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Universidad Autónoma de Santo Domingo

Primada de América
Fundada el 28 de Octubre del 1538

Facultad de Humanidades
Escuela de Psicología

Actividad de los artículos periodísticos

Profesor: Rafael Robles.


Asignaturas: Psicología General PSI-100

Instrucciones:
Los mismos deben tener los siguientes criterios:
 Presentación.
 Introducción. (Argumentada).
 Comparar el texto con las temáticas trabajadas en clases.
 Síntesis de las ideas centrales de la autora.
 Hacer una reflexión de la situación planteada por la autora.
 Conclusión.

Enviar en un solo documento, es un solo trabajo.


Se tomará en cuenta para calificar la calidad de los argumentos y reflexión
realizada.

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Alzheimer: la historia de una enfermedad, la vida de un médico
El doctor Alzheimer no vivió para conocer la trascendencia ni el valor de sus
investigaciones. Muchos años después de su fallecimiento, sus investigaciones y su
formación en tres especialidades médicas obtuvieron su reconocimiento.
Por Clara Melanie Zaglul Zaiter
La Enfermedad de Alzheimer, de la que todo el mundo habla, es la enfermedad
neurodegenerativa que más sufrimiento e incidencia tiene en la sociedad actual. Es
una demencia de inicio temprano con tanta complejidad para su diagnóstico como
para su manejo clínico. Es una enfermedad de progresión lenta e irreversible y que,
producto del envejecimiento demográfico, afecta cada vez a más población. Y, aunque
existen en la actualidad avances en todas las áreas diagnósticas y farmacológicas, en
las que cada día múltiples grupos de investigación en diferentes países dedican
esfuerzos para encontrar soluciones, aún no tiene curación posible.
Pero hablar del Alzheimer es, también, evocar la figura del profesional que, con su
intuición y su trabajo científico y clínico, realizó uno de los descubrimientos médicos
más transcendentales. El doctor Alois Alzheimer (1864-1915), alemán, estaba
convencido del vínculo entre la neurología y la psiquiatría, entre lo estructural y lo
bioquímico. En su época le denominaban el “psiquiatra del microscopio”. Consideraba
que las enfermedades psíquicas eran enfermedades cerebrales, una convicción que
chocaba con todas las escuelas especializadas de su época, sobre todo la
psicoanalítica, que en sus tesis relacionaba los problemas psíquicos con, por ejemplo,
experiencias traumáticas en la niñez, por hacer un osado resumen.
El inevitable enfrentamiento llegó durante la XXVII Reunión de Psiquiatría celebrada
en Alemania en noviembre de 1906. Allí el doctor Alzheimer presentó su trabajo
basado en el caso clínico de una mujer llamada August D. Era un caso complejo en el
que fundamentó todos sus hallazgos a partir de una historia clínica y estudió en todos
los aspectos. Su investigación se titulaba “Sobre un proceso patológico peculiar grave
de la corteza cerebral” y en ella describió los síntomas conductuales asociados al daño
en las estructuras cerebrales.
Para poder establecer sus conclusiones viajó desde la psiquiatría y la neurología hasta
la anatomía patológica y así pudo confirmar las lesiones corticales en forma de ovillo
patognomónico características de la enfermedad de Alzheimer.
El doctor Alzheimer no vivió para conocer la trascendencia ni el valor de sus
investigaciones. Muchos años después de su fallecimiento, sus investigaciones y su
formación en tres especialidades médicas obtuvieron su reconocimiento.
Singularmente, su descripción de una enfermedad que afecta a millones de personas
en todo el planeta, gentes anónimas y también, como sabemos, personalidades de la
vida política, social o cultural. Que golpea a sus víctimas y, quizás, mucho más aún a
sus seres queridos.
Los años 90 se declararon como la “década del cerebro”, a fin de unir criterios y
abordar una enfermedad tan compleja como el Alzheimer, en la que se manifiestan y
conviven lo conductual, lo cognitivo y la afectación de las estructuras cerebrales.
