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LOS ORÍGENES: LA GLOBALIZACIÓN AVANT LA LETTRE.

Vengoa, Fazio. Historia de la Globalización. Universidad de Colombia.

Todo esto sufre una radical modificación durante la época de los descubrimientos
(véase el Cuadro 2.1). Varios factores que venían preparando el terreno finalmente
confluyeron en esta transformación: de una parte, la revolución cultural, conocida bajo
el concepto de Renacimiento, permitió la recuperación del saber del mundo helénico
y romano, la reivindicación de la supremacía del poder político, el desarrollo de las
ciudades (como comunidades de hombres libres), que, juntamente con haber sido
soporte de la revolución cultural, se convirtieron en espacios creadores de un nuevo
espíritu innovador a escala comercial, financiera y cultural, además de distinguirse
por construir gobiernos de mercaderes donde prevalecía un excepcional poder civil.
Por otra parte, la revolución económica medieval (cultivos más intensivos expansión
del artesanado) y las invenciones (energía hidráulica, las gafas, el reloj mecánico, la
imprenta) dieron un significativo impulso al aumento de la productividad, pero sobre
todo desempeñaron un papel fundamental aquellas innovaciones que permitieron que
la navegación diera un salto cualitativo (la brújula, el compás, el cuadrante náutico) y
que la guerra alcanzará mayor poder de fuego (artillería, artillado de los buques).

CUADRO (2.1). DE LA EVOLUCIÓN DE LA GLOBALIZACIÓN COMO PROCESO.

Periodo economía política Sociedad y Fuerza Espacios Epicentro


cultura motriz involucra de
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y cultura motriz involucra de
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mundiales

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De igual forma durante este periodo se registró una significativa acumulación de
capital, que difería en modo fundamental de las épocas anteriores ya que, de modo
cada vez más generalizado, los excedentes comenzaron a utilizarse en el comercio,
las finanzas y en la producción de bienes.

El corolario de todo esto fue un gran estímulo al comercio internacional, cuya


rentabilidad pasó a ser tres veces mayor que las actividades productivas, aun cuando,
valga hacer la salvedad, que esto no trajo consigo una modificación de la imperante
división del trabajo. Más bien, el comercio internacional implicó simplemente una
ampliación de las fronteras mercantiles. Sólo en el siglo XVI, con la incorporación de
los nuevos territorios descubiertos que se establecieron como espacios articulados a
la economía central europea, se asistió a una incipiente transformación de la división
del trabajo a escala internacional. Uno de los más claros registros que se tiene de las
transformaciones que se estaban presentando durante este periodo queda
ejemplificado con la producción azucarera caribeña y brasileña, que no sólo fue un
producto destinado directamente al mercado internacional, sino que se transformó en
la primera gran actividad de la naturaleza propiamente transnacional, donde se
presentaron los primeros componentes de una todavía incipiente división
internacional de trabajo (este es el llamado “Sistema Atlántico” que estaba
conformado por un conjunto de procesos que vinculaban regiones y ámbitos
comerciales. La zona productiva era básicamente el Caribe, los comerciantes y
banqueros florentinos y genoveses aportaron sus capitales en forma de inversiones
en las plantaciones, la mano de obra provenía de África, los insumos se adquirían en
Europa y en América del Norte, el producto, es decir el azúcar y sus derivados, se
comercializaba en el mercado mundial y los beneficios y ganancias fueron a parar a
Gran Bretaña y se convirtieron en un poderoso estímulo para la modernización de sus
procesos de producción). Conviene recalcar la importancia de este tipo de actividades
por cuanto transnacionalización y globalización, aun cuando no sean sinónimos, son
procesos interdependientes que se retroalimentan mutuamente y que sólo puede
existir el uno con el otro.

El otro elemento que permite hablar de consolidación de tendencias globalizantes


consiste en que con el descubrimiento de América surgió una espacialidad comercial
de dimensión planetaria. El oro y la plata provenían de América, transitaban por
España para luego alcanzar a todos los demás países europeos. De ahí, cuando no
se realizaba directamente a través de las rutas comerciales entre México y las
Filipinas, se extendía hacia Asia y culminaba en India o China. En sentido opuesto,
una serie de productos provenientes de Asia se destinaban hacia Europa, una parte
de los cuales finalizaba en América. “La plata iberoamericana proveyó la liquidez
necesaria para el funcionamiento de este sistema, cuyo volumen, justamente por falta
de una adecuada liquidez, habría sido inconcebible en el Medioevo”.

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Si quisiéramos caracterizar las transformaciones que se estaban presentando en el
escenario internacional en esa época, en lugar de hablar del surgimiento de una
economía mundial, se debería, seguir a Fernando Braudel, y referirse a que se estaba
construyendo una economía mundo que “se sometía a un polo, a un centro. Todas
las economías mundo se dividen en zonas sucesivas. Está el corazón, después
vienen las zonas intermedias, en torno al eje central y, finalmente, surgen los
márgenes vastísimos que, en la división del trabajo que caracteriza a una economía
mundo, más que participantes son subordinados y dependientes”. En efecto, lo que
estaba teniendo lugar era la constitución de un vasto espacio económico plurinacional
jerarquizado, que ni económica ni políticamente se encontraban aún integrados y que
sólo se vinculaban a través de las actividades comerciales.

La ampliación del mercado nacional tuvo, sin embargo, en ese entonces, cuatro
consecuencias mayores:

1. Convirtió las actividades internacionales en la locomotora del desarrollo


económico. Si antes la acumulación de capital se realizaba con base en la
apropiación de los excedentes campesinos, a partir de ese momento esta se
realiza en gran cuantía fundamentalmente en las actividades vinculadas con el
comercio internacional, mediante “un intercambio desigual”. Sus amplios
márgenes de ganancia convirtieron este sector en la principal fuente para el
capital reproductivo, ya que las actividades mercantiles empezaron a asociarse
al crecimiento y a la transformación de la producción interna de los países
europeos (mejoras técnicas en la agricultura y en la manufactura, desarrollo de
la infraestructura y de los medios de transporte, aumento de la demanda de
trabajo manufacturero, incremento de salarios, importación de materias
primas). En este sentido, fue a partir de la consolidación de este capitalismo
comercial ligado a las actividades de intercambio internacional que dio inicio a
la articulación de la lógica de funcionamiento de los distintos mercados en torno
a la racionalidad del primero. El mercado internacional infiltró poco a poco las
actividades agrarias tradicionales, indujo a significativos aumentos en la
productividad y precipitó la transformación de los modos de organización del
mundo agrario.
2. Se universalizó el uso de la moneda y el crédito como resultado de la expansión
del comercio, que implicó una demanda de liquidez, que comenzó a ser
masivamente utilizada como medio de pago, instrumento de acumulación y
unidad de valor de las transacciones mercantiles. Igualmente se consolidó,
sobre todo en las ciudades del norte de Italia, un sector social ligado a las
finanzas, el cual a partir de ese momento comenzó a desempeñar un papel de
primer orden en el surgimiento y afianzamiento del capitalismo mercantil.
3. A la postre, la lógica implícita del comercio internacional terminó infiltrando y
adecuando a su funcionamiento el mercado local, y posteriormente durante las
siguientes fases, los mercados regional, nacional, macro regional y mundial.
Es decir, a partir del mercado internacional se fue constituyendo una red de

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interpenetraciones entre los distintos segmentos mercantiles que comenzaban
poco a poco a operar de acuerdo con patrones análogos y con el instrumental
propio de las actividades de intercambio entre zonas distantes. De esta
dinámica floreció una secuencia de articulación espacial que le daba sentido,
proyección y fundamento a la naciente globalización económica.
4. Las actividades mercantiles internacionales estimularon la consolidación del
mercantilismo como la idea económica predominante. La alianza entre los
mercaderes y el poder político fue un rasgo típicamente europeo. A diferencia
de lo ocurrido en otras regiones, en Europa el desarrollo de las actividades
mercantiles contó con un amplio apoyo, cuando no fue inducido, por parte del
poder político. Portugal y España fueron claros testimonios de esto. Sólo en
Europa, el incipiente capitalismo se conjugó con el afán de conquista territorial,
combinación que dio origen a la concentración del poder capitalista y del
capital, y estimuló el surgimiento de una economía-mundo con proyección
global.

Este mercantilismo se caracterizaba por el apoyo del Estado a la industria y el


comercio como medios que le permitían ampliar sus ingresos fiscales y mantener así
su cada vez más costosa maquinaria militar. La agricultura, actividad económica
central en los siglos anteriores, fue relegada a una posición marginal, lo cual se
explicaba porque durante el siglo XIV las hambrunas y las epidemias habían destruido
casi el 40% de la población europea, llevando a una escasez de hombres y a una
abundancia de tierras, a lo que se sumaba el hecho de que para los Estados era
prácticamente imposible obtener ingresos fiscales mediante la tasación de la
producción campesina que en gran parte se destinaba al autoconsumo. Fue así como
a través del fomento de la acumulación de metales preciosos y el estímulo a las
exportaciones, el mercantilismo se convirtió en la doctrina por medio de la cual los
Estados promovieron, aunque no lo pretendieran, la liberalización de los intercambios,
lo que produjo un debilitamiento de las fuentes de fraccionamiento económico interno,
pero, sobre todo, se tradujo en una clara transformación en cuanto a los objetivos que
se perseguían en el mercado internacional, dado que uno de sus principales
propósitos consistía en posibilitar balanzas comerciales favorables.

Con anterioridad al mercantilismo, el comercio exterior se realizaba con base en la


complementariedad y no suponía la competencia. La institucionalización del sistema
competitivo, que transforma todo producto en una mercancía, fue una actividad
desplegada por los Estados como producto de esta alianza que sellaron con los
grandes comerciantes. Este sistema de competencia no sólo exacerba la ambición de
los Estados y mercaderes por establecer un dominio territorial o espacial de los
principales circuitos de intercambio, sino que incentiva también la modernización
económica y sirve de fundamento para, una ampliación de la cobertura de acción del
mercado, por cuanto este sistema de competencia constituye la columna vertebral de
la economía de mercado.

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De esta particular asociación entre actividades mercantiles y Estados se derivan tres
consecuencias mayores: de una parte, la competencia desatada por los Estados
europeos por la hegemonía se convirtió en un factor fundamental para la expansión e
intensificación del capitalismo en el continente y posteriormente a nivel mundial y, de
la otra, pone en evidencia la intrínseca relación que existe entre el desarrollo del
capitalismo, por ende, del fundamento de las tendencias globalizadoras, y las
actividades que en este plano ha desplegado el poder político. Con esto no
queremos sostener que el desarrollo del capitalismo haya sido una empresa
estatal, sino simplemente que se consolidó gracias a esta estrecha alianza entre
poder económico y político. En nuestro presente más inmediato, al igual que
ocurriera en el último tercio del siglo XIX, nuevamente nos enfrentamos a esta
realidad, por cuanto la liberalización que ha permitido la ampliación de la cobertura
de acción de la globalización económica ha sido una tarea emprendida por los mismos
Estados.

Además, cabe destacar que en este proceso de consolidación del capitalismo al poder
político le correspondió la misión de realizar el tránsito de un capitalismo disperso,
localizado principalmente en algunas ciudades y puertos mediterráneos y bálticos, a
uno concentrado, unificado, “nacional”, en torno al poder político. (Valga recordad que
a finales de 1490 había cerca de 500 entidades estatales en Europa). Esta
transformación desempeñó un papel muy importante en el posterior desenvolvimiento
de las tendencias globalizadoras en la medida en que dio lugar a la construcción de
nuevas espacialidades, es decir, desconocidas redes de interpenetración, que se
articulaban con las ya existentes y porque permitió que el capitalismo transitara de un
esquema fundamentalmente mercantil hacia una modalidad más productiva y llevará
la racionalidad del primero al campo del segundo, lo que, a la postre se convirtió en
un factor que potenció a un nuevo despliegue de las tendencias globalizantes. Esta
concentración del capitalismo, sin embargo, no dio lugar a una “estatización” del
mismo, por cuanto, ya en ese entonces, se hizo evidente que éste transcurre
básicamente a través de dos cauces: el espacio territorializado vinculado a las
actividades e intenciones que despliegan los Estados en la concreción de este
capitalismo y la especialidad de flujos, es decir, asociado a la lógica de la actividad
de las empresas transnacionales.

Pero el elemento más importante que sirve de fundamento para la consolidación de


todas estas transformaciones, fue que en ese entonces se modificaron los cimientos
sobre los cuales se erigía el nuevo sistema económico: surge y se consolida el
capitalismo. Fernando Braudel reconocía la existencia de diferentes niveles de
funcionamiento de la economía: la civilización material, la del intercambio y el
capitalismo propiamente dicho. Mientras que la primera alude a la reciprocidad que
tiene lugar por fuera de los circuitos del mercado, es decir, se ubica en el plano de la
infraeconomía, donde se desarrollan las actividades económicas repetitivas y
rutinarias de autosuficiencia y trueque de productos y servicios en un perímetro muy
corto, la segunda comprende como tal la economía de mercado y se caracteriza por

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la transparencia y, la regularidad en los intercambios, en la que cada cual sabe de
antemano cómo opera el proceso de cambio. Por último, el capitalismo constituye la
esfera de predominio de las grandes corporaciones y de las élites privilegiadas que
actúan en mercados oligopólicos y especulativos con el único objetivo de alcanzar
inmensos beneficios en el menor plazo posible. El intercambio asociado al comercio
entre regiones distantes y portador de complicados mecanismos de crédito, constituye
un sofisticado arte dispuesto sólo a unos pocos. Este último nivel es el que Braudel
define como un conjunto de actividades de naturaleza transnacional y lo asocia a la
emergencia de un tiempo mundial.
Como señala Giovanni Arrighi, en la definición del capitalismo de Braudel lo que
define:
- como capitalista a una agencia o un estrato social no es su predisposición a
invertir en una mercancía particular (por ejemplo, la industria). Una agencia es
capitalista siempre que su dinero esté dotado del poder de reproducirse (la
expresión es de Marx) de modo sistemático y persistente, con independencia
de la naturaleza de las mercancías y actividades particulares que sean,
incidentalmente, el medio para ello en un momento dado.

El razonamiento de Arrighi es el siguiente: la fórmula general del capitalismo


acuñada por Marx -dinero, mercancía dinero (DMD)- constituye la pauta de
comportamiento recurrente del capitalismo histórico como sistema mundo. El aspecto
central de la mencionada pauta radica en la alternancia de épocas de expansión
material (fases DM de acumulación de capital) con fases de renacimiento y expansión
financieros (fases MD). En las fases de expansión material, el capital-dinero pone en
movimiento una creciente masa de mercancías (incluidas la fuerza de trabajo
mercantilizada y los recursos naturales), y en las fases de expansión financiera, una
creciente masa de capital-dinero se libera de su forma de mercancía, y la acumulación
se realiza mediante procedimientos financieros. En su conjunto, las dos épocas o
fases constituyen a un ciclo sistémico de acumulación completo (MDM).
De esta explicación del capitalismo a la manera de Braudel y del comportamiento del
capital, Arrighi deriva la noción de ciclos sistémicos de acumulación, entendidos
como:
- el estrato superior no especializado en la jerarquía del mundo del comercio. Es
en este estrato superior en donde se obtienen los beneficios a gran escala.
Aquí los beneficios son enormes, no únicamente porque el estrato capitalista
monopolice las actividades comerciales más rentables; lo realmente
importante es que el estrato capitalista goza de la flexibilidad necesaria para
desplazar continuamente sus inversiones desde las actividades comerciales
que se enfrentan a rendimientos decrecientes hacia aquellas que no los tienen.

El primer ciclo sistémico de acumulación fue el genovés. Se conjugó a partir del


elemento aristocrático-territorialista (ibérico), que se especializó en el suministro de
protección y en la obtención de poder, y del elemento capitalista burgués (genovés)
que se especializó en la compraventa de mercancías y en la búsqueda de beneficios.

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Fue precisamente el surgimiento y la consolidación de estas prácticas capitalistas, lo
que desvirtuó la naturaleza de los circuitos mercantiles tal como se practicaban hasta
ese entonces y dio origen al surgimiento del capitalismo.

Siguiendo con la idea del mencionado autor, en los últimos quinientos años han tenido
lugar cuatro ciclos sistémicos de acumulación: el antedicho genovés, que se extendió
desde el siglo XV hasta inicios del siglo XVII; el ciclo holandés, que duró desde el
siglo XVI hasta principios del siglo XVIII; el británico, que abarcó la segunda mitad del
siglo XVIII, todo el siglo XIX y los primeros años del siglo XX y un ciclo norteamericano
cuyos orígenes se remontan a finales del siglo XIX y que ha continuado hasta la fase
actual de expansión financiera. Cada uno de estos ciclos sistémicos, en su tránsito
hacia el otro régimen, ha derivado en cambios fundamentales en el proceso de
acumulación capitalista a escala global. Pero más importante aún es el de que estos
tránsitos han estado en el trasfondo de las sucesivas fases por las que han
transcurrido el proceso histórico de globalización, ejemplifican cambios
fundamentales que se han producido en los tipos de interdependencia entre los
pueblos de distintas latitudes tienen el mérito de recordar lo que hoy muchas veces
deliberada o inconscientemente se olvida que la globalización reproduce un esquema
jerárquico y piramidal de poder a escala mundial, con un núcleo que, a través del
tiempo, se ha ido desplazando de un país a otro, unas zonas integradas que cambian
en función de las transformaciones que se presentan al nivel de la lógica de
funcionamiento de la economía mundial, en cada uno de esos ciclos, pero que, por
regla general, involucra a los países geográficamente próximos y unas zonas
periféricas o de escasa interacción.

En el ámbito social y cultural, modos como se gestan los circuitos globalizantes en


esta época son menos evidentes y sistemáticos que lo observado en el plano
económico. La migración de ibéricos hacia América (aproximadamente 250 mil
españoles se desplazaron a América en el siglo XVI) y el asentamiento de europeos
en zonas de frontera y de penetración en África y Asia constituyen las más evidentes
formas de interconexión que se presentan entre pueblos que hasta hace poco
prácticamente se desconocían.

De estos Contactos igualmente se deriva uno de los mayores genocidios conocidos


en la historia de la humanidad: millones de aborígenes americanos que cayeron por
las armas, maltratos y enfermedades luego del contacto con el invasor. Los 25
millones de aborígenes que habitaban México antes de la Conquista se
redujeron a un millón hacia el año 1600 y en Perú el censo de la población fue
igualmente brusco: de 9 millones en 1520 pasó a 60,000 en 1630. Estos hechos
también pueden ser considerados dentro de estas tendencias, ya que sirvieron
de argumento y pretexto para el desplazamiento de millones de esclavos
provenientes de África para trabajar en las minas y plantaciones americanas,
convirtiendo esta migración forzada en el principal pilar de interconexión “globalizada”
del continente africano con Europa y América.

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En el nivel propiamente cultural, los principales referentes de esta interconexión se
presentan en el conocimiento del “otro” y en la nueva difusión de los credos religiosos
cristianos en las regiones recién conquistadas. Es decir, la globalización en este plano
se llevó a cabo, bajo la forma de la occidentalización. Sin embargo, el ritmo que
adquiere esta tendencia difiere de lo que acontecía en el plano económico. Mientras
en ese último, el descubrimiento dio inicio a un nuevo ciclo, en el plano de la cultura
la tendencia predominante constituía una prolongación de la cultura europea
medieval. La conquista española era, y fue percibida, como una prolongación de la
reconquista española de la península ibérica en manos de los moros. Por eso, es que
América no fue convertida en una colonia, sino en un nuevo componente de la corona
de Castilla. Es decir, la evangelización de los aborígenes americanos no representó
el inicio consciente de un afán difusor de la cultura occidental, sino que se inscribió
en el ciclo de enfrentamiento con las culturas árabes en España.

Otro Elemento que conviene destacar consiste en que la conquista de América se


empezó a consolidar nuevos imaginarios que transportaban a las nuevas regiones
recién descubiertas las expectativas para la realización de ideales nuevos. Como
escribe Jocelin Holt:

- El carácter utópico se entraña aún más en la constitución misma de lo que va


hacer América. No es que América proporcione un espacio donde se pueden
establecer utopías, o bien, donde se descubren comunidades ideales, sino que
América misma de viene en esta válvula de escape de un mundo viejo
constreñido y agobiante, América ensancha las perspectivas, ofrece un
amplísimo panorama, en suma, permite expandir la ecúmene.

Es decir, en lo que respecta a las intenciones de los europeos observamos una


arritmia en el comportamiento de las tendencias económicas y culturales:
mientras las primeras inician un ciclo, las segundas constituyen una
prolongación de la matriz cultural anterior. Tal vez uno de los efectos más
durables que se hará sentir de esta naciente interdependencia entre regiones
hasta hace poco desconocidas consistió en la aparición de atisbos de
aculturación económica, por ejemplo, el traslado de productos que alteraron
las formas de alimentación predominantes en Europa (la papa, el maíz, el café,
el azúcar, el cacao), se sumaron otros tantos productos que transitaron en la
dirección opuesta, la aculturación lingüística (la difusión de las lenguas
europeas en América), social (apropiación de tradiciones ibéricas), mientras
que en el plano propiamente cultural, la tradición se mantuvo y prevaleció sobre
la aculturación.

En síntesis, en esta época se proporcionaron un conjunto de elementos que le dieron


sistematicidad a las tendencias globalizadoras: en primer lugar, la expansión del
comercio internacional y los avances técnicos registrados por los transportes y la

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navegación hicieron posible que se mantuviese la regularidad de los intercambios
entre las partes y se iniciará el largo camino de dominio del espacio mundial,
involucrando a cada vez un mayor número de pueblos dentro de la racionalidad
globalizadora. En segundo lugar, el surgimiento del capitalismo dio una consistencia
a estas tendencias en la medida en que estimuló el surgimiento de una serie de
instituciones, prácticas y agentes que lucran del intercambio y de los contactos entre
los pueblos y, por lo tanto, perseveran el mantenimiento y reproducción del sistema.
En tercer lugar, con diferentes grados de intensidad, el acercamiento, deseado o no,
de los pueblos empezó a crear nuevas mixturas culturales e identidades de tareas.

En Europa, la visión cristiana del mundo fue remecida por la evidencia de la pluralidad
cultural de la humanidad, uno de cuyos más preclaros exponentes fue Francisco de
Vitoria. En cuarto lugar, la comparación que experimentaron los europeos frente a
pueblos de otras latitudes inicia el largo camino de la legitimación de las tesis basadas
en el progreso y en la superioridad de la racionalidad capitalista sobre las otras formas
de producción. en quinto lugar, el asentamiento de europeos en Asia, África y
América, y los grandes beneficios obtenidos por las clases acaudaladas, a lo que se
sumaron los millones de esclavos que fueron obligados a cruzar el Atlántico, las
mejoras salariales experimentadas por los trabajadores del campo y la ciudad en
Europa, que se beneficiaron de las nuevas oportunidades que inauguraba la
acumulación a escala mundial, se tradujeron en una lenta desvinculación con
respecto a sus lugares de origen para situarse en una nueva dimensión espacio-
temporal, en sexto lugar, se consolidaron nuevos imaginarios por las oportunidades
que abría esta nueva espacialidad globalizadora. La “leyenda el Dorado” fue, sin duda
uno de los más célebres. Por último, se asistió a una gran afirmación de la
entronización entre el poder político y los grandes mercaderes, lo cual no sólo sirvió
de base para la posterior consolidación de los Estados nacionales, sino que también
puso al Estado al servicio de las grandes empresas mercaderes.

Es decir, a diferencia de las manifestaciones interdependientes que tuvieron lugar en


épocas anteriores, con los descubrimientos nos hallamos frente a la presencia de
elementos estructurales (la transnacionalización, los ciclos sistémicos de
acumulación), coyunturales (las grandes innovaciones técnicas, la alianza de
mercaderes con el poder político, las migraciones) y de corta duración (los
descubrimientos en sí y la multiplicidad de agentes que participan en estas empresas
que asignan una dirección precisa al desarrollo de esas tendencias) que dieron
asidero al surgimiento y posterior consolidación de un ambiente globalizado. Sólo a
partir de estos presupuestos la globalización comienza a alcanzar un determinado
grado de sistematicidad. Esta es todavía una globalización en ciernes, una
globalización avant la lettre, pero que crece y contiene en semilla el potencial de los
desarrollos futuros.

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LA TERRITORIALIZACIÓN: ¿NUEVA FORMA DE GLOBALIZACIÓN?

A primera vista parecería lógico pensar que luego de la etapa inicial de las tendencias
globalizadoras -una vez que la capacidad transformadora de la época de los
descubrimientos llegó a su máximo apogeo y que se alcanzaron los mayores niveles
de sistematicidad posibles con los recursos disponibles en aquel entonces- se debió
haber asistido a un periodo de reflujo de dichas tendencias. Por lo tanto, uno de los
procesos que se inició y que caracterizó a la Europa del siglo XVII, como fue en efecto
la constitución de las naciones, nada tendría que ver con la progresión de este
desenvolvimiento global, sino más bien sería la constatación de un reflujo.
Por el contrario, a nuestro modo de ver, esto en ningún caso puede interpretarse
como un repliegue, como una etapa de relativa desglobalización, por cuanto la
constitución de las naciones en el Viejo Continente constituye a un continum que
profundiza y permite la realización en potencia, bajo nuevas modalidades, de la
globalización. Como señalábamos en un trabajo anterior, los procesos de
globalización han asumido una doble dimensión:

- Desarrollo extravertido, es decir, a través de las múltiples vinculaciones que


crea, y ha ampliado las fronteras de su radio de acción enlazando a un número
cada vez mayor de países y regiones y, de la otra, vertical, o sea, se expresa
en todos los ámbitos de existencia de la sociedad, a ritmos e intensidades
desiguales. En este sentido la globalización es un fenómeno plural que puede
ser aprendido indistinta pero conjuntamente como un proceso que se
manifiesta a escala nacional internacional.

Este proceso constituye, en el fondo, una proyección cualitativa más que cuantitativa
de la globalización.

Las ciudades Estado italianas Hasta el siglo XV los centros principales de


acumulación de riqueza y desempeñaron un papel del primer orden en el desarrollo
del comercio internacional, pero no podían asegurar el posterior tránsito de un
capitalismo comercial a uno manufacturero por las insuficiencias naturales que
experimentaban para la conformación de un mercado interno y por su debilidad
política y militar que no les permitía garantizar estratégicamente la acentuada
competencia comercial y territorial. Por su naturaleza, a estas ciudades Estado
italianas se les puede definir como precapitalistas, por cuanto se interesaron
escasamente en transformar el sistema de producción, que en general seguía bajo
control vigilante de las corporaciones medievales. De ahí el relevo lo asumieron
aquellos países en donde se estaba sellando una sólida alianza entre el Estado y la
clase mercantil, en los cuales las nuevas tendencias gozaban de un apoyo militar y
estratégico por parte del Estado y se beneficiaban igualmente de la unificación de los
mercados locales en un mercado interno y nacional, que se articulaba
estratégicamente con el intercambio internacional.

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Si la fase anterior fue un periodo en el cual el elemento nodal lo cumplió el comercio
internacional y la transformación fundamental se presentó a nivel del mercado que
potencialmente empezaba a dejar de ser parte integrante de las relaciones sociales,
para comenzar a convertirse en un factor con vida y movilidad propia, que dio inicio a
una recomposición de las relaciones sociales con base en su propia racionalidad, en
esta nueva fase los elementos más dinámicos fueron de naturaleza política, social y
cultural.

Siguiendo con la periodización propuesta por Arrighi, este periodo correspondió a la


época de la hegemonía de las Provincias Unidas. La economía-mundo europea tal
como se presenta en esta época estaba constituida por tres anillos interrelacionados:
el centro lo conforman las Provincias Unidas, además de Gran Bretaña y Francia, los
otros dos países que le disputaban la hegemonía a Ámsterdam; el segundo anillo
estaba representado por aquellos países que habían perdido la posibilidad de ejercer
una influencia hegemónica, pero que mantenían un potencial político y económico
significativo (España, Portugal e Italia del norte), Y el tercer círculo constituya en la
periferia del sistema e incluye a las regiones más atrasadas de Europa y las colonias
de América.
La nación puede inscribirse dentro del desenvolvimiento general de la globalización
por dos motivos fundamentales: de una parte dados los grandes obstáculos que
enfrentaba el comercio internacional para seguir expandiéndose -debido a las
insuficiencias técnicas que limitaban el intercambio de productos aquellos de alta
demanda y fácil transporte (por ejemplo, las especias) o a otros de gran valor (v. gr.
el otro y la plata) mientras que el grueso de las producciones fundamentales como los
cereales no podían intercambiarse, entre otros motivos por el elevado valor de los
fletes, limitando seriamente la posibilidad de seguir expandiendo la interdependencia
entre las zonas productivas ubicadas en los diferentes confines del orbe-, la nación
se constituyó en una nueva forma que asumieron las tendencias globalizantes debido
a que permitió territorializar el dominio espacial y, de esa manera, incorporar otro tipo
de actividades lo que a la postre fue infundió nuevos bríos a las situaciones
globalizadoras, creadas en la fase anterior y que persistieron en esta.

