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Las 5

CATEQUESIS MISTAGÓGICAS
de
san Cirilo de Jerusalén

PRIMERA CATEQUESIS MISTAGÓGICA


Los ritos prebautismales

Primera catequesis mi stagógica a los nuevos bauti zados y lectu ra


de la pri mera carta católi ca de Pedro: Sed sobrios, estad a/erra, que
vuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien
devora r. Resistid/e fi rmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos
en el mundo entero pasan por los mismos s11frimie111os. Tras w1 b reve
padecer, el mismo Dios de toda gracia, que os ha llamado en Cristo a
su eterna gloria, os restablecerá, os afianza rá, os robustecerá. Suyo es
el poder por los siglos. Amén (1P5,8- 11 ).

Introducción
1. Hace ya ti empo que deseaba hablaros, muy queridos y legít i-
mos hijos de la Iglesia, acerca de estos mi sterios espiritu ales y celes-
ti ales. Pero, estando seguro que la vista es much o más fie l que el oído,
he esperado pacientemente la presente ocasión para conduciros de la
mano hasta este prado tan esplendido y perfumado del paraíso, puesto
que después de aquella noche, os encontráis en mejores di sposic io nes
para as imilar cuanto se os di ga y, sobre todo , se os ha hecho dignos de
acoger los mi steri os más di vinos del sagrado y vivifi cante bautismo.
Pues bien, puesto que es conveni ente preparar, desde ahora, la
mesa de las ense ñanzas más perfectas, por ello me propongo expone-
ros es tos mi steri os con todo detalle. Para que co nozcáis el sentido de
cuanto se obró en vosotros en aquellas horas vespertin as de vuestro
bauti smo.

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2. Primeramente entrasteis en el atrio del bautisterio y, estando de
pie y vueltos hacia Occidente, escuchasteis como se os mandaba exten-
der la mano y renunciar a Satanás, como si él estuviera allí presente. Es
preciso que sepáis que en la Historia Antigua ya encontramos la tipifi-
cación de esto. En verdad, cuando el Faraón, el más cruel e inhumano
de los tiranos, oprimía al noble y libre pueblo de los hebreos, Dios
envió a Moisés para arrancarlos de la dura esclavitud de los egipcios.
Y las jambas de las puertas fueron untadas con la sangre del cordero,
para que el exterminador pasara de largo ante las casas que tenían la
señal de la sangre. De esta manera maravillosa, el pueblo hebreo fue
liberado. Y cuando, una vez liberados, el enemigo les persiguió, vio,
también de manera extraordinaria, que las aguas, que se habían sepa-
rado ante ellos, de repente volvían a unirse, dejando a los egipcios
sepultados en el Mar Rojo.
3. Pasemos ahora de lo antiguo a lo nuevo y de aquella tipología a
la verdad. Allí Moisés fue enviado por Dios a Egipto; aquí es Cristo el
enviado por el Padre al mundo. Aquél, para sacar de Egipto al pueblo
)primido; Cristo, para salvar a los que se encuentran esclavizados en el
mundo del pecado. Allí la sangre del cordero ahuyentaba al extermina-
dor; aquí la sangre del cordero inmaculado ha hecho huir al demonio.
Aquel tirano persiguió hasta el mar al pueblo antiguo; a ti, te persiguió
el malvado príncipe de los demonios hasta las mismas aguas de la sal-
vación. Aquél fue sumergido en el mar y éste quedó sepultado en las
aguas salutíferas.

Renuncia a Satanás
4. Oíste que se te ordenaba extender la mano y decir como a
alguien que estuviera allí presente: "Renuncio a ti, Satanás".
Quiero también explicaros por qué motivo estabais vueltos hacia
Occidente. Occidente es allí donde las tinieblas se hacen sensibles
Y el que es tiniebla tiene igualmente poderío en la ti niebla. Por eso,
mirando simbólicamente hacia Occidente, renunciáis a aquel tenebroso
caudillo. ¿Qué es lo que, en efecto decía cada uno de vosotros estando
de pie? "Renuncio a ti, Satanás; a ti, tirano malvado y cruel. Ya no temo
tu poderío porque ya lo venció Cristo al tomar nuestro cuerpo y nuestra
sangre para destruir la muerte y para que no estuviéramos sometidos a
la esclavitud. Renuncio a ti, serpiente hábil y astuta. Renuncio a ti , que
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eres insidiosa y, fingiendo amistad, obraste la iniquidad y engendraste
la apostasía en nuestros primeros padres. Renuncio a ti , Satanás, autor
de toda maldad".
5. Después, en una segunda formulación, aprendes a deci r: "Y a
todas tus obras". Las obras de Sata nás son siempre pecado. Y, ev iden-
temente, es necesario renunciar al pecado. Cu ando alguien huye de un
tirano, abandona también las armas del tirano. Así, pues, toda clase de
pecado debe contarse entre las obras del diablo.
Ten presente, además, que todo cuanto dices en aq uel momento tan
solemne queda registrado con todas sus letras en los libros invisibles
de Dios. Pues bien, cuando te veas sorprendido hacie ndo algo contrario
a tu s promesas, serás juzgado como traidor a la ley. Fijate, por tanto,
que renu ncias a todas las obras de Satanás, es decir, a todas las accio-
nes y pensamientos contrarios a la promesa formu lada.
6. Des pu és dices: " Y a todas sus sed ucciones". Las seducc iones
del diablo son la pasió n por el teatro, las carreras de caba llos, las luch as
con las fieras en el circo y todas las vanidades que se les asemejan.
Para librarse de esta vanidad el santo profe ta elev a a Dios esta súplica:
"Aparta mi s ojos de las vanidades" (SI 11 8,37). No pongas tu compla-
cencia en la pasión por el teatro: allí se ven los gestos desvergonzados
de los mimos, representados con inso lencia y descaro; ni en los bailes
desenfrenados de hombres afeminados; ni en la locura de los que se
exponen a sí mi smos a las fiera s en el circo para poder contentar
su infeli z vientre. És tos , para ganarse co n qué vivir se hacen, de
hec ho , el los mismos alimento del vientre de las crueles fieras. Y
as í, para poder dar gusto a su vientre, se juegan la vid a en luch a
singular. Huye tambi én de las carreras de cabal los, que son nocivas
y oprimen e l a lma. Todos estos espectáculos so n, pues, sed ucc iones
del diablo .
7. También todo aquello que pertenece al culto de los ído los, ya
sean carnes o panes, u otras cosas parecidas, que han sido contami-
nadas por la invocació n de los espíritus impuros, deben considerarse
como seducciones del diablo.
Así como el pan y el vino de la Eucaristía, antes de la santa invo-
cación a la adorabl e Trinidad, no eran sino pan y vino corrientes y, un a
vez hecha la invocación, se convierten en cuerpo de Cristo y el vino en
su sangre, de la mi sma manera estos alimentos propios de la seducción

