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Nociones

En este apartado se estudia:


- La antropología en la filosofía clásica: La psique en Aristóteles.
- La discusión ética: la teoría de las virtudes en Aristóteles.
- El debate político: La propuesta aristotélica en torno al mejor orden social.
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1. Lo necesario y la ciencia
En el dominio del conocimiento hay una parcela en al que se halla aquello que
no puede ser de otra manera y la virtud que opera en ella es la episteme, cuya
actividad consiste en demostrar lo que algo es y por qué lo es desde sus principios,
generando conceptos universales y necesarios con las características de fijeza y
estabilidad.
Desde esta perspectiva, la episteme se articula como:
- Un conocimiento de las esencias de las cosas, y debe responder a la
pregunta “qué es” y expresar en las definiciones dicho ser (esencia).
- Un conocimiento de las cosas por sus causas, debiendo responder a la
pregunta “por qué es”.
- Un conocimiento necesario, determinando no sólo lo que algo es, sino que,
además, no puede ser de otra manera.
- Un conocimiento universal, equivalente a fijo y estable, que arrancando desde
la epagogé (inducción) configura lo universal desde la experiencia que le sirva de
fundamento.
- Un conocimiento que se desarrolla a través de la experiencia y la enseñanza.
En efecto, tal y como desarrolla Aristóteles en Metafísica (lib. I), Analíticos
posteriores y EN, (lib. VI) el conocimiento es un proceso lógico que se desarrolla
desde la experiencia del mundo hacia el entendimiento generador de conceptos
universales que articularan la ciencia, el arte y la prudencia. Volvemos a encontrarnos
con el mundo como punto de partida, con un mundo que activa nuestra sensación
percepción sensible, principalmente la vista y que nos convierte en seres que desean
conocer, (Analíticos posteriores); las sensaciones se conservan en la memoria, cuyo
almacenamiento va a posibilitar la repetición, comparación y ordenamiento de las
sensaciones, es decir, lo que constituye la experiencia. Todo este proceso es el de la
inducción, proceso que no se agota en lo sensible, sino que continua con el
entendimiento, con la formación del concepto universal, por medio del cuál el ser
humano se eleva desde lo particular a lo universal y permanente de la realidad, sin
olvidar que lo universal hunde sus raíces, precisamente, en lo particular como
fundamento de dicha realidad.
Pero el proceso continúa también con la producción del entendimiento, pues
este origina el conocimiento sensitivo, un conocimiento verdadero pero mutable, y la
opinión (doxa) un conocimiento no necesario, y sólo desde aquí se forma el concepto
universal que después se hace Ciencia o Arte. En el libro III del De Ánima, Aristóteles
desarrolla este proceso desde una perspectiva psicológica, hablando de un proceso en
el que intervienen el sentido común, depurando las sensaciones, la fantasía, creando
imágenes y el entendimiento agente, que desposee de materialidad a las imágenes y
desde el cuál brota la idea universal.
Sea como fuere, no estamos ante el “eros” platónico que transciende el mundo
hacia el ser inteligible, lo inteligible, ahora, se descubre en lo sensible, en un proceso
(epagogé) en el que, en definitiva, se produce el tránsito de un todo ontológico
particular (“la esencia de este Sócrates”, p.ej.), a un todo lógico (de logos) universal
(“la esencia del hombre”), con lo cual la universalización no altera ni falsea la realidad
y, además, es desde dicha universalidad desde donde dicho alcanza la condición de
posibilidad de su transmisión (enseñanza) ordenada en la polis.

2. La producción y la acción
La techné (arte) es una disposición racional poiética, debiendo ser entendida,
por tanto, como un saber con razón verdadera en caminada a la producción (poiesis)
de algo. Se ocupa de la producción de alguna cosa en el ámbito de lo contingente,
esto es, de lo que puede o no ser, producción dirigida por la razón verdadera. Así,
ejercer la techné es ver como puede producirse algo que es susceptible tanto de ser
como de no ser, y cuyo principio está en el que lo produce y no en lo producido, con lo
que a través de esta virtud se inserta en lo real una realidad distinta que no tiene en sí
misma, como la physis, la raíz de su concreta entidad.
El arte proviene directamente de la experiencia (Metafísica I) y del logos
verdadero. Con respecto a la experiencia, el arte procede sintetizando muchas
nociones experimentales en un solo concepto universal, por tanto podemos decir que
el arte brota de la experiencia. De tal manera que el que sólo conoce universalmente
cometerá errores al aplicar las nociones a los casos particulares (P.ej. en Medicina no
se trata de curar al “hombre”, sino al individuo concreto). Pero el que sólo conoce lo
particular no sabrá conducirse para realizar aplicaciones universales. De este modo,
afirma Aristóteles, el Arte no sólo conoce la cosa (como la experiencia) sino que
además el por qué, por eso el Arte es un saber hacer universal y enseñable. Así,
universalidad, conocimiento de causas y capacidad de enseñar, son rasgos de la
techné que lo elevan sobre la experiencia y lo aproximan a la ciencia (episteme).
Con respecto al logos verdadero, que conecta de modo inmediato con el arte
como saber hacer, para Aristóteles el logos que dirige la producción no es un logos
recto (orthos), no tiene que ver con la rectitud, sino que tiene un sentido más teórico,
pues sólo dice relación a la verdad.
En efecto, el que “algo llegue a ser” es afirmarlo, puesto que el ser, en este
ámbito, recuérdese, no es necesario. Por lo tanto, en el ámbito de la génesis de lo que
puede ser o no, el primer momento de la génesis es la afirmación. Pero este momento
se desarrolla en el ámbito del azar, que es la esencia misma de la posibilidad y
delimita el campo de lo realizable, de lo convertible en realidad. Así, pues, hablar del
arte es hablar del tránsito del no ser al ser, y este tránsito es dirigido por la razón
verdadera que lo hace sobre un esquema en el que el nuevo ser desarrolla una forma
de sentido y racionalidad. Y es, precisamente, desde aquí desde donde puede
entenderse el arte como virtud, por cuanto en esa producción dirigida por el logos
verdadero está implicado un ser dotado de logos, pero un ser que desea.
Así es, para Aristóteles el deseo (orexis) ya sea como calificativo de la
inteligencia (inteligencia deseosa), ya sea como sujeto de la misma (deseo inteligente),
provoca que el ser tienda hacia otro, y en última instancia se complete en ese otro. En
esta tendencia se da una forma de bien (apetencia teórica hacia el bien), pues de lo
contrario no estaría implicado el deseo, ya que todo lo que deseamos lo integramos en
un esquema de bondad.
Para Aristóteles, y esto es importantísimo, la reflexión y todos los procesos
dianoéticos, en sí mismos, no mueven nada, a excepción de aquél que está orientado
fuera de sí mismo (deseo) y es práctico, pero no es la “cosa hecha”, en sentido
estricto, el fin último (télos) sino que hay que añadirle, el hacer bien las cosas. Y es,
precisamente, este fin, podríamos decir compuesto, el objeto de deseo implicado con
el logos verdadero.
En definitiva, para entender el arte como virtud, hay que comprender que la
producción de algo es un proceso que se origina en el azar (týche), en tanto que
ámbito de lo realizable, y es llevado a cabo por un sujeto productor, que desea la
realización, pero dicho deseo no es irracional, sino que está integrado en un esquema
de bondad configurado por el logos verdadero.