Por otra parte, las posibilidades de expandir los contactos a través del comercio
internacional encontraban un obstáculo mayor en la inexistencia de una división del
trabajo a escala internacional, en la que cada región económica debía cumplir
determinadas funciones precisas. El comentado caso del azúcar, primera gran
actividad propiamente transnacional y esbozo de una incipiente división internacional
del trabajo, constituyen más una excepción que la regla. La constitución de la nación
dio nuevos bríos a las tendencias globalizadoras en tanto permitió transformar los
espacios nacionales para convertirlos en avanzadas Las nuevas actividades que se
desarrollaban en el plano externo y sirvió también para concretar las diferencias en
los niveles de desarrollo que experimentaban las distintas regiones, con lo cual se
potenció la constitución de la división internacional del trabajo. En tal sentido, el
cambio en esta fase es más cualitativo que cuantitativo; constituye un “repliegue” para

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el dominio del territorio, para transformar los espacios aledaños a los grandes centros
de poder predominantes en ese entonces. Precisamente en estos años surgieron las
condiciones que hicieron posible que posteriormente se alcanzaron los niveles de
internacionalización que el mundo conoció en los siglos XIX y, sobre todo, durante el
XX. Por esta razón somos de la opinión de que el segundo momento globalizador se
centró en torno a la construcción de los estados nacionales de Europa, a lo que se
sumó el desencadenamiento de grandes guerras en el viejo continente que
culminaron en la paz en Westfalia y el surgimiento de un ordenamiento internacional.
La conservación de las tendencias globalizadoras sugiere que en esta fase se produjo
un cambio en los factores en que reposaba la globalización: si antes esta función la
cumplió básicamente el comercio que jalonó nuevas relaciones económicas e indujo
a significativas alteraciones en el plano social, político y cultural, Ahora estas últimas
se convirtieron en los elementos potenciadores. En condiciones como las que existían
en la Europa del siglo XVII, las transformaciones en los planos político, cultural y social
sólo podían desenvolverse en una dimensión territorial. La territorialización constituye
también una expresión espacio-temporal que propiciaba la conformación de nuevas
formas de organización social. En esta época, en Europa, cada comunidad podía
conservar sus particularidades y gozaba de la libertad para asumir o ignorar las
expresiones o productos culturales de otros pueblos. Tal vez con la sola excepción
de las grandes religiones, nada sugiere que se pudiese hablar de interpenetración
cultural y menos aún social. Sólo en América, ante la fuerza irresistible de las armas,
la codicia y la creencia en la superioridad del colonizador, se produjo un mestizaje
social y cultural que no pudo ser evitado por las comunidades nativas. Pero en el resto
del mundo, los contactos no revestían ningún grado de sistematicidad. La forma
territorializada de organización social, como la que comenzaba a imperar en Europa
en estos años, le otorgó una consistencia a su espacio geográfico permitiendo nuevas
formas de articulación con las regiones con las cuales se construyen mecanismos
interdependientes.

En el proceso de formación de la nación, la unificación económica, la creación de un


mercado interno (en 1664, las tres quintas partes del territorio francés constituían una
unión aduanera) y por consiguiente, la abolición Aduanas internas y la posterior
unificación de las medidas y pesos desempeñaron un papel de primer orden en la
territorialización del espacio. La nación integró los mercados locales, dando origen al
surgimiento de un mercado interior unificado que se articulaba con el comercio
internacional y que importaba para su funcionamiento la racionalidad de este último.
En esta época igualmente se “nacionaliza” el comercio exterior. El mejor ejemplo se
encuentra en las Actas de Navegación británicas, promulgadas en 1651, de acuerdo
con las cuales el tráfico de productos de Inglaterra sólo podía realizarse en barcos
ingleses, o que pertenecieron al país del cual provenía el producto, y el comercio con
las colonias sólo se podía llevar a cabo en las naves británicas. De esta manera, con
la nación se prosiguió la tendencia de unificación de los espacios económicos, pilar
sobre el cual se construyó una economía mundial. Por su parte, la competencia
mercantil, el afán exportador y la avidez de oro y riquezas fortalecieron la

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consolidación de estas tendencias unificadoras tanto en el espacio europeo como en
las zonas previamente descubiertas.

Con la nación y la consiguiente consolidación del capitalismo también se dio inicio a


una radical transformación en las condiciones sociales de existencia, dado que con la
constitución de espacios más amplios de funcionamiento de la sociedad se crearon
las condiciones para la movilidad no sólo de los bienes (abolición de las aduanas
internas), Sino que también de los individuos y de los productos culturales que
convocaban a todos los individuos de la respectiva nación. Con la movilidad, los
espacios y tiempos hasta entonces prevalecientes, que constituían totalidades fijas y
autorreguladas, empezaron a desvanecerse, se desmaterializaron; con la ulterior
multiplicación de los distintos tipos de intercambio (de productos, entre clases
sociales, campo y ciudad, culturas populares y de élite, etc.), paulatinamente, los
individuos, en potencia, comenzaron a dejar de estar atados a sus respectivas
comunidades y comenzaron a ser miembros de una dimensión espacial y temporal
consustancial a la territorialidad de la nación. En las Ciudades se rompió el monopolio
de las corporaciones y, por lo tanto, se desvanecieron los atavismos anteriores. Si
bien el impacto de acontecimientos posteriores será el acelerador de estas
tendencias, fue en esta época cuando se consiguieron en potencia en las bases que
imprimieron un renovado vigor al desarrollo del capitalismo: aparición de formas de
autonomía individual, elementos de una sociedad civil y, sobre todo, del
desmoronamiento del fraccionamiento y de la diversidad cultural, social y política de
la época inmediatamente anterior.

En el campo cultural, también se asistió a un proceso de integración a través del


desarrollo de las lenguas locales y el abandono del latín y la ulterior unificación
lingüística (recordemos que los revolucionarios franceses se proponían, mediante la
unificación de la lengua, reducir las diferencias y acabar con los particularismos
heredados) y religiosa, el desarrollo de sistemas educativos y comunicativos y la lenta
pero persistente monetización de las facilidades en el transporte. Entre todos estos
componentes, a la escuela le correspondió un papel fundamental, ya que debía
convertir a los hombres en ciudadanos y en trabajadores competentes, y socializarlos
en un proyecto único nacional y unificarlos en torno a una cultura. Igualmente, la
nación permitió la aparición nuevos bienes intangibles, como la memoria y la identidad
nacionales. Mientras los individuos siguieron apegados a su memoria colectiva,
concretizada en su cotidianidad, en su vivencia diaria, se mantuvieron apegados a
sus valores, tradiciones y ritos identitarios. Pero cuando desde arriba y no exenta de
altas dosis de ideologización se empezó a construir, con la ayuda de los diferentes
mecanismos de socialización, además de los construidos mitos, hitos y fiestas, una
memoria nacional que se sobrepone a los particularismos, se inició el desapego con
respecto a la ritualidad anterior, se comenzaron a trascender las fracturas locales y
se agilizó la circulación de los Individuos que comenzaban a identificarse con base en
los nuevos referentes nacionales.

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Por último, aun cuando fuese básicamente a través de la fórmula monárquica, se
integró, por medio de una burocracia, un ejército y una abrigada administración, un
espacio político nacional que retroalimentaba la de territorialización en los otros
planos. Como señala G. Arrighi, las ciudades Estado italianas Intentaron individual o
colectivamente una transformación deliberada del sistema de dominio medieval. Este
nuevo Estado sólo aparece con la consolidación de las Provincias Unidas, Estado
adaptado a las formas de acumulación de capital a escala mundial. En síntesis, todos
estos cambios favorecieron la consolidación de la primera modernidad fundamentada
en tomo a un más o menos intensa compatibilidad entre sociedad, nación y Estado.

La nación se puede catalogar como una forma de globalización, ya que crea un


espacio económico ampliado, extiende espacialmente el ámbito político, condición
esencial para el desarrollo de la posterior ciudadanía, posibilita la emergencia de un
Estado que ostenta el monopolio de la fuerza, actúa sólidamente en el plano externo,
además de que posee la capacidad de producir sentido y crear una cultura nacional,
factor cohesionador de la nación. Es decir, en esta época se inició en Europa el
proceso de advenimiento de las sociedades modernas, se alteraron los patrones
sobre los cuales descansaban las antiguas fidelidades e intercambios y se acentuó la
movilidad social dentro de los marcos de la sociedad nacional. Nación y modernidad
se convirtieron en dos facetas íntimamente ligadas, aun cuando por naturaleza fueran
dos procesos de naturaleza diferente.

En síntesis, si con los descubrimientos se inició un desarrollo extravertido que, a


través de la ampliación e intensificación del comercio internacional, enlazaba a
numerosos pueblos y regiones y los situaba dentro de unos determinados marcos de
interdependencia (dimensión mundial de la globalización), con la consolidación de la
nación se inició a un proceso complementario, de tipo vertical, que consistió en
transformar los espacios territoriales nacionales para hacerlos funcionales al
desarrollo extravertido de la globalización (dimensión nacional). En otras palabras, de
no existir la nación tampoco podría existir la globalización, por cuanto ésta consiste
precisamente en el desdibujamiento de las fronteras entre lo interno y lo externo, y
cuando deja de existir uno de ellos tampoco puede existir su complemento. Por último,
cómo la globalización representa la conformación de un contexto internacional de
transformación, la adaptación (transnacional) y territorialización (nacional) de estos
espacios dio lugar a un movimiento simbiótico que confirió sistematicidad tanto al
dominio del espacio territorial como a las tendencias de consolidación planetaria de
la globalización (desarrollo extravertido).

Por su parte, la constitución de la nación también sirvió de fundamento para el


despliegue del comercio internacional, pilar básico del desarrollo extravertido. Con la
constitución de la nación aumentó sensiblemente la demanda y con las nuevas
condiciones que ella supuso incremento en la capacidad de oferta. El crecimiento del
aparato estatal implicó un sensible incremento del gasto público, las ciudades
impulsaron el desarrollo de la construcción, y la riqueza acumulada en Europa

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permitió la difusión de formas de consumo. Pero el comercio internacional no sólo fue
una esfera de intercambio de bienes, sino que, más importante aún, se convirtió en el
factor que hizo posible el surgimiento de la categoría de desarrollo. Si hasta la época
de los descubrimientos las diferencias desde el punto de vista del desarrollo entre los
distintos países eran escasas, a partir de estas nuevas condiciones, los países que
supieron compatibilizar la expansión del comercio internacional con su propia
modernización interna se convirtieron en naciones que alcanzaron altos niveles de
desarrollo y emergieron como las potencias hegemónicas.

Algunos importantes actores internacionales de la etapa previa, como Portugal y


España, que se mostraron incapaces para articular el comercio, la producción y la
acumulación de capital, rápidamente se convirtieron en potencias de segundo orden.
Al respecto, Carlo Cipolla cita la siguiente declaración referente a la situación
española hecha por el entonces embajador veneciano Vendramin en 1595: “No sin
razón españoles dicen a propósito de este tesoro que desde las Indias llega a España
que tiene sobre ellos el mismo efecto que la lluvia sobre los techos de las casas, que,
si bien cae sobre ellos, desciende al suelo sin que los que la reciben primero obtengan
beneficio alguno”. Tanto más importante fue el hecho estas potencias ibéricas hicieron
todo lo posible para cerrar sus territorios y sus dominios coloniales a las influencias
extranjeras, lo que se convirtió en un obstáculo para el libre movimiento de las ideas
y de las habilidades y no permitió que la riqueza acompañada de estos sabores se
tradujese en desarrollo económico.

Por el contrario, un país de dimensiones pequeñas como Holanda, donde existía una
sólida alianza entre el poder político, los comerciantes y productores, es decir, que
supo sacar provecho de las oportunidades de desarrollo que deparaba el nuevo
contexto regional e internacional, se convirtió, en ese entonces, en la principal
potencia europea. Los holandeses lograron la primacía porque fueron los primeros en
saber conjugar el desarrollo territorial articulado a una sólida presencia en la naciente
economía mundial. A diferencia de los españoles que organizaron su presencia
comercial mundial en torno al Estado, el poder de los holandeses que el comercio
quedó en manos de comerciantes acaudalados que iniciaron organizaciones
comerciales, como la Compañía de las Indias Orientales, y posteriormente de las
Indias Occidentales, que gozaban de la protección del poder público.

Así como el comercio internacional se convirtió en un elemento diferenciador del


desarrollo entre los países y regiones, también dio origen a otro elemento
consustancial del mundo moderno: una división internacional del trabajo. Europa se
especializó en la exportación de textiles, manufacturas metálicas, bebidas y alimentos
elaborados. Asia colocaba especias, textiles y bienes suntuarios. Luego del
descubrimiento de América, quedó incorporada a este esquema global como
exportadora de mano de obra esclava y América se dedicó fundamentalmente a la
exportación de azúcar y metales preciosos. Igualmente, importante fue que era la
especialización “productiva” y exportadora, se dio inicio a una verdadera red de

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comercio internacional, cuyo centro de gravedad quedó situado en el continente
europeo. Los mercaderes del Viejo Continente llevaban azúcar, textiles y bebidas a
África, de donde sacaban a los esclavos para transportarlos a América. De esta
última, obtenían metales preciosos, parte de los cuales se utilizaban para sufragar el
déficit comercial con los países asiáticos de donde obtenían especias y artículos
suntuarios. De esta manera, Europa se convirtió en la principal articulación y en el
centro nuclear de las tendencias globalizantes a nivel económico.

No era de extrañar que este papel desempeñado por Europa de productos


provenientes de todos los confines del globo, admiración de los europeos. En 1680,
Geminiano Montana dijo al respecto: “las comunicaciones de los pueblos entre sí
están conectadas por todo el globo terrestre que uno podría casi decir que el mundo
entero es una sola aldea, donde tiene lugar una feria permanente de todas las
mercancías y en la que cualquier hombre con dinero, sin salir de su hogar y
aprovisionarse y disfrutar de todo lo que produce la tierra, el trabajo humano”. Es
decir, poco a poco comenzaron también a imaginarios de un mundo interdependiente.

A diferencia de la exterior, cuando la evangelización era percibida por los españoles


como proyección de la lucha contra los moros y sólo tardíamente comprendieron que
habían descubierto un nuevo continente, durante esta fase se empezaba a tener
conciencia de la pertenencia a un mismo mundo: se comienza a alimentar así el
imaginario de un mundo globalizado.

Finalmente, Durante esta fase se determinaron los parámetros en torno a los cuales
se organizó el sistema mundial en los siglos venideros La Guerra de los Treinta Años,
“la primera guerra (civil) generalizada europea”, conflicto que estimuló enormemente
el proceso de centralización del poder político y fortaleció la dependencia del Estado
con respecto a los sectores económicamente activos que financiaban la maquinaria
estatal, y que organizó la distribución del poder político y económico en Europa, se
selló con la paz de Westfalia, tratado que estableció unas normas de configuración
internacional en Europa, que quedaban garantizadas por las grandes potencias
europeas. Este Sistema que ha perdurado prácticamente hasta nuestros días dio
origen a un ordenamiento internacional que se realiza a partir del reconocimiento de
la independencia y la soberanía de los estados, los cuales actúan en el plano externo
motivados por la consecución de determinados intereses nacionales, de cuya
dinámica nace un sistema interestatal dominado por el balance de poder entre las
grandes potencias. Este sistema internacional no sólo implicó una legitimación de los
Estados (monopolio en la definición de sus acciones), sino también de las naciones
(contenido de los intereses), además de crear un ordenamiento que, a pesar de su
frágil estabilidad, permitió establecer cánones a través de los cuales se realizaba el
desarrollo de las tendencias globalizadoras.

Esta globalización avant la lettre, es decir, en potencia, un salto cualitativo en el


dominio espacial (territorio), supuso la emergencia de un esquema ordenador de la

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vida internacional (sistema de Westfalia), Segundo componente de la modernidad,
elevó el volumen y sistematizó el intercambio internacional, acentúa la diferenciación
desde el punto de vista del desarrollo, dio inicio a la creación de nuevos referentes (la
nación) Y comenzó el desmonte del fraccionamiento dentro de estos espacios
nacionales. Constituyó, en síntesis, un momento en el que se desplegaron las
potencialidades de la globalización en los diferentes campos. No obstante la
radicalidad de los cambios que se presentaron durante esta fase, la globalización
todavía constituye una dinámica que se desarrolla en potencia por cuanto las distintas
regiones del planeta seguían viviendo dentro de su propia dinámica y temporalidad.
Sólo en el Viejo Continente estaban surgiendo atisbos de interdependencia global.
Por ello, la definimos como una globalización avant la lettre.

LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL ACELERA EL PASO DE LA GLOBALIZACIÓN.

Un nuevo momento en el desenvolvimiento histórico de la globalización encuentra su


acelerador en la revolución industrial que dio origen a la fase que Giovanni Arrigi
define como el ciclo sistémico británico. Como señala David S. Landes, Gran Bretaña
pudo anteceder a las demás potencias en el desarrollo industrial por el hecho de
haberse constituido en una nación, es decir, por haber cumplido acierta cabalidad las
situaciones que fueron inherentes a la fase anterior, dado que las naciones “pueden
conciliar las metas sociales con las aspiraciones e iniciativas personales y mejorar
sus resultados merced a la sinergia colectiva”. Gran Bretaña se encontraba
igualmente en una posición idónea porque durante los siglos XVI y XVII, desde Italia,
los Países Bajos, Francia y Alemania un importante capital humano emigró hacia
Inglaterra, país muy abierto para la absorción de las nuevas ideas y técnicas, muchas
de las cuales vinieron junto con la inmigración. Éste último aspecto resultó ser de la
mayor importancia por cuanto muchos otros pueblos disponían de los mismos
atributos técnicos que los ingleses, pero no mostraron la misma capacidad para
apropiarse productivamente de estos adelantos.
En cuanto a sus efectos, Varios autores, entre los que cabe citar a Ernest Guellner,
han demostrado que la industrialización acabó con las tradicionales concepciones de
espacio y tiempo. Si la nación estaba dando un asidero a nuevas formas de
espacialidad, concebida dentro de determinadas fronteras nacionales, la Revolución
Industrial terminó reorganizando a los individuos para situarlos en un nuevo hábitat
acorde a las necesidades y el ritmo impuesto por la industria. Los campesinos fueron
completamente despojados de sus comunas y proletarizados, las corporaciones
quedaron desarticuladas con lo que los artesanos se pauperizaron y se venció,
además, su potencial resistencia, los sectores profesionales médicos, magistrados,
notarios, etc.) se fortalecieron cualitativa y cuantitativamente y las clases pudientes
encontraron nuevos nichos de acumulación en los ámbitos productivo, comercial o

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financiero. Es decir, se crearon nuevas formas de espacialidad consustanciales a las
nuevas necesidades que demandaba la industrialización.

Pero, sin duda, el aspecto más innovador fue que estas nuevas fuentes industriales
requerían de abundantes materias primas y de amplios mercados para la colocación
de sus productos. Si durante las fases anteriores las redes comerciales
internacionales producían un intercambio de bienes entre las distintas regiones del
planeta con “productos” originados localmente y que sólo de moda tangencial, salvo
casos muy puntuales, estaban orientados al mercado mundial, con el surgimiento de
las nuevas empresas industriales se potencia el desarrollo de una división nacional
del trabajo, se establece un circuito económico entre aquellas regiones que producen
las materias primas y los insumos productivos, los centros industriales que elaboraban
la nueva producción y los mercados de colocación de la producción a escala. Es decir,
dicho en otras palabras, si las anteriores redes mercantiles facilitaban el intercambio,
la Revolución Industrial integra el funcionamiento de la economía Nacional con las
regiones a escala de un mismo ciclo productivo y compenetra así la división interna e
internacional del trabajo, lo que depara un mayor nivel de consistencia y
sistematicidad a los intercambios económicos a escala internacional.

A diferencia de la hegemonía genovesa (preeminente en los años de predominio


ibérico) y la holandesa que estaban comprometidas básicamente comercio
internacional y de larga distancia, con la Revolución Industrial se inicia el ciclo de
preponderancia británica, en el cual la generación de riqueza se basa en la
acumulación engendrada por las empresas industriales, lo que permite el tránsito de
una globalización entendida como interacción comercial a una nacional y
productivista. Esto, la postre, redimensión a la magnitud mercantil internacional de la
globalización, puesto que, con el sensible aumento que se presenta en el incremento
de las capacidades exportadoras de Gran Bretaña, retorna bajo la fórmula de
completo triunfo del “mercado exterior sobre el interior”. En contraposición a la opinión
de autores como Giovanni Arrighi, que consideran que el capitalismo histórico como
sistema-mundo nació del divorcio, Y no de la unión del capitalismo y la actividad
industrial, creemos que con el nacimiento y la posterior consolidación del sistema
industrial se transfiguró la globalización en la nación, y en los países donde tuvo lugar
la revolución industrial se reconstituyeron los espacios nacionales y quedaron
ubicados dentro de una temporalidad con visos de unicidad, lo que se convierte en el
principal estímulo que permite realizar el posterior tránsito hacia una segunda fase en
la cual el mundo comienza a internacionalizarse. En otras palabras, además de ser
un nuevo eslabón de la modernidad y de la articulación sistemática por medio de la
división internacional del trabajo, el papel de la industria consiste en que dota de un
fundamento económico el desarrollo de la nación y vuelve a mercantilizar los actores
de sistematicidad que dan consistencia a la globalización durante esta fase.

Por otra parte, al unísono con la reconstrucción de las formas espaciales de


interacción, la Revolución Industrial transforma de modo radical la noción del tiempo.

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El tiempo se convierte en un valor. Landes considera esencial la importancia
concedida al tiempo y al ahorro del mismo, lo que se traduce en un interés apasionado
por saber la hora (los ingleses en el siglo XVIII eran los primeros productores y
consumidores mundiales de instrumentos de medición del tiempo) y por la
trascendencia concedida a la rapidez del transporte. La industria disciplina a través
del manejo del tiempo porque los beneficios ya no se obtienen por la desigualdad de
precios entre productos extraídos de diferentes partes del mundo (dominio del
espacio), sino de las maldades en los costos de producción a partir de las disimilitudes
en el tiempo de producción. El “libro de instrucciones de la siderúrgica” ilustra
perfectamente esta tendencia:
Con el propósito de que la pereza y la villanía sean detectadas y los justos y diligentes
premiados, no prudente crear un control del tiempo por medio de un monitor; ordeno
y por esta declaro que de las 5 a las 8 horas y de las 7 a las 10 horas son 15 horas
de las cuales una hora y media son para el desayuno, almuerzo, etc. Habrá por lo
tanto 13 horas y media de servicio corrido. Todas las mañanas, a las 5 horas, el
vigilante debe tocar la campanilla, para el inicio de los trabajos, a las 8 para el
desayuno, media hora después para trabajar otra vez, a las 12 para el almuerzo, y a
la una para trabajar, y a las 8 para dejar el trabajo y cerrar.

Estas autoritarias medidas eran muy necesarias dado que los individuos, portadores
de un reciente pasado campesino, desconocían la regularidad del trabajo fabril,
estaban acostumbrados a los largos descansos, a las fiestas tradicionales e
intercambiaban sus actividades con largos periodos de reposo.
Desde el punto de vista de los imaginarios sobre el tiempo que se construyen a partir
de la Revolución Industrial, cabe destacar que esta valorización del tiempo empieza
a un sentido de pertenencia a uno mismo, mundo, a un tiempo mundial. En esta etapa
prevalece el tiempo de los dueños de la industria, pero, con el correr del tiempo, los
obreros ofrecerán como una de sus mayores habilidades, junto con la venta de su
fuerza de trabajo, la destreza en el manejo del tiempo. Es decir, la industria pone al
mundo globalizado a tiempo, dentro de una temporalidad comandada por ella.

A partir de estas transformaciones, la Revolución Industrial se encuentra en el


trasfondo de otros dos cambios fundamentales que imprimen un ritmo vertiginoso a
la globalización: el primero consiste en que durante la época victoriana el poder
político, con el ánimo de estimular el desarrollo industrial, adoptó un conjunto de
medidas, entre las que sobresalen la abrogación de las leyes de cereales, que
acabaron con protecciones en el campo y crearon un libre comercio agrícola, la
mantención unilateral de su mercado doméstico abierto y la ley de pobres, que facilitó
la conformación de un mercado de trabajo. Estas medidas adoptadas por el poder
político no sólo se tradujeron en una expansión de la Economía de mercado sino que,
lo más importante, dieron origen al surgimiento de una verdadera sociedad de
mercado, elemento de por sí novedoso y revolucionario para la época, por cuanto a

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medida que se liberaliza se convierte en el fundamento para la reorganización de las
relaciones sociales, políticas y culturales.

Como lo han demostrado numerosos autores, mercado no se debe entender


simplemente como un componente técnico de la economía, cuando se liberaliza de
las anteriores relaciones sociales se convierte en economía y sociedad de mercado,
se erige en sí un núcleo para la conformación de un nuevo “pacto social” que
despersonifica las anteriores relaciones sociales, institucionaliza un poder
descentrado, establece un mecanismo de regulación y otorga una presunta
normatividad a las relaciones interpersonales. La reconversión del mercado en
economía de mercado cuenta para su realización con la habilidad del poder político
que debe vencer las viejas tradiciones, las resistencias de los sectores que pretenden
mantener sistemas de protección económica y social, y la oposición de los sectores
que quedan desprotegidos y desprovisto de seguridad. Es decir, éste no es un
proceso natural en la evolución de la sociedad moderna sino una opinión política por
la que propenden algunos países en circunstancias determinadas. La vinculación que
se establece entre esta dinámica y la globalización consiste en que a medida que se
expande y reorganizan las relaciones económicas y sociales, se involucra a nuevos
pueblos y países dentro de su órbita, con lo cual se amplían los márgenes de
interdependencia y transnacionalización. Pero más importante aún es el hecho de que
en el mercado desregulado y auto concentrado otorga nuevos elementos de
sistematicidad a las tendencias globalizadoras.

El segundo cambio tiene que ver con que la Revolución Industrial, al tiempo que libera,
expande y reconvierte al mercado, modifica el papel que desempeñan la técnica y la
tecnología, antes sujetas a múltiples regulaciones y muchas veces desvinculadas de
la producción, que se convierten a partir de ahora en mecanismos fundamentales para
el aumento de la productividad, los beneficios y la acumulación de capital. Con esto
la sociedad pierde parte de su autonomía para establecer los criterios, mecanismos y
proporciones de su desarrollo, por cuanto estos empiezan a quedar ligados a la
capacidad de las empresas industriales para incorporar los avances científicos y
tecnológicos en el a acrecentamiento de sus márgenes de utilidad. Sin embargo,
conviene también recordar que la técnica no funciona por sí sola. Para que se active
se requiere de un nivel educativo, una transmisión de saberes y una adecuada
dinámica social, con lo cual la apropiación técnica sigue quedando sujeta a una
determinada realidad social. Esto también se traduce en un aumento de la
productividad por parte de algunas naciones, mientras otras se mantienen en niveles
tradicionales, lo cual amplía la brecha entre el mundo desarrollado y el conjunto de
países en desarrollo:
- De todas las consecuencias económicas de la era de la doble revolución -
escribe E. Hobsbawn-, la más profunda y duradera fue aquella división entre
países “avanzados” y países “subdesarrollados”. En 1848 era evidente que
países pertenecieron al primer grupo: la Europa Occidental (menos la
Península Ibérica), Alemania, Italia del Norte y algunas partes de Europa

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central, Escandinavia, los Estados Unidos y quizás las colonias establecidas
por inmigrantes de habla inglesa. Igualmente era claro que el resto del mundo,
salvo algunas pequeñas parcelas, bajo la presión irregular de las exportaciones
e importaciones occidentales o la presión militar de los cañones y las
expediciones militares occidentales, se estaba quedando retrasado o pasaba
a depender económicamente de Occidente.

Pero, al mismo tiempo, la industria rompe con las pretendidas secuencias temporales
del desarrollo.

