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Destino - Marcela y Betty
Destino - Marcela y Betty
Betty trataba de zafarse inútilmente del interrogatorio del Cuartel, sabía que
ahora con su nuevo cargo en el ambiente de los pasillos de Ecomoda ahora
existían más dudas que certezas y que pronto tendría que idear alguna manera
para que las cosas no se salieran de control. Todo habría sido más sencillo si
Sofia parara de atiborrarla con preguntas y se fijara más en lo que había detrás
de ella cuando le hizo la última pregunta:
- Pero cúenteme una cosa Betty ¿es cierto que usted va a quedar por encima de
todo el mundo? Incluso de doña Marcela ¿y que le va a dar órdenes a doña
Marcela también?— cuestionaba con emoción Sofia mientras se agarraba las
manos en un gesto de contención —¿sí?
—En las novelas... también echan a las chismosas— replicó Marcela al pasar
frente a Sofía y se dirigió a su oficina con gesto altivo como el vendaval rojo
que era, Patricia la seguía batiendo su cabellera rubia en el rostro de Sofía.
—La escucho— mencionó la pelinegra con una mirada fuerte y segura, entonces
la presidente aprovecho para cerrar la puerta y se volvió para mirarla, no
esperaba una invitación a tomar asiento, era suficientemente consciente de que
no era bienvenida.
—Vengo a que pongamos las cartas sobre la mesa y establezcamos las reglas del
juego— le dojo con tranquilidad, mientras la gerente endurecía su gesto y
cruzaba los brazos. Fue entonces que Beatriz se percato del contraste perfecto,
armonioso e imponente que tenían sus rasgos finos y la prenda roja que llevaba
puesta. Regresó rápidamente a su objetivo y prosiguió— de ahora en adelante
usted y yo vamos a tener que hablar mucho, que trabajar en equipo y quiero que
todo esté muy claro entre las dos— respiró un poco y trató de sostenerle la
mirada, necesitaba recargar su seguridad— si yo pedí que se quedara es porque...
—No creo que su idea de que me quede sea solo por eso— decía duramente
mientras la miraba y alzaba las cejas con altivez, pero aunque trataba de
concentrase en mantener la mirada, sus ojos se iban poco a poco a los labios de
ella, prefirió seguir hablando y seguir observándolos a ver si así dejaba esa
absurda y naciente fijación— aquí yo siento un aire de venganza, usted lo único
que quiere es cobrarse todo lo que le pasó aquí.
Ahora lo entendía, entendía ese gran impacto de tuvo el verla, era la mujer que la
había hecho probar el infierno, que le había mostrado la verdadera cara de
Armando Mendoza, que le había puesto en su cara la farsa de vida que estaba
llevando y la persona que tenía a su lado y con la cual pensaba compartir su
vida. Pero por otro lado, era otra, no era la Beatriz que le temía o se amilanaba
ante sus gritos y poder, era una que le sostenía la mirada, que la enfrentaba, que
tenía el valor de presentarse allí y hacerle frente al desastre que había ayudado a
ocasionar. Esa seguridad tan visible era cautivadora para Marcela, por fin
alguien no le temía, la enfrentaba sin máscaras y en medio de su mundo de
mentiras y trampas, agradecía la sinceridad que parecía tener Beatriz. Era bella,
estaba linda con esos nuevos lentes y ese peinado que le aclaraba el rostro, pero
lo que más la desconcentraba eran esos labios, esa manera tan característica de
moverlos y de pronunciar con suavidad pero firmeza cada palabra. ¿Acaso
estaba sintiéndose atraída por Beatriz? No, eso no podía ser, acusó a la sorpresa
de su regreso y su cambio la fijación que ahora le producía esa boca.
—No, en ningún momento pidiendo que se retracte, lo único que quiero es que
no piense que yo me quiero vengar por lo que pasó— Marcela tuvo la intención
de interrumpirla, pero fue Beatriz quien en este momento estiro su mano para
acallarla— mire doña Marcela, yo sé que no va a ser fácil hacer de cuenta que
nada pasó y seguir adelante con esta empresa, con nuestras vidas, tampoco
quiero que pongamos en una balanza el daño que nos hicimos todos porque sería
absurdo tratar de encontrar un punto de equilibrio, yo fallé, ellos lo hicieron,
todos aquí cometimos errores y nos dejamos llevar y ese egoísmo debe parar.
—Yo no le estoy pidiendo que seamos amigas ni nada por el estilo, doña
Marcela— se recostó un momento en la puerta de la oficina y miró fijamente a la
gerente, esos ojos almendrados, hoy más claros estaban llenos de odio, pero se
veía linda aún con la mala cara que le hacía— tal vez el único camino que nos
quede es el de la diplomacia, porque las dos tenemos una misión en esta empresa
y nuestra ética deberá primar ante todo, más allá de los problemas personales
que nos llevaron a este punto. Yo le prometo que — retiró su cuerpo de la puerta
y se acercó al escritorio — óigame bien, doña Marcela, ¡Jamás! me voy a volver
a acercar a don Armando, que voy a respetarla y a respetarme. Yo solo tengo un
objetivo en esta empresa y lo único que quiero es seguir con mi vida y por
supuesto, él ya no hace parte de ella porque usted bien sabe que lo único que
sintió por mí fue asco y que nada de lo que sucedió fue genuino. No nos
ataquemos más, yo sé que es difícil lo que le voy a pedir — bajó un poco la
mirada y la volvió a poner sus ojos en ella, suavizando la voz— pero hagamos
equipo y no dejemos que este barco se hunda, porque nos hundiremos todos.
—Una vez puestas las cartas sobre la mesa, la espero mañana el comité, doña
Marcela, hasta luego— quería salir corriendo de allí.
— ¿De verdad cree que haría alarde de algo tan bajo?— le respondió con voz
suave, pero cargada de ira— mire, no se preocupe que de mi boca no va a salir
nada porque soy la más interesada en que nada de esto se sepa, de lo contrario,
hace mucho tiempo habrían miles de chismes por todos los pasillos de Ecomoda.
Yo me encargo de ellas, hasta luego— salió dando un portazo y caminó
presurosa hacia el ascensor donde El Cuartel en pleno la esperaba expectante.
Marcela respiró profundo y cerró los ojos llevándose una mano al rostro para
recuperarse. Esa conversación con Beatriz le había quitado la poca energía que
le quedaba. Estaba molesta, confundida, aturdida, era una maraña de emociones
que no lograba descifrarse. Necesitaba un trago y su casa, necesitaba calma
porque Beatriz le había dejado el recuerdo de su boca en la memoria y eso no
podía suceder.
Certeza
Inútilmente pensó que tendría por fin un momento para descansar después de un
día tan largo, sus planes se arruinaron cuando Margarita y Patricia entraron a su
oficina y terminaron convenciéndola de ir a comer y hablar sobre ella y sobre
Armando. Estaba harta del tema, pero no tenía opción, al menos se quitaría a
Margarita de encima por unos días y Patricia por fin tendría una buena comida.
En medio de tanta confusión decidió preguntarle a Armando qué haría, porque
era obvio que él era una de las víctimas que ocasionó el regreso de Beatriz. Lo
notó tenso y esquivo. Beatriz reapareció con el cuartel y los vio juntos por unos
segundos, se despidió con un seco "buenas noches" y desapareció junto con sus
amigas. Marcela se despidió de Armando con un beso frío y se fue con
Margarita y Patricia.
Beatriz no tenía una situación distinta, en aquel taxi lidiaba con sus
pensamientos, con los comentarios de sus amigas y con la desazón que le
provocó la noticia, pero lo que más la inquietaba era la imagen de Marcela
Valencia y sus ojos, no sabía por qué no podía borrarla de su mente, tal vez era
la dureza de sus gestos o todas las emociones que salieron a flote en aquella
conversación. Se obligaba a no pensar en ella, en Armando, pero no podía. A
penas si lograba hilar una historia creíble para que el cuartel dejara sus intrigas.
Llegaron a una discoteca, era obvio que Aura María no las iba a llevar a un
restaurante. Entraron y ordenaron rápidamente para poder ponerse al corriente de
todo lo sucedido con Beatriz, Ecomoda y su cambio. Beatriz sorteo con maestría
cada una de las preguntas, tratando de erradicar todo aire de sospecha, pero sabía
que había cosas que no podía contar por más que quisiera, así que bajo el
argumento de la confidencialidad logró evadirlas. Lo que no pudo evitar fue la
sorpresa al enterarse que por su culpa se había cancelado el matrimonio de
Armando y Marcela. Eso la descolocó porque no entendía como una mujer tan
bella, con tantas cualidades y poder podía haberle perdonado algo así a un
hombre como él. Sintió cómo la culpa la carcomía, se sintió un ser humano
terrible por el daño que había hecho, pero ya no había marcha atrás, ya no podía
cambiar nada de eso. Tomo un trago y ahogó su culpa en ellos, los tiempos de
lamentarse habían pasado, ahora debía afrontarlo.
Marcela escuchaba a Margarita y Patricia hablar incesantemente del cambio de
Beatriz, de cómo se había sorprendido Armando, de la preocupación ante el
desequilibrio de la relación de ellos por la permanencia de Betty en la empresa.
Ella solo podía recordar esa boca de nuevo, estaba cansada y harta y aún así esa
imagen parecía imborrable, pero era solo eso, nada cambiaba en su corazón, su
rencor hacia ella seguía, pero era hora de admitirlo, Beatriz la había
conmocionado más de lo que pensaba. Pero había otra realidad que no podía
pasar por alto, Armando estaba enamorado de Beatriz y aunque ella no lo supiera
y siguiera creyendo en esa carta y prometiera que "jamás se volvería a acercar a
él" eso no frenaría los avances de ella. Por si fuera poco atormentarse en su
cabeza, Margarita comentó:
— Tú eres mejor que ella, Marcela— le replicó— o es que también caíste a sus
pies— le dijo con los ojos entrecerrados, pues notaba cierta actitud extraña en su
amiga y ella ya conocía esa cara de Marcela cuando estaba aturdida.
En realidad no, una vez que pudo admitir la belleza de la presidente tuvo que
admitir lo demás, pero se desconocía, las palabras habían salido de su mente y de
su boca al tiempo y fue tarde cuando se dio cuenta. Margarita la miraba con
confusión y Patricia no daba crédito.
— Marcela, pues sí, ahora se ve más presentable, más arreglada, pero nada más.
El cuartel estaba dando los últimos pasos que las llevaban a cruzar del camino de
la sobriedad al de la ebriedad, Betty solo había bebido un par de tragos e Inesita
se negó rotundamente a ingerir alcohol. Las preguntas poco a poco iban siendo
despejadas por Betty y cuando ya tomaba la decisión de irse, un Freddy bastante
curioso y enérgico se acercó a la mesa, seguido de Armando Mendoza, quien
con falsa amabilidad se ofreció a invitarle unos tragos y luego a llevarlo a buscar
al cuartel.
—No, doctor— giró medio cuerpo para responderle mientras continuaba con su
paso afanoso— tengo que irme.
— Betty, yo...— no sabía por donde empezar, desde que la vio nuevamente en
Ecomoda tenía tantas cosas atoradas en la garganta, tantas palabras que no sabía
cómo articular, el amor se lo estaba comiendo, el dolor de sentirla tan distante lo
estaba calcinando— yo sé que es difícil para usted escucharme después de todo
lo que pasó. Pero desde que usted se fue, yo no volví a tener noticas suyas, no
sabía donde encontrarla y yo la necesitaba, necesito que me escuche...
— yo lo sé, mire Betty, estos días sin usted fueron un verdadero infierno— la
miraba con devoción, le rogaba perdón con la mirada— todo el problema con la
empresa, su distancia, todo ha sido un caos del que me costó mucho recuperarme
y yo quería que usted supiera algo Beatriz— cerró los ojos y volvió a mirarla
con mucha intensidad— las cosas no fueron como usted las piensa, ni todo lo
que sucedió está descrito en esa carta, porque Betty, usted y yo sabemos lo que
sentimos y lo que vivimos, Beatriz. Yo sé y confirmé en mi corazón que la amo
y su partida fue tan dolorosa para mí, que me convertí en un ser humano
decadente porque cuando usted se fue de mí, de mi lado, perdí la brújula...
— Yo sé que usted me odia por todo lo que pasó, porque fui un estúpido,
inmaduro y loco que perdió el horizonte y está pagando con sangre las
consecuencias de todas las locuras que cometió— hizo un gesto de honda
tristeza con la boca y respiró profundo— pero yo no tuve oportunidad ni de
pedirle perdón y es lo menos que usted se merece después de todo.
— Yo no quiero hacerle daño, Beatriz, yo solo quiero que me escuche, que sepa
que todo lo que sentimos fue genuino y que en este juego, en esta maldita forma
en la que me metí con usted terminé amándola — Betty negaba con la cabeza
desaprobando las palabras de él— sí, aunque usted no me lo crea y suene
estúpido, yo la amo, Betty.
— ¿Tanto era su amor por mí que me quería mandar a África? ¿Tan genuino fue
que fue a mí casa a gritarle a mi familia que yo lo había robado y me quería
quedar con su empresa? ¿A eso le llama usted amor, Armando Mendoza?
— Fue canalla y fue lo último que usted dañó en mi vida, doctor, porque la
confianza de mi padre y su orgullo por lo que yo era terminaron ese día en que
usted fue a gritarle esas cosas— le respondió con total sinceridad— y eso no es
amor, la forma mutua en la que nos destruimos la vida jamás podrá ser
comparada con algo tan hermoso como lo es el amor.
— Sí, sí es amor, solo que no lo supimos manejar, solo que hice todo mal desde
el principio, pero es amor, en verdad yo la amo y la padezco
Betty no pudo soportar más y trató de manejar la ira contenida llevándose las
manos a la nariz en forma de plegaria, tal vez para rogarse a sí misma no perder
el control.
— Yo no lo voy a escuchar más, primero porque no creo ni una sola palabra de
lo que me dice, porque no tengo razones que me obliguen a creerle y segundo,
porque yo le prometí a doña Marcela que no me volvería a acercar a usted y se lo
voy a cumplir. Así que téngalo claro, doctor, no me busque, no me persiga y
respétela. Ella no se merece todo el daño que le hicimos, porque ante todo yo
reconozco la culpa que tengo en todo esto y las consecuencias que trajo. Y le
advierto algo, doctor Mendoza, si usted sigue con esto, asegúrese de que ella lo
sabrá, porque yo se lo juré y se lo voy a cumplir. Si se dio una oportunidad con
ella, aprovéchela, porque una mujer como ella, que lo ame tanto y le perdone
cada canallada que usted hace, no es tan fácil de encontrar, no la hiera más y
¡aléjese de mí!
Las últimas palabras las recalcó con firmeza. No soportaba más tenerlo cerca,
quería llorar, quería gritar, estaba conteniendo un mar de emociones y él pensaba
que con frases prefabricadas sobre el amor volvería a tenerla en su mano. Le
repudiaba ese egoísmo de él que no pensaba si quiera en la maravillosa mujer
que tenía a su lado. No más, ella no se prestaría más para eso. Lo amaba, lo amó,
aún lo sentía, le quemaba ese sentimiento agónico y turbulento que era ese amor,
pero no permitiría que otra persona saliera lastimada por eso y menos ella.
— Hola, Marcela...
La propuesta I
No era fácil conciliar el sueño después de un día tan largo y con tantas
emociones fluyendo. Dejó de dar vueltas en la cama y con la mirada pegada al
techo dejó que salieran las lagrimas que llevaba aguantando todo ese tiempo.
Debía permitirse esa debilidad para poder seguir adelante el día siguiente. Los
recuerdos de las palabras de Armando pasaban en ráfaga por su mente. ¿Qué tan
inconsciente llegaría a ser ese hombre para que tratara de convencerla con
palabras vanas después de todo lo vivido? Anhelaba que hubiese entendido el
mensaje y dejara de hostigarla y perseguirla.
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Armando la vería primero aquel día en los juzgados, para que el juez cesara el
proceso de remate y pudieran evitar lo que hubiese sido la mayor catástrofe de
sus vidas. Lo encontró animado y perfumado en el baño y cayó en cuenta de la
razón, se mordió la lengua y desechó la idea de preguntarle a qué se debía. Se
fue a Ecomoda, era el comité con Beatriz y debía tener todo preparado en cuanto
a sus puntos de venta.
Cuando entró a Ecomoda lo primero que percibió fue la ausencia de todas las
secretarias, incluida Patricia. La poca tranquilidad que había tratado de mantener
en ese momento se fue y solo pudo respirar profundo para calmarse. Le preguntó
a Freddy, pero también desconocía el paradero de las trabajadoras. Llamó a
Patricia y el drama que montó por venirse en bus solo pudo hacer que estallara
de ira y le exigiera que llegase.
— Dígale que si por favor se puede acercar a la sala de juntas para una reunión
antes del comité, puede ser en unos 10 minutos.
— Ay, Nicolás, usted es más dependiente de mi mamá que yo. Tiene julitis
— Sí, doctora— le dijo con una media sonrisa mientras le miraba vulgarmente el
cuerpo
— Le voy a advertir algo y lo voy a hacer una sola vez. Deje de mirarme así.
Betty se permitió unos instantes para apreciar el espacio, divisó las huellas de la
presencia de Armando, las fotos de sus padres, de Marcela. Tenía que cambiar
muchas cosas y volver ese espacio suyo. Necesitaba borrar las huellas de
Armando, sin rencores, pero con premura. Tomó asiento en la silla
presidenciable, como la llamaba Freddy, era una realidad, ya era la presidente de
Ecomoda, ya estaba allí y era hora de resurgir después del desastre.
Alzó la mirada y nada de ese preámbulo le sirvió para esa imagen. Su mirada fue
directo a la de ella. Esos ojos, esos ojos que se habían paseado por su cabeza y
sus sueños durante toda la noche, ahora estaban allí, más claros que el día
anterior y clavados en ella.
— Buenos días, doña Marcela— dijo con falsa calma mientras caminaba hacia la
silla que estaba diametralmente opuesta a la que había ocupado ella. Aprovechó
mientras se sentaba para quitarle la mirada y recobrar sus pensamiento.
Error. Cuando volvió a verla solo pudo confirmar lo divina que lucía. Esa
chaqueta de cuero negra que combinaba perfectamente con su cabello,
perfectamente alisado y que hacía una perfecta simetría con su rostro. Y esos
ojos, adornados con un maquillaje sutil en lila, que no hacía más que resaltarlos.
— Buenos días, Beatriz— su voz la sacó del microtrance en el que había caído
por admirarla.
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Hola.
Sé que aún le falta mucho a este fanfic para poder ganarse sus corazones, pero
les prometo que así será.
Tenía varias inquietudes al respecto y es que no sé si los capítulos están siento
muy largos y eso pueda tornarse aburrido para ustedes como lectores.
Por otro lado, la otra duda es ¿vamos muy rápido?
Jjajajaja
Les agradezco si pueden comentar al respecto.
Besos.
La propuesta II
No supo en que momento había dejado de golpear los papeles con el lapicero
que tenía en la mano, ni cuándo había dejado de mover el pie. Solo atinó a
responder a su mirada y a su saludo.
Maldita sea, cómo podía ponerse más bonita, como si no le bastara la impresión
del día anterior.
-Pues me parece perfecto, Beatriz, también deseo... quiero hablar con usted sobre
uno de esos temas- respondió Marcela imitando el desliz lingüístico de la mujer
que tenía en frente.
Beatriz lo advirtió y reprimió la vergüenza que sentía, pero por mucho que se
esforzara, no pudo evitar sentir su cara un poco caliente. Carraspeó y prosiguió.
-Bueno, doña Marcela, primero que todo, como le dije, me gustaría que
hiciésemos una serie de cambios en el personal y pues, que ninguna de las dos se
vea afectada por los mismos.
- Usted debe intuirlo, las dos sabemos que mi relación con su amiga Patricia no
es la mejor y yo preferiría tener como secretaria a alguien de mi entera confianza
y sé que lo mismo desearía usted- le planteó Betty con calma y tratando de
mantener a ratos la mirada lejos de los ojos de ella.
-Entiendo, entonces, me está sugiriendo que Patricia sea mi secretaria para poder
ascender a una de sus amigas del cuartel- le respondió Marcela con una ceja
arqueada.
- Puede que ese sea su punto de vista y lo entiendo. Pero como le digo, Patricia
no es de confianza para mí y si una de las del cuartel tiene las capacidades para
asumir la presidencia¿Por qué no habría de darle la oportunidad? Además, no
quiero tener roces con usted - esto sí se lo dijo mirándola fijamente - por las
constantes llegadas tarde de su amiga.
-¿Y para qué?- preguntó automáticamente Marcela al ver el brillo pícaro y casi
infantil en los ojos de Beatriz.
-¿De verdad quiere saberlo?- se extrañó Betty.
-Digamos que... me causa curiosidad, pero si estamos hablando de algo íntimo
no se preocu...
- No, por el contrario, es algo que va a ayudarnos a que Mariana cumpla su
sueño- le interrumpió Beatriz y le respondió con alegría.
- ¿De qué se trata?
- Vamos a inscribir a Mariana en un curso de modelaje profesional.
Marcela quiso reírse un poco, pero la emoción de Beatriz le hizo ver que era en
serio. Sabía de sobra que ese era el sueño de Mariana, pero conociendo su
extracción social, sus limitaciones económicas y algún que otro problema de
moda y estilo, le costaba creer que en algún momento pudiera lograrlo. Y ahora
Beatriz estaría tras bambalinas para que la negra divina de Ecomoda pudiese ser
lo que anhelaba.
- Eso está muy bien, la verdad, Beatriz, lo que no me queda claro es si Ecomoda
va a sufragar los gastos ese curso- había que salir de dudas.
- No, en lo absoluto, a Mariana siempre le han hablado los ángeles y esta vez
tiene algunos que la van a apadrinar.
Marcela apostaría toda su parte de Ecomoda a que Beatriz era uno de esos
ángeles. Ja. Las vueltas de la vida. Ahora pensaba en Beatriz como un ángel. Se
alejó de ese pensamiento absurdo y volvió al tema.
- Bueno, el siguiente punto, doña Marcela, tiene que ver con la misión y el
proyecto que quiero que hagamos en Ecomoda - soltó todo rápidamente y
prosiguió, pero esa vez necesitó ponerse de pie para entrar en materia.
- Como le dije ayer, las dos tenemos un objetivo y misión en esta empresa, sin
importar las razones que nos impulsen a ello y tratando de hacer a un lado lo que
nos trajo hasta aquí - Betty estaba de pie tras la silla que había ocupado hace un
momento y puso sus manos sobre ella como punto de apoyo - doña Marcela, no
sé si lo recuerda, pero en la junta como en su oficina dije lo mucho que valoro su
trabajo y lo fundamental que me parece su presencia en esta empresa y hoy, por
supuesto, le reitero mi respeto.
- Recuerdo todo con claridad, Beatriz, pero siento que estamos dando muchas
vueltas...
- Bien, entonces también recordará que le dije que fuésemos un equipo. Un
equipo que direccionemos juntas y que nos permita sacar a flote a su empresa.
Pero no bajo el mismo modelo que tiene la empresa, tanto en diseño como en
ventas. Vienen cambios, cambios muy buenos y estrategias que, aunque
agresivas, representan y serán ante el mundo de la moda, la señal de que
Ecomoda está más vigente que nunca...
Marcela estaba embelesada escuchándola y verla moverse por aquel extremo de
la sala de juntas, su ligero nerviosismo inicial había desaparecido y ahora
hablaba con esa seguridad que había mostrado el día anterior. Pero la gerente no
era tonta, no podía dejarse manipular, por lo tanto, al escuchar los cambios en
ventas y diseño se puso en estado de alerta y la interrumpió.
- Esos "cambios" - enfatizó las comillas con sus manos- cuáles son
concretamente, Beatriz. Porque los puntos de venta son mi área y el diseño, la de
Hugo y todos aquí sabemos que ese terreno es intocable para usted- Beatriz hizo
gesto de desaprobación al escuchar lo último, allí estaba uno de los grandes
problemas.
- Lo tengo muy claro, tan claro que por eso quiero que usted me escuche primero
y que considere mi proposición - esta vez habló con demasiada seguridad, tanta
que Marcela se sintió ligeramente intimidada.
- Esos son los cambios que quiero en Ecomoda, doña Marcela- lairaba fijamente
a los ojos, como hipnotizada por la intensidad de los mismo- y yo sé que no voy
a poder lograrlos sola, por eso quiero que seamos un equipo. Que nuestras
misiones se cumplan simultáneamente y mostremos que, en nuestras manos,
Ecomoda está mejor que nunca. Porque usted es una profesional inigualable y
porque, a diferencia de mí, usted tiene un lazo familiar y una promesa que
cumplir con esta empresa, mientras que yo tengo que recuperar la confianza de
mi padre, de don Roberto y demostrar lo que puedo llegar a hacer como
profesional si cuento con usted a mi lado...
El silencio sepulcral que se hizo después de las últimas palabras de Beatriz era
ruido. Se quedaron mirándose y respirando de vez en cuando. Fueron unos
cuantos segundos, pero en sus interiores parecía que se hubiera distendido el
tiempo y el espacio.
El beneficio
Esa mirada entre las dos duró mucho más tiempo del que era necesario. Se
estaban admirando mutuamente sin necesidad de decir una sola palabra. Cada
una estaba envuelta en un sinfín de pensamientos acerca de la otra hasta que la
poca consciencia de lo que estaban haciendo despertó a Marcela. No había
olvidado lo que debía decirle a Beatriz, solo se quedó ahí, disfrutando de la vista
de la boca expuesta de Beatriz a casi un metro de ella.
Pero fue Marcela quien las sacó del trance con un chasquido y reacomodándose
en la silla. Apartó la mirada de Beatriz y empezó a juguetear con el bendito
lapicero mientras mecía la silla levemente de un lado a otro.
—Sí y no, doña Marcela— le dijo una Beatriz que apenas si lograba hilar las
ideas tras ese pequeño momento y duelo de miradas— financieramente
tendremos que movernos también a través de la estrategia de importación a
grandes volúmenes. Eso implica una serie de modificaciones en proveedores y
en producción.
— No sé si me estoy haciendo entender, Beatriz— se puso de pie y se recostó en
la pared que tenía detrás — yo no me estoy refiriendo a eso precisamente. Lo
que quiero que entienda es que, tanto Hugo como yo, somos diseñadores y lo
que hemos hecho en Ecomoda no surge de la nada, surge de mucha
investigación, de teoría del arte, de la estética... Usted me está pidiendo que vaya
en contra de mí misma, de lo que yo, como profesional he Sido, de lo que
muestro en esta empresa todos los días.
— Yo no lo veo de ese modo— le dijo mientras retiraba ese coqueto mechón de
su frente— por el contrario, veo en esto la oportunidad de que su trabajo también
sea reconocido y que, con esta nueva estrategia de ventas, puedan establecerse
los puntos de venta de Ecomoda como referentes. Yo sé que para usted, el hecho
de que alguien como yo proponga vestir bien a las mujeres a todas las mujeres,
suena utópico, pero es la manera más contundente y efectiva que nos garantiza el
mercado acorde con la inversión.
Beatriz se jugó una última carta. Lo dudó mucho durante el camino de los
juzgados a Ecomoda, pero al fin y al cabo más que parte de la propuesta era el
cumplir con su promesa, así que la interrumpió cuando aún no terminaba de
ponerse en pie.
— Doña Marcela, necesito decirle algo más — la miró con cara de "usted ya
sabe sobre qué".
Se encerró en su oficina para poder dejar salir todo lo que la atormentaba. No fue
un llanto ruidoso el que salió de su boca. Ni siquiera se oía un lamento o quejido.
Era una tormenta silenciosa, pero de sus hermosos ojos no paraban de salir
raudales de lágrimas, lagrimones gruesos. Miraba solo al frente mientras en su
cabeza todo era un caos. Se sintió cansada, confundida, aturdida, harta...
Odió a Beatriz por haberle dicho eso. Maldecía su dolor, su estupidez. Pero no le
quedaba de otra que afrontarlo, estaba tan cansada de que Armando la viera
como una tonta, como una ingenua. Le molestaba profundamente eso, que
menospreciara su inteligencia, que pensara que siempre le podría ocultar todo.
¿qué debía hacer? No lo sabía. Tal vez enfrentar a Armando y preguntarle por
qué lo hizo. O encararlos a los dos. Qué fatiga. Tantas cosas en las que debería
concentrarse y otra vez lo que hacía Armando terminaba arrebatándole la paz, el
tiempo y poco a poco, su amor propio.
Se limpió las lágrimas con las manos, en un gesto brusco. Se limpió la nariz y
respiró para que el llanto parara. Necesitaba enfocarse. Ojalá en la noche tuviera
tiempo para pensar más en lo que sentía y no solo centrarse en sentir.
Tal vez era su historia como mujer fea, como esa Beatriz que tanto odió, que
tanto dolor le trajo a su vida. Esa que ahora se paseaba por los pasillos de
Ecomoda como una diosa segura y poderosa. Que se atrevía a proponerle que
fuesen un equipo. Su rival natural, la mujer que se llevó el amor del hombre que
más amó, que ahora tenía su empresa, esa misma que con tronar los dedos podría
empeorar la pesadilla en la que había convertido su vida.
Pero ahora por alguna razón era diferente. Ahora podía permitirse apreciar su
belleza, ahora la veía como la mujer que era y no como la Celestina de Armando
o el computador con gafas que su novio encerró en ese oscuro cuarto y desde el
que ocasionaron ese maldito desastre.
Ahora, la veía como una mujer que le despertaba eso que ya creía muerto. Que
también la hacía sentirse admirada. Porque la mirada de Beatriz sobre ella en la
sala de juntas era una mirada de admiración, contemplativa.
Su cerebro se iluminó. Tal vez apoyarla no era tan descabellado, tal vez podría
jugarse una última carta y ver si funcionaba. Era una locura, porque hacer equipo
implicaba que tuviesen que compartir más tiempo de lo normal, que las
decisiones fuesen un acuerdo de las dos. Y así Armando podría ponerse a raya
de ella y tal vez desistir. No le importaba el reconocimiento, tal vez su
motivación era destruir cualquier lazo romántico entre ellos y asegurar a
Armando a su lado. Tal vez.
Además, con esa propuesta debería irse a Palm Beach y se llevaría a Armando
consigo para evitarle caer en la tentación. O tal vez para evitarse la misma cosa.
Ya estaba. Tomó la decisión. Pero además dio otros ajustes. No le diría nada a
Beatriz. Tampoco le mencionaría a Armando lo que ya sabía para no ponerlo
sobre aviso y, además, se encargaría de que Hugo aceptara.
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Era ilógico, ella no podía caer en eso. Su amor por Armando seguía presente, a
pesar del dolor. Aún le hacía mella ese sentimiento, pero ese ligero rebote de
adrenalina con una mirada de Marcela era difícil de evadir.
Y ahora estaba allí, a la espera de una respuesta de ella y ante la loca posibilidad
de que se convirtieran en el equipo que dirigiría a Ecomoda. Ojalá aceptara,
ojalá porque de no ser así, sería aún más terrible ser presidente de Ecomoda.
Tenía los ojos anegados en lágrimas, sentía que le quemaba el pecho, pero puso
toda su energía en recuperar el control. Contuvo las lágrimas a raya hasta que la
sensación de llanto desapareció.
Armando llegó a Ecomoda con un sinsabor que parecía que le iba a durar todo el
día. Se sentía atado de pies y manos. No esperaba que Beatriz fuese a ponerle
como ultimátum delatarlo con Marcela. Se sentía como un chiquillo castigado.
En el juzgado parecía que se hubiese topado con un témpano de hielo en lugar de
su Betty. Fue un poco difícil tener que pedirle una maldita oficina en su empresa,
ella trató de evitarlo, se notaba que lo que menos quería era tenerlo cerca y eso le
dolía.
Miró su reloj y vio que los minutos que faltaban para el comité de le harían
eternos.
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A pesar de que Marcela ya tenía una decisión, su ansiedad estaba a mil y su
cabeza no paraba de maquinar, de pensar y analizar. Se preguntaba si acaso
olvidaba quién era Beatriz y cuánto daño le había hecho. Tal vez solo la
estuviera utilizando para que no le desarmara los planes y convocara a una junta.
No sería raro, Beatriz era muy profesional, pero era una calculadora nata, nunca
daba un paso en falso.
Por otro lado estaba la actitud de los últimos días. Esa honestidad, las muestras
de que estaba cumpliendo su promesa, la aparente cordialidad con la que la
trataba y esa mirada mal disimulada que le había dado. Pfff. Qué absurdo.
Beatriz y ella no podrían atraerse. Pero ya estaba hecho, la alejaría de Armando,
si Beatriz la estaba manipulando, ella también usaría esa "unión" para su
beneficio.
Tomó una agenda, un lapicero y se fue a la sala de juntas. Era la hora del comité.
Al salir, encontró a Patricia peleando con el cuartel. Vio su media rota y quiso
morirse de vergüenza.
— Patricia Fernández — le dijo con los dientes apretados mientras ella estaba de
espaldas alegando alguna cosa con Sofía.
La peliteñida palideció al escucharla y volteó con cara de sufrimiento.
— Marceee—.
—Marce, nada, Patricia, mira la hora que es. Tú no tienes vergüenza y aparte
llegas con las medias rotas...— por la cara de susto de la rubia, supo que no se
había dado cuenta. Sandra y Mariana soltaron una fuerte risotada, que paró al ver
la mirada asesina de Marcela.
Marcela elevó los ojos al cielo y le pidió a Dios paciencia. Ya no sabía que más
hacer con ella, pero no la podía abandonar a su suerte. Sacó un billete de su
chaqueta y se lo dio.
— Espero que cuando salga del comité ya tengas medias nuevas — le dijo con
gesto de fastidio— ah y te veo en mi oficina porque tengo que informarte algo.
Patricia agarró el billetes y lo besó. Pero cuando Marcela le dijo que debía
informarle algo cayó en cuenta que el tono con el que lo había soltado, no era
precisamente de emoción o de chisme.
— Unos cambios que habrán y que acordamos con Beatriz y bueno, ya,
hablamos después. Cámbiate.
