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DIANA

- ¡Vamos Didi!- exclamó mi amiga desde la puerta del baño. -A tu ritmo, cuando lleguemos al
bar todos los Italianos guapos ya se habrán ido a su casa.

-Aún tenemos tiempo Sofi, los italianos guapos no empiezan a salir de sus casas antes de las
doce.- respondí con un tono sarcástico mientras ignoraba los golpes en forma de protesta que
mi compañera daba a la puerta del baño.

El espejo delante mio reflejaba una imagen que aún no estaba integrada totalmente en mi
cabeza; mi piel rojiza con leves indicios de bronceo plasmaba los recuerdos de estos últimos
días en las playas provinciales de la Spezia. Paseos en barco, cenas acompañadas de música en
vivo, múltiples catas de vinos y gente muy atractiva formaban el paraíso de Riomaggiore, el
cual me había descubierto Sofía hace unos días al invitarme a su reencuentro con sus amigos
de intercambio en sus tiempos de universitaria.

-Joder Didi, llevo más de media hora esperándote y en quince minutos viene el Uber.

-Te lo juro que me falta solo el pelo, dame diez minutos.

Con las prisas de Sofía y mi lentitud, empecé a apurarme para no llegar más tarde de lo que
habituábamos por mi culpa. Me quité el turban de ducha que contenía mi pelo húmedo y
simplemente moldee mis rizos con una crema que había encontrado en el mismo baño del
apartamento, dejando mi cabellera secarse al aire. Con el pelo y mi maquillaje listos, salte
rápidamente en el vestido veraniego que compré aquella misma semana y abrí la dichosa
puerta del baño que en aquel instante evitaba que mi amiga me arránquese la cabeza.

-Diez minutos, te lo dije – miré el reloj de pared para después guiñarle un ojo a Sofi con la
intención de que esta se calmara.

Sofía suspiró mientras sacudía la cabeza, agarrándome el brazo bruscamente para ser
arrastrada al coche que nos esperaba delante de la casa. - La próxima vez te empezarás a
arreglar una hora antes, y si vuelves a tardar tanto te juro que me voy sin escuchar tus
suplicios - murmuró mientras bajábamos los escalones hacia la cancela de madera que daba a
la calle.

Seguidamente subimos al coche y este tomó rumbo hacia el pueblo, que aún que fuera muy
pequeño contaba con todos los encantos pintorescos italianos que lograban robarte suspiros
llenos de admiro e idealización. Habíamos quedado a las diez en el pequeño bar que ya nos
habíamos reunido con los amigos de Sofía todas las noches de esta semana. Mis ojos seguían
las curvas de las carreteras marinas que cruzábamos en aquel instante mientras que mi mente
esbozaba un esquema de nuestras aventuras en los diversos paisajes familiares que
pasábamos de largo.

-Tierra chiamando a Diana, tierra chiamando a Diana – repitió mi amiga mientras me pellizcaba
el brazo. - Que te pasa, te has enamorado de los maravillosos monumentos andantes de Italia
y ahora estas toda deprimida por nuestra

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