- Cada uno de los candidatos a la industrialización, países perseguidores o


influidos que estuvieran en el ejemplo británico (...) siguieron su propia vía
hacia la modernidad. Y si ese fue cierto en el caso de los primeros países en
industrializarse aún lo es más hoy (...) El contenido de la tecnología moderna
cambia sin cesar, y la tarea y los medios de emularla cambian con ella

Desde el punto de vista del desarrollo, la diferencia entre los países que acentúa la
Revolución Industrial es tributaria también del hecho de que para los países centrales
el eje del desarrollo deja de estar tan centrado en la posición o no de abundantes
recursos naturales (agrícolas, mineros, humanos) Y comienza a desplazarse hacia la
esfera de la eficiencia productiva, que establecen la primacía de la competitividad, es
decir, precisa la capacidad De especializarse y potenciar una oferta sensible a los
cambios que se producen al nivel de la demanda. En otras palabras, mientras el
grueso de los países en desarrollo sigue apegado a un intercambio internacional
basado en la complementariedad de su oferta exportable en relación con la demanda
mundial y su participación dentro del sistema es tributaria de su capacidad para
adaptar la oferta a los cambios que se producen en la economía mundial, los países
centrales basa en su interacción en la especialización, es decir, en sectores de punta
de origen industrial que con el paso del tiempo se convertirán en la columna vertebral
del desarrollo del nuevo comercio internacional. Con el desarrollo tecnológico y el
énfasis en la competitividad, la lógica del mercado en su nueva fase, o sea, la
economía de mercado, se desplaza y entra a operar en la economía internacional y
con las nuevas interpenetraciones que se construyen en el ámbito mundial comienza
un lento proceso de universalización de la economía de mercado. O sea, la economía
de mercado no queda confinada dentro de las fronteras nacionales sino que se
convierte en un componente del funcionamiento de la naciente economía mundial.

En resumidas cuentas, se puede sostener que las revoluciones industriales han


estado en el trasfondo de los grandes cambios que se han experimentado en el
transcurso de los dos últimos siglos y que han impreso un ritmo y un sello particular a
la globalización. Mientras la primera revolución contribuyó fundamentalmente a la
construcción de una especialidad nacional y sirvió para integrar procesos productivos
y económicos en distintas latitudes, la segunda Revolución Industrial -que se
desarrolla en particular durante el último tercio del siglo XIX, en plena época del

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imperialismo y que corresponde al declive británico y a la emergencia de los Estados
Unidos como centro hegemónico- estimuló un movimiento de internalización y, por
ende, De mayor interpenetración entre los pueblos. Fue en esta segunda época
cuando la economía de mercado rompió las fronteras nacionales y a través del
comercio se convirtió en un factor estructurante de la economía mundial.

La diferencia del naciente centro hegemónico con otra potencia de aquel entonces
que intentaba disputarle la supremacía puede ser ilustrativa de las nuevas tendencias
que estaban en juego. Mientras Alemania, país que emerge como un serio competidor
en el ámbito industrial, si yo apegada a una dimensión territorial del poder, los Estados
Unidos se encaminaron en dos direcciones de una parte, incorporaron su vasto
hiterland al desarrollo capitalista, y, de la otra, propendieron por una apertura de
mercado en los diferentes confines del globo (a veces pacífica y en otras
violentamente), lo que le permitió construir redes nuevas sobre las cuales asienta su
poder. Haciendo un poco de historia se puede recordar que la idea de la zona de libre
comercio de las Américas no es nada nueva. Ya en 1889, las autoridades
norteamericanas convocaron a una conferencia internamente con el objetivo de
liberalizar el comercio del hemisferio.

Es decir, mientras la primera Revolución Industrial, aceleró el ritmo de los procesos


productivos, el centro de gravedad de la segunda se desplazó a sellar nuevas formas
de interdependencia económica entre los pueblos, independientemente de su
situación: colonias o estados soberanos. Si en últimas, Gran Bretaña tuvo que ceder
frente al ejercicio del poder de los Estados Unidos, esto estuvo motivado, entre otras,
porque se encontraba más cerca del modelo alemán territorial que del norteamericano
flexible y más espacial.

Por último, la tercera revolución industrial que data de finales de los años sesenta del
siglo XX, Acentúa el despliegue de las tendencias transnacionalizadoras, lo que ha
implicado un tipo de integración que atraviesa en distinto grado a la mayor parte de
las naciones, pueblos o comunidades. El elemento nuclear que se encuentra en juego
durante esta fase es la pretensión básicamente anglosajona de universalizar la
economía de mercado y a través de la desregulación convertirla en el principio
orientador para la conformación de sociedades de mercado.
Pero como tendremos ocasión de verlo más adelante, esta revolución industrial crea
también su contraparte: al fortalecer los espacios transnacionales, facilitar los
procedimientos de transferencia de conocimientos y tecnologías y al intensificar la
interdependencia permite que los distintos países puedan ensayar fórmulas
diferenciadas de interiorización de la globalización, lo que da origen a una ruptura de
cánones homogeneizadores que la universaliza economía de mercado pretende
imponer. Es decir, si la primera Revolución Industrial facilitó la adecuación de los
espacios nacionales de acuerdo con la lógica de funcionamiento de la economía de
mercado y si la economía mundial de finales del siglo XIX creó las condiciones para
que se exportara está economía de mercado a nivel internacional, la tercera no se ha

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traducido en una globalización de la economía de mercado, con la consecuente
homogenización de todas las economías nacionales, tal como lo han pretendido
determinadas doctrinas que han intentado incidir en el curso de la globalización, sino
que ha dado origen a una tendencia opuesta: la competencia en el plano global de
esquemas de acumulación y desarrollo “nacionales”.
Cada uno de estos estadios de la Revolución Industrial también han dado origen a
disímiles tipos de modernización. Si la primera era básicamente “nacional” y territorial,
la segunda estimuló el desarrollo de los vínculos internacionales mientras que la
tercera tiende a superar la nación, como elemento nodal del desarrollo. Obviamente,
esta secuencia no es generalizable a todas las experiencias humanas, simplemente
este es el tipo de desarrollo lógico que se deriva de las experiencias más avanzadas.
En otros países y en la situación actual se presenta una sobreposición de unas y
otras, tal como tendremos ocasión de analizarlo más adelante.

En síntesis, la primera Revolución Industrial eleva a un nuevo estadio las situaciones


globalizadoras en tanto que intensifica la unidad del mercado nacional en las naciones
más desarrolladas, mediante la destrucción de las formas de organización
tradicionales; compenetra el espacio nacional con el mercado mundial, pero en este
caso transfiere la lógica de funcionamiento sobre el segundo, es decir, con base en
la economía de mercado, acelera los intercambios de productos de acuerdo con los
patrones de una división internacional simple (intercambio de manufacturas por
materias primas), libera en el mercado de cualquier posible obstáculo para su libre
expansión y lo convierte en la instancia modela dura del conjunto de las relaciones
sociales, simplifica la circulación, lo que convierte el espacio en una Red de
interconexiones, convierte la técnica y después la tecnología en el fundamento de la
productividad y empieza a ubicar a los individuos en una dimensión temporal
unificada, el tiempo mundial. O sea, se producen importantes transformaciones en el
ámbito estructural que confieren a la globalización nuevos grados de sistematicidad.
Estas tendencias se observan claramente en la siguiente fase, dado que, en ésta, al
igual que en las anteriores, la globalización sólo se expresa en potencia.

En el ámbito político, durante esta fase también se observan tendencias que tienden
a ubicar parte importante del mundo bajo una misma temporalidad. Así como la
revolución industrial determinó los lineamientos de la evolución económica europea y
mundial durante el siglo XIX, la Revolución Francesa de 1789 precisó los marcos
políticos e ideológicos y los cuales se empezó a desenvolver la vida pública. En buena
parte de Europa occidental, la abolición del feudalismo fue obra o bien de los ejércitos
franceses de ocupación o de sectores liberales que inspirándose en la experiencia
francesa eliminaron los diezmos y los derechos señoriales. Las políticas europeas
hasta 1917 se organizaron en tomo a los principios enarbolados por los
revolucionarios franceses en 1789, los partidos liberales e incluso el nacionalismo
tomaron sus programas de la gesta gala, los códigos legales infundieron un renovado
optimismo a la lucha por la construcción de estados de derecho en todo el mundo y,

24
por último, en zonas distantes de los centros de poder el referente francés estimuló el
surgimiento de la política moderna.

La Revolución Francesa, Sin embargo, no fue un acontecimiento aislado. Situaciones


revolucionarias se presentaron en casi todo el mundo occidental: las primeras fueron
contemporáneas a la Revolución Francesa -Estados Unidos (1776-1783), Irlanda
(1782-1784), Bélgica (1787-1790)-, la segunda ola se produjo entre los años 1818-
1824, -la mayor parte de América Latina, España y Nápoles (1820), Grecia (1821)- la
tercera tuvo lugar entre 1829 y 1834 -Francia y Bélgica (1830), Polonia (1830-1831)-
, la cuarta y última se produjo en 1848 y abarcó a Francia y gran parte de Alemania e
Italia. En Europa, el común denominador de estos alzamientos fue el debilitamiento
del poder aristocrático y el ascenso del poder burgués, mientras que en las antiguas
colonias americanas se tradujo en la independencia con respecto a la antigua
metrópoli. Esta sincronización de las revoluciones fue el inicio de un tibio interno de
desnacionalización de la política, con relación a los patrones entonces imperantes, y
evidenciaba el ingreso aún tiempo mundial, el tiempo del orden burgués y del
capitalismo.

Los aspectos, sin embargo, más perdurables y de mayor impacto que nos ha dejado
la Revolución Francesa fueron básicamente dos: de una parte, la división de la política
tanto nacional como a veces internacional en izquierda y derecha y, por otra parte,
por haber convertido la ideología en un factor potenciador de la modernidad en la
medida en que supuso que las ideas podían convertirse en orientadoras del cambio
social, estableciendo una clara demarcación con la tradición.
En cuanto al sistema internacional, sufre algunas modificaciones aun cuando no se
cuestionen los principios del sistema de Westfalia. La más importante fue la amplia
aceptación de la idea de qué los estados eran plenamente soberanos dentro de las
fronteras de su territorio, pero fuera de ellas las relaciones entre los estados se
enmarcaban en torno A los principios del mercado mundial autorregulado, el cual se
basa obviamente en el libre comercio y cuya garantía lo conformaba el inmenso poder
del Reino Unido.

25
LA SEGUNDA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA INTERNACIONALIZACIÓN DE
LA GLOBALIZACIÓN.

Si las etapas previas fueron épocas en las cuales lentamente maduraron las
tendencias globalizadoras a través de la organización y regularización del comercio
mundial -elemento central durante la época de los descubrimientos-, la modalidad
territorializada de organización del espacio durante la era de los estados absolutistas
y la integración y sistematización de lo nacional y lo internacional durante la primera
Revolución Industrial, en ese entonces, la globalización sólo existía en potencia y
recubría todavía espacios muy limitados. Por el contrario, la fase que se inaugura
hacia mediados del siglo XIX y que se extiende hasta la Primera Guerra Mundial,
implica un salto cualitativo, una transformación radical de las diferentes
globalizaciones, tanto en lo que respecta a los contenidos como a sus alcances.

Desde el punto de vista de los procesos que caracterizaron a Europa, esta etapa se
inició con la gran ofensiva que las potencias colonialistas de la época realizaron por
conquistar y repartirse el continente africano, a lo que se sumó paralelamente la
incorporación por medio de la fuerza de grandes espacios civilizatorios en Asia, como
China y Japón, mientras la mayoría de la parte de América Latina se mantuvo
vinculada a través del comercio de exportación de materias primas. Con este reparto
geográfico y territorial del mundo, las políticas de dimensión mundial adquirieron todo
su sentido y, aun cuando fuese bajo un ropaje colonial y/o imperialista, prácticamente
todo el planeta quedó integrado en torno a los lineamientos políticos de las potencias
y de la "regulación” qué se desprendía de la economía mundial en proceso de
internacionalización. Esta fase culmina con la Primera Guerra Mundial, Segundo
conflicto de reordenamiento político internacional (El primero, como se recordará, fue
la guerra de los 30 años que comprometió a una buena parte del planeta, aun cuando
los episodios bélicos mayores tuvieran lugar solo en el continente europeo. A su
manera, la Primera Guerra Mundial constituyó una forma de globalización política
porque, entre otros móviles, pretendía reconfigurar el espacio económico y político
mundial, de acuerdo con la lógica de poder predominante que privilegiaba el dominio
territorial del espacio. En tal sentido, este conflicto fue una clara manifestación de la
arritmia que en ocasiones se presenta entre las distintas tendencias de la
globalización. Mientras la economía estaba dando origen al surgimiento de nuevas
espacialidades mucho más desterritorializadas, en tanto que redes de interconexión
sistemática en ámbitos particulares, lo que inauguraba inéditas formas de ejercicio del
dominio y de la supremacía, la política de las grandes potencias se mantenía centrada
en la ampliación de los espacios de dominación de una manera territorializada. Estas
dos dinámicas se encuentran inscritas en lógicas divergentes, sin embargo,
convergen en un punto: la aspiración de las potencias por ejercer dominio sobre el
"mercado mundial", lo que para unas se traducía en disputar a Gran Bretaña su
liderazgo.

26
Nada ilustra mejor el apego a esta dimensión territorial del espacio que la amplia
difusión que en este cambio de siglo alcanzaron las tesis geopolíticas, las cuales, en
sus diferentes versiones, asignaban al control territorial una importancia desmedida
en la definición de poder. Si en algo cambia el mundo con el advenimiento de los
Estados Unidos como potencia mundial, consiste precisamente en su capacidad para
ejercer su dominio espacial a través del control de las nuevas redes de interconexión
y, en ese sentido, adaptarse a formas de dominación más sutiles. Comparando la
Unión Soviética con los Estados Unidos, Bertrand Badie precisa que mientras la
primera "defendía una concepción clásica, territorial y político militar del poder,
Estados Unidos desplegaba una capacidad desterritorializada, sistémica, alimentada
de relaciones informales que daban origen a un juego de redes”. Igualmente, muchas
de las actividades expansionista de las potencias coloniales estuvieron motivadas por
afán de poder, por impedir que determinados recursos naturales cayeran en manos
de potencias enemigas y, en algunos casos no representaron mayor significación en
términos económicos. Así, por ejemplo, antes de la Primera Guerra Mundial, las
colonias representaban para Alemania menos del 1% Del comercio exterior. Con su
principal posición en África -el Congo belga-, Bélgica realizaba sólo el 1% del
comercio en 1912.

Desde un punto de vista planetario, hasta mediados del siglo XIX, las tendencias
globalizantes actuaban con impotencia, se circunscribía en ámbitos particulares y
afectaban sólo a algunas regiones, principalmente a Europa secundariamente al
continente americano. La globalización por lo tanto no constituía todavía un fenómeno
mundial, planetario o propiamente global. Hasta ese entonces dichas tendencias se
identificaban ante todo con lo que Braudel había definido como una economía-mundo,
es decir, se refería sólo a un fragmento del planeta, una zona que gozaba de cierta
autonomía capaz de satisfacerse asimismo y cuyos intercambios le conferían una
cierta unidad orgánica. Es decir, hasta mediados del siglo XIX la mayor parte de las
regiones del mundo interactuaban, pero al mismo tiempo se mantenían como
entidades autónomas.

También en este plano se observa que durante la segunda mitad del siglo XIX tuvo
lugar un cambio fundamental. El Advenimiento de lo globalizado, produjo
precisamente a partir de estos años porque se presentó una serie de crisis
simultáneas en la organización del poder, la producción y la cultura en todas las
regiones del planeta. Entre estas podemos citar la revolución Meiji en Japón, la
rebelión Taiping y la guerra civil en China, la guerra de Crimea, Los sucesivos
conflictos entre Rusia y el Imperio Otomano, las revueltas hindúes contra el dominio
británico, la guerra de Paraguay, las pretensiones imperiales sobre México, la guerra
civil en los Estados Unidos, las contiendas en el cono sur africano y las unificaciones
nacionales de Italia, Alemania, España y Serbia. Si bien todas estas situaciones
constituían crisis regionales de poder y de estabilidad, que reflejaban trayectorias
autónomas de desarrollo, ésta se convirtió en el origen de una historia propiamente
mundial porque se desarrollaron en un contexto de interacciones entre regiones cada

27
vez más competitivas, competencia inducida en alto grado por las fuertes
intervenciones europeas. Estas interacciones tuvieron efectos globalizantes. Las
soluciones a las crisis regionales comportaron un sostenido recurso a adaptaciones y
apropiaciones interregionales, que acabaron con la era de autosuficiencia, y
desarrollaron una sincronicidad competitiva que elevó las interacciones regionales a
un nuevo nivel global. Los márgenes y las periferias que salvaguardaban la distancia
se evaporaron y desdibujaron los espacios entre las regiones alguna vez autónomas.
Es decir, el proceso de globalización no fue simplemente la aceleración de una
continua expansión europea sino un nuevo orden de relaciones de dominación y
subordinación entre todas las regiones del mundo. Visto desde este ángulo, esta
dinámica captura la calidad revolucionaria del predominio europeo tal como se ejerció
desde mediados del siglo XIX. A diferencia de las otras regiones en crisis, Europa por
sí sola resolvió sus crisis regionales volcándose hacia afuera, externalizando la
búsqueda de soluciones a través de la expansión y la ocupación espacial,
sincronizando el tiempo mundial y coordinando las interacciones en el mundo. Las
iniciativas europeas se coludieron, sobrepusieron e interactuaron con las dinámicas
de crisis paralelas en las otras regiones. Fue así como nació una historia mundial en
la época global.

No obstante, la gran riqueza de este periodo en acontecimientos regionales e


internacionales, el factor que cohesiona y da un sentido específico a toda esta fase
de despliegue de las tendencias globalizadoras fue el impacto de la segunda
Revolución Industrial. A diferencia de la primera que se caracterizó por la utilización
de la máquina de vapor, cuya cobertura de acción se limitó básicamente a la
producción textil, la segunda Revolución Industrial expandió enormemente el universo
de productos industriales y estimuló el desarrollo de la industria pesada. Pero su
mayor impacto se presentó con el espectacular desarrollo de los medios de transporte
y comunicación.

En realidad, la influencia global de la primera Revolución Industrial hubiera sido muy


limitada, si durante esta nueva fase no se hubiese producido una inusitada renovación
de los medios de transporte ni aplicado los avances en el campo electromagnético al
dominio de las comunicaciones. Estas innovaciones dieron un vuelco total al mundo
en su conjunto. Si en la actualidad nos deslumbraban los grandes avances registrados
en este campo con la masificación del celular, la televisión satelital y del Internet, que
nos ponen en comunicación en tiempo real, a mediados del siglo XIX, la sorpresa
debió haber sido incluso mayor. Fernando Braudel nos recuerda que “Napoleón se
desplazaba tan despacio como Julio César“. Casi dos mil años separan a estos dos
grandes personajes de la historia, pero el transporte terrestre era prácticamente el
mismo. Incluso si no vamos tan atrás y buscamos comparaciones con épocas no tan
distantes, las similitudes seguían siendo prácticamente las mismas. Las noticias sobre
la abdicación de Carlos IV, de la caída de Godoy en Aranjuez y de la ascensión al
trono Fernando VII (18 y 19 de marzo de 1808) sólo llegaron en agosto a un punto tan
distante del imperio como Santiago de Chile.

28
De igual forma, no obstante, las innovaciones que en los siglos anteriores se
produjeron en los transportes, la velocidad promedio de una diligencia, que llegaba a
2,2 kilómetros por hora en el siglo XVII, aumentó a sólo 3,4 kilómetros por hora en el
siglo XVIII y hacia mediados del siglo XIX ascendieron a 9,5 kilómetros. En estos dos
siglos, los cambios fueron tan paulatinos que no podían alterar el espacio ni el tiempo.
Un escenario similar se presentaba en el plano de las comunicaciones. En 1835
cuando se fundó la agencia de noticias Havas, Los medios de transporte de las
noticias hacia y del exterior eran los hombres y las palomas mensajeras. Todo se
modifica de un modo muy profundo cuando en 1854, con la utilización del telégrafo,
la agencia comenzó a relacionarse directa instantáneamente con varias capitales
europeas.

En la esfera de los transportes, los mayores avances tuvieron lugar con el desarrollo
de la navegación de vapor y del ferrocarril. No es fácil resumir la significación que tuvo
este medio de transporte terrestre en el mundo decimonónico, dado el lugar central
que comenzó a ocupar en la vida de las sociedades. Incluso varios fueron los estados
que se propusieron organizar y acometieron la modernización de sus respectivas
sociedades en torno al ferrocarril. La Rusia zarista fue uno de los ejemplos más
emblemáticos. El inusitado crecimiento económico que registró este país en vísperas
de la Primera Guerra Mundial fue tributario del empeño de las autoridades por
convertir el ferrocarril en la columna vertebral de la modernización económica y social.

Al igual que en el caso ruso, en todas partes el ferrocarril significó un gran impulso
para la modernización económica. No sólo por los eslabonamientos económicos que
generaba (producción de acero, hierro, carbón, industria metalmecánica, construcción
portuaria, almacenaje, madera, modernización y elevación de la productividad en el
campo, además de las nuevas posibilidades que inaugura para intensificar la
unificación del mercado nacional y de este con los colindantes), significativamente
mayores que los de la industria textil (pivote de la primera revolución industrial), sino
también por el impacto financiero, ya que demando grandes recursos monetarios en
la década de los 80 del siglo XIX, las inversiones en ferrocarriles ascendían a más del
20% del capital fijo en la economía (mundial), indujo a importantes avances científicos
y tecnológicos (mejoras en la producción de hierro y acero, ingeniería mecánica,
construcción de túneles y puentes), intensificó el comercio (cómo demuestra Paul
Bairoch, el ferrocarril significó una reducción de fletes terrestres en aproximadamente
un 80%) y aumentó el volumen de inversiones extranjeras internacionales (Gran
Bretaña ejerció un gran liderazgo mediante la financiación y la transferencia de
conocimiento y tecnología para la puesta en marcha de los ferrocarriles en Asia, África
y América latina, regiones en las cuales más que la unificación de los mercados
internos tuvo por misión facilitar el comercio internacional y el transporte de los
recursos naturales de la zonas de producción hacia los puntos de conexión con el
mercado internacional).

29
El ferrocarril también ejerció una poderosa influencia en la construcción de un
imaginario en torno al espacio y tiempo mundiales. Hasta mediados del siglo XIX,
cada ciudad, pueblo o aldea establecía su propio registro del tiempo; los tiempos eran
diversos y no existía coordinación entre unos y otros. Sin embargo, con el desarrollo
de los servicios de coche de correo a finales del siglo XVIII y la construcción del
ferrocarril a principios del siglo XIX crecieron las presiones para la estandarización del
tiempo calculado a escala supralocal.

Después de un periodo inicial, durante el cual cada país propendía, muchas veces
por razones de seguridad, cuando no por simple nacionalismo, a fijar normas
particulares en cuanto a la trocha, con la masificación de este medio de transporte y
carga se planteó la necesidad de establecer normas comunes para que el ferrocarril
pudiera convertirse de hecho en un sistema interdependiente de conexión entre los
distintos países. Igualmente, aportó nuevos elementos a la idea de un tiempo mundial
no sólo porque entró a participar en la constitución de una nueva espacialidad (la del
sistema ferroviario), sino porque también al " acortar " las distancias, separó al hombre
del tiempo regular y cíclico de la naturaleza e indujo a una unificación de los horarios,
primero de las regiones con respecto al centro y después entre los países. La
necesidad de regular el tráfico condujo a que, en 1884, la mayor parte de los países
del mundo sincronizaran sus respectivas horas nacionales de acuerdo con el tiempo
"universal" del meridiano de Greenwich.

La navegación de vapor tuvo un impacto modernizador menor que el ferrocarril, pero


sus efectos fueron igualmente sensibles y duraderos, sobre todo por las implicaciones
que tuvo para el desarrollo del comercio internacional. Mientras la primera tuvo un
radio de acción nacional y regional, El segundo fue de naturaleza más internacional,
ya que agilizó los intercambios y el tráfico de personas y mercancías entre países, las
más de las veces muy distantes los unos de los otros. La navegación de vapor
también estimuló el desarrollo de la industria metalmecánica, aumentó la demanda
en la producción de acero, contribuyó a mejorar el conocimiento geográfico, redujo
las incertidumbres en la navegación de ultramar, se tradujo en una significativa
disminución de los fletes, sustituyó progresivamente la navegación de vela, estimuló
el desarrollo de la navegación fluvial e indujo a la construcción de canales
interoceánicos (Suez y Panamá). En el ámbito político, tuvo efectos no menores, ya
que consagró el predominio británico y posteriormente norteamericano en los mares,
fundamento del poder en el Viejo Continente y del expansionismo en dirección al
mundo extraeuropeo.

Pero el ferrocarril y el barco de vapor no fueron las únicas innovaciones en materia


de transporte que transformaron el espacio, aceleraron y unificaron el tiempo e
interconectaron los diferentes ámbitos. El transporte público en las grandes ciudades,
primero con los omnibuses a tracción y, posteriormente, con los tranvías eléctricos y
el metro subterráneo, masificó e intensificó la circulación dentro de las grandes urbes
y articuló estos centros urbanos con las regiones aledañas. Es decir, al tiempo que

30
parecía encogerse el espacio mundial por las facilidades que creaban el ferrocarril y
el barco de vapor, también se " acortaron " las distancias en los espacios más
cotidianos, en las ciudades, aldeas y pueblos. El viejo tiempo de la naturaleza o de
las campanas había quedado definitivamente atrás; con estos modernos medios el
mundo se sumergió de lleno en un tiempo social. Por último, todos estos medios y
sistemas de transporte no estaban desvinculado los unos de los otros. Por el contrario,
existían numerosos puntos de interconexión en las estaciones centrales de los
ferrocarriles y en los puertos marítimos y fluviales. Es decir, estos medios de
transporte articularon estas diferentes especialidades y, con la unificación del tiempo,
enlazaron los disímiles sistemas que de ellos se derivaban.

En el plano de las comunicaciones, las innovaciones tuvieron un impacto en ningún


caso menor. Mucho se habla en la actualidad de que el Internet y los demás modernos
sistemas de comunicación y de transmisión de información han permitido el desarrollo
de los sistemas de comunicación en tiempo real. Pero, primero el telégrafo óptico y
después el telégrafo, el tendido de cables submarinos, la radio telefonía, la radio y el
teléfono acortaron las distancias terrestres, marítimas y aéreas y permitieron una
comunicación prácticamente instantánea. Los cambios, en ese entonces, fueron
quizás aún más revolucionarios porque crearon la idea y dieron un contenido real a la
noción de la instantaneidad.

Al respecto, John Thompson escribe:

- La separación del espacio y del tiempo preparó el camino para otra


transformación íntimamente relacionada con el desarrollo de las
telecomunicaciones: el descubrimiento de la simultaneidad despacializada. En
los primeros períodos históricos la experiencia de la simultaneidad -esto es, de
los acontecimientos que ocurren al mismo tiempo- suponía la existencia de un
lugar específico en el que el individuo podía experimentar los acontecimientos
simultáneos. La simultaneidad presuponía localidad el mismo tiempo
presuponía el mismo lugar. Sin embargo, con la separación del espacio y del
tiempo desencadenada por las telecomunicaciones, la experiencia de la
simultaneidad se separó de la condición espacial. Fue posible experimentar
acontecimientos de manera simultánea a pesar del hecho de que sucediesen
en lugares espacialmente lejanos. En contraste con la exactitud del aquí y el
ahora, surgió un sentido de la hora que nada tiene que ver con el hecho de
estar ubicado en un lugar concreto. Simultáneamente se extendió en el espacio
para finalmente convertirse en global.

La única diferencia con nuestro presente más inmediato es que mientras que las
actuales innovaciones en el plano de la comunicación y de la información sean
masificado velozmente y millones de personas pueden disponer de esos medios
modernos, incluso en sus propios hogares, en el siglo pasado su acceso estaba
restringido a las grandes empresas industriales, los ferrocarriles, las empresas

31
navieras, los militares, las agencias noticiosas y el cuerpo diplomático pero, en ese
entonces, el impacto de estos modernos medios fue muy grande, sobre todo si se
compara con lo que había antes y si se tiene en cuenta que hasta mediados del siglo
XIX la información se transmitía a la misma velocidad del traslado de las personas y
de las cosas. "La tecnología de frontera para la transmisión de noticias era entonces
la paloma mensajera". La única diferencia que presentaban estas tendencias
predominantes a finales del siglo XIX y en nuestro presente más inmediato es la
vertiginosidad, no de la revolución en sí porque las tres se realizaron en un plazo no
mayor a una década (1770, 1880-1990 y 1970-1980), sino su masificación. Si se
requirió que pasarán 40 años para que la radio estuviese al alcance de 50 millones
de personas, fueron necesarios 15 años para que un número similar de personas en
los Estados Unidos tuviera un computador personal pero sólo 4 años para que un
idéntico número de personas tuviera acceso a Internet.

