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SOBRE EL IGUALITARISMO: EL IGUALITARISMO COMO MEDIO DE

DOMINACIÓN CULTURAL

Siendo conscientes del grave problema de la “babelización” (Torre de Babel)


actual del lenguaje (esto, es la aceptación de múltiples e incluso
contradictorios sentidos para definir un concepto o lo que podríamos definir
como un relativismo lingüístico), creemos importante para introducir este
tema, esbozar una definición de igualitarismo. Un primer indicio para
comenzar lo encontramos en el diccionario de la RAE: “Tendencia política
que propugna la desaparición o atenuación de las diferencias sociales”.

Debemos de estar seguramente ante uno de los problemas más antiguos y


complejos de la Filosofía Política: la igualdad. Noción ésta hoy aceptada con
generalidad, pero que no estuvo presente durante gran parte de la historia
humana, incluso hasta hoy. Somos de la opinión, de que la primera
definición y su posterior traslación al orden social, provienen de la Doctrina
Cristiana y está expresada con claridad meridiana en la Carta de San Pablo
a los Gálatas, donde el Apóstol expresa: “Así, la Ley nos sirvió de guía para
llevarnos a Cristo, a fin de que fuéramos justificados por la fe. Y ahora que
ha llegado la fe, no necesitamos más de un guía. Porque todos ustedes son
hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús, ya que todos ustedes, que fueron
bautizados en Cristo, han sido revestidos de Cristo. Por lo tanto, ya no
hay judío ni pagano, esclavo ni hombre libre, varón ni mujer, porque
todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús. Y si ustedes
pertenecen a Cristo, entonces son descendientes de Abraham, herederos en
virtud de la promesa.” (Capítulo 3, 24 -29)

Este ideario de igualdad, una vez sembrado, fue fructificando en el no


siempre fértil campo del pensamiento y la acción humanas. Establecido que
fuera el cual y consolidado culturalmente en la mentalidad de la gente, no
hubo necesidad, para filósofos y pensadores políticos en general, de aclarar
aquello que significaba igualdad. Por lo menos en Occidente, de suerte tal
que, matiz más o matiz menos, cualquier persona tenía claro que la
igualdad, era igualdad entre todas las gentes, cualquiera fuera su sexo,
condición social, ideas políticas, etc. Todas eran iguales ante Dios en tanto
eran sus hijas: esa era la forma mentis de la Cristiandad.
Aprovechándose de esta facilidad, de modo consciente o inconsciente, las
teorías idealistas de la filosofía fueron introduciendo un concepto de
igualdad cada vez más adulterado sin demasiada oposición.

Bueno es recordar, tal como nos enseñara el Maestro Luis D’Aloisio, que el
campo de la Filosofía está dividido en dos grandes corrientes: el idealismo y
el realismo. El idealismo, a cuyo padre fundador podemos considerar a
Platón (Aristocles), nada menos, es un pensamiento que va de las Ideas a la
Realidad: piensa y moldea a la realidad desde ideas abstractas. Descienden
de Platón, todos aquellos pensadores que, más allá de sus concepciones y
categorías, proceden de igual forma (podríamos considerar aquí a una gama
de pensadores tan amplia y diversa como Juan Jacobo Rousseau, Kant,
Hegel, Marx, Engels y sus discípulos y continuadores contemporáneos como
Gramsci, la Escuela de Frankfurt, Foucault, Derrida, etc.).

El realismo, en cambio, elabora los conceptos a posteriori de un exhaustivo


examen de la realidad empírica, es decir, va de la realidad a las ideas. El
tránsito de la realidad a las ideas, no se produce caprichosamente por
simple aglomeración de casos en el realismo. Se trata de un tránsito que va
de la realidad a las ideas (que en definitiva son los conceptos), a través de
la única idea innata en la forma mentis humana que admite esta corriente:
las categorías. Su padre fundador, fue uno de los discípulos más destacados
de Platón, Aristóteles de Estagira, del cual desciende un sinnúmero de
pensadores cuya máxima expresión fue sin dudas Santo Tomás de Aquino,
con quien se sistematiza lo que conocemos como filosofía aristotélico
tomista o filosofía perenne.

