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El regreso

Ya todo estaba hecho. Ahora era la nueva presidente de Ecomoda y debía


asumirlo con toda la madurez que esto implicaba, si deseaba dejar el pasado
atrás, este era el momento de empezar a hacer las cosas bien. Por eso debía
hablar con ella y dejarle en claro que ahora las cosas serían diferentes y que, por
supuesto, Armando Mendoza jamás volvería a su vida. Todo lo que había dicho
en la junta era cierto, la respetaba como ejecutiva y necesitaba de ella para que
Ecomoda pudiese salir adelante de esta crisis, porque si alguien siempre trabajó
limpiamente y con amor a esa empresa, era ella.

Betty trataba de zafarse inútilmente del interrogatorio del Cuartel, sabía que
ahora con su nuevo cargo en el ambiente de los pasillos de Ecomoda ahora
existían más dudas que certezas y que pronto tendría que idear alguna manera
para que las cosas no se salieran de control. Todo habría sido más sencillo si
Sofia parara de atiborrarla con preguntas y se fijara más en lo que había detrás
de ella cuando le hizo la última pregunta:

- Pero cúenteme una cosa Betty ¿es cierto que usted va a quedar por encima de
todo el mundo? Incluso de doña Marcela ¿y que le va a dar órdenes a doña
Marcela también?— cuestionaba con emoción Sofia mientras se agarraba las
manos en un gesto de contención —¿sí?

—En las novelas... también echan a las chismosas— replicó Marcela al pasar
frente a Sofía y se dirigió a su oficina con gesto altivo como el vendaval rojo
que era, Patricia la seguía batiendo su cabellera rubia en el rostro de Sofía.

Los lamentos de la pequeña miembro del Cuartel no se hicieron esperar, así


como tampoco el naciente orgullo del resto del grupo quienes buscaban aminorar
la angustia de Sofía recordándole el ascenso de Betty y, por qué no, de todo el
cuartel. La nueva presidente aprovechó el momento para despedir a su padre con
la promesa de no llegar tarde a su casa, así tendría tiempo para calmar al cuartel
y hablar con ella. Estaba nerviosa, pero no le quedaba más que afrontar esta
realidad y vivir las consecuencias de sus actos.
Marcela apenas si podía procesar todo lo que estaba sucediendo. Ahora ella, la
mujer que había destruido su vida, estaba nuevamente allí, como una amenaza
inminente y lo que es peor, tenía todo en sus manos, su empresa, su relación, su
futuro. Ahora era una nueva Beatriz, bonita, segura, con un aire de suficiencia
que emanaba en cada gesto que hacía, en cada palabra que decía. Pero todo en su
cabeza era un caos y los parloteos incesantes de Patricia no le daban tregua, una
que necesitaba para poder entender que era esa sensación extraña que la invadió
al verla por primera vez así de cambiada. Estaba por responderle a Patricia que
su drama no tenía comparación cuando la vio entrar a su oficina y las palabras se
quedaron en el aire.

Patricia notó la mirada extraña de Marcela y la presencia de alguien más, al ver a


Beatriz entrando allí, le dijo a la defensiva:

—¿ Y usted qué está haciendo aquí? — rebobinó sus pensamientos y cayó en


cuenta de quién era ahora el garfio — perdón... perdón... Eh¿qué se le ofrece,
Betty?— atinó a decir mientras fingía peinar su pelo con las manos.

—Hablar con doña Marcela— respondió Beatriz mirando fijamente a la gerente


— nos puede dejar a solas, por favor— le dijo a la rubia—por favor— repitió
acentuando las palabras para que se retirara.

—La escucho— mencionó la pelinegra con una mirada fuerte y segura, entonces
la presidente aprovecho para cerrar la puerta y se volvió para mirarla, no
esperaba una invitación a tomar asiento, era suficientemente consciente de que
no era bienvenida.

—Vengo a que pongamos las cartas sobre la mesa y establezcamos las reglas del
juego— le dojo con tranquilidad, mientras la gerente endurecía su gesto y
cruzaba los brazos. Fue entonces que Beatriz se percato del contraste perfecto,
armonioso e imponente que tenían sus rasgos finos y la prenda roja que llevaba
puesta. Regresó rápidamente a su objetivo y prosiguió— de ahora en adelante
usted y yo vamos a tener que hablar mucho, que trabajar en equipo y quiero que
todo esté muy claro entre las dos— respiró un poco y trató de sostenerle la
mirada, necesitaba recargar su seguridad— si yo pedí que se quedara es porque...

—A ver— interrumpió rápidamente y con un gesto airoso la pelinegra— yo me


quedé porque Roberto lo pidio y porque no voy a dejar en sus manos el trabajo
de MI PADRE — hizo énfasis en estas dos palabras— y el nuestro...
—Me parece bien... —esta vez fue Betty quien la interrumpió y tomó la
delantera, si de algo estaba segura es que su presidencia sería conflictiva y debía
empezar a marcar quién sería, qué quería y cómo se harían las cosas de ahora en
adelante—créame que para mí es muy bueno que usted vea y participe de lo que
voy a hacer con la empresa— la mirada de Marcela estaba concentrada en la
suya y era tan fuerte que le costaba mantenerla

Por su parte, mientras Beatriz hablaba, Marcela seguía el movimiento de sus


labios, uno apenas rozaba con el otro mientras ella pronunciaba esas palabras,
eran voluptuosos, carnosos, pero de apariencia suave, fueron dos segundos los
que le bastaron para fijarse en ellos, pero desechó ese pensamiento y recordó
nuevamente quién era ella, la realidad, lo que estaba sucediendo y la
desconfianza que sentía.

—No creo que su idea de que me quede sea solo por eso— decía duramente
mientras la miraba y alzaba las cejas con altivez, pero aunque trataba de
concentrase en mantener la mirada, sus ojos se iban poco a poco a los labios de
ella, prefirió seguir hablando y seguir observándolos a ver si así dejaba esa
absurda y naciente fijación— aquí yo siento un aire de venganza, usted lo único
que quiere es cobrarse todo lo que le pasó aquí.

— Si fuera así ¡jamás les devolvería la empresa!— le respondió con una


amargura visceral Beatriz, se obligaba a mantener la calma, conocía que Marcela
Valencia era una provocadora natural, le gustaba entrar en disputa, pero ella no
iba a caer en su juego—mire, doña Marcela, yo no tengo la más mínima
intención de tomas represalias ni de vengarme de usted, ni de nadie— la mirada
de Marcela la estaba poniendo intranquila y fue entonces que cayó en cuenta que
más que mirarla a los ojos estos tenían otra dirección, decidió acentuar más sus
palabras para que realmente la viera y lo logró— si yo pedí que se quedara es
porque la empresa la necesita y desde luego— pensó antes de decirlo, pero era la
verdad— yo también la necesito, a pesar de todas las diferencias que han
existido entre las dos, siempre he considerado que usted es una persona
fundamental para Ecomoda y no tengo porqué vengarme de usted, auqnue usted
siempre me detestó, siempre estuvo detrás de mi puesto y siempre que tuvo
oportunidad me humilló y me ofendió— pronunció estas últimas palabras con la
mirada al piso, reconocer el daño que le habían ocasionado tantas personas era el
primer paso y librarse de la intensa mirada de Marcela era una necesidad
después de haberle dicho tantas cosas.
—Usted nunca me agradó— la pelinegra le decía esto con suficiencia— desde
que vi su hoja de vida jamás estuve de acuerdo en que se convirtiera en la
secretaria de Armando y terminé de convencerme cuando se convirtió en su
celestina, desde entonces hasta este momento no he dejado de sentir lo mismo—
sus gestos eran duros, su mirada perseguía cada uno de los movimientos de
Beatriz y dijo eso último para convencerse de que era así — y no me pida que
me retracte porque usted asumió la presidencia de Ecomoda—.

Ahora lo entendía, entendía ese gran impacto de tuvo el verla, era la mujer que la
había hecho probar el infierno, que le había mostrado la verdadera cara de
Armando Mendoza, que le había puesto en su cara la farsa de vida que estaba
llevando y la persona que tenía a su lado y con la cual pensaba compartir su
vida. Pero por otro lado, era otra, no era la Beatriz que le temía o se amilanaba
ante sus gritos y poder, era una que le sostenía la mirada, que la enfrentaba, que
tenía el valor de presentarse allí y hacerle frente al desastre que había ayudado a
ocasionar. Esa seguridad tan visible era cautivadora para Marcela, por fin
alguien no le temía, la enfrentaba sin máscaras y en medio de su mundo de
mentiras y trampas, agradecía la sinceridad que parecía tener Beatriz. Era bella,
estaba linda con esos nuevos lentes y ese peinado que le aclaraba el rostro, pero
lo que más la desconcentraba eran esos labios, esa manera tan característica de
moverlos y de pronunciar con suavidad pero firmeza cada palabra. ¿Acaso
estaba sintiéndose atraída por Beatriz? No, eso no podía ser, acusó a la sorpresa
de su regreso y su cambio la fijación que ahora le producía esa boca.

—No, en ningún momento pidiendo que se retracte, lo único que quiero es que
no piense que yo me quiero vengar por lo que pasó— Marcela tuvo la intención
de interrumpirla, pero fue Beatriz quien en este momento estiro su mano para
acallarla— mire doña Marcela, yo sé que no va a ser fácil hacer de cuenta que
nada pasó y seguir adelante con esta empresa, con nuestras vidas, tampoco
quiero que pongamos en una balanza el daño que nos hicimos todos porque sería
absurdo tratar de encontrar un punto de equilibrio, yo fallé, ellos lo hicieron,
todos aquí cometimos errores y nos dejamos llevar y ese egoísmo debe parar.

Marcela la miraba mientras apretaba los puños ¿Cómo se atrevía?

—Yo no le estoy pidiendo que seamos amigas ni nada por el estilo, doña
Marcela— se recostó un momento en la puerta de la oficina y miró fijamente a la
gerente, esos ojos almendrados, hoy más claros estaban llenos de odio, pero se
veía linda aún con la mala cara que le hacía— tal vez el único camino que nos
quede es el de la diplomacia, porque las dos tenemos una misión en esta empresa
y nuestra ética deberá primar ante todo, más allá de los problemas personales
que nos llevaron a este punto. Yo le prometo que — retiró su cuerpo de la puerta
y se acercó al escritorio — óigame bien, doña Marcela, ¡Jamás! me voy a volver
a acercar a don Armando, que voy a respetarla y a respetarme. Yo solo tengo un
objetivo en esta empresa y lo único que quiero es seguir con mi vida y por
supuesto, él ya no hace parte de ella porque usted bien sabe que lo único que
sintió por mí fue asco y que nada de lo que sucedió fue genuino. No nos
ataquemos más, yo sé que es difícil lo que le voy a pedir — bajó un poco la
mirada y la volvió a poner sus ojos en ella, suavizando la voz— pero hagamos
equipo y no dejemos que este barco se hunda, porque nos hundiremos todos.

— ¿Qué me garantiza que lo que está diciendo es verdad y que no volverá a


acercarse a Armando? — Marcela había bajado su tono de voz casi al mismo
nivel que la de Betty, se sentía un poco intranquila ante esa ligera cercanía.

— Yo creo que es suficiente con mi palabra, porque le he demostrado que la


tengo— retomó su postura erguida y alzando una ceja y cruzándose de brazos le
soltó— y si eso no le es suficiente, la carta que usted leyó es la mejor arma que
tiene, es su garantía— cayó en cuenta de que sin querer Marcela acababa de
confesarle que seguían juntos y eso le dolió, era la reconfirmación que
necesitaba para arrancar de su corazón lo que aún le quedaba de Armando
Mendoza, empezó a sentir que la seguridad se le desvanecía y se odiaba por
sentirse así, porque él aún tuviera poder sobre sus sentimientos.

—Una vez puestas las cartas sobre la mesa, la espero mañana el comité, doña
Marcela, hasta luego— quería salir corriendo de allí.

— Beatriz, espere— le dijo Marcela, notó la descolocación ante sus palabras y


descubrió que ella no lo sabía— ¿Qué le va a decir a sus amigas? o es que
¿acaso ellas ya saben?— le dijo con tacto

— ¿De verdad cree que haría alarde de algo tan bajo?— le respondió con voz
suave, pero cargada de ira— mire, no se preocupe que de mi boca no va a salir
nada porque soy la más interesada en que nada de esto se sepa, de lo contrario,
hace mucho tiempo habrían miles de chismes por todos los pasillos de Ecomoda.
Yo me encargo de ellas, hasta luego— salió dando un portazo y caminó
presurosa hacia el ascensor donde El Cuartel en pleno la esperaba expectante.
Marcela respiró profundo y cerró los ojos llevándose una mano al rostro para
recuperarse. Esa conversación con Beatriz le había quitado la poca energía que
le quedaba. Estaba molesta, confundida, aturdida, era una maraña de emociones
que no lograba descifrarse. Necesitaba un trago y su casa, necesitaba calma
porque Beatriz le había dejado el recuerdo de su boca en la memoria y eso no
podía suceder.
Certeza

Inútilmente pensó que tendría por fin un momento para descansar después de un
día tan largo, sus planes se arruinaron cuando Margarita y Patricia entraron a su
oficina y terminaron convenciéndola de ir a comer y hablar sobre ella y sobre
Armando. Estaba harta del tema, pero no tenía opción, al menos se quitaría a
Margarita de encima por unos días y Patricia por fin tendría una buena comida.
En medio de tanta confusión decidió preguntarle a Armando qué haría, porque
era obvio que él era una de las víctimas que ocasionó el regreso de Beatriz. Lo
notó tenso y esquivo. Beatriz reapareció con el cuartel y los vio juntos por unos
segundos, se despidió con un seco "buenas noches" y desapareció junto con sus
amigas. Marcela se despidió de Armando con un beso frío y se fue con
Margarita y Patricia.

Beatriz no tenía una situación distinta, en aquel taxi lidiaba con sus
pensamientos, con los comentarios de sus amigas y con la desazón que le
provocó la noticia, pero lo que más la inquietaba era la imagen de Marcela
Valencia y sus ojos, no sabía por qué no podía borrarla de su mente, tal vez era
la dureza de sus gestos o todas las emociones que salieron a flote en aquella
conversación. Se obligaba a no pensar en ella, en Armando, pero no podía. A
penas si lograba hilar una historia creíble para que el cuartel dejara sus intrigas.

Llegaron a una discoteca, era obvio que Aura María no las iba a llevar a un
restaurante. Entraron y ordenaron rápidamente para poder ponerse al corriente de
todo lo sucedido con Beatriz, Ecomoda y su cambio. Beatriz sorteo con maestría
cada una de las preguntas, tratando de erradicar todo aire de sospecha, pero sabía
que había cosas que no podía contar por más que quisiera, así que bajo el
argumento de la confidencialidad logró evadirlas. Lo que no pudo evitar fue la
sorpresa al enterarse que por su culpa se había cancelado el matrimonio de
Armando y Marcela. Eso la descolocó porque no entendía como una mujer tan
bella, con tantas cualidades y poder podía haberle perdonado algo así a un
hombre como él. Sintió cómo la culpa la carcomía, se sintió un ser humano
terrible por el daño que había hecho, pero ya no había marcha atrás, ya no podía
cambiar nada de eso. Tomo un trago y ahogó su culpa en ellos, los tiempos de
lamentarse habían pasado, ahora debía afrontarlo.
Marcela escuchaba a Margarita y Patricia hablar incesantemente del cambio de
Beatriz, de cómo se había sorprendido Armando, de la preocupación ante el
desequilibrio de la relación de ellos por la permanencia de Betty en la empresa.
Ella solo podía recordar esa boca de nuevo, estaba cansada y harta y aún así esa
imagen parecía imborrable, pero era solo eso, nada cambiaba en su corazón, su
rencor hacia ella seguía, pero era hora de admitirlo, Beatriz la había
conmocionado más de lo que pensaba. Pero había otra realidad que no podía
pasar por alto, Armando estaba enamorado de Beatriz y aunque ella no lo supiera
y siguiera creyendo en esa carta y prometiera que "jamás se volvería a acercar a
él" eso no frenaría los avances de ella. Por si fuera poco atormentarse en su
cabeza, Margarita comentó:

—y debió impactarle mucho verla tan cambiada— terminó de pasar los


alimentos y muy a su pesar admitió— hasta bonita llegó.

Para una mujer en decadencia económica, psicológica y emocional como


Patricia decir que la nueva Betty era bonita era una verdad que jamás pensaría
admitir, por eso empezó a arremeter con comentarios negativos sobre el aspecto
de Beatriz, sus piernas, su pelo. Marcela no lo soportó más y la interrumpió
sorpresivamente:

—¡Patricia! Está bonita. Deja de sufrir— admitió en voz alta y se encontró


sorprendida a sí misma ante tal afirmación, sus gestos denotaban lo
impresionada que se encontraba consigo misma al haber hecho tal comentario.
No obstante, sintió un leve descanso al decirlo abiertamente, ya lo había hecho
en su cabeza, pero decirlo le dio tranquilidad.

— Tú eres mejor que ella, Marcela— le replicó— o es que también caíste a sus
pies— le dijo con los ojos entrecerrados, pues notaba cierta actitud extraña en su
amiga y ella ya conocía esa cara de Marcela cuando estaba aturdida.

—Eso no está en discusión, Patricia— le respondió sin mirarla— yo no compito


con Beatriz, admítelo, está bonita y no solo por fuera, ahora es una mujer
diferente, segura, audaz...

— Marce, ¿te estás escuchando?— le dijo la rubia con cara de sorpresa.

En realidad no, una vez que pudo admitir la belleza de la presidente tuvo que
admitir lo demás, pero se desconocía, las palabras habían salido de su mente y de
su boca al tiempo y fue tarde cuando se dio cuenta. Margarita la miraba con
confusión y Patricia no daba crédito.

— Marcela, pues sí, ahora se ve más presentable, más arreglada, pero nada más.

— Síííí, Marceee— asentía Patricia— además no le operaron la voz— dijo en


tono de burla y Marcela solo pudo torcer los ojos ante el fastidio.

—¿Será que podemos cerrar ya el tema? — le pidió con verdadero hartazgo y


tomó su bolso de mano para pagar la cuenta— solo quiero dejar de pensar en
ella... Y en Armando, a mí solo me queda confiar.

— Tienes toda la razón, mi amor, además de que él ya te demostró que quiere


seguir contigo, mira que ni siquiera salió tras ella ni nada, debes creerle.

Pagaron la cuenta y dejaron a una Patricia con dolor de estómago en su


apartamento, luego Marcela llevó a Margarita a la mansión de los Mendoza y
por fin pudo irse a su casa. En cuento entró, aventó con tino su bolso y se
deshizo del gabán rojo que había usado todo el día. Se dirigió a su minibar y sin
pensarlo mucho sacó una botella de brandy y sirvió un poco en un vaso de
cristal. Lo olfateó un poco y le dio el primer sorbo, le supo a gloria y no esperó
mucho para tomarse lo que había servido. Luego se dirigió a la ducha para ver si
un poco de agua le despejaba las ideas y le sacaba la imagen de la boca de Betty
de la cabeza.

El cuartel estaba dando los últimos pasos que las llevaban a cruzar del camino de
la sobriedad al de la ebriedad, Betty solo había bebido un par de tragos e Inesita
se negó rotundamente a ingerir alcohol. Las preguntas poco a poco iban siendo
despejadas por Betty y cuando ya tomaba la decisión de irse, un Freddy bastante
curioso y enérgico se acercó a la mesa, seguido de Armando Mendoza, quien
con falsa amabilidad se ofreció a invitarle unos tragos y luego a llevarlo a buscar
al cuartel.

Beatriz estaba paralizada, esa no era Ecomoda, donde podía escabullirse o


encontrar una rápida y ágil manera de zafarse de Armando, no le quedo de otra
que responder a su saludo e insistir en que se fueran, un encuentro con Armando
era lo que menos necesitaba, él tenía su sitio con Marcela y ella había hecho una
promesa.
- Beatriz, espere— le decía Armando tratando de alcanzarla— por favor deme
un minuto.

—No, doctor— giró medio cuerpo para responderle mientras continuaba con su
paso afanoso— tengo que irme.

— Beatriz, por favor, no le voy a quedar mucho tiempo ¿sí?— le suplicó


mientras el Cuartel observaba con sorpresa esa insistencia del expresidente.

— Betty, no sea grosera— le dijo con calma Sofía— vaya y nosotras la


esperamos aquí.

No tuvo de otra, la dejaron entre la espada y la pared. Se acercó un poco hacia


donde estaba Armando y con los brazos cruzados, espero a que hablara.

— Betty, yo...— no sabía por donde empezar, desde que la vio nuevamente en
Ecomoda tenía tantas cosas atoradas en la garganta, tantas palabras que no sabía
cómo articular, el amor se lo estaba comiendo, el dolor de sentirla tan distante lo
estaba calcinando— yo sé que es difícil para usted escucharme después de todo
lo que pasó. Pero desde que usted se fue, yo no volví a tener noticas suyas, no
sabía donde encontrarla y yo la necesitaba, necesito que me escuche...

—Eso estoy haciendo en este momento, Doctor— le respondió con la mirada


fría, pero lo cierto es que su corazón estaba latiendo como un loco y eso le dolía,
odiaba no poder tener control sobre él y que le hiciera sentir tantas cosas en ese
momento— y sí, yo sé que me buscó y que quería saber donde estaba yo, pero lo
mejor era que no lo supiera, porque yo necesitaba y necesito mi espacio y mi
tiempo...

— yo lo sé, mire Betty, estos días sin usted fueron un verdadero infierno— la
miraba con devoción, le rogaba perdón con la mirada— todo el problema con la
empresa, su distancia, todo ha sido un caos del que me costó mucho recuperarme
y yo quería que usted supiera algo Beatriz— cerró los ojos y volvió a mirarla
con mucha intensidad— las cosas no fueron como usted las piensa, ni todo lo
que sucedió está descrito en esa carta, porque Betty, usted y yo sabemos lo que
sentimos y lo que vivimos, Beatriz. Yo sé y confirmé en mi corazón que la amo
y su partida fue tan dolorosa para mí, que me convertí en un ser humano
decadente porque cuando usted se fue de mí, de mi lado, perdí la brújula...

Cada palabra de Armando era un maldito cuchillo que entraba en su corazón y lo


hería y lastimaba con más fuerza. Sus manos temblaban, sentía la sangre correr
por sus venas, la planta de sus pies estaba fría y aún así no podía articular
palabra ni moverse.

— Yo sé que usted me odia por todo lo que pasó, porque fui un estúpido,
inmaduro y loco que perdió el horizonte y está pagando con sangre las
consecuencias de todas las locuras que cometió— hizo un gesto de honda
tristeza con la boca y respiró profundo— pero yo no tuve oportunidad ni de
pedirle perdón y es lo menos que usted se merece después de todo.

— Yo ya lo perdoné, don Armando— pudo por fin hablar Beatriz mientras


sentía una angustia recalcitrante en su pecho al escuchar todo lo que él decía— y
no se preocupe, yo no lo odio, ni lo amo. Yo solo quiero seguir con mi vida,
doctor, y para lograr eso usted debe estar lejos de mí, porque no quiero que nos
hagamos más daño.

— Yo no quiero hacerle daño, Beatriz, yo solo quiero que me escuche, que sepa
que todo lo que sentimos fue genuino y que en este juego, en esta maldita forma
en la que me metí con usted terminé amándola — Betty negaba con la cabeza
desaprobando las palabras de él— sí, aunque usted no me lo crea y suene
estúpido, yo la amo, Betty.

— ¿Tanto era su amor por mí que me quería mandar a África? ¿Tan genuino fue
que fue a mí casa a gritarle a mi familia que yo lo había robado y me quería
quedar con su empresa? ¿A eso le llama usted amor, Armando Mendoza?

— Sí, lo sé, sé que actué como un estúpido al hacer eso

— Fue canalla y fue lo último que usted dañó en mi vida, doctor, porque la
confianza de mi padre y su orgullo por lo que yo era terminaron ese día en que
usted fue a gritarle esas cosas— le respondió con total sinceridad— y eso no es
amor, la forma mutua en la que nos destruimos la vida jamás podrá ser
comparada con algo tan hermoso como lo es el amor.

— Sí, sí es amor, solo que no lo supimos manejar, solo que hice todo mal desde
el principio, pero es amor, en verdad yo la amo y la padezco

Betty no pudo soportar más y trató de manejar la ira contenida llevándose las
manos a la nariz en forma de plegaria, tal vez para rogarse a sí misma no perder
el control.
— Yo no lo voy a escuchar más, primero porque no creo ni una sola palabra de
lo que me dice, porque no tengo razones que me obliguen a creerle y segundo,
porque yo le prometí a doña Marcela que no me volvería a acercar a usted y se lo
voy a cumplir. Así que téngalo claro, doctor, no me busque, no me persiga y
respétela. Ella no se merece todo el daño que le hicimos, porque ante todo yo
reconozco la culpa que tengo en todo esto y las consecuencias que trajo. Y le
advierto algo, doctor Mendoza, si usted sigue con esto, asegúrese de que ella lo
sabrá, porque yo se lo juré y se lo voy a cumplir. Si se dio una oportunidad con
ella, aprovéchela, porque una mujer como ella, que lo ame tanto y le perdone
cada canallada que usted hace, no es tan fácil de encontrar, no la hiera más y
¡aléjese de mí!

Las últimas palabras las recalcó con firmeza. No soportaba más tenerlo cerca,
quería llorar, quería gritar, estaba conteniendo un mar de emociones y él pensaba
que con frases prefabricadas sobre el amor volvería a tenerla en su mano. Le
repudiaba ese egoísmo de él que no pensaba si quiera en la maravillosa mujer
que tenía a su lado. No más, ella no se prestaría más para eso. Lo amaba, lo amó,
aún lo sentía, le quemaba ese sentimiento agónico y turbulento que era ese amor,
pero no permitiría que otra persona saliera lastimada por eso y menos ella.

— Eso no va a ser— el celular de Armando empezó a sonar interrumpiéndolo.

— Contéstele y aléjese de mí, o ya sabe que no respondo, doctor. Tenga la


certeza de que si en mis manos está evitar que usted la lastime, no lo voy a dudar
ni un segundo...

No le quedó de otra a Armando que ver a Beatriz alejarse hacia el Cuartel


mientras contestaba la llamada. Aún tenía el corazón latiendo dolorosamente
lento por las palabras de Beatriz, ningún golpe le había calado tan hondo y
además de tener que lidiar con eso, ahora tenía una amenaza clara de ella.

— Hola, Marcela...
La propuesta I

No era fácil conciliar el sueño después de un día tan largo y con tantas
emociones fluyendo. Dejó de dar vueltas en la cama y con la mirada pegada al
techo dejó que salieran las lagrimas que llevaba aguantando todo ese tiempo.
Debía permitirse esa debilidad para poder seguir adelante el día siguiente. Los
recuerdos de las palabras de Armando pasaban en ráfaga por su mente. ¿Qué tan
inconsciente llegaría a ser ese hombre para que tratara de convencerla con
palabras vanas después de todo lo vivido? Anhelaba que hubiese entendido el
mensaje y dejara de hostigarla y perseguirla.

Mañana empezaría realmente su misión como presidente de Ecomoda y no iba a


dejar que nada le estropeara sus planes. Debía tener muchas conversaciones
incómodas, debía empezar a rodearse de aliados idóneos, como Catalina y
Nicolás, pero realmente la necesitaba a ella. Tenerla de su lado era una ganancia
enorme que le permitiría el surgimiento de su estrategia. Con ese pensamiento
fue cayendo lentamente en un sueño profundo en el que los ojos cuestionadores
de Marcela paseaban constantemente por su mente y por sus sueños.

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Con el paso de los años y la experiencia de mantener una relación con un


hombre como Armando, Marcela había aprendido, con golpes fuertes, a
conocerlo. Sus estados de ánimo, sus gestos, sus facciones. Por eso sabía que
estaba realmente contenido y atormentado con la reaparición de Beatriz. Pero
guardó silencio, si la conmocionó a ella, que era su rival, por qué no a él, que
aún la amaba. Pudo deshacerse de la imagen de la boca de Beatriz con aquella
ducha, pero no de la sensación extraña que le ocasionaba el pensar en ella. Hoy
la vería de nuevo y se comprobaría si seguía presente o solo era una mala jugada
de su cabeza al no gestionar las emociones del día y las noticias infortunadas.

Armando la vería primero aquel día en los juzgados, para que el juez cesara el
proceso de remate y pudieran evitar lo que hubiese sido la mayor catástrofe de
sus vidas. Lo encontró animado y perfumado en el baño y cayó en cuenta de la
razón, se mordió la lengua y desechó la idea de preguntarle a qué se debía. Se
fue a Ecomoda, era el comité con Beatriz y debía tener todo preparado en cuanto
a sus puntos de venta.

Cuando entró a Ecomoda lo primero que percibió fue la ausencia de todas las
secretarias, incluida Patricia. La poca tranquilidad que había tratado de mantener
en ese momento se fue y solo pudo respirar profundo para calmarse. Le preguntó
a Freddy, pero también desconocía el paradero de las trabajadoras. Llamó a
Patricia y el drama que montó por venirse en bus solo pudo hacer que estallara
de ira y le exigiera que llegase.

Hizo su teléfono a un lado y se prometió tomar cartas en el asunto, pero


esperaría a que Beatriz llegara, si iba a poner en evidencia al Cuartel lo haría sin
alertarlas, no iba a dejar que envenenaran a Beatriz para salir en limpio. Además,
necesitaba ver a Beatriz para poner a prueba si aún la conmoción seguía.

Betty llegó a Ecomoda acompañada de Nicolás, ya las secretarias se encontraban


en sus puestos, excepto Patricia, se prometió internamente hablar con Marcela
sobre el tema. Tampoco advirtió ni profirió alguna queja al respecto.

— Doctora Pinzón— habló Gutiérrez detrás de ella y pudo sentir su mirada


lasciva, volteó a mirarlo con dureza— permítame saludarla... Quisiera
informarle que ya está disponible su nueva office así como la del doctor Mora.

— Bueno, Betty, yo me voy a recibirla, necesito terminar de organizar la


propuesta para el comité— dijo Nicolás extrañado ante la ausencia de Patricia.

— Doctor Gutiérrez, por favor entréguele la oficina a Nicolás, yo ya voy a


instalarme en la presidencia— le respondió sin ninguna emoción.

Se giró sobre sus pasos y se acercó a Mariana.

— Hola, Mariana ¿ya llegó doña Marcela?— le dijo expectante

— Sí, Betty y llegó temprano. ¿Necesita que le diga algo?

— Dígale que si por favor se puede acercar a la sala de juntas para una reunión
antes del comité, puede ser en unos 10 minutos.

— Listo, Betty, tranquila.


Le sonrió a Mariana y se dirigió a presidencia, ahora tenía que enfrentarse a vivir
durante seis meses en el mismo espacio que alguna vez compartió con Armando
Mendoza. Desechó esa idea, tenía cosas más importantes en las que pensar. En
ese momento se encontraban Sofía, Nicolás y Gutiérrez saliendo de la oficina de
Vicepresidencia Financiera.

— ¿Cómo le fue, Nicolás? Hola, Sofía— dijo respectivamente

— Bien, Betty, me gustó la oficina, lo que si no me gusta es que no voy a tener


la atención personalizada de su mamá...

— Ay, Nicolás, usted es más dependiente de mi mamá que yo. Tiene julitis

— No crea, Betty, la secretaria de Terramoda era muy buena en sus labores


culinarias

Rieron al tiempo y se despidieron, Gutiérrez siguió a Betty a presidencia y le


hizo entrega oficial de la office, como él la llamaba. Le agradeció y antes de que
se retirara, lo detuvo llamándolo.

— Doctor Gutiérrez— el mencionado se volvió con ese gesto suyo


característico.

— Sí, doctora— le dijo con una media sonrisa mientras le miraba vulgarmente el
cuerpo

— Le voy a advertir algo y lo voy a hacer una sola vez. Deje de mirarme así.

— Discúlpeme, doctora, es con todo respe— le respondió un poco sorprendido


cuando ella lo interrumpió.

— No, no es con respeto, no me tome por ingenua. Y otra cosa, no voy a


permitir, bajo ningún motivo que usted se vuelva a sobrepasar con ninguna de
las empleadas o que haga uso de su poder para acosarlas— le dijo con
tranquilidad mientras alzaba las cejas al hablar.

— Eso no es así, doctora Pinzón— trató de defenderse

— Claro que es así, recuerde lo Aura María, yo sé exactamente lo que pasó y en


ese momento no tenía el poder que sí tengo ahora y que no voy a dudar en usar.
Así que ya está prevenido, Doctor, una cosa más y — chasqueó sus dedos con un
elegante gesto de satisfacción al ver las facciones de temor de Gutiérrez—
Gracias nuevamente, doctor, y nos vemos ahorita en el comité.

— Permiso— atinó a decir el hombre y huyó despavorido de presidencia.

Betty se permitió unos instantes para apreciar el espacio, divisó las huellas de la
presencia de Armando, las fotos de sus padres, de Marcela. Tenía que cambiar
muchas cosas y volver ese espacio suyo. Necesitaba borrar las huellas de
Armando, sin rencores, pero con premura. Tomó asiento en la silla
presidenciable, como la llamaba Freddy, era una realidad, ya era la presidente de
Ecomoda, ya estaba allí y era hora de resurgir después del desastre.

Dejó algunos documentos que no usaría en el comité y se preparó para ir a la


sala de juntas. Respiró profundo antes de abrir la puerta, sabía que lo que vendría
no sería fácil, debía manejarse con astucia frente a ella. Alisó una arruga
inexistente de su traje y sin más, abrió la puerta corrediza que comunicaba su
oficina con la sala de juntas.

Alzó la mirada y nada de ese preámbulo le sirvió para esa imagen. Su mirada fue
directo a la de ella. Esos ojos, esos ojos que se habían paseado por su cabeza y
sus sueños durante toda la noche, ahora estaban allí, más claros que el día
anterior y clavados en ella.

Le bastó un segundo para deleitarse en lo que tenía al frente. Siempre fue


consciente de la belleza de Marcela, siempre tuvo claro que era hermosa, pero
después de todo y hasta ahora, nunca le había interesado e inquietado de esa
manera.

— Buenos días, doña Marcela— dijo con falsa calma mientras caminaba hacia la
silla que estaba diametralmente opuesta a la que había ocupado ella. Aprovechó
mientras se sentaba para quitarle la mirada y recobrar sus pensamiento.

Error. Cuando volvió a verla solo pudo confirmar lo divina que lucía. Esa
chaqueta de cuero negra que combinaba perfectamente con su cabello,
perfectamente alisado y que hacía una perfecta simetría con su rostro. Y esos
ojos, adornados con un maquillaje sutil en lila, que no hacía más que resaltarlos.

— Buenos días, Beatriz— su voz la sacó del microtrance en el que había caído
por admirarla.
¨************************************************

Hola.
Sé que aún le falta mucho a este fanfic para poder ganarse sus corazones, pero
les prometo que así será.
Tenía varias inquietudes al respecto y es que no sé si los capítulos están siento
muy largos y eso pueda tornarse aburrido para ustedes como lectores.
Por otro lado, la otra duda es ¿vamos muy rápido?

Jjajajaja
Les agradezco si pueden comentar al respecto.

Besos.
La propuesta II

Buenos días, Beatriz - respondió Marcela un poco después del saludo de la


nueva presidenta de Ecomoda.

La impaciencia y ansiedad ante la expectativa de comprobar las reacciones al ver


de nuevo a Beatriz se habían esfumado cuando apareció a través de aquella
puerta. El sastre gris que llevaba acentuaba su figura y esa boca, de un tono
ligeramente oscuro que contrataba con el maquillaje que tenía. Esa boca que
pensó que ya era cosa del ayer, estaba allí nuevamente, era sexy, era
tremendamente llamativa.

No supo en que momento había dejado de golpear los papeles con el lapicero
que tenía en la mano, ni cuándo había dejado de mover el pie. Solo atinó a
responder a su mirada y a su saludo.
Maldita sea, cómo podía ponerse más bonita, como si no le bastara la impresión
del día anterior.

-Doña Marcela, solicité esta... esta- Marcela cambió de posición en la silla


recostando un abrazo en la mesa y posando su rostro sobre la mano abierta del
mismo y eso la distrajo más de lo que aceptaba - esta pequeña reunión porque
deseo , quiero que discutamos algunos temas en cuanto al personal y - Marcela
seguía mirándola fijamente en la misma posición, mientras movía con
naturalidad las cejas- y sobre nuestra misión en esta empresa.

Terminó de hablar y soltó el aire, se obligó a reacomodarse en la silla, para


recuperar la compostura. ¿qué le estaba pasando?

-Pues me parece perfecto, Beatriz, también deseo... quiero hablar con usted sobre
uno de esos temas- respondió Marcela imitando el desliz lingüístico de la mujer
que tenía en frente.

Beatriz lo advirtió y reprimió la vergüenza que sentía, pero por mucho que se
esforzara, no pudo evitar sentir su cara un poco caliente. Carraspeó y prosiguió.
-Bueno, doña Marcela, primero que todo, como le dije, me gustaría que
hiciésemos una serie de cambios en el personal y pues, que ninguna de las dos se
vea afectada por los mismos.

-¿A qué cambios se refiere? - retiró su mano de la barbilla y se irguió en la silla,


la situación empezaba a tornarse seria.

- Usted debe intuirlo, las dos sabemos que mi relación con su amiga Patricia no
es la mejor y yo preferiría tener como secretaria a alguien de mi entera confianza
y sé que lo mismo desearía usted- le planteó Betty con calma y tratando de
mantener a ratos la mirada lejos de los ojos de ella.

-Entiendo, entonces, me está sugiriendo que Patricia sea mi secretaria para poder
ascender a una de sus amigas del cuartel- le respondió Marcela con una ceja
arqueada.

- Puede que ese sea su punto de vista y lo entiendo. Pero como le digo, Patricia
no es de confianza para mí y si una de las del cuartel tiene las capacidades para
asumir la presidencia¿Por qué no habría de darle la oportunidad? Además, no
quiero tener roces con usted - esto sí se lo dijo mirándola fijamente - por las
constantes llegadas tarde de su amiga.

- Ya que estamos hablando de llegadas tarde, debería considerar su propuesta,


porque sus amigas no son el mejor ejemplo de puntualidad que tiene Ecomoda
¿ya supo a qué hora aparecieron hoy?- allí iba el primer dardo envenenado de
Marcela Valencia, le complacía decirle eso después de hablar sobre Patricia,
aunque sabía cómo era su amiga, no quería cederle terreno a Beatriz.

- Pues cuando llegué a la empresa ya estaban todas, menos su amiga- se apresuró


a defenderse Beatriz, pero cayó en cuenta que no podía generar disputas porque
la verdadera propuesta vendría después - pero usted tiene razón, doña Marcela, si
hoy el cuartel llegó tarde, recibirán un llamado de atención, pero no por eso voy
a dejar de plantearle que hagamos los cambios.

- Entiendo, por supuesto que Patricia también deberá recibir uno ¿o me


equivoco?- al preguntar balanceaba el lapicero entre sus dedos.
- No, no se equivoca, y pues para no dar más vueltas, me gustaría que Aura
María sea mi secretaria, ella demostró que puede aprender y adaptarse
rápidamente cuando remplazó a Bertha y es de mi entera confianza. Por lo cuál,
Patricia pasaría a ser su secretaria y nos dejaría vacante la recepción...
-¿Y Mariana? ¿qué va a pasar con ella? - esa era una de las facetas de Marcela
Valencia que Beatriz sí conocía, su preocupación por el bienestar de los
empleados, le agradó que se inquietara por si próxima exsecretaria.

- Bueno, yo lo estuve pensando y Mariana tendría que bajar a recepción, primero


porque tendríamos esa vacante con el ascenso de Aura María y segundo, porque
Mariana empezará a necesitar salir más temprano de Ecomoda- lo último lo dijo
con un dejo de ilusión en la mirada, pero con postura seria.

-¿Y para qué?- preguntó automáticamente Marcela al ver el brillo pícaro y casi
infantil en los ojos de Beatriz.
-¿De verdad quiere saberlo?- se extrañó Betty.
-Digamos que... me causa curiosidad, pero si estamos hablando de algo íntimo
no se preocu...
- No, por el contrario, es algo que va a ayudarnos a que Mariana cumpla su
sueño- le interrumpió Beatriz y le respondió con alegría.
- ¿De qué se trata?
- Vamos a inscribir a Mariana en un curso de modelaje profesional.

Marcela quiso reírse un poco, pero la emoción de Beatriz le hizo ver que era en
serio. Sabía de sobra que ese era el sueño de Mariana, pero conociendo su
extracción social, sus limitaciones económicas y algún que otro problema de
moda y estilo, le costaba creer que en algún momento pudiera lograrlo. Y ahora
Beatriz estaría tras bambalinas para que la negra divina de Ecomoda pudiese ser
lo que anhelaba.

- Eso está muy bien, la verdad, Beatriz, lo que no me queda claro es si Ecomoda
va a sufragar los gastos ese curso- había que salir de dudas.

- No, en lo absoluto, a Mariana siempre le han hablado los ángeles y esta vez
tiene algunos que la van a apadrinar.

Marcela apostaría toda su parte de Ecomoda a que Beatriz era uno de esos
ángeles. Ja. Las vueltas de la vida. Ahora pensaba en Beatriz como un ángel. Se
alejó de ese pensamiento absurdo y volvió al tema.

- Okay. Entonces, estoy de acuerdo. A partir de este momento Patricia será mi


secretaria - no quedaba de otra que ceder. Pero sabía que iba a padecer con ella.

- Perfecto, doña Marcela.


Los nervios la inundaron. Temía que la diplomacia y cordialidad que habían
tratado de mantener hasta el momento se derrumbaría en cuanto la escuchara.
Pero era una carta que debía jugarse y ya no había marcha atrás.

Marcela aprovechó el silencio y la mirada gacha de la presidenta para apreciar su


rostro un poco más. En realidad era linda. La conmoción no seguía, ahora solo
quedaba la verdad. Beatriz Pinzón Solano era bonita. Cómo pudo la belleza
pasar tantos años escondida tras esos trapos anticuados y ese peinado horrible.
Cómo es que nadie nunca en su vida pido advertir el potencial estético de ella.
Ni ella, con sus estudios de Diseño e imagen, había advertido ese diamante en
bruto que se agazapaba tras esas gafas.

Beatriz sentía la mirada de Marcela y se estaba tomando su tiempo leyendo


falsamente unas líneas de un documento que tenía sobre la mesa. Respiró y la
encaró, era ahora o nunca.

- Bueno, el siguiente punto, doña Marcela, tiene que ver con la misión y el
proyecto que quiero que hagamos en Ecomoda - soltó todo rápidamente y
prosiguió, pero esa vez necesitó ponerse de pie para entrar en materia.

- La escucho- comentó Marcela, siguiéndola con la mirada mientras cruzaba una


pierna para la otra y centraba toda su atención en ella.

- Como le dije ayer, las dos tenemos un objetivo y misión en esta empresa, sin
importar las razones que nos impulsen a ello y tratando de hacer a un lado lo que
nos trajo hasta aquí - Betty estaba de pie tras la silla que había ocupado hace un
momento y puso sus manos sobre ella como punto de apoyo - doña Marcela, no
sé si lo recuerda, pero en la junta como en su oficina dije lo mucho que valoro su
trabajo y lo fundamental que me parece su presencia en esta empresa y hoy, por
supuesto, le reitero mi respeto.

- Recuerdo todo con claridad, Beatriz, pero siento que estamos dando muchas
vueltas...
- Bien, entonces también recordará que le dije que fuésemos un equipo. Un
equipo que direccionemos juntas y que nos permita sacar a flote a su empresa.
Pero no bajo el mismo modelo que tiene la empresa, tanto en diseño como en
ventas. Vienen cambios, cambios muy buenos y estrategias que, aunque
agresivas, representan y serán ante el mundo de la moda, la señal de que
Ecomoda está más vigente que nunca...
Marcela estaba embelesada escuchándola y verla moverse por aquel extremo de
la sala de juntas, su ligero nerviosismo inicial había desaparecido y ahora
hablaba con esa seguridad que había mostrado el día anterior. Pero la gerente no
era tonta, no podía dejarse manipular, por lo tanto, al escuchar los cambios en
ventas y diseño se puso en estado de alerta y la interrumpió.

- Esos "cambios" - enfatizó las comillas con sus manos- cuáles son
concretamente, Beatriz. Porque los puntos de venta son mi área y el diseño, la de
Hugo y todos aquí sabemos que ese terreno es intocable para usted- Beatriz hizo
gesto de desaprobación al escuchar lo último, allí estaba uno de los grandes
problemas.

- Lo tengo muy claro, tan claro que por eso quiero que usted me escuche primero
y que considere mi proposición - esta vez habló con demasiada seguridad, tanta
que Marcela se sintió ligeramente intimidada.

- Entonces al grano, doctora - le insistió y puso el lapicero que llevaba en su


mano sobre sus labios, para volver a verla.

El hecho de que admitiera si quiera escuchar su propuesta fue el primer paso


para que Beatriz iniciara a hablar. Paseándose por la sala de juntas con mucha
naturalidad empezó a exponerle punto por punto en qué consistía su propuesta.
Marcela la seguía con la mirada y de vez en cuando le hacía preguntas puntuales
que le permitieran tener mucho más claro las implicaciones que generaría ese
cambio en caso de que la junta lo aprobara. Parecía que por un momento el pacto
de diplomacia estaba siendo realmente cumplido por ambas y hablaban y
debatían con tal seguridad sobre sus áreas que nadie nunca se hubiese imaginado
el pasado que las unía tan desastrosamente.

Beatriz estaba dándole las puntadas finales a la presentación de su propuesta y


entonces se acercó a la silla que estaba junto a Marcela y se sentó en ella. Puso
los codos sobre la mesa, unió sus manos y recostó el mentón sobre ellas.

- Esos son los cambios que quiero en Ecomoda, doña Marcela- lairaba fijamente
a los ojos, como hipnotizada por la intensidad de los mismo- y yo sé que no voy
a poder lograrlos sola, por eso quiero que seamos un equipo. Que nuestras
misiones se cumplan simultáneamente y mostremos que, en nuestras manos,
Ecomoda está mejor que nunca. Porque usted es una profesional inigualable y
porque, a diferencia de mí, usted tiene un lazo familiar y una promesa que
cumplir con esta empresa, mientras que yo tengo que recuperar la confianza de
mi padre, de don Roberto y demostrar lo que puedo llegar a hacer como
profesional si cuento con usted a mi lado...

El silencio sepulcral que se hizo después de las últimas palabras de Beatriz era
ruido. Se quedaron mirándose y respirando de vez en cuando. Fueron unos
cuantos segundos, pero en sus interiores parecía que se hubiera distendido el
tiempo y el espacio.
El beneficio

Esa mirada entre las dos duró mucho más tiempo del que era necesario. Se
estaban admirando mutuamente sin necesidad de decir una sola palabra. Cada
una estaba envuelta en un sinfín de pensamientos acerca de la otra hasta que la
poca consciencia de lo que estaban haciendo despertó a Marcela. No había
olvidado lo que debía decirle a Beatriz, solo se quedó ahí, disfrutando de la vista
de la boca expuesta de Beatriz a casi un metro de ella.

Para la reciente presidente de Ecomoda la situación no era distinta. Estaba


extrañamente cayendo en una hipnosis al apreciar con tanto detenimiento y sin
ningún esfuerzo los ojos de Marcela. Su mirada fue bajando poco a poco hacia
su nariz, perfectamente alineada y luego se topó con el esfuerzo que cubría, con
una leve presión aquellos delgados y delicados labios.

Pero fue Marcela quien las sacó del trance con un chasquido y reacomodándose
en la silla. Apartó la mirada de Beatriz y empezó a juguetear con el bendito
lapicero mientras mecía la silla levemente de un lado a otro.

— No lo sé, doctora— dijo meditabunda— usted está proponiéndome que rompa


paradigmas de algo que conozco muy bien y que he puesto en práctica durante
todo este tiempo. Ha funcionado bien. Los fracasos de las colecciones anteriores
nunca tuvieron que ver conmigo o con Hugo, usted ya sabe cuáles fueron las
razones, pero aún así es a nosotros quiénes nos piensa pedir los cambios más
drásticos.

—Sí y no, doña Marcela— le dijo una Beatriz que apenas si lograba hilar las
ideas tras ese pequeño momento y duelo de miradas— financieramente
tendremos que movernos también a través de la estrategia de importación a
grandes volúmenes. Eso implica una serie de modificaciones en proveedores y
en producción.
— No sé si me estoy haciendo entender, Beatriz— se puso de pie y se recostó en
la pared que tenía detrás — yo no me estoy refiriendo a eso precisamente. Lo
que quiero que entienda es que, tanto Hugo como yo, somos diseñadores y lo
que hemos hecho en Ecomoda no surge de la nada, surge de mucha
investigación, de teoría del arte, de la estética... Usted me está pidiendo que vaya
en contra de mí misma, de lo que yo, como profesional he Sido, de lo que
muestro en esta empresa todos los días.
— Yo no lo veo de ese modo— le dijo mientras retiraba ese coqueto mechón de
su frente— por el contrario, veo en esto la oportunidad de que su trabajo también
sea reconocido y que, con esta nueva estrategia de ventas, puedan establecerse
los puntos de venta de Ecomoda como referentes. Yo sé que para usted, el hecho
de que alguien como yo proponga vestir bien a las mujeres a todas las mujeres,
suena utópico, pero es la manera más contundente y efectiva que nos garantiza el
mercado acorde con la inversión.

— La estrategia, mejor dicho, su estrategia no me disgusta del todo, entiendo los


argumentos económicos que subyacen a ella, pero no es tan sencillo
materializarla y menos en el mercado internacional como en el de Palm Beach—
estaba demasiado inquieta, así que volvió a tomar asiento.

— Si usted acepta mi propuesta, sería nuestra estrategia— le respondió Beatriz


en un intento de amenizar para convencerla.
— No lo sé, de verdad, yo... Tendría que pensarlo, me tendría que enfrentar al
drama de Hugo y tendría que viajar a Miami para organizar las cosas allá...

Marcela no estaba dándose de cuenta que inconscientemente estaba


materializando la propuesta de Beatriz. Pero Betty sí y trataba de no hacer
ningún gesto que delatara su satisfacción.

—Piénselo y me da su respuesta antes del comité, para yo saber a qué atenerme,


doña Marcela— le sugirió. Parecía que sí, pero no había nada concreto.

— Okay, eso haré, me retiro a mi...

Beatriz se jugó una última carta. Lo dudó mucho durante el camino de los
juzgados a Ecomoda, pero al fin y al cabo más que parte de la propuesta era el
cumplir con su promesa, así que la interrumpió cuando aún no terminaba de
ponerse en pie.
— Doña Marcela, necesito decirle algo más — la miró con cara de "usted ya
sabe sobre qué".

— Dígame...— le soltó al advertir la expresión de Beatriz y volvió a tomar


asiento.
— Está mañana el doctor Armando me pidió que le dejáramos la oficina del
doctor Mario a ellos, para poder trabajar sobre una propuesta que piensan
exponer también hoy al comité y le digo esto para que no la tome por sorpresa,
ni tampoco quiero que piense que eso pueda dar pie a algo más...
— Yo no le veo ningún inconveniente a eso— en el fondo sí, el temor la invadía,
iban a estar cerca todo el tiempo.
— Bueno, pues ellos no creo que demoren en llegar y acomodarse ahí... —
respiró pesadamente antes de darle la otra noticia — y otra cosa, doña Marcela
es que... —Agachó la mirada y volvió a levantarla con un gesto serio— el doctor
Armando estuvo anoche en el lugar al cual fui con mis amigas.
—¿Qué?— la cara de sorpresa y dolor mal camuflado se plasmó en el rostro de
la gerente, parecía haber palidecido por un momento.
— Sí y me pidió que habláramos, quiso aclararme cosas, pero yo lo rechacé,
pero estaba con el cuartel y prácticamente me obligaron a hablar con él. No tuve
de otra, ser más esquiva habría provocado sospechas y no quiero chismes.
— ¿por qué me está diciendo estoy Beatriz? — le dijo Marcela con un hilo de
voz.
— Porque le hice una promesa, doña Marcela, y eso incluye que usted sepa la
verdad, yo no quiero vivir entre mentira y engaños nunca más... Se lo digo
porque usted merece saberlo y porque, además de eso, también le advertí que si
intentaba hacerlo otra vez, usted se enteraría...
Un balde de agua fría habría Sido menos impactante. El poco buen humor que
tenía se borró de inmediato y en su pecho ardía la ira.

— gracias y perdón, yo me tengo que retirar— se levantó rápidamente y cuando


estaba por abrir la puerta de la sala de juntas Betty interrumpió su camino con su
voz.
— Doña Marcela... Lo siento, pero pues antes de que se vaya solo quisiera
pedirle una cosa...
Marcela volteó a verla con gesto serio — ¿Qué cosa? — el tono de su voz
evidenciaba lo vulnerable que estaba.

— Por lo menos, deme el beneficio de la duda...


La unión hace la fuerza y tal vez...

Se encerró en su oficina para poder dejar salir todo lo que la atormentaba. No fue
un llanto ruidoso el que salió de su boca. Ni siquiera se oía un lamento o quejido.
Era una tormenta silenciosa, pero de sus hermosos ojos no paraban de salir
raudales de lágrimas, lagrimones gruesos. Miraba solo al frente mientras en su
cabeza todo era un caos. Se sintió cansada, confundida, aturdida, harta...

Odió a Beatriz por haberle dicho eso. Maldecía su dolor, su estupidez. Pero no le
quedaba de otra que afrontarlo, estaba tan cansada de que Armando la viera
como una tonta, como una ingenua. Le molestaba profundamente eso, que
menospreciara su inteligencia, que pensara que siempre le podría ocultar todo.

En eso momento y contra todo pronóstico, agradeció nuevamente que Beatriz le


mostrata, por segunda vez, la realidad de Armando Mendoza. Pero ahora era
diferente, la certeza de los sentimientos de Armando hacia Betty solo aumentaba
su agonía. Estaba perdiendo el rumbo, no sabía por qué dar una batalla que desde
hace tiempo se predijo perdida.

¿qué debía hacer? No lo sabía. Tal vez enfrentar a Armando y preguntarle por
qué lo hizo. O encararlos a los dos. Qué fatiga. Tantas cosas en las que debería
concentrarse y otra vez lo que hacía Armando terminaba arrebatándole la paz, el
tiempo y poco a poco, su amor propio.

Se limpió las lágrimas con las manos, en un gesto brusco. Se limpió la nariz y
respiró para que el llanto parara. Necesitaba enfocarse. Ojalá en la noche tuviera
tiempo para pensar más en lo que sentía y no solo centrarse en sentir.

Tuvo unos segundos de relativa calma, tratando de poner el blanco su mente.


Incluso, con todas las revelaciones, olvidó por un momento ese extraño pero
atractivo momento de interacción y miradas con Beatriz. Cuando logró recobrar
un poco de tranquilidad, lo primero en lo que pensó fue en la propuesta de
Beatriz y sus últimas palabras. "El beneficio de la duda" .

Ahora en soledad, repasó un poco la propuesta y lo que implicaba ponerla en


práctica. Era un riesgo, pero a la vez Beatriz se sentía tan segura que la estaba
prácticamente convenciendo.

Tal vez era su historia como mujer fea, como esa Beatriz que tanto odió, que
tanto dolor le trajo a su vida. Esa que ahora se paseaba por los pasillos de
Ecomoda como una diosa segura y poderosa. Que se atrevía a proponerle que
fuesen un equipo. Su rival natural, la mujer que se llevó el amor del hombre que
más amó, que ahora tenía su empresa, esa misma que con tronar los dedos podría
empeorar la pesadilla en la que había convertido su vida.

Pero ahora por alguna razón era diferente. Ahora podía permitirse apreciar su
belleza, ahora la veía como la mujer que era y no como la Celestina de Armando
o el computador con gafas que su novio encerró en ese oscuro cuarto y desde el
que ocasionaron ese maldito desastre.

Ahora, la veía como una mujer que le despertaba eso que ya creía muerto. Que
también la hacía sentirse admirada. Porque la mirada de Beatriz sobre ella en la
sala de juntas era una mirada de admiración, contemplativa.

Su cerebro se iluminó. Tal vez apoyarla no era tan descabellado, tal vez podría
jugarse una última carta y ver si funcionaba. Era una locura, porque hacer equipo
implicaba que tuviesen que compartir más tiempo de lo normal, que las
decisiones fuesen un acuerdo de las dos. Y así Armando podría ponerse a raya
de ella y tal vez desistir. No le importaba el reconocimiento, tal vez su
motivación era destruir cualquier lazo romántico entre ellos y asegurar a
Armando a su lado. Tal vez.

Además, con esa propuesta debería irse a Palm Beach y se llevaría a Armando
consigo para evitarle caer en la tentación. O tal vez para evitarse la misma cosa.

Ya estaba. Tomó la decisión. Pero además dio otros ajustes. No le diría nada a
Beatriz. Tampoco le mencionaría a Armando lo que ya sabía para no ponerlo
sobre aviso y, además, se encargaría de que Hugo aceptara.

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Beatriz era un manojo de nervios. Apenas si podía creer que estuvo


intercambiando miradas para nada discretas con Marcela. Que había apreciado
sus ojos sin disimulo. Que ella la mirase. Aunque ese instante de magia se
hubiese desvanecido con su confesión al delatar Armando, aún la tenía
temblando internamente.

Era ilógico, ella no podía caer en eso. Su amor por Armando seguía presente, a
pesar del dolor. Aún le hacía mella ese sentimiento, pero ese ligero rebote de
adrenalina con una mirada de Marcela era difícil de evadir.

Y ahora estaba allí, a la espera de una respuesta de ella y ante la loca posibilidad
de que se convirtieran en el equipo que dirigiría a Ecomoda. Ojalá aceptara,
ojalá porque de no ser así, sería aún más terrible ser presidente de Ecomoda.

Soltó un bufido y alzó la mirada. Ya había pasado algún tiempo y no había


respuesta por parte de Marcela. No había más que hacer. Lo haría sola, bueno,
tenía a Nicolás y Catalina para apoyarla, pero realmente ellos no eran los
Mendoza o Valencia. Llamó a Aura María para que le llevara una aromática.
Necesitaba dejar de pensar y recobrar energías para la batalla.

Empezó a girar lentamente en su silla dándole un vistazo general a la oficina.


Otra vez se fijó en las fotos. Otra vez Armando Mendoza por todos lados. Se
ofuscó y comenzó a recoger cada objeto que lo simbolizara. Empezó a abrir los
cajones y encontró la bolsa de los recuerdos de su absurdo amorío. La abrió y los
vio. Negaba con su cabeza lentamente mientras pasaba en sus manos cada carta,
cada regalo. No quería más eso. Ya no se iba a permitir ese sufrimiento ni
mucho menos, guardar algo que solo la atormentaba, suficiente con lo que
sentía. Metió todo nuevamente en la bolsa y con mucha rabia la tiró al cesto de
la basura. Al fin y al cabo, eso solo eran los restos de una mentira, de un engaño.
Deseaba con toda su alma que sus sentimientos de fuesen también en esa bolsa.

Tenía los ojos anegados en lágrimas, sentía que le quemaba el pecho, pero puso
toda su energía en recuperar el control. Contuvo las lágrimas a raya hasta que la
sensación de llanto desapareció.

Seguía la junta, su propuesta, su objetivo. Ya era la presidenta de Ecomoda. No


la tonta asistente enamoradiza e insegura. Miró el reloj y se preparó. El comité
estaba por iniciar.
La estrategia

Armando llegó a Ecomoda con un sinsabor que parecía que le iba a durar todo el
día. Se sentía atado de pies y manos. No esperaba que Beatriz fuese a ponerle
como ultimátum delatarlo con Marcela. Se sentía como un chiquillo castigado.
En el juzgado parecía que se hubiese topado con un témpano de hielo en lugar de
su Betty. Fue un poco difícil tener que pedirle una maldita oficina en su empresa,
ella trató de evitarlo, se notaba que lo que menos quería era tenerlo cerca y eso le
dolía.

Tanto sufrimiento ante la incertidumbre, tanto esperar y ahora, estaba acorralado


sin saber cómo actuar. No quedaba duda que esa mujer que ahora lo miraba con
dureza no tenía nada que ver con la dulce joven que lo atrapó, que le enseñó qué
era realmente amar. Esa nueva Betty ahora le parecía una desconocida.

Se sentó a darle una última repasada a la propuesta que construyeron con


Calderón. Tal vez alejarse de Ecomoda era lo que necesitaba para poder poner en
orden sus sentimientos, su cabeza y definir lo que quería hacer. Beatriz le dejó
claro que no quería lastimar a Marcela y él seguía con ella, dándole falsa
esperanza de un amor que no existía. Ni siquiera sentía que el compromiso lo
atara. Quizás era esa idea que alguna vez escucho, de que es mejor estar con la
persona que nos ama, que con la que amamos.

Miró su reloj y vio que los minutos que faltaban para el comité de le harían
eternos.

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A pesar de que Marcela ya tenía una decisión, su ansiedad estaba a mil y su
cabeza no paraba de maquinar, de pensar y analizar. Se preguntaba si acaso
olvidaba quién era Beatriz y cuánto daño le había hecho. Tal vez solo la
estuviera utilizando para que no le desarmara los planes y convocara a una junta.
No sería raro, Beatriz era muy profesional, pero era una calculadora nata, nunca
daba un paso en falso.

Por otro lado estaba la actitud de los últimos días. Esa honestidad, las muestras
de que estaba cumpliendo su promesa, la aparente cordialidad con la que la
trataba y esa mirada mal disimulada que le había dado. Pfff. Qué absurdo.
Beatriz y ella no podrían atraerse. Pero ya estaba hecho, la alejaría de Armando,
si Beatriz la estaba manipulando, ella también usaría esa "unión" para su
beneficio.

Tomó una agenda, un lapicero y se fue a la sala de juntas. Era la hora del comité.
Al salir, encontró a Patricia peleando con el cuartel. Vio su media rota y quiso
morirse de vergüenza.

— Patricia Fernández — le dijo con los dientes apretados mientras ella estaba de
espaldas alegando alguna cosa con Sofía.
La peliteñida palideció al escucharla y volteó con cara de sufrimiento.

— Marceee—.
—Marce, nada, Patricia, mira la hora que es. Tú no tienes vergüenza y aparte
llegas con las medias rotas...— por la cara de susto de la rubia, supo que no se
había dado cuenta. Sandra y Mariana soltaron una fuerte risotada, que paró al ver
la mirada asesina de Marcela.

—Marcela, tú no sabes el drama humano que hay en todo esto, no te imaginas la


odisea que viví al venirse en bus, es la peor experiencia de mi vida, Marceeee—.

—El 80 o 90 % de los empleados de Ecomoda también vienen a trabajar en


transporte público y no llegan a esta hora, así que no entiendo por qué haces
esto. La empresa no es la misma, esta no es la Ecomoda de antes y yo no voy a
poder salvarte siempre, Patricia—.

La cara de dolor fingido de Patricia se transformó en una de enojo.


— Me ofende que me compares con los demás empleados de esta empresa,
Marce, yo no soy una empleada cualquiera, yo soy la secretaria de presidencia,
Marce y para ellos es normal venirse en bus, lo han hecho tooooda su vida, pero
yo no, yo soy una mujer de clase, Marceee

— ¿Cuál clase? ¿Dónde te quedó la clase con esas medias, Patricia?

Patricia abrió la boca y solo atinó a decir:

— Eso, humíllame, Marcela. Porque en vez de andarme recriminando no me


prestas para unas medias — comenzó a mirarse las medias y a quejarse—
préstame para unas medias Marce, al menos para que no digan que tú mejor
amiga anda por ahí con las medias rotas.

Marcela elevó los ojos al cielo y le pidió a Dios paciencia. Ya no sabía que más
hacer con ella, pero no la podía abandonar a su suerte. Sacó un billete de su
chaqueta y se lo dio.

— Espero que cuando salga del comité ya tengas medias nuevas — le dijo con
gesto de fastidio— ah y te veo en mi oficina porque tengo que informarte algo.

Patricia agarró el billetes y lo besó. Pero cuando Marcela le dijo que debía
informarle algo cayó en cuenta que el tono con el que lo había soltado, no era
precisamente de emoción o de chisme.

— ¿Informarme qué?— le dijo con cara de extrañesa.

— Unos cambios que habrán y que acordamos con Beatriz y bueno, ya,
hablamos después. Cámbiate.

Siguió su camino a la sala de juntas y entró. Estaba desierta aún. Se sentó en la


misma silla que había ocupado cuando se reunió con Beatriz a esperar.

Betty decidió ir al baño de su oficina antes de pasar al comité. Se miró al espejo


y se repitió varias veces mentalmente "Tranquila, Betty, no es nada que no hayas
hecho antes". Se roció un poco del perfume que había comprado en Cartagena
con ayuda de Catalina y salió a dar la pelea.

Mientras esto sucedía, Armando y Mario entraron a la sala de juntas en medio de


risas. Marcela lo miró con tranquilidad, tratando de disimular el dolor de la
confesión de Betty. Se le veía tranquilo, como si la vida no le pasara por encima.
Respiró y se concentró en lo que vendría. Los saludó desde su silla y miró el
reloj, impaciente por la entrada de Beatriz.

Beatriz abrió la puerta que comunicaba su oficina con la sala de juntas al tiempo
que Nicolás también entraba a la misma con Gutiérrez, se sonrieron al ver
aquella coincidencia. Tomó asiento y le pidió a Nicolás que se sentará junto a
ella y solo hasta que pudo sentirse ligeramente cómoda, se atrevió a saludar y a
mirarla. Ya no esperaba respuestas, ni tratos, así que ya todo estaba claro.

— Buenos días, para todos— todos contestaron al tiempo y al ver que Marcela la
miraba de nuevo intensamente, prefirió poner sus ojos en los demás y seguir—
como ya sabemos, el objetivo de este comité es poder presentar la estrategia que
va a implementar Ecomoda de ahora en adelante, teniendo en cuenta la nueva
presidencia.

—Beatriz, qué pena que la interrumpa, pero me parece que no podemos seguir si
no está Hugo, al fin y al cabo, es el diseñador y debe estar al tanto— le dijo
Mario con cierto temor, sabía bien que no estaba en la lista de personas queridas
por la presidente.

— Tiene razón, doctor, al señor Lombardi se le citó a este comité, como a todos
ustedes, sin embargo, no ha llegado. Si el señor no quiere acercarse, no voy a
insistir, simplemente nos reunimos sin él— Marcela torció el gesto. No, así no,
Beatriz. Entrar a la guerra con Hugo no podía ser, así que se levantó de la silla y
tomó el teléfono ante la mirada de todos.

— Hugo, hazme el favor de venir a la sala de juntas, no estamos para berrinches


ni pataletas tuyas, vente ya— lo dijo todo con falsa calma y volvió a sentarse.
— Esperen dos minutos e iniciamos — esto lo dijo sin mirar a nadie. Le
molestaba un poco ese tono autoritario de Beatriz, pero entendía que Hugo no
era una perita en dulce.

