo, con los Comités de Solidaridad, tenía un par de
programas de radio dedicados a Chile, porque era nuestro tema y cuando regresas te das
cuenta que las cosas no eran como las imaginabas, empiezan las frustraciones, el mirar
hacia atrás poco a poco ir entendiendo lo que me había y nos había ocurrido. También te
encuentras con el Chile luchador, que alzaba la voz, valiente. La llegada de la democracia
cambió ese Chile, empezó a aparecer el otro, el ser mismo, más indiferente e
individualista. Me faltaban esos valores que siempre se resaltaban y no encontraba la
solidaridad por ningún lado. Para mí fue duro volver al país, y la verdad es que lo hice
fundamentalmente por mi hermano, no porque tuviera una nostalgia especial por Chile.
Sentía que tenía una deuda con él, y mis padres habían hecho más que suficiente.
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Llegó el año ’88 y a la semana estaba en la Agrupación. Al mes era dirigenta y nunca más
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dejé de serlo, nunca más dejé de trabajar en la Agrupación, y ha sido toda una experiencia
de vida porque es dedicarle la vida a una causa, a visibilizar lo que pasó con mujeres y
hombres de este país. Muchos años, esfuerzo, energía, pero ha sido un aprendizaje de
vida. Aprender a vivir de una determinada manera en función de una causa.
Todo ha tenido sus costos, siento que he tenido una vida negada desde todo punto de
vista, emocional, afectivo, de pareja, personal, profesional. Estudié una carrera cuando
volví del exilio y creo que es lo único que he hecho por mí. Estudiando con enormes
sacrificios, porque recuerdo que me desesperaba si tenía que estar en clases y no podía
cumplir con alguna responsabilidad de la Agrupación. Me movía todo el día entre la
Universidad y la Agrupación, fueron cinco años bien duros. Ha sido dejar de lado todas las
otras dimensiones que tiene la vida, que son muchas y que también dan una riqueza
especial.
Esta conmemoración ha sido tan profunda. Me estoy conmoviendo tanto por todo. Por
otro lado, me cuestionó muchas cosas, porque pareciera que cuando llegan determinadas
fechas son como hitos, te remecen y a partir de ello vienen los análisis. Quizá van a pasar
10 años más en que todo va a seguir calmadamente hasta los 50 años del Golpe y ahí
vendrá otro remezón.
Creo que lo logrado no se condice con lo que hemos hecho, intentado imponer como
necesidad de país. En términos de verdad judicial, aquella que va a quedar establecida en
la historia de Chile, estamos muy lejos de lo que se necesita. En términos de justicia me
parece una vergüenza que tengamos 62 condenados, cumpliendo condenas, cuando
existen casi 4.000 víctimas con resultado de muerte.
Siento que como sociedad no se produjo aquella enseñanza que te hace tener un muro de
contención de acero en contra de la violación a los derechos humanos. No se construyó
ese muro porque en Chile se siguen violando los derechos humanos y eso sigue siendo
doloroso y frustrante al mismo tiempo. Existe la sensación de que esta lucha no obtuvo los
frutos, en el sentido de evitar que eso vuelva a ocurrir. Tenemos a un desaparecido en
democracia, José Huenante, joven mapuche y nadie se conmovió. Lo que se espera,
cuando por 17 años se han violado sistemáticamente los derechos humanos, es que al
menos la mitad de la población se va a mover, alzando una voz de repudio, eso no pasó y
me provoca mucho dolor.
Llegué a Chile el año ’69 y me dediqué a trabajar con la gente. Compartir su vida, conocer
su sentir, su manera de vivir, su dignidad, sus aspiraciones y esperanzas. Pensar que, en
todo, que en algún momento Chile sería distinto, donde el pueblo dejara de estar
marginado, que eran casi inquilinos en la sociedad. En los años ’60 se había despertado
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Sin embargo, antes del Golpe de Estado había conflictos con mi Congregación,
preocupación por lo que se venía. Porque de verdad es que muchas veces prioricé atender
a un enfermo que responder a una realidad del Convento, por ello vivía en la población de
Tomás Moro. Sin embargo, personas importantes decidieron que debía irme del país
porque era conflictiva y porque, en un momento que el Presidente Salvador Allende nos
había visitado, aparecí con él en el diario. Existió un temor en que la gente de la iglesia se
volviera marxista o roja. Mi congregación me mandó de vuelta a Alemania, eso fue en
marzo de 1973, antes del Golpe.
Me costó mucho irme, sabía que la gente me necesitaba en el país. Grité en el avión de
dolor, porque sentí lo que iba a venir. Pese a que siempre hubo hostilidades, para mí era
importante la armonía entre nuestro pueblo y las otras clases sociales. Me pude identificar
con ambos lados, porque he vivido ambas situaciones de vida. Me dolía muchísimo y mi
preocupación era abandonar a los pobres. Era un pueblo donde se gestaba algo como una
nube oscura y amenazante. Había prometido, como misionera, que nunca más los
abandonaríamos, porque sentía que la iglesia había tomado la decisión de estar con los
pobres.