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de Satanás, siendo por naturaleza cosa común, se convierten en impu-
ros por la invocación de los demonios.
8. A continuación dices: "Y a todo su culto". El culto al diablo son
las súplicas que se hacen a los ídolos en sus templos, los honores que
se rinden a los inaminados simulacros; el hecho de encender lámparas
u ofrecer incienso junto a las fuentes o a los ríos. Esto es lo que suelen
hacer algunos que, engañados por los fraudes del demonio, se entregan
a estas prácticas creyendo encontrar en ellas la curación de sus dolen-
cias corporales.
No incurras tú en tales cosas: en augurios, adivinaciones, agüeros,
amuletos, inscripciones en los pétalos, magia u otras males artes pare-
cidas, que son, todas ellas, culto al diablo. Huye, pues, de todo esto.
Porque si sucumbieras a esto después de tu renuncia a Satanás y de
tu entrega a Cristo, deberás soportar a un tirano que se te mostrará más
cruel, pues así como antes te trataba familiarmente y te hacía más suave
la dura esclavitud, ahora se comportará más duramente contigo y, vién-
dote privado de Cristo, experimentarás hasta qué punto le estás sujeto.
¿Acaso no sabes lo que nos cuenta la Historia Antigua acerca de
lo que le pasó a Lot y a sus hijas? ¿Acaso no se salvaron, Lot y sus
hijas, subiendo a la montaña, mientras que su mujer se convirtió en
una columna de sal, transformada en estatua para siempre, para dejar
patente su haber querido volver la vista atrás? Aplícate esto a ti mismo
y, después de haber puesto la mano en el arado, no vuelvas la vista
atrás, no retomes al amargo sabor de las cosas de esta vida; antes bien,
huye hacia el monte, que es Cristo, la piedra extraída sin ayuda de
mano alguna y que ha llenado el universo entero.

Profesión de fe
9. Así pues, cuando renuncias a Satanás, rompiendo todo pacto con
él, destruyes las antiguas alianzas con el abismo y se te abre el paraíso
que Dios plantó en Oriente, del cual, a causa de su pecado, fue expul-
sado nuestro primer padre. Y el símbolo de esto está en el hecho de
girarte de Occidente hacia Oriente, la región de la luz. Entonces se te
mandó que dijeras: "Creo en el Padre, y en el Hijo, y en el Espíritu
Santo, y en el bautismo de conversión". De todas estas cosas ya se te
habló abundantemente, en cuanto nos fue posible, con la gracia divina,
en las anteriores catequesis.
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10. Fortalecido por estas palabras, mantente vigilante, porque
nuestro enemigo, el diablo, como hemos leído hace poco, ronda como
1111 león rugiente, buscando a quien devorar (IP 5,8). En los tiempos
pasados, la muerte, venciéndote, te devoró; pero en el baño santísimo
de la regeneración, Dios ha hecho que desapareciera toda lágrima de
cada rostro. Porque una vez despojado del hombre viejo, ya no lloras,
sino que estás de gran fiesta, revestido con el vestido de la salvación:
Cristo Jesús.
1 l. Esto se realizó en el atrio del edificio. Dios mediante, cuando
en las siguientes catequesis entremos en el Santo de los Santos, enton-
ces nos referiremos a los símbolos que allí tuvieron lugar.
A Dios Padre sea la gloria, el poder y la majestad, con el Hijo y el
Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén .

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SEGUNDA CATEQUESIS MISTAGÓGICA
El bautismo
Segunda catequesis mistagógica y lectura de la carta a los Roma-
nos: los que por el ba111is1110 11os incorporamos a Cristo fuimos incor-
porados a s11 11111erte. Por el ba111is1110 f11i111os sep11ltados co11 él e11 la
11111erte, para q11e, así como Cristo f11e res11citado de e/l/re los 11111ertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos e11 11na vida
1111eva. Porq11e, si 1111estra existencia está estreclza111e11te 1111ida a él
en la semejanza de s11 11111erte, lo eswrá también e11 s11 res11rrecció11.
Comprendamos q11e 1111estra vieja co11dició11 Iza sido crucificada co11
Cristo, q11eda11do destruida 1111estra personalidad de pecadores, y 11oso·
tros libres de la esclavi111d al pecado; porq11e el q11e 11111ere Iza q11edado
abs11elto del pecado. Por 101110, si hemos 11111erto co11 Cristo, creemos
q11e 1a111bié11 viviremos co11 él; p11es sabemos q11e Cristo, 1111a vez resu-
citado de entre los 11111ertos, ya 110 11111ere más; la 11111erte ya 110 tiene
dominio sobre él. Porq11e s11 morir f11e 1111 morir al pecado de 1111a vez
para siempre; y s11 vivir es 1111 vivir para Dios. lo mismo vosotros, co11-
sideraos 11111ertos al pecado y vivos para Dios e11 Cristo JeslÍs. Q11e
el pecado 110 siga do111i11ando v11estro c11erpo mortal, 11i seáis slÍbditos
de los deseos del c11erpo. No po11gáis v11estros miembros al servicio
del pecado, como i11strume111os para la i11j11sticia; ofreceos a Dios
como hombres q11e de la 11111erte Izan v11elto a la vida, y po11ed a s11 ser-
vicio v11es1ros miembros. como i11stru111e11tos para laj11sticia. Porq11e el
pecado 110 os do111i11ará: ya 110 estáis bajo la ley, si110 bajo la gracia
(Rm 6,13-14).

1. Útiles son para vosotros las catequesis diarias acerca de los mis-
terios, así como las nuevas enseñanzas que os habl an de las nuevas
realidades. Os son útiles especialmente a vosotros que habéis sido
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renovados pasando de la vieja condición a la nueva vida. Por eso es
preciso que os exponga la continuación de la catequesis de ayer, para
que comprendáis de qué misterios eran símbolo los ritos practicados en
el interior del edificio.