Beatriz abrió la puerta que comunicaba su oficina con la sala de juntas al tiempo
que Nicolás también entraba a la misma con Gutiérrez, se sonrieron al ver
aquella coincidencia. Tomó asiento y le pidió a Nicolás que se sentará junto a
ella y solo hasta que pudo sentirse ligeramente cómoda, se atrevió a saludar y a
mirarla. Ya no esperaba respuestas, ni tratos, así que ya todo estaba claro.
— Buenos días, para todos— todos contestaron al tiempo y al ver que Marcela la
miraba de nuevo intensamente, prefirió poner sus ojos en los demás y seguir—
como ya sabemos, el objetivo de este comité es poder presentar la estrategia que
va a implementar Ecomoda de ahora en adelante, teniendo en cuenta la nueva
presidencia.
—Beatriz, qué pena que la interrumpa, pero me parece que no podemos seguir si
no está Hugo, al fin y al cabo, es el diseñador y debe estar al tanto— le dijo
Mario con cierto temor, sabía bien que no estaba en la lista de personas queridas
por la presidente.
— Tiene razón, doctor, al señor Lombardi se le citó a este comité, como a todos
ustedes, sin embargo, no ha llegado. Si el señor no quiere acercarse, no voy a
insistir, simplemente nos reunimos sin él— Marcela torció el gesto. No, así no,
Beatriz. Entrar a la guerra con Hugo no podía ser, así que se levantó de la silla y
tomó el teléfono ante la mirada de todos.
Hugo Lombardi llegó danzando a la sala de juntas y tomó asiento. No sin antes
dejar claro que su presencia era obligada y que no deseaba estar ahí, en lugar de
estar diseñando. El comité inició y llegaba la hora de Beatriz.
— Yo estoy de acuerdo con Beatriz— dijo Marcela desde su puesto. Lo soltó sin
más.
La cara de Armando y Mario eran un poema, se miraron los dos como si no
entendieran. Hugo se atoró con su Valeriana y Nicolás, que ya conocía la
propuesta, pero no sabía que eso iba a suceder, miró a Betty. Esa imagen
tampoco la esperaba. Beatriz estaba totalmente concentrada en Marcela, con un
gesto de sorpresa y satisfacción mezcladas y ella también la miraba sonriéndole
ampliamente. Nicolás apartó la mirada de ellas justo cuando a Marcela le guiñó
un ojo a Beatriz, fue rápido, un microsegundo, nadie más lo vio, solo ellas. A
Betty se le subió la sangre al rostro y sus labios se dibujaron en una genuina
sonrisa.
Una cachetada lo habría tomado menos por sorpresa. De Armando habría podido
escucharlo sin el mayor problema, al fin y al cabo, él parecía un títere. Pero ¿de
Marcela? Sintió la bilis subirse a su boca. No terminaba de salir del estado de
shock cuando ella repitió esas últimas palabras.
—Ay, no... Yo no puedo, no, Dios mío...— repetía y miraba a los lados, tal vez
buscando a quien más preguntarle si lo que acababa de escuchar era real.
Beatriz, por su parte, agachó su cara en cuanto Hugo interrumpió aquel mágico
momento de conexión. Esperaba que ya se hubiese pasado un poco el sonrojo de
sus mejillas y que la sonrisa que quería permanecer pegada en su rostro por fin
pudiese controlarla.
Mario solo reía incrédulo, hasta que notó la seriedad de las palabras de Marcela
y también se puso serio. Nicolás solo pudo advertir aquel pequeño cruce de
miradas de ellas y seguía observando a su amiga, con la cabeza puesta en su
documento, sin darle la cara a nadie.
Armando estaba absorto en sus pensamientos. Hasta olvidó decir que él también
estaba de acuerdo. Apenas Hugo se retiró comenzó a exponer su plan junto con
Calderón. Era una cadena de franquicias para América Latina y el Caribe.
Aprovechó para decir que estaba de acuerdo con Beatriz, cosa que no tomó por
sorpresa a nadie, porque eran ideas que estaban casi de la mano.
— Y pues bueno, evidentemente para poder llevar a cabo este proyecto, tendré
que ausentarme del país junto con Mario, por dos meses — comenzó a repartir
un itinerario de viaje a todos— ahí tienen detallado dónde estaremos y por
cuánto tiempo.
— ¿Te vas pasado mañana? — dijo Marcela con gesto de confusión al notar la
fecha.
— Sí, Marcela, pasado mañana iniciamos por Buenos Aires— le dijo torciendo
la boca.
Golpe bajo. Solo pudo respirar profundo y mirar esa hoja, sin prestarle mucha
atención realmente. Unirse con Beatriz para mantenerlos alejados y ahora resulta
que se iba y no había tenido la mínima decencia de avisarle. Se sintió ignorada y
como un cero a la izquierda.
Beatriz pudo notar cómo le había afectado eso. A ella también la tomó por
sorpresa, pero no tenía ninguna relación con él, así que solo le quedaba lidiar con
la incomodidad de ese sentimiento. Pero era obvio que Marcela estaba
descolocada.
— Bueno, doctores, pues realmente sí veo que es una propuesta muy acertada,
sin embargo necesitamos analizar con Nicolás, a fondo, las proyecciones, la
inversión y las ganancias que arrojaría este negocio y si realmente nos beneficia.
—Por supuesto, Betty... Beatriz, si quieren revisen y nos reunimos mañana para
ver qué deciden— le respondió Mario.
— por supuesto, me gustaría contar con el apoyo de doña Marcela para todo
esto, ya que ustedes, sí así lo decidimos, estarán fuera del país, es fundamental
que seamos un equipo de trabajo para garantizar el éxito de Ecomoda—
intervino Beatriz para ganarse la atención de la gerente.
Marcela la escuchó apenas y la miró. Su mirada ahora era distinta, estaba fría, en
cualquier otro lugar de ese itinerario, menos ahí. Atinó a responder...
— Sí, yo creo que... Sí, está bien...
Armando no se atrevía a mirarla. Sabía que estaba mal no haberle dicho. Pero si
le comentaba eso, indudablemente Marcela se opondría o insistiría en
acompañarlo o algo habría hecho. Sin embargo, aún debían hablar del tema y
sobretodo quería preguntarle ¿Por qué apoyar a Beatriz, después de todo?
Betty sabía que la respuesta de ella había sido solo por salir del paso. Estaba
segura de que no la había escuchado y eso le ofuscó un poco. Pero la entendía.
Dio por terminado el comité y le pidió a Nicolás que analizara la propuesta de
Armando y Mario. Sin más, se retiró a su oficina.
Debía empezar a tener un mejor manejo de sus emociones, estar en ese lugar
después de todo iba a ser un constante ir y venir de todo tipo de sentimientos.
Debía enfocarse. La pelea o posible disgusto de Marcela con Armando no era de
su incumbencia, no tendría por qué afectarle. Ella ya se había hecho a un lado
por su propio bien, por dignidad y por paz mental.
Las noticias fueron bien recibidas por todas, excepto por Sandra. Ahora tendría
que trabajar con la peliteñida al lado. También felicitaron a Mariana y ella solo
pudo reír entre lágrimas. Era el inicio de su sueño. Por otro lado, a pesar de los
cambios, también le dijo que se les haría un llamado de atención. Debía empezar
a ser más estricta con el cuartel porque sabía que si les daba rienda suelta,
después sería un caos imparable.
Cuando terminó su reunión con ellas, fue a almorzar con Nicolás. También le
pidió que la acompañara a escoger un carro y que la ayudara a tomar la decisión.
Estando en el concesionario, Nicolás no aguantó más la curiosidad y le preguntó.
— Sí, Nicolás, pero antes no sabía que yo tenía la empresa en mis manos...
— No sé, Betty, no puedo decir si es así o no de parte de ella, pero de usted, ay,
Betty, a usted como que se le están yendo muchos los ojos con ella. Tenga
cuidado, Betty. Solo le digo eso.
—Bueno, ya, Nicolás. Ahora quién sabe en qué película me está montando. Deje
la bobada y vamos a escoger el carro mas bien, porque debemos regresar a
Ecomoda.
Si hubiese salido tal vez habría advertido que el Cuartel estaba reunido en el
baño. Habían abierto o descubierto sin querer la caja de Pandora. La carta
siniestra no pudo caer en peores manos. Estaban enfrascadas uniendo hechos,
pistas , acciones para entender todo lo que había allí. Sin embargo, quien sí salió
de su oficina para tratar de relajarse fue Marcela y encontró al Cuartel en pleno
chismorreo. Justo cuando Sofía tenía la gran osadía de imitarla.
Hasta ahí llegó su paciencia. Las encaró por hablar de ella y las mandó a sus
puestos de trabajo.
-Necesito hablar con usted, Beatriz- le dijo con gesto altivo mientras se ponía las
manos en la cintura.
-Sí, claro, realmente ya iba de salida, pero podemos hablar - le respondió con
calma mientras volvía a sentarse. Estiró la mano para señalar la silla de enfrente
indicándole que se sentará. Marcela miró la mano de Beatriz y se sentó. Sus
movimientos eran tan elegantes pero a la vez agresivos, denotando la furia que la
embargaba.
-Usted dice que entiende la relación hostil del señor Hugo conmigo, pero parece
que realmente no lo hiciera. Y me parece que seguir recalcando que no puedo
interferir en esa área está de más. Y una cosa es que con el señor no seamos los
mejores amigos y otra muy distinta es que yo muestre algún tipo de
animadversión hacia él. Respeto y reconozco su trabajo, pero tampoco le voy a
permitir que pase por encima mío y como sé lo fundamental que es que él de
quede por eso no me opuse ni hice algún comentario cuando él dijo que solo se
entendería con usted- cuando terminó de hablar estaba ligeramente sobre el
escritorio y mirándola directamente a la cara, de manera fría y seria.
Beatriz solo fruncía el ceño, trataba de hilar algo coherente para contestar,
cuando habló con el cuartel siempre se cuidó en que sus respuestas no dieran el
más mínimo indicio de eso.
- Ah, ¿No? Entonces por qué las encontré en el baño hablando sobre cómo usted
era la culpable de la cancelación de mi matrimonio con Armando- empezó a
atacar sin tregua. Era su naturaleza.
Jaque. Era la verdad, pero tenía que empezar a defenderse. Además que en
verdad le preocupaba lo que estaba diciendo el cuartel¿Cómo se enterarían?
- ¿ Qué más se supone que debía pasar después de que usted me mostró esa
carta? Era obvio que en eso iba a terminar todo, Beatriz, no se haga la ingenua.
- Pues eso espero, doctora. Porque si vuelvo a escuchar el más mínimo murmullo
o comentario, no voy a dudar en despedirlas...
-Ya le dije que yo me hacía cargo de eso.- cogió su cartera y rodeó el escritorio
para encararla- pero ojalá eso también aplique para Patricia Fernández, porque
me imagino que ella sí está al tanto de todo lo que ha sucedido.
- No vamos a empezar con ese juego absurdo nuevo, Beatriz. O soluciona usted
eso o lo soluciono yo y a mi modo- le respondió también poniéndose de pie para
quedar cara a cara en el enfrentamiento. Mala elección. El olor de un exquisito
perfume con notas de madera y un sutil aroma floral le inundó las fosas nasales.
Fue un despertar de feromonas. Pestañeó.
- ¿Y qué más quiere, Beatriz? Su nombre y el mío andan de boca en boca de las
del cuartel, dejando en evidencia todo lo que pasó aquí...
- Pues le doy hasta mañana o ya sabe. Lo haré yo. Y no se preocupe por Patricia,
porque hasta el momento ella no ha dicho absolutamente nada y no lo hará, ella
sí conoce la palabra discreción- se notaba un poco más calmada, tal vez era esa
cercanía en la que estaban. Esas tensiones que cargaban ambas.
- No me ha respondido algo...
Salió de su oficina y no había rastro de ellas, ya se habían ido, era un poco tarde.
Vio a Nicolás salir también. Le echó una mirada de que sabía que algo le
sucedía. Salieron juntos hacia el ascensor. Justo cuando estaban por subirse,
Nicolás se percató de que había olvidado su nuevo celular y se devolvió a su
oficina.
Marcela entró a su oficina por sus cosas y salió nuevamente, ya le había dado a
Patricia para el taxi, pues se aseguró de que no estuviera para poder hablar con
Betty, aún los rastros del aroma de la presidente la perseguían. Se sentía
levemente electrizada por ese duelo de miradas, ese intercambio. Sin embargo,
eso no cambiaba las cosas. Cuando llegó al ascensor, la encontró de espaldas
detiéndolo con el botón de llamado.
Todo pasó tan rápido que Marcela apenas si pudo asentir con la cabeza. Ese
ligero toque la había descolocado por completo. Sintió un ligero hormigueo en
su estómago cuando las puertas del ascensor se cerraron nuevamente y apenas si
pudo cerrar los ojos y soltar el aire.
Sinceridad
Era de nuevo un día largo, lleno de tantas emociones que solo quería que
terminara rápido todo. Estaba harta de los días tan intensos y de estar de aquí
para allá. Llorar ya no le aliviaba nada de dentro, necesitaba actuar.
Armando no respondió nada. Volteó a verla a los ojos y soltando el aire le soltó
la verdad.
— ¿Para qué te miento? — se sentó en la cama y se recostó en el espaldar—
mira, Marce, yo sinceramente no me siento cómodo con todo esto. Tal vez un
tiempo lejos es lo que yo necesito para poner en orden mis sentimientos, para
respirar, para saber qué es lo que quiero hacer...
— Creo que sí. Yo creo que después de este viaje ya no habrá más que decir.
Solo nos queda tomar decisiones... Que descanses...
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Llegó a su casa y cenó con sus padres. Apenas si pudo comerse la mitad de la
cena, apenas si soltó palabras. Estaba realmente preocupada por todo: el cuartel,
el viaje, Ecomoda y ella... Mentiría si dijera que no podía sacarla de su cabeza.
Incluso estaba sorprendida de su impulsividad en el ascensor. Se atrevió a
tocarla y eso era algo que jamás había pasado con ella. Pero lo más extraño del
caso es que la sorpresa era mutua y Marcela no había reprochado ese toque.
Se fue a la cama. Estaba demasiado cansada. Al menos el insomnio no llegaría
esa noche. Hizo una lista mental de todo lo que debía hacer al día siguiente y
cayó en un sueño profundo.
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El cuartel arribaba puntual a Ecomoda mientras hablaban sobre todos los temas a
la vez. De repente un Fabia azul comenzó a llamar su atención, pero la sorpresa
fue más grande cuando vieron quién lo conducía. Era Betty, acompañada de
Nicolás y para acrecentar la emoción, hizo sonar la bocina. La celebración no se
hizo esperar.
—Bettyyy ¡Qué carro tan lindo, mija! — brincaba de emoción Aura María—
ahora sí tenemos carro pa salir a rumbear...
El cuartel en pleno soltó la carcajada.
— Ay, sí, Betty, está divino. Digno de una presidenta de semejante empresa —
le alabó Sofía.
— Sí, mijita, eso sí para qué pero está divino — le dijo Inés.
— Ay, don Nicolás usted tan divino prestándole el carro a Betty, yo sí quisiera
amigos así — comentó Berta.
— Bueno, Betty, ahora sí, mija— dijo Aura María poniéndose las gafas de sol—
para donde es la rumba esta noche—.
— No, Inesita, esos comentarios no son nada. Lo grave es lo que ustedes andan
comentado por los pasillos de Ecomoda. Tenemos que hablar, muchachas.
Vamos.
Entraron a la empresa y subieron todas junto con Betty y Nicolás. Betty al ver a
Patricia en su escritorio prefirió ir a la sala de juntas, para más privacidad.
Como era de esperarse, el cuartel negó todo al principio. Eso solo molestó más a
Betty, después de todos al menos su sinceridad era lo más justo. Se retiró a su
oficina dejándolas con cara de susto en sala de juntas, pero las conocía tan bien
que pegó su oído a la puerta.
— Yo prefiero que nos odie oro chismosas y no por malas amigas— dijo Aura
María.
— Sí, Betty— interrumpió Sofía —Sandra, vaya por eso, ya caímos, lo mejor es
afrontarlo.
No hubo que esperar mucho, Sandra llegó con la caja de Pandora en sus manos,
más bien aquella carpeta que ella recordaba bien y sabía qué contenía. La abrió
solo para comprobar el desastre. No se sentía preparada para eso. No podía
enfrentarlo, sentía vergüenza, miedo, no quería más ser juzgada o burlada o
reproches.
Trató de hacerles creer que era un mal chiste de Mario, pero fue inútil, el cuartel
ya sabía bien de qué iba todo y lo que no sabían, lo suponían o investigaban. No
tuvo de otra, les contó todo, sentía mucha vergüenza con ellas.
Mariana intuyó que una vez claras las cosas, era bueno que Beatriz permitiera
una lectura de cartas. No había nada que ocultar y, en cambio, eso le podría
ayudar a dilucidar un poco su futuro. Además, quería corroborar algo, porque en
aquella lectura en el corrientazo hubo algo que no pudo decir porque sintió que
no cuadraba tanto con la lectura. Era el momento para que ambas despejaran
dudas.
Beatriz aceptó y quedaron en verse para almorzar, no sin antes advertirles que no
podían hacer ningún comentario al respecto, ni el más mínimo dentro de
Ecomoda.
Las despidió para que iniciaran sus jornadas laborales y se fue a su oficina. La
primera tarea del día estaba cumplida, ahora venía la segunda, hablar con
Marcela y frenar sus intenciones con el cuartel, además de asegurar si sostendría
su apoyo o el equipo (que apenas si existía) debía diluirse.
Dejó sus cosas en la oficina, pasó por el baño y se miró al espejo. Le encantaba
como se veía con ese sastre rojo, se sintió segura, se echó un poco de perfume y
salió con premura rumbo a la Gerencia de Puntos de Venta.
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Hola, queridxs
Aprovechen estos últimos días de actualización diaria porque se me viene
mucho trabajo y tendré que hacerlo solo una vez por semana.
Quisiera leerlos, saber qué opinan.
Más adelante empezaré a ponerle música a algunos capítulos. Esto va a
empezar a ponerse más interesante.
La cita
Dio unos suaves golpes y la voz de ella la invitó a pasar. Tenía una tonta sonrisa
dibujada en sus labios, quería decirle que ya estaba todo solucionado, se sentía
ansiosa por ir a contarle. Cuando terminó de abrir la puerta, su sonrisa se
desdibujó. Daniel Valencia se encontraba sentado frente a Marcela, se quedó
mirándola fascinado, de arriba a abajo y sin disimulo. Ella notó ese escaneo de
parte del accionista y se puso nerviosa.
—Vaya, veo que la doctora Pinzón está poniéndose cada vez más linda—
comentó Daniel alzando las cejas.
Le contó cuál era realmente su situación económica. La pérdida que tuvo con
aquella inversión y el salir del Fondo lo dejaron prácticamente solo con los
ingresos de su parte como accionista de Ecomoda. Por lo tanto, necesitaba un
adelanto sobre el mismo y apelaba a Marcela para que hablara con Beatriz del
tema. Sabía bien que después de todos los encuentros desafortunados con la ex,
no estaba en la mejor posición para pedírselo.
Finalmente, Daniel decidió lanzarse solo al ruedo. Tal vez solo pedírselo no
funcionaría, así que, aprovechando la nueva imagen y lo bien que podía
conversar con la presidenta, se le ocurrió un plan. Se despidió de una
ligeramente distraída Marcela, le dejó su bom bom de frutas, como de costumbre
y salió directo a la presidencia.
— Doctora, Beatriz, seré breve, me gustaría hablar con usted sobre un tema muy
importante— mientras decía esto, observaba cómo ella no dejaba de teclear en
su computador.
— Lo lamento, doctor, pero en este momento como puede ver, estoy un poco
ocupada, además, en un momento tenemos comité— despegó la mirada y giró un
poco la silla para prestarle atención.
— Ya veo, doctora, sin embargo, lo que tengo que decirle me gustaría que lo
habláramos en otro sitio— esta vez se quedó mirándola fijamente.
—Por favor, doctora, cualquiera que la escuche diría que me está evitando. La
invito a cenar ¿Hoy a las 7:30 de la noche? — no quiso hacer más preámbulo.
Así era Daniel Valencia, directo, al grano. Sabía de antemano que no iba a
aceptar tan rápido, así que lo primero era sacarla de su zona de confort y ver si
podía defenderse en otros sitios que no fuesen Ecomoda. Pero no podía negar
que le maravillaba esa nueva Beatriz, su seguridad, su confianza y realmente era
muy atractiva. Su brillantez ya la conocía, pero era un perfecto equilibrio entre
todas.
— Sí, sí puedo a esa hora, doctor— Betty sabía que Daniel Valencia estaba
presentándole un reto y ella no le temía, además, no podía seguir evadiendolo,
tenía que dejar que hablara con ella.
Le sonrió falsamente por educación hasta que desapareció por esa puerta. Se fijó
en la hora. El comité estaba por iniciar y no había podido hablar con Marcela.
Decidió dejar las cosas así. Ya vería si después de almorzar tendría un espacio
para aclarar las cosas. Al menos ya había frenado al cuartel.
Fue entonces que cayó en cuenta de que Marcela se iría, necesitaba estar en
Miami para organizar todo lo de la bodega y Palm Beach. Lo había olvidado y
recordarlo solo sirvió para mostrarle que ese equipo de trabajo que quiso ser con
ella, ese que debía tomar las decisiones de Ecomoda y sacarla adelante, estaba
más cerca de diluirse que de armarse. No tenía caso aclarar nada. No quería una
respuesta. Al fin y al cabo, si Armando se iba por tanto tiempo, lo más probable
es que Marcela también se lo tomara para estar fuera. Cerró el documento sobre
el cual había estado meditando la situación y se recostó un poco en la silla,
estaba dejándose llevar por sus pensamientos cuando alguien abrió la puerta.
Catalina Ángel aparecía con una gran sonrisa. Betty se alegró solo con verla. Y
la invitó a seguir mientras se ponía de pie para saludarla. No estaba sola después
de todo, con Catalina y Nicolás saldría adelante, al fin y al cabo, ese fue el plan
inicial.
Le contó a Catalina cómo había sucedido todo hasta ese momento, incluso la
propuesta hacia Marcela. No hablaba de lo que le generaba, de lo bonitos que
ahora le parecían sus ojos o de cuánto admiraba su belleza ahora. No hacía falta,
Catalina había aprendido a conocerla y sabía que tanto hablar de Marcela era por
algo. Estuvo en silencio escuchándola, hasta que llegó el momento de irse.
Entraron a la sala de juntas cuando vieron que ya estaban todos allí excepto
ellas. Hugo Lombardi saludó efusivamente a Catalina desde su puesto, que en
realidad era el que debía ocupar Beatriz. Aprovechó para quejarse con Catalina
por las nuevas propuestas de la presidencia y cómo se atrevía a opinar de moda,
sin tener la autoridad para hacerlo, aplicando solo una experiencia personal. Sin
embargo, quedaron todos helados cuando Catalina habló.
— Pues me parece muy bien, Hugo, porque además fui yo quien la asesoró en su
cambio...
— Por favor, nada. Usted me llega a tocar y yo lo dejo buen mozo a cachetadas,
oyó. A ver tóqueme, tóqueme...
La situación ya era lo bastante tensa. Pero Beatriz no se iba a dejar hacer tal
desplante. No quedaba duda que debía recordarle al diseñador una vez más quién
era. Aunque no le gustara a él y aunque Marcela de retorciera por no seguir sus
recomendaciones. Si pensaba que la seguiría tratando mal o humillando, se
equivocaba.
Apenas si le dió una mirada rápida a Marcela, que no salía de su estado de shock
ante las palabras de Beatriz. Ese último comentario los dejó a todos
sorprendidos, pero a ella le demostró que sus sugerencias no servían de nada.
Beatriz no se iba a quedar paralizada ante los ataques de Hugo.
La respuesta
El comité dio inicio con el tema principal. Se daba visto bueno a la propuesta de
Beatriz y después de presentar los análisis sobre la propuesta de Armando,
también se dio vía libre. Marcela estaba demasiado callada. Ni siquiera había
hablado acerca de su viaje. Cuando Betty la miraba, la encontraba centrada en
los documentos del comité, incluso llegó a sentir que la ignoraba.
Como Betty debía ser bastante atenta a lo que los demás, no tenía mucho tiempo
para fijarse en Marcela, sin embargo, aprovechaba los momentos de revisión de
cifras para dedicarle una sutil mirada. Pero por otro lado, alguien sí tenía la
libertad total de centrarse solo en las dos y lo hizo. Catalina estaba realmente
entretenida viendo ese intercambio, Marcela realmente si estaba prestando
mucha atención a Beatriz, pero era como si intuyera cuando ella volteara y
entonces disimulaba poniendo sus ojos en los informes. Incluso hubo un
momento en que sonrió un poco al escucharla, es como si se hubiera quedado
atrapada en las palabras de Beatriz, como si la admirara.
Pero esos solo eran los juicios de Catalina, conocía a Marcela y probablemente
solo estaba dejando volar su imaginación alentada por la conversación anterior
con la presidenta. Para Catalina, no es que pareciera difícil que Beatriz fuese
atractiva o que le llegase a gustar a alguien, por el contrario, ahora incluso
llegaba a ser una persona más deseada que antes. Solo que ¿Marcela Valencia?
Sabía que era una buena persona, un buen ser humano, pero ellas eran enemigas
naturales, era su rival directa. Sonrió para sacarse ideas de la cabeza ya siguió
prestando atención al comité. A veces se dejaba llevar por su imaginación,
pensó.
Decidió retomar ese equipo de trabajo propuesto por ella. Sabía que podía
aprender mucho más de Ecomoda con ella, al menos de lo financiero y que
también le podría enseñar cómo se manejan los puntos de venta. No estaba
siendo consciente de que poco a poco, ese odio que sentía por ella estaba siendo
reemplazado por pensamientos hacia el futuro, ninguna de las dos estaba siendo
totalmente consciente de lo que les sucedía. Cada una estaba hundida en su
tragedia personal y compartida, pero no sé fijaban en que el pasado, si bien dolía
y no era periódico de ayer, estaba alejándose paso a paso. El presente empezaba
a pesar más, a necesitar más la atención de cada una y ellas tenían el presente en
frente ¿Sería ese también el futuro?
El comité finalizó y Marcela, aunque estuvo lejana, no olvidó que debía hablar
con Catalina. Armando salió con Mario de la sala de juntas, debían ultimar
detalles de sus respectivos viajes. Gutiérrez y Nicolás pasaron a sus respectivas
oficinas. Catalina vio cierta tensión en las dos mujeres y le dijo a Betty que la
esperaba en presidencia, Marcela aprovechó.
—Cata, antes de que te vayas ¿podrías pasar por mi oficina? — le dijo mientras
se levantaba ligeramente de la silla.
La respuesta II
Catalina asintió y voló para desaparecer de esa sala. Marcela estaba a punto de
irse, sabía que Beatriz se había quedado para decirle algo, pero al ver que no le
pedía que se quedara se decidió a salir. Entonces, Betty habló. No pudo
contenerse.
Marcela estaba por cruzar la puerta cuando la escuchó y volteó con gesto de ¿Y
ahora qué?
Betty sabía que estaba actuando por impulso, que en realidad quería decirle ya
que todo estaba aclarado. Su decisión de no decirle nada se esfumó en cuanto vio
que ella se iría y no había hablado de su viaje, de su propuesta, de nada. Se
quedó un momento con la mirada gacha y luego levantó la cara, se acomodó
innecesariamente las gafas y lo soltó:
— Yo... Mire, es que...— se sintió tan nerviosa al verla parada frente a ella, con
la mirada fija, mientras se mordía la parte interna de la mejilla, se sintió de
repente intimidada, nada que ver con la seguridad que había mostrado en el
comité, se apresuró a continuar para no hacer más incómodo el momento — solo
quería decirle que todo está controlado y aclarado con el cuartel. Le juro que
jamás volverá a escuchar algo como lo que oyó.
Marcela asentía y la mirada con los brazos en jarras,por debajo de su traje gris
abierto. Era una imagen divina. Se veía dominante y sumamente atractiva.
No dijo nada más. Beatriz entonces advirtió que no habría respuesta. Se pegó
una cachetada mental por dejarse llevar por su arrebato.
— No, nada más — su molestia era evidente. Eso último lo soltó con desdén—
Permiso—.
—Doña Marcela...— Betty no sabía qué decir, estaban más cerca que nunca
antes, estaba nublada, apenas si podía sostenerle la mirada.
Beatriz se sintió cautivada. Era todo, el espacio, la cercanía, esos ojos brillantes
de picardía, esa voz... Asintió y dejó asomar una ligera sonrisa mientras
respondía.
— Sí, doña Marcela, somos un equipo.
Beatriz quedó en el mismo sitio por un buen tiempo. Intentaba asimilar todo lo
que acababa de pasar. No lo entendía, no sabía cómo ni por qué tan rápido es que
la situación se estaba tornando tan diferente. Respiró varias veces y se tocó lad
mejillas para ver si el sonrojo por fin había pasado. Inmersa en sus pensamientos
se fue a su oficina, donde una expectante Catalina la esperaba.
En cuanto entró, Catalina supo que algo había pasado. No algo malo, porque
entró emanando una energía sumamente fuerte, muy alta. Es como si Marcela la
hubiese puesto de mejor ánimo.
— Qué pena, doña Catalina, es que doña Marcela y yo teníamos que hablar lo
del cuartel— no miraba a Catalina a la cara, pero sus movimientos para todo
eran sumamente ágiles y precisos y eso lo notaba muy bien la relacionista.
— Nada, pues le dije que ya todo estaba aclarado y que no se preocupara más
por las habladurías del cuartel por eso no iba a volver a suceder...
— ¿Y sobre la propuesta? Sobre ustedes ... Como equipo de trabajo — cuestionó
con toda la intención.
Betty de repente le esquivó la mirada y fingió buscar algo en la pantalla de su
computador. Era tan evidente que la ponía nerviosa, se delataba sola. Catalina
sabía que algo había sucedido, si no, Betty no estaría así.
Marcela estaba sentada en su escritorio, sentía una energía vital que corría por su
cuerpo. Era como si de repente el estrés de los últimos días se hubiese esfumado
y le diera paso a cierto sentimiento de euforia que la hacía sentir renovada.
Acaba de tocar a Beatriz, deseó besarla y estaba tan confundida con esos
arrebatos suyos, se desconocía totalmente. No le parecía creíble todo, no se
sentía preparada para aceptar que ella, precisamente ella... Tal vez, le gustaba...
Unos golpecitos en la puerta interrumpieron sus pensamientos. Invitó a seguir y
Catalina pasó.
— También quiero dejarte algo claro, Marcela— esto se lo dijo aún con más
seriedad, Marcela solo asintió — evidentemente te habrás dado cuenta que Betty
no es la misma que conociste y me alegra mucho verla donde está ahora, no solo
por su presidencia, que además era lo más justo, también la persona que ahora
es. Yo sé quién es Betty y conozco su trabajo, su tenacidad, su fuerza y ojalá,
deseo realmente, que su equipo de trabajo funcione. Lo que sí, Marcela, es que
espero que no le hagan más daño aquí y me refiero a lo personal — no titubeó
ningún segundo y alzó las cejas al mencionar las últimas palabras.
Marcela sintió un vacío en su estómago ante las últimas palabras, pero reaccionó
rápidamente. No había nada realmente, simplemente miradas e interacciones sin
importancia, así que no debía temer.
Salió de allí con una sonrisa en los labios. Le sorprendió mucho que no hiciese
comentarios negativos hacia Beatriz, solo estuvo tratando de evitar que ella
sacara a la luz todo. Indudablemente lo que sea que estuviera pasando, estaba
dando pasos rápidos.
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Llegó la hora del almuerzo y aunque Beatriz quiso evitarlo, no pudo. Se
reunieron con el cuartel y pidieron almuerzo del corrientazo a la sala de juntas.
Fue entonces cuando Freddy llegó con los almuerzos que Aura María pilló sin
querer la foto de Beatriz con Michel en su cartera y bueno, ya una vez generada
la curiosidad del cuartel, lo mejor era saciarla. Les contó todo, incluído su
proceso de transformación y cómo conoció al Adonis que aparecía tan cariñoso
con ella en aquella foto. El cuartel escuchó cada parte de la historia y terminaron
llorando. Era como un sueño, una fantasía. Terminaron el almuerzo, la verdadera
razón que las había reunido ya empezaba.
— Hable a ver que nos tiene con una intriga, mija— dijo Aura María
emocionada.
— Uy, sí, Mariana, hable que nos tiene en ascuas con la cara que puso— Sandra
estaba casi inclinada sobre la mesa para tratar de descifrar las cartas.
— Ay, ya, qué sirirí el de ustedes. Esperen que las cartas se interpretan.
— Pero debe haber algo muy bueno, porque hace rato a usted no la sorprendía
una tirada— le dijo Sofía.
— Ay, Betty, mire, está línea de cartas de arriba es su pasado, lo que muestran
las cartas es que hubo un amor muy grande en su vida. Ese que la cambió,
bueno, eso no es nada nuevo, eso yo ya se lo había dicho. Pero también veo que
dejó mucho dolor en usted y que hay muchas cosas por aclarar y por decirse
entre los dos— la miró con cara de pena. Betty solo respiró y se acomodó en la
silla.
— Ese fijo es don Armando, mija, por eso le hizo cacería el otro día que salimos
— dijo Aura María seria.
— Pues sí, yo creo que sí, aunque no entiendo qué hay que aclarar, para mí todo
está muy claro— dijo Betty un tanto nerviosa.
— Vea, Betty, tal vez hayan cosas que usted no sepa, pero eso sí, las cartas dicen
que esas cosas van a salir a la luz y pues Betty, él no la olvida, mire esta carta —
la señaló — la piensa mucho, pero está sólo, es un hombre solitario...
—Ah, no, entonces no es don Armando porque él sigue con doña Marcela—
replicó Bertha— además ese solo, jamás, siempre tiene de dónde echar man...—
se fue callando al ver cómo todas la miraban.
— Tranquilas, muchachas, yo más que nadie lo conozco, así que eso no sería
raro— interrumpió Betty.