Mis compañeras con las que trabajé me escribían todas las semanas y me informaban de
lo que pasaba en el país. Se me comunicó el mismo 11 de septiembre el Golpe de Estado en
Chile y perdí comunicación. Pronto recibí las primeras cartas donde supe de la muerte de
un amigo muy querido, Miguel Woodward en Valparaíso. Con Miguel había vivido tres
meses en Calera en el año ´72. También mi compañera de la población me informaba que
iba al funeral de John Alsina, acusado de francotirador, sabiendo que era un hombre de
manos limpias.
Hubo un allanamiento del jardín infantil que levantamos en la población Alberto Hurtado.
Todo esto ocurría mientras estaba afuera del país, con una impotencia de no poder ayudar
en nada, comunicarme con los amigos, orar y trata de hacer algo por Chile.
Pronto supe las noticias de Helmunt Frenz quien estaba hablando con la prensa europea y
a mí me importaban las noticias verídicas, digamos auténticas, no era fácil acceder a ellas.
Hice un esfuerzo por lograr, lo antes posible, conquistar la voluntad de la congregación
para que me permitiera regresar a Chile. Estaba en la lista negra y sabía que eso no podía
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ser posible porque había trabajado con las conciencias y autoestima de la gente. No había
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estado en ningún partido o asamblea política, de alguna tendencia, entonces por sentido
común no podían tener argumentos contra mí. En esto me afirmé y el 18 de diciembre de
1973 retorné a Chile, momento en que terminaba los votos que había hecho para siempre
en la Congregación y dejé la orden. Regresé con mucho miedo, porque la angustia es hasta
el final, porque escuchaba las noticias de curas que habían tenido problemas y uno está en
suspenso, en el avión me comía las uñas de los dedos en la confianza que Dios me
permitiera entrar sin problemas. Lo único que quería era demostrar a la gente que no los
íbamos a abandonar.
Ahora, por supuesto me encontré con un país distinto, con toque de queda, había tomado
contacto con el Arzobispo Cardenal Raúl Silva Henríquez avisando mi regreso y los deseos
de formar una pequeña comunidad religiosa, porque dejando la congregación no dejé la
vida religiosa, entonces era encontrar una fórmula chilena para continuar en una
comunidad. El Cardenal aceptó. El Obispo Sergio Valech y el Vicario Episcopal Juan
Castro me apoyaron en un momento hostil, porque era regresar como intrusa, ya no con
hábito y formar una pequeña comunidad con las personas que había trabajando antes,
entre ellas Maruja Jofré, mi compañera de la vida religiosa que llevamos siempre en
población.
La primera cosa es estar con la gente y continuar el trabajo misionero en el sentido de las
comunidades cristianas de base. Tuvimos que cambiar los horarios de nuestras reuniones,
por el miedo que pudieran venir a denunciarnos como un grupo político.
A las pocas semanas me enfrentaba con personas que estuvieron con problemas de
persecución concreta, que necesitaban ser escondidos, protegidos y necesitaban auxilios
en todos los derechos humanos. Me encontré con el Comité Pro Paz (bendito sea Dios),
me había inscrito en la Universidad de Chile para terminar mis estudios en medicina –
antes había estudiado enfermería y recibido en ´72- ingresé mis papeles para revalidar lo
que faltaba y pensé que podía compatibilizar el trabajo de la población con el estudio,
para terminar así mi vocación más profunda. Sin embargo, empezaron a perseguir a la
gente y había que auxiliarla. Tuve que optar, me pregunté “¿me la podré, estudiar y hacer
este trabajo de servicio a la gente en situación de expuesta a perder la vida?”. A esas
alturas conocía algunas personas que habían muerto, habían desaparecido y estaban
presas. Renuncié en el ´74 a los estudios y así sucesivamente, porque pensé que la
dictadura duraría pocos años, que llegaría la democracia, que podría terminar mis
estudios y no fue así.
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Si, como decían los pobladores, consiguieron dos paneles más para tener la casa más
grande e instalé el policlínico en mi casa, donde había una camilla, farmacia, porque
conseguí que me donaran muestras médicas. Formamos a pobladores, que sabían leer y
escribir, para que aprendieran primeros auxilios. No teníamos consultorio y este trabajo
era diario. Incluso un día me denunciaron por ejercicio ilegal de la profesión.
¿Denuncia de quien?
Desde el año ´76 había un agente frente a mi casa, que me vigilaba, de la DINA y después
de la CNI. Esto me lo confirmó un poblador. Pese a la denuncia había una fila de 70
personas que esperaban atención, un par de voluntarios que tomaban la presión y yo
atendía. Había personas que me decían con prepotencia que tenía medicamentos
vencidos. Me pidieron que hiciera una solicitud formal para tener un Policlínico, pese a
que no obtendría la autoridad porque me lo habían advertido, tendría los papeles de la
gestión.
La gente tenía un miedo atroz. Es bien raro lo que te voy a decir, mi gran miedo era que
me echaran del país, más que mi muerte. Sabía que si me torturaban no me sacarían nada,
uno tiene un entrenamiento espiritual muy profundo. Tenía una fragilidad, en la noche en
el sueño hablaba y ese era mi temor, que me sacaran información durmiendo. El miedo a
que me echaran del país se mantuvo mucho tiempo.
