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El debate entre formalistas y sustantivistas y sus proyecciones en la

Antropología Económica.

Introducción

A fines de la década del 50, en su trabajo “Comercio y mercado en los imperios


antiguos”, Polanyi, Arensberg y Pearson se preguntaban:

“A la mayoría de nosotros se nos ha acostumbrado a pensar que la piedra de toque de


la economía es el mercado... Que hacer, pues cuando topamos con economías que
operan sobre bases totalmente distintas, ¿sin ningún rastro de mercado o de ganancia
obtenida comprando o vendiendo? Es entonces cuando hemos de revisar nuestra
concepción de economía” (Polanyi, 1976:47).

Años más tarde el primero de estos autores afirmaba:

“Para el antropólogo, el sociólogo o el historiador, el estudio de cada uno de ellos del


lugar que ocupa la economía en la sociedad humana, se enfrentaban con una gran
variedad de instituciones que no eran el mercado, en las que estaba incrustada la
subsistencia humana” (Polanyi,1976:156).

En estos comentarios se insinúan las preguntas que resultarían centrales en el debate


entre los antropólogos formalistas y sustantivistas, durante la década de los sesenta.
 ¿Como hacer para estudiar estas economías?
 ¿Era aplicable la teoría económica que había surgido para analizar y explicar el
funcionamiento del sistema capitalista?
 ¿Los criterios de maximización eran aplicables en todas las formaciones
socioeconómicas?
 ¿Las diferencias entre la economía primitiva y la industrial capitalista eran de
clase o de grado?

La preocupación por estos temas no resultaba nueva. Ya en sus inicios la antropología


se había preguntado por la utilización de conceptos económicos en el análisis de las
sociedades primitivas. Si la economía política desde su surgimiento se presenta como el
esfuerzo más sistemático por parte de las clases sociales en ascenso por racionalizar las
nuevas condiciones sociales, la antropología clásica también emergía a fines del siglo
XIX y principios del XX como productora de conocimientos que justificasen el nuevo
orden colonial en expansión (Llobera, 1980; Kaplan y Manners,1980; Trinchero1992)

La discusión en torno al uso de categorías económicas y la contrastación de diferentes


racionalidades y moralidades condujo a interesantes reflexiones de los antropólogos
clásicos. Ya Malinowski en la década del 20 había cuestionado la universalidad del
“homo economicus” y Mauss en las conclusiones morales del “Ensayo sobre los dones”
advertía: “Hay otras morales aparte de la del mercader. No todo está clasificado en
términos de compra y venta” (1979:246).

A su vez Boas publica en 1897 “The social organization and the secret societies of the
kwuakiutl indians” describiendo la celebración del potlach en Fort Rupert. En esta
ceremonia se destruían y regalaban todo tipo de bienes poniendo así en evidencia las
limitaciones de ciertas categorías económicas para interpretar esta clase de
intercambios. La noción de escasez universal resultaba cuestionada por lo que se definía
como una economía de excedentes al tiempo que la lógica de acumulación pensada
desde la imagen capitalista no daba cuenta de la circulación y destrucción de bienes.

Preanunciando la constitución de una posición antagónica a los planteos particularístas,


Firth algunos años más tarde señalaría que el concepto básico de la economía, en
cualquier lugar que se la estudie, es la asignación de recursos escasos disponibles entre
las necesidades humanas.

“Como quiera que se la defina, la economía trata de las implicaciones de la opción


humana y de los resultados de las decisiones” (Firth,1951:125) (La negrita nos
pertenece).

En estos antecedentes se percibe la preocupación por los temas que luego se


desarrollarían en la controversia entre formalistas-sustantivistas, sin embargo, es a partir
del surgimiento y consolidación de la Antropología Económica, cuando se desarrolla la
búsqueda sistemática de respuestas a estos interrogantes.
El debate
El debate entre formalistas y sustantivistas se desarrolla década del sesenta
fundamentalmente en los ámbitos académicos de Estados Unidos. No se precisó un
corpus teórico desarrollado desde la disciplina para abordar la temática sino que
precisamente que el debate se planteó como coconstituyente de la Antropología
Económica. Las discusiones acerca de la aplicabilidad de las leyes económicas en las
sociedades primitivas llevaban al campo de la Antropología Económica las mismas
cuestiones que se había planteado la Antropología en general desde su consolidación
como disciplina. La cuestión disciplinar pasaba por definir si la Antropología se
constituía como una teoría general o bien reconocía su carácter regional.
Se construye un concepto de sociedad primitiva en donde aparecen todos los estigmas,
estereotipos y limitaciones de las escuelas dominantes en Antropología durante la
primera mitad de siglo; al tiempo que se procede a la utilización del corpus teórico
producido por la economía (en realidad de una parte de ésta) para interpretar el inmenso
contingente de datos etnográficos acumulados.

El inicio de la Antropología Económica se remonta a la publicación del trabajo de


Herskovits en 1952. En sus primeras páginas partiendo de la definición de L Robins,
para quien la economía estudia la relación entre los fines y los escasos medios
susceptibles de usos alternativos, el autor puntualiza:

“En lo fundamental he intentado ajustarme a las categorías convencionales de


la economía... Nos hemos atenido a los términos técnicos de la economía...”
(Herskovits,1952:9).