La revolución en los medios de transporte y comunicación, en síntesis, dio un nuevo


contenido de sistematicidad a la conformación de los espacios globalizados,
entendidos estos como redes interconectadas, que con su desenvolvimiento crean y
amplían dichas espacialidades. Con estas innovaciones aparecieron numerosos
sistemas de transporte de mercancías y de personas y modernos sistemas de
comunicación (telegráfico, noticioso) que posibilitaron el surgimiento de
espacialidades diferenciadas, pero siempre en algún punto interconectadas, que
aproximaban a los individuos y a las sociedades en tanto que las personas tenían que
asumir una concepción del tiempo consustancial a estos sistemas, que es lo que a la
postre permite que estos espacios puedan funcionar. Sin un manejo adecuado del
tiempo estas especialidades quedarían vacías y simplemente no podrían operar. Por
lo tanto, estos sistemas nacidos a partir de estas importantes renovaciones
tecnológicas condujeron a una unificación y/o coordinación espacio-temporal,
elemento consustancial a las nuevas formas que estaba asumiendo la globalización.
Con la consolidación de estos espacios (inmateriales pero que constituyen
dimensiones sociales), que dan también una mayor fluidez a la expresión de ideas y
bienes simbólicos, se rompió la territorialidad de los mismos que había sido inherente
al desarrollo de la globalización en las etapas inmediatamente anteriores y se acentúo
el carácter transformador de este proceso en tanto que aceleró cambios en las
distintas comunidades que se adaptan a estas nuevas formas de interdependencia.

En síntesis, si durante las fases anteriores la globalización había constituido


fundamentalmente en un dominio del espacio (el descubrimiento de nuevas zonas
geográficas, el comercio internacional, la constitución de los nuevos espacios
nacionales), con la revolución industrial el manejo del tiempo se convirtió en un factor
de productividad, lo que introduce en una dimensión prácticamente desconocida
hasta entonces. Con esta nueva revolución industrial se produce una expansión y
coordinación de las actividades espacio-temporales. Con ello, la globalización, aun
cuando todavía se encontraba restringida en ámbitos localizados y no afectaba a

32
vastos sectores que habitaban principalmente en las áreas rurales de Europa y a
buena parte del mundo periférico, hace su ingreso con fuerza en la historia.

Al igual que durante el último tercio del siglo XX, con los grandes avances registrados
en estas esferas del siglo XIX, las innovaciones en el campo de los transportes y de
la comunicación, más la solidez del patrón oro con su tasa de cambio fija, la prioridad
otorgada a la estabilidad de cambio que generaba una gran confianza en el sistema
y la consiguiente libertad en el movimiento de los capitales, permitieron integrar las
principales bolsas y dar origen así a un mercado financiero que empezaba a
proyectarse a escala global. Así, por ejemplo, la integración entre los mercados de
capital de Estados Unidos y la Gran Bretaña se produjo a raíz de la puesta en
funcionamiento del cable telegráfico en julio de 1866. esta innovación aceleró el
flujo de información entre ambos mercados con el cable los inversionistas podían
encontrar la información sobre los precios y ejecutar las respectivas órdenes con el
intervalo de un día, en lugar de las tres semanas que demoraba el barco. De acuerdo
con la percepción de numerosos intelectuales de la época, esta fluidez en el
movimiento del dinero constituía el rasgo más importante del capitalismo de la época.
Rudolf Hilfering, en 1910, escribía al respecto: "El capital financiero, en su
consumación, se autonomiza del suelo de donde es originario. La circulación del
dinero será innecesaria; el incesante devenir del dinero ha alcanzado su objetivo: la
sociedad regulada, y el perpetuum mobile de la circulación, encuentra al fin su paz".

Con base en estos cambios, se registró una aceleración en la tasa de crecimiento de


la producción mundial. Esta aumentó en cuatro veces durante el siglo XIX. Pero más
significativo aún fue el hecho de que el crecimiento y la diversificación de la demanda,
aunados a las facilidades en el transporte (rapidez y disminución de los fletes) Y la
consolidación de agentes económicos que comenzaban a actuar en un escenario
global, imprimieron un acelerado ritmo al comercio internacional. Durante el siglo XIX,
este creció en más de 30 veces. Además, este cambio cuantitativo, se registra
también una transformación cualitativa y espacial. La producción de zona geográfica
mente distantes de los principales centros económicos mundiales quedó integrada a
la economía mundial. La composición del comercio internacional también sufrió una
radical modificación. Si antes, debido a las insuficiencias que registraba el transporte,
con altos fletes, el comercio se realizaba entre productos de alto valor, a finales de
este periodo las dos terceras partes consistían en productos de bajo valor (materias
primas). Esta constante demanda de bienes provenientes de las regiones periféricas
llevó a que en ese entonces la participación del conjunto de estos países fuera
relativamente alta en el comercio mundial. Los países de América Latina, África y Asia
aportaban alrededor del 40% de las exportaciones mundiales de materias primas. Aun
cuando no alcanzará una intensidad análoga a la de la fase actual, esta creciente
internacionalización se constituyó en una primera forma de globalización económica.

El inusitado crecimiento del comercio y de los intercambios no hubiera sido posible


de haber seguido defendiendo las tesis mercantilistas y los tratos discriminatorios en

33
relación con terceros países. Gran Bretaña como potencia hegemónica dominante,
promovió a los cuatro vientos el libre comercio y desempeño, de ese punto, un gran
papel en la adaptación por parte de la mayoría de los países libres del mundo de los
instrumentos de la economía de mercado que Inglaterra había aplicado previamente
en su espacio nacional y en la liberalización de los intercambios, lo que se tradujo en
la suscripción de un conjunto de acuerdos de liberación del comercio entre los
principales países de Europa y América. Es decir, al igual que a partir de la década
de los años 80 del siglo XX, la aceleración de estos intercambios y la unificación de
un naciente mercado mundial difícilmente hubiesen alcanzado tal envergadura si no
hubiesen estado acompañados de una ideología que le sirviera de soporte. La
direccionalidad en ese entonces y ahora ha asumido la globalización económica ha
sido tributaria al peso ejercido por la ideología y a la capacidad de determinados
poderes políticos para ponerla en funcionamiento. Ello nuevamente demuestra que
nada dista más de la realidad que la idea de qué es la globalización sería un proceso
carente de relaciones de fuerza y poder.
La intensificación de los contactos económicos y la nueva interdependencia que se
estaba creando a partir del comercio internacional, en condiciones en que los países
centrales manifestaban una gran necesidad de productos provenientes de las zonas
periféricas, dio origen también a un sustancial crecimiento de las inversiones
extranjeras. De acuerdo con la información de la Unctad, más del 50% de las
inversiones en destinaba a la explotación de recursos primarios, 30% al transporte y
el 10% a las manufacturas. Gran Bretaña difería en ese entonces de los otros grandes
inversionistas mundiales, como Francia y Alemania. Mientras estos destinaban el
grueso de sus capitales al mismo continente europeo, Gran Bretaña canalizaba sólo
el 5% al Viejo Continente, radicaba el 46% de sus posiciones de ultramar, el 25% de
los Estados Unidos y el 18% en América latina. Gran Bretaña actuaba como una
genuina potencia global capaz de imprimir una orientación a la manera como se
estaban desplegando las tendencias globalizadoras en la economía.

Una tendencia propia de este periodo fue el gran auge registrado por las migraciones
internacionales. La difícil situación económica y social por la que atravesaban varios
países europeos, las facilidades en el transporte, la incorporación de nuevas regiones
a la economía mundial y la demanda de mano de obra ocasionaron una gran
migración de europeos dentro de Europa, pero también (sobre todo a raíz del fin de
la trata de esclavos) en dirección a América y Oceanía, principalmente. Esta corriente
migratoria, presente ya en la primera mitad del siglo se intensificó sobre todo en el
último tercio del siglo XIX entre1880 y 1913 más de 35 millones de personas salieron
de Europa en busca de mejores oportunidades laborales y se desplazaron a otros
continentes, 10 millones de rusos se asentaron en Siberia y en Asia central, 1 millón
de europeos del sur se instalaron en África del Norte, 12 millones de chinos se
desplazaron en dirección al sur y sureste de Asia y 1 millón y medio de hindúes se
instalaron en el sur de Asia y en el este y sur de África.

34
El volumen migratorio fue muy importante en determinados países. Para Estados
Unidos llegó a representar más del 30% de su fuerza de trabajo y una correspondiente
reducción de un casi 20% en los países de origen (Italia, Irlanda, Suecia, etc.). Esta
migración -que a veces se radicaba en el país de destino y en otras se mantuvo bajo
la forma de un flujo continuo de idas y venidas a tu país de origen-, mucho mayor en
volumen e importancia que los actuales desplazamientos humanos, no sólo constituye
una evidencia de que en el siglo XIX se estaba asistiendo también a un acelerado
proceso de internacionalización social, favorecido por la inexistencia de obstáculos
para la movilidad (valga recordar que en ese entonces no se requería ni de pasaportes
ni de visas), situación prácticamente imposible hoy dado a los enormes frenos que
existen para la libre movilidad de mano de obra, sino que también se convirtió en un
fenómeno muy significativo por los saberes, ideas y habilidades que estas
migraciones llevaban consigo a los países de destino.

Esta segunda Revolución Industrial no afecto por igual a las distintas regiones del
planeta. Si hacia 1800, Europa Occidental, que representaba el 10% de la población
mundial, realizaba el 15% de la producción mundial mientras que, en 1913, las zonas
más desarrolladas del Viejo Continente y Estados Unidos que alcanzaban el 17% de
la población del planeta, representaban casi el 50% del producto mundial. De modo
más evidente que la primera revolución, fue un sólido impulso a la diferenciación entre
un centro y va a estas zonas periféricas. Es decir, en momentos en que se fortalece
la internacionalización, los países más desarrollados fueron capaces de crear
sistemas económicos autocentrados y pudieron sacar provecho a las nuevas
tendencias mundiales. Esto se puede observar claramente en la estructura de la
producción y la demanda. Entre 1820 y 1913 la población norteamericana ocupada
en la producción primaria descendió del 70% al 27%, y creció proporcionalmente el
número de personas ocupadas en la industria y los servicios. Por el contrario, en las
zonas periféricas se mantuvo la anterior estructura de trabajo y de producción.

Durante el periodo de dominio británico los estados se mantuvieron como


organizaciones plenamente soberanas de la vida internacional. Es más, aquellos que
no disponían de una configuración estatal nacional propia como Alemania e Italia, se
apresuraron a conformar Estados, factor fundamental que debía garantizar una
adecuada internacionalización. No existían instituciones capaces de disputar la
hegemonía al Estado. Todo el andamiaje del sistema internacional, es decir, las
formas de equilibrio de poder y los resortes del derecho internacional reconocían esta
preeminencia. Incluso, los grandes banqueros y comerciantes que llegaron a disponer
de inmensas fortunas y grandes cuotas de poder siempre actuaron de común acuerdo
con los Estados y principalmente con el británico. Es decir, durante toda esa época
fueron inexistentes las organizaciones con una vocación autónoma de la actividad de
los Estados en la vida internacional. Recalcamos este punto por dos motivos: de una
parte, para demostrar el inmenso poder que ostentaba en los Estados y no obstante
las transformaciones que estaban teniendo lugar, el sistema internacional seguía
atado a una lógica de funcionamiento de tipo interestatal. De la otra, porque en la

35
segunda mitad del siglo XIX empezaron a aparecer instituciones que prefiguraban las
formas de organización internacional del siglo XX. En 1865 se crea la Unión
Telegráfica Internacional; en 1874 se instituyó la Unión General de Correos, en
1875 la Comisión Internacional de Pesos y Medidas, en 1879 la Convención para
la Reglamentación Internacional de las Rutas Marítimas, etc., instituciones que,
sin desafiar el poder de los Estados, comenzaron a volver más compleja la vida
internacional en tanto sirvieron de marco regulatorio en campos determinados y por
qué eran institucionalidades que contribuían a resolver problemas que los órganos
estatales por sí solos ya no podían solucionar.

En cuanto al colonialismo y al imperialismo, conjunción de nacionalismo con


economía industrial y mercantil, su relación con la globalización es ambigua: de una
parte, llevó la lógica de dominio territorial europeo hasta los últimos confines del globo.
En ese sentido, no sería equivocado sostener que amplió el espacio mundial del
capitalismo internacionalizado, ubicó nuevos pueblos bajo su racionalidad y aumento
de la interdependencia y las potencialidades de la globalización. Pero, del otro lado,
los sistemas de administración en las colonias garantizaban el monopolio de la
metrópoli y excluían a las potencias foráneas del radio de acción de sus zonas de
dominio. Además, la manera como estos países integraban y la intensidad de la
inserción era una decisión política adoptada por las autoridades de la respectiva
metrópolis. Por lo tanto, las colonias no disponían de mecanismos para favorecer su
desarrollo en un contexto global, de ahí que no se pueda hablar de una inserción de
estos países en un esquema globalizado. Sin embargo, con respecto a los países
europeos que no eran colonias, la internacionalización de la economía mundial creó
condiciones para su rápida modernización. En ocasiones las migraciones, los flujos
de ideas, saberes y técnicas, las inversiones, la utilización de los recursos de
exportación para la adquisición de bienes de capital permitió que países como
Estados Unidos, Japón y Rusia emergieran como importantes centros de desarrollo
económico, significativos poderes políticos y focos de renacimiento cultural. Es decir,
durante esta fase Europa empieza a sufrir una aguda competencia por parte de
algunos Estados extracontinentales. El sistema mundial que parecía organizarse en
torno a Europa como eje central empieza a fragmentarse poco a poco en varios
centros de poder. Esto ocurre porque la globalización en lugar de anular, potencia la
modernización, sobre todo en aquellos países que conciben una estrategia nacional
de adaptación al entorno global.

Conviene recalcar un elemento poco referenciado en la literatura especializada: si


bien es cierto que el país más exitoso desde el punto de vista de la industrialización
fue la gran Bretaña y que su modelo intentó ser exportado, sobre todo muchos años
después cuando entraron en boga las teorías de la modernización, en el mismo
continente europeo se presentaron distintos esquemas de modernización. El alemán,
al cual parcialmente nos hemos referido, constituyó uno muy particular, pero también
lo fue el francés:

36
- fuertemente centralizado, a semejanza de la naturaleza específica del Estado
francés -escribe Jean-Philippe Peermans- qué traducía, en la edificación, el
compromiso típico francés entre las fracciones rentistas, burocrática e
industrial de la burguesía, el urbanismo de esta época era una expresión
concentrada en la originalidad del desarrollo de la Francia del siglo XIX (...) es
sorprendente constatar que la progresión del ingreso per cápita en Francia fue
durante el siglo XIX mucho mayor que el aumento del capital per cápita, si lo
comparamos con la situación inglesa y alemana. Éste fenómeno fue resultado,
entre otras, de la importancia del artesanal y de su capacidad para enfrentarse
a las nuevas necesidades engendradas por las municiones socioeconómicas
gracias a esta inflexibilidad de las formas no industriales, estas producciones
resistieron bien las transformaciones provocadas por la extensión de la red
ferroviaria. Contribuyeron a la diversificación del consumo y al incremento del
producto material mucho más de lo que dejan entrever las series estadísticas
preocupadas exclusivamente por el registro de los "verdaderos" bienes
industriales.

De esta vía alterna de modernización se pueden extraer dos conclusiones: de una


parte, ni siquiera en el siglo XIX se puede considerar el modelo inglés como la única
vía para alcanzar la modernización, situación que se repite en nuestro presente
cuando para muchos asumir la globalización no significa otra cosa que importar
acríticamente el modelo anglosajón. De la otra, existe una inmensa carga histórica
que explica por qué los países propenden por esquemas particulares de
modernización. Incluso el inglés es tributario de un determinado tipo de historia y se
inscribe en una definida historicidad. El francés optó por sellar una serie de
compromisos que permitieron el país alcanzar altos niveles de desarrollo social, así
los indicadores económicos no alcanzaron la amplitud del caso británico.

En cuanto al imperialismo, la tradición socialista lo entendía como una forma de


globalización. He sabido que para Carlos Marx el capital no era nacional sino que era
cosmopolita y transnacional. De ahí que el famoso lema "proletario del mundo, unido"
consistiera en organizar en forma internacional a los obreros de todo el mundo para
que políticamente pasarán a ejercer un dominio global sobre el capital. Los teóricos
sobre el imperialismo, Rudolf Hilferding, Rosa Luxemburgo, Nicolás Bujarin y Lenin
se inscribían en esta misma perspectiva y, no obstante sus a veces profundas
diferencias, concordaban en que el socialismo era posible por el elevado nivel de
internacionalización que había alcanzado el capital financiero. En ese entonces, por
lo tanto, el desarrollo alcanzado por la sociedad moderna (las fuerzas productivas)
creo un Imaginario similar a uno de los existentes en nuestros días. Numerosos eran
los pensadores que creían que el desarrollo había alcanzado un nivel tal y que por
haber alcanzado una dimensión global, el mundo entero estaba preparado para
transitar hacia una fase completamente nueva, un estadio histórico superior con el
que se concluiría el capítulo de la prehistoria en el desarrollo de la humanidad. A partir
de su inspiración hegeliana, los revolucionarios del siglo XIX también asociaban en la

37
globalización (definida en términos de imperialismo) Al fin de la historia. No debe
extrañarnos, por lo tanto, que en condiciones como las imperantes en nuestros
tiempos, esta misma idea renaciera, aunque disfrazada con un ropaje diferente: si
antes del futuro pertenecía al socialismo, Francis Fukuyama proclamó nuevamente el
fin de la historia pero esta vez se expresaba en el tiempo del capitalismo de occidente
y del liberalismo.

Por último, durante esta fase, se asistió grandes innovaciones científicas y técnicas
que, junto a la renovación de los medios de transporte, crearon las condiciones para
la emergencia posterior de los modernos sistemas de comunicación y de las industrias
culturales, lo que se tradujo en una intensificación de los flujos culturales mundiales.
Ya hacia mediados del siglo XIX existía una gran demanda de información por parte
de los círculos financieros, comerciales, militares y políticos. Esto se convirtió en un
sólido estímulo para la aparición y consolidación de agencias noticiosas (Havas en
Francia en 1835, Wolf en Alemania en 1848, Reuter en Gran Bretaña en 1851) Y para
la masificación de medios de comunicación impresos. No fue extraño que
precisamente en esos años los periódicos se convirtieron en importantes empresas
que empezaban a contar con una planta profesional de periodistas y que se
beneficiaron del perfeccionamiento de las impresiones son las rotativas que, en el
caso de los periódicos, permitía producir, a mediados de los años 60 más de 35 mil
ejemplares por hora. Algo similar ocurría con la industria del libro. La instrucción, la
existencia de un público cultivado y la demanda de información se convirtieron en un
sólido estímulo para el surgimiento de un mercado del libro. Es decir, la información
y el saberse entronizaron en el mercado y permitieron que el saber y la información
(principalmente occidental) se difundieran en todo el globo.

Igualmente, en esta época se perfeccionó la fotografía y hacia finales del siglo tuvo
lugar la primera proyección cinematográfica (28 de diciembre de 1895 en París).
En 1899, Guglielmo Marconi realizó la primera comunicación basada en ondas herz
entre Inglaterra y Francia con lo cual se dio nacimiento a la telegrafía sin hilos. En
1885 se realizó la primera grabación Sonora analógica, producción que empezó a
ser explotada por grandes empresas especializadas en la reproducción sonora
(Deutsche Grammophon Gesellschaft en 1898 y Columbian Brodcasting System en
1889). Si a esto sumamos las masivas migraciones, la expansión del comercio
internacional y de las inversiones y las políticas imperialistas y colonialistas,
fácilmente se puede suponer que los vínculos en el mundo se volvieron más sólidos
y los contactos culturales más estrechos. Sin embargo, sería erróneo suponer que
con estas innovaciones se aceleró la globalización cultural. Más bien se podría hablar
de una intensificación de la internacionalización cultural y del surgimiento de los
factores que harán posible en los años venideros el desarrollo de las industrias
culturales. Pero lo que sí es muy significativo es que la cultura asumió los canales de
distribución del mercado de lo cual se desprende que con el tiempo parecieran
industrias culturales y se producirá una acentuación de mercantilización de los bienes
culturales. A ello cabe agregar Que el espesor cultural de los pueblos de Asia y África,

38
a veces con sus grandes civilizaciones y en otras porque el comercio constituía una
actividad muy localizada, sirvió de barrera impermeabilizadora para la penetración
cultural europea, por lo que el radio de acción de esta quedó confinado básicamente
A Europa, las colonias blancas de Oceanía y el continente americano.

En lo relativo a la cultura, también conviene resaltar que el periodo en cuestión se


caracterizó por el afán de desvirtuar algunas de las bases en las que se había
sustentado la racionalidad ilustrada del siglo XVIII. Marx, Freud y Nietzsche
personificaron estas tendencias. El primero por su explicación científica de rechazo a
la sociedad capitalista, el segundo porque demostró que en muchas acciones los
individuos están motivados por circunstancias que no controlan y el último, con su
figura de Super hombre a moral que se interesa más en sí mismo que en el deber
social. Es decir, se empezó a cuestionar la racionalidad de los proyectos ilustrados
hegemónicos tal cual existían en ese entonces. Aquí nuevamente podemos
establecer un parangón con nuestro presente inmediato. En alguna medida, el
posmodernismo desempeña un papel similar al de estas tesis contestatarias a los
discursos hegemónicos y alimentan la idea de ruptura con el pasado y de inicio de
una nueva era.

En síntesis, durante esta segunda revolución industrial se produjo el cambio más


profundo en lo que respecta a la globalización. Si hasta finales del siglo XVIII,
coexistían varias economías mundo, de acuerdo con la terminología de F. Braudel, Y
las interpenetraciones entre los pueblos se habían intensificado, pero seguían siendo
laxas, ya que el principal medio de interacción lo constituía el comercio internacional,
es decir, en ese entonces la globalización sólo existía avant la lettre, En la segunda
mitad del siglo XIX se puede hablar de un mundo propiamente internacionalizado que
empieza a evolucionar hacia la constitución de una economía mundial. En torno a
dicho mundo aparecen referentes cosmopolitas e identificatorios de los individuos, las
migraciones fortalecen la convergencia social y las políticas predominantes y el
colonialismo extienden el poder de occidente hasta los espacios más remotos del
planeta, el imperialismo alimenta la idea del fin de la historia, la transmisión de
información se agiliza y aparecen algunos bienes culturales que comienzan a ser
mercantilizados. Por último, con la aparición de países en franco desarrollo en
regiones europeas el mundo intensificó la globalización y surgió, por vez primera, una
historia mundial de contenido global. Pero, en general, fueron los países que supieron
conjugar modelos nacionales de inserción en las circunstancias (las colonias por
razones obvias se mantuvieron al margen de esa tendencia) Los que terminaron
obteniendo mayores beneficios en un entorno internacional.

39
LA TERCERA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL Y LA GLOBALIZACIÓN

Desde varios puntos de vista, el periodo comprendido entre finales de la década de


los años 60 e inicios de los 70 fue crucial para la historia contemporánea. En ese
entonces se desencadenó un conjunto de situaciones y todas ellas -cada una con su
propia carga valorativa, ritmo e intensidad- pueden identificarse con una nueva etapa
por la cual transcurre la globalización. En primer lugar, en estos años tuvo lugar
acontecimiento capital, las revueltas del 68, que dieron origen a una verdadera
revolución mundial, poco comprendido en ese entonces, o simplemente entendido en
su inmediatez, como síntoma de malestar social de jóvenes cuando en realidad fue
un evento que de hecho sacudió los cimientos de sociedades modernas,
independientemente de su naturaleza socialista, capitalista o desarrollista.

- Mayo del 68 puede interpretarse como el momento en que se resquebraja el


tramado social sobre el que se apoya el mundo industrial de los "tiempos
modernos". Sus protagonistas, esos jóvenes nacidos después de la Segunda
Guerra Mundial, ya no soportan lo que denuncian como hipocresías de la
sociedad burguesa.

Un aspecto que queremos revelar es la sincronicidad de este tipo de eventos que,


como lo hemos señalado, constituye una faceta de la globalización porque da sentido
a un espacio y tiempo mundiales y a sus imaginarios, tales como Checoslovaquia,
China, Estados Unidos, Italia, Francia, Alemania, México e incluso la mediterránea
Bolivia, por citar algunos, tenían en común si nos atenemos a los patrones
predominantes de desarrollo en cada uno de ellos. Unos eran socialistas, otros
desarrollados y los últimos en vías de desarrollo, pero todos tuvieron en común una
serie de rasgos que permiten identificar estos sucesos como resultantes de una
cicatriz común y, por ende, como fenómenos sincronizados. No fue casualidad que
un hombre de la perspicacia de Fernando Braudel comparara a estos acontecimientos
con las revoluciones culturales del renacimiento y de la Reforma europeas, puesto
que "sacudió el edificio social, rompió los hábitos y las resignaciones y el tejido social
y familiar quedó lo suficientemente desgarrado como para que se crearán nuevos
géneros de vida en todos los niveles de la sociedad.

Estas revueltas fueron una clara expresión de grandes cambios que se estaban
presentando en distintos niveles del edificio social. El desarrollo de la educación,
ligado a las políticas del Estado de bienestar inducido por las transformaciones
modernizadoras que estaban teniendo lugar en el plano de la economía, se tradujo
en un significativo incremento del número de estudiantes que frecuentaba en los
centros de educación superior. En Francia, por ejemplo, el 15% de los jóvenes
estudiaba en uno de estos establecimientos en 1970 en contraste con el 4% que
frecuentaba la universidad en la década de los 50. La educación superior estaba
dejando de ser un privilegio para unos pocos y se estaba convirtiendo en un

40
mecanismo de movilidad social para nuevos sectores sociales. Pero la educación no
sólo estaba acabando con las rigideces sociales de antaño, también se encontraba
en el trasfondo de otro tipo de consecuencias: esta generación de jóvenes era más
ilustrada que la de sus progenitores, se había adueñado y había interiorizado los
modernos avances técnicos y tecnológicos, y en lo que respecta a los países
desarrollados, se había creado e instruido durante la época dorada del capitalismo y,
además, desconocía en carne propia los horrores de la guerra; era, en síntesis, una
generación más instruida y como había transcurrido su existencia en un medio más
libre, era mucho más exigente que sus padres y cuanto a una mayor libertad. "Lo que
los hijos podían aprender de sus padres -escribe E. Hobsbawn- resultaba menos
evidente que lo que los padres no sabían y los hijos si".

Por otra parte, los cambios en el proceso de producción estaban ocasionando el


declive cuantitativo, y, por lo tanto, también cualitativo de la clase obrera. Esto no sólo
entraño una sensible merma en la capacidad de este actor para seguir incidiendo en
la vida nacional, como lo venía haciendo desde finales del siglo XIX. Tanto o más
importante aún fue que esta decadencia transcurrió paralela al crecimiento
cuantitativo de sectores medios, así como de técnicos profesionales en el seno de las
unidades productivas, y con ellos el individualismo, antes concentrado sólo en
segmentos de las élites dominantes, comenzó a ganar terreno al colectivismo.

También esta fue una época en que se modificó el papel de la mujer en la sociedad.
No sólo por el creciente número de mujeres que se convirtieron en cabeza de hogar,
sino porque muchas de ellas ingresaron masivamente a la vida laboral, se convirtieron
en un nuevo actor político y con ello la anterior representación social estructurada en
torno a las clases sociales comenzó a desdibujarse a favor del reconocimiento de
nuevas formas de representación social y política. Es decir, en momentos cuando se
produjo esta conmoción social cuya máxima expresión se alcanzó con las revueltas
del 68, se estaba frente a una cambiante y, por lo tanto, también incierto escenario
político y social en el que se entremezclaban las antiguas y las nuevas formas de
representación social y política.

A esto se añade el hecho de que durante estos años dorados aumentó sensiblemente
el bienestar general de la población, los incrementos salariales reales fueron
elevados, el desempeño se mantuvo en niveles muy bajos y, por lo tanto, la capacidad
de consumo de bienes materiales, culturales y simbólicos fue extremadamente fuerte.
Esto acentuaba las tendencias individualistas, en tanto que la satisfacción de las
necesidades pasaba cada vez más a través del consumo y se realizaba menos en los
ambientes públicos. Desde dos ángulos estas tendencias afectaron particularmente a
los jóvenes: de una parte, se manifiestan síntomas de rebeldía contra esta dictadura
del consumo, pero, de la otra, jóvenes de todo el mundo, esos 270 millones que
mencionábamos anteriormente, gracias a los avances registrados por los medios de
comunicación, hacían parte de una cultura que se globalizaba y ellos precisamente

41
eran uno de los principales blancos de las industrias culturales (moda, música, series
televisivas).