En el Museo de la Memoria hay una acusación firmada por Lucia Hiriart de Pinochet.
Sabía que me había denunciado porque fue a visitar dos veces la población, quería
trabajar conmigo, pero le dije que necesitaba más gente, más apoyo y me mandó a Manuel
Contreras a la casa, luego estuve presa, aunque me tuvieron que soltar luego. La embajada
alemana y el Cardenal Silva Henríquez apoyaron mi libertad.
año ´43 y aprendí de mi familia. Mis abuelos habían estado en la resistencia contra Hitler
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y un poco lo que había aprendido era entonces importante para Chile. A los alemanes nos
faltó coraje civil como herramienta de resistencia. Esa ha sido la forma de trabajo que
hemos tenido, y nos atrevimos a enfrentar el argumento de los militares con las manos
limpias, y es hacer acciones para mostrar resistencia, decirles que ustedes son hijos del
pueblo, cómo van a estar en contra de su pueblo, es fuerte.
Pertenecí al Movimiento Sebastián Acevedo, no desde sus inicios, entré más tarde. Mi
tarea estaba de Secretaria Ejecutiva de la Fundación MISSIO, entonces había temor si me
tomaban detenida por quién haría el trabajo. Estuve en el Movimiento con Mariano Puga,
José Aldunate, una cantidad de personas que eran realmente maravillosas, compañeros de
trabajo que me ayudaron en la logística para hacer lo que tenía que hacer.
Nunca. Hitler duro 12 años y esto era sin fin, era muy difícil salir del túnel y realmente su
éxito es que duró muchos años. Siempre me preguntan ¿Por qué la gente no se recuperaba
del susto de la dictadura? Hace tres años atrás, unos jóvenes hicieron un estudio para
tesis de grado y les preguntaron a los alumnos por qué no se inscribían en partidos y los
jóvenes, en un número importante, contestaron que no participaban en política porque
sus padres habían sido castigados muy duramente. La dictadura fue hace muchos años,
pero todavía tiene un eco, eso no lo hubiera creído nunca.
A 40 años del Golpe de Estado ¿Es posible hablar de perdón o dar vuelta la
página?
La iglesia ha trabajado por la reconciliación, por la verdad, el pedir perdón y reparar hasta
donde se pueda. Un país sin reconciliación no puede liberarse. Escuché a alguien en la
televisión, que tenía 16 años al momento de la dictadura, y reconocía que no había abierto
su corazón para escuchar lo que pasó en el país, que si bien no había hecho nada malo,
tampoco le dijo a los militares o a quien sea, esto no se debe hacer. Sí escuché al senador
Hernán Larraín en su pedir perdón, le tengo un tremendo respeto.
Es realmente dramático, pero es mirar la vida en otras dimensiones. Siento que a 40 años
hay mucho por reflexionar. Necesitamos una Asamblea Constituyente, porque no
podemos remitirnos a dar legitimidad a una constitución que fue impuesta en el año 80 y
que nos rige. Falta coraje civil, con manos limpias, con participación de ricos y pobres,
necesitamos que nuestras izquierdas dialoguen. No necesitamos una capucha para
esconder caras, necesitamos caras limpias, vernos unos con otros.
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En la escuela nos dimos cuenta que los niños que tenían bajo rendimiento se debía a que
sus padres eran analfabetos o tenían baja escolaridad. Hicimos una escuela nocturna para
alfabetizar y nivelar a los padres. Me ofrecí en la fábrica Nietos Hermanos, ahí alfabeticé a
9 alumnos (mujeres y hombres) y el interventor de la fábrica me preguntó el nombre de
los alumnos y los ascendió en una asamblea. Esos mismos obreros me escribieron
contándome que la fábrica había puesto un bus de acercamiento a los trabajadores (eso
mostraba que ellos habían aprendido a leer). Otro ejemplo que da cuenta del espíritu de
esa época fue la invitación que recibí de la Embajada Rusa para conocer a la Valentina
Tereshkova –la primera mujer astronauta- y no fui, justo tenía clases con los obreros. Es
algo de lo que me arrepiento porque la admiraba.
En la escuela de derecho era todo conflicto. Pensando que el pueblo necesitaba que
alguien lo defendiera, alcancé a estudiar tres semestres. No podíamos concentrarnos en
los estudios porque era muy fuerte la disputa, era la cuna de la derecha. Además, al lado
teníamos la Editorial Quimantú.
Lo otro fue la militancia partidaria. Los jóvenes cumplimos una función importantísima
hacia fines del Gobierno de Allende con las paralizaciones. Me acuerdo de haber estado
cargando mucho tiempo harina desde los camiones estatales.
Luego vino el Golpe de Estado. Caí detenida el 2 de octubre, quizá se debió a la detención
de varios familiares en el Estadio Nacional. En calle Vicuña Mackenna, el orfeón de
carabineros me detiene junto a mi hermana, nos pide los documentos y dice: “dos
Palestro, me hice el día”. De ahí nos llevaron a la sexta comisaría, nos llevaron con un
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hombre que lo tiraron al piso del jeep y nosotras teníamos que ponernos a los pies de él.