Como señala Trinchero (1992), el “ajuste” del material etnográfico a las categorías de la
economía tenía por objetivo que el mismo pudiera ser posible de un análisis
comparativo. Así, desde su obra fundacional, la antropología económica planteaba un
tipo de relacionamiento entre la antropología y la economía donde la segunda aportaba
conceptos y modelos al tiempo que la primera brindaba numerosos estudios de campo.
En este intercambio se ponía en discusión la universalidad legitimadora vital para las
aspiraciones de la economía (y también porque no, para la antropología) y se
vislumbraba la posibilidad de convertirse en ciencias regionales especificando los
límites de cada una de ellas.
El eje de la controversia consistía en determinar qué tipo de diferencias existían entre
las economías primitivas y las capitalistas. Leclair (1976), retomando a Firth señala que
las diferencias son de grado y no cualitativas (1976:125), mientras que Dalton, afirma:

“La economía primitiva es distinta del industrialismo de mercado no en grado sino en


especie; la falta de tecnología mecánica, de organización de mercado omnímoda y de
moneda para todos los fines mas el hecho de que las transacciones económicas no
puedan entenderse fuera de la obligación social crean algo así como un universo no
euclediano al que no puede aplicarse fructíferamente la teoría económica occidental.
El intento de traducir los procesos económicos primitivos en nuestros equivalentes
funcionales, inevitablemente, oscurece justamente aquellos rasgos de la economía
primitiva que la distinguen de la nuestra” (1976:205).

En ambas posiciones se plantea un concepto de economía primitiva a la medida de las


necesidad es teórico-metodológicas (Trinchero,1992). Para Dalton la economía
primitiva se construye residualmente, mas por lo que no es que por lo que es. La
ausencia de mercado, de moneda y de tecnología mecánica constituyen indicadores
suficientes para afirmar que estamos en presencia de economías primitivas, mientras
que para Leclair la economía primitiva no posee ninguna especificidad:

“Si bien la literatura etnográfica es un archivo de la diversidad de la experiencia


humana, también proporciona un testimonio de la existencia de problemas
característicamente humanos que se resuelven por medios característicamente
humanos. Si esto no fuera así, la antropología científica no podría existir como una
disciplina con capacidad para generalizar.
Si existe tal teoría general, debe subyacer y estar implícita en el caso especial”
(Leclair,1976:136-137).

Los autores formalistas partieron de las definiciones subjetivas de la economía según las
cuales “La economía es el estudio de la asignación de medios escasos a objetivos
múltiples, o mas ampliamente, la ciencia que estudia el comportamiento humano como
una relación entre fines y medios escasos que tienen usos alternativos”. (Robbins,
1935:16, citado en Burling 976:112). Como señala Trinchero (1992) el objetivo de los
antropólogos enrolados en esta corriente consistió en demostrar la universalidad de los
principios de escasez y elección.

Herskovits, en su Antropología Económica señala que estos elementos “son los factores
sobresalientes de la experiencia humana que dan razón a la ciencia
económica...”(1952:29), confundiendo el proceso de economizar, es decir asignar
recursos escasos entre fines alternativos, con la definición de la economía (Trinchero
1992:84).

La concepción formalista se centra en el análisis del comportamiento individual. Esto


no significa ignorar absolutamente los aspectos sociales referidos a estructuras,
instituciones y sistemas pero se les confiere un lugar que es subsidiario de las acciones
individuales. Lo individual explica lo social porque la sociedad es concebida como una
sumatoria de individuos. Según Burling la sociedad es una colección de sujetos que
hacen elecciones, cuya misma acción implica una elección conciente o inconciente entre
los medios alternativos. “Los fines son las metas del individuo coloreadas por los
valores de su sociedad hacia las cuales intenta avanzar... No hay técnicas
específicamente económicas ni metas económicas. Lo económico es únicamente la
relación entre fines y medios...” (1976:113).

La cultura es considerada como un escenario dentro del cual el “individuo operador”


acciona de acuerdo con determinados objetivos. “Solo los actores (y sus intereses
considerados a priori como los suyos) son reales; la cultura es un epifenómeno de sus
intenciones” (Sahlins,1980:133).

Para los autores formalistas la economía no reside ni en una institución, ni en una


estructura, ni en un sistema económico, lo económico es un aspecto del comportamiento
humano: el que se refiere a la elección y asignación de recursos a metas alternativas,
motivado por la situación de escasez. No todo comportamiento es económico, solo
aquel que refiere a la toma de decisiones. La característica distintiva del aspecto
económico del comportamiento es su racionalidad, entendiendo la misma a partir de las
elecciones que se toman siguiendo el principio de maximización.
El punto de partida es que el individuo tiene necesidades ilimitadas mientras que los
recursos para satisfacerlas son limitados. Robbins plantea que si los recursos para
alcanzar una meta no son escasos, no estamos en presencia de un problema económico,
dado que no nos coloca en una situación de opción. La inadecuacuación por tanto,
resulta ontológica y la escasez universal. La racionalidad no radica en los fines
preferidos ni en los medios elegidos para lograrlos, sino en que la relación entre unos y
otros de lugar a la máxima satisfacción en la obtención de las metas.

El modelo del empresario es tomado como paradigma; como hombre que procura
maximizar beneficios en su intercambio con otros hombres y para ello debe tomar
decisiones. Burling señala:

“El intercambio, como la maximización, está evidentemente próximo al núcleo de la


economía ...No veo razones para que no se deba hablar incluso de utilidad marginal
del cuidado amoroso, Cada hombre puede considerarse como un empresario que
manipula a los que tiene a su alrededor, comerciando sus productos del trabajo, la
atención, el respeto, etc., con el objeto de obtener a cambio lo más
posible” (1976:122).

El concepto de empresario, fue utilizado por Firth en su estudio sobre la economía de


Tikopia. En la década del 50 Belshaw (1973) destacó la figura del empresario como
coordinador en el sistema de asignación y distribución de recursos en los procesos de
transición hacia la constitución de mercados modernos.

Con posterioridad, Pospisil (1963) en su trabajo sobre los kapauku interpretó que los
integrantes de este pueblo desarrollaban prácticas de maximización como cualquier
empresario. Por su parte Salisbury (1962) demostró que la utilización de hachas de
acero en reemplazo de las de piedra produjo un tiempo excedente que los Siane de
Nueva Guinea asignaron a la multiplicación de actividades extraeconómicas (alejadas
de la subsistencia) con criterios de maximización del prestigio personal.