Todo empezó con una historia clínica y la intuición y el trabajo de un genio… Gracias
doctor Alois Alzheimer.
Memoria y cognición
Las capacidades cognitivas, dentro de las que se encuentra la memoria, están siendo alteradas
cada vez de forma más precoz por múltiples factores, entre los que se encuentra el estilo de
vida.
Por Clara Melanie Zaglul Zaiter
La memoria es una de las funciones cognitivas esenciales y en la mayoría de los casos es la
primera de las capacidades afectadas en el deterioro cognitivo. Y, como sabemos, en el caso de
enfermedades como el alzheimer es la afectación más grave. También se altera en las patologías
psiquiátricas, como la depresión con niveles elevados de ansiedad, en situaciones de estrés y en
la mayoría de trastornos mentales y neurológicos, como son los ictus y los traumatismos
craneoencefálicos.
Es el síntoma que se nos plantea con más frecuencia a los psiquiatras en la consulta. “Tengo
problemas de memoria”, “olvido las cosas”, “soy incapaz de recordar nombres y lugares”…,
nos relatan, angustiados, nuestros pacientes, en su mayoría adultos jóvenes que acuden por
problemas en el rendimiento en sus trabajos o sus actividades cotidianas, incluso en asuntos tan
nimios como recordar fechas, nombres o dónde dejé estacionado el carro…
En cambio ¿nos preguntamos si tenemos demencia? ¿Si mi cerebro está funcionando
adecuadamente? Ciertamente, tener conciencia de que se nos olvidan algunas cosas es un dato
de benignidad; el problema, precisamente, es cuando no lo percibimos.
¿Por qué sucede esto? ¿Qué factores afectan a nuestro procesamiento de la información? Son
múltiples, por eso hablamos de causas multifactoriales.
¿Cómo se construye la memoria y la recuperación de la información de actividades cotidianas?
¿Cuáles son factores que alteran está dinámica? La memoria es la base individual para ser. Nos
ayuda en todas las actividades básicas de la vida diaria, es nuestra identidad. Es, también, una
capacidad o función cognitiva básica íntimamente vinculada a la atención, gracias a la que
somos capaces de captar y procesar la información del exterior.
Actualmente, con la cantidad de multifunciones, nuestro lóbulo frontal, el gran planificador,
cada vez lo tiene más complicado. Nuestra atención está muy dispersa, es incapaz de almacenar
tanta información, además de otras circunstancias, como los niveles de ansiedad y el estrés.
De manera inconsciente, nuestro cerebro distingue de entre toda la información cotidiana la
relevante de la irrelevante y hace una selección: la segunda se descarta y la primera se
almacena, para que luego podamos disponer de ella.
Las situaciones en que se puede alterar este proceso son cuando estamos más nerviosos, no
comemos bien, tenemos anemia, el azúcar bajo o estamos deshidratados. El cerebro funciona
con oxígeno y glucosa y el transportador de oxígeno en nuestro organismo es el glóbulo rojo.
Por ello, cuando tenemos anemia, es decir, cuando los glóbulos rojos están en niveles muy
bajos, nuestra memoria y nuestras capacidades cognitivas están alteradas. También los niveles
bajos de azúcar pueden alterar nuestras capacidades; recordemos esa frase típica de nuestro país:
“El mal comido no piensa”… Es cierto, las situaciones carenciales afectan directamente a
nuestras capacidades.
Otro cuadro característico es el estrés, en el que nuestro organismo reacciona de tal manera que
se desencadena una cadena hormonal de forma transitoria que altera el proceso de
almacenamiento. El cortisol (conocida como la hormona del estrés) es una de las causantes de la
alteración en nuestra atención y en nuestra memoria de trabajo.
Las capacidades cognitivas, dentro de las que se encuentra la memoria, están siendo alteradas
cada vez de forma más precoz por múltiples factores, entre los que se encuentra el estilo de
vida. Ante cualquier preocupación en este sentido, y antes de recurrir al Doctor Google, al
vecino o al dueño del colmado, acuda a un profesional de la salud mental.