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Desde la sexta comisaría nos llevaron al Estadio Nacional, ese hombre no fue con nosotras
–el ya estaba golpeado al salir del orfeón-, fue un desaparecido. Los carabineros de la
sexta comisaría decían que había ido con nosotras y los militares decían que no, que no
había llegado con nosotras al Nacional. Luego fui a la Vicaría a dar mi testimonio,
corroboramos que no salió con nosotras de la comisaría, que allí lo mataron. Estuvimos
con mi hermana 10 años dando testimonio, 10 años después me mostraron una foto… fue
tremendo. Otro testimonio que di, fue cuando vi llegar a Alberto Corbalán al Velódromo
del Estadio Nacional, le dio un ataque al corazón, lo vi llegar mal. Les grité, les dije que se
necesitaba un médico.
Ahí estaba el activismo desatado, las circunstancias de los exilios son muy distintas.
Estuve un año y medio en Noruega, muy activa en el Comité de Solidaridad con Chile. Nos
fuimos de Noruega a Venezuela, mi papá no soportó. Los parlamentarios del MAS lo
llevaron a Venezuela y él hizo gestiones con el Alto Comisionado en el Programa de
Reencuentro y nos pudo llevar a Venezuela donde todavía estaban los guerrilleros en la
montaña, estaba en una recomposición democrática. Mi círculo, el ambiente político era
de la guerrilla, el feminismo no tenía cabida. Había mujeres guerrilleras, pero las
conversaciones e intereses eran otros, yo no tuve un acercamiento al feminismo y
organizaciones de mujeres en el exilio. Habíamos hombres y mujeres que participábamos
en el activismo, es probable que yo hacia el café, pero era algo tan naturalizado.
En el año ’83 vuelvo a Chile, era la segunda lista –creo- de esas que indicaban las
personas que podíamos volver. Volví en el mes de noviembre, feliz, porque en diciembre
estaba el acto en el Caupolicán. Primero fue mi encuentro con las mujeres, después con el
feminismo. Yo venía muy mal, venía muy fragmentada, para vivir tú compartimentas
cosas. Estaba mal psíquicamente, pasé 14 años sin contarle a nadie lo que me había
pasado. Tenía insomnio, nada me entretenía, tuvo que venirme un quiebre fuerte para que
me diera cuenta de eso. El activismo desatado de esos tiempos te hacia olvidar tu propia
persona, no darte cuenta de lo que te estaba pasando. Era muy difícil hablar, sabíamos
que había personas que estaban en situaciones similares, hubo un silencio muy largo.
Esa contención de las mujeres, tempranamente mis amigas la Elena Berger del
Movimiento Sebastián Acevedo, la Haydé López de la Vicaría de la Solidaridad, mujeres
con las que nos hicimos amigas en las acciones de ayuno… la Fanny Pollarolo, ellas fueron
mi piso, empecé a pisar más fuerte con ellas.
Después en el Departamento Femenino del Partido Socialista, estaba con Nelda Panicucci
y otras compañeras y conocí a la Edda Gaviola, Lorena Loprestí y Lenina del Canto
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quienes llegaron con un documento, lo leí y dije: “esto es… con esto yo estoy de acuerdo”
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(documento escrito por ellas para la juventud socialista), con ellas me convertí al
feminismo.
En eso estuvimos hasta el final de la dictadura, tuvimos harta influencia en las chicas más
jóvenes y en las compañeras más antiguas, entendieron este conflicto, fueron muy
afectivas. Tuvimos una participación bastante activa en el Movimiento de Mujeres y
teníamos mucha cercanía con las feministas, éramos un buen puente, a las compañeras
comunistas les costó mucho más hacer el nexo entre la lucha antidictatorial y esta otra
lucha.
En las cercanías de la democracia, nos unimos en el Partido Socialista (unificación del PS)
las discusiones sobre el poder y los cargos no lo resistí. Me fui del partido en el ’89 y no
volví más. Hasta ahí todo iba bien. Incluso recuerdo que apenas llegué el ’83, los
compañeros del MDP me buscaron y me dijeron que tenía que entrar a la dirección porque
era necesario, yo venía hecha pebre, me dijeron “usted compañera tiene que olvidarse de
sí misma, tiene que despersonalizarse”. Después también viví otra situación de
minusvaloración contra las mujeres, hicimos una carta al Vice Comandante (…), le dijimos
de todo, lo hicimos sabiendo que eso podía costarnos prisión y ahí un compañero del PS
me dijo “firme Ud. no más compañera porque yo sirvo más afuera”. Efectivamente nos
requirieron y nos tomaron presos, quedamos después en libertad provisional firmando
una vez a la semana, al tiempo supe que mis compañeros firmaban una vez al mes. Venía
la democracia y ese proceso debía cerrar y estábamos con libertad provisional, con arraigo
nacional. En el año ’92 quise salir a Guatemala, me negaron el pasaporte, aún estaba con
arraigo nacional, nunca supe que yo misma debía mover eso.