Despojamiento del vestido


2. Inmediatamente después de haber entrado, os despojasteis de la
túnica. Esto era imagen del despojamiento del viejo hombre con todos
sus actos. Despojados, permanecisteis desnudos, imitando también así
a aquel que permaneció desnudo en la cruz, aquel que con su desnudez
despojó de sus derechos a los principados y potestades y los venció
claramente en la cruz. Lo cierto es que, puesto que vuestros miem-
bros abrigan poderes adversos, ya no os es posible llevar más la vieja
túnica: no me refiero en modo alguno a la túnica visible, sino a la del
viejo hombre que encuentra la corrupción tras el deseo sujeto a engaño.
1 alma que se ha despojado ya de ella, no debería serle posible vol-
érsela a vestir de nuevo sino que debe decir, como la Esposa de Cristo
~n el Cantar de los Cantares: Me he quitado la tlÍ11ica, ¿cómo vestirme
otra vez? (Ct 5,3). ¡Oh maravilla! Os encontrabais desnudos delante de
todos y no os avergonzabais. De hecho erais imagen de Adán, el primer
padre, que estando desnudo en el paraíso no se avergonz~ba.

La unción prebautismal
3. Después, una vez desnudos, fuisteis ungidos, con el óleo exorci-
zado, desde la cima de la cabeza hasta los pies; y se os hizo participan-
tes del olivo escogido, Jesucristo. Arrancados del falso olivo, fuistei s
injertados en el olivo bueno y se os hizo partícipes de la abundancia del
mismo. Porque el óleo exorcizado era el símbolo de la participación en
la abundancia de Cristo y remedio que borra todo vestigio del poder
del enemigo. Así como la insuflación del exorcista y la invocación del
nombre de Dios abrasa y ahuyenta a los demonios como si se tratara
de una llama ardiente, asimismo este óleo, exorcizado por medio de
la invocación a Dios y la oración, adquiere tanta fuerza que no sólo
abrasa los vestigios del pecado, sino que expulsa todos los poderes
invisibles del maligno.

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El baño bautismal
4. Acto seguido fuisteis llevados hastn la santa piscina de l bau-
tismo, de la misma manera que Cristo fue llevado de la cruz al sepul-
cro. Y a cada uno de vosotros le fue preguntado si creía en el nombre
del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Una vez hecha esta confe-
sión salvadora, fuisteis sumergidos por tres veces en el agua y otras
tantas emergisteis de la misma. Así, si mbólicamente, significasteis la
sepu ltura de Cristo durante tres días. Así como nuestro Salvador per-
maneció tres días y tres noches en el vientre de la ti erra, así vosotros al
sumergiros por vez primera imitasteis la primera noche de Cristo (en el
sepulcro) y, al emerger, el primer día. De la misma manera que durante
la noche no puede verse nada y al se r de día todo lo percibimos gra-
cias a la luz, del mismo modo, en la inmersión, no veíais nada. como
cuando es de noche, y al salir del agua os encontrasteis como con la
luz del día. En aquel mismo momento moríais y renacíais y aquella
agua salvadora se convirtió para vosotros en sepulcro y en madre.
Aque llo que Salomón dijo, aunque relativo a otro contexto, encaja per-
fectamente con vosotros y es cuando dice: 7ie111po de 11ocer y tiempo
de morir (Ecl 3,2). En nosotros acon tece al revés: tiempo de morir y
tiempo de nacer. Un mismo tiempo para ambas cosas, ya que vues tro
nacimiento coincide con vuestra muerte.
5. ¡He aquí algo inaudito y paradójico! No hemos muerto de
manera real, ni hemos sido sepultados ni clavados en la cruz, ni hemos
resucitados, sino que hemos imitado en figura estas cosas y hemos
obtenido la salvación de manera real. Cristo sí que realmente fue cruci-
ficado y sepu ltado y resucitó. A nosotros todas estas cosas nos han sido
dadas por gracia, a fin de que, siendo partícipes, en figura , de sus sufri-
mientos, ganásemos verdaderamente la salvación . ¡Qué inmensa bene-
volencia! Las manos puras de Cristo recibieron los clavos y sufrieron
su dolor; y a mí, sin experimentar dolor ni daño, se me da gratuita-
mente la salvación por la participación en sus sufrimientos.
6. Nadie piense, pues, que el bauti smo nos obtiene sólo el perdón
de los pecados y la gracia de la filiación divina, a la manera como el
bautismo de Juan, que solo obtenía el perdón de los pecados. Como
muy bien sabemos, así como nos puri fica del pecado y nos concede
el don del Espíritu Santo, de la misma manera es la clara figura de
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los sufrimientos de Cristo. Lo decía claramente san Pablo: ¿Ignoráis
acaso que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo fuimos
sepulrados con él en /a muerre (Rm 6,3-4). Decía esto saliendo al paso
de aquellos que sostienen que el bautismo sólo concede la remisión de
los pecados y la filiación divina, pero no admiten que nos haga partíci-
pes, en figura, de los verdaderos sufrimientos de Cristo.
7. Así. pues, para que sepamos que todo cuanto Cristo sufrió, lo
sufrió por nosotros y por nuestra salvación, lo sufrió verdaderamente
y no sólo en apariencia, y que nosotros hemos participado de sus sufri-
mientos, san Pablo proclamaba con claridad: Si 1111esrra exis1e11cia está
esrrechamenre unida a él en la semejanza de su muerte, lo estará
También en su resurrección (Rm 6,5). Muy bien dice: estrechamente
unidos. En verdad, puesto que aquí ha sido plantada la vid verdadera,
nosotros, por la participación de su muerte en el bautismo, hemos sido,
de hecho, injertados en ella. Fíjate, pues, con mucha atención, en las
1alabras del Apóstol. No dijo: "si hemos sido unidos a su muerte", sino
'a la semejanza de su muerte". Realmente, en la muerte verdadera de
Cristo, el alma estuvo separada de su cuerpo, y fue verdadera su sepul-
tura: su cuerpo santísimo fue envuelto en una sábana limpia y todo
aconteció verdaderamente. En nosotros se dio solamente la semejanza
de su muerte y de sus sufrimientos; pero de la salvación se dio, no la
semejanza, sino la realidad.
8. Ahora ya estáis suficientemente instruidos sobre todas estas
cosas. Os ruego que las guardéis en la memoria. para que yo, por más
que indigno. me pueda referir a vosotros diciendo: Os quiero porque
os acordáis siempre de mí y guardáis las tradiciones tal cual os las he
transmitido (IC 11,2). Dios, que de la muerte os ha hecho volver a la
vida, es poderoso para concederos andar en una vida nueva. Sea a él la
gloria y el poder, ahora y por todos los siglos. Amén.