Hugo Lombardi llegó danzando a la sala de juntas y tomó asiento. No sin antes
dejar claro que su presencia era obligada y que no deseaba estar ahí, en lugar de
estar diseñando. El comité inició y llegaba la hora de Beatriz.

Comenzó hablando sobre algunos fallos en la producción y estrategia de ventas.


Luego, fue escalando poco a poco su intervención hasta llegar al punto de
discusión que obviamente iba a hacer brincar de la silla a Hugo Lombardi.
Marcela la observaba en algunos momentos y en otros, escribía cosas en su
agenda mientras disimulaba la sonrisa que parecía no querer borrarse de su
rostro al ver la inteligencia de Betty en pleno despliegue.

Hugo estaba presintiendo el desastre. La constante mención de la palabra cambio


y algunos sinónimos que usaba el moscorrofio le permitían intuir lo que en
realidad pasó. La estrategia era su peor pesadilla echa realidad. Diseñar para
mujeres feas.

— Esa es la estrategia — terminó de decir Beatriz con voz calmada.


El grito característico de Hugo no se hizo esperar. Entró en una microcrisis de
esas que solo Inés podía aliviar con Valeriana. Tuvieron un pequeño receso de 2
minutos mientras el diseñador tomaba nuevamente el control y el debate seguía.

El diseñador y la economista se enfrascaron en una discusión exquisita.


Argumento iba, argumento venía. Cada uno más brillante que el otro. Hasta que
la presidenta dió la estocada final al hablar de su propia historia y la remató
dando a entender que Colombia y el mundo estaban llenos de Beatrices que se
encontraban pérdidas en el mundo de la moda porque el sistema las había
orillado a eso. Porque la moda era una cuestión de estética, pero también de
clase y de privilegio. Marcela quedó confundida cuando la uso de ejemplo, por
su capital, pero también por su belleza. Alzó una ceja y la miró con cara de ¿Me
estás queriendo decir que te parezco linda?.

Beatriz no se dejó entretener por aquella mirada y prosiguió dándole a entender a


Hugo que el arte no podía ser un privilegio o una oportunidad entre un millón
sino que debía estar al servicio de todas. Hasta ahí lo dejó y se sentó. Dos
segundos de silencio bastaron, hasta que una voz femenina, dulce y armoniosa,
rompió todo.

— Yo estoy de acuerdo con Beatriz— dijo Marcela desde su puesto. Lo soltó sin
más.
La cara de Armando y Mario eran un poema, se miraron los dos como si no
entendieran. Hugo se atoró con su Valeriana y Nicolás, que ya conocía la
propuesta, pero no sabía que eso iba a suceder, miró a Betty. Esa imagen
tampoco la esperaba. Beatriz estaba totalmente concentrada en Marcela, con un
gesto de sorpresa y satisfacción mezcladas y ella también la miraba sonriéndole
ampliamente. Nicolás apartó la mirada de ellas justo cuando a Marcela le guiñó
un ojo a Beatriz, fue rápido, un microsegundo, nadie más lo vio, solo ellas. A
Betty se le subió la sangre al rostro y sus labios se dibujaron en una genuina
sonrisa.

Hugo interrumpió apenas pudo recuperar el control de su respiración...


— ¿Qué me estás diciendo, Marcela?
La estrategia II

Una cachetada lo habría tomado menos por sorpresa. De Armando habría podido
escucharlo sin el mayor problema, al fin y al cabo, él parecía un títere. Pero ¿de
Marcela? Sintió la bilis subirse a su boca. No terminaba de salir del estado de
shock cuando ella repitió esas últimas palabras.

— Lo que escuchaste, Hugo. Estoy de acuerdo con Beatriz— le repitió haciendo


énfasis al final.

—Ay, no... Yo no puedo, no, Dios mío...— repetía y miraba a los lados, tal vez
buscando a quien más preguntarle si lo que acababa de escuchar era real.

Armando miraba a Marcela con lentos parpadeos. Jamás en la vida imaginó


escuchar eso. Nunca, ni lo más remoto. Vio como Marcela lo repetía para Hugo,
mientras sonreía con el gesto de ¿Cuál es el problema?

Beatriz, por su parte, agachó su cara en cuanto Hugo interrumpió aquel mágico
momento de conexión. Esperaba que ya se hubiese pasado un poco el sonrojo de
sus mejillas y que la sonrisa que quería permanecer pegada en su rostro por fin
pudiese controlarla.

Si ninguno de ellos lo esperaba, ella menos. Fue como un flechazo, un poco de


alegría en medio de todo. Un sentimiento de euforia que hace mucho no sentía se
la estaba comiendo por dentro. Ojalá ella hubiese entendido en esa corta mirada
lo agradecida que estaba por haber aceptado.

Mario solo reía incrédulo, hasta que notó la seriedad de las palabras de Marcela
y también se puso serio. Nicolás solo pudo advertir aquel pequeño cruce de
miradas de ellas y seguía observando a su amiga, con la cabeza puesta en su
documento, sin darle la cara a nadie.

Marcela se encargó de Hugo. Le dio su palabra de que sólo ella se encargaría de


aprobar los diseños y que velaría porque la esencia de Ecomoda no se perdiera.
Pero aún faltaba la prueba de fuego para él. Beatriz se la dijo, ya debería estar
anestesiado después de todo. Debería vestir al cuartel y a Gutiérrez. Aceptó y se
retiró del comité, no sin antes decirle a Marcela que lo hacía por ella, por nadie
más.

Armando estaba absorto en sus pensamientos. Hasta olvidó decir que él también
estaba de acuerdo. Apenas Hugo se retiró comenzó a exponer su plan junto con
Calderón. Era una cadena de franquicias para América Latina y el Caribe.
Aprovechó para decir que estaba de acuerdo con Beatriz, cosa que no tomó por
sorpresa a nadie, porque eran ideas que estaban casi de la mano.

— Y pues bueno, evidentemente para poder llevar a cabo este proyecto, tendré
que ausentarme del país junto con Mario, por dos meses — comenzó a repartir
un itinerario de viaje a todos— ahí tienen detallado dónde estaremos y por
cuánto tiempo.

— ¿Te vas pasado mañana? — dijo Marcela con gesto de confusión al notar la
fecha.
— Sí, Marcela, pasado mañana iniciamos por Buenos Aires— le dijo torciendo
la boca.

Golpe bajo. Solo pudo respirar profundo y mirar esa hoja, sin prestarle mucha
atención realmente. Unirse con Beatriz para mantenerlos alejados y ahora resulta
que se iba y no había tenido la mínima decencia de avisarle. Se sintió ignorada y
como un cero a la izquierda.

Beatriz pudo notar cómo le había afectado eso. A ella también la tomó por
sorpresa, pero no tenía ninguna relación con él, así que solo le quedaba lidiar con
la incomodidad de ese sentimiento. Pero era obvio que Marcela estaba
descolocada.

— Bueno, doctores, pues realmente sí veo que es una propuesta muy acertada,
sin embargo necesitamos analizar con Nicolás, a fondo, las proyecciones, la
inversión y las ganancias que arrojaría este negocio y si realmente nos beneficia.

Marcela estaba aún absorta, en trance, no despegaba la mirada de allí. Armando


Mendoza acababa de borrarle la poca alegría que le había mostrado.

—Por supuesto, Betty... Beatriz, si quieren revisen y nos reunimos mañana para
ver qué deciden— le respondió Mario.
— por supuesto, me gustaría contar con el apoyo de doña Marcela para todo
esto, ya que ustedes, sí así lo decidimos, estarán fuera del país, es fundamental
que seamos un equipo de trabajo para garantizar el éxito de Ecomoda—
intervino Beatriz para ganarse la atención de la gerente.

Marcela la escuchó apenas y la miró. Su mirada ahora era distinta, estaba fría, en
cualquier otro lugar de ese itinerario, menos ahí. Atinó a responder...
— Sí, yo creo que... Sí, está bien...

Armando no se atrevía a mirarla. Sabía que estaba mal no haberle dicho. Pero si
le comentaba eso, indudablemente Marcela se opondría o insistiría en
acompañarlo o algo habría hecho. Sin embargo, aún debían hablar del tema y
sobretodo quería preguntarle ¿Por qué apoyar a Beatriz, después de todo?

Betty sabía que la respuesta de ella había sido solo por salir del paso. Estaba
segura de que no la había escuchado y eso le ofuscó un poco. Pero la entendía.
Dio por terminado el comité y le pidió a Nicolás que analizara la propuesta de
Armando y Mario. Sin más, se retiró a su oficina.

Debía empezar a tener un mejor manejo de sus emociones, estar en ese lugar
después de todo iba a ser un constante ir y venir de todo tipo de sentimientos.
Debía enfocarse. La pelea o posible disgusto de Marcela con Armando no era de
su incumbencia, no tendría por qué afectarle. Ella ya se había hecho a un lado
por su propio bien, por dignidad y por paz mental.

Sin embargo, no podía dejar de pensar en ella. Comprendía que Armando


quisiera alejarse. La tomó por sorpresa, pero era lo mejor, lo más sano para
todos. Y aunque comprendía la molestia de ella, algo dentro de sí se le removía
al recordar esa mirada perdida.

Beatriz no estaba siendo consciente de algo. El sentimiento de culpa hacia


Marcela estaba desapareciendo para darle paso al de la preocupación. Tal vez era
solo empatía. Ella sabía cuánto podía doler el amor cuando solo existía en una
dirección. Sin embargo, no había nada que hacer, o al menos, no por ahora. Era
cosa de ellos. No más. Recordó que debía informar al cuartel de los cambios y se
puso a eso.

Las noticias fueron bien recibidas por todas, excepto por Sandra. Ahora tendría
que trabajar con la peliteñida al lado. También felicitaron a Mariana y ella solo
pudo reír entre lágrimas. Era el inicio de su sueño. Por otro lado, a pesar de los
cambios, también le dijo que se les haría un llamado de atención. Debía empezar
a ser más estricta con el cuartel porque sabía que si les daba rienda suelta,
después sería un caos imparable.

Cuando terminó su reunión con ellas, fue a almorzar con Nicolás. También le
pidió que la acompañara a escoger un carro y que la ayudara a tomar la decisión.
Estando en el concesionario, Nicolás no aguantó más la curiosidad y le preguntó.

— Oiga, presidenta, usted no me ha contado algo...


Betty sabía que en algún momento Nicolás iba a tocar el tema, por lo que se
apresuró a salir de él.
— Si es sobre el apoyo de doña Marcela, a mí también me tomó por sorpresa. Sí
hablé con ella antes y le propuse que me apoyara, pero no pensé que fuese a
aceptar. Al fin y al cabo nada ha cambiado entre nosotras. Nada se ha olvidado.
A penas si nos soportamos. Tal vez lo hizo por molestar a don Armando...
Nicolás la miró con cara de "no me mienta" y con el dedo índice arriba, negó
varias veces.
— Ah, ah... No, señora. Yo sé que lo del apoyo fue una sorpresa para todos. Lo
que no me esperaba era esas miraditas entre ustedes... con un aire ahí todo
rarongo, no sé, Betty yo las ví y fue... Fue raro, la verdad...

La exasistente solo pudo acomodarse las gafas en un gesto de nervios. Las


habían pillado. Agradeció internamente que hubiese Sido Nicolás y no otra
persona. Se sintió como una niña pillada después de una travesura, pero tenía
que defenderse. Al fin y al cabo, solo eran unas miradas que compartieron, nada
del otro mundo.

— Ay, Nicolás, la miré así porque realmente me sorprendió y me alegró. Yo ya


estaba mentalizada en que iba a tener que defender eso sola. Porque ella nunca
me dió respuesta. Y pues no sé, tal vez solo correspondió a mi mirada por
cortesía. Usted sabe cómo es este mundo, Nicolás. La diplomacia, la falsa
cortesía...

Nicolás se cruzó de brazos y alzó una ceja.


— Ay, Betty, por favor, esa señora jamás ha tenido que ponerse en ese plan con
usted. Siempre que ha querido y podido la ha insultado.

— Sí, Nicolás, pero antes no sabía que yo tenía la empresa en mis manos...

— No sé, Betty, no puedo decir si es así o no de parte de ella, pero de usted, ay,
Betty, a usted como que se le están yendo muchos los ojos con ella. Tenga
cuidado, Betty. Solo le digo eso.

—Bueno, ya, Nicolás. Ahora quién sabe en qué película me está montando. Deje
la bobada y vamos a escoger el carro mas bien, porque debemos regresar a
Ecomoda.

Una vez en Ecomoda, Beatriz se encerró toda la tarde a trabajar. Tenía


demasiadas cosas por hacer y no quería pensar más en los dramas de Armando y
Marcela. Una vez se concentró, avanzó rápidamente, pero estuvo tentada dos
veces en quizás pasar por la oficina de ella y ver si su ánimo había mejorado un
poco.

Si hubiese salido tal vez habría advertido que el Cuartel estaba reunido en el
baño. Habían abierto o descubierto sin querer la caja de Pandora. La carta
siniestra no pudo caer en peores manos. Estaban enfrascadas uniendo hechos,
pistas , acciones para entender todo lo que había allí. Sin embargo, quien sí salió
de su oficina para tratar de relajarse fue Marcela y encontró al Cuartel en pleno
chismorreo. Justo cuando Sofía tenía la gran osadía de imitarla.

Hasta ahí llegó su paciencia. Las encaró por hablar de ella y las mandó a sus
puestos de trabajo.

Ahora sí habían sobrepasado su límite. Beatriz había incumplido su promesa y


ya estaba harta. Iba a hablar con ella y deshacer ese supuesto equipo que apenas
iniciaba de una vez por todas.
Confrontación

Beatriz estaba preparándose para salir de Ecomoda. Estaba realmente cansada.


La cabeza no le daba para más. Solo quería cerrar los ojos y desaparecer de su
realidad por un momento. Se encontraba guardando su agenda en la cartera
cuando escuchó la puerta abrirse y vio a una Marcela furiosa entrar por ella.
Evidentemente su malhumor seguía.

-Necesito hablar con usted, Beatriz- le dijo con gesto altivo mientras se ponía las
manos en la cintura.

-Sí, claro, realmente ya iba de salida, pero podemos hablar - le respondió con
calma mientras volvía a sentarse. Estiró la mano para señalar la silla de enfrente
indicándole que se sentará. Marcela miró la mano de Beatriz y se sentó. Sus
movimientos eran tan elegantes pero a la vez agresivos, denotando la furia que la
embargaba.

- la esucho- le dijo Beatriz mientras enderezaba su espalda y adoptaba una pose


receptiva. No iba a seguirle el juego de la agresividad a Marcela. No iba a
permitir que se desquitase con ella por su pelea con Armando.

- En primer lugar, quisiera dejar varias cosas claras respecto a la relación de la


presidencia con Hugo, frente al proyecto de Armando y su viaje. Lo de Hugo no
es nada que no sepamos. Es evidente que no se soportan y puedo entender las
razones de los dos, pero en medio de un ambiente tan hostil es muy complejo
trabajar.

Estaba tratando de controlar su ira sacando primero los temas de la empresa,


para no mostrarse vulnerable cuando hablara lo que realmente la llevó allí. Los
primeros temas eran una excusa.

- Pero si bien entendí en el comité, el acuerdo es que yo no voy a interferir en la


colección, simplemente voy a supervisar lo del cuartel. Es usted quien nos
apoyará en ese sentido.
¿Apoyo? Ja. Al diablo es apoyo.

- Mire Beatriz. No rete a Hugo. Usted no lo conoce y sí, yo voy a supervisar la


colección y voy a trabajar con él, pero si esa hostilidad entre ustedes no para,
Hugo se irá y créame que lo que menos falta le va a hacer es trabajo. No
podemos darnos el lujo, en este momento, de perder a un diseñador como él. Así
que realmente evalúe su relación con él.

Beatriz notaba el desdén en las palabras de Marcela. Su mirada fría. Además, lo


que le estaba diciendo no era precisamente algo parecido a un trabajo en equipo.
Esa actitud le molestó realmente. Se había prometí jamás dejar que la humillaran
y no iba a dejarse pisotear por Hugo Lombardi ni por nadie.

-Usted dice que entiende la relación hostil del señor Hugo conmigo, pero parece
que realmente no lo hiciera. Y me parece que seguir recalcando que no puedo
interferir en esa área está de más. Y una cosa es que con el señor no seamos los
mejores amigos y otra muy distinta es que yo muestre algún tipo de
animadversión hacia él. Respeto y reconozco su trabajo, pero tampoco le voy a
permitir que pase por encima mío y como sé lo fundamental que es que él de
quede por eso no me opuse ni hice algún comentario cuando él dijo que solo se
entendería con usted- cuando terminó de hablar estaba ligeramente sobre el
escritorio y mirándola directamente a la cara, de manera fría y seria.

Marcela pudo notar la tensión y molestia de Beatriz. Ya no tenía caso seguir


discutiendo lo demás. Ya estaban en la misma sintonía para ir al grano.

- Okay, Beatriz. Al fin y al cabo usted es la presidente de Ecomoda, es quien


deberá responder por la empresa. No acepte mi sugerencia si no está de acuerdo
con ella, pero por lo menos, tenga el valor de cumplir sus promesas- alzó una
ceja al decir lo último.

Eso sí que no lo esperaba. Quedó en blanco, no tenía idea de a qué se refería si


por el contrario, le había contado del acercamiento de Armando.

- No... No la entiendo- alzó ligeramente los hombros y la miró con cara de


confusión.

Marcela soltó el aire. No podía creer tanto descaro.


- Usted le contó al cuartel toda su aventura con Armando - hizo énfasis en
algunas palabras y sus ojos chispeaban de ira, sus fosas nasales se dilataron un
poco.

Beatriz solo fruncía el ceño, trataba de hilar algo coherente para contestar,
cuando habló con el cuartel siempre se cuidó en que sus respuestas no dieran el
más mínimo indicio de eso.

- ¿Qué? Para nada. Yo con el cuartel jamás he hablado ese asunto...

- Ah, ¿No? Entonces por qué las encontré en el baño hablando sobre cómo usted
era la culpable de la cancelación de mi matrimonio con Armando- empezó a
atacar sin tregua. Era su naturaleza.

- Pues es que no lo sé. Yo no sé de dónde están sacando eso - Beatriz también


empezó a responder con contundencia - porque ni siquiera yo sabía que esa era
la razón por la cual no se habían casado-.

Jaque. Era la verdad, pero tenía que empezar a defenderse. Además que en
verdad le preocupaba lo que estaba diciendo el cuartel¿Cómo se enterarían?

- ¿ Qué más se supone que debía pasar después de que usted me mostró esa
carta? Era obvio que en eso iba a terminar todo, Beatriz, no se haga la ingenua.

Y allí estaba, la Marcela Valencia de siempre que no podía guardarse el veneno.

- No me estoy haciendo la ingenua, señora. Estoy diciéndole en su cara - se


levantó de la silla - que no sé cómo el cuartel se enteró, porque yo no he
comentado nada de eso con ellas. Y no se preocupe, yo me encargo de
solucionar eso, yo hablo con ellas y le juro que jamás volverá a escuchar nada de
ese tema por boca de ellas. Ya le he dicho que no me interesa que se sepa algo
tan siniestro como eso. A mí no me beneficia, ni a usted.

- Pues eso espero, doctora. Porque si vuelvo a escuchar el más mínimo murmullo
o comentario, no voy a dudar en despedirlas...
-Ya le dije que yo me hacía cargo de eso.- cogió su cartera y rodeó el escritorio
para encararla- pero ojalá eso también aplique para Patricia Fernández, porque
me imagino que ella sí está al tanto de todo lo que ha sucedido.

- No vamos a empezar con ese juego absurdo nuevo, Beatriz. O soluciona usted
eso o lo soluciono yo y a mi modo- le respondió también poniéndose de pie para
quedar cara a cara en el enfrentamiento. Mala elección. El olor de un exquisito
perfume con notas de madera y un sutil aroma floral le inundó las fosas nasales.
Fue un despertar de feromonas. Pestañeó.

- ¿A su modo? Por favor, doña Marcela - notó el ligero pestañeo de Marcela al


tenerla cerca y otra vez se pilló mirándola a los ojos - realmente pensé que
seríamos un equipo de trabajo y que lo personal iba a estar fuera de esto. Pero
veo que no. Que su apoyo fue solo durante la junta y de nuevo empezamos con
recriminaciones, amenazas...

- ¿Y qué más quiere, Beatriz? Su nombre y el mío andan de boca en boca de las
del cuartel, dejando en evidencia todo lo que pasó aquí...

- por lo mismo, porque yo también estoy preocupada le pido...- sus miradas


estaban conectadas e iban bajando poco a poco la guardia- que me deje a mí
solucionarlo.

- Pues le doy hasta mañana o ya sabe. Lo haré yo. Y no se preocupe por Patricia,
porque hasta el momento ella no ha dicho absolutamente nada y no lo hará, ella
sí conoce la palabra discreción- se notaba un poco más calmada, tal vez era esa
cercanía en la que estaban. Esas tensiones que cargaban ambas.

- No me ha respondido algo...

- Mi apoyo depende de lo que suceda con el cuartel. Hablemos mañana si así le


parece o tome las decisiones que mejor le parezcan - sin decir más se volteó y
salió de la oficina.

Betty respiró. No se había fijado en que había estado conteniéndose todo el


tiempo que la tuvo cerca. Bajó los brazos y miró al cielo. Definitivamente
tendría que hablar con el cuartel. Parecía que estaba de nuevo como al principio.
Ya no había trato, ni equipo, ni nada. Todo estaba peor.

Salió de su oficina y no había rastro de ellas, ya se habían ido, era un poco tarde.
Vio a Nicolás salir también. Le echó una mirada de que sabía que algo le
sucedía. Salieron juntos hacia el ascensor. Justo cuando estaban por subirse,
Nicolás se percató de que había olvidado su nuevo celular y se devolvió a su
oficina.

Marcela entró a su oficina por sus cosas y salió nuevamente, ya le había dado a
Patricia para el taxi, pues se aseguró de que no estuviera para poder hablar con
Betty, aún los rastros del aroma de la presidente la perseguían. Se sentía
levemente electrizada por ese duelo de miradas, ese intercambio. Sin embargo,
eso no cambiaba las cosas. Cuando llegó al ascensor, la encontró de espaldas
detiéndolo con el botón de llamado.

- Si no va a usarlo todavía, podría dejarme ir en él - le dijo con voz suave a su


espalda.

Beatriz dió un ligero salto, realmente de asustó, ni siquiera la había escuchado


acercarse, estaba absorta en sus pensamientos. Soltó el botón y volteó al verla
apenada.
- Sí, claro, siga, solo que pensé que Nicolás no se iba a demorar...
- Bueno, gracias... Doctora-pasó demasiado cerca a ella, casi rozándola, para
asegurarse de tener un poco más de ese aroma agradable que algo le generaba.

Beatriz de giró nuevamente cuando ella ingresó al ascensor y la miró


directamente a los ojos. Quería decirle que lo sentía, que no era su culpa los
chismes del cuartel, que llevaran la fiesta en paz, Marcela le sostuvo la mirada
mientras apretaba el botón del parqueadero, ya sabía de memoria cuál era, así
que no tuvo que buscarlo. Justo cuando las puertas estaban a punto de cerrarse,
apareció Nicolás y Betty detuvo el ascensor con una mano.

Beatriz se fue directo a Marcela, parecía que quisiera quedar a escasos


centímetros de su cara, pero en cuanto estuvo relativamente cerca se giró con
estilo y presionó el botón del primer piso.
- Casi que no, Nicolás Mora- dijo como para cortar el silencio que había en el
pequeño cubículo.
La puerta de abrió y Nicolás salió primero, Beatriz giró un poco su cuerpo y en
un impulso puso su mano sobre el hombro de Marcela.
-Buenas noches y nos vemos mañana - le dijo rápidamente y sonriendo de lado.

Todo pasó tan rápido que Marcela apenas si pudo asentir con la cabeza. Ese
ligero toque la había descolocado por completo. Sintió un ligero hormigueo en
su estómago cuando las puertas del ascensor se cerraron nuevamente y apenas si
pudo cerrar los ojos y soltar el aire.
Sinceridad

Llegó a su apartamento y se dió una ducha caliente. No tenía ánimos de preparar


una cena, así que pidió lo primero que encontró en el lugar más cercano.
Esperaba que Armando no tardara mucho. Ya bastante la había evitado durante
todo el día, llegaba el momento de que diera la cara.

Era de nuevo un día largo, lleno de tantas emociones que solo quería que
terminara rápido todo. Estaba harta de los días tan intensos y de estar de aquí
para allá. Llorar ya no le aliviaba nada de dentro, necesitaba actuar.

Armando llegó pensativo al apartamento, apenas si le dió un ligero toque en los


labios al saludarla. Estaba deprimido, no con lágrimas y su anhelo de
autodestrucción, era un sentimiento de perdida que apenas y empezaba a
asomarse. Cenaron en silencio. Como las últimas noches. Cada uno inmerso en
sus dilemas, en sus pensamientos. No fue sino hasta que tomaron sus lugares en
la cama que Marcela no aguantó más y habló.

—¿ Por qué lo hiciste? ¿Por qué no me dijiste nada, Armando?— se había


volteado para verlo. Él, en cambio tenía la mirada en el techo.

— Porque te conozco, iba a ser una discusión segura contigo y realmente no


quisiera discutir.
— Es que no es para que discutamos. Solo quisiera saber la razón por cuál te vas
y no tuviste la más mínimo empatía conmigo para decirme que planeabas viajar
por tanto tiempo.
— Mira, Marcela, tú sabes que en el fondo esto es lo mejor por ahora. Así estoy
lejos de Beatriz, de Ecomoda y ella podrá hacer su plan en paz. Igual, no me iré
para siempre...
— Sí, eso veo. No fuiste capaz de contarme nada porque la razón por la que
armaste ese itinerario tan largo y arduo es que realmente quieres estar lejos de
las dos...

Armando no respondió nada. Volteó a verla a los ojos y soltando el aire le soltó
la verdad.
— ¿Para qué te miento? — se sentó en la cama y se recostó en el espaldar—
mira, Marce, yo sinceramente no me siento cómodo con todo esto. Tal vez un
tiempo lejos es lo que yo necesito para poner en orden mis sentimientos, para
respirar, para saber qué es lo que quiero hacer...

—¿ y me sacrificas a mí en medio de todo esto? ¿es que acaso tú no piensas en


lo que yo pueda sentir o pensar, Armando?— esto último salió como un ligero
quejido mezclado con llanto. Las emociones la estaban desbordando, reafirmar
que Armando no la amaba era más duro de lo que pensó.

— No, Marcela, te equivocas. Yo sí pienso en ti . Porque yo no quiero herirte


más. Verás que este tiempo separados probablemente sea bueno y podamos tener
más claro todo. En verdad, yo... Necesito este tiempo a solas conmigo.

Lágrimas delgadas bajaban por el rostro de Marcela. Miraba a un punto


inexistente de la habitación, recluida en su dolor, en su agonía. Se sentía tan
estúpida, tan vacía.

— Creo que sí. Yo creo que después de este viaje ya no habrá más que decir.
Solo nos queda tomar decisiones... Que descanses...

Sin más volteó su cuerpo y hundió su rostro en la almohada. Lloró en silencio,


con algunos sollozos bajos hasta quedarse dormida. Armando pudo notar el
movimiento de su cuerpo por la contracción del llanto. Se sintió tan miserable,
tan inhumano. Ella no lo merecía, no era justo hacerle más daño.

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Nicolás aprovechó el camino y el tráfico para asediar a Betty con preguntas


sobre Marcela. No iba a descansar hasta que ella admitiera que algo estaba
pasando y su amiga lo hubiese hecho sin ningún problema si al menos hubiese
tenido tiempo para pensar en ello. Pero no. Todo estaba sucediendo tan rápido
que ni siquiera había podido en detenerse a pensarlo

Llegó a su casa y cenó con sus padres. Apenas si pudo comerse la mitad de la
cena, apenas si soltó palabras. Estaba realmente preocupada por todo: el cuartel,
el viaje, Ecomoda y ella... Mentiría si dijera que no podía sacarla de su cabeza.
Incluso estaba sorprendida de su impulsividad en el ascensor. Se atrevió a
tocarla y eso era algo que jamás había pasado con ella. Pero lo más extraño del
caso es que la sorpresa era mutua y Marcela no había reprochado ese toque.
Se fue a la cama. Estaba demasiado cansada. Al menos el insomnio no llegaría
esa noche. Hizo una lista mental de todo lo que debía hacer al día siguiente y
cayó en un sueño profundo.

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El cuartel arribaba puntual a Ecomoda mientras hablaban sobre todos los temas a
la vez. De repente un Fabia azul comenzó a llamar su atención, pero la sorpresa
fue más grande cuando vieron quién lo conducía. Era Betty, acompañada de
Nicolás y para acrecentar la emoción, hizo sonar la bocina. La celebración no se
hizo esperar.

—Bettyyy ¡Qué carro tan lindo, mija! — brincaba de emoción Aura María—
ahora sí tenemos carro pa salir a rumbear...
El cuartel en pleno soltó la carcajada.
— Ay, sí, Betty, está divino. Digno de una presidenta de semejante empresa —
le alabó Sofía.

— Sí, mijita, eso sí para qué pero está divino — le dijo Inés.
— Ay, don Nicolás usted tan divino prestándole el carro a Betty, yo sí quisiera
amigos así — comentó Berta.

—No, no, ese carro no se lo di yo ni nada. Ese es de ella. Pregúntele— respondió


Nicolás haciendo gestos con las manos.
— No, Bertha, este carro no me lo prestó Nicolás, este carro lo compré yo y es
mío. No es el carro de la presidencia, es el carro de Beatriz Pinzón— aclaró
Betty antes de que se generara otro chisme.

Patricia Fernández estaba viendo y oyendo todo escondida detrás la cabina


telefónica. Sintió envidia al ver esa escena. Betty ahora era presidenta, había
puestos a uno de los hombres más deseados de Colombia a sus pies y compraba
un carro nuevo. La inundó la tristeza, decidió ya no prestar más atención y pasó
delante de ellas para entrar a Ecomoda. Nicolás la vio pasar y estuvo tentado en
saludarla, pero sabía que ella solo lo odiaba.

— Bueno, Betty, ahora sí, mija— dijo Aura María poniéndose las gafas de sol—
para donde es la rumba esta noche—.

Todas rieron a la vez.


— Ninguna rumba, Aura María, además tenemos mucho trabajo — dijo Betty un
poco más seria.
— así es, Aura María, además Betty ahora es presidente tiene una imagen que
cuidar, no está para esos comentarios.

— No, Inesita, esos comentarios no son nada. Lo grave es lo que ustedes andan
comentado por los pasillos de Ecomoda. Tenemos que hablar, muchachas.
Vamos.

Entraron a la empresa y subieron todas junto con Betty y Nicolás. Betty al ver a
Patricia en su escritorio prefirió ir a la sala de juntas, para más privacidad.

Como era de esperarse, el cuartel negó todo al principio. Eso solo molestó más a
Betty, después de todos al menos su sinceridad era lo más justo. Se retiró a su
oficina dejándolas con cara de susto en sala de juntas, pero las conocía tan bien
que pegó su oído a la puerta.

— Yo prefiero que nos odie oro chismosas y no por malas amigas— dijo Aura
María.

Bertha se levantó y abrió la puerta de la oficina de presidencia. Se encontró a


Betty ahí, la sorprendió escuchándolas. No pudo contener un poco de risa, pero
volvió a hablar

—Betty, nosotras sí sabemos de qué estamos hablando— le dijo con total


seriedad mientras se apretaba los dedos de la mano.

—¿Cómo así, Bertha?

— Sí, Betty— interrumpió Sofía —Sandra, vaya por eso, ya caímos, lo mejor es
afrontarlo.

La alta secretaria se levantó y con gesto de temor le pidió disculpas a Betty.

No hubo que esperar mucho, Sandra llegó con la caja de Pandora en sus manos,
más bien aquella carpeta que ella recordaba bien y sabía qué contenía. La abrió
solo para comprobar el desastre. No se sentía preparada para eso. No podía
enfrentarlo, sentía vergüenza, miedo, no quería más ser juzgada o burlada o
reproches.

Trató de hacerles creer que era un mal chiste de Mario, pero fue inútil, el cuartel
ya sabía bien de qué iba todo y lo que no sabían, lo suponían o investigaban. No
tuvo de otra, les contó todo, sentía mucha vergüenza con ellas.

Evidentemente las opiniones estaban divididas. Le hicieron ver que había


cometido un gran error, aunque también los comentarios de Aura María no se
hicieron esperar y eso aligeró un poco la tensión. Finalmente Inés habló y le dijo
en la cara que no podía creer hasta dónde había llegado, le reprochó haberse
metido con un hombre comprometido. Aguantó todo, al fin y al cabo eran sus
amigas y aunque se hayan enterado así, era mejor que le dijeran esas cosas en su
cara, en lugar de que estuviesen comentando todo en el baño.

Mariana intuyó que una vez claras las cosas, era bueno que Beatriz permitiera
una lectura de cartas. No había nada que ocultar y, en cambio, eso le podría
ayudar a dilucidar un poco su futuro. Además, quería corroborar algo, porque en
aquella lectura en el corrientazo hubo algo que no pudo decir porque sintió que
no cuadraba tanto con la lectura. Era el momento para que ambas despejaran
dudas.

Beatriz aceptó y quedaron en verse para almorzar, no sin antes advertirles que no
podían hacer ningún comentario al respecto, ni el más mínimo dentro de
Ecomoda.

Las despidió para que iniciaran sus jornadas laborales y se fue a su oficina. La
primera tarea del día estaba cumplida, ahora venía la segunda, hablar con
Marcela y frenar sus intenciones con el cuartel, además de asegurar si sostendría
su apoyo o el equipo (que apenas si existía) debía diluirse.

Dejó sus cosas en la oficina, pasó por el baño y se miró al espejo. Le encantaba
como se veía con ese sastre rojo, se sintió segura, se echó un poco de perfume y
salió con premura rumbo a la Gerencia de Puntos de Venta.

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Hola, queridxs
Aprovechen estos últimos días de actualización diaria porque se me viene
mucho trabajo y tendré que hacerlo solo una vez por semana.
Quisiera leerlos, saber qué opinan.
Más adelante empezaré a ponerle música a algunos capítulos. Esto va a
empezar a ponerse más interesante.
La cita

Betty pasó por el escritorio de Patricia y la encontró de espaldas, hablando por


celular. Aprovechó el descuido y siguió directo a la oficina de Marcela. Pero
Sandra y Aura María sí notaron el afán de la presidenta.

Dio unos suaves golpes y la voz de ella la invitó a pasar. Tenía una tonta sonrisa
dibujada en sus labios, quería decirle que ya estaba todo solucionado, se sentía
ansiosa por ir a contarle. Cuando terminó de abrir la puerta, su sonrisa se
desdibujó. Daniel Valencia se encontraba sentado frente a Marcela, se quedó
mirándola fascinado, de arriba a abajo y sin disimulo. Ella notó ese escaneo de
parte del accionista y se puso nerviosa.

— Buenos días... Lamento interrumpir — no encontraba qué decir, su arrebato


sin planificación acaba de dañarse— mejor vuelvo después— apenas si pudo
mirar a Marcela. Cerró la puerta y se devolvió a su oficina. La vergüenza la
carcomía. No miró a nadie.

Si Beatriz hubiese observado a Marcela en lugar de fijarse en el escaneo corporal


de Daniel, se habría fijado en lo impactada que estaba. Verla con ese hermoso
traje rojo solo le confirmó una vez más la belleza de Beatriz y lo infinita que
podría llegar a ser. Su cabello y sus labios contrastaban perfectamente con ese
hermoso color. Lucía elegante, dominante. Marcela sintió un ligero calor subirse
a sus mejillas y agradeció que Daniel estuviese ahí, porque o si no, hubiese sido
muy evidente la sorpresa si lo hubiese visto.

—Vaya, veo que la doctora Pinzón está poniéndose cada vez más linda—
comentó Daniel alzando las cejas.

Marcela de mordió la lengua. Era verdad. No podía negarlo. Estaba hermosa.

— Ay, Daniel, por favor — le dijo tratando de restarle importancia al


comentario — más bien por qué no me cuentas a qué se debe tu visita— dijo
mientras fingía buscar algo en su escritorio, para no sostenerlea mirada a su
hermano.
— Marcela, no sé si lo sepas, pero el gobierno ha decidido hacer recortes es
algunos ministerios e instituciones — le dijo sin vacilar.

— ¿Y entre esos el tuyo? — cuestionó preocupada.

Le contó cuál era realmente su situación económica. La pérdida que tuvo con
aquella inversión y el salir del Fondo lo dejaron prácticamente solo con los
ingresos de su parte como accionista de Ecomoda. Por lo tanto, necesitaba un
adelanto sobre el mismo y apelaba a Marcela para que hablara con Beatriz del
tema. Sabía bien que después de todos los encuentros desafortunados con la ex,
no estaba en la mejor posición para pedírselo.

Marcela rehusó. En ese preciso momento las cosas no estaban bien y


probablemente, después del pequeño altercado del día anterior, no era bueno que
ella le hiciera esa petición. Además, su confianza no le daba para tanto.

Finalmente, Daniel decidió lanzarse solo al ruedo. Tal vez solo pedírselo no
funcionaría, así que, aprovechando la nueva imagen y lo bien que podía
conversar con la presidenta, se le ocurrió un plan. Se despidió de una
ligeramente distraída Marcela, le dejó su bom bom de frutas, como de costumbre
y salió directo a la presidencia.

Betty apenas si lograba concentrarse en su trabajo, debía terminar de revisar el


análisis presupuestal que hizo Nicolás para definir si se daba vía libre a las
franquicias o no. En ese momento, apareció Daniel Valencia en su oficina.

La saludo y le pidió permiso para sentarse. Una vez cómodo, le habló.

— Doctora, Beatriz, seré breve, me gustaría hablar con usted sobre un tema muy
importante— mientras decía esto, observaba cómo ella no dejaba de teclear en
su computador.

— Lo lamento, doctor, pero en este momento como puede ver, estoy un poco
ocupada, además, en un momento tenemos comité— despegó la mirada y giró un
poco la silla para prestarle atención.
— Ya veo, doctora, sin embargo, lo que tengo que decirle me gustaría que lo
habláramos en otro sitio— esta vez se quedó mirándola fijamente.

— Realmente me gustaría que lo que tiene que decirme, lo haga en horarios de


oficina — le sostuvo la mirada.
— Imposible, mi agenda está copada en esos horarios. Podría la siguiente
semana — esto lo mencionaba mientras hojeaba su agenda.

—Por favor, doctora, cualquiera que la escuche diría que me está evitando. La
invito a cenar ¿Hoy a las 7:30 de la noche? — no quiso hacer más preámbulo.

Así era Daniel Valencia, directo, al grano. Sabía de antemano que no iba a
aceptar tan rápido, así que lo primero era sacarla de su zona de confort y ver si
podía defenderse en otros sitios que no fuesen Ecomoda. Pero no podía negar
que le maravillaba esa nueva Beatriz, su seguridad, su confianza y realmente era
muy atractiva. Su brillantez ya la conocía, pero era un perfecto equilibrio entre
todas.

— Sí, sí puedo a esa hora, doctor— Betty sabía que Daniel Valencia estaba
presentándole un reto y ella no le temía, además, no podía seguir evadiendolo,
tenía que dejar que hablara con ella.

— perfecto, a las 7:00 envío a mi chofer— se levantó elegantemente de la silla y


se acercó a la puerta para salir, pero se giró un poco y le dijo— hasta esta noche,
doctora — le dedicó una sonrisa seductora y se fue.

Le sonrió falsamente por educación hasta que desapareció por esa puerta. Se fijó
en la hora. El comité estaba por iniciar y no había podido hablar con Marcela.
Decidió dejar las cosas así. Ya vería si después de almorzar tendría un espacio
para aclarar las cosas. Al menos ya había frenado al cuartel.

Terminó de hacer su trabajo. La decisión estaba tomada de su parte. Armando se


iría por un buen tiempo y tenía la esperanza de que eso fuese suficiente para
sacarlo de su corazón por completo y terminar de sanar en paz, sin el constante
temor de su cercanía. Sin amenazas, sin la necesidad de dañarse o dañar a
alguien más.

Fue entonces que cayó en cuenta de que Marcela se iría, necesitaba estar en
Miami para organizar todo lo de la bodega y Palm Beach. Lo había olvidado y
recordarlo solo sirvió para mostrarle que ese equipo de trabajo que quiso ser con
ella, ese que debía tomar las decisiones de Ecomoda y sacarla adelante, estaba
más cerca de diluirse que de armarse. No tenía caso aclarar nada. No quería una
respuesta. Al fin y al cabo, si Armando se iba por tanto tiempo, lo más probable
es que Marcela también se lo tomara para estar fuera. Cerró el documento sobre
el cual había estado meditando la situación y se recostó un poco en la silla,
estaba dejándose llevar por sus pensamientos cuando alguien abrió la puerta.

Catalina Ángel aparecía con una gran sonrisa. Betty se alegró solo con verla. Y
la invitó a seguir mientras se ponía de pie para saludarla. No estaba sola después
de todo, con Catalina y Nicolás saldría adelante, al fin y al cabo, ese fue el plan
inicial.

Le contó a Catalina cómo había sucedido todo hasta ese momento, incluso la
propuesta hacia Marcela. No hablaba de lo que le generaba, de lo bonitos que
ahora le parecían sus ojos o de cuánto admiraba su belleza ahora. No hacía falta,
Catalina había aprendido a conocerla y sabía que tanto hablar de Marcela era por
algo. Estuvo en silencio escuchándola, hasta que llegó el momento de irse.

Entraron a la sala de juntas cuando vieron que ya estaban todos allí excepto
ellas. Hugo Lombardi saludó efusivamente a Catalina desde su puesto, que en
realidad era el que debía ocupar Beatriz. Aprovechó para quejarse con Catalina
por las nuevas propuestas de la presidencia y cómo se atrevía a opinar de moda,
sin tener la autoridad para hacerlo, aplicando solo una experiencia personal. Sin
embargo, quedaron todos helados cuando Catalina habló.

— Pues me parece muy bien, Hugo, porque además fui yo quien la asesoró en su
cambio...

Un silencio sepulcral se apoderó del espacio, Beatriz seguía de pie, mirando al


piso, no quería ver la cara de los demás al enterarse de la noticia. Tampoco
quería mirar a Marcela, porque evidentemente con eso delataba que Catalina
Ángel sabía también todo. Quiso agradecerle a Gutiérrez cuando habló para
decirle a Hugo que esa era la silla de presidencia, pero la actitud del diseñador
no era la mejor.

— Por favor, nada. Usted me llega a tocar y yo lo dejo buen mozo a cachetadas,
oyó. A ver tóqueme, tóqueme...

La situación ya era lo bastante tensa. Pero Beatriz no se iba a dejar hacer tal
desplante. No quedaba duda que debía recordarle al diseñador una vez más quién
era. Aunque no le gustara a él y aunque Marcela de retorciera por no seguir sus
recomendaciones. Si pensaba que la seguiría tratando mal o humillando, se
equivocaba.

Se encaminó hacia las sillas laterales y escogió la de la mitad. Iba tomando


asiento cuando habló:

— No se preocupe, doctor Gutiérrez. La cabecera de la mesa está donde yo esté


sentada— sin más se acomodó y desplegó su carpeta sobre la mesa. Llamó a
Nicolás y Catalina para que se hicieran junto a ella — ¿Empezamos?

Apenas si le dió una mirada rápida a Marcela, que no salía de su estado de shock
ante las palabras de Beatriz. Ese último comentario los dejó a todos
sorprendidos, pero a ella le demostró que sus sugerencias no servían de nada.
Beatriz no se iba a quedar paralizada ante los ataques de Hugo.
La respuesta

En definitiva, Beatriz no estaba en el mejor día para tolerar cualquier tipo de


ataque o humillación. Tal vez fue contundente con su respuesta ante Hugo, pero
lo necesitaba.

El comité dio inicio con el tema principal. Se daba visto bueno a la propuesta de
Beatriz y después de presentar los análisis sobre la propuesta de Armando,
también se dio vía libre. Marcela estaba demasiado callada. Ni siquiera había
hablado acerca de su viaje. Cuando Betty la miraba, la encontraba centrada en
los documentos del comité, incluso llegó a sentir que la ignoraba.

Como Betty debía ser bastante atenta a lo que los demás, no tenía mucho tiempo
para fijarse en Marcela, sin embargo, aprovechaba los momentos de revisión de
cifras para dedicarle una sutil mirada. Pero por otro lado, alguien sí tenía la
libertad total de centrarse solo en las dos y lo hizo. Catalina estaba realmente
entretenida viendo ese intercambio, Marcela realmente si estaba prestando
mucha atención a Beatriz, pero era como si intuyera cuando ella volteara y
entonces disimulaba poniendo sus ojos en los informes. Incluso hubo un
momento en que sonrió un poco al escucharla, es como si se hubiera quedado
atrapada en las palabras de Beatriz, como si la admirara.

Pero esos solo eran los juicios de Catalina, conocía a Marcela y probablemente
solo estaba dejando volar su imaginación alentada por la conversación anterior
con la presidenta. Para Catalina, no es que pareciera difícil que Beatriz fuese
atractiva o que le llegase a gustar a alguien, por el contrario, ahora incluso
llegaba a ser una persona más deseada que antes. Solo que ¿Marcela Valencia?
Sabía que era una buena persona, un buen ser humano, pero ellas eran enemigas
naturales, era su rival directa. Sonrió para sacarse ideas de la cabeza ya siguió
prestando atención al comité. A veces se dejaba llevar por su imaginación,
pensó.

Cuando Betty argumentó por qué necesitaba un gran lanzamiento y también un


gran llamado de medios, Marcela no tuvo duda de que realmente Beatriz era la
mejor opción como presidente, aunque no es que tuvieran muchas opciones, a
decir verdad. Pero es que realmente era muy buena. A ninguno de los anteriores
se les ocurrió sumar esfuerzos y hacer lanzamientos conjuntos de productos de
belleza y lanzar la nueva colección de Ecomoda. Comprendió entonces que
Beatriz no era una ignorante del mundo de la moda y de la belleza, solo no tuvo
el privilegio que tuvo ella de moverse en él y de siempre tener dinero y los
conocimientos. Tal vez eso era lo que producía el resquemor entre Betty y Hugo,
que la menospreciara como profesional y su profunda visión del negocio.

Decidió retomar ese equipo de trabajo propuesto por ella. Sabía que podía
aprender mucho más de Ecomoda con ella, al menos de lo financiero y que
también le podría enseñar cómo se manejan los puntos de venta. No estaba
siendo consciente de que poco a poco, ese odio que sentía por ella estaba siendo
reemplazado por pensamientos hacia el futuro, ninguna de las dos estaba siendo
totalmente consciente de lo que les sucedía. Cada una estaba hundida en su
tragedia personal y compartida, pero no sé fijaban en que el pasado, si bien dolía
y no era periódico de ayer, estaba alejándose paso a paso. El presente empezaba
a pesar más, a necesitar más la atención de cada una y ellas tenían el presente en
frente ¿Sería ese también el futuro?

El comité finalizó y Marcela, aunque estuvo lejana, no olvidó que debía hablar
con Catalina. Armando salió con Mario de la sala de juntas, debían ultimar
detalles de sus respectivos viajes. Gutiérrez y Nicolás pasaron a sus respectivas
oficinas. Catalina vio cierta tensión en las dos mujeres y le dijo a Betty que la
esperaba en presidencia, Marcela aprovechó.
—Cata, antes de que te vayas ¿podrías pasar por mi oficina? — le dijo mientras
se levantaba ligeramente de la silla.
La respuesta II

Catalina asintió y voló para desaparecer de esa sala. Marcela estaba a punto de
irse, sabía que Beatriz se había quedado para decirle algo, pero al ver que no le
pedía que se quedara se decidió a salir. Entonces, Betty habló. No pudo
contenerse.

—Doña Marcela, espere... Por favor — dijo rápidamente.

Marcela estaba por cruzar la puerta cuando la escuchó y volteó con gesto de ¿Y
ahora qué?

— Cuénteme, Beatriz— dijo mientras cerraba nuevamente la puerta de la sala de


juntas.

Betty sabía que estaba actuando por impulso, que en realidad quería decirle ya
que todo estaba aclarado. Su decisión de no decirle nada se esfumó en cuanto vio
que ella se iría y no había hablado de su viaje, de su propuesta, de nada. Se
quedó un momento con la mirada gacha y luego levantó la cara, se acomodó
innecesariamente las gafas y lo soltó:

— Yo... Mire, es que...— se sintió tan nerviosa al verla parada frente a ella, con
la mirada fija, mientras se mordía la parte interna de la mejilla, se sintió de
repente intimidada, nada que ver con la seguridad que había mostrado en el
comité, se apresuró a continuar para no hacer más incómodo el momento — solo
quería decirle que todo está controlado y aclarado con el cuartel. Le juro que
jamás volverá a escuchar algo como lo que oyó.

Marcela asentía y la mirada con los brazos en jarras,por debajo de su traje gris
abierto. Era una imagen divina. Se veía dominante y sumamente atractiva.

— Entiendo, Beatriz. Bueno, espero que ahora sí ellas cumplan su palabra...


¿algo más?

No dijo nada más. Beatriz entonces advirtió que no habría respuesta. Se pegó
una cachetada mental por dejarse llevar por su arrebato.

— No, nada más — su molestia era evidente. Eso último lo soltó con desdén—
Permiso—.

Se giró para ir a su oficina, pero entonces un toque en su hombro la hizo


detenerse de repente. Sintió que la sangre de su cuerpo se arremolinaba en su
rostro al escucharla con esa voz tan suave.

—Beatriz, espere— dijo Marcela deteniéndola, quitó la mano del hombro de la


presidenta cuando está de giró y pudo notar el rubor en sus mejillas. En el fondo
se sintió victoriosa. Era bueno que sintiera lo mismo que le produjo la noche
anterior y más bueno era aún, el ver que a Betty sí le afectaba su cercanía.

—Doña Marcela...— Betty no sabía qué decir, estaban más cerca que nunca
antes, estaba nublada, apenas si podía sostenerle la mirada.

— Beatriz, mi palabra sigue en pie. ¿Somos un equipo?— Marcela no estaba


hablando, su voz era tan baja al tenerla cerca, que por poco podría ser un
susurro. De repente sonrió al dejar al aire esa última pregunta.

Beatriz se sintió cautivada. Era todo, el espacio, la cercanía, esos ojos brillantes
de picardía, esa voz... Asintió y dejó asomar una ligera sonrisa mientras
respondía.
— Sí, doña Marcela, somos un equipo.

Marcela arrugó la nariz y volvió a sonreír, esta vez, más abiertamente.

—Okay, nos vemos después — volvió a tocarle el hombro. En realidad estaba


atrapada, no controlaba del todo sus movimientos, sus impulsos, fijarse
nuevamente en esos labios no ayudaba. Perderse un poco y probar esa boca
pasaba de ser un absurdo a un deseo. Se mordió el labio, se dió la vuelta y se
fue. Necesitaba controlarse.

Beatriz quedó en el mismo sitio por un buen tiempo. Intentaba asimilar todo lo
que acababa de pasar. No lo entendía, no sabía cómo ni por qué tan rápido es que
la situación se estaba tornando tan diferente. Respiró varias veces y se tocó lad
mejillas para ver si el sonrojo por fin había pasado. Inmersa en sus pensamientos
se fue a su oficina, donde una expectante Catalina la esperaba.
En cuanto entró, Catalina supo que algo había pasado. No algo malo, porque
entró emanando una energía sumamente fuerte, muy alta. Es como si Marcela la
hubiese puesto de mejor ánimo.

— Qué pena, doña Catalina, es que doña Marcela y yo teníamos que hablar lo
del cuartel— no miraba a Catalina a la cara, pero sus movimientos para todo
eran sumamente ágiles y precisos y eso lo notaba muy bien la relacionista.

—No se preocupe, Betty, no se demoró nada ¿Cuénteme qué le dijo, Marcela?


— preguntó con entusiasmo, necesitaba saber más en qué andaba ese par.

— Nada, pues le dije que ya todo estaba aclarado y que no se preocupara más
por las habladurías del cuartel por eso no iba a volver a suceder...
— ¿Y sobre la propuesta? Sobre ustedes ... Como equipo de trabajo — cuestionó
con toda la intención.
Betty de repente le esquivó la mirada y fingió buscar algo en la pantalla de su
computador. Era tan evidente que la ponía nerviosa, se delataba sola. Catalina
sabía que algo había sucedido, si no, Betty no estaría así.

— Pues me dijo que seguía en pie su palabra, la verdad... Me sorprendió muchos


yo pensé que se iba a ir sin darme una respuesta — al decir lo último sonó
naturalmente emocionada y Catalina lo confirmó. Algo estaba pasando con ellas.
Su intuición no le falló, nada era producto de su imaginación, pero vio que Betty
aún no estaba preparada para hablar de eso. Es más, juraría que ninguna estaba
siendo plenamente consciente de lo que les estaba pasando.

Betty y Catalina terminaron de ultimar detalles sobre el lanzamiento y la


relacionista de despidió para ir a enfrentar a Marcela, aprovecharía para ver qué
información podía obtener con ella o al menos observar si también estaba en la
misma sintonía que Beatriz.
Lectura de cartas

Marcela estaba sentada en su escritorio, sentía una energía vital que corría por su
cuerpo. Era como si de repente el estrés de los últimos días se hubiese esfumado
y le diera paso a cierto sentimiento de euforia que la hacía sentir renovada.
Acaba de tocar a Beatriz, deseó besarla y estaba tan confundida con esos
arrebatos suyos, se desconocía totalmente. No le parecía creíble todo, no se
sentía preparada para aceptar que ella, precisamente ella... Tal vez, le gustaba...
Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Invitó a seguir y
Catalina pasó.

— Hola, Cata. Siéntate— le sonrió y le señaló la silla.

La conversación no fue la más agradable. Marcela encaró a Catalina para ver


hasta qué punto sabía todo lo que había pasado. Sin embargo, Catalina no soltó
media palabra, ni afirmó ni negó qué sabía. Pero tranquilizó a Marcela, aunque
tuviese en sus manos una bomba informativa, ese no era su estilo, esa no era su
forma de trabajo.

— También quiero dejarte algo claro, Marcela— esto se lo dijo aún con más
seriedad, Marcela solo asintió — evidentemente te habrás dado cuenta que Betty
no es la misma que conociste y me alegra mucho verla donde está ahora, no solo
por su presidencia, que además era lo más justo, también la persona que ahora
es. Yo sé quién es Betty y conozco su trabajo, su tenacidad, su fuerza y ojalá,
deseo realmente, que su equipo de trabajo funcione. Lo que sí, Marcela, es que
espero que no le hagan más daño aquí y me refiero a lo personal — no titubeó
ningún segundo y alzó las cejas al mencionar las últimas palabras.

Marcela sintió un vacío en su estómago ante las últimas palabras, pero reaccionó
rápidamente. No había nada realmente, simplemente miradas e interacciones sin
importancia, así que no debía temer.

— No entiendo bien a qué te refieres, Cata. Pero sí te digo algo, perfectamente


Beatriz misma se ha encargado de dejar en claro que no es la misma, que es otra
mujer y por mi parte puedes estar tranquila, no tengo ninguna intención, además
eso me perjudicaría como accionista de esta empresa— le respondió con
tranquilidad.

— Eso espero, Marcela. Y bueno, yo debo irme— se levantó de la silla y se


dirigió a la puerta,pero soltó unas últimas palabras antes de salir— Marcela, a
veces ganamos más cuando soltamos que cuando nos aferramos... Cuídate
mucho.

Salió de allí con una sonrisa en los labios. Le sorprendió mucho que no hiciese
comentarios negativos hacia Beatriz, solo estuvo tratando de evitar que ella
sacara a la luz todo. Indudablemente lo que sea que estuviera pasando, estaba
dando pasos rápidos.

_--------------
Llegó la hora del almuerzo y aunque Beatriz quiso evitarlo, no pudo. Se
reunieron con el cuartel y pidieron almuerzo del corrientazo a la sala de juntas.
Fue entonces cuando Freddy llegó con los almuerzos que Aura María pilló sin
querer la foto de Beatriz con Michel en su cartera y bueno, ya una vez generada
la curiosidad del cuartel, lo mejor era saciarla. Les contó todo, incluído su
proceso de transformación y cómo conoció al Adonis que aparecía tan cariñoso
con ella en aquella foto. El cuartel escuchó cada parte de la historia y terminaron
llorando. Era como un sueño, una fantasía. Terminaron el almuerzo, la verdadera
razón que las había reunido ya empezaba.

Mariana le pidió a Beatriz tranquilidad, tratar de despejar su mente y respirar,


concentrarse en el ahora. Puso la baraja frente a Beatriz, le pidió que la partiera
en tres y eligiera uno de los montones. Beatriz eligió el de la mitad. Así Mariana
empezó a desplegar el destino frente a sus ojos.

La cara de Mariana era de continua sorpresa.


—Uy, Betty, vamos a ver... — seguía desplegando y acomodando las cartas. Ya
tenía claro que había una mujer en ellas, pero no sabía hasta qué punto podría
exponerlo, así que antes de empezar a hablar decidió referirse a ella como
"persona".

— Hable a ver que nos tiene con una intriga, mija— dijo Aura María
emocionada.

— Uy, sí, Mariana, hable que nos tiene en ascuas con la cara que puso— Sandra
estaba casi inclinada sobre la mesa para tratar de descifrar las cartas.
— Ay, ya, qué sirirí el de ustedes. Esperen que las cartas se interpretan.

— Pero debe haber algo muy bueno, porque hace rato a usted no la sorprendía
una tirada— le dijo Sofía.

— Bueno, ya, muchachas , vamos a calmarnos, por favor — terminó de ordenar


y le dió una nueva repasada a lo que allí aparecía e inició.

— Ay, Betty, mire, está línea de cartas de arriba es su pasado, lo que muestran
las cartas es que hubo un amor muy grande en su vida. Ese que la cambió,
bueno, eso no es nada nuevo, eso yo ya se lo había dicho. Pero también veo que
dejó mucho dolor en usted y que hay muchas cosas por aclarar y por decirse
entre los dos— la miró con cara de pena. Betty solo respiró y se acomodó en la
silla.

— Ese fijo es don Armando, mija, por eso le hizo cacería el otro día que salimos
— dijo Aura María seria.

— Pues sí, yo creo que sí, aunque no entiendo qué hay que aclarar, para mí todo
está muy claro— dijo Betty un tanto nerviosa.

— Vea, Betty, tal vez hayan cosas que usted no sepa, pero eso sí, las cartas dicen
que esas cosas van a salir a la luz y pues Betty, él no la olvida, mire esta carta —
la señaló — la piensa mucho, pero está sólo, es un hombre solitario...
—Ah, no, entonces no es don Armando porque él sigue con doña Marcela—
replicó Bertha— además ese solo, jamás, siempre tiene de dónde echar man...—
se fue callando al ver cómo todas la miraban.

— Ay, Bertha usted sí es imprudente — le dijo Sofía.

— Tranquilas, muchachas, yo más que nadie lo conozco, así que eso no sería
raro— interrumpió Betty.

— Pues yo no estaría tan segura, yo creo que sí es él. Porque es la historia de lo


que pasó entre ustedes aquí reflejada. Pero vea, Betty, es mejor que las cosas se
aclaren, porque si no lo hace, eso la va a atormentar en el futuro.

— ¿cómo así? — preguntó Betty extrañada.

— Vea, Betty, esta otra línea de cartas es su presente. En su presente, veo mucho
éxito, pero también algunos conflictos del pasado que no terminan. Pero, por
otro lado Betty ...— su tono de voz de pronto se tornó emocionado y de
expectativa, Betty la miraba sin entender — esta carta de aquí habla del amor,
del amor genuino, es más, esta carta no le salió la última vez ,esta carta sale
cuando esa persona realmente será con quién uno compartirá gran parte de su
vida. Yo veo aquí mucho amor.

El cuartel empezó a gritar y a celebrar, era una algarabía completa, no paraba de


reír y celebrar.

— Ese mínimo es el francés que le va a proponer matrimonio — dijo Bertha.

Todas rieron y Mariana les pidió silencio, sin faltaban cosas por decir.

Beatriz estaba tratando de procesar tanta información, ataba cabos, pero no


quería apresurarse.

— Bueno, Betty, sigamos— le señaló la carta siguiente— es importante que


usted entienda que esta persona tal vez no esté pasando por el mejor momento de
su vida, es una persona que tiene una gran tristeza en su interior, es fuerte, ella...
Esa persona tiene una tenacidad impresionante, pero la vida le ha dado golpes
muy duros y usted va a empezar a ser para ella un poco de luz, usted le va a
empezar a llenar ese vacío que esa persona tiene— Mariana miraba a Betty a los
ojos, como queriendo decirle que ese "ella" era porque era una mujer, Betty no
lo entendía muy bien o lo fingía y acomodaba sus gafas.

— Vio, mija, es don Armando, ese no la va a dejar en paz, vea que él perdió la
presidencia, cancelaron el matrimonio...

—No, Aura María, no es él, se lo digo yo— la cortó Mariana — ¿Será que me
dejan terminar?

— Perdón, mija, pero es que está emocionantísimo— río Aura María y luego
hizo silencio, expectante ante tal lectura.

Mariana continuó y notó que Betty ahora estaba mucho más conectada en la
lectura, más interesada quizás.

— Ahora, Betty, tiene que entender algo. Este presente suyo va a definir su
futuro, según la decisión que usted tome. Porque el destino está en sus manos,
amiga. Aquí hay claro que usted también amará mucho a esa persona, que es
como un amor libre, Betty, sin pretensiones, sin mentiras... Aquí hay alguien que
va a permitirle a usted sopesar la situación y va a abrirle un camino para que
usted tome una decisión definitiva. Es alguien que viene con posibilidades para
usted, pero como le digo, la decisión y el destino de ese amor, está sólo en sus
manos.

— uy, Betty, pero deje uno, mija— dijo Aura María— qué tal ese montón de
triplepapitos que tiene comiendo en la mano.

— Ay, Aura María, por Dios, usted sí qué cosa.


— Ay, no, Inesita, es que a mí sí me alegra que nuestra amiga vea eso, que hay
muchos hombres que desean estar con ella, tenerla a su lado, no como el idiota
de don Armando.
— Bueno, Betty, eso es todo. Las cartas hablaron, ya está en sus manos lo
demás.

Betty estaba sumamente pensativa. Respiraba y miraba a la nada. Era la


posibilidad de todo, era tan claro todo que sintió que estaba atrapada en un sueño
y que pronto despertaría, pero no fue así, estaba inmersa en su cabeza. El cuartel
la aterrizó de vuelta en la realidad.

— Ole, mijaaa, fue que se quedó pensando en el francés o qué — la sacudió


Sandra de sus cavilaciones.

Se rió con ellas y habló por fin.

— Pues no sé, muchachas, son muchas cosas, don Armando, Michel... — tuvo la
intención de mencionarla, pero cayó en cuenta de dónde estaba y de lo
prematuro que era hacerlo— Bueno, muchachas, ya vámonos a trabajar que es
tarde. Además tenemls mucho qué hacer.

— Betty, mija, no se le olvide firmarme los cheques de los viáticos para


pasárselos a Sandra— le recordó Aura María.

Salieron todas de sala de juntas hacia sus respectivos puestos de trabajo. Beatriz
se fue a su oficina, se tomó unos minutos, encerrada en el baño de su oficina y
mirándose al espejo, para poder procesar la bomba que acababa de soltarle
Mariana.
Pero no pudo quedarse mucho tiempo, la voz de la morena la llamó a través de la
puerta, Betty espabiló y se apresuró a salir.

— Mariana, cuénteme, ¿Pasó algo? — dijo mientras se dirigían hacia el es


escritorio.

Mariana la miró y alzó las cejas.

— Betty, pasan muchas cosas, quiero que hablemos de algo... Es algo que salió
en la lectura y que no sentí que debía decir delante de todo el cuartel...
La Emperatriz

Mariana y Betty tomaron asiento, una en la silla de presidencia y la otra, del otro
lado del escritorio.

— Vea, amiga, yo primero que todo le quiero pedir disculpas porque no sé hasta
qué punto esté siendo atrevida con su intimidad. Pero Betty, pues al fin y al cabo
usted debe entender que en la lectura de cartas una se da cuenta de cosas y pues,
es como un libro abierto sobre la persona.
Betty se asustó, pero entendía a qué se refería Mariana.
— Mariana, tranquila, cuando accedí a la lectura de cartas era porque no tenía
nada que ocultar. Además, yo confío en usted y sé que usted jamás me diría
mentiras o algo por el estilo. Vea lo que pasó con don Armando, usted me lo dijo
mucho antes...
— Pero no se lo dije todo, Betty y no sé hasta qué punto pueda decir si me
equivoqué en ese momento o si lo hice bien, yo solo me dejo guiar por mis
ancestros...
— ¿Cómo así, Mariana? Por favor, hable...

Mariana sacó una carta, una carta que Betty vio en la lectura de hace un
momento, la miró y luego le hizo cara a Mariana de "no entiendo". Mariana
respiró.

— Betty, esta carta usted la vio ahorita, pero no es la primera vez que sale.
Aquella vez en el corrientazo también salió. Pero salía un tanto lejana, como una
posibilidad en el futuro. Esta carta es la de la emperatriz y es la carta que más
resalta de su presente. Así que las decisiones que usted tomó la llevaron a este
destino. Esta carta representa a una mujer —Betty se enderezó y miró a Mariana,
sintió un poco de temor— tranquilaaa, Betty— le tomó la mano — amiga, solo
estamos las dos aquí y solo lo sabemos las dos, no se preocupe, yo no voy a
decir nada, si no fuese así, habría explicado todo delante del cuartel...

Betty la miraba con un poco de angustia.

— ¿Usted está segura, Mariana? Es que no... No sé, todo es tan... Tan confuso...
— Tan segura que va a tener que calmarse y dejarme terminar.

— ¿Hay más? — dijo con los ojos como platos.


— algo más — sonrió Mariana — amiga, ella viene a equilibrar su vida, a
ponerle orden a sus emociones, a sus sentimientos. Ella viene a cerrar ese ciclo
de transformación que usted tuvo. Es quien dará paso final a la Betty anterior y
terminará de renacer a esta nueva. Esa mujer, Betty, le va a enseñar lo que es el
verdadero amor. Y yo sé, Betty, que usted sabe quién es esa mujer, usted la
conoce y por eso está así.

— Sí, sí la conozco, creo saber quién es— admitió Betty con el estómago
tensionado.

Mariana le sonrió.

— Pues amiga, pilas, porque ella no está pasando por el momento, cómo le dije,
está muy triste. Pero la piensa. Veo aquí que es una mujer un poco mayor que
usted, es elegante... En fin, usted ya lo sabe y eso es importante, porque además ,
amiguita, usted debe finiquitar todo con dor Armando, las cartas ya le dicen que
lo que pasó es eso, pasado, ahí no hay nada más. No dejé que el destino se le
tuerza, no permite el desequilibrio, Betty, luche contra ese sentimiento que tiene
hacia él y siga adelante, porque algo mucho mejor está por venir. Eso es todo,
amiga.

Betty se levantó de su silla y rodeó el escritorio cuando Mariana de puso de pie.