Esptein [3] y Barth [4] han continuado esta línea de trabajo según la cual la racionalidad
maximizadora del empresario no es exclusiva del industrialismo de mercado sino que se
encuentra presente en diversos tipos de sistemas económicos. La universalidad de la
propuesta formalista se centra pues en la naturaleza maximizadora del hombre, mas allá
de las formas que adquieran las especificidades económicas. La cuestión crucial es el
comportamiento del individuo ante las situaciones de opción.

Transpolar los principios microeconomistas de la escuela subjetivista y la racionalidad


específica del empresario a cualquier actividad económica sin tomar en cuenta las
condiciones de surgimiento y evolución de los sistemas económicos impidió a los
autores enrolados en la corriente formalista cualquier aproximación que contemplase la
dimensión histórica.

La aplicación universal de los principios maximizadores del Homo Economicus


ocasionó diversas críticas. Algunas de ellas procedentes de posiciones particularistas y
otras provenientes de las corrientes marxistas, para quienes los formalistas no hacían
mas que expresar la hegemonía de los planteos de la economía burguesa.

Los sustantivistas.
Karl Polanyi ha criticado la universalidad del principio de escasez y su vinculación
forzosa con el criterio de elección. Según este autor y sus seguidores resulta evidente
que hay elección de medios sin insuficiencia así como también hay insuficiencia de
medios sin elección.

Plantea que existen dos maneras de definir lo económico: la formal y la sustantiva.

“El significado sustantivo de económico deriva de la dependencia del hombre, para sus
subsistencia, de la naturaleza y de sus semejantes. Se refiere al intercambio con el
medio ambiente natural y social, en la medida que este intercambio tiene como
resultado proporcionarle medios para su necesaria satisfacción material.
El significado formal de económico deriva del carácter lógico de la relación medios-
fines...” (1976:155)
El énfasis en lo empírico por sobre lo formal caracteriza a los autores de la vertiente
sustantivista. Los dos significados de lo económico, según Polanyi, no tienen nada en
común, uno procede de la lógica y el otro de la realidad.

Para este autor el sistema económico es un proceso institucionalizado. El término


“proceso” carece aquí de un sentido histórico preciso y se refiere al movimiento de los
bienes. La circulación de bienes se realiza a partir de cambios de apropiación (cambios
de manos) y modificaciones de localización. Todos los aspectos de la vida económica
estan incluidos dentro este proceso; así, la producción se incluye dentro de los
movimientos locacionales y la distribución dentro de los cambios de manos.

Los sistemas económicos empíricos logran unidad y estabilidad mediante distintas


formas de integración. Polanyi plantea que los modelos de integración económica se
reducen a la reciprocidad, la redistribución y el intercambio de mercado. En realidad, las
formas de integración resultan ser formas de intercambio. En las economías sin
mercado, los mecanismos institucionales son la reciprocidad que plantea movimientos
de bienes entre puntos simétricos y la redistribución, en la que los movimientos se
realizan en principio hacia un centro concentrador.

Desde esta perspectiva, la racionalidad económica se centra en la satisfacción de las


necesidades materiales según los distintos requerimientos institucionales y no sobre la
maximización de los beneficios individuales.

Los términos reciprocidad, redistribución e intercambio, por los que nos referimos a
nuestras formas de integración, suelen utilizarse para denotar interrelaciones
personales. Superficialmente, pues, podría parecerse que las formas de integración
simplemente reflejan agregados de respectivas formas de comportamiento individual:
si fuera frecuente la reciprocidad entre los individuos , podría aparecer una
integración reciproca; donde es normal que los individuos compartan las cosas (... ) si
fuera así nuestras pautas de integración no serían mas que un simple agregado de
formas en correspondencia con el comportamiento individual (...) hemos insistido
estaba condicionado a la presencia de determinados dispositivos institucionales (...). El
hecho que los simples agregados de comportamientos personales en cuestión no crean
por si solos tales estructuras. (1976:162)
Desde la concepción sustantivista, la racionalidad económica no es comprendida sino
desde las instituciones. La economía primitiva se encuentra “incrustada”, enredada en
instituciones económicas y no económicas. En este sentido, la inclusión de lo no
económico, resulta fundamental y constituye una de los ejes a partir de los cuales se
sustenta la polémica. Las instituciones cumplen mas de una función y en las posiciones
mas extremas, se plantea la inexistencia de instituciones económicas específicas en las
economías primitivas (Sahlins 1972, 1976 y 1980).

“...Hablar de ‘la economía’ de una sociedad primitiva es un ejercicio de irrealidad.


Estructuralmente ‘la economía’ no existe. Mas que una organización delimitada y
especializada, ‘la economía’ es algo que generaliza la función de los grupos sociales y
de las relaciones, especialmente los grupos y las relaciones de parentesco. La
economía es mas bien una función de la sociedad que una estructura, porque el
armazón del proceso económico, la proporcionan los grupos concebidos clásicamente
como ‘no económicos’ ” (1972:91).

Por este camino se parte de un principio acertado que consiste en considerar que las
acciones económicas resultan socialmente determinadas para llegar a la negación de la
especificidad de la mismas y la disolución de toda institución económica en la
generalización de lo social.

En realidad Polanyi reconoce la desincrustación del mercado de lo social; la


reciprocidad y la redristribución serían los mecanismos de integración incrustados en lo
social. De aquí a la concepción del mercado como un espacio social neutro hay un paso.
Dicha concepción nos aleja de cualquier visualización del mismo como un ámbito en el
cual se expresan la violencia del capital y se manifiestan las relaciones de apropiación
del producto social.