Hicimos bastantes cosas memorables como “El No me Olvides”. Estaba Mujeres por la
Vida, una coordinación de la vertiente del Movimiento de Mujeres. Nos reuníamos en
teatros, éramos un gran número de personas que nos organizamos para eso. Eran figuras
inmensas y debíamos ser muchas las que saliéramos con esas figuras, se necesitaba
muchas mujeres. Esa acción fue muy impactante. El discurso se daba en distintas partes
de la calle, la Tatiana Gaviola decidió grabar el que di yo. Admito que fui bastante visible,
nunca fui de la plana mayor, pero estaba en todas, éramos de ese departamento femenino
del PS que teníamos el estatus partidario que informaba a las demás.
En la acción de Carlos Antúnez, me tocó tirar los panfletos, andaba con un poncho y con
un canasto. En el Estadio Santa Laura, todos los 8 de marzo hacíamos reuniones enormes,
éramos más de 100. Estuve en todas, en toda esa parte de organización.
Nosotras hacemos política, hay otra política institucional que también la conozco. Me
sentí muy feliz que termináramos con la dictadura, la crueldad era tanta que no la
podíamos soportar, era siempre más cruel, después de los degollados vinieron los
quemados, no se podía soportar. Había una actuación política de la que yo me sentía un
poco ajena porque estaba en esta cosa más movimentista con las organizaciones de
mujeres. En una ocasión me hicieron una entrevista y algo me hizo clic reflexionando para
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esa entrevista, sobre el silencio (en el contexto del Informe Valech), el silencio sobre los
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torturadores. En otros países se acordó 30 años, y aquí se acordó 50 años para hacer
pública la información de las declaraciones en ese Informe, allí pensé, este es un gobierno
cobarde. Entonces sí pienso que pudo ser mejor. Pienso que al final del Gobierno de
Bachelet, los políticos de la Concertación estaban festinándose, merecían este castigo,
había demasiada frivolidad. Tantas cosas que se hicieron que nos penan, tan hechas en los
marcos de este sistema neoliberal: la bancarización, privatización de las aguas,
bancarización de las deudas de vivienda, de la educación. Debe ser mi forma de ser, pero
no quisiera que las discusiones fueran consignistas o como vómitos, quiero que sea
fundadas para que aprendamos y construyamos un camino hacia algo que queremos.
La situación entre los políticos que están en la institucionalidad de los partidos, el Estado
y las personas que estamos en los movimientos es un diálogo de sordos, no hay puentes,
no hay caminos. Hay un abismo que no permite que encontremos caminos para enfrentar
estos enemigos: la iglesia, la derecha económica, los medios de comunicación, todos
quedan válidos porque estamos en un diálogo de sordos.
Quiero un país para todos y todas, no para ellos no más. Hay que encontrar los caminos.
Nosotros que vivimos esta experiencia del golpe, el exterminio, que con suerte estamos
vivos debemos pensar en la derecha ¿qué vamos a hacer? Si sabemos que se aferran a sus
intereses y cualquier cosa que los amenaza, piden a las fuerzas armadas. Debemos
construir algo.
A falta de una pertenencia a algo más amplio, que nos permita ir más colectivamente,
desde la Red de Violencia contra las Mujeres pienso que la conciencia es algo
fundamental. No pretendo cambiar el mundo, pero sí despertar conciencia, una
conciencia que les permita comprender y entender lo humano, mirar los objetivos y claves
de la reproducción de la violencia. Si las mujeres logramos entender que vivimos en el
patriarcado, tal vez logremos ver que sin el patriarcado de los partidos podemos dar pasos
a mayor humanidad.
En marzo del ’73, entré a estudiar Física en el Pedagógico. Era nueva, no ubicaba a nadie y
conocí a una compañera que me llevaba en auto, que era un poquito sola en la vida.
Estaba muy entusiasmada, todo era nuevo y me enamore de un chico, “Pato”, joven
comunista que se tomo el Pedagógico. Entonces iba en las mañana a dejarle un sanguchito
porque él dormía en la Universidad. Un día le dije que quería entrar a las gloriosas
juventudes comunistas y me respondió que “no”, porque yo andaba con mi compañera (la
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Sin embargo, recuerdo que en medio de todo esto un día fui a una fiesta, pinche con un
chico y luego de vernos un par de veces me dijo que “había llegado el momento de conocer
a su familia”. El mismo día 11 de septiembre de 1973 iba a ir a conocer a su familia, pero él
no llegó a buscarme. Pasaron cuatro días más o menos y de repente me dicen “hay una
patrulla militar en la puerta”. Tengo una hermana, casada con un militante comunista,
que estaba en Suecia, porque había salido en el primer avión que se llevó gente afuera del
país. Bueno, entonces esta persona con la cual había “pinchado en la fiesta” llegó vestido
de militar. El tipo era un milico del Servicio de Inteligencia, me quería morir, pero mi
madre me dijo “no puedes terminar con él mientras tu hermana no se vaya a Suecia”.
Por muchos años busque su nombre en la lista de torturadores, con pánico de que
apareciera, pero no fue así por suerte. Me tuve que hacer la loca hasta que mi hermana
tomó el avión. Nosotros nos fuimos de esa casa, por donde viví 18 años al mes del Golpe.
Luego él no supo donde me cambié.