Le dio un abrazo fuerte de agradecimiento y se lo expresó con palabras.

—Gracias, Mariana, gracias de verdad por todo, por todo y por su prudencia,
usted se merece lo mejor de este mundo.

Mariana correspondía al abrazo de Betty y se llenaba de esa bonita energía que


emanaba.

Se despidieron y cada una se dedicó a sus labores durante el resto de la tarde.


La cita II

Beatriz estaba terminando su trabajo en Ecomoda cuando Nicolás ingresó a la


presidencia para que se fueran a su casa. Le pidió que lo dejara manejar el nuevo
carro, pero sus planes fueron interrumpidos cuando Aura María llegó a
notificarle que el chófer del doctor Daniel Valencia había llegado a recogerla. Le
dijo que a Nicolás que se fuera para la casa, que iría a cumplirle la cita a Daniel
Valencia, al fin y al cabo, era una cita de negocios y no podía tomarse tan
fácilmente la libertad de rechazarlo, suficiente con lidiar con todos. Llamó a
Aura María para que le pidiera la dirección y le informara que ella llegaría al
lugar indicado.

Sin embargo, Betty no contaba con que Armando y Mario oirían el intercambio
de palabras del chófer con la secretaria de presidencia. Al escuchar el nombre
del restaurante, los sentidos de alerta de Armando se despertaron, eso no era una
reunión casual de negocios con la presidenta de Ecomoda. Los celos y la ira lo
invadieron, de solo pensar que aceptara si quiera reunirse con su enemigo
acérrimo después de lo mal que siempre la trató. No podía quedarse de brazos
cruzados sabiendo que se iría por mucho tiempo y que Daniel perfectamente
podría empezar a cortejarla, teniendo el camino libre. Se fue a la salida de
Ecomoda, otra vez estaba dispuesto a seguirla.

Betty salió de su oficina y ya no había rastro de casi nadie. En ese momento


volvió a cruzarse con Marcela, que iba rebuscando algo en su bolso, mientras
también se dirigía al ascensor. Apenas se miraron, sonrieron un poco. Entraron
las dos en el ascensor, lo que sea que Marcela haya estado buscando, lo olvidó.

Estaban separadas a penas por un palmo. Ninguna hablaba, trataban de


esquivarse, de no mirarse, pero se sentían. Fue Betty quien dio el primer paso.
- Doña Marcela, ¿Le parece si nos vemos mañana para evaluar el plan de
trabajo? - tenía el rostro girado hacia ella. A Marcela le pareció que quería
guardar esa imagen en su memoria por mucho tiempo, atesorarla como una
muestra de belleza pura. Lucía hermosa de perfil, con la tenue luz del ascensor y
ese coqueto mechón acariciándole la mejilla. Sonrió y le respondió.
- Sí, claro, ¿Le parece bien a las diez de la mañana? Es que antes debo ir a llevar
a Armando al aeropuerto y aprovecho para pasar por el almacén del centro.

Beatriz sonrió y asintió.

- Perfecto, mañana a las 10 está bien.

Salieron al tiempo hacia sus respectivos autos que estaban parqueados uno junto
al otro. Marcela ya se había enterado de la nueva adquisición de la presidenta
porque Patricia se lo contó. No le dio mucha importancia en ese momento, pero
ahora aprovechó y le dijo en voz alta antes de abrir su puerta.

- ¿Ese es su nuevo carro, Beatriz? - su rostro denotaba una auténtica tranquilidad


y alegría.

Betty sonrió y quitó los seguros con el mando del carro, al abrir la puerta le
respondió.
- Sí, así es- le sonrió mientras ponía las manos sobre el techo y apoyaba su cara
en ellas. Se veía adorable y sonreía de manera coqueta. La conversación con
Mariana la hacía sentir que podía comportarse de esa manera.

Marcela la miraba con gracia.

- Pues la felicito, es muy bonito, ese color le sienta muy bien - se giró para abrir
su carro, pero entonces cayó en cuenta que no había sacado las llaves. Rebuscó
nuevamente en el bolso y se dio cuenta que no las traía. Betty lo notó y decidió
que era mejor irse.

- Hasta mañana, doña Marcela - le dijo y Marcela volteó un tanto distraída para
despedirse.
- Hasta mañana, Beatriz- respondió mientras se devolvía a Ecomoda.
Beatriz no prestó más atención y se subió para ir al encuentro.
Desde el otro lado de la calle, Armando veía aquel extraño cruce de palabras
entre ellas, le pareció extraño, pero no le prestó mucha atención. Tenía un
objetivo y no podía desviarse.
Cuando Marcela entró nuevamente a Ecomoda tocó el bolsillo de su chaqueta y
sintió las llaves. Se reprendió mentalmente por ser tan dispersa, pero debía
admitir que Betty le estaba robando la atención, antes de salir vio a través de la
ventana como las luces de un carro que ya conocía se encendían y emprendían el
camino que hace poco había tomado Beatriz.
Sintió que todo se le bajaba a sus pies. Imaginó miles de escenarios es un
microsegundo y apenas reaccionó corrió a su auto. No podía ser que nuevamente
Armando estuviera tras de Beatriz. Encendió el motor y arrancó en la misma
dirección que los demás.

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Beatriz llegó a Volterra, estacionó y se dirigió al interior del restaurante. "Vamos
a ver qué quiere, doctor Valencia" se dijo mentalmente. Preguntó y le indicaron
dónde estaba el accionista.

Se dió una palmada en el hombro cuando el doctor Valencia no pudo evitar


hacerle comentarios por llegar tarde. Y a medida que avanzaba la incómoda
cena, se dio la razón. Ese hombre solo quería retarla, usaba el juego de la
pedantería, de la arrogancia, era un tira y afloje, por cada alabanza, diez puñales.
Salió tremendamente victoriosa ante él, incluso, pudo haberse reservado el
decirle que el billete que dejaba era para el mesero, pero no se quería perder la
satisfacción de verle la cara de amargura. Tanto tiempo y tantos encontronazos y
Daniel Valencia nunca aprendió que Beatriz siempre iba un paso adelante. Para
Beatriz fue una victoria y, para él, simplemente un desastre. No podía negar que
le parecía tremendamente atractiva, podía quedarse toda la noche en una eterna
disputa con ella, en un interminable debate sobre cualquier tema, pero aún así,
eso no la satisfacía, se aburrió de su mayúsculo (o tal vez minúsculo) ego de
intelectualoide.

Betty se encaminaba a la salida del restaurante con una sonrisa triunfante, pero
con enorme afán de llegar a su casa. Pero alguien apareció en su camino.

Mientras tanto, Marcela acaba de estacionar su auto en un parqueadero interno


del restaurante contiguo al ver que Armando había ingresado a Bonterra. En
cuanto llegó a la entrada del lugar pudo ver el auto de Beatriz y pensó lo peor.

-¿Será que tienen una cita?- pensaba y comenzó a rascarse la cien mientras
observaba a su alrededor. Cuando vio el auto de su hermano ya no supo qué
pensar. Era una locura todo. El anfitrión del restaurante la reconoció y se le
acercó.
- Señora Valencia, ¿Le puedo ayudar en algo?

Marcela apenas si lograba hilar ideas , se sintió en blanco, no sabía qué hacer.

- Hola, sí, ¿Mi hermano está adentro?


El joven asintió.
- Sí, señora. Se encuentra con la presidente de Ecomoda. El doctor Armando
también está aquí, pero no está con ellos...

Al menos no era una cita, por lo visto. Entonces vio como Beatriz iba a salir,
pero Armando se interponía en su camino.

- Hágame un favor, quiero una de las mesas de afuera y un whisky, la mesa más
oculta. No quiero que me vean - le dijo con seriedad.

El anfitrión asintió y emprendió el camino, Marcela trataba de ocultarse ,


aprovechando la altura del joven. Hasta que llegaron a la mesa que quedaba justo
tras una columna y tras las persianas de madera que servían de fachada al
restaurante. Desde allí pido observar todo, pero no escuchó nada.

Su corazón latía demasiado rápido, su mente iba a mil por hora. Tenía nervios,
rabia, dolor. Pero sus ojos no podían separarse de esa escena.

Puso observar cómo Armando estaba tenso, lleno de ira y sus movimientos eran
de reclamo. La cara de Beatriz era de sorpresa y luego de evidente molestia. Le
respondía con desdén y Marcela no sabía cómo interpretarlo. Armando seguía
haciendo gestos, algo le decía sobre la cabeza y Beatriz solo lo miraba y habla a
con contundencia.

Marcela estaba tan concentrada que no siquiera agradeció el whisky, solo le dió
un trago y siguió observando la escena. Estaban en una discusión, era evidente.
Quiso morirse cuando vio cómo Beatriz tomada del brazo a Armando y lo
arrastraba hasta la barra, hasta que entendió la razón. Daniel salió y Beatriz
quería evitar que los vieran o quizás quizás un desastre. Eso le complicó la
visión. Solo podía ver a Armando hablándole, con una cara y expresión que ella
conocía. Era la expresión de enamoramiento de Armando, era la cara que le
hacía en aquellos primeros años de felicidad donde quedó atrapada y eso la
hería. Cada gesto y expresión siguiente eran como cuchillos que le arrancaban la
piel a tiras. Sus ojos inevitablemente se llenaron de lágrimas y empezaron a
brotar y ojalá hubiese parado todo ahí, pero no, vio como Armando se acercaba a
ella con la clara intención de besarla y, entonces, el rostro de Beatriz se asomó
de perfil en claro rechazo de aquel gesto. Su corazón se detuvo, sintió que le
faltaba el aire, pero siguió torturándose mientras se limpiaba las lágrimas con el
dorso de la mano. Observó cómo él se alejaba y le decía algo antes de marcharse
definitivamente de allí. Salió furioso, con pasó enérgico, se montó a su carro y
arrancó con fuerza. Estaba tan abstraída mirándolo que no se fijó en lo afectada
que estaba Beatriz por esa cercanía.

Beatriz estaba vulnerable, quería llorar, quería salir corriendo y esconderse, dejar
de sentir y sentir. Salió del lugar y se dispuso a esperar que le trajeran su carro.

Marcela, en realidad, ya no estaba consciente de nada de lo que sucedía a su


alrededor, estaba entrando en un ataque de ansiedad y como autómata sacó un
billete de su cartera, lo dejó sobre la mesa, se bebió el whisky que quedaba y
salió de allí. Al terminar de bajar las escaleras vio a Beatriz de espaldas con el
celular en su oído, justo cuando el suyo empezaba a sonar.

-Beatriz...
Empatía

Beatriz sintió un vacío en su estómago al oír esa voz detrás suyo. Volteó
rápidamente mientras bajaba el celular de su oreja y constantó que era real.
Marcela Valencia estaba frente a ella, con los ojos llorosos y la mirada turbia.

- Doña Marcela, ¿Qué hace aquí? - le preguntó rápidamente, se llevó una mano a
la frente - yo, le juro que no sabía que él iba a llegar, fue su hermano quién me
citó y...

- Lo sé, lo vi todo- y ese "todo" le dolió tanto que tuvo que contener las ganas de
llorar y reprimir el sollozo. No iba a llorar delante de ella.

Betty cerró los ojos y se sintió demasiado mal. Los abrió y la miró, al final ella
había logrado controlarse, no dejarse llevar e incluso estaba a punto de llamarla
para decirle que necesitaba hablar. Había decidido hacerlo en ese instante,
porque no sabía si al despertar al día siguiente cambiaría de decisión.

- Justo la estaba llamando para cumplir mi promesa ...


Marcela se mordía la parte interna de la mejilla para contenerse. Su mirada iba a
ella y a puntos inconexos a la vez. Su corazón dolía, latía muy rápido, la crisis
estaba desbordándola y quería huir, pero sus pies no le permitían moverse. En
ese momento llegó el carro de Beatriz y tuvo que girarse a recibir las llaves.
Cuando volteó nuevamente, Marcela respiraba de manera agitada y tenía los ojos
cerrados. Beatriz se acercó.

- ¿Está bien? Doña Marcela¿Le pasa algo?

Marcela abrió los ojos y la miró, sentía que iba a morirse, no podía controlarse,
apenas si podía hablar.

- No... Sí, yo me voy... - Pasó rápidamente al lado de Beatriz y aunque quería


correr no podía, podría desmayarse.

Beatriz la alcanzó y la tomó del brazo, era evidente que no estaba bien, se veía
pálida y temblorosa.

- espere, por favor - logró detenerla y se puso frente a ella - usted no está bien,
míreme - trató de buscarle la mirada, pero ella la rehuía - ¡míreme, por favor! - le
ordenó y Marcela obedeció.

Betty hubiese querido en ese momento tener la forma, la manera de erradicar la


tristeza y el miedo que se evidenciaba en aquellos ojos casi verdes. Sintió que
algo en su interior se removía al fijarse en el vacío que había en ellos, quiso
sentir su tristeza, robársela, para que nunca más nadie la viera de ese modo. Sólo
atinó a cogerle una de sus manos y las sintió heladas, un frío que iba más allá del
natural de las noches bogotanas.

- Beatriz, no... Quiero irme- le dijo con un hilo de voz mientras sentía el calor de
la mano de la presidenta.

Betty negó con su cabeza, estaba empezando a sentir ganas de llorar.

- No, lo siento, pero no, usted no puede irse así - le tomó la otra mano y
constantó que estaba igual de fría, las guardó entre las suyas para tratar de
calentarlas - mire cómo está, yo no voy permitir por nada del mundo que usted
se me vaya de esta manera, no me lo perdonaría...

Marcela no quería mirarla más. Sentía vergüenza y tristeza de que tuviera que
ella, precisamente ella, estar ahí y verla en ese estado tan lamentable.
- déjeme ir, por favor, yo pido un taxi , pero déjeme ir- en ese momento sólo
miraba cómo las manos de Betty hacían presión y calor sobre las suyas.

- Nada de eso, yo la llevo.


Y sin más, la tomó de una mano para conducirla al auto. Marcela quiso negarse,
pero no podía, estaba atrapada y tan vulnerable que ni siquiera tuvo fuerzas para
negarse una vez más.

Beatriz la condujo hasta la puerta del copiloto y la abrió, la invitó a pasar.


Cuando Marcela se sentó sintió cómo el olor de Beatriz le inundaba las fosas
nasales, fueron unos segundos de desconexión mientras ella entraba al auto.

Beatriz se sentó y se puso el cinturón mientras hablaba.


- Si quiere me dice en qué sector vive y cuando estemos allí me indica cómo
llegar a su casa - puso el auto en Marcha y arrancó.
- En Santa Ana, por la séptima - respondió Marcela poniéndose también el
cinturón, sus movimientos eran lentos.

- Perfecto - un semáforo en rojo ayudó a qué Betty pudiera mirarla.

Marcela estaba viendo al frente, con su cartera en las piernas y los brazos
cruzados sobre su pecho, aprovechó y en un movimiento rápido se estiró un poco
para abrir la guantera, sacó una botella de agua y cerró el cajón. Se la ofreció a
Marcela, con una sonrisa comprensiva, y la gerente estaba un poco sorprendida
con aquella cercanía, solo la recibió mirándola un momento a los ojos.

- Gracias - musitó en voz baja.

Betty siguió su camino, miraba al frente y de vez en cuando miraba a Marcela


con el rabillo del ojo. Era como si estuviese en piloto automático, bebía sorbos
de agua y mantenía su vista fija por mucho tiempo, pensando, se le notaba que
estaba pensando en muchas cosas.

- ¿Quiere escuchar música? - preguntó Beatriz de la nada para ver si la sacaba


del pozo sin fondo al que le conducían sus pensamientos.

- ¿Ah? Eh, no, no sé¿Usted quiere?- preguntó Marcela saliendo de sus


maquinaciones. Estaba muy distraída, casi abstraída de la realidad.

- sí, hoy descubrí que me gusta escuchar música mientras conduzco - comentó
Betty con serenidad. En realidad era tan tenso todo, pero ella debía mantener la
calma y la cordura mientras llegaban a la casa. No era buena anfitriona, no sabía
qué decirle, así que solo se le ocurrió eso.

- Sí, está bien- Marcela sonrió ante el absurdo presente que tenía. Se distrajo un
poco de sus pensamientos - ¿La pongo? Digo, pues usted está conduciendo y yo
solo aquí...

- Sí, por favor - respondió Beatriz con la vista al frente.

Marcela encendió la radio. Inmediatamente empezó a cargar un CD que estaba


puesto y los primeros acordes inundaron moderadamente el interior del carro. En
ese momento supo que escuchar esa canción dolería. Cerró los ojos para tratar de
apaciguar las emociones que se le atoraban en la garganta y escuchó las primeras
palabras indemne. Pero en la segunda, el nudo no quiso ceder y dos lagrimones
enormes brotaron de sus ojos aún cerrados.

Tenés que comprender que no puse tus miedos


Donde están guardados
Y que no podré quitártelos
Si al hacerlo me desgarrás

Se permitió sentirlo y dejar que brotara. Beatriz vio el momento en que aquellas
lágrimas se escurrieron por sus mejillas y sintió que le ardía la sangre. Esas
lágrimas tenían un nombre, ese dolor tenía un autor, un culpable. El mismo
hombre que amó, que amaron, que aún a ella lograba debilitarla. Mirarla a ella
era recordar aquella vez que encontró esa carta y sintió que el mundo se le vino
abajo. La comprendía, sentía ese dolor como si fuese el suyo, así como también
sentía impotencia por no poder evitar que ella lo amara y padeciera por él. Pero
al final, ella también sintió eso. Sufrir el amor de Armando Mendoza era una
constante que debía terminar.

Una lágrima reprimida se le escapó a Betty mientras divagaba en su cabeza, la


limpió sutil mente con la mano y respiró profundo. Miró a Marcela que tenía la
cabeza girada, obviamente no quería que la viera llorar, pero las sacudidas de su
pecho producto del llanto la delataban.

- Ya estamos en Santa Ana...

Marcela lo sabía, pero no quería hablar para que no se le saliera el llanto. Tragó
saliva y habló.

- Dos calles adelante, a la derecha y luego hasta el fondo - logró que le saliera
medianamente natural.

Betty siguió las indicaciones hasta que llegó al final de la carretera donde un
imponente edificio se vislumbraba.

- Creo que llegamos- dijo Betty mientras paraba y apagaba el carro.

Marcela miró el edificio, había llegado la hora de enfrentar su realidad. Suspiró


profundamente y luego volteó a ver a Beatriz, que tenía una sonrisa
tranquilizadora.
- Gracias - le dijo mientras parapetaba una sonrisa con el poco ánimo que le
quedaba.
- Gracias por permitirme traerla- le respondió Betty.

- Entonces gracias por insistir - se desabrochó el cinturón y tomó su bolso del


regazo - hasta luego, Beatriz.

- Descanse, por favor, no olvide que nos veremos mañana - le dijo Betty
mientras veía como Marcela acomodaba su bolso.

Marcela pudo haberse bajado sin más, pudo decir un "por supuesto" y marcharse
a enfrentar el infierno con Armando, pero un deseo irrefrenable de su corazón la
detuvo y ella simplemente ya no pudo contenerlo, su estado anímico lo pedía, lo
necesitaba. Se volvió en un abrir y cerrar de ojos y envolvió a Beatriz en un
abrazo sorpresivo.

Betty apenas si pudo reaccionar y la correspondió. Cruzó los brazos al rededor


de ella y con un leve apretón pretendió hacerle sentir lo que sentía. Se sintió tan
a gusto ahí, aún con todo lo que había sucedido, que inconscientemente le
acarició un poco la espalda.

Marcela tenía los ojos cerrados y trataba de conservar el aroma de Beatriz en su


memoria, de grabarse en la piel la calidez de su piel y el roce de la misma en su
cuello. Sintió un poco de paz ahí, en tan solo un minuto. Era como un pequeño
Oasis del que tuvo que separarse porque ya era el momento de irse. Se soltaron
pero seguían estando a un palmo. Se miraron a los ojos por un instante y no
dijeron nada. Beatriz se dejó llevar y con su mano le acomodó un mechón de
pelo detrás de la oreja.

- Cuídese mucho, nos vemos mañana - insistió y sonrió.

Marcela asintió y entonces sí salió del carro. Cerró la puerta y se asomó


despidiéndose con la mano.

Beatriz solo pudo cerrar los ojos y soltar el aire.

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Este capítulo me costó un poco porque sentía que eran tantas emociones que me
iba a quedar corta describiéndolas.

Ojalá les guste.


Besos .
Desasosiego

Sabía que Armando ya estaba porque el portero del edificio se lo había dicho.
Estaba recostada en una de las paredes del ascensor mientras ascendía hacia su
apartamento. No sabía por dónde empezar o si quiera, dar la pelea. Estaba un
poco más tranquila, su ansiedad había disminuido un poco, pero seguía presente.
Cuando se abrieron las puertas vio un vaso de whisky sobre una mesa y el saco
de Armando en uno de los muebles.

Dejó su bolso sobre el mueble en el cual estaba la chaqueta de Armando y se


dirigió a la cocina por un poco más de agua. Armando entró a la cocina en ese
momento, tenía una camisilla blanca y un pantalón de pijama, se veía enfadado,
casi como abatido.

— Hola, Marcela— le dijo mientras tomaba asiento.

Marcela estaba recostada sobre la encimera de la cocina con el vaso de agua en


sus manos. Lo miró y soltó un bufido mezclado con risa. De repente le pareció
todo tan absurdo, tan patético.

— Hola, Armando — le dijo mientras se sentaba en el extremo opuesto de la


mesa. La luz era tenue en el lugar y el silencio era absoluto.

Marcela deslizaba su dedo por el borde del vaso y no quitaba la mirada de sus
movimientos. Pasó un rato así. Meditando sobre qué hacer o por dónde empezar.

— ¿Por qué lo hiciste, Armando? ¿por qué fuiste a buscarla? — soltó de repente
mientras clavaba sus ojos en él.

Armando quedó sorprendido. No podía creer que ya Betty le hubiese informado,


no pensó que su amenaza se materializara tan rápido. Definitivamente Beatriz no
bromeaba. Solo le quedó respirar y afrontarlo.

— Betty te contó, ¿No es cierto, Marcela? — le preguntó casi con ironía.

Marcela soltó una risa amarga.


— No, lo vi absolutamente todo. Te vi ahí prácticamente acosándola...

— ¿Tú me estabas siguiendo, Marcela?

Eso le desbloqueó la ira contenida, pero mantuvo la calma. No podía creer tanto
descaro.
— Sí, te seguí cuando me di cuenta que estabas persiguiéndola. Porque
obviamente también vi que ella estaba con Daniel y no contigo.

— Entiendo. Veo que no tengo como defenderme...— admitió cruzando los


brazos sobre su pecho con gesto de resignación.

Era tan claro todo y tan doloroso a la vez. Era el fin anunciado. Ya no había ni
siquiera un afán por disputarse la razón o la culpa. Pensó que no podía sentir más
dolor, pero era mentira, lo sentía, lo sintió, le quemaba, casi la ahogaba. Era la
pérdida inminente.

— ¿Para qué me pediste una nueva oportunidad si me ibas a humillar de esta


manera? — le dijo con un hilo de voz.

Armando agachó la mirada. Se sentía miserable.

— Porque al menos te debía eso. Porque no esperé que ella volviera. Porque tú
me dabas estabilidad, algo seguro ...

Marcela lo entendió entonces. Todo siempre era él. Lo que él sentía, lo que él
quería, lo que él necesitaba. Ella solo era alguien que procuraba llenarlo en vano.
Debía ya doblegar su orgullo y aceptar la derrota. Una vez más.

— Yo quiero parar ya. Es... Tan evidente que no me amas. Es tan humillante,
Armando. Jamás en mi vida pensé que llegaría a este punto por ti. Estaba tan
ciega. Te perdoné, te recibí una y mil veces. Olvidé tus infidelidades y seguí
adelante con el sueño de ser tu esposa...

— Marce, por favor, no lo hagas, no hagas más difícil esto...


— No, Armando. Difícil lo ha sido para mí desde hace mucho tiempo. Desde
que empezaste a alejarte de mí porque te enamoraste de ella. Desde que descubrí
lo que habías hecho con mi empresa, con el legado de mis padres, con el
patrimonio de mi familia. Desde que me confesaste que estabas enamorado de
ella y aún así te recibí nuevamente. Eso sí es difícil. Esto no, esto solo me ha
confirmado lo terca que fui , lo ridícula, al creer que en verdad podías amarme.

—Yo te amé. Te amé mucho... — le musitó Armando mirándola y con voz


suave.

Eso solo pudo hundirla más. La amargura se le atravesó en la garganta como un


mal trago. Sentía que iba a estallar en serio.

— Qué forma tan particular de amar la tuya, Armando Mendoza. Qué idea tan
absurda tienes del amor. Madura, por favor— soltó las palabras lentamente.

Se levantó de la mesa y se fue a su cuarto, a su baño. Necesitaba estar lejos de él


y a solas.

Se desvistió con desgana y se metió a la ducha mientras esperaba que el agua se


calentara. En cuanto estuvo en el punto que quería, se metió allí bajo el chorro y
al sentir como le recorría la piel Soltó un suspiro hondo que no sabía que estaba
conteniendo y lo demás ya no lo pudo detener. El dolor que había estado
ahogando salió en picada por su boca. Lloraba como una niña, su cuerpo se
sacudía por completo y se dejó llevar por el dolor. Era tan real, tan recalcitrante
que apenas si podía mantenerse en pie. Ya no quería ser fuerte, quería esa
libertad de vivir su desconsuelo. Estuvo así mucho tiempo hasta que la
intensidad del llanto fue bajando y apenas le quedaban espasmos. Los ojos le
ardían, la cabeza le dolía y la invadió una terrible sensación de cansancio.
Terminó de ducharse y salió a vestirse. Se puso una pijama negra de una sola
pieza y una bata encima. Cuando salió a su habitación, Armando estaba acostado
de mediolado mirando a la ventana. Quiso irse a la otra habitación y lo hizo. Ya
no quería dormir junto a un muerto.

Armando notó cómo ella lo miró por unos instantes y salió de la habitación.
Cerró los ojos para ver si el cansancio lo vencía y podía conciliar el sueño. Al fi
y al cabo ya tendría dos meses para tomar una decisión y terminar con esa
pesadilla para ella.

Marcela se metió en la cama del otro cuarto y se arropó. Cerraba los ojos
tratando de conciliar el sueño, pero no podía, estaba muy cansada, sí, pero su
cabeza no la dejaba en paz. Muchas ideas la rondaban y una es particular parecía
no irse. Lo pensaba y lo pensaba, sabía que era bueno, tal vez no lo mejor, pero
lo necesitaba, además, estaba en los planes.
Salió de la cama y se fue al estudio. Desde allí arregló todo. Agradeció que le
atendieron las llamadas. Luego, fue a su cuarto, Armando ya estaba profundo.
Buscó una maleta mediana y metió algunas prendas sin prestar demasiada
atención y tratando de hacer el menor ruido posible. Llevó la maleta a su
habitación y luego volvió al estudio para dejar los papeles listos. Ya estaba. No
era más sino esperar el amanecer.

Volvió a la cama y se metió, esperando ahora sí poder dormir sin la


incertidumbre de qué sería al día siguiente. Pensaba en Beatriz, en su cercanía,
en cómo la había tratado, en su sonrisa y su piel. Suspiró. Era mejor estar lejos
por un tiempo y dejar que el dolor pasara. Tal vez eso le ayudaría a entender lo
que les sucedía. Por ahora necesitaba darse un tiempo para sí. Recordó la cita
que tendría con ella al otro día y lo lamentó. Tal vez otro abrazo de ella le
mitigara la pena, pero ya no era posible. Entonces tuvo una idea y volvió al
estudio para hacerla realidad.
Estuvo allí hasta entrada la madrugada y al ver el resultado, se sintió ligeramente
satisfecha. Guardó lo que estaba haciendo y se fue a tratar de conciliar unas
pocas horas de sueño.
El adiós

Betty apenas pudo dormir. Pasó casi toda la noche con Marcela en su cabeza.
Cuando se quitó la ropa para ponerse la pijama, sintió el aroma de Marcela en
ella y tomó el saco rojo para aspirarlo y llenarse de esa fragancia elegante.
Además de eso estaban las palabras de Armando, su promesa de olvidarla. Esa
debilidad que aún le generaba la atormentaba. Se sentía culpable por eso, por
sentir que el corazón le latiera tanto al tenerlo tan cerca. Se prometió empezar ya
a erradicar esos sentimientos y dar paso real a su presente , a ese que Mariana le
había augurado en las cartas. Por eso, en cuanto se levantó, más temprano que
los días anteriores, se fue a Ecomoda.

Como llegó temprano, no se encontró a nadie además de Wilson. Se fue a su


oficina para preparar lo que le presentaría a Marcela y para prepararse para el
encuentro. Eso la tenía ansiosa. Miraba el reloj constantemente.

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Marcela y Armando estaban en el aeropuerto a punto de despedirse para cada
uno seguir su camino. Marcela estaba decidida a permitirse empezar de nuevo.
Por supuesto que estaba triste, por supuesto que el sentimiento de pérdida no la
abandonaba, pero de pronto se sentía renovada y con ganas de enterrar ya todo.

Armando paró para desviarse hacia su sala. Apenas si habían cruzado palabras
durante la mañana y ya llegaba la hora del adiós.

— Marcela, debo irme ya.

— Sí, yo también debo irme ya, Armando— paró y lo miró un momento, lo


amaba tanto y a la vez odiaba amarlo — este viaje es lo único que nos queda,
Armando. Aprovéchalo — le dio un abrazo rápido.

— Espero que también te sirva a ti este tiempo— la Miró con arrepentimiento —


cuídate mucho, Marcela.

— No te preocupes, siempre lo hago— le dio un beso rápido en la mejilla y se


fue. No había más que decir.

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Beatriz tenía todo listo. Las carpetas para las dos ordenadas. Había pedido agua
y café a cafetería y se había retocado un poco el maquillaje. Daba vueltas por la
oficina intranquila y nerviosa. Quería hacerla sentir bien después de la noche
amarga que vivió.

Pasaron unos 15 minutos de la hora acordada y ya no aguantó más, estaba a


punto de salir a preguntarla cuando alguien tocó la puerta. Su corazón se detuvo
hasta que vio quién era.

Freddy entró a presidencia con un sobre en la mano.

— ¿Cómo le va, doctora? — la saludó alegremente.


— Hola, Freddy, bien. Cuénteme.
— No, señora presidenta, vengo a entregarle este sobre que dejó un mensajero
en recepción. Solo tiene su nombre.
Beatriz se extrañó de eso, pero lo recibió.

— Ahhh, bueno, Freddy, gracias — miraba el sobre blanco con una elegante
caligrafía que adornaba su nombre, se le hizo ligeramente conocida.

Freddy se retiró y cerró la puerta. Beatriz se sentó y se dispuso a abrir el sobre


que estaba bien sellado. Desplegó el papel que estaba escrito a mano y comenzó
a leerlo.

Hola, Beatriz

Probablemente cuando esté leyendo esto me esté odiando por dejarla plantada
con la cita que teníamos para evaluar nuestro plan de trabajo. Lo siento mucho,
en verdad, pero sabrá que, después de lo sucedido, es necesario que tome
distancia de muchas cosas. Me hubiese encantado empezar a trabajar de su
lado, aprender de usted tantas cosas, porque debo reconocer que Ecomoda no
puede estar en mejores manos y eso me tranquiliza.

Me voy con la certeza de que usted sabrá mejor que yo lo que hay que hacer. Me
voy con la esperanza de un nuevo comienzo y con el anhelo de regresar con más
fuerza. Quiero que sepa que estaré en Miami para hacer lo que acordamos y
que no sé cuánto tiempo me tome, será el necesario para mí y para que las cosas
cambien.

Le deseo mucho éxito en las decisiones que tome y sepa que cuenta con todo mi
apoyo. Espero que podamos vernos pronto y retomar nuestro equipo. Hubiese
preferido despedirme de otra manera, pero ya las cosas se dieron así, de todos
modos, espero que con esta carta pueda llegarle un abrazo tan reconfortante
como el que nos dimos.

Adelante, Beatriz.
Deseo volver pronto.

Sinceramente:

Marcela Valencia.

Beatriz terminó de leer con los ojos vidriosos. Su corazón latía lento. Trataba de
entenderlo y lo comprendía. Entendía ese anhelo de tomar distancia para sanar,
para perdonar. Coincidía con ella en que ojalá hubiesen podido verse y
despedirse de otra manera. Pero aún le quedaba el recuerdo de ese abrazo que se
dieron la noche anterior.
Sonrió con tristeza al detallar la carta. Era una letra tan estilizada como lo era
Marcela Valencia. Eran sus palabras, su forma de hablar ahí plasmadas.

Pensó que quizás era lo mejor. Estaban sucediendo tantas cosas en tan poco
tiempo que lidiar con todo podía confundirlas. Suspiró hondamente y se permitió
sentir un poco de tristeza por su ausencia.

No había caído en cuenta que su angustia estaba centrada en ella. Armando cada
vez más se iba desplazando de su cabeza y daba paso a la hermosa Marcela.

Guardó la carta en el sobre y la metió en su cartera. La llevaría consigo a todas


partes. Era tan sencillo lo que le había escrito, pero solo las dos sabían la carga
de cada palabra. Era algo solo de ellas y nadie podría entenderlo como ellas lo
hacían. De pronto cayó en cuenta que ella se había tomado el trabajo de
escribirle a mano durante la noche y eso inundó su corazón de una inmensa
ternura.
Desencuentro

Había pasado una semana desde aquel día. Las cosas en Ecomoda iban bien,
Beatriz podía con todo gracias al apoyo de Nicolás y todo su equipo de trabajo.
El cuartel se portó a la altura para ayudarle a llenar los vacíos que dejaba el
trabajo que realizaban Marcela y Mario. Bueno, la excepción era Patricia, pero
eso era algo que no le interesaba. Sin embargo, aunque tenía ese apoyo, eso no
evitaba que sintiera mucho estrés y presión sobre sus hombros. Los últimos días
su humor fue inestable, dormía poco, apenas si comía y trabajaba de sol a sol.
Llegaba a la casa y solo hablaba de trabajo y su primer pensamiento todos los
días era el mismo.
Sí, habían momentos del día en los que Marcela llegaba a su cabeza. A veces le
entraba el pensamiento de ir a su oficina para recordarla allí sentada. A veces,
pensaba en llamarla con la excusa de preguntar algo de los puntos de venta, pero
se sintió invasiva. Era mejor así, aunque le pesara un poco la ausencia de ella.
En otras ocasiones pensaba en Armando y su historia. Ahora veía todo con más
claridad y aunque él le jurara que la amaba, eso no cambiaba el pasado y la
intencionalidad con la que la enamoró. Aún lo amaba, no con la misma
intensidad, aún sentía inquietud por él, pero el peso de las circunstancias era
mayor. Era el hecho de que hubiera elegido lastimarla después de todo lo que
ella había hecho por él. Y reconocía su culpa en todo, pero no había lugar para
más. El sufrimiento había acabado y ahora estaba trabajando en liquidar ese
sentimiento con fuerza.
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Marcela se paseaba por la bodega en Miami supervisando que todo estuviera en
orden. Al contrario de Beatriz, cada día despertaba con más ánimo y energía
para continuar. Sin embargo, en las noches llegaban los pensamientos, el
desborde emocional, los recuerdos, el pasado. Pero esta vez era diferente, había
un impulso en su interior que la motivaba y a parte de eso, había empezado a ir a
terapia, solo llevaba dos sesiones, pero eso era un aliciente.

Ese día sería su tercera sesión. Así que se apresuraba a dejar todo listo o en
proceso para poder salir con tiempo. Estaba asistiendo recurrentemente porque
no sabía cuándo volvería a Colombia y quería aprovechar el tiempo con la
psiquiatra. Una mujer que conoció en Italia mientras estudiaron diseño con
Hugo.

Hablaron del mismo tema hasta que Marcela confesó que necesitaba hablar
sobre alguien y contó lo que había omitido decir sobre Beatriz y lo que le
generaba. La psiquiatra la escuchó todo el tiempo y sonreía, ya había advertido
cierto interés, mencionaba varias veces su nombre en las sesiones anteriores. Era
evidente que habían muchas heridas, cierta desconfianza hacia ella, pero en
general, hacia cualquiera de sus vínculos.

La relación con Armando y sus constantes infidelidades le fueron quitando, poco


a poco, la seguridad en sí misma, llegando a cuestionarse qué le hacía falta a ella
para que él lo buscara en otras mujeres. Eso fue convirtiéndola en "la loca" o
"paranoica" que Armando señalaba. Eso la llevó a casi obligarlo a prometerla en
matrimonio como un seguro de que iba a estar con ella. Y aún así, aún con su
incondicionalidad y su perdón, terminó enamorado de la mujer que jamás creyó
que podría arrebatárselo.

Si solo ese hecho era inverosímil, el sólo pensar que se sentía atraída hacia
Beatriz llegó a parecerle inaudito. Pero era la realidad y ese era su conflicto. No
sabía cómo terminó así, cómo es que la vida le había dado otra vuelta de tuerca.
Sabía que todo había iniciado con su regreso, la impresión que le había
ocasionado el ver su belleza, pero más allá de eso no se explicaba el por qué.

La profesional también trataba de comprender el panorama. Era probable que la


actitud honesta y responsable de Beatriz hubiese ocasionado que Marcela
encontrara un poco de algo que hace mucho le habían negado. Era natural
después de vivir una experiencia donde fue engañada y minimizada de tantas
maneras. Tal vez conocer a Beatriz le hubiese podido ayudar a entender mejor
cómo se dio todo, pues según la historia de su excompañera y paciente, ella
también había cambiado y no solo físicamente.

La sesión acabó con una conclusión. Marcela estaba sintiendo atracción hacia
Beatriz y no solo físicamente, encontrar un poco de responsabilidad afectiva en
ella, también le generaba un vínculo emocional, que si no tomaba con tacto y
con tiempo para pensarlo, podría caer en la dependencia emocional. Sin
embargo, había algo ratificado, alejarse de Beatriz no era una opción.
Simplemente debía encargarse primero de sí misma e ir cuidándose en su salud
mental, para poder permitirse conocerla realmente. No estaba mal sentir lo que
sentía cuando la tenía cerca, no estaba mal que pensara en ella, incluso, no
estaba mal que se comunicara con ella.

Salió de allí un poco más tranquila. Su ansiedad había disminuido si la


comparaba con el primer día en Miami. Aunque trataba de canalizarla en el
trabajo, aún los rezagos le quedaban en el cuerpo. Poco a poco había recuperado
el apetito e incluso, dormía un poco más. Se dirigió al hotel con una resolución
en su cabeza: hablar con Beatriz.

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El cuartel se reunió en el baño para tratar de encontrar la razón del malhumor de
Beatriz. La notaban con desánimo, con estrés y tristeza. Trataban de ayudar en lo
que más podían para paliar su estado de ánimo, pero no funcionaba. Llegaba
temprano a Ecomoda y era la última en irse. Iba a colapsar si seguía de ese
modo.

Aura María propuso que la sacaran de Ecomoda antes de tiempo con alguna
excusa. Tal vez una copa no era la solución, pero al menos la distraería. Le
mentirían sobre el verdadero plan, para evitar que se negara.

Para llevar a cabo el plan, enviaron a Sofía a su casa a preparar todo para cuando
llegaran. Entraron a la oficina de Betty y le mintieron diciéndole que Sofía había
tenido que irse a su casa porque se sentía demasiado mal y había estado
vomitando durante la tarde . Y que habian decidido ir todas a visitarla, ya que la
pobre estaba sola con sus dos niños.

Beatriz se preocupó e incluso se sintió culpable por el exceso de trabajo que


había exigido en los últimos días y no dudó en aceptar.

Salió con ellas en su carro hacia la casa Sofía y pasaron por una farmacia. Todas
estaban demasiado satisfechas de haberlo logrado y mantenían el teatro hasta
que llegaran a casa de su amiga. Allí tendrían unos pasabocas, unas botellas de
licor y música.

Mientras ellas se dirigían a cierto barrio de Bogotá, el teléfono de Beatriz en


presidencia sonaba constantemente.

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Disfruten la canción pensando en Marcela y Betty en esta historia.
Insistencia

Como era de esperarse, tres sesiones de terapia no transformarían de la nada


algunas de las conductas de Marcela. Entre ellas, su terquedad. Sabía que a esa
hora Beatriz debía estar todavía en Ecomoda, pero no entendía por qué no
contestaba.

Decidió esperar un tiempo prudencial. Tal vez estaba en alguna reunión o


atendiendo algo importante, así que tomó una ducha y salió al balcón del hotel.
Se quedó allí un rato mirando la ciudad y pensando. En esa semana no había
sabido nada de Armando y eso la lastimaba, pero entendía que habían quedado
en respetar ese tiempo. Sin embargo, guardó una pequeña esperanza de que al
menos se interesara en saber cómo estaba. Pero no fue así y ella obviamente no
iba a insistir. Sería dar un retroceso en lo poco que iba logrando. Alejó esos
pensamientos de su cabeza y se dispuso a leer algo.

Beatriz apenas podía creer que hubiese sido engañada de esa manera por el
Cuartel. Estaba sentada frente a Sofía, la cual estaba más saludable que nunca y
riendo a carcajadas por los comentarios de Bertha. Pero no tuvo de otra que
aceptar que no había sido la mejor persona los últimos días y que, tal vez no
estaba mal despejarse un rato.

Aura María se estaba encargando de mantener surtido de licor el vaso de Betty,


que trataba de controlar los tragos, pues debía conducir para irse a casa más
tarde. La charla era animada, feliz.

- Oiga, pero ustedes se dieron cuenta que la peliteñida ahora anda en el carro de
doña Marcela para arriba y para abajo desde que fue a recogerlo en el
aeropuerto- comentó Sandra.

Todas asistieron.
- Ay, mija, eso es por esta semana que estamos recién pagados, espere dos días
más y verá que vuelve a llegar en bus- comentó Bertha y todas soltaron la
carcajada.
- Y si esperamos 2 días más empieza a llegar a pie- la siguió Sofía.

Estaban disfrutando mucho. Reían demasiado, aunque fuese a costas de la mala


racha de Patricia.

- A menos que empeñe el carro, a ver si por fin almuerza la pobre- dijo Sandra.

Siguieron bromeando acerca de la situación económica de Patricia hasta que


Mariana tocó otro tema. Beatriz aprovechó para ir al baño y cuando se levantó
por primera vez de esa silla fue consciente de que ya había bebido de más. Dio
un pequeño tropezón y todas rieron.

- Uy, Betty, mija, ya le están haciendo efecto los tragos- le dijo Aura María
riendo.

- No vaya a empezar a delirar con don Armando, hágame el favor - bromeó


Bertha fingiendo seriedad y todas rieron fuerte al recordar aquella salida y
primera borrachera de Betty.

- mejor delire con el francés, con ese sí haga fiestas en su cabeza - Dijo Sandra.

- Uy, no, a ese triplepapito yo si no me lo sacaría de la mente ni de día, ni mucho


menos de noche - terminó Aura María y ya no pidieron parar de reírse mientras
Inés solo se echaba la cruz.

Betty fue al baño y se mojó un poco la cara. No estaba ebria, pero sí mucho más
desinhibida.

Marcela no conseguía concentrarse de nuevo en la lectura. El pensamiento de


buscar la manera de comunicarse con Beatriz estaba instalado en su cabeza y no
parecía que quisiera irse. Se rindió. Cerró el libro y tomó el teléfono inalámbrico
que había en la habitación, volvió al balcón e intentó llamar nuevamente a
Ecomoda, pero sucedió lo mismo, no hubo respuesta. Pensó en llamar a Patricia
y preguntarle por Betty o que le diera su número con la excusa de que hubo un
problema con la bodega, pero no estaba para esas mentiras y muchos menos para
los interrogatorios de Patricia. Entonces su cerebro se iluminó, recordó que
Beatriz la había llamado la noche anterior del viaje. Corrió a buscar su celular y
allí encontró el número. Marcó cada dígito con paciencia para no equivocarse y
con cierta emoción y en cuánto empezó a sonar el pito de llamada, respiró.
Beatriz se encontraba ya con las del cuartel. Ahora hablaban de Hugo Lombardi
y la crisis de su relación. De pronto, su celular comenzó a sonar y de inmediato
pensó que era su papá, pero al ver el número extraño, descartó la posibilidad.
Pidió permiso y se alejó hacia la cocina para contestar.

- ¿Aló?
Marcela sonrió al escuchar esa voz. ¡Eureka! Hasta que por fin.
- Hola, Beatriz - dijo aún con la sonrisa pegada a su cara.

Beatriz pensó que ahora sí estaba alucinando y miró su celular. Constantó que
era una llamada real.
- ¿Marcela? Perdón¿Doña Marcela? - preguntó con un poco de emoción y
sorpresa.
Marcela sintió un cosquilleo en su estómago al escuchar que la llamara por su
nombre.
- La misma. Marcela Valencia.
La emoción invadió a Beatriz y sintió que su pecho se llenaba de alegría. Algo
que no había sido posible en la última semana.
- Qué sorpresa¿Cómo está? ¿cómo va todo?

La accionista pudo sentir esa emoción de Beatriz al escucharla y eso la llenó de


un sentimiento bonito. No lograba definir qué era, pero se sentía bien.

- Bien, bueno, ya se imaginará cómo es esto. Pero bien, creo que estamos
avanzando rápido. Ya mañana termino las entrevistas para el personal
administrativo, al menos. Y la bodega va avanzando, aunque ya se imaginará lo
estrictos que son aquí con algunos requisitos.
- Sí, claro. Debemos ser cuidadosas con eso. Pero me alegra que todo esté
marchando bien. ¿y usted cómo está?

Marcela hubiese querido sincerarse más y decirle que pasaban muchas cosas,
que estaba yendo a terapia y demás, pero no, solo quería disfrutar de esa voz un
momento sin pensar en lo que la atormentaba.

- Bien, bueno, poco a poco, usted sabe. Pero avanzando- escuchó la algarabía en
la llamada, cuando el cuartel volvió a estallar en risas - ¿Está ocupada? Si quiere
mejor hablamos después...

- No,no, tranquila. Estamos en casa de Sofía con el cuartel que armó una trampa
para que me viniera con ellas para acá - rió un poco al recordar.
-¿ En serio? Y ¿Cómo así que una trampa? ¿Acaso la secuestraron?- preguntó
con picardía Marcela, ahora se encontraba disfrutando de escucharla tan animada
y miraba a la ciudad.

Beatriz volvió a reír y eso le reconfortó el alma.

- No, nada de eso. Solo que en estos días he estado un poco estresada y pues
quisieron sacarme de la oficina para relajarme un poco, se inventaron que Sofía
estaba enferma y se había venido para la casa, hasta me sentí mal porque hemos
estado trabajando fuerte estos días - le contó toda la historia y hablaba con
facilidad, era el alcohol el que la hacía soltarse un poco - hasta que llegamos y
me di cuenta de todo. Y bueno... Aquí estamos charlando y tomando unos tragos,
creo que lo necesitaba y ellas también. La presidencia me está convirtiendo en
un ogro...

Marcela se rió ante tal comentario. Aunque también se sintió culpable, pues
sabía que haberse ido y dejado algunas de sus obligaciones en manos de Beatriz
la había sobrecargado.

Por su parte, Betty sonrió al escuchar esa risa. Incluso llegó a sonrojarse y
agradeció que no pudiese verla. Estaba recostada en el mesón de la cocina y se
movía como una adolescente enamorada.

- No diga eso. Nada más alejado de la realidad. Pero cuénteme ¿A qué se debe
ese mal humor? ¿está teniendo problemas?

- No, tranquilaaa. Todo va bien. Sí hemos tenido días pesados, pero nada fuera
de lo normal.

- Entonces ¿A qué cree que se deba?

- Creo que es porque la extraño un poco...

Se calló, ahí sí estaba el alcohol haciéndola sincerarse, llevándola a qué


admitiera quién era, en parte, culpable de esos últimos días grises. Se sintió
apenada y prefirió callarse.

Marcela se cubrió el rostro con una mano ante tal declaración y se sintió feliz.
Beatriz lo estaba admitiendo. Le estaba declarando que la echaba de menos y eso
la afectaba. Su estómago se revolvía y su pecho se llenaba de calor.
- Me hubiese gustado tanto ver su cara en este momento, Beatriz. En verdad lo
deseo...- le dijo Marcela en un tono de voz casi susurrado.

Beatriz seguía callada y abochornada, pero con una sensación de euforia que le
recorría el cuerpo y no era por el alcohol alcohol. Era por ella, por esa voz que la
estaba descontrolando.

- Tal vez cuando sea el momento de que vuelva, se lo diga nuevamente...- Betty
se mordió el labio y también habló en voz baja.

- ¿me lo promete? - le preguntó Marcela y se mordió un dedo en un gesto de


emoción contenida.

- ¿Acaso no le he demostrado que yo siempre cumplo mi palabra? - le devolvió


la pregunta.

Tal vez era la ventaja de no verse a la cara lo que les estaba permitiendo ser tan
abiertas una a la otra. Además del alcohol que recorría el cuerpo de Beatriz y la
distancia que las separaba.

- Entonces ya tengo una razón más para volver ...

- Entonces ya tengo una razón más para esperarla- le replicó Beatriz y de tapó la
boca en un gesto coqueto.

En ese momento, Aura María irrumpió en la cocina.


- Betty, mija, venga que el chisme está buenísimo...

Beatriz se puso supremamente roja. Se sintió descubierta y trató de disimular y


deshacerse de su amiga.

- Sí, sí, ya voy, Aura María. Deme un momento.

Aura María advirtió ese nerviosismo en Betty y ese brillo en los ojos. Era
evidente que estaba hablando íntimamente con alguien. Se esperanzó en que no
fuese don Armando quien la estuviese acechando de nuevo.

- Jummm. Bueno, mija, corte ahí quea estamos esperando.

- Sí, Aura María, déjeme a solas y le prometo que ya voy- dijo con insistencia.
La secretaria se retiró para volver con el Cuartel y Betty retomó la llamada.

- Lo siento, es que ...


- No se preocupe, Beatriz. Vaya y disfrute con sus amigas.
- Me hubiese gustado hablar un poco más...
- Por favor, tranquila, vaya que ese chisme no da espera.

Betty sonrió.
- Que descanse, doña Marcela.
- Adiós, Beatriz. Y yo creo que es mejor que no maneje, por seguridad...
- Creo que voy a decirle a Nicolás que venga por el carro y me recoja. Tranquila.
- Bueno, entonces disfrute mucho más.
Un abrazo.
Betty no se aguantó la pregunta.
- ¿cómo el de la carta? - le insinuó con picardía.
-Créame, mucho mejor que el de la carta, Beatriz - le siguió el juego del
coqueteo y colgó.
Deseo

Cuando Nicolás llegó a recoger a Betty para llevarla a la casa, entendió la razón.
Como si hubiese sido una orden el disfrutar más, Beatriz se dedicó a eso el resto
de la noche. Así que ahora se encontraba pletórica y más animada de lo normal.
La llamada de Marcela y ese compartir con el Cuartel le habían recargado el
alma.

—Uy, Betty, pero desocupó la licorería de la esquina. Vea como va...

Beatriz se rió mientras se sostenía del marco de la puerta.


— Ay, sí, yo sé, Nicolás, pero es que lo necesitaba... Estoy muy borracha.

Nicolás la tomó del brazo y la ayudó a llegar al carro.


— Donde no me diga no me doy cuenta. Ahora qué le va a decir a su papá.

Betty subió como pudo al carro y se puso el cinturón. Nicolás también se montó
y arrancó

— No sé, Nicolás. Yo creo que ya ni modo. Que se dé cuenta y mañana lo


arreglo. Ahora solo quiero dormir.

— Jum, conociendo a su papá, le esconde el whisky...

Se rieron juntos.

— Me prohíbe salir de por vida, pero yo creo que ya es hora que se haga a la
idea que tengo que vivir mi vida y disfrutar. Además, no es que salga mucho...

— ¿Y esa inusitada valentía para con su papá, Betty? Le va a tocar que se


emborrache más seguido para ver cómo pelea con dos Gérmenes.

Beatriz iba con los ojos cerrados y reía.

— No, Nicolás. Solo que quisiera que en días como hoy, después de tanto estrés
y tanto trabajo, mi papá no me molestara con dónde estoy y con quién y con
horas de llegada...

— Ay, Betty, no se haga, sí, su papá es muy cansón a veces y todo lo que quiero,
pero yo sé que usted lo quiere así. A usted lo que la tiene como rara es como otra
cosa o alguien...
—Ay, Nicolás, no comience— abrió los ojos y se puso seria.

— ¿No será que está despechada porque se le fue el troglodita ese? ¿O más bien
es por otra ... Persona?

Betty trataba de controlar la borrachera y sus pensamientos. Nicolás la conocía y


siempre sabía cuando sus sentimientos cambiaban.

— Nicolás, tengo que contarle algo...

— Sí, ve, yo sabía, ja, ja. Yo la conozco, mi presidenta, puede que el resto de la
gente no sé dé cuenta, pero yo sí.

— jum, pero sí será por amistad o por chisme. Usted como que ha pasado mucho
tiempo con el cuartel...— bromeó Beatriz.
— no me cambie el tema y hable. Suelte la lengua.

Beatriz le contó lo que había sucedido hasta el momento con Marcela. Las
miradas, las conversaciones, ese abrazo de la última noche que la vio y la
llamada. Le contó sobre sus emociones y sus pensamientos acerca de ella.

— ...y para serle sincera, Nicolás. Creo que me atrae, que me gusta doña
Marcela— Nicolás frenó en seco haciendo que sus cuerpos se fuesen adelante
por inercia.

Nicolás se quedó en silencio por un momento. Sí, sabía que algo pasaba entre
ellas. Esas miradas, ese nerviosismo. El mal humor de Betty los últimos.

—¿Betty, está segura?— volteó a mirarla en serio — ¿Usted no será que está
confundiendo las cosas? Mire cómo es esa gente, de pronto ella quiere ser su
amiga...

— Nicolás, yo no puedo hablar sobre lo que sienta o piense doña Marcela o


asegurarlo. Pero sí estoy segura de lo que siento yo. Me he pasado todas estas
noches pensándolo, mirando si estoy confundiendo las cosas, si tal vez estoy
loca, pero no, Nicolás, esto es real. Además... No se vaya a reír... Mariana me
leyó las cartas y, al parecer, ella me va a enseñar el verdadero amor...

En cuánto terminó de decirlo, Nicolás por más que quiso, no pudo evitar la
carcajada. Betty se rió con él y le dió unas palmadas en el hombro a forma de
broma.

— Betty, ¿Usted de verdad cree en eso? Por favor, Betty, realidad, usted es una
profesional, usted puede que haya sido muy ingenua antes en estos temas del
amor. Pero ahora ya conoce, ya tiene una experiencia...

— Nicolás, es que Mariana ya me había vaticinado lo de don Armando y ahora


esto... Yo sí le creo.

Nicolás hacía gesto de que le parecía increíble y arrancó nuevamente.

— Betty, mire, yo no me quiero meter en su vida ni decirle qué haga o no. Pero
no se confíe, mire lo que le pasó antes. Pero si esto llega a ser cierto, si llega a
pasar algo entre ustedes, usted sabe que cuenta con todo mi apoyo...
— Nicolás, usted se puede meter en mi vida todo lo que quiera porque es el
mejor amigo que la vida me puso dar — se estiró un poco y le pasó la mano por
el hombro— gracias.

— pero me tiene que tener al día a ver cómo avanza todo¡Qué emocionante! —
dijo mientras seguía conduciendo.

— pero ni una palabra a nadie, Nicolás.


— jum, pues cuídese del cuartel, porque si esas se dan cuenta, toda Ecomoda se
da cuenta...

-----------------

Pasó el fin de semana y el lunes, muy a las 8:00 am, el cuartel sin Betty se
encontraba reunido en la sala de juntas de ellas. El 911 se tuvo que convocar a
esa hora, puesto que el nivel de ebriedad del viernes anterior no las dejó hablar
buen del chisme, menos con Betty ahí.

— Ahora sí, mijita, suelte la lengua que yo ya no aguantó más. Casi no pude
dormir el fin de semana con esa incertidumbre— dijo Bertha con preocupación.
— oiga, sí, Aura María, a usted cómo se le ocurre dejarnos así de iniciadas...—
completó Sandra.
— Pero como me iba a poner a decir eso delante de Betty— dijo Aura María con
preocupación, además, ella cree que yo no escuché nada.

— pero ya deje el preámbulo y cuente...— intervino Sofía con tono ansioso.

— Pues miren, muchachas, yo iba a ir a sacar más hielo de la cocina cuando


escuché que ella hablaba por teléfono como muy emocionada. Eso sí, yo no sé
quién era...
— Pero esos chismes a medias suyos, Aura María — interrumpió Bertha.
— Déjela hablar— dijo Inés.

— Pues resulta que ella le estaba contando todo a esa persona. O sea lo que
hicimos de llevarla a donde Sofía. Y le contaba que había estado de mal humor y
estresada. En fin, todo todo. Le decía que Ecomoda iba bien. Y después — hizo
cara de emoción y sacudió las manos para generar expectativa,— después le dijo
que la extrañaba un poco...

Todo el cuartel gritó y se emocionó.

— ¿será el papazote del francés? — preguntó Sandra.


— ¿O será don Armando? — dijo Sofía con picardía — quién ve a la Betty
como los tiene.

Todas rieron de nuevo.

Aura María no hizo comentarios. Ella sí sabía de quién se trataba, pero después
de pensarlo el fin de semana, decidió que poner en las manos del cuartel
semejante bomba de tiempo podía ser una catástrofe, así que les contó lo
sucedido sin dar nombres.

— Pues si es don Armando, me parece grave, yo pensé que ella ya lo iba


superando poco a poco. Además con todo lo que le hizo, me parece terrible que
Betty siga creyendo en él.
— Y si era el francés, eso quiere decir que hay matrimonio a la vista...—
comentó Sandra.

Mariana se reía, pero en el fondo se encontraba sorprendida con lo que acababa


de descubrir. La mujer de las cartas, la única mujer que estaba fuera del país y
que tenía relación alguna con Betty, era Marcela Valencia. Trataba de reír con
los comentarios, pero estaba estupefacta. Y al ver la cara de Aura María, se dio
cuenta que ella algo sabía. Ese juego de decir "persona" para hablar de "ella" o
"esa" lo conocía muy bien.

— No, Mijas y eso Betty estaba súper nerviosa, eso se movía así toda enamorada
y le dijo algo de un abrazo como el de la carta y que ahora tenía una razón más
para esperarla. Mejor dicho, Mijas, ahí hay amor...

— No, mamita, lo que hay es trabajo para nosotras, porque yo no me voy a


quedar con la duda de quién es esa persona que tiene enamorada a la Betty—
comentó Bertha con seriedad.

Quedaron en el acuerdo de estar pendientes de Betty, a ver qué información


podían conseguir. Mariana se unió al plan por no generar sospecha y por ayudar
al juego del destino.

----
Ese día, Betty se encontraba con feliz y concentrada en su trabajo. Tenía las
energías renovadas y con ganas de que el tiempo pasara rápido para volver a
verla.

Freddy ingresó a presidencia con varios sobres de correspondencia y una caja


negra bastante estilizada en su mano, la cuál tenía un moño elegante color lila.

— Mi benignísima presidenta, ha llegado a vuestro nombre, este detalle de corte


aristocrático — se lo dio a Beatriz en las manos mientras ella se reía por sus
comentarios.
— Muy servicial de vuestra parte, Freddy Hidalgo— bromeó Betty.

Freddy se retiró de la oficina y Beatriz admiró la caja. Era divina. Al tocarla era
tan suave gracias al terciopelo que la cubría. Desató el moño y la destapó.
Encontró una tarjeta escrita a máquina y en cuanto leyó quién era la remitente, se
llevó la mano a la boca para atrapar su propia sonrisa de auténtica felicidad.

Para que pueda usarla en la firma que adorna, con natural belleza, los cheques
de Ecomoda. Y tal vez, cada vez que la use, sienta que acortamos la distancia.

Hasta pronto, Beatriz.


M.V.

https://www.youtube.com/watch?v=DmDJcyQIy0s
QUIERO

Beatriz admiraba en su mano la pluma estilográfica que venía dentro de la caja.


Inesperada. Como ella. Como esa atracción y sentimiento extrañamente
placentero que le empezaba a generar. Ahora lo podía admitir para sí después de
hablarlo con Nicolás. Le gustaba, le fascinaba Marcela Valencia. La estaba
atrapando.

Esa sensación que ella le podía generar con esos detalles, era tan bonita. Y no,
no era un detalle soso, de rutina, de esos que botó en esa bolsa de basura y que
solo hicieron parte de una artimaña. No, esta vez era diferente. Tenían un
sentido, una razón, un por qué. Era una pluma negra con detalles dorados en la
punta y la joya, así como el clip. Este último tenía un grabado que no había
notado hasta que lo acercó más a su rostro y entonces lo confirmó. "Beatriz" . La
pluma tenía su nombre. Sonrió y no podía parar de hacerlo. Era el detalle más
especial, por no decir costoso, que alguna vez le hayan dado. Y más allá de eso,
era pensado y hecho, única y exclusivamente para ella. Eso la flechó. Ese acto de
pensarse una manera única de sorprender, de demostrar algo, sin tantas palabras,
con un hecho que, aunque Mínimo para otros, para ellas significaba más,
siempre más.

La destapó y pensó en probarla haciendo su firma y cuando estaba por rayar el


papel en blanco que tenía a la mano, tuvo una idea. Si el fin de ese detalle era
acortar la distancia y si Marcela iba a jugar a volverla loca de esa manera
estando tan lejos, ella también podía jugar. Se levantó enérgicamente de la silla y
rebuscó en los cajones del escritorio trasero hasta que encontró un paquete de
hojas de opalina, se sentó nuevamente y escribió. No necesitaba el libro para
verificar, se lo había aprendido de memoria en la universidad y parecía que no
hubo momento en su vida más adecuado para dedicar ese poema que ese. Juegos
curiosos del destino, nunca se sabe para qué se aprenden ciertas cosas.

Terminó de escribir e hizo un gesto orondo de satisfacción. Que comience el


juego, Marcela, pensó.

Levantó el teléfono y le pidió a Aura María que fuese a su oficina en unos


minutos para enviar una correspondencia. Metió algunos papeles que, por alguna
razón, tenían que ver con Miami y, entre ellos, ocultó la hoja de opalina, cerró el
sobre, puso su nombre y esperó a Aura María. Le pidió el favor de que
consultara la dirección y habitación del hotel con Patricia y que le enviaran
directamente a Miami en correspondencia express. Marcela Valencia se iba a dar
cuenta que no sólo ella sabía dar sorpresas.

-------
Marcela estaba trabajando duro en Miami. Incluso había pedido al personal que
trabajaran el domingo, quería terminar cuanto antes. Tenía una "inexplicable"
ansiedad por regresar a Colombia.
Se había contenido esos días en llamar a Beatriz. Quería sorprenderla con el
detalle. Mostrarle que pensaba en ella, que realmente lo hacía, además de notar
en los pocos días que compartieron que le sentaría bien una elegante pluma a la
presidente de Ecomoda.
Ahora estaba saliendo nuevamente de terapia. Con un poco más de tranquilidad,
pero con el anhelo del regreso.

Esperó hasta entrada la noche porque sabía que ese día le llegaría el regalo. Pero
no hubo respuesta, ni una llamada, ninguna señal. Se sintió un poco tonta. Sintió
que estaba dejándose llevar demasiado rápido por ese sentimiento y que tenía
que controlar esos arrebatos. No esperó más y se fue a la cama con una sutil
sensación de desánimo. Al menos, esa noche, no pensó en Armando.

Patricia la llamó al día siguiente para mantenerla informada de todos los chismes
de Ecomoda. Incluido que a Beatriz ya le había mejorado el genio porque la
semana anterior había estado más déspota de lo normal.
— Se le está subiendo la presidencia a la cabeza, Marce— le decía con voz
susurrada.
— Patricia, no digas bobadas, ser presidente de Ecomoda es muy estresante—
defendió con tranquilidad a Betty.

— Claro, tú lo dices por estás allá, feliz de la vida en Miami, viviendo tu vida de
rica, pero a nosotros los pobres nos toca estar aquí, aguantando la altanería de
ella.

Marcela no le dio pie y evadió el tema. Patricia a veces era insufrible.

—¿Armando ha llamado?— preguntó.


— Sabes que no, Marce, para nada, y eso que yo he estado aquí pendiente por si
las moscas, tú sabes— mencionaba refiriéndose a una posible llamada y próximo
encuentro entre Armando y Betty.
— ¿Y sabes en dónde está en este momento? — al menos para tener certeza de
dónde andaba.
— Creo que en Chile, Marceee, algo así leí la otra vez en el itinerario. Ya lo
reviso. Sí, Marce, en Santiago— dijo de nuevo en voz demasiado baja.

— Ok, Patricia. Me mantienes informada de todo, sobre todo si Beatriz te


pregunta algo o si sale o así— trataba de sonar tranquila.

— Claro que sí, Marce, tú sabes que yo no te fallo en eso— esta vez lo dijo
fuerte y claro para que Aura María y Sandra escucharan.

— Te dejo, Patricia, debo colgar— y realmente lo hizo. Su humor no era el


mejor ese día. Se prometió olvidar por algunas horas ese pensamiento y
concentrarse en el trabajo. Así pasó su día, sin pena ni gloria, más bien con un
pequeño bajón de energía.

Al día siguiente, Betty se encontraba a la espera de alguna llamada de Marcela


para cuando le llegara la sorpresa. Le habían prometido que ese día estaría
arribando a Miami y que al hotel, hasta la tarde. Pasó el día trabajando mucho
para aliviar la tensión.

Afuera, otra junta extraordinaria del cuartel estaba en desarrollo. Estaban en


crisis porque no tenían mucha información de la cual echar mano para saber
quién era la persona que estaba cautivando a Beatriz.

— Y es que no ha hecho nada extraño estos últimos días, ni nada sospechoso,


excepto por ese regalo que llegó qué días— dijo Sofía.

—No, mija, yo creo que eso debe ser de esa persona, pero yo no sé qué era, no
ve que el idiota del Freddy no nos dejó chismosearlo— comentó Bertha con
desánimo.

— Pero eso sí, era muy elegante, yo lo vi cuando el subió a llevarselo— susurró
Sandra para el cuartel.

— Yo creo que sé que es— dijo Aura María para acrecentar la emoción del
chisme— creo que es la pluma que ahora usa Betty, porque antes ella no la tenía
y eso la guarda en el bolso y firma todo con ella. Se ve que vale un platal.

— Cómo así, mija, ¿usted se había dado cuenta de eso? — preguntó Inés con
curiosidad.

— Pues segura no estoy, pero por la caja y las características, yo creo que es eso
— comentó con gesto de suspicacia.

— Entonces el tinieblo tiene plata, porque si Aura María dice que es costosa, yo
creo que sí — decía Sofía mientras limpiaba las gafas.

— ¿Por qué no nos le metemos a presidencia más tardecito, nos hacemos las que
no sabemos nada y le preguntamos así como quién no quiere la cosa? — propuso
Sandra con nerviosismo.

— Ay, sí, a ver qué nos dice o qué cara pone— intervino Bertha.