El poder sanador de la palabra


La conversación y todas las actividades de socialización son la mejor
medicina para nuestra salud mental.
Por Clara Melanie Zaglul Zaiter
La capacidad de hablar y la escritura nos permiten expresar nuestros
sentimientos y nuestro aprendizaje y esto nos transforma, a la vez que
transforma nuestro entorno.
La escuela psicoanalítica señala que la expresión de los sentimientos a través
del lenguaje es una catarsis. Desde luego, la capacidad de manifestarlos es
esencial para ser una persona consciente y exteriorizar las emociones. Más
aun, el eminente psiquiatra español Luis Rojas Marcos nos explica que el
simple ejercicio de hablar, en cualquiera de sus formas, aporta vitalidad y,
aunque parezca sorprendente, es un factor que contribuye a prolongar la
calidad de vida.
La Organización Mundial de la Salud define la salud como el completo
bienestar físico, mental, social… no solo como la ausencia de enfermedad. Por
esa razón, la medicina actual ha ampliado su misión tradicional (prevenir y
curar) a la educación y la divulgación, a hacernos conscientes de qué acciones
y actitudes benefician o perjudican nuestra salud.
Las relaciones sociales son fundamentales para tener un completo bienestar
psíquico y físico. Hablar es la actividad humana natural más eficaz a la hora de
proteger la autoestima y la percepción de uno mismo y de los demás. Por ello,
es tan importante, gratificante y saludable compartir nuestros sentimientos y
experiencias con otras personas. Por el contrario, el mutismo, la inhibición y la
incapacidad de expresar nuestros sentimientos pueden ser síntomas de
enfermedad.
Por esa razón, del mismo modo que debiéramos hacer ejercicio físico a diario,
tendríamos que incorporar rutinas psíquicas en nuestro día a día como
propósito de protección de nuestra salud mental. La estimulación continuada de
cualquier órgano lo fortifica poco a poco y le proporciona una fuerza a la
duración de dicho estimulo. La falta de estimulación, en cambio, lo atrofia, lo
empobrece, incluso lo hace desaparecer.
Los efectos protectores de las actividades mentales y sociales fortalecen
nuestra salud y satisfacción con la vida y originan un sentimiento de pleno
bienestar. Por tanto, la conversación y todas las actividades de socialización
son la mejor medicina para nuestra salud mental.
La violencia, una realidad insoportable
En República Dominicana se ha cronificado, con picos de reagudización recurrentes.
No podemos esperar más. Es indispensable desplegar un programa de control de las
armas de fuego como primer paso.
Por Clara Melanie Zaglul Zaiter
En 1996, el eminente psiquiatra español Luis Rojas Marcos publicó el magnífico libro
La semilla de la violencia, en el que explica que este fenómeno es como las semillas:
necesita un medio idóneo para germinar y tiempo para brotar. Actualmente, la
violencia es la conducta colectiva más generalizada y cada vez con más secuelas en
todo el mundo. Los comportamientos violentos no son espontáneos, sino que ofrecen
muchas señales; es una forma de relacionarnos.
Los dominicanos no formamos una sociedad violenta, somos una sociedad resiliente
que lucha cada día por vivir. Somos una sociedad con muchas virtudes que necesita
que la cuiden mejor. Pero la protección no puede ser con violencia, no podemos
controlar o cuidar con armas de fuego. Es un despropósito absoluto. Es una agresión
para supuestamente generar protección, una doble vía que no funciona…
Mi primer contacto con la violencia y la muerte “por bala perdida” tuvo lugar en 1994,
cuando era practicante en el servicio de urgencias de cirugía del Hospital Luis Eduardo
Aybar, “el Morgan”. La víctima era una joven de unos 15 años y su fallecimiento originó
un dolor tan grande que perdura en mi memoria.
Pensé entonces que una emergencia de cirugía era la puerta para evaluar mejor las
consecuencias de los comportamientos violentos. Si la epidemiologia sirve para medir
los focos infecciosos, también necesitamos estudiar las consecuencias de los actos o
acciones a consecuencia de un comportamiento social como es la violencia, así como
su repercusión en la salud física y psíquica colectiva e individual.
En aquellos tiempos, las muertes, las mutilaciones, las discapacidades residuales eran
algo cotidiano también en la emergencia de uno de los hospitales dominicanos más
importantes. Cada día, mis compañeros de promoción y yo observábamos,
impotentes, la cantidad de casos de lesiones por armas de fuego y arma blanca, la
labor de los cirujanos para intentar salvar aquellas vidas y curar los daños… Al mismo
tiempo, aprendíamos e interiorizábamos también que las causas más profundas de
aquel grado de violencia residían en el hacinamiento, la pobreza en los barrios
marginados, el alcoholismo como mal endémico… Además, en demasiadas ocasiones
los controles policiales ejercían (y ejercen) más violencia aún hacia la población.
Me costó mucho realizar el trabajo de investigación que elegí para la tesis a fin de
obtener mi licenciatura en Medicina. En mi facultad había profesores que consideraban
que la violencia no era un tema médico, sino social, pero me aferré al concepto
biopsicosocial y pude elaborar aquel estudio, que se tituló: Epidemiologia de las
agresiones en la emergencia de Cirugía del Hospital Doctor Luis E. Aybar durante
enero-junio del año 1995, que está disponible en la biblioteca de UNIBE.
Entonces los indicadores eran escandalosos. Tres décadas después, la situación de
violencia en República Dominicana se ha cronificado, con picos de reagudización
recurrentes. No podemos esperar más. Es indispensable desplegar un programa de
control de las armas de fuego como primer paso para una actuación integral, en
diferentes ámbitos y materias, que corrija esta tragedia cotidiana.
Se llamaba Donaly Joel Martínez Tejada. Tenía 12 años. Su muerte es una realidad
insoportable. Nunca más.