Durante centurias la idea de igualdad, avanzó conviviendo con las naturales


y necesarias desigualdades biológicas y sociales y extirpando otras que,
pese a ser de larga data, no se condecían con la naturaleza humana, como
la esclavitud. Con el fin de la Edad Media y el advenimiento de la
Modernidad y el Iluminismo, el idealismo, logró una notable predominancia
en el ámbito filosófico. La matriz filosófica bicéfala resultante de la
Revolución Francesa, dejó al siglo XIX a merced de dos corrientes
ideológicas y doctrinarias, el liberalismo y el marxismo, en
apariencia opuestas, pero que conspiran juntas y beben de las
mismas fuentes: el racionalismo antimetafísico y deísta del siglo
XVIII.1 Tanto uno como otro, prometieron a la humanidad la solución final
a sus problemas proponiendo verdaderas utopías sociales (uno por la vía del
funcionamiento de un supuesto libre mercado, que trataría a todos por igual
y en el que cada uno dependería de sus méritos, su astucia y de los límites
de su avaricia; y otro, promoviendo una violenta revolución social que
crearía una sociedad nueva y un hombre nuevo basado en vínculos
libertarios, asociaciones federativas y propiedad social de los medios de
producción): ambas condenadas expresamente por S. S. Pío XI (Divini
Redemptoris y Quadragesimo Anno) y por el riquísimo magisterio
papal vigente.

Nota: nos extenderemos brevemente sobre estos particulares.

De esta matriz idealista, se desprende la noción adulterada de


igualdad, que llamamos igualitarismo (deformación de igualdad
como tantos “ismos”), a la que hiciéramos mención antes y a la que
podríamos definir ahora como: una corriente de pensamiento que, so
pretexto de promover un proceso de reingeniería social, busca subvertir el
orden social natural (en todos sus estamentos), mediante la negación de las
naturales y necesarias desigualdades que provienen del proceso de
individuación biológica, de los méritos y la creatividad (que constituyen el
fundamento de la dignidad de la persona humana), e imponer un nuevo
orden social, que sería el resultado de una construcción conceptual y a
posteriori institucional artificial y antinatural, a la que todos deberán
adherir, so pena de ser “excluido” de la sociedad.

El igualitarismo fue creciendo desde el idealismo concebido -a veces


inocente y otras arteramente- entre pensadores que “imaginaban” su propio
modelo de sociedad. Una sociedad que no se daba en la realidad, porque,
aunque conceptualmente el occidente cristiano comprendía el concepto, ya
estaba corrompido profundamente por el Iluminismo2 que, eliminando la
idea de Dios y de trascendencia, iba permitiendo cada vez mayor
cantidad de desigualdades fácticas (reales), así los primeros en concebir
una sociedad ideal, de buena fe, fueron los pensadores utopistas o utópicos:
empezando por el propio Santo Tomás Moro en su gran obra Utopía. Lejos

1
Explicar “conspiración” liberal – marxista; deísmo y metafísica.
2
Explicar Iluminismo.
estaríamos de decir que Moro escribía de mala fe, pero sí podríamos decir
que observaba en su Inglaterra contemporánea grandes desigualdades y
humillaciones para la gente del común y que, además, incluía una dura
crítica a la ya abierta herejía del rey Enrique VIII, de quien fuera su
principal confidente y amigo; crítica que pagó con su propio martirio.

Particularmente, con el advenimiento de los “filósofos” ingleses y la


irrupción prostibularia de la Revolución Francesa. En efecto, en estas
concepciones (no precisamente marxistas: no queremos caer en el
simplismo de achacar todos los males al marxismo, aunque los tiene y
muchos), las desigualdades y las clases sociales existían en el concepto más
realista de la palabra. La RF y la RI no son sino, sociológicamente hablando,
las revoluciones de una clase social oprimida (situación que no inventó
Marx): la burguesía. Es ésta, pues, munida de derechos y poder económico,
la que derrota y elimina finalmente a las degradadas monarquías del siglo
XVIII; monarquías que lejos estaban de la antigua legitimidad monárquica
cristiana: eran monarquías absolutas carentes de cualquier legitimidad
popular.

Nota: explicar la diferencia entre la monarquía absoluta (Derecho


divino sobrenatural) y la monarquía cristiana (Escuela Teológica
española).