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TERCERA CATEQUESIS MISTAGÓGICA
La crismación

Tercera catequesis mi stagógica y lectura de Ja prime ra carta de


Juan: En cuanto a vosotros, estáis ungidos por el Santo, y todos voso-
tros lo conocéis. Os he escrito, no porque desconozcáis la verdad,
sino porque la conocéis, y porque ninguna mentira viene de la verdad.
¿Quién es el me11tiroso, sino el que niega que Jestís es el Cristo? Ese
es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al
Hijo tampoco posee al Padre. Quien confiesa al Hijo posee también
al Padre. En cua/lfo a vosotros, lo que habéis oído desde el principio
pem 1anezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído
desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el
Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna. Os
he escrito esto respecto a los que tra tan de engailaros. Y en cuanto a
vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros,
y no necesitáis que nadie os ensetle. Pero como su unción os ense11a
acerca de todas las cosas - y es verdadera y 110 me11tirosa- segtín os
ense1ló, permaneced en él. Y ahora , hijos, permaneced en él para que,
cuando se manifieste, tengamos plena confia nza y no quedemos aver-
gonzados lej os de él en su venida ( !Jn 2,20-28).

Sentido espiritual
1. Bautizados en Cri sto y reves tidos de Cristo, habéis sido confi-
gurados al Hij o de Dios. Porque Dios nos predestinó a ser hijos de
adopci ón y nos hi zo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Habéis
sido hechos participantes de Cristo y con razón so is llamados "cristos"
(ungidos): Dios ha dicho de vosotros: Guardaos de tocar a 111is 1111gi-
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dos (Salmo 104,15). Sois "cristos" porque habéis recibido las arras del
Espíritu Santo. En vosotros todo ha acontecido en figura, puesto que
sois imágenes de Cristo. Y Cristo, habiéndose bautizado en las aguas
del Jordán y habiendo comunicado a las aguas la fragancia de la divini-
dad, salió del río y tuvo lugar la venida substancial del Espíritu Santo,
que descansó sobre él de igual a igual. De la misma manera, vosotros,
al salir de la piscina de las aguas sagradas, recibisteis "el crisma",
imagen precisa de aquel con el que fue "fue crismado" Cristo, es decir,
del Espíritu Santo, del cual el bienaventurado Isaías, en su profecía,
dice estas palabras que pone en boca del Señor: El Espíritu del Seiior
está sobre mí, porque el Se11or me ha ungido. Me ha enviado para
anunciar la buena nueva a los pobres (Is 61, 1; Le 4, 18).
2. Cristo no fue ungido por los hombres. ni co n óleo ni con per-
fume material, sino que su Padre, al constituirle Salvador de todo el
mundo, lo ungió con el Espíritu Santo, como dice san Pedro: Me refiero
Jesrís de Nazaret, a quien Dios ungió con Espíritu Santo (Hch 10,38).
el profela David exclamaba diciendo: Tu trono, oh Dios, por los
glas de los siglos; que t11 cetro real sea u11 cetro justo, tlÍ que amas la
¡usticia y odias la maldad. Por eso te ha ungido el Se1lor tu Dios con
perf11me de alegría, prefiriendote a 111s compwi eros (Salmo 44,7-8). Y
así como Jes ucristo fue verdaderamente crucificado y sep ultado y resu-
ci1ó, vosotros, por el bautismo, a semajanza de él, fui stes ·co nsiderados
dignos de ser crucificados y sepultados y res uci tados juntamente con
él. De igual manera aconteció con la unci ón. Él fue ungido con óleo
espiritual de alegría, es decir, con el Espíri tu Santo, denominado óleo
de alegría, porque es el autor de la alegría espiritu al. Vosotros habéis
sido ungidos con perfume y habéis sido constituidos partic ipantes y
consortes de Cristo.
3. Pero fíjate que no debes considerar aque l perfume co mo un
simple perfume. Así como el pan de la Eucaristía, des pués de la in vo-
cación del Espíritu Santo, ya no es pan co mún sino el cuerpo de
Cristo, as í tambi én este sagrado perfume, después de la invocación, ya
no es una subslancia común, ni, como podríamos decir, un perfu me
corriente. sino el don de Cristo y la fuerza de la di vinidad por la pre-
sencia del Espíritu Santo. Con este óleo eres ungido en la frente y en
los demás sentidos. Y mientras el cuerpo es ungido con el perfume sen-
sible, el alma es santificada con el Espíritu Santo y vivificador.

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4. Primero fuisteis ungidos en la frente para que os vierais libres
de la vergüenza que el primer hombre pecador llevaba consigo y para
que en la faz descubierta se manifestara la gloria del Señor. Después
en los oídos, para que vuestros oídos fuesen tales como aquellos de los
que decía el profeta Isaías: El Seriar me ha abierto el oído para que
escuche (Is 50,4). Y Jes ús, en el Evangelio, dice: El qu e teuga oídos
para oir; que oiga (Mt 11 , l 5). Después en la nariz, para que al perci-
bir el perfume divino, digáis : Noso tros so111os para Dios el buen olor
de Cristo, e111re los que salvan (2Co 2, 15 ). Después de esto, sobre el
pecho, para que revistiendoos la coraza de la justicia, podáis resistir
las aseclwnws del diablo (Ef 6, 11 ). Así como Cristo, después del bau-
tismo y después que el Espíritu Santo se posara sobre él, salió del agua
y fue a luchar contra el enemigo, igualmente vosotros, después del
bauti smo y de la mística unción, reves tidos con las armas del Espíri tu
Santo, resistid al poder enemigo y luchad con él diciendo: De todo 111e
sien to capaz, pues Cristo 111e da la fu erza (Fl 4, 13).
Habiendo sido considerados dignos de esta santa unción, sois lla-
mados cri stianos, y la ve rdad de este nombre es debida a vuestro nuevo
nacimiento. De hecho, antes de ser considerados di gnos del bauti smo
y del don del Espíritu Samo, no erai s di gnos de es te nombre, sino que
hacíai s camino para llegar hasta él.