Los aportes de Polanyi fueron adoptados y ampliados por Dalton, quien plantea que las
diferencias entre la economía primitiva y la industrial no son de grado sino cualitativas,
hecho que inhabilita la aplicación de los conocimientos de la teoría económica en las
primeras.
“La economía primitiva es distinta del industrialismo de mercado, no en grado sino en
clase. La ausencia de tecnología mecánica, de organización de mercado omnímoda y
de moneda para todos los propósitos, mas el hecho de que las transacciones
económicas no pueden comprenderse fuera de la obligación social, crea, por así
decirlo, un universo no euclediano al que puede aplicarse fructíferamente la teoría
económica occidental. El intento de traducir los procesos económicos primitivos en
nuestros equivalentes funcionales, inevitablemente, oscurece justamente los rasgos de
la economía primitiva que la distinguen de la nuestra.” (Dalton,1976:205).

La concepción de Dalton de economía primitiva se manifiesta (al igual que en otros


autores sustantivistas) en la ausencia de características de la economía industrial de
mercado tales como la falta de tecnología mecánica, de organización de mercado, de
moneda, etc.

En las economías primitivas, las transacciones económicas no pueden entenderse fuera


de las obligaciones sociales. Desde esta perspectiva, el uso de categorías tales como la
reciprocidad resulta mucho mas esclarecedor para comprender la lógica de circulación
de bienes y servicios que las interpretaciónes centradas en el análisis de oferta y
demanda.

La critica neomarxista.
Godelier plantea acertadamente que la polémica entre formalistas y sustantivistas se
refiere a dos problemas:

1.- La naturaleza de lo económico, ámbito en el cual se reproduce en la antropología las


discusiones que se desarrollan en la ciencia económica. En este punto nos parece crucial
la irrupción en este campo disciplinar de la teoría keinesiana y la constitución de los
campos micro y macroeconómico.

2.- La naturaleza de la antropología. Se trata de una disciplina regional que analiza


algunos tipos de sociedad o es una ciencia universal cuyas reflexiones abarcan todo tipo
de agregados sociales, conteniendo así la posibilidad de convertirse en la síntesis de
todas las ciencias sociales (Godelier,1974).

Según este autor, los formalistas retoman la definición neoclásica de la economía cuyo
sustento se encuentra en la relación “medios escasos-fines alternativos”. De acuerdo a la
misma, el objeto de la ciencia económica se disuelve, desde esta concepción no es
posible distinguir la actividad económica de cualquier otra actividad destinada a un fin.

En este sentido el trabajo de Burling (1976) no hace mas que confirmar lo señalado por
Godelier. Los ejemplos tomados en su último acápite (acerca de la maximización del
placer, el poder y la minimización del esfuerzo) resultan por demás ilustrativos. Si toda
actividad orientada a un fin depende de la teoría económica, en la práctica, ninguna de
éstas depende de ella. La inexistencia de técnicas u objetos específicos económicos
reduce el campo de lo económico a la relación entre medios y fines.

Otro aspecto cuestionado de la construcción formalista es la concepción atomista. Los


diferentes conjuntos sociales (mercados, sectores económicos, economías nacionales e
internacionales) son vistos como agregados de los comportamientos individuales. Lo
macroeconómico es resultante de un proceso de agregación microeconómico.
(Graciano,1984).

Se plantea una doble reducción:

“En el atomismo, en primer lugar, hay una reducción psicologista en cuanto el análisis
de lo social se reduce de la conducta del agente económico (o social) individual. En un
segundo momento, se practica una reducción praxeologista, pues el análisis del
comportamiento individual se reduce al análisis de la conducta racional, objeto
específico de la praxeología. Como consecuencia, se torna problemático considerar la
economía como una ciencia social...” (Graciano,1984:2).

El formalismo confiere al individuo una psicología y comportamiento universal que se


corresponden con determinado período histórico y dentro del marco específico de
relaciones de producción capitalistas-mercantiles.
La definición formal de la economía aparece como expresión ideológica de la sociedad
capitalista proyectada sobre un conjunto heterogéneo de formas sociales, desconociendo
la particularidad y especificidad de sus relaciones sociales.

Godelier señala que la teoría formal de lo económico remite a un postulado metafísico


que le sirve de sustento. El hombre lleva en sí una necesidad de infinito y choca
constantemente con el carácter finito de la creación (Guitton citado en Godelier,1974).
Esta concepción lleva inmediatamente a la idea de escasez. Las necesidades parecen
ilimitadas y los medios para satisfacerlas limitados, surgiendo así la noción
de inadecuación.

El análisis de sociedades concretas niega la hipótesis de la existencia de una escasez


universal. Esta postulado ya había sido rechazado por los sustantivistas (Polanyi,1976;
Dalton,1976; Kaplan,1976), sin embargo se la había formulado haciendo uso de un
amplio campo de referentes empíricos. En ningun momento se vinculaba la escasez a las
particularidades de las relaciones de producción y distribución. Mucho menos se
planteaba la historicidad de la escasez y su relación con el desarrollo de las fuerzas
productivas.

La definición formal de la economía aparece como la expresión de una posición


ideológica etnocéntrica que proyecta la forma (aparente) de las relaciones sociales
capitalistas sobre la diversidad socioeconómica, encubriendo las vinculaciones entre
grupos o clases que detentan el monopolio de los medios de producción y aquellos que
se encuentran desprovistos de tales.

Godelier señala que en la práctica, los autores enrolados en la corriente formalista


suelen abandonar sus supuestos y de hecho analizan las relaciones sociales que rigen la
producción, distribución y consumo de bienes materiales en una sociedad determinada.
Este no es ni mas ni menos que el objeto clásico de la escuela sustantivista que retoma
las tesis de la Economía Política Clásica.

Para Polanyi y sus seguidores, el objeto de la Antropología Económica consiste en


estudiar las estructuras de la producción y distribución de los medios materiales
necesarios para el funcionamiento de una sociedad. Para la escuela neomarxista, la
propuesta sustantivista resulta insuficiente, dado que solo proporciona constataciones
empíricas desprovistas de toda capacidad explicativa. Por otra parte el énfasis puesto en
el estudio de la circulación de bienes resulta también cuestionado.