— Vea, Betty, esta otra línea de cartas es su presente. En su presente, veo mucho
éxito, pero también algunos conflictos del pasado que no terminan. Pero, por
otro lado Betty ...— su tono de voz de pronto se tornó emocionado y de
expectativa, Betty la miraba sin entender — esta carta de aquí habla del amor,
del amor genuino, es más, esta carta no le salió la última vez ,esta carta sale
cuando esa persona realmente será con quién uno compartirá gran parte de su
vida. Yo veo aquí mucho amor.
Todas rieron y Mariana les pidió silencio, sin faltaban cosas por decir.
— Vio, mija, es don Armando, ese no la va a dejar en paz, vea que él perdió la
presidencia, cancelaron el matrimonio...
—No, Aura María, no es él, se lo digo yo— la cortó Mariana — ¿Será que me
dejan terminar?
— Perdón, mija, pero es que está emocionantísimo— río Aura María y luego
hizo silencio, expectante ante tal lectura.
Mariana continuó y notó que Betty ahora estaba mucho más conectada en la
lectura, más interesada quizás.
— Ahora, Betty, tiene que entender algo. Este presente suyo va a definir su
futuro, según la decisión que usted tome. Porque el destino está en sus manos,
amiga. Aquí hay claro que usted también amará mucho a esa persona, que es
como un amor libre, Betty, sin pretensiones, sin mentiras... Aquí hay alguien que
va a permitirle a usted sopesar la situación y va a abrirle un camino para que
usted tome una decisión definitiva. Es alguien que viene con posibilidades para
usted, pero como le digo, la decisión y el destino de ese amor, está sólo en sus
manos.
— uy, Betty, pero deje uno, mija— dijo Aura María— qué tal ese montón de
triplepapitos que tiene comiendo en la mano.
— Pues no sé, muchachas, son muchas cosas, don Armando, Michel... — tuvo la
intención de mencionarla, pero cayó en cuenta de dónde estaba y de lo
prematuro que era hacerlo— Bueno, muchachas, ya vámonos a trabajar que es
tarde. Además tenemls mucho qué hacer.
Salieron todas de sala de juntas hacia sus respectivos puestos de trabajo. Beatriz
se fue a su oficina, se tomó unos minutos, encerrada en el baño de su oficina y
mirándose al espejo, para poder procesar la bomba que acababa de soltarle
Mariana.
Pero no pudo quedarse mucho tiempo, la voz de la morena la llamó a través de la
puerta, Betty espabiló y se apresuró a salir.
— Betty, pasan muchas cosas, quiero que hablemos de algo... Es algo que salió
en la lectura y que no sentí que debía decir delante de todo el cuartel...
La Emperatriz
Mariana y Betty tomaron asiento, una en la silla de presidencia y la otra, del otro
lado del escritorio.
— Vea, amiga, yo primero que todo le quiero pedir disculpas porque no sé hasta
qué punto esté siendo atrevida con su intimidad. Pero Betty, pues al fin y al cabo
usted debe entender que en la lectura de cartas una se da cuenta de cosas y pues,
es como un libro abierto sobre la persona.
Betty se asustó, pero entendía a qué se refería Mariana.
— Mariana, tranquila, cuando accedí a la lectura de cartas era porque no tenía
nada que ocultar. Además, yo confío en usted y sé que usted jamás me diría
mentiras o algo por el estilo. Vea lo que pasó con don Armando, usted me lo dijo
mucho antes...
— Pero no se lo dije todo, Betty y no sé hasta qué punto pueda decir si me
equivoqué en ese momento o si lo hice bien, yo solo me dejo guiar por mis
ancestros...
— ¿Cómo así, Mariana? Por favor, hable...
Mariana sacó una carta, una carta que Betty vio en la lectura de hace un
momento, la miró y luego le hizo cara a Mariana de "no entiendo". Mariana
respiró.
— Betty, esta carta usted la vio ahorita, pero no es la primera vez que sale.
Aquella vez en el corrientazo también salió. Pero salía un tanto lejana, como una
posibilidad en el futuro. Esta carta es la de la emperatriz y es la carta que más
resalta de su presente. Así que las decisiones que usted tomó la llevaron a este
destino. Esta carta representa a una mujer —Betty se enderezó y miró a Mariana,
sintió un poco de temor— tranquilaaa, Betty— le tomó la mano — amiga, solo
estamos las dos aquí y solo lo sabemos las dos, no se preocupe, yo no voy a
decir nada, si no fuese así, habría explicado todo delante del cuartel...
— ¿Usted está segura, Mariana? Es que no... No sé, todo es tan... Tan confuso...
— Tan segura que va a tener que calmarse y dejarme terminar.
— Sí, sí la conozco, creo saber quién es— admitió Betty con el estómago
tensionado.
Mariana le sonrió.
— Pues amiga, pilas, porque ella no está pasando por el momento, cómo le dije,
está muy triste. Pero la piensa. Veo aquí que es una mujer un poco mayor que
usted, es elegante... En fin, usted ya lo sabe y eso es importante, porque además ,
amiguita, usted debe finiquitar todo con dor Armando, las cartas ya le dicen que
lo que pasó es eso, pasado, ahí no hay nada más. No dejé que el destino se le
tuerza, no permite el desequilibrio, Betty, luche contra ese sentimiento que tiene
hacia él y siga adelante, porque algo mucho mejor está por venir. Eso es todo,
amiga.
—Gracias, Mariana, gracias de verdad por todo, por todo y por su prudencia,
usted se merece lo mejor de este mundo.
Sin embargo, Betty no contaba con que Armando y Mario oirían el intercambio
de palabras del chófer con la secretaria de presidencia. Al escuchar el nombre
del restaurante, los sentidos de alerta de Armando se despertaron, eso no era una
reunión casual de negocios con la presidenta de Ecomoda. Los celos y la ira lo
invadieron, de solo pensar que aceptara si quiera reunirse con su enemigo
acérrimo después de lo mal que siempre la trató. No podía quedarse de brazos
cruzados sabiendo que se iría por mucho tiempo y que Daniel perfectamente
podría empezar a cortejarla, teniendo el camino libre. Se fue a la salida de
Ecomoda, otra vez estaba dispuesto a seguirla.
Salieron al tiempo hacia sus respectivos autos que estaban parqueados uno junto
al otro. Marcela ya se había enterado de la nueva adquisición de la presidenta
porque Patricia se lo contó. No le dio mucha importancia en ese momento, pero
ahora aprovechó y le dijo en voz alta antes de abrir su puerta.
Betty sonrió y quitó los seguros con el mando del carro, al abrir la puerta le
respondió.
- Sí, así es- le sonrió mientras ponía las manos sobre el techo y apoyaba su cara
en ellas. Se veía adorable y sonreía de manera coqueta. La conversación con
Mariana la hacía sentir que podía comportarse de esa manera.
- Pues la felicito, es muy bonito, ese color le sienta muy bien - se giró para abrir
su carro, pero entonces cayó en cuenta que no había sacado las llaves. Rebuscó
nuevamente en el bolso y se dio cuenta que no las traía. Betty lo notó y decidió
que era mejor irse.
- Hasta mañana, doña Marcela - le dijo y Marcela volteó un tanto distraída para
despedirse.
- Hasta mañana, Beatriz- respondió mientras se devolvía a Ecomoda.
Beatriz no prestó más atención y se subió para ir al encuentro.
Desde el otro lado de la calle, Armando veía aquel extraño cruce de palabras
entre ellas, le pareció extraño, pero no le prestó mucha atención. Tenía un
objetivo y no podía desviarse.
Cuando Marcela entró nuevamente a Ecomoda tocó el bolsillo de su chaqueta y
sintió las llaves. Se reprendió mentalmente por ser tan dispersa, pero debía
admitir que Betty le estaba robando la atención, antes de salir vio a través de la
ventana como las luces de un carro que ya conocía se encendían y emprendían el
camino que hace poco había tomado Beatriz.
Sintió que todo se le bajaba a sus pies. Imaginó miles de escenarios es un
microsegundo y apenas reaccionó corrió a su auto. No podía ser que nuevamente
Armando estuviera tras de Beatriz. Encendió el motor y arrancó en la misma
dirección que los demás.
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Beatriz llegó a Volterra, estacionó y se dirigió al interior del restaurante. "Vamos
a ver qué quiere, doctor Valencia" se dijo mentalmente. Preguntó y le indicaron
dónde estaba el accionista.
Betty se encaminaba a la salida del restaurante con una sonrisa triunfante, pero
con enorme afán de llegar a su casa. Pero alguien apareció en su camino.
-¿Será que tienen una cita?- pensaba y comenzó a rascarse la cien mientras
observaba a su alrededor. Cuando vio el auto de su hermano ya no supo qué
pensar. Era una locura todo. El anfitrión del restaurante la reconoció y se le
acercó.
- Señora Valencia, ¿Le puedo ayudar en algo?
Marcela apenas si lograba hilar ideas , se sintió en blanco, no sabía qué hacer.
Al menos no era una cita, por lo visto. Entonces vio como Beatriz iba a salir,
pero Armando se interponía en su camino.
- Hágame un favor, quiero una de las mesas de afuera y un whisky, la mesa más
oculta. No quiero que me vean - le dijo con seriedad.
Su corazón latía demasiado rápido, su mente iba a mil por hora. Tenía nervios,
rabia, dolor. Pero sus ojos no podían separarse de esa escena.
Puso observar cómo Armando estaba tenso, lleno de ira y sus movimientos eran
de reclamo. La cara de Beatriz era de sorpresa y luego de evidente molestia. Le
respondía con desdén y Marcela no sabía cómo interpretarlo. Armando seguía
haciendo gestos, algo le decía sobre la cabeza y Beatriz solo lo miraba y habla a
con contundencia.
Marcela estaba tan concentrada que no siquiera agradeció el whisky, solo le dió
un trago y siguió observando la escena. Estaban en una discusión, era evidente.
Quiso morirse cuando vio cómo Beatriz tomada del brazo a Armando y lo
arrastraba hasta la barra, hasta que entendió la razón. Daniel salió y Beatriz
quería evitar que los vieran o quizás quizás un desastre. Eso le complicó la
visión. Solo podía ver a Armando hablándole, con una cara y expresión que ella
conocía. Era la expresión de enamoramiento de Armando, era la cara que le
hacía en aquellos primeros años de felicidad donde quedó atrapada y eso la
hería. Cada gesto y expresión siguiente eran como cuchillos que le arrancaban la
piel a tiras. Sus ojos inevitablemente se llenaron de lágrimas y empezaron a
brotar y ojalá hubiese parado todo ahí, pero no, vio como Armando se acercaba a
ella con la clara intención de besarla y, entonces, el rostro de Beatriz se asomó
de perfil en claro rechazo de aquel gesto. Su corazón se detuvo, sintió que le
faltaba el aire, pero siguió torturándose mientras se limpiaba las lágrimas con el
dorso de la mano. Observó cómo él se alejaba y le decía algo antes de marcharse
definitivamente de allí. Salió furioso, con pasó enérgico, se montó a su carro y
arrancó con fuerza. Estaba tan abstraída mirándolo que no se fijó en lo afectada
que estaba Beatriz por esa cercanía.
Beatriz estaba vulnerable, quería llorar, quería salir corriendo y esconderse, dejar
de sentir y sentir. Salió del lugar y se dispuso a esperar que le trajeran su carro.
-Beatriz...
Empatía
Beatriz sintió un vacío en su estómago al oír esa voz detrás suyo. Volteó
rápidamente mientras bajaba el celular de su oreja y constantó que era real.
Marcela Valencia estaba frente a ella, con los ojos llorosos y la mirada turbia.
- Doña Marcela, ¿Qué hace aquí? - le preguntó rápidamente, se llevó una mano a
la frente - yo, le juro que no sabía que él iba a llegar, fue su hermano quién me
citó y...
- Lo sé, lo vi todo- y ese "todo" le dolió tanto que tuvo que contener las ganas de
llorar y reprimir el sollozo. No iba a llorar delante de ella.
Betty cerró los ojos y se sintió demasiado mal. Los abrió y la miró, al final ella
había logrado controlarse, no dejarse llevar e incluso estaba a punto de llamarla
para decirle que necesitaba hablar. Había decidido hacerlo en ese instante,
porque no sabía si al despertar al día siguiente cambiaría de decisión.
Marcela abrió los ojos y la miró, sentía que iba a morirse, no podía controlarse,
apenas si podía hablar.
Beatriz la alcanzó y la tomó del brazo, era evidente que no estaba bien, se veía
pálida y temblorosa.
- espere, por favor - logró detenerla y se puso frente a ella - usted no está bien,
míreme - trató de buscarle la mirada, pero ella la rehuía - ¡míreme, por favor! - le
ordenó y Marcela obedeció.
- Beatriz, no... Quiero irme- le dijo con un hilo de voz mientras sentía el calor de
la mano de la presidenta.
- No, lo siento, pero no, usted no puede irse así - le tomó la otra mano y
constantó que estaba igual de fría, las guardó entre las suyas para tratar de
calentarlas - mire cómo está, yo no voy permitir por nada del mundo que usted
se me vaya de esta manera, no me lo perdonaría...
Marcela no quería mirarla más. Sentía vergüenza y tristeza de que tuviera que
ella, precisamente ella, estar ahí y verla en ese estado tan lamentable.
- déjeme ir, por favor, yo pido un taxi , pero déjeme ir- en ese momento sólo
miraba cómo las manos de Betty hacían presión y calor sobre las suyas.
Marcela estaba viendo al frente, con su cartera en las piernas y los brazos
cruzados sobre su pecho, aprovechó y en un movimiento rápido se estiró un poco
para abrir la guantera, sacó una botella de agua y cerró el cajón. Se la ofreció a
Marcela, con una sonrisa comprensiva, y la gerente estaba un poco sorprendida
con aquella cercanía, solo la recibió mirándola un momento a los ojos.
- sí, hoy descubrí que me gusta escuchar música mientras conduzco - comentó
Betty con serenidad. En realidad era tan tenso todo, pero ella debía mantener la
calma y la cordura mientras llegaban a la casa. No era buena anfitriona, no sabía
qué decirle, así que solo se le ocurrió eso.
- Sí, está bien- Marcela sonrió ante el absurdo presente que tenía. Se distrajo un
poco de sus pensamientos - ¿La pongo? Digo, pues usted está conduciendo y yo
solo aquí...
Se permitió sentirlo y dejar que brotara. Beatriz vio el momento en que aquellas
lágrimas se escurrieron por sus mejillas y sintió que le ardía la sangre. Esas
lágrimas tenían un nombre, ese dolor tenía un autor, un culpable. El mismo
hombre que amó, que amaron, que aún a ella lograba debilitarla. Mirarla a ella
era recordar aquella vez que encontró esa carta y sintió que el mundo se le vino
abajo. La comprendía, sentía ese dolor como si fuese el suyo, así como también
sentía impotencia por no poder evitar que ella lo amara y padeciera por él. Pero
al final, ella también sintió eso. Sufrir el amor de Armando Mendoza era una
constante que debía terminar.
Marcela lo sabía, pero no quería hablar para que no se le saliera el llanto. Tragó
saliva y habló.
- Dos calles adelante, a la derecha y luego hasta el fondo - logró que le saliera
medianamente natural.
Betty siguió las indicaciones hasta que llegó al final de la carretera donde un
imponente edificio se vislumbraba.
- Descanse, por favor, no olvide que nos veremos mañana - le dijo Betty
mientras veía como Marcela acomodaba su bolso.
Marcela pudo haberse bajado sin más, pudo decir un "por supuesto" y marcharse
a enfrentar el infierno con Armando, pero un deseo irrefrenable de su corazón la
detuvo y ella simplemente ya no pudo contenerlo, su estado anímico lo pedía, lo
necesitaba. Se volvió en un abrir y cerrar de ojos y envolvió a Beatriz en un
abrazo sorpresivo.
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Este capítulo me costó un poco porque sentía que eran tantas emociones que me
iba a quedar corta describiéndolas.
Sabía que Armando ya estaba porque el portero del edificio se lo había dicho.
Estaba recostada en una de las paredes del ascensor mientras ascendía hacia su
apartamento. No sabía por dónde empezar o si quiera, dar la pelea. Estaba un
poco más tranquila, su ansiedad había disminuido un poco, pero seguía presente.
Cuando se abrieron las puertas vio un vaso de whisky sobre una mesa y el saco
de Armando en uno de los muebles.
Marcela deslizaba su dedo por el borde del vaso y no quitaba la mirada de sus
movimientos. Pasó un rato así. Meditando sobre qué hacer o por dónde empezar.
— ¿Por qué lo hiciste, Armando? ¿por qué fuiste a buscarla? — soltó de repente
mientras clavaba sus ojos en él.
Eso le desbloqueó la ira contenida, pero mantuvo la calma. No podía creer tanto
descaro.
— Sí, te seguí cuando me di cuenta que estabas persiguiéndola. Porque
obviamente también vi que ella estaba con Daniel y no contigo.
Era tan claro todo y tan doloroso a la vez. Era el fin anunciado. Ya no había ni
siquiera un afán por disputarse la razón o la culpa. Pensó que no podía sentir más
dolor, pero era mentira, lo sentía, lo sintió, le quemaba, casi la ahogaba. Era la
pérdida inminente.
— Porque al menos te debía eso. Porque no esperé que ella volviera. Porque tú
me dabas estabilidad, algo seguro ...
Marcela lo entendió entonces. Todo siempre era él. Lo que él sentía, lo que él
quería, lo que él necesitaba. Ella solo era alguien que procuraba llenarlo en vano.
Debía ya doblegar su orgullo y aceptar la derrota. Una vez más.
— Yo quiero parar ya. Es... Tan evidente que no me amas. Es tan humillante,
Armando. Jamás en mi vida pensé que llegaría a este punto por ti. Estaba tan
ciega. Te perdoné, te recibí una y mil veces. Olvidé tus infidelidades y seguí
adelante con el sueño de ser tu esposa...
— Qué forma tan particular de amar la tuya, Armando Mendoza. Qué idea tan
absurda tienes del amor. Madura, por favor— soltó las palabras lentamente.
Armando notó cómo ella lo miró por unos instantes y salió de la habitación.
Cerró los ojos para ver si el cansancio lo vencía y podía conciliar el sueño. Al fi
y al cabo ya tendría dos meses para tomar una decisión y terminar con esa
pesadilla para ella.
Marcela se metió en la cama del otro cuarto y se arropó. Cerraba los ojos
tratando de conciliar el sueño, pero no podía, estaba muy cansada, sí, pero su
cabeza no la dejaba en paz. Muchas ideas la rondaban y una es particular parecía
no irse. Lo pensaba y lo pensaba, sabía que era bueno, tal vez no lo mejor, pero
lo necesitaba, además, estaba en los planes.
Salió de la cama y se fue al estudio. Desde allí arregló todo. Agradeció que le
atendieron las llamadas. Luego, fue a su cuarto, Armando ya estaba profundo.
Buscó una maleta mediana y metió algunas prendas sin prestar demasiada
atención y tratando de hacer el menor ruido posible. Llevó la maleta a su
habitación y luego volvió al estudio para dejar los papeles listos. Ya estaba. No
era más sino esperar el amanecer.
Betty apenas pudo dormir. Pasó casi toda la noche con Marcela en su cabeza.
Cuando se quitó la ropa para ponerse la pijama, sintió el aroma de Marcela en
ella y tomó el saco rojo para aspirarlo y llenarse de esa fragancia elegante.
Además de eso estaban las palabras de Armando, su promesa de olvidarla. Esa
debilidad que aún le generaba la atormentaba. Se sentía culpable por eso, por
sentir que el corazón le latiera tanto al tenerlo tan cerca. Se prometió empezar ya
a erradicar esos sentimientos y dar paso real a su presente , a ese que Mariana le
había augurado en las cartas. Por eso, en cuanto se levantó, más temprano que
los días anteriores, se fue a Ecomoda.
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Marcela y Armando estaban en el aeropuerto a punto de despedirse para cada
uno seguir su camino. Marcela estaba decidida a permitirse empezar de nuevo.
Por supuesto que estaba triste, por supuesto que el sentimiento de pérdida no la
abandonaba, pero de pronto se sentía renovada y con ganas de enterrar ya todo.
Armando paró para desviarse hacia su sala. Apenas si habían cruzado palabras
durante la mañana y ya llegaba la hora del adiós.
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Beatriz tenía todo listo. Las carpetas para las dos ordenadas. Había pedido agua
y café a cafetería y se había retocado un poco el maquillaje. Daba vueltas por la
oficina intranquila y nerviosa. Quería hacerla sentir bien después de la noche
amarga que vivió.
— Ahhh, bueno, Freddy, gracias — miraba el sobre blanco con una elegante
caligrafía que adornaba su nombre, se le hizo ligeramente conocida.
Hola, Beatriz
Probablemente cuando esté leyendo esto me esté odiando por dejarla plantada
con la cita que teníamos para evaluar nuestro plan de trabajo. Lo siento mucho,
en verdad, pero sabrá que, después de lo sucedido, es necesario que tome
distancia de muchas cosas. Me hubiese encantado empezar a trabajar de su
lado, aprender de usted tantas cosas, porque debo reconocer que Ecomoda no
puede estar en mejores manos y eso me tranquiliza.
Me voy con la certeza de que usted sabrá mejor que yo lo que hay que hacer. Me
voy con la esperanza de un nuevo comienzo y con el anhelo de regresar con más
fuerza. Quiero que sepa que estaré en Miami para hacer lo que acordamos y
que no sé cuánto tiempo me tome, será el necesario para mí y para que las cosas
cambien.
Le deseo mucho éxito en las decisiones que tome y sepa que cuenta con todo mi
apoyo. Espero que podamos vernos pronto y retomar nuestro equipo. Hubiese
preferido despedirme de otra manera, pero ya las cosas se dieron así, de todos
modos, espero que con esta carta pueda llegarle un abrazo tan reconfortante
como el que nos dimos.
Adelante, Beatriz.
Deseo volver pronto.
Sinceramente:
Marcela Valencia.
Beatriz terminó de leer con los ojos vidriosos. Su corazón latía lento. Trataba de
entenderlo y lo comprendía. Entendía ese anhelo de tomar distancia para sanar,
para perdonar. Coincidía con ella en que ojalá hubiesen podido verse y
despedirse de otra manera. Pero aún le quedaba el recuerdo de ese abrazo que se
dieron la noche anterior.
Sonrió con tristeza al detallar la carta. Era una letra tan estilizada como lo era
Marcela Valencia. Eran sus palabras, su forma de hablar ahí plasmadas.
Pensó que quizás era lo mejor. Estaban sucediendo tantas cosas en tan poco
tiempo que lidiar con todo podía confundirlas. Suspiró hondamente y se permitió
sentir un poco de tristeza por su ausencia.
No había caído en cuenta que su angustia estaba centrada en ella. Armando cada
vez más se iba desplazando de su cabeza y daba paso a la hermosa Marcela.
Había pasado una semana desde aquel día. Las cosas en Ecomoda iban bien,
Beatriz podía con todo gracias al apoyo de Nicolás y todo su equipo de trabajo.
El cuartel se portó a la altura para ayudarle a llenar los vacíos que dejaba el
trabajo que realizaban Marcela y Mario. Bueno, la excepción era Patricia, pero
eso era algo que no le interesaba. Sin embargo, aunque tenía ese apoyo, eso no
evitaba que sintiera mucho estrés y presión sobre sus hombros. Los últimos días
su humor fue inestable, dormía poco, apenas si comía y trabajaba de sol a sol.
Llegaba a la casa y solo hablaba de trabajo y su primer pensamiento todos los
días era el mismo.
Sí, habían momentos del día en los que Marcela llegaba a su cabeza. A veces le
entraba el pensamiento de ir a su oficina para recordarla allí sentada. A veces,
pensaba en llamarla con la excusa de preguntar algo de los puntos de venta, pero
se sintió invasiva. Era mejor así, aunque le pesara un poco la ausencia de ella.
En otras ocasiones pensaba en Armando y su historia. Ahora veía todo con más
claridad y aunque él le jurara que la amaba, eso no cambiaba el pasado y la
intencionalidad con la que la enamoró. Aún lo amaba, no con la misma
intensidad, aún sentía inquietud por él, pero el peso de las circunstancias era
mayor. Era el hecho de que hubiera elegido lastimarla después de todo lo que
ella había hecho por él. Y reconocía su culpa en todo, pero no había lugar para
más. El sufrimiento había acabado y ahora estaba trabajando en liquidar ese
sentimiento con fuerza.
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Marcela se paseaba por la bodega en Miami supervisando que todo estuviera en
orden. Al contrario de Beatriz, cada día despertaba con más ánimo y energía
para continuar. Sin embargo, en las noches llegaban los pensamientos, el
desborde emocional, los recuerdos, el pasado. Pero esta vez era diferente, había
un impulso en su interior que la motivaba y a parte de eso, había empezado a ir a
terapia, solo llevaba dos sesiones, pero eso era un aliciente.
Ese día sería su tercera sesión. Así que se apresuraba a dejar todo listo o en
proceso para poder salir con tiempo. Estaba asistiendo recurrentemente porque
no sabía cuándo volvería a Colombia y quería aprovechar el tiempo con la
psiquiatra. Una mujer que conoció en Italia mientras estudiaron diseño con
Hugo.
Hablaron del mismo tema hasta que Marcela confesó que necesitaba hablar
sobre alguien y contó lo que había omitido decir sobre Beatriz y lo que le
generaba. La psiquiatra la escuchó todo el tiempo y sonreía, ya había advertido
cierto interés, mencionaba varias veces su nombre en las sesiones anteriores. Era
evidente que habían muchas heridas, cierta desconfianza hacia ella, pero en
general, hacia cualquiera de sus vínculos.
Si solo ese hecho era inverosímil, el sólo pensar que se sentía atraída hacia
Beatriz llegó a parecerle inaudito. Pero era la realidad y ese era su conflicto. No
sabía cómo terminó así, cómo es que la vida le había dado otra vuelta de tuerca.
Sabía que todo había iniciado con su regreso, la impresión que le había
ocasionado el ver su belleza, pero más allá de eso no se explicaba el por qué.
La sesión acabó con una conclusión. Marcela estaba sintiendo atracción hacia
Beatriz y no solo físicamente, encontrar un poco de responsabilidad afectiva en
ella, también le generaba un vínculo emocional, que si no tomaba con tacto y
con tiempo para pensarlo, podría caer en la dependencia emocional. Sin
embargo, había algo ratificado, alejarse de Beatriz no era una opción.
Simplemente debía encargarse primero de sí misma e ir cuidándose en su salud
mental, para poder permitirse conocerla realmente. No estaba mal sentir lo que
sentía cuando la tenía cerca, no estaba mal que pensara en ella, incluso, no
estaba mal que se comunicara con ella.
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El cuartel se reunió en el baño para tratar de encontrar la razón del malhumor de
Beatriz. La notaban con desánimo, con estrés y tristeza. Trataban de ayudar en lo
que más podían para paliar su estado de ánimo, pero no funcionaba. Llegaba
temprano a Ecomoda y era la última en irse. Iba a colapsar si seguía de ese
modo.
Aura María propuso que la sacaran de Ecomoda antes de tiempo con alguna
excusa. Tal vez una copa no era la solución, pero al menos la distraería. Le
mentirían sobre el verdadero plan, para evitar que se negara.
Para llevar a cabo el plan, enviaron a Sofía a su casa a preparar todo para cuando
llegaran. Entraron a la oficina de Betty y le mintieron diciéndole que Sofía había
tenido que irse a su casa porque se sentía demasiado mal y había estado
vomitando durante la tarde . Y que habian decidido ir todas a visitarla, ya que la
pobre estaba sola con sus dos niños.
Salió con ellas en su carro hacia la casa Sofía y pasaron por una farmacia. Todas
estaban demasiado satisfechas de haberlo logrado y mantenían el teatro hasta
que llegaran a casa de su amiga. Allí tendrían unos pasabocas, unas botellas de
licor y música.
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Disfruten la canción pensando en Marcela y Betty en esta historia.
Insistencia
Beatriz apenas podía creer que hubiese sido engañada de esa manera por el
Cuartel. Estaba sentada frente a Sofía, la cual estaba más saludable que nunca y
riendo a carcajadas por los comentarios de Bertha. Pero no tuvo de otra que
aceptar que no había sido la mejor persona los últimos días y que, tal vez no
estaba mal despejarse un rato.
- Oiga, pero ustedes se dieron cuenta que la peliteñida ahora anda en el carro de
doña Marcela para arriba y para abajo desde que fue a recogerlo en el
aeropuerto- comentó Sandra.
Todas asistieron.
- Ay, mija, eso es por esta semana que estamos recién pagados, espere dos días
más y verá que vuelve a llegar en bus- comentó Bertha y todas soltaron la
carcajada.
- Y si esperamos 2 días más empieza a llegar a pie- la siguió Sofía.
- A menos que empeñe el carro, a ver si por fin almuerza la pobre- dijo Sandra.
- Uy, Betty, mija, ya le están haciendo efecto los tragos- le dijo Aura María
riendo.
- mejor delire con el francés, con ese sí haga fiestas en su cabeza - Dijo Sandra.
Betty fue al baño y se mojó un poco la cara. No estaba ebria, pero sí mucho más
desinhibida.
- ¿Aló?
Marcela sonrió al escuchar esa voz. ¡Eureka! Hasta que por fin.
- Hola, Beatriz - dijo aún con la sonrisa pegada a su cara.
Beatriz pensó que ahora sí estaba alucinando y miró su celular. Constantó que
era una llamada real.
- ¿Marcela? Perdón¿Doña Marcela? - preguntó con un poco de emoción y
sorpresa.
Marcela sintió un cosquilleo en su estómago al escuchar que la llamara por su
nombre.
- La misma. Marcela Valencia.
La emoción invadió a Beatriz y sintió que su pecho se llenaba de alegría. Algo
que no había sido posible en la última semana.
- Qué sorpresa¿Cómo está? ¿cómo va todo?
- Bien, bueno, ya se imaginará cómo es esto. Pero bien, creo que estamos
avanzando rápido. Ya mañana termino las entrevistas para el personal
administrativo, al menos. Y la bodega va avanzando, aunque ya se imaginará lo
estrictos que son aquí con algunos requisitos.
- Sí, claro. Debemos ser cuidadosas con eso. Pero me alegra que todo esté
marchando bien. ¿y usted cómo está?
Marcela hubiese querido sincerarse más y decirle que pasaban muchas cosas,
que estaba yendo a terapia y demás, pero no, solo quería disfrutar de esa voz un
momento sin pensar en lo que la atormentaba.
- Bien, bueno, poco a poco, usted sabe. Pero avanzando- escuchó la algarabía en
la llamada, cuando el cuartel volvió a estallar en risas - ¿Está ocupada? Si quiere
mejor hablamos después...
- No,no, tranquila. Estamos en casa de Sofía con el cuartel que armó una trampa
para que me viniera con ellas para acá - rió un poco al recordar.
-¿ En serio? Y ¿Cómo así que una trampa? ¿Acaso la secuestraron?- preguntó
con picardía Marcela, ahora se encontraba disfrutando de escucharla tan animada
y miraba a la ciudad.
- No, nada de eso. Solo que en estos días he estado un poco estresada y pues
quisieron sacarme de la oficina para relajarme un poco, se inventaron que Sofía
estaba enferma y se había venido para la casa, hasta me sentí mal porque hemos
estado trabajando fuerte estos días - le contó toda la historia y hablaba con
facilidad, era el alcohol el que la hacía soltarse un poco - hasta que llegamos y
me di cuenta de todo. Y bueno... Aquí estamos charlando y tomando unos tragos,
creo que lo necesitaba y ellas también. La presidencia me está convirtiendo en
un ogro...
Marcela se rió ante tal comentario. Aunque también se sintió culpable, pues
sabía que haberse ido y dejado algunas de sus obligaciones en manos de Beatriz
la había sobrecargado.
Por su parte, Betty sonrió al escuchar esa risa. Incluso llegó a sonrojarse y
agradeció que no pudiese verla. Estaba recostada en el mesón de la cocina y se
movía como una adolescente enamorada.
- No diga eso. Nada más alejado de la realidad. Pero cuénteme ¿A qué se debe
ese mal humor? ¿está teniendo problemas?
- No, tranquilaaa. Todo va bien. Sí hemos tenido días pesados, pero nada fuera
de lo normal.
Marcela se cubrió el rostro con una mano ante tal declaración y se sintió feliz.
Beatriz lo estaba admitiendo. Le estaba declarando que la echaba de menos y eso
la afectaba. Su estómago se revolvía y su pecho se llenaba de calor.
- Me hubiese gustado tanto ver su cara en este momento, Beatriz. En verdad lo
deseo...- le dijo Marcela en un tono de voz casi susurrado.
Beatriz seguía callada y abochornada, pero con una sensación de euforia que le
recorría el cuerpo y no era por el alcohol alcohol. Era por ella, por esa voz que la
estaba descontrolando.
- Tal vez cuando sea el momento de que vuelva, se lo diga nuevamente...- Betty
se mordió el labio y también habló en voz baja.
Tal vez era la ventaja de no verse a la cara lo que les estaba permitiendo ser tan
abiertas una a la otra. Además del alcohol que recorría el cuerpo de Beatriz y la
distancia que las separaba.
- Entonces ya tengo una razón más para esperarla- le replicó Beatriz y de tapó la
boca en un gesto coqueto.
Aura María advirtió ese nerviosismo en Betty y ese brillo en los ojos. Era
evidente que estaba hablando íntimamente con alguien. Se esperanzó en que no
fuese don Armando quien la estuviese acechando de nuevo.
- Sí, Aura María, déjeme a solas y le prometo que ya voy- dijo con insistencia.
La secretaria se retiró para volver con el Cuartel y Betty retomó la llamada.
Betty sonrió.
- Que descanse, doña Marcela.
- Adiós, Beatriz. Y yo creo que es mejor que no maneje, por seguridad...
- Creo que voy a decirle a Nicolás que venga por el carro y me recoja. Tranquila.
- Bueno, entonces disfrute mucho más.
Un abrazo.
Betty no se aguantó la pregunta.
- ¿cómo el de la carta? - le insinuó con picardía.
-Créame, mucho mejor que el de la carta, Beatriz - le siguió el juego del
coqueteo y colgó.
Deseo
Cuando Nicolás llegó a recoger a Betty para llevarla a la casa, entendió la razón.