Las figuras que se encuentran en la Escritura


6. Es preci so, pues, que sepáis qu e la tipología de esta unción
se encuentra ya en el Anti guo Testamento. Lo cierto es qu e cuando
Moisés consagró a su hermano, por mandato de Dios. al co nstituirle
Sumo Sacerdote, desp ués de bañarlo lo ungió y le llamó "cristo'', a
causa de aq uella unción hecha en figura. De la misma manera, el sumo
sacerdote, al consagrar rey a Salomón, lo ungi ó después de bañarlo en
el Guihón. A ellos, es to les acontecía en figura ; a vosotros, en cambio,
no lo es en figura sino de ve rdad ; porque el principio de vuestra salva-
ción está en el Espíritu Samo qu e os un gió. Él co nstitu ye las primicias
y vosotros la masa. Si las primi cias son sa ntas, la san tid ad se extiende
sin duda a la masa.
7. Guardad inmac ulado es te don y él os enseña rá todas las cosas. si
permanece en vosotros. Hace poco habéis oído como se refería a esto
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san Juan. al reflexionar sobre la unción. Este don sagrado da protección
al cuerpo y salvación a alma.
Ya en los tiempos antiguos decía el bienaventurado lsaías en su
profecía: El Se1ior preparará en este 1110/lfe para todos los pueblos (Is
25,6). Da a la Iglesia el nombre de montaña, como en otra ocasión
cuando dice: Al final de los tiempos estará firme el monte del Se1ior
(Is 2,2). Beberá11 vi110, beberán alegría, serán ungidos con pe1ft1111e (Is
25,6). Y para que tengas la seguridad de que oyes habl ar de este per-
fume como de algo espiritual, dice: Tra11smite estas cosas a las 11acio-
11es, porque la vol1111tad del Se1ior se extie11de sobre todos los pueblos
(cf. Is 25, 7).
Ungidos, pues, con este santo "crisma", guardadlo inmacu lado, de
manera irreprochable en vosotros, progresando en las buenas obras y
haciéndoos agradables al autor de nuestra salvación, Cristo Jesús. A él
sea Ja gloria por los siglos de los siglos. Amén.

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CUARTA CATEQUESIS MISTAGÓGICA
El cuerpo y la sangre de Cristo
Cuarta catequesis mistagógica y lectura de la cana a los Corintios:
Por lo que a mí toca, del Seiior recibí la 1radici611 que os he rra11s111itido
( 1Co 11 ,23). Y lo que sigue.

Institución de la Eucaristía. Presencia de Cristo


1. Bastaría esta enseñanza de san Pablo para convenceros plena-
mente acerca de estos divinos mi sterios de los que habéis sido con-
siderados dignos y por los que habéis sido hechos concorpóreos y
consanguíneos de Cristo. Ahora mi smo lo decía el Apóstol : Que JeslÍs,
el Seiior, la noche e11 que iba a ser e/lfregrado, tomó pa11 y. de5pués
de dar gracias, lo parrió y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y
comed, es ro es mi cuerpo. Y habiendo romado el cáliz y dando gracias,
dijo: Tomad y bebed, esra es mi sa11gre (cf. 1Co 11 ,23-25). Después
que él hubiera procl amado y dicho del pan "esto es mi cuerpo", ¿q ui én
se atreverá a po nerlo en duda? Y después que afirmara y dijera: "Es ta
es mi sangre" ¿quién podrá dudar ya diciendo que no es su sangre?
2. En otro tiempo, convirti ó con su propio poder el agua en vino,
en Caná de Galilea. ¿Y no será di gno de fe cuando convierte el vino
en sangre? Invitado a unas bodas según la carne reali zó e te ad mira-
ble milagro, ¿y no confesa remos con mayor razó n que a los hijos del
tál amo nupci al les da el gozo de su cuerpo y de su sa ngre?
3. Por tanto, es con toda certeza que parti cipamos del cuerpo y
sangre de Cristo. Se te da el cuerpo en figura de pan y la sangre en
forma de vino, para que por la participación del cuerpo y de la sangre

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de Cristo seas un solo cuerpo y una sola sangre con él. Así nos conver-
timos en "cristíferos", al extenderse por nuestros miembros su cuerpo
y su sangre. Por ello, según san Pedro, somos hechos partícipes de la
11at11raleza divina (2P 1,4).
4. En otro tiempo, Cristo, en diálogo con Jos judíos, decía: Si 110
coméis mi carne y 110 bebéis mi sangre, no te11dréis vida e11 vosotros
(Jn 6,53). Ellos, no captando el sentido espiritual de lo que decía, se
marcharon escandalizados, pensando que se les inducía a alimentarse
de carne.
5. En Ja Antigua Alianza existían los panes de Ja proposición . Pero
estos alcanzaron su final, por ser de la Antigua Alianza. Pero en Ja
Nueva Alianza existe un pan celestial y un cáliz de salvación, que san-
tifican el cuerpo y el alma. Pues así como el pan se adapta al cuerpo,
así también Ja Palabra armoniza con el alma.
6. No los consideres, pues, como pan y vino comunes. porque son
!1cuerpo y la sangre de Cristo, según Ja afirmación del Señor. Aunque
os sentidos te induzcan a pensar Jo primero, debes encontrar seguridad
en Ja fe. No juzgues en este caso según el gusto; antes bien, con fe
ciena, sin duda alguna, cree que has sido hecho digno del cuerpo y de
la sangre de Cristo.