La sincronía espacial no sólo se expresaba en el plano cultural. La misma tendencia


se observaba también en el plano económico. Hacia finales de los años 60 se asistió
a una crisis simultánea de otros modelos de desarrollo predominantes en el Este, el
Sur y Occidente, de los cuales sólo el capitalismo desarrollado finalmente encontró
un sustituto mediante la adopción de un esquema flexible de acumulación. La mayor
parte de los países del sur se mantuvieron en una lenta y agónica situación de
anquilosamiento hasta que la crisis de la deuda externa los obligó a abandonar sus
esquemas anteriores de desarrollo y propender a la implantación de un modelo que
se orientará hacia una mayor interacción internacional al tiempo que facilitaba la
importación de estrategias externas a la economía nacional. Por su parte, los países
del este después de múltiples esfuerzos por reformar el sistema, por introducirle
flexibilidad al rígido sistema planificador, optaron -particularmente después del arribo
de Gorbachov al poder en la Unión Soviética en 1985-, por abandonar la planificación
central y se dispusieron a poner en marcha lo que en ese entonces denominaban una
" economía socialista de mercado ", pero que con la revolución pacífica de 1989 tuvo
un desenlace inesperado por cuanto la dinámica de las cosas los condujo finalmente
por la senda del capitalismo, la economía del mercado y, por ende, ocasionaron un
desmantelamiento del sistema socialista y aceleraron la integración en la economía
mundial. Es decir, durante estos años tanto en el Este como en el Sur se inició el
abandono de los antiguos esquemas de acumulación y desarrollo, y finalmente
decidieron intensificar los mecanismos de interacción con las economías del mundo
desarrollado.

En los países desarrollados, el sistema económico que había permitido el crecimiento


y el bienestar de los años dorados también comenzaba mostrar síntomas de crisis. El
fordismo, como mecanismo de acumulación también había empezado a llegar a una
situación de no retorno: el incremento de las capacidades de consumo de la población
ya no constituía un estímulo suficiente para las empresas por cuanto éstas, dados los
importantes avances registrados en la automatización de la producción, disponían de
capacidades productivas que superaban con creces la demanda del mercado interno.
Por otra parte, los modernos medios de producción exigían grandes inversiones,
razón por la cual las empresas deben acortar el ciclo productivo y recuperar
prontamente sus inversiones, para lo que necesitaban expandir sus mercados de
colocación de productos. Es decir, debían ampliar su radio de acción y volcarse hacia
la economía mundial. Además, las modernas tecnologías volvieron obsoletas muchas
de las producciones a gran escala, propias de la época fordista, que comenzaban a
ser sustituidas por redes de pequeñas empresas con vida útil precisa. Por su parte,
la exacerbación de la competencia en el mercado mundial entre las grandes
empresas, en condiciones en que se pluralizaba la demanda y en que para mantener
mercados cautivos era necesario recurrir a constantes innovaciones productivas y en
los productos ofertados, obligaba a un acontecimiento del ciclo productivo para poder

42
ofrecer nueva gama de productos. Por último, pero no por ello menos importante, las
nuevas tecnologías de las comunicaciones, la modernización de los transportes y de
manera muy especial la revolución informática ocasionó un gran impacto en la esfera
de producción (nuevas industrias, robotización, informatización de la producción,
etc.), En la organización industrial y en la comercialización de bienes. El anhelo de la
gran ciudad industrial, cuyo ejemplo clásico con la General Motors, pertenecía a la
historia. Comenzaba la era de las industrias posfordistas, constituidas por redes de
dispersas empresas medianas y pequeñas en regiones aledañas o, cuando era el
caso de conquistar nuevos mercados o encontrarse en proximidad a importantes
nichos de mercado, en países distantes. En los países periféricos, lugares en los
cuales el fordismo fue débil y donde también se dificulta encontrar ejemplos
posfordistas, La modalidad de acumulación flexible se realizó básicamente mediante
la implantación de las industrias maquiladoras, entidades productivas libres de
cualquier tipo de autoridad política, flexibles en su producción y sobre todo
caracterizadas por ser unidades donde son escasas o inexistentes las regulaciones
laborales. En México, por ejemplo, la industria maquiladora a lo largo de sus más de
30 años, sólo ha podido integrar menos del 3% de partes y componentes de origen
nacional a los procesos de producción.
Al respecto, conviene hacer una pequeña salvedad: este tránsito de uno a otro
régimen de acumulación se debe entender en perspectiva, es decir, como tendencia
y no como una situación consumada. En efecto, en ese entonces se empieza a asistir
a cambios en los marcos de relación salarial y laboral, nuevas formas de producción,
modernos sistemas de gestión, etc., todo lo que apunta a dejar atrás el esquema
fordista. Pero ello no se debe interpretar, como ocurre en parte sustancial de la
literatura, como si se hubiera producido un cambio radical que habría modificado la
naturaleza misma del capitalismo. Como señala el mismo David Harvey, el geógrafo
que popularizó la noción de la acumulación flexible,

- empíricamente, no existen evidencias de semejante cambio general, aunque


evidentemente tampoco ha permanecido estático. FR, Baltimore, donde la
Bethlehem Sreel solía emplear a 30,000 trabajadores, en la actualidad produce
la misma cantidad de acero con menos de 5000, de modo que la estructura de
empleo en el sector fordista ya no es la misma. El alcance de este tipo de
reducción de plantilla y la extensión de los contratos temporales en el sector
fordista han generado algunas de las condiciones sociales de la fluidez y la
inseguridad de las identidades que ilustra de manera ejemplar lo que podría
llamarse posmodernidad.

Para entender la evolución de la globalización económica y como se convierte en una


válvula de escape a la crisis, se deben tomar en consideración dos acontecimientos
adicionales que desempeñaron un papel de primer orden. De una parte, el 15 de
agosto de 1971 las autoridades norteamericanas decidieron suprimir la convertibilidad
del dólar en oro, lo que dio origen a una gran devaluación de la divisa norteamericana
y una correspondiente revalorización de las otras Monedas internacionales,

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particularmente el yen y el marco. Esta decisión estuvo motivada por el enorme déficit
exterior de Estados Unidos frente a sus dos grandes competidores: Japón y Alemania,
lo que había sido provocado por una intensificación de la competencia internacional
entre la potencia hegemónica y las dos potencias mercaderes. El resultado fue una
recuperación de la competitividad de Estados Unidos, una mayor rentabilidad para
sus empresas y un mayor equilibrio en su balanza comercial. Con esta decisión, el
peso en la mantención global del sistema se transfirió a Japón y Alemania, lo que
había sido provocado por una intensificación de la competencia internacional entre la
potencia hegemónica y las dos potencias mercaderes. El resultado fue una
recuperación de la competitividad de Estados Unidos, una mayor rentabilidad para
sus empresas y un mayor equilibrio en su balanza comercial. Con esta decisión, el
peso en la mantención global del sistema se transfirió a Japón y Alemania, se
exacerbó la competencia a nivel internacional y el pivote del sistema de Bretton
Woods, la relativa estabilidad financiera del periodo de posguerra, cedió su lugar a
una gran variabilidad, de donde se desencadenó la globalización financiera.

El otro evento fueron las crisis del petróleo de 1973-1974 y de 1979 a 1980, con las
cuál el precio del crudo importado subió de 3,73 dólares por barril en 1973 a 33,50
dólares en 1980. Estas crisis no fueron la causa de transformaciones estructurales,
como se sugiere a veces, sino simplemente agudizaron las tendencias que ya venían
latentes y que exigían una pronta solución. En un periodo de ocho años, los países
de la OPEP obtuvieron un excedente de 360 mil millones de dólares, de los cuales la
mitad se depositó en bancos Occidentales y el 40% se invirtió en los países
desarrollados. Esta inmensa masa monetaria en circulación fue ofrecida por los
grandes bancos principalmente a los países en vías de desarrollo en forma de créditos
con bajas tasas de interés, antecedente que explica la crisis de la deuda que estalló
a inicios de la década de los años 80.

En cuanto a los países del Este, y de modo especial la Unión Soviética, esta crisis los
favoreció enormemente: la URSS, en su calidad de primer productor mundial de
petróleo, dispuso de inmensos recursos financieros que le permitieron esconder las
disfuncionalidades de su modelo y prolongan así la lenta agonía de su sistema. Pero
también los hidrocarburos permitieron que se intensificará la interdependencia de
estos países con la economía capitalista mundial, ya que empezaron a disponer de
divisas que se utilizaron para adquirir masivamente productos occidentales. Por eso
los años dorados de la Unión Soviética se prolongaron hasta finales de la década de
los 70. Los demás países socialistas también se beneficiaron a su manera, de esta
bonanza. Cuba, por ejemplo, fue autorizada para reexportar el petróleo soviético que
adquiría abajo precio a cambio de azúcar. Otros países, entre ellos un buen número
de Estados de la Europa Central, al igual que buena parte de los latinoamericanos,
contrajeron deudas con la banca internacional, fenómeno que fue agudamente
resentido por algunos países como Polonia que a inicios de los 80´s, tuvo que hacer
frente a una aguda crisis económica y social que casi se llevó por delante al gobierno.

44
Por último, para los países desarrollados, en su calidad de grandes importadores de
petróleo, estas crisis sirvieron de estímulo para aumentar sus capacidades
exportadoras y poder mantener así el equilibrio de sus balanzas de cuentas corrientes
y acelerar la reconversión, modernización productiva con el fin de reducir su
dependencia de la importación de hidrocarburos. Con respecto a todos estos países,
es decir los exportadores de petróleo, en desarrollo no petroleros, socialistas y
altamente industrializados, estas crisis se convirtieron en acontecimientos que
aceleraron e intensificaron la internacionalización de sus economías.
Ante el adverso panorama financiero y comercial incentivado por el aumento del
precio del petróleo, no fue extraño que en los países desarrollados se planteará con
mayor urgencia la necesidad de buscar una salida a la crisis, sobre todo cuando la
tasa de crecimiento de los países de la OCDE había descendido del 3,9% en el
período 1960-1968 al 1.9% entre los años 1973 y 1979.

Al fin el capitalismo desarrollado encontró un sustituto al fordismo en el capitalismo


trasnacional, lo que dio origen a significativos cambios en los procesos laborales, de
producción y las formas de consumo. El encarecimiento del capital, el acortamiento
del ciclo de producción y las altas inversiones en investigaciones impulsaron a las
empresas a buscar nuevos mercados en el exterior para amortizar las altas
inversiones y acrecentar los beneficios. Con ello, la anterior inclinación de las
empresas de producir para un mercado interno se sustituyó por la producción para
los mercados mundiales. El aumento de volumen de capital que requerían las nuevas
inversiones debido a la aceleración del cambio tecnológico y la reducción del tiempo
útil de la producción, determinó que la capacidad adquisitiva en el mercado nacional
no bastará para amortizar estas elevadas inversiones. La internacionalización, de esa
manera, se convirtió en un requisito para la sobrevivencia de las empresas y para
mantener la competitividad de las economías nacionales.

Este proceso que afectó primero a las grandes empresas, rápidamente se extendió
hacia las medianas y pequeñas unidades. Las empresas medianas fueron
precisamente las que se encontraron en una posición de mayor fragilidad -su
producción se destinaba fundamentalmente a abastecer el mercado nacional- Ya que
fueron aventajadas desde arriba por las grandes transnacionales que entraron a
competir en sus mercados y, desde abajo, por las nuevas oportunidades productivas
inauguradas por la revolución informática, ocasionando una acentuación de la
flexibilización productiva, que ha permitido que los pequeños productores se apropien
con mayor agilidad de estos avances científicos y tecnológicos y entren a competir en
campos fuertemente especializados.
Es decir, la aparición de importantes segmentos transnacionales consolidados en la
economía mundial rompió con la unicidad de los espacios económicos nacionales,
que sólo tangencialmente entraban en contacto, entre sí a través de las actividades
comerciales internacionales. Además de la gran movilidad que el fin de la
convertibilidad del dólar y las crisis del petróleo imprimieron los flujos financieros, que
dieron origen a la aparición de circuitos monetarios transnacionales, la flexibilización

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de la producción inauguró especialidades diferenciadas para el funcionamiento de las
empresas. En este plano, los cambios más importantes que se presentan son dos: de
una parte, la aparición y consolidación de nuevas especialidades en el funcionamiento
de la economía; además de los tradicionales en espacios internacionales, nacionales
y mundiales se consolida un ambiente macro regional (que involucra a países
colindantes o a zonas fronterizas al margen de la actividad de los estados). De otra
parte, se produce una interpenetración entre estas espacialidades que poca relación
guarda con una configuración tipo piramidal; más bien constituye una compleja red
de espacios que interrelacionan de acuerdo con la lógica de funcionamiento de la
economía de mercado.

Esquemáticamente se puede decir que los espacios local y nacional se constituyen


en los escenarios privilegiados para la actividad de las pequeñas y medianas
empresas industriales, comerciales y agrícolas, aun cuando en medida en que se
liberalizaron los flujos comerciales se asentó la presencia de grandes empresas. El
nivel macro regional representa el ámbito donde operan las exitosas firmas nacionales
que se encuentran en competencia de internacionalizar su producción o servicios,
obtienen ventajas en la ampliación de sus antiguos mercados nacionales a uno macro
regional o se benefician igualmente de las restricciones que se desprenden de los
mercados regionales (generalmente institucionalizados) para la actividad de las
empresas de terceros países. En esta especialidad también son muy las grandes
empresas trasnacionales que por regla general instalan alguna filial, para conquistar
desde adentro el mercado regional.

Por su parte el mercado propiamente mundial constituye el escenario en que


despliega su actividad las Grandes Firmas Trasnacionales, sobre todo aquellas que
se desarrollan en actividades en el ámbito de la industria aeroespacial, la electrónica,
los de semiconductores y la industria farmacéutica, es decir, en aquellas formas en
las que por sus niveles de tecnología requieren de vastos mercados Interregionales.
Pero también en este nivel son muy activas las pequeñas empresas muy modernas y
altamente especializadas, asentadas en la localidad específica y que disponen de la
flexibilidad necesaria para sus productos ante los mínimos cambios que se
representan en el panorama económico nacional, regional o mundial.

De esta dinámica que asume la economía mundial en su fase actual conviene resaltar
un par de elementos que establecen una marcada diferencia con la tendencia que el
capitalismo había asumido prácticamente de sus orígenes. Si desde la constitución
territorializada de las naciones se intento homogeneizar los espacios nacionales, lo
que -en lo económico- debía dar lugar a la conformación de una especialidad única,
la tendencia que se empieza a traslucir marcadamente a partir de esta fase, al
construir redes espaciales de interacción económica, es la liberación de la región y
de la localidad del manto homogeneizador de la nación, lo que les abre perspectivas
de desarrollo al margen, e incluso a veces en contravía de la "voluntad” de la misma
nación y la inserta dentro de la dinámica mundial. Esto obedece básicamente a dos

46
motivos: de una parte, constituye la constatación de qué así como no existen los
Estados naciones uniformes, tampoco existen los espacios nacionales
homogeneizados y, de la otra, que la globalización económica se realiza no tanto a
partir de espacios nacionales, aun cuando existían países, Estados y sobre todo
gobiernos que desempeñan un papel de primer orden en la conformación de estas
nuevas tendencias, sino de polos transnacionales que se articulan en una dimensión
global.

En un nivel macro, en los países desarrollados se empezó a producir una mutación


radical en el funcionamiento de las economías. De una parte, el conjunto de estos
cambios, o sea, las nuevas formas de gestión productiva, la expansión de la cobertura
de acción de los cada vez más desregulados mercados financieros y el dinamismo
que se registraba el comercio internacional, significó un sólido impulso para la
consolidación de las tendencias transnacionalizadoras en la economía. Con estas
transformaciones que experimentó la mayor parte de los países del mundo no surgió
la globalización económica, como se asevera usualmente, porque, como hemos
tenido ocasión de ilustrarlo ampliamente las páginas previas, representa un fenómeno
de larga que data en la historia. Lo verdaderamente revolucionario fue que se
consolidó un sustrato económico y tecnológico que hizo posible el fortalecimiento de
las tendencias globalizadoras en las economías y que por la ampliación de la
cobertura de acción del mercado reprodujo situaciones que en toda la sociedad
podrían compatibilizarse con las tendencias globalizadoras.

De la misma manera, con estos cambios que tienden a acentuar la convergencia en


el funcionamiento económico de los países centrales con las tendencias
transnacionalizadoras, este proceso no está dando lugar a la desaparición de los
modelos nacionales del capitalismo. Realmente una globalización económica integral
puede tener lugar sólo cuando todos los países incluidos los en transición y los en
desarrollo, componen un único esquema de acumulación y desarrollo. Aun cuando en
diferentes países desde la década de los años 80 se ha propendido a reproducir el
exitoso modelo norteamericano o británico, las tendencias más recientes parecen
estar demostrando la existencia de múltiples vías de adaptación a los circuitos
transnacionales, de acuerdo con experiencias históricas propias, lo que parece
corroborar el carácter plural de la globalización económica. A ello cabe añadir que, si
es bien un hecho inobjetable que la revolución tecnológica se encuentra detrás de las
grandes transformaciones que se han producido en funcionamiento de la economía,
de ello no se puede deducir, como usualmente, que ante esta universalización de un
transbordo tecnológico en largo y ancho de todo el mundo, se éste asistiendo a la
emergencia de un modelo único de acumulación y desarrollo a escala mundial. Sin ir
más lejos se comparan Japón y los Estados Unidos, dos casos por cierto muy exitosos
podemos observar que en ambos países se utilizan las mismas modernas tecnologías
y se producen bienes similares; sin embargo, la organización en el tipo de capitalismo
y el papel que desempeñan los distintos actores en concreción del modelo de
desarrollo difieren de modo radical. Por esta razón consideramos que estos cambios

47
y las innovaciones tecnológicas constituyen un trasfondo que potencia el desarrollo
de las tendencias globalizantes sin que la globalización económica se resuma en ello.

El otro factor que vale la pena señalar consiste en que estos años adquirió gran fuerza
la entronización de elementos culturales en la producción, lo que se podría denominar
la culturización de la producción. Desde que el producto dispone de un valor de uso,
pero también de un valor estático y consumista. Ellos no sólo han significado la
consolidación de Estados intermedios en escala de producción y comercialización, en
los cuales se diseñan las imágenes, se establecen las estrategias publicitarias y se
producen los segmentos sociales hacia los cuales se destina a la mercancía, sino
más bien un nexo entre el producto y la producción.
Esta culturización de la producción se expresa igualmente en el hecho de que la
flexibilización en lugar de la anterior estandarización de la producción permite crear
productos para mercados específicos que se adaptan a las diferencias de gusto que
expresan los consumidores.

Una situación similar se presenta en el plano financiero. El fin de la convertibilidad del


dólar en oro, al igual que Ocurriera a finales del siglo pasado con los grandes avances
registrados por los medios de comunicación, estimularon la consolidación del circuito
globalizado en el campo financiero. Conviene recordar que en el periodo que estamos
analizando esta manifestación de la globalización no fue el resultado de la
implantación de nuevas reglas monetarias o financieras. Por el contrario, supuso la
transgresión de los acuerdos creados en el periodo final de la Segunda Guerra
Mundial, los Bretton Woods, cuya función era evitar que se repitiera la situación de
anarquía reinante en la fase inmediatamente anterior. En este sentido, la globalización
financiera fue el recurso empleado por agentes privados con el fin de evitar esta
reglamentación para lo cual recurrieron masivamente a los paraísos fiscales, lo que
debilitó -desde lo global- la capacidad de acción de los estados, demostró que la
economía estaba escapando a todo control y terminó erosionando los compromisos
financieros "nacionales", de la época keynesiana (particularmente en lo relativo a la
seguridad social).

El sistema de Bretton Woods había tenido un relativamente buen desempeño durante


las décadas de los años 60 y 70. Sin embargo, el recurso de las autoridades
norteamericanas de implantar políticas monetarias y fiscales expansivas para
sufragar la guerra de Vietnam y desarrollar políticas asistenciales que le permitieran
reducir la pobreza, aunado a los crecientes déficit de balanza comercial, Acabaron
con la estabilidad del dólar. A partir de entonces, se impulsó la política de cambios
flexibles. Las consecuencias de esta decisión la resume Hernán Cortés de la siguiente
manera:

- A instancias del propio Estados Unidos, en septiembre de 1985, las cinco naciones más
desarrolladas acordaron forzar el dólar a bajar en 40% para reducir el déficit comercial de
Estados Unidos. Este acuerdo, llamado acuerdo plaza, ha tenido efectos perversos sobre la

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economía mundial. El objetivo de depreciar el dólar era reducir el déficit externo de Estados
Unidos y mejorar la competitividad. El énfasis de los países del G-S en la parte comercial fue,
sin embargo, errado. Olvidaron el efecto del acuerdo sobre los flujos del capital. Durante el
sistema de Bretton Woods, El 90% de los movimientos netos de capital estaba ligado al
comercio internacional. Con los tipos de cambio flexibles, sin embargo, esta situación cambió
diametralmente. La inversión de capital, hasta entonces principalmente destinada a los
mercados internos, empezó también a moverse internacionalmente. La fuerza que mueve la
economía internacional desde 1971 no es el comercio internacional, sino los flujos de inversión
de capital (...) países del G-5 lograron hacer bajar el dólar. Al anunciar que su objetivo era de
apreciarlo el 40% anunciaron también a los inversionistas, principalmente japoneses, que la
rentabilidad de sus inversiones en dólares en Estados Unidos se despreciaría junto con el
dólar. Como resultado, hubo un retiro de fondos de Estados Unidos que llevó al crash bursátil
de 1987 (...) Los inversionistas japoneses redujeron su inversión en bonos del gobierno
norteamericano, desde un 25% de la deuda pública de Estados Unidos en 1987 a un solo 7%
en los tres años siguientes. El masivo retiro de capitales de Estados Unidos, se volcó como
entradas de capital a Japón, donde género el auge de la segunda mitad de la década de 1980,
el cual reventó en la burbuja de diciembre de 1989. Con el crack de la bolsa de Japón, el capital
salió de este país y se volcó en Asia del este, donde generó otro auge y burbuja, que tuvo su
punto más alto en 1994, a partir del cual el capital empezó a abandonar Asia, generando la
crisis asiática de 1997.

A partir de este momento, cada vez se planteó de modo más urgente la necesidad de
que los Estados y las economías nacionales se adaptaran a estos nuevos círculos
globalizados lo que dio un poder inconmensurable a los agentes privados
trasnacionales en la determinación de las reglas de juego prevalecientes en la
economía mundial. No se puede hablar de una genuina globalización financiera hasta
que todos los mercados financieros del mundo estén completamente integrados de lo
cual se desprende que se tiene que establecer idénticas tasas de interés, análogas
formas de rentabilidad para los capitales y una idéntica o por lo menos equilibrada
tasa de cambio. Por el contrario, en la actualidad estos capitales transnacionales se
benefician precisamente de los grandes diferenciales que en estos planos subsisten
entre los países. Por ende, La transnacionalización de los flujos financieros se
beneficia de la inexistencia de una globalización de estos flujos y no de la existencia
de la misma como se asevera generalmente.

Otro rasgo que refuerza la inclinación a desarrollar las tendencias globalizantes se


visualiza en el elevado poder que comienzan a detentar las empresas
transnacionales. A través de la historia se puede observar que en diferentes periodos
han surgido empresas que podrían emparentarse con las actuales firmas
trasnacionales. Respecto de la época moderna, Braudel se preguntaba si “¿los
Fugger o los Welser acaso no eran firmas transnacionales?”, por lo mismo podría
decirse de la compañía general de las Indias y de las empresas británicas dedicadas
a la construcción de ferrocarriles en buena parte del mundo. En general, el poder
mundial que alguna vez ostentó Holanda radicó precisamente en su capacidad para
conformar empresas, en ese entonces, llamadas estatutarias, con las cuales ejerció
su supremacía comercial.

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Pero en general, fue con el ascenso de los Estados Unidos al rango de potencia
mundial, cuando comenzaron a proliferar las grandes empresas transnacionales.
Generalizando se podría decir que hasta la década de los años 70, las grandes firmas
eran, ante todo, corporaciones multinacionales, las cuales se caracterizaban por
disponer de numerosas filiales en diferentes países del mundo, pero tenían su centro
en el país de donde era oriunda, las estrategias se dictaban desde la casa matriz y
los beneficios iban a parar fundamentalmente al país de origen. A partir de la década
de los años 70, las antiguas empresas multinacionales evolucionaron hasta
convertirse en corporaciones transnacionales, cuyos rasgos fundamentales son el
parcial desapego con respecto a su país de origen por cuanto muchas veces realizan
el grueso de sus transacciones desde los paraísos fiscales, a lo que en ocasiones se
suma el que, debido a las grandes funciones que muchas veces comprometen a
empresas de más de un país, pierden sus rasgos originales, se encuentran
localizadas en varios países, abarcan diversos estadios de la producción y
corporativamente se reparten los beneficios. Como señala E. Hobsbawm,

- hasta los años 70 una empresa que hubiera deseado poner en marcha la
producción de automóviles en un país distinto al de origen, debía construir una
fábrica entera y transplantar todo el proceso productivo al lugar, previamente
elegido (...) Hoy, En cambio, es posible descentralizar la producción de
motores y de otros componentes y después hacerlos converger donde se
quiera desde un punto de vista práctico, la producción ya no se organiza dentro
de los continentes políticos del Estado en que se halla en la casa madre.

Es decir, los cambios en la economía mundial están haciendo lo posible una


transformación en la naturaleza de estas empresas. Pero también ha cambiado el
papel de estas últimas por cuanto en la actualidad se observa que han aumentado
significativamente su participación en el funcionamiento general de la economía
mundial. Una parte cada vez mayor del comercio mundial se internaliza y pasa a ser
administrada por estas grandes corporaciones transnacionales que han elevado
sensiblemente su participación en el intercambio de flujos en el mundo. Si en la
década de los años 60 realizaban aproximadamente entre 20% y un 50% del comercio
mundial, a finales de la década de los años 80 e inicios de los 90 su participación se
elevó cerca del 50%. Es decir, estas empresas no sólo han acelerado la
transnacionalización de la producción; por el aumento vertiginoso del comercio
intrafirma también se encuentran en el trasfondo de la transnacionalización de los
principales mercados de materias primas, productos, bienes y servicios. Por último,
dado su acceso a los principales mercados, el hecho de que gracias a la
"investigación y el desarrollo” Son las principales poseedoras de la moderna
tecnología, disponen de un adecuado saivor-faire en la gestión y prestación de
servicios y tienen a su haber inmensos recursos en términos de capitales, las
empresas transnacionales se han convertido en agentes internacionales que limitan
la capacidad de maniobra de los estados, además de subsumir el funcionamiento de
los espacios económicos nacionales para ubicarlos dentro de la lógica y la

50
racionalidad de las redes por ellas construidas en el seno del mercado mundial,
ambiente en el cual se alzan como sus principales agentes.

Si bien es innegable que se asiste a cambios fundamentales en el funcionamiento de


estas empresas trasnacionales y que el poder que han alcanzado es quizá más
acentuado que el que tenía antes no debemos caer en el error, por cierto, muy
repetido, de creer que se han convertido en los nuevos de demiurgos que detentan el
poder y están orientando el desarrollo de la economía globalizada. De una parte,
olvidamos con facilidad que con anterioridad el poder de estas empresas era también
inmenso. Las empresas plataneras norteamericanas en América Central tenían un
poder tal que no sólo obtenían grandes beneficios económicos, se beneficiaban de
todo tipo de franquicias y extensiones que a veces eran mayores que los ingresos de
los Estados de la región, ejercían una indisimulada presión sobre los gobiernos,
intervenían en los asuntos internos, no mostraban ningún respeto por la soberanía
nacional y cuando la situación se les escapa de las manos inducían intervenciones
militares por parte del gobierno de los Estados Unidos. Ciro Cardoso escribe:

- Las intervenciones militares de los Estados Unidos en beneficio de estas


empresas eran frecuentes, aunque generalmente duraban poco: el
desembarco de infantes de marina o la llegada de navíos de guerra a los
puertos centroamericanos podrían producirse en cualquier momento en que
las propiedades y los ciudadanos norteamericanos se sintiesen o declarase
amenazados.

El poder de estas empresas se mantiene fuerte con respecto a los países débiles y
en desarrollo, pero la situación es diferente en relación con las naciones más
desarrolladas o poderosas.

Por otra parte, la transmutación de estas firmas se debe analizar en términos de


tendencia y no como un hecho consumado porque la proporción de empresas que
pueda catalogarse como propiamente transnacionales es todavía pequeña, de
acuerdo con la información contenida en el informe de inversión mundial de 1998 que
utiliza un índice de transnacionalización compuesto por tres elementos: los bienes
extranjeros por sobre el total de bienes, las ventas en el extranjero en relación con el
total de ventas y el empleo en el extranjero como porcentaje del total del empleo. De
ello se concluye que el grado de transnacionalización está dominado por las
empresas de los pequeños países industrializados, países con un PIB superior a US
500 millardos en 1996. Sólo se encuentran altamente transnacionalizadas las
empresas tales como ABB, Nestlé, Solvay, Electrolux, Unilever y Roche que son
oriundas de países de pequeñas dimensiones tales como Suiza, Bélgica, Suecia y los
países bajos, por la necesidad que tienen estos Estados de participar en la división
internacional del trabajo. Por último, tampoco es viable esperar que estas empresas
puedan asumir un papel en la condición de la economía mundial. Sus visiones son
demasiado corto placistas en la búsqueda de intereses, carecen de una visión

51
estratégica de largo plazo y no obstante los niveles de autonomía que han alcanzado
siguen dependiendo del Estado en la realización de gran parte de sus actividades.
Son conocidas al respecto las presiones que ejercen sobre el gobierno
norteamericano para que suscribiera el Acuerdo de Libre Comercio de América del
Norte, no obstante, la oposición de varios grupos internos de presión y el lobby que
han realizado las empresas transnacionales europeas en Bruselas para acentuar la
liberación económica dentro del espacio europeo y para que se concierten posiciones
frente a terceros países.