¿Qué rescatamos de todo esto? Que las clases sociales, como la burguesía,
incipiente pero cada vez más poderosa, que se había hecho del poder,
inventando un nuevo tipo de “democracia” que nada tenía que ver con la
griega; mantuvo los tres conceptos básicos que predicamos para los
utópicos: una igualdad de diseño (o sea, a medida), un acérrimo iluminismo
(creencia en la todopoderosa voluntad y razón humanas carentes de toda
trascendencia) y, por supuesto, la filosofía idealista; que les permitirá
primero, pensar el modelo y luego, tratar de ponerlo en práctica en la
sociedad. Para un ejemplo sencillo, baste con remitir a las ideas
sarmientinas del sombrero y la cabeza que moldearon la patria liberal
vigente hasta 1940.

Hijo de un mismo tronco de pensamiento y no de uno diferente como


pretende hacérselo aparecer, no podía menos sino surgir el opuesto
hegeliano al materialismo burgués o liberal. De allí la aparición de Marx y su
teoría de la lucha de clases: en muchos países de Europa que se estaban
industrializando, creció la clase trabajadora o proletaria. Marx cree
básicamente que, con la incorporación a su teoría de los trabajadores
manuales de las surgentes fábricas, ha incorporado al último eslabón que
completa “la totalidad de la sociedad”. Eliminada la realeza con poder, los
burgueses (sin distinciones de ningún tipo) se aprovechaban del trabajo de
los obreros para enriquecerse. Quedaba así toda la sociedad dividida en dos
clases: los burgueses (propietarios de los medios de producción) y los
proletarios (propietarios únicamente de su fuerza de trabajo, pero que era
la única capaz de generar valor). Promoviendo una revolución proletaria en
donde todos fueran “iguales”, pues el Estado se haría cargo de controlar y
repartir equitativamente fuerza de trabajo y medios de producción, se
lograría la sociedad ideal. Hasta aquí la evolución parece absolutamente
sincronizada, aunque hayamos relatado en estas breves palabras
desarrollos que tomaron cuatro o cinco siglos. Sin embargo, a la muerte de
Marx, su teoría ya había fracasado fácticamente. Los burgueses tenían
demasiado poder y harían imposible que la teoría de ese socialismo
supuestamente científico de Marx, no cuadrara con la sociedad. Por otro
lado, su descripción de aquello que él entendió como el total de los
componentes sociales era absolutamente insuficiente. Se daba de narices
con la mayoría de las sociedades del mundo, incluso de las industrializadas,
pues había mucho más que dos clases sociales. Existían ricos que no eran
burgueses y que no poseían bienes de producción, como los banqueros;
había profesionales de diversos oficios y hasta graduados que sirviendo a
una y otra clase social podían construir fortunas, pero también había una
infinita cantidad de pobres y desclasados en general que no entraban en la
clasificación de proletarios (campesinos, desclasados completamente
excluidos, etc.).

El agotamiento en sí mismo de esta teoría marxista científica (justamente


porque no daba cuenta de la realidad, era idealista y no realista), ya fue
percibido por su fiel adlátere y mentor económico Engels, quien ya percibió
numerosas subclases, grupos y hasta lo que hoy llamaríamos tribus urbanas
o rurales, que no entraban en las categorías de Marx 3. Fue así que en un
primer esbozo y sólo a los efectos que nos interesa, percibió la existencia
real de instituciones, algunas relatadas por Engels expresamente y otras
calladas por éste, que impedían o quizás hacían imposible la aplicación del
marxismo puro. Engels, en lugar de renegar de una descripción incorrecta
de la sociedad, se esforzó en utilizar la dialéctica como método, para
remover esas instituciones con tal de no negarlo.

Así la temática principal de Engels es la destrucción de las instituciones


sociales existentes en la realidad: particularmente la familia, pues es muy
sencillo. Comprobaba que en ella se transmitían valores y organizaciones
sociales absolutamente opuestas a las proposiciones marxistas. Así lo
plantea en su obra “Orígenes del estado, la propiedad y la familia”, a la que
muchos consideran el origen del actual igualitarismo. Esta creencia de los
actuales descriptores del igualitarismo proviene en parte porque los poderes
dominantes así lo quieren y predican, y en parte, por la naturaleza
destructiva que la idea de la eliminación de instituciones conlleva.