Las tres formas de integración económica (reciprocidad, redistribución e intercambio de


mercado) constituyen tres formas de reparto de bienes. Ya los fisiócratas y Ricardo
habían demostrado que las estructuras productivas resultan de mayor relevancia que las
de distribución y desde el marxismo se planteaba que la distribución de los medios de
producción marcaba el tipo de relaciones sociales de producción. El rasgo específico de
un sistema económico no es la circulación de sus productos sino el modo social de
producción. Existe un clara relación jerárquica entre el modo de producción y el modo
de circulación.
Las proyecciones del debate.
A mediados de la década del setenta la intensidad del debate entre formalistas y
sustantivistas se redujo notablemente. Otros problemas signaron el desarrollo de la
Antropología Económica, que encauzó la discusión teórico metodológica sobre ejes mas
amplios. Lo dicho no significa que la problemática abordada en la controversia fuera
dejada de lado.

Las nuevas temáticas tratadas tales como la incorporación de la problemática del


consumo, los planteos y discusiones en torno a la concepción de Sistema Mundial, el
análisis de los intercambios acecídos en contextos multiculturales, los nuevos abordajes
propuestos para el estudio de las unidades domésticas (surgidos desde la perspectiva de
género, de la reinterpretación de los postulados chayanovianos y la aplicación, critica y
acrítica, de la teoría marginalista) no hicieron mas que colocar en otra dimensión los
ejes de la polémica formalista-sustantivista.

Ambas posturas planteaban una construcción dual: economías primitivas-economías de


mercado, presentándolas como compartimentos estancos. Martinez Veiga (1990)
plantea que, en realidad, la concepción de los sustantivistas, cuyo énfasis esta puesto en
las economías primitivas, lleva al desarrollo de una “economía antropológica” de
características absolutamente regionales.
El discurso sustantivista se caracterizó por un halo romántico que cuestionaba las
características de la economía de mercado, al tiempo que denostaba acertadamente la
posibilidad de considerar la tierra y la fuerza de trabajo como simples mercancías.

“...La mano de obra, la tierra y el dinero no son mercancías; en el caso de estos


elementos es falso que todo lo que se compra y se vende debe haber sido producido
para su venta. En otras palabra, estos elementos, no son mercancías. (...) La
artificialidad extrema de la economía de mercado deriva del hecho de que el propio
proceso de producción está organizado bajo la forma de compra-venta. (...) la mano de
obra, la tierra y el dinero debían transformarse realmente en mercancías, ya que en
efecto no se producían para su venta en el mercado. Pero la ficción de que si se
producían para tal propósito se convirtió en el principio organizador de la sociedad”
(Polanyi,1992:81-82).

Por su parte el formalismo hacia suya cierta visión según la cual la racionalidad, la
única racionalidad, se encontraba en la economía de mercado, retomando de esta
manera planteos weberianos.

“Una relación de cambio racional solo se desarrolla atenida a los procesos del
mercado y en su forma más elevada si se trata de bienes utilizados o cambiados con
fines lucrativos” (Weber,1944:54).

Cuando los autores enrolados tanto en el formalismo como en el sustantivismo,


realizaron investigaciones de campo, abandonaron o relativizaron sus supuestos teóricos
ante las dificultades metodológicas para confirmarlos. Godelier señaló acertadamente
que tanto el formalismo como el sustantivismo, son variantes del empirismo
funcionalista predominante en la economía y en la antropología anglosajona.

“...Al emprender el análisis de las relaciones precapitalistas y capitalistas, se pone de


manifiesto esta profunda convergencia, ya que R. Firth, Salisbury, Scheneider y los
formalistas, por una parte, y Dalton, Polanyi y los substantivistas por otra, estan de
acuerdo en afirmar, como empiristas, que las cosas son como parecen, que el salario es
el precio del trabajo, que el trabajo es un factor de la producción entre otros, y en
consecuencia que el valor de las mercancías no reside únicamente en el gasto del
trabajo social, etc. Las dos corrientes, pues, están de acuerdo sobre las tesis esenciales
de la economía política no marxista y sobre las definiciones “empíricas” de las
categorías de valor, precio, salario, beneficio, renta, interés, acumulación, etc. La
diferencia, no obstante, es que los substantivistas se niegan a aplicar al análisis de
todos los sistemas económicos estas categorías cuya utilización restringen
exclusivamente al análisis de las economías de mercado” (1976:284).

El discurso de Godelier reproduce la construcción bipolar de la polémica entre


formalistas y sustantivistas. Si para los autores participantes en el debate el eje de la
discusión pasaba por la aplicabilidad de las leyes económicas de la Economía Política
(por lo que la controversia se centraba en una posición particularista y otra
universalista), para Godelier, la oposición se da entre las propuestas metodológicas de
una economía marxista y otra no marxista. La primera provista de un instrumental
teórico capaz analizar las condiciones de surgimiento y evolución de los sistemas
socioeconómicos, mientras que la segunda, de características marcadamente residuales,
resulta desprovista de cualquier capacidad explicativa. Se elimina así, la oposición
formalismo-sustantivismo englobando ambas posturas en un indiferenciado limbo
empirista.

Sin embargo es posible reconocer, que de acuerdo a la posición sustentada, los autores
se preocupaban por estudiar determinado tipo de temáticas. Así, los formalistas
intentaron analizar el proceso empresarial en “sociedades primitivas” (Barth,1974;
Paine,1963; Salisbury,1962), las respuestas a la introducción de nuevas tecnologías
(Epstein,1963; Sharp,1981) y las motivaciones para el comercio (Pospisil,1963);
mientras que los sustantivistas se concentraron en investigar los mecanismos
institucionalizados de intercambio (Polanyi, Arensberg y Pearson,1976), las
características de los mercados (Bohannan y Dalton,1962) y el impacto de la moneda en
las “economías primitivas” (Bohannan,1981).