Todos estos elementos acabados de señalar se encuentran en el trasfondo de otra


tendencia que ha sido consustancial al mundo, particularmente desde la década de
los años 80, la intensificación de las guerras comerciales, las cuales no se deben
interpretar como expresión de una crisis del esquema de acumulación, si no como
situaciones que fortalecen las nuevas tendencias predominantes a escala mundial,
vigorizan la recomposición de los procesos productivos, la desterritorialización de las
anteriores cadenas de producción y, de esta manera expanden cualitativamente su
capacidad de respuesta a los cambios tecnológicos y económicos, y también
cuantitativamente en la medida que aumentan su radio de acción al afianzar los
espacios transnacionales en el mundo.

Esto se convierte en un fenómeno capital del nuevo escenario mundial por dos
razones principales: de una parte, las guerras comerciales se convierte en un contexto
que obliga a las empresas, y de suyo a los países, tanto a los que tienden a
identificarse con las estrategias de sus “propias” empresas transnacionales como
aquellos interesados en intensificar la presencia de estas en sus propios espacios
nacionales, a acelerar la transnacionalización de sus procesos productivos y de sus
economías, porque la intensificación de la competencia conduce a que los países
siempre deban estar en condiciones de no perder la condición de global player
(transformación cualitativa que refuerza la lógica del sistema en su conjunto), e
igualmente las guerras comerciales se constituyen en una dinámica que abarca a un
número cada vez mayor de países y de regiones, a los cuales adopta para convertirlos
en propósitos de sus competiciones estratégicas. De este doble proceso se constituye
una especialidad jerárquica (la geoeconomía) que, dependiendo del grosor y la
intensidad de los circuitos transnacionalizados, divide el espacio económico mundial
en zonas centrales, integradas a los respectivos centros, regiones de interés y, por
último, franjas marginadas.
Es decir, de estas guerras comerciales, que son el resultado de los cambios que se
han presentado en los procesos productivos, se desprende una nueva configuración
piramidal del mundo, determinada por los niveles de interacción que los países y
regiones tienen con los flujos transnacionales, lo que reproducen mecanismos de
poder y dependencia en el mundo. De estas guerras, por lo tanto, se desprende una
geoeconomía, es decir, la manera como se organiza la economía mundial a través de
las especificidades de la actividad económica, la "especialización" de las distintas

52
áreas geográficas, su lugar en la división internacional del trabajo y la intensidad de
la interdependencia económica.

De otra parte, estas guerras comerciales, que cristalizan profundos cambios en los
sistemas económicos, suponen un cambio radical en las condiciones y capacidades
para impulsar el desarrollo por parte de los distintos países. Si antes el desarrollo
quedaba básicamente circunscrito a los países industrializados, a partir de esta nueva
realidad, mucho más flexible y adaptable que las que existían con anteriores, ciertas
regiones del mundo periférico asimilan este "desarrollo económico moderno" y se
convierten en nuevas regiones de moderna acumulación y desarrollo (v. gr., Los
países del sudeste asiático). En este sentido, la modalidad transnacional que asume
el capitalismo imperante abre posibilidades de desarrollo para los países del sur, aun
cuando los condiciona en la medida en que esto se convierte en una realidad sólo si
compatibilizan adecuadamente las reformas internas con las tendencias
predominantes en la naciente economía mundial. Esto es lo que explica, entre otros,
porque en esta época se asiste a una atomización del Tercer Mundo, con un conjunto
de países que logran ascender dentro del sistema (v. gr., algunos países de Asia
Pacífico), otros se hunden en las profundidades del Sur (gran parte de África
subsahariana) Y los demás quedan en una situación intermedia, luchando para no
descender a posiciones más periféricas y tratando de seguir el derrotero de los países
más exitosos.

La posibilidad de ascender en el sistema redimensiona el papel de la política en la


medida en que al acrecentar la liberación de los circuitos económicos y eliminar los
obstáculos por el comercio, se exacerba la competencia entre los factores políticos
(estabilidad), institucionales (estado de derecho), sociales (calidad de la mano de obra
y de los sistemas educativos), administrativos (estabilidad, flexibilidad) y culturales de
cada sociedad. Esto se convierte en un acento a la postre político, ya que de ahí se
desprende la necesidad de buscar las mejores formas de compatibilizar las
particularidades propias de cada sociedad con los desafíos y las oportunidades que
se derivan del mundo globalizado. Es decir, la globalización no asume un formato
homogéneo sino multidimensional porque a la postre está siempre el modo de
convergencia entre lo nacional y lo externo.

Estas variaciones en el funcionamiento económico del capitalismo acentuaron las


tendencias de cambio ya que eran latentes en el ámbito social. Entre los países
industrializados, el fin del compromiso fordista del cual el Estado de bienestar era uno
de sus principales instrumentos de concertación, ha empezado a dar lugar a una
sensible transformación en las prácticas laborales porque con la consolidación de
estos espacios transnacionalizados, la economía cambió de función y de dirección. Si
antes estaba orientada a satisfacer las necesidades de la sociedad, a partir de las
concreciones que crea la desregulación y la flexibilización se ha convertido en la
nacionalidad de la misma economía: acrecentar los beneficios, mantener las
condiciones de competitividad e incrementar la riqueza. De ahí que en reducir los

53
costos y mantener las condiciones de competitividad y los niveles de eficiencia, se
propenda, primero en estos países y posteriormente se intenta repetir en otras
latitudes, a desmantelar las rigideces laborales previas a cambio de lo cual se
generaliza la subcontratación, el trabajo a tiempo parcial, el alargamiento de la
jornada laboral y la reducción salarial, proceso que transcurre paralelo a un sensible
incremento en los ingresos de aquellos sectores que se encuentran más entronizados
con el sistema.

Conviene señalar que estos cambios en las relaciones laborales no son resultado
natural de la globalización en sí, sino de la modalidad del capitalismo por la que han
optado numerosos Estados, entre varios de los más poderosos (Estados Unidos,
Gran Bretaña), para adaptarse a las tendencias y tratar de encausar la globalización
económica hacia un contexto de mayor desregularización, lo que a la postre conduce
a que otros lo intenten o se vean constreñidos a repetir dicha experiencia.
A los anteriores se suman otros cambios estructurales que comenzaron a alterar el
tejido mismo de la sociedad. Si la década de los años 50 marcó el fin de la milenaria
clase campesina en los países industrializados y posteriormente en el Este y en el
entonces tercer mundo, poniendo término a la contratación entre el campo y la ciudad,
dado que la numéricamente frágil población rural ha terminado adoptando los hábitos
y formas de vida urbana, en los años 70´s, el turno recayó en la clase trabajadora. No
sólo se comenzó a asistir a una disminución numérica de los trabajadores manuales,
fenómeno muy acentuado en los países desarrollados, sino también a su dispersión,
como resultado de la flexibilización de la producción, y a su transformación en otras
categorías sociales por el peso creciente que comenzó a tener el sector terciario en
la economía.

Las nuevas modalidades productivas que comenzaban a imperar transformaron


radicalmente las relaciones laborales, pusieron punto final a los anteriores acuerdos
y consensos en la materia, se tradujeron en una acentuación de la precarización del
trabajo o la informalidad del mismo y en un significativo aumento del número de
desempleados. André Gorz, en su célebre trabajo, Adiós al proletariado, comprendió
que la crisis de la sociedad industrial entrañaba igualmente la desaparición de los
actores inherente a este tipo de sociedad.

No sólo el capitalismo se encontraba en medio de una etapa de profunda


reorganización, sino que también la estructura de clases y el correspondiente universo
cultural se estaban transformando de modo radical. Una de las implicaciones más
directas que tuvo esta merma cualitativa y cuantitativa de la clase obrera fue contribuir
al repliegue de las doctrinas de izquierda, la mayoría de las cuales tenía al obrero el
agente histórico constructor de la nueva sociedad. Si la posterior caída del muro de
Berlín propinó el golpe de gracia al marxismo como ideología que convocaba a todos
aquellos sectores interesados en una alternativa socialista, la transformación del
capitalismo había abandonado el terreno al diluir la categoría de obrero, es decir, al
enterrar, a la llamada clase sepultera del capitalismo. Junto con el marxismo se asistió

54
a un reflujo de las tendencias socialdemócratas, ya que estas se habían identificado
a tal punto con la existencia de los movimientos sindicales y sobre todo del Estado de
bienestar, que cuando este último entró en su fase crítica como resultado del paulatino
desmonte de los compromisos fordistas y los primeros se replegaron por la
flexibilización de las relaciones laborales, vieron minado el terreno sobre el cual
construían su discurso.

Ante este vacío programático e ideológico, no fue casualidad que el neoliberalismo,


que hasta en ese entonces ocupaba posiciones defensivas, pasaba a la ofensiva,
llenara este vacío ideológico, se convirtiera en el discurso que legitima las
transformaciones de las sociedades y sirviera de referente ideológico para imprimir
una direccionalidad a las tendencias globalizadoras en curso. Igualmente como bien
lo evidenciaron, las revueltas del 68, dos actores ingresaron con fuerza a la escena
económica y política: las mujeres y los jóvenes, con lo cual los anteriores referentes
de identificación de clase prosiguieron la senda de su debilitamiento. Es decir, en el
aspecto social otro efecto de la modernidad y de este capitalismo transnacional ha
consistido en el desdibujamiento de los componentes sociales y culturales inherentes
a la estructura social de la época de la industria (nacional) y la aparición de nuevos
referentes que dan origen a redes de identidad y de acción. Por último, la globalización
también ha aportado su granito de arena en la transformación de la composición de
las sociedades modernas, en la medida en la que afianzarse la constitución de
especialidades ubicadas en una misma temporalidad que articulan los circuitos y
círculos transnacionalizados (los polos transnacionales de acumulación, al decir de
Jean-Philippe Peemans), ha agudizado la división de la población en aquellos que se
encuentran dentro de estos circuitos (desglobalizados). Este es un proceso que
comienza a hacerse muy perceptible durante esta fase, porque como acertadamente
escribe Roberto Skidelsky, “las fuerzas del mercado alcanzan a los individuos y a las
comunidades de modo más directo y penoso que en la edad dorada, cuando las
contenían las instituciones estatales y no estatales”.

Otro elemento, consustancial a esta etapa de desarrollo del capitalismo transnacional,


consiste en que se ha producido una sensible transformación en los factores que dan
sustento al poder. Si antes este descansaba fundamentalmente en la posesión de
elementos materiales y tangibles (control territorial, recursos naturales,
infraestructura, manufactura), en la actualidad adquieren una mayor importancia los
factores no materiales (conocimiento científico, tecnología, información, finanzas,
acceso a mercados). Si el poder tradicionalmente se asociaba al territorio, ahora este
se manifiesta básicamente en la capacidad de funcionar dentro de las especialidades
Globalizadas que ha construido el sistema transnacional. Es decir, en esta época la
históricamente tensa relación entre territorio y espacialidad se rompió definitivamente
en favor de los factores no materiales. Esta nueva dinámica se encuentra en el
trasfondo explicativo de varios acontecimientos que han sacudido distintas regiones
del planeta en los últimos años. Gorbachov estuvo dispuesto a tolerar un relajamiento
en el dominio de la Unión Soviética ejercía sobre la Europa Centro Oriental porque

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cada vez era más evidente que el control territorial sobre esa porción del viejo
continente ya no deparaba poder al país de los soviets. De ahí su inclinación a
intensificar los vínculos con los Estados Unidos, Europa Occidental y normalizar las
relaciones con Japón y los tigres y dragones de Asia-Pacífico. O sea, se propuso
convertir a la URSS en parte de los circuitos transnacionales globales.

En la década de los años 90 se profundizó esta tendencia. Los checos estuvieron


dispuestos a separarse de los eslovacos y poner fin al Estado checoslovaco, por las
mayores facilidades que tal opción les deparaba para ser candidatizados Como
miembros de la Unión Europea, O sea, ingresar a los circuitos transnacionales
europeos. La misma situación, pero de modo más dramático, se vivió también en la
antigua Yugoslavia. Eslovenia y Croacia optaron por la separación de la anterior
Estado multinacional por sus buenas condiciones para incorporarse en los flujos
transeuropeos. Serbia, por el contrario, apegada a una concepción territorial del poder
intento recurrir a todas las estratagemas posibles para conservar la integridad del
Estado.

Todas estas transformaciones económicas y sociales se retroalimentaron de


importantes cambios que tuvieron lugar en la vida política internacional. En esos años
se asistió a la erosión de la hegemonía de las superpotencias, lo cual quedó
plenamente evidenciado cuando surgieron actores con capacidad de desafiar su
dominio (las potencias mercaderes: Alemania y Japón). La vida internacional de
hecho estaba cambiando en detrimento de las dos grandes potencias que durante
estos años también se asistió a un fortalecimiento de nuevos actores con gravitación
internacional, los cuales no se ajustaban a los parámetros impuestos por el esquema
bipolar. Entre esto se puede citar la actividad relativamente autónoma que
desplegaban las corporaciones transnacionales, muchas de las cuales ya no eran
norteamericanas si no japonesas y europeas, y el poder que comenzaban a detentar
instituciones como la Comunidad Europea que habría nuevos márgenes de
autonomía internacional para sus Estados miembro. El poder de las superpotencias
tampoco era el mismo tanto los esfuerzos por mantener su liderazgo para lo cual los
recursos dieron desencadenamiento de la segunda guerra fría a principios de la
década y los años 80, y pese a que con ello lograron producir una paralización de la
política, estos intentos ya eran incapaces de conservar la superioridad del eje Este-
Oeste como referente último de la vida internacional. La erosión de la bipolaridad, es
decir, del dominio del mundo por dos superpotencias guardan una estrecha relación
con la consolidación del imaginario de la globalización, porque al agotarse la
capacidad que ejercían las dos grandes potencias, el mundo se convertiría en unidad
tan amplia que ningún poder podía seguir ejerciendo.

Algunos acontecimientos internacionales, entre los que cabe citar esta la evolución
iraní de 1979 y el arribo de Gorbachov al poder de la Unión Soviética en 1985,
contribuyeron a desdibujar el ordenamiento predominante, pues dejaron de
expresarse en términos de la bipolaridad reinante en la época de la Guerra Fría.

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Igualmente el mayor margen del que gozaban los países que se encontraban en las
zonas de la superpotencias eran Estados socialistas, a contracorriente de los
intereses norteamericanos del gobierno alemán, la reanudación de las relaciones
diplomáticas, comerciales de algunos países latinoamericanos con los Estados
Soviéticos con el propósito de abrir márgenes de negociación internacional, vía de la
voluntad imperial de los Estados Unidos, las reiteradas variaciones de una mayor
equidistancia de algunos Estados socialistas con respecto a los lineamientos
soviéticos, cómo Checoslovaquia la primavera de Praga de 1960, Hungría a lo largo
de la década de los 70 y 80, Polonia con el activo movimiento Solidaridad entre 1980-
1981, y la Rumania de Ceaucescu, A ló que se sumaba el consumismo entre chinos
y soviéticos fueron una clara demostración de globalización política bajo la forma de
la Guerra Fría estaban llegando a su fin y se estaba asistiendo a una desglobalización
de esta forma política de las instituciones que la acompañaban.

Esta erosión del poder se manifestó de manera más cruda en la Unión Soviética que
los Estados Unidos debido a que el país de soviet siempre se mantuvo apegado a
una concepción tradicional del poder, en el cual la riqueza y el capital eran simples
condiciones que permitían la reproducción del poder político. Mientras tanto, los
Estados Unidos siempre, pero con mayor énfasis a partir de los años 70, comenzaron
a concebir el poder no tanto en una perspectiva territorial sino económica (liderazgo
en los sectores de punta), en donde la riqueza y el capital eran un fin en sí y,
podríamos decir que también posmoderna, consistente en la conservación de la
supremacía mediante la conformación de redes que le garantizaban reproducir su
hegemonía. Los intentos gorbachovianos por globalizar su país y desapegarse de la
concepción tradicional del poder se vieron frustrados porque terminaron ocasionando
el derrumbe del sistema antes de qué los mecanismos de cambio entraran en
funcionamiento.
En resumidas cuentas, las décadas de los años 70 y 80 constituyen un momento
crucial en la historia de la globalización. En sí, antes de esta fase, la globalización
existía como una serie de circuitos débilmente intercomunicados, con espasmódicas
situaciones de mayor interacción, sucedidas por otros largos periodos de
aquietamiento de las tendencias globalizadoras, cuando no de reflujo de las mismas.

La importancia crucial de este periodo reside en la profundidad de los cambios que


se presentan en los distintos ámbitos, la relevancia que comienza a adquirir la
liberalización de mercado para intensificar la interdependencia entre los pueblos y
para reconstruir el tejido social, cultural y político de las sociedades y la sincronización
de estas tendencias que se retroalimentan mutuamente. Si en ese entonces no se
consolidó un imaginario alrededor de una nueva etapa en la globalización fue porque
aún subsistían factores opuestos que potencialmente estaban latentes y porque se
creía que aun cuando la Guerra Fría se había debilitado enormemente, todavía las
potencias gozaban de la capacidad de recomponer el mundo de acuerdo con sus
designios.

57
LA CAÍDA DEL MURO Y LA SINCRONIZACIÓN DE LAS TENDENCIAS
GLOBALIZADORAS

Desde varios puntos de vista se puede considerar la caída del Muro de Berlín (8 y 9
de noviembre de 1989) cómo el acontecimiento capital de la historia del tiempo
presente. De una parte, puso término al denominado breve siglo XX, como lo ha
acreditado E. Hobsbawm, siglo que se inició tardíamente en 1914 y finalizó de manera
apresurada en 1989. Por otra parte, fue el evento que simbolizó la caída del principal
sistema socioeconómico competitivo del capitalismo: el socialismo soviético. Además,
fue un evento que contribuyó a acelerar el desmoronamiento de la otra gran potencia
(la Unión Soviética) y de dos de las instituciones que simbolizaban la época de la
Guerra Fría: el pacto de Varsovia y el Consejo de ayuda. CAME, Y selló el triunfo
definitivo de los Estados Unidos, con lo cual la bipolaridad como eje ordenador de las
relaciones internacionales quedó definitivamente regalada al museo de la historia.

Igualmente, hizo posible la reunificación alemana, proceso que ha iniciado una nueva
página de la historia europea que, por cierto, aún no termina de escribirse. Por último,
significó la ampliación de la esfera de acción del capitalismo transnacional.
A partir de este evento y de la decisión de las sociedades Europeas Centro-Oriental
de optar por el establecimiento de la economía de mercado por una integración en la
economía mundial en sustitución al difunto esquema de planificación centralizada
como sistema de gestión, prácticamente todo el mundo por primera vez en la historia
se encuentra a merced de la economía de mercado, con la sola excepción de ciertos
islotes que aún intentan preservar modelos alternativos de desarrollo.
Pero la mayor importancia que tiene la caída del Muro de Berlín en nuestro presente
más inmediato consiste en que fue el acontecimiento que sincroniza las diversas
tendencias globalizadoras que venía desplegándose desde finales de la década de
los años 60 -la tercera revolución industrial e informática, la intensificación de la
globalización económica y financiera, el ocaso de la Guerra Fría como forma de
ordenamiento político de los pueblos aunado a las profundas transformaciones
culturales (nuevos referentes) y sociales (desaparición de la estructura social propia
de la sociedad industrial)-, Las ubicó en un único movimiento envolvente y las
proyecto hacia nuestro presente más inmediato. Como producto de esto la
sincronización y del indefectible cierre de un intenso periodo, a inicios de la década
de los años 90 se popularizó la idea de que la globalización es un fenómeno singular,
inédito en la historia, o que estaba dando origen a una nueva era, en la historia de la
humanidad. Lo cierto es que con este acontecimiento se ingresó, a una nueva fase
en el desarrollo de las tendencias globalizadoras, más intensas, más sistematizadas
que las que habían tenido lugar en épocas anteriores y mucho más sincronizadas.

Con la caída del Muro de Berlín hemos ingresado a la última fase de la globalización,
la cual, la que se desarrolla en nuestra inmediatez, en nuestra historia del tiempo

58
presente. Una de las grandes fortalezas de esta etapa de la globalización ha
consistido en que los procesos que desde hace algún tiempo venía desarrollándose
y que, en sus diferentes manifestaciones (sociales, económicas, políticas y
culturales), convergen en torno al desdibujamiento de las fronteras entre lo interno y
lo externo, y que fueron refractadas por la caída del Muro de Berlín, se toparon con
una doctrina: una ideología, que empezaba a ocupar posiciones hegemónicas, el
Neoliberalismo, que había salido de su anterior enclaustramiento y que se estaba
convirtiendo en un discurso que alcanzaba cada vez mayor aceptación a lo largo y
ancho de todo el mundo. Este discurso que se adecuaba a la naturaleza intrínseca de
la globalización se ha convertido en un elemento que ha contribuido a justificar la
necesidad de propender hacia una mayor liberalización e integración en sistema
mundial y a una mayor uniformidad de las experiencias de los distintos países para
asumir como propias las dinámicas que se están desarrollando en el plano global.

Es decir, se ha convertido a la postre en un discurso que se plasma en la realidad,


escapa del universo de lo propiamente retórico para convertirse en una parte
constitutiva de la realidad, que contribuye a asignar una determinada direccionalidad
a las tendencias globalizantes.

La gran tarea que se desprende de esta realidad en la que un discurso y la práctica


de la globalización se compenetran y retroalimentan consiste necesariamente en
desvelar la naturaleza diferenciada de ambas dimensiones, precisar la esencia del
proceso y superar el discurso en sus enunciados básicos con respecto a la situación
pasada y presente; pasada porque se están popularizando lecturas del ayer que lo
único que se proponen es desvirtuar algunas prácticas para legitimar la adaptación
de todos los espacios a unos anhelados circuitos globalizado donde predominan los
intereses del gran capital, Así como la cosmovisión de aquellos sectores que se
encuentran inciertos y obtienen todo tipo de beneficios por su participación de los
circuitos globalizados. Así, por ejemplo, se asevera corrientemente que el éxito de los
países del sudeste asiático se debió a que se volcaron a una mayor integración en la
economía mundial, pero no se hace mención de cómo los Estados en estos países
primero establecieron importantes regulaciones que les permitieron desarrollar ciertos
nichos industriales y sólo posteriormente procedieron a internacionalizar la economía.
Con respecto al presente, se ha difundido tanto la creencia de que en una economía
global el éxito de un país está ligado a la opinión que sobre él tienen las agencias
financieras internacionales, los grandes inversionistas extranjeros y los Estados más
poderosos, que toda la atención se vuelca sobre ellos (este es sin duda uno de los
mayores atributos del comentado modelo chileno que registra uno de los más altos
crecimientos en mercados de la imagen, con reiterados eventos promocionales en
Estados Unidos y Europa, cada uno de los cuales, por lo general, tiene un costo de
varios millones de dólares), Pero olvidamos con suma facilidad que un país es
verdaderamente exitoso cuando su población se ve mejorada en sus condiciones de
existencia. Esta propensión a la imagen retroalimenta una realidad que ya empezaba
a ser evidente en la fase anterior y que consiste en que, si tradicionalmente el

59
desarrollo económico se entendía como un mecanismo que debía servir a la sociedad
mejorar las condiciones de vida de sus miembros, con este cambio la economía se
ha convertido en una finalidad en sí misma.

Como lo señalamos en páginas anteriores, desde hace algunos años varios factores
estaban contribuyendo a sacar el neoliberalismo de su anterior encierro (El fin de la
estructura de clases propia de la sociedad industrial, que había dejado sin piso al
marxismo, el debilitamiento del Estado de bienestar que privaba a la sociedad de
democracia y a la democracia cristiana de esos principales referentes). Al despuntar
la década de los años 90 se le sumaron otros tantos: de una parte, la restructuración
de los modelos desarrollistas de los países en vías de desarrollo fue un proceso que
venía siendo impulsado por organismos multilaterales, entre los que se destaca el
Fondo Monetario Internacional, que proclamaba los cuatro vientos la pertenencia de
los preceptos neoliberales y que condujeron a muchas naciones en desarrollo a
aplicar dichas disposiciones en la reconfiguración de sus economías e incluso de sus
sociedades. El resultado de este esfuerzo emprendido por la FMI consistió en que el
neoliberalismo comenzó a ganar terreno en muchos países del sur y se convirtió, en
un comienzo, en una doctrina de alta popularidad en estos países.

De otra parte, el neoliberalismo encontró en la caída del Muro de Berlín un factor


potenciador, ya que la mayoría de la población del planeta interpretó de este
acontecimiento como el triunfo completo del capitalismo sobre el socialismo, lo cual
dio nuevos bríos de legitimidad a los países en que se encontraban siguiendo los
proyectos más distantes de cualquier tipo de regulación, o sea, los Estados Unidos y
la Gran Bretaña. Quizá no sería equivocado plantear la hipótesis de qué si Gorbachov
hubiese logrado sacar con éxito a su país de la crisis en que se encontraba sumergido,
con su propuesta economía socialista de mercado, que se pensaba como en un punto
de convergencia de elementos de capitalismo y de socialismo, la experiencia
transformadora del universo del socialismo soviético se hubiese convertido en un
acontecimiento legitimador del capitalismo en su versión (la economía social del
mercado) e incluso del modelo francés, en el cual el Estado asume importantes
funciones empresariales, reguladoras y planificadora. Pero, el fracaso de esta vía y el
posterior desplome de la Unión Soviética se convirtieron en un sólido argumento a
favor de aquellos sectores y de esas experiencias que partía del supuesto de que era
imposible e indeseable limitar la cobertura de acción de la economía de mercado.

Por su parte, el hecho de que la mayor parte de los países de Europa Centro - Oriental
optara prestamente, en medio del fragor de su pacífica revolución, por establecer una
economía de mercado, proceso en el cual correspondió una vez más al Fondo
Monetario Internacional un papel de primer orden, parecía corroborar la validez, la
pertinencia y sobre todo el carácter universal de este tipo de discurso y acción. Ya la
reconversión de los países del heterogéneo sur había demostrado que el
neoliberalismo no era un recetario aplicable sólo a un puñado de naciones
desarrolladas; en él también podían inspirarse y apoyarse las naciones que aún

60
tenían un largo trecho por recorrer para alcanzar la verdadera modernidad. Ahora,
cuando el turno correspondió a los países de Europa Centro-Oriental, naciones que
habían experimentado en carne propia un modelo alternativo de sociedad, donde el
mercado (Y ni hablar de la economía de mercado) Era prácticamente inexistente o se
limitaba a circuitos muy restringidos, el neoliberalismo pareció demostrar que era un
legítimo pensamiento con pretensión de universalidad.

Pero sin duda la situación más importante que le da validez a este discurso radicó en
el hecho de que la gran potencia triunfadora de la guerra fría, los Estados Unidos, se
habían convertido desde la década de los años 80 en los grandes abanderados de su
causa. Los preceptos neoliberales ya habían sido puestos en práctica con anterioridad
en otros países. El Chile de Pinochet y la Gran Bretaña thatcheriana, pueden
considerarse como los primeros experimentos de reorganización social a partir del
cuerpo doctrinal del neoliberalismo, pero, por el subdesarrollo y el carácter dictatorial
del primero así como por la escasa y muchas veces objetada influencia mundial de
la segunda, estos casos no podían por sí solos convertirse en modelos que atrajesen
la atención e intentasen ser reproducidos en otras latitudes. Todo esto sufrió un
drástico cambio cuando los Estados Unidos, bajo la presidencia de Ronald Reagan
dieron inicio a su revolución conservadora.

A partir de este momento, el neoliberalismo rompió los estrechos marcos de algunas


fronteras nacionales y se convirtió en un referente mundial. El hecho de que la
principal potencia mundial reorganizarse su economía de acuerdo con estos
preceptos ya era de por sí un importante elemento a tener en cuenta. Pero igualmente
trascendentales fueron las presiones que comenzó a ejercer el gobierno
norteamericano para acelerar la desregulación de distintas economías nacionales de
acuerdo con los lineamientos de la experiencia estadounidense (v. gr., la iniciativa de
las Américas del presidente G. Brush), así como la liberalización del mercado mundial
(principalmente en el seno del GATT y hoy por hoy en la Organización Mundial del
Comercio), la evidente ascendencia que tiene sobre los organismos financieros
multilaterales que desde Washington elaborarán sus recetas de transformación para
todo el mundo, a lo que se sumaba el hecho, por cierto no menor, de ser la potencia
triunfadora de la Guerra Fría.