El Golpe me encuentra con todo esto. Con toque de queda salí a la casa de los compañeros
de la JAP. Conocía tan bien el barrio, que no tuve miedo. Después nos los vi nunca más.
No tengo idea que pasó con ellos.
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Lo que hice en Suecia fue auto exiliarme, pedí refugio político y luego me fui a vivir a una
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pieza estudiantil, donde todos eran parte del conjunto folclórico Ranquil perteneciente al
Comité Salvador Allende. Comencé a trabajar en todas las actividades de solidaridad con
Chile, en los puerta a puerta, reunir plata para los compañeros del interior y rápidamente
aprendí hablar el idioma. Luego pedí militancia en las Juventudes Comunistas, porque era
lo que había en Upsala.
Fui una persona muy activa. En Suecia me dedique a trabajar por todas las solidaridades.
Se me iba la vida en eso, pero lo pasaba muy bien. El exilio fue una sensación de no parar
de aprender y sentirme parte de los extranjeros comprometidos con los procesos sociales
y revolucionarios de distintos lugares del mundo.
Estudié matemáticas puras, aunque siempre quise estudiar astronomía, pero los
compañeros me dijeron que la revolución se hacía primero en la tierra, luego en el cielo.
No tuve respuesta frente a eso, pero aprendí y, trabaje mucho. Fueron años maravillosos.
Viajamos con mi hermana a Chile, muertas de susto en el año ’79, pero a ella no la dejaron
ingresar. Se quedó retenida en el aeropuerto con sus dos hijos, luego los soltaron. Fue
algo muy loco y recuerdo que ese año se hizo el primer pleno de la Izquierda Cristiana,
(IC). Me pidieron que le entregará un paquete a Jorge Montealegre, luego él me pidió
llevar un sobre a Bosco Parra que estaba a cargo de la IC en el exterior, en ese sobre iba la
síntesis del primer pleno.
Cuando iba a camino al aeropuerto –de regreso a Suecia- una amiga me dice “me imagino
que no llevas nada”. Llegando estaban los militares revisando las carteras. Para descartar
cualquier revisión mi amiga hizo un escándalo (inventado) con el piloto del avión que
había sido su amigo. Gracias a eso me salve.
En el año ’82 viaje por un problema de salud de mi padre, un cáncer y una amiga me contó
que existía la Academia de Humanismo Cristiano donde se realizaban muchos talleres y
que aprovechando mi estadía podíamos hacer algo juntas. El taller que me sugirió se
llamaba “Toma de conciencia de la situación de opresión de las mujeres” y lo daba el
Círculo de Estudios de la Mujer. En ese taller conocí a muchas feministas, entre ellas a la
Julieta Kirkwood, Eliana Largo, Isabel Gannon…a las históricas de la época. Hice un taller
genial y cuando estaba por terminar se organizó una actividad de tres días sobre las
mujeres: “Yo mujer, Tú Mujer, Nosotras las Mujeres”. Le pidieron al grupo de teatro del
Círculo de la Mujer un sketch, de los que hacían y pensé que pena que termine todo esto.
La Eliana Largo dice: se necesita una mujer en el grupo de teatro y me invitaron a
participar.
Después de toda la aventura, me invitaron a una comida en una casa donde operaba el
círculo central de las feministas y conocí a la Julieta Kirkwood más cercanamente. Me
hice de muchas amigas, pero tenía que volver a Suecia. Decido regresar el año ’84, cuando
se había formado el Centro de Estudios de la Mujer (CEM) y Casa de la Mujer La Morada.
Alcancé a participar en la última reunión del Círculo de las Mujeres, cuando se divide
todo.
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Me comunique con la Julieta, le dije que venía de la Universidad a realizar una evaluación
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sobre un Centro de Educación Popular de Mujeres. Le pregunté si podía ser mi profesora
guía y encantada aceptó, pero me dijo tenemos que hacerlo porque ese Centro no existe.
Así comenzó un vínculo más estrecho con la Julieta.
Me gustaba recoger en los talleres, lo que a las mujeres les pasaba. Hacíamos talleres en
las poblaciones, en La Morada donde iban mujeres de clase media. Sentía que dábamos
una lectura política que no lo hacía nadie más.
Nuestro modo de hacer resistencia era la actitud, tan irreverente y subversiva. Todo era
jugar entre lo extremadamente peligroso, que incluso te podía costar la vida, pero era algo
tan creativo. En Chile estaba todo por hacerse, lo que la historia nos había negado. Había
un compromiso con los cambios. Una pulsión en la mitad del horror de la dictadura. En
las manifestaciones que se realizaban llevábamos el registro de la represión y se lo
entregábamos a los medios internacionales.
Todas las mujeres venían de centros de estudios y la Julieta es la que propone que se arme
una organización de mujeres y se llame movimiento feminista, con la idea en que todas
puedan participar. El movimiento feminista surge como instancia para dar cabida a todas
esas mujeres, a todas esas organizaciones.