Por cierto, ambas corrientes se centraron en los procesos de intercambio,


diferenciándose en que mientras los sustantivistas partían de una concepción
institucionalista, los formalistas lo hacían desde una posición atomista. Dicha posición
atomista es retomada por los continuadores de las escuela formalista, que realizan
investigaciones enmarcadas en lo que Orlove denomina acertadamente “teoría de la
decisión”. El propósito de estos autores es analizar “en los términos mas amplios
posibles”, en que medida determinadas construcciones culturales, sociales y materiales
influyen en el mecanismo de opción de los individuos entre distintos comportamientos
alternativos (Orlove,1986).

Apoyados en el desarrollo de la antropología cognitiva estudian tanto el los procesos


decisionales como los resultados que generan.

“Como antropólogos, nuestra contribución no solo consiste en mencionar los factores


sociales de la producción que pudieran pasar por alto los economistas, sino también en
tratar de delinear la estructura de situación en la que el agricultor debe tomar sus
propias decisiones productivas, así como el proceso mismo de la toma de decisiones”
(Ortiz,1974:192).

La noción de racionalidad ocupa un lugar central en esta corriente teórica. La


racionalidad del actor se da por descontada y consiste en su capacidad para evaluar
comparativamente las distintas opciones, su clasificación en una estructura jerárquica y
la acción en consecuencia del logro del objetivo seleccionado.

El actor escogerá aquella opción que ha clasificado como la mejor. Ortiz (1974) señala
que es tan importante tener en cuenta los beneficios que obtendrá como aquellos a los
que tendrá que renunciar al ejercer su elección. De esta manera cada elección es una
privación (o mejor dicho, múltiples privaciones). De acuerdo con esto, la racionalidad
es de los actores (no de los sistemas económicos) y el costo de oportunidad, el sustento
sus decisiones.

Según Orlove el enfoque de los “teóricos de la decisión” se diferencia del formalista por
la adopción de modelos mas precisos de adopción de decisiones debido al aporte de la
Antropología cognitiva. En realidad, el enriquecimiento se debe que se complejiza el
escenario de elección del actor merced a la inclusión de un “cuadro de situación” mas
amplio en el cual tienen mayor incidencia las “preferencias personales” y la
consideración de los “rendimientos sociales”. Este último concepto y su relación con la
visión ortodoxa de rendimiento económico es desarrollada por Ortiz en su trabajo sobre
la toma de decisiones entre los indios de Colombia.
“No estoy haciendo referencia tan solo a las expectativas de un rendimiento de bienes y
servicios, sino de sanciones de aprobación, apoyo moral, prestigio, etc. En este sentido
mas general, según el cual el rendimiento social y el llamado rendimiento económico se
entrelazan uno con otro, estoy empleando el concepto de utilidad. La preferencia puede
consistir en incrementar los activos productivos o en aumentar los activos sociales. Al
usar el término “utilidad” en este sentido, también puede entenderse la racionalidad
del comportamiento del consumidor en una sociedad individualista, altamente
industrializada” (1974:194).

Plattner se muestra en alguna medida coincidente con las posturas de los “teóricos de la
decisión”, pese a rescatar el concepto de incrustación, cuyo origen, como ya hemos
señalado, se encuentra en la escuela sustantivista. Para este autor, el debate entre
formalistas y sustantivistas pierde vigencia por la aceptación “generalizada” de ciertas
premisas.

“A estas alturas, y una vez transcurridos varios años, los temas parecen haberse
definido más claramente. Hemos adoptado la verdad sustantivista que sostiene que
todas las economías estan “incrustadas”, es decir, que la economía es un aspecto de la
vida social mas que un segmento de la sociedad (Gudeman, 1986). La escasez de
recursos (de acuerdo a la amplia definición, que incluye factores como el tiempo y la
energía) es una verdad indiscutible y obvia, en tanto que los análisis del
comportamiento tribal han demostrado el acierto del punto de vista de la elección
racional” (1991:35).

Este planteo, que reduce las oposiciones entre la corriente formalista y sustantivista,
también es desarrollado por Orlove, quien somete a pruebas de validación, a partir del
análisis de un caso sobre el intercambio en el Lago Titicaca, a los distintos “enfoque
competidores” (Formalismo-sustantivismo-marxismo) y sus desarrollos ulteriores
(teóricos de la decisión-culturalistas-neomarxistas); señalando que cada uno posee un
grado de eficacia, de acuerdo al fenómeno que se desee investigar. Así, la propuesta
sustentada por los teóricos de la decisión se muestra mas eficaz para analizar el
fenómeno “precio” mientras que la desarrollada por los culturalistas resulta pertinente
para explicar las características del intercambio.
Si los formalistas encontraron en los teóricos de la decisión sus continuadores dado que
recogieron con entusiasmo los principales elementos desarrollados por esta escuela y las
enriquecieron con modelizaciones mas amplias y complejas, las investigaciones
sustantivistas fueron continuadas por un grupo de antropólogos que plantearon la
vigencia de un orden cultural (Sahlins,1997), cultural y cognoscitivo (Kopytoff,1991),
valorativo (Appadurai,1991) y simbólico (Douglas e Isherwood,1990) a partir del cual
se debían interpretar los actos económicos.