— Bueno, quedamos en esas, pero ahora que ya vayamos a salir, pa que no se


vaya a molestar porque no estamos trabajando —dijo Sandra mientras se alisaba
la chaqueta.

Se despidieron y volvieron a sus puestos de trabajo.

Marcela había decidido regresar al hotel temprano para cambiarse y salir a ver
una obra en un teatro latino por el que pasaba a diario. Le pareció buena idea
eso, salir sola, darse un tiempo para disfrutar del arte y dejar de pensar en lo
demás. Era evidente que Beatriz no se iba a comunicar y no una a insistir más.
Estaba terminando de ponerse perfume cuando alguien tocó a su puerta.

— Diga
— Señora Valencia, le ha llegado correspondencia— dijo una voz joven del otro
lado.

Marcela se extrañó y dejó el perfume para ir a abrir la puerta. Un joven de


cabello casi rubio y con uniforme del hotel le extendía un sobre de manila
tamaño carta.

— Gracias— lo recibió y se despidió con una sonrisa. Cerró la puerta y se paró


junto a la cama mientras lo giraba para ver de quién era. En cuanto leyó quién
era la remitente sintió que un cosquilleo le corría de la nuca hasta la punta de los
dedos. Se apresuró a abrirlo con tacto para no dañarlo. Su sonrisa se borró
cuando vio que solo eran documentos de Ecomoda, pasó las hojas, realmente
nada importante, hasta que llegó a una más gruesa que las demás y con una letra
conocida. Empezó a leer lo que había allí mientras su cuerpo iba cediendo e iba
sentándose poco a poco en la cama.

Cuando terminó, cerró los ojos con fuerza mientras sonreía. Era increíble, era
hermoso. Los abrió nuevamente y volvió a leer mientras se mordía los labios y
se tapaba la boca con emoción. Su corazón latía como un loco.

QUIERO

Si acaso estás jugando


si llevaste el juego hasta ese punto
porque yo no aceptaba nada menos
bueno
juego
me gusta
sigo
quiero.
No podría jurar que yo hago más.

Idea Vilariño, 1957.

Las plumas son el Dios de las letras que viajan, de mano en mano, para
encontrarnos.

Beatriz Pinzón Solano

https://www.youtube.com/watch?v=5lI5ktbQaTk

Dedicado a melisa1277 ¡Feliz vuelta al sol, querida! Que la vida te recompense y


te otorgue lo que deseas. Felicidades.
El acuerdo

Odiaba la distancia en ese momento. Juraría que la besaría en ese instante si la


tuviese en frente. Se prometió eso, se prometió no detenerse y besarla. Ya no
había más qué hacer. No había marcha atrás. Le gustaba demasiado Beatriz
Pinzón Solano.

La sonrisa no se le borraba del rostro. Toda la desazón de los últimos días había
desaparecido en ese momento, es como si fuese una maga que con un chasquido
le borrase la tristeza, el dolor, la rabia.

Dejó la carta sobre la cama y la observaba de lejos. Negaba con la cabeza. Tanto
pensar y reprocharse el arrebato de ese detalle y resulta que Beatriz le estaba
siguiendo el juego. Era claro ahora todo con ese poema. La puerta estaba abierta
y ella ya no podía ni quería negarse a entrar.

Buscó en la mesa el teléfono del hotel y marcó. Eso no se iba a quedar así. No
podía pretender sorprenderla de esa manera, revivirle tantas emociones, decir lo
que decía, admitir la realidad y quedar impune. Tres pitidos bastaron para que la
dulzura de su voz le respondiera.

— Buenas tardes— dijo Beatriz, con la normalidad de cualquier llamada, no


sabía de donde provenía.

— ¿Entonces quiere jugar?— le dijo Marcela en tono coqueto.

Beatriz quería gritar. Se le ponía la cara roja ante esa voz.


— Sí, quiero...— respondió con seguridad— aunque me gustaría saber primero
las reglas del juego.
Marcela negaba. Beatriz estratega al oído.

— Eso depende, puede que sean reglas fijas o modificables, además, es un juego
de puntos¿Sí sabía? — Marcela le hablaba con galantería, le brotaba de su ser
esa naturaleza dominante y seductora.
Beatriz se rió un poco.

— Pero no me ha dicho las reglas y ya me está hablando de puntos, ¿Hay alguna


recompensa a cambio de ese puntaje?— le preguntó Betty fingiendo seriedad.

— Digamos que, ya que estamos en este tono, las reglas son negociables y los
beneficios son de mutuo acuerdo entre las partes ¿Le parece?

— Pero supongo que debe haber algún riesgo para que suene tan fácil y
tentadora la oferta.
—Todos los riesgos pueden existir en acuerdos como estos. Las dos partes
pueden salir muy beneficiadas o muy afectadas. Pero le garantizo que van a ser
más las satisfacciones...
—¿Cómo me podría garantizar eso?
— De entrada, con ese poema, se lleva 1000 puntos - dijo Marcela con
entusiasmo.
— ¿Y qué puedo reclamar yo con ese puntaje? — le siguió la cuerda Beatriz.
— Depende, este mercado es bastante capitalista, entonces depende de la oferta
y demanda. Por ahora, quizás, una llamada de buenas noches mientras pueda
volver para decírselo de frente...
— Bastante tentadora la oferta, pero me quedaría sin puntos con ese canje.
— Bueno, eso depende, las llamadas pueden ser como una hora feliz que le
ayude a conseguir puntos dobles.
—¿,Ah sí? O sea que puedo hacer puntos es las llamadas. Me interesa, sabe...
— bueno, ahí está la oferta.

Beatriz era una negociadora astuta y maliciosa. Así que se atrevió a ir más allá.
— Me llama mucho la atención, pero creo que voy a pasar. Es que necesito
ahorrar puntos porque me interesa canjearlos por algo que me interesa
muchísimo más y pues, mientras vuelve, voy a poder reunirlos.

Marcela se rió con nervios. Era en serio. El juego había comenzado.

— Ah, sí, bueno, ya que plantea seguir canjeando sus puntos conmigo, podría
hacerle una promoción, al fin y al cabo, esto que tengo en mis manos podría
tomarse como una carta de intención.
— o de declaración, si quiere — afirmó Beatriz mientras giraba la pluma en sus
dedos— pero cuénteme, en qué consiste la promoción.

Marcela torció los ojos. Definitivamente negociaba hasta con la muerte esa
mujer.

— Digamos que puedo rebajarle a la mitad la oferta inicial y darle el triple de


puntos en dos llamadas, las que usted escoja, para que pueda llegar más rápido a
su meta

— Bueno, no suena mal, es muy buena idea. A ver... — se movía en la silla de


un lado para otro, como adolescente enamorada — si me da tres llamadas con
triple puntaje, acepto.

— ¿Tres llamadas? No, eso es mucho tiempo y puntaje. Tiene que esforzarse
más, doctora Pinzón.

Betty se reía abiertamente. Se sintió plena en ese momento.

— Créame, valdrá la pena si me deja intentarlo, si a la primera llamada no logro


conseguir más puntos que hoy, entonces solo me deja una llamadas más para
triplicar.

— Hecho. Es un trato — dijo Marcela con satisfacción mientras terminaba de


guardar unas cosas en su bolso.

— Hecho, bueno, este acuerdo es de palabra, cuando vuelva lo firmamos, o si


prefiere le envío un fax— bromeó Beatriz mientras se levantaba de la silla para
caminar un poco y canalizar la energía que le brotaba del cuerpo.

— Eso suena tentador, pero no, prefiero esperar al regreso a ver cómo sellamos
el pacto — le entraron unas ganas irrefrenables de tomar el primer avión y
volver.

— Entonces, así quedamos. Que comience el juego— dijo Betty con todo
solemne.

— Hasta esta noche, Beatriz — le susurró con dulzura y sensualidad.

— Hasta esta noche, doña Marcela — respondió mientras se sentaba en el


mueble y echaba la cabeza hacia atrás.

Colgaron al tiempo y Beatriz sintió que algo electrizante le recorría el cuerpo.


Era la vida fluyendo nuevamente. Era una sensación poderosa que le hacía sentir
en el presente y disfrutarlo. Aunque debía admitir algo, Marcela era
terriblemente mala negociando, había cedido en todo, no le significó mucho
esfuerzo convencerla.

Marcela no podía contener su sonrisa mientras iba en el taxi para el teatro.


Recordaba el poema y negaba con la cabeza. Ya no había marcha atrás, ya
estaban las dos hundidas hasta el cuello y todo, estando tan lejos. Le quedaba
algo por hacer antes de volver. Ya la decisión estaba tomada, solo quedaba
terminar algunos pendientes, hacer lo que debió hace mucho y regresar...
Chau...

El Cuartel quiso sacarle información a Beatriz sobre la pluma y el posible


pretendiente, pero fallaron en el intento. Beatriz no soltó ni media palabra y
arguyó que se lo había comprado ella misma. Lo dijo con tal seguridad, que no
tuvieron más opción que dejar de insistir.

Las siguientes noches fueron mágicas, seductoras y excitantes. Se llamaron


respectivamente durante una semana y eso, en lugar de aliviar la tensión, las
puso más ansiosas. Ya era una necesidad el verse, el tocarse, besarse, pero
ninguna lo expresaba literal, solo se entendían ellas y se leían entre líneas el
deseo.

Para Marcela, su tiempo en Miami había terminado. Hizo todo lo posible porque
no fuese indispensable su presencia y dejó a cargo lo que faltaba en manos de
una de las profesionales recién contratadas. Confiaba siempre en que, en manos
de una mujer, todo saldría perfecto.

Estaba en la sala de abordaje, con el boleto en la mano. Se iba a enfrentar a una


de las cosas que jamás pensó vivir. Iba a enterrar gran parte de lo que fue su
vida, de su, ahora, pasado. Por recomendación de su psiquiatra, no había querido
contarle a Beatriz sobre lo que haría. Pues esto podría malentender se o prestarse
para que surgiera una ilusión y primero debían tener claros sus sentimientos
ambas. Escuchó el llamado de su vuelo y sin pensarlo dos veces, emprendió el
camino.

Beatriz parecía otra desde hace varios días. Sí, tenía momentos de estrés por el
trabajo y trabajaba mucho, pero no tenía el mal humor del principio. Por el
contrario, cada día llegaba con mejor semblante y más bella. Se atrevía más a
vestirse de maneras formales, por su cargo, pero probando colores y maquillajes.
Lo único que parecía no mejorar, era su relación con Hugo. Ni siquiera se habían
dirigido la palabra desde que se fue Marcela. Pero eso no la trasnochaba. Tenía
cosas más importantes en las cuales pensar.

Ansiaba el regreso de ella. No sabía cómo actuaría. Se lo había imaginado miles


de veces en su cabeza, había vislumbrado cientos de formas de hablarle, de
abrazarla. Soñaba con besarla, con por fin probar esos labios, con mirarla a los
ojos y decirle que me gustaba, que la tenía enloquecida, que la extrañaba. Pero
sabía que de esas fantasías a la realidad, había mucho camino. Las llamadas le
permitían ser más desinhibida, más audaz.

Y sí, en su interior, ella se sentía con más fuerza y seguridad. Ya no era la


timidez de antes que la acobardaba, pero hablar con Marcela ya no era como
hablar en una junta. Era poder controlar sus emociones y sensaciones teniéndola
en frente y corroborar todo lo que se habían dicho. Demostrarle lo que deseaba
volver a sentirla tan cerca como la última noche en que se vieron. Ese momento
llegaría pronto, porque ella lo prometió, no le dio una fecha, una hora, nada...
Pero perfectamente lo podría averiguar, solo era ponerle una tarea al cuartel de
las que les gustan: el chisme.

Tomó el teléfono de presidencia y llamó a Aura María.

— Aura María, por favor, le puede preguntar a Patricia Fernández cuándo


regresa doña Marcela— preguntó como si no le importara.

Aura María sonrió en silencio. Ella ansiaba también ese regreso para corroborar
la llamada que había escuchado.

— Claro que sí, mija. Deme dos minutos y le llevo la información — dijo con
tono dicharachero.

—Gracias, Aura María— respondió Betty con un asomo de sonrisa en los labios.

Dos minutos después aparecía Aura María con gesto de lástima en presidencia.

— cuénteme, Aura María — dijo Betty mientras firmaba algo, al ver la cara de
la secretaria, supo que algo pasaba.

— Betty, la peliteñida esa no me quiso dar información. Dijo que doña Marcela
le había prohibido hablar de eso y que no iba a decirme nada — le contó con
tono de molestia.

Beatriz se extrañó e hizo gesto de confusión.

— Mhhh, esa Patricia sí quiere montar gorro — se levantó de la silla y le entregó


unos documentos — deje eso así, Aura María y mejor envíeme estos formularios
al Banco del Atlántico que solo tenemos plazo hasta las 4:00 pm.

Aura María no sé comía el cuento y le recibió los documentos mirándola con


sospecha.

— Betty... Si usted quiere, yo puedo hablar con él cuartel para buscar esa
información — le dijo en voz baja, como si se tratase de un secreto.

Betty sabía que esa era su oportunidad, pero no podía ser tan evidente con su
interés.

— Ay, Aura María, eso es para problemas, dejen así, de verdad no es


importante...

Aura María río y le contesto.

— Vea, mija, deje ese servicio de inteligencia en mis manos y le juro que la
boba de la peliteñida ni se dará cuenta — comentó con picardía.

Betty aceptó.
— Está bien, pero con mucho cuidado, que no salga de nosotras.

—Listo, mija. Usted no más siéntese y espere que ya le soluciono ese dato—
salió con emoción de la oficina y Beatriz solo reía.

No salió en el resto de la tarde para no alertar al cuartel o dañar alguno de sus


movimientos. Mientras tanto, Patricia estaba en el taller de Hugo, había ido
porque él supuestamente la había llamado, pero al ver que no era así, igual
aprovechó para chismosear con él y allí estuvo un buen tiempo. Paralelamente,
Aura María y Sandra buscaban la información y Bertha y Sofía montaban
guardia para alertar sobre cualquier movimiento.

— Aquí está, aquí está — dijo Sandra con la una hoja donde estaban los datos de
reservación, hizo cara de extrañeza — oiga Aura María, mire tan raro — le
extendió el papel.

Aura María tampoco lo entendía, hasta que tuvo una idea. Se fue rápido a su
escritorio y buscó en los papeles el itinerario de Armando. No era una
coincidencia, era la realidad.
— Esos se van a encontrar allá, Sandra— dijo Aura María con los dos papeles en
la mano y mirando las coincidencias.

— Jum, pues era de esperarse, mínimo doña Marcela le va a llegar de sorpresa a


ver si anda con alguna mamita por ahí — comentó con una risa.

Pero para Aura María, que sabía cómo eso podría afectar a Betty, no fue
chistoso. Tomó los dos papeles, los dobló en dos veces y los guardó en el
bolsillo de su sastre.

— Bueno, dejemos esto como estaba antes de que llegue la sapa esa de la
peliteñida y se dé cuenta — dijo Aura María obviando el tema y tratando de no
ser evidente con su preocupación.

Así lo hicieron, Patricia no se dio por enterada al regresar a su puesto.

Marcela se había instalado ya en el hotel. Solo sería para dormir esa noche y
después, regresaría por fin a Colombia. Se había dado una ducha y estsba lista.
Nerviosa, ansiosa, asustada, pero con mucha determinación. Bajó al lobby y dejó
la indicación.

Armando arribaba al hotel a las 7:00 pm. Tenía gesto de cansancio, pero estaba
feliz por haber conseguido otra franquicia, tal vez fue la negociación más dura
hasta el momento, pero lo había conseguido. Iba llegando al ascensor cuando
alguien lo llamó. Una joven recepcionista se acercó y le habló con timidez.

— Una persona vinl y le dejó razón que lo esperaba en el bar del hotel, junto a la
barra, doctor Mendoza — comentó con marcado acento chileno.

Armando hizo cara de que no entendía.

—¿Qué persona?— preguntó.


— Una mujer, tranquilo, usted la conoce, se llama Marcela Valencia — comentó
la chica para tranquilizarlo.
— ¿Marcela? ¿Está aquí?
— Sí, señor, hace un momento la vi dirigirse hacia el bar precisamente.
— Bueno, gracias, señorita.

Redireccionó sus pasos hacia el lugar indicado y al entrar, buscó la barra. La vio
allí, sentada de espaldas a él. Caminó con premura. Y llegó frente a ella.
— ¿Marcela?

Marcela le sonrió con tranquilidad.


— Hola, Armando.
—¿Qué haces aquí?— preguntó con gesto de incertidumbre mientras tomaba
asiento en la silla junto a ella — un whisky por favor — pidió al Barman.
— No te preocupes, no te estoy persiguiendo, ni nada por el estilo, así que quita
esa cara.
— No, yo no estoy pensando eso... Solo estoy... Sorprendido— dijo dándole un
trago a la bebida.

— Lo sé. Sabía que te tomaría por sorpresa, pero me gustaría hablar contigo —
aceptó Marcela mientras soltaba el aire.

Era evidente que había mucha tensión. Ni siquiera se habían saludado, ni dado
un beso. Nada. Para Armando había algo de frialdad en la manera en que
Marcela le hablaba, en la distancia que imponía. Y él, apenas si podía asimilar
que la tenía en frente.

— ¿ Sobre qué quisieras hablar? — preguntó sin dejar de verla.


—Sobre nosotros, Armando. Pero no me gustaría que fuese aquí. Tal vez
debamos irnos a otro lugar...

Armando aceptó y se dirigieron a un parque cercano que tenía vistas al río.


Caminaron el silencio, sin tomarse las manos, apenas controlando los estragos
del frío que les calaba a través de la ropa.

Se sentaron en unas bancas cercanas al barandal. Era una escena tan fuera de
lugar para lo que eran ellos. El silencio invadió el espacio mientras cada uno
miraba el agua correr.

— Ya tomé una decisión, Armando— dijo Marcela sin quitar la vista del agua.

Armando asintió en silencio y apretó sus labios.

— ¿Y cuál es?
— Ya no va más. Esto se termina...
— pensé que íbamos a esperar a que estos meses pasaran para llegar a ese
punto...— dijo mirándola de reojo.
— No, Armando. Esta vez no, he esperado mucho tiempo, muchos años por ti.
Te he perdonado lo imperdonable. Te he puesto en primer lugar. Pero esta vez es
diferente...

— Marcela, ¿Estás segura? ¿esto es definitivo?— inquirió ahora sí volteando su


rostro para verla.

— Sí, Armando. Yo no vine hasta aquí para titubear. Yo no voy a esperar dos
meses para encontrar la misma respuesta que podría haber encontrado hoy. No
voy a comerme el cerebro pensando en si te vas o no, porque la que se va, la que
le pone punto final a esta historia, soy yo.

Armando sabía que no había marcha atrás. No podía refutarle nada, porque tenía
razón. Sus sentimientos no habían cambiado. Beatriz seguía clavada en su
corazón y cada día se convencía más que la amaba.

— Tienes toda la razón. Tú no mereces ese martirio. Yo no tengo ya más cara


para mentirte, ni quiero hacerlo...

Eso dolía. Tener la certeza de su amor por ella. La habría odiado, pero no, ahora
simplemente entendía tantas cosas.

— Sabes que en estos días tuve la oportunidad de ver todo con más objetividad.
Pensé en qué habría sido de nuestras vidas si ella no hubiese aparecido. Si nunca
hubiese pisado Ecomoda y el panorama es tan desalentador, que prefiero esta
realidad...

— Tal vez era lo mejor, que esto pasara. Yo no puedo hacerte vivir la tragedia de
compartir tu vida a mi lado... Tú no te mereces eso, Marcela. Tú lo único que te
mereces es un amor sincero y que te corresponda en esa gran capacidad de amar
que tú tienes— le tocó la mejilla con el dorso de la mano— que pueda preciarse
de tu belleza, de tu humanidad. Y ese no soy yo. Yo no puedo ya
comprometerme a nada...

— Lo sé, Armando — una lágrima escapó de uno de sus ojos— y es doloroso,


no te lo niego— la limpió rápidamente — pero estoy trabajando en eso, en
aceptar cuando simplemente no te aman y eso está bien. La gente no tiene por
qué amarme...

Armando negó y soltó una sonrisa incrédula.


— Te equivocas. Tú eres una persona fácil de amar. Tienes todo y más para que
te amen. Solo que...

Marcela le puso una mano en la boca.

— No lo digas, ya lo sé — se acercó poco a poco y le tomó el rostro con las


manos, lo miró a los ojos y le sembró un último beso.

Le ardió el alma en ese beso. Sentía que le faltaba el aire. Se sentía como en un
funeral, como el dolor de asimilar la pérdida. Las lágrimas se le escurrían solas,
pero no podía parar de besarlo. Era la despedida.

Armando le correspondió con ternura. Sabía que no había marcha atrás. Que esta
sería la última vez que la besaría y que jamás habría un retorno. Eso le quitó un
peso de encima y continuó besándola agradecido.

Terminaron de besarse y se quedaron allí abrazados por un largo tiempo. Cada


uno inmerso en sus pensamientos. En un adiós silencioso que les devolvía la
calma y la libertad. No hacían falta más palabras, todo estaba claro. Era el fin del
amor, de su amor.

https://www.youtube.com/watch?v=GbS2nCX-MW4

Hola

Les dejo este capítulo con todo el amor y el dolor del amor.

Espero les guste.

Abrazos.

Corazón en fuga I

Mientras una historia terminaba en Santiago. En la oficina de presidencia de


Ecomoda había caos. Beatriz tenía las hojas en sus manos y simplemente su
cuerpo estaba paralizado ante la rabia. Era tanta que las lágrimas se le subieron
de golpe y sentía la visión borrosa. Un nudo enorme se instaló en su garganta.

¿Cómo pude ser tan estúpida? ¿usted no aprende, Beatriz Pinzón?

Se recriminaba duramente el haber caído de nuevo. Era como si esos días en la


distancia, maravillosos, le hubiesen hecho olvidar la realidad. ¿Por qué la rabia
si ella siempre supo que ellos seguían juntos? ¿qué más esperaba que sucediera?
Estaba repitiendo la historia y no podía más que sentirse idiota por caer de ese
modo.

¿Qué podía hacer ahora? ¿llamarla? ¿Pedirle una explicación? No, era obvio que
no porque no había nada. Nunca hubo nada. ¿Entonces por qué se sentía tan
real? No, estaba equivocada, ella si lo sentía real, pero no podía asegurarlo de
Marcela.

Tomó las hojas y las guardó en un cajón con llave. La rabia bullía en su interior.
Era un vendaval en la oficina.
Arregló todo para salir y se fue. Cuando pasó por los escritorios del Cuartel
apenas si dijo "buenas noches" de mala gana y con rapidez. Se montó en su
carro y se fue a su casa. Necesitaba estar a solas o estallaría.

En el camino tuvo que detenerse varias veces para limpiarse las lágrimas. Estaba
dándose látigo y golpes de pecho por su ingenuidad¿Acaso no había aprendido?
Mientras conducía recordaba todo lo pasado en los últimos días. Ese abrazo, la
pluma, las llamadas, era tan genuino, tan vívido que nadie creería que era una
farsa. Y ya no sabía si quería verla o escucharla. Estaba echa un nudo. No sabía
qué camino tomar. Todo estaba tan confuso y a la vez tan hermoso.

Llegó a su casa y solo le dijo a sus padres que no tenía hambre y se fue directo a
su habitación. Se quitó la ropa con rabia y se metió a la ducha, ni siquiera esperó
a que el agua se calentara, así fría se metió bajo el chorro y dejó que le calmara
el hervidero que era ahora su cabeza y su corazón. Estuvo allí un rato hasta que
logró calmarse. Salió un poco más tranquila y con una determinación.

No iba a seguir jugando a nada. No habría más coqueteo ni nada por el estilo. Se
alejaría, aún estaba a tiempo, no se quedaría dos veces a repetir esa tortura.
Terminaría cuanto antes su periodo como presidente y todo lo que le pasó en
Ecomoda lo enterraría en un Cementerio si era preciso.

Ni siquiera permitiría que le quitara el sueño. Ya no más. Pero por más que
quiso, no lograba dormir¿Y si todo tenía una explicación?

-----
Marcela llegó a su apartamento al mediodía, todavía tenía una cosa demasiado
importante por hacer. Cuando estuvo en Miami tomó la decisión y solo era hacer
una visita rápida para aprobarlo.

Estuvo toda la tarde en papeleos y visitas, hasta que firmó los papeles de lo que
ahora sería su nuevo hogar. Lejos de los recuerdos y del dolor. Era un nuevo
comienzo y estaba dando todos los pasos con determinación. Le quedaba la
mudanza, pero eso no la ocupaba, tenía quién se encargara y no tomaría más de
una semana.

Al final de la tarde quiso ir a Ecomoda por su carro y, obviamente, para darle la


sorpresa a Beatriz. Se dispuso a vestirse para ir a verla. Le emocionaba, estaba
ansiosa por volver a verla, por abrazarla, por... Besarla quizás, si se daba la
oportunidad...

Llamó un taxi y partió al destino, sin saber lo que la esperaba.

-----
Beatriz estaba tratando de no pensar más en eso. Se concentraba a ratos en el
trabajo y en otros momentos, se ponía a pensar en todo. Tenía claro ya que la
encararía, le diría que ya sabía la verdad y que no quería explicaciones, solo
distancia. Hacer de cuenta que nada pasó mientras terminaba y se iba de
Ecomoda.

Marcela llegó a Ecomoda irradiando una nueva energía. Era luz, era alegría.
Saludó a Mariana y subió al ascensor, apenas si le dio tiempo de responder el
saludo. Mariana percibió esa energía y sonrió, era una energía muy similar a la
que había tenido Beatriz en los últimos días. Era como si se dieran vida
mutuamente.

Aura María vio a Marcela salir del ascensor y se sorprendió. Quiso llamar a
Betty para avisarle, pero sería demasiado envidente. La accionista saludó a
Sandra y Mariana y recibió el abrazo de Patricia que estaba emocionada y
hablaba demasiado.

— Te ves divina, Marce ¿Qué te hiciste? No sé, es que estás... Espectacular, me


encanta, Marce...
— Después te cuento, pero dime ¿Todo bien? — preguntó con una sonrisa.

— Claro, Marce , tenemos que hablar, tienes que contarme tooodo.

Marcela torció los ojos, no había remedio, era obvio que Patricia lo decía para
que el cuartel escuchara. Evidentemente tenía que hablar con ella.

— Ya te dije que después te cuento, por ahora, préstame las llaves del carro que
odio ir en taxi— extendió la mano para recibirlas.

Patricia se las entregó y comenzó a rascarse la cabeza.

— ¿Qué pasó con mi carro? — dijo Marcela al notar la incomodidad de Patricia.

— No, no, no pasó nada, es que me quedé sin gasolina y me tocó dejarlo en el
parqueadero del edificio.

Marcela solo hizo gesto de resignación, eso no le iba a arruinar sus planes ni el
día.

— Dile a Freddy que vaya y lo recoja, lo mande a lavar porque debe estar sucio
y que le ponga gasolina — le dio las llaves de regreso y unos billetes — jamás te
voy a volver a prestar mi carro— le dijo señalándola con el índice.

Fue a su oficina y dejó su bolso y algunas cosas que llevaba. Le dio un repaso
rápido a su oficina para ver que todo estuviera en orden y se alistó para el gran
momento. Todo lo estaba haciendo rápido para que no alcanzaran a advertir a
Beatriz.

Aura María iba a ir a avisarle a Beatriz personalmente cuando Marcela salió de


la oficina y con solo una mirada la detuvo. Pasó frente a su escritorio y le dijo:

— Tranquila, Aura María, yo misma me anuncio — sonrió y siguió su camino.


Aura María solo pudo asentir lentamente. Parecía que fuese otra Marcela, tenía
una energía arrolladora.

Marcela saludó con la mano a Bertha y Sofía y les pidió silencio. Ellas
extrañadas obedecieron. En un solo movimiento abrió las puertas de presidencia,
entró y cerró nuevamente. Ahora sí, por fin la tenía en frente.

Beatriz estaba en estado de shock. La tenía en frente, con un atuendo divino, un


poco más informal de lo que acostumbra, pero se veía perfecta, nada la hacía
perder la elegancia. Sintió que el alma se le escapó del cuerpo y volvió a él en un
instante.

No podía hablar. Solo la miraba de arriba abajo y hasta ahora era consciente de
la rapidez con la que le latía el corazón. La vio a los ojos y nada pudo impedirle
que adorara esa sonrisa.

Marcela se quedó allí, contemplándola, ninguno de los escenarios imaginarios


que formó en su cabeza para el reencuentro le sirvió de guía para sentir lo que
sentía. Estaba con la adrenalina al cien, podía sentir la sangre correr a toda
velocidad por sus venas. Estaba tan emocionada y sentía tantas cosas que no
podía sí quiera descifrarlo. Beatriz la veía, la estaba mirando de pies a cabeza
descaradamente. Pudo notar cómo tragó saliva al verla a los ojos. Pudo notar su
desconcierto y también su emoción. Era real.

— Hola, Beatriz — le dijo con una sonrisa tímida. La seguridad empezaba a


desvanecerse y empezó a sentir que la sangre se le arremolinaba en las mejillas
al ver que no le quitaba la mirada.

El shock inicial estaba empezando a calmarse y Beatriz volvía a la realidad poco


a poco, pero sin dejar de verla. Su belleza la tenía cautivada. Ver esa sonrisa
hermosa cuando le habló hizo que sus neuronas espejo actuaran y por inercia
correspondió con una sonrisa casi igual y una ligera alzada de cejas.

— Hola, doña Marcela — atinó a responder mientras se tomaba las manos para
que no se viese el temblor que se había apoderado de ellas y ahí fue consciente
de lo frías que estaban.
— ¿Cómo está? ¿me puedo sentar? — preguntó dando un paso adelante mientras
se llevaba las manos a la cintura y la miraba de manera cautivadora.

Beatriz asintió como autómata. Ya estaba más tranquila, pero no podía dejar de
ver cada uno de sus movimientos. Nada de lo sucedido hizo mella para que no
pudiera sentir lo que sintió al verla. Su rabia parecía haberse borrado, sus planes
casi se van al caño, pero recuperó la compostura y recordó lo que debía hacer.
Su mirada cambió de inmediato, aunque trataba de esquivar la de ella.

Marcela se sentó frente a ella. Puso los codos sobre la mesa y acomodo rostro
entre sus manos. Era una imagen tan adorable que la duda empezó a hacer
tambalear a Beatriz. Esa mirada que perseguía a la suya, que la recorría entera.

— No me mire así, por favor — más que una orden era una súplica que salió de
la boca de Beatriz mientras agachaba su cabeza. Así no podría encararla. No con
esos ojos verdes gritándole el deseo.

— No puedo. No quiero mirarla de otra manera después de tanto tiempo — le


dijo con voz suave.

Beatriz sintió una punzada en su estómago al escuchar el tono seductor de su


voz. Eso le recorrió el vientre y el deseo se volvió irreprimible. Se mordió el
labio para reprimirlo. Maldita sea. Solo pudo agachar la cabeza. Si seguía
viéndola y hablándole de esa manera no podría encararla.

— ¿Qué pasa? Ah ¿No quiere verme? — le dijo con un tono de extrañeza, bajó
una mano y la puso sobre una de ella. Estaba fría. Beatriz la quitó
inmediatamente — ¿Pasa algo, Beatriz?

Era evidente que quería poner una barrera.

Beatriz respiró con fuerza. Era el momento. Soltó el aire y alzó la cabeza para
mirarla fijamente. Era como si hubiese cambiado de personalidad, había cierta
frialdad en sus ojos.

— ¿Cómo le fue en Chile? — soltó con sarcasmo.


Corazón en fuga II

Marcela alzó las cejas ante esa pregunta. Retrocedió en la silla y asentía
lentamente con la cabeza.

—¿Cómo sabe que estaba en Chile? — respondió alzando una ceja.

— El cómo me enteré es lo de menos— dijo con nerviosismo mientras se giraba


un poco para abrir un cajón que tenía unas llaves colgadas, sacó dos hojas
impresas y se las puso sobre el escritorio — pero en información real y
obviamente no es una coincidencia su viaje y el de don Armando.

Ahora Beatriz hablaba con seguridad y con frialdad. Se había esfumado el


ambiente seductor de hace un momento.

— ¿Por qué no vamos al grano? Sí, claro, Beatriz. Fui a Chile antes de venir a
Colombia — dijo con seguridad y simpleza.

Beatriz alzó los hombros para restarle importancia y tomó nuevamente las hojas.

— Perfecto, doña Marcela. Solo eso quería escuchar. Qué bueno que esté aquí,
para que retome sus puntos de venta. Mañana a primera hora tendrá un informe
detallado... — dio media vuelta en su silla y se puso de pie para ir a guardar unos
documentos en el archivero que ahora era su exoficina.

— No, Beatriz — dijo Marcela con voz enfática — me va a tener que escuchar
aunque no quiera — se pudo también de pie y se cruzó de brazos.

— Muchas gracias, pero no me interesa, nos vemos mañana— sostenía los


papeles en sus manos y le hablaba con la máscara de la diplomacia, pero la rabia
le hacía latir las sienes, otra vez se giró y entró al archivo.

Marcela se mordió la mejilla interna y alzó los ojos en gesto de impaciencia. Ni


siquiera le molestaba su pregunta, al contrario, la excitaba mucho que estuviese
en esa actitud ¿Acaso estaba celosa? Tardó un segundo en seguila al archivo y
entró rápidamente, cerró la puerta con seguro y recostó su espalda en ella.
Beatriz se sobresaltó al escuchar cómo se cerraba la puerta y volteó a ver para
encontrarla allí. Recostada en la madera y con los brazos cruzados sobre el
pecho. Era una imagen demasiado sexy. Tenía un jean tiro alto y una camisa
blanca manga larga abierta, donde se veía una blusa de tirantes que resaltaba sus
senos y la finura de su cuello. Su gesto era el de alguien que no se daba por
vencido .

Beatriz abrazó los papeles y tomó aire.

— Doña Marcela, es en serio. Yo no quiero ni necesito escuchar nada más. Todo


está muy claro. Simplemente — se sintió atribulada, soltó los papeles encima de
la mesa que antes era un escritorio y extendió los brazos - no sé... olvidé que
usted tenía una relación con él, pero ya lo recordé— caminaba con pasos cortos
y de vez en cuando la miraba, Marcela seguía en la misma posición
escuchándola atentamente —ya sé en qué punto de la historia estoy. Y ya, lo que
pasó...— soltó un bufido y se dedicó a mirarla con un poco de tristeza — lo que
sea que haya pasado entre nosotras, simplemente se olvida y ya. Porque eso no
cambió ni cambiará nada. Yo termino lo que vine a hacer a Ecomoda y me voy y
todo seguirá su curso, mi vida, la suya, la de ustedes...

— ¿Me puedes escuchar, por favor?

La tuteó con voz tranquila y Betty sintió que se le erizaba la piel.

— Por favor, doña Marcela, es lo mejor...


— ¿Será que me dejas hablar por favor, Beatriz? — la interrumpió en su
terquedad.

Beatriz se recostó en el escritorio y alzó los hombros en concesión. Al menos le


debía eso.

Marcela siguio con la espalda pegada a la puerta y desde allí le clavó una
mirada intensa.

— Beatriz. No diga que no pasó nada porque para mí no ha sido así. Aún trato
de comprender en qué punto de esta historia las cosas cambiaron así. No lo sé —
hacía gesto de incomprensión — pero sé lo que estoy sintiendo porque es real.
Porque en medio de todo este infierno al que nos fuimos, empecé a sentir que la
vida me volvía. Porque estando lejos, Beatriz, escuchar su voz me daba paz y me
emocionaba. Quería estar cerca suyo como ahora y a pesar de que usted esté
molesta porque estuve allá con él, créame que esa sensación de tranquilidad, de
paz, de serenidad, no ha cambiado — se relamió los labios y por fin despegó su
cuerpo de la puerta con lentitud, empezó a caminar lerdo hacia Beatriz — y si fui
allá, no es precisamente por lo que usted está pensando, la entiendo, yo hubiese
pensado lo mismo — cada vez estaba más cerca de ella — fui a terminar
definitivamente mi relación con Armando Mendoza — le dio una mirada de
sinceridad con ojos brillantes — en este momento sólo soy Marcela Valencia, la
accionista de Ecomoda. Ni la novia, ni la ex, ni la prometida, ni nada que me
relacione íntimamente con él — ya se encontraba frente a Beatriz que apenas si
podía creer lo que escuchaba — Lo hice por mí, porque quiero sanar y lo estoy
haciendo. Porque quiero vivir mi vida, porque quiero seguir sintiendo esto que
me pasa cuando estoy cerca suyo como ahora, mire— le tomó una mano y se la
llevó al pecho, Beatriz sintió cómo palpitaba tan fuertemente como el suyo y se
dejaba hacer, solo la miraba no la perdía de vista, estaba hipnotizada — porque
usted me encanta y ... —Se acercaba poco a poco a su cara y sentía que se
quedaba sin aire— y quiero seguir aquí, así, sin mentiras, ni trampas, con la
honestidad y la certeza de lo que somos y lo que sentimos — cerró los ojos y
reprimió el deseo de besarla, quería escucharla primero.

Beatriz estaba nublada. Nunca antes había estado tan cerca de ella. Percibía
tantas cosas al tiempo que no sabía si lo que la tenía casi a punto de desmayarse
era su olor, su energía, su cercanía o la mirada brillante cargada de deseo que le
dedicaba. Ella la correspondió con la misma intensidad y por supuesto que
habló, con voz suave, casi susurrándole a los labios.

— Usted también me encanta — le miró los labios tan cercanos y luego a los
ojos— usted me enloquece y cuando llegó la vi ahí parada solo pude
confirmarlo. Me gusta demasiado, Marcela — sus respiraciones estaban
aceleradas y Marcela se atrevió a abrazarla por la cintura.

— ¿Todavía le queda alguna duda? — le preguntó mientras una de sus manos le


recorría suavemente la espalda sobre la ropa.

— No — Beatriz sintió un corrientazo en la espalda y no pudo contener un leve


movimiento, estaba comenzando a excitarse demasiado con ese simple toque—
ninguna duda— atinó a responder con la risa mezclada en sus palabras.

Marcela correspondió a esa risa con una corta y grave. Tampoco estaba
conteniendo los deseos de su cuerpo. Quería besarla, pero no sabía cómo
proceder. Se sentía tan nublada que temía equivocarse o ser demasiado
impulsiva. Solo pudo cerrar los ojos otra vez y morderse los labios, porque la
visión de los labios de ella, entreabiertos la tentaba demasiado.

Beatriz se atrevió y posó una de sus manos en el rostro de ella. Debía mantener
su compostura o en cualquier momento entraría alguien y las vería en esa escena.
Se estaba muriendo por besarla y probar esa boca que tenía a tan solo unos
centímetros. Le acarició con ternura el rostro, como queriendo comprobar que
era real y luego, con la yema del pulgar le rozó los labios suavemente, enviando
millones de descargas eléctricas hasta su vientre y su centro. Marcela no ayudó y
le besó la yema del dedo con una mirada erótica que solo pudo excitarla más.

— Vámonos de aquí que me estoy muriendo por besarla y no quiero que nos
vean ni nos interrumpan— le dijo con voz suave mientras recorría la línea de su
mandíbula con el pulgar.

— ¿A dónde? — preguntó una Marcela totalmente derretida ante la intensidad


con que Beatriz le detallaba la piel— es decir, sí vamos

Le soltó la cintura y con movimientos torpes y acelerados salieron del archivo.


Beatriz comenzó a guardar las llaves y Marcela no sabía qué hacer. Estaba hecha
un nudo de emociones y nervios. Se devolvió hasta Beatriz y le tomó la barbilla
con los dedos, obligándola a mirarla.

— No tengo carro, así que tendremos que irnos en el suyo, voy por mis cosas y
nos vemos en el parqueadero — le susurró muy cerca — Beatriz asintió con
obediencia.

Marcela salió como un rayo de la oficina y se fue a la suya. Bajó por las
escaleras hasta el parqueadero. No dijo nada a nadie, ni se despidió. Apenas si
podía respirar.

Betty caminaba apresurada, terminando de meter el celular en su cartera. Llamó


el ascensor y se despidió con una sonrisa todas. Hasta de Patricia. Pulsó el botón
y el tiempo en bajar se le hizo eterno.

Mientras tanto, Aura María, Sandra y Patricia se miraban sorprendidas. ¿qué


acababa de pasar?

Cuando por fin el ascensor abrió sus puertas en el parqueadero, Betty la divisó
ligeramente recostada en el capó de su carro y sonrió. Caminó rápido mientras
quitaba los seguros y ella sonreía.
Todo pasaba rápido, la ansiedad no las dejaba ni hablar. Se montaron y Beatriz
encendió el motor y arrancó con premura. Marcela dio un pequeño grito de
sobresalto y excitación.

— Tranquilaaa, Beatriz — dijo riendo tras el susto.

— No estoy tranquila — también se dejó contagiar de esa risa cantarina — ¿A


dónde vamos?
— Al cielo, si sigue manejando así — le dijo Marcela bromeando.
Beatriz captó el mensaje y fue reduciendo la velocidad hasta llegar a un
semáforo.

— yo no salgo mucho, pero conozco un lugar que... Tal vez no es para las
personas de su clase, pero le podría gustar y es... Íntimo — le dijo mientras le
miraba los ojos con intensidad.

— En este momento no me importa la clase, así que vamos, sorpréndame Beatriz


— le respondió mientras le llevaba ese mechón coqueto tras la oreja.

Beatriz arrancó nuevamente y se apresuró en llegar al destino.

https://www.youtube.com/watch?v=OdRsnvz_ZXg
La edad del cielo

Beatriz estacionó en un parqueadero privado, pues al lugar al que iban no tenía


parqueadero. Marcela no estaba tan sorprendida, alguna vez caminó por esas
calles cuando era muy joven y conocía un poco de la magia que lo cubría.

— Llegamos— dijo Beatriz soltándose el cinturón y con cierto nerviosismo—


no se preocupe, no le va a pasar nada, no es peligroso ni nada por el estilo.

Marcela sonrió.
— Tranquila, no tiene que decírmelo, conozco el lugar.
Beatriz alzó las cejas. No había podido sorprenderla con el lugar, pero sí con el
sitio, eso sí lo haría.

— Bueno, entonces vamos.

Se bajaron y comenzaron a caminar por calles, ya comenzaba a caer la noche


sobre Bogotá y las luces de las casonas antiguas que adornaban El Chorro de
Quevedo, empezaban a llenar de magia el lugar. En un momento, Beatriz, que
sabía específicamente a dónde ir, tomó de la mano a Marcela y comenzó a
guiarla en medio de turistas. La gerente solo pudo apretar su mano y seguirla.

Llegaron a una pequeña casona con escalones rústicos, era acogedora su visión
desde el exterior, las luces amarillas que colgaban de lámparas tejidas le atraían.
Entraron y escucharon las notas de un grupo en vivo que parecía estarse
preparando para amenizar la noche.

Una joven de piel trigueña salió a recibirlas y les indicó los lugares en los que
podrían ubicarse. Beatriz escogió uno que las separaba del resto del mundo, con
una pared a cada lado, pero que les permitía seguir disfrutando del ambiente. Les
dieron las cartas y cada una ordenó, Beatriz un mojito y Marcela un Gintonic.

Por fin a solas, solo se miraban, después de la descarga de energía del


reencuentro las palabras estaban atoradas. Pero Marcela tomó la iniciativa.
— Debo confesar que no esperaba este lugar, es hermoso, tiene una vibra, no
sé... Divina... Me gusta mucho

— Bueno, es que siempre pensé que cuando volviera, me gustaría invitarla aquí,
espere que empiecen los músicos y verá, será todavía más divino.

— ¿Ah sí? Y bueno, cuénteme¿Cómo lo supo?

Beatriz se avergonzó. Ahora tendría que admitir que puso al cuartel de espía.

— ¿No lo deduce?
— Claro que lo deduzco, pero no entiendo qué la motivó a averiguarlo—
respondío Marcela acercándose un poco más a ella.

— Pues es que, quería saber qué día volvería y mandé a preguntarle a Patricia y
dijo que usted le había prohibido hablar del tema— dibujaba círculos sobre la
mesa — y eso genera más dudas que certezas y pues Aura María me ayudó y
pues, lo demás es historia...

— Patricia tampoco sabía cuando volvía, solo sabía que iría a Chile y ya.

—¿En serio? — preguntó Beatriz.

— Claro que es en serio, si le decía me arruinaba la sorpresa y no quería eso.

La música en vivo comenzó a inundar el lugar justo cuando llegaron sus


respectivos tragos. Las dos necesitaban una copa. La probaron y sonrieron.

Beatriz por fin se armó de valentía y habló mientras le tomaba la mano. Era
suave, limpia, hermosa.

— Casi me muero cuando la vi. Ni siquiera podía hablar, fue tan ... Bonito y
además, hoy se ve hermosa, con ese look más relajado, de verdad que está
divina.

Marcela sentía que se derretía con esas palabras. No pudo contener el sonrojo y
llevó una mano a la cara. Era como una adolescente otra vez. Una hermosa
sensación de hormigueo le recorría el cuerpo.

Beatriz sonrió. Era una visión adorable y era real y la tenía en frente suyo.
Dejándose hacer, halagar, siendo ella.

— Betty, por favor...


— Por favor, nada, es la verdad. Usted es hermosa.

Marcela entonces quiso cambiar el juego. Ella también podía.

— Por qué no me repite eso que me dijo en la oficina — le dijo acercándose a


ella para poder verla más cerca, casi alargando un poco su cuello.

— ¿Qué cosa? ¿La parte donde le decía que ya dejáramos así ?— jugó Betty
mientras se perdía en la miraba pícara de ella.
— Jajaja, nooo — llevó de nuevo su mano para esconder el mechón y le miró los
labios — la parte donde me decía que yo le encanto — se mordió el labio para
poder soportar la cercanía.
Unas notas sensuales de bajo y guitarra comenzaron a inundar el lugar. Ellas se
reían de nervios, risas mezcladas con excitación.

— Ah, esa parte... No sólo eso. Usted me enloquece, Marcela — la miró a los
ojos y le habló acercándose a sus labios — y yo creo que en este juego que nos
inventamos, gané y usted perdió, Game Over, Marcela...

Ya no lo soportó más y la besó. Primero tomó su labio inferior y lo mordió


suavemente. Marcela cerró los ojos y se dejó llevar. Sentía que todo su cuerpo se
calentaba en un instante, sentía un montón de cosas en su estómago. Beatriz
continuó con el labio superior y ella le correspondió, comenzaron a danzar en
sus bocas. Beatriz sentía que jamás en la vida había una sensación igual. Llevó
sus manos a las mejillas de ella y las acarició para luego hacer más profundo el
beso. Se rozaban, se mordían, se dejaban llevar. Marcela, por su parte trataba de
asimilarlo, todo. Quería acariciarla y llevó sus manos a una de las piernas de
Beatriz para apoyarse y tocarla. La apretó sutilmente.

Les faltaba ya el aire y no querían parar. Sus bocas probándose por primera vez
era un sueño hecho realidad para ambas. Pero Beatriz fue quien decidió parar un
poco, sin quitarle las manos de las mejillas.

Marcela estaba en trance mirándole los labios, tenía el rastro de su sabor aún en
su boca y le pareció exquisito. Quiso más y fue por más. Llevó sus manos al
rostro de ella y se pegó a su boca en un movimiento casi brusco que las excitó
demasiado. Sus labios se buscaban. Sus manos empezaron a recorrer sus cuellos
y se mordían los labios de deseo. Apenas si respiraban, se decían todo a medias.

— Sí ve por qué me encanta — decía Beatriz en medio de pequeños besos.

— Usted me encanta, esa boca, no se imagina desde hace cuánto quería besarla
— iban terminando de besarse poco a poco.

— ¿Ah sí? ¿desde hace cuánto? — dijo Beatriz mientras se tenían tomadas de la
cintura una a la otra, estaban sentadas en una banca , una junto a la otra.

Marcela le mordió el labio con un poco de falsa fuerza y se sinceró.


— Desde el día de la junta con Catalina Ángel, ahí se me instaló la idea—
admitió mientras sonreía.

— Qué curioso. A mí también, justo cuando me dijo que sí a la propuesta —


admitió Beatriz.

— Pues yo lo siento, Beatriz, pero voy a disfrutar el momento — dio un pequeño


sorbo a su bebida y volvió a besarla con ganas.

Beatriz sentía que se centro palpitaba. Esta vez el beso.era mucho más profundo.
Era la declaración abierta del deseo y ella lo correspondió entregándose a él. Sus
lenguas danzaban en sus bocas. Era succión, mordiscos, labios y lengua en una
lucha por no ceder aún, pero por gozarse al máximo.

Marcela sentía la urgencia de su cuerpo. Sentía como se le calentaba la piel


pidiendo más, pero no ese día, no podía ir más allá todavía. Calma, necesitaba
calma, pero también necesitaba mostrarle a Beatriz cómo la enloquecía.

Se separaron y solo se pudieron mirar con los ojos llenos de deseo. Ardían.
Sabían que la una a la otra se deseaban y que si no paraban ahora, podría ser
peligroso.

Mientras tanto, la canción terminaba en el lugar y ellas solo bebían sus tragos
para intentar calmarse.

Ahora llegaba la calma y la tranquilidad de saber que era mutuo, sincero y


genuino. Ahora comenzaba realmente todo y debían hablar claro antes.

Y sí, Beatriz tenía razón, Game Over Marcela Valencia.


https://www.youtube.com/watch?v=iD35bZgV0mY
Algo contigo

Los besos, las caricias y los halagos iban y venían, así como otras dos rondas de
bebidas. Fue entonces que Beatriz cayó en cuenta decidió dejar de beber. Ya el
alcohol estaba haciendo estragos en su sangre. Con cada beso, con cada caricia
sentía que no podía más y acabaría entre las piernas de Marcela. Sus pies estaban
enredados bajo la mesa y reían.

En el ambiente todo era dicha. Era plenitud y alegría.

— ¿Cómo terminó de irle en Miami? — preguntó Beatriz recostando su cabeza


en el hombro de Marcela.

Marcela le dio un beso y se inundó las fosas nasales del olor floral de su cabello.

— Bien, todo quedó prácticamente listo. Lo demás son reformas que no


necesitan de mí. Y pues hay gente calificada para eso. En cambio, yo sí tenía que
venir a verla...— le dijo dándole besos y abrazándola.

— Sí, ya era hora. Ecomoda no es lo mismo sin usted— Beatriz correspondió al


abrazo — ahora tenemos que hablar sobre lo que viene... Usted sabe ... Pues —
no sabía cómo plantear el tema sin que sonase apresurado.

Marcela asintió y se giró para estar frente. Con la elegancia que la caracterizaba
y la elasticidad que tenía, pasó una pierna sobre la banca para poder acercarse
más a Beatriz y casi que atraparla entre sus piernas. Y como se le estaba
volviendo costumbre, la abrazó por la cintura.

— Sí se refiere a nosotras — lanmiraba fijamente con ternura— por mí no hay


problema, y soy plenamente consciente del revuelo que esto pueda ocasionar —
subió una mano y le apartó el cabello de uno de sus hombros — si quiere
podemos esperar, porque sé que eso puede ser perjudicial para usted — comenzó
a darle besos en el cuello y seguía hablando — podemos manejarlo, vernos fuera
de Ecomoda ... Aunque eso sí, siempre que pueda iré a su oficina a... robarle un
beso... Tal vez dos ... O tres— ascendió hasta el lóbulo de su oreja y lo mordió
suavemente mientras Beatriz estaba aprendiendole la cintura con las manos y
soltó un leve quejido que no pudo contener.

— Podría ser así por un tiempo mientras vemos... — ahogó un gemido cuando
ella le mordisqueó el cuello— pare por favor — Marcela sonrió pegada aún a su
cuello, no sabía si la enloquecía ese cuello o el ser testigo directo de lo que podía
generarle a Beatriz con su boca. Paró y se irguió para mirarla nuevamente con
una sonrisa de satisfacción — mientras vemos qué pasa. Hay mucho trabajo en
la empresa y no quiero que esto genere algún problema o algo así. Usted sabe
cómo es Ecomoda.

— Claro que lo sé y por eso estoy de acuerdo con usted— tomó aire y habló —
Beatriz, yo no estoy jugando. Quiero que esto siga hasta donde tenga que llegar.
No me importa el mundo, hoy y de ahora en adelante, importo yo y lo que siento
y lo que quiero. Ni Armando, ni sus papás, ni "los de mi clase" cómo usted los
llama. Quiero vivir, eso es todo y a su lado— le tomó las manos — estos
momentos que hemos pasado, aún con la distancia, me han dado vida.

Beatriz sintió que algo se le atoró en la garganta al escucharla. Ella, que había
sentidos y padecido la desgracia de un mal amor lleno de secretos, por primera
vez, sentía la plenitud de un amor correspondido y sincero. Era amor, eso era y
lo sabía, pero no debía decirlo aún, no debía apresurarse.

— Yo también quiero esto. Y sé que debemos ser cuidadosos por un tiempo, al


menos hasta la colección. Pero no quiero perderme más la vida inmersa en lo
que ya fue. Quiero este presente, así, como ahora, con usted a mi lado
mirándome de esa manera con esos ojos hermosos que tiene y que me
enloquecen , Marcela. Eso quiero.

Se fundieron en un beso cargado de emociones. Por el momento no hacía falta


más que la claridad de sus sentimientos. Eso les bastaba para seguir.

Un silencio se hizo por unos segundos hasta que una melodía armónica llenó de
una atmósfera romántica el lugar. Marcela se emocionó, conocía esa canción y
sentía que no pudo haber sonado en un mejor momento, comenzó a cantarla
mientras ahora era ella quien se recostaba en el hombro de Beatriz. El alcohol
también le estaba haciendo mella y se sentía ligera, libre, sensible y
correspondida.

¿Hace falta que te diga


Que me muero por tener algo contigo?
¿Es que no te has dado cuenta
De lo mucho que me cuesta ser tu amiga?

Ya no puedo acercarme a tu boca


Sin deseártela de una manera loca
Necesito controlar tu vida
Saber quien te besa y quien te abriga...

Beatriz se quedó quieta escuchándola cantar. Se le estaba metiendo en el corazón


de una manera tan rápido que no había nada que pudiera hacer para deterla. Su
voz era preciosa, afinada. Cantaba a la perfección y con sentimiento y eso le
fortaleció el alma. Estaba tan conmovida que sintió ganas de llorar porque no
podía contener el sentimiento. Era casi irreal y le estaba sucediendo a ella. La
vida le estaba mostrando la luz después de todo el infierno.

Marcela levantó la cabeza y vio que Beatriz estaba inmersa en sus pensamientos.

— ¿Pasa algo? — preguntó girándole el rostro y notó que estaba a punto de


llorar.

Beatriz sonrió y la miró queriendo que entendiera su mirada. Era difícil, Marcela
no conocía toda su historia. No sabía lo complejo que le resultaba ser
merecedora de amor, de atención y de vivir algo así. Ahora era fuerte y segura,
bonita, pero algunas huellas de su pasado aún volvían de vez en cuando. Como
un autosabotaje.

— Es que solo — le acarició una mejilla — a veces me cuesta creer que es real
— se tiró a sus brazos y hundió la cara en su cuello. Era real.

— Claro que lo es. Es tan real que crucé medio continente y le puse fin a todo mi
pasado por usted. Porque yo también quiero este presente y el futuro, sea cual
sea, Beatriz.

Beatriz asintió aún pegada a su cuello y también le dejó una rápida lluvia de
besos que hicieron que Marcela riera. Se separó de ella y retomando la
compostura habló.

— Y también es real que no me cabe un mojito más porque debo conducir y


llevarla a su casa — pidió la cuenta y se levantó, Marcela la siguió. Ya era hora
de irse y volver al mundo real.

Salieron del lugar tomadas de la mano. Beatriz disfrutaba esa sensación, esa
seguridad y se pagaba a ella de vez en cuando para besarle la mejilla. Marcela
por su parte sentía mucha euforia, disfrutaba el momento, la calidez de su agarre
y le llenaba el corazón verla ahí, junto a ella, tomando su mano como si ya no
importara nada más.

Llegaron al auto y se pusieron en marcha rumbo al apartamento de Marcela. Esta


última aprovecho para hablar.

— Sabe Beatriz, lo que decía la canción es real. Creo que no hubiese podido
soportar mucho más tiempo el ser su amiga. Creo que esto era inevitable...

https://www.youtube.com/watch?v=ctb9uuxJVHQ
Confesión

Marcela llegó a su apartamento y se tiró a la cama. Estaba dichosa. Era como si


el amanecer estuviese llegando a su vida. Era una realidad que nunca pensó vivir
y que le hacía sentir mucho. Una ilusión nueva, las ganas de amar de verdad
despertando en su ser. Le pareció que la vida daba muchas vueltas y que le
estaba dando una cachetada luego de haber menospreciado a Beatriz en el
pasado.

Pensaba en los próximos días. En poder compartir con ella, aprender tantas cosas
y enseñarle otras y, por supuesto, poder perderse en ese cuerpo que apenas con el
tacto la enloquecía. Imaginaba tocar esa cintura desnuda, perderse en su cuello,
sin miedo, con calma, con pasión.
El sueño la venció rápidamente y durmió con la placidez que hace mucho no
experimentaba.

Beatriz llegó a su casa con una sonrisa tonta pegada a sus labios. No la podía
controlar, así como tampoco era consciente del brillo de sus ojos. Entró a la sala
y encontró a sus padres terminando de cenar.

— Hola, mamita, ¿Cómo me le fue? — se levantó doña Julia y fue a abrazarla,


pues se había quedado preocupada con el aparente desánimo que había tenido la
noche anterior y en la mañana.

— Bien, mamá, hoy fue un muy buen día. Tengo hambre — sonrió y
correspondió el abrazo de su madre, su otro remanso de paz — Hola, papá.

— Hola, mija — habló retirando los platos vacíos hacia un lado— ¿ Cuénteme?
¿cómo va todo?— la miraba con suspicacia.

— Bien, papá, no se preocupe, mañana puede ir y recoger el informe de este mes


para que se lo pase a don Roberto, además de que hay varias cosas de impuestos
que toca revisar bien porque la colección está pidiendo una gran inversión —
comentaba mientras se quitaba chaqueta y se disponía para comer. El apetito le
había vuelto de repente.
— Ah, bueno, mija. Eso sí, si se va a demorar un poco en llegar avise, para no
preocuparnos— dijo don Hermes con calma.

— Sí, papá, es que hoy me quedé trabajando un poco — mintió mirando el plato.

— Mamita, coma tranquila que su papá ni había mirado la hora hasta que la
escuchó llegar — dijo doña Julia notando la actitud enérgica de Beatriz, además
de ese brillo en los ojos. Un brillo conocido para ella.

Terminó de comer y se dispuso a ayudar un poco a doña Julia con los platos.
Mientras los secaba la escuchaba hablar sobre algunas vecinas.

— Oiga, mija, ¿Ese señor la ha llamado o la ha buscado?— preguntó Julia con


tacto.

Betty alzó los hombros, dándole a entender que no le interesaba.


— Para nada, mamá y así es mejor. ¿Sabe?, hoy volvió doña Marcela — dijo con
una sonrisa.

Doña Julia sintió un dejo de emoción en ese comentario y la miró con los ojos
entrecerrados.
— ¿Ah sí? — le pasó un plato a Beatriz — ¿Y le dijo algo?

Beatriz se calló un momento mientras pensaba. Tal vez sincerarse con su mamá
era lo mejor. Ya una vez le había ocultado la verdad y eso lastimó la confianza
de su madre. Pero no sabía cómo hacerlo, porque no era solo el hecho de que le
gustara alguien, sino que era ella, una mujer, la ex de él hombre que amó.

— Mamá, yo ... Quisiera ser sincera con usted, pero prométame que esto solo va
a quedar entre las dos.

Doña Julia estuvo el movimiento de sus manos, lo presentía, sabía que ese mirar
diferente, ese cambio de humor, se debía a algo.
— Ay, Bettyca, siempre que usted me dice eso me dan como nervios.

Betty se recostó en la encimera y le pidió el cielo que le diera la fuerza y las


palabras correctas para poder confesarle a su madre lo que pasaba.

— primero que todo, quiero que esté tranquila, mamá. No ha pasado nada malo,
por el contrario, es algo que me hace feliz.
Doña Julia no sabía cómo tal el profundo significado de esas palabras. Pero era
consciente de esa felicidad de su hija. La sentía, sabía que algo importante estaba
pasando en su vida, no solo desde que se fue y regreso, sino ahora, que parecía
realmente estar viviendo.

— Pues mija, eso yo lo sé. Yo la conozco, mi amor y estoy segura de que algo
muy bueno le está sucediendo. Yo veo sus miradas, ese brillo en los ojos, esa
soltura que tiene. Además de que últimamente corría a encerrarse a su cuarto a
hablar por celular. Yo lo sé. Pero si mija me quiere contar, usted sabe que cuenta
conmigo y que la escucho y si quiere un consejo, también se lo doy mamita. Así
que hable.

Betty le sonrió con agradecimiento.

— Mamá, lo que le voy a decir no es difícil de entender, pero tal vez, sí de


asimilar. Y yo sé que nada va a cambiar su amor por mí ni el mío hacia usted. Y
por eso mismo se lo digo— soltó la toalla de sus manos y prosiguió— desde que
regresé a Ecomoda, ha estado surgiendo un tipo de acercamiento con una
persona de allá. Es una persona bella, elegante y es buen ser humano. Hemos
compartido poco, la verdad, pero han sido momentos muy intensos, momentos
en los que el pasado ya no cabe, donde no sé hasta qué punto nos hemos
perdonado, pero que no han podido o no interfieren en lo que está pasando.

Doña Julia no quiso interrumpir, pero sospechaba que era Armando Mendoza. Y
no quería volver a ver a su hija de nuevo en ese juego oscuro.

— Mire mamá, no me pregunte cómo pasó, porque incluso para mí es


inexplicable. Solo pasó, las circunstancias nos fueron acercando y eso, de alguna
manera, logró que entre esa persona y yo surgiera algo bonito. Algo real. Y sí,
yo sé que hasta ahora comienza, que apenas si hemos dado cortos pasos, pero me
llena el alma mamá. Cuando la vi, cuando tuve a esa persona en frente, fue tan
bonito — hizo una pausa porque sentía de nuevo esa sensación maravilla de su
cercanía— es algo tan diferente a lo que he vivido. Que no me quiero parar a
pensar en lo que ya fue, solo quiero vivir esto, sentirlo, corresponderle y que
simplemente fluya.

Doña Julia ahora sí no entendía. Trataba de armar el rompecabezas y solo de le


ocurrió que tal vez fuese Mario Calderón, el amigo siniestro de Mendoza, pero la
gran sorpresa estaba por venir.
— Mija, pues es que entiendo y me alegra todo eso tan bonito que está viviendo,
pero aún no entiendo de quién me está hablando...
Betty se retiró del mesón y comenzó a apretarse las manos. Temía la reacción,
pero no le quedaba más que cumplirle a su mamá y hablarlo.

— Ella es Marcela Valencia, mamá. Es ella la persona de la que le hablo. Y me


gusta, me gusta mucho y a partir de hoy, estamos saliendo...

Julia hubiese preferido tener una silla al lado, pero no, no tenía donde sentarse
para amilanar el impacto. Su cabeza zumbaba y de repente sintió las manos frías.
Se llevó una mano al rostro y sintió ganas de llorar. Jamás en su vida lo pensó,
jamás una idea así rondó por su cabeza.

Betty casi se arrepintió de su sinceridad al ver la reacción silenciosa de su


madre. Cerró los ojos y esperó algún reproche, una palabra de rechazo o al
menos una aprobación, pero nada de eso sucedió. El silencioso era realmente
tenso. Julia ni siquiera la mira a, estaba con los ojos puestos en una pared,
inmóviles y difusos.

— Mamá... Perdóneme, pero usted me pidió que le contara lo que podía manejar
y lo que no. Y pues aquí estoy, abriéndole mi corazón...

La escuchaba a lo lejos. Trataba de hilar los pensamientos y las ideas. Trataba de


lidiar con su incondicionalidad como madre o los preceptos de la moral y la ética
que la habían regido en su existencia. No sabía qué decir, qué hacer. Por otro
lado estaba la materialidad, esa Beatriz viva y reconfortada de los últimos días.
Su calidez , su energía y esa mirada de amor y del gusto de ser amado que le
adornaba el rostro. Era una lucha interna y no sabía cómo librarla...

— Mamá, pero diga algo...— habló Beatriz casi con desesperación.

Julia por fin la miró y su gesto de confusión fue evidente.

— Betty, mija, no sé qué decirle... Estoy muy... Confundida. Eso quiere decir
que usted es ...

— Mamá, no lo sé, pero sé lo que estoy sintiendo por ella y si sentir eso y que
me guste y me agrade me hace eso que usted está pensando, pues probablemente
lo sea. Yo soy bisexual entonces, mamá. Porque ese es nombre para las personas
como yo.
— Ay, Betty, pero ¿qué pasó? Mija si nosotros la criamos bien. O ¿Será que es
mi culpa?

Betty negó con la cabeza


— ¿Tan malo le parece que yo me sienta atraida y que llegue a amar a una
persona que no sea un hombre? Además, mamá, esto no es su culpa, esto va más
allá de lo que usted me haya enseñado. Y si en esas estamos, ustedes me
enseñaron el amor, pero la decisión de a quien amar la tomo yo y eso no es culpa
ni decisión de ustedes.

— Mamita, pero es que no es fácil...

— Yo lo sé. Lo sé, mamá. Pero es la realidad, es lo que está sucediendo en mi


vida en este momento y es lo que quiero que siga sucediendo. Marcela me está
cambiando la vida, me está enseñando una faceta del amor que yo no conocía...

A Julia las lágrimas se le salieron. Era demasiado por procesar. Estaba dividida,
fragmentada y con el estallido de las emociones a flote.

— Mija, perdóneme, yo la amo, Betty, usted y su papá son mi vida, pero tengo
que pensar...

Y sin decir nada más se fue a su habitación huyendo, dejando a una Betty dolida
y triste.
Distancia justa

Beatriz despertó al día siguiente con sentimientos encontrados y el agotamiento


de las pocas horas de sueño. Consideró que tal vez fue apresurado el contarle a
su madre lo que sucedía. Pero ya estaba hecho, no había vuelta atrás y tampoco
quería arrepentirse. Eso era parte de su cambio, dejar de lado los secretos y no
volver a mentir sobre lo que era.

Cuando bajó a desayunar, Nicolás y su padre ya estaban terminando y su mamá


estaba en la cocina. Saludó y los dos respondieron, menos ella. Fue como una
punzada al corazón. Lo que podía salir mal, salió mal. No quería empeorar el
ambiente y afanó a Nicolás para irse a Ecomoda.

En el camino, le contó a su mejor amigo todo lo sucedido con Marcela y su


madre. La felicitó y le dio todo su apoyo y aprovechó para reprocharle el haberlo
dejado tirado la noche anterior.

— Ay, no se haga el digno, Nicolás, que usted cuando andaba con la peliteñida
también se me escapaba— se defendió.

