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La filosofía de la psicología se puede caracterizar inicialmente como la

reflexión sobre la psicología en términos similares a los de otras áreas de


especialización dentro de la filosofía de la ciencia, como por ejemplo, la
filosofía de la física, la filosofía de la biología o la filosofía de la economía.
Sin embargo, la filosofía de la psicología también abarca un gran ámbito de
temas que cubre con los de otras disciplinas filosóficas que no derivan de
otros cuerpos de conocimiento, y muy especialmente, aquellos que
conforman la filosofía de la mente, pero también la epistemología y la
filosofía de la acción. En un sentido amplio, la filosofía de la psicología
incluye también pues los desarrollos enmarcados dentro de estas disciplinas.
En esta entrada, en cambio, tendremos en consideración la filosofía de la
psicología principalmente en tanto que aproximación de segundo orden, esto
es, como materia que se ocupa del estudio de los principios y métodos de la
ciencia psicológica.
Así entendida, la filosofía de la psicología es, junto con los desarrollos
empíricamente informados del resto de disciplinas filosóficas que se ocupan
de lo mental, el pilar filosófico de la ciencia cognitiva, es decir, el conjunto
multidisciplinar que aglutina todo el conocimiento de que disponemos sobre
la naturaleza de la mente y que incluye, además de la filosofía y la propia
psicología, la neurociencia, la inteligencia artificial, la ciencia computacional,
la lingüística y la biología. En tanto que reflexión filosófica, la filosofía de la
psicología atañe también al conjunto del conocimiento empírico sobre la
mente. Es así que las teorías y enfoques que surgen en el seno de la
filosofía de la psicología son típicamente aplicables al conjunto de disciplinas
que configuran la ciencia cognitiva.
Para los efectos de esta breve entrada, es también conveniente precisar
un poco más el sentido en que consideramos la propia psicología. En
general, la psicología es la ciencia empírica que se ocupa de la mente y el
comportamiento. La psicología como ciencia es una disciplina joven que
surge con las primeras prácticas de experimentación a finales del siglo XIX, y
que estuvo además severamente limitada en cuanto a su alcance durante
varias décadas. Así pues, si bien las investigaciones psicológicas se
originan de la mano de la propia filosofía y ocupan un lugar primordial en la
obra de autores como Aristóteles, Descartes, Hume o Kant, no podemos
hablar de filosofía de la psicología en el sentido que nos ocupa aquí hasta
bien entrado el siglo XX. Hay que tener también en cuenta que, por otro lado,
la psicología cubre un abanico muy amplio de especialidades que incluyen la
neurología, la psicología del desarrollo, la psicología clínica, la psicología
evolutiva o la psicología social por nombrar algunos ejemplos. Aunque
típicamente consideramos la filosofía de la psicología en tanto que estudio
empírico de la cognición, el comportamiento y las estructuras y procesos
mentales, la reflexión filosófica sobre estas otras disciplinas más concretas
también caen dentro del ámbito de la filosofía de la psicología.
Es útil ver la filosofía de la psicología como desempeñando una doble
función. Por un lado, ofrece una reflexión que hace explícitos los importantes
presupuestos y metodologías de investigación que se utilizan a la hora de
establecer los resultados y modelos psicológicos. Por otro, la filosofía de la
psicología permite examinar y evaluar críticamente los desarrollos de las
diferentes corrientes y paradigmas de la psicología y de las ciencias
cognitivas en su conjunto. Una ilustración clara de esta doble función lo
proporciona el caso del conductismo, un enfoque que dominó los desarrollos
psicológicos durante gran parte del siglo XX y que pretendía abordar todos
los fenómenos mentales en términos de la conducta observable por parte de
los sujetos.
Los presupuestos y metodologías del conductismo fueron claramente
delineados gracias a la obra de influyentes psicólogos como Watson (1913) o
Skinner (1974), y filósofos como Ryle (1949) o Quine (1960). Estos autores
defendían que la ciencia psicológica debía limitarse al estudio de relaciones
públicamente observables del tipo estímulo-respuesta. A partir de los años
50, sin embargo, la reflexión crítica sobre estos presupuestos empezó a
mostrar sus severas limitaciones a la hora de explicar los resultados
experimentales en los que precisamente el conductismo pretendía basarse,
al tiempo que invitaba a considerar seriamente los estados y estructuras
mentales como entidades no reducibles a categorías observables. Asimismo,
los importantes avances en teoría de la computación y la lingüística alentada
por la obra revolucionaria de Alan Turing (1936) y Noam Chomsky (1968)
proporcionaban poderosas alternativas para articular estructuras cognitivas y
modelos de desarrollo del lenguaje que eran empíricamente contrastables e
iban mucho más allá de la mera conducta. De este modo, los principios y
metodologías conductistas fueron explicitados y criticados en un proceso que
acabó con el abandono del enfoque conductista en favor de aproximaciones
más complejas como el funcionalismo y los modelos computacionales de la
llamada “revolución cognitiva”.
Sin embargo, las aportaciones en la filosofía de la psicología se reflejan
también en el planteamiento de numerosas cuestiones concretas que son
transversales respecto a los enfoques de la psicología y la ciencia cognitiva
que se han ido desarrollando, en mayor o menor medida, hasta nuestros
días. Algunas de estas cuestiones son: ¿Cuál es la mejor caracterización y el
estatus de la psicología sentido común? ¿Cuál es el papel explicativo y la
importancia de la representación mental? ¿Debemos abogar por enfoques
que prioricen el papel del entorno, la acción y el cuerpo en la concepción de
los fenómenos mentales? A modo ilustrativo, en esta entrada
consideraremos brevemente algunas de las respuestas que se han ofrecido
a estas preguntas clave.
1. La psicología de sentido común