Como si hubiese sido una orden el disfrutar más, Beatriz se dedicó a eso el resto
de la noche. Así que ahora se encontraba pletórica y más animada de lo normal.
La llamada de Marcela y ese compartir con el Cuartel le habían recargado el
alma.
Betty subió como pudo al carro y se puso el cinturón. Nicolás también se montó
y arrancó
Se rieron juntos.
— Me prohíbe salir de por vida, pero yo creo que ya es hora que se haga a la
idea que tengo que vivir mi vida y disfrutar. Además, no es que salga mucho...
— No, Nicolás. Solo que quisiera que en días como hoy, después de tanto estrés
y tanto trabajo, mi papá no me molestara con dónde estoy y con quién y con
horas de llegada...
— Ay, Betty, no se haga, sí, su papá es muy cansón a veces y todo lo que quiero,
pero yo sé que usted lo quiere así. A usted lo que la tiene como rara es como otra
cosa o alguien...
—Ay, Nicolás, no comience— abrió los ojos y se puso seria.
— ¿No será que está despechada porque se le fue el troglodita ese? ¿O más bien
es por otra ... Persona?
— Sí, ve, yo sabía, ja, ja. Yo la conozco, mi presidenta, puede que el resto de la
gente no sé dé cuenta, pero yo sí.
— jum, pero sí será por amistad o por chisme. Usted como que ha pasado mucho
tiempo con el cuartel...— bromeó Beatriz.
— no me cambie el tema y hable. Suelte la lengua.
Beatriz le contó lo que había sucedido hasta el momento con Marcela. Las
miradas, las conversaciones, ese abrazo de la última noche que la vio y la
llamada. Le contó sobre sus emociones y sus pensamientos acerca de ella.
— ...y para serle sincera, Nicolás. Creo que me atrae, que me gusta doña
Marcela— Nicolás frenó en seco haciendo que sus cuerpos se fuesen adelante
por inercia.
Nicolás se quedó en silencio por un momento. Sí, sabía que algo pasaba entre
ellas. Esas miradas, ese nerviosismo. El mal humor de Betty los últimos.
—¿Betty, está segura?— volteó a mirarla en serio — ¿Usted no será que está
confundiendo las cosas? Mire cómo es esa gente, de pronto ella quiere ser su
amiga...
En cuánto terminó de decirlo, Nicolás por más que quiso, no pudo evitar la
carcajada. Betty se rió con él y le dió unas palmadas en el hombro a forma de
broma.
— Betty, ¿Usted de verdad cree en eso? Por favor, Betty, realidad, usted es una
profesional, usted puede que haya sido muy ingenua antes en estos temas del
amor. Pero ahora ya conoce, ya tiene una experiencia...
— Betty, mire, yo no me quiero meter en su vida ni decirle qué haga o no. Pero
no se confíe, mire lo que le pasó antes. Pero si esto llega a ser cierto, si llega a
pasar algo entre ustedes, usted sabe que cuenta con todo mi apoyo...
— Nicolás, usted se puede meter en mi vida todo lo que quiera porque es el
mejor amigo que la vida me puso dar — se estiró un poco y le pasó la mano por
el hombro— gracias.
— pero me tiene que tener al día a ver cómo avanza todo¡Qué emocionante! —
dijo mientras seguía conduciendo.
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Pasó el fin de semana y el lunes, muy a las 8:00 am, el cuartel sin Betty se
encontraba reunido en la sala de juntas de ellas. El 911 se tuvo que convocar a
esa hora, puesto que el nivel de ebriedad del viernes anterior no las dejó hablar
buen del chisme, menos con Betty ahí.
— Ahora sí, mijita, suelte la lengua que yo ya no aguantó más. Casi no pude
dormir el fin de semana con esa incertidumbre— dijo Bertha con preocupación.
— oiga, sí, Aura María, a usted cómo se le ocurre dejarnos así de iniciadas...—
completó Sandra.
— Pero como me iba a poner a decir eso delante de Betty— dijo Aura María con
preocupación, además, ella cree que yo no escuché nada.
— Pues resulta que ella le estaba contando todo a esa persona. O sea lo que
hicimos de llevarla a donde Sofía. Y le contaba que había estado de mal humor y
estresada. En fin, todo todo. Le decía que Ecomoda iba bien. Y después — hizo
cara de emoción y sacudió las manos para generar expectativa,— después le dijo
que la extrañaba un poco...
Aura María no hizo comentarios. Ella sí sabía de quién se trataba, pero después
de pensarlo el fin de semana, decidió que poner en las manos del cuartel
semejante bomba de tiempo podía ser una catástrofe, así que les contó lo
sucedido sin dar nombres.
— No, Mijas y eso Betty estaba súper nerviosa, eso se movía así toda enamorada
y le dijo algo de un abrazo como el de la carta y que ahora tenía una razón más
para esperarla. Mejor dicho, Mijas, ahí hay amor...
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Ese día, Betty se encontraba con feliz y concentrada en su trabajo. Tenía las
energías renovadas y con ganas de que el tiempo pasara rápido para volver a
verla.
Freddy se retiró de la oficina y Beatriz admiró la caja. Era divina. Al tocarla era
tan suave gracias al terciopelo que la cubría. Desató el moño y la destapó.
Encontró una tarjeta escrita a máquina y en cuanto leyó quién era la remitente, se
llevó la mano a la boca para atrapar su propia sonrisa de auténtica felicidad.
Para que pueda usarla en la firma que adorna, con natural belleza, los cheques
de Ecomoda. Y tal vez, cada vez que la use, sienta que acortamos la distancia.
https://www.youtube.com/watch?v=DmDJcyQIy0s
QUIERO
Esa sensación que ella le podía generar con esos detalles, era tan bonita. Y no,
no era un detalle soso, de rutina, de esos que botó en esa bolsa de basura y que
solo hicieron parte de una artimaña. No, esta vez era diferente. Tenían un
sentido, una razón, un por qué. Era una pluma negra con detalles dorados en la
punta y la joya, así como el clip. Este último tenía un grabado que no había
notado hasta que lo acercó más a su rostro y entonces lo confirmó. "Beatriz" . La
pluma tenía su nombre. Sonrió y no podía parar de hacerlo. Era el detalle más
especial, por no decir costoso, que alguna vez le hayan dado. Y más allá de eso,
era pensado y hecho, única y exclusivamente para ella. Eso la flechó. Ese acto de
pensarse una manera única de sorprender, de demostrar algo, sin tantas palabras,
con un hecho que, aunque Mínimo para otros, para ellas significaba más,
siempre más.
-------
Marcela estaba trabajando duro en Miami. Incluso había pedido al personal que
trabajaran el domingo, quería terminar cuanto antes. Tenía una "inexplicable"
ansiedad por regresar a Colombia.
Se había contenido esos días en llamar a Beatriz. Quería sorprenderla con el
detalle. Mostrarle que pensaba en ella, que realmente lo hacía, además de notar
en los pocos días que compartieron que le sentaría bien una elegante pluma a la
presidente de Ecomoda.
Ahora estaba saliendo nuevamente de terapia. Con un poco más de tranquilidad,
pero con el anhelo del regreso.
Esperó hasta entrada la noche porque sabía que ese día le llegaría el regalo. Pero
no hubo respuesta, ni una llamada, ninguna señal. Se sintió un poco tonta. Sintió
que estaba dejándose llevar demasiado rápido por ese sentimiento y que tenía
que controlar esos arrebatos. No esperó más y se fue a la cama con una sutil
sensación de desánimo. Al menos, esa noche, no pensó en Armando.
Patricia la llamó al día siguiente para mantenerla informada de todos los chismes
de Ecomoda. Incluido que a Beatriz ya le había mejorado el genio porque la
semana anterior había estado más déspota de lo normal.
— Se le está subiendo la presidencia a la cabeza, Marce— le decía con voz
susurrada.
— Patricia, no digas bobadas, ser presidente de Ecomoda es muy estresante—
defendió con tranquilidad a Betty.
— Claro, tú lo dices por estás allá, feliz de la vida en Miami, viviendo tu vida de
rica, pero a nosotros los pobres nos toca estar aquí, aguantando la altanería de
ella.
— Claro que sí, Marce, tú sabes que yo no te fallo en eso— esta vez lo dijo
fuerte y claro para que Aura María y Sandra escucharan.
—No, mija, yo creo que eso debe ser de esa persona, pero yo no sé qué era, no
ve que el idiota del Freddy no nos dejó chismosearlo— comentó Bertha con
desánimo.
— Pero eso sí, era muy elegante, yo lo vi cuando el subió a llevarselo— susurró
Sandra para el cuartel.
— Yo creo que sé que es— dijo Aura María para acrecentar la emoción del
chisme— creo que es la pluma que ahora usa Betty, porque antes ella no la tenía
y eso la guarda en el bolso y firma todo con ella. Se ve que vale un platal.
— Cómo así, mija, ¿usted se había dado cuenta de eso? — preguntó Inés con
curiosidad.
— Pues segura no estoy, pero por la caja y las características, yo creo que es eso
— comentó con gesto de suspicacia.
— Entonces el tinieblo tiene plata, porque si Aura María dice que es costosa, yo
creo que sí — decía Sofía mientras limpiaba las gafas.
— ¿Por qué no nos le metemos a presidencia más tardecito, nos hacemos las que
no sabemos nada y le preguntamos así como quién no quiere la cosa? — propuso
Sandra con nerviosismo.
— Ay, sí, a ver qué nos dice o qué cara pone— intervino Bertha.
Marcela había decidido regresar al hotel temprano para cambiarse y salir a ver
una obra en un teatro latino por el que pasaba a diario. Le pareció buena idea
eso, salir sola, darse un tiempo para disfrutar del arte y dejar de pensar en lo
demás. Era evidente que Beatriz no se iba a comunicar y no una a insistir más.
Estaba terminando de ponerse perfume cuando alguien tocó a su puerta.
— Diga
— Señora Valencia, le ha llegado correspondencia— dijo una voz joven del otro
lado.
Cuando terminó, cerró los ojos con fuerza mientras sonreía. Era increíble, era
hermoso. Los abrió nuevamente y volvió a leer mientras se mordía los labios y
se tapaba la boca con emoción. Su corazón latía como un loco.
QUIERO
Las plumas son el Dios de las letras que viajan, de mano en mano, para
encontrarnos.
https://www.youtube.com/watch?v=5lI5ktbQaTk
La sonrisa no se le borraba del rostro. Toda la desazón de los últimos días había
desaparecido en ese momento, es como si fuese una maga que con un chasquido
le borrase la tristeza, el dolor, la rabia.
Dejó la carta sobre la cama y la observaba de lejos. Negaba con la cabeza. Tanto
pensar y reprocharse el arrebato de ese detalle y resulta que Beatriz le estaba
siguiendo el juego. Era claro ahora todo con ese poema. La puerta estaba abierta
y ella ya no podía ni quería negarse a entrar.
Buscó en la mesa el teléfono del hotel y marcó. Eso no se iba a quedar así. No
podía pretender sorprenderla de esa manera, revivirle tantas emociones, decir lo
que decía, admitir la realidad y quedar impune. Tres pitidos bastaron para que la
dulzura de su voz le respondiera.
— Eso depende, puede que sean reglas fijas o modificables, además, es un juego
de puntos¿Sí sabía? — Marcela le hablaba con galantería, le brotaba de su ser
esa naturaleza dominante y seductora.
Beatriz se rió un poco.
— Digamos que, ya que estamos en este tono, las reglas son negociables y los
beneficios son de mutuo acuerdo entre las partes ¿Le parece?
— Pero supongo que debe haber algún riesgo para que suene tan fácil y
tentadora la oferta.
—Todos los riesgos pueden existir en acuerdos como estos. Las dos partes
pueden salir muy beneficiadas o muy afectadas. Pero le garantizo que van a ser
más las satisfacciones...
—¿Cómo me podría garantizar eso?
— De entrada, con ese poema, se lleva 1000 puntos - dijo Marcela con
entusiasmo.
— ¿Y qué puedo reclamar yo con ese puntaje? — le siguió la cuerda Beatriz.
— Depende, este mercado es bastante capitalista, entonces depende de la oferta
y demanda. Por ahora, quizás, una llamada de buenas noches mientras pueda
volver para decírselo de frente...
— Bastante tentadora la oferta, pero me quedaría sin puntos con ese canje.
— Bueno, eso depende, las llamadas pueden ser como una hora feliz que le
ayude a conseguir puntos dobles.
—¿,Ah sí? O sea que puedo hacer puntos es las llamadas. Me interesa, sabe...
— bueno, ahí está la oferta.
Beatriz era una negociadora astuta y maliciosa. Así que se atrevió a ir más allá.
— Me llama mucho la atención, pero creo que voy a pasar. Es que necesito
ahorrar puntos porque me interesa canjearlos por algo que me interesa
muchísimo más y pues, mientras vuelve, voy a poder reunirlos.
— Ah, sí, bueno, ya que plantea seguir canjeando sus puntos conmigo, podría
hacerle una promoción, al fin y al cabo, esto que tengo en mis manos podría
tomarse como una carta de intención.
— o de declaración, si quiere — afirmó Beatriz mientras giraba la pluma en sus
dedos— pero cuénteme, en qué consiste la promoción.
Marcela torció los ojos. Definitivamente negociaba hasta con la muerte esa
mujer.
— ¿Tres llamadas? No, eso es mucho tiempo y puntaje. Tiene que esforzarse
más, doctora Pinzón.
— Eso suena tentador, pero no, prefiero esperar al regreso a ver cómo sellamos
el pacto — le entraron unas ganas irrefrenables de tomar el primer avión y
volver.
— Entonces, así quedamos. Que comience el juego— dijo Betty con todo
solemne.
Para Marcela, su tiempo en Miami había terminado. Hizo todo lo posible porque
no fuese indispensable su presencia y dejó a cargo lo que faltaba en manos de
una de las profesionales recién contratadas. Confiaba siempre en que, en manos
de una mujer, todo saldría perfecto.
Beatriz parecía otra desde hace varios días. Sí, tenía momentos de estrés por el
trabajo y trabajaba mucho, pero no tenía el mal humor del principio. Por el
contrario, cada día llegaba con mejor semblante y más bella. Se atrevía más a
vestirse de maneras formales, por su cargo, pero probando colores y maquillajes.
Lo único que parecía no mejorar, era su relación con Hugo. Ni siquiera se habían
dirigido la palabra desde que se fue Marcela. Pero eso no la trasnochaba. Tenía
cosas más importantes en las cuales pensar.
Aura María sonrió en silencio. Ella ansiaba también ese regreso para corroborar
la llamada que había escuchado.
— Claro que sí, mija. Deme dos minutos y le llevo la información — dijo con
tono dicharachero.
—Gracias, Aura María— respondió Betty con un asomo de sonrisa en los labios.
Dos minutos después aparecía Aura María con gesto de lástima en presidencia.
— cuénteme, Aura María — dijo Betty mientras firmaba algo, al ver la cara de
la secretaria, supo que algo pasaba.
— Betty, la peliteñida esa no me quiso dar información. Dijo que doña Marcela
le había prohibido hablar de eso y que no iba a decirme nada — le contó con
tono de molestia.
— Betty... Si usted quiere, yo puedo hablar con él cuartel para buscar esa
información — le dijo en voz baja, como si se tratase de un secreto.
Betty sabía que esa era su oportunidad, pero no podía ser tan evidente con su
interés.
— Vea, mija, deje ese servicio de inteligencia en mis manos y le juro que la
boba de la peliteñida ni se dará cuenta — comentó con picardía.
Betty aceptó.
— Está bien, pero con mucho cuidado, que no salga de nosotras.
—Listo, mija. Usted no más siéntese y espere que ya le soluciono ese dato—
salió con emoción de la oficina y Beatriz solo reía.
— Aquí está, aquí está — dijo Sandra con la una hoja donde estaban los datos de
reservación, hizo cara de extrañeza — oiga Aura María, mire tan raro — le
extendió el papel.
Aura María tampoco lo entendía, hasta que tuvo una idea. Se fue rápido a su
escritorio y buscó en los papeles el itinerario de Armando. No era una
coincidencia, era la realidad.
— Esos se van a encontrar allá, Sandra— dijo Aura María con los dos papeles en
la mano y mirando las coincidencias.
Pero para Aura María, que sabía cómo eso podría afectar a Betty, no fue
chistoso. Tomó los dos papeles, los dobló en dos veces y los guardó en el
bolsillo de su sastre.
— Bueno, dejemos esto como estaba antes de que llegue la sapa esa de la
peliteñida y se dé cuenta — dijo Aura María obviando el tema y tratando de no
ser evidente con su preocupación.
Marcela se había instalado ya en el hotel. Solo sería para dormir esa noche y
después, regresaría por fin a Colombia. Se había dado una ducha y estsba lista.
Nerviosa, ansiosa, asustada, pero con mucha determinación. Bajó al lobby y dejó
la indicación.
Armando arribaba al hotel a las 7:00 pm. Tenía gesto de cansancio, pero estaba
feliz por haber conseguido otra franquicia, tal vez fue la negociación más dura
hasta el momento, pero lo había conseguido. Iba llegando al ascensor cuando
alguien lo llamó. Una joven recepcionista se acercó y le habló con timidez.
— Una persona vinl y le dejó razón que lo esperaba en el bar del hotel, junto a la
barra, doctor Mendoza — comentó con marcado acento chileno.
Redireccionó sus pasos hacia el lugar indicado y al entrar, buscó la barra. La vio
allí, sentada de espaldas a él. Caminó con premura. Y llegó frente a ella.
— ¿Marcela?
— Lo sé. Sabía que te tomaría por sorpresa, pero me gustaría hablar contigo —
aceptó Marcela mientras soltaba el aire.
Era evidente que había mucha tensión. Ni siquiera se habían saludado, ni dado
un beso. Nada. Para Armando había algo de frialdad en la manera en que
Marcela le hablaba, en la distancia que imponía. Y él, apenas si podía asimilar
que la tenía en frente.
Se sentaron en unas bancas cercanas al barandal. Era una escena tan fuera de
lugar para lo que eran ellos. El silencio invadió el espacio mientras cada uno
miraba el agua correr.
— Ya tomé una decisión, Armando— dijo Marcela sin quitar la vista del agua.
— ¿Y cuál es?
— Ya no va más. Esto se termina...
— pensé que íbamos a esperar a que estos meses pasaran para llegar a ese
punto...— dijo mirándola de reojo.
— No, Armando. Esta vez no, he esperado mucho tiempo, muchos años por ti.
Te he perdonado lo imperdonable. Te he puesto en primer lugar. Pero esta vez es
diferente...
— Sí, Armando. Yo no vine hasta aquí para titubear. Yo no voy a esperar dos
meses para encontrar la misma respuesta que podría haber encontrado hoy. No
voy a comerme el cerebro pensando en si te vas o no, porque la que se va, la que
le pone punto final a esta historia, soy yo.
Armando sabía que no había marcha atrás. No podía refutarle nada, porque tenía
razón. Sus sentimientos no habían cambiado. Beatriz seguía clavada en su
corazón y cada día se convencía más que la amaba.
Eso dolía. Tener la certeza de su amor por ella. La habría odiado, pero no, ahora
simplemente entendía tantas cosas.
— Sabes que en estos días tuve la oportunidad de ver todo con más objetividad.
Pensé en qué habría sido de nuestras vidas si ella no hubiese aparecido. Si nunca
hubiese pisado Ecomoda y el panorama es tan desalentador, que prefiero esta
realidad...
— Tal vez era lo mejor, que esto pasara. Yo no puedo hacerte vivir la tragedia de
compartir tu vida a mi lado... Tú no te mereces eso, Marcela. Tú lo único que te
mereces es un amor sincero y que te corresponda en esa gran capacidad de amar
que tú tienes— le tocó la mejilla con el dorso de la mano— que pueda preciarse
de tu belleza, de tu humanidad. Y ese no soy yo. Yo no puedo ya
comprometerme a nada...
Le ardió el alma en ese beso. Sentía que le faltaba el aire. Se sentía como en un
funeral, como el dolor de asimilar la pérdida. Las lágrimas se le escurrían solas,
pero no podía parar de besarlo. Era la despedida.
Armando le correspondió con ternura. Sabía que no había marcha atrás. Que esta
sería la última vez que la besaría y que jamás habría un retorno. Eso le quitó un
peso de encima y continuó besándola agradecido.
https://www.youtube.com/watch?v=GbS2nCX-MW4
Hola
Les dejo este capítulo con todo el amor y el dolor del amor.
Abrazos.
✨
Corazón en fuga I
¿Qué podía hacer ahora? ¿llamarla? ¿Pedirle una explicación? No, era obvio que
no porque no había nada. Nunca hubo nada. ¿Entonces por qué se sentía tan
real? No, estaba equivocada, ella si lo sentía real, pero no podía asegurarlo de
Marcela.
Tomó las hojas y las guardó en un cajón con llave. La rabia bullía en su interior.
Era un vendaval en la oficina.
Arregló todo para salir y se fue. Cuando pasó por los escritorios del Cuartel
apenas si dijo "buenas noches" de mala gana y con rapidez. Se montó en su
carro y se fue a su casa. Necesitaba estar a solas o estallaría.
En el camino tuvo que detenerse varias veces para limpiarse las lágrimas. Estaba
dándose látigo y golpes de pecho por su ingenuidad¿Acaso no había aprendido?
Mientras conducía recordaba todo lo pasado en los últimos días. Ese abrazo, la
pluma, las llamadas, era tan genuino, tan vívido que nadie creería que era una
farsa. Y ya no sabía si quería verla o escucharla. Estaba echa un nudo. No sabía
qué camino tomar. Todo estaba tan confuso y a la vez tan hermoso.
Llegó a su casa y solo le dijo a sus padres que no tenía hambre y se fue directo a
su habitación. Se quitó la ropa con rabia y se metió a la ducha, ni siquiera esperó
a que el agua se calentara, así fría se metió bajo el chorro y dejó que le calmara
el hervidero que era ahora su cabeza y su corazón. Estuvo allí un rato hasta que
logró calmarse. Salió un poco más tranquila y con una determinación.
No iba a seguir jugando a nada. No habría más coqueteo ni nada por el estilo. Se
alejaría, aún estaba a tiempo, no se quedaría dos veces a repetir esa tortura.
Terminaría cuanto antes su periodo como presidente y todo lo que le pasó en
Ecomoda lo enterraría en un Cementerio si era preciso.
Ni siquiera permitiría que le quitara el sueño. Ya no más. Pero por más que
quiso, no lograba dormir¿Y si todo tenía una explicación?
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Marcela llegó a su apartamento al mediodía, todavía tenía una cosa demasiado
importante por hacer. Cuando estuvo en Miami tomó la decisión y solo era hacer
una visita rápida para aprobarlo.
Estuvo toda la tarde en papeleos y visitas, hasta que firmó los papeles de lo que
ahora sería su nuevo hogar. Lejos de los recuerdos y del dolor. Era un nuevo
comienzo y estaba dando todos los pasos con determinación. Le quedaba la
mudanza, pero eso no la ocupaba, tenía quién se encargara y no tomaría más de
una semana.
-----
Beatriz estaba tratando de no pensar más en eso. Se concentraba a ratos en el
trabajo y en otros momentos, se ponía a pensar en todo. Tenía claro ya que la
encararía, le diría que ya sabía la verdad y que no quería explicaciones, solo
distancia. Hacer de cuenta que nada pasó mientras terminaba y se iba de
Ecomoda.
Marcela llegó a Ecomoda irradiando una nueva energía. Era luz, era alegría.
Saludó a Mariana y subió al ascensor, apenas si le dio tiempo de responder el
saludo. Mariana percibió esa energía y sonrió, era una energía muy similar a la
que había tenido Beatriz en los últimos días. Era como si se dieran vida
mutuamente.
Aura María vio a Marcela salir del ascensor y se sorprendió. Quiso llamar a
Betty para avisarle, pero sería demasiado envidente. La accionista saludó a
Sandra y Mariana y recibió el abrazo de Patricia que estaba emocionada y
hablaba demasiado.
Marcela torció los ojos, no había remedio, era obvio que Patricia lo decía para
que el cuartel escuchara. Evidentemente tenía que hablar con ella.
— Ya te dije que después te cuento, por ahora, préstame las llaves del carro que
odio ir en taxi— extendió la mano para recibirlas.
— No, no, no pasó nada, es que me quedé sin gasolina y me tocó dejarlo en el
parqueadero del edificio.
Marcela solo hizo gesto de resignación, eso no le iba a arruinar sus planes ni el
día.
— Dile a Freddy que vaya y lo recoja, lo mande a lavar porque debe estar sucio
y que le ponga gasolina — le dio las llaves de regreso y unos billetes — jamás te
voy a volver a prestar mi carro— le dijo señalándola con el índice.
Fue a su oficina y dejó su bolso y algunas cosas que llevaba. Le dio un repaso
rápido a su oficina para ver que todo estuviera en orden y se alistó para el gran
momento. Todo lo estaba haciendo rápido para que no alcanzaran a advertir a
Beatriz.
Marcela saludó con la mano a Bertha y Sofía y les pidió silencio. Ellas
extrañadas obedecieron. En un solo movimiento abrió las puertas de presidencia,
entró y cerró nuevamente. Ahora sí, por fin la tenía en frente.
No podía hablar. Solo la miraba de arriba abajo y hasta ahora era consciente de
la rapidez con la que le latía el corazón. La vio a los ojos y nada pudo impedirle
que adorara esa sonrisa.
— Hola, doña Marcela — atinó a responder mientras se tomaba las manos para
que no se viese el temblor que se había apoderado de ellas y ahí fue consciente
de lo frías que estaban.
— ¿Cómo está? ¿me puedo sentar? — preguntó dando un paso adelante mientras
se llevaba las manos a la cintura y la miraba de manera cautivadora.
Beatriz asintió como autómata. Ya estaba más tranquila, pero no podía dejar de
ver cada uno de sus movimientos. Nada de lo sucedido hizo mella para que no
pudiera sentir lo que sintió al verla. Su rabia parecía haberse borrado, sus planes
casi se van al caño, pero recuperó la compostura y recordó lo que debía hacer.
Su mirada cambió de inmediato, aunque trataba de esquivar la de ella.
Marcela se sentó frente a ella. Puso los codos sobre la mesa y acomodo rostro
entre sus manos. Era una imagen tan adorable que la duda empezó a hacer
tambalear a Beatriz. Esa mirada que perseguía a la suya, que la recorría entera.
— No me mire así, por favor — más que una orden era una súplica que salió de
la boca de Beatriz mientras agachaba su cabeza. Así no podría encararla. No con
esos ojos verdes gritándole el deseo.
— ¿Qué pasa? Ah ¿No quiere verme? — le dijo con un tono de extrañeza, bajó
una mano y la puso sobre una de ella. Estaba fría. Beatriz la quitó
inmediatamente — ¿Pasa algo, Beatriz?
Beatriz respiró con fuerza. Era el momento. Soltó el aire y alzó la cabeza para
mirarla fijamente. Era como si hubiese cambiado de personalidad, había cierta
frialdad en sus ojos.
Marcela alzó las cejas ante esa pregunta. Retrocedió en la silla y asentía
lentamente con la cabeza.
— ¿Por qué no vamos al grano? Sí, claro, Beatriz. Fui a Chile antes de venir a
Colombia — dijo con seguridad y simpleza.
Beatriz alzó los hombros para restarle importancia y tomó nuevamente las hojas.
— Perfecto, doña Marcela. Solo eso quería escuchar. Qué bueno que esté aquí,
para que retome sus puntos de venta. Mañana a primera hora tendrá un informe
detallado... — dio media vuelta en su silla y se puso de pie para ir a guardar unos
documentos en el archivero que ahora era su exoficina.
— No, Beatriz — dijo Marcela con voz enfática — me va a tener que escuchar
aunque no quiera — se pudo también de pie y se cruzó de brazos.
Marcela siguio con la espalda pegada a la puerta y desde allí le clavó una
mirada intensa.
— Beatriz. No diga que no pasó nada porque para mí no ha sido así. Aún trato
de comprender en qué punto de esta historia las cosas cambiaron así. No lo sé —
hacía gesto de incomprensión — pero sé lo que estoy sintiendo porque es real.
Porque en medio de todo este infierno al que nos fuimos, empecé a sentir que la
vida me volvía. Porque estando lejos, Beatriz, escuchar su voz me daba paz y me
emocionaba. Quería estar cerca suyo como ahora y a pesar de que usted esté
molesta porque estuve allá con él, créame que esa sensación de tranquilidad, de
paz, de serenidad, no ha cambiado — se relamió los labios y por fin despegó su
cuerpo de la puerta con lentitud, empezó a caminar lerdo hacia Beatriz — y si fui
allá, no es precisamente por lo que usted está pensando, la entiendo, yo hubiese
pensado lo mismo — cada vez estaba más cerca de ella — fui a terminar
definitivamente mi relación con Armando Mendoza — le dio una mirada de
sinceridad con ojos brillantes — en este momento sólo soy Marcela Valencia, la
accionista de Ecomoda. Ni la novia, ni la ex, ni la prometida, ni nada que me
relacione íntimamente con él — ya se encontraba frente a Beatriz que apenas si
podía creer lo que escuchaba — Lo hice por mí, porque quiero sanar y lo estoy
haciendo. Porque quiero vivir mi vida, porque quiero seguir sintiendo esto que
me pasa cuando estoy cerca suyo como ahora, mire— le tomó una mano y se la
llevó al pecho, Beatriz sintió cómo palpitaba tan fuertemente como el suyo y se
dejaba hacer, solo la miraba no la perdía de vista, estaba hipnotizada — porque
usted me encanta y ... —Se acercaba poco a poco a su cara y sentía que se
quedaba sin aire— y quiero seguir aquí, así, sin mentiras, ni trampas, con la
honestidad y la certeza de lo que somos y lo que sentimos — cerró los ojos y
reprimió el deseo de besarla, quería escucharla primero.
Beatriz estaba nublada. Nunca antes había estado tan cerca de ella. Percibía
tantas cosas al tiempo que no sabía si lo que la tenía casi a punto de desmayarse
era su olor, su energía, su cercanía o la mirada brillante cargada de deseo que le
dedicaba. Ella la correspondió con la misma intensidad y por supuesto que
habló, con voz suave, casi susurrándole a los labios.
— Usted también me encanta — le miró los labios tan cercanos y luego a los
ojos— usted me enloquece y cuando llegó la vi ahí parada solo pude
confirmarlo. Me gusta demasiado, Marcela — sus respiraciones estaban
aceleradas y Marcela se atrevió a abrazarla por la cintura.
Marcela correspondió a esa risa con una corta y grave. Tampoco estaba
conteniendo los deseos de su cuerpo. Quería besarla, pero no sabía cómo
proceder. Se sentía tan nublada que temía equivocarse o ser demasiado
impulsiva. Solo pudo cerrar los ojos otra vez y morderse los labios, porque la
visión de los labios de ella, entreabiertos la tentaba demasiado.
Beatriz se atrevió y posó una de sus manos en el rostro de ella. Debía mantener
su compostura o en cualquier momento entraría alguien y las vería en esa escena.
Se estaba muriendo por besarla y probar esa boca que tenía a tan solo unos
centímetros. Le acarició con ternura el rostro, como queriendo comprobar que
era real y luego, con la yema del pulgar le rozó los labios suavemente, enviando
millones de descargas eléctricas hasta su vientre y su centro. Marcela no ayudó y
le besó la yema del dedo con una mirada erótica que solo pudo excitarla más.
— Vámonos de aquí que me estoy muriendo por besarla y no quiero que nos
vean ni nos interrumpan— le dijo con voz suave mientras recorría la línea de su
mandíbula con el pulgar.
— No tengo carro, así que tendremos que irnos en el suyo, voy por mis cosas y
nos vemos en el parqueadero — le susurró muy cerca — Beatriz asintió con
obediencia.
Marcela salió como un rayo de la oficina y se fue a la suya. Bajó por las
escaleras hasta el parqueadero. No dijo nada a nadie, ni se despidió. Apenas si
podía respirar.
Cuando por fin el ascensor abrió sus puertas en el parqueadero, Betty la divisó
ligeramente recostada en el capó de su carro y sonrió. Caminó rápido mientras
quitaba los seguros y ella sonreía.
Todo pasaba rápido, la ansiedad no las dejaba ni hablar. Se montaron y Beatriz
encendió el motor y arrancó con premura. Marcela dio un pequeño grito de
sobresalto y excitación.
— yo no salgo mucho, pero conozco un lugar que... Tal vez no es para las
personas de su clase, pero le podría gustar y es... Íntimo — le dijo mientras le
miraba los ojos con intensidad.
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La edad del cielo
Marcela sonrió.
— Tranquila, no tiene que decírmelo, conozco el lugar.
Beatriz alzó las cejas. No había podido sorprenderla con el lugar, pero sí con el
sitio, eso sí lo haría.
Llegaron a una pequeña casona con escalones rústicos, era acogedora su visión
desde el exterior, las luces amarillas que colgaban de lámparas tejidas le atraían.
Entraron y escucharon las notas de un grupo en vivo que parecía estarse
preparando para amenizar la noche.
Una joven de piel trigueña salió a recibirlas y les indicó los lugares en los que
podrían ubicarse. Beatriz escogió uno que las separaba del resto del mundo, con
una pared a cada lado, pero que les permitía seguir disfrutando del ambiente. Les
dieron las cartas y cada una ordenó, Beatriz un mojito y Marcela un Gintonic.
— Bueno, es que siempre pensé que cuando volviera, me gustaría invitarla aquí,
espere que empiecen los músicos y verá, será todavía más divino.
Beatriz se avergonzó. Ahora tendría que admitir que puso al cuartel de espía.
— ¿No lo deduce?
— Claro que lo deduzco, pero no entiendo qué la motivó a averiguarlo—
respondío Marcela acercándose un poco más a ella.
— Pues es que, quería saber qué día volvería y mandé a preguntarle a Patricia y
dijo que usted le había prohibido hablar del tema— dibujaba círculos sobre la
mesa — y eso genera más dudas que certezas y pues Aura María me ayudó y
pues, lo demás es historia...
— Patricia tampoco sabía cuando volvía, solo sabía que iría a Chile y ya.
Beatriz por fin se armó de valentía y habló mientras le tomaba la mano. Era
suave, limpia, hermosa.