— No, pues , qué, me va a seguir martirizando — le siguió el juego— le


recuerdo que usted y yo ya terminamos.

Betty sonrió por primera vez en el día. Pero recordar como su madre la ignoró le
borró la sonrisa.

— Betty, no haga esa cara ¿No me diga que le rompí el corazón? ¿usted sigue
enamorada de mí?— continuó bromeando Nicolás.

— No sea idiota, Nicolás. Es que me tiene muy dolida la actitud de mi mamá.


No sé, creo que no me va a perdonar haberle salido bisexual — comentó
torciendo el gesto mientras iba atenta al camino.

— Vea, Betty, por su mamá no se preocupe. Debe estar tratando de procesar


todo. Es que además usted no escatimó en gastos, le soltó la bomba completa. Lo
bueno es que ya puede soltar al San Antonio que tiene allá amarrado y de cabeza
en el clóset — Nicolás da y quita, como siempre.

— ¿Será Nicolás? Es que jamás me había ignorado, nunca en mi vida que yo lo


recuerde.

— Betty, mire, para una mujer como su mamá, saber algo así, no es fácil.
Además, ella es una mujer que toda la vida supo que el amor era mujer con
hombre y viceversa. Que no sale de la iglesia y que aparte se casó con uno de los
hombres más conservadores que conozca.

— Pues sí, Nicolás. Pero eso no le quita que me ame y me acepte como soy.

— Por eso, Betty, dele unos días. Y verá que ya aclaran todo, yo sé que ella la va
a apoyar. Ahora piense bien qué va a hacer con su papá, porque ahí sí poseemos
problemas.

Nicolás tenía razón. Ese era el hueso más duro de roer y por eso necesitaba el
apoyo de su madre. Probablemente perdiera a su papá para siempre.
Llegaron a Ecomoda y se fueron a sus respectivas oficinas.
Por otro lado, El cuartel entero también casi pasó la noche en vela. La salida
misteriosa de Betty y de doña Marcela luego de durar un buen tiempo encerradas
era chisme de primer orden en Ecomoda.

— ¿Será que se estaban peleando por don Armando? — preguntó Sandra con
preocupación.

— Ay, mijita, pues si eso fue así, fijo Betty sale de Ecomoda— argumentó
Bertha.

— Nooo, mamita, acuérdense que si Betty se va, se lleva todo. Yo más bien creo
que pelearon por otra cosa— dijo Sofía.

—¿Pero por qué otra cosa? — repuso Inés.

— No sé, por el trabajo o por don Hugo , uno nunca sabe— respondió
nuevamente Sofía.

Mariana y Aura María sonreían internamente. Contenían con gran fuerza las
ganas de soltar la boca, pero brincaban en un solo pie de pensar que algo más
estuviera pasando con ellas.

Betty se encontraba ya iniciando su jornada de trabajo. Estaba concentrada en su


computador cuando alguien tocó la puerta, sin prestar mucha atención, ordenó
seguir. Su impresión fue tanta que no pudo contener su cara de sorpresa ante tal
imagen.

Freddy apenas si podía cargar en una mano un ramo enorme de tulipanes rojos
que jamás podrían pasar desapercibidos para nadie. Envueltos en un papel negro
y atados con cinta roja, se tuvieron que haber robado la atención de todo
Ecomoda y eso la asustaba tanto como la emocionaba.

— Doctora, Pinzón, le llegó esta bobadita— bromeó Freddy tratando de adivinar


donde ponerlo — lo que no nos enviaron fue el florero.

Betty rio con nervios.

— Muestre, démelos que yo les busco sitio — su sonrisa no podía borrársele. No


necesitaba remitente, ese tipo de detalles ya tenían nombre y apellido.

Freddy se lo entregó y Betty se inundó las fosas nasales con el olor que tenían.
Le latía muy rápido el corazón, le corrían corrientazos por el vientre y no podía
dejar de sonreír. El mensajero se sintió completamente ignorado y se dirigió a la
puerta.
— Bueno, permiso doctora— dijo Freddy sorprendido.
— Gracias, Freddy, cierre la puerta y que nadie me interrumpa, por favor—
quería evitar los asedios del cuartel por un rato. Ya después pensaría una
explicación.

Puso el ramo sobre el escritorio y lo miró con detenimiento hasta que descubrió
un sobre negro que contenía una tarjeta blanca con un mensaje en máquina de
escribir. Definitivamente no había lugar a dudas de que era ella. Comenzó a leer
y se llevó una mano a la boca. Era un desquite o una respuesta al suyo.

Distancia justa

En el amor y en el boxeo,
todo es cuestión de distancia.
Si te acercas demasiado me excito
me asusto
me obnubilo, digo tonterías
me echo a temblar.

Pero si estás lejos


sufro entristezco
me desvelo
y escribo poemas.

Cristina Peri Rossi

Por supuesto, Game over.

M.V.

Una de las primeras cosas que aprendió y constantó Beatriz sobre Marcela es
que indudablemente sabía de detalles.

Marcela llegó con una energía arrolladora a Ecomoda. Saludó enérgicamente y


se encerró en su oficina a esperar que a Betty le llegara el regalo. Fue una idea
que se le metió en la cabeza y puso a media floristería de las más lujosas de
Bogotá para que llegasen a tiempo. Quería demostrarle de muchas maneras lo
que estaba sintiendo y lo mucho que le importaba.

Había pasado ya media hora desde la hora de entrega acordada. Dejó de revisar
lo que tenía en las manos y se dispuso a ir a buscarla. En el camino se le
interpuso Patricia.

— Marce, ven acá — la interceptó y comenzó a hablarle en voz baja—


imagínate que le acaba de llegar un ramo enoooorme de tulipanes a Betty. Ella
debe estar saliendo con alguien¿Estás segura que no es Armando, Marce?

Marcela torció los ojos. Lo abría dudado si no fuese por lo sucedido el día
anterior y porque ella misma lo hizo.

— No creo, él está muy lejos. Quizás sí esté saliendo con alguien, pero no creo
que sea Armando.

— ¿Y tú por qué estás tan segura? A propósito, Marce, no me has contado cómo
te fue con Armando. Me tienes en ascuas. Conduélete de mí.
Marcela río. Pero estaba segura que debía hablar con Patricia o todo sería peor.
Pero primero debía consultarlo con Betty. Patricia se iba a morir, quizás hasta
dejará de hablarle.

— Yo sé por qué te lo digo. Debo hablar algo con Beatriz de... Los puntos de
venta, cuando salga te cuento.

— Mhhh, pues óyeme, Marce, yo no sé pero te veo como rara. Como linda,
cómo suelta. Tú me estás ocultando algo. Eso me huele a amor. Pero bueno, yo
como soy buena amiga, te voy a esperar a que termines de hablar con la
"doctora"— la miraba con gesto de sospecha.

— Ay, por dios, Patricia. No es nada, estoy normal — trato de negarlo porque no
pensó que fuese tan evidente — bueno, chao.

Se escabulló de la mirada juzgadora de Patricia y se encaminó a la oficina. Ya


casi en la puerta de la sala de juntas un llamado de Aura María la detuvo.

— Doña Marcela, espere ... ¿va para la oficina de presidencia? — dudó en


preguntarle porque por un lado estaba la orden de Betty y por otro, lo que ella
sabía.

Marcela se sintió atrapada y tartamudeo.

— Eh, sí... ¿Pasa algo? — se llevó las manos al cabello como gesto nervioso.

— No, solo que ella pidió no ser interrumpida y pues... Déjeme la anuncio.

Marcela se quedó paralizada. No sé había dado cuenta que no puede ser tan
impulsiva y que siempre debe tener un az bajo la manga.

Aura María llamó y Betty obviamente autorizó.

— Siga, doña Marcela — dijo Aura María con nervios y emoción.

— Gracias.

Betty aprovechó y se metió al baño de su oficina para poder tener un rato a solas.
La oficina de presidencia era casi como la entrada de Ecomoda y en cualquier
momento las podrían descubrir.
Marcela entró a la oficina y la vio desolada. Solo el ramo de tulipanes sobre el
escritorio la recibió. Frunció el seño y estiró su cabeza para ver si estaba en el
archivo, pero tampoco la vio.

— ¿Beatriz? — la llamó pero nadie respondió — ¿Dónde está? ¿me está jugando
una broma?

Su celular comenzó a sonar en el bolsillo y eso la sobresaltó. No sé había fijado


en lo nerviosa que estaba. Vio la pantalla y sonrió al ver el número y nombre.

— Entonces es cuestión de distancia — habló Beatriz y Marcela trataba de


adivinar de dónde provenía el eco.

— ¿Dónde está? — le dijo mordiéndose el labio, le encantaba ese juego que les
surgía y que las ponía a maquinar cada respuesta.

— ¿Qué pasa si me alejo? — habló Betty en voz baja...


— Yo le aconsejaría que no lo haga...
— ¿Y si me acerco? — arremetió Beatriz con el estómago templado ante la
emoción.
— me asusto, me obnubilo...
— ¿Qué más? — quería escucharlo de su voz, de esa maravillosa voz que la
noche anterior la derretía.
— me excito...
Beatriz reprimió un grito pequeño de excitación.
—¿Y si me escondo?
— créame, Beatriz. Usted jamás se va a poder esconder de mí. Siempre voy a
saber dónde encontrarla— decía mientras empezaba pegar el oído a la puerta del
baño.
—¿Segura? Porque hasta el momento no ha podido...
Bingo, ahí era. Marcela colgó y abrió la puerta para encontrar a una Beatriz con
la mirada cargada de picardía, sentada junto al lavamos. Llevaba un sastre gris
con una camisa celeste que resaltaba mucho sus rasgos. Se veía divina, con esa
sonrisa de satisfacción y esos labios carnosos que la invitaban a probarla.

— Segura. No se va a poder esconder de mí nunca. Usted no sabe lo buena que


soy buscando y siguiendo pistas— le dijo cerrando la puerta con seguro y
acercándose lentamente a ella con la firme intensión de besarla.

— Hola— le dijo estando a centímetros de su boca, casi en un murmullo.


— Hola— respondió Beatriz nublada ante.su cercanía, su olor, su figura que
resaltaba mucho más con ese jersey cuello de tortuga.
— ¿Sabe? En este lugar no nos queda de otra que estar cerca— la calidez de su
aliento golpeaba los labios de Betty, que solo podía mirarle los ojos y los labios,
con el ferviente deseo de que ya se le comiera la boca.
— Entonces, ¿Está asustada? - atinó a responder mientras abría las piernas para
que Marcela encajara en medio de ellas, por lo que la gerente lo hizo.

Le atrapó el labio inferior con fuerza y lo succionó, luego intercambió con el


otro y Betty se rindió. Comenzó a besarla también con ardor y deseo. Marcela se
descontroló y comenzó a darle pequeños mordiscos, hasta que sus lenguas se
entregaron a un vaivén. El cuerpo entero se les calentó a las dos y Marcela casi
que temblaba. No recordaba un beso así, que la descontrolara tanto, no resistió
más y comenzó a acariciar una de las piernas de Beatriz, de abajo hacia arriba
lentamente. Quería arrancarle la ropa ahí mismo. Tocarla, desnudarla y ella no le
ayudaba. La tenía atrapada entre sus piernas y le mordía el labio con fuerza
mientras sus manos intercalaban entre su cuello y espalda.

Betty podía jurar que estaba a punto de manchar si traje debido a la humedad
que sentía en su entrepierna. La deseaba demasiado. Pero no podía ir más allá
aún. No sabía que hacer. Pero no podía dejar de besarla, le mordía la boca, le
succionaba la lengua y se sentía cada vez más dócil. Su toque lento y sensual en
la pierna la tenía tan excitada que solo atinó a apretarlas al rededor del cuerpo de
Marcela.

Marcela no quería parar, pero si no lo hacía, podrían terminar sobre el


lavamanos, desnudas y dándole un concierto de gemidos a Ecomoda y no quería
eso. Quería que lo hicieran si, pero no así. Quería disfrutarlo al máximo, sin
prisa y con total libertad. Fue bajando la intensidad del beso hasta que pudieron
separarse un poco y respirar mejor. Sus miradas lo gritaban todo, sus pieles
estaban enrojecidas, ardían y de sus respectivos labiales, no había el más mínimo
rastro.

— Creo que es mejor que salgamos— dijo una Beatriz turbada, con la mirada
brillante de excitación y voz casi entrecortada.
— Sí, por favor — aceptó Marcela cerca de su boca y le limpió un pequeño
rastro de labial mientras salía del encierro de las deliciosas piernas de Betty.
Touché

Salieron del baño con el deseo recorriendo sus cuerpos. Ahora sí necesitaban
distancia o no podrían contenerse más. Beatriz se acercó a su escritorio y recogió
la tarjeta con el poema. La puso entre el índice y corazón y se la guardó en un
bolsillo de la chaqueta de su sastre.

— Esto lo voy a guardar antes de que caiga en manos equivocadas — dijo para
evadir un poco la tensión sexual, mientras Marcela tomaba asiento en la silla
frente al escritorio.

— Me parece bien, porque aquí hay una secta que se dedica a buscar cosas en
escritorios y según sé, hay una líder que se los ordena— respondió Marcela con
una sonrisa burlona y coqueta.

Beatriz negaba y sonreía de la misma manera.


— Es más como un servicio de inteligencia muy efectivo, por supuesto, aunque
no se lo recomiendo, tienen clientes preferenciales y no creo que usted entre en
esa lista— fingió tristeza.

— ¿En la lista de la élite del chisme en Bogotá? Gracias, no me interesa— atacó


Marcela con falso desinterés.

Betty se rió y comenzó a buscar una carpeta, la abrió y se la puso sobre el


escritorio.

— Bueno, ya. Hay que trabajar y debemos ponernos al día. Quisiera explicarle lo
que ha pasado con los puntos de venta estos días y cómo vamos avanzando con
la implementación de la nueva estrategia de marketing y ventas — la Betty
profesional salió a flote con toda la seriedad del caso.

Estuvieron allí cerca de una hora poniéndose al corriente. Marcela advirtió


ciertas modificaciones que Beatriz había hecho en cuanto a los balances de
ventas que le simplificaron los informes y entendió por qué le habían laureado la
tesis y había sacado el mejor promedio. Debía admitir que era una intelectual de
la economía y eso le encantaba, esa desenvoltura con la que hablaba y se lo
explicaba de una forma tan sencilla y fácil, que solo quería aprender más.

Terminando el empalme, Marcela se levantó de la silla y se acercó a Beatriz


inclinándose sobre el escritorio para darle un beso en los labios.

— ¿Me aceptaría una invitación a almorzar?— brillaba en su mirada la


esperanza.
Betty asintió. No podía controlarse cuando la tenía tan cerca. Siempre Marcela
lograba paralizarla con esa soltura que mostraba y la facilidad para hacer
movimientos rápidos que la dejaban fría y nerviosa.

— Sí, me parece que lo mejor es que me dé la dirección y yo llego.

Marcela se alejó después de darle un casto beso y asintió con firmeza.

— En un momento se la envío por el correo interno — tomó la carpeta del


informe entre sus manos — me llevo esto para empezar a trabajar.

— No se lo vaya a regalar a Patricia, porque ese sí no va a ser capaz de


exponerlo— atacó Beatriz, era su desquite por haberla llamado líder de una
secta.

Marcela se tapó la cara con la carpeta. Sintió demasiada vergüenza por aquel
acto tan horrible que cometió cuando Beatriz llegó a Ecomoda.

— Ay, no, Beatriz, qué vergüenza — dijo mientras bajaba la carpeta y se llevaba
una mano al rostro — perdóneme, en serio, eso nunca debió pasar, es que me
dejé influenciar por Patricia, pero de verdad lo siento, eso no se hace— su gesto
era de verdadero arrepentimiento, casi ni podía mirarla a la cara.

Betty sonrió.
— No se preocupe, eso es pasado, solo que quería sacarme la espina. Porque no
me gusta que se metan con mi parte profesional, Marcela, eso no lo tolero. No
hay nada que perdonar— se levantó de la silla y fue hasta ella — hey, míreme
— le quitó la mano del rostro y la miró sonriendo — si yo tengo una secta, usted
también puede hacer aquelarre con su amiga — Marcela rió con naturalidad y
eso le llegó al alma a Beatriz, porque Marcela poco reía.

— Lo sé, pero es que de verdad me sentí mal al recordarlo y yo en serio, Beatriz,


valoro mucho su inteligencia, me encanta la Betty profesional que es usted— le
rodeó la cintura con los brazos y Betty se dejó y le rodeó el cuello con los suyos,
olvidaban el mundo afuera— hay algo que quiero decirle, porque creo que es
mejor hacerlo.

— ¿Tiene que ver con el aquelarre? — bromeó Betty mientras pegaba su cintura
a la de ella y Marcela la agarraba con un poco más de fuerza.

— No, Beatriz — negaba con gesto infantil muy genuino — mejor dicho, sí.
Sucede que quiero contarle a Patricia y explicarle lo que está pasando. Al fin y al
cabo, es mi amiga y es mejor que se entere por mí.

Betty se quedó mirándola a los ojos un momento y lo dudó. Una cosa era que
Nicolás lo supiera, él sabía guardar secretos, pero toda esa bomba de tiempo en
manos de Patricia, no sabía cuánto daño podría ocasionar. Pero entendía que
quisiera decírselo, era su mejor amiga también y Marcela sabía cómo
contenerla...
— Está bien. Usted sabe lo que hablamos ayer... Ojalá Patricia sea discreta— le
dijo mientras se acercaba y le besaba los labios.

— Te prometo que así será — a veces le salía el tutearla— nos vemos más tarde
— le dio un beso también y se apretó la cintura con las manos mientras se
mordía un labio. Las soltó y se fue, dejando a Betty con la mente turbada.

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—Estás bromeando conmigo, ¿Cierto, Marce? — decía Patricia mientras parecía
hiperventilarse.

Marcela negó.
— No, no es una broma, Patricia. Estoy saliendo con Beatriz.

Ya le había contado todo, desde que llegó Betty, lo de Miami, el fin de su


relación con Armando. En fin, no le ocultó absolutamente nada. Con Patricia era
mejor así.

— Marcela, pero ¿Cómo? Si a ti nunca te han gustado las mujeres y bueno, sí,
ella llegó ahí arregladita y lo que quieras¿Pero acaso se te olvidó lo que te hizo?
¿lo que hizo con la empresa?

Marcela respiró profundo y con seriedad respondió.


— Mira, Patricia, para que me entiendas. No, no tengo la capacidad ni el don o
poder que me haga olvidar todo lo que pasó. Sé perfectamente quién es Beatriz,
pero también sé quién es Armando. Aquí todos nos equivocamos, no sé quién
falló más o menos. Pero eso no me importa ahorita. A mí solo me queda el
presente y lo que puedo hacer con él para borrar las heridas del pasado. Y no,
Patricia, no sé cómo explicarte lo que nos está sucediendo con Beatriz, pero es
real, es tan real que te lo estoy diciendo y estoy confiando en ti — se levantó de
la silla y siguió hablando mientras caminaba al rededor de su escritorio — mira,
a mí se me había acabado el mundo, todo lo que parecía estable en mi vida se
derrumbó de un momento a otro, mi relación con Armando, mi vida personal y
sentimental, mi patrimonio y el de mi familia, por no decir el ridículo ante la
sociedad con la cancelación, mejor dicho, Patricia, a mí se me acabó la vida y
solo seguí ahí, detrás de Armando, tratando de reconstruir lo perdido. Y en
medio de todo eso, regresó ella y te lo juro que no lo sé aún, no lo entiendo, solo
comenzó a suceder, tal vez sea su honestidad para conmigo, el respeto que me
mostró desde que llegó o tal vez, no lo sé, solo sea ella y lo que es y el hecho de
que fui tan ciega que nunca percibí a la persona que tuve en frente.

— Pero es que tú te fijaste en ella cuando llegó cambiada, Marcela, no antes,


¿Antes cómo?

— Antes la vida era perfecta para mí o al menos eso creía, hasta que se me fue
desmoronando poco a poco. Y cuando todo eso pasó, sí, llegó ella, esa nueva
Beatriz que me está curando el corazón. Tú no conoces o no has visto lo que yo
he visto, tampoco te hace falta. No te pido que la ames o seas su amiga. Te lo
estoy contando porque necesito tu apoyo, porque estoy sanando, estoy
comenzando a vivir nuevamente, y en parte, es gracias a ella.

— Marcela, pero es que...


— Es que nada, Patricia, tú misma me dijiste que me veía más linda, más
enérgica, como renovada... ¿sí me entiendes? Y no, no estoy haciendo de Beatriz
el centro de mi vida. Me refiero a que si tal vez ella no hubiese vuelto y todo lo
que ha pasado en este tiempo no sucediera, yo, tu amiga, seguiría muerta en vida
y tratando de mantener una farsa. Y no, Patricia, yo no quiero eso.

— Marce, está bien, yo te entiendo. Aunque me cuesta creerlo. Pero ¿Tú estás
segura de que es mutuo? — preguntó con tacto Patricia, pues sintió en parte el
dolor de su amiga y reconocía que realmente la había pasado mal.
— Creo que sí. Pues ya te dije, ella me ha dado muestras de eso. Y se siente
mutuo. Me siento correspondida. Es que, Patricia, estoy viva de nuevo ¿Lo
entiendes? Es más, a veces me siento como una adolescente, no sé, como que no
puedo contener totalmente lo que siento y me sobrepasa y ella, ella también está
viviendo, lo veo, lo siento, siento que estamos en la misma sintonía...

Patricia guardó silencio un momento. No era muy fácil procesarlo, pero no


quería ser mala amiga. Marcela estaba pidiendo su apoyo y nada más.

— Tienes razón, amiga, estás viva. Y si eso es también gracias al gar... — una
mirada asesina de Marcela la hizo detenerse — a Beatriz, pues te apoyo. Y
espero, Marcela Valencia, que esto no te mate de nuevo, porque ahí sí mato a esa
mujer y les toca buscarse otro presidente de Ecomoda.

Marcela sonrió y corrió a abrazarla. Tal vez Patricia era manipuladora,


malapaga, irresponsable, en fin... Pero nunca la dejaba sola y eso era lo que
había mantenido su amistad.

— Gracias, pero eso sí, ni una palabra de esto a nadie, Patricia, esto puede ser un
caos si alguien a parte de nosotras se entera— le advirtió Marcela.

— Ay, Marce, tranquila que no me muero por contárselo a nadie. Además, si no


me echas tú, me echa ella — ambas rieron — óyeme, Marce, pero tú qué, estás
haciendo colección de presidentes de Ecomoda, primero Armando y ahora Betty
...

Marcela abrió la boca con gesto indignación y le dio una palmada en el brazo.
— Tú sí eres terrible, Patricia.
Mutuo

La hora del almuerzo había llegado y Beatriz aún no recibía la dirección. Supuso
que tal vez se había cancelado la cita, así que no insistió y se dispuso a salir para
ir entonces con el cuartel. Estaba pasando por el escritorio de Aura María cuando
su celular comenzó a sonar. Era Marcela.

— Hola— contestó en voz baja y tratando de ocultar su rostro de la


recepcionista.

— Hola, Beatriz — habló Marcela — discúlpeme, es que Patricia me tiene entre


ceja y ceja con ir a almorzar juntas...
— No se preocupe, yo puedo ir con el cuartel y nos vemos luego...
—¿Segura no le molesta? — preguntó dudosa Marcela mientras Patricia, en el
asiento del copiloto, le hacía muecas de que estaba derretida.
— Para nada, además, creo que se lo debe, con esos días en Miami tuvo que
hacer doble dieta...
— Eres mala, Beatriz Pinzón Solano— rió Marcela.
— Y puedo ser peor, para que me vayas conociendo — correspondió a su forma
de tutearla mientras fingía acariciar una planta que estaba cerca al baño de
mujeres.
— Eso quiero... Bueno, hasta más tarde — empezaba a sentirse cursi, pero no lo
podía controlar.
—Hasta pronto — respondió Beatriz y finalizaron la llamada.

El cuartel tenía planeado embestir a Betty hasta que soltara la lengua, pero no
pudieron sacar mucho. Eso sí, lograron que admitiera que había alguien en su
vida y que confirmara que no era Armando Mendoza. Beatriz temía no poder
aprender a vivir con eso, a pesar de que ya pasaba días sin pensar en él, aparecía
alguien y le recordaba que existía. Sin embargo, aunque no lo odiaba, quería
alejarlo completamente de su vida para poder disfrutar plenamente del ahora y
con Marcela.

En cuanto al cuartel, notó cómo las más insistentes eran Sandra, Sofía y Bertha,
pero Mariana no preguntaba, solo estaba atenta a todo y Aura María la miraba
con cierta curiosidad. De Mariana no desconfiaba, era obvio que sería de las
primeras en darse cuenta, pero le pareció prudente hablar con Aura María, al fin
y al cabo era su amiga y siempre la vio y reconoció como una mujer que siente y
que disfruta y sufre de todo lo que una relación implica, y eso, pocas veces le
había sucedido.

Volvieron a Ecomoda y Beatriz recordó que las cosas no iban bien en su casa.
Eso la hizo sentirse incómoda toda la tarde, pero no podía hacer nada. Esperar y
esperar. Casi al final de la jornada le entró una llamada al privado, contestó sin
mucho ánimo.

— Buenas tardes.

— Hola, Betty— saludó doña Julia con voz aparentemente neutral del otro lado.
— Mamá — Betty se sintió nerviosa— ¿Cómo está?
— Betty, quisiera que hablemos, pero usted sabe que no puede ser aquí.
— Sí, claro— se sentía como si hubiese cometido una travesura y estuviese a
punto de ser castigada, sentía también miedo de lo que fuese a pasar. Podía pasar
por alto el rechazo de muchas personas, pero el de su madre jamás lo soportaría
— le gustaría ir a algún lugar, no sé, a comer algo o por un helado de esos que le
gustan...
— No, mamita, eso es para que su papá se nos pegue y esto debe ser a solas...
— Dígale que vamos a dónde mis tías y yo la voy a llevar, así nos lo quitamos
de encima por un rato— pensó rápido Beatriz, pues estaba ansiosa.
— pues sí, vamos a ver si no le entra la intriga al Hermes.
— Bueno, mamá, alistese y apenas salga de Ecomoda paso por usted.

Terminaron la llamada y Betty soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo,
se llevó las manos a la frente y pensó en un mar de posibilidades ante lo que su
mamá le pudiese decir. Un pequeño porcentaje le daba esperanza y las demás
eran cada vez más catastróficas.

Marcela abrió la puerta de presidencia con una sonrisa en los labios y sobresaltó
a Betty, que tenía cara de estar pensando en mil cosas a la vez, era palpable su
angustia. Cerró la puerta y se encaminó hacia ella, rodeando el escritorio.

— Hola ¿Estás bien?— le dijo recostándose un poco sobre el escritorio y


retirándole un poco el cabello de un lado del rostro.

—Hola— Betty le tomó la mano y la entrelazó para sentir la tibieza de la piel de


la mujer que le estaba robando el corazón— pues es que sucedió algo anoche y
no sé qué tanto me vaya a afectar lo que hice.

Marcela se extrañó, incluso llegó a pensar que quería decirle que estaba
arrepentida de la noche anterior que para ella había Sido tan maravillosa.

— ¿Te refieres a nosotras? — su rostro expresaba confusión.

Betty negó.

— No, o sea, no me arrepiento de nada de lo de anoche, de hecho me encantó,


me encanta... Pero sí tiene que ver con nosotras.
— No la estoy entendiendo— soltó la mano de Beatriz y se cruzó de brazos.

— Lo sé. A ver, es que anoche cuando llegué a la casa hablé con mi mamá.
Después de lo que pasó ella quedó muy dolida conmigo por todo lo que le oculté
y pues, ya no quiero hacerlo más. Entonces le conté lo que estaba sucediendo
con usted, con nosotras...

Marcela no sabía que sentir, por un lado le daba cierta alegría que Beatriz no
quisiera ocultarla del todo, que enfrentar algo tan delicado como eso. Pero por
otro lado, estaban las consecuencias de eso, no hacía falta conocer a profundidad
la vida de Beatriz para saber lo conservadora que era su familia y lo importante
que era para ella.
— ¿Pasó algo? ¿Discutió con ella?— preguntó.

Betty le contó lo sucedido y Marcela entendió la preocupación. No era fácil. Ella


lo entendía. Pero no le parecía justo que tuviese que lidiar con eso sola, si al fin
y al cabo, era ella la causante.

— Vamos juntas y hablamos con ella. Tal vez eso la tranquilice, no sé. Tal vez
necesite saber que no hay ningún engaño de por medio o algo así...

Betty le volvió a tomar la mano y negó con una sonrisa triste.

— No, Marcela, esto es algo que solo podemos discutir mi mamá y yo y pase lo
que pase, solo podemos arreglarlo nosotras.

— ¿Si sabe que si algo sale mal me llama y podemos hablarlo o vernos? — le
apoyó Marcela mientras le pasaba dos dedos por las mejillas.
— Lo sé, no se preocupe. Yo sé que puedo contar con usted y usted conmigo.

Se sonrieron y se miraron a los ojos con un brillo genuino. No hacía falta decir
nada.

— Creo que voy a ir saliendo para recoger a mi mamá. No aguanto más la


angustia — Beatriz comenzaba a guardar todas las cosas en su bolso.

— Eso está bien, ella también debe estar ansiosa, así que es mejor que vaya
pronto — Marcela se levantó del escritorio y se dedicó a esperar que Beatriz
terminará de recoger sus cosas.

Una vez lista, Betty se alisó el traje y respiró profundo. Marcela notó esa tensión
y ansiedad y se acercó a ella para rodearla con un abrazo.

— Tranquila, Betty, todo va a salir bien. Su mamá la adora — la miró a los ojos
— y eso es mayor que cualquier prejuicio o dictamen de la moral.
— Yo sé que me ama y que me adora, Marcela, pero también siento que le estoy
dando la decepción más grande de su vida — respondió Betty mientras sus ojos
se entristecían.

Marcela frunció el seño y le tomó el mentón con dos dedos para obligarla a
mirarle.
— Óigame bien, Beatriz Pinzón Solano, usted es una persona maravillosa, es la
presidente de una de las empresas de moda más grandes del país y, además de
que está preciosa — se mordió rápidamente el labio inferior —es una excelente
hija y sí, ha cometido errores como cualquier ser humano, pero esto no es un
error ni una decepción — su voz era dulce, pero hablaba con contundencia y
seguridad —es su vida y su libertad de sentir y amar. Y cuando se trata de eso,
no podemos catalogarlo como un error ni como una decepción.
¿sabe qué habría Sido una decepción? Que hubiese elegido seguirle mintiendo
un ocultando su vida. Pero no, usted le dió la cara y le abrió su corazón y eso
vale y pesa más que cualquier prejuicio o mandamiento religioso.

Beatriz quería comérsela a besos.

—¿Acaso usted se da cuenta de lo hermosa que es, Marcela? ¿usted es


consciente de todo lo que usted representa? — le habló con voz pausada y casi
rozándole los labios— quiero en mi vida y en mi ahora a esta mujer que está
aquí, mirándome a los ojos y diciéndome todo esto. Quiero esta verdad y está
realidad, aunque me pese y me cueste — le dió un beso con profundo
sentimiento para hacerle saber que si había que sacrificarse, no lo dudaría.

— Yo también la quiero en mi vida, aunque me pese y me cueste. No me


importa, yo ya no tengo nada que perder y si todo por ganar— le dió varios
besos en los labios mientras la abrazaba por la cintura, le encantaba como
encajaban sus brazos en ese cuerpo que deseaba recorrer completo algún día.

Se despidieron en medio de besos y caricias sensuales, porque sus cuerpos lo


deseaban. Pronto llegarían a entregarse por completo, ambas lo sabían, no
podrían soportar mucho tiempo así porque ya la carne les pedía ceder al goce
que varias noches les recorría los sueños.

-------
Holi, a pesar de ser un día pesado, la inspiración fluyó.
Espero les guste.
Besitos.
Las leo en los comentarios.
Casualidad

Betty recogió a su mamá después de convencer a su padre que estaría con ella
donde las tías Solano. Se dirigían a un café vintage que vendía un helado de café
artesanal por el que doña Julia había tenido una predilección desde siempre, pero
que pocas veces podía comer.

— ¿Cómo está, mamá? — habló Beatriz para cortar la tensión.


— Bien, ahí vamos. ¿A dónde vamos a ir , Betty? — preguntó Julia, pues no
habían definido el lugar.
— Tranquila, mamá, es un lugar que le va a gustar.

No hubo más palabras en el camino. Julia apenas si dejó asomar una sonrisa
cuando vio el lugar al que fueron. Entraron al lugar y escogieron una mesa
exterior, ordenaron, su madre obviamente el helado y Beatriz un jugo de mora.
Se sentaron y Julia tenía las manos entrelazadas sobre la mesa, para ocultar los
nervios. No sabía cómo empezar a hablar, nunca antes había estado en una
situación así.

— Mamá, ¿qué le parece si disfrutamos un rato como mamá e hija y luego


hablamos? — propuso Betty , pues también la estaban matando los nervios.

— Bueno, mamita. ¿Cuénteme? ¿Cómo le fue hoy?— dijo doña Julia con gesto
tierno. En verdad sí quería saberlo, más allá de todo, amaba a su única hija.

—-Bien, mamá. Pues con mucho trabajo, obviamente, pero con una carga
menos, con el regreso de ... — lo dudó un poco— de Marcela, pues ya no tengo
que estar tan pendiente de los puntos de venta porque es el área de ella.

Doña Julia notó esa emoción inicial con la que Betty habló de esa mujer y eso
solo le hacía más difícil todo, reconocía que su hija estaba empezando a tener
una ilusión.

— Bueno, mamita, pues al menos algo bueno tiene la llegada de esa señora,
porque a mí sí me parece que usted carga con mucho trabajo allá. Mire como
estuvo llegando de estresada todo este tiempo.

Llegaron sus pedidos y cada una probó. Luego de eso hablaron de la casa, Julia
de quejó de don Hermes y sus rabietas y le contó algunos chismes del barrio.
Una vez agotados los temas, no quedaba más que hablar sobre lo que las
convocaba.

— Mamá, yo quería decirle que...

— No, Betty, yo necesito que me deje hablar primero.

Beatriz accedió con un gesto tranquilo.

— Vea, mija, yo le quiero pedir, primero que todo que me entienda. Esto no es
fácil, jamás en la vida — su voz comenzó a entrecortarse— yo pensé que viviría
algo así. Dios sabe que yo me he esforzado toda la vida para criarla a usted con
los mejores valores. Pero ya la realidad es está, Betty — comenzaron a salirle
lágrimas — y no puedo cambiarla. Yo la conozco y sé que nada de lo que yo
haga y diga va a cambiar lo que usted siente.

— Mamá, yo...
— No, Betty, déjeme terminar — se limpió las lágrimas con un pañuelo —
necesito que sepa que el hecho de que usted sea así... Bueno, lo que es, no va a
cambiar mi amor por usted. Pero no pretenda que con esto yo la apoye y le
acolite todo lo que esté haciendo con esa mujer. Puede que usted confíe en ella,
pero yo no. Esa gente la puede volver a usar y lastimar como lo hizo ese doctor
Mendoza.

— No, mamá, yo no pretendo eso — dijo Betty con los ojos llorosos mientras le
tomaba la mano a su mamá — se lo conté porque no quiero volver a traicionar su
confianza jamás. Y pues yo no esperaba que me apoyara porque sé que no es
fácil, pero sí que supiera lo que está sucediendo en mi vida y que, en la medida
de lo posible, lo respete.

Doña Julia siguió llorando, sentía a veces que no era real, que no estaba
sucediendo, pero no era así, su hija estaba enamorándose de una mujer y ella no
sabía cómo manejarlo.

— Mamá, por favor, no llore — Betty tampoco estaba pidiendo controlar su


llanto — esto no me hace mala persona, el amor no nos hace así...
— Ay, Betty — se estiró y la abrazó— yo sé,mamita, yo sé que mija no es mala
persona, pero me da tanto miedo lo que pueda pasar. Si su papá se entera yo no
sé... La mata, Betty.

— No tengo el valor de enfrentar eso todavía, mamá, deme tiempo y en algún


momento hablaré con él.

estuvieron ahí un momento hasta que lograron calmarse. Pero a Julia le faltaba
decir algo más.

— Betty, ya se lo dije, yo no voy a meterme, lo respeto, es su vida, pero no


espere que lo celebre. Yo no confío en esa señora, no la conozco ni la quiero
conocer, haga lo que quiera , pero cuídese y si sale mal, sabe que su familia
siempre está para usted.

Eso le arrugó el corazón a Betty, pero no podía pedir más, incluso fue más de lo
que esperaba. No le quedaba más que aceptar lo que pensaba y sentía su mamá y
seguir adelante, a pesar de todo, como se lo había prometido a Marcela.

Volvieron a casa más tranquilas y con un litro de helado para que su mamá
pudiese disfrutarlo siempre que quisiese. Hablaron de cosas en general, sin
adentrarse a lo íntimo. El amor filial se mantenía y eso le daba más paz a Betty,
pero en el fondo le dolía sentir que su madre no la apoyaba.

.....

La semana se fue volando y llegaba el momento de que Marcela disfrutara su


nuevo hogar. Adoraba estar allí, tenía una vista espectacular de los cerros de
Bogotá. Le daba paz esa imagen. Se dedicó todo el sábado a reorganizarlo a su
gusto y darle su toque. Al final, quedó satisfecha y agotada.

Durante la semana apenas si pudieron darse unos besos excitantes con Beatriz,
siempre con precaución. Ella le contó lo sucedido con su mamá y eso le daba
pena. Sabía lo importante que era para Beatriz su familia y el apoyo de ellos. En
parte, se sentía mal por ser quien ocasionó eso. Se prometió hacer algo para
paliar lo sucedido.

Por el momento, anhelaba poder llevar a Beatriz a que por fin conociera su
nuevo sitio y que también lo compartiera con ella. La imaginaba rondando por el
lugar, bebiendo jugo en el balcón y siendo ella, simplemente eso. Su presencia le
bastaba para completar el cuadro. Pero sabía que aunque las ganas estaban
latentes, había que pensarse muy bien ese momento. Era evidente que Beatriz era
un poco tímida para un avance sexual, aunque lo deseaba. Así que le daría
tiempo, aunque eso la llevaste a una práctica a la que hace tiempo no recurría,
pero que al menos le ayudaría a hacer tiempo. Obviamente inspiración no le
haría falta.

Pensó en que al día siguiente invitaría a Beatriz a salir, un domingo, como hace
mucho no lo hacía. Además, sentía la necesidad de conocerla más, de saber más
de ella y de su vida.

-----
Beatriz pasó casi toda la mañana del sábado durmiendo. Estaba bastante agotada,
siempre le sucedía, se explotaba al máximo entre semana y el finde semana caía
rendida entre las sábanas hasta que el propio cuerpo le pedía volver a la realidad.

Mientras Betty dormía, su madre entró a su cuarto para sacar la ropa que había
por lavar y ayudarle a organizar un poco. Sabía que estaba profundamente
dormida, entonces no se preocupó por el ruido. Desde que entró a la universidad
hacia eso de madrugar y trasnochar estudiando y trabajando y el sábado, sobre
todo, dormía todo lo que su cuerpo le pidiese.

Estaba volteando las prendas al revés cuando al meter una mano a un bolsillo
encontró un papel de textura fuerte. Lo sacó y leyó. Lo guardó en su delantal,
estaba nerviosa al leer eso y saber de quién provenía. Siguió con las demás
prendas y revisó, a ver si encontraba algo más, pero no fue así. Iba saliendo
cuando divisó la cartera colgada tras la puerta y el diario de Betty. No lo leería,
apartaría esa tentación, pero no pudo contenerse para abrirlo. Entonces, por
cosas de la vida, lo abrió dónde se encontraba un papel doblado y otra tarjeta que
no tuvo tiempo de leer.
Guardó todo en su delantal y salió de allí. Betty ni se movió en todo ese tiempo.

Julia bajó rápidamente al cuarto de lavado y puso todo en una cesta mientras
cerraba la puerta, para que nadie la sorprendiera espiando lo que no debía.

Abrió el papel doblado y lo leyó. Trataba de descifrar lo qué contenía de especial


para que Betty la guardara, al leerla la primera vez le pareció que era una carta
de despedida, tal vez inusual, pero nada más allá. Releyó y comenzó a
comprender.
"Me hubiese encantado empezar a trabajar de su lado, aprender de usted tantas
cosas, porque debo reconocer que Ecomoda no puede estar en mejores manos y
eso me tranquiliza."

Había interés de estar cerca de ella con esas palabras, no solo interés profesional
y le reconocía su trabajo.

"Espero que podamos vernos pronto y retomar nuestro equipo. Hubiese


preferido despedirme de otra manera... De todos modos espero que con esta
carta pueda llegarle un abrazo tan reconfortante como el que nos dimos."

"Deseo volver pronto"

Julia podía interpretar allí un gran interés de Marcela. Un deseo de estar junto a
su hija, de volver y cumplió su palabra, volvió y con intenciones claras.
Tomó la otra tarjeta y la leyó.

"Para que pueda usarla en la firma que adorna, con natural belleza, los cheques
de Ecomoda. Y tal vez, cada vez que la use, sienta que acortamos la distancia

Hasta pronto, Beatriz.

M.V."

Julia miró los papeles y los acomodó en un orden que supuso que fueron
escritos. Reconoció que iba en crescendo, que Marcela Valencia expresaba cada
vez, con más claridad, lo que aparentemente sentía. ¿Y si era real? ¿Si ella se
estaba también enamorando de su hija? ¿ Qué haría?
Contrataque

Beatriz pasó la tarde del sábado con sus padres, decidió llevarlos a cine, pues
hace mucho no salían y se tomaban un tiempo fuera los tres como familia. Al
terminar la función, fueron a comer, de esta manera también le aseguraba un
descanso a su madre. La relación con su mamá seguía bien, pero notaba cierta
actitud sospechosa de ella, la forma en que la miraba constantemente la hacía
dudar, pero no le dio mucha importancia.

Llegaron a casa cerca de las 9, se despidieron y se fueron a sus respectivas


habitaciones. Betty estaba terminando de ponerse pijama cuando su celular
comenzó a sonar, era la llamada que había estado esperando todo el día.

— Hola, Marcela — contestó con voz suave y con una tonta sonrisa en los
labios.
— Hoooola, Beatriz — correspondió Marcela con un tono alegre.

— ¿ Cómo le acabó de ir? ¿Terminó de adecuar su nuevo apartamento? —


preguntó Betty mientras se sentaba en la cama y se acomodaba para disfrutar la
charla.

— Sí, pude terminar, pero estoy muerta, un poco agotada, pero me encanta el
resultado. Tiene que venir a conocerlo.

Betty se emocionó con esa invitación y sonrió tontamente mientras su estómago


se contraía.

— ¿Me está invitando a su apartamento? Marcela, me encantaría la verdad — su


tono de voz de pronto se volvió grave y las palabras tomaron otro rumbo. Eso
comenzó a excitar a Marcela.

— Claro que la estoy invitando, es más, estoy deseando que venga y verla por
aquí, revoloteando como una mariposa— Marcela hablaba con decisión y a la
vez doble sentido.
— Espero conocerlo pronto, imagino lo elegante y sofisticado que debe ser, pero
a la vez, hermoso, como la mujer que lo habita — las don sonrieron.

— Beatriz, ¿Quiere ir a almorzar y pasear mañana conmigo un rato? — soltó la


invitación Marcela.

Beatriz sonrió con verdadera alegría. Un día fuera de la oficina, sin presiones y
con la libertad para disfrutarse. Pero le surgió una idea.

— Claro que sí, pero con una condición— habló con mucho ánimo.

Marcela servía agua en vaso.


— La que quiera.
— Yo escojo el sitio para ir a almorzar y usted en el que vayamos a pasear, ¿Le
parece?— propuso la de lentes con entusiasmo.
— Está bien, cariño, pero ¿Dónde nos vemos?

Beatriz sintió cómo le latió dolorosamente rápido el corazón cuando la llamó de


esa manera. Una sonrisa de adolescente enamorada se le plantó en el rostro y
sintió como sus mejillas se llenaron de rubor.

— Yo puedo pasar por usted...— le hubiese gustado responderle con algo


similar, pero no encontraba las palabras.

— No, Beatriz, es que ya lleva varias veces que es usted la que conduce y viene
a dejarme a la casa. Déjeme recogerla, puede ser en algún lugar cercano a su
casa, para que no haya problemas.

— Precisamente por eso, hermosa. Es mejor para mí pasar a recogerla y así


evitamos líos— le salió la natural mientras Marcela se derretía y apretaba el
marco de la ventana cuando escuchó cómo la llamó.

— Está bien, me convenció. ¿A las 12 está bien? Es que los domingos me


levanto un poco tarde...

— Está más que bien. Deme la dirección.

Marcela le dio la dirección y se despidieron con el profundo anhelo de verse al


día siguiente.
Marcela se despertó tarde, casi a las once, pero con el ánimo por las nubes.
Pensaba en qué ponerse, ni tan elegante ni tan relajado, pero quería cautivarla,
sabía de sobra lo bella que era y quería que Beatriz se lo dijera, le encantaba
cuando le decía que era hermosa y le tocaba el rostro o le apartaba el pelo.
Quería eso, su cercanía , su mirada cómplice.

Beatriz estaba muy emocionada. Había despertado temprano y desayunado con


sus padres, el entusiasmo la tenía recorriendo la casa de arriba abajo y hablando
sin parar. La noche anterior había acordado con Nicolás un plan para poder salir
sin levantar sospecha, pero su madre la conocía y sabía que ese ánimo particular
tenía nombre propio: Marcela Valencia.

Llegó la hora y Beatriz estaba aplicándose loción frente al espejo, don Hermes
apareció en el la puerta.

— ¿Y la señorita cómo para qué se está perfumando tanto? No me dirá que va a


salir...

Betty sonrió con calma..

— Sí, papá, voy a ir con Nicolás a una exposición de arte. Nos invitó un
proveedor de Ecomoda.

— ¿Hoy domingo? Betty, ni lo sueñe, los domingos también trabajando.

— Ay, papá, es un proveedor que nos puede llegar a hacer un buen descuento y
usted sabe que lo necesito. Además, yo no salgo mucho...
— Hermes, deje a la niña tranquila, ella ya le explicó — intervino Julia desde el
pasillo.

— Julia, mija, pero hoy es domingo y también se va a poner a hacer cosas de la


empresa y el otro siguiéndole la corriente.
— pero ¿Cuál es el problema, papá? Solo voy a una cita de negocios y punto.
Además no voy sola.

— Entonces la espero aquí en la casa temprano, nada de ponerse a dar vueltas


por ahí en ese carro.

Betty torció los ojos.


— Sí, papá, voy a llegar temprano. Más bien debería aprovechar el día y salir
con mi mamá a algún lado.

Don Hermes solo guardó silencio y se retiró a su habitación. Betty escuchó que
tocaban la puerta y tomó un pequeño bolso para guardar las llaves, su billetera y
el celular.

Abrió la puerta y Nicolás la estaba esperando.

— Hola, Nicolás — no lo dejó entrar y cerró la puerta — vámonos ya que mi


papá está calmado antes de que se arrepienta.

— Bueno, vamos entonces, no vaya a ser que lleguemos tarde a su cita — dijo
Nicolás con sarcasmo y siguió a Betty al carro.

— Jum, si mi papá me estaba montando gorro porque iba a salir, menos mal se
comió el cuento, ahorita debe estar en la ventana mirando si me voy con usted o
no — Betty se montó al carro y Nicolás hizo lo mismo.

— Bueno, exnovia mía, a dónde va a llevar a su nueva novia — preguntó


Nicolás mientras se ponía el cinturón.

Betty sonrió con suficiencia.

— La voy a llevar a untarse un poco de pueblo, porque me aburren los lugares


de tanto protocolo y elegantes. Además, quiero que conozca eso que hace parte
de mi vida— respondí Betty mientras arrancaba.

— Ay, Betty, ¿A dónde la va a llevar? — le decía Nicolás mientras sonreía — a


los perros de la Plaza de Bolívar o a los combos que vendían afuera de la
universidad.

Se rieron juntos.

— Noo, Nicolás, tampoco. La quiero sorprender, no enfermarla. Pero sí quiero


que, de alguna manera, se salga de los límites de su clase. Yo sé que una simple
comida no transforma la visión de mundo que tiene, pero al menos la saca de su
zona de confort.

— Betty, pero ¿Para qué? ¿Qué ganaría usted con eso? Es que una mujer de
esas, que ha tenido todo en la vida, que debe conocer el mundo entero, ¿Qué le
podría enseñar el "untarse de pueblo"?

Betty se quedó callada un segundo.

— A vivir, a vivir de otras formas que no conoce. A conocer y amar las cosas
simples. Es que yo me he dado cuenta que ella me ha dado cosas muy lindas, sí,
pero que brillan por su opulencia o por su valor. No quiero que sienta que
necesito eso, que yo también puedo sentir lo que siento en un gran restaurante
como Le Noir o en la esquina de un parque comiendo helado.

— Mhhh, ya entiendo, entonces no quiere que la vea como una interesada o


como una arribista... Eso quiere decir que aún le afectan cosas que en el pasado
ella pensaba de usted.

— Pues no sé si me afecten, pero es lo que quiero demostrarle y además, no lo


hago por mí, sino por compartir con ella.

Llegaron a un centro comercial donde Nicolás entraría a hacer alguna compras.


Betty siguió su camino hacia el nuevo apartamento de Marcela. En el camino se
fue pensando en las palabras de Nicolás ¿Acaso estaba tratando,
inconscientemente, de demostrarle a Marcela que no era la mujer que ella odió?
Interrumpió el curso de los mismos cuando llegó a la entrada del edificio. Era
mucho más lujosos que el anterior y más moderno. Tomó su celular y le marcó.

— Hola, ya llegué.
— Bueno, ya bajo, no me demoro.

En efecto, dos minutos después apareció tras la puerta de vidrio que adornaba la
entrada al edificio. Se veía demasiado hermosa. Llevaba un pantalón blanco con
un suéter lila tejido y tenis blancos, así se veía mucho más joven. Era tan bella
que Beatriz apenas si podía contener la sonrisa al verla. Abrió la puerta del carro,
se sentó en dos movimientos rápidos y se le fue encima para robarle un beso. Se
besaron con devoción por un momento hasta que volvieron a acomodarse.

— Hola, buenos días — le dijo Betty mientras le acariciaba la mejilla con el


dorso de la mano — se ve muy hermosa, me encanta como luce con ese color.

Objetivo cumplido, pensó Marcela.


— Me vestí pensando en usted y en que quería que me dijera esto.
— ¿Ah sí? Pues prepárese porque se lo voy a repetir todo el día, de verdad que
está preciosa y me encanta el brillo que tiene en los ojos y esa sonrisa — le
pellizcó tiernamente la mejilla— adoro verla sonreír, Marcela.

Marcela estaba casi líquida sobre el asiento del copiloto, juraría que se había
ruborizado. Se sentía bella, querida, admirada. Era tan hermoso sentirse así,
Realmente correspondida.

— Gracias — le dijo con voz suave y se acercó para darle un beso en los labios
— te ves muy sexy de negro y ese encaje en el brasier me está tentando mucho
— esto último se lo susurró al oído y luego le succionó el lóbulo de la oreja.

Betty tragó saliva y sintió cómo su cuello se erizó.

— Ay, Marcela Valencia, mejor vámonos antes de que me ganen las ganas de
descubrir lo que hay debajo de ese buzo lila— respondió mirando al frente y
poniendo en marcha el carro.

Pasados unos minutos y luego de contarse lo que hicieron el día anterior, para
aligerar el ambiente erótico, Marcela se dio cuenta que se estaban dirigiendo al
oriente de la ciudad.

— ¿A dónde vamos, Beatriz? - preguntó un poco extrañada Marcela.

Betty sonrió sin despegar la vista de la carretera.

— Déjeme sorprenderla, eso sí, no vaya a salir corriendo.

Marcela la miró con ojos entrecerrados.

— ¿En qué sitio me va a meter, Beatriz Pinzón Solano?

Betty se rió con gracia y naturalidad, una risa que contagió a Marcela.

— Tranquila, pequeña saltamontes.

Minutos después estaban cerca a Monserrate y Marcela imaginó lo peor, no ese


día, no estaba preparada para subir el cerro, pero la angustia pasó cuando
siguieron de largo. Muchos metros más adelante Beatriz se adentró en un barrio
y pronto estacionó afuera de un mercado. Marcela se quedó quieta, de seguro era
una broma de Beatriz, pero su pensamiento cambió cuando apagó el carro y se
desabrochó el cinturón y luego desabrochó el de ella mientras le daba un beso en
la mejilla.

— Llegamos- le susurró al oído y no era capaz de ocultar la picardía en su voz.

Marcela entonces vio que no le quedaba otra opción, así que con lentitud
comenzó a bajar del auto, mientras un hombre se acercaba a Beatriz y le
prometía cuidar el carro con su propia vida. La presidente rodeó el carro por
delante y llegó hasta la accionista. Se le puso en frente .

— Escúcheme bien. Estamos en un lugar seguro y tranquilo, no nos va a suceder


nada por el hecho de no estar con gente que no es de su clase. Ahora, venga
conmigo y abra su mente, le juro que no va a pasar nada malo — buscó su mano
y se la entrelazó sin dejar de mirarla— lo vamos a disfrutar — le apretó un poco
la mano — este también es mi mundo, Marcela.

Marcela solo asintió. Era evidente que ella no pertenecía a ese lugar, su ropa, su
estilo, todo gritaba su clase, pero intentó relajarse y dejarse llevar por esos labios
gruesos que le daban tanta alegría.

Entraron al mercado y encontraron varios puestos de artesanías y frutas. Beatriz


seguía llevándola de la mano y la guiaba entre la gente y los callejones. Marcela
estaba viviendo una nueva aventura, pero se dejaba guiar por la mujer que tanto
le gustaba. En un momento se detuvieron frente a un cruce de callejones que
parecía ser más grande que los demás. Beatriz se puso de uevo frente a ella y con
mucha seguridad le habló.

— Todo lo que usted come en los grandes restaurantes que frecuenta se compra
en lugares como este, Marcela. Pero este lugar en particular tiene algo especial.
Y por eso necesito que me responda algo.
Si en este momento pudiera irse a un lugar de Colombia a comer, ¿Qué región
sería?

Marcela lo pensó un momento, había visitado muchas ciudades del país, pero
siempre sintió que le faltó más tiempo en una en especial.

— Pacífico... Toda la región... Allí iría justo ahora con usted y me sentaría frente
al mar.
Beatriz sonrió.

— Perfecto— volvió a tomarla de la mano y se adentraron a una plazoleta del


mercado, en todos los laterales habían puestos de comida de toda Colombia, era
el país entero y su gastronomía en un solo lugar, divisaron la región que había
escogido Marcela y se encaminaron a las mesas que había frente al puesto.
Marcela sonreía y la seguía mientras miraba a su al rededor. Jamás pensó en su
vida estar en un lugar así, pero no le importaba.

Tomaron asiento y una joven afro con un hermoso cabello crespo y ojos miel se
acercó a ellas. Inmediatamente miró a Marcela que estaba concentrada en la
carta que estaba pegada a la mesa en forma de sticker. Beatriz percibió ese gesto
y se sintió ligeramente incómoda, pero también se dispuso a ordenar algo. Sin
embargo, seguía sintiendo la mirada de la hermosa joven sobre Marcela.

— ¿Ya conocen los platos o desean que les explique qué tienen? — preguntó la
joven con voz animada.

— Hola — saludó Marcela y le sonrió con amabilidad mientras la chica le


correspondió con coquetería — Me gustaría... Le dio otro repaso rápido a la
carta... El encocado de pescado¿Qué opciones de pescado tienes?

Beatriz alzó una ceja al escuchar cómo Marcela la tuteaba y siguió fingiendo que
miraba la carta.

— Pargo rojo y Corvina, pero si lo deseas puedo conseguirte pez espada —


respondió la joven mientras apuntaba en la libreta y le dedicaba otra mirada nada
sutil a Marcela.

Beatriz se mordió internamente la mejilla y no soportó más la escena, así que se


dedicó a mirar la carta para no prestar atención.

— ¿Tú qué vas a pedir? — le preguntó Marcela tomándole la mano y mirándola


con dulzura, Beatriz sonrió tímidamente.

— Arroz endiablado está bien para mí y por favor, dos jugos de lulo — miró un
momento a la joven que apuntaba el pedido mientras veía la mano de Marcela
sobre la de Beatriz.

— Perfecto, ¿Desean algo más? — les preguntó a ambas, tratando de ignorar las
miradas de ambas.

— No, estamos bien por el momento, gracias — le respondió Beatriz mirándola


a los ojos.

— Vale, en un momento estoy con ustedes — dijo y se retiró.

Beatriz le tomó la mano a Marcela y se se la acarició.

— espero que le guste de verdad y no me vaya a odiar por traerla aquí — le


habló con sinceridad.

Marcela hizo gesto de restarle importancia.


— Sí me sorprende, pero no me asusta, puedo vivir con esto, además de que
huele delicioso todo — admitió en voz baja.

La chica volvió a la mesa y mirando a Marcela nuevamente dejó un plato con


tajadas largas de plátano verde frito y una pequeña taza con hogao.

— Cortesía de la casa — le guiñó un ojo — permiso — se retiró sin decir más y


Beatriz se rascó una ceja con impaciencia. Estaba empezando a sentir verdaderos
celos.

— ¿Quiere probar? — le dijo a Marcela para desviar la atención — se ve rico y


no hay que despreciar las atenciones de la casa.

Marcela se rió internamente. Obviamente había percibido la atención de la


mesera en ella, pero no le dio importancia, lo que realmente le gustaba y la tenía
loca estaba frente a ella con gesto tenso. Pero aprovecharía el momento para
verla así, un poco celosa.

— claro que no, además, prometí dejarme llevar y eso estoy haciendo, no me
voy a quejar de nada.

Comenzaron a probar y quedaron encantadas con los sabores.

— esto está delicioso, Beatriz, creo que podría comerme cinco más — hablaba
Marcela mientras terminaba la segunda tajada.
— la verdad sí, tiene un sabor potente, pero exquisito — se limpió la comisura
con una servilleta de papel.
Terminaron la entrada de cortesía y solo tenían halagos para la comida y más
Marcela. Realmente lo estaba disfrutando.
— voy a aprender a hacerlos y los voy a comer siempre que quiera ¿Usted cree
que la mesera me pueda dar la receta? — le pregunto con falso desinterés a
Beatriz , quien solo se volvió a morder internamente el cachete.

— No lo dudo, debería preguntarle, estoy segura que hasta se la escribiría —


respondió con un toque de molestia , pero aún tratando de controlar la calentura
que se instaló en la boca de su estimado.

— Bueno, se la voy a pedir. Además nos está atendiendo muy bien — Marcela
seguía provocándola.

Los platos llegaron, obviamente primero el de Marcela y Beatriz no pudo


aguantar soltar la respiración cuando le habló a su hermosa accionista.

— Espero que le guste.


— Gracias, muy amable— respondió Marcela.
Luego llegó el plato de Beatriz y solo escuchó un "Buen provecho" a lo lejos.
— Gracias — musitó la presidente mientras pegabaa mirada al plato, porque
estaba segura que tenía los ojos llenos de ira en ese momento.

Al llegar las bebidas, Beatriz actuó por impulso y le tomó la mano a Marcela.

— Buen provecho, hermosa— le dijo con una gran sonrisa a Marcela y tomó el
jugo para beber y ocultar su cara de satisfacción, mientras la joven se retiraba sin
pronunciar palabra y Marcela se ruborizaba.

— Igual para usted, bonita— le correspondió Marcela y le dio la primera


probada a la comida. Solo salieron halagos de su boca. No podía creer cómo es
que se privó de eso toda su vida.

Disfrutaba cada bocado y hasta intercambiaron unas cuantas cucharadas. Se


veían tiernas y enamoradas, hablando y compartiendo. Siendo ellas. Parecía
como si el mundo a su al rededor no existiera.

Al terminar, Marcela estaba demasiado feliz y satisfecha, juró que volvería y


Betty se rió.

— Me alegra que le haya gustado¿Sí ve que lindo es disfrutar de las cosas


sencillas? — le dijo Beatriz mientras terminaba de limpiarse las manos con una
servilleta.

— Es más lindo si es con usted , Beatriz, todo con usted siempre es mejor — le
respondió con sinceridad mientras le atrapaba el pie con los suyos,

— para mí, también, Marcela, todo ahora tiene sentido si es con usted — le besó
rápida y castamente.

La chica llegó nuevamente a retirarles los platos y nuevamente se quedó viendo


a Marcela.
— ¿Qué tal la comida? ¿Le gustó? — le habló solo a ella y Beatriz torció los
ojos.

— Sí, estaba muy delicioso, muchas gracias, pero me gustaría pedirte un favor
— le sonrió con picardía y a Beatriz le brotó la ira.

— Sí, claro, dime— respondió la chica dejándose tentar por los ojos de Marcela.

— ¿Me puede dar la receta del hogao?— le suplicó con ojos brillantes y la joven
evidentemente se derritió frente a ella.

Beatriz cerró los ojos, no soportaba esa escena, quería sacarla ya de allí y
besarla y decirle que no hiciera eso, que le daban celos y se despertaban sus
inseguridades.

— En un momento se la traigo— dijo la joven retirándose con un gesto coqueto


en los labios.

— Lo logré ¿Sí vio? — le dijo Marcela a una Beatríz que poco coordinaba sus
pensamientos.

— Claro que vi, es más, debería pedirle que le dé una clase personalizada, así
aprende Mejor — su tono de voz era frío.

— Puede ser, no es mala idea — atacó Marcela para provocarla .

Betty iba a responderle algo, pero entonces llegó la joven con un papel y se lo
entregó a Marcela.
— Aquí está, espero que le funcione — le habló con mucho ánimo a Marcela y
Betty simplemente actuó.

— ¿Nos vamos , amor? — soltó de repente dejando a la joven perpleja y a


Marcela con una mirada de sorpresa y emoción que no pudo disimular.

— Sí, vamos... Eh, gracias — medio pudo responderle a la joven y se puso de


pie mientras Beatriz dejaba el dinero sobre la mesa.

— Gracias, fuiste muy amable — le dijo con notoria hipocresía a la muchacha y


le puso una mano en la espalda a Marcela para voltearse y salir de allí. Estaba
que no se soportaba, sentía muchos celos, demasiados.

Cuando estuvieron afuera, frente al carro, fue que Marcela habló.

— ¿Cómo me dijo? — le preguntó con una sonrisa genuina.


— ¿Ah? ¿Sobre qué? — Beatriz aún estaba aturdida, mientras se quitaba pelos
inexistentes de la camiss negra.
— Beatriz, no se haga la que no es con usted, dígalo — le suplicó casi en un
gesto infantil mientras le pasaba un brazo por la cintura.

Beatriz quería decirlo, pero también quería torturarla por seguirle el juego a la
joven.

— ¿Quiere que se lo diga? Entonces prométame que va a borrar el número de


teléfono que de seguro también le apuntaron en ese papel.

Marcela abrió la boca ¿Cómo lo sabía?

— ¿Cómo lo sabe? Pero está bien, se lo juro, es más, ya mismo lo voy a quitar
— rasgó la parte donde estaba el número de la chica — ahora sí repítalo, quiero
oírla — se le acercó y casi la besaba.

— ¿Me promete que no va a seguir coqueteando así? — le dijo Betty mientras le


apartaba el cabello de la mejilla izquierda.

— Se lo juro, Beatriz.

— Que sea una promesa, amor — le respondió la presidente y luego le dió un


beso ardoroso y corto — no soporté cómo la miraba. No quiero que la miren así,
amor...

Marcela estaba totalmente doblegada. Quería permanecer ahí, en ese solo


instante toda la vida.
Derribando antiguos monumentos

Subieron al auto y por fin Beatriz pudo respirar mejor. Liberó la presión que
sentía en el pecho y por ende, cayó en cuenta de lo que acababa de hacer. Cerró
los ojos y puso su cabeza sobre el volante.

— Dios mío, lo siento, perdóneme, de verdad que actúe muy impulsivamente...


— decía mientras separaba el rostro y se lo cubría con las manos.

Marcela sonrió con picardía y le acarició la cabeza.


— Beatriz, tranquila, yo me di cuenta y solo seguí el juego para provocarla,
quería ver cómo reaccionaba— se acercó y le besó la mejilla — estaba jugando.

— Pero eso no quita que actúe como una tonta, es que no sé, me dio rabia, me
descontrolé, jamás debí decirle que...
Marcela le tapó la boca.

— shhh, cállese, cállese que adoré cada cosa y yo sé perfectamente que usted no
actuaría así, sé que no me ve como un objeto, ni como un trofeo, lo sé,
tranquila... — le susurraba al oído.

— Jamás la vi ni la vería de ese modo, Marcela y por eso me siento mal por mi
reacción — le tomó el mentón con dos dedos y le dio un beso casto en los labios
— para mí usted es una persona hermosa, digna de ser amada y respetada.

Tal vez Beatriz no lo sabía, pero jamás en su vida Marcela había escuchado que
alguien la quisiera por eso. Ella siempre estaba en sintonía y dependencia de a
quién amaba y quería y de demostrar constantemente afecto y amor. Pocas veces
se sentaba a cuestionarse¿Por qué era amada? La forma de querer que siempre
conoció era tan obsoleta frente a la nueva forma que estaba conociendo con
Beatriz y amaba eso, amaba poder transformar la manera en que veía la vida,
amaba, a su edad, tener que cuestionarse lo que toda su vida creyó que era el
amor.

Sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas, era la conmoción, el impactó de


tal descubrimiento y su gesto se contrajo un momento.

— Marcela, no ¿Qué pasa? — Betty la abrazó y la recostó en su pecho mientras


Marcela le correspondió agarrándola fuertemente — no llore, por favor.

Marcela la abrazó con fuerza y le dejó besos en el cuello.

— Es que siento que estoy descubriendo la vida otra vez con usted. Que estaba
tan equivocada respecto al amor. Todo es tan nuevo y tan intenso... Tan
hermoso. Gracias, Beatriz, gracias de verdad.

Betty cerró los ojos y se dejó llevar también. La inundó una gran tranquilidad y
paz. Ella también estaba aprendiendo y desaprendiendo, también estaba
derrumbando muros y construyendo una nueva perspectiva.

— Gracias a usted por compartir conmigo.

Estuvieron así el tiempo necesario y luego se separaron para seguir el camino.


Marcela le dio la dirección del lugar para pasear a Beatriz y se pusieron en
marcha.

El lugar que Marcela había elegido era una caba donde, además de vinos, tenían
una gran oferta de tapas españolas y cervezas artesanales. Era rústico, tal vez
bohemio, pero muy elegante. Entraron y Beatriz se quedó un poco admirando la
ambientación del primer nivel, paredes casi talladas en piedra, barricas, en fin,
totalmente atractivo. Sin embargo, Marcela la tomó de la mano y la guió hastaas
escaleras que las llevaron a una terraza hermosa, donde predominaba la
vegetación y podían sentarse a disfrutar de la vista de una parte de Bogotá, bajo
luces amarillas y parasoles color crema.