Como acertadamente escribe John Gray, Estados Unidos en calidad de última


potencia ilustrada, en tanto que aboga por la creación de una única civilización
mundial en la que las variadas tradiciones y culturas del pasado quedarán superadas
por una comunidad nueva y universal basada en la razón, promueve la idea de que
el libre mercado conducirá a la modernización económica y presupone una
“interpretación de la globalización económica -la expansión de la producción industrial
en economías de mercado interconectadas en todo el mundo- Como el avance
inexorable de un único tipo de capitalismo occidental: el de libre mercado
estadounidense”. Si bien toda la información histórica parece avalar la tesis de que
en las etapas preliminares de la modernización, la libre iniciativa individual,

61
fundamento para la existencia de un mercado libre, es un requisito importante, la
experiencia histórica también demuestra que cuando se han desarrollado las bases
de la modernización y cuando los circuitos globalizado tienen un gran estudio como
ocurre en la actualidad, la concepción colectivista puede convertirse en un factor
potenciador del desarrollo, tal como lo demuestra el ejemplo japonés.

Ahora bien, esta fortaleza de las actuales tendencias globalizantes que se encuentran
en una ideología determinada un factor que las impulsa a proseguir en la celda de su
expansión y universalización, constituye uno de los mayores obstáculos que enfrenta
cualquier persona que quiera detrás de la comprensión de la esencia de la
globalización. De una parte, porque se produce una gran confusión tanto en sus
epígonos, detractores, como en el ciudadano común en torno a los significados de los
conceptos de globalización y de neoliberalismo. Para muchos, sobre todo en aquellos
que deliberadamente asumen posiciones contestatarias, ambos conceptos son
concebidos como sinónimos y por eso muchas veces plantea como objetivo
estratégico luchar contra la globalización porque ese sería un procedimiento que
aparentemente les permitiría contrarrestar la fuerza inexorable del neoliberalismo.
Quienes se adscriben a las tesis neoliberales, por el contrario, se imaginan que se
encuentran en la cresta de la ola del progreso, de la modernidad de la posmodernidad,
según sean sus preferencias y de que en el futuro después de todo está con ellos.

De la otra, aun cuando no se puede negar que el neoliberalismo se ha convertido en


un componente real de las formas que asume la globalización, en la medida en que
las actuales circunstancias le ha impreso una direccionalidad, un ritmo y una
determinada intensidad, las tendencias globalizantes trascienden el discurso y, como
hemos tenido ocasión de demostrarlo con anterioridad, constituyen un conjunto de
situaciones que ha acompañado el desarrollo de las sociedades humanas en los
últimos cinco siglos. Pero, al mismo tiempo, la globalización no es, como se le
pretende asumir en el discurso neoliberal, un fenómeno natural, objetivo, neutral, en
fin, un avance en la dirección de un mundo gobernado por la razón. La globalización
existe como un proceso, pero siempre ha sido moldeada en cada época por los
hombres y mujeres que le imponen su sello, su tónica, su ritmo, su intensidad y su
dirección. Volviendo a la historia de ¿qué hubiese pasado… si nos encontramos en
una situación como la actual, cuando las tendencias globalizantes son intensas, se
encuentran firmemente interpenetradas y si algún acontecimiento o situación las
hubiese sincronizado, tal como ocurrió con la caída del Muro de Berlín, pero
marxismo (no olvidemos que también constituye una doctrina con pretensión
universalizante o globalizante al igual que el liberalismo o neoliberalismo) O incluso
los discursos social demócratas ocuparon posiciones hegemónicas a nivel de
discurso y fueron los principales referentes políticos, sociales, económicos y
culturales mundiales? Seguramente que las tendencias globalizantes no se hubiesen
replegado: es más, en algunos campos podrían haber alcanzado mayor intensidad
mientras que nosotros probablemente se manifestarían de manera más débil. Tal vez
lo que habría ocurrido sería que las tendencias globalizantes se desplegarán

62
ajustándose a la direccionalidad que le imprimirían los sectores que, en esas
circunstancias, se encontrarían asumiendo las posiciones y hegemónicas en el ámbito
mundial. El contenido de las leyes globalizadoras sería el mismo, pero la forma sería
seguramente otra.

Ahora bien, la entronización entre la caída del Muro de Berlín, la expansión de las
tendencias globalizantes y el discurso no se agota en esta compleja dimensión del
problema. Existe otro ángulo, más simple, pero no por ello menos importante. En la
década de los años 90, la globalización, en el discurso de buena parte de las élites
políticas y económicas, ha pasado a ocupar el lugar que se asignaba en occidente a
la extinta Unión Soviética, como representación del mal, que servía de justificación ni
pretexto cuando se cometían grandes excesos (apoyo a regímenes dictatoriales,
violación sistemática de los derechos humanos, invasiones, injerencia de los asuntos
internos, etc.) Y, por esa razón, se ha convertido en una coartada cuando no en un
simple pretexto para aplicar reformas y profundas restructuraciones que, de lo
contrario encontraría una seria resistencia.

- hay una buena razón -escribe Edward Luttwak-, para que el avance del turbo
capitalismo (El capitalismo de inspiración norteamericana en su fase
transnacional, H.F.) Vaya acompañado de tanto debate en torno a la
globalización. Para los intereses de la empresa privada, hablar de la
globalización es la mejor manera de conseguir la sonoridad del resto de la
nación en su lucha contra las leyes y las instituciones que le parecen más
restrictivas. Naturalmente, las empresas francesas que actualmente pide la
supresión de las leyes de protección de empleo, por ejemplo, prefieren que la
atención se centre en su batalla contra los competidores extranjeros y no en el
conflicto contra los sindicatos de su propio país.

Es decir, la fase actual de globalización, a diferencia de las anteriores se caracteriza


por el hecho de reproducir una prédica que acelera, intensifica y, sobre todo, orienta
la evolución de muchas de las tendencias globalizadoras hacia posiciones que
interesan a los grandes agentes y actores que actúan en una dimensión propiamente
global.

En síntesis, el papel de este discurso, que ningún modo puede ser minimizado, genera
una gran confusión en ciertos sectores por cuanto no son pocos los que tienden a
equipar la globalización con neoliberalismo, a percibirlos como dos categorías
sinónimas, cuando en realidad, tal como hemos tenido ocasión de demostrarlo, existe
un enorme sustrato globalizador real distinto del plano donde se desenvuelve la
ideología. Tal como se presenta actualmente, que esta última converja, alimente y
redireccione la globalización, no significa que no exista. Simplemente, como en todo
proceso histórico siempre existen actores interesados en asumir la dirección de los
procesos para encaminarlos de acuerdo con sus intereses.

63
Al tiempo que el mundo de los años 90 ha puesto al neoliberalismo a la ofensiva, la
actual situación tiende a desvirtuar la validez de los discursos alternativos. Junto con
el marxismo, parecería que todas las teorías inspiradoras de los movimientos
radicales fueron a parar “al museo de la historia junto al arado y la rueca”, Al decir de
Engels, lo que, a su vez, se convierte en otro alimento que infunde nuevos bríos al
poder omnipresente del neoliberalismo. Numerosos son los casos de organizaciones
de izquierda que han comenzado a adoptar otros referentes doctrinados que le
permiten acoplarse y activar dentro del sistema. En la esfera cultural, las huellas
dejadas por la calidad de las transformaciones son también profundas. No tan sólo el
realismo socialista desapareció por completo (lo cual probablemente no sea nada
malo), sino que, además, la perspectiva de emplear y orientar la cultura como vehículo
de afirmación de nuevos valores en la formación de individuos más preocupados y
conscientes de los candentes problemas universales, empieza hacer hoy más un
nostálgico recuerdo o la acción de un puñado de fundamentalistas. Esa cultura que
funcionaba con la política y que creaba expectativas de cara a futuro ha sido sustituido
por otra emparentada con el discurso de los medios de comunicación y catalizada por
las necesidades del mercado. Es ilustrativa, al respecto, la famosa sentencia de
Christa Wolf, renombrada escritora disidente de la antigua Alemania oriental, quien,
con gran tristeza, después del derrumbe del muro, escribió: “Mi país va hacia el Oeste
y todo mi texto se vuelve incomprensible”.

No obstante, el carácter central que durante esta fase ha adquirido la interpenetración


entre las tendencias globalizantes y el discurso neoliberal, un conjunto de situaciones
y factores que han seguido intensificando estas tendencias y le han dado mayor
expresividad, todo lo cual también ha ayudado a dar un sentido a esta fase. Es decir,
de ninguna manera podemos reducir la complejidad de la globalización aísla de
identificación que se produce entre esta y un determinado discurso. Como veremos
más adelante, probablemente este matrimonio sea sólo circunstancial.

Un primer indicador que particulariza esta nueva fase, pero cuyos orígenes se
remontan a la etapa anterior se puede visualizar en el hecho de que entre los años
1984 y 1994 se asistió a un masivo tránsito de países que reorientaron sus esquemas
de desarrollo de uno hacia adentro, en otro hacia fuera, entre los cuales se cuentan
más de 60 Estados que llevaron a cabo las medidas unilaterales de apertura y
liberalización acorde con los compromisos de la Ronda Uruguay del GATT. Es decir,
durante estos años ha sido cuando más se ha intensificado y masificado a la
convergencia de las economías nacionales con los circuitos trasnacionales, lo que,
de suyo, se ha convertido en uno de los principales estímulos que refuerza la
ampliación de la cobertura de la acción de las tendencias globalizantes.
Esta convergencia, que, además, es sincronizada, que conduce a una concordancia
de gran parte de los países del mundo en torno a una pretendida, anhelada o
aborrecida, pero finalmente real economía global, desempeña un gran papel en la
reafirmación de la globalización puesto que se convierte en un nuevo referente que
contribuye a la creación de un imaginario mundial: por primera vez, prácticamente

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todos los países del mundo propenden por un mismo esquema que consiste en la
adaptación de sus respectivos espacios nacionales como parte constitutiva de los
circuitos globalizados en procesos de integración.

- En todo el mundo -escribe Zaki Laidi-, las sociedades políticas parecen estar confrontadas a
los mismos problemas, a los mismos desafíos, incluso en la manera de enunciarlos. Se habla
hoy de la crisis del Estado, de la privatización del sector público, de la transparencia de la
administración, de la valorización del capital humano, sin hacer mención de temas más
políticos como el tránsito al mercado o a la democracia. De aquí se desprende el sentimiento
de vivir una temporalidad única.

Esta sincronización ha contribuido, por su parte a crear la idea de qué el pasado ya


no cuenta, dado que tanto los países del norte como los de este y del sur se inclina
por el mismo esquema, por lo que dejan de existir los componentes de este tríptico
propio de la época de la Guerra Fría, que las fórmulas nacionales de desarrollo
habrían perdido todo su sentido y que por lo tanto, como la historia estaría de nuevo
arrancando de cero, todos los países se encontrarían prácticamente en idénticas
condiciones para asumir los retos de la globalización. Demás está decir que el
imaginario que se desprende de esta convergencia homogeneizador de todos los
países en torno a esquemas similares o idénticos de inserción revaloriza la lectura
neoliberal del mundo actual por cuanto da sentido a la idea de qué es imposible
escapar a la lógica implacable y avasalladora de la globalización económica.

Otras tendencias que han particularizado al mundo a partir de la década de los años
90 y que retroalimenta en la idea de la convergencia se observan en las siguientes
prácticas:

1. La suscripción de acuerdos de integración, mercados comunes o zonas de libre


comercio que, además de facilitar la internacionalización económica y social,
tonifica la sincronización de ingreso a un tiempo mundial, las estrategias de
integración pueden ser objeto de una doble lectura: de una parte, constituyen
la creación por parte de los estados de nuevas especialidades que permiten
conducir y orientar la adaptación de los circuitos nacionales a las tendencias
globalizadoras; en este sentido, en ocasiones inducen a una aceleración de la
globalización, en la medida en la que rebasan la nación en tanto que unidad
central del sistema internacional, Pero, a la vez, limitan la globalización, debido
a que se convierten en mecanismos que dirigen ciertas barreras entre lo macro
regional y los espacios propiamente mundializados y, así, contribuyen a
preservar la especialidad de lo nacional en su proceso de adecuación a la
dinámica del global. De otra parte, también sustrae las estrategias de inserción
a los circuitos globalizado de cualquier control democrático en la medida en
que en el ámbito de lo macro regional son escasas las instituciones
representativas de la sociedad mientras que el Estado y las empresas
mantienen un elevado peso gravitacional con capacidad de actuar en los
espacios macro regionales y globales.

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2. La generalización de estrategias encaminadas a atraer inversión extranjera y
crear las condiciones para suscitar el interés de las grandes empresas
transnacionales por su capacidad de penetrar mercados, sus elevados
recursos financieros, sus formas modernas de gestión y sus novísimas
tecnologías. En este sentido, se ha producido un importante cambio de actitud:
si antes las empresas trasnacionales encontraban obstáculos y despertaba en
suspicacia cuando deseaban penetrar determinados mercados, en la
actualidad, se manifiesta una favorabilidad hacia ellas en tanto que son
percibida como los principales agentes facilitadores de la adaptación a los
procesos globalizadores.

3. Además del rigor macroeconómico de la preservación de un sano equilibrio


fiscal, otro de las tendencias que sincroniza al mundo en su conjunto consiste
en las políticas de la privatización de activos públicos y de servicios antes en
manos de los estados, lo cual no sólo refuerza el papel de las empresas
transnacionales, ya que son ellas las que mayoritariamente toman control de
dichos activos y pasan a prestar esos servicios, si no, que también reduce el
papel del Estado en la economía y además amplía enormemente la esfera de
acción del mercado por cuanto cada vez son más restringidos los ámbitos en
que opera la regulación.

Esta idea de la sincronicidad en torno a un tiempo mundial se refuerza por el hecho


de que el desarrollo dentro de los marcos imperantes no sé circunscribe, como
antaño, a los países tradicionalmente desarrollados, puesto que en una economía en
acelerado proceso de globalización es mayor el abanico de posibilidades para el
ascenso, obviamente dentro de los cánones que se establece el sistema, de los
países que antes ocupaban posiciones periféricas.

- de modo que mientras en el pasado la división mundial de trabajo se limitaba al intercambio


de productos entre regiones específicas, hoy es posible producir atravesando las fronteras de
los continentes y de los estados. Éste es el elemento capital de proceso. La abolición de las
barreras comerciales y la liberalización de los mercados, en mi opinión, un fenómeno
secundario. Esta es la verdadera diferencia entre la economía global de existente en el pasado,
antes de 1914 y la de hoy en día. antes de la gran Guerra, existía en efecto, un movimiento de
capitales, bienes y de trabajo que podríamos definir como global. Pero lo que todavía no era
posible era la emancipación de los bienes manufactureros y quizá agrícolas de los territorios
que se producía.

Esta situación reviste una importancia particular debido a que la globalización está
fortaleciendo una tendencia que venía manifestándose desde hace un par de décadas
y que consiste en que ésta emergiendo una nueva división internacional del trabajo
pero que a diferencia de las anteriores no ubica per se a los países que ocupaban
posiciones más frágiles dentro del sistema en la categoría de productores y

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exportadores de materias primas, mientras se reserva la producción industrial y las
industrias de punta a los países más desarrollados. Por el contrario, la intensificación
de las tendencias globalizantes de la economía abre intersticios y crea oportunidades
para que cualquier país con capacidad de insertarse exitosamente en los circuitos
modernos (creación de pueblos trasnacionales de acumulación) pueda convertirse en
una nación plenamente integrada y ascender en el nuevo sistema económico mundial.

Una breve comparación puede ayudarnos a ilustrar este punto. En la década de los
años 70, cuando estalló el Boom petrolero, Argelia, rico país en recursos energéticos,
utilizó los grandes excedentes que le generaba la exportación de crudo, para dotarse
de una sólida infraestructura industrial estatal, la mayor del continente africano
después de Sudáfrica: realizó grandes inversiones de la industria pesada, muy
protegida por todo tipo de regulaciones de cuya producción sólo imprimo porcentaje
se destinaba al sector exportador, razón por la cual el país y yo interactuando con la
economía mundial a través de las exportaciones de hidrocarburos. Es decir, su eje
consistió en el desarrollo del mercado interno, pero si yo siendo a la distancia el
ejemplo soviético, reproduzco un esquema en el que la creación de una subida
industria pesada no sólo debía garantizar el crecimiento y el desarrollo sino también
la independencia económica del país, razón por la cual se estableció una relación
equidistante frente a los grandes centros económicos y financieros mundiales. Al cabo
de tres décadas, este inmenso esfuerzo económico se ha evaporado y hoy por hoy
Argelia es un país tan vulnerable a las oscilaciones internacionales y a las presiones
externas, como la mayor parte de los países africanos. Lo único que lo mantiene a
flote en su participación en el estratégico mercado de los hidrocarburos, rubro que
sigue representado el 85% del total de las exportaciones.

Diferente es la situación en Corea del Sur, país que supo de modo pragmático
establecer vínculos con Japón y los Estados Unidos, donde el Estado asumió un papel
activo de la modernización económica mediante el estímulo al desarrollo de un
poderoso sector privado, que contó en su etapa inicial con todo tipo de regulaciones.
Pero esta industrialización tenía un norte diferente al argelino: consistía en un medio
que debía permitir desarrollar estrategias de exportación. Entre 1965 y 1994, Corea
aumentó sus exportaciones. El crecimiento del sector manufacturero se convirtió en
el pilar que estimuló el aumento del ahorro interno y, por consiguiente, abrió el
volumen de las inversiones y con las exportaciones generó las divisas que le permitían
importar bienes de capital y cubrir las deudas contraídas.

El caso argentino demuestra que, en un contexto como el imperante de alta


intensificación de los circuitos globalizados, no es posible el desarrollo si se comenta
únicamente el mercado interno y si se pretende repetir todo el largo proceso de
desarrollo industrial que, a Europa, partiendo de una mejor posición, le llevó dos
siglos. Un esquema industrial semi autárquico Como el argelino lo comentó la
transferencia de ideas provenientes del exterior, no permitió desarrollar las ventajas
comparativas y dada la importancia asignada a la industria pesada, se tradujo,

67
además, en un debilitamiento de los otros sectores económicos que siguieron
dependiendo de los suministros provenientes del exterior. Corea, por su parte, se ha
convertido en un país exitoso porque has sabido conjugar el desarrollo interno. Para
lo cual ha contado con un estado programador. Con un sector industrial exportador
que has sabido utilizar sus ventajas comparativas a escala internacional. En síntesis,
estos casos demuestran que el desarrollo, en un contexto como el imperante, sólo es
pensable si se concibe el desarrollo económico interno en interacción constante y
permanente con los circuitos globalizados.

Dicho en otras palabras, si tomamos distancia de las lecturas neoliberales de la


globalización económica que pretenden convencernos de que estamos avanzando
hacia una economía global que subsume los espacios nacionales para adecuarlo a
su propia racionalidad -que no es otra que la lógica que se desprende de una
economía de libre mercado totalmente desregulada- Y si también tomamos distancia
de muchas de las lecturas contrarias que presentan la globalización económica como
una nueva imposición a todos los países de un esquema proveniente desde fuera,
sea desde los Estados Unidos o que provenga de los organismos financieros
multilaterales, que quizás no es más que lo mismo y si más bien imaginamos que la
globalización Económica consiste en la creación de mecanismos de interacción que
borran las fronteras entre lo interno y lo externo, dado que está dado origen al
surgimiento de múltiples circuitos o redes de interpenetración que atraviesan los
distintos espacios, de estos ejemplo, entonces podemos avanzar la hipótesis de que
existen y seguirán existiendo múltiples estrategias para resumir la extraversión de la
Nacional de lo global y la interiorización de la globalización en el plano nacional.
Cómo acertada y provocadoramente escribe John Gray:

- El surgimiento de una verdadera economía global no supone la extensión de los valores e


instituciones occidentales al resto de la humanidad sino que representa el fin de la era de la
supremacía global occidental. Las economías modernas originales de Europa occidental y
América del Norte no son modelos válidos para los nuevos tipos de capitalismo creados por
los mercados globales (...) Las economías más exitosas del próximo siglo no serán las que
hayan tratado de injertar los libres mercados estadounidenses de las raíces de sus culturas
nativas sino las economías cuyos procesos de modernización sean autóctonos.

Si nuevamente tomamos distancia de la ideología lectura neoliberal del mundo actual,


podemos corroborar que la experiencia mundial tiende a demostrar que con la
globalización, en efecto, algunos procedimientos sean homogeneizado o tienden
hacia un determinado tipo de convergencia, pero son múltiples las formas de
capitalismo que se encuentran actualmente en una etapa de aguda competencia,
rivalidad que pone a prueba los factores políticos, institucionales, sociales,
administrativos y culturales de cada sociedad. Nada permite avanzar la tesis de que
con la globalización nos encontremos frente a una pretendida homogenización. La
deslocalización productiva por su parte de las grandes empresas transnacionales no
está socavando el consenso social vigente en Alemania, país que tiene la mano de
obra más cara del mundo. La moderna tecnología tampoco está acercando la forma

68
de organización y representación de la sociedad japonesa al esquema
norteamericano o a un pretendido modelo global. En Europa, no obstante, la gran
convergencia que se está produciendo en torno a la unión económica y monetaria,
las especificidades nacionales siguen subsistiendo y constituyen, sin lugar a dudas,
una de las fuentes que otorga mayor dinamismo al proyecto de la unión europea. En
otras palabras, la globalización Económica no es sinónimo de economía global,
implica romper o renegar las tradiciones y la cultura de cada pueblo. Por el contrario
trata de ser radica aquí en que estimula a la construcción Tejidos de redes que ponen
en competencia de los elementos sociales, culturales, políticos y económicos de cada
pueblo. Esto es una realidad, de la cual deben aprender las naciones
latinoamericanas, países que por múltiples circunstancias han asumido de manera
pasiva la globalización y por ello han tenido que identificarla como adaptación a la
economía global mediante una asimilación o crítica de economía de mercado, tal
como lo ha venido sugiriendo los organismos multilaterales de la crisis de la deuda
externa.
De esto se pueden extraer importantes conclusiones: de una parte más allá de la
intensificación de los intercambios tal como sugieren determinar los indicadores
económicos, la globalización económica no se puede seguir visualizando como un
elemento aislado de las otras manifestaciones sociales. La calidad de la cultura, el
tipo de sociedad, la educación, la institucionalidad reinante son factores que se
encuentran en el trasfondo de todo proceso estabilizador, lo que a la postre, sirve de
explicación de la amplia gama de procedimientos (nacionales o simplemente
específicos) de inserción internacional. De otra parte, si la globalización no es
equivalente a homogeneización de las economías nacionales, incluso tienen a
acentuarse las diferencias locales, regionales, nacionales y macro regionales, esto
trabaja en contra de la resistencia que la economía se ha autonomizado de la política.

- por esas mismas razones, la apertura hacia el mercado internacional ha de tener efectos muy
diversos en países que no cuentan con protecciones estatales, ni con sólidas instrucciones
civiles, ni con redes de solidaridad Inter social, y en otros que, gracias al desarrollo de
movimientos sociales y políticos, cuentan con plataformas institucionales e incluso, con una
cultura civil que les permite resistir y hasta desviar, los embates que provienen de la economía
global.

Para países débiles y frugalmente insertos, como la mayor parte de las naciones
latinoamericanas, en este plano se plantea un doble desafío. En la manera como se
está configurando el naciente sistema mundial, se exacerba, de una parte, la
individualización de las opciones, es decir la vida internacional se convierte en un
escenario en el cual cada uno lucha por su propia subsistencia en una especie de
darwinismo internacional y, de la otra, se reproducen a escala internacional un
ambiente análogo al que existe a nivel social, donde lo colectivo ha sido suplantado
por la búsqueda individual y privada de la satisfacción de las necesidades sociales.

Esto explica en alto grado las dificultades que los países latinoamericanos han
experimentado en el plano de la integración, la cual se vuelve funcional a la lógica

69
imperante cuando permite mejorar las condiciones de inserción internacional, pero se
convierte en un obstáculo cuando no permite realizar las opciones individuales. Un
ejemplo paradigmático lo encontramos en el caso de Chile que ha vacilado entre el
Mercosur (alternativa colectiva) Y la suscripción de un acuerdo de libre comercio con
los Estados Unidos (opción individual).

La situación general por la que atraviesan actualmente nuestros países hace más
urgente este cambio de actitud tanto frente a la globalización como con respecto al
sentido y uso que se le asigna a la estrategias de integración: las grandes explosiones
sociales que se han extendido en los últimos años desde México hasta la Patagonia,
las situaciones de extrema ingobernabilidad en Perú, Ecuador y Colombia, las
crecientes dificultades por las que atraviesan países como Cuba y Venezuela para
mantener la viabilidad de los esquemas imperantes y el aumento de la vulnerabilidad
de la sociedades en el frente externo, tal como lo testimonial el caso argentino,
justifican el rápido cambio de perspectiva que debe traducirse en una nueva ola de
reformas.

A diferencia de las anteriores, que se focalizaba en el diseño de programas de ajuste


y privatización, a esta nueva o la debería concebirse dentro de una filosofía que se
propaga armonizar las respuestas a las urgentes necesidades económicas, sociales,
políticas, institucionales y culturales que tienen nuestros países con un diseño
estratégico de inserción en los circuitos globalizados. En tal sentido, poco sentido
tendría tratar de copiar tesis en boga como las de tercera vía. Ésa es una iniciativa
propia de los países desarrollados que son sujetos activos de la globalización y
disponen de sólidas instituciones, como estados fuertes con relativamente bajos
niveles de desigualdad social, mientras que América latina es una región pasiva de la
globalización, dispone de débiles estados, instituciones ineficaces y crecientes
desequilibrios sociales. Más bien, como lo ha enseñado Aldo Ferrer, lo que cuenta
para nuestros países no es la tercera vía si no la metodología de la misma, que
arranca de un diagnóstico muy profundo de dichas sociedades para luego pasar a un
plano propositivo. Si los principales problemas que aquejan a nuestros países se
pueden resumir en la excesiva concentración de la riqueza y del ingreso, la ampliación
de las desigualdades sociales, la fragilidad de los sistemas políticos, la débil inserción
Internacional, la inconsistente apropiación de las nuevas tecnologías, el carácter
todavía primario de la oferta exportable y el carácter aleatorio de las propuestas de
integración, entonces se debería propender hacia el diseño de un nuevo esquema
que, a título indicativo, se debería pasar en las siguientes ideas: la equidad, no debe
seguir percibiendo como una consecuencia si no como una condición de desarrollo,
se requiere de un estado activo en la implementación de las reformas, se plantea con
urgencia la necesidad de articular las políticas públicas con la sociedad civil, unas
políticas educativas que sirvan de soporte para potenciar la equidad y cualificar la
mano de obra y un diagnóstico ecuánime del mundo y la manera como en el
pensamos insertarnos.

70
En síntesis, con la globalización no debe ni puede haber lugar a fatalismo, cuando se
tiene claridad sobre lo que se desea.

Uno de los temas que con el tiempo alcanzará cada vez mayor relevancia guarda
relación con el impacto que este tipo de globalización económica tiene en el medio
ambiente porque propicia el consumo abundante de energía y, sobre todo, por su
propensión a desplegar actividades exportadoras.

- en la medida en que las normas que rigen el libre comercio es mantener la producción local,
todos los países y comunidades explotan lo que produce e importan lo que necesitan, la
intensidad energética del transporte. El envasado y la producción aumenta. Un pollo, por
término medio, recorre 2000 km antes de que se lo coma.

Quizá uno de los planos donde existe menor calidad sobre la manera como se
manifiestan las tendencias globalizantes es el social. La precarización de las
condiciones laborales, la flexibilización del trabajo, el gran aumento de las actividades
a tiempo parcial, la ampliación de la brecha entre Ricos y pobres, la elevada
concentración de la riqueza, el impacto de las tecnologías y de la informática en el
empleo, el alto desempleo, fenómeno que se ha convertido en un verdadero plagio
en las industrializadas naciones europeas, etc., ninguna de estas situaciones propias
de la sociedades modernas puede ser atribuida a la expansión que ha registrado la
globalización en el transcurso de los últimos años. La tendencia hacia la precarización
de las condiciones laborales no ha sido el resultado de la mayor interpenetración
económica entre los pueblos, sino del tipo de capitalismo por el cual se han inclinado
los países más desarrollados.

- A lo largo de Estados Unidos y Gran Bretaña, empresas grandes y pequeñas están


produciendo más bienes y servicios con menos, sobre todo con menos mano de obra, pero
también con instalaciones más pequeñas y con menos energía. Así el incremento de los
beneficios proviene de ambos objetivos: más ingresos gracias al aumento de las ventas y un
menor costo por unidad producida.