Una noche de toque de queda, estaba la Julieta con algunas compañeras e inventan
“Democracia en el país y en la casa”, rayan un montón de servilletas. Al día siguiente salen
en el auto y las tiran en la calle. Las feministas veníamos de la izquierda, donde siempre
está en cuestión lo público, pero no así lo privado. Fue brillante esa consigna, haber
asociado a la idea de democracia en el país también la casa. La lucha nuestra no era sólo
con el militar dictador, sino también con los dictadores que estaban en nuestros queridos
hogares y en muchos casos eran los padres de nuestros hijos. Ampliar la lucha a ese
terreno fue radical y molestó mucho a la izquierda de la época. Fuimos muy
descalificadas, pero el movimiento feminista, inserto en el amplio mundo del movimiento
de mujeres, tenía una proyección hacía fuera de pasarlo bien.
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Después vino la transición y en La Morada tuvimos una radio. No hubo límites para lo que
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hacíamos, con esa sensación de que nunca lograron quitarte el país.
Los procesos culturales y políticos son lentos. Estoy viva y me tocó enfrentar esa época,
aún la tengo muy cerca. Quedó una huella que cuesta dimensionar. Si me preguntas sobre
los principales avances durante la transición en materia de mujeres, no hay ninguno que
no haya sido parte del movimiento feminista. Teníamos nuestra agenda, temas y
luchábamos por mucho más de lo que se iba conquistando.
Con los años he aprendido que los movimientos sociales no son para administrar el
Estado, son para configurar un horizonte. Hasta que se llega ahí, pueden pasar
muchísimos años. El movimiento feminista puso todos los temas que poco a poco se han
ido transformando en leyes, han estado en el debate. Siempre hablamos de la violencia
contra las mujeres, del acceso a los espacios de poder. Ocurre que las feministas no nos
damos el permiso de sentirnos orgullosas de haber conquistado algo. Todos mis placeres
han sido plurales y colectivos. Espero que las mujeres jóvenes recuperen eso.
Los avances nuestros como feministas hay que leerlos dentro de la gran estafa que fue la
Concertación. Mientras luchábamos y conquistábamos un montón de lugares, nunca
imaginamos que la Concertación estaba negociando hasta la pared del frente.
Trabajaba con una vecina, salíamos en la mañana temprano a comprar y en las noticias
escuchamos que se habían tomado el Gobierno, nos devolvimos un poco y fue ahí que nos
encontramos en la Alameda con este problema, y nosotros vivíamos en un campamento
político, todos decían que era del Partido Comunista y nos tocaba hacer guardia en la
noche, era una toma y la idea es que no entraran otros porque no cabíamos más. Nos
tiraban piedras, a veces –pucha- poco menos que los militares, porque no nos dejaban
ocupar el terreno. Hicimos casas de madera, nos quedamos eternamente ahí, la toma duró
12 años, desde el 25 de febrero de 1972.
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Llegué con frazada en la mano, porque se decía que se ponía la frazada así como una
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carpa, llegué sola y dejé a mi hijo con mi mamá, y cuando él llegó a la casa, le dijeron que
me había ido a la toma de la Panamericana. Fue larga la lucha, no era cosa de una semana
y lo que venía era peor, porque ahí nosotros quedamos como un campamento político,
pensaban que lo iban a estar atacando. Luego nos juntamos como agrupación, se armaron
grupos de mujeres y nos juntamos en talleres. A mí me habían ofrecido ollas comunes,
pero no me gustó esa parte.
En los talleres me enseñaron a tejer. Luego seguí enseñando por muchos años y de ahí nos
juntamos con mujeres, íbamos a la iglesia y el cura nos dijo que nos pusiéramos a vender.
Nos acercamos a la Vicaria -en el paradero 16 de Gran Avenida- ahí conocimos a una
asistente social que nos asesoró, ayudó. Preparamos desayunos en la mañana para los
niños que no tenían qué comer e íbamos a buscarlos a sus casas. Todas teníamos en
común la pobreza, éramos mujeres jóvenes y nuestro trabajo estaba orientado a buscar
alimento. Enviamos cartas para que nos ayudaran con harina y manteca. Hacíamos pan
amasado y trabajábamos seis madres del taller, las más pobres, entre ellas yo. Con mi
marido íbamos a recoger leña a Gran Avenida y nos dividíamos el trabajo: unas amasaban,
cocían el pan y otras tenían que venderlo y esa plata se juntaba. Una vez al mes se dividía
para las seis madres que no teníamos recursos, más que mal no teníamos para el pan.
En medio de todo nuestro trabajo, no sólo hablábamos de temas manuales. Nos
asesoraban y conversaban de los hijos, métodos anticonceptivos, charlas, eso duró como
diez años, después quedamos solas y salimos adelante. Todo esto sucedió cuando
estábamos en el campamento. Luego nos cambiamos.
Hubo mucha pena porque en el campamento teníamos las cosas que logramos con mucho
esfuerzo. Después fue ver cómo íbamos a conseguir ayuda. Lo que pasó es que nos sacaron
de Santiago a Puente Alto. Muchos hombres quedaron sin trabajo, por las distancias, ahí
llego lo peor, pero la Vicaría de Gran Avenida nos ayudó mucho y empezamos a luchar. En
Puente Alto había muchas agrupaciones, muchos talleres y me fui metiendo, entregando
mis experiencias, lo que sabía, ofrecía, aprendí y enseñé. Ahí vino una suerte de querer
conquistarme para que perteneciera en la directiva de la Coordinadora de Puente Alto que
eran muchísimas organizaciones. Entre el año ’83-’84 llegué a ser Presidenta de la
Coordinadora de Mujeres de Puente Alto.