Estuvieron allí la tarde entera conversando y conociéndose. Ya sabían el color,


película, comida, música que les gustaba, en fin, se dieron a la tarea de entrar en
sus respectivas intimidades. Al final de la tarde, las copas de vino comenzaron a
hacer mella y las miradas y sutiles caricias comenzaron a aparecer.
Beatriz sentía la sangre caliente gracias al vino, pero también a las miradas
provocadoras de Marcela. Le hacía remolinos en la pierna, bajo la mesa y ella
solo pensaba en que ya no lo podía soportar más.

Marcela fue consciente de la mirada obscura de Beatriz y quiso llevársela a su


apartamento para desnudarla entera y perderse en ese cuerpo que la traía loca.
Pero no quería eso, no así, quería tomarse el tiempo suficiente para admirarla y
grabarse en la memoria sus gestos, su silueta, su desnudez.

Marcela pagó la cuenta y se encaminaron al carro, que se encontraba en un


parqueadero subterráneo. Subieron al auto después de darse besos candentes y
cuando la gerente pensó que Beatriz iba a encenderlo, todo pasó demasiado
rápido y ya la tenía sentada a horcajadas sobre ella, besándola con el deseo a flor
de piel.

Marcela la correspondió, no podía ni quería hacer nada más. Se dejó llevar por el
compas de su lengua y le acariciaba la espalda y las piernas con cada mano.
Beatriz ya no coordinaba y simplemente se estaba rindiendo. Comenzó a meter
una mano bajo el buso lila de Marcela y sintió la calidez de su piel contra la
suya, comenzó a subirle la prenda poco a poco mientras no paraba de besarla.
Sus labios sonaban, se mordían, se succionaban, sentían la humedad latiendo en
sus partes.

Marcela levantó los brazos y dejó que Beatriz le quitara el buzo, quedó frente a
ella con el brasier.blanco acunando sus pechos y Beatriz los miró con fervor,
llevó una mano a cada uno y los apretó suavemente con las manos, sin dejar de
mirar a Marcela.

— Usted es tan divina, tan sexy...

Marcela no dijo nada y se le lanzó a la boca mientras comenzaba a desabrocharle


los botones de la camisa negra que llevaba la presidenta. La abrió totalmente,
pero no se la quitó del todo, se dejó cautivar por la visión de Beatriz sobre ella,
con los senos en ese encaje negro que la invitaban a probarlos, succionarlos.
Pasó un dedo desde el hueco de la clavícula hasta el ombligo con lentitud y
luego se lanzó al cuello de Beatriz con avidez, mientras le pasaba las manos por
la espalda y la pegaba más a ella, para sentir piel con piel.

El sonido de un auto encendiéndose en algún lugar del parqueadero las hizo


volver en sí. Beatriz recostó su frente sobre la de Marcela. La cordura le llegó de
repente, pero el deseo no se iba. Seguía intacto y más presente.

— Marcela, quisiera hacerlo ahora. Ya, pero este no es el momento ni el lugar —


le besó los labios — quiero tiempo y tranquilidad para vivirlo...

— Tranquila, lo sé, solo nos dejamos llevar, pero ya llegará el momento y será
inolvidable — le rodeó la cintura con los brazos — quiero que nada nos
atormente en ese momento... Lo deseo tanto, Beatriz...

Beatriz se mordió los labios. Algo haría, pero ya no quería ni podía soportar
más.

— yo también lo deseo, la deseo, sueño con ese momento...— le pasó una mano
por el cuello — solo necesito unos días y lograré que nada nos interrumpa...

Se reacomodaron la ropa en medio de risas y jugueteos, pero con la esperanza de


que pronto se unirían en cuerpo y alma, como tanto lo habían deseado.

Partieron a la casa de Marcela y esta le hizo jurar a Betty que harían el amor en
su casa por primera vez. Mientras la otra le hizo jurar que no la dejaría dormir
esa noche.

https://www.youtube.com/watch?v=iD35bZgV0mY
Es mejor llegar a tiempo que ser
invitada

Comenzaba una nueva semana y con ella todo el ajetreo de iniciar la producción
para la nueva colección. Marcela había revisado con anterioridad los diseños de
Hugo y había dado el visto bueno. Ahora solo quedaba arreglar con los
proveedores, iniciar la publicidad, pautas comerciales e ir implementando los
cambios necesarios para la nueva estrategia de ventas.

Beatriz llegó a Ecomoda acompañada de Nicolás y don Hermes, su padre venía a


dedicarse a hacer la Contaduría y auditoría de la empresa mensual, por lo que
estaría todo el día dando vueltas por Ecomoda y eso significaría que ella y
Marcela tendrían que abstenerse de cualquier encuentro en la empresa.

Marcela llegó con una sonrisa de oreja a oreja. Todo Ecomoda era testigo del
gran cambio en ella desde que había regresado de Miami, era otra, más tranquila,
más alegre y con la vida fluyéndole. Pasó directo a presidencia en cuanto llegó,
ni siquiera dejó que la anunciaran, simplemente abrió la puerta y agradeció no
haber dicho nada comprometedor en cuanto vio quién estaba acompañando a
Beatriz.

— Holaaa... Beatriz — redujo el ánimo de su saludo — señor Pinzón, ¿Cómo le


va? — dijo extendiéndole la mano.

— Buen día, señorita Valencia. Muy bien, muchas gracias — respondió don
Hermes y le apretó la mano con fuerza.

— Buen día, doña Marcela — dijo Beatriz mientras veía el intercambio de


Saludos entre su padre y su ahora ¿Novia? Trató de controlar la tentación de risa
y solo dibujó una ligera sonrisa que no pasó desapercibida para Marcela. Era
obvio que estaba disfrutando el momento.

— ¿Qué lo trae por aquí, don Hermes? — preguntó para aligerar la tensión.
— Fíjese que el fin de semana se terminó el mes y vine a poner al día la
contabilidad y enviar el reporte mensual a don Roberto Mendoza, entonces hoy
me van a ver por aquí todo el día. Aprovecho que la veo para que,por favor, me
entregue las facturas y tiquetes de sus gastos de viaje en Miami, necesito
legalizar esos viáticos.

— Claro que sí — se metió las manos en los bolsillos traseros de su pantalón


para disimular su nerviosismo — mi secretaria los tiene todos, ella se los puede
entregar.

— Muchas gracias, permiso— dijo don Hermes y se retiró de la oficina de la


presidencia sin más.

Beatriz esperó a que su papá saliera para soltar la risa que estaba conteniendo.
Marcela sonreía y negaba con la cabeza ante la pícara risa de Beatriz.

— Por Dios, Beatriz, casi me muero del susto — se acercó al escritorio y se


inclinó sobre él — y usted en vez de ayudarme se burla...

— Perdón, lo siento, es que me divertí mucho, señorita Valencia — respondí


Beatriz muy cerca de su cara imitando a su padre— pero por más que me cueste
es mejor que se aleje, antes de que mi mamá entre por esa puerta y nos pille.

— ¿Qué pasa? ¿Le da miedo Beatriz? — se lanzó rápido y le robó un beso fugaz
y se enderezó — no me voy a privar de besarle esa boca tentadora siempre que
pueda.

Beatriz se quedó fría. En realidad si sentía temor por lo que llegara a pasar si su
padre se enteraba. Le daba pánico su reacción.

— Marcela, por favor, es en serio — se acomodó las gafas — yo también me


muero por besarla, pero es mejor cuidarnos...

Marcela sonrió.

— tranquila, Beatriz, solo estoy bromeando — solo vine a saludar porque voy a
dar una vuelta por los almacenes del norte para ver cómo va todo.

— Creo que es lo mejor y así me evito la tentación de ir a su oficina a besarla—


dijo Beatriz mientras le apuntaba con la pluma que tenía en la mano.
— Cuando quieras, preciosa— respondió Marcela y guiñándole un ojo se dio
media vuelta y se fue, tenía planes y necesitaba irse.

Beatriz solo sonrió mientras su estómago vibraba de alegría al escuchar cómo la


llamó.

Marcela corrió a su oficina y recogió unos informes de punto de venta, sí iría


allí, pero más tarde. Ahora que confirmaba que don Hermes estaría en Ecomoda
todo el día, tenía algo muy importante por hacer y era el momento perfecto. Le
dijo a Patricia que estaría en los almacenes y salió hacia su destino.

Julia estaba leyendo una novela romántica de origen francés mientras disfrutaba
de su día a solas, ya que su esposo estaría todo el día en Ecomoda. Había hecho
el que hacer e incluso adelantado algo del almuerzo y ahora, por fin tenía paz
para dedicarse un rato a lo que le gustaba. Tenía té sobre la mesa, galletas y
estaba tranquilamente concentrada en la lectura cuando escuchó un carro llegar,
a los pocos segundos, tres golpes en la puerta la hicieron cerrar el libro e ir a ver
quién era.

Abrió la puerta y casi que quiso cerrarla de golpe al ver quién era. Abrió los ojos
como platos y parpadeó después para ver si era real o no.

— Buenos días, doña Julia— saludó Marcela con una sonrisa tranquila.

— Bu... Buenos días, señora Marcela — volvió a la realidad de repente —


¿Usted qué hace aquí? — preguntó con reticencia.

Marcela respiró profundo y habló.

— Sé que le puede parecer extraño, pero necesito hablar con usted y las dos
sabemos sobre qué...

Julia la interrumpió.
— Discúlpeme, pero yo no quisiera hablar sobre eso, ya le dije a mi hija lo que
pienso y además en cualquier momento puede llegar mi esposo y le va a parecer
extraño que usted esté aquí.

Marcela sonrió con amabilidad.


— Doña Julia, su esposo está en Ecomoda y se va a quedar allá todo el día,
vengo de allá. Y estoy aquí, yo, Marcela Valencia, poniéndole la cara porque
necesito que me escuche. No quiero ni pretendo hacerla cambiar de parecer, pero
al menos, que podamos hablar de mujer a mujer.

Julia apretó el marco de la puerta con la mano. Lo pensó durante casi un minuto
y Marcela solo levantó las cejas para saber si aceptaba o no. Julia abrió la puerta
para que siguiera y soltó el aire. Estaba segura que se arrepentiría de eso, pero lo
prefería antes que quedarse con la duda de no haberlo hecho.

Marcela miró la casa en silencio, se quedó parada entre el pasillo que conectaba
las escaleras, la sala de visitas y el comedor.

— Siga por acá — dijo Julia llevándola a la sala e indicándole el mueble para
que se sentara — ¿Quiere jugo de mora?

Marcela sonrió y asintió. Indiscutiblemente era la bebida predilecta de todos los


Pinzón.

— Sí, muchas gracias.

— Ya vuelvo — dijo Julia y se encaminó a la cocina, su gesto no era amable ni


agradable, apenas serio.

Julia estaba molesta y nerviosa. ¿Qué podría decirle esa mujer que la hiciera
cambiar de parecer? ¿Qué necesitaba ella escuchar? Sin embargo, le aprobaba el
valor de ir y ponerle la cara después de todo. Algo que ni siquiera Armando
Mendoza hizo. Por otra parte, no podía negar que su hija estaba volviendo a la
vida después de todo y en parte era gracias a la mujer que estaba sentada en la
sala y para ella, que la vio casi morir en vida dos veces , eso tenía mucho valor.
Siempre un paso adelante

A mitad de la tarde Betty estaba tomando un descanso de la pantalla cuando


Aura María llegó a la oficina. Su cara era de evidente preocupación.

- ¿Qué pasa Aura María?

La secretaria de presidencia ya no aguantaba más la situación. El cuartel estaba


empezando a sospechar que ella sabía algo y de antemano conocía sus métodos,
por lo que prefirió hablar con Betty antes de que la obligaran a soltar palabra.

- Betty, mija, tenemos que hablar...- su gesto evidenciaba la culpa y eso le bastó
a la presidenta para entender de qué se trataba.

- ¿Qué pasó, Aura María ? - su voz era casi un lamento.

Aura María se sentó lentamente frente a Betty y apretándose las manos comenzó
a hablar. Le contó desde que había escuchado la llamada hasta ahora. No omitió
detalle y puso en evidencia que es cuartel estaba tras la pista de la persona que
estaba con ella y que si no se cuidaba, iban a descubrir todo pronto.

Betty solo se tomó la cabeza con las manos. Eso sí que no se lo esperaba.

- Betty, perdóneme, yo sí fui atrevida al escuchar esa llamada, pero es que con la
emoción con la que hablaba me causó curiosidad y pues, ya lo demás lo sabe -
comenzó a hipar - si quiere écheme, pero antes sepa que de mi boca no ha salido
nada más que lo que ya le conté. Ni si intimidad, ni la de doña Marcela están en
evidencia.

Betty cerró los ojos para poder hilar los pensamientos. Darle esa información al
cuartel podía ser un pro y un contra. Además, primero debía hablarlo con
Marcela, pero no estaba. Aura María tenía razón, además ellas no estaban siendo
tan cuidadosas, las visitas constantes de Marcela a presidencia la última semana,
los detalles lujosos... No quedaba de otra que ponerles la cara ella misma.

- Aura María, ¿Por qué no me lo dijo antes? ¿Por qué hasta ahora?
- Ay, mija, es que ni yo misma lo podía creer. Usted con doña Marcela después
de todo lo que pasó. Y pues yo quería esperar a que ella llegara para confirmar y
lo confirmé. Es que ustedes tampoco es que estén disimulando mucho así que
digamos. En la mirada se le ve a las dos que se gustan mucho.

- ¿En serio? - preguntó Betty sorprendida y con un poco de emoción.

- Pues claro, mi amor, no ve que ella sale de aquí siempre con una sonrisa se
oreja a oreja y cuando se cruzan en los pasillos se siente la tensión. Ustedes se
miran con... No sé, Betty, como con amor y eso se nota, mija. O lo noto yo que
ya sé...

No había lugar a dudas. Con el cuartel era mejor dejar todo claro para evitar
especulaciones. Le pidió a Aura María que las llamara a todas, incluida Inés.
Después le diría a Marcela.

Estaban todas en sala de juntas inmersas en un silencio sepulcral. Beatriz ya les


había soltado la bomba y nadie había querido decir nada. Mariana solo sonreía
con los ojos cerrados, no le sorprendía para nada, era el destino y Sófocles ya
había dicho que nadie escapa de él.

- Betty, entonces ¿usted es ... - preguntó Bertha con cautela.

- Bertha, si el hecho de estar saliendo con una mujer o que me guste me hace
bisexual, sí lo soy y si para ustedes supone un problema o impedimento o
conlleva que no me vuelvan a dirigir la palabra, me gustaría saberlo de una vez,
para no tener que incomodarlas.

- Pues si para mí no lo es, que soy la más vieja de todas, no entiendo por qué
podría serlo para alguna de ustedes - habló Inés dejando a todas sorprendidas-
me sorprende, sí, Betty, pero yo en todo este tiempo que he trabajado con don
Hugo he aprendido que el amor no tiene una sola manera de ser.

Betty sonrió con agradecimiento a Inés.

- Pues para mí tampoco, Betty. Solo que esa sí nos calló la boca a todas. Pero yo
sí me alegro que esté saliendo con ella. Además que doña Marcela es tremendo
mujerón, con plata, accionista de esta empresa. Mejor dicho, usted está
coronando con la que es- habló tranquilamente Sofía.
Todas soltaron la risa. Ya estaba pasando la conmoción inicial.

- No, mamita y usted se imagina la cara que va a poner don Armando cuando se
entere. Yo sí quiero ver eso y hasta tomarle foto - habló por fin Sandra
emocionada.

- Pues amiga, las cartas siempre le han hablado y esa mujer la adora. Es que
ustedes no han visto los regalos que le ha dado y ahora cómo anda de feliz a toda
hora. Mejor dicho, ahí hay amor.

Betty sonrió apenada. Una cosa era lo que ella podía ver en Marcela y viceversa
, pero olvidaba a veces, que afuera estaba el mundo percibiéndolas. Eso le alegró
el corazón, saberse querida y que los demás lo notaran. Que no fuese,
nuevamente , producto de su imaginación.

- Ay, no, mija, yo pa ese chisme si compro palco. Porque todo será, pero la cara
de la pantera esa cuando vea que las dos mujeres que no quiso se le juntaron y
andan enamoradaaas - dijo Bertha con tono burlesco.

Todas volvieron a reír, pero Betty sintió una ligera incomodidad ante ese último
comentario. Le guardaba cariño a Armando, no podía llegar a odiarlo por lo que
pasó, pero no le agradaba que mencionaran eso.

- Noo y es que ahora que usted está así toda triplemamita, más le va a arder y
con lo bonita que es doña Marcela. ¡No! Eso va a ser la sensación, mejor dicho,
¡La pareja del momento! - se emocionó Aura María

- Oiga,¿ Betty y sus papás ya saben?- preguntó Inés

Todas callaron, conociendo al papá de Betty, era obvio que eso no podía ser.

- Mi mamá sí, aunque no lo acepta del todo, dijo que me respetaba, pero mi papá
no se puede enterar por nada del mundo, me mata - comentó con tristeza.

- Mija y por ahora es mejor que no lo sepa. Porque ustedes hasta ahora están
empezando, no se sabe que vaya a pasar después. Más bien cuando ya la cosa se
ponga más seria, entonces hablan con él - aconsejó Inés.

La reunión terminó, no sin antes prometerle a Betty que serían discretas y no


comentarían nada al respecto dentro de Ecomoda. Le dijeron que contara con
ellas para lo que quisieran, ya sea para excusas, salidas falsas o para alguna
sorpresa.

Betty se fue a su oficina para recoger sus cosas, ya estaba finalizando la jornada
laboral. Tomó su celular y llamó a Marcela, que no había vuelto a Ecomoda en
todo el día.

- Hola, preciosa - habló Marcela con voz extrañamente suave.


- Hola, ¿Está ocupada? - preguntó Betty.
- No, ya voy entrando a Ecomoda, pero Freddy estaba en recepción y no quería
que me oyera llamarla así - dijo una vez dentro del ascensor- voy para su oficina.
- Bueno, la espero en el archivo, quiero darle un beso antes de irme - dijo Beatriz
con un tono tierno.
- Sus deseos son órdenes.

Marcela colgó y respiró. No había sido un día fácil, muchos recuerdos


atravesaron su conversación con la mamá de Betty y algunos de ellos habían
hecho mella en su estado de ánimo. No sabía si después de todo lo dicho por
ambas las cosas mejorarían o empeorarían, pero cumplió su promesa de hacer
algo al respecto.

Cuando entró a la oficina de Beatriz puso el seguro para evitar interrupciones.


Dejó el bolso en el escritorio y abrió la puerta del archivo para encontrarse a su
Betty ligeramente recostada en el escritorio y esperándola con una ansiosa
sonrisa.

- Hola.
- Hola.
Se saludaron al tiempo y sonrieron. Betty se quedó viéndola y respiró.

- ¿Sabe algo? Se ve muy hermosa con esa chaqueta de cuero, cuando la usa me
encanta. Se ve dominante, como que puede con todo.

Marcela alzó las cejas y sonrió.


- ¿Ah sí? ¿Cuando fue la última vez que la usé?
- El día que le hice la propuesta de que fuéramos un equipo. Lo recuerdo muy
bien porque ese día se veía tan hermosa que no podía dejar de mirarla.
- ¿Hace cuánto me mira así? ¿Ah, Beatriz? - se fue acercando poco a poco a ella
y la abrazó por la cintura - sabe que ese día usted me estaba tentando demasiado
con esa boca tan linda que tiene... Deme un beso ¿Sí? Mire que en todo el día
solo nos dimos uno...

Se acercó a la boca de Beatriz y la tomó. Betty la siguió, lo quería y lo deseaba.


Estaba anhelando ese beso todo el día. Estuvieron deleitándose en sus bocas un
buen tiempo y acariciándose, diciéndose cosas tiernas y candentes. Hasta que
Betty recordó que su papá andaba por ahí y paró.

- Marcela, debo decirle algo- le comentó con naturalidad mientras le limpiaba


algunos restos de labial.
- Soy toda oídos, doctora Pinzón.

Betty le contó lo sucedido con el cuartel mientras Marcela la escuchaba


atentamente. En ningún momento hizo gesto de desagrado, por el contrario, se
carcajeó con las ocurrencias y con la idea de encubrirlas, lo cual, claramente,
usaría a su favor. Al terminar la charla a Marcela le volvió a llegar ese bajón de
ánimo y abrazó a Beatriz. Esta se sorprendió, pero lo correspondió.

- ¿Está bien? ¿Pasó algo? - preguntó Beatriz extrañada mientras le acariciaba la


espalda.

- No, preciosa, solo abráceme ¿Sí? Estando así con usted siento mucha paz.

A Betty se le instaló un sentimiento bonito en el corazón porque ella sentía lo


mismo cuando la abrazaba. Duraron un momento así, cada una envuelta en sus
pensamientos, pero con la otra cómo refugio.

- Marcela, tenemos que irnos, mi papá no demora en pasar.

Marcela la soltó y le atrapó la cara entre sus manos para darle un beso.
- Lo sé, vamos, mañana tendremos más privacidad y ya no nos tenemos que
preocupar por el cuartel, ni Patricia y me imagino que por Nicolás en quien
menos debemos temer.

- Obvio - dijo Betty, dando por entendido que fue el primero en saberlo todo.

Salieron a la oficina y luego se despidieron con otro pequeño abrazo.


Lo que Marcela no sabía es que Beatriz ya estaba armando un plan ideal para
pasar todo el fin de semana con ella y ser suya por fin, sin miedos, ni afanes, ni
precauciones. Aunque se muriera de nervios.
A solas

Marcela se duchó, comió algo ligero y se fue a la cama. Estaba tratando de evitar
caer en la misma tentación de la noche anterior, pero por más que trataba de
concentrarse en lo que veía en el televisor, no podía. Se había puesto una bata de
satín de tiras, estaba a punto, sabía que solo necesitaba iniciar y después no
pararía, como la noche anterior.

Se llevó una mano a la nuca y cerró los ojos, no había marcha atrás, lo
necesitaba. Comenzó a acariciarse el cuello con suavidad y parsimonia, en su
cabeza solo estaba ella, la imaginaba ahí, encima, besándole el otro lado del
cuello mientras la acariciaba. Poco a poco se fue uniendo la otra mano que
descendió lenta y peligrosamente por si clavícula hasta su seno y lo apretó con la
misma ferocidad y suavidad que Beatriz lo había hecho la noche anterior, luego
su otra mano tomó el otro.

Comenzó a amasarlos y les iba imprimiendo cada vez más fuerza. Era como si
las manos de ella le estuvieran recorriendo el cuerpo y ella no pudiera más que
contonearse en la misma sintonía. Sentía la piel caliente, la humedad
comenzando a brotar y recreaba en su mente y en su cuerpo aquella vez en que le
acarició la pierna a Beatriz en el baño.

Un gemido sordo salió de su boca al imaginarla sobre ella, hablándole al oído,


diciéndole que la deseaba. Una de sus manos siguió aferrada a amasar su pecho
mientras la otra descendía, como una serpiente, hacia su monte de venus. Su
boca estaba secándose y ella solo podía añorar los besos y la lengua de Beatriz
paseando en su boca y en su cuello con avidez.

— Beatriz — susurraba apretando los ojos.

Su mano siguió el camino conocido y se abrió paso entre sus labios externos,
rozó con suavidad el capuchón de su clítoris y sintió el botón de placer
comenzando a endurecerse. Siguió el camino hasta que se encontró con su
propia humedad, la tocó y su vagina se contrajo de excitación, abrió las piernas y
rápidamente se deshizo de la tanga negra que sentía que le estorbaba.
Retomó el camino y con dos dedos llevó un poco de aquella humedad abundante
hasta su clítoris. En su mente revivía ese momento del día anterior en el carro, la
imagen de los senos de Beatriz adornados con ese encaje negro. Solo Dios sabía
cuánto le costó controlarse, solo él sabía el esfuerzo sobrehumano que tuvo que
hacer para no desnudarla ahí mismo y devorarla entera. Por eso tuvo que llegar a
su apartamento y complacerse a solas, porque estaba al límite. Esa imagen estaba
tatuada en su cabeza y la animaba con ilusiones en donde le quitaba el brasier y
le chupaba los senos hasta que los pezones se ponían duros.
Comenzó a estimularse lentamente mientras sus caderas hacían un ligero
movimiento. Las imágenes en su cabeza comenzaban de nuevo, ahora pensaba
en Beatriz sentada sobre el escritorio de su oficina, abierta de piernas y dispuesta
para ella. Eso le hizo intensificar el movimiento de sus dedos mientras la otra
mano subía a su cabeza y le acariciaba el pelo y se enredaba en él.

Siguió así, con dos dedos hacia círculos sobre y al rededor de su clítoris, cada
vez más rápido, mientras que con la otra mano se recorría partes del cuerpo y en
su mente y su cabeza la voz de Beatriz le repetía que le prometiera que no
dormirían esa noche.

Comenzó a sentir un corrientazo en la planta de sus pies que subía por sus
piernas y se concentraba en su centro. El pecho le quemaba. Su respiración era
cada vez más forzosa y sus dedos tenían vida propia, gemía y decía el nombre de
Beatriz mientras su cadera se danzaba para darle más presión y placer.

El orgasmo estaba llegando y ella no podía ni quería detenerse, su mente viajaba


de un recuerdo de Beatriz a otro, de la sensación de sus besos en el cuello y sus
manos en sus senos, de su voz. Todo era ella y no quiso contenerse más.
Comenzó a gemir con fuerza y sus dedos presionaron más su centro mientras se
movían a toda velocidad en círculos. Casi se sentó en la cama con los ojos
cerrados y seguía masturbándose con fuerza hasta que estalló, sintió que subía a
la nada por casi un minuto y volvía a regresar, poco a poco, mientras sus dedos
bajaban la velocidad y su espalda estaba casi arqueada liberando una de las
sensaciones más gloriosas de un ser humano.

Abrió los ojos y sonrió con satisfacción. Sintió que la tensión se iba aliviando.
Estaba loca, no había duda, Beatriz la estaba volviendo loca. Aquella joven de
ojos oscuros y cabello ondulado, la estaba haciendo conocer el cielo y el infierno
sin ni siquiera tocarla y Marcela estaba segura que no podría aguantar mucho
tiempo así. Se conocía y solo anhelaba que Beatriz cumpliera su promesa o ella
misma la robaría cualquier noche de estas para por fin hacerla suya.
Itinerario

Pasaron algunos días y pronto se acercaba el fin de semana. Beatriz estaba


haciendo paso a paso lo que planeaba para poder tener el fin de semana libre.
Comenzó hablando en su casa sobre la posibilidad de un viaje a negociar con
unos proveedores de insumos. Nada concreto, estaban ajustando agenda con los
demás ejecutivos para ver quién podía encargarse. Después comenzó a hablar de
que posiblemente ella tendría que hacerlo ya que el negocio era demasiado
grande y que iría con Marcela Valencia, ya que ella era quien aprobaba ese tipo
de compras.

Su madre solo se quedaba en silencio no se oponía, pero tampoco la apoyaba. Su


padre comenzaba a preguntarle cuánto tiempo sería, dónde se quedaría, en fin, su
preocupación excesiva y control constante que, en momentos así, la asfixiaba.

Ya para la noche del jueves, estaba casi que listo el terreno, pero aún le faltaba
tener una coartada. Hizo las reservas de los vuelos y el hotel, por si su padre se
pasaba de curioso y se encargó de que alguien allí siempre dijera que estaba
fuera y regresaría la llamada en cuanto pudiese. Se apoyó en Aura María que
llamaría al hotel la noche del viernes y el sábado, para ponerla al tanto. Nicolás,
por supuesto, estaba también enterado de todo y se prestó para hablar de la
negociación durante la cena, lamentaba no poder ir, para dramatizar más la
cuestión, Betty le agradeció con la mirada.

Para el viernes en la mañana, Beatriz anunció que llegaría tarde. Esa mañana se
reuniría con Catalina para desayunar y ponerla al corriente de todo. Estaba
esperándola ya en un café elegante cerca a la zona norte, estaba nerviosa y
emocionada.

- Hola, Betty- dijo Catalina con sonrisa alegre y dándole un abrazo.


- Doña Catalina¿Cómo está? - correspondió al abrazo y se volvió a sentar.
- No tan bien como usted, mire esos ojitos brillantes que carga, ah, veo que hay
muchas cosas por hablar ¿O me equivoco?

Catalina había aprendido a conocer a la personas, pero con Betty sentía una
conexión especial, era transparente para ella, era un libro abierto. Y por eso sabía
que algo estaba sucediendo y esperaba que su intuición siguiera intacta y esa
persona fuese Marcela.

Comenzaron a hablar y se aplaudió internamente, había dado en el clavo y de


manera perfecta. Se emocionó tanto con cada detalle y le pareció tan genuino
todo, empezando porque a pesar de la atracción, tuvieron tiempo para poder
lidiar cada una con sus respectivos dolores. Le sorprendía la manera en que
Marcela estaba demostrando sus sentimientos, le fascinó escuchar los detalles,
las tarjetas, su honestidad. Sin embargo, sabía que todo esto estaba siendo
posible por la distancia de Armando con las dos y que la llegada de él podría
entorpecer el buen curso de las cosas y conociendo la fragilidad de su ego, se
hundiría más.

Le preocupaba eso, pero tenía fe en que las dos lo enfrentarían. Le contó a


Beatriz que Michelle estuvo llamando y enviándole saludos, Betty sonrió y se
sonrojó, prometió en algún momento devolverle la llamada.

Una vez al día con todos los temas a Beatriz solo le quedaba pedlrle a Catalina la
ayuda que necesitaba, le contó su plan y se fueron a ponerse manos a la obra.
Para eso dispondrían de toda la mañana.

Marcela estaba inmersa en su trabajo, sabía que Beatriz no iría por la mañana
porque debía ir a un Banco o algo así fue que le dijo. Estaba tratando de
concentrarse en eso para no parecer desesperada y preguntarle a su Betty sobre
la promesa, pues ya había llegado el fin de semana y aún no se concretaba nada
y ella ya no podía ni quería esperar más. La autocomplacencia de las últimas
noches le ayudaba, pero no era suficiente, realmente la necesitaba y estaba casi
que al límite.

- Marce, ¿Cómo es eso que el cuartel ya lo sabe todo? - entró a la oficina


preguntando Patricia - yo pensé que era la única que lo sabía, Marce.

Marcela apenas si levantó la vista.

- Es que con el Cuartel y contigo es mejor decirles todo para que no anden
especulando. Espero que no estén hablando ni regando el chisme por ahí, tanto
tú como ellas.

- Marce, me ofendes. Yo que me voy a poner a echar chisme con esas brujas-
dijo Patricia con gesto de indignación.

- Más te vale, Patricia. Porque si eso pasa, no te lo voy a perdonar.

- Óyeme, Marce y tu novia dónde anda que no ha llegado¿Se te escapó?-


preguntó con notorio afán de llamar la atención de su amiga.

Marcela detuvo lo que estaba escribiendo y le dedicó una mirada asesina. La


señaló con el lapicero y entrecerró los ojos.
- Mira, Patricia Fernández, no me atormentes con esas cosas. Además, Beatriz
está en un banco y vuelve al mediodía.

- Uy, pero la tienes localizada, mejor dicho, no se te pierde para nada - Patricia
seguía provocándole.

- ¿Me estás queriendo decir que soy controladora?- cruzó los brazos bajo sus
pechos.

- Un poco, Marce - respondió Patricia tratando de contener la risa al ver el gesto


de preocupación de su amiga.

- Pero no, o sea, yo eso lo sé porque hablamos temprano en la mañana, ella fue
quien me llamó y me contó por qué no vendría en la mañana. Además, ella no
me da razones para desconfiar...

Patricia no pudo más y soltó una carcajada.

- Te odio, Patricia Fernández - le dijo tratando de ocultar la risa.

Llegó el mediodía y Beatriz apareció en Ecomoda. Mariana y Wilson fueron los


primeros en verla. En realidad solo había hecho un cambio visible en su
apariencia, pero que le sentaba muy bien. Luego, Aura María y Sandra gritaron
al verla y Patricia quedó anonadada.

Bertha y Sofia se pudieron de pie y fueron a ver por qué la algarabía, hasta que
vieron a Betty con el cabello liso, pantalón de tela negro y una camisa blanca
manga larga que estaba desabotonada hasta el pecho. Se veía dominante,
elegante y preciosa. Su figura resaltaba mucho, se podía apreciar la curva de su
cintura y su trasero. En verdad, le había dado en el blanco con ese plus de glow
up.
Se fue a la oficina en medio de halagos y bromas del cuartel, pues tenían
conocimiento del por qué Betty se estaba poniendo tan linda ese día. Llegó y
dejó su bolso y se sentó en la silla de presidencia, aún sentía el escozor en su piel
y en su pubis por la depilación en cera. Pero se sentía más que lista para la noche
que tanto había soñado.

Respiró y se dispuso a seguir con el plan, seguía uno de los pasos más
importantes. Tomó el teléfono y marcó la extensión de la oficina de Marcela.

- Hola, Marcela- le dijo con voz de expectativa.

- Hoooola, preciosa ¿Cómo está? ¿Ya llegó? - respondió la gerente con una
sonrisa de enamorada estampada en su cara.

- Sí, acabo de llegar. ¿Usted qué hace?- trataba de calmarse antes de hacerle la
invitación.

- Nada, bueno, aquí trabajando, pero nada más¿Será que la presidenta de esta
empresa me puede regalar unos minutos de su tiempo para ir a robarle unos
besos? Es que no he tenido mi dosis diaria y puedo entrar en crisis...

Betty se rió con naturalidad, dejó que brotara su característica risa, vibrante y
espléndida, contagiada de esa simpatía del amor.

- Lamento informarle, doctora Valencia, que la agenda de la presidenta está


copada, pero si usted gusta, esta dependencia quisiera extenderle una
invitación...

- No, qué lástima, es que justo ahora es que necesito esos besos, yo creo que no
puedo esperar - le respondió siguiendo el juego.

- Es que, verá, Beatriz Pinzón, presidente de Ecomoda y también la mujer a la


que usted está volviendo loca, quiere que vayan a cenar esta noche a Cat Noir, a
eso de las siete. Eso sí, hay una serie de condiciones si acepta - lanzó la
propuesta Betty.

Marcela se mordió los labios y cruzó los dedos para que lo que estaba pensando
fuese real.

- ¿Y cuáles son esas condiciones, doctora Pinzón? - su mente comenzaba a


dejarse llevar .

- La primera, que no se aparezca más por presidencia...

- Ay, nooo - interrumpió Marcela - eso es trampa.

- Déjeme terminar, por dios - le pidió Betty con voz suplicante.


- La segunda, que se tome la tarde libre para prepararse si quiere.
- ¿Y la tercera? - preguntó Marcela ya con voz más seductora.
- la tercera... Es que... - Betty se sentía apenada por lo que iba a decir- que le
cumpla la promesa de no dejarla dormir en toda la noche, porque va a tenerla
invadiendo su casa todo el fin de semana - se lo dijo todo de una vez y se quedó
en silencio.

- ¿Es en serio, Beatriz? - la voz de Marcela era una mezcla de emoción y deseo.
- Muy en serio, doctora Valencia ¿Acepta?

- Es un hecho, Beatriz, nos vemos a las siete- y le colgó. Se llevó una mano a la
frente y sonrió mientras cerraba los ojos. Iba a suceder, ese día por fin iba a
suceder y no podía contener la emoción ni el deseo que comenzó a recorrerle las
venas.
Quizás, quizás, quizás

Marcela no tenía ni la más mínima idea de todo el plan que había tenido que
orquestar Beatriz para poder llegar a ese momento, pero suponía que no debió
ser fácil. Estaba humectándose la piel con un aroma que le perdurara mucho
tiempo, se había dado una pasada por la peluquería para perfeccionar el corte y
ahora estaba frente al espejo, más que lista y con el corazón a mil. Agradeció
que Beatriz misma le hubiese dicho que se tomara la tarde porque pudo ir a la
casa para crear un ambiente adecuado para el momento. No escatimó en detalles,
así que hasta el color de su ropa interior tenía sentido.

Conocía a Beatriz y sabía que no era de extravagancias, por lo que supuso que la
cita no estaba planeada para un vestido, así que mantuvo la sobriedad y la
elegancia. Tenía una gabardina color crema, pantalón negro y camisa del mismo
color. Le encantaba ese estilo old Money que llevaba. No importaba que después
todas las prendas terminaran regadas por el suelo, todo por ella lo valía. Se
aplicó perfume y se revisó el maquillaje. Todo estaba perfecto. Era hora de ir al
encuentro.

Beatriz estaba hecha un manojo de nervios, la hora estaba cerca y su corazón


latía como un loco. Le sudaban las manos y sentía una excitante corriente
recorrerle el estómago. Ya había dejado instrucciones con Aura María para que
la maleta del "viaje a Cali" llegara al apartamento de Marcela mientras ellas
cenaban y su carro lo guardaría en Ecomoda hasta el lunes porque "obvio no lo
dejaría en el aeropuerto". Se miró al espejo por última vez después de retocarse
el labial y salió. Ya no había marcha atrás, no podía y mucho menos quería. Por
el contrario, lo deseaba con tantas ansias que las últimas noches fueron
realmente tormentosas y llenas de sueños húmedos.

Cuando salió de Ecomoda ya había un taxi esperándola para llevarla a su


destino, se montó y notó cómo los vidrios comenzaron a llenarse de gotas de
lluvia. Esperaba que eso no la hiciera llegar tarde, porque sabía lo puntual que
era Marcela.

Una de las ventajas de Cat Noir era que tenían salones o salas de ambiente
íntimo que les permitía comer alejadas del resto o al menos, no era tan sencillo
alimentar el ojo curioso . Marcela llegó primero, estaba más cerca y no alcanzó a
quedar presa en el tráfico. Indicó que tenía una invitación, dió el nombre y la
dirigieron a un espacio íntimo y casi privado decorado con candelabros y velas,
la mesa tenía un bouquet de tulipanes rojos. Tomó asiento mientras sonreía. Era
una respuesta a su regalo, una confirmación más de que Beatriz no olvidaba.

Beatriz llegó 15 minutos tarde, estaba de mal humor y un poco estresada. El


tráfico eterno e insufrible de Bogotá hizo de las suyas. Sin embargo fue bajando
su ira en cuanto estuvo en la puerta del restaurante. Se apresuró en pasar y llegó
al espacio que les habían ubicado para encontrar a Marcela concentrada mirando
a una pared mientras bebía agua.

Marcela advirtió la presencia del maitre y de Beatriz y nada la preparó para verla
así. Ahora entendía por qué no le permitió ir a presidencia. Se veía lindísima,
elegante, guapa, casi altiva si no fuese por esa sonrisa tierna que le adornaba el
rostro y ese cabello liso que le caía sobre los hombros. La anheló así, dulce,
implacable y cautivadora, como solo ella podía ser.

El Maitre se retiró y Beatriz se acercó.

- Hola - le dijo con timidez al notar la mirada de Marcela fija en ella, con deseo,
con admiración, con insistencia.

- Beatriz, se ve tan linda, lindísima - sus cejas estaban arqueadas y su rostro


denotaba el impacto.

- ¿Le gusta? - preguntó Beatriz con mirada tierna y pícara y eso mató a Marcela.
Esa manera única de ser y de mirarla. Como una joven inexperta y tímida, pero
con un dejo de sensualidad.

- Me encanta, de verdad se ve tan hermosa - se puso de pie y se le plantó en


frente para besarla rápidamente en los labios - no puedo creer lo linda que se ve.

Beatriz se mordió el labio inferior de alegría. Había logrado el objetivo de


sorprenderla .

- es parte de lo que usted me hace ser - le dió otro beso rápido - vamos a cenar.

Se sentaron y ordenaron, esta vez Beatriz sí tomó vino, necesitaba calmar un


poco los nervios.

Si por ellas fuese, habrían dejado el plato a la mitad y habrían corrido al


apartamento, porque las ansias las consumían. Pero no, disfrutaron de la cena
mientras se dedicaban miradas ardientes y sutiles caricias en la mano. Marcela
notaba el nerviosismo de Beatriz y hacía maromas para tratar de tranquilizarla,
incluso bromeó sobre los tulipanes diciéndole que no tenían la misma validez sin
tarjeta. Y aunque disminuyó la ansiedad de Beatriz, no logró tranquilizarla del
todo.

Beatriz sabía que estaba a nada de decir lo que tenía que decir y de hacer lo que
debía hacer. En verdad estaba asustada, temía el peor de los escenarios y
fantasmas del pasado trataban de hacer mella en su cabeza, recordándole el
rechazo y desplantes que había vivido. Pero entonces la miraba, ahí, frente a ella,
con la sonrisa más hermosa que había visto, con esos ojos claros que la miraban
con ternura y erotismo y supo que no estaba equivocada, que podía con todo.

Momentos después de terminada la cena, un mesero llegó con un postre que


daba culpa comerlo de lo hermoso que se veía.
Un cheesecake coronado con reducción de frambuesas y arándanos y azúcar
pulverizada. Beatriz supo que era el momento, según el plan. Espero a que el
mesero se retirara y carraspeó.

- Marcela, antes... Yo...

Marcela alzó las cejas. No entendía nada.

- Marcela, quiero decirle algo antes de que probemos el postre.

- Claro, dígame, Beatriz - se enderezó en la silla y puso toda su atención en la


presidenta.

Betty respiró profundo y alzó la mirada lentamente hasta ella, se perdió en sus
ojos...

- Marcela, yo hoy quise hacer de este día algo especial. Y especial no solo por lo
que ya sabemos, sino por algo más - respiró nuevamente y sonrió un poco- jamás
en toda mi vida imaginé estar viviendo algo tan hermoso como lo que nos está
pasando. Se lo juro. Para mí el amor, más allá de lo que ya sabemos, siempre fue
algo inalcanzable, por mi apariencia anterior, por incluso, mi forma de concebir
la vida y de relacionarme con el mundo. Pero no. Desde que empezó a pasar
todo esto que está sucediendo con nosotras, desde que nos acercamos y
comenzamos a compartir y pues también, desde que pude cambiar cosas en mi
interior y en mi exterior, desde que me reconcilié con mi ser y llegué a retomar
mi vida y enfrentar mi pasado, no he dejado de sorprenderme ante la forma tan
genuina y natural con que el amor puede darse.

Guardó silencio un momento y tomó su bolso, sacó algo rápidamente.

- Marcela, junto a usted estoy aprendiendo y viviendo lo más hermoso que me ha


sucedido hasta ahora. Cuando la miro, a veces, me parece un sueño y otras,
cuando me abraza o cuando nos besamos, se siente tan real. Cuando me mira así
como ahora, con esa mezcla de emoción y ese brillo divino siento que todo lo
que pasó antes siempre fue para llegar a esto. Y yo no quiero privarme más de
nada, yo lo quiero sentir en todos los sentidos, quiero amar con libertad y
tranquilidad, quiero amarla y ser con usted y que usted sea conmigo.

Estiró la mano y agarró la de ella entre las suyas. La acarició y volvió a fijar su
mirada en la de la gerente, que parecía estar en shock , casi paralizada, muda.

- Marcela Valencia ¿Le gustaría ser mi compañera, mi novia? - preguntó Beatriz


y se mordió el labio ante la tensión de ya haberlo dicho.

Marcela sentía que su corazón se le iba a parar en cualquier momento. Su


estómago estaba contraído y su cabeza solo podía tramitar la cantidad de
emociones que estaba enfrentando.

- Beatriz... Sí, claro que sí, quiero ser su compañera, su amiga, su novia, su
mujer... - sus ojos se llenaron de lágrimas de júbilo.

Beatriz soltó la tensión que estaba cargando y se llevó la mano entre las piernas,
tomó la caja y la abrió. En ella había una cadena de oro delgada, casi un hilo con
un dije pequeño, pero exquisito y elegante con forma de tulipán. Se puso de pie
y fue hasta ella, Marcela simplemente se descubrió el cuello y dejó que se lo
pusiera. Después la jaló de la mano y le dió un beso. Un beso de amor, de
rendición, donde le quería decir lo que sentía y que ya empezaba a hallarle forma
a ese sentimiento y a esa necesidad de ella.

Beatriz correspondió con entrega total. Le tomó la cara entre las manos y sentía
que había algo más profundo en ese beso , que se decían cosas sin decirlas.
Se besaron y se consintieron con frases y caricias un pequeño instante. Marcela
alabó el collar, en verdad le.parecía hermosa, evidentemente tenía la marca de
Beatriz, era palpable que lo había escogido ella y el tulipán representaba el inicio
de la unión de ambas. Se sentaron y se pusieron manos a la obra con el postre.

- ¿Entonces somos novias? - preguntó Marcela con coquetería.

- Sí, doctora Valencia, somos novias. Usted es mi novia y yo soy su novia -


respondió Beatriz con el mismo tono.

- Pues le informo que su novia está que se muere por salir de aquí y cumplirle la
promesa, así que prepárese, Beatriz Pinzón porque esta noche no se duerme.

La mirada de Beatriz cambió drásticamente. Ese era uno de los tantos poderes
que Marcela tenía sobre ella. Lograba excitarla con dos palabras. Lograba
despertarle un deseo casi incontrolable.

- Una promesa es una promesa y las dos somos mujeres de palabra - dejó la
cucharilla del postre a un lado y se llevó un dedo a los labios - ¿Vamos? - y al
decirlo le dedicó una mirada seductora de arriba abajo que Marcela sintió que la
desnudaba con solo ese gesto.

- Nos vamos ya, novia mía - soltó la cucharilla también y tomó su bolso. Beatriz
repitió el gesto y se pusieron de pie al tiempo, se tomaron de la mano y salieron
del restaurante a esperar que el carro de Marcela fuese traído. No sé soltaban,
estaban ahí, casi amarradas y sintiéndose excitadas y nerviosas por lo que sabían
que pasaría. Llegó el carro y Marcela me abrió la puerta a Beatriz, espero que
subiera y cuando cerró la puerta, metió su cabeza por la ventana y le dió un beso
ardiente, ya no podía exigirse más control.

- Quiero besarla entera - le dijo al terminar el beso mientras Beatriz apenas si


podía recuperar la respiración. Se fue hasta su puerta y entró, encendió el auto y
arrancaron.

Marcela estaba ansiosa, deseosa, la sangre le corría rápidamente por el cuerpo y


su centro comenzaba a palpitar de solo pensar en lo que sucedería. Necesitaba
aligerar la tensión, así que optó por calmar la curiosidad.

- ¿Dónde se supone que debe estar Beatriz Pinzón Solano ahora en lugar de estar
rumbo a mi casa? - preguntó mientras un semáforo las detenía.
Beatriz rió, miró el reloj y volteó a verla.

- Aterrizando en Cali porque mañana tengo un negocio con unos proveedores de


insumos. Ah, otra cosa, novia mía, se supone que vamos juntas al viaje, de
hecho, tenemos habitaciones reservadas y tiquetes de regreso - dijo Beatriz con
suficiencia. Nada podía quedar a la deriva.

Marcela negó con la cabeza y no podía creer el nivel de planeación de todo. Ese
esfuerzo y desgaste por lograrlo.

- Doctora, pero no le veo maleta, aunque tampoco es necesaria, no va a tener


necesidad de vestirse en todo el fin de semana - volteó a mirarla un momento y
le guiñó un ojo con tal grado de coquetería que Beatriz tuvo que apretar las
piernas al sentir un temblor en ellas.

- Entonces no hay necesidad de pasar por el lobby del edificio a recogerla - le


respondió con falsa naturalidad y Marcela solo se relamió los labios.

- Para nada. No hay tiempo que perder.

Beatriz aprovechó que aún faltaba poco y busco su celular para llamar a su casa.
Mintió descaradamente al decir que iba en un taxi con Marcela rumbo al hotel,
que el vuelo había Sido perfecto y que estaba muy cansada y se iría a la cama tan
pronto se hospedaran. Su padre le insistió en que se comunicara temprano al día
siguiente y ella lo prometió. Cuando colgó, ya estaban a una manzana del
edificio y sintió el vacío en el estómago. Era real, ya iba a suceder.

- Doctora Pinzón, me parece que tiene una manera muy profesional de mentir.
Mire que decirle que iba a dormir. Nada más alejado de la realidad.

Betty se rió y luego se volvió a morder el labio.

- Ya ve, doctora Valencia, todo lo que hago por usted.

Llegaron al edificio y entraron directamente al parqueadero. Beatriz se bajó y


Marcela también. Se encaminaron al ascensor tomadas de la mano y mientras
esté llegaba, Beatriz jaló a Marcela y le dió un beso corto y húmedo.

- Estoy muy nerviosa - le susurró en los labios - pero ya quiero que pase.
El ascensor llegó y entraron. Marcela digitó el código del apartamento y se
volvió a poner junto a Beatriz. Estaba también nerviosa, pero demasiado
excitada. Sintió que subir estaba tardando más de lo normal y se obligó a respirar
profundo para calmarse.

Y lo hubiese conseguido si no es porque Beatriz la acorraló contra una de las


paredes y comenzó a besarla con ardor mientras le llevaba una mano al cuello y
la otra la apoyaba en la pared, junto a la cabeza de Marcela. La besó también con
el mismo deseo que quiso controlar, pero no pudo. Siguieron así, tocándose y
besándose, sus lenguas se unieron al festín y comenzaron a recorrerse la boca
mientras sentían la necesidad de comenzar a despojarse de la ropa.

El soniso del ascensor alertó a Marcela de la llegada y sin para de besar a Beatriz
la fue conduciendo de espaldas al interior de su casa. En cuanto entraron a la sala
tiró el bolso al piso y Beatriz también. Apenas se separaron un momento para
respirar y mirarse con ojos cargados de deseo y excitación.

Volvieron a besarse y sus manos comenzaron a volar y recorrer sus cuerpos por
encima de la ropa. Marcela se atrevió más y le tocó el trasero a Beatriz con
ambas manos. Se había contenido muchos días de eso. Lo apretó y amasó y
luego fue subiendo por su espalda hasta que de un momento a otro sintió la
necesidad de apretarla contra ella. Beatriz se dejó hacer, estaba cegada, nublada,
loca.

- La deseo tanto, Marcela, todas estas noches han Sido un tormento, desde que
pude ver sus pechos , desde que pude tocar su cuerpo y sentir su piel - la volvió a
besar y comenzó a quitarle la gabardina.

- Yo estoy igual, no puedo sacarme la imagen suya sobre mí de la cabeza.


Quiero verla desnuda, Beatriz, por favor...

Seguían diciéndose cosas mientras Beatriz iba bajando la gabardina por los
brazos de Marcela. Se besaban, se mordían y chupaban los labios. Marcela
comenzó a desabotonar la blusa de Beatriz en cuanto tuvo los brazos libres. La
premura por ver de nuevo esos senos la tenía al borde del colapso.

Beatriz esperó a que terminara de quitarle la camisa y luego la miró, vio como
ella se perdía admirando su cuerpo y eso la tentó mucho. Comenzaba a
necesitarla, quería que su lengua le recorriera la piel. Se aventuró y la despojó de
la blusa rápidamente. Se le hizo agua la boca ante esa imagen gloriosa de un
bralette negro que le acunaba los senos y dejaba ver un poco de sus pezones que
se miraban duros. Por instinto llevó su mano a la mitad de los senos y dibujó una
línea con un dedo. Marcela la detuvo con una mano cuando se le erizó la piel y
se lanzó sobre ella con un beso voraz que exigía más y que hizo que Beatriz
gimiera.

Marcela comenzó a guiarla de nuevo en medio del beso mientras buscaba el


botón del pantalón negro de Beatriz. Lo encontró y lo desabrochó. Esperó a
entrar a la habitación cuando le bajó el cierre.

- Se lo voy a quitar - y sin más, descendió por su cuerpo mientras la iba


despojando de la prenda. Al final, le desabrochó la correa de la zapatilla y
Beatriz automáticamente se los quitó. Pero Marcela no se puso de pie, por el
contrario, comenzó a acariciarle las piernas mientras veía esa tanga de encaje
blanco que le adornaba la entrepierna a su novia. Quería arrancársela y devorarla
toda ya, pero debía esperar un poco. Entonces se puso de pie nuevamente.

Beatriz respiraba con dificultad. Esta vez no la besó en la boca sino que se
dirigió a ese cuello divino que la tentaba y comenzó a besarlo con ligeros
chupones y lengüetazos húmedos. Marcela sintió cómo se le erizaba el cuerpo
entero y su centro palpitaba. Estaba excitándose mucho, demasiado, sentía que
estaba tan húmeda y Beatriz no le daba tregua. Sintió como las manos de su
novia comenzaron a recorrerle la espalda y se hicieron del bralette para
quitárselo y ella obedeció alzando los brazos para deshacerse de la prenda.

Sintió el frío golpear sus senos y sintió la mirada de Beatriz sobre ellos. Eso la
excitó mucho, ella no era consciente de la mirada tan obscura que hacía cuando
la embargaba el deseo. Beatriz los miró y no se aguantó las ganas. Volvió a
besarla y comenzó a acariciarlos con sus manos. La tibieza de la piel de Marcela
era una sensación gloriosa, poder tener entre sus dedos esos pechos voluptuosos
y duros, la estaba haciendo sentir demasiada locura. Sintió las manos de Marcela
volver a apoderarse de sus nalgas, sintió como las apretaba.

- Quiero hacerle el amor ya, Beatriz, besarle el cuerpo entero...


- Yo también, quiero comerme la boca y los senos. Qué rico se siente, Marcela...
- la voz de Betty era agitada .

Marcela subió las manos y desabrochó el brasier de encaje blanco de Beatriz y


metió sus manos bajo las tiras para facilitar que cayera al piso. Beatriz lo
entendió y colaboró. La vista era demasiado sexy. Estaban al aire y con los
pezones duros apuntando a los de Marcela, Beatriz le llevó una mano a la cintura
a Marcela y la pegó a su cuerpo. El choque de sus senos y la tibieza de los
cuerpos les terminó de subir la excitación y ya no hubo marcha atrás.
Todo comenzó a pasar muy rápido. Marcela misma se quitó el pantalón, ya
estaban a un lado de la cama.

- Ya no puedo más, Marcela - le dijo Betty y comenzó a acariciar todo su cuerpo


con mas manos mientras se besaban y la accionista la iba acostando poco a poco
en la cama. Se fueron llevando al centro de la misma entre besos y caricias.

Marcela se ubicó en medio de las piernas abiertas de Beatriz que la miraba con
deseo y ansias. Miraba su cuerpo y miraba la vagina depilada de Marcela que
quiso probar, lamer y chupar. Quería tocarla, ver si estaba tan mojada como ella.
Si se derretiría con el más mínimo tacto como probablemente le iba a suceder a
ella.

Marcela sintió esa mirada y se mordió los labios.

- Me encanta que me mire como lo está haciendo ahora

- Es que la deseo mucho, quiero perderme en ese cuerpo divino que tiene.
Marcela fue poniéndose sobre ella poco a poco hasta que quedaron cara a cara y
ella se apoyaba en un brazo. Comenzó a tocarle el estómago a Beatriz con la
yema de los dedos y pudo sentir cómo este vibraba. Subió su mano lentamente y
le tocó un seno para después hacer círculos al rededor del pezón. Beatriz la
miraba a los ojos y respiraba agitada. Marcela comenzó a besarla de nuevo, le
mordía los labios y le amasaba el pecho, luego fue al otro. Se detuvo y sobre la
boca de Beatriz le murmuró.

- Sólo déjese llevar, Beatriz.

Comenzó a besarle el cuello mientras iniciaba a descender por su cuerpo. Sus


manos le acariciaban las piernas y Beatriz se removía ansiosa, deseosa, sentía
corrientazos en su espalda que la obligaban a arquearla. Marcela siguió bajando
y su lengua serpenteo hasta volver a sus pechos. Marcela se apoderó con su boca
de uno de ellos y Beatriz subió una pierna automáticamente. La pelinegra la
tomó y se la acariciaba desde la pantorrilla hasta las nalgas mientras chupaba su
pezón.
A Beatriz le tocaba cerrar los ojos para canalizar lo que sentía. El cuerpo entero
le vibraba ante el tacto de la accionista, sus pezones dolían de la erección y su
clítoris palpitaba , pedía ser atendido. Marcela se encargó de la misma manera de
la otra pierna y el otro pezón, estaba muy excitada con el contoneo que
comenzaba a hacer Beatriz contra su cuerpo. Siguió bajando y le mordió
suavemente el abdomen y la cadera de su novia respondió automáticamente
alzándose hacia ella. Marcela sonrió y con ambas manos se apoderó de las
bragas de Beatriz y poco a poco fue quitándoselas mientras iba apareciendo ante
sus ojos, una de las visiones más sublimes de su vida. El pubis limpio y delipado
de la mujer que la enloquecía, siguió mirándolo y pasó salida mientras seguía
quitando la prenda. Su propia vagina protestó y se contrajo.

Beatriz abrió los ojos y se fijó en cómo Marcela miraba su centro. Se sintió tan
deseada que por inercia abrió más las piernas cuando Marcela la liberó por
completo de la prenda. Sintió como sus labios se abrían y le permitían a su novia
una mejor panorámica.

Marcela soltó un leve bufido cuando Beatriz llevó a cabo aquella acción y se le
secó la garganta ante el deseo de lamerla, pudo ver cómo un rastro de humedad
bajaba de la vagina de Beatriz y se dirigía a su trasero.

Beatriz quería que ya le hiciera llegar al cielo, entonces se enderezó un loco y la


jaló hacia sí mientras la besaba.

- Estoy muy excitada, Marcela, en serio, estoy que no aguanto, déjeme


tocarla¿Sí? - Le suplico mientras Marcela volvía a ponerse sobre ella.

- Si, por favor, tócame, tócame - le respondió.

Beatriz sonrió maliciosamente y comenzó a deslizar su mano por el pecho de


Marcela, luego el abdomen y al estar cerca al monte de Venus sintió los
temblores de la piel de Marcela, siguió su camino y primero posó la mano sobre
la vagina, sintió su calor. Se miraron a los ojos, cargados de deseo y Betty
deslizó un dedo entre los pliegues hasta sentir el botón de placer, lo presionó con
suavidad y Marcela no pudo contener el gemido sutil que salió de su boca, cerró
los ojos dos segundos y los volvió a abrir, su mirada era más oscura, pedía más.
Betty tragó saliva ante esos ojos cargados de excitación y siguió con su dedo
hasta que encontró la entrada de la vagina totalmente humedad, demasiado
húmeda y caliente.
La sensación le pareció tan deliciosa que su respiración se agitó demasiado y
juntó otro dedo. Soltó un bufido.

- Uff, Marcela...- la miró a los ojos y Marcela sintió su aliento caliente y su voz
grave.

Betty se dejó llevar y se empapó los dedos con la humedad de su novia y buscó
el clítoris nuevamente para acariciarlos en círculos con una ligera presión.
Marcela la miró a los ojos y dejó que de su boca brotara un gemido mezclado
con su respiración entrecortada y Beatriz le mordió el labio.

- por dios , Marcela - su voz denotaba lo mucho que le gustaba sentirla y tocarla,
quería seguir, pero Marcela la detuvo.

- Necesito tocarla, me muero por tocarla, por sentirla húmeda para mi ¿Sí?

Marcela no era consciente de cómo hablaba ni miraba, pero Beatriz sintió eso y
solo pudo abrir más sus piernas y retirar su mano.

- Tócame - y la volvió a besar. Marcela correspondió y cambió el brazo para


apoyarse del otro lado.

Volvió a besar a Beatriz e hizo una línea recta desde el hueco de su clavícula
hasta el monte de Venus, Beatriz solo podía sentir que se derretía. La pelinegra
le acarició la vagina con cuatro dedos, suavemente y luego, con dos de ellos
incursionó en la abertura de los labios para buscar la humedad de su novia y la
boca se me hizo agua al sentirla. Caliente, húmeda, lista y dispuesta. Arrastró esa
humedad por la vagina y luego le presionó el clítoris. Beatriz le mordió el labio
con fuerza para ahogar el gemido.

La presidenta sentía que se vendría ahí mismo. Marcela la miró a los ojos y
repitió la acción haciendo también círculos sobre el clítoris, con la presión
exacta para lograr que Beatriz gimiera de nuevo y cerrara los ojos.

- Ya no más, Marcela, por favor, no puedo más, lo necesito ya - suplicó la


presidenta al abrir los ojos y atrapó la boca de Marcela en un beso voraz y
hambriento. Luego la atrapó con su piernas y comenzó a mover su cadera en
círculos contra sus dedos.

- Vas a probar el cielo, Beatriz, te lo juro - le sentenció Marcela con sensualidad


y comenzó a restregar su vagina contra la de Beatriz y esta la correspondió con
locura.

Gemían y se miraban, se basaban. Marcela sentía la humedad de Beatriz también


humedeciendo su vagina y eso le encantó, sentía la piel de ella caliente contra la
suya y la miraba comiendosela con los ojos. Beatriz llevó una de sus manos a las
nalgas de Marcela y la apretó haciendo que se pegara más a ella. Marcela se
excitó mucho y se alejó para comenzar a estimularle el clítoris nuevamente
mientras Beatriz se mordía el labio y miraba los movimientos de Marcela.

Afuera estaba el mundo y no importaba. Solo tenía sentido lo que estaba


sucediendo en esa habitación. Y en eso se concentraron. Marcela sintió cómo se
crecía y endurecía más el clítoris de su novia y paró para humedecerse los dedos
y llevarlos a la vagina de su novia suavemente. Hizo movimientos lentos fuera
de la vagina y luego introdujo un dedo lentamente, la sensación fue deliciosa. Su
interior estaba tan caliente, sentía como se contraría para recibirla y pudo ver en
la mirada de Beatriz la satisfacción. Comenzó a moverlo con lentitud de dentro
hacia afuera y ella se mordía el labio inferior con fuerza mientras sus caderas
correspondían al movimiento, luego liberó el labio y entreabrió la boca cuando
sintió un segundo dedo llenarla de placer.

Beatriz no podía ser consciente de la imagen divina que estaba proyectando.


Marcela amaba ese gesto , cuando entreabría la boca y dejaba salir el aliento
mientras su mirada obscura seguía los movimientos de la mano de Marcela. Eso
hizo que Marcela fuese aumentando la velocidad de sus arremetidas. Poco a
poco mientras la vagina de Beatriz la succionaba y la liberaba y sentía cómo su
humedad crecía más y más. Beatriz comenzó a gemir, jadeaba y se agarraba de
la sábana. Marcela supo que era el momento de buscar más comodidad, así que
abrió las piernas de Beatriz todo lo que pudo con una mano y se arrodilló entre
ellas. Siguió aumentando la velocidad y Beatriz tuvo que cerrar los ojos porque
su cuerpo se lo pidió. Era demasiado el placer, sentía que iba a estallar en
cualquier momento, sentía corrientazos por su estómago, por sus piernas, su
cuerpo respondía como autómata ante cada movimiento de Marcela y ya no
podía contener sus quejidos y gemidos ante el placer que la inundaba. Estaba
subiendo en un espiral de sensaciones con los ojos cerrados cuando sintió que
Marcela le abría los labios y lamía su clítoris mientras no dejaba de penetrarla.
No pudo más y abrió los ojos para semejante visión tan fascinante que le regaló
la vida. Sentía esa lengua caliente y dura estimulando su clítoris de arriba a abajo
y a la vez los espamos de su vagina succionando los dedos. Moriría de placer ,
estaba segura, se iba a morir porque sentía que ese orgasmo la iba a dejar del
otro lado. Sus caderas se movían para sentir con más contundencia las
arremetidas mientras Marcela la miraba deshacerse en gritos de placer. Comenzó
a sentir que el corazón se le salía del pecho y que sus piernas se tensaban y
hormigueaban.

Su clítoris comenzó a brotar sensaciones hasta ahora desconocidas para ella. No


podía contenerlo, sentía delicioso ahí y no quería parar, quería que siguiera esa
lengua haciéndole tocar el cielo y esos dedos otorgándole la gloria. Era mucho
para sentir en tan poco tiempo y su cabeza comenzó a girar, hasta que se perdió
en la inmensidad mientras una corriente eléctrica le subió de la planta de los pies
hasta el pecho y luego su clítoris se rindió y dejó brotar un orgasmo explosivo
que la hizo perder el control.

Marcela saco sus dedos y se dispuso a seguir con la lengua cuando sintió las
manos de Beatriz sobre su cabeza atrayéndola más hacia su centro con fuerza y
la escuchó, la escuchó y le pareció majestuoso.

- Sí, amor, sí... Ah - gimió fuerte.

Estaba en algún sitio de la obscuridad, en una dimensión desconocida que la


atrapó un largo rato mientras seguía presionando la cabeza de Marcela hacia sí.
Su gemido paró, pero no cedió la tensión de su cuerpo, su cadera estaba elevada
y de su vagina brotaba humedad y Marcela la recibía gustosa mientras seguía
lamiéndola. Su sabor le parecía delicioso, no quería parar de probarla una y otra
vez , hasta que sintió las manos de Beatriz liberar su cabeza y su cadera caer
nuevamente a la cama.

Beatriz dejó que su cuerpo cediera solo. Le costó recuperarse. Los propios
latidos de su corazón aún no le permitían oir, pero poco a poco iba volviendo a
la realidad y amó ese momento. Jamás, jamás en su corta vida sexual había
sentido tanto placer en un momento. Era la mejor noche de su vida hasta ahora y
ese era solo el comienzo. Quería seguir sintiendo eso. Abrió los ojos y miró el
techo luego bajó la mirada y se encontró con Marcela aún entre sus piernas con
una sonrisa triunfante.

Marcela estaba dichosa con esa vista que tenía. Podia ver el sonrojo de las
mejillas de su novia y el brillo de sus ojos. Esta tenía una mano en la frente y
aún respiraba con algo de dificultad y entonces le sonrió y amo esa sonrisa
mezclada con una preciosa caída de pestañas.

- ¿Estás bien? - le preguntó.

- Estoy en el cielo - le respondió Beatriz y se mordió el labio mientras cerraba


los ojos - venga, hágase a mi lado.

Marcela obedeció y se acostó junto a Beatriz mientras la abrazaba y le subía una


pierna. La miró a los ojos con tal devoción que Beatriz pensó que lo diría, pero
solo hubo silencio y estaba bien, fue perfecto y aún le faltaba a ella darle tanto o
más placer.

Beatriz se giró de medio lado y la miró a los ojos mientras le iba acariciando la
pierna que tenía sobre ella de abajo hacia arriba.

- Jamás en vida había sentido tanto placer, Marcela, sentí que me iba a morir...-
le dijo mientras su mano ascendía peligrosamente y le atrapaba el glúteo y lo
apretaba.

- Verla así es una de las imágenes más hermosas, me encanta su olor, su sabor,
su cuerpo - la besó con calma mientras sentía cómo su cuerpo respondía ante el
tacto de Beatriz y esta subía su mano acariciándole la espalda con la yema de los
dedos.

Betty flexionó su pierna entre las de Marcela y sintió como se pegaba a la piel
del pubis de su novia y se empapaba con su humedad. Eso la volvió loca.
Sentirla así tan lista y dispuesta, tan mojada y saberse culpable de que estuviese
en ese estado le daba regocijo.