Sahlins no había sido ajeno a los fragores del debate formalista-sustantivista; su trabajo
“La economía de la edad de piedra” constituye un serio cuestionamiento a la “universal
naturaleza maximizadora de hombre”. Años mas tarde, este autor desarrolló una fuerte
crítica a las concepciones utilitaristas “según las cuales la cultura deriva de la actividad
racional de los individuos que persiguen sus intereses mas convenientes” (1997:9). No
resultan fundamentales para él, las constricciones materiales que sufre la cultura sino el
hecho de que la misma se ajusta de acuerdo a una estructura simbólica particular. La
crítica al economicismo marxista, al fetichismo ecológico, al reduccionismo
estructuralista y al utilitarismo subjetivista lo llevan a desechar la idea que la cultura se
formula a partir de la actividad práctica y del interés utilitario. En este punto, la
racionalidad de los actores y la tendencia a la maximización, así como también las
características de los procesos de toma de decisiones planteado por los autores
enrolados en la teoría de la decisión, resultan fuertemente cuestionados. La vigencia de
un orden simbólico y cultural particular planteado por Sahlins choca con la
modelización universal de los procesos de toma de decisiones.

Coincidiendo con esta línea teórica, Kopytoff señala que la producción de mercancías es
también (además de un hecho económico) un proceso cultural y cognocitivo. Que cosas
son consideradas mercancías y cuales no, es el resultado de un proceso clasificatorio.
Para este autor, “...las mercancías son un fenómeno cultural universal” (1991:94); lo que
es particular, singular y específico de cada construcción cultural es el proceso mediante
el cual son intercambiadas.

“La tendencia contraria a esta embestida de la mercantilización es la cultura. En la


medida en que la mercantilización vuelve homogéneo al valor, mientras que la esencia
de la cultura es la discriminación, la mercantilización excesiva resulta anticultural...”
(1991:100).

Por el contrario, Douglas e Isherwood consideran que los bienes resultan necesarios
para hacer evidentes y estables las categorías de la cultura. Alejándose de cualquier
interpretación utilitarista e higienista las mercancías tienen, además de su valor de uso,
la cualidad de establecer y mantener relaciones sociales (1990:74-75). La función
principal que tiene el consumo de mercancías es la capacidad para crear sentido.

“Olvidémonos de la idea de la irracionalidad del consumidor. Olvidémonos de que las


mercancías sirven para comer, vestirse y protegerse. Olvidemos su utilidad e
intentemos en cambio adoptar la idea de que las mercancías sirven para pensar;
aprendamos a tratarlas como un medio no verbal de la facultad creativa del género
humano.(1990:77)

Para esos autores, el consumo de mercancías contribuye a la construcción de un orden


simbólico y responde a la necesidad de toda sociedad de disponer de ciertas formas
convencionales para seleccionar y fijar significados que sean producto de un acuerdo
elemental. Estos fluyen erráticamente, y, el principal problema de la vida social consiste
en inmovilizar los significados, puesto que permanecen quietos solo durante un breve
instante. Esta selección y fijación se realiza en la sociedad mediante la práctica de
rituales. (Rotman, 1996:16).

Si para Douglas e Isherwood el flujo de significados resulta relevante para Appadurai


(1991) este coincidiría con el flujo de mercancías adjudicándole a este último, un rol
esencial. Considera, siguiendo a Simmel que el intercambio es la fuente de valor y no a
la inversa. Este intercambio se presenta en un flujo de mercancías que siguen una serie
cambiante de rutas mercantiles reguladas culturalmente. En estas rutas circulan bienes
intercambiados bajo características mercantiles y otras que responden a otras lógicas de
intercambio tales como el trueque y los regalos.

En realidad esto ya había sido insinuado por Baudrillard (1989) quien planteó que la
demanda y el consumo constituyen un aspecto central de la economía política, en la
medida que las mismas se relacionan íntimamente con las prácticas clasificatorias de la
sociedad.

Su análisis de la subasta de la obra de arte preanuncia el aporte de Kopytoff (1991)


sobre la utilidad de reconstruir la biografía social de las cosas

“El acto decisivo es el de una doble reducción simultánea, el del valor de cambio
(dinero) y del valor simbólico (el cuadro como obra), y de su transmutación en
valor/signo (el cuadro firmado, valor suntuario y objeto raro) por el gasto y la
competición agonística” (Baudrillard,1989:121-122)

El pasaje de una lógica del valor de cambio (equivalencia) y del valor simbólico
(ambivalencia) a una del valor de signo (diferenciación) no hace mas que evidenciar la
trayectoria del cuadro subastado que finaliza en el acto de consumo. Este recorrido lo
lleva de ser una mercancía (indiferenciada y pasible de ser intercambiada por su
equivalente) a su constitución como objeto singular y diferenciado.

Como se podrá apreciar, los autores culturalistas presentan diferencias apreciables entre
sí. El “orden cultural” al cual debe ceñirse lo económico se limita a determinada
conformación simbólica general o es producto de procesos clasificatorios que
reproducen el orden social?. La cultura responde a una concepción regional de la
totalidad social y dentro de la misma es fruto de la jerarquización de una instancia
específica (la simbólica), o es coconstituyente de la estructuración global de la totalidad
social?

Sin dar respuestas a estos interrogantes y sin establecer diferencias entre los distintos
autores, Orlove (1986) señala que la corriente culturalista entiende a las economías
como sistemas, realizando esfuerzos por establecer las correspondencias entre lo
económico y el sistema social, recuperando de esta manera los postulados clásicos de la
Escuela Sociológica Francesa.

La preocupación de los autores enrolados en esta corriente no consistió en debatir en


torno a ciertas premisas teóricas respecto a la consideración de lo económico (tal como
los hacían sus predecesores sustantivistas respecto a los formalistas) sino por establecer
la preeminencia de un orden cultural sobre el sistema económico en sociedades
particulares.

Así, Sahlins (1990) analiza el impacto de la llegada de mercancías en la cultura china


arribando a la conclusión de que es la matriz cultural de dicho pueblo la que las
resignifica y cambia su sentido. En tal sentido, la circulación de mercancías en el
espacio intercultural adquiere una lógica particular a la cual se subordinan los sentidos
específicos que les dieron origen.