Una de las cuestiones más apremiantes a las que se enfrenta la filosofía


de la psicología es la de interpretar y determinar el estatus de los estados
mentales que los seres humanos utilizamos a diario a la hora de explicar y
predecir la conducta. Entre estos estados, las creencias y deseos ocupan un
lugar destacado. Por ejemplo, si sabemos que Eva concierta una entrevista
de trabajo el lunes a las 8:00 para la agencia A, las creencias y los deseos
que atribuimos a Eva (en concreto, la creencia de que tiene una entrevista
ese día a esa hora para A y el deseo de asistir a la misma) nos permiten
explicar su comportamiento cuando se levanta el lunes temprano y predecir
que Eva, en condiciones normales, efectivamente se presentará ese día a
esa hora en las oficinas de A. Este tipo de psicología, la llamada psicología
popular o de sentido común, parece así reunir las características explicativas
y predictivas de una teoría científica.
Una cuestión preliminar acerca de este tipo de psicología es sobre cómo
caracterizarla. ¿Se trata de un tipo de teoría de la mente que empleamos
implícitamente, esta es la teoría de la teoría o theory theory (p. ej. Gopnik y
Wellman 1994), o es la psicología de sentido común más bien un tipo de
simulación con la que proyectamos en los demás nuestros propios estados
mentales tal y como propone la teoría de la simulación o simulation theory (p.
ej. Gordon 1986). Una vez precisada su caracterización, existen a grandes
rasgos tres tipos de posiciones que se pueden adoptar a la hora de evaluar
dicha psicología. Por un lado, los realistas insisten en que no solo están
legitimados los estados que postula, sino que además nuestras mejores
teorías psicológicas usan representaciones que confirman dichos estados (p.
ej. Fodor 1975, 1987). Otros autores optan por una línea instrumentalista
según la cual no debemos comprometernos con la existencia de las
categorías postuladas por la psicología de sentido común pero estamos
legitimados a invocarlas en nuestras explicaciones psicológicas a un cierto
nivel (p. ej. Dennett 1984). Por último, el eliminativismo rechaza frontalmente
la legitimidad de la psicología de sentido común comparando su estatus en
relación a la ciencia psicológica con el de otras teorías precientíficas y las
ciencias propiamente dichas tales como la física aristotélica en relación a la
física moderna (p. ej. Churchland 1981). Las posiciones eliminativistas e
instrumentalistas parecen pues requerir una revisión profunda de la manera
en que la gente de la calle explica y predice la conducta. Las disputas sobre
el papel de la psicología de sentido común se encargan de examinar en qué
medida una tal revisión es posible y deseable.