Hicimos muchas cosas, los talleres de tejido eran una parte importante. Tejíamos,
conversábamos y nos juntábamos una vez a la semana. Estuve más de 20 años en eso. Se
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Me acuerdo que la Gabriela Pischedda, que es una persona como la Tere Valdés, nos
regalaba un saco de porotos y con eso cocinábamos. Estuvimos en un grupo con la Tere
que se llamaba “Mujer, Acción y Debate”, eran nuevos tiempos y ahí conocí a otras
mujeres que nos ayudaran como la Tele Marshall, la Gabriela Pischedda y la Tere Valdés.
Después me quedó la idea que nosotros debíamos luchar por lo que queríamos, que no nos
regalaran las cosas, y empezamos a pagar una cuota inicial en el taller. El Taller se
llamaba La Amistad, antes se llamó María de Nazaret. Éramos 22 mujeres y trabajábamos
como 15, sacábamos una importante cantidad de chalecos para vender.
Al lado de nosotras teníamos la ayuda de algunos maridos, a traer la leña. Nos ayudaban a
sacar adelante la amasandería. Nos compraban pan de distintos lugares y con eso se
beneficiaba el campamento. Teníamos para todos los días para los cabros chicos.
Me acuerdo que cuando se hizo el Sí y el No, todavía existían los grupos y nos
organizamos para que todas votaran, inclusive votaron.
Creo que lo que queda es un color político más que nada. Lograr que nos escuchen, que
debemos ser escuchadas y estamos decididas de alcanzar lo que queremos.
La gente creció, ya no está en el limosneo. Aprendí que si lucho tengo y que muchas
mujeres ahora trabajan, no hay tanta miseria. En la dictadura se nos cerraban las puertas
en todos lados y no podíamos trabajar.
¿Alguna anécdota que tu lleves en el corazón de ese tiempo, que nos quisieras
contar?
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Es algo muy lindo: cuando estaba embarazada de mi hijo que tiene 25 años, nos invitaron
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al Caupolicán, me parece que era eso y fuimos todas las mujeres, primero la sufrieron
porque vieron el guanaco. Miraba por debajo a la gente y de pronto me nombran como de
esas personas que ayudaron en la parte de trabajo. Yo salgo con la guata grande, hubo
muchos saludos y aplausos. Las que más aplauden son mis amigas y eso lo encontré tan
lindo, porque de repente se sentía que la gente valoraba lo que tú hiciste, en ese puro
momento sentías lo que valías. Se dieron cuenta que yo era la que les vendía, que
enseñaba, les pagaba, les controlaba el trabajo… luego empezó lo de los Carabineros, el
agua y es que las compañeras salieron para el otro lado del Caupolicán para tomar la
micro y con un miedo, y fue una cosa así que nos moríamos de la risa, y es que después no
nos preocupamos del olor de la lacrimógena.
¿Recuerdos malos?
Cuando la gente trata de destruirte porque no tienen la capacidad de aportar. Por eso el
grupo se dividió y dijimos que se quedaran las que quisieran trabaja., Pero estoy feliz,
feliz de todo lo que se logró, llevar a la mamá o mujer que no hacía nada, a compartir un
poco, olvidar que eras sólo ama de casa, que tu marido te está gritando o mandando.
Íbamos ocho días a la playa -sin maridos- y era en la noche salir a la orilla de la playa
todas cantando, y dejábamos a los cabros chicos con los más grandes y al día siguiente le
tocaba a alguien hacer el almuerzo y así, otro día a otra y tenía que funcionar.
Lo que hice en la población de Puente Alto fue formar el grupo de adolescentes y les
enseñé a tejer y todas tenían historia de violadas por sus padrastros, niñitas de 12 años
que estaban embarazadas, niñas que su mamá quedó viuda y se puso a vivir con otro que
no las tomaba en cuenta, otra niña grande violada por su padrastro y muchas niñas
jovencitas que se acercaron a mí. Tenía muchas ganas de trabajar con ellas y todas
tuvieron guagüitas en ese tiempo. De los 20 años que tuve taller no pude estar sin taller, y
ahí hice un taller diferente con 14 o 15 mujeres que nos ganamos un proyecto FOSIS en
que invertido todo, todo en lana, palillos, tijeras, agujas…, duró como cinco años el
material. Otro proyecto se mandó a Italia, salió aprobado y se armó una sede en una
mediagua. Lamentablemente se terminó el taller y con ello la sede.
Se podía decir que teníamos un sueldito pequeño, pero no era así, porque si se vendían
tres o cuatro chalecos eran 20 lucas. Ahora en el colegio trabajo, vendo más económico
porque trabajo el reciclado. Compro chalecas en la ropa americana, las deshago y mezclo
la lana con materiales míos, pero no todos pensamos igual…pero bueno, hartas cosas,
harta vivencia.
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