Vivir bajo tensión o estresados


Con horas necesarias de sueño, alimentación sana y ejercicio físico mejorará la
respuesta ante las situaciones de presión, que por otra parte son inevitables.
Por Clara Melanie Zaglul Zaiter
El estrés es un factor presente en la vida cotidiana de todo individuo. Es un término
que procede del inglés y significa tensión. No es sencillo señalar las causas que lo
producen puesto que habitualmente son una mezcla de factores los que se combinan
para desencadenar nuestras respuestas ante determinados hechos. Por ejemplo, las
reacciones de miedo, en principio, son una medida de protección: huimos para
cuidarnos de algo que creemos que nos amenaza.
Desde luego, vivir tensionados, con estrés, es insano. No podemos estar de manera
permanente en alerta o a la defensiva. Nuestras reacciones son un cúmulo de
interacciones internas desencadenadas por un agente externo. Nuestras emociones
son Neurobioquímica.
El fisiólogo de origen austriaco Hans Selye, quien se asentó en Canadá después de la
Segunda Guerra Mundial, donde dirigió el Instituto de Medicina y Cirugía Experimental
de la Universidad de Montreal, planteó que el estrés se produce cuando existe una
alteración en el equilibrio del organismo causada por un agente externo.
¿Cómo debemos reaccionar ante el objeto de nuestra presión en la búsqueda del
equilibrio? El ruido, el desorden, las prisas, la necesidad de tener control, la
autoexigencia profesional y laboral… son algunas de las circunstancias que,
señaladas de manera muy sintética, pueden generar un desequilibrio que incluso nos
puede hacer enfermar.
Los profesionales de la salud mental muchas veces atendemos en la consulta a
personas con un agotamiento físico y psíquico que tienen su origen en un estado de
presión psíquica sostenido. La tendencia al aislamiento para garantizar una situación
de autocontrol puede ser un mecanismo de defensa ante lo que nos desestabiliza.
Muchas veces, el paciente es incapaz de poder controlar lo que le afecta, lo que le
hace albergar ese temor, así que recomendaciones coloquiales que puede escuchar
en su entorno, como nuestro característico “cógelo suave”, pueden incrementar los
niveles de frustración internos. Otra expresión tan socorrida como “tienes que poner de
tu parte” también produce mucha frustración y puede agudizar la angustia.
Las situaciones que producen estrés en la mayoría de las ocasiones están fuera del
control de quien las padece y es incapaz de afrontarlas. Ciertamente, es verdad que, a
mayor conciencia de estas situaciones, mejora el estado. Al mismo tiempo, si
logramos unos ritmos biológicos más óptimos, como asegurar las horas necesarias de
sueño, si tenemos una alimentación más sana y hacemos ejercicio físico, mejorará la
respuesta ante las situaciones de presión, que por otra parte son inevitables. Tenemos
mecanismos de compensación que generarán una estabilización bioquímica interna
ante los estresores.
La decisión de acudir a un médico requiere tener conciencia de la enfermedad y que
se necesita ayuda. Y esta, muchas veces, es la parte más difícil…