2. La representación mental
De un modo que exhibe una estrecha relación con el problema de la
sección anterior, la representación mental es otra de las cuestiones capitales
a las que se enfrenta la reflexión filosófica sobre las prácticas en psicología y
ciencia cognitiva. La representación mental es una noción que tiene su
origen en el desarrollo de los modelos computacionales de la mente y de
procesamiento simbólico de la información (Newell 1980, Marr 1982,
Pylyshyn 1984) y viene definida, típicamente, como un estado o conjunto de
estados físicos (o neurofisiológicos) del organismo que está por o significa
otros estados fuera o dentro del mismo.
Una primera cuestión relativa a las representaciones mentales es sobre si
nuestras teorías deben o no recurrir a las mismas. Numerosos desarrollos
iniciados a finales del siglo XX e impulsados por autores trabajando desde
ángulos bien diversos. Tales como los del experto en inteligencia artificial
Rodney Brooks (1991), el filósofo y desarrollador de software Tim van Gelder
(1995) o el biólogo y filósofo Francisco Varela (1990) entre muchos otros han
conseguido articular con éxito la posibilidad de aproximaciones a la mente
que evitan acudir a representaciones mentales y que, de hecho, consideran
una virtud explicativa el no tener que postularlas. Si tenemos en cuenta que
las creencias y los deseos son estados claramente representacionales, esto
es, estados con contenidos sobre otros estados, esta línea de investigación
tiene como consecuencia natural el cuestionamiento e incluso rechazo frontal
de la psicología de sentido común. El enfoque anti-representacionalista, que
también se nutre de varias corrientes renovadoras dentro de la ciencia
cognitiva, viene motivado en parte por la gran dificultad de (i) caracterizar las
representaciones mentales de una manera precisa y (ii) vislumbrar criterios
claros que permitan determinar cuándo una representación está justificada o
confirmada empíricamente.
Con todo, pese a los serios retos que se han planteado desde el anti-
representacionalismo, es justo decir que a día de hoy una mayoría de
autores trabajando dentro y fuera de la filosofía considera la representación
mental como una categoría fundamental e indispensable en la explicación de
la mente y la cognición de criaturas tanto verbales como no verbales. Aún
así, el estudio de la naturaleza de la representación plantea una de las tareas
más arduas a las que se enfrenta la filosofía de la psicología y la ciencia
cognitiva con diversas e importantes ramificaciones. Una controversia
célebre ha sido, por ejemplo, el análisis de la estructura de la representación.
En concreto, ¿es dicha estructura de tipo lingüístico de manera que nos
permita hablar de un lenguaje del pensamiento (Fodor 1975, Fodor y
Pylyshyn 1988) o se trata en cambio de una estructura en forma de
conexiones de red (Smolensky 1987)? Otras cuestiones básicas que solo
podemos apuntar aquí incluyen: ¿Cómo debemos caracterizar el contenido
de las representaciones mentales? ¿Debemos postular tipos
substancialmente distintos de representaciones para dominios cognitivos que
son también distintos (tales como el lenguaje y la visión)? ¿Cuál es la
diferencia y la relación entre la representación conceptual (que requiere el
empleo de conceptos por parte del organismo) y la representación no
conceptual? ¿Qué tipos de fenómenos mentales son aquellos que requieren
la postulación de representaciones mentales? ¿Cómo podemos caracterizar
el poder causal y los mecanismos en los que operan las representaciones
mentales? Tras varias décadas de investigación, no disponemos aún de
respuestas definitivas a estas y otras preguntas relativas a la naturaleza de la
representación mental.