Presionó allí con su pierna y Marcela le mordió el labio con fuerza. Sintió la
ansiedad en esa mordida y en rápido movimiento la hizo girar hasta quedó
inclinada sobre ella, mientras Marcela se liberaba el labio cuando pegó su
espalda al colchón. Beatriz aprovechó para bajar por su cuello con mordiscos,
besos y lamidas mientras iba acariciando sus senos con la mano. Bajó con
lentitud hacia sus pechos y capturó uno entre su boca, lo chupó y lo lamió y
luego intercambió con el otro. Sus manos ahora le consentían las piernas a
Marcela y Marcela deslizaba sus uñas por la espalda de Beatriz. Cuando terminó
de darle la atención merecida a sus senos, siguió bajando para darle sutiles
mordidas al abdomen. Descubrió lo sensible que era Marcela en el área de las
costillas y lo guardó para tenerlo en cuenta. Continuó hasta que llegó al monte
de Venus, lo beso varias veces y sintió el olor delicioso que emanaba y el calor
que brotaba de él. Marcela se quejaba con voz suave mientras de su boca a veces
salían frases cortas o expresiones de deseo.

Betty comenzó a pasar su lengua por el monte de Venus y con esa misma
empezó a abrirse camino en los labios vaginales de Marcela mientras escuchaba
su gemido de deseo y sentía cómo se tensionaba su pelvis ante el contacto.
Siguió marcando el camino con la lengua hasta que encontró el capuchón de su
clítoris y con avidez se ayudó de su nariz para subir la piel y darle la primera
lamida y sentir en pleno el sabor salado de su novia, le encantó y quiso más.
Bajó la cabeza y de un solo lengüetazo le repasó toda su vagina. Marcela tembló
y por instinto abrió más las piernas.

- Dios mío, Beatriz...

Betty sonrió internamente y repitió el movimiento varias veces mientras su novia


movía la pelvis y soltaba bufidos. Betty dejó de torturarla allí y con las manos le
abrió completamente los labios y dejó su clítoris hinchado y rojo, hambriento de
atención, expuesto totalmente para ella. Lo lamió con lentitud unas cuantas
veces mientras Marcela la miraba pasar su lengua allí. Pensó que ver a Beatriz
teniendo un orgasmo era la cúspide de la excitación, pero se equivocó, verla allí,
lamiéndola su centro con esa boca tentadora que siempre la tentó, era realmente
lo que más la había excitado en su vida y la visión seguía ahí, mientras su novia
se deshacía en atenciones y lamía, chupaba, succionaba con maestría y ella solo
podía dejar que sj cuerpo respondiera, porque su mente estaba perdida divagando
en esa vista. Sentía cómo su vagina se contraría y su clítoris palpitaba ante cada
estimulación. Sus piernas temblaban y su cadera se amoldaba al compás que
Beatriz pusiera, era como si perdiera el control sobre su cuerpo y ahora le
perteneciera a ella y ella dictará qué sentir y dónde. Sintió tanto, pero tanto
placer que sus ojos se llenaban de lágrimas ante la excitación y todo lo que su
cuerpo captaba en todos los sentidos.

Estaba escalando hacia el orgasmo y entonces los dedos de Beatriz se adentraron


en su vagina que los aceptó con gusto, estaba dilatada y ella misma los apretó
con fuerza mientras sentía la fricción dentro de ella. Le encantaba, comenzó a
menear su cadera para entrarán más y más fuerte y no sabía que estaba
respirando con dificultad ante los largos jadeos que le salían de la boca.

Betty sintió como Marcela se correspondía y comenzó a darle más placer, movía
y giraba sus dedos dentro y fuera con mucha velocidad mientras se concentraba
en mantener también los movimientos de su lengua. Marcela ya no tenía noción
de nada más que no fuera el placer que la invadió y se le regó por el cuerpo.
Clavó sus uñas en los brazos de Beatriz y siguió moviendo su cadera con fuerza
hasta que un chorro abundante chocó contra la boca de Beatriz que detenerse un
segundo para dejarlo brotar. Continuó penetrándola con los dedos rápidamente y
el chorro seguía saliendo y ella sentía cómo su propia vagina palpitaba de placer
al saber lo que estaba produciendo en Marcela. Cuando los chorros dejaron de
brotar , sacó sus dedos y le abrió los labios para darle más placer a su clítoris con
movimientos rápidos de su lengua y Marcela empujaba su pelvis hacia el rostro
de ella. Gritaba ya de placer y se llevó un dedo a la boca para morderlo mientras
respiraba con mucha dificultad y se perdía en ese limbo incierto que siempre
habitaba cuando explotaba el orgasmo. Su pelvis se quedó quieta, pero todo su
cuerpo estaba tenso y de su garganta brotaba un gemido ahogado y gutural ante
cada lamida que sentía.

-Beatriz - dijo con voz aguda y comenzó casi a hiperventilarse. No sabía hasta
qué punto subiría, pero no era capaz de detener ante tantas sensaciones que la
invadían. Estuvo así un momento y luego se quedó en silencio mientras apretaba
sus ojos con fuerza y fue soltando la tensión poco a poco, hasta que su cuerpo
cedió totalmente y soltó toda tensión mientras Beatriz le besaba repetidamente el
monte Venus con los labios. Se detuvo cundo vio que ya estaba relajada. Sus
ojos estaban abiertos y miraba solo al techo, como perdida en aquel limbo
todavía.

Estaba indefensa, derretida de placer y con un temblor incontrolable en sus


piernas que no pudo detener. Cerró los ojos y sonrió y luego rió, los abrió y
buscó a Beatriz con su mirada, que ya estaba sentada a un lado y la admiraba así,
vencida ante el orgasmo, con las mejillas rojas, los labios hinchados y el cuerpo
erizado. Era una diosa, era hermosa, demasiado hermosa, casi irreal y estaba
compartiendo la vida con ella, su intimidad y su cuerpo. Ya estaba perdida,
Beatriz, lo puso en ese momento, en realidad no había marcha atrás para nada.
Beatriz sonrió con ternura y una mirada casi de veneración.

- ¿Todo bien? - le preguntó mientras se acercaba a ella y le robaba un beso


dulce, mirándola a los ojos, como queriendo decirle algo.

Marcela asintió y pasó saliva para humedecer su garganta. Le correspondió esa


mirada y habló en voz muy baja.
- Esto no es un sueño, ¿Verdad, Beatriz? Porque no quiero despertar, quiero
seguir haciéndolo toda la noche. Quiero más de usted - Beatriz se acomodó de
medio lado y apoyó su cabeza en un brazo - quiero seguir siendo suya y que
usted sea mía - le apartaba un mechón de cabello y se lo ponía tras la oreja.

- Yo ya soy suya, Marcela, siempre suya...


Idilio

Marcela despertó y sintió el peso de una pierna de Beatriz sobre su cintura y una
mano sobre su pecho izquierdo. Estaba profundamente dormida, se veía
tranquila, serena y hermosa. Sus labios carnosos parecían pronunciarse más
mientras dormía y sus largas pestañas casi le rozaban los pómulos. No pudo
contenerse de pasarle un dedo delineandole la nariz. Era perfecta, estaba
apreciando una imagen divina. Su novia desnuda, en su cama, abrazándola
mientras dormía en paz.

No sabía qué hora era, pero suponía que era tarde ya que el deseo las llevó a
perderse hasta la mitad de la madrugada. Lo hicieron tanto como quisieron, sus
cuerpos se los pedían. Se dejaron llevar hasta que el cansancio las venció
después de la última ronda. Fue la noche más caliente y maravillosa de su vida
hasta ahora. Y lo mejor de todo es que despertó y ella seguía allí, ratificando que
fue real.

Necesitaba aprovechar que Beatriz aún dormía para poder preparar el desayuno
y sorprenderla al despertar. Comenzó a tratar de salir suavemente del abrazo en
que su novia la tenía, lo logró, Beatriz apenas si se removió y Marcela le puso
una almohada al lado para reemplazar su ausencia en esa cama. Se quedó
mirándola así, perdida entre las sábanas y el edredón blanco en el que estaba
envuelta hasta la cintura. Su desnudez marcaba un cuarto perfecto que no quiso
ni olvidaría nunca. Tuvo la idea de sacarle una foto así, porque se veía divina. Se
fue corriendo también desnuda a su nuevo estudio por la cámara y cuando pasó
por la sala encontró el reguero de prendas. Sonrió y se llevó una mano a la boca.
Recordó lo excitadas que estaban y cómo Beatriz la había acorralado en el
ascensor y desde entonces no pudieron parar. Recogió las camisas y solo por
hacer la típica escena de las películas románticas, se puso la camisa blanca de
Beatriz, apenas abotonó algunos botones, le quedaba un poco ajustada. Retomó
sus pasos al estudio y tomó la cámara digital y volvió corriendo a la habitación.
Respiró cuando la encontró en la misma posición y tomó la foto rápido, para
evitar perderla.

No fue sino hasta que se dió una ducha rápida en la otra habitación que se fijó en
la hora. Eran poco más de las nueve de la mañana. Se puso un top blanco, un
mom jean y se quedó en pantuflas, porque amaba usarlas siempre que estaba en
casa. Se sentía feliz, eufórica, llena de energía y a la vez en su pecho se instalaba
una sensación bonita, tranquilizadora, pero que también la conmovía. No era
extraña, pero de alguna manera, aún se limitaba a ponerle nombre. Por otro lado,
su cuerpo tenía huellas de la gran noche, tenía las marcas de las uñas de Beatriz
bajando por su espalda y un ligero enrojecimiento en el omóplato izquierdo que
le recordó la escena en que ella estaba boca abajo mientras Beatriz, montada en
su trasero, le besaba y mordía toda la espalda y le decía que amaba la manera en
que su espalda de arqueaba. Se mordió los labios y suspiró.

Aprovechó el tiempo y llamó a portería para que subieran la maleta de Beatriz.


Una vez allí, se la dejó en un mueble junto a la cama y se dedicó a recoger todas
las prendas rápidamente y llevarlas al cuarto de lavado. Después se fue a la
cocina y se quedó parada frente a la nevera abierta pensando en qué hacer para
desayunar. Mientras lo definía, puso la cafetera.

Betty despertó poco a poco y fue recobrando la conciencia con lentitud para
recordar en qué lugar estaba. La sensación en su entrepierna hizo que por su
cabeza pasarán flashbacks de todo lo sucedido y se llenó de tanta emoción que
llevó el edredón a la cara mientras sentía cómo se le calentaba el rostro. Su
desnudez era otra prueba y otro recuerdo de cómo se entregaron una a la otra, de
cómo el deseo las condujo a hacer el amor una y otra vez, terminaban y un beso
o caricia volvía a florecer las ganas y no pudieron contenerlo. Se probaron todo
el cuerpo, se dijeron todo lo que se encantaban una a la otra, cuánto les excitaba
alguna caricia o gesto o mirada en particular. Fue como si el tiempo dejase de
existir, no tenían noción de él, sus mundos se redujeron a esa habitación, esa
cama y ellas, con el deseo hirviendo.

Salió de la cama y vio su maleta en el sofá. Sabía que Marcela estaba por ahí
porque la escuchó tararear aquel bolero que cantó la otra vez. Se dispuso a
asearse y ponerse algo presentable. Cuando estuvo lista, vio el desastre que era
la cama y quiso cambiar las sábanas porque Marcela las había humedecido
deliciosamente, pero como no sabía dónde estaban, simplemente la ordenó así.
Se puso perfume, se miró al espejo y le encantó lo linda que se veía con el pelo
liso. Sin más, se fue a darle los buenos días a su novia.

Marcela estaba concentrada ordenando simétricamente unos rollos de jamón y


queso sobre un plato con huevos revueltos. Estaba tan inmersa en la tarea que no
escuchó a Beatriz entrar ni acercarse. Eso produjo que casi brincara del susto
cuando la escuchó hablarle y sintió sus brazos rodearle la cintura.

- Buenos días, amor - le dijo Beatriz y se quedó prendada del olor del cabello de
Marcela.

- Me asustó, Beatriz - dejó el rollo en el plato y se giró un poco para plantarle un


beso en los labios - buenos días, novia mía- le acarició la mejilla.

- Eso huele delicioso, pero me está matando aún más el olor a café, ¿Me regala
un poco? - le dejaba besos cortos sobre el hombro y sonreía al ver que aún
llevaba puesta la cadena, la misma que se movió al compás de su cuerpo durante
la noche.

Marcela se derretía de amor. Se sentía llena ahí, en ese momento tan banal visto
desde fuera, pero tan significativo para ellas. Se soltó del abrazo de Beatriz y le
sirvió café z cuando se giró por fin se fijó en cómo estaba vestida y seguía
sorprendiendose ante la belleza que cada vez más sobresalía en Beatriz. Tenía un
jean claro con una camisa celeste de botones con mangas cortas. Su cabello está
a suelto y era la mezcla perfecta para con ese rostro dulce y esos ojos brillantes
que la miraban fijamente con algo más que simpatía.

Desayunaron en el balcón de la habitación de Marcela mientras miraban la


ciudad. Hablaron poco, era más lo que sus ojos se decían. Era como si hubiesen
pasado a otro nivel de conexión donde, a veces, las palabras sobraban. Lo
evidente era que todo lo sucedido en la noche aún no se iba de sus mentes. Lo
sabían y Betty estaba segura que pronto volvería a pasar, lo deseaba, lo anhelaba,
quería que su cuerpo volviera a sentirse vivo.

Marcela sentía que necesitaba decir algo al respecto, pues aunque se dijeron
muchas cosas durante la maratón de sexo, ahora con más calma y serenidad
podría ser mejor. Le tomó una mano a Beatriz y comenzó a acariciarla.

- Beatriz - Betty la miró con una sonrisa que la hizo corresponderle - quería
decirle que anoche... Anoche fue maravilloso, me encantó, de verdad me fascinó
mucho.

Los ojos de beatriz se iban llenando poco a poco de un tinte de obscuridad y


Marcela supo que esa mirada era porque también lo disfrutó tanto como ella.
- Marcela, yo lo siento, pero para mí no fue solo eso...- se mordió el labio y cerró
los ojos como si un recuerdo la invadiera- para mí ha sido la mejor noche de mi
vida y despertar estar aquí, con usted frente mío, solo me comprueba que fue real
y sigue siendolo.

Marcela se quedó mirando cómo Betty se mordía el labio y supo que más pronto
que tarde volvería a suceder y su cuerpo se sacudió de solo pensarlo.
Renacer

Beatriz estaba embelesada viendo cómo Marcela le mostraba su libreta de


diseños. Estaban en el estudio de ella y ya le había enseñado la colección de
lápices de colores, plumas y demás elementos que usaba para diseñar en los
tiempos libres. Lo hacía por pasión, incluso a veces mandaba a confeccionar
algunos para ella o para su hermana. Le hablaba con tanto amor sobre el arte del
diseño que Beatriz notaba cierta nostalgia en sus palabras, como si añorara
dedicar su vida a eso. La escuchó atentamente y se atrevía a preguntar poco,
pues ese era un mundo al que poco a poco se iba adentrando. Su pasión siempre
fueron los números y su relación con el mundo. Pero ahora estaría más dispuesta
a saber de ese arte no solo por Ecomoda, también por seguir escuchándola
desenvolverse con tanto ahínco y pasión.

Cuando llegó el mediodía Marcela no quiso cocinar, dijo que se merecían un


descanso y pidió pizza a domicilio mientras se llevaba a Beatriz para mostrarle
otra parte de su nuevo hogar. Tenía un cuarto de TV enorme con un sofá cama
amplio y una envidiable colección de cine de todo el mundo. "Privilegios de los
de mi clase " dijo con sarcasmo, ya que Betty solía hacer mención de eso cada
vez que podía.

Grave error, le picó la lengua y no le quedó de otra que reconocer que sí era un
privilegio de clase el acceso a otras formas de arte catalogadas como de élite y
que esa colección era una muestra de eso. Marcela quiso defenderse, pero era
inútil, ella tenía razón. Escogieron una película alemana "El tambor de hojalata"
y se dispusieron a verla con la luz apagada y la pizza en frente.

Betty no hablaba, de hecho, apenas si pestañeaba, estaba absorta en la película


mientras Marcela le acariciaba el pelo y se vez en cuando le dejaba besos en la
coronilla. Era la ventaja de tenerla acostada entre sus piernas, que podía oler su
pelo constantemente.

Pocas veces había tenido la oportunidad de dedicarse a contemplarla. Pocas


veces, incluso, habían podido compartir así, en el ocio. Y agradeció a la vida
eso, tenerla allí y poder tener la tranquilidad de compartirse sin prisa y sin
presiones. Es como si estuviesen en una burbuja y no quería que explotara,
quería permanecer ahí, cautivada solo con su existencia, solo eso le bastaba.

Era increíble cómo la vida le había dado otra vuelta de tuerca a su situación
después de sentir que se le había roto el alma cuando supo todo. Aún más
increíble era que hubiese podido sentir que volvía a la vida precisamente con la
mujer que contribuyó casi a sepultarla. En algunos momentos le llegaban vagos
recuerdos de los momentos tensos que tuvo con Beatriz, cuando se burló de su
aspecto o cuando la riñó tantas veces por encubrir a Armando. Era tan irreal que
parecía trágico que ahora estuviera derritiéndose por ella, siendo vulnerable ante
su voz y su tacto. Pensó que a sus 30 años ya la vida no tenía nada que enseñarle,
pero no era así. En realidad, aún le faltaba conocer cosas, entre ellas, el
verdadero amor.

Beatriz se giró un poco, le dio un beso tierno y rozándole el mentón con los
dedos recostó el rostro en el pecho de Marcela. La abrazó con fuerza y cerró los
ojos mientras a Marcela el corazón se le derretía.

- Gracias por esto, Marcela. Adoro esto, estar aquí, así, con usted, amo la paz
que me da su presencia - soltó el abrazo y abrió los ojos.

Marcela estaba lidiando con sus sentimientos, estaba casi segura de lo que sentía,
pero no sabía si podía decirlo, tal vez era prematuro, se quedó en silencio
mientras su pecho irradiaba emociones. La atrapó con sus piernas y también la
abrazó.

- Mi amor, gracias por darme vida - le susurró al oído - gracias por compartir así
sea este instante conmigo.

Betty sonrió pegada a su pecho y tuvo la certeza de que el amor no era la


tragedia que había vivido. Era esto, la paz, la tranquilidad, la transformación
constante de dos seres que iban rotos por la vida. Lo sentía, sabía que era, pero
guardó silencio mientras en su cuerpo y en su mente creció la idea de volver a
sentirla suya. No lo detuvo, ya habían pasado esos tiempos donde se contenía.

Subió la poca distancia que la separaba de la boca de Marcela y comenzó a darle


un beso tierno que fue escalando poco a poco a lo pasional. Tenía su cuello
encerrado en sus manos, estaba comenzando a sentir que su propia respiración se
alteraba. Abrió los ojos y la miró con intensidad.
- Déjeme hacerlo a mí, quiero hacerla mía ¿Sí? - su voz era suave y sus ojos
tenían la capacidad de hipnotizarla cuando brillaban de esa manera.

Marcela solo asintió y la besó con ardor como respuesta. Betty se incorporó y se
sentó sobre Marcela, una pierna a cada lado y siguió besándola mientras le
acariciaba la espalda por encima de la ropa. Luego comenzó a despojarla del top
blanco para liberar sus senos y poder probarlos. Pero primero atendió su cuello
con premura mientras sus manos se dedicaban a cada uno de ellos.

Marcela había perdido la voluntad y la razón desde que la escuchó hablar y la


vio mirarla de esa manera. De nuevo sentía que su cuerpo y su mente quedaban a
merced de Beatriz y ella estaba en modo automático, obedeciendo y dejándose
llevar. El deseo iba creciendo rápidamente, necesitaba volver a sentir ese placer,
imaginaba ya a Beatriz de nuevo entre sus piernas.

Beatriz no tardó mucho en desnudarla. Quería sentir ya su piel contra la suya, su


humedad contra la suya. Quería pederse en ese cuerpo una y otra vez. Cuandoa
tuvo así como quería, sintió cómo su propio cuerpo respondía ante esa imagen
gloriosa. Era como si no pudiese soportarlo, como si estuviese programado para
responder ante cualquier estímulo visual, auditivo o de todos los sentidos que
pudiese conectar con Marcela.

De nuevo se subió a horcajadas sobre ella después de quitarle el pantalón y la


ropa interior. Sentía como su boca se hacía agua al ver esa fuente de placer, esos
senos , ese maravilloso cuerpo.
Marcela ya estaba lista, pero necesitaba también la piel de Beatriz, así que
apenas se volvió a sentar sobre ella, se sentó un poco y comenzó a desanotonarla
con desespero. Beatriz lo sentía y le ayudó, pero cuando iba a quitarse la camisa
Marcela la detuvo y le soltó las tiras del brasier y lo desabrochó por la espalda.

- Así, déjatela, te quiero así - su voz denotaba el deseo que la invadía y a Betty
no le quedó de otra que obedecer. Marcela le desabrochó el botón del pantalón y
Beatriz no se detuvo, se levantó y se quitó este y el panty y volvió a montarla.

Se dedicó a volverla loca con la lengua mientras comenzaba a mover su cadera


para restregar su vagina sobre el monte de venus de Marcela. Primero lo hizo
lentamente y pudo sentir como su humedad untó la piel de Marcela y le permitía
deslizarse arriba y abajo con facilidad. Marcela sucumbió ante esa sensación.
Sentía la alta temperatura del centro de Beatriz frotarse contra sí y tensionó su
cadera para hacer más fricción. Vio como eso fascinó a Beatriz porque dejó salir
un gemido alto y rápido de su boca y comenzó a frotarse con más fuerza
mientras se sentaba derecha ysu cabello caía sobre sus senos.

Era una de las visiones más eróticas de su vida. Y la excitación comenzó a


subirle a niveles desconocidos, por lo que se aferró a las caderas de Beatriz con
sus manos y le ponia un ritmo más fuerte a esa danza de Beatriz sobre ella. Betty
comenzó a soltar gemidos cortos y cerraba los ojos, sentía como su clítoris se
deleitaba con cada roce, sentía como su humedad crecía y el sonido, producto
del movimiento, empezaba a inundar sus oídos. Sentía que iba a correrse de
seguir así, entonces que se inclinó un poco y besó a Marcela con auténtica
voracidad mientras jadeos de placer le llenaban la boca, no podía contenerlos,
eran las consecuencias de tanto disfrute.

Marcela correspondió al beso y la atrajo hacia sí para luego sentarse abrazando


los cuerpos de las dos. Le besaba el cuello a Beatriz ahora, debido a que quedó
un poco más alta por la posición y mientras lo hacía una deslizando una mano
por en medio de las dos hasta que llegó a su humedad. La tocó y comenzó a
frotarla con tres dedos, estaba muy muy mojada y eso le encantaba. Le mordía la
clavícula mientras dibujaba rápidos círculos con los dedos sobre su clítoris y
sentía cómo su novia se satisfacía porque las uñas de ella comenzaron a
recorrerle la espalda. Estaba segura que le estaba dejando otra marca y lo amó,
adoró sentir como le dejaba huellas de su placer.

Betty no estaba ya para soportar, sabía que estallaría pronto y bajó su rostro para
besar a Marcela mientras separaba más las piernas porque su cuerpo se lo exigía.
Le dejó saber con ese gesto que siguiera y no parara porque sus propias caderas
comenzaron a hacer presión contra los dedos de su novia. La miraba perdida en
el placer, de nuevo con la boca entreabierta dejando salir sus jadeos y su aliento.
Marcela no podía detenerse ante esa imagen, era tan sexy cuando estaba así,
cuando hacía ese gesto que simplemente puso todo su empeño en hacerla
estallar. No tomó mucho tiempo, comenzó a sentir la extrema dureza de su
clítoris y la tensión de su cuerpo mientras se movía con más velocidad. Después
cerró la boca y se mordió fuertemente los labios mientras se escuchaba un
gemido agudo salir de su boca. Marcela aceleró todo lo que pudo sus
movimientos y Beatriz se dejó vencer por el placer, su cuerpo respondió solo
frotándose con fuerza contra la mano de Marcela y ella apenas atinó a moederle
el hombro mientras el orgasmo la envolvía en un espiral de sensaciones que no
podía discernir, solo se dedicó a que fluyeran. Se quedó quieta mientras
regresabaa realidad y fue aflojando la presión de sus dientes sobre el hombro de
Marcela poco.

No le tomó mucho tiempo recuperarse del orgasmo porque el deseo de decorar a


Marcela la repuso rápidamente. Hizo que Marcela volviese a acostarse y luego
ubicó una rodilla entre las piernas de ella, la otra la puso del otro lado. Así
comenzó a besarla y no hizo mucho preámbulo, bajó su mano de inmediato al
centro de su novia y sintió la deliciosa humedad empapandola toda. La tocó con
precisión con tres dedos también y supo que era lo correcto cuando Marcela le
mordió el labio. Se separó de ella un poco y siguió tocándola con maestría
mientras Marcela echaba la cabeza hacia atrás y se retorcía un poco, dejando
expuesto su cuello delicioso. Beatriz comenzó a chuparlo y besarlo sin dejar de
tocarla. La mantuvo así un rato y sentía como ella se deshacía en sus manos.
Siguió descendiendo por su cuerpo sin dejar de tocarla hasta que llegó su rostro a
su vagina. Se acomodó entre sus piernas y le subió las piernas, la ubicó hasta que
logró que las llantas de los pies de Marcela se posaran en sus hombros,
dejándole una maravillosa flor que comenzaba a amar.

La abrió con los pulgares y no se tardó en lamerla para después capturar su


botón en sus labios y succionarlo, generando que Marcela apretara los dedos de
los pies y dejara salir un gemido casi gutural. Se dedicó un rato a solo su clítoris
con su lengua, de arriba a abajo, de un lado al otro, lamidas , succiones, le
encantaba su sabor y no lo disimulaba, se perdió un rato allí mientras Marcela no
dejaba de removerse ante el placer y las miles de sensaciones que irradiaban en
todo su cuerpo. Estaba comenzando a escalar cuando sintió dos dedos de Beatriz
introducirse en su vagina con lentitud mientras seguía estimulando la con la
lengua y eso hizo que una sensación de fuego naciera en su pecho y le recorriera
todo el cuerpo.

Los jadeos mezclados con gemido comenzaron a inundarle la garganta y no supo


ni quiso detenerlos. Sintió el impulso de empujar a Beatriz contra sí vagina,
quería sentir como se la comía entera, como se hundía en ella. Beatriz
correspondió dándole más placer, aumentando la velocidad de sus dedos y su
lengua. Cuando sintió que la presión de las manos de Marcela le liberó la cabeza,
alzó su rostro y la pilló mirándola, sus ojos brillaban mucho, su mirada era turbia
de placer y se mordía con suavidad los labios. No resistió y sin dejar de
penetrarla con los dedos subio su rostro hasta ella y la miró intensamente
mientras sus fosas nasales se dilataban. Seguía dándole placer y no la besaba,
Marcela se moría porque la besarse, pero tampoco quería perderse esa mirada
que la envolvía, que le decía todo en un momento tan perfecto. Era una mirada
tan, pero tan intensa que pensó que lo diría, quería que lo dijera y eso la
terminaría de desvanecer en el orgasmo. Pero no lo hizo, solo la miraba
fijamente mientras no paraba sino que aceleraba más sus movimientos. Entonces
ella fue quien se lanzó a su boca, sin cerrar los ojos mientras Beatriz sí los cerró
con fuerza y le dio con todo mientras se deshacía en su boca. Marcela sintió el
orgasmo llegar junto con las emociones que la comenzaron a desbordar, era el
sentimiento claro de ella y el de Beatriz latiendo en las dos, era el placer
recorriéndole el cuerpo entero, era su centro explotando, los chorros saliendo de
ella y chocando contra la mano de Beatriz que no paraba, sino que seguía
subiendola al cielo. Ni siquiera era consciente de que de su boca comenzaron a
salir incontrolables gemidos placenteros que obscurecieron más la mirada de
Beatriz sobre ella y la llevaron a pegar su frente a la de Marcela. Marcela se
rindió. Explotó con todo, mientras su vagina tenía aprisionados los dedos de
Beatriz y su espalda se arqueaba.

Otra vez le costó volver a la realidad ante un orgasmo que la dejó débil. Cuando
abrió los ojos de nuevo, Beatriz seguía mirándola con demasiada intensidad y
eso le derritió el alma. No quiso decir nada, tampoco podía, se dedicó a
devolverle esa mirada intensa, sin hablar , solo sus ojos leyéndose
recíprocamente. Lo sentía, lo sabía, ambas lo sabían. Los sentimientos estaban
ahí y comenzaban a desbordarlas. En sus ojos perdían la noción del tiempo.

https://www.youtube.com/watch?v=lSr2u9Z-z4w
Hay cosas

El domingo por la tarde Beatriz se negaba a que Marcela la llevara hasta su casa.
Eso sería sospechoso y no estaba de acuerdo al plan. Así que tuvieron una
pequeña discusión y Marcela cedió con reticencia. Bajó con ella hasta la portería
y le dió un abrazo fuerte. Le parecía tonto que sintiera como si se estuviera
despidiendo por un largo tiempo cuando era consciente de que la vería al día
siguiente. Beatriz también sintió una ligera angustia en ese corto adiós, tal vez
era la necesidad de permanecer juntas en el mismo sitio, era la mella que habían
hecho esos dos días juntas, compartiendo, conociéndose y viviendo, sin que el
mundo afuera importara. Le dió un beso corto en los labios.

— Nos vemos mañana, amor — susurró mirándola a los ojos.

— Bueno, cuídese, más tarde la llamo— le acarició la mejilla.

Betty salió del edificio sin mirar atrás y bajó las escaleras con maleta en mano.

Cuando llegó a su casa, la mirada de su madre le dió a entender que si no sabía,


al menos sospechaba que ese viaje a Cali era una cortina de humo. No dió
muchas explicaciones, dijo que estaba cansada y no quería hablar. Se fue a su
habitación y se tiró en la cama con una sonrisa amplia. Al fin había sucedido,
había hecho el amor con Marcela y no una sino varias veces. Llegaron a su
mente imágenes de ese polvo mañanero que las entretuvo esa mañana.
Recuerdos de sus gestos, de su piel, de su espalda. No podía creerlo. En su pecho
un sentimiento crecía y ya no podía pararlo. Hace mucho sabía que no había
marcha atrás con Marcela, que la quería en su vida por mucho tiempo.

El lunes por la mañana llegó a Ecomoda como levitando. El cuartel confirmó


que había sucedido y celebraron. Inés solo reía y se llevaba la mano a la boca.
Aura María brincaba de emoción. En fin, era una algarabía completa que le
confirmó a Patricia que algo muy bueno había sucedido entre ellas y quería
información de primera mano, por lo que estaba pendiente del ascensor a ver en
qué momento aparecía su amiga.
Marcela llegó cuando ya Beatriz estaba en su oficina. Sandra y Aura María se
miraron con complicidad y Patricia la observaba con ojos entrecerrados. Parecía
que Bogotá enterase había enterado y que Patricia exigía detalles. Saludó con
cordialidad y se fue a su oficina, mientras Patricia la seguía, entraron y la rubia
cerró la puerta con seguro.

— Quiero saberlo todo, Marce y no te guardes detalles que aquí el cuartel hizo
una bulla que me dejó con más intriga— le dijo mientras cruzaba una pierna
sobre la otra y se ponía en posición de chisme time.

Marcela le hizo un repaso general, se ahorró detalles. Muchos detalles. Como si


fuesen un secreto, algo solo de las dos, de ella y Beatriz. Su secreto, su tesoro.
En el fondo sabía que Beatriz tampoco los contaría. Era un trato tácito.

No fue sino hasta el mediodía que se vieron. Cuando el cuartel y Patricia vieron
que fue a presidencia, nadie quiso irrumpir en esa oficina.

Beatriz estaba un poco atareada cuando Marcela entró.

— Hola, Beatriz — le saludó con una sonrisa tímida.


Betty alzó la mirada con timidez también y sonrió un poco.
— Hola, ¿Cómo está?
— Bien, muy bien — se fue hasta ella y la abrazó por los hombros, cruzando sus
brazos por el pecho de la presidenta— pasaba a ver si podíamos ir a almorzar y
también a hacerle una invitación.

Betty se dejó hacer en ese abrazo y giró un poco su rostro para besarle la mejilla.

—¿Ah sí? ¿De qué se trata? — averiguó con voz suave, derretida en ese contacto
tibio que era la piel de Marcela.

— Vamos a almorzar y allá hablamos.

Tomaron sus bolsos y salieron, no sin ante darse un par de besos ansiosos y
mirarse con amor.

Llegaron al restaurante y ordenaron. Beatriz hablaba sobre los pendientes de la


semana en Ecomoda. Marcela la escuchaba y comía, cuando por fin paró, una
sonrisa inquieta brotó de los labios de Marcela.
—¿Pasa algo? — preguntó Betty al notarlo.
— Para nada, solo que me gustaba esucharla— le dedicó una caída de pestañas
— ahora es mi turno, quiero que me acompañe a Macrotextil para hacer el
pedido de las telas.

Betty abrió los ojos.


— Marcela, eso no me corresponde, habíamos acordado que yo...
— Sé perfectamente lo que habíamos acordado, pero pensé... — le acariciaba el
dorso de la mano los dedos— que si usted me facilitó cosas simplificando el
informe de los puntos de venta, tal vez yo podría enseñarle sobre telas...

Beatriz sonrió casi que con vergüenza, pero adoraba eso, que la tuviese en
cuenta.

— ¿Está segura? Mire que yo no sé nada del tema, lo poco que he aprendido en
Ecomoda y ya.
— Déjeme que yo le explique, se trata de trabajar juntas y aprender— alzó un
poco las cejas.
— Está bien, pero eso sí, con paciencia, pero tranquila que yo aprendí rápido,
doctora Valencia.
— Eso he notado, doctora Pinzón — y le guiñó un ojo con descarada coquetería.

Beatriz se puso como un tomate y bajó la mirada a su plato. Hasta que no pudo
contenerse ni morderse la lengua.

— bien dicen por ahí que la alumna supera a la maestra.

Marcela no supo que responder. En realidad, más allá de los roles de poder,
Beatriz había superado cualquier expectativa que tenía, había roto todos sus
esquemas. Se mordió la parte interna de un cachete mientras trataba de ocultar su
sonrisa.

— Habrá que seguirlo comprando. La práctica es la que hace a la maestra — le


soltó con falsa tranquilidad.

— No se preocupe, esta practicante es bien dedicada y ya vámonos que se nos


hace tarde.

En Macrotextil las recibió el vicepresidente financiero, quien saludó a Beatriz y


la miró con interés, no la había visto después de su cambio. Marcela notó esa
confianza y entendía que se conocían de pasadas colecciones, pero aún así no se
limitó y entró a la conversación, robándose la atención de Beatriz mientras
esperaban que Claudia Helena llegara al encuentro.

Paseaban por la bodega y Marcela le enseñaba sobre las telas, su densidad, su


calidad, su pertinencia según el diseño de la prenda. En fin, mucha información
que Betty se esforzó en retener. El joven financista apenas si hacía comentarios,
los cuales Marcela ignoraba con casi descaro.

Ya lo había minimizado cuando Claudia Helena Vasquez apareció y saludó


efusivamente a Beatriz, dándole un abrazo.

— Beatriz, Holaaa— se dieron un beso en la mejilla.


— Hola, Claudia Helena¿Cómo está?— respondió Betty con cordialidad y
alegría.
— Hola, Marcela — se saludaron de un beso rápido.
—Betty, me alegra mucho verla, y ahora de presidente de Ecomoda — sonrió
con alegría la modelo.
— ay, gracias, yo tampoco me lo creo.
— pues yo sí, mire que usted siempre ha estado al pie del cañón con la empresa,
más que merecido.

Emprendieron el camino los cuatro, mientras la presidenta y la modelo se


enfrascaron en una conversación y Marcela y el financiero simplemente
escuchaban. Pasaron por toda la bodega h#sta dirigirse a las oficinas.

— Bueno, Beatriz, tengo entendido que ya tienen listo el pedido, solo es firmar y
comenzamos a despachar — habló Claudia mientras interesaban a la oficina del
joven.

— Sí, doña Claudia Helena, vinimos a ver las telas con Marce... Doña Marcela y
a cerrar el trato.

— Bueno, entonces comencemos.

Betty hizo participe a Marcela todo el tiempo, la incluyó en casa pregunta, la


motivaba a que se manifestara ante cualquier inquietud y Marcela valoró eso, ser
escuchada, por fin ser tenida en cuenta.

Firmaron el contrato y estaban saliendo de la oficina cuando Claudia Helena


enganchó del brazo a Beatriz y habló con ella.

— Oiga, Betty y el francés del Cartagenax el de la noche de fuegos pirotécnicos


¿Qué pasó con él? ¿Siguieron saliendo?

Beatriz sintió los ojos de Marcela clavarse en su espalda al escuchar aquella


pregunta y quiso que la tierra se abriera y la tragara. Jamás había hablado con
ella sobre Michelle, ni siquiera sobre su proceso y no supo qué responder.

https://www.youtube.com/watch?v=Cj7uWXMJRH4
Affaire à Cartagena

Cuando Betty atinó a hablar, su voz denotaba el nerviosismo ante la pregunta de


Claudia Helena.

— Nooo, pues nos despedimos allá, además solo somos amigos y siempre lo
fuimos — trataba de controlar el tono de voz y aún sentía esa mirada clavada en
ella.

— Ay, Betty, pero ese señor estaba divino. A todas nos dejó encantadas con lo
especial y atento que era con usted— remató la modelo.

Betty quiso casi que llorar. No sabía cómo callarla. Estaba al borde de los
nervios.
— Pero en serio, solo fuimos amigos. Además desde entonces no nos volvimos a
ver. Pero bueno, esperamos entonces las telas para empezar la producción
porque ya se viene el desfile. Me imagino que don Hugo le dijo que usted va a
desfilar — por fin pudo desviar el tema.

Claudia Helena notó el nerviosismo se Beatriz y dejó de preguntar.

— Sí, claro, es un gusto trabajar con ustedes. Bueno, nos despedimos aquí — le
dió una par de besos en las mejillas a Beatriz y otro a Marcela, que parapetaba
una falsa sonrisa.

Salieron de Macrotextil hacia el carro de Marcela en absoluto silencio. Marcela


ni si quiera la miraba. Subieron al auto y la pelinegra arrancó. Todo era tensión,
lo único que se escuchaba era el tráfico.

Era evidente para Beatriz que Marcela estaba esperando algún tipo de
explicación, pero no sabía por dónde empezar. Realmente nunca habían
dedicado tiempo a hablar de esa etapa de sus vidas en las que estuvieron
alejadas, cada una lidiando con las consecuencias del desastre. Optó también por
el silencio. Tener esa conversación en un auto, no era lo mejor.
Marcela se moría por preguntar, pero no quería ser invasiva. Obviamente estaba
intrigada, hasta celosa, porque Claudia Helena hablaba con tal emoción que
sabía que ese hombre era encantador solo con lo poco que escuchó. Y qué decir
de la actitud de su novia, su nerviosismo, su pregunta para evadir el tema. Para
casi todos era un misterio el dónde y qué había pasado con Beatriz, más allá de
su evidente cambio.

Cuando llegaron a Ecomoda, Beatriz sintió que no podía simplemente dejar todo
el aire. Tendría que hacerle frente.
En cuanto subieron al ascensor, por fin habló.

— Marcela, sé que lo que escuchó le pido haber generado dudas... Solo quiero
que esté tranquila, yo se lo puedo explicar todo, solo que no es un historia
corta...

Marcela sintió una espinita en su corazón. Una historia larga, era un historia
compleja ¿Acaso que significaba ese francés en la vida de Betty? Sabía que esa
aclaración de la amistad escondía algo.

— mire, Beatriz, eso hace parte de su vida y de su pasado. Si me lo va a explicar,


es porque usted quiera hacerlo, yo no voy a obligarla a nada. Así que está en sus
manos

Las puertas del ascensor se abrieron y Marcela salió directo a su oficina. Estaba
sería y eso ponía más nerviosa a Beatriz porque conocía de primera mano cómo
era su actuar cuando estaba molesta o celosa.

Siguió para su oficina y recibió la mirada de extrañeza de Aura María. Apenas si


le correspondió con una sonrisa forzada y entró a presidencia. En cuanto entró,
dejó su bolso sobre el escritorio y fue al baño. Se miraba al espejo y pensaba. No
tenía nada que ocultar, en realidad, esa Betty que estaba frente suyo era
transparente y no tenía necesidad de permanecer en silencio. Sin embargo, se
cuestionaba el por qué de la actitud de Marcela. Ninguna de las dos tenía razones
para dudar de la otra ni nada que ocultar. Sus pasados no podían desaparecer de
la noche a la mañana, pero el presente era maravilloso y acababan de iniciar una
relación que se diferenciaba del caos y las mentiras que antes vivieron. Tiempo
atrás, cuando regresó, se prometió no cometer los mismos errores y lo iba a
cumplir. Pero primero, esperaría a que se le pasara el enojo.

Marcela trataba de concentrarse en el trabajo, pero su cabeza no dejaba de pensar


en ese hombre. Ni ella misma sabía por qué le inquietaba y llegaba a generarle
ese sentimiento de celos. Sin embargo, por más que Marcela estuviese viviendo
un idilio, aún lidiaba con fantasmas y conductas de su pasado, aún se le
despertaban inseguridades, a pesar de lo genuino que ha Sido todo con Beatriz.
Se reprimió por su actitud, pero aún así la incertidumbre le hacía mella.

La tarde pasó sin ningún agravio. Cada una estaba absorta en sus labores, en
algunos momentos volvían a pensar en el él tema, pero lo dejaron estar. Beatriz
vio que ya casi era hora de salida y supo que ya era el momento. Apagó el
computador, tomó sus cosas y se fue a la oficina de Marcela con toda la
determinación del caso.

Entró sin tocar y sorprendió a Marcela hablando por teléfono. Guardó silencio,
pero le puso el seguro a la puerta y se fue hasta ella para dejarle un reguero de
besos sobre la mejilla, mientras la pelinegra se deshacía y le pedía silencio con
ojos brillantes. La tregua había llegado. Pero no podía cortar la llamada.

— Sí, Margarita, todo va muy bien, ya hoy hicimos el negocio de las telas con
Beatriz y mañana inicia la producción— señalaba a Beatriz con un dedo para
que se detuviera en su intención de darle más besos y Beatriz obedeció con gesto
de fingida tristeza.

— No, no te preocupes, te aseguro que todo va espectacular. En estos días paso a


verte y a saludar. Bueno, perfecto. Un beso, adiós...

Colgó y jaló a Beatriz de los brazos y la atrapó en un beso intenso. Le mostró en


ese beso cuánto la había añorado durante la tarde. Aún quedaban en los cuerpos
de ambas, huellas de todo lo vivido el fin de semana y eso comenzó a hacerse
presente. Las ganas comenzaron a emerger en ese beso y Beatriz tuvo que luchar
por mantener la cordura y no dejarse llevar. Se detuvo un poco en medio del
beso y miró a Marcela con fervor.

— Me muero por volver a estar con usted, pero si no paramos ahora, no vamos a
poder hablar y quiero que hablemos — le dió un beso corto y se fue sentó a
medias en el escritorio.

Marcela quedó levitando y solo asintió y se ubicó junto a ella, de frente, mientras
regresaba a la realidad.

Beatriz se tomó unos momentos para respirar y luego inició su relato. Desde el
momento en que salió de Ecomoda y hasta que regresó a Bogotá. Le habló sobre
su trabajo allí, sobre su proceso de transformación tanto interno, como externo y
sobre la importancia que, de algún modo, tuvo Michelle en ese cambio. También
le contó su reticencia a aceptar que él estaba interesado en ella, sobre lo difícil
que era recuperar la confianza en sí misma, volver a comprender su valor, su
autoestima y creerse merecedora de las muestras de interés de él. En algunos
momentos de esa historia Beatriz dejó salir unas lágrimas, no era fácil recordar
el dolor y el haber resurgido de él. Aún seguía sanando, poco a poco, aún estaba
terminando de enterrar ese recuerdo de un amor que la hirió y le transformó la
vida.

Por otro lado, Marcela escuchaba con atención y sentía cómo se le arrugaba el
corazón con algunas partes de la historia que le recordaron su crueldad hacia
Beatriz en algunos momentos. Se sintió mal, realmente se cuestionó su actuar
frente a ella, sus valores. Ahora que la miraba con otros ojos, ahora que conocía
a la mujer que tenía en frente y que la adoraba más allá de lo pensado, sintió que
pedirle perdón era necesario, porque a pesar de las malas decisiones, a pesar de
que ambas actuaron de maneras cuestionables, nada justificaba las heridas que
quedaron en el camino ni los malos tratos que llegaron a menoscabarlas como
persona.

Para la gerente era claro que ese hombre había contribuido en recobrar o
enaltecer a la Beatriz de la que ella se estaba prendando. Era aún más claro que
esos galanteos y esa manera de ser de él con ella, obviamente le generaran algo.
Sin embargo, también tenía una verdad más, no podía jamás permitirse hacerle
daño a Beatriz, ahora que conocía su historia, ahora que al menos podía
dimensionar las consecuencias de sus propios actos, entendió que era mucha su
fuerza y su tenacidad, pero que también era un ser vulnerable como ella misma.

Hubiese querido pedirle disculpas en ese momento por el pasado, pero prefirió
esperar otro momento.

— Gracias por contármelo, Beatriz. Gracias por mostrarme esa parte de su vida
y por confiar en mí.

Betty sonrió con ternura.


— Creo que es lo más justo y lo más coherente. Yo ya no quiero mentiras.
Quiero la transparencia y certeza de lo que tenemos — se inclinó y la besó.
Marcela hubiese podido guardarse una pregunta para otro momento, pero no
pudo. Era su naturaleza.

— Beatriz... ¿Entonces a usted le gusta o le gustó Michelle? — hizo una línea


con sus labios y alzó un poco las cejas ante la expectativa.

Beatriz se rió. Esperaba esa pregunta desde el principio y mirándola a los ojos
con picardía le respondió.

— Mmmmh, a ver... Yo creo que en algún punto sí me gustó — vio como


Marcela punzaba su mejilla con la lengua en claro disgusto, quiso reírse, pero se
contuvo— pero creo que lo que me gustaba era que yo le interesara. O sea,
después de todo lo sucedido, sentir que alguien se interese genuinamente por uno
es bonito. O bueno, al menos para mí, que nunca había sabido que era eso...— le
tomó el rostro suavemente con una mano — ya deje de mirarme así que a mí
solo me interesa usted, Marcela Valencia, ¿Quiere que se lo demuestre?

Marcela la retó enarcando una ceja y Beatriz se la devoró en un beso que esta
vez no pudieron controlar. Lo habrían terminado haciendo sobre el escritorio si
no es por una llamada a la puerta que la inoportuna de Patricia hizo. Les tocó
volver a peinarse, quitarse el labial regado y re acomodar sus prendas mientras
se prometían verse en casa de Marcela para entregarse nuevamente.
Demostración

Marcela atendió rápidamente a Patricia que venía a pedirle dinero prestado para
el taxi. Sacó un billete grande, para evitar que le pidiera más y se fue. Quería
correr para llegar antes que Beatriz.

Así fue, llegó un tiempo antes y se dió una ducha rápida. Se puso solo ropa
interior de encaje, todo celeste y una bata de satín púrpura. Se fue a la cocina en
pantuflas para prepararse un té mientras esperaba.

Beatriz llamó a su casa en el camino y con mucha determinación le dijo a su


papá que llegaría un poco tarde. No dió muchas explicaciones ni tampoco le dió
tiempo para pedírselas. Quedó atrapada en un pequeño trancón y maldijo
abiertamente. Las ganas se la estaban consumiendo.

Cuando por fin llegó, cayó en cuenta que debía llamar a Marcela para que
autorizara su entrada.

Marcela escuchó su celular sonar y corrió a contestar.

— Hola...
— Hola, estoy en la entrada al parqueadero.
— voy a llamar a portería, ah y el código es 2511.

Colgaron y Beatriz vio como instantes después la puerta del parqueadero se abría
y pudo ingresar a este. Se perdió un poco encontrando el lugar para estacionar
hasta que vio el carro de Marcela y se parqueó junto a él.
Ya en el ascensor, digitó el código y mientras subía, cayó en cuenta de algo. Ese
código era la fecha en que se habían dado el primer beso en aquel bar. Sonrió
abiertamente y su corazón vibró ante ese gesto.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, esperaba encontrar a Marcela


esperándola, pero no fue así. Solo la voz de un cantante que conocía y el sonido
de la música fueron quienes la recibieron. Las luces eran tenues, sentía la
tensión, la emoción y las ganas haciéndole mella en todo el cuerpo por la
expectativa.

Dejó el bolso en una mesa de la sala.

— ¿Marcela? ¿Dónde estás? — preguntó a la nada y la única respuesta fueron


las luces apagándose por completo.

Sonrió en la oscuridad. Estaba jugando con ella, estaba vengándose y eso la


excitaba.
— ¿Quiere que la busque? ¿ O mejor me voy? — ella también sabía jugar.

Sintió unos pasos detrás suyo y se quedó quieta en el mismo sitio.


— Ni se le ocurra, Beatriz Pinzón Solano, usted no se va — le dijo Marcela con
una voz tan sensual cerca a su cuello que Betty sintió como se le erizaba la
espalda.

Se giró con lentitud y la atrapó.


— ¿Cómo se llama este juego? ¿La gallina ciega?
Marcela se rió ante el símil de Beatriz.
— No, es más bien como un juego de adivinanzas, tiene que adivinar que tengo
puesto y si acierta, puede quitarme la prenda.
— Ah, eso es muy fácil para mí — le buscó la boca en la oscuridad y la atrapó
con deseo mientras la abrazaba por la espalda y bajaba una mano para apretarle
una de las nalgas. Estaba ansiosa, quería tocarla toda — yo ya la tengo tan
grabada en mi cabeza, que sé que no hay más de 4 prendas en este momento.

Marcela se apartó con rapidez.

— Eres una tramposa — le dijo cl. Voz juguetona — no se vale tocar.

— usted esa tramposa, me trajo aquí con una promesa y ahora me pone a jugar...

— la promesa se cumple cuando el juego termine


— entonces empecemos por quitarle esa bata de satín que tiene. La que la hace
ver muy sexy ¿Sabía? Ayer por mañana cuando se la puso, ufff, por eso no dejé
que se la quitara cuando lo hicimos.

Marcela se mordió el labio. Ese juego de la oscuridad y las palabras de Beatriz la


tenían a mil. Recordar ese orgasmo mañanero solo empeoró la situación.
— Bueno, entonces la bata va para afuera, pero se me olvidó decirle algo. Por
cada prenda mía, usted me debe enviar dos suyas.

— ¿Y la tramposa soy yo?


— Es lo más justo, amor, toma— se quitó la bata y se la dio— quiero mis
prendas ahora.

Betty sonrió en la oscuridad y comenzó a quitarse la chaqueta roja de su sastre.


Se la entregó y Marcela la revisó.

— Aquí solo hay una, falta otra— exigió Marcela con voz de mando y Beatriz se
rió — no se ría, doctora Pinzón.

Betty se quitó la camisa blanca con un poco de lentitud mientras negaba con la
cabeza. Marcela era una caja de sorpresas.

— Ahí está — estiró el brazo y sintió como Marcela la recibió.

— Usted huele delicioso, doctora Pinzón, creo que me voy a quedar con esta
camisa para siempre.
— Ni se le ocurra, Marcela Valencia.
— Se me ocurre, imagínese, bueno, ¿qué otra prenda tengo?

Beatriz se llevó un dedo a los labios y recordó lo que había palpado hace unos
segundos.
— Si mi tacto no me engaña, ese hermoso trasero estaba adornado con un hilo
de encaje.

Marcela abrió la boca y la cerró.

— Pero qué rápido aprende de telas, doctora Pinzón, me sorprende.


— Yo le dije que aprendo rápido, sobre todo con una profesora tan linda...
— Lo sé, mire que no debe ser fácil prestar atención si una mujer como yo es la
que enseña, con estos pechos, con este cuerpo, la felicito.
— Bueno, mi prenda.

Solo imaginarla quitándose el hilo hizo que sintiera la humedad crecer entre sus
piernas.
— Tome.
— Ahora es mía. Ya que andamos con intercambios.
— Espero las suyas.

Beatriz comenzó a desabrocharse el pantalón y Marcela escuchó el cierre abrirse.


Eso le erizó la piel y le secó la boca. Beatriz se tomó su tiempo, pues tuvo que
quitarse los zapatos y las medias. Se quitó el pantalón junto con las bragas y
sintió el frío golpear su cuerpo. Le entregó las prendas a su novia.

— ni se le ocurra el robarse alguna de esas.


— Esa decisión es solo mía, Beatriz. Hoy no estás para exigirme nada.

Es insolencia de Marcela en momentos así le encantaba. La retaba, la seducía, le


encantaba llevarle la contraria.

— Dios mío, no vuelvo a venir a estas trampas.


— Créame, Beatriz, yo sé que a usted le encantan tanto como a mi, no se queje,
que la humedad de esta última prenda la delata...

Aún en la oscuridad que las rodeaba, Beatriz sintió como su rostro se ponía
furiosamente rojo.

— Marcelaaaa, por favor.


— aún no hemos terminado el juego, doctora.
— bueno, entonces entrégueme el brasier que también es de encaje y supongo
que del mismo color del hilo. Porque Marcela Valencia jamás se pondría ropa
interior que no fuese del mismo color¿O me equivoco?

— no se equivoca. Muy bien, doctora Pinzón.

Se quitó la prenda y sintió sus pezones endurecerse por el frío y la desnudez. Se


la entregó a Beatriz mientras se acercaba más a ella y le pasaba una mano por el
cuello.

— Se terminó el juego, Beatriz. Ahora quiero la demostración.

Beatriz la atrapó en un beso ardiente y comenzó a tocarla con locura. Estaba


deseosa, quería demostrarle eso, precisamente, que solo ella ocupaba su mente y
su corazón.
Sintió toda su desnudez contra su piel y eso la elevó. Comenzó a tocarla toda
como un pulpo, mientras no paraba de besarla.
— Necesito encender la luz, necesito saber dónde estoy o nos vamos a golpear
con algo.
— Está bien — respondió Marcela con voz agitada y se separó para encender
una luz tenue.
Beatriz observó el espacio y se ubicó. Visualizó un mueble sencillo con posa
brazos. Ideal para lo que haría.

Marcela la miraba con tal deseo que Beatriz solo pudo acercarse y volver a
besarla.

— La deseo tanto...
— Yo también, a
Beatriz, mucho

Se entregaron a los besos y caricias y poco a poco Betty fue guiando a Marcela
hasta aquel mueble, hasta que la sentó en él y se sentó a horcajadas sobre ella
con las piernas abiertas,mientras con una mano bajaba hacia su pubis.
Todo sucedía con rapidez, el deseo montado entre sus cuerpos lo exigía. Estaban
solo centradas en las dos.

Marcela sintió la mano de Beatriz bajar a su centro y automáticamente abrió lo


que pudo más piernas. Dos dedos curiosos de su novia se encaminaron a su
humedad y la tocaron. Sintió la expresión de placer de Beatriz contra su boca
cuando palpó lo mojada que estaba.

— Me gusta mucho cuando la toco y está así — murmuró contra su boca — me


gusta saber que soy yo quien la pone así.
— Es que solo usted me pone así, desde hace mucho, no se imagina las noches
que pasé pensándola y tocándome por usted. Fue una tortura esperar toda esa
semana...

Tal vez fue lo nublada que estaba su mente por la excitación que la llevó a hacer
esa confesión. Beatriz se volvió loca en ese momento al escuchar eso y en su
mente se crearon cientos de imágenes de Marcela tocándose sola, en aquella
cama. Comenzó a tocarla con dos dedos sobre el clítoris con la humedad que ya
había arrastrado mientras le mordía la boca.

— Quiero verla un día hacer eso frente a mí — le dijo con sensualidad.

Marcela solo asintió mientras contenía en su boca los gemidos que le producían
los movimientos de Beatriz sobre su centro. Estaba muy excitada y eso la llevó a
comerse los pechos de Beatriz, tomó los dos con las manos y comenzó a besarlos
y chuparlos mientras los juntaba. A veces la interrumpían los gemidos que no
podía contener.

Después de eso, con una mano también comenzó a buscar el centro de Beatriz y
al igual que a su novia, se le llenó la cabeza de perversidades cuando sintió su
humedad en sus dedos. Comenzó a estimularla con suavidad y luego la penetró
lentamente con dos dedos mientras Beatriz respiraba con fuerza. No pudo
moverse mucho por la posición en la que estaban, pero constató la excitación en
la que estaba Beatriz.

Fue rápido el instante en que Beatriz dejó de estimularla para ponerse de pie y
luego arrodillarse frente a ella mientras le abría más piernas por completo,
dejando totalmente expuesto su centro hinchado, húmedo y palpitante. Se quedó
mirándolo unos segundos y luego alzó la mirada a Marcela que tenía un manto
obscuridad en sus ojos miel por el deseo.

Seguía manteniendole las piernas abiertas mientras acercaba su rostro y luego,


con un movimiento certero, atrapó su clitoris en los labios y lo chupó y succionó
con tal maestría que Marcela no pudo contener la reacción de su cuerpo y arqueó
la espalda.

— Ahhh, qué rico se sintió eso Beatriz — le dijo con esa voz suave que tenía y
que su novia adoraba, así que repitió la acción varias veces hasta que sintió un
chorro chocar contra su boca.

Supo que era el momento de usar su lengua y lo hizo. Comenzó a a hacer


movimientos de un lado al otro con rapidez mientras Marcela se retorcía y se
apretaba los senos con las manos. Estaba rendida y abierta para ella y eso volvía
loca a Beatriz. Poderla tener de esa manera solo para ella. La volvió loca con su
lengua hasta que sintió que comenzaba a tensarse porque comenzaba a sufrir el
orgasmo. Así que comenzó a penetrarla con dos dedos y no se contuvo cuando
escuchó a Marcela jadear de placer ante aquellos movimientos. Su cadera
comenzaba a cobrar vida propia y comenzó a dejarse llevar tanto que sus uñas se
clavaron en los hombros de Beatriz y se deslizaron por ellos, no era consciente
de la fuerza con que los estaba clavando ni del enrojecimiento de estos, apenas
era consciente de cómo su cuerpo vibraba de placer y como el orgasmo estaba
cada vez más cerca.
Beatriz comenzó a sentir los chorros de nuevo brotando contra su boca y no
paró, por el contrario, siguió con todo hasta que Marcela misma tomó su cabeza
con fuerza y la estampó contra su vagina mientras se frotaba contra su boca y no
paraba de gemir. Paró cuando el orgasmo la elevó y liberó la cabeza de su novia,
cuando recobró la consciencia.

Betty sonrió cuando la sintió relajar sus músculos y la miró. Aún tenía los ojos
cerrados y respiraba con dificultad. Se veía tan hermosa. Tenía las mejillas
sonrojadas y los labios hinchados de tanto mordérselos. Vio como iba sonriendo
poco a poco.

—¿Por qué me mira así? — le dijo Marcela abriendo un poco los ojos y sin dejar
de sonreír.
— Porque se ve tan hermosa — le respondió Beatriz.

No pasó mucho tiempo para que los papeles se invirtieran. En poco minutos
Beatriz estaba derretida debajo de Marcela, que la besaba mientras le estimulaba
el clítoris con los dedos. Noe dió tiempo ni para pensar. La rindió rápidamente.
Ya la tenía en el cielo con esos movimientos tan precisos que hacía con sus
dedos. La abrió las piernas hasta que consiguió que estás descansaran en los posa
brazos del mueble, haciendo tal efecto, que no pudiesen deslizarse fácilmente
para cerrarlas. Eso consiguió que Beatriz quedase totalmente expuesta frente a
ella. Comenzó a bajar por su cuerpo con chupones y mordiscos mientras seguía
estimulandola. En esa posición Beatriz sentía que estaba a Merced de ella y que
no duraría mucho, ya estaba muy excitada.

Marcela entonces llevó a cabo su venganza. Comenzó a hacerlo sexo oral de tal
manera que rápidamente conseguía elevarla hasta adentrarla en el orgasmo y
luego paraba. Volvió a hacerlo dos veces más y Beatriz no lo soportó. Se sentía
impotente, sentía que la estaba castigando. La tomó del rostro con una mano y de
su boca salió casi una súplica.

— No más, Marcela, por favor— su garganta estaba tan seca que sentía que me
picaba.

Marcela sonrió con malicia comenzó a estimularla nuevamente con su lengua,


con lentitud y precisión. Beatriz no dejaba de mirarla, su mirada era de rendición
total, de mucho deseo, de ruego. Entonces Marcela dejó de torturarla y comenzó
a elevarla nuevamente poco a poco y luego la penetró con dos dedos un
momento. Beatriz sentía que ya estaba a punto cuando Marcela hizo un
movimiento dentro suyo con dos dedos , como un gancho, la estimuló de tal
manera que sintió una punzada electrizante recorrerle el vientre y la planta de los
pies. Pero Marcela siguió haciéndolo y su cuerpo comenzó a llenarse de tantas
sensaciones y excitación que perdió el horizonte y solo se dejó llevar. Sintió
como Marcela abandonó su clítoris y siguió aquel movimiento en su interior que
la estaba llevando a lo desconocido. Cerró los ojos un momento y cuando los
abrió Marcela sonreía con maldad sobre su rostro.

— No pare, Marcela, por favor, se lo ruego— su cadera comenzó a estrellarse


contra la mano de Marcela. Tomó el rostro de ella entre sus manos — sí así, por
favor, sí...

Marcela estaba entregada a ese movimiento y se esforzaba por continuar tanto


como la estrechez de Beatriz se lo permitía. Verla así, rendida y rogándole más
la estaba llevando a tal nivel de calentura que ya no dimensionabaa fuerza con
que movía sus dedos y Beatriz no paraba de empujar su cadera contra su mano.

— Dígame qué es mía — le dijo con la voz cargada de deseo y mirándola a los
ojos — dígame que es mía o paro Beatriz.

Beatriz quiso hablar, pero su excitación le tenía la lengua enredada.


— Dígamelo, Beatriz, dígalo, por favor— se lo repitió casi que con dureza
mientras sentía cómo el interior de su novia la succionaba y unos chorros
empezaban a descender por su mano. No paró, no podía, sería una infamia para
las dos privarse de eso.

Beatriz encontró un momento de cordura mientras el orgasmo comenzaba a


consumirla.

— Soy suya, Marcela, mi amor, soy solo suya — su voz era un hilo que pendía
de la nada.

— Solo mía, Beatriz — y aceleró lo que pudo sus movimientos allí dentro para
luego sentir grandes chorros saliendo de Beatriz y como esta se entregaba a un
Vaivén entre sus caderas y su mano para perderse en un largo gemido que la
hizo sacar el orgasmo que la sacudió por largo rato. Jamás en su vida Beatriz
había sentido eso. Jamás había pensando que podía llegar a venirse de esa
manera y suplicar así por ello.
Cuando se fueron a la ducha y sintió el agua recorrerle la espalda fue que
advirtió, por el ardor en la misma, que Marcela le habia clavado hasta el alma
allí en los hombros. Marcela solo la miraba con falsa vergüenza y entonces
descubrió que fue totalmente intencional y parte de su venganza.

—Marcela Valencia — le dijo entrecerrando los ojos y sonriendo.

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La semana pasó sin pena ni gloria. El lanzamiento estaba cada vez más cerca y
eso mantenía a todos ocupados. Marcela iba de un punto de venta a otro
supervisando la nueva estrategia de ventas que había propuesto Beatriz. Además
de seguir de cerca los diseños.

Catalina apareció dos veces en la semana por Ecomoda y en una de ellas


interrumpió a Marcela y Betty que se encontraban en una situación bastante
comprometedora. Solo supo cerrar la puerta y reírse en silencio mientras
esperaba que se recompusieran.

Beatriz le dedicó miradas asesinas a Marcela mientras se arreglaba lo más rápido


posible y trataba de calmar el sonrojo de sus mejillas por la vergüenza.

El viernes al mediodía Beatriz puso al día al cuartel con todo, obviamente se


guardó muchos detalles. Estaba en una nube, estaba realmente sintiendo cosas
fuertes que le parecía absurdo lo rápido que sucedía. En el fondo conocía lo que
sentía y no podía frenarlo, no quería. Por otro lado, su novia no hacia más que
acrecentar ese sentimiento, con cada detalle, con la manera tan especial en que la
miraba, en como la trataba. Era como si quisiera gritarle al mundo que estaba
con ella, no tenía miedo de tomarla del rostro en alguna esquina y robarle besos
cargados de sentimientos, ni siquiera los prejuicios de los peatones afanados y
curiosos que a veces se quedaban viendo la escena.

Era todo tan diferente, tan real que dudaba. Pero luego ella aparecía con su
ímpetu, irrumpiendo en su silencio y su falsa comodidad y le ponía el mundo
patas arriba, era un pequeño caos hermoso. Ella iba irremediablemente y sin
frenos a estrellarse frente al amor, frente al verdadero amor, ni siquiera pensaba
en si dolería después o no. Solo lo vivía.

Cuando volvieron a Ecomoda, tuvo que internarse en su oficina porque tenía


algo atrasado. Las salidas y distracciones que le traía Marcela le estaban pasando
factura y no podía permitirse errores en su gestión. Le envió un mensaje de texto
prohibiéndole interrupciones durante la tarde o el fin de semana desaparecería de
su vida hasta el lunes. Ante tal amenaza, Marcela solo hizo un puchero infantil y
prosiguió con su trabajo.

La presencia de un hombre alto, rubio y de vibrantes ojos azules llamó la


atención de Sandra.

— Buenas tardes — su marcado acento francés hizo que tanto la alta como Aura
María abrieran los ojos. Era obvio que sabían de quién se trataba.

— Buenas tardes, sí señor — habló Sandra poniéndose de pie rápidamente,


mientras Aura María estaba boca abierta.

— Estoy buscando a Beatriz Pinzón — sonrió con su notable amabilidad.

— Sí, claro. Yo soy la secretaria de ella ¿Quién la busca?


Patricia lo miraba embobada, ni siquiera hablaba, estaba perdida admirando
aquel Adonis que acababa de aparecer y preguntaba por Beatriz.

— soy Michael Doinel, amigo de Betty— le extendió la mano a la secretaria que


la recibió encantada y lo miraba con embeleso.

— Ay, señor Michael, ya se la llamó, si quiere siéntese— sonreía con picardía y


le señaló la silla.

— Merci

Sandra se puso de pie y fue hacia él.


—¿El señor desea tomar algo? Un agua, aromática, tinto...

— Agua está bien, por favor

Sandra corrió a cafetería por el agua y Aura María colgó.

— señor Michael, que siga, venga lo acompaño.


Mientras se iban hacia presidencia,

Patricia, que escuchó todo, corrió a la oficina de Marcela.

— Marce— entró corriendo y con rostro expectante.

Marcela ya estaba acostumbrada a esas abruptas interrupciones de Patricia. Así


que la miró con indiferencia.

— ¿Qué pasó?

— Ay, Marce, tú tienes que aprender a valorar los chismes, porque este sí te
involucra a ti directamente.

Marcela solo alzó una ceja.


— A ver, ahora en qué otro chisme me metieron tú y el cuartel.