La depresión, una discapacidad psíquica


Con una cultura sanitaria adecuada para el autoconocimiento de los síntomas,
podríamos evitar o limitar el curso evolutivo de una de las enfermedades más
discapacitantes: la depresión.
Por Clara Melanie Zaglul Zaiter
Toda condición que repercute en las actividades básicas de la vida diaria puede ser
sujeta de ser una discapacidad. Comúnmente, las limitaciones físicas se consideran la
causa principal de una disfunción en las actividades que tenemos que desarrollar
cotidianamente, hacernos cargo de nuestro autocuidado y de la toma de decisiones.
Sin embargo, las causas invisibles siempre son las más discapacitantes, porque se
tarda más tiempo en identificarlas o, incluso, porque nunca son detectadas.
Denominamos “tener conciencia de enfermedad” cuando sabemos que tenemos un
problema de salud. En estos casos, por supuesto, es más fácil aceptarlo. Y, desde
luego, los síntomas somáticos alejados de la mente también son más fáciles de asumir
debido a los grandes prejuicios que persisten sobre las enfermedades mentales.
Cuanto más tiempo se tarde en acudir a los profesionales, más se demorará la
identificación de los síntomas y la obtención de un diagnóstico.
La Organización Mundial de la Salud considera que los trastornos de los afectos como
la depresión son una de las patologías más discapacitantes, puesto que repercuten en
las actividades cognitivas y de la vida laboral y social de quienes los padecen. Está
demostrado que los trastornos depresivos no solo afectan a nuestras emociones, sino
también a nuestras funciones relacionadas con el pensamiento y el procesamiento de
la información que recibimos del exterior. Capacidades como la memoria de trabajo,
que es la que en el día a día nos ayuda a recuperar y almacenar la información básica,
pueden estar afectadas. Sin embargo, son síntomas muy inespecíficos y su disfunción
muchas veces puede pasar desapercibida.
Es importante tener conciencia de que las enfermedades mentales configuran un gran
abanico y espectro que afectan no solo al orden del pensamiento, sino que las más
frecuentes son las que afectan a los sentimientos. Así, las personas que padecen
depresión se sienten incomprendidas; normalmente, por su tendencia a la apatía
pueden simular que son menos vitales o que se esfuerzan poco para conseguir sus
objetivos. Son personas enfermas de sus emociones tanto bioquímicamente como
psicológicamente.
¿Cómo podemos determinar o precisar cuando sufrimos depresión? Algunos
elementos que pueden tomarse en cuenta son cuando nuestras capacidades están
disminuidas o la repercusión en el manejo de las relaciones sociales. Asimismo, en
muchas ocasiones puede manifestarse como síntomas accesorios: dolores crónicos,
cansancio, cefaleas resistentes, trastornos gastrointestinales, insomnio, falta de
vitalidad, y tristeza, incapacidad de disfrutar de las actividades habituales…
En estos casos, todos los síntomas posibles pueden configurar el “disfraz” de un
trastorno que va a limitar enormemente la vida de estas personas y la de su familia.
Con una cultura sanitaria adecuada para el autoconocimiento de los síntomas,
podríamos evitar o limitar el curso evolutivo de una de las enfermedades más
discapacitantes: la depresión.
En torno a la demencia
Lo primero que afecta la demencia son las capacidades como la memoria, la
comprensión, la comunicación y el lenguaje, es decir, a las funciones ejecutivas
superiores.
Por Clara Melanie Zaglul Zaiter
Antiguamente, nos referíamos a esta como arterioesclerosis o demencia
vascular, pero desde hace más de un cuarto de siglo, desde la década de los
90, que fue bautizada como “la década del cerebro”, asumió una denominación,
demencia, que perdura hasta el día de hoy.
Demencia procede de la palabra latina Dementia, que significa “fuera de la
mente”. En la comunidad científica existe una controversia en torno a si es una
enfermedad o es un síndrome. Desde mi punto de vista, es un síndrome por la
cantidad de signos y síntomas que presenta de forma tan compleja, lo que la
convierte en un auténtico desafío para el diagnóstico médico.
Existen varios tipos de demencia, con manifestaciones clínicas muy diferentes,
pero con un común denominador: la afectación de las estructuras cerebrales.
La forma del cerebro se altera, se hace más pequeña, se atrofia, pierde
elasticidad. Por esta razón, la demencia está vinculada a la edad avanzada,
aunque en algunos casos, como es la demencia tipo Alzheimer, puede llegar a
afectar a personas incluso menores de 40 años.
Lo primero que afecta la demencia son las capacidades como la memoria, la
comprensión, la comunicación y el lenguaje, es decir, a las funciones ejecutivas
superiores, que son las que nos permiten realizar actividades relacionadas con
el pensamiento. Asimismo, el primer síntoma que evidencia la demencia es la
afectación de la orientación, que se divide en tres esferas psíquicas: el tiempo,
el lugar y la propia identidad. Otras capacidades afectadas son la toma de
decisiones y el juicio crítico y también las limitaciones para realizar actividades
básicas y tan cotidianas como el autocuidado, la planificación, la secuenciación
y la toma de decisiones.
Los síntomas no se presentan de manera lineal, sino que su evolución se
divide en etapas. En la fase inicial de la demencia, la intensidad de los
síntomas es leve, pero se va acentuando y de este modo la persona afectada
puede perderse en su entorno, sufrir o provocar de manera involuntaria
accidentes domésticos (como dejar el fuego encendido), olvidarse de cerrar la
puerta de la casa o no reconocer a las personas con quienes convive.
Asimismo, la manifestación clínica se acompaña de una afectación física, con
la aparición de otras enfermedades como la hipertensión o las arritmias
(alteraciones del ritmo cardiaco). En el deterioro cognitivo en su forma crónica
en edad avanzada, la dificultad es la identificación del problema porque su
intensidad es muy subclínica.
A fin de intentar retrasar la aparición de estas patologías, es imprescindible
llevar unos hábitos de vida saludables, tener una dieta baja en grases animales
y desarrollar actividad física y psíquica.

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