— Casi me muero cuando la vi. Ni siquiera podía hablar, fue tan ... Bonito y
además, hoy se ve hermosa, con ese look más relajado, de verdad que está
divina.
Marcela sentía que se derretía con esas palabras. No pudo contener el sonrojo y
llevó una mano a la cara. Era como una adolescente otra vez. Una hermosa
sensación de hormigueo le recorría el cuerpo.
Beatriz sonrió. Era una visión adorable y era real y la tenía en frente suyo.
Dejándose hacer, halagar, siendo ella.
— ¿Qué cosa? ¿La parte donde le decía que ya dejáramos así ?— jugó Betty
mientras se perdía en la miraba pícara de ella.
— Jajaja, nooo — llevó de nuevo su mano para esconder el mechón y le miró los
labios — la parte donde me decía que yo le encanto — se mordió el labio para
poder soportar la cercanía.
Unas notas sensuales de bajo y guitarra comenzaron a inundar el lugar. Ellas se
reían de nervios, risas mezcladas con excitación.
— Ah, esa parte... No sólo eso. Usted me enloquece, Marcela — la miró a los
ojos y le habló acercándose a sus labios — y yo creo que en este juego que nos
inventamos, gané y usted perdió, Game Over, Marcela...
Les faltaba ya el aire y no querían parar. Sus bocas probándose por primera vez
era un sueño hecho realidad para ambas. Pero Beatriz fue quien decidió parar un
poco, sin quitarle las manos de las mejillas.
Marcela estaba en trance mirándole los labios, tenía el rastro de su sabor aún en
su boca y le pareció exquisito. Quiso más y fue por más. Llevó sus manos al
rostro de ella y se pegó a su boca en un movimiento casi brusco que las excitó
demasiado. Sus labios se buscaban. Sus manos empezaron a recorrer sus cuellos
y se mordían los labios de deseo. Apenas si respiraban, se decían todo a medias.
— Usted me encanta, esa boca, no se imagina desde hace cuánto quería besarla
— iban terminando de besarse poco a poco.
— ¿Ah sí? ¿desde hace cuánto? — dijo Beatriz mientras se tenían tomadas de la
cintura una a la otra, estaban sentadas en una banca , una junto a la otra.
Beatriz sentía que se centro palpitaba. Esta vez el beso.era mucho más profundo.
Era la declaración abierta del deseo y ella lo correspondió entregándose a él. Sus
lenguas danzaban en sus bocas. Era succión, mordiscos, labios y lengua en una
lucha por no ceder aún, pero por gozarse al máximo.
Se separaron y solo se pudieron mirar con los ojos llenos de deseo. Ardían.
Sabían que la una a la otra se deseaban y que si no paraban ahora, podría ser
peligroso.
Mientras tanto, la canción terminaba en el lugar y ellas solo bebían sus tragos
para intentar calmarse.
Los besos, las caricias y los halagos iban y venían, así como otras dos rondas de
bebidas. Fue entonces que Beatriz cayó en cuenta decidió dejar de beber. Ya el
alcohol estaba haciendo estragos en su sangre. Con cada beso, con cada caricia
sentía que no podía más y acabaría entre las piernas de Marcela. Sus pies estaban
enredados bajo la mesa y reían.
Marcela le dio un beso y se inundó las fosas nasales del olor floral de su cabello.
Marcela asintió y se giró para estar frente. Con la elegancia que la caracterizaba
y la elasticidad que tenía, pasó una pierna sobre la banca para poder acercarse
más a Beatriz y casi que atraparla entre sus piernas. Y como se le estaba
volviendo costumbre, la abrazó por la cintura.
— Podría ser así por un tiempo mientras vemos... — ahogó un gemido cuando
ella le mordisqueó el cuello— pare por favor — Marcela sonrió pegada aún a su
cuello, no sabía si la enloquecía ese cuello o el ser testigo directo de lo que podía
generarle a Beatriz con su boca. Paró y se irguió para mirarla nuevamente con
una sonrisa de satisfacción — mientras vemos qué pasa. Hay mucho trabajo en
la empresa y no quiero que esto genere algún problema o algo así. Usted sabe
cómo es Ecomoda.
— Claro que lo sé y por eso estoy de acuerdo con usted— tomó aire y habló —
Beatriz, yo no estoy jugando. Quiero que esto siga hasta donde tenga que llegar.
No me importa el mundo, hoy y de ahora en adelante, importo yo y lo que siento
y lo que quiero. Ni Armando, ni sus papás, ni "los de mi clase" cómo usted los
llama. Quiero vivir, eso es todo y a su lado— le tomó las manos — estos
momentos que hemos pasado, aún con la distancia, me han dado vida.
Beatriz sintió que algo se le atoró en la garganta al escucharla. Ella, que había
sentidos y padecido la desgracia de un mal amor lleno de secretos, por primera
vez, sentía la plenitud de un amor correspondido y sincero. Era amor, eso era y
lo sabía, pero no debía decirlo aún, no debía apresurarse.
Un silencio se hizo por unos segundos hasta que una melodía armónica llenó de
una atmósfera romántica el lugar. Marcela se emocionó, conocía esa canción y
sentía que no pudo haber sonado en un mejor momento, comenzó a cantarla
mientras ahora era ella quien se recostaba en el hombro de Beatriz. El alcohol
también le estaba haciendo mella y se sentía ligera, libre, sensible y
correspondida.
Marcela levantó la cabeza y vio que Beatriz estaba inmersa en sus pensamientos.
Beatriz sonrió y la miró queriendo que entendiera su mirada. Era difícil, Marcela
no conocía toda su historia. No sabía lo complejo que le resultaba ser
merecedora de amor, de atención y de vivir algo así. Ahora era fuerte y segura,
bonita, pero algunas huellas de su pasado aún volvían de vez en cuando. Como
un autosabotaje.
— Es que solo — le acarició una mejilla — a veces me cuesta creer que es real
— se tiró a sus brazos y hundió la cara en su cuello. Era real.
— Claro que lo es. Es tan real que crucé medio continente y le puse fin a todo mi
pasado por usted. Porque yo también quiero este presente y el futuro, sea cual
sea, Beatriz.
Beatriz asintió aún pegada a su cuello y también le dejó una rápida lluvia de
besos que hicieron que Marcela riera. Se separó de ella y retomando la
compostura habló.
Salieron del lugar tomadas de la mano. Beatriz disfrutaba esa sensación, esa
seguridad y se pagaba a ella de vez en cuando para besarle la mejilla. Marcela
por su parte sentía mucha euforia, disfrutaba el momento, la calidez de su agarre
y le llenaba el corazón verla ahí, junto a ella, tomando su mano como si ya no
importara nada más.
— Sabe Beatriz, lo que decía la canción es real. Creo que no hubiese podido
soportar mucho más tiempo el ser su amiga. Creo que esto era inevitable...
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Confesión
Pensaba en los próximos días. En poder compartir con ella, aprender tantas cosas
y enseñarle otras y, por supuesto, poder perderse en ese cuerpo que apenas con el
tacto la enloquecía. Imaginaba tocar esa cintura desnuda, perderse en su cuello,
sin miedo, con calma, con pasión.
El sueño la venció rápidamente y durmió con la placidez que hace mucho no
experimentaba.
Beatriz llegó a su casa con una sonrisa tonta pegada a sus labios. No la podía
controlar, así como tampoco era consciente del brillo de sus ojos. Entró a la sala
y encontró a sus padres terminando de cenar.
— Bien, mamá, hoy fue un muy buen día. Tengo hambre — sonrió y
correspondió el abrazo de su madre, su otro remanso de paz — Hola, papá.
— Hola, mija — habló retirando los platos vacíos hacia un lado— ¿ Cuénteme?
¿cómo va todo?— la miraba con suspicacia.
— Sí, papá, es que hoy me quedé trabajando un poco — mintió mirando el plato.
— Mamita, coma tranquila que su papá ni había mirado la hora hasta que la
escuchó llegar — dijo doña Julia notando la actitud enérgica de Beatriz, además
de ese brillo en los ojos. Un brillo conocido para ella.
Terminó de comer y se dispuso a ayudar un poco a doña Julia con los platos.
Mientras los secaba la escuchaba hablar sobre algunas vecinas.
Doña Julia sintió un dejo de emoción en ese comentario y la miró con los ojos
entrecerrados.
— ¿Ah sí? — le pasó un plato a Beatriz — ¿Y le dijo algo?
Beatriz se calló un momento mientras pensaba. Tal vez sincerarse con su mamá
era lo mejor. Ya una vez le había ocultado la verdad y eso lastimó la confianza
de su madre. Pero no sabía cómo hacerlo, porque no era solo el hecho de que le
gustara alguien, sino que era ella, una mujer, la ex de él hombre que amó.
— Mamá, yo ... Quisiera ser sincera con usted, pero prométame que esto solo va
a quedar entre las dos.
Doña Julia estuvo el movimiento de sus manos, lo presentía, sabía que ese mirar
diferente, ese cambio de humor, se debía a algo.
— Ay, Bettyca, siempre que usted me dice eso me dan como nervios.
— primero que todo, quiero que esté tranquila, mamá. No ha pasado nada malo,
por el contrario, es algo que me hace feliz.
Doña Julia no sabía cómo tal el profundo significado de esas palabras. Pero era
consciente de esa felicidad de su hija. La sentía, sabía que algo importante estaba
pasando en su vida, no solo desde que se fue y regreso, sino ahora, que parecía
realmente estar viviendo.
— Pues mija, eso yo lo sé. Yo la conozco, mi amor y estoy segura de que algo
muy bueno le está sucediendo. Yo veo sus miradas, ese brillo en los ojos, esa
soltura que tiene. Además de que últimamente corría a encerrarse a su cuarto a
hablar por celular. Yo lo sé. Pero si mija me quiere contar, usted sabe que cuenta
conmigo y que la escucho y si quiere un consejo, también se lo doy mamita. Así
que hable.
Doña Julia no quiso interrumpir, pero sospechaba que era Armando Mendoza. Y
no quería volver a ver a su hija de nuevo en ese juego oscuro.
Julia hubiese preferido tener una silla al lado, pero no, no tenía donde sentarse
para amilanar el impacto. Su cabeza zumbaba y de repente sintió las manos frías.
Se llevó una mano al rostro y sintió ganas de llorar. Jamás en su vida lo pensó,
jamás una idea así rondó por su cabeza.
— Mamá... Perdóneme, pero usted me pidió que le contara lo que podía manejar
y lo que no. Y pues aquí estoy, abriéndole mi corazón...
— Betty, mija, no sé qué decirle... Estoy muy... Confundida. Eso quiere decir
que usted es ...
— Mamá, no lo sé, pero sé lo que estoy sintiendo por ella y si sentir eso y que
me guste y me agrade me hace eso que usted está pensando, pues probablemente
lo sea. Yo soy bisexual entonces, mamá. Porque ese es nombre para las personas
como yo.
— Ay, Betty, pero ¿qué pasó? Mija si nosotros la criamos bien. O ¿Será que es
mi culpa?
A Julia las lágrimas se le salieron. Era demasiado por procesar. Estaba dividida,
fragmentada y con el estallido de las emociones a flote.
— Mija, perdóneme, yo la amo, Betty, usted y su papá son mi vida, pero tengo
que pensar...
Y sin decir nada más se fue a su habitación huyendo, dejando a una Betty dolida
y triste.
Distancia justa
— Ay, no se haga el digno, Nicolás, que usted cuando andaba con la peliteñida
también se me escapaba— se defendió.
Betty sonrió por primera vez en el día. Pero recordar como su madre la ignoró le
borró la sonrisa.
— Betty, no haga esa cara ¿No me diga que le rompí el corazón? ¿usted sigue
enamorada de mí?— continuó bromeando Nicolás.
— Betty, mire, para una mujer como su mamá, saber algo así, no es fácil.
Además, ella es una mujer que toda la vida supo que el amor era mujer con
hombre y viceversa. Que no sale de la iglesia y que aparte se casó con uno de los
hombres más conservadores que conozca.
— Pues sí, Nicolás. Pero eso no le quita que me ame y me acepte como soy.
— Por eso, Betty, dele unos días. Y verá que ya aclaran todo, yo sé que ella la va
a apoyar. Ahora piense bien qué va a hacer con su papá, porque ahí sí poseemos
problemas.
Nicolás tenía razón. Ese era el hueso más duro de roer y por eso necesitaba el
apoyo de su madre. Probablemente perdiera a su papá para siempre.
Llegaron a Ecomoda y se fueron a sus respectivas oficinas.
Por otro lado, El cuartel entero también casi pasó la noche en vela. La salida
misteriosa de Betty y de doña Marcela luego de durar un buen tiempo encerradas
era chisme de primer orden en Ecomoda.
— ¿Será que se estaban peleando por don Armando? — preguntó Sandra con
preocupación.
— Ay, mijita, pues si eso fue así, fijo Betty sale de Ecomoda— argumentó
Bertha.
— Nooo, mamita, acuérdense que si Betty se va, se lleva todo. Yo más bien creo
que pelearon por otra cosa— dijo Sofía.
— No sé, por el trabajo o por don Hugo , uno nunca sabe— respondió
nuevamente Sofía.
Mariana y Aura María sonreían internamente. Contenían con gran fuerza las
ganas de soltar la boca, pero brincaban en un solo pie de pensar que algo más
estuviera pasando con ellas.
Freddy apenas si podía cargar en una mano un ramo enorme de tulipanes rojos
que jamás podrían pasar desapercibidos para nadie. Envueltos en un papel negro
y atados con cinta roja, se tuvieron que haber robado la atención de todo
Ecomoda y eso la asustaba tanto como la emocionaba.
Freddy se lo entregó y Betty se inundó las fosas nasales con el olor que tenían.
Le latía muy rápido el corazón, le corrían corrientazos por el vientre y no podía
dejar de sonreír. El mensajero se sintió completamente ignorado y se dirigió a la
puerta.
— Bueno, permiso doctora— dijo Freddy sorprendido.
— Gracias, Freddy, cierre la puerta y que nadie me interrumpa, por favor—
quería evitar los asedios del cuartel por un rato. Ya después pensaría una
explicación.
Puso el ramo sobre el escritorio y lo miró con detenimiento hasta que descubrió
un sobre negro que contenía una tarjeta blanca con un mensaje en máquina de
escribir. Definitivamente no había lugar a dudas de que era ella. Comenzó a leer
y se llevó una mano a la boca. Era un desquite o una respuesta al suyo.
Distancia justa
En el amor y en el boxeo,
todo es cuestión de distancia.
Si te acercas demasiado me excito
me asusto
me obnubilo, digo tonterías
me echo a temblar.
M.V.
Una de las primeras cosas que aprendió y constantó Beatriz sobre Marcela es
que indudablemente sabía de detalles.
Había pasado ya media hora desde la hora de entrega acordada. Dejó de revisar
lo que tenía en las manos y se dispuso a ir a buscarla. En el camino se le
interpuso Patricia.
Marcela torció los ojos. Lo abría dudado si no fuese por lo sucedido el día
anterior y porque ella misma lo hizo.
— No creo, él está muy lejos. Quizás sí esté saliendo con alguien, pero no creo
que sea Armando.
— ¿Y tú por qué estás tan segura? A propósito, Marce, no me has contado cómo
te fue con Armando. Me tienes en ascuas. Conduélete de mí.
Marcela río. Pero estaba segura que debía hablar con Patricia o todo sería peor.
Pero primero debía consultarlo con Betty. Patricia se iba a morir, quizás hasta
dejará de hablarle.
— Yo sé por qué te lo digo. Debo hablar algo con Beatriz de... Los puntos de
venta, cuando salga te cuento.
— Mhhh, pues óyeme, Marce, yo no sé pero te veo como rara. Como linda,
cómo suelta. Tú me estás ocultando algo. Eso me huele a amor. Pero bueno, yo
como soy buena amiga, te voy a esperar a que termines de hablar con la
"doctora"— la miraba con gesto de sospecha.
— Ay, por dios, Patricia. No es nada, estoy normal — trato de negarlo porque no
pensó que fuese tan evidente — bueno, chao.
— Eh, sí... ¿Pasa algo? — se llevó las manos al cabello como gesto nervioso.
— No, solo que ella pidió no ser interrumpida y pues... Déjeme la anuncio.
Marcela se quedó paralizada. No sé había dado cuenta que no puede ser tan
impulsiva y que siempre debe tener un az bajo la manga.
— Gracias.
Betty aprovechó y se metió al baño de su oficina para poder tener un rato a solas.
La oficina de presidencia era casi como la entrada de Ecomoda y en cualquier
momento las podrían descubrir.
Marcela entró a la oficina y la vio desolada. Solo el ramo de tulipanes sobre el
escritorio la recibió. Frunció el seño y estiró su cabeza para ver si estaba en el
archivo, pero tampoco la vio.
— ¿Beatriz? — la llamó pero nadie respondió — ¿Dónde está? ¿me está jugando
una broma?
— ¿Dónde está? — le dijo mordiéndose el labio, le encantaba ese juego que les
surgía y que las ponía a maquinar cada respuesta.
Betty podía jurar que estaba a punto de manchar si traje debido a la humedad
que sentía en su entrepierna. La deseaba demasiado. Pero no podía ir más allá
aún. No sabía que hacer. Pero no podía dejar de besarla, le mordía la boca, le
succionaba la lengua y se sentía cada vez más dócil. Su toque lento y sensual en
la pierna la tenía tan excitada que solo atinó a apretarlas al rededor del cuerpo de
Marcela.
— Creo que es mejor que salgamos— dijo una Beatriz turbada, con la mirada
brillante de excitación y voz casi entrecortada.
— Sí, por favor — aceptó Marcela cerca de su boca y le limpió un pequeño
rastro de labial mientras salía del encierro de las deliciosas piernas de Betty.
Touché
Salieron del baño con el deseo recorriendo sus cuerpos. Ahora sí necesitaban
distancia o no podrían contenerse más. Beatriz se acercó a su escritorio y recogió
la tarjeta con el poema. La puso entre el índice y corazón y se la guardó en un
bolsillo de la chaqueta de su sastre.
— Esto lo voy a guardar antes de que caiga en manos equivocadas — dijo para
evadir un poco la tensión sexual, mientras Marcela tomaba asiento en la silla
frente al escritorio.
— Me parece bien, porque aquí hay una secta que se dedica a buscar cosas en
escritorios y según sé, hay una líder que se los ordena— respondió Marcela con
una sonrisa burlona y coqueta.
— Bueno, ya. Hay que trabajar y debemos ponernos al día. Quisiera explicarle lo
que ha pasado con los puntos de venta estos días y cómo vamos avanzando con
la implementación de la nueva estrategia de marketing y ventas — la Betty
profesional salió a flote con toda la seriedad del caso.
Marcela se tapó la cara con la carpeta. Sintió demasiada vergüenza por aquel
acto tan horrible que cometió cuando Beatriz llegó a Ecomoda.
— Ay, no, Beatriz, qué vergüenza — dijo mientras bajaba la carpeta y se llevaba
una mano al rostro — perdóneme, en serio, eso nunca debió pasar, es que me
dejé influenciar por Patricia, pero de verdad lo siento, eso no se hace— su gesto
era de verdadero arrepentimiento, casi ni podía mirarla a la cara.
Betty sonrió.
— No se preocupe, eso es pasado, solo que quería sacarme la espina. Porque no
me gusta que se metan con mi parte profesional, Marcela, eso no lo tolero. No
hay nada que perdonar— se levantó de la silla y fue hasta ella — hey, míreme
— le quitó la mano del rostro y la miró sonriendo — si yo tengo una secta, usted
también puede hacer aquelarre con su amiga — Marcela rió con naturalidad y
eso le llegó al alma a Beatriz, porque Marcela poco reía.
— ¿Tiene que ver con el aquelarre? — bromeó Betty mientras pegaba su cintura
a la de ella y Marcela la agarraba con un poco más de fuerza.
— No, Beatriz — negaba con gesto infantil muy genuino — mejor dicho, sí.
Sucede que quiero contarle a Patricia y explicarle lo que está pasando. Al fin y al
cabo, es mi amiga y es mejor que se entere por mí.
Betty se quedó mirándola a los ojos un momento y lo dudó. Una cosa era que
Nicolás lo supiera, él sabía guardar secretos, pero toda esa bomba de tiempo en
manos de Patricia, no sabía cuánto daño podría ocasionar. Pero entendía que
quisiera decírselo, era su mejor amiga también y Marcela sabía cómo
contenerla...
— Está bien. Usted sabe lo que hablamos ayer... Ojalá Patricia sea discreta— le
dijo mientras se acercaba y le besaba los labios.
— Te prometo que así será — a veces le salía el tutearla— nos vemos más tarde
— le dio un beso también y se apretó la cintura con las manos mientras se
mordía un labio. Las soltó y se fue, dejando a Betty con la mente turbada.
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—Estás bromeando conmigo, ¿Cierto, Marce? — decía Patricia mientras parecía
hiperventilarse.
Marcela negó.
— No, no es una broma, Patricia. Estoy saliendo con Beatriz.
— Marcela, pero ¿Cómo? Si a ti nunca te han gustado las mujeres y bueno, sí,
ella llegó ahí arregladita y lo que quieras¿Pero acaso se te olvidó lo que te hizo?
¿lo que hizo con la empresa?
— Antes la vida era perfecta para mí o al menos eso creía, hasta que se me fue
desmoronando poco a poco. Y cuando todo eso pasó, sí, llegó ella, esa nueva
Beatriz que me está curando el corazón. Tú no conoces o no has visto lo que yo
he visto, tampoco te hace falta. No te pido que la ames o seas su amiga. Te lo
estoy contando porque necesito tu apoyo, porque estoy sanando, estoy
comenzando a vivir nuevamente, y en parte, es gracias a ella.
— Marce, está bien, yo te entiendo. Aunque me cuesta creerlo. Pero ¿Tú estás
segura de que es mutuo? — preguntó con tacto Patricia, pues sintió en parte el
dolor de su amiga y reconocía que realmente la había pasado mal.
— Creo que sí. Pues ya te dije, ella me ha dado muestras de eso. Y se siente
mutuo. Me siento correspondida. Es que, Patricia, estoy viva de nuevo ¿Lo
entiendes? Es más, a veces me siento como una adolescente, no sé, como que no
puedo contener totalmente lo que siento y me sobrepasa y ella, ella también está
viviendo, lo veo, lo siento, siento que estamos en la misma sintonía...
— Tienes razón, amiga, estás viva. Y si eso es también gracias al gar... — una
mirada asesina de Marcela la hizo detenerse — a Beatriz, pues te apoyo. Y
espero, Marcela Valencia, que esto no te mate de nuevo, porque ahí sí mato a esa
mujer y les toca buscarse otro presidente de Ecomoda.
— Gracias, pero eso sí, ni una palabra de esto a nadie, Patricia, esto puede ser un
caos si alguien a parte de nosotras se entera— le advirtió Marcela.
Marcela abrió la boca con gesto indignación y le dio una palmada en el brazo.
— Tú sí eres terrible, Patricia.
Mutuo
La hora del almuerzo había llegado y Beatriz aún no recibía la dirección. Supuso
que tal vez se había cancelado la cita, así que no insistió y se dispuso a salir para
ir entonces con el cuartel. Estaba pasando por el escritorio de Aura María cuando
su celular comenzó a sonar. Era Marcela.
El cuartel tenía planeado embestir a Betty hasta que soltara la lengua, pero no
pudieron sacar mucho. Eso sí, lograron que admitiera que había alguien en su
vida y que confirmara que no era Armando Mendoza. Beatriz temía no poder
aprender a vivir con eso, a pesar de que ya pasaba días sin pensar en él, aparecía
alguien y le recordaba que existía. Sin embargo, aunque no lo odiaba, quería
alejarlo completamente de su vida para poder disfrutar plenamente del ahora y
con Marcela.
En cuanto al cuartel, notó cómo las más insistentes eran Sandra, Sofía y Bertha,
pero Mariana no preguntaba, solo estaba atenta a todo y Aura María la miraba
con cierta curiosidad. De Mariana no desconfiaba, era obvio que sería de las
primeras en darse cuenta, pero le pareció prudente hablar con Aura María, al fin
y al cabo era su amiga y siempre la vio y reconoció como una mujer que siente y
que disfruta y sufre de todo lo que una relación implica, y eso, pocas veces le
había sucedido.
Volvieron a Ecomoda y Beatriz recordó que las cosas no iban bien en su casa.
Eso la hizo sentirse incómoda toda la tarde, pero no podía hacer nada. Esperar y
esperar. Casi al final de la jornada le entró una llamada al privado, contestó sin
mucho ánimo.
— Buenas tardes.
— Hola, Betty— saludó doña Julia con voz aparentemente neutral del otro lado.
— Mamá — Betty se sintió nerviosa— ¿Cómo está?
— Betty, quisiera que hablemos, pero usted sabe que no puede ser aquí.
— Sí, claro— se sentía como si hubiese cometido una travesura y estuviese a
punto de ser castigada, sentía también miedo de lo que fuese a pasar. Podía pasar
por alto el rechazo de muchas personas, pero el de su madre jamás lo soportaría
— le gustaría ir a algún lugar, no sé, a comer algo o por un helado de esos que le
gustan...
— No, mamita, eso es para que su papá se nos pegue y esto debe ser a solas...
— Dígale que vamos a dónde mis tías y yo la voy a llevar, así nos lo quitamos
de encima por un rato— pensó rápido Beatriz, pues estaba ansiosa.
— pues sí, vamos a ver si no le entra la intriga al Hermes.
— Bueno, mamá, alistese y apenas salga de Ecomoda paso por usted.
Terminaron la llamada y Betty soltó el aire que no sabía que estaba conteniendo,
se llevó las manos a la frente y pensó en un mar de posibilidades ante lo que su
mamá le pudiese decir. Un pequeño porcentaje le daba esperanza y las demás
eran cada vez más catastróficas.
Marcela abrió la puerta de presidencia con una sonrisa en los labios y sobresaltó
a Betty, que tenía cara de estar pensando en mil cosas a la vez, era palpable su
angustia. Cerró la puerta y se encaminó hacia ella, rodeando el escritorio.
Marcela se extrañó, incluso llegó a pensar que quería decirle que estaba
arrepentida de la noche anterior que para ella había Sido tan maravillosa.
Betty negó.
— Lo sé. A ver, es que anoche cuando llegué a la casa hablé con mi mamá.
Después de lo que pasó ella quedó muy dolida conmigo por todo lo que le oculté
y pues, ya no quiero hacerlo más. Entonces le conté lo que estaba sucediendo
con usted, con nosotras...
Marcela no sabía que sentir, por un lado le daba cierta alegría que Beatriz no
quisiera ocultarla del todo, que enfrentar algo tan delicado como eso. Pero por
otro lado, estaban las consecuencias de eso, no hacía falta conocer a profundidad
la vida de Beatriz para saber lo conservadora que era su familia y lo importante
que era para ella.
— ¿Pasó algo? ¿Discutió con ella?— preguntó.
— Vamos juntas y hablamos con ella. Tal vez eso la tranquilice, no sé. Tal vez
necesite saber que no hay ningún engaño de por medio o algo así...
— No, Marcela, esto es algo que solo podemos discutir mi mamá y yo y pase lo
que pase, solo podemos arreglarlo nosotras.
— ¿Si sabe que si algo sale mal me llama y podemos hablarlo o vernos? — le
apoyó Marcela mientras le pasaba dos dedos por las mejillas.
— Lo sé, no se preocupe. Yo sé que puedo contar con usted y usted conmigo.
Se sonrieron y se miraron a los ojos con un brillo genuino. No hacía falta decir
nada.
— Eso está bien, ella también debe estar ansiosa, así que es mejor que vaya
pronto — Marcela se levantó del escritorio y se dedicó a esperar que Beatriz
terminará de recoger sus cosas.
Una vez lista, Betty se alisó el traje y respiró profundo. Marcela notó esa tensión
y ansiedad y se acercó a ella para rodearla con un abrazo.
— Tranquila, Betty, todo va a salir bien. Su mamá la adora — la miró a los ojos
— y eso es mayor que cualquier prejuicio o dictamen de la moral.
— Yo sé que me ama y que me adora, Marcela, pero también siento que le estoy
dando la decepción más grande de su vida — respondió Betty mientras sus ojos
se entristecían.
Marcela frunció el seño y le tomó el mentón con dos dedos para obligarla a
mirarle.
— Óigame bien, Beatriz Pinzón Solano, usted es una persona maravillosa, es la
presidente de una de las empresas de moda más grandes del país y, además de
que está preciosa — se mordió rápidamente el labio inferior —es una excelente
hija y sí, ha cometido errores como cualquier ser humano, pero esto no es un
error ni una decepción — su voz era dulce, pero hablaba con contundencia y
seguridad —es su vida y su libertad de sentir y amar. Y cuando se trata de eso,
no podemos catalogarlo como un error ni como una decepción.
¿sabe qué habría Sido una decepción? Que hubiese elegido seguirle mintiendo
un ocultando su vida. Pero no, usted le dió la cara y le abrió su corazón y eso
vale y pesa más que cualquier prejuicio o mandamiento religioso.
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Holi, a pesar de ser un día pesado, la inspiración fluyó.
Espero les guste.
Besitos.
Las leo en los comentarios.
Casualidad
Betty recogió a su mamá después de convencer a su padre que estaría con ella
donde las tías Solano. Se dirigían a un café vintage que vendía un helado de café
artesanal por el que doña Julia había tenido una predilección desde siempre, pero
que pocas veces podía comer.
No hubo más palabras en el camino. Julia apenas si dejó asomar una sonrisa
cuando vio el lugar al que fueron. Entraron al lugar y escogieron una mesa
exterior, ordenaron, su madre obviamente el helado y Beatriz un jugo de mora.
Se sentaron y Julia tenía las manos entrelazadas sobre la mesa, para ocultar los
nervios. No sabía cómo empezar a hablar, nunca antes había estado en una
situación así.
— Bueno, mamita. ¿Cuénteme? ¿Cómo le fue hoy?— dijo doña Julia con gesto
tierno. En verdad sí quería saberlo, más allá de todo, amaba a su única hija.
—-Bien, mamá. Pues con mucho trabajo, obviamente, pero con una carga
menos, con el regreso de ... — lo dudó un poco— de Marcela, pues ya no tengo
que estar tan pendiente de los puntos de venta porque es el área de ella.
Doña Julia notó esa emoción inicial con la que Betty habló de esa mujer y eso
solo le hacía más difícil todo, reconocía que su hija estaba empezando a tener
una ilusión.
— Bueno, mamita, pues al menos algo bueno tiene la llegada de esa señora,
porque a mí sí me parece que usted carga con mucho trabajo allá. Mire como
estuvo llegando de estresada todo este tiempo.
Llegaron sus pedidos y cada una probó. Luego de eso hablaron de la casa, Julia
de quejó de don Hermes y sus rabietas y le contó algunos chismes del barrio.
Una vez agotados los temas, no quedaba más que hablar sobre lo que las
convocaba.
— Vea, mija, yo le quiero pedir, primero que todo que me entienda. Esto no es
fácil, jamás en la vida — su voz comenzó a entrecortarse— yo pensé que viviría
algo así. Dios sabe que yo me he esforzado toda la vida para criarla a usted con
los mejores valores. Pero ya la realidad es está, Betty — comenzaron a salirle
lágrimas — y no puedo cambiarla. Yo la conozco y sé que nada de lo que yo
haga y diga va a cambiar lo que usted siente.
— Mamá, yo...
— No, Betty, déjeme terminar — se limpió las lágrimas con un pañuelo —
necesito que sepa que el hecho de que usted sea así... Bueno, lo que es, no va a
cambiar mi amor por usted. Pero no pretenda que con esto yo la apoye y le
acolite todo lo que esté haciendo con esa mujer. Puede que usted confíe en ella,
pero yo no. Esa gente la puede volver a usar y lastimar como lo hizo ese doctor
Mendoza.
— No, mamá, yo no pretendo eso — dijo Betty con los ojos llorosos mientras le
tomaba la mano a su mamá — se lo conté porque no quiero volver a traicionar su
confianza jamás. Y pues yo no esperaba que me apoyara porque sé que no es
fácil, pero sí que supiera lo que está sucediendo en mi vida y que, en la medida
de lo posible, lo respete.
Doña Julia siguió llorando, sentía a veces que no era real, que no estaba
sucediendo, pero no era así, su hija estaba enamorándose de una mujer y ella no
sabía cómo manejarlo.
estuvieron ahí un momento hasta que lograron calmarse. Pero a Julia le faltaba
decir algo más.
Eso le arrugó el corazón a Betty, pero no podía pedir más, incluso fue más de lo
que esperaba. No le quedaba más que aceptar lo que pensaba y sentía su mamá y
seguir adelante, a pesar de todo, como se lo había prometido a Marcela.
Volvieron a casa más tranquilas y con un litro de helado para que su mamá
pudiese disfrutarlo siempre que quisiese. Hablaron de cosas en general, sin
adentrarse a lo íntimo. El amor filial se mantenía y eso le daba más paz a Betty,
pero en el fondo le dolía sentir que su madre no la apoyaba.
.....
Durante la semana apenas si pudieron darse unos besos excitantes con Beatriz,
siempre con precaución. Ella le contó lo sucedido con su mamá y eso le daba
pena. Sabía lo importante que era para Beatriz su familia y el apoyo de ellos. En
parte, se sentía mal por ser quien ocasionó eso. Se prometió hacer algo para
paliar lo sucedido.
Por el momento, anhelaba poder llevar a Beatriz a que por fin conociera su
nuevo sitio y que también lo compartiera con ella. La imaginaba rondando por el
lugar, bebiendo jugo en el balcón y siendo ella, simplemente eso. Su presencia le
bastaba para completar el cuadro. Pero sabía que aunque las ganas estaban
latentes, había que pensarse muy bien ese momento. Era evidente que Beatriz era
un poco tímida para un avance sexual, aunque lo deseaba. Así que le daría
tiempo, aunque eso la llevaste a una práctica a la que hace tiempo no recurría,
pero que al menos le ayudaría a hacer tiempo. Obviamente inspiración no le
haría falta.
Pensó en que al día siguiente invitaría a Beatriz a salir, un domingo, como hace
mucho no lo hacía. Además, sentía la necesidad de conocerla más, de saber más
de ella y de su vida.