Debemos decir que nuestra idea no es exactamente esa. El marxismo, que


más allá de sus padres fundadores, no fue más que un idealismo perverso,
logró un enorme auge gracias a la revolución soviética que contó como
protección de su realidad con el totalitarismo que impuso de suerte tal, que
poco se sabía de lo que realmente sucedía dentro de la URSS. Surgen a
partir de este auge dos corrientes, los seguidores de Marx y Engels, que
percibiendo la inexactitud de la teoría original van agregando matices que
básicamente consisten en mantener la idea de eliminar construcciones
sociales (instituciones naturales históricas del hombre) y la sociología que
intenta dar cuenta de la realidad social, desde un enfoque diferente al
clasista. Muchos de estos sociólogos se limitan a describir otras categorías
sociales diferentes a las de clase y otras clásicas, pero no perforarán nunca
el concepto de desigualdad. Pues en las disposiciones sociales diversas en
todo el mundo, no hay dos iguales y mal se haría en generalizar.

Rápidamente anoticiados de esto, los ya incipientes poderes internacionales


dieron en aprovechar para su favor todo aquello que Marx y sus exégetas y

3
Es interesante observar, por ejemplo, cómo estas minorías soy hoy reivindicadas de manera acérrima
por los defensores del igualitarismo en sus distintas vertientes.
ampliadores, desde las más diversas disciplinas, postularon, poniéndolo a
su favor y siguiendo con el idealismo iluminista, decidieron aprovechar sus
riquezas y medios para, a través del uso, expansión y manipulación de las
reivindicaciones socialistas y progresistas, diseñar su propio modelo de
sociedad. Encontramos orígenes de este igualitarismo moderno, ya antes
del siglo XX, pero podríamos poner un mojón particular en los predicados de
Margaret Sanger quien concebía curiosamente la eliminación de la pobreza,
al igual que Marx y sus seguidores, pero con un direccionamiento distinto;
una eliminación de la pobreza a favor de las elites dominantes: “debemos
eliminar la pobreza, la mejor forma de hacerlo es eliminando a los pobres”.
Una concepción anterior al nazismo de neto corte racista.

A partir de ello y ya sin ningún sentido de trascendencia, por el imperio de


ideal iluminista, el hombre se permitió violar las leyes inviolables de la
naturaleza. Ya no es lo mismo que en San Pablo, ser hombre o mujer
(ambos iguales en dignidad), sino que deja de existir la natural diferencia
biológica, que asigna a cada sexo una función. Un hombre sin alma, no
difiere en nada de una vaca o un cerdo, pues ambos carecen de alma. En
definitiva, el movimiento “animalista” (defensor a ultranza de los, mal
llamados, derechos de los animales) que hoy es tan común, no resulta sino,
la expresión fáctica de esta afirmación. Un igualitarismo más…

A manera de colofón:

Vemos cómo hoy, como producto de la proliferación desmesurada de


categorías de identidad de género y de orientaciones sexuales, que resultan
de esta verdadera hybris moderna, se llega incluso a negar (como en la
llamada Teoría Queer y otras similares) la natural división entre masculino y
femenino, por considerar a ésta arbitraria y lesiva a la libertad del individuo.
Es claro cómo, en esta concepción, confluye virtuosamente la matriz
bicéfala de la que hablamos antes: el liberalismo, exaltando mediante un
acérrimo individualismo a las todopoderosas voluntad y razón humanas
capaces de torcer y de construir la realidad en función de la “simple
autopercepción”; y el marxismo cultural, hecho a la medida de Foucault,
donde cualquier “imposición”, en este caso de la biología o de la propia
sociedad, es vista como un ejercicio de poder (a escala “microfísica”, como
diría este pensador francés, tan representativo de los años sesenta y
setenta) que hay que resistir.

APOSTILLA: DIEGO FUSSARO…ver cómo hoy pensadores declaradamente


marxistas critican estas categorías desmesuradas, las tildan de
antimarxistas, y postulan que hoy lo verdaderamente revolucionario es
casarse y tener una familia numerosa. ¿Se habrán dado cuenta, algunos, de
cómo muchos son utilizados por el Imperialismo Internacional del Dinero, al
decir de Pío XI?

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