4. El entorno, la acción y el cuerpo

Los modelos computacionales clásicos, lo que John Haugeland (1985) dio


en llamar GOFAI (Good Old-Fashioned Artificial Intelligence), desarrollados
en buena medida como reacción al conductismo durante la segunda mitad
del siglo XX se han puesto en tela de juicio, con el paso de los años, a través
de varios frentes. Dichos modelos, basados fuertemente en la lógica formal y
la teoría computacional, dejaron inicialmente de lado aspectos que parecen
cruciales en la elucidación de las capacidades cognitivas de organismos
reales que se desarrollan en contextos complejos y cambiantes. Mientras
podríamos señalar algunos otros aspectos a tener en cuenta, aquí
consideraremos en concreto tres claramente interrelacionados: el entorno, la
acción y el cuerpo.
Una de las contribuciones más destacadas en la filosofía de la psicología
de las últimas décadas viene representada por la eclosión de los modelos de
la llamada “mente extendida” (extended mind) (Clark y Chalmers 1998). En
estos modelos, se ofrece una aproximación a las capacidades cognitivas que
puede extenderse más allá del cráneo y la piel (beyond skin and skull) y
tienen en consideración elementos del entorno inicialmente externos al
organismo, tales como un libro de notas o, en lo que sería una versión
actualizada y ampliada, nuestro smartphone o tablet y otros recursos
tecnológicos, así como redes sociales e institucionales. Esta corriente se
opone a los modelos computacionales clásicos en subrayar la importancia y
las numerosas posibilidades existentes para la realización física de los
procesos cognitivos y la capacidad de los mismos para adaptarse e
incorporar nuevos elementos del entorno.
El papel del entorno es también subrayado desde otro ángulo en el
llamado enfoque enactivo o ecológico, según el cual, la función básica de la
mente y los procesos cognitivos es (sustentar) la interacción directa con el
mismo. Este enfoque, o familia de enfoques, encuentra sus raíces en el
trabajo de psicólogos de la percepción como James J. Gibson (1979) y
filósofos especializados en fenomenología como Maurice Merleau-Ponty
(1945) y supone iluminar elementos básicos y automáticos de la cognición
que involucran una sincronía o acoplamiento (coupling) con el entorno y la
especificación directa de posibilidades para la acción (affordances) en el
mismo. Al contrario de lo que ocurre en los modelos clásicos, estos
elementos no requieren de la manipulación y procesamiento de información
sino solo una captación tácita de la relación entre estimulación sensorial y los
movimientos del organismo (ver p. ej. Noë 2009).
Sin embargo, en tanto que la acción física está necesariamente ligada al
cuerpo, los enfoques enactivos o ecológicos no están tampoco lejos, y de
hecho en buena medida complementan el enfoque corporeizado de la
cognición (embodied cognition) (Varela, Thompson y Rosch 1991, Chemero
2009). Este enfoque pone el énfasis en el propio cuerpo como la base de la
cognición y se distancia así de los modelos clásicos en considerar la
realización física como un elemento esencial y no accesorio de los mismos.
El enfoque corporeizado puede desarrollarse con numerosos énfasis en los
que el cuerpo no meramente impone restricciones o limitaciones a los
procesos cognitivos, sino que además los regula y constituye. En una de sus
variantes más destacadas, que irrumpió con fuerza en el contexto de la
psicología del desarrollo (Thelen y Smith 1994), la cognición corporeizada se
articula a través de modelos explicativos dinámicos no (necesariamente)
representacionales en los que se da cuenta del comportamiento del
organismo como una actividad continua cuyo desarrollo a lo largo del tiempo
se caracteriza matemáticamente (van Gelder 1995, 1998).

5. Consideraciones finales

La discusión de lo anterior no debe entenderse como implicando que los


modelos computacionales de la mente han sido superados. Los debates
sobre cuál es el mejor enfoque y metodología en psicología y ciencia
cognitiva sigue vigente en la actualidad, muchas veces a través de la
formulación de híbridos de diversa índole, y es justo decir que las versiones
más actuales de dichos modelos con nuevas ramificaciones que profundizan
hacia la neurociencia (neurocomputación) y la física cuántica (computación
cuántica) están lejos de ser abandonadas (ver Piccinini 2015 para un
tratamiento detallado y reciente sobre la noción de computación).
Debemos señalar, a modo de conclusión, que lo que hemos visto aquí
es solo una muestra muy pequeña del conjunto de cuestiones que caen
dentro del ámbito de la filosofía de la psicología entendida como disciplina de
segundo orden. Otras cuestiones centrales que podemos mencionar
incluyen: ¿Qué niveles explicativos debemos considerar a la hora de abordar
los fenómenos mentales? ¿Cuáles son las condiciones mínimas para que
exista cognición? ¿En qué medida las capacidades cognitivas que poseemos
son innatas y en qué medida resultado del aprendizaje y condicionamiento
¿Cuál es el papel explicativo de las enfermedades mentales y los casos
clínicos a la hora de iluminar la naturaleza de la mente? ¿Cuál es la relación
entre la mente individual y las estructuras cognitivas de colectivos y
sociedades? ¿Cuál es el papel de la emoción en la cognición? La lista dista
mucho de ser exhaustiva. Es conveniente tener asimismo en cuenta que la
filosofía de la psicología se aproxima a cuestiones que continuamente se
plantean en el seno del conjunto multidisciplinar que conforma la ciencia
cognitiva. La reflexión desarrollada en la filosofía de la psicología es, en
definitiva, una tarea en constante evolución que debe atender a un número
considerable de corrientes y enfoques, pero también a una gran
especialización de las cuestiones y avances concretos que contribuyen a una
mayor comprensión de la realidad psicológica.

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