Prefiguraciones de la Escritura
7. Ya el bienaventurado David te expone su eficacia al decir: Pre-
paras 1111a mesa ante mí, fre/lfe a q11ie11es me atrib11la11 (Salmo 22 ,5).
Lo que quiere decir es esto: "Antes de tu venida, los demonios prepara-
ron una mesa a Jos hombres, una mesa contaminada, manchada y llena
de diabólico poder; pero después de tu venida, Señor, has preparado
ante mí una mesa". Cuando el hombre dice a Dios: Has preparado una
mesa a/lle mí, ¿qué otra cosa puede significar sino la mesa mística y
espiritual que Dios nos ha preparado ante nosotros, en Jugar de la del
enemigo y frente a Jos demonios? Y con toda razón, porque aquélla
nos daba comunión con los demonios, pero ésta nos da comunión con
Dios. Ungiste mi cabeza con peif11111e (Salmo 22,5). Te ha ungido Ja
cabeza con óleo, en la frente, por medio del sello que recibes de Dios,
para que te convienas en imagen del sello, objeto consagrado a Dios. Y
t11 cáliz me ha embriagado con SI/ gr011f11 er~c1 (Salmo 22,5). Ves aquí
mencionado el cáliz que Jesús tomó en sus manos y habiendo dado
-22-
gracias dijo: Esta es mi sangre, derramada por muchos, para el perdón
de sus pecados (Mt 26,28).
8. Por eso también Salomón aludiendo a esta gracia, dice en el
Eclesiastés: Ven y come tll pan co11 alegría (Ecl 9,7), el pan espiritual.
Ven significa la llamada a la salvación, la llamada que te da bienaven-
turanza. Y bebe tll vi110 con corazó11 sincero, el vino espiritual. Y que
110 falte el perfume e11 tll cabeza (Ecl 9,8) ¿No ves cómo aquí alude
también a Ja unción mística? Lleva siempre vestidos blancos, porque
el Seiior se ha complacido e11 tlls obras (Ecl 9,7-8). Porque antes de
acceder a la gracia tus obras era vanidad de vanidades (Ecl 1,2)
Habiéndote despojado de los antiguos vestidos y vestido de Jos
espiritualmente blancos, debes permanecer siempre vestido de blanco.
Al decir esto, en modo alguno queremos decir que debes llevar siem-
pre este vestido blanco, sino que es necesario que vistas siempre de
lo que es realmente blanco y resplandeciente, y espiritual, para que
puedas decir con el bienaventurado Isaías: Alégrase mi alma en el
Se11o1; porque me revistió co11 u11 vestido de salvación y me ha cubierto
con u11111anro de alegría (Is 61, l 0).
9. Conocedor de estas cosas y teniendo la plena seguridad de que el
pan que ves no es pan, aunque tenga su gusto, sino el cuerpo de Cristo,
y que lo que parece vino no es vino, aunque el gusto así lo quiera, sino
la sangre de Cristo, y que sobre esto ya cantaba David antiguamente
en el salmo: El pa11 robustece el corazón del hombre, para alegrar el
rostro co11 el óleo (Salmo 103, 15), robustece tu corazón participando
de aquel pan que es espiritual y alegra el rostro de tu alma. Él te con-
ceda que, llevando el rostro descubierto y con una conciencia pura,
reflejes como en un espejo Ja gloria del Señor y te eleves de gloria en
gloria (cf. 2Co 3, 18) por los siglos de los siglos. Amén.

-23-
QUINTA CATEQUESIS MISTAGÓGICA
La celebración eucarística

Quinta catequesis mistagógica y lectura de la carta católica de


Pedro: Deponed, pues, toda malicia y todo e11gwlo, así como cualquier
tipo de hipocresía ( 1P2,1 ). Y lo que sigue.

1. Por la benevolenci a divina, habéis oído hablar lo suficiente, en


las anteriores reuniones, acerca del bautismo, de la crismación y de
la comuni ón con el cuerpo y sangre de Cristo. Es preciso que ahora
pasemos a otras cosas, puesto que hoy hemos de coronar el edificio de
vuestra formación espiritual.

Los ritos previos a la anáfora


2. Ya habéis visto que el di ácono daba el agua para las abl uciones
al sacerdote y a los otros presbíteros que rodean el altar de Dios. En
modo alguno daba e l agua debido a la suci edad co rporal. No se trata
de esto. Porque al entrar en la iglesia no teníamos en abso luto mancha
corporal. Esa ablución es símbolo de que conviene que nos limpiemos
de todos los pecados e iniquid ades. Las manos son símbolo de nues-
tras acciones. Al lavarlas, ponemos de manifiesto explíci tamente cuál
debe ser la integridad y pureza de nuestras obras. ¿No has oído al bien-
aventurado David descubriéndonos este misterio y dici endo: Lavaré
entre los i11oce111es mis 111a11os y rodea ré tu altw; Se1lor (Sa lmo 25 ,6)?
Lavarse las manos es signo de estar libre de pecado.
3. Después exc lama el diácono: "Saludaos mutu amente y daos el
ósculo". No penséis que este óscul o es como el que se dan en el foro

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los amigos comunes. Este es distinto. Este ósculo une las almas unas
con otras y hace que cualquier rencor quede olvidado. El beso es, pues,
signo de la unión de las almas y de renuncia a todo resentimiento. Por
eso Cristo dijo: Si presentas 111 ofrenda e11 el altar y allí recuerdas que
tu hermano tiene algo contra ti, deja 111 ofrenda sobre el altar y ve
primero a reconciliarte co11 111 hem1a110; desp11és vuelve y prese/lfa 111
ofrenda (Mt 5,23-24). Así pues, el beso es reconciliación y por eso
es santo, como proclamaba san Pablo en otro lugar: Saludaos 111utua-
me11te con el ósc11lo santo (Rm 16,16; ICo 16,20; !Tes 5,26). Y Pedro:
Co111111 ósc11/o de caridad (IP 5,14).

Introducción a la anáfora
4. Después de esto, el sacerdote exclama: "Arriba los corazones".
En verdad en aquel momento es preciso tener el corazón elevado hacia
Dios y no inclinado hacia la tierra y a los asuntos terrenales. Con razón,
mes, ordena en aquel momento que dejes de lado las preocupaciones
le la vida y las atenciones domésticas y tengas tu corazón en el cielo,
en Dios misericordioso.
Después respondéis: "Los tenemos hacia el Señor"; asintiendo a
los que se os ordena por medio de lo que confesáis. Que nadie, pues,
se comporte de tal manera que, diciendo con los labios: "Los tenemos
hacia el Señor", tenga su pensamiento puesto en las preocupaciones
de la vida. Siempre debemos acordarnos de Dios, pero si esto no es
posible a causa de la debilidad humana, al menos en estos momentos
deb~mos esforzarnos para que así sea.
5. Después el sacerdote dice: "Demos gracias al Señor". En verdad
debemos darle gracias, ya que, siendo indignos, nos ha llamado a
una gracia tan singular: de enemigos que éramos nos ha reconcili ado,
porque nos consideró dignos del Espíritu de adopción. Después decís:
"Es justo y digno". Porque al dar gracias hacemos verdaderamente una
obra digna y justa; Él, en cambio, nos ha beneficiado y nos ha hecho
dignos de bienes tan grandes, no con justicia sino actuando más allá de
toda justicia.