De la misma manera Douglas (1981) plantea una explicación culturalista, procurando


rebatir cualquier intento explicativo centrado en una aproximación ecológica, sobre las
diferencias entre los “improductivos” lele y sus vecinos; los “exitosos” bushong.

“La preferencia por sus propias técnicas inferiores, a pesar de la coincidencia de los
mejores métodos que utilizan del otro lado del río (los bushong), dependen de
determinadas instituciones y estas , a su vez, de su historia y de su medio ambiente.
Mediante el análisis económico podemos romper el efecto de las elecciones, cada una
de ellas adoptadas con bastante razón en su propio contacto restringido. Al seguir la
interacción de estas elecciones, una tras otra, podemos ver como el molde muy
idiosincrático de la cultura lele esta muy relacionado con un cierto bajo nivel de
producción. (186-187).

Gudeman (citado en Orlove 1991) señala que el valor del arroz en los pequeños
productores de Panamá no posee una relación directa con los precios de mercado ni con
sus propiedades nutricionales (explicaciones de tipo utilitarista) sino con la construcción
de determinado tipo de relaciones sociales en relación al uso de la tierra y a la particular
concepción cultural de dichos productores sobre este recurso.

Como ya hemos insinuado, los autores culturalistas no constituyen una corriente


homogénea, ni tampoco representan la continuidad mecánica del sustantivismo. Sin
embargo, más allá de los matices, rechazan la concepción atomista de los económico y
reconocen que el orden cultural resulta altamente significativo para la determinación del
valor.
Reflexiones finales.
La constitución de la Antropología Económica no ha escapado a ciertos estigmas que
signaron el proceso de conformación de la Antropología como ciencia. Su aproximación
a las “economías primitivas” reprodujo las limitaciones teóricas y metodológicas de la
disciplina. La simple elección/construcción de su objeto de estudio y la discusión sobre
sus incumbencias (regionales/universales) expuso dramáticamente las constricciones a
partir de las cuales se debía iniciar el progreso disciplinar.

Por otra parte la validación de la Antropología en general y la Antropología Económica


en particular no podía hacerse si se mantenían los criterios a partir de los cuales había
acaecido la división del trabajo científico. El estigma de la Antropología como ciencia
de las sociedades primitivas y consecuentemente la Antropóloga Económica como la
disciplina que estudiaba las “economías primitivas” conducía a caminos sin salida, no
por la anunciada “pérdida del mundo primitivo” (Kaplan y Manners,1981) sino por la
imposibilidad de concebir procesos económicos en los que se relacionan una
multiplicidad de formas sociales y en los cuales prima la lógica de acumulación
capitalista.

Las limitaciones teóricas para abordar estos procesos no solo fueron de la Antropología.
Las ciencias sociales como señala Wolf (1993), resultaron impotentes para la
comprensión de un mundo interconectado. La Economía Política, la Sociología, y la
Historia centraron sus investigaciones en el “mundo civilizado” (Godelier,1976). Las
oposiciones macro/micro, “mundo primitivo/mundo civilizado, tradicional/moderno,
Folk/urbano, no hicieron mas que encubrir bajo un nuevo lenguaje las construcciones
polares de Tonnies (Gemeinschaft-Gesellschaft) o Durkheim (solidaridad orgánica-
solidaridad mecánica) y dieron sustento a la división del trabajo científico antes
aludida.

El debate entre formalistas-sustantivistas, coconstituyente de la Antropología


Económica, arrojó resultados positivos, mas que por haber saldado los puntos
controversiales por haber dejado en claro lo estéril que resultaba plantearlos en esos
términos. Las preguntas, antes que contestadas, debían ser reformuladas. La
controversia entre lo universal y lo particular planteada como eje del debate, lleva de
suyo una apropiación específica del campo de lo económico. El acierto mayor de los
autores que contribuyeron a superar el esquema discursivo del debate consistió en no
inmovilizarse frente a los límites que el mismo planteaba y avanzar en investigaciones
que conducían a nuevos interrogantes.

A su vez, desde la perspectiva marxista se superaron las pretensiones setentistas de


anexar la antropología económica “al ámbito del materialismo histórico”
(Terray,1977:105) y los planteos de construir una ciencia única de lo social (Godelier
1974 y 1976). El espacio de la Antropología Económica podrá consolidarse a partir de
la redefinición de sus relaciones con otras ciencias sociales, de su objeto de estudio y de
sus planteos teórico-metodológicos antes que debido a su fusión en una “gran ciencia
social”. El materialismo histórico, mas que constituir un ámbito hegemónico al cual
fueran anexadas las distintas ciencias sociales, constituyó un paradigma que permeó las
mismas sin que estas perdieran su especificidad.

Los aportes de Worsley (1974), Wallerstein (1990) y Wolf (1993) resultan sin dudas
significativos. Alejados de las limitaciones que circunscriben lo antropológico a una
perspectiva micro, que dificulta la investigación de procesos económicos complejos,
plantean una redefinición de la unidad de análisis en Antropología, comprendiendo
cabalmente que el capitalismo es el primer sistema económico con vocación mundial. El
abordaje de los procesos en los que el capital destruye y reconstruye, subordinando a su
lógica reproductiva una gran variedad de formas sociales, no podía hacerse desde el
“corset” teórico-metodológico planteado en los inicios de la Antropología Económica,
no dentro del esquema “discursivo” de las posiciones formalistas y sustantivistas.
Resultaba imposible, dentro de estos límites percibir que el Estado y el mercado no son
entidades abstractas e inconexas que sirven para cortar aguas dentro de las
subdisciplinas antropológicas (formalistas-sustantivistas en la Antropología Económica,
maximalistas-minimalistas en la Antropología Política), que la instanciación de la
totalidad social es solo resultado de una práctica analítica y que la racionalidad de
actores, instituciones y sistemas solo puede ser concebida en términos históricos.

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