3. Prudencia y moderación
Es una disposición racional práctica, su objeto no es la producción (como el
arte) sino la acción, pero no en un sentido parcial, es decir, con respecto a las
operaciones que realizamos sobre las cosas, sino con respecto a nuestra vida como
actividad, teniendo como telón de fondo, no lo que produce bien al individuo concreto,
sino con respecto de lo que es bueno o malo para el ser humano. Por eso la
prudencia, se articula como nexo de unión entre las virtudes éticas y dianoéticas.
En este sentido su función radica en deliberar bien para obrar bien, con lo que
la prudencia (prhónesis), para Aristóteles, implica experiencia, ciencia y deliberación.
Experiencia porque se aplica a hechos particulares de la vida; ciencia porque se
debe juzgar según principios universales (ordenación al bien); deliberación, porque
no puede desarrollar una acción precipitada.
Aquí la deliberación ocupa un lugar importante en la reflexión aristotélica
porque nos sitúa en un espacio intermedio entre la posibilidad que implica la decisión
y la realidad que buscamos, especio que configura la moderación. ¿Dónde situar la
deliberación? Obviamente no en el fin, sino en los medios que ofrecen alternativas (EE
II y EN III) para alcanzar ese fin.
Esta petición de principio que acabamos de ver encaja perfectamente la
prudencia y la moderación con los planteamientos originarios que realiza Aristóteles
con respecto a su reflexión ética y política. En este sentido Aristóteles distingue tres
clases de prudencia: individual, cuando se aplica a la dirección de la conducta de los
individuos; económica, cuando versa acerca del gobierno de la casa o la familia; y
política, cuando se refiere al régimen de la ciudad (tres modos: legislativa, deliberativa
y ejecutiva).
En cualquiera de sus modalidades, la prudencia nos remite a la idea de
moderación, tanto desde una perspectiva ética como política. Con respecto a la
primera, porque cualquier conducta moral no debe ajustarse a un sistema de
conceptos definidos nominalmente desde la exclusividad del lenguaje, sino que dichos
conceptos deben brotar desde los actos concretos y las circunstancias que los
contextualizan, y esto sólo es posible si se actúa a través de una praxis moderada
(sophrosyné) que mantenga al sujeto en un equilibrio dinámico entre sus pasiones y la
realidad en la que vive.
Pero como viene insistiendo Aristóteles desde el principio, el ethos no sólo
alude a la conformación del individuo en sí mismo, sino en relación a la comunidad de
la que forma parte. Es decir, si bien es cierto que la prudencia y la moderación
proporcionan la posibilidad de vivir bien al individuo (dimensión ética), no es menos
cierto que vivir bien en toda su plenitud implica convivir, lo que nos abre la puerta a la
dimensión política de la prudencia y la función social de la moderación. Y en este
sentido, afirma Aristóteles (EN I, Política VII), que el fin de la comunidad y del
individuo debe ser el mismo, a saber: la felicidad, con lo que puede entenderse como
al final de la Ética a Nicómaco (lib. X), presenta a la Política como una continuación
de la Ética. De este modo, el fin de la comunidad política es la vida perfecta y feliz. O
dicho de otro modo, la comunidad política es el único lugar donde el hombre puede
alcanzar el vivir bien, la perfección y la felicidad a las que el hombre por propia
naturaleza aspira.
Ahora bien, esta aspiración sólo puede realizarse a través de la moderación,
pues como afirma en su Magna Moral (II, 1), el ser humano debe flexibilizar el ejercicio
de sus derechos en función de las circunstancias particulares, de tal modo que la
moderación se transforma en este ámbito en una excelencia del hombre vinculado a
su realidad social.

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