Anáfora: alabanza y acción de gracias


6. Después de esto, hacemos mención del cielo y de la tierra,
del mar, del sol y de la luna, de los astros y de todas las criaturas

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racio nales e irracionales, vis ibles e invisibles, de los ánge les, las vir-
tudes, las dominaciones, las potestades, los tronos, los querubines de
muchos rostros (cf. Ez 10,2 1), con el an helo de decir aquello de David :
E11gra11deced conmigo al Se1lor (Sa lmo 33,4). Nos acordamos tam-
bién de los serafines, a quienes contempló Isaías por in spiración divina
rodeando el trono de Dios, cubriéndose el rostro con dos alas y con
otras dos los pies, y volando con las otras dos y diciendo: Santo, Sa1110,
Sa1110, Se1lor de los ejércitos (Is 6,2-3). Por eso recitamos esta doxolo-
gía que, de los serafi nes, nos ha sido transmitida a fin de que, partici-
pando de este himno nos asociemos con el de los ejércitos celestiales.

Anáfora: epíclesis
7. Después de habernos santificado con estos himnos espirituales,
invocamos a Dios, que ama a los hombres, a fin de que envíe el Espíritu
Santo sobre la ofrenda para que haga que el pan sea el cuerpo de Cristo
y el vino la sangre de Cristo. Pues todo lo que toca el Espíri tu Santo
queda santificado y 1ransformado.

Anáfora: intercesiones
8. Una vez realizado el sacrificio espiritual , el culto incruento,
invocamos a Dios ante aq uel sacri fici o de propiciació n por la paz de
todas las Iglesias, por el buen orden del mundo, por los emperadores,
por los ejérci tos, por los aliados, por los enfermos, por los aflig idos, y
en general oramos y ofrecemos este sacrificio por cuantos están nece-
sitados de ayuda.
9. Después hacemos también memoria de cuantos ya se han dor-
mido; en primer lugar, de los patri arcas, de los profe1as, de los após-
toles, de los mártires, para que Dios, por sus súpli cas e in1ercesión,
acepte nuestra súplica. Oramos después por los santos padres y obispos
difuntos y, en general, por todos aquellos de enlre nosotros que ya se
han dormido, pensando que encontrarán ayuda las almas por las que
ofrecemos nuestra plegaria, lalllo más cuanto és1a se hace ame la víc-
tima santa y que nos llena de es1remecedor respeto.
10. Os quiero convencer acerca de ello con un ejemplo. Sé que
muchos dicen lo siguiente: "¿Qué provecho tiene para el alma, que sale
de es1e mundo con pecado o sin pecado, que se le recuerde en esta ple-

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garia?" Fijaos: si un rey hubiera desterrado a quienes le ofendieron y
después otros, tejiendo una corona, la ofreciesen al rey en favor de los
desterrados, ¿acaso no les concedería a éstos la remisión de sus penas?
De la misma manera, nosotros, ofreciendo a Dios nuestras plegarias
por nuestros difuntos, aunque fuesen pecadores, no tejemos un a corona
sino que ofrecemos a Cristo, sacrificado por nuestros pecados, recon-
ciliando al Dios misericordioso con ellos y con nosotros.