-----
Beatriz pasó casi toda la mañana del sábado durmiendo. Estaba bastante agotada,
siempre le sucedía, se explotaba al máximo entre semana y el finde semana caía
rendida entre las sábanas hasta que el propio cuerpo le pedía volver a la realidad.
Mientras Betty dormía, su madre entró a su cuarto para sacar la ropa que había
por lavar y ayudarle a organizar un poco. Sabía que estaba profundamente
dormida, entonces no se preocupó por el ruido. Desde que entró a la universidad
hacia eso de madrugar y trasnochar estudiando y trabajando y el sábado, sobre
todo, dormía todo lo que su cuerpo le pidiese.
Estaba volteando las prendas al revés cuando al meter una mano a un bolsillo
encontró un papel de textura fuerte. Lo sacó y leyó. Lo guardó en su delantal,
estaba nerviosa al leer eso y saber de quién provenía. Siguió con las demás
prendas y revisó, a ver si encontraba algo más, pero no fue así. Iba saliendo
cuando divisó la cartera colgada tras la puerta y el diario de Betty. No lo leería,
apartaría esa tentación, pero no pudo contenerse para abrirlo. Entonces, por
cosas de la vida, lo abrió dónde se encontraba un papel doblado y otra tarjeta que
no tuvo tiempo de leer.
Guardó todo en su delantal y salió de allí. Betty ni se movió en todo ese tiempo.
Julia bajó rápidamente al cuarto de lavado y puso todo en una cesta mientras
cerraba la puerta, para que nadie la sorprendiera espiando lo que no debía.
Había interés de estar cerca de ella con esas palabras, no solo interés profesional
y le reconocía su trabajo.
Julia podía interpretar allí un gran interés de Marcela. Un deseo de estar junto a
su hija, de volver y cumplió su palabra, volvió y con intenciones claras.
Tomó la otra tarjeta y la leyó.
"Para que pueda usarla en la firma que adorna, con natural belleza, los cheques
de Ecomoda. Y tal vez, cada vez que la use, sienta que acortamos la distancia
M.V."
Julia miró los papeles y los acomodó en un orden que supuso que fueron
escritos. Reconoció que iba en crescendo, que Marcela Valencia expresaba cada
vez, con más claridad, lo que aparentemente sentía. ¿Y si era real? ¿Si ella se
estaba también enamorando de su hija? ¿ Qué haría?
Contrataque
Beatriz pasó la tarde del sábado con sus padres, decidió llevarlos a cine, pues
hace mucho no salían y se tomaban un tiempo fuera los tres como familia. Al
terminar la función, fueron a comer, de esta manera también le aseguraba un
descanso a su madre. La relación con su mamá seguía bien, pero notaba cierta
actitud sospechosa de ella, la forma en que la miraba constantemente la hacía
dudar, pero no le dio mucha importancia.
— Hola, Marcela — contestó con voz suave y con una tonta sonrisa en los
labios.
— Hoooola, Beatriz — correspondió Marcela con un tono alegre.
— Sí, pude terminar, pero estoy muerta, un poco agotada, pero me encanta el
resultado. Tiene que venir a conocerlo.
— Claro que la estoy invitando, es más, estoy deseando que venga y verla por
aquí, revoloteando como una mariposa— Marcela hablaba con decisión y a la
vez doble sentido.
— Espero conocerlo pronto, imagino lo elegante y sofisticado que debe ser, pero
a la vez, hermoso, como la mujer que lo habita — las don sonrieron.
Beatriz sonrió con verdadera alegría. Un día fuera de la oficina, sin presiones y
con la libertad para disfrutarse. Pero le surgió una idea.
— Claro que sí, pero con una condición— habló con mucho ánimo.
— No, Beatriz, es que ya lleva varias veces que es usted la que conduce y viene
a dejarme a la casa. Déjeme recogerla, puede ser en algún lugar cercano a su
casa, para que no haya problemas.
Llegó la hora y Beatriz estaba aplicándose loción frente al espejo, don Hermes
apareció en el la puerta.
— Sí, papá, voy a ir con Nicolás a una exposición de arte. Nos invitó un
proveedor de Ecomoda.
— Ay, papá, es un proveedor que nos puede llegar a hacer un buen descuento y
usted sabe que lo necesito. Además, yo no salgo mucho...
— Hermes, deje a la niña tranquila, ella ya le explicó — intervino Julia desde el
pasillo.
Don Hermes solo guardó silencio y se retiró a su habitación. Betty escuchó que
tocaban la puerta y tomó un pequeño bolso para guardar las llaves, su billetera y
el celular.
— Bueno, vamos entonces, no vaya a ser que lleguemos tarde a su cita — dijo
Nicolás con sarcasmo y siguió a Betty al carro.
— Jum, si mi papá me estaba montando gorro porque iba a salir, menos mal se
comió el cuento, ahorita debe estar en la ventana mirando si me voy con usted o
no — Betty se montó al carro y Nicolás hizo lo mismo.
Se rieron juntos.
— Betty, pero ¿Para qué? ¿Qué ganaría usted con eso? Es que una mujer de
esas, que ha tenido todo en la vida, que debe conocer el mundo entero, ¿Qué le
podría enseñar el "untarse de pueblo"?
— A vivir, a vivir de otras formas que no conoce. A conocer y amar las cosas
simples. Es que yo me he dado cuenta que ella me ha dado cosas muy lindas, sí,
pero que brillan por su opulencia o por su valor. No quiero que sienta que
necesito eso, que yo también puedo sentir lo que siento en un gran restaurante
como Le Noir o en la esquina de un parque comiendo helado.
— Hola, ya llegué.
— Bueno, ya bajo, no me demoro.
En efecto, dos minutos después apareció tras la puerta de vidrio que adornaba la
entrada al edificio. Se veía demasiado hermosa. Llevaba un pantalón blanco con
un suéter lila tejido y tenis blancos, así se veía mucho más joven. Era tan bella
que Beatriz apenas si podía contener la sonrisa al verla. Abrió la puerta del carro,
se sentó en dos movimientos rápidos y se le fue encima para robarle un beso. Se
besaron con devoción por un momento hasta que volvieron a acomodarse.
Marcela estaba casi líquida sobre el asiento del copiloto, juraría que se había
ruborizado. Se sentía bella, querida, admirada. Era tan hermoso sentirse así,
Realmente correspondida.
— Gracias — le dijo con voz suave y se acercó para darle un beso en los labios
— te ves muy sexy de negro y ese encaje en el brasier me está tentando mucho
— esto último se lo susurró al oído y luego le succionó el lóbulo de la oreja.
— Ay, Marcela Valencia, mejor vámonos antes de que me ganen las ganas de
descubrir lo que hay debajo de ese buzo lila— respondió mirando al frente y
poniendo en marcha el carro.
Pasados unos minutos y luego de contarse lo que hicieron el día anterior, para
aligerar el ambiente erótico, Marcela se dio cuenta que se estaban dirigiendo al
oriente de la ciudad.
Betty se rió con gracia y naturalidad, una risa que contagió a Marcela.
Marcela entonces vio que no le quedaba otra opción, así que con lentitud
comenzó a bajar del auto, mientras un hombre se acercaba a Beatriz y le
prometía cuidar el carro con su propia vida. La presidente rodeó el carro por
delante y llegó hasta la accionista. Se le puso en frente .
Marcela solo asintió. Era evidente que ella no pertenecía a ese lugar, su ropa, su
estilo, todo gritaba su clase, pero intentó relajarse y dejarse llevar por esos labios
gruesos que le daban tanta alegría.
— Todo lo que usted come en los grandes restaurantes que frecuenta se compra
en lugares como este, Marcela. Pero este lugar en particular tiene algo especial.
Y por eso necesito que me responda algo.
Si en este momento pudiera irse a un lugar de Colombia a comer, ¿Qué región
sería?
Marcela lo pensó un momento, había visitado muchas ciudades del país, pero
siempre sintió que le faltó más tiempo en una en especial.
— Pacífico... Toda la región... Allí iría justo ahora con usted y me sentaría frente
al mar.
Beatriz sonrió.
Tomaron asiento y una joven afro con un hermoso cabello crespo y ojos miel se
acercó a ellas. Inmediatamente miró a Marcela que estaba concentrada en la
carta que estaba pegada a la mesa en forma de sticker. Beatriz percibió ese gesto
y se sintió ligeramente incómoda, pero también se dispuso a ordenar algo. Sin
embargo, seguía sintiendo la mirada de la hermosa joven sobre Marcela.
— ¿Ya conocen los platos o desean que les explique qué tienen? — preguntó la
joven con voz animada.
Beatriz alzó una ceja al escuchar cómo Marcela la tuteaba y siguió fingiendo que
miraba la carta.
— Arroz endiablado está bien para mí y por favor, dos jugos de lulo — miró un
momento a la joven que apuntaba el pedido mientras veía la mano de Marcela
sobre la de Beatriz.
— Perfecto, ¿Desean algo más? — les preguntó a ambas, tratando de ignorar las
miradas de ambas.
— claro que no, además, prometí dejarme llevar y eso estoy haciendo, no me
voy a quejar de nada.
— esto está delicioso, Beatriz, creo que podría comerme cinco más — hablaba
Marcela mientras terminaba la segunda tajada.
— la verdad sí, tiene un sabor potente, pero exquisito — se limpió la comisura
con una servilleta de papel.
Terminaron la entrada de cortesía y solo tenían halagos para la comida y más
Marcela. Realmente lo estaba disfrutando.
— voy a aprender a hacerlos y los voy a comer siempre que quiera ¿Usted cree
que la mesera me pueda dar la receta? — le pregunto con falso desinterés a
Beatriz , quien solo se volvió a morder internamente el cachete.
— Bueno, se la voy a pedir. Además nos está atendiendo muy bien — Marcela
seguía provocándola.
Al llegar las bebidas, Beatriz actuó por impulso y le tomó la mano a Marcela.
— Buen provecho, hermosa— le dijo con una gran sonrisa a Marcela y tomó el
jugo para beber y ocultar su cara de satisfacción, mientras la joven se retiraba sin
pronunciar palabra y Marcela se ruborizaba.
— Es más lindo si es con usted , Beatriz, todo con usted siempre es mejor — le
respondió con sinceridad mientras le atrapaba el pie con los suyos,
— para mí, también, Marcela, todo ahora tiene sentido si es con usted — le besó
rápida y castamente.
— Sí, estaba muy delicioso, muchas gracias, pero me gustaría pedirte un favor
— le sonrió con picardía y a Beatriz le brotó la ira.
— Sí, claro, dime— respondió la chica dejándose tentar por los ojos de Marcela.
— ¿Me puede dar la receta del hogao?— le suplicó con ojos brillantes y la joven
evidentemente se derritió frente a ella.
Beatriz cerró los ojos, no soportaba esa escena, quería sacarla ya de allí y
besarla y decirle que no hiciera eso, que le daban celos y se despertaban sus
inseguridades.
— Lo logré ¿Sí vio? — le dijo Marcela a una Beatríz que poco coordinaba sus
pensamientos.
— Claro que vi, es más, debería pedirle que le dé una clase personalizada, así
aprende Mejor — su tono de voz era frío.
Betty iba a responderle algo, pero entonces llegó la joven con un papel y se lo
entregó a Marcela.
— Aquí está, espero que le funcione — le habló con mucho ánimo a Marcela y
Betty simplemente actuó.
Beatriz quería decirlo, pero también quería torturarla por seguirle el juego a la
joven.
— ¿Cómo lo sabe? Pero está bien, se lo juro, es más, ya mismo lo voy a quitar
— rasgó la parte donde estaba el número de la chica — ahora sí repítalo, quiero
oírla — se le acercó y casi la besaba.
— Se lo juro, Beatriz.
Subieron al auto y por fin Beatriz pudo respirar mejor. Liberó la presión que
sentía en el pecho y por ende, cayó en cuenta de lo que acababa de hacer. Cerró
los ojos y puso su cabeza sobre el volante.
— Pero eso no quita que actúe como una tonta, es que no sé, me dio rabia, me
descontrolé, jamás debí decirle que...
Marcela le tapó la boca.
— shhh, cállese, cállese que adoré cada cosa y yo sé perfectamente que usted no
actuaría así, sé que no me ve como un objeto, ni como un trofeo, lo sé,
tranquila... — le susurraba al oído.
— Jamás la vi ni la vería de ese modo, Marcela y por eso me siento mal por mi
reacción — le tomó el mentón con dos dedos y le dio un beso casto en los labios
— para mí usted es una persona hermosa, digna de ser amada y respetada.
Tal vez Beatriz no lo sabía, pero jamás en su vida Marcela había escuchado que
alguien la quisiera por eso. Ella siempre estaba en sintonía y dependencia de a
quién amaba y quería y de demostrar constantemente afecto y amor. Pocas veces
se sentaba a cuestionarse¿Por qué era amada? La forma de querer que siempre
conoció era tan obsoleta frente a la nueva forma que estaba conociendo con
Beatriz y amaba eso, amaba poder transformar la manera en que veía la vida,
amaba, a su edad, tener que cuestionarse lo que toda su vida creyó que era el
amor.
— Es que siento que estoy descubriendo la vida otra vez con usted. Que estaba
tan equivocada respecto al amor. Todo es tan nuevo y tan intenso... Tan
hermoso. Gracias, Beatriz, gracias de verdad.
Betty cerró los ojos y se dejó llevar también. La inundó una gran tranquilidad y
paz. Ella también estaba aprendiendo y desaprendiendo, también estaba
derrumbando muros y construyendo una nueva perspectiva.
El lugar que Marcela había elegido era una caba donde, además de vinos, tenían
una gran oferta de tapas españolas y cervezas artesanales. Era rústico, tal vez
bohemio, pero muy elegante. Entraron y Beatriz se quedó un poco admirando la
ambientación del primer nivel, paredes casi talladas en piedra, barricas, en fin,
totalmente atractivo. Sin embargo, Marcela la tomó de la mano y la guió hastaas
escaleras que las llevaron a una terraza hermosa, donde predominaba la
vegetación y podían sentarse a disfrutar de la vista de una parte de Bogotá, bajo
luces amarillas y parasoles color crema.
Marcela la correspondió, no podía ni quería hacer nada más. Se dejó llevar por el
compas de su lengua y le acariciaba la espalda y las piernas con cada mano.
Beatriz ya no coordinaba y simplemente se estaba rindiendo. Comenzó a meter
una mano bajo el buso lila de Marcela y sintió la calidez de su piel contra la
suya, comenzó a subirle la prenda poco a poco mientras no paraba de besarla.
Sus labios sonaban, se mordían, se succionaban, sentían la humedad latiendo en
sus partes.
Marcela levantó los brazos y dejó que Beatriz le quitara el buzo, quedó frente a
ella con el brasier.blanco acunando sus pechos y Beatriz los miró con fervor,
llevó una mano a cada uno y los apretó suavemente con las manos, sin dejar de
mirar a Marcela.
— Tranquila, lo sé, solo nos dejamos llevar, pero ya llegará el momento y será
inolvidable — le rodeó la cintura con los brazos — quiero que nada nos
atormente en ese momento... Lo deseo tanto, Beatriz...
Beatriz se mordió los labios. Algo haría, pero ya no quería ni podía soportar
más.
— yo también lo deseo, la deseo, sueño con ese momento...— le pasó una mano
por el cuello — solo necesito unos días y lograré que nada nos interrumpa...
Partieron a la casa de Marcela y esta le hizo jurar a Betty que harían el amor en
su casa por primera vez. Mientras la otra le hizo jurar que no la dejaría dormir
esa noche.
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Es mejor llegar a tiempo que ser
invitada
Comenzaba una nueva semana y con ella todo el ajetreo de iniciar la producción
para la nueva colección. Marcela había revisado con anterioridad los diseños de
Hugo y había dado el visto bueno. Ahora solo quedaba arreglar con los
proveedores, iniciar la publicidad, pautas comerciales e ir implementando los
cambios necesarios para la nueva estrategia de ventas.
Marcela llegó con una sonrisa de oreja a oreja. Todo Ecomoda era testigo del
gran cambio en ella desde que había regresado de Miami, era otra, más tranquila,
más alegre y con la vida fluyéndole. Pasó directo a presidencia en cuanto llegó,
ni siquiera dejó que la anunciaran, simplemente abrió la puerta y agradeció no
haber dicho nada comprometedor en cuanto vio quién estaba acompañando a
Beatriz.
— Buen día, señorita Valencia. Muy bien, muchas gracias — respondió don
Hermes y le apretó la mano con fuerza.
— ¿Qué lo trae por aquí, don Hermes? — preguntó para aligerar la tensión.
— Fíjese que el fin de semana se terminó el mes y vine a poner al día la
contabilidad y enviar el reporte mensual a don Roberto Mendoza, entonces hoy
me van a ver por aquí todo el día. Aprovecho que la veo para que,por favor, me
entregue las facturas y tiquetes de sus gastos de viaje en Miami, necesito
legalizar esos viáticos.
Beatriz esperó a que su papá saliera para soltar la risa que estaba conteniendo.
Marcela sonreía y negaba con la cabeza ante la pícara risa de Beatriz.
— ¿Qué pasa? ¿Le da miedo Beatriz? — se lanzó rápido y le robó un beso fugaz
y se enderezó — no me voy a privar de besarle esa boca tentadora siempre que
pueda.
Beatriz se quedó fría. En realidad si sentía temor por lo que llegara a pasar si su
padre se enteraba. Le daba pánico su reacción.
Marcela sonrió.
— tranquila, Beatriz, solo estoy bromeando — solo vine a saludar porque voy a
dar una vuelta por los almacenes del norte para ver cómo va todo.
Julia estaba leyendo una novela romántica de origen francés mientras disfrutaba
de su día a solas, ya que su esposo estaría todo el día en Ecomoda. Había hecho
el que hacer e incluso adelantado algo del almuerzo y ahora, por fin tenía paz
para dedicarse un rato a lo que le gustaba. Tenía té sobre la mesa, galletas y
estaba tranquilamente concentrada en la lectura cuando escuchó un carro llegar,
a los pocos segundos, tres golpes en la puerta la hicieron cerrar el libro e ir a ver
quién era.
Abrió la puerta y casi que quiso cerrarla de golpe al ver quién era. Abrió los ojos
como platos y parpadeó después para ver si era real o no.
— Buenos días, doña Julia— saludó Marcela con una sonrisa tranquila.
— Sé que le puede parecer extraño, pero necesito hablar con usted y las dos
sabemos sobre qué...
Julia la interrumpió.
— Discúlpeme, pero yo no quisiera hablar sobre eso, ya le dije a mi hija lo que
pienso y además en cualquier momento puede llegar mi esposo y le va a parecer
extraño que usted esté aquí.
Julia apretó el marco de la puerta con la mano. Lo pensó durante casi un minuto
y Marcela solo levantó las cejas para saber si aceptaba o no. Julia abrió la puerta
para que siguiera y soltó el aire. Estaba segura que se arrepentiría de eso, pero lo
prefería antes que quedarse con la duda de no haberlo hecho.
Marcela miró la casa en silencio, se quedó parada entre el pasillo que conectaba
las escaleras, la sala de visitas y el comedor.
— Siga por acá — dijo Julia llevándola a la sala e indicándole el mueble para
que se sentara — ¿Quiere jugo de mora?
Julia estaba molesta y nerviosa. ¿Qué podría decirle esa mujer que la hiciera
cambiar de parecer? ¿Qué necesitaba ella escuchar? Sin embargo, le aprobaba el
valor de ir y ponerle la cara después de todo. Algo que ni siquiera Armando
Mendoza hizo. Por otra parte, no podía negar que su hija estaba volviendo a la
vida después de todo y en parte era gracias a la mujer que estaba sentada en la
sala y para ella, que la vio casi morir en vida dos veces , eso tenía mucho valor.
Siempre un paso adelante
- Betty, mija, tenemos que hablar...- su gesto evidenciaba la culpa y eso le bastó
a la presidenta para entender de qué se trataba.
Aura María se sentó lentamente frente a Betty y apretándose las manos comenzó
a hablar. Le contó desde que había escuchado la llamada hasta ahora. No omitió
detalle y puso en evidencia que es cuartel estaba tras la pista de la persona que
estaba con ella y que si no se cuidaba, iban a descubrir todo pronto.
Betty solo se tomó la cabeza con las manos. Eso sí que no se lo esperaba.
- Betty, perdóneme, yo sí fui atrevida al escuchar esa llamada, pero es que con la
emoción con la que hablaba me causó curiosidad y pues, ya lo demás lo sabe -
comenzó a hipar - si quiere écheme, pero antes sepa que de mi boca no ha salido
nada más que lo que ya le conté. Ni si intimidad, ni la de doña Marcela están en
evidencia.
Betty cerró los ojos para poder hilar los pensamientos. Darle esa información al
cuartel podía ser un pro y un contra. Además, primero debía hablarlo con
Marcela, pero no estaba. Aura María tenía razón, además ellas no estaban siendo
tan cuidadosas, las visitas constantes de Marcela a presidencia la última semana,
los detalles lujosos... No quedaba de otra que ponerles la cara ella misma.
- Aura María, ¿Por qué no me lo dijo antes? ¿Por qué hasta ahora?
- Ay, mija, es que ni yo misma lo podía creer. Usted con doña Marcela después
de todo lo que pasó. Y pues yo quería esperar a que ella llegara para confirmar y
lo confirmé. Es que ustedes tampoco es que estén disimulando mucho así que
digamos. En la mirada se le ve a las dos que se gustan mucho.
- Pues claro, mi amor, no ve que ella sale de aquí siempre con una sonrisa se
oreja a oreja y cuando se cruzan en los pasillos se siente la tensión. Ustedes se
miran con... No sé, Betty, como con amor y eso se nota, mija. O lo noto yo que
ya sé...
No había lugar a dudas. Con el cuartel era mejor dejar todo claro para evitar
especulaciones. Le pidió a Aura María que las llamara a todas, incluida Inés.
Después le diría a Marcela.
- Bertha, si el hecho de estar saliendo con una mujer o que me guste me hace
bisexual, sí lo soy y si para ustedes supone un problema o impedimento o
conlleva que no me vuelvan a dirigir la palabra, me gustaría saberlo de una vez,
para no tener que incomodarlas.
- Pues si para mí no lo es, que soy la más vieja de todas, no entiendo por qué
podría serlo para alguna de ustedes - habló Inés dejando a todas sorprendidas-
me sorprende, sí, Betty, pero yo en todo este tiempo que he trabajado con don
Hugo he aprendido que el amor no tiene una sola manera de ser.
- Pues para mí tampoco, Betty. Solo que esa sí nos calló la boca a todas. Pero yo
sí me alegro que esté saliendo con ella. Además que doña Marcela es tremendo
mujerón, con plata, accionista de esta empresa. Mejor dicho, usted está
coronando con la que es- habló tranquilamente Sofía.
Todas soltaron la risa. Ya estaba pasando la conmoción inicial.
- No, mamita y usted se imagina la cara que va a poner don Armando cuando se
entere. Yo sí quiero ver eso y hasta tomarle foto - habló por fin Sandra
emocionada.
- Pues amiga, las cartas siempre le han hablado y esa mujer la adora. Es que
ustedes no han visto los regalos que le ha dado y ahora cómo anda de feliz a toda
hora. Mejor dicho, ahí hay amor.
Betty sonrió apenada. Una cosa era lo que ella podía ver en Marcela y viceversa
, pero olvidaba a veces, que afuera estaba el mundo percibiéndolas. Eso le alegró
el corazón, saberse querida y que los demás lo notaran. Que no fuese,
nuevamente , producto de su imaginación.
- Ay, no, mija, yo pa ese chisme si compro palco. Porque todo será, pero la cara
de la pantera esa cuando vea que las dos mujeres que no quiso se le juntaron y
andan enamoradaaas - dijo Bertha con tono burlesco.
Todas volvieron a reír, pero Betty sintió una ligera incomodidad ante ese último
comentario. Le guardaba cariño a Armando, no podía llegar a odiarlo por lo que
pasó, pero no le agradaba que mencionaran eso.
- Noo y es que ahora que usted está así toda triplemamita, más le va a arder y
con lo bonita que es doña Marcela. ¡No! Eso va a ser la sensación, mejor dicho,
¡La pareja del momento! - se emocionó Aura María
Todas callaron, conociendo al papá de Betty, era obvio que eso no podía ser.
- Mi mamá sí, aunque no lo acepta del todo, dijo que me respetaba, pero mi papá
no se puede enterar por nada del mundo, me mata - comentó con tristeza.
- Mija y por ahora es mejor que no lo sepa. Porque ustedes hasta ahora están
empezando, no se sabe que vaya a pasar después. Más bien cuando ya la cosa se
ponga más seria, entonces hablan con él - aconsejó Inés.
Betty se fue a su oficina para recoger sus cosas, ya estaba finalizando la jornada
laboral. Tomó su celular y llamó a Marcela, que no había vuelto a Ecomoda en
todo el día.
- Hola.
- Hola.
Se saludaron al tiempo y sonrieron. Betty se quedó viéndola y respiró.
- ¿Sabe algo? Se ve muy hermosa con esa chaqueta de cuero, cuando la usa me
encanta. Se ve dominante, como que puede con todo.
- No, preciosa, solo abráceme ¿Sí? Estando así con usted siento mucha paz.
Marcela la soltó y le atrapó la cara entre sus manos para darle un beso.
- Lo sé, vamos, mañana tendremos más privacidad y ya no nos tenemos que
preocupar por el cuartel, ni Patricia y me imagino que por Nicolás en quien
menos debemos temer.
- Obvio - dijo Betty, dando por entendido que fue el primero en saberlo todo.
Marcela se duchó, comió algo ligero y se fue a la cama. Estaba tratando de evitar
caer en la misma tentación de la noche anterior, pero por más que trataba de
concentrarse en lo que veía en el televisor, no podía. Se había puesto una bata de
satín de tiras, estaba a punto, sabía que solo necesitaba iniciar y después no
pararía, como la noche anterior.
Se llevó una mano a la nuca y cerró los ojos, no había marcha atrás, lo
necesitaba. Comenzó a acariciarse el cuello con suavidad y parsimonia, en su
cabeza solo estaba ella, la imaginaba ahí, encima, besándole el otro lado del
cuello mientras la acariciaba. Poco a poco se fue uniendo la otra mano que
descendió lenta y peligrosamente por si clavícula hasta su seno y lo apretó con la
misma ferocidad y suavidad que Beatriz lo había hecho la noche anterior, luego
su otra mano tomó el otro.
Comenzó a amasarlos y les iba imprimiendo cada vez más fuerza. Era como si
las manos de ella le estuvieran recorriendo el cuerpo y ella no pudiera más que
contonearse en la misma sintonía. Sentía la piel caliente, la humedad
comenzando a brotar y recreaba en su mente y en su cuerpo aquella vez en que le
acarició la pierna a Beatriz en el baño.
Su mano siguió el camino conocido y se abrió paso entre sus labios externos,
rozó con suavidad el capuchón de su clítoris y sintió el botón de placer
comenzando a endurecerse. Siguió el camino hasta que se encontró con su
propia humedad, la tocó y su vagina se contrajo de excitación, abrió las piernas y
rápidamente se deshizo de la tanga negra que sentía que le estorbaba.
Retomó el camino y con dos dedos llevó un poco de aquella humedad abundante
hasta su clítoris. En su mente revivía ese momento del día anterior en el carro, la
imagen de los senos de Beatriz adornados con ese encaje negro. Solo Dios sabía
cuánto le costó controlarse, solo él sabía el esfuerzo sobrehumano que tuvo que
hacer para no desnudarla ahí mismo y devorarla entera. Por eso tuvo que llegar a
su apartamento y complacerse a solas, porque estaba al límite. Esa imagen estaba
tatuada en su cabeza y la animaba con ilusiones en donde le quitaba el brasier y
le chupaba los senos hasta que los pezones se ponían duros.
Comenzó a estimularse lentamente mientras sus caderas hacían un ligero
movimiento. Las imágenes en su cabeza comenzaban de nuevo, ahora pensaba
en Beatriz sentada sobre el escritorio de su oficina, abierta de piernas y dispuesta
para ella. Eso le hizo intensificar el movimiento de sus dedos mientras la otra
mano subía a su cabeza y le acariciaba el pelo y se enredaba en él.
Siguió así, con dos dedos hacia círculos sobre y al rededor de su clítoris, cada
vez más rápido, mientras que con la otra mano se recorría partes del cuerpo y en
su mente y su cabeza la voz de Beatriz le repetía que le prometiera que no
dormirían esa noche.
Comenzó a sentir un corrientazo en la planta de sus pies que subía por sus
piernas y se concentraba en su centro. El pecho le quemaba. Su respiración era
cada vez más forzosa y sus dedos tenían vida propia, gemía y decía el nombre de
Beatriz mientras su cadera se danzaba para darle más presión y placer.
Abrió los ojos y sonrió con satisfacción. Sintió que la tensión se iba aliviando.
Estaba loca, no había duda, Beatriz la estaba volviendo loca. Aquella joven de
ojos oscuros y cabello ondulado, la estaba haciendo conocer el cielo y el infierno
sin ni siquiera tocarla y Marcela estaba segura que no podría aguantar mucho
tiempo así. Se conocía y solo anhelaba que Beatriz cumpliera su promesa o ella
misma la robaría cualquier noche de estas para por fin hacerla suya.
Itinerario
Ya para la noche del jueves, estaba casi que listo el terreno, pero aún le faltaba
tener una coartada. Hizo las reservas de los vuelos y el hotel, por si su padre se
pasaba de curioso y se encargó de que alguien allí siempre dijera que estaba
fuera y regresaría la llamada en cuanto pudiese. Se apoyó en Aura María que
llamaría al hotel la noche del viernes y el sábado, para ponerla al tanto. Nicolás,
por supuesto, estaba también enterado de todo y se prestó para hablar de la
negociación durante la cena, lamentaba no poder ir, para dramatizar más la
cuestión, Betty le agradeció con la mirada.
Para el viernes en la mañana, Beatriz anunció que llegaría tarde. Esa mañana se
reuniría con Catalina para desayunar y ponerla al corriente de todo. Estaba
esperándola ya en un café elegante cerca a la zona norte, estaba nerviosa y
emocionada.
Catalina había aprendido a conocer a la personas, pero con Betty sentía una
conexión especial, era transparente para ella, era un libro abierto. Y por eso sabía
que algo estaba sucediendo y esperaba que su intuición siguiera intacta y esa
persona fuese Marcela.
Una vez al día con todos los temas a Beatriz solo le quedaba pedlrle a Catalina la
ayuda que necesitaba, le contó su plan y se fueron a ponerse manos a la obra.
Para eso dispondrían de toda la mañana.
Marcela estaba inmersa en su trabajo, sabía que Beatriz no iría por la mañana
porque debía ir a un Banco o algo así fue que le dijo. Estaba tratando de
concentrarse en eso para no parecer desesperada y preguntarle a su Betty sobre
la promesa, pues ya había llegado el fin de semana y aún no se concretaba nada
y ella ya no podía ni quería esperar más. La autocomplacencia de las últimas
noches le ayudaba, pero no era suficiente, realmente la necesitaba y estaba casi
que al límite.
- Es que con el Cuartel y contigo es mejor decirles todo para que no anden
especulando. Espero que no estén hablando ni regando el chisme por ahí, tanto
tú como ellas.
- Marce, me ofendes. Yo que me voy a poner a echar chisme con esas brujas-
dijo Patricia con gesto de indignación.
- Uy, pero la tienes localizada, mejor dicho, no se te pierde para nada - Patricia
seguía provocándole.
- ¿Me estás queriendo decir que soy controladora?- cruzó los brazos bajo sus
pechos.
- Pero no, o sea, yo eso lo sé porque hablamos temprano en la mañana, ella fue
quien me llamó y me contó por qué no vendría en la mañana. Además, ella no
me da razones para desconfiar...
Bertha y Sofia se pudieron de pie y fueron a ver por qué la algarabía, hasta que
vieron a Betty con el cabello liso, pantalón de tela negro y una camisa blanca
manga larga que estaba desabotonada hasta el pecho. Se veía dominante,
elegante y preciosa. Su figura resaltaba mucho, se podía apreciar la curva de su
cintura y su trasero. En verdad, le había dado en el blanco con ese plus de glow
up.
Se fue a la oficina en medio de halagos y bromas del cuartel, pues tenían
conocimiento del por qué Betty se estaba poniendo tan linda ese día. Llegó y
dejó su bolso y se sentó en la silla de presidencia, aún sentía el escozor en su piel
y en su pubis por la depilación en cera. Pero se sentía más que lista para la noche
que tanto había soñado.
Respiró y se dispuso a seguir con el plan, seguía uno de los pasos más
importantes. Tomó el teléfono y marcó la extensión de la oficina de Marcela.
- Hoooola, preciosa ¿Cómo está? ¿Ya llegó? - respondió la gerente con una
sonrisa de enamorada estampada en su cara.
- Sí, acabo de llegar. ¿Usted qué hace?- trataba de calmarse antes de hacerle la
invitación.
- Nada, bueno, aquí trabajando, pero nada más¿Será que la presidenta de esta
empresa me puede regalar unos minutos de su tiempo para ir a robarle unos
besos? Es que no he tenido mi dosis diaria y puedo entrar en crisis...
Betty se rió con naturalidad, dejó que brotara su característica risa, vibrante y
espléndida, contagiada de esa simpatía del amor.
- No, qué lástima, es que justo ahora es que necesito esos besos, yo creo que no
puedo esperar - le respondió siguiendo el juego.
Marcela se mordió los labios y cruzó los dedos para que lo que estaba pensando
fuese real.
- ¿Es en serio, Beatriz? - la voz de Marcela era una mezcla de emoción y deseo.
- Muy en serio, doctora Valencia ¿Acepta?
- Es un hecho, Beatriz, nos vemos a las siete- y le colgó. Se llevó una mano a la
frente y sonrió mientras cerraba los ojos. Iba a suceder, ese día por fin iba a
suceder y no podía contener la emoción ni el deseo que comenzó a recorrerle las
venas.