Patricia tomó asiento y cruzó las piernas con estilo.

— Te equivocas, Marce, por esta vez quien te va a sorprender es tu novia.

El ceño fruncido de la gerente lo dijo todo.


—Abre la boca, Patricia y deja los preámbulos.

La rubia se rió.

— Ahhh, viste, Marce, viste— la apuntaba con un dedo— pues imagínate que
acaba de llegar un señor, no una aparición divina, rubio, alto, ojos azules y con
cierto acento europeo preguntando por Beatriz y dijo que era amigo de ella.

Los ojos de Marcela se iban abriendo poco a poco ante la descripción de


Patricia. Sabía perfectamente de quién se trataba y eso la puso nerviosa.

— ¿Y dónde está? — preguntó con un hilo de voz.

— ¿Tú sabes quién es? Sí, tú sabes, Marce, mira la cara que pusiste ...

— ¿Dónde está, Patricia? — reaccionó hablando fuerte y su amiga le hizo un


gesto de desagrado ante el tono de voz.

— Pues en la oficina de tu novia.

Marcela se mordió la parte interna de la mejilla. A pesar de las aclaraciones de


Beatriz no podía evitar sentir miedo, caso celos, porque ella también le confesó
que le había gustado sentir que a él le llamaba la atención. Y eso le alteraba los
nervios, pero no podía simplemente irrumpir, debía darles tiempo de hablar. Ella
confiaba en Beatriz y en la claridad con la que se había expresado, pero no
conocía con qué intenciones ese francés había venido a verla y eso le disparaba
la ansiedad.

En la presidencia, Beatriz y Michael se fundían en un abrazo reconfortante. Si


algo era cierto, es que la energía de Michael le regalaba tranquilidad.

— ¿Cómo estás? Aparte de bellísima, se ve muy linda con el cabello así.

Betty se sonrojó. El encanto del francés le producía eso. Era bonito sentirse
alagada. Lo veía como un gran amigo, un hombre que estuvo ahí mientras ella
resurgía de las cenizas, pero nada más, ahora otra persona le ocupaba el corazón
con fuerza.

— Bien, estoy bien, ahora de presidente de Ecomoda. Estoy muy bien,


viviendo...
Y soltó una de sus particulares risas.

— sí, eso me dijo Catalina — comentó con entusiasmo mientras miraba la


oficina — y a mí me alegró muchísimo porque vi cómo trabajas en Cartagena y
sé que lo estás haciendo bien.

— pues eso espero, es algo temporal, la verdad, pero sé que me va a abrir


muchas puertas.

Michael le sonrió con amplitud, la miraba con ternura y trataba de acercarse con
lentitud a ella.

Pasaron cerca de una hora poniéndose al corriente y Beatriz aprovechó para


darle un pequeño tour por Ecomoda. Le contó todo lo que estaban haciendo. En
todo momento Michael trataba de acercarse a ella y eso la ponía nerviosa, pero
podía alejarse con tacto, tratando de que él comprendiera las señales. Aún así, le
alegraba su compañía en ese momento.

Mientras tanto, el cuartel estaba reunido en su sala de juntas comentando con


entusiasmo la llegada del francés y si eso podría afectar su relación con Marcela.
No escatimaron e hicieron conjeturas sobre todos los posibles escenarios. Desde
un reclamo de Marcela, una pelea, un noviazgo entre ellos, en fin... Le dieron
rienda suelta a la fantasía mientras recordaban lo especial e importante que había
sido el francés con Betty. Aunque Marcela se contuvo y se quedó en su oficina
esperando a salir para pasar por Beatriz, Patricia sí se escabulló y se pegó a una
pared para escuchar todo.

En cuanto vio que el chisme había llegado a su fin, corrió a la oficina de Marcela
y le contó todo. La gerente escuchó fingiendo no prestar atención o restándole
importancia, muchos detalles ya los conocía.

— ¿Terminaste? — preguntó para que Patricia se fuera.

Patricia la miró con suspicacia.


— Mira, Marce, yo entiendo que tú estés enamorada y enceguecida y confíes
plenamente en Betty. Pero también te voy a decir una cosa, querida amiga. Ese
hombre, ese monumento, mejor dicho, ese Dios griego, no es cualquier
aparecido, no es Armando y por todo lo que escuché, ese francés viene con toda
para llevarse a la Betty... A tú Betty. Así que ten cuidado, Marce, porque tú no
desmereces en nada, pero él podría significar un nuevo comienzo para ella, lejos
de todo lo que se vivió aquí.

Y sin más, con toda la seriedad, se levantó salió con elegancia.

Marcela cerró los ojos con fuerza y trató de contener la marejada de


pensamientos que comenzaban a abrumarla. En realidad, no quería eso. Ni
siquiera tenía motivos para desconfiar, pero es que el pasado no se va sin dejar
huellas y lamentablemente muchas de ellas estaban allí agazapadas.

No pudo, se dejó llevar por sus impulsos y marcó a la secretaria de presidencia.

— Aura María, hágame un favor, cuando Beatriz vuelva a su oficina, me avisa.


Reflejo

Cuando Beatriz llegó a su oficina, estaba dispuesta a contarle a Michael que


había alguien en su vida. Tomaron asiento y Michael comenzó a hablar.

— Betty, yo sé que me ha dicho que ya estás en una mejor etapa de tu vida, que
esto en esta empresa es temporal y que estás preparada para lo que venga a
continuación...

— Sí, así es, aunque me gustaría también contarle algo.

— No, yo quisiera que me escuches primero, porque quiero proponerte algo. No


me tienes que responder ahora, vas a tener tiempo para pensarlo.

Betty se puso nerviosa. Temía que fuese a proponerle algo romántico y no quería
hacerlo sentir mal.

— No me mires así — le dijo Michael al notar el nerviosismo en su mirada y la


presidenta solo se rió.

Le contó sobre su nuevo negocio en sociedad con amigos inversionistas


extranjeros. Le planteó la idea con todas las ventajas, desventajas. Le propuso
una vida nueva, en un lugar que la había enamorado, un empezar de cero, lejos
de todo lo que la hirió. Todo hubiese sido fácil si él supiera el resto.

Cuando el francés terminó de hablar, pudo hablar ella. Agradeció la propuesta y


aunque no la rechazó sí le dijo que había algo importante que estaba sucediendo
en su vida.

— Yo estoy con alguien. En este tiempo la vida me ha cambiado tanto Michael,


que hasta me ha tocado desaprender y aprender. Estoy saliendo con alguien —
las cejas alzadas del francés dejaban en evidencia su sorpresa — es una mujer
maravillosa que quiero que conozca. Es un gran ser humano que en poco tiempo
me ha calado tan hondo en el corazón, me tiene enamorada — sus ojos brillantes
demostraban la firmeza de sus palabras — y yo no sé qué nos depare el futuro a
nosotras, pero por ahora, quiero este presente junto a ella.

Si Beatriz no hubiese hablado con tanta emoción y sinceridad, habría sudado,


pero no, era la realidad. Aún así sabía que era reciente y que más allá de todo, se
confirmaría con su amistad, por valoraba el gran ser humano que era Betty.
Mantuvo en pie su oferta y le dio dos meses para pensarlo mientras todo se
consolidaba. Estaba terminando la conversación cuando alguien irrumpió en
presidencia con una sonrisa tensa.

— Buenas tardes — sus ojos claros brillaban de manera extraña.

— Hola — Beatriz le dedicó una sonrisa tímida y la miró con devoción, lo que
hizo que Michael se girara para ver quién era y lo entendió todo. Era un mujer
hermosa que suavizaba su sonrisa ante el gesto tierno de Beatriz — Michael, le
presento a Marcela Valencia, accionista de Ecomoda y gerente de puntos de
venta.

Marcela se quedó esperando el otro título, el que más esperaba oír, pero no llegó.
Eso le hizo bullir su interior. Le tendió la mano al francés, indudablemente era
guapo, pero si cabeza estaba en otros asuntos, no en la apariencia física del
hombre.

— Michael Doinel, soy amigo de Beatriz desde Cartagena — le apretó la mano y


le sonrió con amabilidad mientras la estudiaba con la mirada.

— Nos alegra mucho que nos visite, señor Doinel, espero que haya disfrutado su
recorrido por la empresa — empezaba a dar ciertas salpicaduras de veneno.

¿Acaso me está echando? Pensó Michael.

— Sí, estuvimos dando una vuelta y mostrándole todo el trabajo que estamos
haciendo.
— qué bueno, me alegra — dijo Marcela con ligero sarcasmo — Beatriz¿Me
puede regalar un momento?

Betty reconoció esa mirada fría camuflada y entendió que algo pasaba con su
novia.

— Claro ¿En sala de juntas? — trataba de hacerle entender con la mirada que no
estaba bien echar al visitante de la oficina.
Pasaron a la sala juntas mientras Michael se quedó en presidencia haciendo
algunas llamadas. Beatriz se recostó a medias en la mesa y Marcela se paró
frente a ella.

—¿Cómo vas con la visita de tu amigo? — le soltó mirándola fijamente.

Betty quiso reírse, era tan obvio que estaba celosa.

— Superbien, me alegró mucho verlo y que me diera esa sorpresa de venir.


Hablamos mucho y adelantamos agenda — quería picarla.

— Mmmmh, veo, supongo que van a salir o algo así. Digo, ya que estás tan
contenta con la sorpresa.

— ay, ya, Marcela — soltó con diversión y la atrajo hacia sí para besarla.
Marcela se resistió tres segundos y luego cedió. En realidad estaba celosa, lo
admitía.

Se besaron con lentitud y Betty le mordió el labio.


— Fue un poco grosera con él, debería disculparse.

Marcela sintió la ira recorrerle el cuerpo ante esa petición. No solo había evitado
decirle que era su novia, sino que también pretendía que se disculpara. La besó
nuevamente porque si hablaba, solo saldría veneno de su boca.

Comenzó a intensificar el beso y a acorralarla contra la mesa hasta que Betty no


tuvo de otra que sentarse en ella por.completo mientras correspondia y sentía
cómo se comenzaba a derretirse. Encerró el cuello de Marcela entre sus manos y
abrió sus piernas para recibirla entre ellas. Marcela no le dio tregua y le mordió
los labios e introdujo su lengua con maestría. Comenzó a acariciar su espalda y
su pierna con cada mano. La estaba doblegando con cada cosa que hacía y
olvidaba dónde estaban. Marcela tenía esa capacidad sobre ella, sacarla de la
realidad y concentrarla solo en ella. Y todo hubiese sido más fácil sino hubiese
comenzado a besarle el cuello de esa manera que la enloqueció, quería hacer ahí,
ahora , no le importaba nada. Marcela le desabotonó el saco y se lo bajó con
rapidez mientras Beatriz le acariciaba los senos sobre ese suéter de lana y cuello
de tortuga que la hacía lucir tan alta, tierna y dominante. Era esa mezcla que la
seducía. Supo que estaba vencida cuando ella logró recortarla en la mesa en un
beso voraz y cuando pensó que se iba a desnudar el torso, la vio peinarse,
limpiarse el labial regado y cruzar los brazos.
— Puede ir a cenar con su amigo, Beatriz, yo ya tengo que irme.

No dijo nada más y se fue de la sala de.juntas, cerró las puertas con fuerza y
Beatriz se quedó allí dos segundos, se sentó sobre la mesa y solo puso elevar sus
ojos al cielo para lograr recomponerse antes de salir. La mataría, estaba segura.

Volvió a la oficina después de un rato, ya calmada. Hablaron otro momento con


Michael y se despidieron en un abrazo amistoso, prometiendo seguir en
contacto.

En cuanto Michael se fue, Betty tomó sus cosas y salió volando hacia el
apartamento de Marcela. Salir antes de la.hora pico hizo que llegara más rápido
de lo normal, además de la velocidad alta a la que conducía. Ya no necesitaba
anunciarse, parecía que estaba ya autorizada y eso la alegró porque Marcela cada
vez la dejaba entrar más a su vida, pero aún así eso no le quitaba la furia. Entró
al apartamento y la recibió la música suave. No la llamó para no advertirla, fue a
la habitación y escuchó la ducha abierta y supo donde estaba. Tuvo una idea loca
y se puso manos a la obra.

Se desvistió en un santiamén y fue al gusto de baño, entró con cautela y la vio


allí. Duchándose con parsimonia mientras cantaba algo que le pareció que era de
Cerati. Estaba concentrada mirándola, mirando su hermoso cuerpo a través del
cristal. Viendo cómo la espuma recorría sus curvas con la misma lentitud con la
que ella las había besado.

Marcela se giró y casi se muere del susto al verla, pero lo disimuló bien, aunque
no pudo disimular su mirada hambrienta que recorrió de abajo hacia arriba el
cuerpo de Beatriz. Sin más, se giró y terminó de ducharse.

Todo era silencio y Beatriz lo aceptó. Se arrepentiría de lo que le hizo. Pero por
ahora disfrutaría era gloriosa visión de ella secándose el cuerpo con lentitud
mientras la ignoraba falsamente. Cuando estuvo lista, se puso la bata de baño y
quiso salir, pero su novia se le atravesó en el camino.

— ¿Se divirtió mucho en la sala de juntas? Porque yo no, Marcela — la miró


con obscuridad — Yo no juego con eso — se acercó con lentitud y la acorraló
contra el cristal de la ducha y luego la besó con ardor.

Marcela no hablaba, estaba estupefacta, muda, excitada, caliente, feliz de tenerla


ahí y no pensarla con el francés. Solo la miraba a los ojos, los labios y se
relamía, pero a la.vez estaba curiosa y hasta nerviosa por el tono de voz
demandante de su novia. Guardó silencio.

Beatriz la ubicó frente al espejo del lavamanos y se puso detrás de ella, se veían
las dos a través de este. Le apartó el cabello del cuello y comenzó a besarlo
mientras Marcela cerraba los ojos y se derretía de placer.

— No cierre los ojos, quiero que vea lo que yo tengo que ver, quiero que se
aprecie, que entienda lo que es observar ese rostro divino expresando tanto
placer— seguía besándola mientras le desataba la salida de baño, dejando una
hermosa visión de sus senos medio descubiertos y su vientre plano desnudo.

— Me va a volver loca— decía Marcela tratando de soportar y no cerrar los ojos.

— Loca que me estoy volviendo yo, loca me tiene, tengo esa imagen de su rostro
excitado en mi cabeza todo el día y toda la noche y quiero que la vea, que se vea,
que mire lo malditamente sexy que es y que no puede pretender que no me
afecte cuando me toca y me besa así como lo hizo— Beatriz estaba cegada de
deseo, estaba furiosamente excitada y apenas si podía creer lo que estaba
haciendo.

Le quitó la bata por la espalda y la dejó totalmente desnuda frente al espejo. Le


hablaba al oído mientras la miraba por el reflejo.

— Adoro verla así, adoro su cuerpo — comenzó a besarle la espalda hacia abajo
con lentitud, dándole pequeños mordiscos que ponían a Marcela a temblar —
adoro su piel, su olor, adoro cómo se le eriza la piel — Marcela arqueó la
espalda cuando sintió su lengua recorrerle la espina dorsal— su sabor...

— Beatriz, por favor... — se rindió por dos segundos y cerró los ojos para
profundizar lo que sentía con cada tacto, lamida y mordisco.

— Voy a hacerla mía, una y otra vez, Marcela, voy a perderme en este cuerpo
siempre...

Le pasó la mano por la cintura y su cara se vio de nuevo en el espejo. Su mirada


era turbia, cargada de deseo, sus movimientos eran finos y suaves, pero exactos.
Acunó uno de los senos hermosos de Marcela en su mano y lo apretó mientras
veía como Marcela tensionaba su cuerpo con ese solo acto. Hizo lo mismo con el
otro y siguió con la mirada en ella, se miraban a los ojos a través del espejo. Era
un momento tan erótico, estaban tan húmedas y tan sedientas, pero Beatriz no
quería ceder, la torturaría y se vengaría por haberla dejado de esa manera.
Necesitaba que fuera consciente de que la volvía loca y la tenía cegaba de placer,
que desde que lo hicieron por primera vez y las que siguieron, no podía dejar de
pensar en volverla a tener así, desnudas, rozándose, tocándose, besándose. Que
la viera desde sus ojos y pudiera al menos imaginarse o entender que nadie
podría pensar en sacarse una imagen tan gloriosa de su cabeza.

Siguió besándole y mordisqueándole el cuello y jugando con sus senos. Poco a


poco fue bajando sus manos hacia el abdomen mientras se pegaba más a ella.
Marcela ya no sabía que sentir, si las manos de Beatriz recorriendo su cuerpo o
sus senos pegados a su espalda, o los besos y mordiscos en el cuello o una
pequeña humedad proveniente del pubis de Beatriz que le mojaba las nalgas
cada vez que se pegaba más a su cuerpo. Solo quería que ya la hiciera gritar de
placer y que cumpliera la promesa de hacerla suya.

Beatriz siguió el camino al sur con dolorosa lentitud mientras el vientre de


Marcela temblaba. Su cuerpo respondía a ella, a cada palabra, a cada toque o
roze, es como si fuese totalmente débil ante ella. Cuando Beatriz posó la mano
sobre el pubis de Marcela, sintió que el suyo palpitaba ardorosamente y se
contraía. Lo recorrió en forma de triángulo con dos dedos mientras la otra mano
se deleitaba en los glúteos tornados de Marcela. No le quitaba la mirada en el
espejo, no podía, estaba hundida en un mar de erotismo, le decía con los ojos que
la amaba tanto como la deseaba.

— Béseme, por favor — suplicó Marcela con la boca seca.

Beatriz se puso un solo instante frente a ella y la besó. Le recorrió la boca con la
lengua para que supiera como la añoraba. Fue peor para Marcela, las piernas
comenzaron a temblarle y ella misma llevó una de las manos de Beatriz hasta su
vagina para abrir los pliegues y que sintiera cuán húmeda estaba. La presidente
se volvió a acomodar tras ella y repitió la acción que acaba de hacer Marcela.
Esa imagen le quedó grabada en la memoria para siempre. Sintió cómo su
humedad y la de ella crecían, sintió la calentura de su sexo y el palpitar del
mismo, le besó el hombro y se permitió incursionar más en esa vagina que la
enloquecía.

Bajó un poco más sus dedos con suavidad hasta encontrar la fuente de la
humedad, tomó un poco de ella ya arrastró hasta el clítoris, un movimiento
simple y suave que hizo que Marcela no pudiera evitar cerrar los ojos.

— No cierre los ojos— ordenó Beatriz con voz grave y llena de deseo.

Marcela los abrió de nuevo y llevó sus brazos al tocador para poder apoyarse.
Beatriz continuó y arrastró más humedad para luego torturarla lentamente con
movimientos precisos sobre el clítoris, le besaba y mordía el hombro mientras
iba subiendo, poco a poco la intensidad con que la tocaba.

— La adoro así, mía, rendida, mojada y caliente para mí — le susurró Beatriz


mientras la veía por el espejo.

Marcela intentó hablar pero de su boca solo salió un gemido. Eso hizo que
Beatriz comenzará a mover sus dedos más rápido, le presionaba el clítoris y
movía tress dedos en círculos sobre este y Marcela simplemente ya no podía
más. Comenzó a gemir muy fuerte , sentía lágrimas en sus ojos, sentía los
mordiscos de Beatriz y una corrientazo y calentura que le recorría la planta de
los pies y ascendía por sus piernas.

— Betty... Ah... Más rápido, sí...

Marcela no pensaba, solo se dejaba llevar. Estaba por estallar de placer, sus
piernas dolían y su visión se nublaba. La mirada oscura de Beatriz no le
ayudaba.
Entonces Beatriz paró y la obligó a inclinar su cuerpo hacia adelante en un solo
movimiento, se ubicó tras ella y la seguía mirando por el espejo, le metió una
pierna entre las suyas para separarlas y Marcela las abrió completamente
mientras posicionaba su espalda de manera perfecta para completar el cuadro.
Ella mirándose al espejo en esa posición y Beatriz detrás, desnuda y llevando su
mano a su sexo desde atrás con la mirada perdida en la imagen de Marcela de
espaldas .

Llevó su mano a la vagina de nuevo para continuar tocándola mientras con la


otra le abría las nalgas. Tenía la boca seca, su mente estaba llena de
perversidades, la quería así siempre y en otras poses , en otros lugares, pero así,
solo para ella.

Marcela se agarraba fuerte del lavamanos, el placer era demasiado y estaba


segura que no lo soportaría mucho. O eso pensó hasta que un dedo de Beatriz se
introdujo en su vagina y la sacudió. Un gemido gutural salió de su boca y la vio,
vio su rostro concentrado y cegado ante tal visión, sus miradas se encontraron de
nuevo y eso produjo que la vagina de Marcela se contrayera succionando el dedo
de Beatriz.

— Por dios — suplicó Betty al sentir eso y sacó un poco el dedo para volverlo a
introducir, así lo hizo varias veces hasta que introdujo otro y Marcela ahogó el
grito.

— Míreme, Beatriz, mire como me tiene— le dijo y se mordió el labio para


ahogar el gemido.

Beatriz la miró y Marcela pudo notar cómo sus fosas nasales se abrían y su boca
estaba entreabierta, estaba agitada. Y esa boca, esa boca entreabierta, esa imagen
que tanto la rendía.

— La veo, me encanta, dios mío, Marcela, ¿Así está bien? — le preguntó


mientras sus dedos salían y entraban con lentitud y la vagina de Marcela se
cerraba al sentirlos dentro. La mano de Betty estaba húmeda y sentir esa
envolvente calentura le ponía a temblar su clítoris.

— Sí, está perfecto, quiero más... Ahhh, sí, así, amor....

Los dedos de Beatriz parecían haber cobrado vida propia y se entregaron al


vaivén con la cadera de Marcela. Ya no hablaron más, solo dejaban salir lo que
su cabeza les pedía expresar. Se miraban por el espejo mientras mano y cuerpo
chocaban, el sonido de la humedad y el choque las enloquecía. Beatriz movía sus
dedos dentro y fuera con rapidez y sentía cómo estos quedaban cada vez más
atrapados.
Los espasmos del orgasmo de Marcela se hicieron presentes mientras esta solo
gemía y trataba de mantenerle la mirada. Betty incrementó la velocidad todo lo
que pudo y un chorro de humedad salió disparada y le empapó la mano. Marcela
ya no era consciente, estaba en un plano desconocido y su cuerpo se movía solo,
su vagina a casi que aprisionaba los dedos de Beatriz. Cerró los ojos, ya no pudo
más y estalló, estalló con todo, no pudo contener los chorros que salían de su
cuerpo, mientras Beatriz no se rendía y la ascendía cada vez más y más hasta que
la propia presión de su vagina le permitió ceder. Le retiró los dedos y Marcela
apenas si podía tenerse en pie, se recostó sobre el lavabo y se quedó allí, con los
ojos cerrados, disfrutando de uno de los mejores orgasmos de su vida.
Amor
Las inseguridades frente a la inesperada visita del francé s apenas si eran un
recuerdo. Unas semanas habı́an pasado desde lo sucedido y el romance en
pleno se apoderó de ellas. Era como si no pudiesen estar lejos la una de la
otra por mucho tiempo, se buscaban constantemente, cualquier momento
era oportuno y las escapadas nocturnas hubiesen sido una constante sino
fuese por las restricciones de don Hermes hacia Betty. Por otro lado, doñ a
Julia mantenı́a su promesa de no entrometerse, aunque no podı́a negar que
su hija estaba siendo enormemente feliz. Era un sentimiento palpable, lo
notaba ella y tambié n Hermes y eso la atemorizaba, sabı́a que de llegar a
saberlo, el caos era lo má s barato que podrı́a acontecer.

En Ecomoda se sentı́a la tensió n del lanzamiento. Modelos revoloteando por


los pasillos, producció n a toda má quina y comité s constantes para que todo
fuese sobre la marcha. Lo que no mejoraba en nada era la relació n de
Beatriz y Hugo. Los ataques pasivo agresivos eran una constante en los
comité s y Marcela trataba de mediar entre ellos para que las cosas no
fuesen má s tensas.

Ese dia Marcela no apareció en toda la mañ ana por Ecomoda. Tenı́a asuntos
pendientes de publicidad, los cuales eran má s complejos, teniendo en
cuenta el gran despliegue que se conseguirı́a con la participació n de las
otras marcas. Sin embargo tenı́a planeado ir a almorzar con su novia ya que
las restricciones de su casa estaban disminuyendo sus encuentros
nocturnos y en verdad anhelaba volver a despertar a su lado.

Betty estaba teniendo problemas de estré s que escalaban silenciosamente.


Sabı́a que todo lo que planteó implicaba un gran esfuerzo y agradeció el
trabajo colaborativo con su novia y Catalina de no ser ası́, ya habrı́a
enloquecido. Por otro lado, una parte de sı́ estaba hastiá ndose del excesivo
control de su padre y de có mo esto la obligaba a mentir todo el tiempo. Si
tuviese la posibilidad de vivir un amor libre, lo harı́a, pero esa no era su
realidad y cambiarla no era un opció n por el momento. Estaba un poco
irascible y ansiosa y solo esperaba que la semana terminara para que
llegara el lanzamiento de una vez por todas.

La hora del almuerzo habı́a llegado y Marcela no llegó a Ecomoda. Una


llamada sacó a Beatriz de sus cavilaciones y al ver el contacto de su novia
sonrió .

— Hola, amor— le dijo con ternura.


— Hola, preciosa, ¿Có mo vas?— correspondió Marcela mientras sonreı́a y
un brillo en sus ojos los adornaba, no quitaba su vista del trá fico, pero
sentı́a la voz de Beatriz como una caricia.
— la verdad, un poco estresada, siento que no nos va a dar el tiempo, hay
unos retrasos en producció n y eso me preocupa ¿Có mo le fue en la agencia?

— Bien, no te preocupes, todo va bien con la publicidad y medios. ¿Te


parece si te espero en El Manatı́?

— Sı́, amor, voy saliendo para allá . Ya nos vemos. — Vale, nos vemos ahora.

En el Manatí, Beatriz ingresaba con una sonrisa en sus labios. Le indicaron en


dónde se encontraba Marcela y caminaba hacia allí mientras la miraba con
mucha emoción. En cuanto estuvo a su lado, se inclinó y tomándole el mentón
le plantó un beso suave sobre los labios.

— Hola — dijeron al unísono y sus miradas solo delataban el deseo y el


sentimiento que cargaban.

Beatriz tomó asiento junto a Marcela y soltó un suspiro.

— Me tomé el atrevimiento de ordenar por las dos, para ahorrar tiempo —


le dijo Marcela mientras le tomaba la mano y se la acariciaba con suavidad.

— Espero que no sea nada ostentoso ni internacional. No vaya a ser que me


haga un test de gastronomı́a como su hermano — bromeó la de lentes
mientras se deleitaba con las caricias en su mano.

El almuerzo siguió su curzo. Marcela se derretı́a cuando Beatriz ponı́a un


mechó n de pelo tras su oreja y luego le acariciaba la mejilla. La veı́a con
deseo y se mordı́a suavemente los labios. Beatriz conocı́a esa mirada de
deseo, de pasió n. Cuando lo constantó Beatriz no pudo evitar agachar un
poco la mirada con timidez, pero tambié n con una sonrisa pı́cara.
— Marcela, creo que este fin de semana va a ser imposible vernos. Tengo
muchísimo trabajo, amor — Betty torció el gesto porque en realidad deseaba
pasar tiempo con ella, pero la colección estaba encima.

Marcela se quedó pensativa un momento mientras fruncía el ceño.

— Tengo una idea — dijo curvando los labios y dedicándole una mirada
brillante.

— No, Marcela, tus ideas siempre me llevan al mismo lugar— respondió la


presidenta negando con la cabeza y sonriendo también.
— ¿ A mí apartamento? — preguntó confundida.
Betty negó y se acercó al oído de su novia.

— Entre sus piernas — le susurró.

Marcela cerró los ojos y soltó un poco el aire para sentir cómo todo su rostro se
calentaba. Cuando los abrió, Beatriz sonreía triunfantemente.

— No lo puedo creer, hice sonrojar a Marcela Valencia — se rió y contagió a


una Marcela roja como un tomate con su risa.
Marcela no podía hablar, en realidad había logrado sonrojarla. Solo reía y se
abanicaba con la mano. Por fin carraspeó y pudo hablar.

— No juegues así conmigo que yo también puedo hacerlo, preciosa. Quién te


manda a ser tan buena con esa lengua — esto último se lo dijo en voz baja y
mirándola a los ojos.

Beatriz no le quitó la mirada, pero tampoco pudo evitar el sonrojo en sus


mejillas.

— Sí seguimos con este juego, vamos a terminar mal, Marcela.

Marcela espabiló y soltó el aire.

— Está bien, está bien. Amor, lo que quiero decirte es que podríamos ir juntas a
Ecomoda el fin de semana y trabajar allí. No sé en qué pueda ayudarte, pero algo
puedo agilizar.

Beatriz la miró con ternura.


— ¿Por qué lo hace? — le preguntó mientras le tomaba la mano.
Marcela habrı́a podido decirlo en ese momento, pero no sintió que fuese el
indicado.
— Porque somos un equipo¿Recuerda?— respondió con voz suave, pero su
mirada era profunda y cargada de emociones.

— Sı́, somos un equipo — dijo Beatriz correspondiendo la mirada mientras


su corazó n latı́a acelerado — entonces tendremos un fin de semana de
mucho trabajo, amor.

— Me encanta, yo me encargo de no preocuparnos por la comida. Tú haz un


plan de trabajo y lleva ropa có moda, no habrá nadie por ahı́ en el á rea
administrativa y no tenemos que ser tan protocolarias.

— Como mande, doctora Valencia.

La noche cayó sobre Bogotá y ya todos estaban disponié ndose para salir a
sus casas. Excepto Aura Marı́a, quié n irrumpió en la oficina de su jefa con
unas carpetas.

— Qué hubo, mija, có mo le fue en ese almuerzo con su amor — dejó las

carpetas sobre el escritorio y se sentó frente a su jefa y amiga.


—Bien, Aura Marı́a. Ya sabe, con Marcela todo es lindo— sonreı́a con
ternura mientras guardaba las cosas en su cartera.
— Ay, mija, me alegra tanto verla ası́. Usted se lo merece. Disfrú telo, me
imagino que ahora sı́ no se pone con timideces, ahora sı́ está gozando lo que
es bueno— aplaudió y sacudió si pecho de la manera tan particular que
siempre lo hacı́a.

— Aura Marı́aaaaa — Betty se puso una mano en la boca para acallar su risa
mientras se sonrojaba — pero sı́, lo disfruto mucho.

Terminaron la conversació n y salieron hacia el ascensor. Marcela estaba


ligeramente recostada en el escritorio de Patricia atendiendo una llamada
de su celular.

— Sı́, Roberto, de maravilla, en verdad estamos haciendo un gran trabajo.


Te va a encantar, confı́a en mı́.

Le sonrió a Beatriz y le hizo un ademá n para que la esperara. Aura Marı́a


captó el mensaje y desapareció en el ascensor.
— Okay, nos vemos la otra semana entonces, cuı́date y un saludo a
Margarita — colgó y guardó su celular.

— ¿Será que la presidenta de Ecomoda me permite unas horas antes de irse


a su casa? — pidió acercá ndose a ella con gesto infantil que buscaba que
cediera, le pasaba los dedos por el cuello de la camisa negra que llevaba.

— Depende...
— Te prometo que te va a gustar y antes de que pienses otra cosa, es un
lugar que te gusta y te puede ayudar a relajarte.
— Es que esa descripció n solo me hace pensar en una cosa — y allı́ estaba
otra vez, esa boca que se esmeraba en hacer sonrojar a su novia.

— Beatriz, no. Para — le pidió y luego le dio un beso rá pido — estoy en los
ú ltimos dı́as de mi periodo y me pones mal, muy mal— se lo suplicaba cerca
de sus labios en voz muy baja mientras la miraba ardientemente.

— Entonces vamos, amor, a ese otro lugar— le dio otro beso de vuelta y se
encaminaron al ascensor.

— Hoy yo te llevo a la casa, dile a Nicolá s que se lleve tu carro— dijo


Marcela cuando ya estaban en el parqueadero.

— hoy está muy mandona, doctora Valencia, recuerde que quien da las
ó rdenes aquı́ soy yo— la miró con picardı́a.

Marcela querı́a llorar de impotencia, hoy Beatriz estaba desafiando sus


lı́mites. Esa insinuació n trajo recuerdos vı́vidos de aquella noche frente al
espejo y solo pudo morderse los labios y abrir la puerta del carro para
escapar de su mirada.

Beatriz montó en el copiloto con una sonrisa de suficiencia, sacó su celular


del bolso y llamó a su amigo, quien obviamente aceptó . Se mantuvieron en
silencio un largo rato, hasta que Marcela aprovechó el trancó n y puso el
freno de mano, se lanzó hacia Beatriz de medio lado y la besó con todo el
deseo que la embargaba. Le introducı́a la lengua y le tomaba el cuello con
una mano, mordı́a sus labios y cuando la sintió empezar a calentarse, se
separó de ella abruptamente, quitó el freno de mano y se acomodó en su
asiento mientras pasaba las manos por su cabello.

Beatriz respiraba con dificultad y trataba de volver a la realidad luego de


ese beso que la calentó mucho. Se relamı́a los labios y soltaba suspiros.

— Supongo que me lo merezco, doctora Marcela


Sentimientos Crecientes

Marcela llevó a Beatriz a aquel bar donde sucedió el primer beso. Un lugar
entrañ able que se le quedó en el alma desde aquel dıá . Hizo sus
averiguaciones y logró reservar ese lugar ıń timo solo para ellas. Sabıá de
sobra el estré s con el que cargaba la presidenta de Ecomoda.

Una noche de boleros las acogió y las abrazó . Marcela cantaba y Beatriz
solamente podıá dejarse llevar y seguir enamorá ndose perdidamente.
Realmente lo sentıá y ya lo traıá atorado en la garganta. Pero no querıá
decirlo, no por no estar segura de sus sentimientos ni de los de ella. Sentıá
que no era el momento, tal vez.

Despué s de varias copas, Beatriz se encontraba má s tranquila y


desinhibida. Jugaba con Marcela a adivinar la canció n con las primeras
notas y perdıá casi siempre, Marcela era una experta en el tema. El objetivo
de Marcela estaba cumplido, logró hacerla olvidar por unas horas de las
obligaciones y eso la hizo feliz.

Lo que tambié n la hacıá feliz es que con Beatriz no habıá n excusas. No


temıá ni escatimaba en dedicarle tiempo, en compartir con ella. Hacıá
mucho tiempo que el sentimiento de vacıó y soledad habıá desaparecido. Ni
siquiera sentıá que pasar tiempo con ella era un esfuerzo, por el contrario,
un disfrute, una de las mejores partes de sus dıá s o de los fines de semana.
Poco a poco se iba enamorando mas y mas de Beatriz.

El fin de semana llegó y el trabajo no se hizo esperar. Marcela habıá


cumplido con lo prometido y Beatriz tambié n. Era sá bado por la mañ ana y
ambas se encontraban en la oficina de presidencia. El plan de trabajo
establecido por Beatriz tenıá a Marcela a punto de arrancarse los pelos,
pero prometió ayudar y aprender, por lo que no tuvo de otra, agradeció
haber dejado en manos de Patricia la alimentació n de ambas. Ahora estaba
allı,́ sentada frente a una carpeta llena de informes contables y se empezaba
al má ximo por entender y hacer bien su parte del trabajo, pero lo cierto era
que se distraıá viendo a Beatriz, sus manıá s, sus gestos de concentració n,
su agilidad mental y la rapidez con la que trabajaba.

— Marcela, si me sigue mirando no vamos a poder terminar lo que nos


propusimos para la mañ ana.
Marcela se sintió pillada y solo apretó sus labios para ocultar la sonrisa.

— Lo siento, pero me distraes mucho. Eres muy linda y me encanta como


tuerces la boca cuando algo no te convence — le dijo apuntá ndole con un lá
piz.

Beatriz se giró para encararla con gesto falso de sorpresa. En verdad, se


habıá esforzado por verse linda, no estaba segura de su atuendo en la mañ
ana, pero

ahora se sentı́a má s segura. Su sué ter negro resaltaba sus rasgos finos y le
daba un aire entre melancó lico y oscuro.

— Si yo me quedara mirando ese pecho toda la mañ ana, no avanzarı́amos


nada en todo el fin de semana, Marcela. Pero me estoy esforzando, deberı́a
hacer lo mismo. No soy tan irresistible — le dijo alzando una ceja.

Marcela percibió ese comentario que denotaba una ligera inseguridad.

— Para mı́ lo eres. ¿Acaso te miraste al espejo? Está s preciosı́sima. Ese


sué ter resalta muchas cosas de ti. Tus cejas, tus pestañ as largas y el color de
tus labios. Ademá s ese maquillaje sutil. Mi amor, de verdad está s hermosa
— esto ú ltimo se lo dijo con toda la seriedad logrando que Beatriz sonriera
con timidez.

— Marcela...
— Beatriz, usted es hermosa, lindı́sima — se lo repitió y se acercó sobre el
escritorio para depositarle un beso corto— adoro esa boca.

—Yo la adoro — le soltó con una mirada cargada de emociones , con plena
consciencia.

Marcela quedó en shock unos segundos y despué s se mordió los labios sin
dejar de mirarla.
— Yo hago má s que eso, Beatriz — le sostuvo la mirada un par de segundos
y volvió a sentarse — a trabajar — casi que ordenó y cada una volvió a lo
suyo.

Llegó el almuerzo y para entonces ya estaban terminando lo que se habı́an


propuesto. Marcela descubrió que Beatriz tenı́a cierta obsesió n con los
tiempos y que la posibilidad de no cumplirlos le generaba ansiedad. Por su
parte, Beatriz descubrió que Marcela siempre hacı́a pausas entre el trabajo,
donde caminaba, bebı́a algo o cambiaba el lugar donde trabajaba. Ademá s
de que era una apasionada de los colores y todo lo organizaba y comprendı́a
a travé s de ellos. Cada una se observaba en silencio, contemplá ndose,
compenetrá ndose y conocié ndose en todas las esferas de la vida.
Alimentando ese sentimiento que les energizaba la vida.

La primera discusió n del dı́a se dio cuando Beatriz pretendı́a seguir su


trabajo mientras almorzaba. Para Marcela era inconcebible, sus horas de
comida eran sagradas y trabajar mientras comı́a era un estré s innecesario y
desgastante.

— Marcela, pero esto tenemos que terminarlo antes de la tarde. Si no,


mañ ana vamos a estar con muchas cosas retrasadas y la idea es librarnos de
esto antes de la colecció n.

— Mira, Beatriz, yo no puedo almorzar tranquila con todos estos nú meros a
los lados. Y tú simplemente te vas a amargar la comida ası́.

— Yo estoy acostumbrado, lo hacı́a muchas veces mientras fui asistente.


Incluso con má s trabajo en ocasiones.

— Lo hacı́as, amor, ya no. Ya me tienes a mı́, tienes a Nicolá s y todo un


equipo. Ası́ que te vas a relajar y vas a almorzar en paz, por lo menos.

— No quiero, quiero terminar esto ya — estaba comenzando a ofuscarse.


— Beatrı́z...
— No, Marcela, si no lo hago voy a estar todo el almuerzo pensando en que
no lo terminé — seguı́a renuente y comenzó a revisar los documentos con
lá piz en mano.
— ¿En serio, Beatriz?— cuestionó viendo có mo comenzaba a ignorarla.
— En serio, Marcela. Si quiere puede ir almorzando, en cuanto termine, la
acompañ o — y sin mirarla má s se centró en el papel para no enojarse.
— ¿Es en serio, Beatriz? Perfecto, me voy a mi oficina — se puso de pie en
un santiamé n y salió disparada de allı́ dando un portazo.

Beatriz solo cerró los ojos un momento y suspiró . No la irı́a a buscar. No


mientras no terminara el trabajo. Ya faltaba poco, mientras tanto, se le
bajarı́a la rabia.

En su oficina tambié n dio otro portazo y se sentó en su silla con los brazos
cruzados sobre el pecho. Estaba molesta, realmente lo estaba. Beatriz era
muy tozuda y ella tambié n, pero que hiciera el intento de ignorarla le
encendió el botó n de la ira. Se dispuso a girar de un lado para otro mientras
sus sienes latı́an. Estaba absorta en sus pensamientos en donde planificaba
en vano no volver a dirigirle la palabra durante el dı́a y trabajar desde allı́.
Entonces, su celular comenzó a sonar.

— Marceee — saludó animada Patricia.


— Hola, Patricia, ¿Qué quieres?— con ella no necesitaba fingir.
— Uy, por lo que veo la cita romá ntica de trabajo no va bien— bromeó .

— Ay, Patricia dejame en paz. — se reclinó en la silla enojada colgando la


llamada.

Estaba concentrada buscando unos papeles, tratando de olvidar su


discusion con Beatriz.

— Marcela, ¿ Qué busca? — escuchó la voz de su novia detrá s suyo.

Detuvo el movimiento de sus manos al escuchar esa voz.

- Unos informes de marketing de Mario – respondio mas calmada - necesito


mirar si tuvo en cuenta unos gastos extra de algunos almacenes.
- ¿No era que ibas a almorzar? - Beatriz se acercó y le rodeó la cintura con
un brazo, para alivianar la tensió n de hace un rato.

Marcela se relajó y se giró de medio lado para verla de frente mientras


sujetaba la mano de Beatriz en su cintura.
- es que tengo una jefe que me explota y no nos deja almorzar si hay trabajo
pendiente - broma.

Beatriz se rió y torció los ojos.

- Marcela Valencia deberı́a abrir un sindicato, no permita tremenda


violació n a los derechos de las y los trabajadores - continuó Beatriz la
broma mientras le apretaba la mano en la cintura.

- Sintraecomoda, se va a llamar- sonrió arrugando la nariz y con eso se


esfumaron las pesquisas de aquella rabieta en ambas.

Se dieron un beso corto en medio de risas.

Al dia siguiente Beatriz sonrió al ver el auto de Marcela ya estacionado


cuando llegó a Ecomoda. Tenı́a planes muy diferentes para ese dı́a.
O al menos la tarde. Habló con Nicolá s para que le ayudara con parte del
trabajo y eso les dejarı́a un buen tiempo libre. Esperaba que todo resultara
bien, esperaba no equivocarse.

Trabajaron parte de la mañ ana en casi absoluto silencio. Solo algunas


preguntas necesarias. Marcela trataba de concentrarse al má ximo, pero no
podı́a. No para dejar mirar a su preciosa novia y querer devorarla allí
mismo. Deaseaba tanto saltar el paso y decirle cuanto la amaba pero no
sabia si podia austarla y si se estaba precipitando.

Estaba ansiosa y nerviosa y su novia lo notaba, pero pensó que quizá s era el
haber madrugado tanto. Sin embargo, despué s de dos café s, lo descartó .
Algo sucedı́a, estaba segura. Sin embargo, la dejó estar por un tiempo.

Beatriz tomó la iniciativa de hacer un break. Era necesario y ademá s la


excusa perfecta para sacar a Marcela de ese pozo sin fondo de
pensamientos en el que parecı́a estarse ahogando. Se sentó en el mueble
junto a ella y le pasó un mechó n de cabello tras la oreja.

- ¿Dormiste bien? - le preguntó con tono de ligera preocupació n.

Marcela recostó su mejilla en la mano de Beatriz y cerró los ojos un


momento para encontrar paz.

- Sı́, estaba un poco agotada. Soñ é con nú meros y nú meros - sonrió .
- Lamento ser la causante de sus pesadillas.
- Aunque tambié n eres la causante de mis sueñ os má s hú medos - bromeó la
gerente.
- Marcelaaa- respondió Beatriz tapá ndose la boca con diversió n - bueno,
antes de seguir con las bromas le tengo una noticia.

Marcela la miró expectante.


- ¿Qué traes entre manos, Beatriz? - preguntó con suspicacia la de pelo
corto.

- Solo que vamos a tener libre la tarde y me la va a dedicar toda a mı́ - le dijo
con ilusió n y un poco de nerviosismo.

Marcela mantenı́a la mirada suspicaz que luego se tornaba en pı́cara.

- No, pare, no es precisamente para eso que está pensando - alzaba las cejas
para detener los avances de Marcela.
- ¿Entonces? - hizo un puchero infantil que a Betty le pareció adorable. - Una
sorpresa. Beatriz solo sonrió con malicia.

Cuando llegó el mediodı́a, las dos estaban listas y nerviosas. Cada una por
razones diferentes

Al salir de Ecomoda Marcela estaba que no podia con los nervios, por un
simple gesto de Beatriz abriendole la puerta del coche estuvo a punto de
decirle un Gracias te quiero y se tuvo que morder la lengua para evitar
soltarlo de sopeton. Era un sinsentido lo ansiosa que estaba por gritarle
cuanto la amaba en voz alta. Temia perderla si le decia cuanto la amaba.

Sin embargo, trataba de parecer relajada, aunque su actitud callada y


ansiosa tenı́a con los pelos de punta a Beatriz, hacié ndola dudar de lo que
tenı́a planeado hacer. Montaron en el auto de Betty, quien era la encargada
de la sorpresa.

Cuando llegaron al lugar, a Beatriz ya las dudas las tenı́an acorralada.


Marcela pasó en silencio todo el trayecto y apenas si respondı́a con
monosı́labos a sus preguntas. ¿Estaba segura que era el momento indicado
para lo que dirı́a? Tal vez no, tal vez apresuró el camino.

El lugar era de ensueñ o. Un restaurante campestre ubicado en una pequeñ a


meseta que tenı́a una vista exquisita del norte de Bogotá . Tenı́a mesas
separadas por toldos o cortinas, que permitı́an cierto espacio y privacidad.
Una de esas eligió Beatriz, adornada con tulipanes rojos en el centro y
cuatro antorchas en cada extremo, para aclimatar y poder hacerle frente al
frio que calaba.

Esa vista bajó los niveles de estré s de Marcela que admiraba todo con ojos
brillantes. Tenı́a que dejar que lo fuese a pasar, realmente pasara, o si no, se
perderı́a de esos momentos tan preciosos que Beatriz le estaba regalando.

La sola idea de privarse de eso, de perderla le llenó los ojos de lá grimas.
Estaba en un mar de emociones, ese sentimiento apabullante que le
generaba Beatriz con su capacidad de demostrar lo que sentı́a y no
escatimar, no guardá rselo.

- Es hermoso, es demasiado hermoso- una lá grima se le escapó y se rió


porque las emociones comenzaban a brotarle- ven, vamos.
Tomó de la mano a Beatriz, quié n sintió que sus dudas comenzaban a
despejarse al ver aquella reacció n.
Una vez instaladas, llegaron las entradas y unos có cteles. Marcela miraba
todo con ese gesto infantil que hacia cuando algo realmente la sorprendı́a.
Beatriz amaba eso, amaba que, a pesar de los golpes, no habı́a perdido la
capacidad de admiració n ante la vida, se prometı́a hacer má s cosas que la
permitieran disfrutarla ası́, viviendo.

- ¿Quieres que te cuente algo? - le dijo con actitud curiosa.


- sı́, claro que sı́ - le sonrió y suspiró porque ya no podı́a má s, tenı́a las
palabras atoradas en la garganta.

- Ves esas casas de allı́, bueno, esas mansiones - señ alaba un condominio al
oriente donde se encontraban enormes casas con grandes terrenos e
incluso lagos y humedades a sus lados.

- Sı́, esas de allı́. Se ven enormes.

- Bueno, ahı́ viven Roberto y Margarita - contó con ojos brillantes y


expectantes, parecı́a una niñ a haciendo un gran descubrimiento y eso le
cubrió el alma de ternura a Beatriz.

- ¿En serio? Se ven hermosas esas casas - pensaba en cuá nto los querı́a y
có mo ellos seguirı́an siendo parte de su vida siempre - ¿Los quiere mucho,
cierto?

Marcela soltó un hondo suspiro y se quedó viendo el paisaje, estaban


sentadas una junto a la otra, dando la espalda al resto del restaurante. Solo
esa hermosa vista tenı́an enfrente.

- Sı́, los adoro, Beatriz. Ellos nos acogieron y se convirtieron en nuestros


padres despué s del accidente. Se esforzaron en darnos todo lo que
sentimentalmente nos faltase, nos acompañ aron siempre, te lo juro, incluso
suplieron carencias emocionales que nos dejaron nuestros padres. Nos
guiaron en el camino y nos cobijaron siempre, sobre todo a mı́ y a Marı́a
Beatriz - la volteó a ver con ojos tristes - les debo parte de la mujer que soy
hoy, aunque tambié n te confieso que contribuyeron a que me sumergiera en
una relació n caó tica con Armando. Aunque ellos no tienen la culpa de la
persona en que é l se convirtió .

Beatriz desvió su mirada hacia el paisaje. Era indudable que Armando la


habı́a dañ ado en muchos sentidos. ¿Podrı́a acaso su amor echar por tierra
esas heridas? ¿Y las anteriores a esas? No lo sabı́a, no le que quedaba má s
que ese presente, maravilloso y confuso, real, irreal para algunos, pero era
lo que sentı́a y ya no podı́a má s con eso. Tenı́a que expresarlo o se volverı́a
loca.

- ¿Algú n dı́a podremos hablar de la vida sin remitirnos a ellos? - preguntó al


aire. Marcela se rió con amargura. No lo sabı́a, pero esperaba que si.
- Tal vez o tal vez no - dijo con tristeza y luego se recostó en el hombro de su
novia - Si las cosas hubiesen pasado de una manera distinta , ¿Crees que
habrı́amos llegado al mismo punto? ¿Estarı́amos juntas ahora?

Beatriz sonrió a la nada y le depositó un beso en la cien.

- pensaba decirle que lo nuestro es la Ley de Murphy, pero para mı́ esto no
es algo que esté predestinado a salir mal, Marcela - aspiró el aroma de su
cabello y eso le llenó de sentimientos.

Marcela la abrazó con fuerza, como queriendo retenerla en ese lugar y


momento.

- Pase lo que pase, yo... Beatriz, por favor, solo... - las palabras se le
enredaban Beatriz se atribuló y se puso frente a ella. La miró con
intensidad, con la misma intensidad que la estaba sobrecogiendo hace
muchos dı́as. Le tomó el rostro entre sus manos con suavidad y mirá ndola a
los ojos le habló con firmeza.

- La amo, Marcela, la amo con mi alma... No puedo má s con esto que siento,
no puedo seguirlo callando. Usted es mi vida. La amo, se lo juro que la amo...
El Amor Siempre Triunfa.

Marcela estaba suspendida entre el espacio-tiempo. Su ú nica visió n de la


realidad era a Beatriz frente suyo, con los ojos cargados de amor y sus
labios movié ndose expresando las dos palabras que acababan de dejarla en
shock. Su corazó n latı́a como loco, sentı́a una especie de vacı́o en el
estó mago y frı́o en sus pies. Pero una calidez en su pecho que empezaba a
calentarle todo el cuerpo se apoderó de ella y la hizo sonreı́r mientras
comenzaron a brotarle lagrimones. La besó , la besó con todo lo que sentı́a.
El miedo, la zozobra, el anhelo y el amor. No habló , simplemente la besaba
con total devoció n mientras las lá grimas seguı́an escurrié ndose por sus
mejillas.

Beatriz sintió alivio al decirlo. Sintió que un gran peso se le quitaba de


encima y verla sonreı́r entre lá grimas le pareció tan sublime. Ver esos
hermosos ojos verdes que le reflejaban el sentimiento. La sentı́a casi
agobiada por las emociones, pero la sentı́a ahı́, suya.

— Repı́telo — le pidió a Beatriz mientras paraba el beso y se limpiaba unas


cuantas lá grimas.

Beatriz le ayudó a limpiarlas y se esforzó por contener las suyas. Sentı́a su


corazó n emanando la sangre por todo su cuerpo.

— ¿Qué ? — dijo con picardı́a — ¿Que la amo? Sı́, la amo, Marcela — y se


sonrojó mientras bajaba un poco la mirada.

— No se vale, tienes que mirarme — le pidió mientras le sostenı́a el rostro


suavemente con una mano.
Beatriz tomó la copa de có ctel y dio un pequeñ o sorbo sin dejar de mirarla,
luego lo dejó sobre la mesa y volvió a los ojos de su novia.

— Te amo, Marcela Valencia — fue una voz suave pero segura. Una mirada
imperturbable, le puso un dedo sobre los labios con suavidad — te amo
mucho, Marcela.

Marcela estaba hipnotizado en esa mirada, su piel se erizó cuando el dedo


de Beatriz le abrió un poco el labio inferior mientras no dejaba de verla. Le
besó ese dedo y la miró con fiereza, con la misma que la estaba
consumiendo desde hace dı́as. La necesitaba. Ahora que le habı́a dicho que
la amaba, necesitaba hacerle saber lo mucho que sentı́a mientras sus
cuerpos se rozaban y se perdı́an en la pasió n y el deseo y por supuesto, en al
amor.

— Permiso— interrumpió una mesera la escena — aquı́ está n sus platos


fuertes — dijo con rapidez y se esfumó , pues no querı́a romper la escena
idı́lica de la que fue testiga desde hacı́a unos minutos mientras esperaba
que terminaran de besarse.

Disfrutaron el almuerzo en un idilio total. Se daban bocados de comida.


Sonreı́an con la naturalidad que el amor provoca en dos seres que laten en
la misma sintonı́a. En calma, pero con el interior rebosante como el agua
que hierve, pero no se seca. En ese momento, justo ahı́, donde el mundo
afuera parecı́a ı́nfimo, estando cerca del cielo, Marcela sintió que podrı́a con
todo.

El almuerzo terminó y entonces llegó el postre acompañ ado de una cá mara
instantá nea. Marcela se llenó de emoció n y tomó fotos de las dos, de Beatriz
y dejó que su novia tomara una foto donde juntas miraban a la cá mara y
Marcela escondı́a ligeramente su rostro en el cuello de Beatriz. Era un
retrato divino, ambas sonreı́an y sus ojos brillanan. la atmó sfera seguı́a
siendo de amor total con mezclas claras de deseo. Las miradas que se
dedicaban, los sutiles roces de las manos, las suaves caricias en una pierna,
en el cuello, comenzaron a encender una hoguera que las consumı́a.
Subieron al auto y emprendieron el camino de vuelta con una felicidad
palpable y con las ganas haciendo mella.

Charlaban con calma en el trayecto. Una vez adentradas en el norte de


Bogotá , cerca del apartamento, Marcela sentı́a que todo su cuerpo palpitaba
de deseo. Entendı́a claramente todas las miradas de Beatriz, esa manera de
morderse el labio y respirar con cierta rapidez. Ese ligero rubor en sus
mejillas. Tambié n lo sentı́a, sentı́a la misma necesidad que ella y lo sabı́a.

Cerca del apartamento las detuvo un semá foro en rojo y Marcela aprovechó
para besarla con fervor. Una invitació n clara y Beatriz correspondió cuando
un leve gemido se desprendió de su garganta.

— Vamos a mı́ apartamento — le dijo Marcela con la voz desecha, muestra


de su necesidad, mientras la miraba a los ojos .

Beatriz la volvió a besar y le mordió el labio — sı́, vamos— su voz tambié n


denotaba el deseo.
Aceleró un poco má s y no tardaron mucho en llegar, se les hizo eterno
mientras la puerta del parqueadero se abrı́a lentamente. Beatriz estacionó
en un santiamé n y ambas bajaron al tiempo para montarse al ascensor.
Marcela puso el có digo y ambas, en silencio, se morı́an por llegar ya. En
cuanto las puertas del ascensor sonaron, Marcela tomó a Beatriz de una
mano y la llevó dentro. Tiró su bolso en una silla, se quitó rá pidamente las
zapatillas y Beatriz tambié n hacia lo mismo, pero con nerviosismo en sus
manos.

Una vez terminó Marcela, fue con Beatriz y sin mediar palabra la acorraló
en el mueble y comenzó a besarla. Era una necesidad loca. Ella misma
comenzó a quitarle la camisa con rapidez mientras Beatriz le apretaba las
nalgas y se entregaba totalmente al beso.

— Te necesito, te necesito mucho— dijo Marcela sacá ndole la camisa—


quiero hacerte mı́a.

— Yo tambié n, la necesito, me estoy quemando...

La ropa en sus cuerpos no duró mucho. Sus manos viajaban por sus cuerpos
con premura, queriendo palparlo y acariciarlo todo. Como anhelando
grabarse la piel de la otra en el tacto y la memoria.

Beatriz casi que alzó a Marcela y se condujeron al cuarto, la llevó hasta la


cama en medio de besos y palabras cargadas de su necesidad, de todo lo
que querı́a hacerle. Sentı́a el amor y la pasió n al tiempo. Era intenso, todo,
ya le habı́a dicho que la amaba y aú n ası́ querı́a tallarle en la piel ese
sentimiento. Cada beso, la manera en que la tocaba, su mirada era una
declaració n de amor total y profunda.

Marcela estaba realmente apabullada. Todo lo sentı́a, sus pieles, los besos.
Cuando Beatriz la miraba un calor vital le inundaba el pecho y se perdı́a en
sus ojos, en su boca entre abierta de la cuá l brotaba un aliento cá lido y
palabras a veces ininteligibles, pero que le encendı́an la piel.

Beatriz se sentó sobre el monte de venus de Marcela, con una pierna


flexionada a cada lado y sintió un intenso splacer cuando sus partes
hicieron contacto.
Se movió de adelante hacia atrá s logrando que su humedad resbalara por
esa piel que le friccionaba en el clı́toris y emanaba placer a su cuerpos. Lo
repitió y Marcela le ayudó tensionando sus mú sculos, lo que le envı́o una
descarga deliciosa a Beatriz que la obligó a echar su cabeza hacia atrá s y
gemir con voz grave.
Esa imagen mezclada con lo que sentı́a fue el detonante para Marcela. Se
mantuvo firme y se mordı́a el labio mientras sentı́a la calentura de la vagina
de Beatriz contra su piel y la humedad de esta sirvié ndoles a las dos. Nunca
antes una imagen le pareció tan, pero tan divina. Porque no era solo lo que
veı́a, sino lo que tambié n sentı́a. Querı́a permanecer en ese instante, querı́a
que perdurase, querı́a quedarse ahı́. Sintiendo lo que sentı́a y viendo a
Beatriz con la cabeza hacia atrá s mientras el cabello le caı́a sobre el pecho y
le cubrı́a los senos.

Un nudo se le instaló en la garganta y se venció ante el amor. Se sentó con


premura haciendo que las piernas de Beatriz le rodearan la cintura y
dejá ndola sentada casi sobre las suyas. La abrazó sutilmente y le llenó de
besos los senos, amando su piel, amando ese calor que desprendı́a y el roce
de su pelo, interponié ndose a ratos entre su boca y ella. Una barrera inú til.
Amó có mo Beatriz se acopló a la perfecció n ante un cambio de postura
inesperada y amó aú n má s cuando abrió los ojos y la miró desde arriba con
tanto, pero tanto amor que le doblegó el alma.

Pero las palabras no le salı́an, lo estaba sintiendo, era real, palpable, lo tenı́a
en sus manos, le estaba desbaratando el pecho y no lo decı́a. Entonces
comenzó a llevar una sus manos hacia la vagina de Beatriz, necesitaba
aligerar el nudo en la garganta. Comenzó a tantear su humedad y tocó
suavemente su clı́toris y sus labios vaginales, se humedeció los dedos y
comenzó a dar movimientos lentos y precisos mientras le pasaba la lengua
por el hombro.

Beatriz estaba sintiendo una plenitud inexplicable. No sabı́a có mo definir lo


que sucedı́a, pero era sublime. Sentı́a que el amor ya no lo podı́a contener y
que todo su cuerpo estaba sincronizado con el de Marcela. Se dedicó al
placer que las estimulaciones de ella le brindaban, comenzó ella tambié n a
hacer movimientos armó nicos que la excitaban mucho, pero tambié n le
enviaban un montó n de emociones.

Marcela se dejó llevar e introdujo dos dedos con lentitud y su propia vagina
palpitó al sentir la calidez y humedad cobijá ndolos. Beatriz correspondió
tensionando y subiendo un poco la cadera. Comenzó a subir y bajar con
lentitud en los dedos de Marcela y se apoyó en los hombros de esta. Abrió
los ojos y le regaló la mirada má s honesta que tenı́a para ese momento.

Y el amor fue tan palpable. Fue tan contundente y tan demoledor que
Marcela sintió que querı́a llorar al perderse en esos ojos puros. Y entonces,
brotó por si solo.
— Te amo, Beatriz. Te amo — su voz era la.mezcla de la emoció n y el
deseo— en verdad te amo — y se lo dijo con toda la intensidad, tanta que
Beatriz no paró . Se lanzó a su boca y comenzó a besarla desesperadamente
mientras seguı́a moviendo su cadera y se entregaba totalmente a ella.
Gemı́a y la besaba. La miraba como no pidiendo creerlo y sentı́a en el pecho
algo desconocido, algo realmente divino. Todo comenzó a mezclarse. Su
amor, sus ganas de follar y follarla, el tacto, sus palpitaciones. Todo fue un
torbellino que la cobijó y entonces un sollozo brotó de su garganta, pero ni
eso la detuvo. Marcela siguió penetrá ndola con sus dedos mientras la sentı́a
casi toda. Juraba que podı́a sentir su amor, que podı́a leerle en la mirada
cuá nto la amaba y que su piel gritaba que estaba disfrutando y que estaba
viva y amá ndola.

Y estaban haciendo el amor. Como nunca antes y era hermoso. Realmente


hermoso . Era un caos, un desorden, pero armó nico y ú nico. Beatriz dejó
que las lá grimas salieran y se permitió las emociones. Se permitió el goce de
su cuerpo y el de su alma. Sus lá grimas no eran por tristeza, era porque la
amaba y estaba viviendo el mejor momento de su vida mientras estaba
escalando rá pidamente a un orgasmo que ya no podı́a contener.

— te amo, te amo, Marcela... — la miró un instante y se dio cuenta que ella


tambié n lloraba— sigue, amor, por favor, sı́, ası́ — Marcela aceleraba el
movimiento de sus manos y sentı́a que tenı́a en ellas la muestra má s clara
de la felicidad, el amor materializado. Sintió la vida en sus manos y eso le
obligó a hablar.

— Te adoro, Beatriz, te lo juro que te amo — Beatriz ya estaba entrando en


los cı́rculos má s profundos del.orgasmo y solo le enterraba las uñ as en los
hombros mientras su cadera seguı́a un ritmo propio que no pudo contener.

El estallido no demoró mucho en llegar y cuando lo sintió , fue una descarga


en todo su cuerpo que la hizo llorar nuevamente y la dejó ahı́, rendida pero
con el alma totalmente llena de amor. Dejó que las lá grimas salieran
mientras poco a iba abrazando a Marcela y hundiendo su rostro en el cuello
de ella.

Marcela la acogió en sus brazos y la acomodó para que de nuevo la rodeara


con las.piernas. la abrazó con fuerza y lloró con ella. Le decı́a que la amaba
en voz baja, muchas veces y le recorrı́a sutilmente la espalda con la yema de
los dedos. Sintió paz, calma. Se sintió libre y amada. Protegida y gloriosa.
Sintió el cielo en sus manos otra vez y supo que ahora sı́ habı́an hecho el
amor.
Epilogo

Nuestra hija siempre nos pregunta sobre nuestra historia de amor.


Contar y escuchar cuentos son su pasión, y las historias de amor son
sus favoritas.

Desde su más corta edad, siempre me gustó contarle cuánto amaba a


su madre y cómo, de una manera que no sabía, se había metido en lo
más profundo de mi corazón.

Nuestra historia bien que complicada siempre le daba mucha gracia, un


mundo en el que ella todavía no existía. Donde sus abuelos no estaban del
todo de acuerdo con el amor que nos unía a su madre y a mí. Un mundo
donde su tío Armando tenía una vida totalmente diferente y no le éramos
de mucho agrado, pero que aprendió a vivir para él sin hacerle daño a
ninguna mujer.

¿Quién diría que ahora el tigre de Bogota estaba felizmente casado con
Patricia, y tenían una hija preciosa. Fue una sorpresa total ver surgir ese
amor entre ellos que había empezado con odio. Después del regreso de
Armando, ellos se habían acercado mucho gracias a las burlas que nos
hacían a Beatriz y a mí. Armando había regresado tan cambiado de ese viaje
con las heridas sanadas y siendo un hombre totalmente diferente.

Fue sin lugar a dudas el mejor testigo de bodas del mundo, siempre
junto a nosotras para todo lo que necesitáramos, obviamente
acompañado de Patricia. El cuartel seguía igual, siempre al pie del cañón
para apoyar a Betty y a mí en nuestra aventura como presidentas de
Ecomoda.

Meses después de la noche en la que nos dijimos cuánto nos amamos, yo le


pedí a Betty saltar al siguiente paso. Habia preparado todo en mi
departamento, que era más nuestro que mío. La decoración y la cena
estaban perfectas, y la sonrisa y el brillo en los ojos de Beatriz no se fue en
ningún momento. Yo, muerta de miedo, puse una rodilla en el suelo y le pedí
a mi Betty que se casara conmigo. Con lágrimas en sus mejillas no pudo
evitar saltar sobre mí, besarme con pasión y levántarme del suelo
rapidamente.
Emocionada, habia corrido hasta su bolso y habia sacado un anillo muy
parecido al mio con el que pensaba pedirme que fuera su mujer.

Todavía recuerdo con cariño y gracia la reacción de todos al enterarse de la


boda. Don Hermes fue sin lugar a dudas el que más nos sorprendió,
llamándome nuera, con un fuerte abrazo y unas cuantas bromas sobre
futuros nietos nos había felicitado de corazón.

Doña Julia estaba encantada de preparar nuestra boda junto a Margarita,


mientras Roberto y Don Hermes charlaban de cuán felices estaban por sus
hijas. Éramos todos una preciosa familia.

Diez años después de esa preciosa noche en la que le hice el amor a mi Betty
susurrándole cuánto le amaba, sigo sintiendo lo mismo.

Cada día cuando despierto siento una paz que nunca había sentido antes de
estar a su lado, criar a nuestra hija Susana como le pusimos en nombre de
mi madre, es pura felicidad. Bien, que muchos años han pasado, todavía
puedo sentir mi corazón volverse loco de amor cuando la vea por Ecomoda
o cuando entra en mi oficina por una sesión de besos improvisada que tanto
nos encanta.

Mientras que escribo esta historia o más bien el final de ella para plasmar
esta tan bonita historia de amor, no puedo evitar soltar algunas lágrimas de
felicidad.

-¿Qué pasa cariño? ¿Otra vez el bebé te está emocionando? - Pregunto


Beatriz, preocupada por ver llorar a su esposa escribiendo en su diario.

-Un poco Amor, sabes que siempre me pone emocional escribir sobre
nosotras y cuánto te amo.- Sonrió enjuagándose las lágrimas.

-Dios amor, qué linda eres. ¿Sabes que te amo más que nada en este mundo?
A ti y a nuestros hijos- dijo Betty tomándola entre sus brazos y besándola
con pasión.

-Y yo te amo mucho más, no te imaginas cuánto.- Le susurró mirandola a los


ojos con todo el amor que sentía por ella.

Fin.

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