La competencia laboral por parte de los países con salarios más bajos tampoco puede
interpretarse como un efecto de la globalización en el cambio social. En los inicios de
la época moderna, cuando se quiso venir la tristeza de las corporaciones, Jesús la
llevaron las restricciones que impone a los gremios durante la reubicación de las
actividades manufactureras en el campo o en aquellas zonas que se encontraban por
fuera de la jurisdicción de los gremios. Es decir, ni siquiera esta práctica constituye
hoy por hoy una novedad. Así como tampoco podemos suponer, como es ya casi una
tradición en cierta literatura, que está precarización de las condiciones laborales y el
resultado del impacto que la organización social tiene en las modernas tecnologías
de la informática. Más bien se puede argumentar, siguiendo a Daniel Cohen, que
siempre ha habido un grande espacio entre el acelerado ritmo de transformación que
alcanzan las estructuras productivas y el desarrollo más lento del tejido social.

71
Todas estas situaciones son más bien el resultado de la profunda reorganización
capitalista a la que se ha asistido en las últimas décadas, el peso de los discursos
neoliberales que han acelerado el desmonte de las instituciones y políticas
asistenciales y privatizando la seguridad individual y social, del repliegue del Estado
de la esfera social y de la menor no cobertura de sus políticas redistributivas. Como
acertadamente escribe Jean-Paul Fitoussi:

- Lo que genera el sufrimiento social no es la mundialización en sí, sino el retorno a una lógica
pseudo impotencia de los estados (...) La ideología consiste en que seguimos percibiendo los
mercados como lugares ficticios de coordinación cuando en realidad en el lugar de las
relaciones de fuerza, debido a que no están mediatizados por los Estados.

Los efectos de la globalización sobre lo social se expresan en otros ámbitos. La


globalización exacerba las desigualdades en la medida en que ha introducido una
nueva fisura entre aquellos que se encuentran dentro del sistema con lo que se
encuentran por fuera y a convertido la inequidad en un problema global Que ya no
puede resolverse exclusivamente dentro de los marcos nacionales. Los primeros, no
sólo son los que trabajan en el ambiente de transnacionalizados, sino que, además
comparten los beneficios del sistema, constituyen un grupo, por cierto, lo
suficientemente amplio desde un punto de vista cuantitativo como para dar Rapidez
a la conservación de los modelos capitalistas imperantes y a la lógica diferenciadora
de la globalización. Enseña este grupo abarca a todos aquellos que se encuentran en
interacción directa con el exterior. Los excluidos que sin duda constituyen la gran
mayoría, se encuentran lo suficientemente atomizados con los nuevos sistemas,
Reductivos laborales, que se encuentran incorporados al sistema a través de los
medios y el anhelo de consumo, sigue apegado a la referentes nacionales y
atravesados por referentes nuevos que inhiben su capacidad de acción y respuesta.
Un buen ejemplo de esta realidad la encontramos en el caso mexicano. En el país
azteca se vive entre realidades distintas.

- Un México exportador, altamente tecnificado. Competitivo como cualquier país


desarrollado. Creador de 250 mil empleos permanentes y bien renumerados.
Un México que incluye 23 millones de personas con una cultura global,
bilingüe, productiva (...) otra realidad es la de México tradicional, con una
agricultura, Industria, servicios, que no obstante haber enfrentado cuatro crisis
económicas recurrentes, sigue en pie y produciendo, pero ante un Test
mayúsculo: crear cadenas productivas y desarrollar productos que permitían
vincularse al sector externo y fortalecer el mercado interno. Esta realidad es la
que vive la mayoría de los -cerca de 51 millones- Y es la fuente de mayor
creación de empleos: 430 mil plazas al año (...) Este es el México desconfiado
de la globalidad, porque ha aprendido que, en efecto, se han creado nuevos
empleos pero que muchos otros se han cancelado en este sector para abrirse
en el moderno. Por ello, vincularse productivamente al sector externo y
fortalecer el mercado interno es una condición de desarrollo de este sector.

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- La tercera realidad es la de México marginado. Un sector ajeno al mercado.
Caracterizado principalmente por el autoconsumo y la autoproducción. Una
realidad de pobreza extrema para 26 millones de mexicanos. Un sector que se
encuentra en una buena parte ajeno a los impactos negativos de la
globalización, precisamente por vivir fuera del mercado, pero potencialmente
abierto a impactos positivos de la misma.

De esta división que establecemos se desprende en varios ámbitos en los cuales la


globalización se manifiesta: de una parte, cumple al mismo tiempo una función
unificadora y diferenciadora de los individuos. Al igual que la nación que agrupaba
identificaba a las personas, la globalización crea referentes que aproximan a todos
los individuos del planeta y en este sentido, cumple una función unificadora.
Igualmente diferencia en la medida en que exacerba las desigualdades. Ambas
dinámicas se entrelazan y no sólo pueden existir al unísono con su complemento. No
podía grabar si la desigualdad en torno a la globalización si no existiera la idea de
pertenencia a la misma unidad: el mundo.

Por otra parte, uniformidad y diferencias se expresan conjuntamente porque los


mismos factores los unifican y diferencian: esta división de los individuos de acuerdo
con su posición y perspectivas de la globalización constituye una desigualdad en
términos temporales y espaciales. Socialmente el tiempo mundial se desglosa como
un tiempo homogeneizador propio de aquellos individuos que se desenvuelven en
una arena propiamente global y en uno diferenciado, más lento y territorializado,
inherente a los sectores que se encuentran al margen de la globalización.

Desde una perspectiva social, el espacio global también tiende a fragmentarse en


especialidades encogidas, propias de los sectores globalizados y en otros apegados
a una dimensión geográfica. Para unos y otros, la dimensión espacio temporal no se
expresa de la misma manera: los globalizados se ubican más en una dimensión
temporal que achica los espacios, mientras los segundos, se encuentran más atados
al espacio con sólo lapsos vínculos de pertenencia a un tiempo mundial. En el caso
de los segundos su pertenencia a las dos parcialidades y temporalidad es
globalizadas se produce básicamente a través de los medios de comunicación y
particularmente de la televisión que permite una integración simbólica -A patrones que
enfrentan barreras difíciles de superar para integrar social y materialmente a ellos-.
Esta integración simbólica ha tenido dos efectos importantes: el primero sería
contribuir a dar credibilidad de legitimar el modelo económico, tanto directamente en
cuanto que poseer un aparato de televisión y ser televidente al igual que los miembros
de grupos más privilegiados pareciera producir en sí mismo un más sentimiento de
pertenencia que de frustración. El segundo sería reforzar la presión hacia el retiro de
lo público para refugiarse en el ámbito de lo privado. Es decir, los medios desempeñan
un importante papel socializador y disciplinado y dan sentido de pertenencia. Es decir,
como señala Zygmund Bauman, “los usos Del tiempo y el espacio son tan

73
diferenciados como diferenciadores. La globalización divide en la misma medida que
une: la causa de la división son las mismas que promueven la uniformidad del globo”.

Esta diferenciación se expresa de manera particular sobre las capas medias, dado
que constituyen unos segmentos sociales que parcialmente se encuentran en ambos
extremos. En ocasiones hacen suyo el espacio y el tiempo mundial básicamente a
través del consumo pero en otras, sobre todo en periodos de recesión, crisis o
turbulencia económica, social y/o política cuando se reducen las posibilidades de
endeudamiento y de satisfacción a través del consumo, deben caer en una situación
de desconexión con los círculos globalizados. De ahí que estos sectores sufran de
modo muy dramático la incertidumbre, la ansiedad y el miedo.

Al respecto, es muy ilustrativo el informe realizado por el PNUD en 1998 sobre el


desarrollo humano en Chile. Reconociendo los grandes avances registrados por el
país austral desde el punto de vista de la modernización, en el documento se destaca
que subsiste un gran malestar social que Norbert Lechner focaliza en tres ámbitos:
Primero, el miedo a la exclusión de materia de salud, prevención, empleo y educación,
originada por la flexibilidad y la competencia, inherentes al modelo de economía de
mercado implementado en Chile.

- en la medida en que el mercado no satisface ciertas demandas de reconocimiento e


integración simbólica, anteriormente descubiertas por el Estado la exclusión en vida como una
amenaza cotidiana por la mayoría de los chilenos. Esta desconfianza en los sistemas es tanto
mayor por cuanto existe también una desconfianza de las relaciones interpersonales.

Segundo, el miedo al otro, producto de que las identidades colectivas han perdido su
anclaje material y simbólico y su lugar es ocupados por una retracción al hogar y a un
individualismo negativo. “La Interiorización de la competencia y la precariedad como
experiencias vitales agudiza la sensación de soledad e incomunicación”. Tercero, el
miedo al sinsentido, en la medida en que los referentes individuales pierden su fuerte
significado, crecen las dificultades de elaborar un sentido de vida individual. En
síntesis, las capas medias oscilan constantemente entre su disfrute del tiempo
mundial y su pertenencia local. En el campo político algunos autores consideran que
no es aplicable la globalización a la política. Así, por ejemplo, Erick Hobsbawm señala:

- La Globalización es un proceso que simplemente no se aplica la política. Podemos tener una


economía globalizada, podemos aspirar a una cultura globalizada, tenemos ciertamente una
tecnología globalizada y una sola cita global, pero, de hecho, políticamente hablando, el mundo
sigue siendo pluralista dividido en estados territoriales.

A nuestro modo de ver la globalización en el ámbito de la política comporta una serie


de particularidades con ritmos, intensidades y alcances que la convierten en una
dinámica singular. Pero no por ello vamos a negar su existencia. Con el fin de la
guerra se terminó esta forma particular y específica de globalización que dio a la
política una dimensión intermitente planetaria. Demás está decir que al producirse la

74
caída del Muro de Berlín y el Desvanecimiento inmediato de una rígida, pero no sólida
ni fuerte configuración mundial, que tenía la cualidad de dar servicio de expresividad
a los asuntos internacionales, el mundo entero entró en una etapa de desconcierto
desasosiego e incertidumbre. Tal vez lo que mejor era dar pérdida de los anteriores
puntos de referencias en corriente idéntica del mundo de los años 90 con un orden,
sino un desorden mundial. Pero la política que, en general, como lo precisaba Braudel
se expresa en un tiempo breve, prontamente reconfigurar nuevas formas de
expresividad y recomponer espacialidades que intentan dar un nuevo sentido al
mundo.

Como lo señalábamos con anterioridad, durante la Guerra Fría la competición Intel


sistémica dio origen a una particular forma de globalización política en la medida y
que todos los problemas internacionales se refractaban a través de LG bipolar de
competición entre capitalismo y el socialismo. Con el fin de la Guerra Fría, este
ordenamiento y sus diferentes desaparecieron y se ha ingresado en una época en
que predomina el desconcierto y el desasosiego, debido a que la anterior
globalización política se desglobalizó. Sin embargo, también en esta nueva fase
vemos a una nueva expresión de estas tendencias globalizantes en el ámbito político.
tres son las tendencias más significativas que pueden conservar en el plano
internacional.

La primera consiste en que a partir de la economía se está asistiendo a una nueva


forma piramidal de estructuración de poder internacional. En el vértice se encuentran
los grandes centros económicos financieros de proyección y alcance mundial, más
abajo las respectivas zonas integradas a cada parte de estos polos, fuertemente
integrados entre círculos respectivos pueblos. Este conjunto de países consecuencia
de la matriz de la cual se está configurando un nuevo sistema mundial. Trajo que se
ubiquen los países que por razones comerciales y económicas o geopolíticas,
suscitan la atención de los respectivos polos y zonas integradas (los países más
desarrollados en América latina, la Europa Centro-Oriental, Rusia, los países del
Mediterráneo, el Medio Oriente y el Asia). Por Último, se encuentra una zona gris
compuesta por aquellos estados y regiones parcialmente desvinculados del sistema
y que difícilmente pueden suscitar la atención de las principales potencias, es decir,
conforman lo que podríamos denominar el sur profundo (una parte de África, países
menos desarrollados de América latina, las zonas más atrasadas del continente
asiático y las poco pobladas islas del pacífico, excluidas aquellas que representan un
interés turístico).

Esta estructuración piramidal del poder internacional desde varios ángulos se puede
identificar con una nueva expresión que asume la globalización política. De una parte,
porque da lugar a la conformación de redes, que se diseminan espacialmente y ponen
en interacción de modo diferenciado a los distintos países. Por otra parte, este
esquema piramidal construye un imaginario político de globalización en la medida en
que no están pegadas las posibilidades de movilidad dentro de este sistema. Todo

75
país que realice adecuadas reformas, refuerza sus mecanismos de negociación
internacional, fortalezca su presencia los circuitos económicos internacionales, puede
convertirse en global player, y pasa, de ese modo hacer parte del sistema. Por último,
se concretiza la idea de la sincronización de todos los estados en torno a un tiempo
mundial que, en un primer momento se asoció con la idea de la emergencia de un
nuevo orden mundial fundamentado en el derecho y la convergencia de todos los
países con la economía mundial, y, posteriormente, como resultado de las varias
crisis financieras que han azotado al mundo, con el mayor peso que el contexto
globalizado ejerce sobre los espacios nacionales.

La segunda tendencia consiste en que cada vez se hace más evidente que el mundo
no está dando lugar a la conformación de una economía global que subsume a las
nacionales, sino una agudización de las competencias entre los distintos modelos
nacionales, de lo cual se desprenden formas particulares de organización de los
espacios políticos mundiales. Así, por ejemplo, se observa un comportamiento
diferente de los vértices del esquema piramidal con relación a las zonas integradas y
en las regiones de interés. Japón en el sudeste asiático y Alemania en Europa Centro
- Oriental se caracterizan por destinar grandes recursos a inversiones directas, ayuda
al desarrollo, exportación de capital y reubicación de unidades productivas para la
exportación en directo al mercado mundial. Incluso una misión japonesa para asistir
a Vietnam en la restructuración de su economía proponía hacer algunos años del
gobierno de dicho país para delinear una política Industrial que le permitiera conservar
parte importante del sector estatal de la economía. Por el contrario, Estados Unidos
ha sido desplazado del primer lugar que ocupaba la exportación de capitales hacia
América latina, con la selección de México, y salvo las maquiladoras, las inversiones
de la región se encuentran en la explotación de recursos naturales o en la creación
de unidades productivas para abastecer estos mercados, pero no para intensificar las
capacidades exportadoras de estos países. Por otra parte, las empresas tanto como
japonesas como alemanas han involucrado a los países asiáticos y centroeuropeos
en sus redes globalizantes de producción y comercio, lo que se ha traducido en
acceso a la tecnología, capitales, mercados savoir-faire. Nada de esto se observa en
el caso norteamericano. Por último, las dos potencias mercaderes ponen énfasis en
la mano de obra calificada y unos estados deficientes, mientras Estados Unidos se
inclina por la utilización de mano de obra barata y por restringir el papel del Estado en
la economía.

Esta tendencia, que se puede volverse aún más compleja en la medida en que nuevos
países asuman posiciones de liderazgo y escala mundial, ejemplifica una propensión
del mundo actual que consiste en la utilización de las competencias culturales,
institucionales, políticas, etc., entre los pueblos. En otras palabras, los elevados
niveles de interacción característicos del mundo actual hacen más difícil que se
agudice la competencia basada no en un esquema homogéneo, si no a las diferencias
históricas, culturales e idiosincráticas de los pueblos. Una vez disipada la furia de
estar ingresando en una nueva era, todo apunta a que la globalización más que la

76
uniformización se está constituyendo en un procedimiento que permite y inundializar
las diferencias. En síntesis, atrás parece haber quedado irremediablemente el periodo
en que la constitución de espacios globalizadores apuntaba a la creación de circuitos
de homogenización. Al contrario, todo parece demostrar que la tendencia actual se
encamina en un sentido diferente, la tropiezan de estos circuitos no para crear un
modelo de economía, sociedad y cultura y política mundiales si no para la realización
de las particularidades y las diferencias. Por último, conviene comentar que, de
acuerdo con sus comportamientos en relación con las zonas integradas, Las
potencias mercaderes asumen de manera más creativa a la globalización en la
medida en que involucran estos países dentro de sus redes de interpretación
económica. Para desgracia nuestra, en Estados Unidos se entiende la globalización
como simple adaptación de nuestros países tales que a y estadounidenses de
economía de mercado sin que intermedien incentivos para acá América latina se
convierte en un componente de las redes globalizantes estimuladas por los
norteamericanos.

La tercera tendencia consiste en que se asiste a una nueva tradicionalización de la


vida internacional. Durante la época de la Guerra Fría con la solidez de los referentes
ideológicos y poder mundial que ejercían la superpotencia, los conflictos
internacionales tendían a inscribirse y expresarse de acuerdo con la lógica de un
mundo bipolar. Con la desaparición de la Guerra Fría, el desvanecimiento de los
referentes ideológicos que daban sustento a esta configuración planetaria y
significativa merma en la capacidad organizadora del mundo por parte de las grandes
potencias, los viejos conflictos motivados por razones territoriales, religiosas,
emergieron de nuevo con gran fuerza. Este último aspecto reviste la mayor
importancia porque al tiempo que se consolidan espacialidades globalizantes de
realización de la política en el ámbito mundial, subsiste en otros espacios de los
cuales expresan otro tipo de dinámicas, se maneja otro tiempo y es diferenciada la
relación con respecto al territorio. Sin embargo, en la década de los 90 se observa
que estos conflictos se entremezclan con una dinámica creada por la guerra, por
cuanto son situaciones en las que se desdibuja la línea divisoria entre lo interno y lo
internacional. Erick Hosbawm escribe al respecto: yo creo que la novedad de la
situación que se ha creado en los Balcanes es que la línea divisoria entre los conflictos
internos y conflictos internacionales ha desaparecido o tienda desaparecer. Y eso
quiere decir que la diferencia entre guerra y paz, estado de guerra y estado de paz,
también se ha difuminado.

En los años 90 también se han acentuado las tendencias que están modificando las
formas tradicionales de organización política. El Estado es objeto de una merma en
su cobertura de acción debido a que comienza a ser desbordado desde arriba por la
globalización y también desde abajo por las estrategias de descentralización
impulsadas por la aplicación de las terapias de shock en países del sur y del este, Y
por la descentralización administrativa entre naciones más desarrolladas. Pero si ha
perdido significación en cuanto a su cobertura, mantiene una alta centralidad en lo

77
que respecta a su capacidad de acción. No es equivocado sostener que el Estado se
ha convertido en un actor estratégico, que probablemente realiza menos funciones
que antes, pero tanto más importantes que las que tenía. De ahí qué no tengan mucho
asidero las usuales aseveraciones que se señalan un debilitamiento del estado. Claro
está que no es el mismo estado de antes. Más bien como lo señala Ulrich Beck,
estamos asistiendo a su transformación en un estado transnacional cooperante, es
decir, un aparato que debe renunciar a la soberanía para resolver sus problemas
nacionales en un mundo globalizado.

El fenómeno de por sí es evidente, el Estado comienza a perder la importancia de la


qué antes gozará en la conducción de la vida internacional como resultado de la
emergencia de nuevas instituciones y de la aparición de actores en la arena
internacional Y que en las nuevas circunstancias han adquirido mayor capacidad de
acción. Eso significa que están transitando de un sistema estado estético a uno
multicéntrico en el cual el Estado civil sigue siendo una institución fundamental debe
competir interrelacionarse con actores y procesos Autónomos que pueden ser sub
nacionales, transnacionales o multinacionales.
Ahora bien, esta irrupción de nuevos actores no puede ser interpretada como la
emergencia de una sociedad civil mundial, por cuanto son actores heterogéneos y,
de las más de las veces plurales en sus intenciones y por lo tanto, con intereses
fragmentados. La sociedad civil global significaría, ni más ni menos, deshistorizar la
realidad social hasta el punto que ella sería succionada por una historia
supuestamente universal. Las múltiples narraciones historias que Intrincan
argumentos con teorías sociales, perdería en sus relaciones de tiempo en el espacio
infinito de una globalidad donde todos los tiempos de confunden hasta anular de entre
sí. En ocasiones de estos actores son nacionales (madres de la plaza de Mayo) O
subnacionales (movimiento zapatista) pero a veces tienen la capacidad de construir
redes con actores similares en otros países, lo que los convierte en agentes con
capacidad para incidir en temas internacionales y, desde arriba, presionar a sus
respectivos gobiernos. En otras, son organizaciones eminentemente internacionales
que conforman acción Alex en los diferentes países, actúan en el escenario mundial
y desde esa posición ejercen presión sobre estado sus grupos particulares.

- ante lo global de firmarlo regional y local -escriben dos analistas mexicanos- Y ante el mercado
indiferenciados de su playa en las diferencias sociales, incluidas aquellas de grupos étnicos y
culturales y, en general, una extraordinaria presencia de la sociedad civil plural y diversificada
que ha logrado una multitud de organizaciones cívicas y ciudadanas con fines distintos, y que
eso no hay un innegable factor político relevante dentro de las naciones, pero también en el
plano internacional . esta variedad organizativa ha dado lugar a diversas ONG y otras
agrupaciones ciudadanas que representan corrientes de opinión y pues ya que expresan
energéticamente, planteando existencia del Estado y también a los partidos políticos,
erigiéndose en factores nuevos e inaudibles en el proceso de toma de decisiones

Las dos consecuencias más importantes que se derivan de la emergencia de estos


nuevos actores son: de una parte, han roto el monopolio que el Estado ostentaba de

78
la vida internacional y, de la otra, están creando nuevos mecanismos de identificación,
distintos a los que surgían de los proyectos nacionales, lo que transforma el papel de
la política, las instituciones y los partidos políticos, en tanto que dije centrales de la
organización social. Sí, se comienza asistir a una desinstitucionalización de las formas
de hacer política. Lo que asigna un carácter peculiar al actual fácil globalizadora es
que a diferencia de las anteriores no involucrar directamente como un agente activo
y dinámico al Estado el desarrollo de estas tendencias. Más bien ocurre lo contrario,
esta fase globalizadora inicia en unas condiciones particulares como es el hecho de
que el Estado, desde la década de los años 30, venía en un constante proceso de
fortalecimiento, y ahora por lo tanto la actual hola globalizadora ocurre en momentos
en que el Estado es más fuerte que nunca. Por último, las manifestaciones culturales
de la globalización en esta nueva fase se escriben en una perspectiva diferente a la
economía, pero análoga a la política. El principal punto de entronque con la economía
se expresa que con la mercantilización de buena parte de estas actividades se ha
consolidado un sector económico de cultura que en un país como Francia consiste en
que medio millón de personas trabajar de esa rama, es decir el 2% de la población
activa, y maneja una cifra de negocios que ronda el 2,5% del PIB. Algo similar ocurre
en el plano de la comunicación. Si en la década de los años 70, el sistema de medios
de comunicación todavía era elitista, o por oyes masivo. Si estaba articulado en torno
a la prensa escrita, uno está en torno a la TV. Cierra altamente dependiente del
Estado, de manera directa o indirecta, oye está casi totalmente en manos privadas.
Si en los 70 estaba orientado por y para la política, ahora lo está por el mercado. Por
último, si los años 70 era un sistema que tenía fines culturales y educativos, hoy los
sustantivos son de entretenimiento información.

Decimos que la globalización en el plano cultural es distinguir la dinámica en lo


económico por cuanto la tendencia que se observa en este campo de la producción
de bienes y servicios que pueden ser ejecutados utilizados en cualquier región del
planeta. La globalización es un anime en su parcialidad y tiende a ubicar a todos los
agentes dentro de su misma racionalidad, así los resultados que almacenen pueden
ser diversos. La globalización en el plano cultural tal como se presenta en la
actualidad sólo existe cuando se arraiga en las actitudes cotidianas de los países
individuos y reconfigurar las expresiones tradiciones de cultura e incluso las
identidades nacionales, fenómeno que no es fijo e inamovible, sino que esté
reconstituye en cada período histórico. La globalización en particular, al romper los
marcos fijos de la nación y del Estado, permite que se revalorice lo local y las
memorias de los diferentes grupos que participan de la nación. En este sentido, es un
proceso más multicultural que de desorganización cultural tal como lo imaginaba en
aquellos que ven en la globalización la universalización de bienes culturales
mundiales, tales como la Coca-Cola o McDonald’s. Incluso, esta aseveración es
válido en lo que atañe al idioma inglés, por muchos considerando como la lengua
mundial por excelencia. Si a finales de la década de los 60, el 9,6% de la población
mundial consideraba el inglés como se le voy a materna, a mediados de los años 90
el porcentaje había descendido al 6,9% en razón de que el desarrollo de las

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comunicaciones locales, los mercados informativos y las migraciones han hecho
posible la difusión de las lenguas regionales por todo el mundo.
En este sentido, lo paradigmático de esta problemática consiste en que la
instantaneidad como a las sincronizadas y el tiempo mundial pone en contacto, en
comunicación y competencia las distintas comunidades obligándolos a desnudarse y
argumentar comparativamente sus fundamentos de valor.

El descubrimiento del oro obliga redimensionar la propia identidad y la certeza sobre


las que se funda.
Sin embargo, la globalización, imparte y a su manera, también es una forma de
occidentalización. Dado el carácter jerárquico del actual sistema mundial, los países
más desarrollados tienen una mayor influencia de la orientación de los asuntos
culturales que los países más pobres y, en ese sentido la globalización cultural, al
igual que la economía y la política, facilita la acción de determinados países que poner
la general son los más fuertes y poderosos. Por último, conviene señalar que al igual
que en la economía, donde la globalización se crean redes transnacionales que Paul
regla tienden a vincular fundamentalmente a las ciudades, en el plano cultural, la
globalización como expresión de nueva forma de conciencia mundial adquiere gran
intensidad de las ciudades, pero se debilita y las áreas rurales, donde precisamente
alcanzar una mayor fuerza la identificación de los valores considerados como
tradicionales.

En el plano de la cultura, la globalización es posible por grandes avances que se han


registrado en las comunicaciones, ya que permite el Entrelazamiento y la
instantaneidad masiva de la transmisión de información que va a la idea de la creación
de un solo mundo donde existen conductas, comportamientos, valores, etc., que son
idénticos y compartidos. Pero precisamente esta velocidad e intensidad en la
comunicación el mayor entrelazamiento y las condiciones para una mejor interacción
permiten que la globalización profundice las diferencias culturales. La globalización
de la cultura no es, por lo tanto, un juego asuma cero, donde lo que se gana en un
plano (lo globalizado) se pierde en el otro (lo nacional). Más bien es una relación
dialéctica y simbiótica a la vez, contradictoria, dinámica, pero de suma positiva, es
decir, que a mayor intensidad de la globalización más fuerza, más profundidad y
mayor diferencia adquieren los valores culturales. Por lo tanto, al tiempo que la
globalización reproducir nuevas identidades también mundializa las diferencias. De
ahí que, en las nuevas propuestas de desarrollo el tema de la cultura tenga que
ocupar un lugar central, porque constituye el eje en torno al cual se puede asumir una
globalización diferenciada, específica, autóctona y no importada. La globalización en
el plano de la cultura no implica tampoco la sustitución de las anteriores formas de
convivencia por una comunidad virtual: simplemente agrega una dimensión espacial
y transnacional a los tradicionales espacios culturales existentes.

En si la globalización en el plano cultural y de la política nos pone frente a un problema


propio de nuestra época: 12 emblemas de nuestra contemporaneidad son del

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pluralismo y la diversidad. Esta nueva cultura y las recientes por más de política se
distinguen como diferente a las identificaciones nucleadas en torno a la nación y al
Estado, pero también sé de marca como distintas a cualquier intento de aceptar
acríticamente una pretendida cultura hegemónica de la globalización.

En síntesis, hay algo que el mundo entero debe aprender a preservar de esta última
etapa de la globalización. La desaparición de la Guerra Fría, como vector ordenador
de la vida internacional, ha demostrado que detrás de este esquema simplificado en
torno al cual funcionaba el mundo, se esconden corrientes profundas que evidencia
en la diversidad del mundo como producto de la multiplicidad de historias que dan
origen a respuestas específicas a los problemas incluidos los globales. Hacia finales
de la década de los años 90 te va a hacer evidente que la sincronización de las
tendencias globalizadoras que se había producido como resultado de la caída del
Muro de Berlín ya se encontraba llegando a su fin. Ese estadio de la globalización se
empezó a gustar y la dinámica de la coyuntura se empezó a diluir. Es precisamente
este reflujo de la ola ascendente de la globalización lo que ha permitido hacia finales
de la década comenzar a entender sus significados más profundos. Con ello no se
quiere señalar que estemos ingresando en una etapa de reflujo: simplemente el
impulso sincronizador se ha agotado y cada vez son más los países, comunidades,
pueblos, etc. que aparecen estar comprendiendo que no hay una globalización, sino
diferentes formas de zoom y la. Como proceso, por lo tanto, mantiene toda su vitalidad
aun cuando sea incierta la direccionalidad que asuma de cara al siglo XIX.

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