Quizás, quizás, quizás
Marcela no tenía ni la más mínima idea de todo el plan que había tenido que
orquestar Beatriz para poder llegar a ese momento, pero suponía que no debió
ser fácil. Estaba humectándose la piel con un aroma que le perdurara mucho
tiempo, se había dado una pasada por la peluquería para perfeccionar el corte y
ahora estaba frente al espejo, más que lista y con el corazón a mil. Agradeció
que Beatriz misma le hubiese dicho que se tomara la tarde porque pudo ir a la
casa para crear un ambiente adecuado para el momento. No escatimó en detalles,
así que hasta el color de su ropa interior tenía sentido.
Conocía a Beatriz y sabía que no era de extravagancias, por lo que supuso que la
cita no estaba planeada para un vestido, así que mantuvo la sobriedad y la
elegancia. Tenía una gabardina color crema, pantalón negro y camisa del mismo
color. Le encantaba ese estilo old Money que llevaba. No importaba que después
todas las prendas terminaran regadas por el suelo, todo por ella lo valía. Se
aplicó perfume y se revisó el maquillaje. Todo estaba perfecto. Era hora de ir al
encuentro.
Una de las ventajas de Cat Noir era que tenían salones o salas de ambiente
íntimo que les permitía comer alejadas del resto o al menos, no era tan sencillo
alimentar el ojo curioso . Marcela llegó primero, estaba más cerca y no alcanzó a
quedar presa en el tráfico. Indicó que tenía una invitación, dió el nombre y la
dirigieron a un espacio íntimo y casi privado decorado con candelabros y velas,
la mesa tenía un bouquet de tulipanes rojos. Tomó asiento mientras sonreía. Era
una respuesta a su regalo, una confirmación más de que Beatriz no olvidaba.
Marcela advirtió la presencia del maitre y de Beatriz y nada la preparó para verla
así. Ahora entendía por qué no le permitió ir a presidencia. Se veía lindísima,
elegante, guapa, casi altiva si no fuese por esa sonrisa tierna que le adornaba el
rostro y ese cabello liso que le caía sobre los hombros. La anheló así, dulce,
implacable y cautivadora, como solo ella podía ser.
- Hola - le dijo con timidez al notar la mirada de Marcela fija en ella, con deseo,
con admiración, con insistencia.
- ¿Le gusta? - preguntó Beatriz con mirada tierna y pícara y eso mató a Marcela.
Esa manera única de ser y de mirarla. Como una joven inexperta y tímida, pero
con un dejo de sensualidad.
- es parte de lo que usted me hace ser - le dió otro beso rápido - vamos a cenar.
Beatriz sabía que estaba a nada de decir lo que tenía que decir y de hacer lo que
debía hacer. En verdad estaba asustada, temía el peor de los escenarios y
fantasmas del pasado trataban de hacer mella en su cabeza, recordándole el
rechazo y desplantes que había vivido. Pero entonces la miraba, ahí, frente a ella,
con la sonrisa más hermosa que había visto, con esos ojos claros que la miraban
con ternura y erotismo y supo que no estaba equivocada, que podía con todo.
Betty respiró profundo y alzó la mirada lentamente hasta ella, se perdió en sus
ojos...
- Marcela, yo hoy quise hacer de este día algo especial. Y especial no solo por lo
que ya sabemos, sino por algo más - respiró nuevamente y sonrió un poco- jamás
en toda mi vida imaginé estar viviendo algo tan hermoso como lo que nos está
pasando. Se lo juro. Para mí el amor, más allá de lo que ya sabemos, siempre fue
algo inalcanzable, por mi apariencia anterior, por incluso, mi forma de concebir
la vida y de relacionarme con el mundo. Pero no. Desde que empezó a pasar
todo esto que está sucediendo con nosotras, desde que nos acercamos y
comenzamos a compartir y pues también, desde que pude cambiar cosas en mi
interior y en mi exterior, desde que me reconcilié con mi ser y llegué a retomar
mi vida y enfrentar mi pasado, no he dejado de sorprenderme ante la forma tan
genuina y natural con que el amor puede darse.
Estiró la mano y agarró la de ella entre las suyas. La acarició y volvió a fijar su
mirada en la de la gerente, que parecía estar en shock , casi paralizada, muda.
- Beatriz... Sí, claro que sí, quiero ser su compañera, su amiga, su novia, su
mujer... - sus ojos se llenaron de lágrimas de júbilo.
Beatriz soltó la tensión que estaba cargando y se llevó la mano entre las piernas,
tomó la caja y la abrió. En ella había una cadena de oro delgada, casi un hilo con
un dije pequeño, pero exquisito y elegante con forma de tulipán. Se puso de pie
y fue hasta ella, Marcela simplemente se descubrió el cuello y dejó que se lo
pusiera. Después la jaló de la mano y le dió un beso. Un beso de amor, de
rendición, donde le quería decir lo que sentía y que ya empezaba a hallarle forma
a ese sentimiento y a esa necesidad de ella.
Beatriz correspondió con entrega total. Le tomó la cara entre las manos y sentía
que había algo más profundo en ese beso , que se decían cosas sin decirlas.
Se besaron y se consintieron con frases y caricias un pequeño instante. Marcela
alabó el collar, en verdad le.parecía hermosa, evidentemente tenía la marca de
Beatriz, era palpable que lo había escogido ella y el tulipán representaba el inicio
de la unión de ambas. Se sentaron y se pusieron manos a la obra con el postre.
- Pues le informo que su novia está que se muere por salir de aquí y cumplirle la
promesa, así que prepárese, Beatriz Pinzón porque esta noche no se duerme.
La mirada de Beatriz cambió drásticamente. Ese era uno de los tantos poderes
que Marcela tenía sobre ella. Lograba excitarla con dos palabras. Lograba
despertarle un deseo casi incontrolable.
- Una promesa es una promesa y las dos somos mujeres de palabra - dejó la
cucharilla del postre a un lado y se llevó un dedo a los labios - ¿Vamos? - y al
decirlo le dedicó una mirada seductora de arriba abajo que Marcela sintió que la
desnudaba con solo ese gesto.
- Nos vamos ya, novia mía - soltó la cucharilla también y tomó su bolso. Beatriz
repitió el gesto y se pusieron de pie al tiempo, se tomaron de la mano y salieron
del restaurante a esperar que el carro de Marcela fuese traído. No sé soltaban,
estaban ahí, casi amarradas y sintiéndose excitadas y nerviosas por lo que sabían
que pasaría. Llegó el carro y Marcela me abrió la puerta a Beatriz, espero que
subiera y cuando cerró la puerta, metió su cabeza por la ventana y le dió un beso
ardiente, ya no podía exigirse más control.
- ¿Dónde se supone que debe estar Beatriz Pinzón Solano ahora en lugar de estar
rumbo a mi casa? - preguntó mientras un semáforo las detenía.
Beatriz rió, miró el reloj y volteó a verla.
Marcela negó con la cabeza y no podía creer el nivel de planeación de todo. Ese
esfuerzo y desgaste por lograrlo.
Beatriz aprovechó que aún faltaba poco y busco su celular para llamar a su casa.
Mintió descaradamente al decir que iba en un taxi con Marcela rumbo al hotel,
que el vuelo había Sido perfecto y que estaba muy cansada y se iría a la cama tan
pronto se hospedaran. Su padre le insistió en que se comunicara temprano al día
siguiente y ella lo prometió. Cuando colgó, ya estaban a una manzana del
edificio y sintió el vacío en el estómago. Era real, ya iba a suceder.
- Doctora Pinzón, me parece que tiene una manera muy profesional de mentir.
Mire que decirle que iba a dormir. Nada más alejado de la realidad.
- Estoy muy nerviosa - le susurró en los labios - pero ya quiero que pase.
El ascensor llegó y entraron. Marcela digitó el código del apartamento y se
volvió a poner junto a Beatriz. Estaba también nerviosa, pero demasiado
excitada. Sintió que subir estaba tardando más de lo normal y se obligó a respirar
profundo para calmarse.
El soniso del ascensor alertó a Marcela de la llegada y sin para de besar a Beatriz
la fue conduciendo de espaldas al interior de su casa. En cuanto entraron a la sala
tiró el bolso al piso y Beatriz también. Apenas se separaron un momento para
respirar y mirarse con ojos cargados de deseo y excitación.
Volvieron a besarse y sus manos comenzaron a volar y recorrer sus cuerpos por
encima de la ropa. Marcela se atrevió más y le tocó el trasero a Beatriz con
ambas manos. Se había contenido muchos días de eso. Lo apretó y amasó y
luego fue subiendo por su espalda hasta que de un momento a otro sintió la
necesidad de apretarla contra ella. Beatriz se dejó hacer, estaba cegada, nublada,
loca.
- La deseo tanto, Marcela, todas estas noches han Sido un tormento, desde que
pude ver sus pechos , desde que pude tocar su cuerpo y sentir su piel - la volvió a
besar y comenzó a quitarle la gabardina.
Seguían diciéndose cosas mientras Beatriz iba bajando la gabardina por los
brazos de Marcela. Se besaban, se mordían y chupaban los labios. Marcela
comenzó a desabotonar la blusa de Beatriz en cuanto tuvo los brazos libres. La
premura por ver de nuevo esos senos la tenía al borde del colapso.
Beatriz esperó a que terminara de quitarle la camisa y luego la miró, vio como
ella se perdía admirando su cuerpo y eso la tentó mucho. Comenzaba a
necesitarla, quería que su lengua le recorriera la piel. Se aventuró y la despojó de
la blusa rápidamente. Se le hizo agua la boca ante esa imagen gloriosa de un
bralette negro que le acunaba los senos y dejaba ver un poco de sus pezones que
se miraban duros. Por instinto llevó su mano a la mitad de los senos y dibujó una
línea con un dedo. Marcela la detuvo con una mano cuando se le erizó la piel y
se lanzó sobre ella con un beso voraz que exigía más y que hizo que Beatriz
gimiera.
Beatriz respiraba con dificultad. Esta vez no la besó en la boca sino que se
dirigió a ese cuello divino que la tentaba y comenzó a besarlo con ligeros
chupones y lengüetazos húmedos. Marcela sintió cómo se le erizaba el cuerpo
entero y su centro palpitaba. Estaba excitándose mucho, demasiado, sentía que
estaba tan húmeda y Beatriz no le daba tregua. Sintió como las manos de su
novia comenzaron a recorrerle la espalda y se hicieron del bralette para
quitárselo y ella obedeció alzando los brazos para deshacerse de la prenda.
Sintió el frío golpear sus senos y sintió la mirada de Beatriz sobre ellos. Eso la
excitó mucho, ella no era consciente de la mirada tan obscura que hacía cuando
la embargaba el deseo. Beatriz los miró y no se aguantó las ganas. Volvió a
besarla y comenzó a acariciarlos con sus manos. La tibieza de la piel de Marcela
era una sensación gloriosa, poder tener entre sus dedos esos pechos voluptuosos
y duros, la estaba haciendo sentir demasiada locura. Sintió las manos de Marcela
volver a apoderarse de sus nalgas, sintió como las apretaba.
Marcela se ubicó en medio de las piernas abiertas de Beatriz que la miraba con
deseo y ansias. Miraba su cuerpo y miraba la vagina depilada de Marcela que
quiso probar, lamer y chupar. Quería tocarla, ver si estaba tan mojada como ella.
Si se derretiría con el más mínimo tacto como probablemente le iba a suceder a
ella.
- Es que la deseo mucho, quiero perderme en ese cuerpo divino que tiene.
Marcela fue poniéndose sobre ella poco a poco hasta que quedaron cara a cara y
ella se apoyaba en un brazo. Comenzó a tocarle el estómago a Beatriz con la
yema de los dedos y pudo sentir cómo este vibraba. Subió su mano lentamente y
le tocó un seno para después hacer círculos al rededor del pezón. Beatriz la
miraba a los ojos y respiraba agitada. Marcela comenzó a besarla de nuevo, le
mordía los labios y le amasaba el pecho, luego fue al otro. Se detuvo y sobre la
boca de Beatriz le murmuró.
Beatriz abrió los ojos y se fijó en cómo Marcela miraba su centro. Se sintió tan
deseada que por inercia abrió más las piernas cuando Marcela la liberó por
completo de la prenda. Sintió como sus labios se abrían y le permitían a su novia
una mejor panorámica.
Marcela soltó un leve bufido cuando Beatriz llevó a cabo aquella acción y se le
secó la garganta ante el deseo de lamerla, pudo ver cómo un rastro de humedad
bajaba de la vagina de Beatriz y se dirigía a su trasero.
- Uff, Marcela...- la miró a los ojos y Marcela sintió su aliento caliente y su voz
grave.
Betty se dejó llevar y se empapó los dedos con la humedad de su novia y buscó
el clítoris nuevamente para acariciarlos en círculos con una ligera presión.
Marcela la miró a los ojos y dejó que de su boca brotara un gemido mezclado
con su respiración entrecortada y Beatriz le mordió el labio.
- por dios , Marcela - su voz denotaba lo mucho que le gustaba sentirla y tocarla,
quería seguir, pero Marcela la detuvo.
- Necesito tocarla, me muero por tocarla, por sentirla húmeda para mi ¿Sí?
Marcela no era consciente de cómo hablaba ni miraba, pero Beatriz sintió eso y
solo pudo abrir más sus piernas y retirar su mano.
Volvió a besar a Beatriz e hizo una línea recta desde el hueco de su clavícula
hasta el monte de Venus, Beatriz solo podía sentir que se derretía. La pelinegra
le acarició la vagina con cuatro dedos, suavemente y luego, con dos de ellos
incursionó en la abertura de los labios para buscar la humedad de su novia y la
boca se me hizo agua al sentirla. Caliente, húmeda, lista y dispuesta. Arrastró esa
humedad por la vagina y luego le presionó el clítoris. Beatriz le mordió el labio
con fuerza para ahogar el gemido.
La presidenta sentía que se vendría ahí mismo. Marcela la miró a los ojos y
repitió la acción haciendo también círculos sobre el clítoris, con la presión
exacta para lograr que Beatriz gimiera de nuevo y cerrara los ojos.
Marcela saco sus dedos y se dispuso a seguir con la lengua cuando sintió las
manos de Beatriz sobre su cabeza atrayéndola más hacia su centro con fuerza y
la escuchó, la escuchó y le pareció majestuoso.
Beatriz dejó que su cuerpo cediera solo. Le costó recuperarse. Los propios
latidos de su corazón aún no le permitían oir, pero poco a poco iba volviendo a
la realidad y amó ese momento. Jamás, jamás en su corta vida sexual había
sentido tanto placer en un momento. Era la mejor noche de su vida hasta ahora y
ese era solo el comienzo. Quería seguir sintiendo eso. Abrió los ojos y miró el
techo luego bajó la mirada y se encontró con Marcela aún entre sus piernas con
una sonrisa triunfante.
Marcela estaba dichosa con esa vista que tenía. Podia ver el sonrojo de las
mejillas de su novia y el brillo de sus ojos. Esta tenía una mano en la frente y
aún respiraba con algo de dificultad y entonces le sonrió y amo esa sonrisa
mezclada con una preciosa caída de pestañas.
Beatriz se giró de medio lado y la miró a los ojos mientras le iba acariciando la
pierna que tenía sobre ella de abajo hacia arriba.
- Jamás en vida había sentido tanto placer, Marcela, sentí que me iba a morir...-
le dijo mientras su mano ascendía peligrosamente y le atrapaba el glúteo y lo
apretaba.
- Verla así es una de las imágenes más hermosas, me encanta su olor, su sabor,
su cuerpo - la besó con calma mientras sentía cómo su cuerpo respondía ante el
tacto de Beatriz y esta subía su mano acariciándole la espalda con la yema de los
dedos.
Betty flexionó su pierna entre las de Marcela y sintió como se pegaba a la piel
del pubis de su novia y se empapaba con su humedad. Eso la volvió loca.
Sentirla así tan lista y dispuesta, tan mojada y saberse culpable de que estuviese
en ese estado le daba regocijo.
Presionó allí con su pierna y Marcela le mordió el labio con fuerza. Sintió la
ansiedad en esa mordida y en rápido movimiento la hizo girar hasta quedó
inclinada sobre ella, mientras Marcela se liberaba el labio cuando pegó su
espalda al colchón. Beatriz aprovechó para bajar por su cuello con mordiscos,
besos y lamidas mientras iba acariciando sus senos con la mano. Bajó con
lentitud hacia sus pechos y capturó uno entre su boca, lo chupó y lo lamió y
luego intercambió con el otro. Sus manos ahora le consentían las piernas a
Marcela y Marcela deslizaba sus uñas por la espalda de Beatriz. Cuando terminó
de darle la atención merecida a sus senos, siguió bajando para darle sutiles
mordidas al abdomen. Descubrió lo sensible que era Marcela en el área de las
costillas y lo guardó para tenerlo en cuenta. Continuó hasta que llegó al monte
de Venus, lo beso varias veces y sintió el olor delicioso que emanaba y el calor
que brotaba de él. Marcela se quejaba con voz suave mientras de su boca a veces
salían frases cortas o expresiones de deseo.
Betty comenzó a pasar su lengua por el monte de Venus y con esa misma
empezó a abrirse camino en los labios vaginales de Marcela mientras escuchaba
su gemido de deseo y sentía cómo se tensionaba su pelvis ante el contacto.
Siguió marcando el camino con la lengua hasta que encontró el capuchón de su
clítoris y con avidez se ayudó de su nariz para subir la piel y darle la primera
lamida y sentir en pleno el sabor salado de su novia, le encantó y quiso más.
Bajó la cabeza y de un solo lengüetazo le repasó toda su vagina. Marcela tembló
y por instinto abrió más las piernas.
Betty sintió como Marcela se correspondía y comenzó a darle más placer, movía
y giraba sus dedos dentro y fuera con mucha velocidad mientras se concentraba
en mantener también los movimientos de su lengua. Marcela ya no tenía noción
de nada más que no fuera el placer que la invadió y se le regó por el cuerpo.
Clavó sus uñas en los brazos de Beatriz y siguió moviendo su cadera con fuerza
hasta que un chorro abundante chocó contra la boca de Beatriz que detenerse un
segundo para dejarlo brotar. Continuó penetrándola con los dedos rápidamente y
el chorro seguía saliendo y ella sentía cómo su propia vagina palpitaba de placer
al saber lo que estaba produciendo en Marcela. Cuando los chorros dejaron de
brotar , sacó sus dedos y le abrió los labios para darle más placer a su clítoris con
movimientos rápidos de su lengua y Marcela empujaba su pelvis hacia el rostro
de ella. Gritaba ya de placer y se llevó un dedo a la boca para morderlo mientras
respiraba con mucha dificultad y se perdía en ese limbo incierto que siempre
habitaba cuando explotaba el orgasmo. Su pelvis se quedó quieta, pero todo su
cuerpo estaba tenso y de su garganta brotaba un gemido ahogado y gutural ante
cada lamida que sentía.
-Beatriz - dijo con voz aguda y comenzó casi a hiperventilarse. No sabía hasta
qué punto subiría, pero no era capaz de detener ante tantas sensaciones que la
invadían. Estuvo así un momento y luego se quedó en silencio mientras apretaba
sus ojos con fuerza y fue soltando la tensión poco a poco, hasta que su cuerpo
cedió totalmente y soltó toda tensión mientras Beatriz le besaba repetidamente el
monte Venus con los labios. Se detuvo cundo vio que ya estaba relajada. Sus
ojos estaban abiertos y miraba solo al techo, como perdida en aquel limbo
todavía.
Marcela despertó y sintió el peso de una pierna de Beatriz sobre su cintura y una
mano sobre su pecho izquierdo. Estaba profundamente dormida, se veía
tranquila, serena y hermosa. Sus labios carnosos parecían pronunciarse más
mientras dormía y sus largas pestañas casi le rozaban los pómulos. No pudo
contenerse de pasarle un dedo delineandole la nariz. Era perfecta, estaba
apreciando una imagen divina. Su novia desnuda, en su cama, abrazándola
mientras dormía en paz.
No sabía qué hora era, pero suponía que era tarde ya que el deseo las llevó a
perderse hasta la mitad de la madrugada. Lo hicieron tanto como quisieron, sus
cuerpos se los pedían. Se dejaron llevar hasta que el cansancio las venció
después de la última ronda. Fue la noche más caliente y maravillosa de su vida
hasta ahora. Y lo mejor de todo es que despertó y ella seguía allí, ratificando que
fue real.
Necesitaba aprovechar que Beatriz aún dormía para poder preparar el desayuno
y sorprenderla al despertar. Comenzó a tratar de salir suavemente del abrazo en
que su novia la tenía, lo logró, Beatriz apenas si se removió y Marcela le puso
una almohada al lado para reemplazar su ausencia en esa cama. Se quedó
mirándola así, perdida entre las sábanas y el edredón blanco en el que estaba
envuelta hasta la cintura. Su desnudez marcaba un cuarto perfecto que no quiso
ni olvidaría nunca. Tuvo la idea de sacarle una foto así, porque se veía divina. Se
fue corriendo también desnuda a su nuevo estudio por la cámara y cuando pasó
por la sala encontró el reguero de prendas. Sonrió y se llevó una mano a la boca.
Recordó lo excitadas que estaban y cómo Beatriz la había acorralado en el
ascensor y desde entonces no pudieron parar. Recogió las camisas y solo por
hacer la típica escena de las películas románticas, se puso la camisa blanca de
Beatriz, apenas abotonó algunos botones, le quedaba un poco ajustada. Retomó
sus pasos al estudio y tomó la cámara digital y volvió corriendo a la habitación.
Respiró cuando la encontró en la misma posición y tomó la foto rápido, para
evitar perderla.
No fue sino hasta que se dió una ducha rápida en la otra habitación que se fijó en
la hora. Eran poco más de las nueve de la mañana. Se puso un top blanco, un
mom jean y se quedó en pantuflas, porque amaba usarlas siempre que estaba en
casa. Se sentía feliz, eufórica, llena de energía y a la vez en su pecho se instalaba
una sensación bonita, tranquilizadora, pero que también la conmovía. No era
extraña, pero de alguna manera, aún se limitaba a ponerle nombre. Por otro lado,
su cuerpo tenía huellas de la gran noche, tenía las marcas de las uñas de Beatriz
bajando por su espalda y un ligero enrojecimiento en el omóplato izquierdo que
le recordó la escena en que ella estaba boca abajo mientras Beatriz, montada en
su trasero, le besaba y mordía toda la espalda y le decía que amaba la manera en
que su espalda de arqueaba. Se mordió los labios y suspiró.
Betty despertó poco a poco y fue recobrando la conciencia con lentitud para
recordar en qué lugar estaba. La sensación en su entrepierna hizo que por su
cabeza pasarán flashbacks de todo lo sucedido y se llenó de tanta emoción que
llevó el edredón a la cara mientras sentía cómo se le calentaba el rostro. Su
desnudez era otra prueba y otro recuerdo de cómo se entregaron una a la otra, de
cómo el deseo las condujo a hacer el amor una y otra vez, terminaban y un beso
o caricia volvía a florecer las ganas y no pudieron contenerlo. Se probaron todo
el cuerpo, se dijeron todo lo que se encantaban una a la otra, cuánto les excitaba
alguna caricia o gesto o mirada en particular. Fue como si el tiempo dejase de
existir, no tenían noción de él, sus mundos se redujeron a esa habitación, esa
cama y ellas, con el deseo hirviendo.
Salió de la cama y vio su maleta en el sofá. Sabía que Marcela estaba por ahí
porque la escuchó tararear aquel bolero que cantó la otra vez. Se dispuso a
asearse y ponerse algo presentable. Cuando estuvo lista, vio el desastre que era
la cama y quiso cambiar las sábanas porque Marcela las había humedecido
deliciosamente, pero como no sabía dónde estaban, simplemente la ordenó así.
Se puso perfume, se miró al espejo y le encantó lo linda que se veía con el pelo
liso. Sin más, se fue a darle los buenos días a su novia.
- Buenos días, amor - le dijo Beatriz y se quedó prendada del olor del cabello de
Marcela.
- Eso huele delicioso, pero me está matando aún más el olor a café, ¿Me regala
un poco? - le dejaba besos cortos sobre el hombro y sonreía al ver que aún
llevaba puesta la cadena, la misma que se movió al compás de su cuerpo durante
la noche.
Marcela se derretía de amor. Se sentía llena ahí, en ese momento tan banal visto
desde fuera, pero tan significativo para ellas. Se soltó del abrazo de Beatriz y le
sirvió café z cuando se giró por fin se fijó en cómo estaba vestida y seguía
sorprendiendose ante la belleza que cada vez más sobresalía en Beatriz. Tenía un
jean claro con una camisa celeste de botones con mangas cortas. Su cabello está
a suelto y era la mezcla perfecta para con ese rostro dulce y esos ojos brillantes
que la miraban fijamente con algo más que simpatía.
Marcela sentía que necesitaba decir algo al respecto, pues aunque se dijeron
muchas cosas durante la maratón de sexo, ahora con más calma y serenidad
podría ser mejor. Le tomó una mano a Beatriz y comenzó a acariciarla.
- Beatriz - Betty la miró con una sonrisa que la hizo corresponderle - quería
decirle que anoche... Anoche fue maravilloso, me encantó, de verdad me fascinó
mucho.
Marcela se quedó mirando cómo Betty se mordía el labio y supo que más pronto
que tarde volvería a suceder y su cuerpo se sacudió de solo pensarlo.
Renacer
Grave error, le picó la lengua y no le quedó de otra que reconocer que sí era un
privilegio de clase el acceso a otras formas de arte catalogadas como de élite y
que esa colección era una muestra de eso. Marcela quiso defenderse, pero era
inútil, ella tenía razón. Escogieron una película alemana "El tambor de hojalata"
y se dispusieron a verla con la luz apagada y la pizza en frente.
Era increíble cómo la vida le había dado otra vuelta de tuerca a su situación
después de sentir que se le había roto el alma cuando supo todo. Aún más
increíble era que hubiese podido sentir que volvía a la vida precisamente con la
mujer que contribuyó casi a sepultarla. En algunos momentos le llegaban vagos
recuerdos de los momentos tensos que tuvo con Beatriz, cuando se burló de su
aspecto o cuando la riñó tantas veces por encubrir a Armando. Era tan irreal que
parecía trágico que ahora estuviera derritiéndose por ella, siendo vulnerable ante
su voz y su tacto. Pensó que a sus 30 años ya la vida no tenía nada que enseñarle,
pero no era así. En realidad, aún le faltaba conocer cosas, entre ellas, el
verdadero amor.
Beatriz se giró un poco, le dio un beso tierno y rozándole el mentón con los
dedos recostó el rostro en el pecho de Marcela. La abrazó con fuerza y cerró los
ojos mientras a Marcela el corazón se le derretía.
- Gracias por esto, Marcela. Adoro esto, estar aquí, así, con usted, amo la paz
que me da su presencia - soltó el abrazo y abrió los ojos.
Marcela estaba lidiando con sus sentimientos, estaba casi segura de lo que sentía,
pero no sabía si podía decirlo, tal vez era prematuro, se quedó en silencio
mientras su pecho irradiaba emociones. La atrapó con sus piernas y también la
abrazó.
- Mi amor, gracias por darme vida - le susurró al oído - gracias por compartir así
sea este instante conmigo.
Marcela solo asintió y la besó con ardor como respuesta. Betty se incorporó y se
sentó sobre Marcela, una pierna a cada lado y siguió besándola mientras le
acariciaba la espalda por encima de la ropa. Luego comenzó a despojarla del top
blanco para liberar sus senos y poder probarlos. Pero primero atendió su cuello
con premura mientras sus manos se dedicaban a cada uno de ellos.
- Así, déjatela, te quiero así - su voz denotaba el deseo que la invadía y a Betty
no le quedó de otra que obedecer. Marcela le desabrochó el botón del pantalón y
Beatriz no se detuvo, se levantó y se quitó este y el panty y volvió a montarla.
Betty no estaba ya para soportar, sabía que estallaría pronto y bajó su rostro para
besar a Marcela mientras separaba más las piernas porque su cuerpo se lo exigía.
Le dejó saber con ese gesto que siguiera y no parara porque sus propias caderas
comenzaron a hacer presión contra los dedos de su novia. La miraba perdida en
el placer, de nuevo con la boca entreabierta dejando salir sus jadeos y su aliento.
Marcela no podía detenerse ante esa imagen, era tan sexy cuando estaba así,
cuando hacía ese gesto que simplemente puso todo su empeño en hacerla
estallar. No tomó mucho tiempo, comenzó a sentir la extrema dureza de su
clítoris y la tensión de su cuerpo mientras se movía con más velocidad. Después
cerró la boca y se mordió fuertemente los labios mientras se escuchaba un
gemido agudo salir de su boca. Marcela aceleró todo lo que pudo sus
movimientos y Beatriz se dejó vencer por el placer, su cuerpo respondió solo
frotándose con fuerza contra la mano de Marcela y ella apenas atinó a moederle
el hombro mientras el orgasmo la envolvía en un espiral de sensaciones que no
podía discernir, solo se dedicó a que fluyeran. Se quedó quieta mientras
regresabaa realidad y fue aflojando la presión de sus dientes sobre el hombro de
Marcela poco.
Otra vez le costó volver a la realidad ante un orgasmo que la dejó débil. Cuando
abrió los ojos de nuevo, Beatriz seguía mirándola con demasiada intensidad y
eso le derritió el alma. No quiso decir nada, tampoco podía, se dedicó a
devolverle esa mirada intensa, sin hablar , solo sus ojos leyéndose
recíprocamente. Lo sentía, lo sabía, ambas lo sabían. Los sentimientos estaban
ahí y comenzaban a desbordarlas. En sus ojos perdían la noción del tiempo.
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Hay cosas
El domingo por la tarde Beatriz se negaba a que Marcela la llevara hasta su casa.
Eso sería sospechoso y no estaba de acuerdo al plan. Así que tuvieron una
pequeña discusión y Marcela cedió con reticencia. Bajó con ella hasta la portería
y le dió un abrazo fuerte. Le parecía tonto que sintiera como si se estuviera
despidiendo por un largo tiempo cuando era consciente de que la vería al día
siguiente. Beatriz también sintió una ligera angustia en ese corto adiós, tal vez
era la necesidad de permanecer juntas en el mismo sitio, era la mella que habían
hecho esos dos días juntas, compartiendo, conociéndose y viviendo, sin que el
mundo afuera importara. Le dió un beso corto en los labios.
Betty salió del edificio sin mirar atrás y bajó las escaleras con maleta en mano.
— Quiero saberlo todo, Marce y no te guardes detalles que aquí el cuartel hizo
una bulla que me dejó con más intriga— le dijo mientras cruzaba una pierna
sobre la otra y se ponía en posición de chisme time.
No fue sino hasta el mediodía que se vieron. Cuando el cuartel y Patricia vieron
que fue a presidencia, nadie quiso irrumpir en esa oficina.
Betty se dejó hacer en ese abrazo y giró un poco su rostro para besarle la mejilla.
—¿Ah sí? ¿De qué se trata? — averiguó con voz suave, derretida en ese contacto
tibio que era la piel de Marcela.
Tomaron sus bolsos y salieron, no sin ante darse un par de besos ansiosos y
mirarse con amor.
Beatriz sonrió casi que con vergüenza, pero adoraba eso, que la tuviese en
cuenta.
— ¿Está segura? Mire que yo no sé nada del tema, lo poco que he aprendido en
Ecomoda y ya.
— Déjeme que yo le explique, se trata de trabajar juntas y aprender— alzó un
poco las cejas.
— Está bien, pero eso sí, con paciencia, pero tranquila que yo aprendí rápido,
doctora Valencia.
— Eso he notado, doctora Pinzón — y le guiñó un ojo con descarada coquetería.
Beatriz se puso como un tomate y bajó la mirada a su plato. Hasta que no pudo
contenerse ni morderse la lengua.
Marcela no supo que responder. En realidad, más allá de los roles de poder,
Beatriz había superado cualquier expectativa que tenía, había roto todos sus
esquemas. Se mordió la parte interna de un cachete mientras trataba de ocultar su
sonrisa.
— Bueno, Beatriz, tengo entendido que ya tienen listo el pedido, solo es firmar y
comenzamos a despachar — habló Claudia mientras interesaban a la oficina del
joven.
— Sí, doña Claudia Helena, vinimos a ver las telas con Marce... Doña Marcela y
a cerrar el trato.
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Affaire à Cartagena
— Nooo, pues nos despedimos allá, además solo somos amigos y siempre lo
fuimos — trataba de controlar el tono de voz y aún sentía esa mirada clavada en
ella.
— Ay, Betty, pero ese señor estaba divino. A todas nos dejó encantadas con lo
especial y atento que era con usted— remató la modelo.
Betty quiso casi que llorar. No sabía cómo callarla. Estaba al borde de los
nervios.
— Pero en serio, solo fuimos amigos. Además desde entonces no nos volvimos a
ver. Pero bueno, esperamos entonces las telas para empezar la producción
porque ya se viene el desfile. Me imagino que don Hugo le dijo que usted va a
desfilar — por fin pudo desviar el tema.
— Sí, claro, es un gusto trabajar con ustedes. Bueno, nos despedimos aquí — le
dió una par de besos en las mejillas a Beatriz y otro a Marcela, que parapetaba
una falsa sonrisa.
Era evidente para Beatriz que Marcela estaba esperando algún tipo de
explicación, pero no sabía por dónde empezar. Realmente nunca habían
dedicado tiempo a hablar de esa etapa de sus vidas en las que estuvieron
alejadas, cada una lidiando con las consecuencias del desastre. Optó también por
el silencio. Tener esa conversación en un auto, no era lo mejor.
Marcela se moría por preguntar, pero no quería ser invasiva. Obviamente estaba
intrigada, hasta celosa, porque Claudia Helena hablaba con tal emoción que
sabía que ese hombre era encantador solo con lo poco que escuchó. Y qué decir
de la actitud de su novia, su nerviosismo, su pregunta para evadir el tema. Para
casi todos era un misterio el dónde y qué había pasado con Beatriz, más allá de
su evidente cambio.
Cuando llegaron a Ecomoda, Beatriz sintió que no podía simplemente dejar todo
el aire. Tendría que hacerle frente.
En cuanto subieron al ascensor, por fin habló.
— Marcela, sé que lo que escuchó le pido haber generado dudas... Solo quiero
que esté tranquila, yo se lo puedo explicar todo, solo que no es un historia
corta...
Marcela sintió una espinita en su corazón. Una historia larga, era un historia
compleja ¿Acaso que significaba ese francés en la vida de Betty? Sabía que esa
aclaración de la amistad escondía algo.
