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2. La representación mental
De un modo que exhibe una estrecha relación con el problema de la
sección anterior, la representación mental es otra de las cuestiones capitales
a las que se enfrenta la reflexión filosófica sobre las prácticas en psicología y
ciencia cognitiva. La representación mental es una noción que tiene su
origen en el desarrollo de los modelos computacionales de la mente y de
procesamiento simbólico de la información (Newell 1980, Marr 1982,
Pylyshyn 1984) y viene definida, típicamente, como un estado o conjunto de
estados físicos (o neurofisiológicos) del organismo que está por o significa
otros estados fuera o dentro del mismo.
Una primera cuestión relativa a las representaciones mentales es sobre si
nuestras teorías deben o no recurrir a las mismas. Numerosos desarrollos
iniciados a finales del siglo XX e impulsados por autores trabajando desde
ángulos bien diversos. Tales como los del experto en inteligencia artificial
Rodney Brooks (1991), el filósofo y desarrollador de software Tim van Gelder
(1995) o el biólogo y filósofo Francisco Varela (1990) entre muchos otros han
conseguido articular con éxito la posibilidad de aproximaciones a la mente
que evitan acudir a representaciones mentales y que, de hecho, consideran
una virtud explicativa el no tener que postularlas. Si tenemos en cuenta que
las creencias y los deseos son estados claramente representacionales, esto
es, estados con contenidos sobre otros estados, esta línea de investigación
tiene como consecuencia natural el cuestionamiento e incluso rechazo frontal
de la psicología de sentido común. El enfoque anti-representacionalista, que
también se nutre de varias corrientes renovadoras dentro de la ciencia
cognitiva, viene motivado en parte por la gran dificultad de (i) caracterizar las
representaciones mentales de una manera precisa y (ii) vislumbrar criterios
claros que permitan determinar cuándo una representación está justificada o
confirmada empíricamente.
Con todo, pese a los serios retos que se han planteado desde el anti-
representacionalismo, es justo decir que a día de hoy una mayoría de
autores trabajando dentro y fuera de la filosofía considera la representación
mental como una categoría fundamental e indispensable en la explicación de
la mente y la cognición de criaturas tanto verbales como no verbales. Aún
así, el estudio de la naturaleza de la representación plantea una de las tareas
más arduas a las que se enfrenta la filosofía de la psicología y la ciencia
cognitiva con diversas e importantes ramificaciones. Una controversia
célebre ha sido, por ejemplo, el análisis de la estructura de la representación.
En concreto, ¿es dicha estructura de tipo lingüístico de manera que nos
permita hablar de un lenguaje del pensamiento (Fodor 1975, Fodor y
Pylyshyn 1988) o se trata en cambio de una estructura en forma de
conexiones de red (Smolensky 1987)? Otras cuestiones básicas que solo
podemos apuntar aquí incluyen: ¿Cómo debemos caracterizar el contenido
de las representaciones mentales? ¿Debemos postular tipos
substancialmente distintos de representaciones para dominios cognitivos que
son también distintos (tales como el lenguaje y la visión)? ¿Cuál es la
diferencia y la relación entre la representación conceptual (que requiere el
empleo de conceptos por parte del organismo) y la representación no
conceptual? ¿Qué tipos de fenómenos mentales son aquellos que requieren
la postulación de representaciones mentales? ¿Cómo podemos caracterizar
el poder causal y los mecanismos en los que operan las representaciones
mentales? Tras varias décadas de investigación, no disponemos aún de
respuestas definitivas a estas y otras preguntas relativas a la naturaleza de la
representación mental.
5. Consideraciones finales