El Padrenuestro
11. A continuación de esto, recitamos aquella oración que el Sal-
vador enseñó a sus discípulos, dando a Dios, con conciencia pura, el
nombre de "Padre" y diciendo: Padre nuestro que estás en los cielos
(Mt 6,9). ¡Oh gran amor de Dios para con los hombres ! A quienes le
abandonaron y cayeron en las peores maldades les ha dado tal perdón
'le sus males y tal participación de su gracia, que incluso hace que Je
uedan llamar Padre. Padre nuestro que estás en los cielos. Los cielos
;on también, sin duda, aquellos que llevan Ja imagen celestial, en quie-
nes Dios habita y camina en medio de ellos (cf. 2Co 6, 16).
12. Santificado sea 111 nombre (Mt 6,9). El nombre de Dios es
santo, por naturaleza, tanto si lo proclamamos como si no. Pero siendo
así que en los pecadores es profanado, según aquella sentencia: Por
vosotros mi nombre es siempre profanado entre las gentes (Is 52,5 ; Rm
2,24), suplicamos que en nosotros sea santificado el nombre de Dios.
No que empiece a ser santo lo que antes no lo era, sino porque en noso-
tros, al santificamos y haciendo obras santas, se hace santo.
13. Venga 111 reino (Mt 6, 10). Es propio de un alma pura decir con-
fiadamente : Venga 111 reino. Porque quien ha oído a Pablo decir: No
reine el pecado en v11esrro c11e1po mortal (Rm 6, 12) y se conserva puro
en obras, en el pensamiento y en las palabras, este puede decir a Dios:
Venga 111 reino.
14. Hágase 111 vol11n1ad así en la tierra como en el cielo (Mt 6, 10).
Los celestes y bienaventurados ;íngeles de Dios hacen la voluntad de
Dios, tal como dice David en los salmos: Bendecid al Se1lor todos
sus ángeles, de poderosa f11erza, ejec111ores de su voluntad (Salmo
102,20). Suplicando, pues, con fuerza, dices: así como en los ángeles
se cumple tu voluntad, así en la ti e1Ta se cumpla en mí, Señor.
15. El pa11 n11est1v rnbsrancial dánosle hoy (Mt 6, 11). El pan ordi-
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nario no es substancial. Pero el pan santo es substancial, es decir, se
nos da para subsistencia del alma. Este pan no va al vientre ni se arroja
fuera, sino que se expande por todo tu organismo, para provecho del
cuerpo y del alma. La ex presión "hoy" se dice en lugar de la de "cada
día", tal como decía Pablo: Mielllras perdura este "hoy" (Hb 3, 13).
16. Y perdónanos nuestras deudas, así co1110 nosotros perdona-
mos a nuestros deudores (Mt 6, 12). Tenemos muchos pecados, porque
pecamos con la palabra y con el pensamiento y hacemos muchas cosas
dignas de condena. Si decimos que no tenemos pecado, 111e111imos,
como dice san Ju an (IJn 1,8). Y hacemos un pacto con Dios, rogán-
dole que nos perdone nuestros pecados, como nosotros perdonamos las
deudas a nu estro prójimo. Valoremos, pues, qué recibimos a cambio
de los que damos y no esperemos ni diferamos el perdonarnos unos a
otros. Las ofensas hechas contra nosotros so n pequeñas, leves y fáci-
les de perdonar; en ca mbio, las que cometemos nosotros contra Dios
son grandes y sólo capaces de ser absueltas por su gran benevolencia.
Cuida, pues, no sea que por pequeñas y leves ofensas contra ti, te cie-
rres el perdón, por parte de Dios, de tus gravisimos pecados.
17. No nos dejes caer (no nos induzcas) en tentación (Mt 6, 13),
Señor. ¿Es esta la manera como nos enseña a orar el Señor, para que
no suframos prueba alguna? ¿No se dice en otra parte: El hombre que
no es tentado, 110 es probado (cf. Eclo 34, 10) y también : Considerad
como gozo colmado, hennanos míos, el estar rodeados de pmebas de
todo género (St 1,2)? Quizá, entrar en tentación quiere decir sumer-
girse en ella. Ciertamente, la tentación parece ser como un torrente
difícil de atrevesar. Los hay que lo pasan sin quedar sumergidos en las
pruebas, mostrándose unos magníficos nadadores y sin dejarse sumer-
gir por ellas. Por otro lado, quienes no las atrav iesan así se hunden
en ellas. Así, por poner un ejemplo, Judas, habiendo entrado en la ten-
tación de la avaricia, no supo nadar, sino que, hundi éndose en ella,
se ahogó corporal y es piritualmente. Pedro entró en la tentación de la
negación, pero al en trar en ella no se hundió en la mi sma, si no que,
nadando valerosamente, fue li brado de la tentación.
Escucha también el coro de los sa ntos que no cayeron, dando gra-
cias por haber sido li brados de la tent ación: Tú, oh Dios, nos pusiste a
prueba, nos acrisolaste como se acrisola la plata. Nos hiciste caer en
la red, nos cargaste de tribulaciones la espalda. Hiciste que cabalga -

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ra11 encima de nosotros. Tuvimos que pasar por el fuego y por el agua,
pero luego nos hiciste recobrar el aliento (Salmo 65, l 0-12).
¿No ves cómo se alegran de haber pasado la prueba y de no
haberse hundido en ella? Luego nos hiciste recobrar el aliento (Salmo
65,12): recobrar el aliento es lo mismo que ser salvados de la tenta-
ción.
18. Mas Ubra11os del maligno (Mt 6, 13). Si aquello de No nos
induzcas en telllació11 significara el no ser tentados en modo alguno, no
diría Mas líbranos del maligno. El maligno es el adversario, el diablo,
de quien pedimos ser liberados.
Una vez concluida la oración, decís "Amén", ratificando con el
Amén, que significa "así sea", cuanto se contiene en esta oración ense-
ñada por Dios.

La comunión y la acción de gracias


19. Después de esto, dice el sacerdote: "Las cosas santas para los
santos". Cosas santas son las que están allí presentes, que han recibido
la visita del Espíritu Santo. Santos sois también vosotros, que habéis
sido considerados dignos del Espíritu Santo. Las cosas santas son pro-
pias de los santos. Después vosotros decís : "Uno solo es Santo, uno
el Señor: Jesucristo". En verdad, uno es el santo, santo por naturaleza.
Nosotros también somo santos, pero lo somos, no por naturaleza, sino
por participación, por la ascética y la oración.
20. Después oís al salmista que os invita con una melodía divina
a la comunión de los santos misterios y que dice: Gustad y ved cuán
suave es el Se1ior (Salmo 33,9). No juzguéis ace rca de esto en modo
alguno por el gusto corporal. sino por la fe inquebrantable; porque, a
quienes gustan, no se les invita a gustar el pan y el vino, sino aque llo
que significan: el cuerpo y la sangre de Cristo.
21. Cuando te acerques, pues, no te acerques con las manos exten-
didas ni con los dedos separados, sino haciendo con la mano izquierda
un trono para la derecha, como si ésta fuera a recibir un rey; y con la
cavidad de la mano recibe el cuerpo de Cristo, respondiendo: "Amén".
Después de haber santificado tus ojos con el contacto del santo cuerpo,
tómalo con cuidado y procura que no pierdas nada de él. Si algo perdie-
res sería como si perjudicaras a uno de tus propios miembros. Porque
dime: si alguno te diese algunas limaduras de oro ¿no las guardarías
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con toda diligencia, cuidando de no perder nada de ellas ni que sufrie-
ran daño alguno? ¿Y no velarás con mucha más diligencia por algo
más valioso que el oro y que las piedras preciosas, para que no se
pierda ni una migaja?
22. Luego, después de haber participado del cuerpo de Cristo, acér-
cate también al cáliz de la sangre, no extendiendo las manos, sino
inclinando la cabeza y, en actitud de adoración y reverencia, diciendo:
"Amén". Y santifícate tomando de la sangre de Cristo. Y tocando con
las manos los labios todavía húmedos, santifica los ojos, la frente y
todos los demás sentidos. Después, mientras aguardas para la oración,
da gracias a Dios que te ha hecho digno de tan grandes misterios.
23. Guardad íntegras estas tradiciones, y vosotros mismos conser-
vaos sin mancha. No os apartéis de la comunión, ni os privéis de estos
sagrados y espirituales misterios por las manchas de los pecados.
Que el Dios de luz os santifiq11e ple11a111e11te, y q11e vuestro cuerpo,
vuestra alma y v11estro espíritu se co11serve11 irreprochables para la
venida de nuestro Seiior Jesu cristo (ITs 5.23). A él sea la gloria, el
honor y el poder, con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y siempre y
por los siglos de los siglos. Amén.

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