Las puertas del ascensor se abrieron y Marcela salió directo a su oficina. Estaba
sería y eso ponía más nerviosa a Beatriz porque conocía de primera mano cómo
era su actuar cuando estaba molesta o celosa.
La tarde pasó sin ningún agravio. Cada una estaba absorta en sus labores, en
algunos momentos volvían a pensar en el él tema, pero lo dejaron estar. Beatriz
vio que ya casi era hora de salida y supo que ya era el momento. Apagó el
computador, tomó sus cosas y se fue a la oficina de Marcela con toda la
determinación del caso.
Entró sin tocar y sorprendió a Marcela hablando por teléfono. Guardó silencio,
pero le puso el seguro a la puerta y se fue hasta ella para dejarle un reguero de
besos sobre la mejilla, mientras la pelinegra se deshacía y le pedía silencio con
ojos brillantes. La tregua había llegado. Pero no podía cortar la llamada.
— Sí, Margarita, todo va muy bien, ya hoy hicimos el negocio de las telas con
Beatriz y mañana inicia la producción— señalaba a Beatriz con un dedo para
que se detuviera en su intención de darle más besos y Beatriz obedeció con gesto
de fingida tristeza.
— Me muero por volver a estar con usted, pero si no paramos ahora, no vamos a
poder hablar y quiero que hablemos — le dió un beso corto y se fue sentó a
medias en el escritorio.
Marcela quedó levitando y solo asintió y se ubicó junto a ella, de frente, mientras
regresaba a la realidad.
Beatriz se tomó unos momentos para respirar y luego inició su relato. Desde el
momento en que salió de Ecomoda y hasta que regresó a Bogotá. Le habló sobre
su trabajo allí, sobre su proceso de transformación tanto interno, como externo y
sobre la importancia que, de algún modo, tuvo Michelle en ese cambio. También
le contó su reticencia a aceptar que él estaba interesado en ella, sobre lo difícil
que era recuperar la confianza en sí misma, volver a comprender su valor, su
autoestima y creerse merecedora de las muestras de interés de él. En algunos
momentos de esa historia Beatriz dejó salir unas lágrimas, no era fácil recordar
el dolor y el haber resurgido de él. Aún seguía sanando, poco a poco, aún estaba
terminando de enterrar ese recuerdo de un amor que la hirió y le transformó la
vida.
Por otro lado, Marcela escuchaba con atención y sentía cómo se le arrugaba el
corazón con algunas partes de la historia que le recordaron su crueldad hacia
Beatriz en algunos momentos. Se sintió mal, realmente se cuestionó su actuar
frente a ella, sus valores. Ahora que la miraba con otros ojos, ahora que conocía
a la mujer que tenía en frente y que la adoraba más allá de lo pensado, sintió que
pedirle perdón era necesario, porque a pesar de las malas decisiones, a pesar de
que ambas actuaron de maneras cuestionables, nada justificaba las heridas que
quedaron en el camino ni los malos tratos que llegaron a menoscabarlas como
persona.
Para la gerente era claro que ese hombre había contribuido en recobrar o
enaltecer a la Beatriz de la que ella se estaba prendando. Era aún más claro que
esos galanteos y esa manera de ser de él con ella, obviamente le generaran algo.
Sin embargo, también tenía una verdad más, no podía jamás permitirse hacerle
daño a Beatriz, ahora que conocía su historia, ahora que al menos podía
dimensionar las consecuencias de sus propios actos, entendió que era mucha su
fuerza y su tenacidad, pero que también era un ser vulnerable como ella misma.
Hubiese querido pedirle disculpas en ese momento por el pasado, pero prefirió
esperar otro momento.
— Gracias por contármelo, Beatriz. Gracias por mostrarme esa parte de su vida
y por confiar en mí.
Beatriz se rió. Esperaba esa pregunta desde el principio y mirándola a los ojos
con picardía le respondió.
Marcela la retó enarcando una ceja y Beatriz se la devoró en un beso que esta
vez no pudieron controlar. Lo habrían terminado haciendo sobre el escritorio si
no es por una llamada a la puerta que la inoportuna de Patricia hizo. Les tocó
volver a peinarse, quitarse el labial regado y re acomodar sus prendas mientras
se prometían verse en casa de Marcela para entregarse nuevamente.
Demostración
Marcela atendió rápidamente a Patricia que venía a pedirle dinero prestado para
el taxi. Sacó un billete grande, para evitar que le pidiera más y se fue. Quería
correr para llegar antes que Beatriz.
Así fue, llegó un tiempo antes y se dió una ducha rápida. Se puso solo ropa
interior de encaje, todo celeste y una bata de satín púrpura. Se fue a la cocina en
pantuflas para prepararse un té mientras esperaba.
Cuando por fin llegó, cayó en cuenta que debía llamar a Marcela para que
autorizara su entrada.
— Hola...
— Hola, estoy en la entrada al parqueadero.
— voy a llamar a portería, ah y el código es 2511.
Colgaron y Beatriz vio como instantes después la puerta del parqueadero se abría
y pudo ingresar a este. Se perdió un poco encontrando el lugar para estacionar
hasta que vio el carro de Marcela y se parqueó junto a él.
Ya en el ascensor, digitó el código y mientras subía, cayó en cuenta de algo. Ese
código era la fecha en que se habían dado el primer beso en aquel bar. Sonrió
abiertamente y su corazón vibró ante ese gesto.
— usted esa tramposa, me trajo aquí con una promesa y ahora me pone a jugar...
— Aquí solo hay una, falta otra— exigió Marcela con voz de mando y Beatriz se
rió — no se ría, doctora Pinzón.
Betty se quitó la camisa blanca con un poco de lentitud mientras negaba con la
cabeza. Marcela era una caja de sorpresas.
— Usted huele delicioso, doctora Pinzón, creo que me voy a quedar con esta
camisa para siempre.
— Ni se le ocurra, Marcela Valencia.
— Se me ocurre, imagínese, bueno, ¿qué otra prenda tengo?
Beatriz se llevó un dedo a los labios y recordó lo que había palpado hace unos
segundos.
— Si mi tacto no me engaña, ese hermoso trasero estaba adornado con un hilo
de encaje.
Solo imaginarla quitándose el hilo hizo que sintiera la humedad crecer entre sus
piernas.
— Tome.
— Ahora es mía. Ya que andamos con intercambios.
— Espero las suyas.
Aún en la oscuridad que las rodeaba, Beatriz sintió como su rostro se ponía
furiosamente rojo.
Marcela la miraba con tal deseo que Beatriz solo pudo acercarse y volver a
besarla.
— La deseo tanto...
— Yo también, a
Beatriz, mucho
Se entregaron a los besos y caricias y poco a poco Betty fue guiando a Marcela
hasta aquel mueble, hasta que la sentó en él y se sentó a horcajadas sobre ella
con las piernas abiertas,mientras con una mano bajaba hacia su pubis.
Todo sucedía con rapidez, el deseo montado entre sus cuerpos lo exigía. Estaban
solo centradas en las dos.
Tal vez fue lo nublada que estaba su mente por la excitación que la llevó a hacer
esa confesión. Beatriz se volvió loca en ese momento al escuchar eso y en su
mente se crearon cientos de imágenes de Marcela tocándose sola, en aquella
cama. Comenzó a tocarla con dos dedos sobre el clítoris con la humedad que ya
había arrastrado mientras le mordía la boca.
Marcela solo asintió mientras contenía en su boca los gemidos que le producían
los movimientos de Beatriz sobre su centro. Estaba muy excitada y eso la llevó a
comerse los pechos de Beatriz, tomó los dos con las manos y comenzó a besarlos
y chuparlos mientras los juntaba. A veces la interrumpían los gemidos que no
podía contener.
Después de eso, con una mano también comenzó a buscar el centro de Beatriz y
al igual que a su novia, se le llenó la cabeza de perversidades cuando sintió su
humedad en sus dedos. Comenzó a estimularla con suavidad y luego la penetró
lentamente con dos dedos mientras Beatriz respiraba con fuerza. No pudo
moverse mucho por la posición en la que estaban, pero constató la excitación en
la que estaba Beatriz.
Fue rápido el instante en que Beatriz dejó de estimularla para ponerse de pie y
luego arrodillarse frente a ella mientras le abría más piernas por completo,
dejando totalmente expuesto su centro hinchado, húmedo y palpitante. Se quedó
mirándolo unos segundos y luego alzó la mirada a Marcela que tenía un manto
obscuridad en sus ojos miel por el deseo.
— Ahhh, qué rico se sintió eso Beatriz — le dijo con esa voz suave que tenía y
que su novia adoraba, así que repitió la acción varias veces hasta que sintió un
chorro chocar contra su boca.
Betty sonrió cuando la sintió relajar sus músculos y la miró. Aún tenía los ojos
cerrados y respiraba con dificultad. Se veía tan hermosa. Tenía las mejillas
sonrojadas y los labios hinchados de tanto mordérselos. Vio como iba sonriendo
poco a poco.
—¿Por qué me mira así? — le dijo Marcela abriendo un poco los ojos y sin dejar
de sonreír.
— Porque se ve tan hermosa — le respondió Beatriz.
No pasó mucho tiempo para que los papeles se invirtieran. En poco minutos
Beatriz estaba derretida debajo de Marcela, que la besaba mientras le estimulaba
el clítoris con los dedos. Noe dió tiempo ni para pensar. La rindió rápidamente.
Ya la tenía en el cielo con esos movimientos tan precisos que hacía con sus
dedos. La abrió las piernas hasta que consiguió que estás descansaran en los posa
brazos del mueble, haciendo tal efecto, que no pudiesen deslizarse fácilmente
para cerrarlas. Eso consiguió que Beatriz quedase totalmente expuesta frente a
ella. Comenzó a bajar por su cuerpo con chupones y mordiscos mientras seguía
estimulandola. En esa posición Beatriz sentía que estaba a Merced de ella y que
no duraría mucho, ya estaba muy excitada.
Marcela entonces llevó a cabo su venganza. Comenzó a hacerlo sexo oral de tal
manera que rápidamente conseguía elevarla hasta adentrarla en el orgasmo y
luego paraba. Volvió a hacerlo dos veces más y Beatriz no lo soportó. Se sentía
impotente, sentía que la estaba castigando. La tomó del rostro con una mano y de
su boca salió casi una súplica.
— No más, Marcela, por favor— su garganta estaba tan seca que sentía que me
picaba.
— Dígame qué es mía — le dijo con la voz cargada de deseo y mirándola a los
ojos — dígame que es mía o paro Beatriz.
— Soy suya, Marcela, mi amor, soy solo suya — su voz era un hilo que pendía
de la nada.
— Solo mía, Beatriz — y aceleró lo que pudo sus movimientos allí dentro para
luego sentir grandes chorros saliendo de Beatriz y como esta se entregaba a un
Vaivén entre sus caderas y su mano para perderse en un largo gemido que la
hizo sacar el orgasmo que la sacudió por largo rato. Jamás en su vida Beatriz
había sentido eso. Jamás había pensando que podía llegar a venirse de esa
manera y suplicar así por ello.
Cuando se fueron a la ducha y sintió el agua recorrerle la espalda fue que
advirtió, por el ardor en la misma, que Marcela le habia clavado hasta el alma
allí en los hombros. Marcela solo la miraba con falsa vergüenza y entonces
descubrió que fue totalmente intencional y parte de su venganza.
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Retour
La semana pasó sin pena ni gloria. El lanzamiento estaba cada vez más cerca y
eso mantenía a todos ocupados. Marcela iba de un punto de venta a otro
supervisando la nueva estrategia de ventas que había propuesto Beatriz. Además
de seguir de cerca los diseños.
Era todo tan diferente, tan real que dudaba. Pero luego ella aparecía con su
ímpetu, irrumpiendo en su silencio y su falsa comodidad y le ponía el mundo
patas arriba, era un pequeño caos hermoso. Ella iba irremediablemente y sin
frenos a estrellarse frente al amor, frente al verdadero amor, ni siquiera pensaba
en si dolería después o no. Solo lo vivía.
— Buenas tardes — su marcado acento francés hizo que tanto la alta como Aura
María abrieran los ojos. Era obvio que sabían de quién se trataba.
— Merci
— ¿Qué pasó?
— Ay, Marce, tú tienes que aprender a valorar los chismes, porque este sí te
involucra a ti directamente.
La rubia se rió.
— Ahhh, viste, Marce, viste— la apuntaba con un dedo— pues imagínate que
acaba de llegar un señor, no una aparición divina, rubio, alto, ojos azules y con
cierto acento europeo preguntando por Beatriz y dijo que era amigo de ella.
— ¿Tú sabes quién es? Sí, tú sabes, Marce, mira la cara que pusiste ...
Betty se sonrojó. El encanto del francés le producía eso. Era bonito sentirse
alagada. Lo veía como un gran amigo, un hombre que estuvo ahí mientras ella
resurgía de las cenizas, pero nada más, ahora otra persona le ocupaba el corazón
con fuerza.
Michael le sonrió con amplitud, la miraba con ternura y trataba de acercarse con
lentitud a ella.
En cuanto vio que el chisme había llegado a su fin, corrió a la oficina de Marcela
y le contó todo. La gerente escuchó fingiendo no prestar atención o restándole
importancia, muchos detalles ya los conocía.
— Betty, yo sé que me ha dicho que ya estás en una mejor etapa de tu vida, que
esto en esta empresa es temporal y que estás preparada para lo que venga a
continuación...
Betty se puso nerviosa. Temía que fuese a proponerle algo romántico y no quería
hacerlo sentir mal.
— Hola — Beatriz le dedicó una sonrisa tímida y la miró con devoción, lo que
hizo que Michael se girara para ver quién era y lo entendió todo. Era un mujer
hermosa que suavizaba su sonrisa ante el gesto tierno de Beatriz — Michael, le
presento a Marcela Valencia, accionista de Ecomoda y gerente de puntos de
venta.
Marcela se quedó esperando el otro título, el que más esperaba oír, pero no llegó.
Eso le hizo bullir su interior. Le tendió la mano al francés, indudablemente era
guapo, pero si cabeza estaba en otros asuntos, no en la apariencia física del
hombre.
— Nos alegra mucho que nos visite, señor Doinel, espero que haya disfrutado su
recorrido por la empresa — empezaba a dar ciertas salpicaduras de veneno.
— Sí, estuvimos dando una vuelta y mostrándole todo el trabajo que estamos
haciendo.
— qué bueno, me alegra — dijo Marcela con ligero sarcasmo — Beatriz¿Me
puede regalar un momento?
Betty reconoció esa mirada fría camuflada y entendió que algo pasaba con su
novia.
— Claro ¿En sala de juntas? — trataba de hacerle entender con la mirada que no
estaba bien echar al visitante de la oficina.
Pasaron a la sala juntas mientras Michael se quedó en presidencia haciendo
algunas llamadas. Beatriz se recostó a medias en la mesa y Marcela se paró
frente a ella.
— Mmmmh, veo, supongo que van a salir o algo así. Digo, ya que estás tan
contenta con la sorpresa.
— ay, ya, Marcela — soltó con diversión y la atrajo hacia sí para besarla.
Marcela se resistió tres segundos y luego cedió. En realidad estaba celosa, lo
admitía.
Marcela sintió la ira recorrerle el cuerpo ante esa petición. No solo había evitado
decirle que era su novia, sino que también pretendía que se disculpara. La besó
nuevamente porque si hablaba, solo saldría veneno de su boca.
No dijo nada más y se fue de la sala de.juntas, cerró las puertas con fuerza y
Beatriz se quedó allí dos segundos, se sentó sobre la mesa y solo puso elevar sus
ojos al cielo para lograr recomponerse antes de salir. La mataría, estaba segura.
En cuanto Michael se fue, Betty tomó sus cosas y salió volando hacia el
apartamento de Marcela. Salir antes de la.hora pico hizo que llegara más rápido
de lo normal, además de la velocidad alta a la que conducía. Ya no necesitaba
anunciarse, parecía que estaba ya autorizada y eso la alegró porque Marcela cada
vez la dejaba entrar más a su vida, pero aún así eso no le quitaba la furia. Entró
al apartamento y la recibió la música suave. No la llamó para no advertirla, fue a
la habitación y escuchó la ducha abierta y supo donde estaba. Tuvo una idea loca
y se puso manos a la obra.
Marcela se giró y casi se muere del susto al verla, pero lo disimuló bien, aunque
no pudo disimular su mirada hambrienta que recorrió de abajo hacia arriba el
cuerpo de Beatriz. Sin más, se giró y terminó de ducharse.
Todo era silencio y Beatriz lo aceptó. Se arrepentiría de lo que le hizo. Pero por
ahora disfrutaría era gloriosa visión de ella secándose el cuerpo con lentitud
mientras la ignoraba falsamente. Cuando estuvo lista, se puso la bata de baño y
quiso salir, pero su novia se le atravesó en el camino.
Beatriz la ubicó frente al espejo del lavamanos y se puso detrás de ella, se veían
las dos a través de este. Le apartó el cabello del cuello y comenzó a besarlo
mientras Marcela cerraba los ojos y se derretía de placer.
— No cierre los ojos, quiero que vea lo que yo tengo que ver, quiero que se
aprecie, que entienda lo que es observar ese rostro divino expresando tanto
placer— seguía besándola mientras le desataba la salida de baño, dejando una
hermosa visión de sus senos medio descubiertos y su vientre plano desnudo.
— Loca que me estoy volviendo yo, loca me tiene, tengo esa imagen de su rostro
excitado en mi cabeza todo el día y toda la noche y quiero que la vea, que se vea,
que mire lo malditamente sexy que es y que no puede pretender que no me
afecte cuando me toca y me besa así como lo hizo— Beatriz estaba cegada de
deseo, estaba furiosamente excitada y apenas si podía creer lo que estaba
haciendo.
— Adoro verla así, adoro su cuerpo — comenzó a besarle la espalda hacia abajo
con lentitud, dándole pequeños mordiscos que ponían a Marcela a temblar —
adoro su piel, su olor, adoro cómo se le eriza la piel — Marcela arqueó la
espalda cuando sintió su lengua recorrerle la espina dorsal— su sabor...
— Beatriz, por favor... — se rindió por dos segundos y cerró los ojos para
profundizar lo que sentía con cada tacto, lamida y mordisco.
— Voy a hacerla mía, una y otra vez, Marcela, voy a perderme en este cuerpo
siempre...
Beatriz se puso un solo instante frente a ella y la besó. Le recorrió la boca con la
lengua para que supiera como la añoraba. Fue peor para Marcela, las piernas
comenzaron a temblarle y ella misma llevó una de las manos de Beatriz hasta su
vagina para abrir los pliegues y que sintiera cuán húmeda estaba. La presidente
se volvió a acomodar tras ella y repitió la acción que acaba de hacer Marcela.
Esa imagen le quedó grabada en la memoria para siempre. Sintió cómo su
humedad y la de ella crecían, sintió la calentura de su sexo y el palpitar del
mismo, le besó el hombro y se permitió incursionar más en esa vagina que la
enloquecía.
Bajó un poco más sus dedos con suavidad hasta encontrar la fuente de la
humedad, tomó un poco de ella ya arrastró hasta el clítoris, un movimiento
simple y suave que hizo que Marcela no pudiera evitar cerrar los ojos.
— No cierre los ojos— ordenó Beatriz con voz grave y llena de deseo.
Marcela los abrió de nuevo y llevó sus brazos al tocador para poder apoyarse.
Beatriz continuó y arrastró más humedad para luego torturarla lentamente con
movimientos precisos sobre el clítoris, le besaba y mordía el hombro mientras
iba subiendo, poco a poco la intensidad con que la tocaba.
Marcela intentó hablar pero de su boca solo salió un gemido. Eso hizo que
Beatriz comenzará a mover sus dedos más rápido, le presionaba el clítoris y
movía tress dedos en círculos sobre este y Marcela simplemente ya no podía
más. Comenzó a gemir muy fuerte , sentía lágrimas en sus ojos, sentía los
mordiscos de Beatriz y una corrientazo y calentura que le recorría la planta de
los pies y ascendía por sus piernas.
Marcela no pensaba, solo se dejaba llevar. Estaba por estallar de placer, sus
piernas dolían y su visión se nublaba. La mirada oscura de Beatriz no le
ayudaba.
Entonces Beatriz paró y la obligó a inclinar su cuerpo hacia adelante en un solo
movimiento, se ubicó tras ella y la seguía mirando por el espejo, le metió una
pierna entre las suyas para separarlas y Marcela las abrió completamente
mientras posicionaba su espalda de manera perfecta para completar el cuadro.
Ella mirándose al espejo en esa posición y Beatriz detrás, desnuda y llevando su
mano a su sexo desde atrás con la mirada perdida en la imagen de Marcela de
espaldas .
— Por dios — suplicó Betty al sentir eso y sacó un poco el dedo para volverlo a
introducir, así lo hizo varias veces hasta que introdujo otro y Marcela ahogó el
grito.
Beatriz la miró y Marcela pudo notar cómo sus fosas nasales se abrían y su boca
estaba entreabierta, estaba agitada. Y esa boca, esa boca entreabierta, esa imagen
que tanto la rendía.
Ese dia Marcela no apareció en toda la mañ ana por Ecomoda. Tenı́a asuntos
pendientes de publicidad, los cuales eran má s complejos, teniendo en
cuenta el gran despliegue que se conseguirı́a con la participació n de las
otras marcas. Sin embargo tenı́a planeado ir a almorzar con su novia ya que
las restricciones de su casa estaban disminuyendo sus encuentros
nocturnos y en verdad anhelaba volver a despertar a su lado.
— Sı́, amor, voy saliendo para allá . Ya nos vemos. — Vale, nos vemos ahora.
— Tengo una idea — dijo curvando los labios y dedicándole una mirada
brillante.
Marcela cerró los ojos y soltó un poco el aire para sentir cómo todo su rostro se
calentaba. Cuando los abrió, Beatriz sonreía triunfantemente.
— Está bien, está bien. Amor, lo que quiero decirte es que podríamos ir juntas a
Ecomoda el fin de semana y trabajar allí. No sé en qué pueda ayudarte, pero algo
puedo agilizar.
La noche cayó sobre Bogotá y ya todos estaban disponié ndose para salir a
sus casas. Excepto Aura Marı́a, quié n irrumpió en la oficina de su jefa con
unas carpetas.
— Qué hubo, mija, có mo le fue en ese almuerzo con su amor — dejó las
— Aura Marı́aaaaa — Betty se puso una mano en la boca para acallar su risa
mientras se sonrojaba — pero sı́, lo disfruto mucho.
— Depende...
— Te prometo que te va a gustar y antes de que pienses otra cosa, es un
lugar que te gusta y te puede ayudar a relajarte.
— Es que esa descripció n solo me hace pensar en una cosa — y allı́ estaba
otra vez, esa boca que se esmeraba en hacer sonrojar a su novia.
— Beatriz, no. Para — le pidió y luego le dio un beso rá pido — estoy en los
ú ltimos dı́as de mi periodo y me pones mal, muy mal— se lo suplicaba cerca
de sus labios en voz muy baja mientras la miraba ardientemente.
— Entonces vamos, amor, a ese otro lugar— le dio otro beso de vuelta y se
encaminaron al ascensor.
— hoy está muy mandona, doctora Valencia, recuerde que quien da las
ó rdenes aquı́ soy yo— la miró con picardı́a.
Marcela llevó a Beatriz a aquel bar donde sucedió el primer beso. Un lugar
entrañ able que se le quedó en el alma desde aquel dıá . Hizo sus
averiguaciones y logró reservar ese lugar ıń timo solo para ellas. Sabıá de
sobra el estré s con el que cargaba la presidenta de Ecomoda.
Una noche de boleros las acogió y las abrazó . Marcela cantaba y Beatriz
solamente podıá dejarse llevar y seguir enamorá ndose perdidamente.
Realmente lo sentıá y ya lo traıá atorado en la garganta. Pero no querıá
decirlo, no por no estar segura de sus sentimientos ni de los de ella. Sentıá
que no era el momento, tal vez.
ahora se sentı́a má s segura. Su sué ter negro resaltaba sus rasgos finos y le
daba un aire entre melancó lico y oscuro.
— Marcela...
— Beatriz, usted es hermosa, lindı́sima — se lo repitió y se acercó sobre el
escritorio para depositarle un beso corto— adoro esa boca.
—Yo la adoro — le soltó con una mirada cargada de emociones , con plena
consciencia.
Marcela quedó en shock unos segundos y despué s se mordió los labios sin
dejar de mirarla.
— Yo hago má s que eso, Beatriz — le sostuvo la mirada un par de segundos
y volvió a sentarse — a trabajar — casi que ordenó y cada una volvió a lo
suyo.
— Mira, Beatriz, yo no puedo almorzar tranquila con todos estos nú meros a
los lados. Y tú simplemente te vas a amargar la comida ası́.
En su oficina tambié n dio otro portazo y se sentó en su silla con los brazos
cruzados sobre el pecho. Estaba molesta, realmente lo estaba. Beatriz era
muy tozuda y ella tambié n, pero que hiciera el intento de ignorarla le
encendió el botó n de la ira. Se dispuso a girar de un lado para otro mientras
sus sienes latı́an. Estaba absorta en sus pensamientos en donde planificaba
en vano no volver a dirigirle la palabra durante el dı́a y trabajar desde allı́.
Entonces, su celular comenzó a sonar.
Estaba ansiosa y nerviosa y su novia lo notaba, pero pensó que quizá s era el
haber madrugado tanto. Sin embargo, despué s de dos café s, lo descartó .
Algo sucedı́a, estaba segura. Sin embargo, la dejó estar por un tiempo.
- Sı́, estaba un poco agotada. Soñ é con nú meros y nú meros - sonrió .
- Lamento ser la causante de sus pesadillas.
- Aunque tambié n eres la causante de mis sueñ os má s hú medos - bromeó la
gerente.
- Marcelaaa- respondió Beatriz tapá ndose la boca con diversió n - bueno,
antes de seguir con las bromas le tengo una noticia.
- Solo que vamos a tener libre la tarde y me la va a dedicar toda a mı́ - le dijo
con ilusió n y un poco de nerviosismo.
- No, pare, no es precisamente para eso que está pensando - alzaba las cejas
para detener los avances de Marcela.
- ¿Entonces? - hizo un puchero infantil que a Betty le pareció adorable. - Una
sorpresa. Beatriz solo sonrió con malicia.
Cuando llegó el mediodı́a, las dos estaban listas y nerviosas. Cada una por
razones diferentes
Al salir de Ecomoda Marcela estaba que no podia con los nervios, por un
simple gesto de Beatriz abriendole la puerta del coche estuvo a punto de
decirle un Gracias te quiero y se tuvo que morder la lengua para evitar
soltarlo de sopeton. Era un sinsentido lo ansiosa que estaba por gritarle
cuanto la amaba en voz alta. Temia perderla si le decia cuanto la amaba.
Esa vista bajó los niveles de estré s de Marcela que admiraba todo con ojos
brillantes. Tenı́a que dejar que lo fuese a pasar, realmente pasara, o si no, se
perderı́a de esos momentos tan preciosos que Beatriz le estaba regalando.
La sola idea de privarse de eso, de perderla le llenó los ojos de lá grimas.
Estaba en un mar de emociones, ese sentimiento apabullante que le
generaba Beatriz con su capacidad de demostrar lo que sentı́a y no
escatimar, no guardá rselo.
- Ves esas casas de allı́, bueno, esas mansiones - señ alaba un condominio al
oriente donde se encontraban enormes casas con grandes terrenos e
incluso lagos y humedades a sus lados.
- ¿En serio? Se ven hermosas esas casas - pensaba en cuá nto los querı́a y
có mo ellos seguirı́an siendo parte de su vida siempre - ¿Los quiere mucho,
cierto?
- pensaba decirle que lo nuestro es la Ley de Murphy, pero para mı́ esto no
es algo que esté predestinado a salir mal, Marcela - aspiró el aroma de su
cabello y eso le llenó de sentimientos.
- Pase lo que pase, yo... Beatriz, por favor, solo... - las palabras se le
enredaban Beatriz se atribuló y se puso frente a ella. La miró con
intensidad, con la misma intensidad que la estaba sobrecogiendo hace
muchos dı́as. Le tomó el rostro entre sus manos con suavidad y mirá ndola a
los ojos le habló con firmeza.
- La amo, Marcela, la amo con mi alma... No puedo má s con esto que siento,
no puedo seguirlo callando. Usted es mi vida. La amo, se lo juro que la amo...
El Amor Siempre Triunfa.
— Te amo, Marcela Valencia — fue una voz suave pero segura. Una mirada
imperturbable, le puso un dedo sobre los labios con suavidad — te amo
mucho, Marcela.
El almuerzo terminó y entonces llegó el postre acompañ ado de una cá mara
instantá nea. Marcela se llenó de emoció n y tomó fotos de las dos, de Beatriz
y dejó que su novia tomara una foto donde juntas miraban a la cá mara y
Marcela escondı́a ligeramente su rostro en el cuello de Beatriz. Era un
retrato divino, ambas sonreı́an y sus ojos brillanan. la atmó sfera seguı́a
siendo de amor total con mezclas claras de deseo. Las miradas que se
dedicaban, los sutiles roces de las manos, las suaves caricias en una pierna,
en el cuello, comenzaron a encender una hoguera que las consumı́a.
Subieron al auto y emprendieron el camino de vuelta con una felicidad
palpable y con las ganas haciendo mella.
Cerca del apartamento las detuvo un semá foro en rojo y Marcela aprovechó
para besarla con fervor. Una invitació n clara y Beatriz correspondió cuando
un leve gemido se desprendió de su garganta.
Una vez terminó Marcela, fue con Beatriz y sin mediar palabra la acorraló
en el mueble y comenzó a besarla. Era una necesidad loca. Ella misma
comenzó a quitarle la camisa con rapidez mientras Beatriz le apretaba las
nalgas y se entregaba totalmente al beso.
La ropa en sus cuerpos no duró mucho. Sus manos viajaban por sus cuerpos
con premura, queriendo palparlo y acariciarlo todo. Como anhelando
grabarse la piel de la otra en el tacto y la memoria.
Marcela estaba realmente apabullada. Todo lo sentı́a, sus pieles, los besos.
Cuando Beatriz la miraba un calor vital le inundaba el pecho y se perdı́a en
sus ojos, en su boca entre abierta de la cuá l brotaba un aliento cá lido y
palabras a veces ininteligibles, pero que le encendı́an la piel.
Pero las palabras no le salı́an, lo estaba sintiendo, era real, palpable, lo tenı́a
en sus manos, le estaba desbaratando el pecho y no lo decı́a. Entonces
comenzó a llevar una sus manos hacia la vagina de Beatriz, necesitaba
aligerar el nudo en la garganta. Comenzó a tantear su humedad y tocó
suavemente su clı́toris y sus labios vaginales, se humedeció los dedos y
comenzó a dar movimientos lentos y precisos mientras le pasaba la lengua
por el hombro.
Marcela se dejó llevar e introdujo dos dedos con lentitud y su propia vagina
palpitó al sentir la calidez y humedad cobijá ndolos. Beatriz correspondió
tensionando y subiendo un poco la cadera. Comenzó a subir y bajar con
lentitud en los dedos de Marcela y se apoyó en los hombros de esta. Abrió
los ojos y le regaló la mirada má s honesta que tenı́a para ese momento.
Y el amor fue tan palpable. Fue tan contundente y tan demoledor que
Marcela sintió que querı́a llorar al perderse en esos ojos puros. Y entonces,
brotó por si solo.
— Te amo, Beatriz. Te amo — su voz era la.mezcla de la emoció n y el
deseo— en verdad te amo — y se lo dijo con toda la intensidad, tanta que
Beatriz no paró . Se lanzó a su boca y comenzó a besarla desesperadamente
mientras seguı́a moviendo su cadera y se entregaba totalmente a ella.
Gemı́a y la besaba. La miraba como no pidiendo creerlo y sentı́a en el pecho
algo desconocido, algo realmente divino. Todo comenzó a mezclarse. Su
amor, sus ganas de follar y follarla, el tacto, sus palpitaciones. Todo fue un
torbellino que la cobijó y entonces un sollozo brotó de su garganta, pero ni
eso la detuvo. Marcela siguió penetrá ndola con sus dedos mientras la sentı́a
casi toda. Juraba que podı́a sentir su amor, que podı́a leerle en la mirada
cuá nto la amaba y que su piel gritaba que estaba disfrutando y que estaba
viva y amá ndola.
¿Quién diría que ahora el tigre de Bogota estaba felizmente casado con
Patricia, y tenían una hija preciosa. Fue una sorpresa total ver surgir ese
amor entre ellos que había empezado con odio. Después del regreso de
Armando, ellos se habían acercado mucho gracias a las burlas que nos
hacían a Beatriz y a mí. Armando había regresado tan cambiado de ese viaje
con las heridas sanadas y siendo un hombre totalmente diferente.
Fue sin lugar a dudas el mejor testigo de bodas del mundo, siempre
junto a nosotras para todo lo que necesitáramos, obviamente
acompañado de Patricia. El cuartel seguía igual, siempre al pie del cañón
para apoyar a Betty y a mí en nuestra aventura como presidentas de
Ecomoda.
Diez años después de esa preciosa noche en la que le hice el amor a mi Betty
susurrándole cuánto le amaba, sigo sintiendo lo mismo.
Cada día cuando despierto siento una paz que nunca había sentido antes de
estar a su lado, criar a nuestra hija Susana como le pusimos en nombre de
mi madre, es pura felicidad. Bien, que muchos años han pasado, todavía
puedo sentir mi corazón volverse loco de amor cuando la vea por Ecomoda
o cuando entra en mi oficina por una sesión de besos improvisada que tanto
nos encanta.
Mientras que escribo esta historia o más bien el final de ella para plasmar
esta tan bonita historia de amor, no puedo evitar soltar algunas lágrimas de
felicidad.
-Un poco Amor, sabes que siempre me pone emocional escribir sobre
nosotras y cuánto te amo.- Sonrió enjuagándose las lágrimas.
-Dios amor, qué linda eres. ¿Sabes que te amo más que nada en este mundo?
A ti y a nuestros hijos- dijo Betty tomándola entre sus brazos y besándola
con pasión.
Fin.