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Por eso titula un capítulo “La sociedad occidental como cultura”, que
emblemáticamente sirve para constatar ese interés por satisfacer la vacancia de
interpretaciones de la dimensión simbólica no sólo de las sociedades “ajenas” sino de
las “propias” de los antropólogos.
Parte del mismo contexto de necesidad lo patentiza el interés por resolver cómo
concebir, cómo interpretar o qué hacer con las pluralidades que parecen ser
subsumidas en la homogeneización del sistema mundial comunicacional,
financiero, cultural y también en la debilidad de los trabajos de antropología
simbólica con una orientación dialéctica:
“el dilema que se plantea en la antropología entre una bibliografía débil en cultura
pero fuerte en análisis económico político y una bibliografía fuerte en análisis cultural
pero débil en economía política...” (Marcus & Fischer 2000:136).
Esto quiere decir que, tanto los estructuralistas materialistas se inclinaron a recuperar
la dimensión simbólica cuanto que los etnógrafos simbolistas fueron presionados para
imbricar sus universos de estudio dentro de totalidades históricas que tuvieran en
cuenta las estructuras materiales, los sistemas de poder y las contradicciones
económicas básicas de cada sociedad.
Estos “sistemas impersonales más vastos” son las estructuras. Y aquí nos
encontramos con un intento de unificar también el concepto mismo de estructura,
cuando apelan al aporte del autor galés (citado ya en el capítulo sobre cultura)
Raymond Williams, quien hablaba de “estructuras de sentimiento”, para categorizar
las representaciones simbólicas de los actores históricos. Estas estructuras -un tanto
paradójicamente- refieren a lo que los actores imaginan y sienten en forma no
necesariamente coincidente con las grandes determinaciones de las estructuras
económicas de base.
Aun compartiendo una visión del sistema mundial total, del que ninguna
sociedad está fuera (aporte de la antropología de la descolonización, de los
teóricos del conflicto y del marxismo), la tarea que se proponen es recuperar
las culturas locales (concretas) como resultado de “apropiaciones, resistencias
y adaptaciones”.
Y como es lógico, reclaman la necesidad de una coherencia de esta postura con los
métodos por los cuales estas culturas deben ser analizadas. Es así que nuevamente
se pone en duda el enfoque etnográfico clásico (que ya los antropólogos de la
descolonización habían cuestionado). Básicamente, lo que se vuelve a plantear es
alejarse de la pre-concepción de las culturas como auto-contenidas y -por lo
tanto- aprensibles fuera de sus relaciones contextuales e históricas .
La pregunta que podemos hacer es ¿por qué, en determinado momento del desarrollo
teórico de la Antropología, tienen auge enfoques que ponen el acento en la
interpretación de las representaciones simbólicas más que otras categorías?
Interpretaciones de interpretaciones
Si nos atenemos a la definición antropológica de cultura (ver capítulo respectivo) se
hace evidente la presencia del componente simbólico. Los antropólogos, por lo
demás, han venido estudiando símbolos desde sus primeros estudios. Una de esas
muestras es La rama dorada, de George Frazer (1890), donde se aglutinan
recopilaciones sobre magia y religión de los pueblos del mundo. Estos temas,
tomando como datos los rituales y relatos míticos, fueron materia prima analítica
desde los postulados evolucionistas y difusionistas hasta los análisis estructuralistas
y las interpretaciones de los antropólogos contemporáneos.
Para Geertz las culturas serán textos que deben ser interpretados, pero sin
intentar ver las cosas como el nativo, pues esto sería imposible
epistemológicamente hablando, sino adquiriendo una posición intermedia en
cada situación, para poder así apreciar en qué términos la gente de un
determinado lugar se ve y se representa frente a sí misma y frente a los demás.
La tarea que plantea es la de una traducción de textos lejanos de Occidente (culturas),
destinada al conocimiento de la audiencia occidental y académica.
Para Geertz vivir entre símbolos implica vivir como despellejando continuamente una
cebolla, nunca está la verdad absoluta al final del recorrido porque siempre lo que hay
es ... símbolo, de símbolos, y sólo cabe la interpretación metafórica de las culturas
como si fueran textos, que “dicen” y no dicen, que develan y ocultan, en una
densificación de significados que el antropólogo sólo podrá ayudar a convertir en
discurso comprensible mediante su propio discurso, mediante su propia re-
textualización.
Lo verosímil adquiere, de esta manera, más valor que los contenidos respecto a una
verdad externa. Por eso se refuerza con él la necesidad de tener registro de la
perspectiva del actor, como especificidad antropológica y el papel del
antropólogo como registrador que adquiere autoridad (de ahí su frase: “el
antropólogo como autor”), en la medida que es testigo de ese desenvolverse
permanente de la cultura, mediante su “estar ahí”, en el campo, como testigo de lo
concreto y particular de ese hecho cultural, en una trama de significaciones
superpuestas.
Pero su proyección no fue más que lo que él mismo llamó “efectos de discurso”,
interpretación de interpretaciones..., en una “remisión infinita” de símbolo en símbolo,
sin obligarse a preguntar por las contradicciones y una visión histórica, ni por la
trascendencia de las transformaciones reales, quizá la razón fundamental de que -
independientemente de sus aportes metodológicos-, su perspectiva haya abonado a
la proyección de las posiciones post-modernas .
Así, investigó cómo los símbolos en los rituales producen cambios en los actores, de
un status a otro, resuelven contradicciones sociales y concilian a los actores con las
categorías y normas de la sociedad.
El estudio de los símbolos rituales lo encaraba Turner por medio de la
interpretación del actor (lo que dice) acerca de lo que él mismo practica en el
rito, el sentido operacional que se traduce en su propia acción (qué es lo que
hace) y el sentido posicional de un símbolo en relación con otros símbolos.